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viernes, 15 de marzo de 2024

Recuérdame DAVID HARKINS

Puedes llorar porque se ha ido, o puedes
sonreír porque ha vivido.

Puedes cerrar los ojos
y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado;
tu corazón puede estar vacío
porque no la puedes ver,
o puede estar lleno del amor
que compartisteis.

Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el
vacío y dar la espalda,
o puedes hacer lo que a ella le gustaría:
sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.

martes, 7 de noviembre de 2023

“Lo decadente puede convertirse fácilmente en una fuente de inspiración”: Geoff Dyer, el escritor que exploró el final de grandes carreras de la historia

Geoff Dyer, retratado por Matt Stuart.

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE GEOFF DYER.

Pie de foto,

Geoff Dyer es autor de novelas como "Amor en Venecia" y "Muerte en Benarés".

Leer "Los últimos días de Roger Federer", del británico Geoff Dyer, es como subirse a una montaña rusa de estados de ánimo.

A veces ríes a carcajadas, a veces te invade la nostalgia. A veces aparecen frases tan certeras que estremecen.

Esta sobre el envejecimiento no tiene pérdida:

“El verdadero interés es cómo cambian las cosas gradualmente y no de repente. Tan gradual que es imperceptible. Nadie lo ha dicho mejor que George Oppen (poeta estadounidense) sobre hacerse viejo: ‘qué extraña cosa que le pasa a un niño pequeño’”.

"Los últimos días de Roger Federer" es un libro “inclasificable”, como muchos críticos definen la obra y estilo de Dyer.

Es una retahíla de pensamientos del autor sobre el final de la carrera de algunas de las personalidades más brillantes de la historia (Bob Dylan, Nietzsche, Beethoven, Jim Morrison, De Chirico y muchos otros) y de la suya propia, y de todos los placeres, culpas, logros y frustraciones que ha dejado por el camino a sus 65 años.

El título es un homenaje a uno de sus grandes ídolos contemporáneos, el tenista Roger Federer, que se retiró en septiembre de 2022.

Pero, extrañamente, Federer apenas aparece en el libro.

Por eso arrancamos así esta entrevista con Dyer, que realizamos en el marco del Hay Festival de Querétaro, que se celebra entre el 7 y 10 de septiembre en esa ciudad mexicana.

En "Los últimos días de Roger Federer" Dyer reflexiona sobre el paso del tiempo. En esta foto aparece en su niñez, vestido de vaquero.
Geoff Dyer, vestido de vaquero cuando era niño.

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE GEOFF DYER.

Pie de foto,
¿Por qué “Los últimos días de Roger Federer” si el tenista casi no aparece en el libro?

Reflejar cómo acaban las carreras era un tema que planeaba por mi mente y esto fue acentuado por el hecho biológico de que ya no soy un tipo de 35 años.

Era consciente de que estaba cerca de ese estadio en mi vida y pensé que usar el nombre de Roger Federer era una buena forma de condensar todos los argumentos y temas del libro en una persona.

Cuando arranqué el texto me preguntaba si Roger continuaba jugando, no porque fuera a ganar otro Grand Slam, que parecía casi imposible, sino porque realmente amaba lo que hacía y le daba sentido a su vida.

Pensé que él era un buen emblema del tema, aunque el libro nunca fuera a tratar sobre él.

Pero cuando escribiste el libro todavía no se había retirado. ¿Cómo viviste su retiro y último partido en 2022?

Fue muy bueno para mí, porque cuando anunció su retirada, el libro ya estaba publicado, y le dio un nuevo empujón en ventas (ríe).

Su anuncio fue una sorpresa, aunque de alguna forma ya había casi parado de jugar.

Y ese último partido a dobles que jugó con Nadal…

El tenis no fue para nada interesante y la Laver Cup tampoco es un torneo interesante, pero esa fotografía en que ambos aparecen llorando agarrados de la mano fue una forma maravillosa de terminar su carrera.
 
Nadal y Federer lloran durante la despedida de Federer en la Laver Cup.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

Nadal y Federer, rivales y amigos, protagonizaron una icónica y emotiva escena el día del retiro del suizo.


En el libro hablas de lo mucho que lloras últimamente. ¿Lloraste también con esa imagen?

Claro que lloré. Aunque para mi crédito diré que las lágrimas de Roger parecían también deberse a esa terrible canción pop que pusieron en su homenaje.

Pienso que mis lágrimas tenían un motivo mucho más profundo (dice entre risas).

En el libro sigues haciendo honor a tu fama de autor “inclasificable”: lo mismo hablas de finales de carrera, que de etapas de tu vida, que de cómo afrontar libros que en principio parecen aburridos...

Lo digo de todos mis libros: nunca siento que encajan en ninguna categoría que reciben.

Quizás más que otro, este es simplemente un libro de esos que no están definidos por su contenido sino por la forma en que el autor, en este caso yo, llena sus páginas con su conciencia.

De eso trata, de lograr que mi conciencia interese lo suficiente al lector aunque no conozca o esté interesado en algunas de las personas sobre las que escribo.

¿Y alguna recomendación para lectores obsesivos como yo que no podemos dejar un libro sin acabar por muy malo que sea?

Con respecto a lo de cuándo saber si abandonar un libro, a mí me gustan los libros que se revelan gradualmente, que sorprenden.

Hay una tendencia en las editoriales que no me gusta nada, que es escribir introducciones que preparen al lector, un tanto emulando las intenciones con las que el escritor vendió su obra a la editorial. Se usa la introducción como instrumento de venta.

Tampoco me gusta cuando en las introducciones te anuncian de lo que va a tratar cada capítulo.

Es una de las razones por las que mi libro tiene una estructura tan sutil, para que el lector tenga que averiguar por sí mismo lo que está ocurriendo.

Frase de Geoff Dyer.
Cuando exploraste todos estos finales de carrera, ¿quién crees que la acabó de la forma más divertida y quién de la más trágica?

Diría que el final más trágico de carrera fue el de Nietzsche, que sufrió un severo deterioro mental.

Acaba viviendo como un zombie y tiene una especie de vida póstuma cuando en realidad sigue vivo. Y luego se complica más al enfrentarse al antisemitismo que le hizo terminar odiando a su hermana. Es muy desafortunado.

Pero luego también "su regreso" fue espectacular. De alguna forma, su reputación ha trascendido más que la de Marx o Freud, otros de los padres del pensamiento moderno.

La vida de Hemingway también acabó de forma terrible, no solo por su suicidio, sino porque su declive duró mucho tiempo.

Y cuando pienso en el mejor final, ese tiene que ser el de Beethoven. Esos últimos cuartetos son tan avanzados musicalmente y tienen una profundidad psicológica tan grande que para mí son realmente un triunfo.

Geoff Dyer

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE GEOFF DYER.

Pie de foto,

Geoff Dyer es graduado de la Universidad de Oxford en Reino Unido.


¿Y para ti qué imaginas como final de carrera?

Difícil de decir.

En mi caso, el final ideal de carrera sería llegar a un punto en que pueda continuar diciendo lo que quiera decir y, sobre todo, sin abandonar este modo de vida de escritor por culpa de otras personas o circunstancias, como tener poco dinero o no conseguir una editorial que publique mis libros.

Quiero que mi final sea que simplemente no quise escribir más. Lo más importante es acabar la carrera de forma independiente.

Una de las cosas más reconfortantes sobre la vida de escritor es que es una prueba constante de tus habilidades cognitivas.

Es muy interesante, cuando uno va envejeciendo, ir probándose y ver si uno es capaz, si tiene el poder mental de seguir.

Todo el tiempo que estuve analizando este desarrollo potencial en la vida de otros era consciente de que quizás no solo estaba mirando estas vidas a través de una ventana, sino también mi propia situación a través de un espejo.

Tu libro en muchos momentos es una oda a la decadencia, un estado que muchos aceptan por la nostalgia, la belleza o la sabiduría, pero que muchos otros rechazan por viejo y anticuado ¿En qué grupo te encuentras tú?

Es sorprendente, pero lo decadente o lo que está en declive puede convertirse fácilmente en una especie de inspiración, y permitirnos continuar.

La decadencia puede transformarse en una especie de cualidad habilitadora.

viernes, 28 de julio de 2023

‘Danza humana’, renuevos de Montaigne.

Portada de ‘Danza humana’, de Rafael Argullol.


Rafael Argullol dialoga consigo mismo en un volumen de mil páginas y escritura libérrima, en el que recorre los hitos de la historia de la cultura. El autor pone fin así a la trilogía iniciada con ‘Visión desde el fondo del mar’ y ‘Poema’.

Son ya muchos años, toda una vida podría decirse, los que lleva Rafael Argullol explorando una escritura extraterritorial que rechaza lindes genéricos y aduanas disciplinarias, una escritura que alguna vez llamó “transversal” pero que es esencialmente agenérica y libérrima, serenamente tornadiza y metamórfica, en la que lo lírico y lo narrativo se impregnan de especu­lación filosófica, de remembranza autobiográfica o de confesión. Emanada de un yo ubicuo, es una escritura intensamente personal concebida a menudo como una expedición de descubrimiento que aparece jalonada por la historia de la cultura (arte, literatura, filosofía y religión salen al camino constantemente) y elevada por una mirada universalista que sitúa a los seres humanos en su pequeñez cósmica y al mismo tiempo en su irresoluble fluctuación entre la luz y la tiniebla. Esa vía pareció alcanzar su expresión más granada en 2010 con Visión desde el fondo del mar, sin embargo se prolongó en otro magno esfuerzo de disciplina escrituraria, Poema (2017), y ahora está claro que culmina con esta Danza humana que cierra, así, una trilogía que suma más de 3.000 páginas.

