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sábado, 7 de marzo de 2020

_- Auschwitz, el Papa y “la memoria como deber”

_- En la entrada anterior (aquí) critiqué el silencio de buena parte del progresismo argentino con respecto al amparo que dieron el Estado y los gobiernos argentinos a criminales de guerra nazi. En esta nota trato otra forma de este hipócrita silencio: el referido a lo que hizo el Vaticano en los 1930 y 1940. El disparador de este recordatorio es la reciente declaración del papa Francisco: “Ante esta enorme tragedia, esta atrocidad (se refiere al genocidio, a Auscwitz), no es admisible la indiferencia y es un deber la memoria”.

Pues bien, el deber de la memoria “bien entendido” debe incluir lo que hizo el Vaticano frente a los nazis y sus crímenes. Una cuestión sobre la que “el mayor líder moral mundial” (palabras del presidente Fernández referidas a Francisco) no parece darnos muchas pistas. A los efectos entonces de proporcionar a los lectores elementos de juicio, en lo que sigue transcribo pasajes del libro de John Cornwell El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII (Espaebook.com, 2014); a lo que agrego luego un texto de Antoni Domenech.

Recordemos que Eugenio Pacelli, (1876-1958) fue nuncio en Alemania entre 1917 y 1929, en 1930 fue nombrado cardenal secretario de Estado (del Vaticano), y en 1939 sucedió a Pío XI en el papado, como Pío XII. En 2009 Benedicto XVI lo nombró “venerable”. Hasta el día de hoy el Vaticano no abrió los archivos referidos a su papado; se ha anunciado que se abrirán en marzo de este año.

El concordato de 1933
Siendo cardenal secretario de Estado, Pacelli firmó, en 1933, un concordato con la Alemania hitleriana. Escribe Cornwell: “El tratado autorizaba al papado a imponer el nuevo Código (de Derecho Canónico) a los católicos alemanes, y garantizaba privilegios a las escuelas católicas y al clero. A cambio, la Iglesia católica alemana, su partido político parlamentario y sus cientos y cientos de asociaciones y periódicos se comprometieron ‘voluntariamente’, impulsados por Pacelli, a no inmiscuirse en la actividad política y social”. Cornwell señala que esta abdicación del catolicismo alemán en 1933, negociada e impuesta desde el Vaticano por Pacelli, con el respaldo de Pío XI, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin encontrar oposición de la más poderosa comunidad católica del mundo. En la reunión de gabinete del 14 de julio Hitler afirmó que el concordato había creado una atmósfera de confianza que sería “de especial trascendencia en la urgente lucha contra la judería internacional”. Cornwell observa que “la sensación de que el Vaticano respaldaba al nazismo contribuyó en Alemania y en el extranjero a sellar el destino de Europa”.

La tradición del antisemitismo católico
Cornwell contextualiza el Concordato de 1933 en la larga tradición antisemita de la Iglesia católica. Una tradición que indujo a los dignatarios de la Iglesia católica “a mirar hacia otro lado cuando en Alemania se desató el antisemitismo nazi”. Como botón de muestra del discurso imperante en la Iglesia, cita “Civilta Cattolica” cuando afirmaba (1890-1) que los judíos habían instigado con astucia la Revolución francesa, y que desde entonces “iban ocupando posiciones claves en la mayoría de las economías europeas con el objetivo de controlarlas y establecer ‘virulentas campañas contra la cristiandad’. Los judíos constituían una raza maldita; eran ‘un pueblo holgazán, que no trabaja ni produce nada, que vive del sudor de los demás”. Por eso se pedía “la segregación de la comunidad judía del resto de la población”. Este texto aparecía en la principal revista de los jesuitas, gozaba de la protección papal, y era parte del alimento espiritual del futuro Pío XII. “Tales prejuicios contribuían a la expansión de las teorías racistas que culminarían con el furioso asalto a la razón y el holocausto judío por parte de los nazis en la segunda guerra mundial”.

