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martes, 24 de noviembre de 2020

75 años de los juicios de Núremberg: ¿Qué revelaron los exámenes psicológicos que les hicieron a los nazis acusados?

Los juicios de Núremberg empezaron el 20 de noviembre de 1945 contra la cúpula nazi. Abajo a la izquierda, con lentes oscuros, está Hermann Göring, seguido de Rudolf Hess, los acusados de más alto rango.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la devastación fue tan enorme y los crímenes de guerra tan extensos que las fuerzas aliadas victoriosas determinaron que era necesario imponer algún tipo de castigo a los responsables de engendrar esa maquinaria de destrucción y exterminio contra la humanidad.

Hubo un tira y afloja entre los aliados sobre qué hacer con los líderes nazis capturados.

En un momento dado había quienes abogaban por ejecuciones sumarias, pero al final se consideró que un juicio realizado por un Tribunal Militar Internacional era importante para educar al mundo sobre lo que había sucedido.

Esos fueron los juicios de Núremberg, que se iniciaron un 20 de noviembre hace 75 años y terminaron el 1 de octubre del 1946.

Poco se sabe, sin embargo, de un extraordinario proceso de análisis psiquiátrico y psicológico de los prisioneros que se llevó a cabo paralelamente para tratar de encontrar los orígenes de su maldad.

Horas y horas de entrevistas, exámenes y observaciones generaron un sin fin de documentos que quedaron en el olvido y que en 2016 fueron rescatados en un libro titulado "Anatomía de la maldad: El enigma de los criminales de guerra nazis".

Su autor, el doctor Joel E. Dimsdale, profesor emérito de Psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, habló con BBC News Mundo.

El Palacio de Justicia y la prisión de Núremberg habían sobrevivido el bombardeo aliado.

Núremberg fue escogida como sede de los juicios por su valor simbólico ya que esta ciudad en Baviera había sido escenario de los multitudinarios desfiles y mítines políticos de los nazis en la antesala de la Segunda Guerra Mundial.

Pero también había una razón pragmática: contaba con un Palacio de Justicia que milagrosamente había sobrevivido al bombardeo aliado y en el que se instalaría el Tribunal Militar Internacional, y una prisión anexa que permitía la segura reclusión y vigilancia de los acusados que serían enjuiciados.

El primer proceso fue contra 22 miembros de la cúpula nazi y, aunque los fallos estaban prácticamente cantados (12 de ellos fueron condenados a morir en la horca), también hubo un llamado para realizar una investigación psicológica de los prisioneros para tratar de entender el origen de su maldad y los motivos de los horrores que cometieron.

"Toda prisión cuenta con la presencia de un psiquíatra y un psicólogo para mantener el ánimo de los reclusos con el fin de que estén en capacidad de enfrentar sus juicios y participar en sus defensa", explica el doctor Joel Dismdale.

Pero en Núremberg sucedió algo extraordinario: el trabajo conjunto de dos analistas brillantes cuya obsesión, iniciativa y ambición personal los llevaron a emprender una investigación exhaustiva con innumerables horas de entrevistas, observaciones, tests y evaluaciones de cada uno de los acusados.

Por un lado estaba Douglas Kelley, un psiquíatra militar, experto de fama mundial en la pruebas Rorschach, un test de evaluación de personalidad basado en la interpretación que hace el paciente de una serie de láminas con manchas.

Kelley fue el primero en acceder a los líderes nazis, pero como no hablaba alemán, le asignaron un igualmente brillante psicólogo militar de padres judío-austríacos para asistirle: Gustave Douglas.

"Su trabajo los puso en contacto íntimo con personalidades de tal grado de maldad que algunos pensaban que había algo profundamente dañado en ellos, que tenían algún tipo de disfunción cerebral o enfermedad mental", dice el profesor Dismdale.

"Esa preocupación añadida a la magnitud de su maldad fue lo que forjó la investigación de su estado psiquiátrico y psicológico".

Las pruebas de Rorschach fueron uno de los métodos que se utilizaron para analizar a los criminales de guerra.

Diferencias y rivalidades profesionales
A pesar de que Kelley y Douglas eran colegas de trabajo, se detestaban mutuamente y desarrollaron una rivalidad muy competitiva sobre a quién pertenecía el trabajo realizado. También se enredaron en discusiones filosóficas sobre la naturaleza del mal y la interpretación de las pruebas Rorschach.

El psicólogo creía que los test demostraban que los acusados nazis eran "otros", seres cualitativamente diferentes al resto de humanos, mientras que el psiquíatra los veía más como unos arribistas profesionales dispuestos a hacer lo que fuera para avanzar su carrera pero sin nada particularmente monstruoso en su comportamiento".

Debido a esa competencia y su diferencia de opiniones, los resultados de las pruebas Rorschach quedaron prácticamente sepultados, hasta que el doctor Joel E. Dimsdale recibió una visita inesperada.

"Estaba en mi oficina en Harvard cuando llegó este hombre sin cita previa, golpeó y entró con un estuche para cargar armas", cuenta el profesor de psiquiatría. "Me preguntó: '¿Usted es Dimsdale?'. Le dije sí. Se sentó en mi sofá y me dijo 'Soy el verdugo. He venido por usted', y abrió el estuche y salieron una serie de documentos de la Segunda Guerra Mundial". El hombre resultó ser uno de los encargados de las ejecuciones en Núremberg.

El doctor Dimsdale había concentrado sus primeras investigaciones en los sobrevivientes de los campos de concentración, pero motivado por este "verdugo", decidió hurgar en archivos ocultos y clasificados sobre los resultados de los psicoanálisis de los criminales de guerra para entender lo que había pasado.

El profesor Joel E. Dimsdale hurgó en los archivos de Núremberg para estudiar a cuatro de los criminales de guerra nazis.

Los "cuatro del apocalipsis"
Todos los acusados de Núremberg presentaban casos igualmente interesantes. Pero para su libro "Anatomía de la maldad", Dismdale decidió estudiar a cuatro que eran diametralmente opuestos en términos de sus antecedentes, comportamientos y reacciones ante el juicio al que se los sometió.

Estos fueron Robert Ley, líder del Reich y jefe del Frente Alemán del Trabajo; Julius Streicher, fundador del diario antisemita Der Stürmer y parte central del aparato de propaganda nazi; Rudolf Hess, Führer suplente; y Hermann Göring, la figura más poderosa del Partido Nazi y canciller de Alemania tras la muerte de Hitler.

Lo que más sorprendió al doctor Dimsdale al estudiar a estos cuatro individuos es que la maldad no es monocromática.

"Tienen que ser monstruos. Eso es lo que queremos que sean" Joel E. Dimsdale
Profesor de Psiquiatría, Universidad de California, San Diego
"Se presume que todos estos fueron monstruos de la misma talla, pero el hecho es que tenían diferentes antecedentes, estilos interpersonales diferentes", expresa.

"Unos podían ser encantadores cuando les convenía, otros eran tan desagradables que hasta sus propios colegas los despreciaban. Me sorprendió que pudieran ser tan variados pero al mismo tiempo fueran igualmente responsables de hechos tan monstruosos".

Personalidad compleja
Robert Ley era el jefe del Frente Alemán de Trabajo y como tal controlaba el 95% de la fuerza laboral del país. Ordenó el asesinato de sindicalistas que no apoyaran al Partido Nazi y asistió en el establecimiento de fábricas de trabajo forzado. Era fanáticamente leal a Hitler y consideraba al Partido Nazi como "nuestra orden religiosa, nuestro hogar sin el cual no podemos vivir".

Pero tenía una personalidad compleja, ya que también abogaba por los derechos del trabajador, un salario equitativo para las mujeres y más tiempo de vacaciones.

En la Primera Guerra Mundial Ley sufrió una herida en la cabeza que lo dejó con un tartamudeo y tuvo un comportamiento errático por el resto de su vida, siendo propenso a enfurecerse de forma repentina. Sus problemas con el alcohol también fueron legendarios.

Durante sus interrogatorios en prisión fue bastante abierto y perspicaz con respecto a la derrota nazi. Aceptó que se le considerara un enemigo, pero se sentía humillado porque lo consideraban un criminal.

Al final reconoció su culpa y expresó remordimientos. A pesar de que los prisioneros estaban bajo observación 24 horas y había un control estricto sobre quiénes entraban en contacto con ellos, Ley logró quitarse la vida ahorcándose con una cuerda.

"Se hizo un análisis post mortem de su cerebro para ver si había alguna patología", comenta Dimsdale. "En resumidas cuentas se consideró que tal vez había unos cambios sutiles en el cerebro pero no se halló nada que llamara la atención".

Julius Streicher era un individuo tan desagradable que hasta sus colegas lo odiaban.

Uno de los acusados más singulares fue Julius Streicher. "Tal vez el más repugnante de los criminales de guerra", dice Dimsdale. Tenía fama de ser el más antisemita en el gabinete nazi -y había mucha competencia para ese título pero él era "lo peor de lo peor".

Su presencia en Núremberg no era la primera ante un tribunal. Se jactaba de haber sido enjuiciado múltiples veces por difamación, sadismo, violación y otros crímenes sexuales. No obstante, en sus entrevistas con el psiquíatra Kelley, le dijo que dormía muy bien en la cárcel debido a su "conciencia limpia".

Kelly lo consideró paranoico y cuestionó cómo este ser pudo mantener hechizados a miles de alemanes "sensatos". Por su parte, el psicólogo Gilbert lo describió como rígido, insensible y obsesivo.

En una ocasión se declaró sionista, dijo que amaba a los judíos y que pensaba que deberían vivir en su propio país, algo extraño en un hombre que durante décadas publicó los discursos antisemitas más violentos y rabiosos.

