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sábado, 30 de diciembre de 2023

La herida del pasado fascista aún sangra en Croacia.

Serbios, judíos y antifascistas boicotean la ceremonia oficial en memoria de las víctimas de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial en denuncia del creciente revisionismo 
La ceremonia alternativa a la oficial en recuerdo de las víctimas del campo de concentración de Jasenovac, 
CROACIA | La herida del pasado fascista aún sangra en Croacia

En esta pradera donde solo se oye el azote del viento y el murmullo del río Sava que separa Croacia y Bosnia, al menos 83.000 personas fueron asesinadas durante la Segunda Guerra Mundial por los ustasha, los aliados croatas de los nazis, en el campo de concentración que aquí se alzaba. Croacia ha homenajeado este domingo a las víctimas, pero, por cuarto año consecutivo, lo ha hecho prácticamente sin sus representantes. Serbios, judíos y antifascistas han boicoteado la ceremonia en denuncia del creciente revisionismo de aquellos años oscuros y celebrado dos días antes una extraoficial a la que también acuden los romaníes. Dos actos para una memoria dolorosa sobre la que pesan demasiados "sí, pero...".

La disonancia entre el espacio vacío de Jasenovac hoy y el horror de hace ocho décadas parece una metáfora sobre la dificultad de Croacia para lidiar con su pasado. La gran escultura en forma de flor donde este domingo se depositan los ramos de flores domina el centro de un complejo con ocho subcampos levantado en 1941 que albergaba hasta 4.000 prisioneros, aunque —como reconocían en un documento confidencial sus responsables en alusión a su función exterminadora— “podría aceptar un número ilimitado”. El lago ubicado a pocos metros proporcionaba el agua para la fabricación de ladrillos a la que estaban forzados los reclusos y las vías de ferrocarril que aún recorren el espacio sirvieron para transportar a parte de los presos. En el bucólico río colindante, una lancha de la policía croata vigila la frontera con la otra orilla, ya en la entidad serbia de Bosnia, en la que los ustasha asesinaban a los presos. Les obligaban a cavar una fosa para luego degollarles, dispararles o tirarles al agujero de un martillazo en la cabeza.

El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo. JAIME CASAL

Si nada queda del campo es precisamente por el episodio que se recuerda cada año en abril. En 1945, unos 600 reclusos intentaron una huida masiva. 91 lo lograron; el resto fue abatido por los guardas. Ante el avance partisano, los guardas intentaron borrar las huellas del campo, ya vacío (asesinaron al casi medio millar que no había tratado de escapar): excavaron algunas fosas comunes para quemar los cadáveres e hicieron volar los barracones con explosivos. Dos años más tarde, el Gobierno yugoslavo permitió a los vecinos usar los cascotes para sus viviendas.

El cálculo de los muertos está muy politizado, incluido un reciente rifirrafe diplomático entre Croacia y Serbia. Tras la guerra, el Ejecutivo de Tito los cifró en 700.000, un cálculo que el consenso académico considera hoy inflado para negociar las reparaciones alemanas de guerra. Los cálculos han bailado de los desestimados 2.238 de una comisión del Parlamento croata al 1,1 millones de un historiador bosnio, es decir, tantos como en Auschwitz, pero sin cámaras de gas.
Entrada al campo de Jasenovac, en los años cuarenta.
Entrada al campo de Jasenovac, en los años cuarenta.CENTRO EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE JASENOVAc
"Es prácticamente imposible saber el número total", admite Ivo Pejakovic, director del espacio en su memoria, junto a una instalación de vidrio en el museo de Jasenovac con los nombres y apellidos de los identificados. Actualmente son 83.145 (20.000 de ellos menores de 14 años), pero probablemente se trata de 100.000, cifra que manejan el Museo del Holocausto de Washington y el centro Simon Wiesenthal de Israel. Casi la mitad eran serbios —la principal diana del odio ustasha— y un cuarto, judíos y romaníes. El resto, militantes antifascistas y otros reclusos políticos.
El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo.
El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo.

Algunos de estos elementos —la demolición del complejo, la ausencia de una cifra cerrada de muertos o la fábrica de ladrillos— son justamente los que han alimentado las variopintas tesis negacionistas (como que era un campo de trabajo con muertes puntuales o que fue usado luego por Tito para asesinar ustasha) que han llevado al Departamento de Estado de EE UU a mostrar su preocupación, al Consejo de Europa a advertir de las crecientes alabanzas entre los jóvenes a la ideología ustasha y al Proyecto de Recuerdo del Holocausto a sacar “tarjeta roja” a Croacia el pasado enero por sus niveles de revisionismo, los mayores de la UE junto con Polonia, Hungría y Lituania.

“El caso croata es muy complejo. Por un lado, no quiere ser conocido como un país que niegue o revise el Holocausto, pero por otro no puede asumir lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. Es muy difícil encontrar gente que sea completamente inequívoca. Es siempre un ‘sí, los ustasha fueron horribles, pero…’. El revisionismo no es tan explícito y flagrante como en Ucrania o Polonia, pero está ahí, es mainstream”, asegura el historiador británico Rory Yeomans, del Institute for Advanced Study de Princeton y autor de un libro sobre el fascismo en el país entre 1941 y 1945.

Hrvoje Klasic, profesor de la Universidad de Zagreb especializado en historia europea del siglo XX, cree que algunos comportamientos “se han hecho más evidentes en los últimos cuatro años". “Se ha vuelto en cierto modo normal decir Za dom Spremni [“Por la patria, listos”, el saludo ustasha]. Por eso, cuando llegaron las acusaciones de Europa o EE UU, hay quien pensó: ‘¿por qué ahora está prohibido, si no lo estaba hace 20 o 25 años?’. En Alemania, tras 1945, estaba muy claro qué personas y símbolos estaban prohibidos, pero en Yugoslavia no hizo falta. Era una zona gris que aún hoy es utilizada”, señala en su despacho.

El boicot a la ceremonia oficial en Jasenovac comenzó en 2016, año en que salió a la venta el ensayo Jasenovac, campo de trabajo, y su autor, Igor Vukic, fue entrevistado en la televisión pública. El entonces ministro de Cultura, Zlatko Hasanbegovic, que en los noventa había llamado a los ustasha “héroes y mártires”, asistió a la inauguración de un documental con la misma tesis y aplaudió que aborde "numerosos temas tabú". A esto se sumó otro libro y documental de un derechista esloveno sobre el “mito” del campo de concentración. Ese año, su superviviente más longevo pidió que no se leyese su carta en la conmemoración oficial, pero se hizo igual.

Otros gestos han alimentado la sensación de agravio. Una placa en recuerdo de combatientes croatas muertos en la guerra de los noventa que incluía en el escudo el saludo ustasha fue erigida en 2016 junto a Jasenovac. Tras meses de negociaciones, fue reubicada a 10 kilómetros. “Ahora está cerca de un cementerio en el que están enterrados partisanos que liberaron el campo”, critica Aneta Vladimirov, responsable del Departamento Cultural del Consejo Nacional Serbio, que representa a esta minoría.

Tres años antes, en un partido internacional, el futbolista Joe Simunic cogió un micrófono y gritó cuatro veces desde el campo el inicio del saludo ustasha (“Por la patria”). “¡Listos!”, respondieron miles de aficionados. Fue multado y sancionado con 10 partidos por la FIFA. “Las opiniones sobre el saludo cambian a diario. Un día está bien; otro, no. Y no solo entre los ciudadanos de a pie, también entre destacados políticos”, señala el diputado Veljko Kajtazi, en la sede de la representación de la comunidad romaní, Kali Sara, que él preside.
Guardas de Jasenovac revisan a los presos a su llegada al campo.
Guardas de Jasenovac revisan a los presos a su llegada al campo.CENTRO EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE JASENOVAC
La presidenta del país, Kolinda Grabar-Kitarovic, del histórico partido conservador católico HDZ, ha condenado en varias ocasiones las masacres. “Sin ninguna reserva”, escribió en 2018 en el libro de visitas de Jasenovac, al que acude cada año por su cuenta —la última, este sábado— para no “intensificar las divisiones ideológicas”. “Va a Auschwitz de forma pública y a Jasenovac de forma privada”, lamenta Vladimirov.

La presidenta ha levantado, sin embargo, más de una ceja al afirmar que Za dom Spremni era “un antiguo saludo croata” o al manifestar su pasión por la música de Thompson, cantante conocido para glorificar a los ustasha que actuó en la celebración de la medalla de plata en el pasado Mundial de fútbol. “La ceremonia oficial en Jasenovac es el único momento en el que nuestros políticos hablan de lo que sucedió en la Segunda Guerra Mundial. Los 364 días restantes se comportan de forma diferente”, explica Sanja Tabakovic, representante de la comunidad judía en el Ayuntamiento de Zagreb.
El campo de concentración de Jasenovac, en los años cuarenta.
El campo de concentración de Jasenovac, en los años cuarenta.CENTRO EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE JASENOVAC
La sensación es que por, cada una de cal, hay otra de arena. El pasado febrero, el Ministerio de Educación eliminó El diario de Anna Frank de su lista de lecturas recomendadas para los colegiales, poco después de que un centro vetase una exposición sobre el libro porque incluía paneles sobre los crímenes ustasha. Ese mismo mes, en cambio, el Ministerio recomendó a los colegios visitar Jasenovac, algo que en 2018 hicieron solo 16.000 personas. A diferencia de los desplazamientos a Vukovar, la ciudad símbolo de la agresión serbia en los noventa, el viaje no está subvencionado. "Depende principalmente de si los padres están dispuestos a pagarlo", admite el director del espacio. El año pasado lo visitaron quince grupos escolares. Hay más de 900 centros de primaria en el país. Según una investigación de varias ONG croatas publicada en 2015, un 22% de los alumnos de secundaria cree que el Estado Independiente de Croacia de los ustasha no fue una creación fascista y un 48% no está seguro.

Las raíces de este empuje revisionista están, según el historiador Klasic, en la desintegración de Yugoslavia, época en que un grupo paramilitar croata recuperó el saludo. “Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos nazis o colaboracionistas franceses huyeron a América Latina, pero ellos y sus descendientes siguen viviendo allí. En ningún otro lugar en Europa pasó lo que en Croacia: que volvieron y tomaron el poder. Y con una narrativa: que el Estado independiente de Croacia no fue fascista, sino el Estado croata. Es desde ese momento que hay un fuerte revisionismo”.

Una idea en la que abunda Yeomans: “Si no puedes afrontar lo que pasó en los cuarenta, no puedes tener un debate honesto sobre los noventa, porque hay una conexión: convertir la historia de Croacia en mucho menos problemática de lo que realmente es”.

lunes, 6 de abril de 2020

Visnja Pavelic, la hija del genocida: medio siglo recluida en su piso de Madrid

La anciana Visnja veneraba la figura de su padre, Ante Pavelic, bajo cuyo régimen auspiciado por Hitler fueron asesinadas en Croacia más de 300.000 personas y quien falleció en 1959 en la España de Franco, que le dio cobijo con la máxima discreción. Antes de morir, ella nos abrió las puertas de su casa en Madrid. Y allí no encontramos culpa. Solo encontramos odio. Odio enquistado.

La hija del genocida vivía sola en un piso de Madrid que siempre estaba en penumbra. Solía tener las persianas de la sala a medio bajar y las cortinas cerradas. La anciana pasaba día tras día enclaustrada —así durante años, durante décadas, durante medio siglo— trabajando maniáticamente en el archivo de su padre, acumulado en un cuarto lleno de torres de carpetas ajadas. El silencio solo se alteraba por la tarde, cuando se sentaba a descansar en el sofá y ponía su tocadiscos para escuchar una ópera de Verdi o la voz de su barítono favorito, Gino Bechi.

Visnja Pavelic, fallecida en 2015, era la hija predilecta de Ante Pavelic, el dictador croata acogido por Franco que murió en la capital de España en 1959. Un fascista bajo cuyo mandato, auspiciado por la Alemania nazi, se persiguió desde 1941 hasta 1945 a serbios, judíos, gitanos y opositores; se operaron campos de exterminio y fueron asesinados más de 300.000 civiles, según las estadísticas del Museo del Holocausto de Estados Unidos. “Fue un régimen monstruoso y él era su líder. Para mí está al mismo nivel que Hitler”, dice Hrvoje Klasic, historiador de la Universidad de Zagreb. Ese hombre pasó sus dos últimos años de vida como un viejecito apacible dando paseos por Madrid. En una de las fotografías inéditas de la época que su hija cedió a El País ­Semanal aparece en la Puerta del Sol vestido con sobriedad, de oscuro, con sombrero y un largo gabán negro. Su rostro ha envejecido mucho, los músculos de su cara se han aflojado y su gesto es inofensivo; no frío, apretado y caudillesco como en sus retratos de los años cuarenta. Además, se había dejado crecer el bigote. Conservaba, eso sí, dos de sus rasgos más característicos: sus grandes y espesas cejas y sus enormes orejas, cuyos lóbulos le colgaban como bistecs. Al morir, con 70 años, la agencia Cifra comunicó de forma escueta que fue enterrado en Madrid en el cementerio de San Isidro “durante una ceremonia fúnebre dentro de la más estricta intimidad” y se limitó a decir: “El doctor Ante Pavelic fue jefe del Estado croata durante la II Guerra Mundial”. El diario Abc situó su breve necrológica al final de una página bajo un apartado de Ecos de Sociedad en el que se daba noticia de una boda, una petición de mano y unos juegos florales infantiles.

