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jueves, 22 de febrero de 2024

_- HOLOCAUSTO. Viaje al campo de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich.

Supervivientes del campo de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento conmemorativo en 1959.
_- Supervivientes del campo de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento conmemorativo en 1959.
La historiadora Fermina Cañaveras novela en ‘El barracón de las mujeres’ el horror de las presas obligadas a prostituirse, entre ellas dos centenares de españolas

La historiadora Fermina Cañaveras (Torrenueva, Ciudad Real, 46 años) lleva desde 2008 poniendo nombre, rostro y dignidad a las mujeres obligadas a prostituirse en el campo de concentración de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich, pero aún conserva la emoción intacta. Con la voz entrecortada, no se ha acostumbrado al relato de una infamia. Imposible hacer callo ante un material de trabajo tan espeluznante: el proyecto levantado en la Alemania nazi exclusivamente para atentar contra los derechos de la mujer: violaciones, abortos forzados y esterilización eran los tres pilares sobre los que se levantó este campo de concentración y exterminio por donde pasaron hasta 130.000 mujeres entre 1942 y 1945. El día de su liberación, habían sobrevivido 15.000, de las cuales 200 eran españolas. Fermina Cañaveras ha podido localizar de momento a 26.

A 90 kilómetros de Berlín, Ravensbrück fue el campo más grande para mujeres en territorio alemán y el segundo de Europa después de Auschwitz. Sin embargo, poco se sabe de él. Fue uno de los últimos en ser liberados por los aliados y hubo tiempo para destruir mucha de la documentación que allí se conservaba. 

Así que, enterradas en la cal viva del olvido, que Fermina Cañaveras esté poniendo nombre y rostro a las mujeres convertidas en esclavas sexuales en Ravensbrück se convierte en una literalidad. De entre todos ellos surge el de Isadora Ramírez García (Madrid, 1922-2008), la protagonista de El barracón de las mujeres (Espasa), primera novela de esta historiadora especializada en el área de mujer y represión durante los conflictos del siglo XX. “La historia, por desgracia, está contada en su mayoría por hombres; siempre se ha hablado de exilios, guerras, campos… desde el sufrimiento de los hombres, pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿Por qué existe esta tendencia al olvido de la memoria de nuestro país, pero sobre todo al olvido de la mujer?”, se pregunta Cañaveras durante una breve visita a Sevilla, donde se encuentra con EL PAÍS.

Cañaveras ha tenido que novelar la historia de Isadora y otras compañeras en aquel viaje al infierno porque la ficción ha sido el único pegamento para unir las piezas encontradas en su intenso rastreo documental. Aun así, los nombres y, sobre todo, el sistema de humillación y degradación humana perfectamente orquestado por el Tercer Reich para explotar y experimentar con las mujeres bajo pretextos pseudocientíficos son de extremo rigor y veracidad. “Las violaban del orden de 20 veces al día, delante de muchos soldados que acudían para mirar, y muchas de ellas quedaban embarazadas. Era con estas con las que experimentaban, les abrían el vientre y las dejaban morir para ver cuánto aguantaban los fetos”, dice. No es morbo, reivindica la historiadora, “es memoria y así hay que contarlo”.

Fermina CañaverasLa escritora Fermina Cañaveras, con un ejemplar de su libro 'El barracón de las mujeres'.
HUGO G. PECELLÍN

El contexto, pues, que describe El barracón de las mujeres es escalofriante: junto a las violaciones cotidianas, este campo fue un laboratorio para prácticas que escapan a cualquier consideración científica o moral, como inyectarles a las mujeres semen de chimpancé para comprobar si podían procrear híbridos de mujer y mono. A otras les extirpaban partes del cuerpo y las reimplantaban para comprobar su recuperación.

Pero volvamos a Isadora Ramírez García, una de las últimas supervivientes españolas conocidas, que murió en Madrid en 2008, justo el año en el que Fermina Cañaveras decidió embarcarse en el rescate de esta historia, y a la que no pudo conocer. El punto de arranque fue una fotografía hallada mientras estaba sumergida en otro proyecto de recuperación de memoria histórica: “Yo estaba investigando cómo se organizó el Partido Comunista en un piso de Atocha en la clandestinidad tras la Guerra Civil, no soy experta en la II Guerra Mundial, pero una militante del PC me puso sobre la pista”. Se resistió en un principio por pulcritud profesional, pero fueron muchas las voces que la animaron a embarcarse en este viaje hacia la dignificación de aquellas mujeres. El juez Baltasar Garzón, que firma la faja de la novela; y sus compañeros en la Comisión de Historia del Teatro del Barrio de Madrid, del que formaba parte entonces, fueron fundamentales para empujar a Fermina Cañaveras a escribir este relato del que no ha salido “indemne”, confiesa.

Y así, en la desvaída fotografía encontrada supo que tenía que dar un vuelco a su trabajo: allí aparecía la imagen de una mujer desde el cuello hasta la cintura, con una inscripción en alemán tatuada en el pecho: Feld-Hure, puta de campo. Así marcaron a Isadora, que murió a los 86 años con el recuerdo imborrable de la humillación escrito aún en su piel. “Utilizo la palabra puta porque es la traducción literal de hure”. En esta novela no hay eufemismo, hay verdad. También en la crueldad de las palabras. “Las embarazadas eran las conejas”, relata la autora, y el barracón de las locas fue el nombre que se utilizó para recluir, en un ostracismo aún más ignominioso, a todas las que no pudieron soportar tanto dolor y perdieron el juicio.
Una prisionera del campo de concentración de Ravensbrück con la inscripción 'Feld-Hure' (puta de campo) en el pecho.
Una prisionera del campo de concentración de Ravensbrück con la inscripción 'Feld-Hure' (puta de campo) en el pecho.EDITORIAL ESPASA


Esa fue la experiencia que marcó para siempre la historia de Isadora Ramírez García, hija, sobrina y hermana de republicanos. Al acabar la Guerra Civil, precisamente, cruzó la frontera a Francia en busca de su hermano Ignacio, desaparecido durante la contienda nacional. Allí se enroló en la Resistencia hasta que fue detenida y deportada a Ravensbrück. Tenía 20 años. Pero hay más personajes reales dentro de El barracón de las mujeres, todas supervivientes del horror: Constanza Martínez (1917-1997), también miembro de la Resistencia, cuya frágil salud tras las huellas que dejó en ella la experiencia del campo de concentración no le impidió llegar a ser vicepresidenta del Amical de Mauthausen. O Neus Català (1915-2019), a quien Fermina Cañaveras sí conoció y cuyo testimonio fue clave para reconstruir esta historia. Neus, precisamente, fue la fundadora del Amical de Ravensbrück. Desde el final de la II Guerra Mundial dedicó su vida a intentar no olvidar los nombres de las que murieron y sufrieron el cautiverio en aquel infierno.

La aragonesa Elisa Garrido (1909-1990) también protagoniza un pasaje del libro que emociona por su coraje. Esta presa provocó la explosión que inutilizó la fábrica nazi de obuses del comando Hafag, al que había sido destinada como esclava. Dedicó su vida a ayudar a quienes habían pasado por la Resistencia.

Y en un escalofriante contraste, la francesa Catherine Dior (1917-2008), hermana del celebérrimo diseñador Christian Dior, se pasea por las páginas de esta novela enrolada en una unidad de inteligencia franco-polaca. “Catherine tuvo muy mala suerte porque fue arrestada en la víspera de la liberación de París. Fue deportada a Ravensbrück, pero sobrevivió”, relata Cañaveras. Su hermano creó en 1947 un perfume en su honor y en recuerdo de sus compañeras: Miss Dior.

Presas con sus hijos en el barracón.
Presas con sus hijos en el barracón.EDITORIAL ESPASA

Y es que, el infierno de Ravensbrück, también el mensaje que quiere trasladar la autora en El barracón de las mujeres, es “una historia de resiliencia y de sororidad. Allí se ayudaron, se acompañaron, se cuidaron y protegieron todas estas mujeres para hacer sobrevivir a la mayoría de ellas. Esta novela es la consecuencia de sus vivencias, de sus miedos, de sus silencios y de sus sentimientos. Es el trabajo de muchas horas de investigación que han culminado en un homenaje a todas las que han permanecido en la sombra de la historia”.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Gaza alumbra en todas las mentes y corazones antiimperialistas

Hoy estamos aquí demostrando nuestro apoyo, con nuestras almas y corazones apoyamos a nuestros hermanos nuestro pueblo palestino, quienes han sufrido lo peor de la humanidad. Nicaragua es como nuestra segunda patria y siempre confiamos en ustedes por su apoyo están a nuestro lado y comparten nuestra historia de lucha. Palabras de Hamad Shehab en un encuentro de solidaridad con Palestina en Managua (Nicaragua).

Si la crisis del imperio es prueba evidente de su fracaso como sistema, y como solución pretendió emplearse en su deseo de acabar con Rusia para luego enterrar a China y alimentarse con los despojos, su enfermedad crónica la ha agudizado él solo, la inmensa mayoría se ha apartado y, ahora, el yanqui en armas busca con urgencia hacerlo olvidar a sus lacayos y conduciéndolos a “la solución final”, esa tan programada por sus sionazis.

Recuérdese que el vínculo programático ucronazi y sionazi es un único programa, invasión, ocupación, limpieza étnica, robo, genocidio, envuelto en celofán de agresión siempre por el que es objetivo de EEUU, de ahí que las aparentes dos partes, creación del “estado profundo” visionario estadounidense, hiciese que el fracaso en Europa lo recondujesen al segundo frente abierto: los genocidas yanquis quieren una victoria ante el mundo, ya ves, sobre la empobrecida y torturada Gaza. La provocación a los países que le ponen freno se ha destapado hasta límites que hacen pensar si el final de los que forman el grupo de strusianos, de su final imperial, no lo ven o lo ven y quieren el final del mundo antes que caer ellos.

La ciudadanía estadounidense empieza a temer lo que hacen sus dirigentes políticos y militares, ya hay gritos en las calles de numerosas ciudades, dimisiones y críticas entre los que sustentan el sistema. Son mucho más rápidos en su accionar los criminales, ansían el gas y el petróleo de Gaza y que su genocidio conduzca a una guerra contra Irán, Siria, y en esa dirección Rusia termine entrando, de esta manera encontrarían lo que buscaban, armando a Ucrania, en Medio Oriente.

Por de pronto una serie de sionazis europeos lacayos, Macron, Scholz, Sumak, Meloni, Mitsotakis, han ido sosteniendo la cola del traje del baboso Biden para comprometer sus servicios a Netanyahu y sus degenerados generales. ¿Habrá un tribunal internacional para todos ellos?

La unidad árabe que tanto se deseaba por los antiimperialistas se acelera en estos momentos, las fuerzas de la Resistencia Palestina y las de vecinos como Líbano prometen sumarse, y con ellos declaran que se ponen a su lado los gobiernos de la región, sus pueblos ya lo manifiestan diariamente movilizándose hasta las fronteras.

Desde los túneles de la Casa Blanca se mira a Irán, la provocación que el mundo oscuro sionazi de EEUU ya ha empezado a lanzar para que entre el país persa y le puedan culpar los regímenes europeos y sus batallones de escribientes para cubrir la espalda al imperio, no parece contar con que su imagen se ha caído y los psicópatas yanquis se han aislado, con ello su envenenamiento de la ciudadanía europea empieza a dejar de tener efecto con la lección criminal que han dado en Gaza.