Mala hierba
En su libro, Joel Dimsdale dice que en otro contexto, Stricher hubiera sido considerado simplemente como una "mala hierba", argumentativo, violento, corrupto y depravado.

Antes de que se les pusiera la soga al cuello, a los condenados se les preguntaba su nombre. Streicher gritó desafiantemente: "¡Heil Hitler! ¡Usted conoce bien mi nombre!"

¿Fingiendo Locura?
Rudolf Hess se quejaba de que lo estaban tratando de envenenar.

El tercer líder nazi que Dimsdale estudió fue Rudolf Hess, el Führer suplente y uno de dos acusados sobre los que el tribunal dudó si tenía las condiciones mentales para enfrentar un juicio.

Hess fue un alto dirigente del Partido Nazi. Estuvo encarcelado con Hitler en los años 20 y le ayudó a escribir "Mi lucha". A pesar de su rara apariencia "cadavérica" y sus excentricidades fue un interlocutor popular en los famosos mítines nazis. El psicólogo Gilbert declaró que "tenía una devoción canina hacia Hitler".

Pero su influencia empezó a decaer y al comienzo de la guerra Hess voló secretamente a Inglaterra donde aterrizó en paracaídas con la intención de llegar a un acuerdo de paz con los británicos. Allí estuvo encerrado durante años en un hospital psiquiátrico.

Tras su traslado a Núremberg, se quejó constantemente de amnesia intermitente, de sufrir dolores y de que los Aliados intentaban envenenarlo porque estaban controlados hipnóticamente por los judíos.

Se comportó de forma tan rara que algunos cuestionaban si estaba fingiendo, así que trajeron a un equipo de psiquíatras de todo el mundo para entrevistarlo. "Algo andaba profundamente mal con Hess", señala el profesor Dimsdale, "pero no tan malo que no pudiera participar en su defensa".

El tribunal lo condenó a cadena perpetua en la prisión de Spandau, en Berlín, donde permaneció hasta agosto de 1987, cuando se ahorcó a la edad de 93 años.

Psicópata amigable
El doctor Dimsdale describe a Göring como "un hombre disoluto con un gusto por el lujo y el robo".

Finalmente, Hermann Göring fue el acusado de más alto rango en ser enjuiciado en Núremberg y el cuarto que estudió Dimsdale en "Anatomía de la maldad".

Göring fue presidente del Reichstag (Parlamento), fundador de la Gestapo (policía secreta), comandante en jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea), coordinador de la Conferencia de Wansee (donde se diseño la "Solución Final" para el exterminio de los judíos) y el creador de los primeros campos de concentración.

Era altamente inteligente, imaginativo y a la vez brutal, con una completa indiferencia por la vida humana. Un adicto a los opiáceos con una personalidad exuberante, escribe Dimsdale en su libro. "Un hombre disoluto con un gusto por el lujo y el robo" y exageradamente corrupto. Saqueó piezas de arte a diestro y siniestro. Pero también era "simpático, amplio, excéntrico y divertido", indica el autor.

Un "psicópata amigable" fue como Gustave Gilbert lo describió. Su reacción hacia este acusado, como hacia los otros, era de "repugnancia", afirma Dismdale.

Antes de que fuera sentenciado, Göring le preguntó al psicólogo qué habían revelado sus test de Rorschach, y le contestó: "Sinceramente... aunque demuestran que usted tiene una mente activa y agresiva, no tiene las agallas para enfrentar su responsabilidad... eso mismo hizo durante la guerra, drogando su mente para no enfrentar las atrocidades... usted es un cobarde moral".

Douglas Kelly, por su parte, también pudo ver más allá de la encantadora personalidad de Göring, catalogándolo como un "individuo agresivo narcisista... dominado por una fijación en él mismo". Sin embargo, desarrolló sentimientos muy positivos en torno al prisionero, señala Dimsdale. "Se la llevaron divinamente. Göring inclusive le solicitó a Kelley que adoptara a su hija (no lo hizo)".

Göring estaba indignado por el hecho de que su ejecución no fuera ante un pelotón de fusilamiento, sino que tuviera que sufrir la humillación de ser ahorcado. Horas antes de subir al patíbulo, se suicidó mordiendo una cápsula de cianuro. Se especuló con que Kelly pudo haberle pasado el veneno como un gesto de compasión.

Contratransferencia
Las distintas percepciones de Gilbert y Kelly sobre los acusados pueden ser causadas por la posible "contaminación" que puede afectar a los especialistas por su contacto cercano con el paciente. El fenómeno se llama contratransferencia.

"Cuando te sientas con alguien durante horas y horas, algo se te unta como terapeuta", explica el doctor Joel Dimsdale. "Todos tenemos sentimientos cuando interactuamos. Podemos no saber nada del sujeto (que analizamos) pero algo en su voz o cómo se porta nos recuerda a alguien que conocimos en el pasado y hacemos una transferencia de cómo nos hace sentir. Algunas veces son sentimientos positivos, otras veces muy negativos".

Como anécdota inquietante, Dimsdale resalta que Douglas Kelly tuvo una carrera bastante activa durante los siguientes diez años después de los juicios. Impartió innumerables seminarios sobre el tema, se destacó como profesor de criminología en la Universidad de California, Berkeley, rodeado de objetos recopilados en Núremberg. Su ritmo de trabajo era intenso, así como su alcoholismo e irritabilidad. En año nuevo de 1958, tras un ataque de furia, se suicidó en frente de su familia con cianuro.

"Tuvo que haber algo inusual en sentarse en una prisión con estos criminales de guerra", afirma el doctor Dimsdale. "Eran celdas pequeñas, húmedas, oscuras. Ambos se sentaban en un pequeño catre a hablar interminablemente, en entrevistas, con tests psicológicos y uno apenas se puede imaginar el sentido de horror de estos psicólogos y doctores de estar lado a lado de quienes habían perpetrado actos terribles".

No obstante, también les molestó que no hubieran podido encontrar una definitiva "marca de Caín" en estos criminales de guerra, dice el profesor de psiquiatría. "Creo que les sorprendió que no estuvieran sentados al lado de monstruos".

Resultados ocultos
Tal vez por eso y por las conclusiones distintas a las que llegaron Kelly y Gilbert, los resultados de las pruebas de Rorschach de los líderes nazis esencialmente se ocultaron. En épocas diferentes hubo intentos por revivir el interés pero ninguno de los analistas que recibieron las pruebas quiso responder sobre lo que veían.

Décadas más tarde, una psicóloga llamada Molly Harrower decidió hacer una prueba ciega con los resultados. Primero borró los nombres que identificaban a qué criminal de guerra pertenecían los resultados y los mezcló con los resultados de otras personas incluyendo pastores religiosos, estudiantes de medicina, enfermeras, ejecutivos y delincuentes juveniles. Luego los envió a expertos pidiéndoles que los ordenaran en grupos diferentes.

"Básicamente, en la interpretación ciega, no hubo diferencias palpables entre los criminales de guerra y el resto", contó Dimsdale a BBC Mundo. "El resultado de ese experimento no reveló nada en cuanto a las características psicológicas de los líderes nazis".

Hoy en día, las pruebas de Rorschach no se usan mucho, según Dimsdale. Desde los 80 se hacen entrevistas de diagnóstico psiquiátrico y se cuenta con un Manual de Diagnóstico Estadístico para el estudio y tratamiento de trastornos mentales que se actualiza anualmente.

"En el campo de la neurociencia se realizan trabajos con respecto al cerebro y el comportamiento", comenta el profesor. "Hay imágenes cerebrales que se pueden presentar ante los tribunales como una forma de defensa para argumentar que la persona acusada no es mala pero que tiene un cerebro defectuoso y así lograr algún tipo de clemencia. Este tipo de cosas pasarán más en el futuro, serán tema de debate en los tribunales", afirma.

"Hubiera sido más cómodo concluir que había algo absolutamente, definitivamente singular, profundamente malvado, patognomónicamente horrible con estos líderes nazis", dice.

"Tienen que ser monstruos. Eso es lo que queremos que sean. Si son algo menos que eso, nosotros tenemos que enfrentar el interrogante de '¿Qué hubiera hecho yo?¿Hubiera llegado tan lejos?' Esa es una muy dolorosa e inquietante pregunta para la gente".

lunes, 6 de abril de 2020

Visnja Pavelic, la hija del genocida: medio siglo recluida en su piso de Madrid

La anciana Visnja veneraba la figura de su padre, Ante Pavelic, bajo cuyo régimen auspiciado por Hitler fueron asesinadas en Croacia más de 300.000 personas y quien falleció en 1959 en la España de Franco, que le dio cobijo con la máxima discreción. Antes de morir, ella nos abrió las puertas de su casa en Madrid. Y allí no encontramos culpa. Solo encontramos odio. Odio enquistado.

La hija del genocida vivía sola en un piso de Madrid que siempre estaba en penumbra. Solía tener las persianas de la sala a medio bajar y las cortinas cerradas. La anciana pasaba día tras día enclaustrada —así durante años, durante décadas, durante medio siglo— trabajando maniáticamente en el archivo de su padre, acumulado en un cuarto lleno de torres de carpetas ajadas. El silencio solo se alteraba por la tarde, cuando se sentaba a descansar en el sofá y ponía su tocadiscos para escuchar una ópera de Verdi o la voz de su barítono favorito, Gino Bechi.

