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sábado, 25 de octubre de 2025

¿Para qué sirve la filosofía en la empresa?


No necesitamos tantos libros de teoría del ‘management’ y liderazgo para orientarnos en un mundo empresarial tan complejo como el de hoy

Un día preguntaron a Nuccio Ordine, ese gran maestro que nos dejó hace un par de años, si la filosofía servía para algo. Contestó que “es inútil y no sirve porque la filosofía no es servil. La filosofía te enseña a ser un hombre libre. Hoy en día hay un desprecio en nuestra sociedad hacia los saberes que no producen beneficio económico. Hemos perdido totalmente la idea del conocimiento como experiencia en sí: estudiar para ser mejores”. En 2023, Ordine recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

El pasado mes de julio participé en un desayuno del Proyecto Tendencias de este periódico, conducido por Ricardo de Querol, junto a Adriana Ugarte, actriz y licenciada en Filosofía; y Rafael Narbona, escritor y profesor de filosofía. Adriana habló sobre filosofía y arte, y Rafael sobre filosofía y vida. Aprendí de ellos tanto como disfruté.

Me tocó a mí responder a la pregunta, provocadora, como es el hecho mismo de pensar, de si la filosofía servía para algo en el mundo de la empresa. Y me acordé del entrañable profesor Ordine. Pensé en que él hubiera dicho que no. Que claro que no. Que no sirve para nada. Y, que, por eso, sirve para todo. Que es del todo inútil y, que, por eso, es tan valiosa. Tan útil. Tan esencialmente necesaria.

Nuestro mundo cambia a unos niveles de incertidumbre sin precedentes, geopolíticamente liderado por autocracias consolidadas o en ciernes. Con extremismos respaldados por amplios sectores sociales y en el que formular una visión de futuro a medio plazo corre el riesgo de caer en la soberbia o en la ingenuidad. Nos cuesta ver hacia dónde va el mundo y, con ello, hacia dónde vamos nosotros.

Vivimos en una sociedad nebulosa de saturación informativa permanente, que a veces confunde más que orienta. De beatificación de una tecnología a la que empezamos a estar tentados en delegar nuestras decisiones más humanas, convirtiendo así un medio en un fin en sí mismo. De las pesadas cadenas de la falta de tiempo con las que nos arrastramos, sabiendo que son cadenas que nos hemos puesto nosotros mismos en esa autoesclavitud de multiactividades, urgencias e inmediateces que nacen y mueren en el día, en la semana. Qué brillo el del filósofo alemán-coreano Byun-Chul Han.

En el mundo de la empresa y la gestión empresarial, en medio de la niebla y ante la inevitable inquietud que genera no saber dónde estamos, emergen voces bienintencionadas que, a base de repetirse, porque suenan bien, empiezan a convertirse en clichés. Autores americanos de business management que están en la frontera de los libros de autoayuda de aeropuerto que nos dicen que pongamos a las personas en el centro. Que demos la mejor versión de nosotros mismos. Que llevamos dentro un líder. Que seamos optimistas porque todo va a ir bien. Que si queremos podemos.

Nada que objetar a estas máximas, que son muletas que pueden levantarnos el ánimo o ayudarnos a enfatizar lo evidente. Pero creo francamente que no necesitamos tantos libros de teoría del management y liderazgo para orientarnos en un mundo empresarial tan complejo como el de hoy.

Creo que podemos descubrir en los grandes filósofos de la historia reflexiones de enorme valor sobre los grandes temas actuales. Y no por esnobismo, originalidad o moda vintage, sino porque sus ideas, pensamiento y convicciones han resistido el despiadado ataque intelectual de la crítica por los filósofos posteriores, año tras año, siglo tras siglo. Pasa lo mismo con la literatura, la poesía o la música, y por eso hoy tenemos una Odisea, un Romancero Gitano o una Tocata y Fuga en Re Menor. Qué mayor prueba de dureza intelectual, de perdurabilidad, de verdad.