Hitler y Pavelic en 1944.
Hitler y Pavelic en 1944. CORDON PRESS —

¿Quiere usted un pedacito de chocolate?
La hija del genocida era una mujer seria pero amable, educada y siempre trataba de usted. Me recibió varias veces en su casa en sus últimos años de vida. Parecía que le agradaba tener compañía y hablar de la historia de su padre, aunque no quería que se publicase nada de aquellos encuentros hasta unos años después de su muerte. Cuando se terminaban las conversaciones y me despedía, me acompañaba hasta la puerta, pequeña y jorobada, repitiendo en su español de sintaxis ortopédica, correoso acento eslavo y dejes argentinos retenidos de su primera fase de exilio:

—Pero de todo esto antes de mi muerte nada, eh, nada.

Vivía obsesionada con la discreción. No quería que se hablase de ella ni que le hiciesen fotografías, y vigilaba con un celo patológico la tumba de su padre. “Iba con una sillita de tijera, se sentaba y se pasaba las tardes protegiendo su sepultura”, recordaba hace tres años Almudena Moreno, gerente de San Isidro. Como temía que los serbios fuesen a profanar su tumba, le colocó una lápida muy pesada y pidió al cementerio que no se diesen señas a extraños de dónde estaba enterrado. “Transmitía pánico”, contaba Moreno. “Yo le decía: ‘Usted tranquila, que a España no van a venir a buscarlo”. Su desasosiego se extendía hacia la posteridad y dejó hecho un trámite ante el Ministerio de Justicia prohibiendo que en un futuro los restos de su padre pudieran ser exhumados. Visnja Pavelic murió el día de Navidad de 2015, a los 92 años. Fue incinerada, y sus cenizas fueron depositadas con su padre, su madre y su hermano en San Isidro, donde continúan hasta la fecha.

Los cuatro vivieron juntos en Madrid dos años, desde que llegaron en 1957 hasta que murió el patriarca. A Visnja le encantaba la fotografía y le gustaba que se retratasen en sus excursiones. En una de ellas posan en Santa Pola, al borde del Mediterráneo. Visnja sonríe relajada. Velimir, su hermano, tiene una expresión formal, afable. María, su madre, lleva gafas de sol y su rictus luce algo contraído. Su marido está de perfil. Bajo el ala del sombrero asoma la mirada dura de antaño. La austeridad de la familia contrasta con la sospecha de que el sátrapa huyó de Croacia con una fortuna robada a sus víctimas y a su Estado. En el libro Croatia Under Ante Pavelic (2014), el historiador Robert B. McCormick apunta que Pavelic pudo desviar millones a Suiza durante la guerra y menciona un informe de la CIA según el cual en los últimos compases del conflicto, viendo desmoronarse a su protector Hitler y con vistas a su propia huida, mandó a Austria 12 cajas llenas de oro y joyas. Eso habría sucedido 14 años antes de otra de las fotografías de su hija, en la que los cuatro están sentados como domingueros a la sombra de unos pinos, con su Volkswagen Escarabajo aparcado al borde de la carretera. Visnja no recordaba con seguridad dónde la habían tomado, pero creía que pudo ser durante la última salida que hicieron con su padre en 1959, una visita al Valle de los Caídos, recién inaugurado. A Pavelic, con su inseparable sombrero, se le ve débil, con los hombros vencidos y una mirada lejana. Recuerda a Vito Corleone en El Padrino, exangüe, antes de morir.

El mafioso siciliano de la ficción y el tirano croata fallecieron igual, de viejos y por las secuelas de atentados —tiempo después—. A Corleone lo tirotearon mientras compraba naranjas en un puesto callejero de Nueva York. A Pavelic le dispararon varias balas cuando llegaba a su casa a las afueras de Buenos Aires, en 1957. “Entró de pie y dijo: ‘Me han dado”, rememoraba su hija. No se sabe quién intentó asesinarlo. Se ha especulado con que fueron pistoleros enviados por Tito, el dictador de la Yugoslavia comunista. Visnja lo negaba —“Los serbios pedían su extradición, lo querían vivo”— y sostenía que habían sido compatriotas suyos para hacerse con el control del exilio croata.

Al terminar la guerra, en 1945, Pavelic se escapó a Italia, donde se escondió en un monasterio jesuita. “Nunca nadie lo ha sabido. Solo nosotros, ¡ja!”, me dijo, muy complacida. En 1948, con el nombre falso de Antonio Serdar, embarcó en Génova hacia Argentina, siguiendo la ruta clandestina conocida como ratline por la que se fueron a Latinoamérica nazis como Adolf Eichmann, Klaus Barbie o Josef Mengele. La familia Pavelic se asentó en Buenos Aires con permiso del Gobierno de Perón y pasó allí una década. Pavelic montó una empresa de construcción. También tuvo un telar y una granja. “Teníamos gallinas”, me dijo Visnja. “Yo recogía los huevos por la mañana”.
Visnja Pavelic, con un joven croata, ante la tumba de su padre en el cementerio de San Isidro, Madrid.
Visnja Pavelic, con un joven croata, ante la tumba de su padre en el cementerio de San Isidro, Madrid. ARCHIVO VISNJA PAVELIC

Durante las entrevistas se sentaba en el sofá del salón debajo de un retrato a carboncillo de su padre, repeinado, hosco, con chaqueta blanca de mariscal.

—¿Usted no cree que sea culpable de nada?

—No, en absoluto.

En nuestros primeros encuentros solía levantarse cada poco a rebuscar documentos con los que trataba de demostrar que su padre no había sido el hombre abyecto que fue. Se perdía por el pasillo de casa, entraba en su despacho y se empezaba a escuchar un tremolar de papeles ansioso. Al cabo de dos o tres años, la osteoporosis la fue lisiando y se incorporaba menos, al final muy a duras penas y con ayuda de un andador. Entonces su recorrido por el pasillo era lento e iba acompañado de un ruidoso traqueteo, pero la mujer era más tenaz que la propia osteoporosis y alcanzaba sus legajos y volvía con ellos y volvía a repetir lo mismo de siempre.

—Es todo mentira. Todo lo que dicen de mi padre es mentira. Todo, todo.

El Estado Independiente de Croacia, instalado por los nazis después de su invasión de Yugoslavia en 1941 y dirigido por Pavelic hasta 1945, tenía como objetivo lograr una nación pura en lo étnico y en lo religioso, netamente croata y católica. En su mayor campo de concentración, Jasenovac, fueron asesinadas al menos 83.145 personas según datos oficiales; entre ellos, 47.627 serbios, 16.173 romaníes y 13.116 judíos; 20.101 del total eran niños menores de 14 años. Los ustasha —rebeldes en croata; como se conocía a los soldados de Pavelic— mataban con una ferocidad que impactaba incluso a sus aliados nazis. En el libro Ustasa (1998), el historiador Srdja Trifkovic pone en boca del general Von Glaise-Horstenau, representante militar del Führer en Croacia, que la “revolución” de Pavelic había sido “con mucho la más sangrienta y horrible” de todas las que había visto. “En la infame Jasenovac”, escribe Robert McCormick, “miles de hombres, mujeres y niños fueron masacrados con balas, hachas, martillos y con cualquier otra herramienta al alcance”. El apetito asesino de los ustasha solo era comparable, dice, “al de los miembros de las SS más maniacos del III Reich”. El relato 44 meses en Jasenovac (2016), del superviviente Egon Berger, es una suma de detalles atroces: “El eco de alaridos horripilantes atravesaba el cuarto mientras Milos rajaba su cuerpo de arriba abajo, para luego cortarle el cuello”, “Uno de los ustasha, un niño de 12 años, sacó su cuchillo y le cortó las orejas al sacerdote”, “Mientras los alemanes envenenaban a sus víctimas y luego las quemaban, los us­tasha arrojaban a humanos vivos al fuego”, “El cementerio apestaba en los días más cálidos porque los cadáveres estaban enterrados en tumbas muy poco profundas. En ese mismo campo, donde fueron enterrados nuestros amigos y familiares, los ustasha habían plantado tomates”.
Ante Pavelic, de sombrero, paseando por la Puerta del Sol de Madrid.
Ante Pavelic, de sombrero, paseando por la Puerta del Sol de Madrid. ARCHIVO VISNJA PAVELIC

 —Lo de Jasenovac es todo una exageración —me dijo la anciana—. Era un campo de trabajo, y había pobreza, pero tenían médicos, sus propios dirigentes, todo lo que querían. Eso no era ­Auschwitz, ¿comprende? Estaban todos vivos y tranquilos.

De todas las salvajadas atribuidas a su padre, le irritaba especialmente una anécdota relatada por el periodista Curzio Malaparte en su libro Kaputt. Malaparte, que tendía a aliñar sus crónicas con literatura, describe una entrevista con Pavelic en su despacho en la que el caudillo, en traje militar y con botas de montar, tenía una cesta de mimbre sobre el escritorio. La tapa estaba medio abierta. Siempre según su relato, Malaparte pensó que eran moluscos frescos y le preguntó si eran ostras de Dalmacia. “Ante Pavelic levantó la tapa del cesto, sacó un puñado de viscosas y gelatinosas ostras y, lanzándome una de sus sonrisas llenas de bondad y cansancio, dijo: ‘Es un regalo de mis fieles ustasha: veinte kilos de ojos humanos”.

—¡Ja! —exclamó ella—. ¡Increíble lo que dice este hombre! Todo falso, es todo falso.

Sobre la mesa de la sala tenía un libro titulado La industria del Holocausto y los tres diarios que compraba cada mañana, EL PAÍS, El Mundo y Abc. Insistía en que su padre no había sido “ni nazi ni fascista”, sino un nacionalista que luchó “por la liberación de Croacia del yugo serbio”. No mostraba ni el más remoto sentimiento de culpa.

No parecía cínica. Parecía ciega.

Esa fue una actitud repetida entre los descendientes de jerarcas nazis. En su libro Hijos de nazis (2016), Tania Crasnianski pone ejemplos: “En el caso de los hijos, las defensas mentales son, en efecto, muy fuertes. Gudrun Himmler siempre se caracterizó por su total falta de perspectiva frente a la figura paterna”. Como Gudrun, “Edda Göring sentía un amor inalterable por su padre y se negaba a ver en él a uno de los iniciadores de la Shoah”. Edda, como Visnja, “vivió atrincherada en una pequeña vivienda de Múnich y el apartamento era un museo a la gloria de ese hombre”. Wolf Rüdiger Hess siempre idealizó a su padre y “nunca dejó de considerarlo un mensajero de la paz”.

Desde los tiempos de Buenos Aires, Visnja se convirtió en la persona de confianza de su padre. Después del atentado, organizó en secreto su salida hacia España. Desde Madrid, un cura croata le comunicó que el canciller español Fernando María Castiella había dado luz verde a la llegada de Pavelic con una condición: “Pídales solo una cosa, padre: discreción”. En Madrid alquilaron un apartamento junto al Retiro. Ella salía a diario con su padre a dar paseos por el parque. Organizaba sus papeles y los contactos con la diáspora del sátrapa exánime. En la última fotografía que se hicieron, el viejo, sentado, tiene la mirada ausente y una mano apoyada con delicadeza en la sien. Su hija, de negro mortuorio, mira de pie a la cámara, dura como un pedernal.

Cuando él murió, se quedaron solos María, Visnja y Velimir. En 1961 se mudaron al piso en propiedad en el que pasarían el resto de sus vidas. María, la madre, cocinaba, cosía y se ocupaba de la casa. Murió en 1984. Velimir tocaba el violín y se pasaba horas encerrado leyendo libros de filosofía e historia política, escribiendo aforismos y encadenando un cigarrillo detrás de otro. Murió de un cáncer de pulmón en 1998. La casa estaba en la zona de Concha Espina, cerca del Santiago Bernabéu. Visnja recordaba que los fines de semana se oían desde la sala los goles del Real Madrid, pero nunca tuvieron la curiosidad de recorrer los 10 minutos que los separaban del estadio para ver a Di Stéfano, Amancio o Butragueño.