Entre las ideas establecidas destacamos la que decía que los judíos eran responsables de sus propias desdichas (por “obstinación”, esto es, por negarse a la conversión. En cuanto a la segregación, en la misma Roma, bajo gobierno papal, existió durante largo tiempo un gueto judío. Lo dispuso el papa Paulo IV en 1555, y se abolió recién en 1870, cuando fueron derrotados los Estados Pontificios. Los judíos estaban obligados a vivir en el gueto, y no podían ser titulares de propiedad alguna.

Enfatizamos que si bien el catolicismo no había desarrollado la idea de perseguir a los judíos sobre la base de la ideología racista hitleriana, “aparecía ligado al nacionalismo de derechas, corporativismo y fascismo, que practicaba el antisemitismo por motivos raciales” (Cornwell).

Aplastar movimientos liberadores y al socialismo
Un aspecto que destaca Cornwell es que si bien la Iglesia católica discrepaba en muchos puntos con los nazis, tenía como prioridad la lucha contra el socialismo y los movimientos democráticos. Escribe: “por mucho que le disgustara (a Pacelli) el explícito racismo de los nacionalsocialistas, temía mucho más al comunismo y a lo que en el Vaticano comenzó a denominarse el triángulo rojo: la Rusia soviética, México y España”. La amenaza del comunismo, pero también de democracias (burguesas) más o menos avanzadas, era considerada mucho más grave que la nazi. Por eso el Vaticano se opuso a cualquier alianza de católicos con socialistas para enfrentar al nazismo.

Domenech sobre la relación del Vaticano con nazis y fascistas
En El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista (Madrid, Akal, 2019), de Antoni Domenech, leemos:

“El 8 de junio de 1933 (solo un mes y seis días después de que todos los dirigentes socialdemócratas y comunistas, y todos los cuadros sindicales que quedaban en Alemania fueran arrestados y recluidos por las SS y las SA en campos de concentración… aprobados ya, por supuesto, los primeros decretos antisemitas y de ‘arianización’ de la pequeña empresa; atraídas la prensa y la radio privadas a la voraz órbita del Ministerio de Propaganda del doctor Goebbels), en una pastoral conjunta de todos los obispos de las diócesis católicas alemanas, se declaraba solemnemente:

‘Nuestra época se caracteriza, además, por un superior amor a la patria y al pueblo, por una profunda afirmación de la autoridad y de la exigencia irrefrenable de que los individuos y corporaciones se integren en el organismo del Estado. Para ello arranca del principio básico del derecho natural, según el cual ninguna entidad colectiva puede prosperar sin autoridad, y únicamente la voluntariosa inserción en el pueblo y la sumisión obediente a la dirección legítima pueden garantizar la recuperación de la fuerza y grandezas populares… Justamente en el seno de nuestra Santa Iglesia católica el valor y el significado de la autoridad cobran muy especial vigencia, a la vez que han conducido a esa solidez maciza, sin fisuras, y a esa victoriosa capacidad de resistencia que incluso nuestros adversarios admiran. Por eso a nosotros, católicos, no nos resulta difícil hacer honor a esta nueva y fuerte reafirmación de la autoridad en la vida política alemana y someternos a ella con aquella disposición voluntariosa que no es solo una virtud natural, sino también una virtud sobrenatural, por cuanto que en toda autoridad buscamos el reflejo del poder divino y descubrimos una participación en la eterna autoridad de Dios” (pp. 465-6).

Pocas veces ha quedado tan nítidamente definido el rol profundamente conservador y retrógrado de la religión en un texto emanado de la propia religión’. En este punto recordemos también (lo menciona Cornwell) que cuando, en 1945, se conoció la muerte de Hitler, el cardenal arzobispo de Berlín ordenó a los párrocos de su arquidiocesis celebrar un Requiem en memoria del Führer y los miembros de la Werhmacht “que han caído por nuestra patria alemana”.