Visnja Pavelic, fallecida en 2015, era la hija predilecta de Ante Pavelic, el dictador croata acogido por Franco que murió en la capital de España en 1959. Un fascista bajo cuyo mandato, auspiciado por la Alemania nazi, se persiguió desde 1941 hasta 1945 a serbios, judíos, gitanos y opositores; se operaron campos de exterminio y fueron asesinados más de 300.000 civiles, según las estadísticas del Museo del Holocausto de Estados Unidos. “Fue un régimen monstruoso y él era su líder. Para mí está al mismo nivel que Hitler”, dice Hrvoje Klasic, historiador de la Universidad de Zagreb. Ese hombre pasó sus dos últimos años de vida como un viejecito apacible dando paseos por Madrid. En una de las fotografías inéditas de la época que su hija cedió a El País ­Semanal aparece en la Puerta del Sol vestido con sobriedad, de oscuro, con sombrero y un largo gabán negro. Su rostro ha envejecido mucho, los músculos de su cara se han aflojado y su gesto es inofensivo; no frío, apretado y caudillesco como en sus retratos de los años cuarenta. Además, se había dejado crecer el bigote. Conservaba, eso sí, dos de sus rasgos más característicos: sus grandes y espesas cejas y sus enormes orejas, cuyos lóbulos le colgaban como bistecs. Al morir, con 70 años, la agencia Cifra comunicó de forma escueta que fue enterrado en Madrid en el cementerio de San Isidro “durante una ceremonia fúnebre dentro de la más estricta intimidad” y se limitó a decir: “El doctor Ante Pavelic fue jefe del Estado croata durante la II Guerra Mundial”. El diario Abc situó su breve necrológica al final de una página bajo un apartado de Ecos de Sociedad en el que se daba noticia de una boda, una petición de mano y unos juegos florales infantiles.

Hitler y Pavelic en 1944.
Hitler y Pavelic en 1944. CORDON PRESS —

¿Quiere usted un pedacito de chocolate?
La hija del genocida era una mujer seria pero amable, educada y siempre trataba de usted. Me recibió varias veces en su casa en sus últimos años de vida. Parecía que le agradaba tener compañía y hablar de la historia de su padre, aunque no quería que se publicase nada de aquellos encuentros hasta unos años después de su muerte. Cuando se terminaban las conversaciones y me despedía, me acompañaba hasta la puerta, pequeña y jorobada, repitiendo en su español de sintaxis ortopédica, correoso acento eslavo y dejes argentinos retenidos de su primera fase de exilio:

—Pero de todo esto antes de mi muerte nada, eh, nada.

Vivía obsesionada con la discreción. No quería que se hablase de ella ni que le hiciesen fotografías, y vigilaba con un celo patológico la tumba de su padre. “Iba con una sillita de tijera, se sentaba y se pasaba las tardes protegiendo su sepultura”, recordaba hace tres años Almudena Moreno, gerente de San Isidro. Como temía que los serbios fuesen a profanar su tumba, le colocó una lápida muy pesada y pidió al cementerio que no se diesen señas a extraños de dónde estaba enterrado. “Transmitía pánico”, contaba Moreno. “Yo le decía: ‘Usted tranquila, que a España no van a venir a buscarlo”. Su desasosiego se extendía hacia la posteridad y dejó hecho un trámite ante el Ministerio de Justicia prohibiendo que en un futuro los restos de su padre pudieran ser exhumados. Visnja Pavelic murió el día de Navidad de 2015, a los 92 años. Fue incinerada, y sus cenizas fueron depositadas con su padre, su madre y su hermano en San Isidro, donde continúan hasta la fecha.

Los cuatro vivieron juntos en Madrid dos años, desde que llegaron en 1957 hasta que murió el patriarca. A Visnja le encantaba la fotografía y le gustaba que se retratasen en sus excursiones. En una de ellas posan en Santa Pola, al borde del Mediterráneo. Visnja sonríe relajada. Velimir, su hermano, tiene una expresión formal, afable. María, su madre, lleva gafas de sol y su rictus luce algo contraído. Su marido está de perfil. Bajo el ala del sombrero asoma la mirada dura de antaño. La austeridad de la familia contrasta con la sospecha de que el sátrapa huyó de Croacia con una fortuna robada a sus víctimas y a su Estado. En el libro Croatia Under Ante Pavelic (2014), el historiador Robert B. McCormick apunta que Pavelic pudo desviar millones a Suiza durante la guerra y menciona un informe de la CIA según el cual en los últimos compases del conflicto, viendo desmoronarse a su protector Hitler y con vistas a su propia huida, mandó a Austria 12 cajas llenas de oro y joyas. Eso habría sucedido 14 años antes de otra de las fotografías de su hija, en la que los cuatro están sentados como domingueros a la sombra de unos pinos, con su Volkswagen Escarabajo aparcado al borde de la carretera. Visnja no recordaba con seguridad dónde la habían tomado, pero creía que pudo ser durante la última salida que hicieron con su padre en 1959, una visita al Valle de los Caídos, recién inaugurado. A Pavelic, con su inseparable sombrero, se le ve débil, con los hombros vencidos y una mirada lejana. Recuerda a Vito Corleone en El Padrino, exangüe, antes de morir.

El mafioso siciliano de la ficción y el tirano croata fallecieron igual, de viejos y por las secuelas de atentados —tiempo después—. A Corleone lo tirotearon mientras compraba naranjas en un puesto callejero de Nueva York. A Pavelic le dispararon varias balas cuando llegaba a su casa a las afueras de Buenos Aires, en 1957. “Entró de pie y dijo: ‘Me han dado”, rememoraba su hija. No se sabe quién intentó asesinarlo. Se ha especulado con que fueron pistoleros enviados por Tito, el dictador de la Yugoslavia comunista. Visnja lo negaba —“Los serbios pedían su extradición, lo querían vivo”— y sostenía que habían sido compatriotas suyos para hacerse con el control del exilio croata.

Al terminar la guerra, en 1945, Pavelic se escapó a Italia, donde se escondió en un monasterio jesuita. “Nunca nadie lo ha sabido. Solo nosotros, ¡ja!”, me dijo, muy complacida. En 1948, con el nombre falso de Antonio Serdar, embarcó en Génova hacia Argentina, siguiendo la ruta clandestina conocida como ratline por la que se fueron a Latinoamérica nazis como Adolf Eichmann, Klaus Barbie o Josef Mengele. La familia Pavelic se asentó en Buenos Aires con permiso del Gobierno de Perón y pasó allí una década. Pavelic montó una empresa de construcción. También tuvo un telar y una granja. “Teníamos gallinas”, me dijo Visnja. “Yo recogía los huevos por la mañana”.
Visnja Pavelic, con un joven croata, ante la tumba de su padre en el cementerio de San Isidro, Madrid.
Visnja Pavelic, con un joven croata, ante la tumba de su padre en el cementerio de San Isidro, Madrid. ARCHIVO VISNJA PAVELIC

Durante las entrevistas se sentaba en el sofá del salón debajo de un retrato a carboncillo de su padre, repeinado, hosco, con chaqueta blanca de mariscal.

—¿Usted no cree que sea culpable de nada?

—No, en absoluto.

En nuestros primeros encuentros solía levantarse cada poco a rebuscar documentos con los que trataba de demostrar que su padre no había sido el hombre abyecto que fue. Se perdía por el pasillo de casa, entraba en su despacho y se empezaba a escuchar un tremolar de papeles ansioso. Al cabo de dos o tres años, la osteoporosis la fue lisiando y se incorporaba menos, al final muy a duras penas y con ayuda de un andador. Entonces su recorrido por el pasillo era lento e iba acompañado de un ruidoso traqueteo, pero la mujer era más tenaz que la propia osteoporosis y alcanzaba sus legajos y volvía con ellos y volvía a repetir lo mismo de siempre.

—Es todo mentira. Todo lo que dicen de mi padre es mentira. Todo, todo.

El Estado Independiente de Croacia, instalado por los nazis después de su invasión de Yugoslavia en 1941 y dirigido por Pavelic hasta 1945, tenía como objetivo lograr una nación pura en lo étnico y en lo religioso, netamente croata y católica. En su mayor campo de concentración, Jasenovac, fueron asesinadas al menos 83.145 personas según datos oficiales; entre ellos, 47.627 serbios, 16.173 romaníes y 13.116 judíos; 20.101 del total eran niños menores de 14 años. Los ustasha —rebeldes en croata; como se conocía a los soldados de Pavelic— mataban con una ferocidad que impactaba incluso a sus aliados nazis. En el libro Ustasa (1998), el historiador Srdja Trifkovic pone en boca del general Von Glaise-Horstenau, representante militar del Führer en Croacia, que la “revolución” de Pavelic había sido “con mucho la más sangrienta y horrible” de todas las que había visto. “En la infame Jasenovac”, escribe Robert McCormick, “miles de hombres, mujeres y niños fueron masacrados con balas, hachas, martillos y con cualquier otra herramienta al alcance”. El apetito asesino de los ustasha solo era comparable, dice, “al de los miembros de las SS más maniacos del III Reich”. El relato 44 meses en Jasenovac (2016), del superviviente Egon Berger, es una suma de detalles atroces: “El eco de alaridos horripilantes atravesaba el cuarto mientras Milos rajaba su cuerpo de arriba abajo, para luego cortarle el cuello”, “Uno de los ustasha, un niño de 12 años, sacó su cuchillo y le cortó las orejas al sacerdote”, “Mientras los alemanes envenenaban a sus víctimas y luego las quemaban, los us­tasha arrojaban a humanos vivos al fuego”, “El cementerio apestaba en los días más cálidos porque los cadáveres estaban enterrados en tumbas muy poco profundas. En ese mismo campo, donde fueron enterrados nuestros amigos y familiares, los ustasha habían plantado tomates”.
Ante Pavelic, de sombrero, paseando por la Puerta del Sol de Madrid.
Ante Pavelic, de sombrero, paseando por la Puerta del Sol de Madrid. ARCHIVO VISNJA PAVELIC

 —Lo de Jasenovac es todo una exageración —me dijo la anciana—. Era un campo de trabajo, y había pobreza, pero tenían médicos, sus propios dirigentes, todo lo que querían. Eso no era ­Auschwitz, ¿comprende? Estaban todos vivos y tranquilos.