Aun así la señal de desamparo que les crece a los genocidas no parece que les detenga, es posible que apuesten a la destrucción del mundo, por eso es fundamental la unión práctica antiimperialista con la máxima urgencia.

Irán tiene el Estrecho de Ormuz y el petróleo dejará de alimentar a los mercaderes financieros estadounidenses sionazis, a eso hay que añadir el petróleo de Arabia y sus vecinos que ya han declarado su posición respecto a Gaza: el crack de los juegos especulativos, los casinos bolsísticos yanquis, ingleses y europeos tiemblan. Gaza es el centro de la lucha geoestratégica y los criminales sionazis quieren realizar su proyecto supremacista colonial de invasión, ocupación, limpieza étnica y robo llevados de la mano del estado profundo gringo y su complejo militar industrial y financiero; ahí estan sus sucesivos boicots a la paz apoyada en la ONU por la inmensa mayoría, quieren ahogarnos en sangre para seguir siendo hegemónicos. Pero el mundo viene cambiando.

En el Mediterráneo y en el Mar Negro tenemos las fuerzas principales de un posible enfrentamiento, pero los yanquis consideran que poseen la bendición de su dios que es el programa para resolver su crisis en todos los niveles. Las fuerzas de Medio Oriente tienen de su parte además a China, cuyos amparos en busca de un orden mundial equilibrado da oxígeno a los resistentes al monstruo rabioso que alimentó la guerra “hasta el último ucraniano” y que ahora quiere tapar su debacle martirizando al centro cardinal del mundo, el pueblo de Gaza, el que alumbra todas las mentes y corazones.

Ramón Pedregal Casanova es autor de los libros: Gaza 51 días; Palestina. Crónicas de vida y Resistencia; Dietario de Crisis; Belver Yin en la perspectiva de género y Jesús Ferrero; y, Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios. Presidente de AMANE. Miembro de la Asociación Europea de Apoyo a los Detenidos Palestinos. Internacionalista e integrante de la Red de Artistas, Intelectuales y Comunicadores Solidarios con Nicaragua y el FSLN.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

sábado, 22 de octubre de 2022

_- MEMORIA HISTÓRICA. El Gobierno balear identifica los restos de Aurora Picornell, ‘La Pasionaria mallorquina’

_- Picornell fue enterrada en una fosa común con otras cuatro mujeres. Su padre y dos de sus hermanos también fueron asesinados por el franquismo

El Gobierno balear ha anunciado este jueves que los restos hallados en la exhumación de una fosa en el cementerio de Son Coletes a finales del año pasado corresponden a Aurora Picornell, conocida como La Pasionaria mallorquina. Modista de profesión, era la responsable de la organización de mujeres del Partido Comunista en las Islas Baleares. En los primeros días del golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil fue detenida, encarcelada y hecha desaparecer con otras compañeras la noche del 5 de enero de 1937. Tenía 25 años, estaba casada y era madre de una niña pequeña. “Hoy es un día histórico”, ha declarado el vicepresidente balear, Juan Pedro Yllanes. “Estamos muy orgullosos de haber encontrado sus restos. No han conseguido hacerla desaparecer....

viernes, 25 de marzo de 2022

¿De qué sirve condenar a los demás por crímenes que uno está dispuesto a cometer?

Hace unos días, un periodista le preguntó al presidente Biden cuando salía de un acto público si creía que Putin es un criminal de guerra. Inicialmente, el presidente dijo secamente que no y siguió andando. Enseguida, sin embargo, se dio la vuelta y rectificó: «creo que es un criminal de guerra».

Yo creo que lleva razón.

El Tribunal de Nuremberg de 1945 sentenció que «iniciar una guerra de agresión no es sólo un crimen internacional; es el crimen internacional supremo que se diferencia únicamente de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí mismo el mal acumulado del conjunto».

No hace falta ser un jurista sofisticado para deducir que lo que está haciendo la Rusia de Putin en Ucrania encaja perfectamente en la definición de crimen de guerra y, por tanto, que el líder ruso merecería ser juzgado por ello. Pero, ¿bastaría con eso?

¿Qué valor tiene achacar la comisión de un crimen a otro cuando no se está dispuesto a reconocer las acciones igualmente criminales que ha cometido quien acusa?

¿No fueron crímenes de guerra en Vietnam? ¿No fue un crimen de guerra la invasión de Irak? ¿O los bombardeos en la antigua Yugoslavia? ¿O el inicio de la guerra de Yemen, Libia, Siria..? ¿O los cometidos por las tropas de Estados Unidos al salir de Afganistán, como ha denunciado Amnistía Internacional, o los de Israel en Palestina? ¿No es un crimen de guerra la llamada «justicia repentina» que llevan a cabo y de la que se jactan las autoridades estadounidenses? ¿No fueron crímenes los golpes de Estado en docenas de países inspirados y apoyados por los líderes de Estados Unidos tras lo que se asesinaron a miles de personas? ¿O el uso de drones para matar a niños inocentes e indefensos?

Putin debe responder de lo que está haciendo. Por supuesto que sí. Pero ¿con qué fuerza moral le pueden pedir cuentas quienes están dispuestos a seguir cometiendo, encubriendo o dejando de condenar otros hechos tan horrendos como los que Rusia está llevando a cabo ahora en Ucrania?

¿Cómo puede pedir justicia Estados Unidos si la doctrina que prevalece en aquel país es que nadie puede perseguir los crímenes que cometan sus dirigentes? ¿Cómo va a recurrir Estados Unidos a la Corte Penal Internacional para que juzgue a Putin cuando la Orden Ejecutiva del presidente Trump la amenaza si se atreve a “investigar, arrestar, detener o procesar a personal de Estados Unidos sin su consentimiento”? Y, por supuesto, cuando ni siquiera la reconoce como tal, lo mismo que ocurre, significativamente, con Rusia, China o Israel, entre algún otro país menor.

¿Dónde nos lleva combatir la infamia con infamia, el terror con el terror, el desprecio a las normas con su desobediencia, la violencia con más violencia, el horror con el horror?

¡Cómo se van a poder arreglar los problemas del mundo mientras que sus grandes potencias pidan justicia para otros sin sentirse obligadas a no cometer ellas mismas los crímenes que condenan en los demás!

https://juantorreslopez.com/de-que-sirve-condenar-a-los-demas-por-crimenes-que-uno-esta-dispuesto-a-cometer/

viernes, 11 de febrero de 2022

_- "En España la conquista de América se ve como un hito histórico, pero en realidad fue una brutal y sangrienta invasión que debería generar vergüenza"

_- No, al historiador español Antonio Espino López no le gusta hablar de descubrimiento de América ni de conquista de América.

"El verbo invadir es mucho más inequívoco. Implica irrumpir, entrar por la fuerza, así como ocupar anormal e irregularmente un lugar. Y eso es lo que ocurrió en el caso de América", sostiene este catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, especialista en historia de la guerra en la Edad Moderna y en la conquista hispana de América.

Es comprensible que Espino López rehúya los términos conquista o descubrimiento. En "La invasión de América: una historia de violencia y destrucción" -un libro publicado por la editorial Arpa- desvela la cultura del terror empleada por los españoles a la hora de invadir el territorio americano.

Amputaciones de manos, ejecuciones en la hoguera, empalamientos, ahorcamientos, aperreamientos en los que se lanzaban grandes perros de combate contra personas, abusos sexuales contra mujeres y niñas y masacres fueron algunos de los métodos empleados por los españoles para someter a las poblaciones locales, según detalla Espino López en su libro.

BBC Mundo ha hablado con él.

La conquista -o invasión, como usted reclama que se llame- de América, ¿fue realmente una historia de violencia y destrucción?
 
Sí. No fue diferente a cualquier otro proceso de invasión, conquista, sometimiento de un territorio y de los habitantes de ese territorio. A lo largo de la historia siempre ha ocurrido así. Y la invasión y conquista hispana de América no es diferente.

En su libro ofrece muchos y muy documentados ejemplos de la crueldad a la que llegaron los españoles en América. Uno de los métodos que afirma que empleaban contra la población autóctona era la amputación de las manos, y a veces también de las narices y de las orejas. ¿Estaba esa práctica muy extendida?

Sí, fue una práctica muy habitual que ya venía de muy antiguo. Está perfectamente documentado que ya se aplicaba en el imperialismo de la antigua Roma y, desde entonces, se ha empleado.

En las terribles guerras civiles de finales del siglo XX en algunos Estados africanos se cortaba sistemáticamente las manos a los enemigos. Se trata de una práctica típica en aquellas circunstancias o las situaciones en las que se tiene que dominar a grandes grupos de población.

Cuando los efectivos son limitados o cuando todavía no se tiene un control profundo del territorio y de las personas, se emplea el terror para atemorizar a las personas de la forma más contundente posible. En América Latina fue una práctica bastante extendida, se hace mención a ella en muchos textos.

¿Y por qué hacían algo tan abominable?
Los conquistadores con frecuencia cortaban las manos de los habitantes y cauterizaban la herida con aceite hirviendo o con fuego.

Evidentemente, de lo que se trata es que el resto de la comunidad percibiera de manera clara y contundente que el castigo aplicado a esa persona podía extenderse a muchas otras, lo que frenaba su instinto de rebelarse.

Durante el sitio de Cuzco la mutilación de las manos se empleó con mucha asiduidad, ¿verdad?

Sí. Ese fue precisamente un momento muy comprometido, había un grupo muy reducido de españoles que defendían Cuzco, aunque estaban apoyados por unos pocos miles de indios aliados.

Como la presión a la que se sometió a Cuzco en los años 1536 y 1537 fue muy fuerte, cuando los españoles conseguían hacer prisioneros les cortaban las manos para demostrar al resto a lo que se enfrentaban e intentar frenarles.

Pero en el sitio del Cuzco no sólo se cortaron manos a los guerreros enemigos, sino que cuando los conquistadores conseguían atacar alguno de sus campamentos mataban a las familias de los beligerantes, pues los acompañaban en los combates. Recurrían a cualquier tipo de barbaridad con tal de frenar las revueltas contra los intereses españoles.

Otras de esas prácticas aterrorizantes que menciona en su libro es el aperreamiento. ¿En qué consistía?

En el aperreamiento se utilizaban perros de combate y, de nuevo, se trata de una práctica muy antigua que probablemente ya se empleaba en la antigua Grecia.

Se trata de utilizar perros de gran tamaño y de gran poder físico, como alanos o mastines, contra las personas. Es una práctica muy, muy terrible. Hay que imaginarse a una persona indefensa, en ocasiones con las manos atadas, que se tiene que enfrentar a un animal o a varios animales ante los ojos del resto de la comunidad.

Esa persona moría despezada en cuestión de minutos, y verlo provocaba un fuerte shock en los que lo presenciaban. Un shock tan terrible que anulaba psicológicamente durante mucho tiempo a los que lo veían, si no para siempre.

Y el mensaje que se buscaba lanzar con los aperreamientos, de nuevo, era que si alguien se portaba mal, iba a acabar siendo ejecutada de esa forma tan horrorosa. Yo me imagino que, después de ver un aperreamiento, las personas se lo pensarían dos veces antes de rebelarse a los españoles.

¿Y era una práctica habitual?
Sí, es una práctica que se menciona en bastantes sitios. Quizás no estaba tan extendida, o no está tan documentada, como otras.