Y así, cuando pensamos en la empresa en la importancia del tiempo y la presión de la inmediatez, es muy estimulante escuchar a Séneca decir que “no es que tengamos poco tiempo; es que perdemos mucho”. O a Montaigne y a Descartes, que nos proponen meditar sobre la muerte y la finitud de nuestra existencia para darnos cuenta de que una vida vivida con verdadera conciencia es la aventura más asombrosa en que podemos embarcarnos, por cotidiana que aparentemente nos parezca.

O cuando pensamos en valores, códigos de conducta y desarrollo de personas en la empresa, qué luminosas son las reflexiones de un Kant que nos invita a actuar “de tal modo que trates a la humanidad siempre como un fin y nunca como un medio”; o que nos preguntemos: “¿Qué sucedería si todos actuasen igual que yo?”, con ese imperativo categórico que nos llega con extraordinaria actualidad. Emmanuel Levinas lo reforzó siglos después con una belleza que aún nos sobrecoge: “la ética no empieza en principios abstractos, sino en el rostro del otro”.

O cuando reflexionamos sobre liderazgo auténtico, qué inspirador resulta oír de nuevo a nuestra María Zambrano decir eso de que “la autenticidad no es algo que se tiene, sino algo que se conquista cada día”. Ay, María, cuánta razón. Por eso la cultura de una empresa es tan humanista como lo es la de quienes la gestionan.

Y qué estimulante, al hablar sobre propósito empresarial, puede ser recordar al eterno Viktor Frankl diciendo que “vivimos por nuestras razones y morimos por falta de ellas”. No se puede expresar una verdad así con mayor belleza. O cuando pensamos en nuestras metas, esas libremente elegidas personal, profesional, empresarial y corporativamente; me imagino qué tipo tan extraordinario para tener de coach o sentar en un consejo de administración sería Aristóteles y qué gran código de conducta su Ética a Nicómaco.

Y quizás, por encima de todo, hablando de filosofía, podríamos encontrarnos con esa gran enseñanza de todos los filósofos de la historia, la única quizás universalmente compartida por ellos a lo largo de los siglos: la duda. Ellos nos enseñan a dudar, a cuestionarnos la realidad aparente, a reflexionar críticamente, a dialogar. A preguntar, como hacía Sócrates, incomodando a sus interlocutores cuando paseaba por Atenas hace más de 25 siglos.

Mi pregunta sería: ¿es posible una empresa humanista? Creo que sí. Pero creo que requiere ir más allá de la pura gestión empresarial. Requiere que nos adentremos en los mares de la filosofía y la ética, del arte y la historia, de la antropología y la psicología, de la música y la literatura. De todo aquello que es inútil. Que no sirve para nada. O que precisamente por eso sirve para todo. Para hacernos mejores. Para ayudar al otro. Para ser más libres. Más felices. Más humanos.

Fede Linares es presidente de EY España

viernes, 28 de julio de 2023

‘Danza humana’, renuevos de Montaigne.

Portada de ‘Danza humana’, de Rafael Argullol.


Rafael Argullol dialoga consigo mismo en un volumen de mil páginas y escritura libérrima, en el que recorre los hitos de la historia de la cultura. El autor pone fin así a la trilogía iniciada con ‘Visión desde el fondo del mar’ y ‘Poema’.