Se mantenían, decía, gracias a los derechos de los escritos de su padre —entre otros, Errores y horrores, un ensayo anticomunista que citaba con reverencia— y de las contribuciones que hacían a la familia Pavelic las organizaciones del exilio desde países como Canadá o Australia. Visnja quedó como heredera simbólica de su padre, y el sepulcro de San Isidro, como un santuario para nostálgicos ustasha. Durante la guerra de los Balcanes, los milicianos croatas cantaban con las armas en la mano al volver del frente: “En Madrid hay una tumba de oro y en ella descansa Pavelic, caudillo de todos los croatas. Levántate, Pavelic, por ti moriremos todos”. Cada vez que jugaba en España un equipo de fútbol croata, los hinchas radicales, e incluso los futbolistas, visitaban el cementerio y la buscaban a ella para presentarle sus respetos. En otra fotografía de su archivo personal aparece junto a la tumba acompañada por un joven ataviado con un traje tradicional croata. En aquella señora de gafas y pelo blanco, menuda como un pajarito, latía todavía una ultranacionalista que expresaba un odio genocida hacia los serbios: “Son creados criminales. No hay un serbio que no sea criminal. ¡No han hecho otra cosa más que matar! Nada más. Matar es cosa genética en ellos, y nosotros lo único que hemos hecho es defendernos”, me dijo.(*)

La última vez que la vi le costaba mucho moverse. Llevaba al cuello un botón de emergencias para personas de la tercera edad. Ya apenas se comunicaba en persona con nadie, aparte de su empleada de la limpieza y de una sobrina que vivía en Ontinyent, Valencia, y a veces iba a visitarla. Contactada por personas interpuestas, su sobrina no quiso participar en este reportaje, y cuando nos desplazamos a Ontinyent para tratar de hablar con ella, el Ayuntamiento de este municipio de ambiente manso y soleado nos informó de que no seguía empadronada allí.

En aquella última visita, la anciana me contó que un investigador croata se había llevado de su casa tres baúles llenos de documentación sobre Pavelic para enterrarlos en algún lugar de Croacia.

—¿Por qué enterrarlos? —le pregunté.

—Para que esté todo seguro —respondió—. Debajo de tierra estará todo seguro, seguro.

A continuación me entregó la última fotografía de su padre.

El cuerpo del dictador en el hospital Alemán de Madrid, tendido en bata en una cama con un ramo de flores sobre las piernas. En su quijada, en sus pómulos, en su nariz se marca la rigidez de la muerte, y permanecen ahí esas ominosas cejas negras, aquellas enormes orejas. Sobre el cabecero de la cama había un crucifijo, y a los lados, dos tétricos cirios con la llama encendida. Por la ventana, con las cortinas abiertas, entra una luz enferma de invierno que ilumina su cadáver.

—Fue muy difícil ser hija de este hombre —dijo Visnja Pavelic—. Muy difícil.

https://elpais.com/elpais/2020/03/17/eps/1584471192_157479.html

* Esto de reflejar fielmente lo que ella dice, al parecer por "respeto" a la libertad de expresión, de estos personajes que no respetaron no ya la opinión, sino la vida, y su maldad llegó a los peores crímenes y torturas, es ya no solo una ignominia, sino una muestra de falta de justicia y profesionalidad.

Como el que oye a uno que afirma, está lloviendo y a otro que dice lo contrario, y publica las dos afirmaciones como ejemplo de "neutralidad". Con lo fácil que sería comprobarlo y constatar la verdad.

El periodista muestra un "respeto" por estos personajes que ellos claramente no merecen. El fue un asesino genocida y criminal y ella una colaboradora de su huida, ocultamiento y evasión ante la justicia que no merecía. 

La Iglesia tampoco ha dado ejemplo, ni de amor y respeto por la justicia, ni de bondad al procurarle la protección, ocultación y evasión a semejante criminal genocida.

sábado, 7 de marzo de 2020

_- Auschwitz, el Papa y “la memoria como deber”

_- En la entrada anterior (aquí) critiqué el silencio de buena parte del progresismo argentino con respecto al amparo que dieron el Estado y los gobiernos argentinos a criminales de guerra nazi. En esta nota trato otra forma de este hipócrita silencio: el referido a lo que hizo el Vaticano en los 1930 y 1940. El disparador de este recordatorio es la reciente declaración del papa Francisco: “Ante esta enorme tragedia, esta atrocidad (se refiere al genocidio, a Auscwitz), no es admisible la indiferencia y es un deber la memoria”.

Pues bien, el deber de la memoria “bien entendido” debe incluir lo que hizo el Vaticano frente a los nazis y sus crímenes. Una cuestión sobre la que “el mayor líder moral mundial” (palabras del presidente Fernández referidas a Francisco) no parece darnos muchas pistas. A los efectos entonces de proporcionar a los lectores elementos de juicio, en lo que sigue transcribo pasajes del libro de John Cornwell El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII (Espaebook.com, 2014); a lo que agrego luego un texto de Antoni Domenech.

Recordemos que Eugenio Pacelli, (1876-1958) fue nuncio en Alemania entre 1917 y 1929, en 1930 fue nombrado cardenal secretario de Estado (del Vaticano), y en 1939 sucedió a Pío XI en el papado, como Pío XII. En 2009 Benedicto XVI lo nombró “venerable”. Hasta el día de hoy el Vaticano no abrió los archivos referidos a su papado; se ha anunciado que se abrirán en marzo de este año.

El concordato de 1933
Siendo cardenal secretario de Estado, Pacelli firmó, en 1933, un concordato con la Alemania hitleriana. Escribe Cornwell: “El tratado autorizaba al papado a imponer el nuevo Código (de Derecho Canónico) a los católicos alemanes, y garantizaba privilegios a las escuelas católicas y al clero. A cambio, la Iglesia católica alemana, su partido político parlamentario y sus cientos y cientos de asociaciones y periódicos se comprometieron ‘voluntariamente’, impulsados por Pacelli, a no inmiscuirse en la actividad política y social”. Cornwell señala que esta abdicación del catolicismo alemán en 1933, negociada e impuesta desde el Vaticano por Pacelli, con el respaldo de Pío XI, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin encontrar oposición de la más poderosa comunidad católica del mundo. En la reunión de gabinete del 14 de julio Hitler afirmó que el concordato había creado una atmósfera de confianza que sería “de especial trascendencia en la urgente lucha contra la judería internacional”. Cornwell observa que “la sensación de que el Vaticano respaldaba al nazismo contribuyó en Alemania y en el extranjero a sellar el destino de Europa”.

La tradición del antisemitismo católico
Cornwell contextualiza el Concordato de 1933 en la larga tradición antisemita de la Iglesia católica. Una tradición que indujo a los dignatarios de la Iglesia católica “a mirar hacia otro lado cuando en Alemania se desató el antisemitismo nazi”. Como botón de muestra del discurso imperante en la Iglesia, cita “Civilta Cattolica” cuando afirmaba (1890-1) que los judíos habían instigado con astucia la Revolución francesa, y que desde entonces “iban ocupando posiciones claves en la mayoría de las economías europeas con el objetivo de controlarlas y establecer ‘virulentas campañas contra la cristiandad’. Los judíos constituían una raza maldita; eran ‘un pueblo holgazán, que no trabaja ni produce nada, que vive del sudor de los demás”. Por eso se pedía “la segregación de la comunidad judía del resto de la población”. Este texto aparecía en la principal revista de los jesuitas, gozaba de la protección papal, y era parte del alimento espiritual del futuro Pío XII. “Tales prejuicios contribuían a la expansión de las teorías racistas que culminarían con el furioso asalto a la razón y el holocausto judío por parte de los nazis en la segunda guerra mundial”.

Entre las ideas establecidas destacamos la que decía que los judíos eran responsables de sus propias desdichas (por “obstinación”, esto es, por negarse a la conversión. En cuanto a la segregación, en la misma Roma, bajo gobierno papal, existió durante largo tiempo un gueto judío. Lo dispuso el papa Paulo IV en 1555, y se abolió recién en 1870, cuando fueron derrotados los Estados Pontificios. Los judíos estaban obligados a vivir en el gueto, y no podían ser titulares de propiedad alguna.

Enfatizamos que si bien el catolicismo no había desarrollado la idea de perseguir a los judíos sobre la base de la ideología racista hitleriana, “aparecía ligado al nacionalismo de derechas, corporativismo y fascismo, que practicaba el antisemitismo por motivos raciales” (Cornwell).

Aplastar movimientos liberadores y al socialismo
Un aspecto que destaca Cornwell es que si bien la Iglesia católica discrepaba en muchos puntos con los nazis, tenía como prioridad la lucha contra el socialismo y los movimientos democráticos. Escribe: “por mucho que le disgustara (a Pacelli) el explícito racismo de los nacionalsocialistas, temía mucho más al comunismo y a lo que en el Vaticano comenzó a denominarse el triángulo rojo: la Rusia soviética, México y España”. La amenaza del comunismo, pero también de democracias (burguesas) más o menos avanzadas, era considerada mucho más grave que la nazi. Por eso el Vaticano se opuso a cualquier alianza de católicos con socialistas para enfrentar al nazismo.

Domenech sobre la relación del Vaticano con nazis y fascistas
En El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista (Madrid, Akal, 2019), de Antoni Domenech, leemos:

“El 8 de junio de 1933 (solo un mes y seis días después de que todos los dirigentes socialdemócratas y comunistas, y todos los cuadros sindicales que quedaban en Alemania fueran arrestados y recluidos por las SS y las SA en campos de concentración… aprobados ya, por supuesto, los primeros decretos antisemitas y de ‘arianización’ de la pequeña empresa; atraídas la prensa y la radio privadas a la voraz órbita del Ministerio de Propaganda del doctor Goebbels), en una pastoral conjunta de todos los obispos de las diócesis católicas alemanas, se declaraba solemnemente:

‘Nuestra época se caracteriza, además, por un superior amor a la patria y al pueblo, por una profunda afirmación de la autoridad y de la exigencia irrefrenable de que los individuos y corporaciones se integren en el organismo del Estado. Para ello arranca del principio básico del derecho natural, según el cual ninguna entidad colectiva puede prosperar sin autoridad, y únicamente la voluntariosa inserción en el pueblo y la sumisión obediente a la dirección legítima pueden garantizar la recuperación de la fuerza y grandezas populares… Justamente en el seno de nuestra Santa Iglesia católica el valor y el significado de la autoridad cobran muy especial vigencia, a la vez que han conducido a esa solidez maciza, sin fisuras, y a esa victoriosa capacidad de resistencia que incluso nuestros adversarios admiran. Por eso a nosotros, católicos, no nos resulta difícil hacer honor a esta nueva y fuerte reafirmación de la autoridad en la vida política alemana y someternos a ella con aquella disposición voluntariosa que no es solo una virtud natural, sino también una virtud sobrenatural, por cuanto que en toda autoridad buscamos el reflejo del poder divino y descubrimos una participación en la eterna autoridad de Dios” (pp. 465-6).

Pocas veces ha quedado tan nítidamente definido el rol profundamente conservador y retrógrado de la religión en un texto emanado de la propia religión’. En este punto recordemos también (lo menciona Cornwell) que cuando, en 1945, se conoció la muerte de Hitler, el cardenal arzobispo de Berlín ordenó a los párrocos de su arquidiocesis celebrar un Requiem en memoria del Führer y los miembros de la Werhmacht “que han caído por nuestra patria alemana”.

Domenech también señala que el papa Pío XI decía que Mussolini era el hombre “que la Providencia nos ha enviado”. Que el cardenal Vannutelli, decano del Sacro Colegio, consideró al Duce “el elegido para salvar a la nación y devolverle la felicidad”. Que cuando las tropas de Mussolini estaban devastando a Etiopía, en 1936, el arzobispo de Milán las bendijo diciendo que “la bandera italiana lleva en triunfo la cruz de Cristo”. Naturalmente, la Iglesia católica también apoyó el levantamiento franquista contra la República española; Pío XII otorgó a Franco la mayor condecoración vaticana, la Suprema Orden de Cristo. Domenech también describe el rol brutalmente reaccionario del gobierno presidido por monseñor Ignaz Seipel (del partido Socialcristiano) en Austria. Seipel protegía y apoyaba a la Heimwehr, los escuadrones de tipo fascista, empeñados en atacar y destruir al movimiento obrero socialdemócrata.