Cada volumen constituye a su modo una forma elíptica y minuciosa de autorretrato, cada uno obedeciendo a unas reglas internas distintas que determinan tanto la vertiente que se escudriña como la estrategia de escritura escogida. El conjunto es fastuoso y no cabría en esta reseña ni siquiera una sobria descripción de un proyecto que trata de explorar una conciencia particular, la de Argullol, con su depósito laberíntico de experiencias y tiempos, desde su función de receptáculo testimonial de una época, la nuestra, y de caja de resonancia de una tradición cultural en la que la literatura y la filosofía, la historia y el arte, la espiritualidad y la estética se interpelan e intersecan. Por eso debo limitarme a esta Danza humana, escrita entre el 9 de mayo de 2019 y el 6 de octubre de 2021 (los breves capítulos van datados como un diario) y organizada en diez libros nucleados en torno a otros tantos conceptos esenciales en la vida del escritor y, vale decir, de cualquier ser humano. A saber: verdad, restitución, desprendimiento, enigma, jovialidad, divinidad, antagonismo, afinidad, luz y libertad.

El orden en que aparecen no es arbitrario porque la secuencia conforma un itinerario, del mismo modo que cada uno de los libros se plantea como un viaje al corazón de esos conceptos mediante la creación de sucesivos destinatarios que no dejan de ser desdoblamientos parciales del autor: Elia (la que lo rescatará en el futuro), Jano, Ra, Marcello, Sleipner (el caballo octópodo de Odín), Gaspar (un ciprés), Miguel, o Å (el pueblo noruego), con el que se abre y cierra la obra.

Argullol se deja arrastrar por una escritura en torrente, que avanza sin prisa impulsada por un motor de interrogantes sobre sí mismo (que son extrapolables a cualquier lector) y abandonada a su propio devenir, día a día En diálogo consigo mismo a través de esas máscaras, Argullol se deja arrastrar por una escritura en torrente, que avanza sin prisa impulsada por un motor de interrogantes sobre sí mismo (que son extrapolables a cualquier lector) y abandonada a su propio devenir, día a día, entre tiempos y lugares de un pasado remoto y otros de un futuro intuido, mientras las emergencias del presente (los disturbios de 2019 en Barcelona o el curso de la pandemia) le devuelve al aquí y ahora del acto de escribir y del propósito que lo mueve.

Y aunque no lo declara, esta inmersión en la naturaleza humana desde la irreductible subjetividad del escritor no deja de ser tributaria del gesto de Montaigne cuando, admitiendo los límites de su entendimiento, quiso ensayarse (esto es, ponerse a prueba) ante los grandes problemas filosóficos (la muerte, el amor, el conocimiento) y las pequeñeces del vivir cotidiano (el dolor corporal, la decrepitud o los placeres de los sentidos) y confesó a su lector al comienzo de sus Ensayos: “Soy yo mismo la materia de mi libro”. Argullol podría suscribir el aserto, pero sería un necio quien no entendiera que, en el fondo, somos todos nosotros la materia de un libro que pone a bailar las preguntas fundamentales.

miércoles, 31 de mayo de 2023

Como un dardo.

El escritor puede disparar contra la ignominia que le rodea o apuntar alto para que alcance solo cierto grado de belleza cruzando el espacio incontaminado.

Son aproximadamente 325 palabras, que equivalen a unos 1.880 caracteres con espacios. El escritor elabora con ellas un artículo como el herrero templa un dardo en el yunque después de calentar el hierro en la fragua. Cada dedo es un pequeño martillo sobre el yunque del teclado. Mientras golpea el hierro incandescente para darle una forma muy aguda, el escritor piensa que ese dardo hecho solo de palabras puede salir del arco disparado en varias direcciones. El escritor puede mandarlo hacia los dulces valles de la infancia donde permanecen todavía intactos los nidos de pájaros, los tebeos amarillos en un armario, la caja de los gusanos de seda en el desván, los aromas de la despensa y las primeras lágrimas. El artículo envuelto en una nostalgia lírica se perderá en la nada. El escritor martillea con los dedos otras palabras. En el yunque del teclado brotan ahora los nombres de Botticelli y Simonetta Vespucci, de Antonello de Mesina que pintó a una Virgen que se parecía a Pier Angeli o tal vez de Dante y Beatriz ya viejos paseando por la orilla del Arno. El escritor los lleva en su memoria desde aquella primavera cuando fue por primera vez a Florencia.

Ahora trata de cargar el dardo con historias de navegaciones, de ciudades lejanas, de amores perdidos, de tantos libros leídos, de tantos viajes y regresos, de éxitos y fracasos. Mientras el escritor golpea las palabras sobre el yunque no olvida toda la basura política y moral que existe a su alrededor y por un momento se propone usar ese dardo como un arma ofensiva solo para salvarse. El trabajo ha terminado. El dardo está ya tenso en el arco. Esta vez son exactamente 324 palabras que, como siempre, sirven para luchar o soñar, la eterna cuestión. El escritor puede disparar el dardo contra la ignominia que le rodea o apuntar alto para que alcance solo cierto grado de belleza cruzando el espacio incontaminado.

https://elpais.com/opinion/2023-04-30/como-un-dardo.html. Manuel Vicent

sábado, 22 de abril de 2023

_- ¿Qué libros de Gabriel García Márquez hay que leer?

_- Invitamos a los lectores hispanohablantes a ampliar nuestra lista de recomendaciones.

En esta nota reciente compartí mis libros favoritos del Nobel colombiano —entre ellos Crónica de una muerte anunciada, que me cautivó cuando lo leí en la escuela—; la belleza y el atractivo de la obra de García Márquez es la variedad de narrativas y estilos que ofrece.

¿Prefieres la mordaz crítica de la burocracia y la corrupción política de El coronel no tiene quien le escriba, basada en su abuelo? ¿O tal vez tu estilo es más afín a su Relato de un náufrago, una crónica de supervivencia escrita desde la perspectiva de un marinero varado en el Caribe? Sea lo que sea, queremos saber qué título añadirías a la lista y para qué tipo de lector o estado de ánimo lo recomendarías.

Según sus padres, Gabito llegó a este mundo cubierto de aceite de hígado de bacalao, con dos cerebros y la memoria de un elefante. Nació en Aracataca, Colombia, en 1927, aunque siempre insistió que fue en 1928, como un guiño a la historia colombiana: ese fue el año de la terrible masacre cometida contra varios trabajadores de las plantaciones de banano en su amada costa caribeña. Ese episodio, dijo alguna vez, quizás fue su primer recuerdo.

Así empieza la mitología de Gabriel García Márquez, el mago del realismo mágico, un premio Nobel que combinó la verdad con la ficción para abarcar la inmensa realidad de la vida en América Latina. La vastedad de sus trabajos era igual de universal. Su obra —al menos 24 libros, incluyendo novelas, recopilaciones de cuentos y piezas de no ficción— abarca casi todos los generos, desde potentes novelas policiales, así como romances hasta comentarios políticos y ficción histórica. Si estás vivo, en sus libros hay algo para ti.

Sin embargo, la atracción principal es su ficción. En un artículo publicado después de su muerte, la crítica de The New York Times, Michiko Kakutani, describió el universo de García Márquez como “un sueño febril donde el amor, el sufrimiento y la redención giran sin parar alrededor de sí mismos en una cinta de Moebius”. Al describir la condición humana como si fuera un evangelio, García Márquez destilaba sabiduría cósmica en una sola línea con un movimiento rápido de su muñeca. Casi toda su ficción tuvo raíces en su experiencia personal —a su madre le gustaba recalcar que estaba escrita en código y ella tenía la llave— y extrajo temas recurrentes de su obsesión por el amor, la memoria, el poder absoluto y la búsqueda de una identidad colectiva.

Su vida no estuvo libre de controversias. Su amistad con Fidel Castro desencadenó la ira del FBI y facciones de la izquierda desconfiaron de sus intenciones. El autor peruano Mario Vargas Llosa, eterno rival literario que alguna vez fue su amigo, le pegó un puñetazo por meter sus narices —y quizás algo más— en su crisis matrimonial. Para la década de los noventa, García Márquez ya no estaba a salvo en su propio país, y recorría las calles de Colombia en un Lancia Thema con ventanas blindadas y un chasis a prueba de bombas. Eventualmente se fue a la Ciudad de México, donde murió en 2014.

Sin embargo, sigue siendo una presencia gigantesca en la literatura latinoamericana, sirviendo como una prueba de fuego en la región: las nuevas generaciones de escritores le rinden homenaje o se rebelan contra su influencia. Sus libros se venden tan bien que incluso las copias piratas siguen circulando ampliamente, difundiendo su característico ingenio y humor, irónico y terrenal, con márgenes desiguales y textos emborronados.

¿Estás listo? Es hora de entrar al laberinto.
Quiero empezar con su mayor obra
Respeto tu ambición. Gabo también lo haría. Solo hay una respuesta correcta y es Cien años de soledad (1967). El autor siempre tuvo grandes planes para esa novela que toca los temas principales que desarrollaría en el resto de su obra. Es una historia de su ciudad natal, en la costa colombiana, y del Caribe, donde los españoles fueron derrotados por primera vez y donde empezó el proyecto de Latinoamérica. Es Gabriel García Márquez en su esencia.

La novela cuenta la historia de la mítica familia Buendía, liderada por José Arcadio Buendía, y del pueblo de Macondo, una alegoría al lugar de nacimiento de García Márquez y a Latinoamérica en general. El libro, publicado en vísperas de una época de terror y represión en América del Sur, es una parábola inequívoca del imperialismo: tiene catástrofes naturales, guerras civiles y plagas de insomnio. Macondo sobrevive a un desastre tras otro —incluida una versión ficcionalizada de la masacre de las bananeras en 1928— hasta que el poblado finalmente es arrasado por un huracán, como lo profetizaba un manuscrito descifrado por el último descendiente de los Buendía.

A García Márquez le tomó 18 meses escribir Cien años de soledad, pero pasó casi dos décadas rumiando la historia en su cabeza. Mientras leía las pruebas de su novela La hojarasca, una aproximación temprana a Macondo y sus personajes, le dijo a su hermano: “Esto es bueno, pero yo voy a escribir una vaina que se va a leer más que El Quijote”. No estaba tan equivocado.