Domenech también señala que el papa Pío XI decía que Mussolini era el hombre “que la Providencia nos ha enviado”. Que el cardenal Vannutelli, decano del Sacro Colegio, consideró al Duce “el elegido para salvar a la nación y devolverle la felicidad”. Que cuando las tropas de Mussolini estaban devastando a Etiopía, en 1936, el arzobispo de Milán las bendijo diciendo que “la bandera italiana lleva en triunfo la cruz de Cristo”. Naturalmente, la Iglesia católica también apoyó el levantamiento franquista contra la República española; Pío XII otorgó a Franco la mayor condecoración vaticana, la Suprema Orden de Cristo. Domenech también describe el rol brutalmente reaccionario del gobierno presidido por monseñor Ignaz Seipel (del partido Socialcristiano) en Austria. Seipel protegía y apoyaba a la Heimwehr, los escuadrones de tipo fascista, empeñados en atacar y destruir al movimiento obrero socialdemócrata.

Avances del nazismo y silencio del Vaticano
Cornwell constata que, a pesar de que clérigos y muchos católicos alemanes, fueron hostigados y perseguidos por los nazis, el Vaticano se mantuvo en silencio. En 1935 Hitler hizo aprobar las leyes racistas de Nuremberg, que definían la ciudadanía alemana y preparaban la vía para caracterizar el estatus judío en términos de parentesco. No hubo palabra por parte de Pacelli o el Vaticano. Ante las agresiones de los nazis a los católicos, el Vaticano publicó un documento, “Con candente preocupación”, en el que, a pesar de las quejas, no había condena del antisemitismo, ni siquiera en relación a los judíos convertidos al catolicismo. El documento fue prohibido por los nazis, pero el Vaticano no cambió su postura. También se mantuvo en silencio cuando “la noche de los cristales”, el ataque generalizado a los judíos, ocurrido el 9 de noviembre de 1938.

Croacia y el Vaticano
Un capítulo particular merece la actitud del Vaticano, y de la Iglesia católica, frente a las atrocidades cometidas por los ustachi -nacionalistas croatas- en Croacia, entre 1941 y 1945. Bajo la protección del Tercer Reich, los nacionalistas crearon un Estado croata independiente. Escribe Cornwell: “Fue una auténtica campaña de ‘limpieza étnica’… un intento de crear una Croacia católica ‘pura’ mediante conversiones forzosas, deportaciones y exterminios masivos”. Fueron víctimas dos millones de serbios ortodoxos y “un número no menor de judíos, gitanos y comunistas”. El arzobispo de Zagreb, Aloysius Stepinac apoyó al régimen (fue beatificado por Juan Pablo II en 1998, y hoy se discute su canonización). Sacerdotes franciscanos participaron activamente en las masacres. El papa Pío XII tenía información completa de lo que estaba ocurriendo, pero siguió apoyando al régimen ustachi, ya que “el peor enemigo es el bolchevismo”.

La “solución final” y el Vaticano
Leemos en el libro de Cornwell: “Cuando Pío XII comenzó a recibir información fiable acerca de la Solución Final, en la primavera de 1942, reaccionó situándose a la espera de una ocasión que le fuera propicia… Dudó hasta el 24 de diciembre cuando se refirió, al final de una larga alocución radiofónica con motivo de la Navidad, a los ‘cientos de miles que sin haber cometido ninguna falta, a veces solo a causa de su nacionalidad o raza, se ven marcados para la muerte o la extinción gradual’. Esta fue la más larga expresión con que protestó contra la Solución Final…”.

Más adelante, escribe Cornwell: “No se trata únicamente de una afirmación misérrima. El abismo entre la enormidad de la liquidación del pueblo judío y esas evasivas palabras es chocante… Había reducido los millones de condenados a ‘cientos de miles’ y excluido la palabra judío, con la restricción ‘a veces solo a causa…'”. Más abajo cita a Guenter Lewy: “Finalmente uno se inclina a concluir que el Papa y sus consejeros, influidos por una larga tradición antisemita, tan aceptada en círculos vaticanos, no contemplaban la suerte adversa de los judíos con una sensación de urgencia e indignación moral”.