Avances del nazismo y silencio del Vaticano
Cornwell constata que, a pesar de que clérigos y muchos católicos alemanes, fueron hostigados y perseguidos por los nazis, el Vaticano se mantuvo en silencio. En 1935 Hitler hizo aprobar las leyes racistas de Nuremberg, que definían la ciudadanía alemana y preparaban la vía para caracterizar el estatus judío en términos de parentesco. No hubo palabra por parte de Pacelli o el Vaticano. Ante las agresiones de los nazis a los católicos, el Vaticano publicó un documento, “Con candente preocupación”, en el que, a pesar de las quejas, no había condena del antisemitismo, ni siquiera en relación a los judíos convertidos al catolicismo. El documento fue prohibido por los nazis, pero el Vaticano no cambió su postura. También se mantuvo en silencio cuando “la noche de los cristales”, el ataque generalizado a los judíos, ocurrido el 9 de noviembre de 1938.

Croacia y el Vaticano
Un capítulo particular merece la actitud del Vaticano, y de la Iglesia católica, frente a las atrocidades cometidas por los ustachi -nacionalistas croatas- en Croacia, entre 1941 y 1945. Bajo la protección del Tercer Reich, los nacionalistas crearon un Estado croata independiente. Escribe Cornwell: “Fue una auténtica campaña de ‘limpieza étnica’… un intento de crear una Croacia católica ‘pura’ mediante conversiones forzosas, deportaciones y exterminios masivos”. Fueron víctimas dos millones de serbios ortodoxos y “un número no menor de judíos, gitanos y comunistas”. El arzobispo de Zagreb, Aloysius Stepinac apoyó al régimen (fue beatificado por Juan Pablo II en 1998, y hoy se discute su canonización). Sacerdotes franciscanos participaron activamente en las masacres. El papa Pío XII tenía información completa de lo que estaba ocurriendo, pero siguió apoyando al régimen ustachi, ya que “el peor enemigo es el bolchevismo”.

La “solución final” y el Vaticano
Leemos en el libro de Cornwell: “Cuando Pío XII comenzó a recibir información fiable acerca de la Solución Final, en la primavera de 1942, reaccionó situándose a la espera de una ocasión que le fuera propicia… Dudó hasta el 24 de diciembre cuando se refirió, al final de una larga alocución radiofónica con motivo de la Navidad, a los ‘cientos de miles que sin haber cometido ninguna falta, a veces solo a causa de su nacionalidad o raza, se ven marcados para la muerte o la extinción gradual’. Esta fue la más larga expresión con que protestó contra la Solución Final…”.

Más adelante, escribe Cornwell: “No se trata únicamente de una afirmación misérrima. El abismo entre la enormidad de la liquidación del pueblo judío y esas evasivas palabras es chocante… Había reducido los millones de condenados a ‘cientos de miles’ y excluido la palabra judío, con la restricción ‘a veces solo a causa…'”. Más abajo cita a Guenter Lewy: “Finalmente uno se inclina a concluir que el Papa y sus consejeros, influidos por una larga tradición antisemita, tan aceptada en círculos vaticanos, no contemplaban la suerte adversa de los judíos con una sensación de urgencia e indignación moral”.

También Cornwell: “Aunque públicamente repudió las teorías racistas en la segunda mitad de la década de los treinta, Pacelli se negó a apoyar las protestas del episcopado católico alemán contra el antisemitismo. Tampoco hizo ningún intento de obstaculizar el proceso de colaboración del clero católico en la certificación racial para identificar a los judíos, lo que proporcionó a los nazis informaciones esenciales para su persecución”.

Testimonio
Cuando ocurrió la redada y deportación, en 1943, por parte de los nazis de los judíos del gueto de Roma, el Vaticano tampoco alzó la voz. Cornwell recoge el testimonio de Settimia Spizzichino, la única mujer judía romana que sobrevivió a la deportación. Decía: “Volví de Auschwitz por mis propios medios. Había perdido a mi madre, dos hermanas, una sobrina y un hermano. Pío XII podía habernos prevenido acerca de lo que se avecinaba. Podíamos haber huido de Roma y habernos unido a los partisanos. Fue un instrumento en manos de los alemanes. Todo aquello ocurrió ante las mismísimas narices del Papa. Pero se trataba de un Papa antisemita, un Papa pro alemán. No asumió ni un solo riesgo. Y cuando dicen que el Papa es como Jesucristo, no dicen la verdad. No salvó un solo niño”.

El pasillo Vaticano
A lo que dice Cornwell agreguemos que al terminar la guerra miles de nazis relacionados con el Holocausto, escaparon hacia América o Medio Oriente. La vía más elegida fue el llamado Pasillo Vaticano, una red articulada de instituciones religiosas de Milán y Roma, que les daba protección, les proveía de papeles y los ayudaba a llegar a Génova, donde embarcaban. El jefe de la red era monseñor Montini, segundo en la jerarquía del Vaticano, quien después fue Pablo VI. En 2014 el Vaticano declaró beato a Montini. En 2018 fue canonizado por Francisco.

Para terminar:
Cuando Francisco visitó Auschwitz se preguntó cómo “el hombre creado a semejanza de Dios fue capaz de esto”. Una pregunta que suena bastante hipócrita a la vista de lo que históricamente hicieron el Vaticano y la Iglesia católica. Tengamos presente que, según la doctrina católica, los papas han sido declarados -desde 1870- “infalibles” en cuestiones de moral y de fe. Una infalibilidad que sería efecto “de una especial asistencia que Dios haría al pontífice romano cuando este se propone definir como definitivamente revelada una determinada doctrina”. ¿Qué fue entonces de esta infalibilidad del “vicario de Dios en la Tierra” frente a los horrores de los Auschwitz? ¿No tienen limites para el engaño, la falsificación y la hipocresía?

En cualquier caso, esta es la institución e ideología que reivindican y potencian los que van a postrarse ante “la más importante guía moral de la humanidad”. Hay en esto, por supuesto, un profundo interés de clase: mantener y reforzar la sujeción de los explotados y oprimidos, en beneficio de los poderosos. El engaño, la mentira sobre lo ocurrido, y la apelación a la “trascendencia divina” tienen ese inocultable contenido social y político. Y para eso, los papas son realmente “infalibles”.

rolandoastarita.com

P.D.: Hoy en día el Papa Francisco está dando muestras de estar muy lejos de esos comportamientos. Y su cercanía a los pobres y refugiados, le han creado oposición por parte de algunos miembros de la Iglesia.

Deseamos que las esperanzas que ha suscitado el Papa no se vean defraudadas por el bien del planeta, de todos los hombres de buena voluntad y de la Iglesia.

martes, 16 de abril de 2019

La herida del pasado fascista aún sangra en Croacia.



Serbios, judíos y antifascistas boicotean la ceremonia oficial en memoria de las víctimas de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial en denuncia del creciente revisionismo

Jasenovac (Croacia) 15 ABR 2019 -



Ceremonia alternativa a la oficial en recuerdo de las víctimas del campo de concentración de Jasenovac, este viernes. FOTO: NIKOLA SOLIC (AP)

En esta pradera donde solo se oye el azote del viento y el murmullo del río Sava que separa Croacia y Bosnia, al menos 83.000 personas fueron asesinadas durante la Segunda Guerra Mundial por los ustasha, los aliados croatas de los nazis, en el campo de concentración que aquí se alzaba. Croacia ha homenajeado este domingo a las víctimas, pero, por cuarto año consecutivo, lo ha hecho prácticamente sin sus representantes. Serbios, judíos y antifascistas han boicoteado la ceremonia en denuncia del creciente revisionismo de aquellos años oscuros y celebran dos días antes una extraoficial a la que también acuden los romaníes. Dos actos para una memoria dolorosa sobre la que pesan demasiados "sí, pero...".

La disonancia entre el espacio vacío de Jasenovac hoy y el horror de hace ocho décadas parece una metáfora sobre la dificultad de Croacia para lidiar con su pasado.  La gran escultura en forma de flor donde este domingo se depositan los ramos de flores domina el centro de un complejo con ocho subcampos levantado en 1941 que albergaba hasta 4.000 prisioneros, aunque —como reconocían en un documento confidencial sus responsables en alusión a su función exterminadora— “podría aceptar un número ilimitado”. El lago ubicado a pocos metros proporcionaba el agua para la fabricación de ladrillos a la que estaban forzados los reclusos y las vías de ferrocarril que aún recorren el espacio sirvieron para transportar a parte de los presos. En el bucólico río colindante, una lancha de la policía croata vigila la frontera con la otra orilla, ya en la entidad serbia de Bosnia, en la que los ustasha asesinaban a los presos. Les obligaban a cavar una fosa para luego  degollarles, dispararles o tirarles al agujero de un martillazo en la cabeza.

El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo.

Si nada queda nada del campo es precisamente por el episodio que se recuerda cada año en abril. En 1945, unos 600 reclusos intentaron una huida masiva. 91 lo lograron; el resto fue abatido por los guardas. Ante el avance partisano, los guardas intentaron borrar las huellas del campo, ya vacío (asesinaron al casi medio millar que no había tratado de escapar): excavaron algunas fosas comunes para quemar los cadáveres e hicieron volar los barracones con explosivos. Dos años más tarde, el Gobierno yugoslavo permitió a los vecinos usar los cascotes para sus viviendas.

El cálculo de los muertos está muy politizado, incluido un reciente rifirrafe diplomático entre Croacia y Serbia. Tras la guerra, el Ejecutivo de Tito los cifró en 700.000, un cálculo que el consenso académico considera hoy inflado para negociar las reparaciones alemanas de guerra. Los cálculos han bailado de los desestimados 2.238 de una comisión del Parlamento croata al 1,1 millones de un historiador bosnio, es decir, tantos como en Auschwitzpero sin cámaras de gas.

"Es prácticamente imposible saber el número total", admite Ivo Pejakovic, director del espacio en su memoria, junto a una instalación de vidrio en el museo de Jasenovac con los nombres y apellidos de los identificados. Actualmente son 83.145 (20.000 de ellos menores de 14 años), pero probablemente se trata de 100.000, cifra que manejan el Museo del Holocausto de Washington y el centro Simon Wiesenthal de Israel. Casi la mitad eran serbios —la principal diana del odio ustasha— y un cuarto, judíos y romaníes. El resto, militantes antifascistas y otros reclusos políticos.


Algunos de estos elementos —la demolición del complejo, la ausencia de una cifra cerrada de muertos o la fábrica de ladrillos— son justamente los que han alimentado las variopintas tesis negacionistas (como que era un campo de trabajo con muertes puntuales o que fue usado luego por Tito para asesinar ustasha) que han llevado al Departamento de Estado de EE UU a mostrar su preocupación,  al Consejo de Europa a advertir de las crecientes alabanzas entre los jóvenes a la ideología ustasha y al Proyecto de Recuerdo del Holocausto  a sacar “tarjeta roja” a Croacia el pasado enero por sus niveles de revisionismo, los mayores de la UE junto con Polonia, Hungría y Lituania.

“El caso croata es muy complejo. Por un lado, no quiere ser conocido como un país que niegue o revise el Holocausto, pero por otro no puede asumir lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. Es muy difícil encontrar gente que sea completamente inequívoca. Es siempre un ‘sí, los ustasha fueron horribles, pero…’. El revisionismo no es tan explícito y flagrante como en Ucrania o Polonia, pero está ahí, es mainstream”, asegura el historiador británico Rory Yeomans, del Institute for Advanced Study de Princeton y autor de un libro sobre el fascismo en el país entre 1941 y 1945.

Entrada al campo de Jasenovac, en los años cuarenta.Hrvoje Klasic, profesor de la Universidad de Zagreb especializado en historia europea del siglo XX, cree que algunos comportamientos “se han hecho más evidentes en los últimos cuatro años". “Se ha vuelto en cierto modo normal decir Za dom Spremni [“Por la patria, listos”, el saludo ustasha]. Por eso, cuando llegaron las acusaciones de Europa o EE UU, hay quien pensó: ‘¿por qué ahora está prohibido, si no lo estaba hace 20 o 25 años?’. En Alemania, tras 1945, estaba muy claro qué personas y símbolos estaban prohibidos, pero en Yugoslavia no hizo falta. Era una zona gris que aún hoy es utilizada”, señala en su despacho.