Florentino Ariza también.
Es la década de los treinta. Han pasado cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días desde que el amor de su vida, la bella Fermina Daza, lo rechazó por un doctor adinerado. Pero cuando su rival, Juvenal Urbino, muere de una súbita y absurda manera (tratando de perseguir a un loro en un árbol de mango), Florentino vuelve a retomar su pasión.

Así empieza El amor en los tiempos del cólera (1985), una novela en la que, como el novelista Thomas Pynchon escribió en su reseña para El Times, “el voto eterno del corazón se enfrenta con los términos limitados del mundo”. Nos trasladamos a fines del siglo XIX, al comienzo de un brote de cólera que invadirá esta ciudad caribeña ficticia durante el próximo medio siglo. En el camino, somos testigos del cortejo y el amor floreciente entre Florentino y Fermina, que se desenvuelve a través de cartas y telegramas, hasta que el padre de ella lo finaliza abruptamente al comprometerla con el irresistible doctor Juvenal Urbino. Como un poeta condenado a la búsqueda eterna del amor, Florentino espera su momento, mientras trabaja como operador de telégrafo y se enreda en 622 “amores continuados” mientras reserva su fidelidad para su único y verdadero amor.

García Márquez se inspiró en su hogar. Su padre, Gabriel Eligio García, era un seductor experto con fluidez en poesía y canciones de amor, que cortejó a Luisa Santiaga durante su tiempo libre en la oficina pública de telégrafos, para gran molestia de su familia. Es como si García Márquez le diera la vuelta a la historia de sus padres en su cabeza y simplemente la contara desde allí.

La selección de Doce cuentos peregrinos (1992) sirve como una sala de juegos y una especie de apéndice de la obra de García Márquez. Una clarividente usurpa lentamente la propiedad de una distinguida familia vienesa vendiéndoles los sueños que ella les interpreta. Una pareja caribeña pobre se apiada de su depuesto presidente cuando lo encuentran viviendo en la miseria y el exilio en París. Una mujer es admitida por error en un sanatorio cuando su auto se avería en el desierto de Los Monegros, en España, y su esposo, un mago en apuros, la abandona allí en represalia por una infidelidad imaginaria. Hay bromas astrológicas e insultos brutales: tener un Sol en Piscis o un signo ascendente no es excusa para la estupidez, se nos dice; en Nápoles, hasta Dios se va de vacaciones en agosto; y un grupo de turistas ingleses se describe como “uno solo muchas veces repetido en una galería de espejos”.

Todos estos relatos siguen a latinoamericanos en Europa, animados por la preocupación de García Márquez por la historia, la identidad y el destino de su región.

Creo que podría tener una maldición
¿Te sientes perdido? ¿Tu vida está en ruinas? Puedes leer El general en su laberinto (1989), un relato de ficción sobre Simón Bolívar, el político y revolucionario conocido como el “Libertador” de Sudamérica. Bolívar, debilitado por la enfermedad y rechazado por el gobierno que ayudó a crear, se embarca en un último viaje por el río Magdalena, donde hace un balance de su vida mientras vuelve a visitar los campos de batalla de las glorias pasadas y las traiciones. La corona española ha sido vencida, pero la Sudamérica unificada que anhelaba se dividía por intrigas y celos, asesinatos y golpes de Estado.

“El destino de la idea bolivariana de la integración parece cada vez más sembrado de dudas, salvo en las artes y las letras”, recalcó García Márquez en un discurso de 1995. Esta novela histórica es un lamento por el pasado de su continente a través de los ojos de su primer soñador desilusionado. El epígrafe del libro, tomado de una carta del Libertador de 1823, lo resume así: “Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida”.

Todos en el pueblo de Sucre sabían que Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada (1981), iba a ser asesinado en la mañana de la llegada del obispo, excepto el propio Nasar. Sus asesinos, los gemelos Vicario, se lo habían dicho a todo el mundo y afirmaban que lo iban a matar por arruinar el matrimonio de su hermana con un hombre de dinero. Veinte años después, el narrador, un sucedáneo del propio García Márquez, regresa a su ciudad natal para reconstruir el asesinato. Entrevista tras entrevista, lo que al principio parece ser un misterio se convierte en una historia de clase, intriga y movilidad social en un pueblo pequeño que finalmente acusa a toda la comunidad.

¿Qué es lo más raro que escribió?
Hay muchas posibles respuestas para esta pregunta. Mi favorita, sin embargo, es Memoria de mis putas tristes (2004), su última novela.

Para marcar el comienzo de su cumpleaños noventa, un hombre hace una visita de rutina a su burdel favorito, pero con una petición especial: quiere celebrar el hito con una virgen. Para eso, elige a una niña de 14 años. La diferencia de edad es ciertamente desconcertante —“No me importa cambiar pañales”, bromea con la madame— y probablemente única en las novelas de García Márquez. Sin embargo, en vez de consumar la transacción, la niña se derrumba en la cama, exhausta por cuidar a sus hermanos y trabajar en una fábrica de botones. Se enamora de la noche a la mañana y se despierta con una revelación trascendental: la vida no es efímera como el río siempre cambiante de Heráclito, “sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más”. La naturaleza mojigata y cíclica de la vida, representada aquí una última y excitada vez por García Márquez.

Cuéntame más de su trabajo de no ficción
García Márquez se fogueó trabajando en salas de redacción en todo el continente americano y como corresponsal en Europa, Estados Unidos y otros lugares. Publicó libros notables de no ficción, incluido un relato de suspenso de una serie de secuestros en la era de Pablo Escobar en Colombia, pero El escándalo del siglo (2019), una colección póstuma de sus artículos publicados entre 1950 y 1984, ofrece una muestra más diversa de su obra. La antología —no todas las piezas son estrictamente de no ficción— abarcan desde los primeros despachos que hizo para varios medios cuando tenía 20 años hasta las columnas que escribió para El País cuando era un novelista de éxito. La antología incluye un colorido informe sobre la idolatría en el pueblo de La Sierpe en la Colombia rural, una crónica surrealista de una sequía en Caracas, y su breve y espontáneo encuentro con Ernest Hemingway cuando tenía 28 años y vivía en París.

Quiero explorar los rincones de su mente
¿Listo para sumergirte en su mente? García Márquez escribió una autobiografía de sus primeros años, y Gerald Martin también compiló una biografía ejemplar en 2008. Pero si lees detenidamente, El otoño del patriarca (1975), un paisaje onírico de un tirano novelesco, verás que funciona como una biografía alternativa, aunque más metafísica.

Lo que le falta a la novela en la trama lo compensa con detalles grotescos y despiadados, narrando la historia de un dictador anciano que aterroriza a un país caribeño anónimo. Un amigo sospechoso de traición es asado y servido en un banquete. Los miembros del círculo íntimo del dictador son ametrallados después de que finge su propia muerte. En un momento, le vende el mar Caribe a los Estados Unidos, que lo reparte y lo envía poco a poco a Arizona. Todo lo que queda atrás es un cráter gigante.

García Márquez se refirió a este libro como un “poema sobre la soledad del poder” y también lo calificó como su mejor novela. Es amorfa, decadente, lírica, y se inspira en una multitud de innumerables dictadores de América Latina y más allá. Es posible que también haya liberado algunos de sus demonios personales. “Soy el patriarca”, le dijo una vez a Martin. “Si no entiendes eso… ¿cómo vas a ser mi biógrafo?”.

https://www.nytimes.com/es/2023/04/10/espanol/obras-esenciales-garcia-marquez.html

sábado, 7 de enero de 2023

_- José Manuel Fajardo: “El mal social se nutre de la gente corriente” El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos

_- El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos


Lleva escribiendo desde los ocho años. Quizá por eso José Manuel Fajardo (Granada, 65 años) ha llegado siempre demasiado pronto a casi todo. Escribía novelas históricas como Carta del fin del mundo (1996) antes de que el género viviera el bum de los últimos años. Con Una belleza convulsa (2001), sobre el secuestro de un periodista a manos de ETA, se adelantó 15 años al fenómeno que supuso Patria, de Fernando Aramburu. “Así me va”, bromea el escritor, que ha publicado una novela breve en la que une dos ciudades y dos tiempos distintos a través de la fina línea del odio. El libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, se llama precisamente así: Odio. Granadino de nacimiento aunque criado desde los cuatro años en Madrid. Fajardo ha vivido en el País Vasco, donde escribía de terrorismo en El Mundo, hasta que la presión del entorno de ETA le hizo tomar la decisión de salir de España. ”Apliqué la técnica del yudo: utilizar la energía del enemigo contra él. Estaba agobiado y enfurecido. Así que un día me dije que tenía que pensar en mi carrera de escritor’, y decidí hacer lo que siempre había soñado: irme a París a vivir como escritor”. Recuerda. Diez años después se mudó a Lisboa, donde vive desde hace doce.

Pregunta. Llevaba diez años sin publicar. Pero ¿cuánto tiempo llevaba sin escribir?

Respuesta. He estado cinco sin escribir ficción. Tuve un frenazo inesperado, porque, después de publicar mi anterior novela, Mi nombre es Jamaica, en 2010, cerré en cierto modo un ciclo de escritura que había durado 20 años, con libros muy distintos pero que daban vueltas a las mismas ideas y preocupaciones, y me encontré en busca de un territorio nuevo. Pensé que sobre esos aspectos de la extraña construcción de España a través de amputarnos miembros de la sociedad, a fuerza de exilios, abandonos y persecuciones, ya había dicho todo lo que tenía que decir. Y me costó un tiempo encontrar un nuevo territorio.

P. ¿Llegó demasiado pronto a la novela histórica?
R. En realidad yo nunca he tenido voluntad de escribir novela histórica, yo escribo historias que ocurren en determinado momento histórico. A mí la literatura me gusta como descubrimiento, me gusta escribir desde donde no sé si soy capaz de hacerlo. Cuando ya sé que puedo escribir desde un cierto punto ya no quiero seguir ahí, quiero descubrir nuevos territorios de escritura. Eso para mí hace que la literatura siga siendo divertida y una fuente de conocimiento.