De todas las salvajadas atribuidas a su padre, le irritaba especialmente una anécdota relatada por el periodista Curzio Malaparte en su libro Kaputt. Malaparte, que tendía a aliñar sus crónicas con literatura, describe una entrevista con Pavelic en su despacho en la que el caudillo, en traje militar y con botas de montar, tenía una cesta de mimbre sobre el escritorio. La tapa estaba medio abierta. Siempre según su relato, Malaparte pensó que eran moluscos frescos y le preguntó si eran ostras de Dalmacia. “Ante Pavelic levantó la tapa del cesto, sacó un puñado de viscosas y gelatinosas ostras y, lanzándome una de sus sonrisas llenas de bondad y cansancio, dijo: ‘Es un regalo de mis fieles ustasha: veinte kilos de ojos humanos”.

—¡Ja! —exclamó ella—. ¡Increíble lo que dice este hombre! Todo falso, es todo falso.

Sobre la mesa de la sala tenía un libro titulado La industria del Holocausto y los tres diarios que compraba cada mañana, EL PAÍS, El Mundo y Abc. Insistía en que su padre no había sido “ni nazi ni fascista”, sino un nacionalista que luchó “por la liberación de Croacia del yugo serbio”. No mostraba ni el más remoto sentimiento de culpa.

No parecía cínica. Parecía ciega.

Esa fue una actitud repetida entre los descendientes de jerarcas nazis. En su libro Hijos de nazis (2016), Tania Crasnianski pone ejemplos: “En el caso de los hijos, las defensas mentales son, en efecto, muy fuertes. Gudrun Himmler siempre se caracterizó por su total falta de perspectiva frente a la figura paterna”. Como Gudrun, “Edda Göring sentía un amor inalterable por su padre y se negaba a ver en él a uno de los iniciadores de la Shoah”. Edda, como Visnja, “vivió atrincherada en una pequeña vivienda de Múnich y el apartamento era un museo a la gloria de ese hombre”. Wolf Rüdiger Hess siempre idealizó a su padre y “nunca dejó de considerarlo un mensajero de la paz”.

Desde los tiempos de Buenos Aires, Visnja se convirtió en la persona de confianza de su padre. Después del atentado, organizó en secreto su salida hacia España. Desde Madrid, un cura croata le comunicó que el canciller español Fernando María Castiella había dado luz verde a la llegada de Pavelic con una condición: “Pídales solo una cosa, padre: discreción”. En Madrid alquilaron un apartamento junto al Retiro. Ella salía a diario con su padre a dar paseos por el parque. Organizaba sus papeles y los contactos con la diáspora del sátrapa exánime. En la última fotografía que se hicieron, el viejo, sentado, tiene la mirada ausente y una mano apoyada con delicadeza en la sien. Su hija, de negro mortuorio, mira de pie a la cámara, dura como un pedernal.

Cuando él murió, se quedaron solos María, Visnja y Velimir. En 1961 se mudaron al piso en propiedad en el que pasarían el resto de sus vidas. María, la madre, cocinaba, cosía y se ocupaba de la casa. Murió en 1984. Velimir tocaba el violín y se pasaba horas encerrado leyendo libros de filosofía e historia política, escribiendo aforismos y encadenando un cigarrillo detrás de otro. Murió de un cáncer de pulmón en 1998. La casa estaba en la zona de Concha Espina, cerca del Santiago Bernabéu. Visnja recordaba que los fines de semana se oían desde la sala los goles del Real Madrid, pero nunca tuvieron la curiosidad de recorrer los 10 minutos que los separaban del estadio para ver a Di Stéfano, Amancio o Butragueño.

Se mantenían, decía, gracias a los derechos de los escritos de su padre —entre otros, Errores y horrores, un ensayo anticomunista que citaba con reverencia— y de las contribuciones que hacían a la familia Pavelic las organizaciones del exilio desde países como Canadá o Australia. Visnja quedó como heredera simbólica de su padre, y el sepulcro de San Isidro, como un santuario para nostálgicos ustasha. Durante la guerra de los Balcanes, los milicianos croatas cantaban con las armas en la mano al volver del frente: “En Madrid hay una tumba de oro y en ella descansa Pavelic, caudillo de todos los croatas. Levántate, Pavelic, por ti moriremos todos”. Cada vez que jugaba en España un equipo de fútbol croata, los hinchas radicales, e incluso los futbolistas, visitaban el cementerio y la buscaban a ella para presentarle sus respetos. En otra fotografía de su archivo personal aparece junto a la tumba acompañada por un joven ataviado con un traje tradicional croata. En aquella señora de gafas y pelo blanco, menuda como un pajarito, latía todavía una ultranacionalista que expresaba un odio genocida hacia los serbios: “Son creados criminales. No hay un serbio que no sea criminal. ¡No han hecho otra cosa más que matar! Nada más. Matar es cosa genética en ellos, y nosotros lo único que hemos hecho es defendernos”, me dijo.(*)

La última vez que la vi le costaba mucho moverse. Llevaba al cuello un botón de emergencias para personas de la tercera edad. Ya apenas se comunicaba en persona con nadie, aparte de su empleada de la limpieza y de una sobrina que vivía en Ontinyent, Valencia, y a veces iba a visitarla. Contactada por personas interpuestas, su sobrina no quiso participar en este reportaje, y cuando nos desplazamos a Ontinyent para tratar de hablar con ella, el Ayuntamiento de este municipio de ambiente manso y soleado nos informó de que no seguía empadronada allí.

En aquella última visita, la anciana me contó que un investigador croata se había llevado de su casa tres baúles llenos de documentación sobre Pavelic para enterrarlos en algún lugar de Croacia.

—¿Por qué enterrarlos? —le pregunté.

—Para que esté todo seguro —respondió—. Debajo de tierra estará todo seguro, seguro.

A continuación me entregó la última fotografía de su padre.

El cuerpo del dictador en el hospital Alemán de Madrid, tendido en bata en una cama con un ramo de flores sobre las piernas. En su quijada, en sus pómulos, en su nariz se marca la rigidez de la muerte, y permanecen ahí esas ominosas cejas negras, aquellas enormes orejas. Sobre el cabecero de la cama había un crucifijo, y a los lados, dos tétricos cirios con la llama encendida. Por la ventana, con las cortinas abiertas, entra una luz enferma de invierno que ilumina su cadáver.

—Fue muy difícil ser hija de este hombre —dijo Visnja Pavelic—. Muy difícil.

https://elpais.com/elpais/2020/03/17/eps/1584471192_157479.html

* Esto de reflejar fielmente lo que ella dice, al parecer por "respeto" a la libertad de expresión, de estos personajes que no respetaron no ya la opinión, sino la vida, y su maldad llegó a los peores crímenes y torturas, es no solo una ignominia, sino una muestra de falta de justicia y profesionalidad.

Como el que oye a uno que afirma, está lloviendo y a otro que dice lo contrario, y publica las dos afirmaciones como ejemplo de "neutralidad". Con lo fácil que sería comprobarlo y constatar la verdad.

El periodista muestra un "respeto" por estos personajes que ellos claramente no merecen. El fue un asesino genocida y criminal y ella una colaboradora de su huida, ocultamiento y evasión ante la justicia que no merecía. 

La Iglesia tampoco ha dado ejemplo, ni de amor y respeto por la justicia, ni de bondad al procurarle la protección, ocultación y evasión a semejante criminal genocida.

martes, 17 de julio de 2018

La esclavitud fue y es una de las principales fuentes de riqueza

Javier Cortines
Rebelión

Cuando los españoles llegaron a América había unos 70 millones de habitantes. Un siglo y medio después la población se redujo a los 3,5 millones. Debido a la progresiva falta de mano de obra en los campos de la muerte, los españoles -y en mayor medida los ingleses-, se volcaron al comercio de esclavos negros.

Ese fenómeno, con esas cifras, lo explica muy bien Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, obra a mi juicio imprescindible para conocer un poco qué pasó a ambas orillas del océano, convertido durante siglos en un inmenso Mar Mediterráneo donde se arrojaba por la borda a todo esclavo que dejaba de “ser explotable”, para saciar el hambre de los tiburones (sinónimo, cada vez más vigente, de mercaderes).

En general la mayoría de los pueblos europeos participaron, por etapas, en el genocidio (americanos nativos y negros africanos). Esos crímenes contra la Humanidad -que no se enseñan en las escuelas- están tan empapados de sangre que tardarán Eras en secarse. En limpiarse, nunca.

Gracias al comercio de esclavos negros el marqués de Comillas se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. Eso explica, entre otras cosas, que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no quiera en su urbe ninguna estatua de ese aristócrata que, sin duda, contribuyó económicamente al esplendor de “la ciudad condal”.

Los mercaderes y la nobleza inglesa contribuyeron en gran medida al auge del imperio británico con el lucrativo comercio de esclavos negros, a los que se marcaba con hierro candente en el pecho, cual ganado, con las iniciales de su propietario.

En los campos de caucho, algodón, etc., los terratenientes europeos empleaban mano de obra esclava que trabajaba jornadas infernales y sin apenas comida. Millones morían agotados, sus mujeres eran violadas diariamente, los que huían eran cazados y sentenciados al látigo y la horca.

Leopoldo II de Bélgica (1835-1908) fue uno de los mayores genocidas de la Historia. En el Congo Belga -que fue literalmente propiedad suya desde finales del siglo XIX a principios del XX- murieron en los campos de caucho y en las minas alrededor de diez millones de esclavos (las cifras varían según los historiadores), es decir el 40% de la población de aquel entonces.