El boicot a la ceremonia oficial en Jasenovac comenzó en 2016, año en que salió a la venta el ensayo Jasenovac, campo de trabajo, y su autor, Igor Vukic, fue entrevistado en la televisión pública. El entonces ministro de Cultura, Zlatko Hasanbegovic, que en los noventa había llamado a los ustasha “héroes y mártires”, asistió a la inauguración de un documental con la misma tesis y aplaudió que aborde "numerosos temas tabú". A esto se sumó otro libro y documental de un derechista esloveno sobre el “mito” del campo de concentración. Ese año, su superviviente más longevo pidió que no se leyese su carta en la conmemoración oficial, pero se hizo igual.

Otros gestos han alimentado la sensación de agravio. Una placa en recuerdo de combatientes croatas muertos en la guerra de los noventa que incluía en el escudo el saludo ustasha fue erigida en 2016 junto a Jasenovac. Tras meses de negociaciones, fue reubicada a 10 kilómetros. “Ahora está cerca de un cementerio en el que están enterrados partisanos que liberaron el campo”, critica Aneta Vladimirov, responsable del Departamento Cultural del Consejo Nacional Serbio, que representa a esta minoría.

Tres años antes, en un partido internacional, el futbolista Joe Simunic cogió un micrófono y gritó cuatro veces desde el campo el inicio del saludo ustasha (“Por la patria”). “¡Listos!”, respondieron miles de aficionados. Fue multado y sancionado con 10 partidos por la FIFA. “Las opiniones sobre el saludo cambian a diario. Un día está bien; otro, no. Y no solo entre los ciudadanos de a pie, también entre destacados políticos”, señala el diputado Veljko Kajtazi, en la sede de la representación de la comunidad romaní, Kali Sara, que él preside.

La presidenta del país, Kolinda Grabar-Kitarovic, del histórico partido conservador católico HDZ, ha condenado en varias ocasiones las masacres. “Sin ninguna reserva”, escribió en 2018 en el libro de visitas de Jasenovac, al que acude cada año por su cuenta —la última, este sábado— para no “intensificar las divisiones ideológicas”. “Va a Auschwitz de forma pública y a Jasenovac de forma privada”, lamenta Vladimirov.

La presidenta ha levantado, sin embargo, más de una ceja al afirmar que Za dom Spremni era “un antiguo saludo croata” o al manifestar su pasión por la música de Thompson, cantante conocido para glorificar a los ustasha que actuó en  la celebración de la medalla de plata en el pasado Mundial de fútbol. “La ceremonia oficial en Jasenovac es el único momento en el que nuestros políticos hablan de lo que sucedió en la Segunda Guerra Mundial. Los 364 días restantes se comportan de forma diferente”, explica Sanja Tabakovic, representante de la comunidad judía en el Ayuntamiento de Zagreb.

La sensación es que por, cada una de cal, hay otra de arena. El pasado febrero, el Ministerio de Educación eliminó El diario de Anna Frank de su lista de lecturas recomendadas para los colegiales, poco después de que un centro vetase una exposición sobre el libro porque incluía paneles sobre los crímenes ustasha. Ese mismo mes, en cambio, el Ministerio recomendó a los colegios visitar Jasenovac, algo que en 2018 hicieron solo 16.000 personas. A diferencia de los desplazamientos a Vukovar, la ciudad símbolo de la agresión serbia en los noventa, el viaje no está subvencionado. "Depende principalmente de si los padres están dispuestos a pagarlo", admite el director del espacio. El año pasado lo visitaron quince grupos escolares. Hay más de 900 centros de primaria en el país. Según una investigación de varias ONG croatas publicada en 2015, un 22% de los alumnos de secundaria cree que el Estado Independiente de Croacia de los ustasha no fue una creación fascista y un 48% no está seguro.

Las raíces de este empuje revisionista están, según el historiador Klasic, en  la desintegración de Yugoslavia, época en que un grupo paramilitar croata recuperó el saludo. “Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos nazis o colaboracionistas franceses huyeron a América Latina, pero ellos y sus descendientes siguen viviendo allí. En ningún otro lugar en Europa pasó lo que en Croacia: que volvieron y tomaron el poder. Y con una narrativa: que el Estado independiente de Croacia no fue fascista, sino el Estado croata. Es desde ese momento que hay un fuerte revisionismo”.

Una idea en la que abunda Yeomans: “Si no puedes afrontar lo que pasó en los cuarenta, no puedes tener un debate honesto sobre los noventa, porque hay una conexión: convertir la historia de Croacia en mucho menos problemática de lo que realmente es”.




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miércoles, 14 de noviembre de 2018

El proceso de desintegración de Yugoslavia (1991-2001)

Jordi Córdoba
Rebelión

El final de la Primera Guerra Mundial provocó la caída de la monarquía austrohúngara, y vio nacer, entre otros muchos acontecimientos históricos, el Reino de los Serbios, los Croatas y los Eslovenos, que pocos años después se convertiría en el Reino de Yugoslavia. Durante los años 30 el nuevo estado se alió a Alemania e Italia, pero una sublevación de oficiales opuestos al nazismo hizo que Hitler ordenara invadir el país en 1941, situación que fue aprovechada por Croacia, con numerosos simpatízantes del nacionalsocialismo, para proclamar su independencia. La liberación de los territorios ocupados fue encabezada por Josip Broz (Tito) al frente de una guerrilla partisana que se acabó convirtiendo en un gran ejército. Una vez acabada la guerra, Tito triunfó en las elecciones de 1945 con el Frente Nacional, formado por el Partido Comunista y la mayoría de las demás fuerzas que habían participado en la guerra contra el fascismo. “La ‘segunda Yugoslavia’ surgió en 1945 por efecto, ante todo, del éxito militar de la guerrilla partisana durante la Segunda Guerra Mundial. Tal circunstancia tiene su relieve porque se vincula directamente con uno de los rasgos centrales que dieron sentido al nuevo estado: éste no cobró cuerpo en virtud de una imposición exterior —como la que se hizo valer en buena parte de la Europa central y balcánica al calor de la presencia del ejército soviético—, sino que vio la luz de resultas de un proceso autóctono que, inevitablemente, confirió una mayor legitimidad al régimen naciente” (1).

La nueva constitución hizo de Yugoslavia una federación compuesta por seis repúblicas (Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia), con un gobierno federal que tenía como objetivo principal mantener el equilibrio entre todas ellas que, sin embargo, disponían una gran capacidad de autogobierno. En 1948, después de romper las relaciones con la Unión Soviética y con Stalin, Tito lanzó una nueva política económica más descentralizada, con una cierta permisividad hacia la propiedad privada y una apertura al turismo o la emigración, así como un cierto acercamiento a Occidente, si bien se mantuvieron diferencias significativas entre unas y otras repúblicas y entre las zonas urbanos y rurales. La ruptura con la URSS facilitó la búsqueda de nuevas fórmulas de planificación, con un sistema de autogestión consistente en una amplia participación de las asambleas de trabajadores. Una gestión económica que tuvo unos resultados contradictorios, en parte por un exceso de burocracia y una cierta falta de estímulos. Como una nueva muestra de independencia respecto al resto de países del Este, en 1952 el partido dirigido por Tito pasó a denominarse Liga de los Comunistas, y Yugoslavia fue uno de los máximos impulsores del Movimiento de países No Alineados. Sin perjuicio de lo anterior, el estado adoptó, en 1963, el nombre de República Federal Socialista de Yugoslavia.

A partir de la muerte de Tito (1980) la presidencia de la República pasó a ser colectiva, con una rotación anual por parte de un representante de cada una de las ocho repúblicas y provincias autónomas. Sin embargo, en esta nueva etapa se empezaron a poner de manifiesto las tensiones entre los diferentes territorios, al principio especialmente en Kosovo, provincia autónoma que formaba parte de la República Serbia y con una amplia mayoría albanesa. Poco más tarde en Bosnia y Herzegovina, donde se produjo igualmente un gran crecimiento del sentimiento nacional, paralelo al resurgimiento del islam. Sin embargo, las tensiones en la República Federal entre las diferentes etnias o nacionalidades se acentuó a partir de 1987, especialmente por las posiciones maximalistas de Slobodan Milosevic entre los líderes serbios y Franjo Tudjman entre los dirigentes croatas. El deterioro de la economía y la impopularidad de las medidas de austeridad decretadas por el gobierno federal fomentaron el malestar de la población y reforzaron cada vez más los nacionalismos. En 1989 Milosevic, entonces ya presidente de Serbia, suprimió las autonomías de Kosovo y Vojvodina, que a la larga se convertiría en un irreversible salto mortal hacia la desaparición de Yugoslavia. Mientras tanto, y a pesar de su independencia respecto a la Unión Soviética y al Pacto de Varsovia, la caída del muro de Berlín y otros procesos reformistas en los países del Este llevó, en 1990, a la desaparición de la Liga de los Comunistas, que fue sustituida por diferentes partidos y movimientos socialistas o socialdemócratas en las respectivas repúblicas.

Los movimientos nacionalistas en los diferentes territorios incrementaron las movilizaciones, no siempre pacíficas, a favor de reformas económicas y de más soberanía, especialmente en Eslovenia, Croacia, Macedonia y Kosovo, lo que terminó provocando la intervención del ejército federal, de clara mayoría serbia. En 1991, el intento de llegar a un acuerdo para preservar el estado yugoslavo fracasó por la polarización entre Serbia y Montenegro, por un lado, y el resto de las repúblicas por otra, ya que estas últimas se inclinaban por una relación de tipo confederal. Unos meses después, Eslovenia y Croacia se declararon independientes, con un sorprendente y rápido reconocimiento por parte de Alemania y de buena parte de la Unión Europea. Poco después Bosnia - Herzegovina y Macedonia aprobaron igualmente su separación unilateral de Yugoslavia. A pesar de la ofensiva armada lanzada por Belgrado, Eslovenia y Macedonia, donde los serbios sólo eran una pequeña minoría, consolidaron pronto su independencia, aunque los macedonios sufrieron fuertes tensiones con Grecia, por miedo a las posibles reivindicaciones territoriales sobre la región griega del mismo nombre, mientras en Croacia y Bosnia-Herzegovina, se inició una larga guerra civil.

La República Croata sufrió un conflicto bélico de más de cuatro años, básicamente entre la mayoría croata y la numerosa minoría serbia, partidaria de permanecer en la República Federal, y que recibiría la ayuda del Ejército Yugoslavo, una guerra que acabaría con miles de muertos y cientos de miles de desplazados. Por su parte, la también importante minoría de origen serbio Bosnia y Herzegovina intentó igualmente mantenerse unida a Yugoslavia, lo cual llevó de manera trágicamente similar al proceso croata, a una larga guerra a partir de finales del 1991, básicamente entre la mayoría bosníaca-musulmana, liderada por Alija Izetbegovic (durante buena parte la guerra aliada de los croatas) y las milicias serbias lideradas por Radovan Karadzic (en este caso con el apoyo exterior de Milosevic). Durante otra fase del conflicto se produjeron, sin embargo, intensos combates entre los bosníacos musulmanes y las milicias bosnio-croatas, apoyadas por Franjo Tudjman, que causaron también miles de muertos. El sitio de Sarajevo y la matanza de Srebrenica son dos de los más graves episodios de aquel largo conflicto y, en el segundo caso, también un vergonzoso papel de las tropas de las Naciones Unidas, por la inactividad de los cascos azules en aquella tragedia.