También Cornwell: “Aunque públicamente repudió las teorías racistas en la segunda mitad de la década de los treinta, Pacelli se negó a apoyar las protestas del episcopado católico alemán contra el antisemitismo. Tampoco hizo ningún intento de obstaculizar el proceso de colaboración del clero católico en la certificación racial para identificar a los judíos, lo que proporcionó a los nazis informaciones esenciales para su persecución”.

Testimonio
Cuando ocurrió la redada y deportación, en 1943, por parte de los nazis de los judíos del gueto de Roma, el Vaticano tampoco alzó la voz. Cornwell recoge el testimonio de Settimia Spizzichino, la única mujer judía romana que sobrevivió a la deportación. Decía: “Volví de Auschwitz por mis propios medios. Había perdido a mi madre, dos hermanas, una sobrina y un hermano. Pío XII podía habernos prevenido acerca de lo que se avecinaba. Podíamos haber huido de Roma y habernos unido a los partisanos. Fue un instrumento en manos de los alemanes. Todo aquello ocurrió ante las mismísimas narices del Papa. Pero se trataba de un Papa antisemita, un Papa pro alemán. No asumió ni un solo riesgo. Y cuando dicen que el Papa es como Jesucristo, no dicen la verdad. No salvó un solo niño”.

El pasillo Vaticano
A lo que dice Cornwell agreguemos que al terminar la guerra miles de nazis relacionados con el Holocausto, escaparon hacia América o Medio Oriente. La vía más elegida fue el llamado Pasillo Vaticano, una red articulada de instituciones religiosas de Milán y Roma, que les daba protección, les proveía de papeles y los ayudaba a llegar a Génova, donde embarcaban. El jefe de la red era monseñor Montini, segundo en la jerarquía del Vaticano, quien después fue Pablo VI. En 2014 el Vaticano declaró beato a Montini. En 2018 fue canonizado por Francisco.

Para terminar:
Cuando Francisco visitó Auschwitz se preguntó cómo “el hombre creado a semejanza de Dios fue capaz de esto”. Una pregunta que suena bastante hipócrita a la vista de lo que históricamente hicieron el Vaticano y la Iglesia católica. Tengamos presente que, según la doctrina católica, los papas han sido declarados -desde 1870- “infalibles” en cuestiones de moral y de fe. Una infalibilidad que sería efecto “de una especial asistencia que Dios haría al pontífice romano cuando este se propone definir como definitivamente revelada una determinada doctrina”. ¿Qué fue entonces de esta infalibilidad del “vicario de Dios en la Tierra” frente a los horrores de los Auschwitz? ¿No tienen limites para el engaño, la falsificación y la hipocresía?

En cualquier caso, esta es la institución e ideología que reivindican y potencian los que van a postrarse ante “la más importante guía moral de la humanidad”. Hay en esto, por supuesto, un profundo interés de clase: mantener y reforzar la sujeción de los explotados y oprimidos, en beneficio de los poderosos. El engaño, la mentira sobre lo ocurrido, y la apelación a la “trascendencia divina” tienen ese inocultable contenido social y político. Y para eso, los papas son realmente “infalibles”.

rolandoastarita.com

P.D.: Hoy en día el Papa Francisco está dando muestras de estar muy lejos de esos comportamientos. Y su cercanía a los pobres y refugiados, le han creado oposición por parte de algunos miembros de la Iglesia.

Deseamos que las esperanzas que ha suscitado el Papa no se vean defraudadas por el bien del planeta, de todos los hombres de buena voluntad y de la Iglesia.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Encuentro mundial de movimientos populares: una jornada histórica en el Vaticano. En presencia del presidente Evo Morales

El martes 28 de octubre ha sido una jornada histórica.