P. Da la sensación de que Odio está escrito de un tirón, igual que se lee. ¿Cómo fue el proceso?
R. Me encanta que dé esa sensación, porque es completamente falsa. La novela está escrita a lo largo de cinco años. Muy despacio, porque me costó mucho dar con la estructura. Hay una parte que transcurre en el Londres de finales del siglo XIX, pero yo no quería escribir una novela más sobre el Londres victoriano. Me rompí mucho la cabeza hasta que me di cuenta de que la intención fundamental era escribir sobre el odio en épocas distintas. Cuando comprendí que esa era la estructura que debía tener el libro, fue cuando ya di con la forma de escribirlo. Y eso me ha costado tiempo.

P. Todo empezó con un cuento, ¿verdad?
R. El origen es un cuento que escribí a petición de Fernando Marias, que era un buen amigo. A él le gustó mucho, pero me dijo que ahí había una novela, y que yo tenía que escribirla. Así que disciplinadamente me puse a darle la vuelta a esa tortilla. Quería entrar en la época del Londres victoriano y enfrentarla como en un juego de espejos al París del presente, para relatar cómo nuestro lado oscuro se manifiesta a lo largo del tiempo. Porque el odio de hoy no es una novedad. Es un odio viejo, que viene de muy atrás, y para poder entenderlo me pareció una buena idea presentarlo así.

El escritor y periodista José Manuel Fajardo, en Madrid. JUAN BARBOSA

P. Dice que quería escribir un libro que fuera como un directo a la mandíbula. ¿Lo ha conseguido?
R. Lo que buscaba era divertirme mucho escribiéndolo. Mi idea era hacer una de esas novelas cortas que a mí me encantan. Yo soy devoto de Pedro Páramo o La balada del café triste o Bartleby, el escribiente, libros que son como diamantes, pequeños, brillantes, tallados y duros. Espero haberlo logrado, pero eso lo tiene que decir el lector. Quería que fuera un libro de impacto y para eso tenía que ser breve.

P. Ninguno de los dos protagonistas son personas especialmente desgraciadas, ¿por qué los ha escogido?
R. Porque el mal social se nutre de la gente corriente. Cuando una sociedad se desquicia, no lo hace por los desesperados. Estos viven en la marginalidad y su resentimiento y odio pueden hacer ruido, pero raramente perturban el orden social, o pueden hundir la sociedad en un abismo. Esto sucede cuando las personas que no están desesperadas se psicopatizan, cuando se dejan llevar por miedos más fantasmales que reales y empiezan a temer que van a perder lo que tienen o lo que no han llegado a tener y creen que ya no van a conseguir. Empiezan a sentirse frustrados en sus deseos y a considerar que la violencia está legitimada como herramienta. Entonces esas personas normales, que no han sido víctimas de grandes afrentas, empiezan a comportarse como marginados, a convertirse en seres furibundos y a odiar a quienes son más débiles que ellos. Cuando encuentran esa espita para dar salida a su odio es cuando una sociedad se desmorona. Es lo que pasó con los fascismos del siglo XX y es un poco lo que está ocurriendo en el mundo de hoy. El libro nace por mi preocupación por este auge de la irracionalidad, el odio y la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero viven, gritan, se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo.

Me preocupa este auge de la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo

P. ¿Cuál es el germen del odio?
R. El odio es muchas veces heredado. En la novela los padres de los protagonistas son dos misóginos y estos también lo son. En gran medida de lo que hablo es del odio al otro, al que no tiene tu color de piel, al que no tiene tu religión, no tiene tu estatus social o no es de tu país, es decir, el que es distinto. Y el primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La primera otredad. Según un informe de la ONU de 2019, más del 90% de los homicidios en el mundo los cometen hombres. Cómo no va a existir la violencia de género. La violencia tiene género, y es esencialmente masculina. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

El primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

P. ¿Se ha dado cuenta de que dedica muchas más palabras a describir la fealdad y la miseria que la belleza?
R. En este libro es inevitable porque estoy hablando de la fealdad humana. La descripción es un agente activo de la narración, para mí. En estos lugares de la novela la descripción juega como espejo del alma de los personajes, esa fealdad que los rodea es el reflejo de lo que está creciendo dentro de ellos. Yo creo que, al igual que la belleza puede ser sanadora, si vives rodeado de fealdad, si comes en unos platos de plástico y vives rodeado de mugre, si todo a tu alrededor es tosco, eso enferma, eso hace que te vuelvas miserable.

P. ¿Cómo ve España cuando vuelve a su país?
R. Encuentro un país que me fascina y del que no me sé desentender. Yo creo que para mi salud espiritual y mental es bueno que viva fuera de España, porque me desespera a veces tanto que, si viviera inmerso en la sopa nacional, acabaría de los nervios de nuevo y no tengo ganas. Me da pena, porque yo luché de joven por la democracia. Es una tristeza ver cómo ahora vuelven los discursos franquistas después de habernos librado de toda esa pobreza de espíritu, porque esa dictadura, además de terrible, era mediocre, gris, sucia, con una moral infame. Me vuelve loco pensar que todo esto pueda volver.



lunes, 2 de enero de 2023

Cien años de José Hierro, de la cárcel al Premio Cervantes.

En el centenario de su nacimiento, varios libros y una exposición en la Biblioteca Nacional repasan la vida y obra de uno de los autores clave del siglo XX español. Preso del franquismo, premio Cervantes y académico remolón, conoció el mayor de los éxitos con su último libro: ‘Cuaderno de Nueva York’

Unos meses antes de su muerte, me solicitaron de este periódico una semblanza de José Hierro (1922-2002), ingresado en estado muy grave en el hospital de una ciudad no lejos de la mía. Eufemismos aparte, se me pedía una necrológica para esa noche. Por si acaso. Aunque eran usos habituales, procedentes de un mundo sin Wikipedia, redacté aquella nota sintiéndome un villano. No me alivió la analogía con el Pereira de la novela de Tabucchi, quien acopiaba información para su periódico a fin de que los obituarios que había de componer sobre muertos aún vivos no le pillaran de improviso. Aquel escrito mío no tuvo que publicarse, aunque la prórroga que se le concedió al poeta duró poco.

Hasta aquí mi pellizco de mala conciencia. Lo recuerdo ahora porque, pese a que llevaba dadas muchas vueltas en torno a su poesía, tuve la incomodidad añadida de escribir de alguien que, en su sencillez, me resultaba inescrutable. Veinte años después he avanzado poco, al punto de que, antes que aclarar los misterios que lo envuelven, me limitaré a desplegarlos.

Siendo un adolescente pasó por numerosas cárceles franquistas por colaborar con una agrupación de ayuda a los presos, entre ellos su padre El primero de tales misterios consiste en que, siendo Hierro autor de 15 o 20 poemas en rigor excepcionales, cuando se habla de él suelen enfatizarse ciertos rasgos inesenciales que, quizá por consabidos, parecen impostados: el chinchón, la escritura en un bar acunado por el sonsonete de las tragaperras, las zapatillas incompatibles con el estatus académico, su modo aparatoso de quitarse importancia, los cigarros a hurtadillas en los paréntesis de la botella de oxígeno, sus artes culinarias (¡ah!, esas paellas que acaso aprendiera a preparar cuando el malogrado José Luis Hidalgo, con el señuelo de un trabajo inexistente, lo reclamó a su lado en Valencia para alejarlo de Santander, donde pesaba mucho su pasado carcelario). Él no puso ningún reparo en dar pasto a esa imagen, como si quisiera abroquelar la poesía tras un anecdotario de llaneza campechana.

El segundo misterio se produce por su empecinamiento en vestirse con el uniforme de la grey: “Yo, José Hierro, un hombre / como hay muchos”. En la poética que redactó para la Antología consultada (1952) de Francisco Ribes, afirmó, en línea con los socialrealistas, que el poeta debería cantar “lo que tiene de común con los demás hombres, lo que los hombres todos cantarían si tuviesen un poeta dentro”, privilegiando el documento sobre el monumento: “Si algún poema mío es leído por casualidad dentro de cien años, no lo será por su valor poético, sino por su valor documental”. Qué placer comprobar que se equivocaba. Y cuando esa caracterización se hizo imposible de sostener, especialmente a partir de Libro de las alucinaciones (1964), recurrió a una dicotomía entre los poemas que llamaba reportajes y los que llamaba alucinaciones, aunque las a menudo contradictorias definiciones que da de ellos confunden más que aclaran, me malicio que a sabiendas. Lo evidente es que algunos de esos reportajes generan en nuestro interior deslumbramiento espiritual y ofuscación de los sentidos. Quien lo dude, lea su poema ‘Réquiem’ (Cuanto sé de mí, 1957), donde la asepsia notarial, fría como las luces de un tanatorio, origina una llamarada que se propaga hasta incendiarlo todo.

Un tercer misterio afecta a su insistencia en considerarse un poeta agotado desde los primeros compases, como si su poesía fuera un remanente fósil del poeta que fue un día. Dado a conocer en 1947 con Tierra sin nosotros y Alegría (premio Adonáis), para entonces tenía casi rematado su libro Con las piedras, con el viento…, publicado en 1950 porque perdió el manuscrito y hubo de rehacerlo a partir de una copia incompleta de 1947 que conservaba el matrimonio Ribes-Escolano. En el prólogo, un Hierro aún veinteañero afirmaba que la poesía “en mí se va apagando”, y en ‘El canto seco’, de Quinta del 42 (1952), el poeta de 30 años escribe: “No cantaré ya nunca más. El canto / se me ha secado en la garganta”; versos, por cierto, que remiten inequívocamente al Antonio Machado de ‘A Xavier Valcarce’. Y así muchas veces. Desde Libro de las alucinaciones pasaron cerca de tres décadas hasta Agenda (1991). Su idea de poeta amortizado le hacía sorprenderse del éxito del reeditadísimo y terminal Cuaderno de Nueva York (1998), que contiene una vanitas titulada ‘Vida’ que, en modo soneto, hubiera firmado un Quevedo en estado de gracia: “Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada”.