Pero se trata de una práctica tan abominable que hizo reaccionar a la monarquía española de una forma contundente, lo que revela que se utilizaba. En 1541 se publica un Real Decreto en el que se prohíbe que se críen perros con la intención última de ejecutar a las personas.

Se ha llegado a decir que en algunos casos a esos perros se les alimentaba con carne humana, evidentemente, con carne de indio. Es posible que se considerara que los aperreamientos eran útiles en los primeros momentos de invasión, conquista y asentamiento de América.

Pero que una vez que el sistema colonial ya estaba implantado, algunos españoles empezaron a verlo como algo demasiado abominable.

Hubo reacciones de algunos juristas y, sobre todo, de muchos miembros del clero que empezó a decir que ese tipo de prácticas no eran propias de cristianos ni de gente civilizada como los españoles.

En su libro también menciona ejecuciones en la hoguera, indígenas que eran quemados vivos. Fue sobre todo Pizarro el que utilizó esta práctica, pero no fue el único, ¿verdad?

La tortura fue una práctica extendida en la conquista de América

No, se utilizó por parte de muchísima gente, sobre todo al principio de la invasión de América. Era un tipo de ejecución que se reservaba sobre todo para los caciques. Porque si se ejecutaba al jefe de una comunidad, de un territorio, de nuevo se estaba mandando un mensaje muy claro.

Al ver el terrible fin que había tenido una persona de su mismo status, otros caciques dejaban de tener ganas de rebelarse.

Las ejecuciones en la hoguera se emplearon mucho en la conquista de las Antillas, en especial en Santo Domingo. Tanto Pizarro como Cortés las utilizaron en situaciones específicas.

Cortés no dudó, por ejemplo, en quemar vivos a un gran jefe mexica y a algunos de sus correligionarios para demostrarle precisamente a Moctezuma y al resto de la sociedad mexica que no toleraría ninguna revuelta ni acción en contra de los intereses españoles.

También habla de los empalamientos…
Esa práctica no era tan habitual, no he encontrado muchas menciones a ella, aparece sobre todo en algunas crónicas sobre la conquista de Venezuela.

El empalamiento parece ser que se empleaba con el objetivo de denigrar a una persona y que se asocia sobre todo al emperador Manco Inca, quien se levantó contra Pizarro y organizó una revuelta para intentar recuperar Cuzco en 1536-1537.

Manco Inca fue derrotado en esa ocasión y se retiró a un territorio cercano, a Vilcabamba, y desde allí organizó durante muchos años la guerra contra los españoles y sus aliados aborígenes, sobre todo en los pueblos indios huancas. Leyendo a los cronistas, parece ser que era Manco Inca quien utilizaba sistemáticamente los empalamientos.

Pero es obvio que los propios españoles y sus aliados indios también la utilizaban. Yo he localizado empalamientos cometidos muy puntualmente por los españoles en Nueva Granada, Venezuela y Perú.

El empalamiento se podía llevar a cabo con el cuerpo de una persona caída en combate o bien con alguien vivo, yo he encontrado los dos casos.

¿Fueron habituales las masacres en la conquista de América?

Hernán Cortés
Las prácticas como la quema de personas fueron utilizadas por muchos conquistadores como Hernán Cortés

Las masacres tuvieron lugar en determinadas circunstancias y por motivos variados: porque, por ejemplo, uno de los lugartenientes españoles o directamente los grandes caudillos entienden que se tiene que dar un gran escarmiento.

Es el caso de Alonso de Ojeda que, cuando está intentando conquistar Nueva Andalucía, hoy la costa de Colombia, recurre a las masacres, y también tenemos algún ejemplo de masacre en la conquista de Cuba.

Asimismo Cortés emprende masacres muy, muy importantes; por ejemplo en la de la ciudad de Cholula, justo antes de entrar en Ciudad de México.

En la ciudad de Cholula tuvo lugar una masacre que hoy está muy bien documentada en la que pudieron morir entre 2.000 y 6.000 personas.

También cuando Pizarro capturó a Atahualpa en la ciudad de Cajamarca se puede hablar de masacre, hubo una reacción contra el séquito de Atahualpa y se produjeron bastantes muertes. Pero parece que en ese suceso hay determinados cronistas que tratan de limpiar la imagen de Pizarro, porque según su versión de lo sucedido fue el propio Pizarro el que frenó el impulso de su gente de seguir matando, y aun así probablemente murieron varios cientos de personas, quizás miles de personas.

Hay cronistas que dicen que los hombres de Pizarro le pidieron permiso para comenzar a cortar las manos a los enemigos, y que Pizarro les dijo que no, que ya era suficiente, que no era el momento. Por la propia adrenalina que generan estas situaciones de violencia, la gente iba a más y Pizarro los frenó porque era oportuno.

Pero en las crónicas sí que se encuentran pasajes sobre el uso sistemático de matanzas, matanzas de mayor o menor grado, pero matanzas al fin y al cabo. Las hubo en Chile, en Yucatán…

La primera conquista de Yucatán es especialmente terrible, se usaron las matanzas porque había una resistencia fuerte. Hubo grandes pérdidas de vidas humanas en los combates y en las matanzas posteriores a los combates.

Dice usted que también los conquistadores recurrieron a las violaciones de mujeres como arma de guerra para sembrar el terror. Algunas de esas violaciones de mujeres incluso se cometían delante de sus maridos y de sus padres.

En algunas ocasiones así ocurrió, pero son cuestiones mucho más difíciles de documentar, porque en la documentación de la época las mujeres no aparecen al nivel que uno desearía. En la documentación las menciones a las mujeres son bastante escasas.

Y las mujeres aborígenes prácticamente ni aparecen. En todo caso, las que aparecen son las mujeres asociadas con la élite aborigen, que son las que pueden ser objeto de intercambio político, se podían ofrecer al grupo hispano para mantener una buena relación con él.

Algunos testimonios de Bernal Díaz del Castillo y de otros cronistas hablan, en la conquista de México, de que Cortés tuvo que dictar una ordenanza para obligar a sus hombres a seguir una serie de preceptos a la hora de hacer la guerra. Y eso incluía no molestar a las mujeres de los indios aliados, con lo que se dejaba el campo libre para molestar a las mujeres de los enemigos.

Además, una de las formas de compensar a los soldados cuando todavía no se podía repartir un botín en objetos, en oro y plata era permitir hacer esclavos a los varones, que evidentemente tenían un valor, y también hacer esclavas a mujeres, que tenían otro tipo de valor.

Díaz del Castillo recoge, por ejemplo, que la tropa, los participantes en la conquista que no son altos oficiales, se quejaban de que las mujeres esclavizadas más bellas son ojeadas y rápidamente apartadas porque eran para uso y disfrute de la oficialidad, y el resto de las mujeres ya se repartían entre los demás.

Todo eso existió, pero es muy difícil de documentar. Hay algunas voces críticas -algún jurista, algún miembro de la Iglesia- que sí hacen referencia a esas circunstancias, y que son especialmente terribles. Hay autores que han encontrado expedientes de determinados personajes que hoy día consideraríamos directamente pederastas.

¿Por qué todas esas prácticas de las que usted habla no se enseñan en los colegios españoles? ¿Por qué la población española desconoce el nivel de crueldad de los conquistadores de América?

Yo creo que porque todavía somos rehenes de la historia imperial maravillosa, hay de hecho algún autor que ha hablado de la historia sagrada de la conquista de América.

Eso nos viene de la época franquista, el régimen franquista pretendió -y consiguió- desarrollar una historia imperial de la conquista de América, jugando con la baza de que el final del siglo XV y todo el siglo XVI es el gran momento de la monarquía hispánica.

Y, en ese contexto, se consideraba que no se podía ensombrecer un asunto tan trascendente para la historia de la humanidad como es el descubrimiento de América revelando las fórmulas que se utilizaron para esa invasión, conquista y asentamiento.

El franquismo se apropió de la historia de España con fines ideológicos, y ocultó los elementos más terribles que toda invasión, conquista e imperialismo conlleva. Y esa idea perdura hasta hoy.

El rey Felipe VI, que recientemente viajó a Puerto Rico con motivo de los 500 años de la fundación de San Juan de Puerto Rico, sigue con este discurso típico de que España llevó a América la civilización, la cultura, la lengua, la religión, la tecnología y la palabra libertad. Porque encima cuentan cómo los conquistadores se aliaron con algunos grupos aborígenes para luchar contra otros grupos dominantes que los tenían sometidos, y que por lo tanto "liberaron" a esas poblaciones.

¿Y no es verdad?
Liberaron a las élites de esas poblaciones. A aquellos grupos que se aliaron con los españoles y se enfrentaron a los mexicas o a los incas para intentar no estar sometidos a ellos, de vivir mejor en el sentido de no estar sometidos a estos, les fue muy bien. Pero solamente a esas gentes. A todo el resto de sociedades aborígenes les fue terriblemente mal.

Uno de los argumentos a los que recurren los defensores de la conquista de América Latina es que allí hubo mestizaje, mientras que en la América de Norte no lo hubo…

Es cierto que el mestizaje en América Latina es muy alto. Pero es erróneo pensar en ese mestizaje como algo positivo para las dos partes, cuando fue algo más bien impuesto por los españoles.

En el siglo XVI sólo el 20% -el 25% como máximo- de la población española que se asentó en América eran mujeres. El resto eran hombres, casi todos ellos jóvenes. Y si la población española en América Latina estaba formada por un alto porcentaje de hombres jóvenes y el número de mujeres era muy pequeño, es lógico que hubiera mestizaje.

Fue una colonización muy distinta en ese sentido a la que llevó cabo Inglaterra en el siglo XVII y sobre todo en el XVIII en las colonias de Norteamérica, donde las personas que se trasladaron a esos territorios eran con frecuencia familias enteras. Además, por una cuestión de religión y de raza, esa gente no quería mezclarse con los indios, rechazan a los indios.

Otro de los argumentos que esgrimen los defensores de la conquista de América es que fue heroico solo un puñado de hombres pudieran conquistar todos esos territorios. ¿Se consiguió por medio de una crueldad extrema?

Los conquistadores se aliaban con grupos indígenas para poder ganar sus batallas

Por un lado, es cierto que hubo crueldad extrema, violencia extrema y terror, sobre todo en el comienzo, cuando los conquistadores tuvieron que imponerse a la fuerza a grupos humanos mucho más numerosos para poder sobrevivir. Y muchos murieron por el camino.

Pero los conquistadores también se dieron cuenta de que necesitaban aliarse con algunos grupos indios de territorios como México, Perú, etcétera, porque si no la guerra no la iban a ganar nunca. Otra de las falacias que nos ha contado el franquismo es el aspecto heroico de que con muy reducidas huestes se consiguió conquistar todo un continente.

Cortés empezó la conquista de México con 600 hombres y llega a tener 2.200. Pizarro, por su parte, consigue la conquista de Perú con menos de 600 hombres europeos. Lo que hasta hace relativamente poco tiempo no nos habían explicado es que fue absolutamente necesaria la fuerza de los aliados aborígenes para derrotar al imperio Mexica y al imperio Inca.

Sin la ayuda de lo que en las crónicas llaman aliados, auxiliares o indios amigos, es imposible que los españoles hubiesen vencido en esos conflictos.