Primero porque no es frecuente que el Papa convoque, en el Vaticano, a un Encuentro Mundial de Movimientos Populares en el que participan organizaciones de excluidos y marginados de los cinco continentes, y de todos orígenes étnicos y religiosos: campesinos sin tierras, trabajadores informales urbanos, recicladores, cartoneros, pueblos originarios en lucha, mujeres reclamando derechos, etc... En suma, una Asamblea mundial de los pobres de la Tierra. Pero de los pobres en lucha, no resignados.

Segundo, es menos frecuente aun que el Papa se dirija directamente a ellos, en el Vaticano, diciéndoles que quiere "escuchar la voz de los pobres" porque "los pobres no se conforman con padecer la injusticia sino que luchan contra ella" y que él (el Papa) "los quiere acompañar en esa lucha". También ha dicho Francisco que "los pobres ya no esperan de brazos cruzados por soluciones que nunca llegan; ahora los pobres quieren ser protagonistas para encontrar ellos mismos una solución a sus problemas" pues "los pobres no son seres resignados, sino protestan" y su protesta « molesta ». Ha dicho que espera que "el viento de la protesta se convierta en vendaval de la esperanza". Asimismo ha afirmado el Papa: "La solidaridad es una forma de hacer historia". Y por eso se une al pedido de los pobres que reclaman "tierra, techo y trabajo", Y ha añadido: "Cuando pido para los necesitados tierra, techo y trabajo, algunos me acusan de que 'el papa es comunista'! No entienden que la solidaridad con los pobres es la base misma de los Evangelios."

También ha afirmado Francisco: "La reforma agraria es una necesidad no sólo política sino moral!" Y ha acusado (sin nombrarlo) al neoliberalismo de ser la causa de muchos de los males de hoy: "Todo esto ocurre -ha afirmado- cuando se saca al ser humano del centro del sistema y que en ese centro está ahora el dinero." "Por eso hay que alzar la voz", ha repetido. Y ha recordado que "los cristianos tenemos un programa que me atreveria a calificar de revolucionario: las bienaventuranzas del 'Sermon de la Montaña' del Evangelio según San Mateo."

Un discurso fuerte, valiente que se inscribe en el filo directo de la Doctrina Social de la Iglesia que el papa ha reivindicado explícitamente. Y en la opción preferencial por los pobres. Hacia mucho tiempo que un Papa no pronunciaba un discurso tan social, tan "progresista" sobre un tema, el de la solidaridad con los pobres, que constituye la base misma de la doctrina cristiana.

Tercero. Todo esto ha sido tanto mas importante cuanto que este discurso, el Papa lo ha pronunciado en presencia del Presidente de Bolivia Evo Morales, icono de los movimientos sociales y líder de los pueblos originarios. Un momento màs tarde, el Presidente Morales, muy aplaudido, ha tomado la palabra ante el mismo auditorio de movimientos populares en lucha para explicar, con muchos ejemplos, que "el capitalismo que todo lo compra y todo lo vende ha creado una civilización despilfarradora". Ha insistido en que "hay que refundar la democracia y la politica, porque la democracia es el gobierno del pueblo y no el gobierno de los capitales y de los banqueros". También ha puesto el acento en que "hay que respetar a la Madre Tierra" y oponerse a que "los servicios básicos sean privatizados".

Ha sugerido a todos los Movimientos Populares aquí reunidos que creen "una gran alianza de los excluidos" para defender los "derechos colectivos".