La música de su poesía es un misterio: Hierro oye primero los sones y secuencias rítmicas del poema futuro. Solo después habilita una letra El último misterio, este auténticamente gozoso, es el de la música de su poesía. Hierro oye primero los sones y secuencias rítmicas del poema futuro; solo después habilita una letra, que corre a zaga de la música callada. Cuando semántica y fonética alcanzan a concertarse, surge el poema memorable. A este proceso, escoltado por algún añadido de acarreo, dedica Lorenzo Oliván Las palabras vivas, con la sabiduría de quien, poeta como es, no confunde la carraca métrica con la espiración rítmica.

El mismo Oliván es el antólogo de los poemas de Vida: Biografía y antología de José Hierro, cuyo título va más lejos que su contenido, pues no se nos ofrece una biografía atenida a las convenciones del género, sino un conjunto de textos de Jesús Marchamalo que conforman una semblanza incitadora del poeta. En ella se adivina el genio creador de un muchacho que conoció el dolor y la alegría; residió, poco más que adolescente, en numerosas cárceles franquistas por colaborar con una agrupación de ayuda a los presos —entre ellos su padre, que salió de la cárcel para prepararse a morir—, y peregrinó de un empleo a otro manteniendo la fidelidad a esa vocación que, de puertas afuera, parecía llevar al desgaire, como si se excusara por ser lo que de ningún modo hubiera renunciado a ser. De orden heterogéneo, pero con valiosos trabajos y material iconográfico —al igual que Vida—, es el catálogo coordinado por Juan José Lanz para la exposición del centenario en la Biblioteca Nacional, que cierra este rastreo por el territorio de un autor fundamental de nuestra poesía.

https://elpais.com/babelia/2022-12-28/cien-anos-de-jose-hierro-de-la-carcel-al-premio-cervantes.html

lunes, 7 de noviembre de 2022

_- Miguel Hernández, tras las huellas del pastor poeta en Orihuela. Su casa, su colegio, el lugar donde se reunía con amigos y la cárcel donde estuvo preso. La vida y obra del escritor alicantino se sienten en cada rincón de esta localidad junto a la Vega Baja del Segura que impregnó de campo sus versos


_ - Por la tarde el sol enciende en ocre y azul las fachadas de la calle de Arriba, en Orihuela (Alicante). A la sombra de los aleros hay sillas donde charlan los vecinos y dos críos juegan con un mirlo que no puede volar; lo manosean y lo lanzan hacia lo alto, y el pobre pájaro dice en la lengua de los mirlos: “Socorro”. Cruzando un arco, en la plaza que aparece señalada en los mapas turísticos como Rincón Hernandiano, se encuentra la casa museo de Miguel Hernández, donde vivió el poeta campesino desde los cuatro años hasta que, en 1934, se fue a Madrid por segunda vez. 

Es una sencilla construcción de una planta que se restauró en 1985 recreando la vida de la familia: el salón comedor con su alacena donde hay siempre limones y cebollas, la habitación de sus padres y la de sus hermanas Elvira y Encarna, y el dormitorio que compartía con su hermano Vicente presidido por una cama que perteneció al poeta y varios originales de los dibujos con los que ilustró algunos de sus versos. Desde la cocina se accede al patio con el cobertizo para las cabras que pastoreó el adolescente Miguel cuando empezó a ir mal la economía familiar y al huerto donde abre sus brazos la higuera que perfumó sus versos: “Mi carne, contra el tronco, se apodera / en la siesta del día / de la vida, del peso de la higuera”.

En el Centro de Visitantes se exponen primeras ediciones y manuscritos, fotografías con compañeros del colegio y de la palabra como Alberti, Lorca, Carmen Conde, Salinas, María Zambrano, Aleixandre o los Panero, y también se puede oír su voz temblorosa, desgranando la Canción del esposo soldado en la única grabación que se conserva de las que le hizo Alejo Carpentier en su estudio de París.


Habitación del poeta Miguel Hernández en Orihuela, ahora convertida en la casa museo del poeta.
UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE (UNIVERSAL IMAGES GROUP VIA GETTY)

Desde el patio de la casa de Miguel Hernández se veía el campanario cuadrado del Colegio Diocesano de Santo Domingo, donde estudió algunos años becado por los jesuitas y se hizo inseparable del escritor Ramón Sijé. En este edificio colosal, que incorpora elementos góticos, renacentistas y barrocos, al que llaman “El Escorial de Levante”, se fundó una de las universidades españolas más antiguas y fue, además, la primera Biblioteca Pública Nacional en el siglo XIX. En su interior alberga una importante pinacoteca y joyas arquitectónicas como sus dos claustros y la suntuosa nave de su iglesia barroca.

Muy cerca de allí una placa señala la casa del canónigo Luis Almarcha, fundador del diario El Pueblo de Orihuela, que le prestó una máquina de escribir, alentó su formación con su magnífica biblioteca y publicó algunos poemas del joven Miguel. Esta es una ciudad de tradición eclesiástica; tiene decenas de iglesias y conventos apuntalando el cielo con sus campanarios. Azorín la describía así en una de sus crónicas: “Hay una diminuta catedral, una microscópica obispalía, vetustos caserones con la portalada redonda y zaguanes sombríos, conventos de monjas, conventos de frailes. A la entrada de la ciudad, lindando con la huerta, los jesuitas anidan en un palacio plateresco; arriba, en lo alto del monte, dominando el poblado, el seminario muestra su inmensa mole”. En los sótanos del seminario de San Miguel, que fueron cárceles franquistas, estuvo preso el poeta en 1939. Junto a él se recortan los restos del castillo medieval de Orihuela, cuyos vestigios muestra el Museo de la Muralla de la ciudad.



Interior del convento de Santo Domingo, en Orihuela, Alicante. BRUCE YUANYUE BI (GETTY IMAGES)


En la calle de Miguel Hernández, una sencilla placa indica el portal que ocupaba la tahona de Carlos Fenoll, el panadero poeta. Aquí se reunía el Grupo de Orihuela: Ramón Sijé, Jesús Poveda, Antonio Gilabert, Manuel Molina, Miguel Hernández o el propio Fenoll, que en 1931 le animaron a marcharse a Madrid en busca de gloria. Bajando por la calle de Santa Lucía está la plaza de Ramón Sijé, donde en abril de 1936 el poeta leería un emotivo manifiesto en memoria del amigo muerto. En el palacio del Portillo, que entonces era el Círculo Católico y hoy un banco, recitó sus primeros versos. Frente al palacio se levanta la catedral del Salvador y Santa María, con dos puertas góticas y una renacentista, hermosas rejerías y un órgano barroco. Detrás destaca la austera fachada barroca del palacio episcopal con el Museo Diocesano de Arte Sacro, que exhibe La tentación de Santo Tomás de Aquino, de Velázquez. Justo al lado vivía Sijé, ya cerca del río Segura, y cruzando el Puente Viejo se llega enseguida a la plaza Nueva, en cuyos bancos charlaba el poeta con Josefina Manresa cuando eran novios. En el ateneo del Casino Orcelitano, un precioso edificio modernista decorado con vidrieras y azulejos, recitó Miguel Hernández en 1933 la Elegía media del toro.

Este año se conmemora el 80º aniversario de la muerte del poeta, que nació en el otoño de 1910. En 1976 se rindió en Orihuela un Homenaje de los Pueblos de España a Miguel Hernández, al que se sumaron poetas y cantantes, y artistas como Castejón, Genovés o Ibarrola pintaron murales para reivindicar su figura en las fachadas del barrio de San Isidro. En 2012 se recuperó la iniciativa restaurando y añadiendo más de 200 murales de artistas y colectivos, que han convertido el barrio en una colorida galería llena de versos. Cada año hay una convocatoria para valorar nuevas propuestas y una feria donde artistas y artesanos ofrecen sus creaciones.


Mural en homenaje a Miguel Hernández en una calle del barrio de San Isidro, en la localidad alicantina de Orihuela. ALAMY STOCK PHOTO
Al abrigo de la sierra, el Palmeral de Orihuela es el segundo más grande de Europa; tiene forma de media luna surcada por una acequia y conserva los bancales y cauces del primitivo sistema de regadío islámico que alimentaba desde el suelo tres capas de cultivo: hortalizas, frutales y palmeras. A sus pies se dilata la Vega Baja del Segura que impregnó de campo los versos de Miguel Hernández: “Aquí la vida es pormenor: hormiga, / muerte, cariño, pena, / piedra, horizonte, río, luz, espiga, / vidrio, surco y arena”.

Los amantes de la bici tienen multitud de recorridos que parten de Orihuela y se adentran en el paisaje hernandiano: por el casco histórico y los sotos del río, por el embalse de la Pedrera hasta las playas, por el Camino del Cid hasta Elche, o la gran ruta del Corredor Verde del Segura, que viene desde Guardamar y llega hasta Murcia. Para los andariegos, la Senda del Poeta es una ruta hasta Alicante en tres etapas que pasa por Redován, donde nació su padre, y por Cox, donde vivió un tiempo tras casarse con Josefina en 1937. En su boda vestía el uniforme del ejército popular y el reloj de oro que le regaló Vicente Aleixandre, a quien años atrás había escrito para que le enviara un ejemplar de La destrucción o el amor. Y aunque entonces empezaba a ser un poeta reconocido, firmó la carta como “Miguel Hernández, pastor de Orihuela”.

Ana Esteban es autora del libro de relatos ‘Peces de charco’ (editorial Baile del Sol).

miércoles, 29 de junio de 2022

_- Un viaje en el tiempo con Kurt Vonnegut.