En sociedades más reducidas como las Antillas pudieron más o menos asentarse con los efectivos hispanos. Y en zonas como lo que hoy es Panamá no lo habrían conseguido si no hubiera sido por el uso masivo del terror. Uno de los primeros en utilizar de manera abundante el aperreamiento del que hablábamos antes fue Núñez de Balboa en la zona del Panamá actual.

Muchos aseguran que murieron muchos más indios a causas de las enfermedades que llevaron españoles que por su violencia. ¿Es verdad?

Se puede decir que sí. Las epidemias y enfermedades desconocidas afectaron tanto a la población aborigen como a los conquistadores, aunque a estos últimos en un grado mucho más reducido, y provocaron en la población local una mortandad que difícilmente con las armas se pudo conseguir.

Pero lo que es importante tener en cuenta es que las enfermedades y epidemias se desataron cuando ya se habían iniciado los conflictos y la guerra, cuando ya se había producido un gran quebranto de la población, cuando ya se había impuesto un sistema colonial que se caracterizaba por explotar, muchas veces hasta la muerte, a las personas…

Es en este contexto de destrucción de una sociedad, de destrucción de una religión y de desestructuración de la vida de las personas cuando llegaron las enfermedades, provocando aún más muertes y más destrucción.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reclama que España pida perdón por la conquista de América, de la invasión de América. ¿Cree que España debería hacerlo?

Quizás el término perdón es un poco excesivo. Yo me conformaría con que desde el Estado español se pidieran disculpas públicamente por buena parte de lo ocurrido hace 500 años, reconociendo que se cometieron excesos típicos de cualquier imperialismo, tanto anterior como posterior.

Los norteamericanos llevaron a cabo masacres contra la población aborigen en el siglo XIX, los británicos cometieron auténticas barbaridades en Australia, los turcos cometieron un genocidio contra los armenios, los alemanes cometieron genocidios en África, Leopoldo II de Bélgica cometió un terrible genocidio en el Congo…

Pero nosotros también hicimos muchas barbaridades. Nosotros, los españoles, no somos mejores ni peores que los demás, nos comportamos exactamente igual que cualquier otro imperialismo.

¿Hubo un genocidio en América Latina por parte de los conquistadores?
Me cuesta emplear la palabra genocidio para el caso de América Latina, porque no hubo voluntad de destrucción y de exterminio como sí la hubo por ejemplo en el Congo para aquellos que no querían trabajar en la extracción del caucho.

El caso español en América Latina fue bastante distinto, aunque las consecuencias de las políticas que se aplicaron allí acabaron como si de un genocidio se hubiese tratado. Pero no es un genocidio como tal, porque no había voluntad de exterminio.

El indio era la mano de obra básica para el sistema colonialista español, si se exterminaba a los indios desaparecía la mano de obra.

Lo que pasa es que el deseo por enriquecerse fue tan brutal que no vacilaron en aplicar una violencia enorme cuando lo consideraron necesario. Sobre todo al principio, cuando los españoles pensaban que los indios eran un bien inagotable. Luego se dieron cuenta de que no, de que eran un bien escaso.

¿Y qué cambiaría si España pidiera perdón?
Yo creo que en el momento en que en América Latina se perciba que hay cierta voluntad por entendernos mejor, por reconocer que se hicieron cosas muy, muy terribles, la presión a la que a veces se somete a la sociedad española desde Latinoamérica se reducirá.

Si España sigue sin reconocer los excesos que se cometieron, la rapiña a la que se sometió a todo un continente, etcétera, es normal que desde determinados ambientes de América Latina si siga reclamando que lo haga.

Se han derribado en América estatuas de Colón, de Fray Junípero Serra... ¿Lo entiende?
Lo entiendo desde el presupuesto de que se cometieron excesos que España nunca ha reconocido. Colón no sólo fue el almirante que descubrió América, es alguien que a partir de 1492 pone en marcha una empresa de venta de esclavos.

Si no se sabe eso, y en España apenas se sabe, difícilmente se puede entender que se derribe una estatua de Colón. Por su parte Junípero Serra era un misionero, y los misioneros en general eran personas con las mejores intenciones del mundo.

De hecho, fueron utilizados por la monarquía hispánica en la segunda mitad del XVII y a lo largo del XVIII como la cara amable de la conquista. Pero inmediatamente detrás de los misioneros y de sus cruces iban las espadas. Desde ese presupuesto, también puedo entender que la estatua de Junípero Serra sea objeto de crítica política.


viernes, 28 de enero de 2022

Conflicto de Ucrania y Rusia: cómo empiezan las guerras

La historia demuestra que a lo largo de los siglos se han manejado todo tipo de pretextos para desatar conflictos y que sus consecuencias son imposibles de controlar y de imaginar

En La princesa prometida, la ya clásica película de Rob Reiner, el personaje de Vizzini, un despiadado espía siciliano, asegura: “Empezar una guerra es un trabajo muy prestigioso con una larga y gloriosa tradición”. Pero en este caso no se trata de un conflicto entre los imaginarios reinos de Florín y Guilder dentro de un cuento, sino del peligro real de un ataque contra un país soberano como Ucrania por parte de una potencia militar y energética como Rusia. La historia alberga varias lecciones, entre ellas que a lo largo de los siglos se han manejado todo tipo de pretextos para montar un casus belli y que las consecuencias de un conflicto son siempre imposibles de controlar y de imaginar. Y que, una vez puestos en marcha algunos mecanismos, resulta muy difícil dar marcha atrás. Y también que las guerras pueden tener causas, pero no son accidentes naturales como los terremotos: las desencadenan un puñado de seres humanos, aunque la tragedia reside en que las sufren, en cambio, millones de otros seres humanos.

La historiadora canadiense y profesora en Oxford Margaret MacMillan dedica un capítulo de su último libro, La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos (Turner), a las razones esgrimidas a lo largo de la historia para justificar guerras e invasiones, empezando por Troya —”un hombre roba la mujer de otro”— hasta el hundimiento del Maine en la bahía de La Habana en 1898, que justificó el ataque estadounidense contra España. Aunque, en este caso, fue sobre todo una invención de la prensa sensacionalista: se trata de una de las muchas tormentas de desinformación con las que empiezan las guerras y en las que la Rusia de Putin es especialmente hábil. Sin embargo, MacMillan sostiene que ningún estallido se produce en el vacío. “Las causas de una guerra pueden parecer absurdas o incoherentes”, escribe, “pero detrás de ellas suele haber disputas y tensiones mucho más profundas. A veces basta una chispa para que una pila enorme de madera arda en llamas”.

Un momento clave en cualquier conflicto reside en su punto de inflexión: ¿cuándo es demasiado tarde para pararlo? En un artículo sobre la crisis de Ucrania, la revista británica The Economist recordaba esta semana una frase del gran historiador A.J.P. Taylor: “La Primera Guerra Mundial se hizo inevitable una vez que se emitieron las órdenes de movilización en Berlín”. “La complejidad de los horarios de los ferrocarriles de principios del siglo XX, de los que dependían entonces los movimientos de las tropas, hacía prácticamente imposible cualquier alteración”, prosigue la revista.

Pocos analistas piensan que, pese a la indudable y rotunda movilización rusa, se haya superado en Ucrania ese momento sin marcha atrás, pero siempre resulta más fácil leer el pasado que el presente. Netflix acaba de estrenar la película Múnich, basada en un libro de Robert Harris, que trata de salvar la cara a Neville Chamberlain, el primer ministro británico que firmó en la ciudad bávara en 1938 el pacto por el que entregaba a Hitler los Sudetes y que permitió al dictador nazi preparar la guerra total en Europa. El filme describe a Chamberlain como un político obsesionado por la Primera Guerra Mundial, que quiere evitar a toda costa otra generación masacrada. “Hasta que un conflicto ha empezado, se puede evitar”, sostiene el personaje. Sin embargo, los espectadores del siglo XXI saben lo que Chamberlain desconocía: la Segunda Guerra Mundial ya era imparable, porque Hitler había tomado la decisión de atacar y solo buscaba ganar tiempo.


Tony Blair, George W. Bush y José María Aznar, antes de la reunión en marzo de 2003 en las islas Azores en la que se decidió el comienzo de la guerra en Irak. A la derecha, Sadam Husein.

La Administración de George W. Bush estuvo inventando durante años una intrincada red de mentiras para justificar una invasión de Irak. Cada vez un número mayor de evidencias muestra que la construcción del caso contra Sadam Husein empezó pocos días después de los atentados del 11 de septiembre contra Washington y Nueva York. ¿Cuándo fue inevitable la guerra? ¿Sirvieron para algo todas las sesiones del Consejo de Seguridad antes de que los misiles comenzasen a caer sobre Bagdad el 20 de marzo de 2003? Seguramente, no. Y, desde luego, cuando millones de ciudadanos se manifestaron en todo el mundo contra la guerra, el 15 de febrero de 2003 —un momento de rebelión cívica que Ian McEwan retrató en su novela Sábado—, la Casa Blanca ya había tomado la orden de invadir, que se había cristalizado en una enorme movilización militar en torno al golfo Pérsico.

Irak es un caso paradigmático de una guerra en la que todo parece controlado —empezando por las mentiras con las que arranca—, pero que se convierte en un desastre de imprevisibles consecuencias. El pasado, de nuevo, ofrece numerosos ejemplos. En el año 415 antes de nuestra era, Atenas decidió fletar una expedición contra la poderosa ciudad griega de Siracusa. El pretexto era que dos ciudades aliadas de Atenas, y rivales de Siracusa, habían pedido ayuda a la ciudad-Estado griega. En realidad, se trataba de una lucha por la expansión helena en el Mediterráneo y de un episodio más de la guerra del Peloponeso contra Esparta. Las fuerzas atenienses fueron derrotadas en el puerto de Siracusa dos años más tarde, una debacle militar que acabó por destruir la democracia ateniense.

“La incursión ateniense también trajo consigo un resultado terrible”, escribe Donald Kagan en La guerra del Peloponeso (Edhasa). “Pérdidas devastadoras en hombres y embarcaciones, rebeliones generalizadas a través del Imperio y la entrada en escena del poderoso Imperio persa. Estos motivos contribuyeron significativamente a expandir la opinión generalizada de que Atenas estaba acabada”. En el año 411, por primera vez en un siglo, se instauró una dictadura en la ciudad que había inventado la democracia.

De todos los desastres de la historia que trajeron imprevisibles y devastadoras consecuencias el más intrigante sigue siendo la Primera Guerra Mundial. Los historiadores llevan más de un siglo tratando de buscar el verdadero motivo por el que empezó el conflicto: desde que se produjo el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio austrohúngaro, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, hasta que estallaron las hostilidades transcurrieron cinco semanas durante las que las potencias europeas fueron incapaces de parar un mecanismo estúpido, que las llevaba a la debacle de forma bastante involuntaria. El historiador Christopher Clark acuñó el concepto de “sonámbulos” en el libro que lleva ese título (Galaxia Gutenberg) para describir la manera en que los responsables del estallido caminaron decididamente hacia el abismo sin ser conscientes de que iban a provocar 20 millones de muertos, 21 millones de heridos, la destrucción de tres imperios y, al final del camino, la Segunda Guerra Mundial.