Como las plantaciones de caucho se encontraban en zonas silvestres los esclavos del Rey -que disponía de una legión de sicarios a su servicio- tenían que trepar a los árboles. Para que pudieran hacer su tarea se les quitaban las cadenas durante la jornada laboral y, para asegurarse de que no escaparan, se retenía como rehenes a sus mujeres e hijos.

En el caso de que optaran por la fuga se procedía a la amputación de manos y/o pies de su familia, independientemente de que fueran menores o niños. Bajo el reinado de Leopoldo II se registraron amputaciones y violaciones masivas de mujeres y menores, así como el exterminio completo de poblados donde se daban brotes de rebeldía.

Leopoldo II, que prácticamente se hizo con el monopolio mundial de caucho, amasó con el genocidio una inmensa fortuna sin tener que rendir cuentas a nadie. En 1906, presionado por la ONU, vendió “su propiedad” al Estado belga. El Congo no conseguiría su independencia hasta 1960.

Desde que “se abolió el trafico humano” los mercaderes encontraron otra alternativa para hacerse ricos, gracias a la globalización y a la deslocalización, y, en vez de explotar a negros y negras encadenadas, trasladaron sus centros de producción a los países del Tercer Mundo, a fábricas donde los menores y los débiles trabajan en infrahumanas condiciones de semiesclavitud.

¿No podríamos devolver un poquito de la riqueza que saqueamos a los migrantes que huyen de la hambruna y de las guerras? ¿Acaso somos tan miserables que sólo nos interesa “la memoria histórica” como un lujo cultural para hacer política en nuestro barrio?

El racismo -como sabemos todos- (por libros o por instinto) es económico. Somos racistas con los pobres, no con los ricos. Nadie expulsa a los jeques que amarran sus yates palacio en la Costa Azul. El problema de fondo (el de los migrantes) es abrumador, un espejo de lo que fuimos o somos. Mientras la revolución no se haga en serio y no construyamos un sistema económico internacional justo, seguiremos poniendo parches y dando palos de ciego.

Blog del autor:
http://www.nilo-homerico.es/

martes, 19 de junio de 2018

_- La controversia por la cita de la Biblia con la que el fiscal de EE.UU. justifica separar a los inmigrantes indocumentados de sus hijos.

_- Sus críticos lo acusan de crueldad pero para el fiscal general Jeff Sessions el acto de separar de sus padres a los niños que llegan a la frontera de Estados Unidos sin permiso para inmigrar no solo es algo legal sino que incluso puede hallar justificación en la Biblia.

"Yo les citaría al apóstol Pablo y su clara y sabia orden en (la carta a los) Romanos 13: obedecer las leyes del gobierno porque Dios las ha dispuesto con el propósito del orden", dijo Sessions esta semana en respuesta a los cuestionamientos que ha recibido por esta práctica.

En las últimas seis semanas, en torno a unos 2.000 menores han sido separados de sus familias al ingresar en Estados Unidos, de acuerdo con cifras del Departamento de Seguridad Interior.

Esta medida es aplicada en el contexto de una política de "tolerancia cero" hacia la inmigración ilegal anunciada en mayo por Sessions.

El fiscal general indicó que esas medidas no eran inusuales ni injustificadas.

"Los procesos ordenados y legales son buenos en sí mismos y protegen a los débiles y a quienes cumplen con la ley", señaló.

Por su parte, la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, no quiso comentar directamente sobre las declaraciones de Sessions pero insistió en que "es muy bíblico hacer cumplir la ley".

El usar una cita de la Biblia para justificar estas medidas, sin embargo, más que servir para aplacar las críticas derivó en nuevos cuestionamientos contra el fiscal.

Primero porque el pasaje que citó tiene un pasado polémico en Estados Unidos y porque el apóstol Pablo también dice en ese texto que la ley a la que hay que obedecer es la de amar al prójimo.

Genocidio, esclavitud, segregación
El capítulo 13 de la Carta a los Romanos, citado por Sessions, inicia con un par de versículos que hacen referencia al cumplimiento de las leyes.

Jeff Sessions anunció en mayo que aplicaría una política de tolerancia cero ante la inmgración ilegal.

"Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación", reza.

Numerosas personalidades señalaron que no es la primera vez que se usan versículos de la Biblia para justificar atrocidades.

Seguir en el enlace,
http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-44504920

sábado, 9 de enero de 2016

La maldad sin eximente. Si algo suele caracterizar a los malvados es que son incorregiblemente vanidosos.

Cada vez que leo una crónica sobre la ingente cantidad de somníferos, ansiolíticos, antidepresivos, que ingiere la población española me siento acompañada. Eso rebaja esa penosa culpabilidad que tan bien conoce el insomne cuando cada noche deja la pastilla al lado del vaso de agua y a la hora, en la oscuridad, con la actividad neuronal totalmente desatada, resonando, por ejemplo, en su memoria, un Mackie Navaja interpretado por Bertín Osborne que escuchó esa tarde en un taxi, palpa la mesita para dar con el comprimido que calmará unos pensamientos obsesivos que le hacen sentir como el hámster que da vueltas en su ruedita.

Que esto sea un mal de muchos no cura el insomnio ni las neurosis, pero te hace sentir parte de una comunidad, y eso es bonito. Aunque este sentimiento consolador se esfuma cuando la misma prensa que informa de lo pastilleros que somos da cuenta de los medicamentos que tomaba el último asesino de la crónica de sucesos. La madre de Asunta tomaba Orfidal. El  piloto suicida tomaba serotonina. ¿Y? ¿De qué comunidad formamos parte ahora, de la de los hijos de puta que prefieren morir matando? Los psiquiatras se nos enfadan mucho, con razón. Llevan años explicando que asociar los trastornos mentales a la maldad es contribuir a la estigmatización de enfermos que tienden a infligirse dolor más que a causarlo.

Hay malos sin justificante del médico. No tantos como podríamos pensar, pero los hay: madres que matan para librarse de sus hijos, hijos que matan para quedarse con dinero de los padres, sacerdotes que predican la bondad y abusan de los débiles, hombres que maltratan a su mujer y son dóciles con el resto, jefes que humillan a sus subordinados, niños que acosan a otros niños hasta hundirles en la desesperación. Y no hay explicación psiquiátrica que ampare semejante maldad. Es muy posible que se pueda reformar el comportamiento cruel de un niño, pero la maldad en los adultos es rocosa y el cerebro menos flexible. Este ha sido uno de los temas del año: nos cuesta comprender que un malvado no es un enfermo mental.

El mejor ejemplo del hijoputa sin trastorno lo ofreció en 2015 una serie documental, The Jinx, que sin duda influirá en la manera en que los cineastas aborden un caso real. Cuenta la historia de  Robert Durst, un millonario neoyorquino sobre el que pesa la sospecha de haber asesinado en 1982 a su primera esposa, a una amiga en 2000, y un año después al vecino. El director, Jarecki, había realizado en 2010 una película de ficción, All Good Things, sobre este personaje que de vez en cuando aparecía en la prensa como sospechoso de crímenes sin resolver, pero nunca hubiera imaginado que el inspirador del filme, tras verse interpretado por Ryan Gosling, le llamaría para proponerle que filmara un documental contando la verdad. Y es que si algo suele caracterizar a los malvados es que son incorregiblemente vanidosos. La serie se basa en las veinte horas de conversación que el director y el millonario mantuvieron durante años. El espectador asiste fascinado al relato de Durst; su infancia de niño rico pero desamparado provocaría compasión si no fuera porque el viejo lo cuenta con una frialdad incontrolada que provoca el efecto contrario, da grima.

Sobre la desaparición de su esposa la policía pasó de puntillas y el pájaro siguió suelto. En 2000 se reabrió el caso y la mejor amiga del sospechoso, la escritora Susan Berman, fue asesinada en su domicilio. Probablemente, Durst sospechó que la policía quería interrogarla y acabó con ella antes de que le incriminara. Permaneció oculto durante meses en una pequeña localidad de Texas, solo charlaba con un vecino que le invitaba a ver la tele en casa. En una de estas sesiones televisivas, apareció de pronto en el telediario. Así es cómo el vecino descubrió la verdadera identidad de su extraño amigo. Según Durst, el tipo quiso sacar tajada del hallazgo, y eso desembocó en una pelea. Una bala (siempre hay una pistola) acabó en el corazón del vecino. Entonces, Durst hizo lo que cualquiera en su lugar: lo descuartizó y lo metió en bolsas de basura. El jurado lo encontró inocente del asesinato, por actuar en defensa propia. En cuanto al descuartizamiento, se encontró justificado dadas las circunstancias.

La vanidad perdió a Durst porque en el documental se fue de la lengua, y eso ha provocado que se encuentre de nuevo en manos de la justicia. Esto no es un spoiler. Hay gente en la actualidad que considera spoiler que digas que al final Luther King muere. El caso es que el director utilizó tramposamente los mecanismos de la ficción: administró la entrevista de tal manera que la escena clave se guardó para el final. Esto provocó críticas severas: ¿es lógico que un documentalista oculte lo que sabe para mantener el interés de la audiencia? Que se lo pregunten a Truman Capote, que hizo lo mismo. Lo que está claro es que nada da más miedo que un malvado interpretándose a sí mismo. No hay actor que esté a su altura.
Elvira Lindo.
http://elpais.com/elpais/2015/12/30/estilo/1451473827_286509.html

lunes, 5 de octubre de 2015

Las fronteras movedizas del mal. Los avances de la ciencia, Hitler y la globalización han replanteado los límites de la maldad. Varios libros analizan el cambio en uno de los grandes elementos de la literatura.