_- Robert B. Weide trabajó cerca de cuatro décadas en el documental sobre el autor de ‘Matadero cinco’, cuyo centenario se celebra este año 

Tenía 23 años cuando escribió una carta a su novelista fetiche proponiéndole hacer un documental, y su sorpresa fue mayúscula cuando recibió una respuesta afirmativa por parte de Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922- Nueva York, 2007). El icónico autor de Matadero cinco tenía entonces 60 años y Robert B. Weide, fan irredento de su obra desde que había leído Desayuno de campeones en el instituto, daba sus primeros pasos como cineasta tras el exitoso estreno de su primer documental sobre los Hermanos Marx. Se refería entonces a Vonnegut como “el viejo” y la idea de que él mismo llegaría a sexagenario sin haber culminado este proyecto no se le pasaba por la cabeza.

En el arranque de Kurt Vonnegut: a través del tiempo —disponible en la plataforma Filmin— Weide cuenta el proceso de 39 años empleados para rematar la película. El director detallaba este martes por teléfono desde Los Ángeles la larga génesis y desarrollo del proyecto. “Durante mucho tiempo quería hacer un documental convencional sobre mi escritor favorito, pero nos hicimos muy buenos amigos y me parecía poco honesto no mencionarlo. Realmente fueron otros quienes me convencieron de que yo me metiera en la historia, porque a mí que un documentalista entre en la película no me acaba de gustar, pero lo cierto es que Kurt estaba en algunas de sus historias y explicaba los problemas que encontraba mientras escribía. Había algo de su estilo en esto”, cuenta el productor de la serie de Larry David Curb Your Enthusiasm y director del premiado documental Lenny Bruce: Swear to Tell the Truth. Cuando decidió que debía formar parte del documental de forma abierta y clara, Weide contrató a Don Argott para dirigirlo, y prosiguió la discusión sobre cómo y cuánto debía aparecer él hasta la sala de montaje.

A lo largo de dos horas, Kurt Vonnegut: a través del tiempo narra la vida del heterodoxo y exitoso autor y también la historia de esta buena amistad. Desde la infancia privilegiada de Vonnegut en Indianápolis, como hijo de un arquitecto y una rica heredera de una cervecera, y su ruina durante la Gran Depresión, —algo que no truncó las bromas y el buen humor que caracterizó la estrecha relación del escritor con sus hermanos, especialmente con su hermana— hasta sus últimos días como azote de la Administración Bush por la invasión de Irak en 2003, el documental ofrece un íntimo y respetuoso retrato de este veterano de la II Guerra Mundial que encontró en la literatura la mejor manera de encauzar sus experiencias. “Escribo sobre gente corriente que intenta comportarse de forma decente en un mundo indecente”, dice el propio autor en el documental, donde define sus libros como “mosaicos de chistes”.

Fumador empedernido, desgarbado, gamberro, tierno y original, Vonnegut fue prisionero en Dresde, donde sobrevivió al brutal bombardeo que arrasó la ciudad alemana y liquidó a más de 130.000 personas. El joven soldado sacó cientos de cuerpos, vio las piras de cadáveres y la ciudad reducida a cenizas. Aquello marcó la vida del furioso autor antibelicista que estudió antropología en Chicago y trabajó como publicista en General Motors mientras trataba de escribir, que siempre contó con el apoyo de su mujer Jane, con quien crio a seis niños, tres suyos y tres de su hermana. Publicó cinco novelas antes de convertirse en un fenómeno con Matadero cinco y dejar a su esposa. “Los matrimonios a veces pierdan sus vínculos, él se hizo famoso de la noche a la mañana, otras mujeres se interesaban por él. Yo no lo juzgo”, afirma Weide.

El silencio de Vonnegut sobre los detalles de su experiencia en la guerra, y su lucha contra las depresiones son dos de las cuestiones que, según el director, más intrigan al público, y que el documental no esconde, pero tampoco subraya. Fueron 25 años de amistad entre Weide y Vonnegut, con decenas de entrevistas y viajes que el cineasta costeaba de su bolsillo, y cientos de cintas de vídeo que el escritor le enviaba de cada una de sus charlas e intervenciones públicas. También entrevistas con su familia, y con expertos en su obra. “Según pasaban los años y la cosa se alargaba y alargaba, empezaba a ser ridículo y en un momento dado Vonnegut sí me dijo que podíamos olvidarnos del documental, porque no quería que me sintiera presionado. Yo le dije que de ninguna manera”, recuerda Weide.

Escritor fetiche de la generación baby boomer de posguerra en EE UU, su libertad narrativa, sus juegos temporales y con la ciencia ficción, su mordaz sentido del humor y aproximación lúdica, cómica y trágica al mundo hacen de Vonnegt, cuyos libros siguen siendo reeditados año tras año, un imprescindible en el canon estadounidense del siglo XX. En español, la editorial Blackie Books tras recuperar Matadero cinco, ha reeditado este año, en que se cumple el centenario de Vonnegut, Desayuno de campeones y en otoño sacará Cuna de gato. También acaba de llegar a las librerías de la mano de Libros del Kultrum, otra obra que aparece en el documental y que escribió el hijo del escritor, Mark Vonnegut, en los setenta, Expreso al paraíso: memoria de una locura, la historia de su brote esquizoide y experiencia en una comuna. “Kurt no era como ningún otro, y su influencia está fuera de duda. Lo que pocos recuerdan es que durante muchos años no conseguía ganarse la vida como escritor, fue publicista y profesor y vendedor de coches. Hasta la madurez no triunfó y se convirtió en el autor favorito de los jóvenes. La lección es que hay que seguir en ello, porque las cosas pueden acabar saliendo”, reflexiona Weide. Aunque como le pasó a él se tarde 39 años.

https://elpais.com/television/2022-06-23/un-viaje-en-el-tiempo-con-kurt-vonnegut.html

miércoles, 25 de mayo de 2022

Cómo leer a Shakespeare mejora nuestro mundo interior y nuestras inversiones en Bolsa

Una de las novelas más populares de los últimos tiempos es Hamnet, de Maggie O’­Farrell, que narra la vida de Shakespeare y la pérdida de su hijo de 11 años, que acabaría inspirándole la obra Hamlet. Las constantes reediciones de este libro del dramaturgo inglés son la prueba de que el genio de Stratford-upon-Avon, que abordó los principales conflictos del ser humano, sigue plenamente vigente. Un motivo por el que sus obras no dejan de representarse y adaptarse en todos los formatos es que los temas que tratan son universales y atemporales. Parece que hablan de nosotros. A partir de alguna de sus inspiraciones, veamos cómo enfoca Shakespeare el arte de vivir, aplicado a los tiempos actuales:

“Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”.  Este pasaje de Hamlet, que inspiró el título de una obra divulgativa de Stephen Hawking, ha adquirido un sentido especial en tiempos de pandemia. De la misma forma que como personas se sintieron atrapadas por las restricciones de movimientos, otras encontraron la Libertad en su interior, descubriendo premisas de las que no eran conscientes.

En su libro La libertad interior, El periodista Gaspar Hernández afirma que la Libertad se conquista descubriendo nuestra esencia. Cuando conocemos ese territorio, no hay cárcel posible, porque la imaginación, nuestro universo interior, no tiene límites. Una persona abierta siempre encontrará su lugar en el mundo.

“Los amigos que tienes y cuya amistad ya ha puesto una prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero.” En la misma obra, Shakespeare reflexiona sobre un componente fundamental de la felicidad: la capacidad de crear vínculos de calidad que se convertirán en nuestra red de protección en tiempos de dificultad.

Nuevamente, la crisis generada por la covid-19 nos ha hecho darnos cuenta de la importancia de las relaciones personales más allá de la familia. Quienes cultivan un círculo de amistades sólidas tienen una mayor resiliencia ante los desafíos que la vida nos pone en el camino. Una investigación promovida por La Universidad de Harvard a lo largo de ocho décadas con un grupo de 700 voluntarios, que entraron en el estudio de adolescentes, demostró que las personas con lazos afectivos más fuertes tienen una vida más larga y de mayor calidad.

“El que va demasiado aprisa llega tan tarde como el que va muy despacio”. Este pasaje que en  Romeo y Julieta hace referencia al amor resulta significativo en nuestra era, donde se aspira a lo instantáneo.  Acostumbrados a comprar con un “click”. y especialmente los más jóvenes han perdido el músculo de la paciencia, que es vital para los proyectos verdaderamente importantes.

No precipitarse como Sugiere Shakespeare, es esencial en todos los campos, También en el de las inversiones. En un análisis interno de la empresa de servicios financieros Fidelity, las carteras de Bolsa más rentables resultaron ser las de quienes no habían hecho movimientos en los últimos 10 años; algunos incluso habían muerto y sus herederos no habían actuado sobre ellas. En el extremo opuesto están los inversores que se mueven emocionalmente, comprando cuando están altas y vendiéndolas, por puro pánico, cuando caen.

“Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser”. Regresamos a la idea con esta máxima propia de los libros reales de desarrollo personal. Esta es la idea central del Exitoso hábito atómico, De James Clear, que sostiene que el único cambio real es el que parte de la transformación de nuestra identidad. Al mismo tiempo, decidimos si quieres estar vivo o si tienes el diario necesario y una forma normal. Reflexión de esta con integración con una frase de su obra La Tempestad: “Lo que es pasado es prólogo”. Grabada en los Archivos Nacionales de Washington DC, también se aplica a nuestra historia personal. Todo lo que hemos vivido hasta ahora explica quiénes somos y el punto al que hemos llegado. sin embargo, al igual que el cuerpo de un libro empieza después del prólogo, el capítulo I de nuestra vida tiene lugar cada día, si tomamos el pasado como aprendizaje y dejamos de lado el victimismo. El orientalista Alan Watts lo llevaba al extremo al afirmar, contra a todo determinismo, que nadie tiene la obligación de ser quien era hace cinco minutos.