El sentimiento general de los participantes, en este inédito Encuentro, es que estas dos intervenciones confirman el enorme liderazgo político y moral, a escala internacional, del Presidente Evo Morales; y el nuevo rol histórico del Papa Francisco, como abanderado solidario de las luchas de los pobres de América Latina y de los marginados del mundo.
autor: Ignacio Ramonet

miércoles, 22 de octubre de 2014

El Pontífice que enfureció a Franco

“Sofía Loren, sí; Montini, no”, gritaban por las calles de Madrid cientos de jóvenes falangistas contra Pablo VI una tarde de otoño de 1963. Al día siguiente, el director del periódico Pueblo, Emilio Romero, el gran mimado del dictador Franco, publicaba un regocijado artículo llamando Tontini al Pontífice romano, que llevaba en el cargo apenas tres meses. Fue evidente que Franco estuvo al tanto de aquella grosera salida de tono. Lo supone el cardenal Tarancón en sus memorias, que tituló Confesiones’ Había nacido, en la muy católica España (eso se decía entonces), el anticlericalismo de derechas, un fenómeno que suscitó la curiosidad internacional por su reiterada agresividad. Las manifestaciones (ilegales, pero jaleadas por el Régimen dictatorial) iban a extenderse a partir de entonces por toda España, en una escalada de la tensión que trascendió la muerte de Franco cuando unos llamados ‘Guerrilleros de Cristo Rey’ pusieron de moda el grito (y las pancartas) de “Tarancón al paredón”, en alusión al cardenal encargado por Pablo VI de ejecutar sus políticas antifascistas.

Franco supo lo que se le avecinaba nada más conocer la elección del cardenal Montini como sucesor de Juan XXIII. El tradicional contubernio judeomasónico y comunista, el espantajo en que la dictadura sustentaba sus brutalidades, sumaba un enemigo inesperado pero notorio, nada menos que un Papa cuyo antifascismo venía de familia. Su padre, Giorgio, abogado y periodista, dirigió la Acción Católica, fue diputado en el Parlamento de Italia y corrió peligro de ser eliminado por Mussolini. Antes de llegar a Papa, cuando era arzobispo de Milán, Montini hijo había elevado su voz varias veces contra los fusilamientos del franquismo. Por eso, el régimen reaccionó pronto, sin esperanza de arreglo, con ira. Romero, el primer día que tomó la costumbre de llamar Tontini al papa Montini, lo argumentó con desparpajo: “Vamos a disfrutar de una Santidad que da respaldo para incordiar en un país donde se aburren los curas por una paz tan prolongada".

Todo empezó en el Vaticano II, que proclamó la libertad religiosa y de conciencia como un derecho humano y exigió de los Gobiernos católicos que renunciasen a sus privilegios. Malas perspectivas en España, que definía en el BOE a la Iglesia romana como una “sociedad perfecta” y la única confesión de los españoles, y que había invertido 340.000 millones de pesetas (la moneda de entonces) a cambio de que la jerarquía católica fuese su “principal apoyo y sustento”. Textual lo que va entre comillas. Las cuentas se las hizo en 1973 el presidente del Gobierno, Carrero Blanco, al cardenal Tarancón. Para entonces, pese a un cruce de cartas entre Pablo VI y Franco intentando suavizar las formas, las relaciones parecían rotas hasta el punto de que el Gobierno de Carlos Arias, que sucedió al de Carrero, llevó a un Consejo de Ministros la propuesta de romper relaciones con el Vaticano. “¿Habéis perdido la cabeza?”, les dijo Franco. Lo cuenta López Rodó en el cuarto volumen de sus Memorias. Tarancón también alude a ese momento en sus recuerdos. “Franco estaba obsesionado con la idea de que un Gobierno que choca con la Iglesia es un gobierno que cae”, escribe. Hacía años que el dictador se lo había advertido más castizamente a ministro de Gobernación, Camilo Alonso Vega: “Camilo, no te metas con los curas, que la carne de cura indigesta”.

Pese a todo, Franco prohibió a Pablo VI viajar a Santiago de Compostela y permitió abrir una cárcel solo para curas en Zamora. Peor aún: en febrero de 1974, el jefe de Policía de Bilbao puso bajo arresto domiciliario al obispo Añoveros a la espera de la orden de Madrid para enviarlo en avión al exilio. El Gobierno tenía preparada, además, la carta de ruptura de relaciones con el Estado vaticano. Renunció a hacerlo cuando Tarancón enseñó a Franco, ya muy decrépito pero lúcido para lo fundamental, la carta de excomunión ordenada por el Papa, para él y todo su Gabinete, si se consumaba la expulsión del prelado bilbaíno.