¿Cuándo entró el mal en Adi, como llamaba su madre a Hitler de niño? Aunque el mal no es un ente, ni un ser abstracto que se encarna en nadie, hay quienes se hacen esta pregunta cuando piensan en alguien considerado muy malo. La filosofía busca una explicación al origen de la maldad. La sociología y la ciencia también tratan de armar el rompecabezas que ha podido causarla. Pero donde la razón no alcanza entra la imaginación.

La verdad es que “el descrédito de la maldad es hoy absoluto. Ha llegado el momento de restaurar y restablecer el mal, teniendo siempre en cuenta los avances de la racionalidad y la ciencia”, reclama Salvador Giner, que publica Sociología del mal (Los Libros de La Catarata). Durante muchos siglos el hombre se debatió entre la bondad y la maldad en un mundo moralmente bipolar, recuerda el sociólogo. “No obstante”, agrega,“la llegada de la ciencia moderna fue socavando la noción de responsabilidad, y con ello la de la mala conducta y el daño intencional. Resultaba así que hasta el malvado era víctima de pasiones incontrolables, genes equivocados o ADN heredado. Se hizo imposible así una biología, una psicología y hasta una sociología del mal. La culpa se desvaneció: la ‘culpa’ de los males la tenía ahora el capitalismo, el instinto territorial innato, la psicopatología, y así sucesivamente”. A Giner esta deriva no le parece correcta y aboga por que “la filosofía moral y la teoría sociológica vuelvan a incorporar el mal a sus pesquisas, y a considerarlo con rigor. En un mundo presa del terrorismo, de los daños evitables y los horrores innecesarios, esa es hoy la tarea de la razón”.

Y no un rosario de especulaciones. Tras el paso de Adolfo Hitler por el mundo nada volvería a ser lo mismo. Todo lo concerniente al mal empezó una sigilosa relativización, se empequeñecieron las maldades pasadas y futuras; las fronteras del mal se hicieron más flexibles y móviles; la información de y sobre malos y maldades en un mundo hiperconectado parece impermeabilizar a la gente. Una huella que no deja de rastrear la literatura con personajes reales y ficticios. Un asomo a ese enigma se celebrará este fin de semana en las Conversaciones Literarias de Formentor: La novela más mala del mundo. Maldad, perfidia y espanto en la literatura.

La solución poética de la imaginación y de la literatura es una ventana ante la incapacidad de la razón para explicar el mal y la maldad en ciertas personas. Una aporía. Norman Mailer lo hizo con Hitler, en 2007. Fue la salida que encontró: novelar la infancia del führer y subir por el río de aquella vida en busca de desentrañar un misterio al que llamó El castillo en el bosque, a la sazón su último y póstumo libro. De sus páginas salieron más preguntas.

Jackie Cooper y Wallace Beery como Jim Hawkins y Long John Silver.
Esos interrogantes cobran vida en un momento en que las fronteras del mal y sus diferentes formas, explica la filósofa Amelia Valcárcel, “se han hecho más móviles en lo social. Más innovadoras en términos morales. Cosas que antes eran consideradas como malas ya no lo son, o empiezan a dejar de serlo. Un ejemplo es la homosexualidad, que hoy en varios países no es condenada y los Estados velan por la igualdad de derechos de las personas”. Valcárcel asegura que “no existe ninguna sociedad o cultura a lo largo de la historia que considere que el mal sea la norma. Los especialistas en él son las formas religiosas morales”.

¿Un invento o una banalidad?
“El mal no existe. La libertad tampoco. Dios tampoco. Las tres cosas están interre­lacionadas”, argumenta José Ovejero, novelista y autor del ensayo La ética de la crueldad. “Spinoza”, añade Ovejero, “escribió que los humanos se creen libres porque conocen sus actos, pero no las causas de estos. Y la neurociencia nos dice que nuestras decisiones están tomadas antes de que seamos conscientes de ellas. Nuestras decisiones no son tales: son resultado de la herencia genética y de la experiencia”. Así es que para Ovejero, “el mal es solo un invento tranquilizador: justifica nuestro odio y nuestro miedo”.

Pero es un tema que ha desvelado a los pensadores a lo largo de la historia. Cuando Immanuel Kant dijo que “el hombre es malo por naturaleza”, no se refería a que eso era lo que primaba en él, sino a que el mal es algo que se puede dar en el ser humano, no es sobrenatural. Recalca que el individuo se mueve entre su principal inclinación, hacer el bien y lo social para poder avanzar, y alguna pulsión opuesta. Es cuestión del libre albedrío. El mal no obra sobre sí mismo. Surge cuando en el acto normal de alguien al mirar alrededor y compararse con otros se antepone su amor propio al bien común.

Hannah Arendt abordó la cuestión desde otra esquina. Lo recordó el Nobel sudafricano J. M. Coetzee en su ensayo de la novela de Norman Mailer sobre Hitler: “La lección de Adolf Eichmann, nos enseña Arendt en la conclusión de Eichmann en Jerusalén, es la de ‘la temible, más allá de toda palabra y pensamiento, banalidad del mal”. Para Mailer, explica Coetzee, si la filósofa “tiene razón y el mal es banal, eso es infinitamente peor que la posibilidad opuesta de que el mal sea satánico”. Cuando Arendt escribió el libro, añade el Nobel, “se propuso mantener viva la paradoja de que si bien las acciones de Hitler y sus secuaces pueden superar nuestra capacidad de entendimiento, no hay en su concepción profundidad de pensamiento, ni grandeza de intenciones. Eichmann nunca fue consciente, en el pleno sentido filosófico, de lo que estaba haciendo”.
… Y llega la fascinación…

Lo que sí ha cambiado, insiste Amelia Valcárcel, es la metamorfosis que ha vivido el mal al haberse hecho más atractivo a algunos ojos: “Hay una tendencia hacia la fascinación por él. Esa cercanía aumenta desde el Romanticismo”. La literatura amplió su espectro y le dio otra carta de naturaleza. Todo eso, según Valcárcel, se afianza y diversifica en tiempos digitales que muestran un catálogo de maldades a un solo clic.

Crueldad, crimen, vileza, perfidia, daño, perversidad, injusticia, insidia o infamia son algunas formas de maldad cuyos conceptos y coordenadas se han alterado o suavizado.

Son los ecos nacidos en 1667 con El paraíso perdido, de John Milton. Los de “mal, se tú mi bien”. Ese libro es un punto de inflexión, analiza Rafael Argullol. El escritor y pensador recuerda que “el mal siempre ha estado presente en la literatura, desde Gilgamesh, pero hay un momento en que los escritores lo empezaron a hacer más visible”. La influencia de aquel paraíso se extendería por la Ilustración, y “con la llegada del Romanticismo aumentaría”. El ser humano miró dentro de sí, reconoció luz y descubrió oscuridad. Fue el hallazgo de los grises. Semillas del cambio del canon estético, ético y moral al que contribuyeron autores como el Marqués de Sade y Lord Byron. “Los malos no solo eran seres encarnados de malignidad. Tenían motivos y causas. Surgieron personajes magnéticos”. El autor de La atracción del abismo cita como ejemplo El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Allí, Kurtz es la representación de una persona que se pasa a las tinieblas, y Marlow, que va en su busca, sin darse cuenta, siente fascinación por él.

La imaginación como salida
Si la moral y la ética de los dioses griegos son más flexibles según sus intereses, el catolicismo predica el blanco y negro. Así, Caín es el primer malo sobre la faz de la Tierra, según la Biblia. ¿O fue Eva, tentada por la serpiente? El mal se esparce por la Tierra. Siglos después, san Juan narra en el Apocalipsis la llegada de un monstruo de siete cabezas que se encarnará en un niño como el anticristo. Es la venganza por la batalla librada en el origen de los tiempos cuando el ángel Luzbel se rebeló contra Dios, y, tras pelear con el arcángel, Miguel cayó a los infiernos, desde entonces siembra el mal.

Hasta allá va Norman Mailer en la historia de Hitler. Un ángel caído cuenta la historia de su libro, y de paso refleja las raíces de otros malos terrenales… Nerón, Atila, Torquemada, María I la Sanguinaria, Rasputín, Josef Stalin, Pol Pot, Idi Amin.

Clara Usón indagó en La hija del Este en un malo contemporáneo: Ratko Mladic, acusado de crímenes de guerra y genocidio por el asedio a Sarajevo, en la guerra de Bosnia, entre 1992 y 1996. Tras esa investigación y haberlo llevado a la literatura, Usón se pregunta: “¿Existe el Mal, así, con mayúsculas, o solo hay actos malos o buenos, y su maldad o bondad vendrá determinada por la moral, la religión y la cultura predominantes? Es la vieja disputa entre Platón y Aristóteles, entre nominalistas y universalistas, para los cuales el mal, el bien, la libertad, la patria, la fe no son palabras abstractas, sino realidades.

Quien está dispuesto a morir por la patria o la fe está dispuesto también a matar por ellas: Mladic es un ejemplo. Y también era un hombre honrado, un buen marido y un buen padre, un hombre muy religioso. Da que pensar”.

La literatura también se ha ocupado de malos “corrientes”. Truman Capote lo hizo en A sangre fría. Indagó en el atroz asesinato de la familia Clutter por parte de Perry Smith y Dick Hickock. Leila Guerriero ha rastreado la vida de varios criminales latinoamericanos al coordinar el libro de perfiles Los malos (Ediciones UDP), hecho bajo la pregunta ¿de qué está hecho un malo?