En Serbia, el apoyo popular a Milosevic se consolidó progresivamente, mientras en Kosovo el movimiento de resistencia albanés se enfrentaba cada vez con más fuerza a las tropas federales, al tiempo que en Voivodina la importante minoría húngara protagonizaba diversas protestas. En 1995, la deteriorada situación económica, en buena parte provocada por el embargo internacional aplicado por numerosos países, y el callejón sin salida donde había llegado la guerra de Bosnia, así como el posicionamiento de las tropas de la OTAN contra Belgrado y las milicias serbias, obligaron Milosevic y sus aliados serbo-bosnios a cambiar de táctica y aceptar un pacto entre las diferentes partes. Finalmente se materializó en los acuerdos de paz de Dayton (Ohio, Estados Unidos), donde se establecieron las bases para la constitución de un nuevo estado multiétnico para Bosnia y Herzegovina. La nueva república fue formada por dos territorios autónomos, la Federación de Bosnia y Herzegovina propiamente, donde aún hoy conviven bosniacos musulmanes y croatas, y la República Serbia de Bosnia (Republika Srpska), de mayoría claramente serbia. Pero la intervención norteamericana a través de la OTAN en la última etapa de la guerra no fue precisamente altruista. Washington consiguió, entre otros, "despojar a Berlín de sus posiciones adquiridas en la región estratégica de los Balcanes (…) dividir y debilitar a la Unión Europea (…) instaurar a la OTAN como gendarme del continente europeo (…) quitar a Rusia cualquier acceso al Mediterráneo (e) imponer su liderazgo político y militar para las demás guerras en preparación (2)

A pesar de la creciente fuerza de la oposición reformista en Serbia y especialmente en Montenegro, en 1997 Milosevic fue nombrado presidente de la República Federal (de hecho ya sólo constituida por Serbia y Montenegro), pero el Partido Socialista Serbio, sin mayoría suficiente para formar gobierno, acabó pactando con la extrema derecha del Partido Radical. Mientras tanto, en la antigua provincia autónoma de Kosovo, las tensiones llegaron a ser cada vez más fuertes, ante las dificultades de Ibrahim Rugova, líder de la Liga Democrática, de avanzar en la recuperación de la autonomía del territorio mediante la resistencia pacífica. En este contexto surgió con fuerza el Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK), que empezó a emprender acciones militares de gran alcance contra el ejército yugoslavo y la minoría serbia del territorio, a pesar de los intentos de la comunidad internacional para poner paz en el conflicto. El fracaso de las negociaciones y la implicación de los Estados Unidos y otros de sus aliados llevó una vez más a la intervención de la OTAN, con bombardeos masivos en Serbia y Montenegro, ataques que causaron miles de víctimas y destruyeron un gran número de infraestructuras, empobreciendo aún más el país, mientras Milosevic intensificaba su campaña contra las milicias kosovares, hasta el despliegue de los cascos azules de la ONU en junio de 1999, que tomarían la administración provisional. Kosovo no proclamó la independencia hasta unos años después, en febrero de 2008, pero aún hoy es un estado "parcialmente reconocido". Tan solo entre los países de la Unión Europea, Kosovo no está reconocido por Grecia, Chipre, Rumanía, Eslovaquia o España, mientras que en el Consejo de Seguridad de la ONU, al menos Rusia y China vetan su ingreso formal a la organización que es, de facto, el reconocimiento internacional y pleno de la independencia.

Al principios de 2001 comenzaron a evidenciarse también las tensiones entre Serbia y Montenegro. El mes de enero de 2003 los parlamentos de ambas repúblicas aprobaron la constitución de un nuevo estado, con el nombre de Serbia y Montenegro, pero tres años más tarde, en mayo de 2006, más de 55% de la población montenegrina se acabó inclinando por la separación, en un referéndum donde la Unión Europea había fijado un mínimo del 50% de participación y un 55% de votos a favor de la secesión para aceptar el resultado, lo que llevó a proclamar la independencia del país.

El balance final de la desintegración de Yugoslavia fue dramático: Eslovenia se convirtió en un estado independiente después de un breve conflicto armado que costó más de sesenta muertos. Macedonia declaró la independencia sin caer tampoco en una guerra de grandes proporciones, sin embargo unos años después se produjeron conflictos armados con la minoría albanesa, que provocaron más de un centenar de muertos y numerosos desplazados. La secesión de Croacia supuso una guerra civil durante más de 4 años, que provocó entre 20.000 y 25.000 muertos, según diversas fuentes, y cientos de miles de desplazados. La independencia de Bosnia y Herzegovina supuso también más de 3 años de conflicto bélico, y fue la más dura de las guerras yugoslavas, con cerca de 100.000 víctimas mortales. Montenegro se convirtió en un estado independiente sin que se produjeran víctimas en su proceso de separación propiamente dicho, si bien ya había sufrido anteriormente miles de muertos por su larga alianza con Serbia, especialmente durante los bombardeos de las tropas de la OTAN. Por su parte, Kosovo proclamó la independencia en febrero de 2008, después de un conflicto donde hubo entre 10.000 y 15.000 muertos según diversas fuentes y, como hemos dicho más arriba, hoy sigue siendo un estado solo parcialmente reconocido por la comunidad internacional. Serbia, que sigue incluyendo la provincia nuevamente autónoma de Voivodina, es también actualmente un estado independiente, que se recupera aún de las penosas heridas de la guerra. Las cifras de muertos entre los diferentes conflictos oscilan alrededor de 150.000 personas, según diversas fuentes, además de millones de desplazados, y son sin duda los acontecimientos bélicos más sangrientos en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Las guerras de Yugoslavia entre 1991 y 2001 fueron una trágica combinación de factores políticos, ideológicos y religiosos, con algunos rasgos claramente xenófobos, especialmente en Serbia y Croacia. Es un error considerar que se trató de un conflicto entre comunistas y fuerzas políticas liberales, pues los primeros ya casi habían desaparecido en 1991 y los segundos eran entonces extremadamente minoritarios dentro de la vorágine nacionalista. Como es un grave error hablar de limpieza étnica atribuyéndola exclusivamente a los serbios, a pesar de tener estos la principal responsabilidad, ya que diferentes grupos y milicias serbias, croatas, musulmanes y kosovares fueron responsables de graves matanzas, aunque en la mayoría de los casos sin la intervención de los ejércitos regulares propiamente dichos. Una parte importante de los presuntos culpables de crímenes de guerra fueron juzgados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, establecido en La Haya que, sin embargo, tuvo una actitud especialmente condescendiente con algunos presuntos criminales croatas, y sobre todo con altos responsables de la OTAN, también denunciados por crímenes de guerra. Durante el proceso de desintegración de Yugoslavia se generalizó un ilícito enriquecimiento por parte de las antiguas nomenklatura de todas las repúblicas, paralelamente a la privatización de empresas públicas y a la proliferación de un modelo de capitalismo mafioso. Finalmente podemos decir que todavía hoy en día las relaciones entre las antiguas repúblicas son débiles o en algunos casos casi inexistentes, a pesar de que el largo proceso de acercamiento y adhesión a la Unión Europea (de la que ya forman parte Eslovenia y Croacia), ha propiciado una cierta reconciliación.
Notas

(1) Carlos Taibo, la desintegración de Yugoslavia, Los libros de la catarata, Madrid, 2018

(2) Michel Collon, ¿Cuánto valía Nuestra información sobre la fragmentación de Yugoslavia? Rebelión - 13/03/2006

jueves, 10 de septiembre de 2015

Croacia. Escandalosa celebración de la limpieza étnica, "Operación Oluja".

Las celebraciones de la Operación Oluja en Croacia o cómo un Estado miembro de la Unión Europea festeja una limpieza étnica ante la total indiferencia general de la «comunidad occidental» (1).

Hace unas semanas, el pasado 5 de agosto, Croacia celebró, como todos los años desde 1995, el Día de la Victoria y de la Gratitud de la Patria (2), así como el Día de la Defensa Croata (3). Además, para marcar el vigésimo aniversario de la Operación Oluja («tempestad» en serbio-croata), se organizó un desfile militar el 4 de agosto en Zagreb que las poblaciones serbias condenaron con dureza.Es importante recordar que en esta ocasión Croacia celebra también uno de los mayores crímenes cometidos en las guerras que desgarraron la antigua Yugoslavia en los años 90.

La Operación Oluja, la mayor limpieza étnica en Europa desde 1945
Durante aquella operación, que se desarrolló del 4 al 7 de agosto de 1995 y permitió a Croacia recuperar un territorio de 10.400 km2 (el 18 % del país) que se encontraban hasta entonces bajo el control de la RSK, alrededor de 220.000 serbios fueron expulsados de Krajina (4) por el ejército croata. Al mismo tiempo casi 2.000 serbios, entre ellos 1.200 civiles –hombres, mujeres y niños- fueron asesinados. El ejército croata, aconsejado por antiguos oficiales del ejército estadounidense y apoyado técnicamente por las redes de inteligencia de la OTAN, movilizó al menos a 130.000 hombres para llevar a cabo una operación que representa la mayor limpieza étnica en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Por otra parte, si nos referimos a los datos del censo de 1991 (5), más de un tercio de la población serbia que vivía entonces en Croacia fue expulsado a lo largo de cuatro días terribles marcados, además, por la destrucción de propiedades inmobiliarias serbias (casas, iglesias, cementerios, hospitales, escuelas…) por medio de bombardeos de artillería. Las colonias de refugiados debieron sufrir durante su huida los sobrevuelos amenazadores de la aviación croata.

La Operación Oluja se inscribía en el proyecto del presidente croata de la época Franjo Tudman, dirigido a crear una Croacia étnicamente pura, que se puso en marcha desde su llegada al poder por medio de las primeras modificaciones constitucionales que ceñían el estatuto de ciudadanos solo a los croatas mientras las minorías étnicas y religiosas presentes en el país veían reducidos sus derechos. Las transcripciones de las instrucciones dadas por el presidente croata a su Estado Mayor en la reunión preparatoria de la operación Oluja, el 31 de julio de 1995 en Broni, hablan por sí mismas: «Hay que infligir tal golpe a los serbios que prácticamente desaparezcan» (6). Es importante señalar que el proyecto de Tudman marcaba un resurgimiento de la política racista llevada a cabo por los ustachis (7) en la Segunda Guerra Mundial.

Debido a numerosos obstáculos a su retorno, especialmente en lo que se refiere a la restitución de sus bienes inmobiliarios pero también de sus derechos de ciudadanos de la República de Croacia, solo una ínfima parte de los refugiados serbios regresó a Krajina después del conflicto. También las difíciles condiciones de vida, debidas a las diversas violaciones del derecho de las minorías (especialmente casos de discriminación en la administración croata), a las maniobras de intimidación (por ejemplo con la destrucción sistemática de los carteles bilingües, en escritura latina y cirílica, en la ciudad de Vukovar, donde los serbios representaban más de un tercio de la población) (8), así como las agresiones físicas de las que son víctimas episódicamente las poblaciones serbias de Croacia, no hacen más que animar a estos últimos a abandonar el país (9). En las condiciones actuales, como señalan los representantes de los serbios de Croacia, esta tendencia no parece fácil de revertir. Máxime cuando la reconciliación entre las poblaciones serbias y croatas, necesaria para su convivencia en el mismo país, está frenada por el omnipresente sentimiento de injusticia de los serbios, en particular en lo que concierne a la Operación Oluja.

Porque aunque los principales responsables militares de esa operación -Ante Gotovina, Mladen Markač e Ivan Čermak– fueron juzgados por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), que emitió una orden de arresto contra ellos en 2011, resultaron absueltos (10). Al respecto hay que recordar el regreso triunfal de Gotovina y Markač a Croacia, recibidos como héroes tras su absolución definitiva en 2012, que sentó muy mal a la población serbia.

Celebraciones con gran pompa y tufo a fascismo ustachi
El desfile militar del 4 de agosto, transmitido íntegramente por las cadenas nacionales, se desarrolló, naturalmente, en presencia de los más altos personajes del Estado croata –la presidenta Kolinda Grabar Kitarović, el primer ministro Zoran Milanović y el presidente del Parlamento- pero también de los generales que comandaron la Operación Oluja como Ante Gotovina y Mladen Markač (11). También estaban presentes en la tribuna oficial dos antiguos presidentes croatas –Stjepan Mesić e Ivo Josipović– así como 42 delegaciones extranjeras: embajadores, agregados militares y altos dignatarios militares, entre ellos dos generales estadounidenses, el ministro de Defensa de Bosnia-Herzegovina, los jefes de Estado Mayor de Albania y Bosnia así como otros altos oficiales militares de China, Polonia, Macedonia, Lituania… A este respecto, hay que señalar que no asistió al desfile ningún representante de la Federación Rusa.

Ante los oficiales croatas y extranjeros desfilaron 3.000 personas, principalmente los miembros del ejército croata, pero también la policía y los servicios de protección y rescate. Y además 450 veteranos. Los miles de espectadores presentes en las calles de Zagreb, agitando las banderas de Croacia, también pudieron admirar el desfile de más de 300 vehículos civiles y militares y de una treintena de aviones y helicópteros. Por otra parte, aunque Zagreb había invitado a participar en este desfile a todos los miembros de la OTAN, de la que Croacia forma parte desde 2009, no estuvo presente ningún contingente de la Alianza Atlántica. Sin embargo se vieron banderas de algunos países miembros –Reino Unido, Polonia, Albania y los tres Estados Bálticos- enarboladas por las unidades croatas y particularmente aplaudidas a su paso ante la tribuna oficial, especialmente por la presidenta croata (12). Esta última, en el discurso de apertura del desfile, declaró que Oluja fue una operación militar «impecable, legítima y brillante» que permitió «liberar una región de Croacia ocupada». Y añadió que esa acción permitió fijar las modalidades de una «paz estable». La presidenta croata también ordenó a sus conciudadanos que se mostrasen «orgullosos y dignos de ese suceso».