“¿Cómo pudo hacerse Europa eso a sí misma y al mundo?”, se pregunta Margaret MacMillan en su libro sobre el principio del conflicto, 1914. De la paz a la guerra (Turner). “Hay muchas explicaciones posibles, tantas que resulta difícil decantarse por una”, escribe. Al final, deja claro que “muy pocas cosas en la historia son inevitables”, que las masacres de Lovaina, de Verdún, del Somme, no tuvieron por qué existir. Pero también sostiene que “las fuerzas, las ideas, los prejuicios, las instituciones y los conflictos son ciertamente factores importantes, pero no tienen en cuenta a los individuos —que al final no fueron tantos— en cuyas manos estaba decir ‘sí, adelante, desatemos una guerra’, o bien ‘no, detengámonos”. Las guerras las declaran —y las impiden— seres humanos. Pero, sobre todo, las sufren.

https://elpais.com/internacional/2022-01-27/conflicto-de-ucrania-y-rusia-como-empiezan-las-guerras.html#?rel=lom

domingo, 19 de septiembre de 2021

_- La increíble historia de las 11 españolas que sobrevivieron al horror de Ravensbrück, el campo de concentración nazi de mujeres

_- En la localidad alemana de Ravensbrück, a 90 kilómetros de Berlín, los nazis hicieron construir en 1939 el único campo de concentración destinado exclusivamente a mujeres.

Ravensbrück significa en alemán "puente de los cuervos", y en aquel campo de concentración se escuchaba siempre el graznido de esos pájaros negros, que acudían al lugar atraídos por el olor a carne quemada que salía de sus cuatro hornos crematorios.

Aunque transcurrido un tiempo la mayoría de mujeres que entraban en Ravensbrück eran trasladadas a otros campos, unas 50.000 prisioneras perecieron allí a causa de las durísimas condiciones a las que estaban sometidas y otras 2.200 fueron asesinadas en sus cámaras de gas.

En total, unas 132.000 mujeres procedentes de 40 países padecieron humillaciones y atrocidades varias durante su estancia en el campo de concentración de Ravensbrück. Entre ellas, un grupo de 400 españolas.

La escritora y periodista española Mónica G. Álvarez, que lleva una década dedicada a la investigación del Holocausto y tiene varios libros sobre ese tema, ha reconstruido la historia de once españolas que llegaron a Ravensbrück a causa de su lucha por la libertad, que padecieron ese infierno y lograron sobrevivir.

En "Noche y niebla en los campos nazis" (editorial Espasa), aparecen mujeres excepcionales como Olvido Fanjul Camín, Elisa Garrido Gracia, Neus Català Pallejà, Braulia Cánovas Mulero, Alfonsina Bueno Vela, Elisa Ricol López, Constanza Martínez Prieto, Mercedes Nuñez Targa, Conchita Grangé Beleta, Lola García Echevarrieta y Violeta Friedman.

"Aquellas mujeres fueron capturadas tras luchar en España contra el fascismo y huir principalmente a Francia para participar en la Resistencia como miembros destacados. Su función fue fundamental para que sus camaradas masculinos pudieran operar", destaca Álvarez.

"En su lucha no les hizo falta empuñar un arma, pero sí saber combinar una vida cotidiana que les permitiera pasar desapercibidas con la complejidad de trabajar en la Resistencia".

"No eran espías, tenían trabajos normales y corrientes y pasaban información cuando obtenían algo, hacían de correo, ocultaban en sus casas a enemigos de Hitler o hacían labores de mecanógrafas y escribían a máquina la documentación primordial para la Resistencia", resalta la periodista.

En "Noche y niebla en los campos nazis", la autora traza los retratos de esas once luchadoras desde su infancia hasta su vejez.

Nacht und Nebel (NN, noche y niebla en alemán) es como los nazis denominaban a un tipo de prisioneros de los campos de concentración que, además de estar privados de libertad, tenían prohibida cualquier comunicación con el exterior, vivían en condiciones extremadamente precarias y estaban condenados literalmente a desaparecer, porque su destino final era la cámara de gas.

Varias de las españolas cuyas biografías se narran en el libro estaban catalogadas así, como prisioneras NN, pero lograron sobrevivir.

"Lo único que empujó a esas mujeres a sobrevivir fue su creencia acérrima en la democracia, en la justicia social y, sobre todo, en la igualdad. Lejos de amilanarse ante las torturas sufridas a manos de los nazis, se rebelaron para luchar contra la opresión y el totalitarismo y, una vez libres, la mayoría dedicó gran parte de su vida a levantar la voz para que nadie olvidase la tragedia del Holocausto. Su voz fue y sigue siendo un ejemplo de heroicidad", señala la autora.

Jornadas de trabajo extenuantes y exámenes ginecológicos
Ravensbrück estaba custodiado por guardianas nazis ataviadas con látigos, pistolas y perros, para las que las prisioneras no eran personas, sino meros números de identificación que eran agrupados según sus "delitos": ser judías, gitanas, lesbianas, testigos de Jehová, delincuentes comunes o presas políticas.

En Ravensbrück las prisioneras vivían en deplorables condiciones de higiene, eran obligadas a extenuantes jornadas de trabajo de hasta 16 horas y soportaban la brutal violencia de las guardianas de las SS. Pero las once españolas no sólo no se rindieron, sino que en muchos casos siguieron luchando contra el nazismo.

"Usaron el sabotaje. Reducían la producción de material armamentístico que tenían que fabricar diariamente y hacían de todo para adulterar la calidad de la pólvora. Sabían que ese material sería usado contra los aliados y que, si evitaban que esas armas funcionasen, estaban salvando las vidas de los suyos. Era una forma muy inteligente de combatir al enemigo desde dentro", subraya la autora.

Además, en Ravensbrück las mujeres crearon profundas redes de solidaridad que proporcionaron a muchas el empuje necesario para vencer la depresión, soportar el trabajo esclavo y las torturas a las que eran sometidas. Torturas que en muchas ocasiones estaban relacionadas con el hecho específico de que fueran mujeres.

Entre las vejatorias situaciones que las internas padecieron en Ravensbrück estaban los exhaustivos controles ginecológicos efectuados sin ninguna higiene y en condiciones vergonzosas. "Con un mismo utensilio examinaban y tomaban muestras de las vaginas de todas las presas. Poco importaba si algunas tenían tuberculosis o sífilis", subraya Álvarez.

Y eso era sólo el principio. A Elisa Garrido la violaron y le sacaron el feto que llevaba dentro.

"Vaciaban a todas las mujeres para que no tuviesen hijos, les dejaban con el vientre abierto para que muriesen, pero a ella la volvieron a coser", recuerdan sus sobrinos Pilar Gimeno y Clemente Arellano. "Le abrieron para sacarle un feto, como hacían con todas las mujeres que quedaban embarazadas por los abusos y las violaciones a las que las sometían los soldados alemanes, y sobrevivió".

"A todo mi grupo nos pusieron una inyección para eliminarnos la menstruación con la excusa de que seriamos más productivas. Ocurrió en 1944, no la volví a tener hasta 1951(…). Se salvaron muy pocas; los bebés nacidos eran automáticamente exterminados, ahogados en un cubo de agua, o los tiraban contra un muro o los descoyuntaban. Ellas agonizaban por las malas condiciones del parto o se volvían locas por la importancia de presenciar tales asesinatos". Son palabras de Neus Català Pallejà, otra de las españolas que pasaron por Ravensbrück y que al salir del campo de concentración pesaba sólo 35 kilos.

Los nazis consideraban a los niños una carga, así que en los campos de concentración todos los bebés y los menores de ocho años eran directamente asesinados.

"Mataban al hijo cuando nacía. Los ahogaban en un balde de agua... o las SS los cogían de los pies y los tiraban contra un muro. Se decía que a muchas mujeres les ponían inyecciones para retirar la menstruación. A nosotras no, quizás porque éramos el último convoy en llegar. Pero, eso sí, nos revisaron a todas ginecológicamente de arriba abajo, sin ninguna higiene, con los mismos utensilios. Era humillante y repugnante", contó Conchita Grangé Beleta.

Ella misma fue testigo de un suceso abominable que la marcaría para siempre: presenció el asesinato a manos de una guardiana —según todos los indicios Dorothea Binz, la supervisora en jefe de Ravensbrück durante una época— de tres niños.

"Lo recuerdo perfectamente. Uno de ellos, el más pequeño, tenía sólo tres o cuatro años y corría por la calle de los barracones. Una de las Aufseherinnen (guardianas en alemán) le gritó, pero el niño no la escuchó y ella le lanzó al perro. Lo mordió y lo destrozó. Después, ella le remató dándole palos con la porra".

A partir de los 9 años a los niños se les perdonaba la vida, pero eran destinados a trabajos forzados, obligándoles con frecuencia a manipular ácidos. La mayoría moría por las durísimas condiciones de vida...

Leer todo aquí, https://www.bbc.com/mundo/noticias-58515501

domingo, 9 de mayo de 2021

_- M- El hombre de la providencia. Elogio de la violencia, desprecio de la inteligencia: así habla un fascista



_- Tras la intervención inaugural del secretario, el congreso prosigue de manera rápida y singular. Se aplaude mucho, muchísimo, se habla poco, brevemente, los oradores ya inscritos renuncian a sus intervenciones, todos los puntos del orden del día se aprueban por unanimidad. No hay mención alguna, ni vaga siquiera, a disputas internas. Se rumorea por los pasillos que Mussolini parece haber dicho: “Estoy con la batalla del trigo y con la de la lira, tengo que resolver cuestiones internacionales, estoy preparando las leyes para la reconstrucción fascista, no me toquéis los cojones con asuntos de partido”. Y el partido tampoco parece querer defraudarlo en esta ocasión, accede, cede el paso y en el Augusteo se celebra un congreso al puro estilo fascista: el hecho consumado siempre precede a la doctrina. El programa anunciado a la prensa se reduce a la mitad en el curso del día.

De esta manera, Benito Mussolini puede subir a la tribuna para su discurso final en la misma tarde del 22 de junio. Se muestra en excelente forma y de excelente humor, casi locuaz. Promete a su auditorio “una hora de gran jolgorio”. Sigue estando delgado, es cierto, pero en apariencia sano y fuerte. No parece que quede en él rastro alguno de la ulceración del duodeno. También parece, desmatteotizado, como diría el secretario.

—Sabía que ninguno de vosotros había envejecido. Sin embargo, temía que cuatro años de tiempo le hubieran dado a vuestra complexión ese exceso de adiposidad que acompaña el triste paso de los cuarenta años. En cambio, seguís aún ágiles, muy ágiles, musculosos, verdaderamente dignos de seguir encarnando a la juventud de Italia.

Aplausos. Gritos de júbilo. Más aplausos. Luego, después del orgullo, después de los saludos, después de la pulla a la “misteriosa divinidad de la opinión pública que a los fascistas no nos puede traer más al pairo”, la primera palabra política es para la violencia:

—Ya sabéis lo que pienso sobre la violencia. Para mí es profundamente moral, más moral que el compromiso y la transacción —¡Muy bien! Gritos de aprobación. Calurosos aplausos.

Dedica apenas un momento para aclarar que la violencia siempre debe ser guiada por el ideal y ya se pasa al interludio cómico. El orador hace una pausa, escruta el auditorio con aire astuto y luego continúa:

—Ahora voy a haceros una confesión que os dejará el alma completamente espeluznada —otra pausa—. ¡No he leído nunca una sola página de Benedetto Croce! —carcajadas, aplausos, vivísima hilaridad.