Las 17 vidas de Maggie
– Maggie O’Farrell sorprendió con su libro autobiográfico yo yo yo, donde la autora explicaba 17 encuentros con la muerte que le enseñaron a vivir, como su viaje de pesadilla en un avión con destino a Hong Kong que estuvo a punto de estrellarse. Parte de la idea de que nadie enseña a los niños que un día van a morir. Lo van comprendiendo y asimilando a medida que crecen.

Sobre la lección que suponen los acontecimientos dramáticos, afirma: “Las cosas de la vida que no están planeadas son más importantes y, a la larga, más formativas. Es preciso esperar lo inesperado, aceptarlo (…) lo mejor no es siempre lo más fácil”.

Francesc Miralles es escritor y Periodista experto en psicología. El País Semanal.

sábado, 9 de abril de 2022

_- A 80 años de la muerte de Miguel Hernández. Para la libertad, sangro, lucho, pervivo


_- ¿Es necesaria la poesía? Para quienes creemos que sí, la vida y obra de Miguel Hernández es una referencia imprescindible.

Miguel comenzó a publicar a los veinte años y murió a los treinta y uno, en solo una década su intensa aventura lírica sobresale por su capacidad creadora del poeta, logrando una obra extensa y hermosa, que ostenta hoy un lugar privilegiado en la historia de la poesía.

En Orihuela
Nació en 1910 en Orihuela, tercer hijo de un criador de ganado, asiste a las escuelas del Ave María y al Colegio de Santo Domingo de los jesuitas a donde concurre gratuitamente a las aulas de Santo Domingo, donde accede a la lectura de los clásicos del siglo de oro español. Allí conoce a su gran amigo José Marín Gutiérrez, su primer mentor literario, quien firmó sus poemas con el seudónimo de Ramón Sijé. A los 15 años su padre lo retira del colegio para que contribuya con el sustento familiar ocupándose del pastoreo de cabras. No es difícil comprender como sus padres casi analfabetos veían las inquietudes literarias como fuera de lugar. El joven aprovecha el tiempo vacío, mientras cuidaba el rebaño, para leer y escribir sus primeros poemas.

Junto a Ramón Sijé, Manuel Molina y los hermanos Carlos y Efrén Fenoll, en cuya panadería se reunían, tenía lugar la tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras, discutiendo de poesía y recitando versos. Allí conoció la obra de los poetas modernos como Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. De ese tiempo son sus primeras colaboraciones en periódicos de Orihuela, Alicante y Murcia.

En diciembre de 1931, Miguel viaja por primera vez a Madrid con un puñado de poemas, donde se expresa la influencia religiosa de su formación inicial y con unas recomendaciones que al final de poco le sirvieron. Aunque un par de revistas literarias, La Gaceta Literaria y Estampa, publicaron algunas de sus poesías, después de semanas, tuvo que volverse a Orihuela con una sensación de amargura por el fracaso, pero que no lo doblega. Conoce a quien sería su esposa, Josefina Manresa, una joven modista, hija de un guardia civil, nacida en la provincia de Jaén, aunque vive en Orihuela.

El Rayo que no cesa
En la primavera de 1934 emprendió un segundo viaje a Madrid, donde fue creando su círculo de amigos: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Delia del Carril, María Zambrano, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Mientras tanto, evolucionó desde una postura formalista, esteticista y hermética, desarrollada en Perito en lunas hasta un interés explícito por la vida, el amor y la muerte. Miguel se formó en un ambiente de catolicismo rector, tanto por el ambiente general de la sociedad oriolana cuanto por sus años en el colegio de jesuitas. En la estancia en Madrid, lo impulsan otros vientos, otros horizontes, otra manera de mirar el mundo. Escribe, “me libré de los templos, sonreídme/ donde me consumía con tristeza de lámpara/ encerrado en el poco aire de los sagrarios” El amor deja de pertenecer al universo del pecado para franquear las puertas de la felicidad, del goce natural, de la naturaleza, volviendo así a su formación infantil en los campos: “Salté al monte de donde procedo”

Se vivía un momento excepcional de la producción literaria, donde los poetas de la generación del 27 crearon sus más significativas obras. La llamada generación del 27 integrada por un conjunto de escritores/as y poetas españoles que se dieron a conocer en el panorama cultural en 1927 con motivo del homenaje a los 300 años de la muerte de Luis de Góngora. Entre ellos estaban Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe, Vicente Alexaindre, Jorge Guillen, María Teresa León y Concha Medez-Cuesta. La proclamación de la II República en abril de 1931 puso fin al oscurantismo de la España gobernada por el dictador Miguel Primo de Rivera tras encabezar, el 13 de septiembre de 1923, un golpe de Estado que contó con el apoyo del rey Alfonso XIII y la jerarquía eclesiástica.

En la generación del 27, entre aquéllos ya por entonces jóvenes maestros encuentra Miguel apoyo. En enero del 36 se publicó su segundo libro El rayo que no cesa en la colección Héroe dirigida por sus amigos poetas Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. Que presenta al poeta ya dueño de una voz personal.

En la dedicatoria del libro, está el carácter de todo el libro, la glorificación y la pena por el amor perdido. “A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya”. Dirigida a su musa, la artista Maruja Mallo.

“Umbrío por la pena, casi bruno/porque la pena tizna cuando estalla/donde yo no me hallo no se halla/hombre más apenado que ninguno”.

En este libro se publica su famosa Elegía dedicada a su amigo Ramón Sijé, ante su temprana muerte a los 22 años, en diciembre del 35, el poema es un canto de dolor y de amor fraterno. En ella hay una visión de la muerte enemiga y un profundo sentido de la tierra a la que el amigo muerto se une, que le lleva a la sublimación del reencuentro en la naturaleza. “Volverás a mi huerto y a mi higuera/ por los altos andamios de las flores/ pajareará tu alma colmenera/de angelicales ceras y labores. /Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores”. Su biógrafo, José Luis Ferris, nos dice: “el poemario amoroso de El rayo que no cesa, es un libro hermosísimo y redondo esencial en la vida y obra de Miguel»

Vientos de pueblo, poesía de guerra
El 18 de julio de 1936 Miguel Hernández tenía 25 años y se encontraba en Madrid cuando decide tomar parte activa con las armas y una poesía combativa que duele y perdura en el tiempo más que las heridas de las balas. A dos meses de iniciada la asonada franquista en Marruecos escribe: ”Sentado sobre los muertos/que se han callado en dos meses/beso zapatos vacíos/y empuño rabiosamente/la mano del corazón/ el alma que lo sostiene/Que mi voz suba a los montes/y baje a la tierra y truene/eso pide mi garganta/desde ahora y desde siempre”.

El 36 fue también un año doloroso para la cultura: asesinan a Federico García Lorca en Víznar, mueren Valle-Inclán y Miguel de Unamuno y José María Hinojosa es fusilado en Málaga.

A comienzos del otoño del 36 Miguel se afilia al Partido Comunista e ingresa voluntario en el ejército de la República, al Quinto Regimiento de Zapadores le destinan a la 1ª Compañía del Cuartel General de Caballería. Así, fue pasando por diversos frentes: Teruel, Andalucía y Extremadura. En febrero del 37 es destinado al periódico «Frente Sur». En plena guerra pasa brevemente por Orihuela para casarse, el 9 de marzo de 1937, con Josefina Manresa. Pasa a ocuparse de las labores de cultura y propaganda mientras desarrolla una intensa labor literaria. Pública en numerosos periódicos y revistas, aparecen unas de sus piezas teatrales. Participa en el II Congreso de Intelectuales en defensa de la Cultura, en Madrid y en Valencia, donde conoce al poeta peruano Cesar Vallejo, uno de los mayores innovadores de la poesía universal del siglo XX, al que lo unen múltiples coincidencias personales.

En ese tiempo se edita el Romancero de la guerra civil, que contiene 35 poemas de diferentes autores reconocidos, jóvenes, milicianos y espontáneos cantores populares. Entre los que se halla Migue Hernández, junto a Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y Vicente Aleixandre Intensamente unidos por y contra la guerra, con una fuerza expresiva de hondo calado en la moral de combatientes y civiles.

En septiembre de 1937 pasa unos días en Rusia, invitado al V Festival de Teatro Soviético. El 19 de diciembre de 1937 nace su primer hijo Manuel Ramón.

Ese mismo año se edita su libro Viento del pueblo que subtitula como Poesía de Guerra “Vientos del pueblo me llevan: Cantando espero a la muerte, / que hay ruiseñores que cantan/ encima de los fusiles / y en medio de las batallas”.

Miguel canta en medio de las batallas, un poeta que crea con el alma mientras suenan los obuses y se rompen las entrañas. Como confiesa en la dedicatoria del libro a Vicente Aleixandre: «A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. (…) Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

La poesía de guerra de Miguel Hernández contiene un carga de heroísmo y amargura a la vez Las circunstancias de la guerra civil lo inducen a una poesía no sólo testimonial, sino beligerante. Según José Manuel Caballero Bonald “se trata de uno de los libros más emocionantes, limpios y fervorosos que ha producido la poesía española en la primera mitad del siglo XX”.

En su viaje a Jaén en el órgano Altavoz del frente publica el poema Andaluces de Jaén, que popularizó el cantautor Paco Ibáñez. “Andaluces de Jaén/aceituneros altivos/decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?/No los levantó la nada/ni el dinero, ni el señor/sino la tierra callada/el trabajo y el sudor”.

El hombre acecha es el segundo libro de poesía de guerra, escrito entre 1937 y 1938. Está compuesto por 19 poemas precedidos por una dedicatoria a Pablo Neruda, está atravesado por el dolor y el penar que siente el poeta orcelitano, son poemas de ira y rabia ante la derrota de los republicanos.

Dando un giro respecto a Vientos de pueblo, está escrito en varios tonos desde lo épico de: “Herido estoy, miradme: necesito más vidas/La que contengo es poca para el gran cometido/de sangre que quisiera perder por las heridas/Decid quién no fue herido/Mi vida es una herida de juventud dichosa/¡Ay de quien no está herido, de quien jamás se siente/herido por la vida, ni en la vida reposa/herido alegremente! hasta lo íntimo de Canción última: Pintada, no vacía/pintada está mi casa/del color de las grandes/pasiones y desgracias”.