La periodista y escritora no piensa que “el mal duerma agazapado en cada persona y sea una circunstancia determinada la que lo despierte. Creer eso sería quitarle al malo toda responsabilidad sobre sus actos”. No duda en afirmar que hay una elección personal, “y en esa elección pesan diversas cosas: una convicción, una manera de ver el mundo, una circunstancia. Los malos nos interpelan como sociedad: ¿cómo es posible que en nuestras sociedades hayan prosperado tipos de esa naturaleza? Por otra parte, aunque el mal es diverso, preferimos pensar en el mal como arquetipo. Esa idea nos resulta tranquilizadora: si existiera una fórmula —si, por ejemplo, tuviéramos la certeza de que alguien que ha sufrido maltrato en la infancia resultará, sin dudas, un individuo malo— podríamos detectarlo. Mi sensación es que el mal está, muchas veces, en manos de gente perfectamente común”.


Irene Worth como Lady Macbeth.
Maldades cotidianas
El interés por conocer los entresijos del mal y sus formas y manifestaciones es tal, que la novela negra o policiaca vive un momento de esplendor. Acerca ese territorio a predios que recuerdan maldades más comunes. La infamia es una de ellas. La conoce el poeta y narrador Francisco Ferrer Lerín. La noveló en Familias como la mía: “La actividad principal del protagonista es considerada jurídicamente infamante, es la de esparcidor o expositor de cadáveres en el monte, como suministro complementario de comida a las grandes aves necrófagas y a otras especies amenazadas de extinción. Y así, la descripción en un libro de una actividad beneficiosa para el medio ambiente es catalogada como infamia de hecho”.

En un espacio más corriente y del que todos han sido por lo menos testigos circula la calumnia. “Según Dante, en un profundo foso del infierno gime el calumniador”, recuerda Basilio Baltasar, autor de Pastoral iraquí y director de la Fundación Santillana, organizadora de las Conversaciones de Formentor. Explica que “el asesino posee frialdad o cólera; el ladrón, una cierta intrepidez; los glotones, avaros y adúlteros calman su apetito con relativa modestia; pero el difamador necesita una gran imaginación narrativa. Como encarnación del mal, el calumniador no supera a los grandes criminales, pero la corrosión que produce es más perfecta: incesante, despiadada, impune. En el teatro del mundo, las dotes escénicas del difamador son muy influyentes”.

Como Yago, en Otelo, de William Shakespeare: “Señor, veo que sois juguete de la pasión, y ya me va pesando mi franqueza. ¿Queréis pruebas?”. Y su destino será como las preguntas del mal que van al mar de las respuestas perdidas.

En la lista negra
La Biblia es un vergel de malos. El mundo se abre con el asesinato de Abel a manos de Caín y se cierra con el anticristo liderando el Apocalipsis.

Shakespeare creó grandes malos, desde el Yago que susurra su veneno calumniador a Otelo hasta Lady Macbeth, que desliza el suyo para ayudar a que su marido sea rey.

En el mundo fantástico reina Sauron, que desata sus fuerzas oscuras en la Tierra Media de El señor de los anillos, de Tolkien. Magia negra es la que despliega Lord Voldemort en el colegio Hogwarts de Harry Potter, de Rowling.

Entre los malos incansables figuran el inspector Javert, que persigue a Jean Valjean, en Los miserables, de Victor Hugo, y un contemporáneo como Anton Chigurh, el psicópata asesino de No es país para viejos, de McCarthy.

Relaciones especiales con el mal son las de Kurtz en El corazón de las tinieblas, de Conrad, y la del músico Faustus y su pacto con el demonio en Doktor Faustus, de Thomas Mann.

Entre los malos más populares están el profesor Moriarty de la serie de Sherlok Holmes, de Conan Doyle; el tirano cerdo Napoleón de Rebelión en la granja, de George Orwell, y Mister Hyde, la personalidad criminal del Doctor Jekyll, de Stevenson.

Entre las bandas de violentos malvados porque sí figuran los cuatro amigos, encabezados por Alex, de La naranja mecánica, de Anthony Burgess.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/24/babelia/1443104690_168865.html

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La maldad en los cuentos infantiles sirve de pedagogía

Mientras los niños saben reconocer el bien y el mal, y diferenciarlo, a través de los cuentos, los adultos parecen haber entrado en una infantilización con libros muy populares que no interpelan al lector en sus matices, sino que juzgan lo ya juzgado y señalan lo ya conocido como algo negativo, sin aportar nada al debate intelectual o moral. En parte, se debe a la alteración genética del virus de lo políticamente correcto.

Esa es una de las conclusiones destacadas por escritores y expertos tan distintos como Victoria Cirlot, Justo Navarro, Félix de Azúa o Marta Fernández en las Conversaciones de Formentor, celebradas este año bajo el lema La novela más mala del mundo. Maldad, perfidia y espanto en la historia de la literatura. Veinticinco autores y críticos literarios debatieron sobre este asunto durante el fin de semana en el cónclave organizado por la Fundación Santillana. La cita mallorquina arrancó el viernes con la entrega del Premio Formentor a Ricardo Piglia. La distinción la recogió Carlota Pedersen, nieta del escritor, enfermo en Argentina, en un acto que supuso también un homenaje al autor.

Por violentos que sean
Los escritores reivindicaron el papel de los cuentos tradicionales infantiles, por muy violentos que resulten, donde se aprecia la lucha del bien y del mal de manera arquetípica, dice Navarro. Los niños “tienen que ponerle cara al mal y esos relatos cumplen una función legislativa: enseñan acciones que tienen castigo o recompensa. Tienen un valor pedagógico y de persuasión sobre los valores dignos de ser asumidos”. Lamenta Navarro el desdén que, a veces, se hace de dicha función. “Los cuentos infantiles son como la ley, aunque evolucionan y se adaptan”.

Ese dualismo entre el bien y el mal ayuda a comprender, desde pequeños, las dos caras de la vida, asegura Cirlot, experta en la cultura y literatura medievales y en el simbolismo. “Todo está en la estructura de la mente. Cada cultura da una explicación al mal y las maldades y la entienden a su manera. En el cerebro están los fenómenos arquetipales”, añade. “No hay que esconderle a los niños esas historias, cuyas atrocidades las pensamos así los adultos. Ellos tienen claro que están en el mundo de la fantasía. El símbolo acoge toda la maldad y toda la bondad. No es excluyente. El mito no es moral”.

Más allá de ese territorio va Félix de Azúa. El narrador y experto en arte opina que “a los niños hay que educarlos en la maldad y el mal” (?). En esa educación, aclara, hay que hacerles ver que ese comportamiento malvado es producto de la “estupidez, cobardía, falta de recursos y debilidad extrema en una persona”. Ello forma parte del proceso de aprendizaje, según Marta Fernández: “Hay que enseñar el mal, para ver dónde está y reconocerlo”.

A diferencia de los niños, los adultos han abandonado la educación moral, lamenta De Azúa. Es “una arrogancia moral, sobre todo de los políticos, pero debido en parte a que la gente se ha desentendido del tema y ha delegado esa función a ellos, que señalan y etiquetan lo que es bueno y es malo”.

Parte de ese enmascaramiento se aprecia en la literatura más popular, que juega con el cliché y no dialoga con el lector, advierte Justo Navarro. Para el poeta y narrador, muchos libros incluyen juicios ya dictados y evitan los del lector: “La literatura debe plantear, también, cuestiones morales, éticas; si los personajes lo han hecho bien o no, y donde el juez, de existir, debe ser el lector y no el escritor. Un buen libro hace preguntas”.

Cirlot tercia que “la ficción permite explorar la conducta humana. No se trata de plantar verdades inamovibles”. El ser humano se horroriza ante la maldad porque “en el fondo hay una duda sobre la creación. Todo sale de que la gente cree que el mundo es una prisión. Es la pulsión destructora la que crea la gran revuelta”. Frente a esa pulsión, recuerda que la filósofa Simone Weil decía: “No hay que destruir, sino descrear”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/27/actualidad/1443376461_498871.html?rel=lom

El cuento conecta con los más pequeños: Aquí.
Déjame contarte un cuento.

domingo, 5 de julio de 2015

Desahucios. A una familia obligada a vivir en la calle se le despoja de hasta diez derechos fundamentales

No se si se han percatado de los tres significados que tiene el verbo desahuciar.

1. El primero implica quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea.

2. El segundo se utiliza cuando los médicos admiten que un enfermo no tiene posibilidad de curación.

3. Y el tercero sucede cuando el arrendador despide al inquilino o arrendatario mediante una acción legal.

No es casual que a esta última acción se la califique de desahucio, si tenemos en cuenta las consecuencias, no muy diferentes a las anteriores. Está bien traído llamar desahucio a la acción que ejerce un banco cuando el hipotecado deja de abonar la cuota.

Lo paradójico es que el banco no aparece ni como dueño ni como arrendador, pues se juega con la ficción de que el dueño es el comprador, con el dinero que le presta el banco, cuando en realidad el propietario/arrendador es el propio banco, dado que la cuota es, en el fondo, un alquiler hasta que no se paga toda la hipoteca. Tanto es así que los efectos de no abonar aquella son los mismos que cuando se deja de pagar el alquiler, esto es el lanzamiento. Así, cuando se deja de pagar “la hipoteca” se pierde la vivienda, lo abonado hasta ese momento y se incurre en una deuda equivalente a lo que resta por pagar.

Ahora bien, no es lo mismo que un sujeto deje de pagar al banco por razón de fuerza mayor contrastada —despido, pobreza severa, enfermedad, etc.— que cuando no paga la renta porque es un moroso profesional.

En el primer caso, es inaceptable que el hipotecado pueda ser lanzado a la calle sin que la entidad financiera renegocie la deuda; por las administraciones públicas se facilite una vivienda social al desahuciado o se llegue a un acuerdo público/privado que evite el desastre. No sólo por lo que dice el artículo 47 de la Constitución sobre el derecho a una vivienda digna o establecen los Tratados Internacionales suscritos por España, sino porque a una persona/familia que vive en la calle se le despoja del ejercicio de diez derechos fundamentales.