También la mofa del tipo humano del intelectual es breve, ágil, airosa, libre de adiposidad. Este Mussolini no tiene tiempo para demorarse en esa raza de hombres que tienen el mérito de decir siempre algo cierto y el privilegio de no ver nunca la verdad. Un poco de inteligencia está bien, pero solo lo suficiente para criticar al adversario.

—¡La cultura universitaria ha de asimilarse rápidamente y ser expulsada con igual rapidez! —vivísima hilaridad—. Digámoslo francamente: ¡antes que al catedrático impotente prefiero al escuadrista que actúa!

Como exaltado al ver el cadáver del enemigo, abatido en la befa, el Duce del fascismo despega. Pasa rozando apenas por la tan debatida cuestión del cumplimiento del Estatuto, fulminándola (”el Estatuto, señores míos, no puede ser un gancho al que estén condenadas a ahorcarse todas las generaciones italianas”) y alza después el vuelo hacia el futuro. “¿Qué queremos? Algo soberbio: queremos que los italianos escojan, queremos la fascistización del país, queremos crear un nuevo tipo de italiano, el hombre fascista”, al igual que hubo el hombre del Renacimiento y el de la latinidad, un italiano valiente, intrépido, franco, trabajador, respetuoso, un italiano nuevo.

En las últimas semanas, el presidente del Gobierno ha presentado un proyecto de ley que prevé la depuración del personal no fascista de la Administración pública, otro que anula lo poco que queda de la libertad de prensa, un tercero que refuerza aún más el poder del Ejecutivo, ha proscrito las asociaciones secretas que se resisten a su poder y, haciéndose cargo del Ministerio de Guerra y del de Marina, acumula en sus manos todo el poder de las fuerzas armadas. De manera que, ahora, percibiendo el campo despejado frente a él para disputar el palio de la dictadura, en un crescendo de entusiasmo delirante y de generosa negativa a conformarse con el mezquino presente, Benito Mussolini tiene una visión del futuro, ve el alba de un nuevo mundo. Desde la tribuna del Teatro Augusteo de Roma, ya curado de la úlcera duodenal que le hizo vomitar sangre, el Duce del fascismo ve a las nuevas generaciones:

—A veces sonrío ante la idea de generaciones de laboratorio, es decir, de crear la clase de los guerreros, que siempre están dispuestos a morir; la clase de los inventores, que persiguen el secreto del misterio; la clase de los jueces, la de los grandes capitanes de la industria, la de grandes exploradores, la de los grandes gobernantes...

Hasta a eso le impulsa su pasión por el mañana: Benito Mussolini se atreve a soñar con castas. El objetivo es siempre el mismo: el imperio. Fundar una ciudad, descubrir una colonia, crear un imperio, esos son los prodigios del espíritu humano.

La última palabra, como la primera, se reserva de nuevo para la violencia. “La bandera del fascismo ha sido confiada a mis manos y estoy dispuesto a defenderla contra quien sea, incluso a costa de mi sangre”.

Como un miasma, el olor dulzón de la sangre se esparce, vaporoso, sobre el público, sacudido por un aplauso interminable, mientras el Teatro de Augusto aclama el discurso del presidente.

Puesto en pie de un salto desde su trono dorado, Roberto Farinacci se despelleja las manos, irrumpe en carcajadas, vitorea. Es el retrato de un hombre feliz.

Fragmento de ‘M. El hombre de la providencia’, de Antonio Scurati. Traducción de Carlos Gumpert. Alfaguara, 2021. 592 páginas. 22,90 euros. Se publica el 6 de mayo.

https://elpais.com/babelia/2021-05-04/elogio-de-la-violencia-desprecio-de-la-inteligencia-asi-habla-un-fascista.html

miércoles, 10 de junio de 2020

Justicia contra impunidad. El crimen de 1989 contra los jesuitas se inscribió en el clima de persecución de los poderes oligárquicos contra el cristianismo liberador.

El 16 de noviembre de 1989 el batallón Atlacatl, el más sanguinario del Ejército de El Salvador (Centroamérica), asesinó con premeditación, nocturnidad, alevosía e impunidad en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) a los jesuitas Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Manuel Moreno, Joaquín López, Amando López e Ignacio Ellacuría, a Julia Elba Ramos, trabajadora doméstica, y a su hija Celina Ramos, de 15 años. Anteriormente, la UCA había sido objeto de cateos, ataques con bombas que destruyeron parte de las instalaciones, del material informático y de la documentación universitaria. Su rector, Ignacio Ellacuría, recibió numerosas amenazas de muerte que le obligaron a abandonar el país en repetidas ocasiones.

Los crímenes, que causaron una gran conmoción mundial, se inscribían en el clima de persecución de los poderes oligárquicos, el Gobierno, el Ejército, la Guardia Nacional y los escuadrones de la muerte, todos coaligados, contra el cristianismo liberador de El Salvador, formado por las comunidades de base, un sector del clero del lado de las organizaciones populares y los teólogos y científicos sociales de la UCA que educaban al alumnado y a la ciudadanía en una conciencia crítica al servicio de las mayorías populares bajo la guía de la teología de la liberación.

Los jesuitas estaban comprometidos en el trabajo por la justicia en una sociedad estructuralmente injusta, en la lucha por los derechos humanos en un país donde se transgredían sistemáticamente, en la defensa de la vida de quienes la tenían más amenazada, y en el trabajo por la paz a través de la no violencia activa en medio de la violencia institucional.

La persecución se producía con el silencio cómplice del Vaticano bajo el pontificado de Juan Pablo II, y de su principal ideólogo el cardenal Ratzinger, quienes acusaron a los teólogos de la UCA de abrazar el marxismo acríticamente, haber creado división en la Iglesia salvadoreña e incluso legitimar la violencia.

En la represión contra la Iglesia de los pobres había sido asesinado antes por la Guardia Nacional el jesuita Rutilio Grande, junto con el campesino Manuel Solórzano y el joven Nelson Rutilio Lemus, por haber contribuido a despertar la conciencia del campesinado en la defensa de sus derechos; monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, por sus sistemáticas denuncias de la violación de los derechos humanos y de las masacres contra poblaciones enteras; cuatro religiosas estadounidenses por su opción en favor de los sectores más vulnerables de la sociedad; y líderes de comunidades de base y activistas de los derechos humanos.

Las personas asesinadas pusieron en práctica la máxima de Epicuro: “Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del ser humano”. Hicieron realidad el verso del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”. Y pusieron en práctica el principio-compasión con las víctimas formulado por Jesús de Nazaret: “Misericordia quiero, no sacrificios”. Como dijera Ignacio Ellacuría, “no lucharemos por la justicia sin pagar un precio”. Y bien caro que lo pagaron.

Durante más de treinta años, los crímenes de aquella fatídica madrugada de noviembre de 1989, decididos por el Estado Mayor del Ejército salvadoreño y ejecutados por el Batallón Atlacatl, han quedado impunes. Hace más de diez años la Asociación Pro Derechos Humanos (APDHE) y la familia de Ignacio Martín-Baró interpusieron una querella contra los responsables de tamaños crímenes para que se hiciera justicia a las víctimas y al pueblo salvadoreño. Tras una investigación judicial compleja, se inicia este lunes el juicio en la Audiencia Nacional contra Inocente Orlando Montano, coronel y viceministro de Seguridad Pública entonces, acusado de asesinato y terrorismo cometidos en el contexto de crímenes internacionales. El proceso será dirigido por los abogados Almudena Bernabéu y Manuel Ollé en nombre de la APDHE y de las víctimas.

Estamos ante un día histórico ya que se abre el camino para terminar con tan larga impunidad, buscar la verdad, hacer justicia a las víctimas y rehabilitarlas en su dignidad negada por tantos años de olvido judicial.

Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor, con José Manuel Romero, de Ignacio Ellacuría, Teología, filosofía y critica de la ideología (Anthropos).

https://elpais.com/espana/2020-06-07/justicia-contra-impunidad.html

lunes, 6 de abril de 2020

Visnja Pavelic, la hija del genocida: medio siglo recluida en su piso de Madrid

La anciana Visnja veneraba la figura de su padre, Ante Pavelic, bajo cuyo régimen auspiciado por Hitler fueron asesinadas en Croacia más de 300.000 personas y quien falleció en 1959 en la España de Franco, que le dio cobijo con la máxima discreción. Antes de morir, ella nos abrió las puertas de su casa en Madrid. Y allí no encontramos culpa. Solo encontramos odio. Odio enquistado.

La hija del genocida vivía sola en un piso de Madrid que siempre estaba en penumbra. Solía tener las persianas de la sala a medio bajar y las cortinas cerradas. La anciana pasaba día tras día enclaustrada —así durante años, durante décadas, durante medio siglo— trabajando maniáticamente en el archivo de su padre, acumulado en un cuarto lleno de torres de carpetas ajadas. El silencio solo se alteraba por la tarde, cuando se sentaba a descansar en el sofá y ponía su tocadiscos para escuchar una ópera de Verdi o la voz de su barítono favorito, Gino Bechi.

Visnja Pavelic, fallecida en 2015, era la hija predilecta de Ante Pavelic, el dictador croata acogido por Franco que murió en la capital de España en 1959. Un fascista bajo cuyo mandato, auspiciado por la Alemania nazi, se persiguió desde 1941 hasta 1945 a serbios, judíos, gitanos y opositores; se operaron campos de exterminio y fueron asesinados más de 300.000 civiles, según las estadísticas del Museo del Holocausto de Estados Unidos. “Fue un régimen monstruoso y él era su líder. Para mí está al mismo nivel que Hitler”, dice Hrvoje Klasic, historiador de la Universidad de Zagreb. Ese hombre pasó sus dos últimos años de vida como un viejecito apacible dando paseos por Madrid. En una de las fotografías inéditas de la época que su hija cedió a El País ­Semanal aparece en la Puerta del Sol vestido con sobriedad, de oscuro, con sombrero y un largo gabán negro. Su rostro ha envejecido mucho, los músculos de su cara se han aflojado y su gesto es inofensivo; no frío, apretado y caudillesco como en sus retratos de los años cuarenta. Además, se había dejado crecer el bigote. Conservaba, eso sí, dos de sus rasgos más característicos: sus grandes y espesas cejas y sus enormes orejas, cuyos lóbulos le colgaban como bistecs. Al morir, con 70 años, la agencia Cifra comunicó de forma escueta que fue enterrado en Madrid en el cementerio de San Isidro “durante una ceremonia fúnebre dentro de la más estricta intimidad” y se limitó a decir: “El doctor Ante Pavelic fue jefe del Estado croata durante la II Guerra Mundial”. El diario Abc situó su breve necrológica al final de una página bajo un apartado de Ecos de Sociedad en el que se daba noticia de una boda, una petición de mano y unos juegos florales infantiles.

Hitler y Pavelic en 1944.
Hitler y Pavelic en 1944. CORDON PRESS —

¿Quiere usted un pedacito de chocolate?
La hija del genocida era una mujer seria pero amable, educada y siempre trataba de usted. Me recibió varias veces en su casa en sus últimos años de vida. Parecía que le agradaba tener compañía y hablar de la historia de su padre, aunque no quería que se publicase nada de aquellos encuentros hasta unos años después de su muerte. Cuando se terminaban las conversaciones y me despedía, me acompañaba hasta la puerta, pequeña y jorobada, repitiendo en su español de sintaxis ortopédica, correoso acento eslavo y dejes argentinos retenidos de su primera fase de exilio:

—Pero de todo esto antes de mi muerte nada, eh, nada.