Dijo Juan Ramón Jiménez, con su acritud habitual: «Los poetas no tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos, imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel fue Miguel Hernández».

Desde el comienzo de la guerra, en Miguel se expresan el deseo de libertad para su pueblo y su odio a la violencia y la muerte, a medida que se acerca el final de la contienda, dos hechos cercanos en el tiempo lo acongoja y se reflejan en su poesía, la derrota de los republicanos y la muerte de su hijo.

Cancionero y romancero de ausencias
En enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel. En la primavera de 1939, ante la desbandada general del frente republicano, Hernández cruzó la frontera hacia Portugal, pero fue devuelto a las autoridades españolas por la policía del dictador portugués Oliveira de Salazar, apresado y devuelto a Madrid y en la cárcel de Torrijos hecho prisionero. En la prisión compuso la mayor parte del Cancionero y romancero de ausencias, considerado como el punto más alto de su creación literaria, escrito en trozos de papel higiénico, se publicó en Buenos Aires, Argentina, después de su muerte. Contiene entre otros, Hijo de la luz y la sombra, Tristes guerras, Menos tu vientre, Llegó con tres heridas y Nanas de la cebolla.

En prisión durante el mes de septiembre de 1939, escribe Nana a mi niño, luego retitulado Nanas de la cebolla, dedicado a su hijo Manuel Miguel, tras recibir una carta de su esposa, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla. Según la crítica literaria Concha Zardoya estas «Nanas» es la más trágica canción de cuna de la poesía española.

“Frontera de los besos/serán mañana/cuando en la dentadura/sientas un arma/Sientas un fuego/correr dientes abajo/buscando el centro /.Vuela niño en la doble luna del pecho/Él, triste de cebolla/Tú, satisfecho/No te derrumbes/No sepas lo que pasa/ni lo que ocurre”.

Miguel modula una voz que construye en el discurso un espacio de supervivencia frente a las prácticas deshumanizadoras del sistema carcelario. Sostiene Bagué Quílez que el libro se despliega a lo largo de los cuatro ejes principales del libro: la elegía por la muerte del primer hijo, el ciclo amoroso, el examen de conciencia y la esperanza en el futuro, gracias al nacimiento del nuevo hijo.

Boca que arrastra mi boca/ boca que me has arrastrado/boca que vienes de lejos/ a iluminarme de rayos/Alba que das a mis noches/ un resplandor rojo y blanco/Boca poblada de bocas/pájaro lleno de pájaros.

En el que fue probablemente su último poema, fechado en mayo de 1941, nos dice: De aquel querer mío/¿Qué queda en el aire? /Sólo un traje frío/donde ardió la sangre.

Luego de un periplo que, como dijo con amargura, lo llevo “haciendo turismo” por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante, hasta que en su indefenso organismo se declaró una tuberculosis pulmonar aguda que se extendió a ambos pulmones, a las 5.32 de la mañana del sábado 28 de marzo de 1942 falleció, en la enfermería de una prisión de Alicante. Tenía 31 años y cumplía una condena a 30 años de cárcel, tras serle conmutada la pena de muerte a la que había sido condenado por su participación como voluntario en las filas republicanas durante la Guerra Civil Española y conocido como Poeta de la Revolución. Poco antes de su prematura muerte escribió en los muros de la cárcel de Alicante: “Adiós, hermanos, camaradas y amigos. Despedidme del sol y de los trigos”. Se apagaba así la vida de uno de los mayores poetas en lengua castellana del siglo XX.

Llegó con tres heridas, la de la vida, la del amor, la de la muerte
El franquismo quiso infringir otra herida, la del olvido eterno. En la primavera de 1939 fueron destruidos los 50.000 ejemplares recién terminados del Hombre que acecha, solo se salvaron dos copias que permitieron recién en 1981 la edición completa del libro. Sus obras fueron prohibidas, y su nombre borrado por completo en la posguerra. Los poetas de la generación del 36, de la cual Miguel es considerado el iniciador, integrada entre otros por Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Dionisio Ridruejo y los novelistas Camilo José Cela, Carmen Laforet, Gonzalo Torrente Ballester, Jorge Campos y Miguel Delibes, fue llamada por mucho tiempo como la generación fantasma.

Joan Manuel Serrat fue para muchos jóvenes de nuestro país, quien dio a conocer a través de su música, algunos de los más bellos e intensos versos del poeta orcelitano. Paradojalmente el cantautor catalán reconoció que, como muchos de sus compatriotas, conoció a Hernández y otros poetas silenciados por la dictadura española, a través de ediciones publicadas en Argentina.

El reconocimiento mundial a su obra y la admiración por la ética y compromiso de su vida, desata el odio de la elite reaccionaria, incluso en estos días. En febrero de 2020, antes de que la pandemia confinase al mundo entero, el Ayuntamiento de Madrid encabezado por la presidenta de la comunidad Isabel Díaz Ayuso del Partido Popular, decidió resignificar el memorial de las víctimas de la guerra civil del cementerio de la Almudena. De esta manera, argumentando que no respetaba la ley de memoria histórica y de que no era imparcial, se eliminaron los 3.000 nombres de represaliados por el franquismo. Retiraron la placa que presidia el monumento en la que se leían los versos de Miguel Hernández:

“Para la libertad/Sangro, lucho, pervivo/Para la libertad/ Mis ojos y mis manos/Como un árbol carnal/ generoso y cautivo/ Doy a los cirujanos”.

Actos tan miserables como este, no podrán mellar el legado de quien «Humanamente es un ejemplo de coherencia, integridad y literariamente es un poeta necesario porque supo ocupar el espacio que en un momento de la historia casi nadie supo ocupar, fundió la poesía de compromiso con la poesía de calidad literaria». Luis Ferris.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://rebelion.org/para-la-libertad-sangro-lucho-pervivo/

jueves, 17 de febrero de 2022

Isaac Rosa gana el premio Biblioteca Breve de novela con una picaresca antidistópica que imagina otro mundo posible


‘Lugar seguro’ retrata con ironía a tres generaciones de una familia que se aprovecha de las grietas del sistema en su beneficio.

Isaac Rosa ha ganado este lunes el 64º premio Biblioteca Breve con Lugar seguro, una novela que retrata con ironía a una familia de picaros en un escenario social que se prepara para el apocalipsis. “Un retrato genial de tres generaciones de granujas de una misma familia que se aprovechan de las grietas del sistema en su propio beneficio”, ha destacado el jurado. El premio que convoca y dota con 30.000 euros la editorial Seix Barral, uno de los más importantes del panorama literario en español, ha distinguido la obra de Rosa entre 858 manuscritos en un acto en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

“Desde aquí, en línea recta hacia el sudoeste, podría llegar a mi casa avanzando bajo tierra”, comienza la obra de Rosa (Sevilla, 48 años), que expone un día en la vida de Segismundo García, un comercial venido a menos que cree haber encontrado el negocio que lo sacará de su crítica situación: la construcción y venta de búnkeres low-cost dirigidos a las clases más humildes. Esto cuando la construcción de refugios entre la clase alta se ha convertido en una tendencia para protegerse de futuros desastres. El lugar seguro al que alude el título es el nombre de la empresa y aquello que ofrece su protagonista: “un sálvese quien pueda”, en palabras del autor, en medio de la obsesión por el fin del mundo y la creciente mercantilización del miedo y la inseguridad.

El padre del protagonista, que lleva el mismo nombre, acaba de salir de la cárcel por un fraude con una red de clínicas dentales; y el hijo, Segis, recurre a la tecnología para crear negocios que se aprovechan de los vacíos legales. “Los tres Segismundos vienen de abajo y se estrellan una y otra vez, los llamamos pillos; pero cuando triunfan los consideramos emprendedores, modelos de éxito”, reflexiona el autor. Rosa mantiene que su protagonista, un tipo cínico, irónico y descreído, es sin embargo un personaje “imprescindible” para aquello que intenta transmitir con su novela: “Un futuro en el que, sin haber desaparecido los actuales problemas, sí se abre paso una posible alternativa que no conduce al abismo”.

Este es el desafío de la obra: “Ser capaz de imaginar otro futuro”; de aquí que se despliegue de fondo un movimiento ciudadano que plantea una alternativa a la visión escéptica del protagonista. Pero hay que ser cautelosos, sugiere Rosa: “Quería contar esa posibilidad desde los ojos de alguien descreído porque es la manera de no caer en la idealización o ingenuidad, y la forma de mostrar las limitaciones de cualquier intento de cambio”.

Isaac Rosa, que ha hecho referencia durante la presentación a algunas influencias como la del relato El nadador, de John Cheever, ha publicado nueve novelas y ha ganado importantes premios, como el Rómulo Gallegos, el de la Fundación José Manuel Lara o el Premio Andalucía de la Crítica. Lugar seguro, considera su autor, es su novela “más divertida”: “Se puede leer como una comedia amarga, que son las que me gustan”, ha comentado.

El objetivo del premio Biblioteca Breve desde su fundación, en 1958, ha sido estimular “una auténtica vocación renovadora”, así como abordar “la problemática literaria y humana estrictamente de nuestro tiempo”, según dejó sentado en su primer veredicto el editor Carlos Barral. Lugar seguro, que estará en librerías desde el 9 de marzo, ha sido distinguida por un jurado conformado por Pere Gimferrer, Benjamín Prado, Elena Ramírez, Andrea Stefanoni y Juan Manuel Gil, el último galardonado, con la obra Trigo limpio. El Biblioteca Breve tiene una amplia tradición en el panorama literario en español. Ha reconocido a autores como Juan Marsé, Gioconda Belli, Carlos Fuentes o al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, cuya obra, La ciudad y los perros, obtuvo el premio en 1962, y fue determinante en el desarrollo del boom latinoamericano.

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