Son ya muchos años, toda una vida podría decirse, los que lleva Rafael Argullol explorando una escritura extraterritorial que rechaza lindes genéricos y aduanas disciplinarias, una escritura que alguna vez llamó “transversal” pero que es esencialmente agenérica y libérrima, serenamente tornadiza y metamórfica, en la que lo lírico y lo narrativo se impregnan de especu­lación filosófica, de remembranza autobiográfica o de confesión. Emanada de un yo ubicuo, es una escritura intensamente personal concebida a menudo como una expedición de descubrimiento que aparece jalonada por la historia de la cultura (arte, literatura, filosofía y religión salen al camino constantemente) y elevada por una mirada universalista que sitúa a los seres humanos en su pequeñez cósmica y al mismo tiempo en su irresoluble fluctuación entre la luz y la tiniebla. Esa vía pareció alcanzar su expresión más granada en 2010 con Visión desde el fondo del mar, sin embargo se prolongó en otro magno esfuerzo de disciplina escrituraria, Poema (2017), y ahora está claro que culmina con esta Danza humana que cierra, así, una trilogía que suma más de 3.000 páginas.

Cada volumen constituye a su modo una forma elíptica y minuciosa de autorretrato, cada uno obedeciendo a unas reglas internas distintas que determinan tanto la vertiente que se escudriña como la estrategia de escritura escogida. El conjunto es fastuoso y no cabría en esta reseña ni siquiera una sobria descripción de un proyecto que trata de explorar una conciencia particular, la de Argullol, con su depósito laberíntico de experiencias y tiempos, desde su función de receptáculo testimonial de una época, la nuestra, y de caja de resonancia de una tradición cultural en la que la literatura y la filosofía, la historia y el arte, la espiritualidad y la estética se interpelan e intersecan. Por eso debo limitarme a esta Danza humana, escrita entre el 9 de mayo de 2019 y el 6 de octubre de 2021 (los breves capítulos van datados como un diario) y organizada en diez libros nucleados en torno a otros tantos conceptos esenciales en la vida del escritor y, vale decir, de cualquier ser humano. A saber: verdad, restitución, desprendimiento, enigma, jovialidad, divinidad, antagonismo, afinidad, luz y libertad.

El orden en que aparecen no es arbitrario porque la secuencia conforma un itinerario, del mismo modo que cada uno de los libros se plantea como un viaje al corazón de esos conceptos mediante la creación de sucesivos destinatarios que no dejan de ser desdoblamientos parciales del autor: Elia (la que lo rescatará en el futuro), Jano, Ra, Marcello, Sleipner (el caballo octópodo de Odín), Gaspar (un ciprés), Miguel, o Å (el pueblo noruego), con el que se abre y cierra la obra.

Argullol se deja arrastrar por una escritura en torrente, que avanza sin prisa impulsada por un motor de interrogantes sobre sí mismo (que son extrapolables a cualquier lector) y abandonada a su propio devenir, día a día En diálogo consigo mismo a través de esas máscaras, Argullol se deja arrastrar por una escritura en torrente, que avanza sin prisa impulsada por un motor de interrogantes sobre sí mismo (que son extrapolables a cualquier lector) y abandonada a su propio devenir, día a día, entre tiempos y lugares de un pasado remoto y otros de un futuro intuido, mientras las emergencias del presente (los disturbios de 2019 en Barcelona o el curso de la pandemia) le devuelve al aquí y ahora del acto de escribir y del propósito que lo mueve.

Y aunque no lo declara, esta inmersión en la naturaleza humana desde la irreductible subjetividad del escritor no deja de ser tributaria del gesto de Montaigne cuando, admitiendo los límites de su entendimiento, quiso ensayarse (esto es, ponerse a prueba) ante los grandes problemas filosóficos (la muerte, el amor, el conocimiento) y las pequeñeces del vivir cotidiano (el dolor corporal, la decrepitud o los placeres de los sentidos) y confesó a su lector al comienzo de sus Ensayos: “Soy yo mismo la materia de mi libro”. Argullol podría suscribir el aserto, pero sería un necio quien no entendiera que, en el fondo, somos todos nosotros la materia de un libro que pone a bailar las preguntas fundamentales.

sábado, 14 de mayo de 2016

Manuel Arroyo Stephens: Franco acabó con el espíritu crítico español”. Ha publicado en español 'Contra los franceses. Libelo', que apareció en francés hace 40 años. Escritor, editor, su sarcasmo es suculento.