Vivía obsesionada con la discreción. No quería que se hablase de ella ni que le hiciesen fotografías, y vigilaba con un celo patológico la tumba de su padre. “Iba con una sillita de tijera, se sentaba y se pasaba las tardes protegiendo su sepultura”, recordaba hace tres años Almudena Moreno, gerente de San Isidro. Como temía que los serbios fuesen a profanar su tumba, le colocó una lápida muy pesada y pidió al cementerio que no se diesen señas a extraños de dónde estaba enterrado. “Transmitía pánico”, contaba Moreno. “Yo le decía: ‘Usted tranquila, que a España no van a venir a buscarlo”. Su desasosiego se extendía hacia la posteridad y dejó hecho un trámite ante el Ministerio de Justicia prohibiendo que en un futuro los restos de su padre pudieran ser exhumados. Visnja Pavelic murió el día de Navidad de 2015, a los 92 años. Fue incinerada, y sus cenizas fueron depositadas con su padre, su madre y su hermano en San Isidro, donde continúan hasta la fecha.

Los cuatro vivieron juntos en Madrid dos años, desde que llegaron en 1957 hasta que murió el patriarca. A Visnja le encantaba la fotografía y le gustaba que se retratasen en sus excursiones. En una de ellas posan en Santa Pola, al borde del Mediterráneo. Visnja sonríe relajada. Velimir, su hermano, tiene una expresión formal, afable. María, su madre, lleva gafas de sol y su rictus luce algo contraído. Su marido está de perfil. Bajo el ala del sombrero asoma la mirada dura de antaño. La austeridad de la familia contrasta con la sospecha de que el sátrapa huyó de Croacia con una fortuna robada a sus víctimas y a su Estado. En el libro Croatia Under Ante Pavelic (2014), el historiador Robert B. McCormick apunta que Pavelic pudo desviar millones a Suiza durante la guerra y menciona un informe de la CIA según el cual en los últimos compases del conflicto, viendo desmoronarse a su protector Hitler y con vistas a su propia huida, mandó a Austria 12 cajas llenas de oro y joyas. Eso habría sucedido 14 años antes de otra de las fotografías de su hija, en la que los cuatro están sentados como domingueros a la sombra de unos pinos, con su Volkswagen Escarabajo aparcado al borde de la carretera. Visnja no recordaba con seguridad dónde la habían tomado, pero creía que pudo ser durante la última salida que hicieron con su padre en 1959, una visita al Valle de los Caídos, recién inaugurado. A Pavelic, con su inseparable sombrero, se le ve débil, con los hombros vencidos y una mirada lejana. Recuerda a Vito Corleone en El Padrino, exangüe, antes de morir.

El mafioso siciliano de la ficción y el tirano croata fallecieron igual, de viejos y por las secuelas de atentados —tiempo después—. A Corleone lo tirotearon mientras compraba naranjas en un puesto callejero de Nueva York. A Pavelic le dispararon varias balas cuando llegaba a su casa a las afueras de Buenos Aires, en 1957. “Entró de pie y dijo: ‘Me han dado”, rememoraba su hija. No se sabe quién intentó asesinarlo. Se ha especulado con que fueron pistoleros enviados por Tito, el dictador de la Yugoslavia comunista. Visnja lo negaba —“Los serbios pedían su extradición, lo querían vivo”— y sostenía que habían sido compatriotas suyos para hacerse con el control del exilio croata.

Al terminar la guerra, en 1945, Pavelic se escapó a Italia, donde se escondió en un monasterio jesuita. “Nunca nadie lo ha sabido. Solo nosotros, ¡ja!”, me dijo, muy complacida. En 1948, con el nombre falso de Antonio Serdar, embarcó en Génova hacia Argentina, siguiendo la ruta clandestina conocida como ratline por la que se fueron a Latinoamérica nazis como Adolf Eichmann, Klaus Barbie o Josef Mengele. La familia Pavelic se asentó en Buenos Aires con permiso del Gobierno de Perón y pasó allí una década. Pavelic montó una empresa de construcción. También tuvo un telar y una granja. “Teníamos gallinas”, me dijo Visnja. “Yo recogía los huevos por la mañana”.
Visnja Pavelic, con un joven croata, ante la tumba de su padre en el cementerio de San Isidro, Madrid.
Visnja Pavelic, con un joven croata, ante la tumba de su padre en el cementerio de San Isidro, Madrid. ARCHIVO VISNJA PAVELIC

Durante las entrevistas se sentaba en el sofá del salón debajo de un retrato a carboncillo de su padre, repeinado, hosco, con chaqueta blanca de mariscal.

—¿Usted no cree que sea culpable de nada?

—No, en absoluto.

En nuestros primeros encuentros solía levantarse cada poco a rebuscar documentos con los que trataba de demostrar que su padre no había sido el hombre abyecto que fue. Se perdía por el pasillo de casa, entraba en su despacho y se empezaba a escuchar un tremolar de papeles ansioso. Al cabo de dos o tres años, la osteoporosis la fue lisiando y se incorporaba menos, al final muy a duras penas y con ayuda de un andador. Entonces su recorrido por el pasillo era lento e iba acompañado de un ruidoso traqueteo, pero la mujer era más tenaz que la propia osteoporosis y alcanzaba sus legajos y volvía con ellos y volvía a repetir lo mismo de siempre.

—Es todo mentira. Todo lo que dicen de mi padre es mentira. Todo, todo.

El Estado Independiente de Croacia, instalado por los nazis después de su invasión de Yugoslavia en 1941 y dirigido por Pavelic hasta 1945, tenía como objetivo lograr una nación pura en lo étnico y en lo religioso, netamente croata y católica. En su mayor campo de concentración, Jasenovac, fueron asesinadas al menos 83.145 personas según datos oficiales; entre ellos, 47.627 serbios, 16.173 romaníes y 13.116 judíos; 20.101 del total eran niños menores de 14 años. Los ustasha —rebeldes en croata; como se conocía a los soldados de Pavelic— mataban con una ferocidad que impactaba incluso a sus aliados nazis. En el libro Ustasa (1998), el historiador Srdja Trifkovic pone en boca del general Von Glaise-Horstenau, representante militar del Führer en Croacia, que la “revolución” de Pavelic había sido “con mucho la más sangrienta y horrible” de todas las que había visto. “En la infame Jasenovac”, escribe Robert McCormick, “miles de hombres, mujeres y niños fueron masacrados con balas, hachas, martillos y con cualquier otra herramienta al alcance”. El apetito asesino de los ustasha solo era comparable, dice, “al de los miembros de las SS más maniacos del III Reich”. El relato 44 meses en Jasenovac (2016), del superviviente Egon Berger, es una suma de detalles atroces: “El eco de alaridos horripilantes atravesaba el cuarto mientras Milos rajaba su cuerpo de arriba abajo, para luego cortarle el cuello”, “Uno de los ustasha, un niño de 12 años, sacó su cuchillo y le cortó las orejas al sacerdote”, “Mientras los alemanes envenenaban a sus víctimas y luego las quemaban, los us­tasha arrojaban a humanos vivos al fuego”, “El cementerio apestaba en los días más cálidos porque los cadáveres estaban enterrados en tumbas muy poco profundas. En ese mismo campo, donde fueron enterrados nuestros amigos y familiares, los ustasha habían plantado tomates”.
Ante Pavelic, de sombrero, paseando por la Puerta del Sol de Madrid.
Ante Pavelic, de sombrero, paseando por la Puerta del Sol de Madrid. ARCHIVO VISNJA PAVELIC

 —Lo de Jasenovac es todo una exageración —me dijo la anciana—. Era un campo de trabajo, y había pobreza, pero tenían médicos, sus propios dirigentes, todo lo que querían. Eso no era ­Auschwitz, ¿comprende? Estaban todos vivos y tranquilos.

De todas las salvajadas atribuidas a su padre, le irritaba especialmente una anécdota relatada por el periodista Curzio Malaparte en su libro Kaputt. Malaparte, que tendía a aliñar sus crónicas con literatura, describe una entrevista con Pavelic en su despacho en la que el caudillo, en traje militar y con botas de montar, tenía una cesta de mimbre sobre el escritorio. La tapa estaba medio abierta. Siempre según su relato, Malaparte pensó que eran moluscos frescos y le preguntó si eran ostras de Dalmacia. “Ante Pavelic levantó la tapa del cesto, sacó un puñado de viscosas y gelatinosas ostras y, lanzándome una de sus sonrisas llenas de bondad y cansancio, dijo: ‘Es un regalo de mis fieles ustasha: veinte kilos de ojos humanos”.

—¡Ja! —exclamó ella—. ¡Increíble lo que dice este hombre! Todo falso, es todo falso.

Sobre la mesa de la sala tenía un libro titulado La industria del Holocausto y los tres diarios que compraba cada mañana, EL PAÍS, El Mundo y Abc. Insistía en que su padre no había sido “ni nazi ni fascista”, sino un nacionalista que luchó “por la liberación de Croacia del yugo serbio”. No mostraba ni el más remoto sentimiento de culpa.

No parecía cínica. Parecía ciega.

Esa fue una actitud repetida entre los descendientes de jerarcas nazis. En su libro Hijos de nazis (2016), Tania Crasnianski pone ejemplos: “En el caso de los hijos, las defensas mentales son, en efecto, muy fuertes. Gudrun Himmler siempre se caracterizó por su total falta de perspectiva frente a la figura paterna”. Como Gudrun, “Edda Göring sentía un amor inalterable por su padre y se negaba a ver en él a uno de los iniciadores de la Shoah”. Edda, como Visnja, “vivió atrincherada en una pequeña vivienda de Múnich y el apartamento era un museo a la gloria de ese hombre”. Wolf Rüdiger Hess siempre idealizó a su padre y “nunca dejó de considerarlo un mensajero de la paz”.

Desde los tiempos de Buenos Aires, Visnja se convirtió en la persona de confianza de su padre. Después del atentado, organizó en secreto su salida hacia España. Desde Madrid, un cura croata le comunicó que el canciller español Fernando María Castiella había dado luz verde a la llegada de Pavelic con una condición: “Pídales solo una cosa, padre: discreción”. En Madrid alquilaron un apartamento junto al Retiro. Ella salía a diario con su padre a dar paseos por el parque. Organizaba sus papeles y los contactos con la diáspora del sátrapa exánime. En la última fotografía que se hicieron, el viejo, sentado, tiene la mirada ausente y una mano apoyada con delicadeza en la sien. Su hija, de negro mortuorio, mira de pie a la cámara, dura como un pedernal.

Cuando él murió, se quedaron solos María, Visnja y Velimir. En 1961 se mudaron al piso en propiedad en el que pasarían el resto de sus vidas. María, la madre, cocinaba, cosía y se ocupaba de la casa. Murió en 1984. Velimir tocaba el violín y se pasaba horas encerrado leyendo libros de filosofía e historia política, escribiendo aforismos y encadenando un cigarrillo detrás de otro. Murió de un cáncer de pulmón en 1998. La casa estaba en la zona de Concha Espina, cerca del Santiago Bernabéu. Visnja recordaba que los fines de semana se oían desde la sala los goles del Real Madrid, pero nunca tuvieron la curiosidad de recorrer los 10 minutos que los separaban del estadio para ver a Di Stéfano, Amancio o Butragueño.