Las celebraciones del 5 de agosto que se desarrollaron principalmente en la ciudad de Knin, en presencia en particular de la presidenta y el primer ministro de Croacia, estuvieron marcadas por la inauguración de una estatua de Franjo Tuđman en el antiguo baluarte de la república serbia de Krajina. Ese monumento, que simboliza el cumplimiento del proyecto racista del primer presidente de la Croacia posyugoslava, naturalmente será muy poco apreciado por los 3.500 serbios que viven todavía en esta ciudad que antaño fue mayoritariamente serbia (el 80% en 1991) y donde en la actualidad tres cuartas partes de la población es serbia. Más anecdótico, pero altamente ilustrativo del grado del odio antiserbio que reina en una parte de la población croata, el concierto de Marko Perković «Thompson», cantante conocido por sus posiciones ultranacionalistas, estuvo marcado por el alarde de símbolos ustachis y llamamientos al asesinato de los serbios, ya proferidos durante la inauguración de la estatua de Tuđman. Hay que señalar que «Thompson» había dado el tono empezando su recital con el famoso saludo ustachi «Za dom spremni!» literalmente «¡Por la patria estamos dispuestos!», que se considera equivalente al «Sieg Heil» nazi y fue coreado por las varias decenas de miles de espectadores presentes en el estadio de fútbol de Knin –todo con la más absoluta impunidad y sin que la clase política croata se conmoviera particularmente. Más comprometido todavía para esta última, fue la presencia en el concierto de algunos miembros del HDZ (Hrvatska Demokratska Zajednica, Unión Democrática Croata) (13), partido nacionalista fundado en 1989 por Tuđman y del cual Kolinda Grabar Kitarović fue la candidata ganadora en las últimas elecciones presidenciales. También se pudo ver entre otros, en la zona VIP, al actual presidente del HDZ, Tomislav Karamarko, así como al esposo de la presidenta croata.

Finalmente es importante señalar que algunos actores de la sociedad civil croata, en particular periodistas, artistas y las ONG, no dudaron en criticar el hecho de celebrar el vigésimo aniversario de la Operación Oluja con un desfile militar. Hay que señalar también la valiente iniciativa del director de teatro croata Oliver Frljić, quien organizó en la ciudad de Rijeka, en colaboración con el Consejo Nacional Serbio (organismo que coordina la minoría serbia de Croacia), una representación teatral dirigida a «combatir la glorificación de la guerra» que sufrió insultos e incluso amenazas físicas por parte de individuos próximos a los medios ultranacionalistas locales.

A pesar de ese último elemento que viene a salvar un poco el honor de la sociedad croata, los diferentes hechos relatados justificaron la actitud más que negativa de las autoridades serbias frente a esas celebraciones.

Reacciones de Serbia: victoria diplomática (a medias) y conmemoración de las víctimas serbias

Desde el anuncio de la celebración de un desfile militar en Zagreb, Serbia mostró su oposición. También, por medio de su ministro de Asuntos Exteriores Ivica Dačić, en Belgrado, lanzó una advertencia a los países de la OTAN señalando que su participación en ese desfile se consideraría «un gesto antiserbio». El rechazo de la invitación croata por parte de los países de la OTAN fue una victoria para la diplomacia serbia (14) incluso aunque fue incompleta porque, como hemos señalado, algunos países tuvieron que asistir, por diversas razones (15) a que su bandera fuera ondeada durante el desfile.

Sin embargo la diplomacia serbia también ha mostrado sus limitaciones, ya que no ha conseguido que la comunidad internacional condene las celebraciones de la Operación Oluja. Además, aunque algunos políticos serbios apelaron al Parlamento Europeo, como el en caso del genocidio de Srebrenica, para adopte una resolución condenando esa operación de limpieza étnica, sus esfuerzos fueron vanos, tanto más que esa institución se encontraba en ese momento en vacaciones parlamentarias.

Además de esos enfoques diplomáticos más o menos fructíferos, las autoridades serbias decidieron organizar una ceremonia de conmemoración de las víctimas de la Operación Oluja el mismo día del desfile militar en Zagreb. Esa ceremonia, dirigida por el primer ministro serbio Aleksandar Vučić y el presidente de la República de Bosnia-Herzegovina Milorad Dodik, se celebró en la ciudad de Sremska Rača, situada en la frontera bosnia-serbia. Ante miles de personas, en un ambiente de recogimiento, ambos dirigentes arrojaron ramos a las aguas del Sava desde lo alto del puente por el que los primeros refugiados serbios huyeron de Croacia cruzándolo para llegar a Serbia.

Hay que señalar que al contrario que sus homólogos occidentales, el embajador de la Federación Rusa en Serbia asistió a la ceremonia. Así, algo menos de un mes después del veto ruso al Consejo de Seguridad de la ONU sobre la resolución británica concerniente a la masacre de Srebrenica, Moscú demuestra, una vez más, que es la única aliada de las poblaciones serbias y reafirma su intención de desempeñar un papel importante en el escenario balcánico. Recordemos a este respecto que esta táctica de posicionarse como defensor de los pueblos ortodoxos de los Balcanes (16) es una constante de la geopolítica rusa en esa región. Dicho esto, si está claro que la presencia de Alexander Tchépourine fue muy apreciada por la mayoría de los serbios, mayormente rusófilos, no es seguro que el Gobierno residente en Belgrado, cada vez más bajo influencia occidental según algunos analistas, haya apreciado este nuevo gesto de apoyo de Moscú.

Además de la ceremonia de Sremska Rača, las autoridades serbias también decidieron instaurar el 5 de agosto como día de la memoria de los serbios asesinados y desplazados en la operación Oluja, que será también un día de luto nacional y aparece como una respuesta directa a las celebraciones croatas. A este respecto, Aleksandar Vučić expresó su decepción frente al rechazo de las embajadas occidentales a poner su bandera a media asta durante esa jornada de luto, considerando que ese gesto era irrespetuoso frente a la decisión del Gobierno serbio, pero también del protocolo diplomático.

Finalmente, en un alarde de honestidad intelectual, es importante señalar que algunos altos dirigentes políticos serbios no mostraron la contención legítimamente esperada en un día de luto nacional. Así, en un discurso pronunciado en Belgrado, el presidente serbio Tomislav Nikolić estableció abusivamente una continuidad entre el NDH de Ante Pavelić y la Croacia contemporánea, añadiendo que los croatas son fascistas por naturaleza. Una retórica retomada complacientemente por algunos medios locales, reconocidos próximos del primer ministro serbio y que no dudaron, por ejemplo, de calificar al presidente croata de «ustachi». Por otra parte, esa jornada estuvo marcada por las protestas ante la embajada de Croacia en Serbia, donde se reunieron 300 miembros del SRS ( Srpska Radikalna Stranka, Partido Radical Serbio), partido ultranacionalista fundado en 1991 por Vojislav Šešelj (17) y del que todavía es presidente. Una bandera croata fue quemada por el presidente del SRS, que salpicó su acto con declaraciones patrióticas serbias llamando a la reconquista de Krajina, lo que desencadenó la ira de las autoridades de Zagreb.

En desafío de estos últimos elementos que recuerdan la complejidad de las relaciones entre Serbia y Croacia, las tensiones entre ambos países seguramente se podrían haber mitigado si la comunidad occidental hubiera tomado posiciones claras desde el anuncio de las celebraciones.

La (no) reacción de la comunidad occidental, un silencio que dice mucho
Al contrario de lo que se podría esperar, la comunidad occidental ha optado por encerrarse en el silencio, considerando que no había que reavivar las tensiones de la región. Una posición que a primera vista podría parecer justificada en tanto que las cuestiones relativas a las guerras de los años 90 permanecen sensibles en los países procedentes de la antigua Yugoslavia. Sin embargo las celebraciones de la Operación Oluja estuvieron precedidas, unas semanas antes, de un caso típico de injerencia occidental en los asuntos de la memoria de la antigua Yugoslavia. Con ocasión del vigésimo aniversario del «genocidio» de Srebrenica, la actitud de los occidentales aparece menos sincera, por no decir puramente hipócrita. Más allá del silencio de los occidentales es la ausencia de condena de las celebraciones lo que chica, ya que resulta irónico que la comunidad occidental, a pesar de su compromiso en la defensa de los derechos humanos, acepte sin la menor protesta que uno de sus miembros, Croacia, que forma parte de la Unión Europea y de la OTAN, celebre con gran pompa una operación de limpieza étnica, por añadidura la más importante de Europa desde 1945. Por lo tanto se puede considerar legítimamente que la actitud de los occidentales muestra una vez más su hipocresía, flagrante en el episodio de la resolución británica sobre Srebrenica,como recordamos en un artículo anterior, (18) pero que aquí llega a cumbres enfermizas.

Porque, en el caso de las celebraciones de la Operación Oluja, la falta de reacción de los occidentales constituye una minimización, incluso una negación pura y simple, de los crímenes de los que fueron víctimas los serbios de Croacia, una actitud que no ha evolucionado desde los años 90, como lo demostraron Edward S. Herman y David Peterson en un artículo reciente (19). Para tener una idea del grado de cinismo que reinaba ya en la época de la Operación Oluja en la comunidad occidental, basta con recordar las declaraciones de Peter Galbraight, embajador de Estados Unidos en Croacia de 1993 a 1998: según el diplomático estadounidense no hubo limpieza étnica en Krajina porque esa práctica era una especialidad exclusivamente serbia. Además del comportamiento arbitrario, siempre presente, de los dirigentes políticos occidentales,el tratamiento mediático de esos acontecimientos en Occidente revela también esa visión sesgada según la cual existen víctimas buenas y malas. Y los serbios, por supuesto, entran en la segunda categoría. A ese respecto, el estudio realizado por Herman y Peterson sobre la cobertura mediática que dedicaron al «genocidio» de Srebrenica y a la Operación Oluja (en los aniversarios de 2000, 2005 y 2010) es reveladora: demuestra con claridad la existencia de un fenómeno de memoria selectiva en los medios occidentales y, de forma todavía más flagrante, en los medios estadounidenses (20). El vigésimo aniversario de ambos sucesos no ha cambiado la regla, las víctimas bosnias del «genocidio» de Srebrenica se han beneficiado de una amplia cobertura mediática que contrasta claramente con la casi-ausencia de mención de las víctimas serbias de la Operación Oluja en los medios occidentales, a pesar de algunas excepciones notables, en particular en Francia (21).

La ausencia de condena de las celebraciones de la Operación Oluja por parte de los occidentales, aparte del hipócrita argumento de no reavivar las tensiones en la región, está motivada sobre todo por la voluntad política de no cuestionar el relato desarrollado en la época de los hechos y que permanece, veinte años después, en la directriz de la comunidad occidental. Porque una revisión de ese relato de los acontecimientos, según la cual los serbios son los únicos agresores y por lo tanto no pueden gozar del estatuto de víctimas, seguramente expondría a los occidentales a un análisis crítico de su papel, no solo en la Operación Oluja, sino también, y este es el mayor peligro, en todo el conjunto de las guerras yugoslavas. El mantenimiento del relato actual, bien sea en el caso del «genocidio» de Srebrenica o en el de la Operación Oluja, sigue siendo necesario para la comunidad occidental en términos de credibilidad política, máxime cuando el proceso de europeización y «atlantización» de los Balcanes occidentales se basa en ese relato de los sucesos.

Sin embargo, mientras en la actualidad Belgrado negocia su entrada en la Unión Europea, lo que le obliga a tomar ciertas medidas de política exterior impopulares para la población serbia (normalización de las relaciones con Kosovo, disolución progresiva de los lazos con la República Serbia de Bosnia-Herzegovina, alejamiento forzoso de Rusia…), el hecho de que Bruselas ni ningún otro país europeo hayan expresado la menor crítica en cuanto a la celebración de la limpieza étnica de los serbios por parte de Croacia, que por añadidura es el último estado que se integró en la Unión Europea, no hace más que acentuar la progresión del euroescepticismo en Serbia. Los famosos principios de respeto de la memoria de las víctimas y la reconciliación de los pueblos, constantemente repetidos por los diplomáticos occidentales en los medios serbios, en el caso de las celebraciones de la Operación Oluja se enfrentan a un terrible desmentido. Un desmentido tanto más cruel en cuanto que esos principios justificaron, un mes antes, la presión de los europeos y los estadounidenses sobre las autoridades serbias para que estas aceptasen la resolución británica sobre la masacre de Srebrenica y para que Aleksandar Vučić asistiera a la conmemoración de esa tragedia en Donji Potočari, de donde fue expulsado, recordemos, a pedradas. Así, la táctica de los occidentales aparece de doble filo puesto que al intentar favorecer o cuidar a sus aliados bosnios y croatas, al mismo tiempo se enfrenta a las poblaciones serbias y alimenta su sentimiento legítimo de injusticia. Peor todavía, los últimos acontecimientos no hacen más que reavivar la animosidad de los serbios frente a los croatas. Pero acaso ahí, como en el caso de la resolución sobre Srebrenica, el despertar de las tensiones interétnicas sea precisamente el objetivo del enfoque occidental. Incluso si es cierto que el terreno es propicio a ese tipo de escalada.