Un libelo en tiempos del tuit? Era la única forma que encontré de decir algunos disparates.

¿Y por qué tuvo esa necesidad? Por un rechazo hacia parte de la cultura francesa dominante desde la segunda Guerra Mundial que ha influido en España y en América Latina. Francia es uno de los cuatro pilares de la cultura europea… Y sin embargo lo que definió la imagen de Francia fue lo peor de la cultura francesa, la que se había desarrollado en el siglo XX a partir de la adopción de la charlatanería de Heidegger.

Esa cultura cae sobre su mazo en el libelo… No; es una caricatura de la cultura francesa que ha triunfado aquí. En España se lee todavía mucho a los charlatanes de la posguerra, como Althusser, Lacan... Para mí son charlatanes. En vez de aprender de Francia lo mejor de sus humanidades, en España y en América Latina ha triunfado esa parte nefasta.

¿Y para cuándo un libro a favor de los franceses? ¡Podría hacer otro contralibelo escribiendo sobre los autores que me fascinan! Flaubert, Pascal, Montaigne, Proust, los pintores del XVIII y XIX... Desde que muere Quevedo no hay poesía en España, hasta Rubén. Esas oleadas suceden, y así pasa en Francia. El milagro es que haya algo bueno, lo normal es que no haya nada.

¿Qué ha pasado para que un país que parecía rejuvenecer después de Franco vive esa sensación de nada? Franco mató la inteligencia española, el espíritu crítico, consiguió dotarnos de una mentalidad de cuartel y sacristía, como denunció Unamuno. De esa mentalidad es muy difícil librarse… El canon de la posguerra lo marcó Cela: una vuelta al casticismo más rancio, en contraste con Chaves Nogales, al que ahora se redescubre. ¡A Lorca lo asesinan con 38 años! Para mi es el símbolo de cómo se mató a esa España que había renacido desde Rubén.

Hay otra matanza previa, la retrata Goya y usted la saca en su libro como si se fusilara el 2 de mayo a la pintura francesa… Lo que se fusila es al liberalismo español, al pensamiento crítico español, a la libertad de pensamiento, una labor que había empezado en el siglo XVI la Santa Inquisición y que fue constante e implacable durante siglos.

¿Eso se ha impregnado en nuestra mentalidad? Eso crea una mentalidad. La veo en las actitudes que tienen los españoles ante casi todo. Es asombroso que los votantes españoles voten siempre a los chulos y a los corruptos. Es parte de la mentalidad del franquismo porque la gente lo único que quiere es seguridad, una seguridad frágil, falsa. No lo entiendo.

¿Qué le produce esta situación? Rabia y tristeza. Me produce rabia por lo que hemos vivido desde la Transición, esa trampa: hemos creado un Estado inviable, carísimo y muy corrupto. No se ha perdido una década, se ha perdido un siglo.

Dice que Francia tiene cosas que le encantan. ¿Entonces por qué un libelo? En el fondo era un sarcasmo sobre el complejo de inferioridad de los españoles. Es un complejo con causa, pero ese sarcasmo no lo ha visto casi nadie, quizá por mi culpa.

¿Cuál es la causa del complejo? La historia de España en los últimos cuatro siglos. Felipe II hizo todo mal y le salió todo mal. ¿Por qué en España fray Luis fue a la cárcel o asesinaron a Lorca? Porque había una mentalidad envidiosa, de odio a la inteligencia. El grito más expresivo de la cultura española sigue siendo el de Millán Astray: “¡Muera la inteligencia!”

¿Siente que ha sido injusto con Francia? Claro que he sido injusto con Francia. ¿Cómo no va a ser injusto un libelo?... Claro que admiro a Francia, ¡cómo no voy a admirarla! Una cosa es que sea libelista y otra que sea idiota.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/29/actualidad/1461921889_336707.html