Se mantenían, decía, gracias a los derechos de los escritos de su padre —entre otros, Errores y horrores, un ensayo anticomunista que citaba con reverencia— y de las contribuciones que hacían a la familia Pavelic las organizaciones del exilio desde países como Canadá o Australia. Visnja quedó como heredera simbólica de su padre, y el sepulcro de San Isidro, como un santuario para nostálgicos ustasha. Durante la guerra de los Balcanes, los milicianos croatas cantaban con las armas en la mano al volver del frente: “En Madrid hay una tumba de oro y en ella descansa Pavelic, caudillo de todos los croatas. Levántate, Pavelic, por ti moriremos todos”. Cada vez que jugaba en España un equipo de fútbol croata, los hinchas radicales, e incluso los futbolistas, visitaban el cementerio y la buscaban a ella para presentarle sus respetos. En otra fotografía de su archivo personal aparece junto a la tumba acompañada por un joven ataviado con un traje tradicional croata. En aquella señora de gafas y pelo blanco, menuda como un pajarito, latía todavía una ultranacionalista que expresaba un odio genocida hacia los serbios: “Son creados criminales. No hay un serbio que no sea criminal. ¡No han hecho otra cosa más que matar! Nada más. Matar es cosa genética en ellos, y nosotros lo único que hemos hecho es defendernos”, me dijo.(*)

La última vez que la vi le costaba mucho moverse. Llevaba al cuello un botón de emergencias para personas de la tercera edad. Ya apenas se comunicaba en persona con nadie, aparte de su empleada de la limpieza y de una sobrina que vivía en Ontinyent, Valencia, y a veces iba a visitarla. Contactada por personas interpuestas, su sobrina no quiso participar en este reportaje, y cuando nos desplazamos a Ontinyent para tratar de hablar con ella, el Ayuntamiento de este municipio de ambiente manso y soleado nos informó de que no seguía empadronada allí.

En aquella última visita, la anciana me contó que un investigador croata se había llevado de su casa tres baúles llenos de documentación sobre Pavelic para enterrarlos en algún lugar de Croacia.

—¿Por qué enterrarlos? —le pregunté.

—Para que esté todo seguro —respondió—. Debajo de tierra estará todo seguro, seguro.

A continuación me entregó la última fotografía de su padre.

El cuerpo del dictador en el hospital Alemán de Madrid, tendido en bata en una cama con un ramo de flores sobre las piernas. En su quijada, en sus pómulos, en su nariz se marca la rigidez de la muerte, y permanecen ahí esas ominosas cejas negras, aquellas enormes orejas. Sobre el cabecero de la cama había un crucifijo, y a los lados, dos tétricos cirios con la llama encendida. Por la ventana, con las cortinas abiertas, entra una luz enferma de invierno que ilumina su cadáver.

—Fue muy difícil ser hija de este hombre —dijo Visnja Pavelic—. Muy difícil.

https://elpais.com/elpais/2020/03/17/eps/1584471192_157479.html

* Esto de reflejar fielmente lo que ella dice, al parecer por "respeto" a la libertad de expresión, de estos personajes que no respetaron no ya la opinión, sino la vida, y su maldad llegó a los peores crímenes y torturas, es ya no solo una ignominia, sino una muestra de falta de justicia y profesionalidad.

Como el que oye a uno que afirma, está lloviendo y a otro que dice lo contrario, y publica las dos afirmaciones como ejemplo de "neutralidad". Con lo fácil que sería comprobarlo y constatar la verdad.

El periodista muestra un "respeto" por estos personajes que ellos claramente no merecen. El fue un asesino genocida y criminal y ella una colaboradora de su huida, ocultamiento y evasión ante la justicia que no merecía. 

La Iglesia tampoco ha dado ejemplo, ni de amor y respeto por la justicia, ni de bondad al procurarle la protección, ocultación y evasión a semejante criminal genocida.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Pasado y presente. Conocer y aceptar la historia crea ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, capaces de enfrentarse con autoridades abusivas y de defender derechos propios y ajenos

El pasado alemán, manchado por el desencadenamiento de las dos guerras del siglo XX y por el genocidio judío, ha dado lugar a múltiples trabajos históricos y a muy sustanciales reflexiones ético-políticas sobre el papel del mal en las comunidades humanas o la alteración de la conducta personal en situaciones emocionales masivas. Sobre ello vuelve también Los amnésicos,libro de la periodista e investigadora francoalemana Géraldine Schwarz. Pero lo supera y sugiere otras muchas cosas.

Schwarz establece, para empezar, la responsabilidad de todos los alemanes en lo ocurrido: exceptuando, naturalmente, a los oponentes activos al nazismo —que bien caro lo pagaron—, la sociedad no se opuso a la escalada de medidas antisemitas de 1933-1938, como no se opuso a la matanza posterior, ni puede simular que no supo lo que estaba ocurriendo. Pero la responsabilidad se extiende igualmente a franceses, italianos, húngaros, polacos o tantos otros, que tampoco protegieron a sus judíos amenazados. Aquellas sociedades —todas desgarradas internamente, ante aquel conflicto, y todas plagadas de colaboracionistas— coincidían sin embargo en 1945 en percibirse a sí mismas como meras víctimas de los nazis.

La autora distingue, por supuesto, grados de responsabilidad, sobre todo individual. No es lo mismo pasividad que aquiescencia, delación, lucro aprovechando la situación o apoyo entusiasta. Pero reconoce la dificultad de atribuir responsabilidades colectivas, es decir, de dividir con trazos gruesos a las comunidades que viven situaciones traumáticas en grupos de verdugos y víctimas. Una dificultad que aumenta cuando se proyectan tales culpas sobre las generaciones siguientes. Porque, sobre todo en enfrentamientos ideológicos —los étnicos perviven más—, el tiempo diluye las identidades, los descendientes de los protagonistas originarios no siempre perpetúan las posiciones políticas de sus padres o abuelos e incluso se mezclan y tienen hijos comunes. Tampoco es lo mismo sufrir personalmente una dictadura, una guerra civil o un genocidio que oírselo contar a nuestros padres; y no digamos vivirlo como tercera generación, a través de nuestros abuelos. Si la memoria individual es traidora, la trasmitida puede acercarse a la pura distorsión.

A partir de 1945, la conciencia alemana frente a aquel pasado sucio evolucionó. Adenauer negaba cualquier colaboración de la población con el nazismo, a la vez que integraba sin pudor a los cuadros del NSDAP entre las élites de la nueva República Federal. En los sesenta, la rebelión universitaria y la libertad sexual facilitaron el distanciamiento y la denuncia del pasado nazi. Y en los ochenta estalló la disputa de los historiadores, o Historikerstreit: conservadores como Ernst Nolte exoneraban al país del nazismo, ocasional extravío causado por un grupo de criminales; el filósofo Jürgen Habermas y los historiadores “sociales”, en cambio, interpretaban las tragedias del siglo XX como culminación del Sonderweg, o “camino excepcional”, alemán, dominado desde Bismarck por un nacionalismo beligerante.

Con lo que finalmente se abrió el baúl de los recuerdos y las denuncias, que acabaron siendo en la Alemania occidental más completas que en cualquier otro país europeo. Alemania se convirtió en el modelo de un buen “trabajo de memoria”; lo cual permitió construir una sociedad civil y una democracia excepcionalmente sólidas. A partir de su reflexión sobre lo ocurrido, los alemanes interiorizaron unos valores y un espíritu crítico cruciales para una convivencia en libertad: al repudiar extremismos, dirigentes providenciales y discursos de odio contra otras comunidades, adquirieron mayor sentido de la responsabilidad. Síntoma, o consecuencia, de todo ello fue su generosa reacción ante la crisis de los refugiados sirios. No sólo la oficial. Cientos de ciudadanos recibieron los trenes de refugiados con pancartas multilingües de “¡Bienvenidos!” y bolsas de comida, agua, ropa, pelotas u ositos de peluche. Aquellos trenes de 2015 redimieron a Alemania, si tal cosa fuera posible, de los de 1942-1944.

Esta es la idea central del libro: que una aceptación honesta y crítica del pasado permite el desarrollo de actitudes democráticas y tolerantes en el presente. Cuando uno comprende que sus padres, sus abuelos, su comunidad, fueron responsables directos o indirectos de algunas barbaridades, cuando uno acepta la dificultad de atribuir con nitidez culpas colectivas, cuando uno se da cuenta de lo fácil que es convertirse en perseguidor, o consentidor de la persecución, cuando uno entiende las muchas caras de la historia y las confusas identidades que ha heredado, es probable que hoy esté más dispuesto a convivir con otras culturas, otras lenguas, otras creencias, otras posiciones políticas. En cambio, los educados en un mundo mental aislado, que sólo celebra los heroísmos y lamenta los sufrimientos de sus antepasados, que únicamente se percibe como descendiente de víctimas inocentes y nunca como heredero de vilezas, tienden a adoptar hoy posiciones de intolerancia, de simpleza ideológica, de repudio hacia el extranjero, de nostalgia fascista.

Dicho de otra manera: la multiculturalidad, la aceptación del diferente, el reconocimiento de sus derechos, a la vez que la fuerte convicción de los nuestros, se derivan de la comprensión de la complejidad de los problemas pasados; lo cual es un síntoma de personalidad sólida, y no débil, como tiende a creer el llamado sentido común, criadero de demagogias. La amnesia, en cambio, la ignorancia, la simplificación y sacralización del pasado, llevan al dogmatismo y al odio hacia los diferentes; indicio, de nuevo, de cualquier cosa menos de principios fuertes. Conocer y aceptar la historia, comprender las muchas maneras de evaluar las culpas ante los crímenes y tragedias ocurridos, ser consciente de la fragilidad de las identidades heredadas, crea ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, más capaces de enfrentarse con autoridades abusivas, de defender los derechos y libertades propios y reconocer los ajenos.

Nuestra experiencia lo ratifica diariamente. Los Gobiernos menos europeístas y más proclives al fascismo, como Hungría o Polonia, son también los que se apoyan en una visión simplista y autocomplaciente del pasado. Italia, que tampoco hizo su “trabajo de memoria” adecuadamente, sigue confiando en hombres providenciales, como Berlusconi o Salvini, y relativizando a Mussolini. El lepenismo francés, obsesionado con los inmigrantes, sigue instalado en la amnesia parcial que borra el colaboracionismo con los nazis mientras exagera la magnitud y hazañas de la Resistencia. Los propios alemanes educados en la antigua RDA, que glorificaba a los “héroes comunistas” opuestos al nazismo y no reconocía que nadie —en especial, ningún proletario— se hubiera sentido atraído por Hitler, son hoy quienes más votos otorgan a la AfD. Por no hablar de Israel.

El caso alemán permite pensar, pues, en otras muchas cosas: en la complejidad de la historia humana, en la necesidad que tiene una cultura democrática de evitar retroproyecciones simplificadoras y reivindicativas. El honesto reconocimiento de todo lo ocurrido, y no sólo de lo que ennoblece nuestra imagen o refuerza nuestra posición política, y la ecuanimidad —que no es equidistancia— son las claves de bóveda para una convivencia libre; y los imperativos éticos para un historiador.

José Álvarez Junco es historiador.

https://elpais.com/elpais/2019/07/12/opinion/1562931995_217161.html




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