¿Hacia una congelación de las relaciones entre Croacia y Serbia?
En una perspectiva más amplia, este episodio marca un nuevo incremento de las tensiones políticas que permanecen entre Zagreb y Belgrado desde el final de la guerra de 1995 y que se acentuaron a principios de 2015.

Así, en enero, el primer discurso de Kolinda Grabar Kitarović tras su victoria electoral estuvo a punto de provocar un incidente diplomático al mencionar, sin querer o queriendo, la provincia autónoma de la República Serbia de Voïvodineentre los países de la región donde ella defendería a las poblaciones croatas; esa mención fue interpretada por Belgrado como un cuestionamiento de la integridad territorial de Serbia. Por otra parte, además de la espinosa cuestión del regreso de los refugiados serbios a Croacia y la difícil situación de las poblaciones serbias que viven en ese país, las relaciones entre los dos países se vieron empañadas últimamente por una batalla judicial (22), a propósito de los crímenes cometidos por ambas partes durante la guerra, que ha finalizado en febrero. La Corte Penal Internacional sentenció que ni Serbia ni Croacia cometieron genocidios durante el conflicto que los enfrentó. Teniendo en cuenta la actitud, como mínimo negativa, de los tribunales internacionales frente a Serbia, en testimonio de la conducta arbitraria del TPIY, esa sentencia aparece más como una victoria serbia que como un «empate» judicial, lo que no deja de enfurecer a la parte croata. También hay que señalar que Croacia aprovecha su estatuto de miembro de la Unión Europea, adquirido en 2013, para presionar a Serbia en algunos asuntos, sopesando la posibilidad de los croatas de ralentizar la integración serbia en la UE. A este respecto las últimas evoluciones del diferendo territorial que enfrenta a los dos países desde hace 13 años a propósito del trazado de sus fronteras a lo largo del Danubio, presentan un ejemplo bastante edificante. Así, en el mes de marzo Croacia decidió recurrir a un arbitraje internacional para arreglar definitivamente ese diferendo y hacer valer sus reivindicaciones sobre 10.000 hectáreas de territorio serbio (23). También en este proceso, que necesita el acuerdo de Belgrado para ser lanzado, Zagreb no ha dudado en blandir la carta de las negociaciones de su adhesión a Europa para doblegar a la parte serbia.

Finalmente, en el período anterior las celebraciones de la Operación Oluja, diversas declaraciones de dirigentes políticos croatas en cuanto a la situación de los serbios de Croacia, consideradas «satisfactorias» según se dice, también contribuyeron al clima de tensión entre ambos países cuyo paroxismo, lo vimos, llegó a principios del mes de agosto (24).

Actualmente, como considera Mate Granić, asesor de la presidencia croata y antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Croacia, las relaciones de los dos países no son buenas aunque la visita del presidente serbio antes de los últimos acontecimientos ya no está de actualidad. Por lo tanto el ambiente podría ser espeso en la cumbre dedicada a los Balcanes occidentales, que se celebrará en Viena el próximo 27 de agosto.Apostamos a que Angela Merkel, cuyo Gobierno estuvo en el origen de esta iniciativa regional, sabrá encontrar argumentos para reconciliar, o al menos conducir a ambos países a dejar al margen sus diferencias durante esta importante reunión. En todo caso la canciller alemana seguramente podrá contar con el primer ministro serbio para limar las asperezas, ya que este último siempre está dispuesto a justificar el nuevo estatuto de Serbia como «factor de paz y estabilidad en los Balcanes».

Epílogo: el primer ministro serbio propone homenajear a todas las víctimas de las guerras yugoslavas
En esta óptica, Aleksandar Vučić anunció su intención de proponer a los dirigentes de los países que tomaron parte en los conflictos de los años 90 la instauración de un día común de conmemoración de todas las víctimas de esas guerras sin distinción de nacionalidades. Aunque la propuesta oficial se hará en la cumbre de Viena, el primer ministro croata Zoran Milanović y el primer ministro kosovar Hashim Thaçi, así como el miembro bosnio de la presidencia de Bosnia-Herzegovina Bakir Izetbegović, ya han rechazado esa iniciativa. Por el contrario el presidente de la república serbia de Bosnia Milorad Dodiky su homólogo montenegrino Filip Vujanovićcelebraron la sugerencia de Aleksandar Vučić. Incluso aunque no hay que perder de vista la dimensión política de esta propuesta, que el primer ministro serbio busca claramente desde hace algunos meses atraerse las simpatías de los occidentales, semejante iniciativa merece celebrarse en cuanto que la reconciliación de los pueblos de la antigua Yugoslavia es necesaria.

Pero como señalan algunos responsables serbios, para eso es necesario que los demás países de la región acepten poner en cuestión el relato maniqueo de la guerra, apoyado como hemos visto por la comunidad occidental, según el cual esos estados fueron esencialmente víctimas de la agresión serbia y por lo tanto no pudieron cometer crímenes puesto que actuaron en legítima defensa. Un relato que comienza a desmoronarse en algunos de esos países a medida que el trabajo de los historiadores locales progresa, así como gracias a las revelaciones de documentos hasta ahora secretos y a testimonios de los actores de la época entre los que las lenguas se sueltan progresivamente. Esperemos, por tanto, que el principio según el cual la historia de las guerras yugoslavas está escrita por los vencedores croatas, bosnios y albaneses y sus protectores occidentales, y eso siempre en detrimento de los vencidos serbios, pronto se romperá.

Notas:
(1) Hemos decidido utilizar este término haciéndonos eco deliberadamente de la desprestigiada expresión «comunidad internacional», con el fin de hacer referencia a estados occidentales –Estados Unidos, estados miembros de la UE y otros (Australia, Canadá, Noruega…) en los que las decisiones políticas en el ámbito internacional aparecen cada vez más uniformes-. Por supuesto el líder de dicha comunidad occidental es Washington. Los estadounidenses delegan en Bruselas y Berlín la tarea de mantener el control estadounidense en el continente europeo. Hay que subrayar, por ejemplo, que la comunidad occidental aplica de manera coordinada la política de sanciones contra Rusia establecida en el contexto de la crisis ucraniana.

(2) Este día (Dan pobjede i domovinske zahvalnosti en croata) celebra la reconquista de la ciudad de Knin por el ejército croata durante la Operación Oluja, que marca el final de la República Serbia Krajina (RSK), una entidad serbia autoproclamada en el territorio croata en 1991, en el contexto de ascensión a la independencia de Croacia.

(3) Dan hrvatskih branitelja en croata. Desde 2008 el 5 de agosto también está dedicado a los militares en servicio y a los veteranos del ejército croata.

(4) Históricamente Krajina (que significa «frontera» o «confines» en serbio-croata) fue constituida en la segunda mitad del siglo XVI por el Imperio Austro-húngaro como zona de contención a lo largo de la frontera con el Imperio Otomano. Austria-Hungría hizo venir en particular, a esas fronteras militares, a las poblaciones serbias que huían de la dominación otomana, ofreciéndoles la libertad religiosa y una cierta autonomía a cambio de su contribución militar a la defensa de esa región fronteriza.

(5) El censo de 1991, que representa la última fotografía de la población de Croacia antes de la guerra, contabilizaba 581.663 serbios, es decir, el 12,2 % de la población total de país.

(6) Edward S. Herman y David Peterson, Vulliamy and Hartmann on Srebrenica: A Study in Propaganda , 26 de julio de 2015, http://mrzine.monthlyreview.org/2015/hp260715.html

(7) Los ustachis, con el tristemente célebre Ante Pavelić a la cabeza, crearon en 1941 el Estado Independiente de Croacia (Nezavisna Država Hrvatska , NDH), tras la invasión de Yugoslavia por los nazis a quienes están muy cercanos ideológicamente. Elaboraron en particular el «plan de los tres tercios», concerniente a las poblaciones serbias de Croacia, según el cual había que eliminar a un tercio de los serbios, expulsar a otro tercio del país y convertir al último tercio, a la fuerza, al cristianismo. Desde esa óptica los ustachis crearon el campo de concentración de Jasenovac, situado en la región croata de Eslavonia, donde perecieron más de 100.000 personas, la mitad serbias.

(8) A este respecto, el Consejo Municipal de Vukovar decidió recientemente, violando la ley sobre el uso de las lenguas y la escritura de las minorías nacionales, así como la constitución croata, eliminar la escritura cirílica de los carteles de la ciudad.

(9) Así, siempre según los datos de la Oficina de Estadística Croata, de 201.631 en 2001 (es decir, el 4,5% de la población de Croacia), los serbios pasaron a solo 186.633 en el último censo, que se elaboró en 2011.

(10) Čermak fue absuelto en el juicio inicial de 2011. Gotovina y Markač, condenados en primera instancia, fueron absueltos en la apelación de 2012.

(11) Ya retirados, desde el mes de abril todos ellos forman parte del órgano consultivo del Consejo de Seguridad Nacional por decisión de la presidenta croata.

(12) Es interesante señalar a este respecto que de 2011 a 2014 Kolinda Grabar Kitarović ocupa el puesto de Secretaria General Adjunta de la OTAN, encargada de la diplomacia pública.

(13) En la actualidad, en la oposición del Parlamento croata, donde cuenta con 41 escaños de 151, el HDZ es una de los principales partidos políticos de Croacia con el SDP (Socijaldemokratska partija Hrvatske, Partido Socialdemócrata de Croacia) del primer ministro Zoran Milanović. El SDP, que posee 56 escaños en el parlamento, gobierna por medio de una coalición con otros partidos de centroizquierda.

(14) A este respecto hay que recordar que algunos países, como Estados Unidos y Alemania, inicialmente aceptaron la invitación croata antes de retractarse tras las advertencias de Belgrado.

(15) Así, se podría analizar la presencia de la bandera británica como una pulla de Londres a Belgrado en respuesta al reciente fracaso de la resolución sobre Srebrenica. También se puede explicar la presencia de las banderas de Polonia y de los países bálticos por una voluntad de estos últimos de recordar su adhesión a la OTAN en un momento en que se dicen amenazados por Rusia. Finalmente, en cuanto a la presencia de la bandera albanesa, además de un gesto de solidaridad hacia Zagreb, en Albania, que se adhirió a la OTAN al mismo tiempo que Croacia, (2009) se puede ver una señal de los disensos que existen entre Tirana y Belgrado, especialmente con respecto a Kosovo.

(16) Entre los que se cuentan los serbios, los búlgaros, los griegos, los macedonios y los montenegrinos.

(17) Vojislav Šešelj, acusado por el TPIY de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, encarcelado desde 2003 en La Haya, se muestra muy activo desde que el Tribunal le autorizó, en noviembre de 2014, a regresar a Serbia para tratarse un cáncer. Esta libertad provisional desató protestas en algunos países de la región, especialmente en Croacia, donde el presidente del SRS está considerado un criminal de guerra.

(18) Disponible en el enlace siguiente: http://arretsurinfo.ch/le-massacre-de-srebrenica-retour-sur-un-nouvel-exemple-de-lhypocrisie-et-du-cynisme-des-occidentaux/

(19) Edward S. Herman y David Peterson, The “Srebrenica Massacre” Turns 20 Years Old , 5 de Agosto de 2015, disponible en: http://dissidentvoice.org/2015/08/the-srebrenica-massacre-turns-20-years-old/

(20) Id.

(21) http://www.humanite.fr/vingt-ans-apres-lexode-des-serbes-une-region-vide-580773 y http://www.lefigaro.fr/vox/monde/2015/08/05/31002-20150805ARTFIG00143-operation-tempete-quand-la-croatie-celebre-le-nettoyage-ethnique-des-serbes-de-krajina.php

(22) Croacia presentó ante la Corte Penal Internacional una demanda contra Serbia en el año 2000 por crimen de genocidio. Belgrado respondió en 2009 con una contrademanda, también por genocidio.

(23) Serbia por su parte reclama 3.000 hectáreas de territorio croata.

(24) Señalamos el intercambio de notas de protesta tras los incidentes de Knin y ante la embajada croata en Belgrado.

Fuente: http://arretsurinfo.ch/croatie-scandaleuse-celebration-du-nettoyage-ethnique-doluja/

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 https://elpais.com/diario/1992/08/23/internacional/714520813_850215.html