Había habido antes, a partir de 1965 y para ejecutar los acuerdos del Vaticano II, un amistoso cruce de cartas entre Pablo VI y Franco en torno a la vigencia del Concordato de 1953, que Roma quería revisar a toda costa para quitarle al dictador sus privilegios en el nombramiento de obispos. “Renunciaré” (a ese derecho concordatario) si su Santidad renuncia a su vez a sus muchos privilegios en España”, resumió finalmente su posición el llamado Caudillo de España. El Vaticano enmudeció. No volvió a la carga sobre el asunto hasta 1976. Este año arrancó del Gobierno del sucesor del dictador, el rey Juan Carlos I, la renuncia a sus muchas prerrogativas, sin ceder por su parte ni una de las suyas, que siguen siendo cuantiosa tras los llamados Acuerdos de 1979.

Todo había empezado en vida del mítico Juan XXIII, que tenía prohibido pronunciar la palabra “cruzada” en su presencia. Fue el Papa que, junto a Pablo VI, entonces su cardenal preferido, puso en marcha la estrategia para España, convencidos ambos de que la Iglesia romana corría el riesgo de ser arrastrada por la Historia junto a la dictadura a la muerte de Franco, a quien había apoyado desde el principio. En la reunión estuvo, además de Tarancón, entonces un joven prelado arrinconado durante 18 años por el Régimen en la diócesis de Solsona, el primado de Toledo, cardenal Pla y Deniel, partidario de acabar en España “con todos los hijos de Caín”. Así lo había escrito en una carta pastoral. “Esa posición es poco cristiana y debe ser rectificada de inmediato”, le dijo Montini. Pla y Deniel, que ya tenía 88 años, se defendió como gato panza arriba. Franco salvó a la Iglesia; Franco paga la reconstrucción de templos y nos construye seminarios (5.106 millones en ese apartado, ofrece el dato); Franco paga salarios, Franco ha entregado a los obispos la enseñanza primaria y secundaria...

El futuro Papa le corta: “Bien, entiendo. Pero la cizaña no puede extirparse. La cizaña ha de convivir con el trigo para que la bondad de este sobresalga”. El Vaticano aspiraba a la reconciliación de los españoles y gran parte de la jerarquía católica del momento no quería esa reconciliación. Es a partir de esa visita al Vaticano cuando Juan XXIII y el cardenal Montini deciden que hay que preparar un golpe de mano en el episcopado español, poniendo al frente a personas que, poco a poco, vayan separando a la Iglesia católica de dictadura tan poco cristiana. El liderazgo lo asumirá Tarancón, que cumplirá el encargo con habilidad vaticana. “El Régimen franquista no tiene futuro. La Iglesia española, si quiere sobrevivir a Franco, deberá irse separando de él poco a poco, pero completamente”, le dice Montini, textualmente. Cuando Franco percibe la operación, hay un debate en su Gobierno sobre cómo reaccionar. Se desespera por lo que escucha. Le dice más tarde a su ministro de propaganda, Manuel Fraga, que se jacta por doquier de nombrar él mismo a muchos obispos: “¿Cree que no me doy cuenta de lo que pasa? ¿Acaso cree que soy un payaso de circo?”
Fuente: El País. http://politica.elpais.com/politica/2014/10/19/actualidad/1413737634_308535.html

sábado, 23 de marzo de 2013

UC Berkeley NewsCenter » International affairs

UC Berkeley NewsCenter » International affairs
What does the death of Venezuela's Hugo Chávez, and the election of an Argentinian cardinal as Pope, mean for Latin America? Experts from the Americas offer commentary, in English and Spanish, via the Center for Latin American Studies' online video series "Critical Insights."