¿O es que no se trata de un atentado a la integridad moral cuando no física? (art. 15);

¿qué derecho a la libertad y a la seguridad le queda? (art 17);

¿cómo puede hablarse de intimidad personal y familiar? (art 18.1);

o el sarcasmo de decirle que “el domicilio es inviolable...” (art.18.2)

y el derecho al secreto de las comunicaciones” (art. 18.3);

¿y la libertad a elegir libremente la residencia? (art. 19),

se supone que en diferentes esquinas o calles. Y ¿que decir de “la protección de la infancia”? (art. 20.4)

o ¿cómo se ejerce “la participación en los asuntos públicos? (art.23.1);

¿adónde se envían las papeletas de voto?; ¿cómo disfruta de la tutela judicial efectiva un ciudadano sin domicilio? (art. 24.1).

Y ¿cómo se ejerce el derecho a la educación del art.27.1?; ¿se puede estudiar en la calle, debajo de un puente?.

Se ha “financiarizado” una necesidad vital que las personas de escasos recursos deberían tener cubierta por medio de las viviendas sociales del Estado.

La vivienda es la base física de la vida familiar y del ejercicio de los derechos humanos, como la sanidad o la educación. Y el Estado debe de tener medios para solucionar estos casos de necesidad contrastada. En varios países europeos, las administraciones tienen viviendas sociales que se alquilan a precios muy bajos y cuando la persona está en paro deja de pagar la renta. Lo que es delictivo es que las viviendas de protección oficial acaben vendiéndose a fondos buitre o que a los diez años dejen de ser protegidas y el adjudicatario pueda venderlas en el mercado libre.

Este drama tiene un origen muy claro: se ha “financiarizado” —a través de los bancos— una necesidad vital que para las personas de escasos recursos debería estar cubierta por medio de las viviendas sociales del Estado, en régimen de alquiler. Imaginen ustedes si para tener derecho a sanidad o educación se necesitase un crédito bancario y al dejar de pagar la cuota se evaporase el derecho a las medicinas o el de ir a la escuela.

Cosa diferente es cuando un inquilino no paga la renta al arrendador. Si la falta de pago no obedece a un estado de necesidad demostrado, el arrendatario debe de ser lanzado con diligencia. Pero en los casos de necesidad, los poderes públicos deben de intervenir con el fin de proteger a ambas partes. Al arrendador devolviéndole la posesión de la vivienda y al arrendatario facilitándole una vivienda social de propiedad pública.

Todos los supuestos conducen a lo mismo: la vivienda familiar forma parte de los derechos fundamentales y el Estado —en general, los ayuntamientos— deben tener un amplio parque de viviendas sociales, en régimen de alquiler, para hacer frente a las situaciones de necesidad.
Nicolás Sartorius es vicepresidente Ejecutivo de la Fundación Alternativas.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/06/23/opinion/1435058864_644021.html

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sábado, 29 de junio de 2013

"Diario de una puta. Espejo de miserias", de Mauro Zúñiga Araúz

Fermín Caballero Bojart. Cubaencuentro

"Diario de una Puta. Espejo de Miserias", del escritor panameño Mauro Zúñiga Araúz, se presentó en Madrid el 28 de mayo pasado en el Centro de Arte Moderno. Posteriormente, participó en la Feria del Libro de Madrid.

Es para mí un privilegio estar hoy sentado entre dos grandes narradores. Por ello doy gracias a Luis Rafael y a todos los que habéis venido a escucharnos pero muy especialmente a Omayra Huertas, la mujer protagonista, sin la cual el doctor Mauro Zúñiga Araúz hoy no estaría aquí, porque gracias a su diario nos ha reunido para hablar de su obra.

Obra que Editorial Verbum cataloga dentro de su Colección de Narrativa.

La novela que se presenta hoy y ahora, por primera vez en España, con el sugerente título Diario de una puta. Espejo de miserias aborda, a través de la vida de una mujer, su lucha por sobrevivir y superar todos los obstáculos que cruelmente padece desde niña y que se interponen en su infernal trayecto hacia la madurez. Desembocando en el ejercicio de la prostitución acuciada por su propia madre.

Novela social y psicológica que se alimenta, a lo largo de sus dos primeros tercios, de la experiencia mundana de la violencia en sus más diversas variedades. Maltratada en su hogar, testigo de abusos constantes, la novela arranca en una atmósfera sórdida que resume lo que Omayra ha vivido de niña y presagia lo que vivirá hasta el desenlace final.

Pero el drama no es todo. Hay una balanza que equilibra la búsqueda constante del yo. Una exaltación del amor propio, tan necesaria para triunfar en la vida y que es lo que el autor ha querido apuntalar como conflicto. La superación de uno mismo a través de la identidad con el valor más profundo que una persona siempre debe de conservar: el amor a su propia condición de ser humano.

Equilibrios internos son los que de alguna manera mantienen vivo el interés en cada capítulo. Se sucede a cada desarrollo-desenlace de tensión, su antítesis. Donde el hombre capaz de causar la mayor aberración, puede, como género humano, ser el creador de las más bellas obras. Como el regalo que recibe la propia Omayra de su maestra, un libro de pinturas famosas con la biografía de sus pintores.

Antes de continuar no quiero pasar por alto ...

Para finalizar y antes de pasar la palabra al autor, quiero concluir con una pequeña selección de críticas literarias que la obra ha recibido en otros medios, desde su primera publicación en Panamá en 2010:

1. “En resumen, tenemos entre manos una buena obra, esgrimida por su autor con conocimiento de causa y, más que como un libro, como un estetoscopio en el cual ausculta los síntomas de la sociedad.” (De Ariel Barría Alvarado).

2. “Para el lector casual como para el amante de las ciencias humanas este libro representará un espejo profundo y novedoso, una radiografía social. Expone la explotación de la mujer, los abortos clandestinos, el incesto, los secuestros, la prostitución, homosexualidad, lesbianismo, miedos, sobrevivencia, el mundo de las pandillas, el vicariato, la violencia en todas sus modalidades.” (De la catedrática de la Universidad de Panamá Yolanda Crespo).

3. “Esta breve novela aborda temas densos que retratan las incongruencias y carencias sociales, no solo de Panamá, sino también de todo este mundo que también está globalizado en sus privaciones y penurias. También plasma con detalles una enorme y enlutada realidad que se repite en todos los territorios de la tierra. Mauro, como debe ser, no se conforma con lograr un relato novelístico valioso y novedoso; él es un hombre comprometido con la sociedad que lo alberga y, por ello, subyace bajo la factura propiamente literaria, un anhelo de renovar y purificar nuestra irredenta realidad social”(Isabel Barragán de Turner).

4. “En Diario de una puta, el autor nos muestra la vida de una mujer castigada por el entorno y la prostitución, para formar un caleidoscopio de miserias a través de personajes efímeros que hablan de la dignidad perdida frente a una moral enferma de sexo, en una metáfora de la lucha del sujeto por recuperar la humanidad” (Rafael Guerrero Ríos. Le Monde Diplomatique).
Fermín Caballero Bojart. Cubaencuentro
Leer todo el articulo aquí.
Fuente: http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/presentacion-de-diario-de-una-puta-espejo-de-miserias-284567 hw2IU/edit

miércoles, 3 de junio de 2009

Una gestión "cruel con los débiles"

L’OREAL OU LA SCIENCE DE L’ETERNEL FEMININ (junio 2009)
Un management « cruel envers les faibles »

Le géant du cosmétique se distingue par son modèle de management, dit par la « saine inquiétude », et considéré comme exemplaire dans le monde de l’entreprise. Mis en place par M. Lindsay Owen-Jones, qui a dirigé le groupe pendant près de vingt ans, il repose sur l’informel, sur la culture orale, et sur l’esprit de compétition, tant en interne qu’en externe. Quelques anciens salariés ont bien voulu nous raconter leur expérience.
Cet article complète l’enquête sur L’Oréal parue dans Le Monde diplomatique de juin 2009.
(para continuar leyendo haga clik en el Titular)

domingo, 24 de mayo de 2009

MALDAD, Paul Krugman

Maldad
Paul Krugman
krugman.blogs.nytimes.com

Jonathan Landay, uno de los pocos periodistas que contó bien la historia de la marcha hacia la Guerra, ha dejado esto dicho en McClatchy:

“La administración Bush presionó implacablemente a los interrogadores para que emplearan métodos expeditivos con los detenidos, en parte para encontrar pruebas de la cooperación entre al Qaida y el régimen del dictador iraquí Saddam Hussein, de acuerdo con un veterano funcionario de los servicios estadounidenses de inteligencia y antiguo psiquiatra del Ejército.
“Tal información daría fundamento a uno de los principales argumentos utilizados por el antiguo presidente George W. Bush para invadir Irak en 2003. No se halló prueba alguna de vínculos operativos entre la red terrorista de Osama Bin Laden y el régimen de Saddam.

“El uso de interrogatorios abusivos –comúnmente considerados como tortura— como parte de la búsqueda por parte de Bush de una justificación para invadir Irak en 2003 salió a la luz cuando el Senado publicó un informe importante que revelaba el origen de los abusos y el presidente Obama abrió las puertas para perseguir a antiguos funcionarios estadounidenses por haberlos autorizado.”
Digámoslo suavemente: la administración Bush quería servirse del 11/9 como pretexto para invadir Irak, aun cuando Irak no tenía nada que ver con el 11/9. Así que torturó a gente para que confesara un vínculo inexistente.

Hay una palabra para eso: maldad.

Paul Krugman ganó el premio Nobel de economía de 2008