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domingo, 6 de agosto de 2023

_- Maximilien Robespierre. Libertad y tiranía,


Maximilien Robespierre

Robespierre c 1790 (anónimoParísFrancia)
“El secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes”. Maximilien Robespierre 
#Fuedicho

sábado, 1 de julio de 2023

_- No le grites tanto al niño: la neurociencia nos muestra cómo educar en el siglo XXI.

_- Los avances científicos de los últimos 20 años están alumbrando una revolución educativa. Castigos y amenazas, cuando son habituales, dañan el cerebro de los menores.

Hay una mujer en Francia que está preocupada por la salud mental de los más pequeños y que tiene un mensaje con el que va a todos lados: necesitamos una revolución educativa, cambiar el trato que les damos a los niños. Los recientes avances neurocientíficos señalan que los castigos, los gritos, las amenazas no solo no funcionan, sino que acaban afectando al cerebro de los menores y causando cambios permanentes que, a la larga, les provocan problemas como depresión o ansiedad. Urge que muchos modifiquemos nuestra relación con los menores.

La idea de que hay que redefinir nuestra relación con los pequeños está muy extendida. Abundan las opiniones sobre este asunto, todo el mundo tiene la suya. Aunque los adoremos, a veces es complicado que no se escape un grito. La contención no es cosa fácil. En redes sociales, millones siguen a los gurús de la llamada “educación positiva”, aunque algunos no saben que este sector está viviendo un auge científico.

¿Por qué se recurre aún al azote?
La mujer francesa con un mensaje es Catherine Gueguen (1950, Caen, Normandía), pediatra durante 28 años del hospital franco-británico Levallois-Perret, a un paseo del Arco del Triunfo de París. Cuando habla, Gueguen también aporta datos globales de Unicef: cuatro de cada cinco niños son sometidos a una educación violenta verbal o físicamente. El 80% de ellos recibe azotes o tortazos u otros castigos corporales. Y aporta los resultados de una reciente encuesta (octubre de 2022) en Francia: el 79% de 1.314 cabezas de familia reconocía usar violencia psicológica al educar a sus hijos. “Puedes pensar que la violencia no está muy extendida, pero créeme, lo está”, dice. “Como pediatra he oído a muchos padres contarme que cuando pierden los nervios castigan, amenazan o incluso golpean a sus hijos”.

Gueguen tenía 44 años cuando se publicó un libro que dio un vuelco al conocimiento de que disponíamos sobre nuestra mente: El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano, de 1994, del neurólogo de origen portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 2005. En él, el neuroinvestigador otorgó a nuestras emociones y sentimientos el papel que merecen en nuestro comportamiento. “No le dábamos importancia, lo considerábamos algo secundario”, dice Damasio por teléfono. “Y sin embargo, las emociones son esenciales. Quise darles el papel que les corresponde; son las que nos hacen humanos”.

El mensaje del libro es que Descartes se equivocó al afirmar aquello de “pienso, luego existo”. En opinión de Damasio, lo que deberíamos afirmar es “existo, luego pienso”. Para ello, describió el funcionamiento de la corteza prefrontal, una zona de materia gris de varios milímetros de espesor que está encima de las órbitas oculares, que conecta distintas zonas del cerebro con otras que determinan nuestra respuesta motora y psíquica. Demostró que las emociones y los sentimientos desempeñan un papel clave en nuestra racionalidad. Para poder llegar a esta conclusión, midió los campos magnéticos que producen las corrientes eléctricas que atraviesan nuestra mente.

Antes, este tipo de investigaciones solo eran posibles abriendo el cráneo con bisturí. Pero en las últimas dos décadas, los avances en el material que ayuda a estudiar este órgano crucial han disparado la información de que disponemos. Desde distintos puntos —Estados Unidos, Canadá, norte de Europa, Australia y China...—, semanalmente se publican estudios neurocientíficos sobre algún aspecto de la plasticidad de nuestro cerebro. Aquí nos centraremos en los que tratan sobre los efectos en el cerebro infantil de la llamada “educación negativa”, en la que los menores son víctimas repetidamente de algún tipo de traición en la confianza que estos depositan en sus cuidadores. Para entendernos: hablamos de maltrato, y por este se entiende agresiones verbales que buscan humillar, denigrar o causar miedo al niño, o abusos emocionales que causan en el menor vergüenza o culpa, además de otras formas de maltrato físico como los golpes.

Durante sus primeros años, la neurociencia estudiaba los casos más graves, de niños huérfanos o de víctimas de maltrato severo. “Pero poco a poco nos hemos ido acercando a las familias más comunes”, afirma la neuroinvestigadora holandesa Sandra Thijssen, experta en desarrollo infantil del Instituto de Ciencias del Comportamiento, de la Universidad de Radboud.

En 2018, la Academia Estadounidense de Pediatría publicó una lista de recomendaciones advirtiendo de los peligros de la educación dura. En el país hay una red de universidades que elaboran este tipo de investigaciones y comparten sus resultados para aumentar el conocimiento. Martin Teicher, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Harvard y director del Programa de Investigación en Biopsiquiatría del Desarrollo en el Hospital McLean (Boston), es uno de los pioneros que participa en esta red. Dice por correo electrónico que en su opinión, el aprendizaje de cómo debemos tratar a los niños y adolescentes debería incluirse en el currículum escolar de secundaria para que los jóvenes ya adquieran nociones de los riesgos reales para los menores.

Los estudios neurocientíficos señalan que cuando los menores víctimas con frecuencia de maltrato verbal alcanzan la adolescencia, “son menos creativos, curiosos, tienen menos capacidad de adquirir conocimientos nuevos y más predisposición a la tristeza y a la depresión”, dice David Bueno i Torrens (Barcelona, 58 años), biólogo especialista en genética y neurociencia y director de la primera cátedra de España en Neuroeducación (en la Universidad de Barcelona), pues en nuestro país esta especialidad está dando sus primeros pasos. Se activan las mismas zonas del cerebro, dice el biólogo, lo que cambia es la relación entre sus distintas zonas. “Con una educación negativa la amígdala cerebral se vuelve más reactiva a las emociones negativas, y la zona que gestiona las emociones, la prefrontal, tiene menos capacidad de gestionar la ansiedad, el estrés”, continúa. A esos menores, más apáticos, les cuesta más motivarse. Pueden caer en el consumo de drogas en su búsqueda de estímulos.

Para poder extraer conclusiones, los expertos necesitan un número muy amplio de voluntarios y a través de tests deducen el estilo educativo de los cabezas de familia. Según Bueno, en España la parentalidad negativa es más habitual en hogares de nivel sociocultural muy alto o muy bajo. ¿Qué vemos en la aristocracia española? “Muchas juergas. Y eso es por una falta de apoyo parental. Exigen mucho y no dan nada a cambio emocionalmente hablando. O dejan que otro se implique por ellos. No hacen su papel de progenitores. Y las familias pobres a veces delegan en las calles o en el sistema educativo. No cumplen con la necesidad emocional que tienen sus hijos de que estén presentes para ellos”.

Sarah Whittle, psiquiatra y psicóloga australiana del Centro de Neuropsiquiatría de Melbourne, comprobó que crecer en un barrio pobre o desfavorecido provoca cambios en la función cognitiva y en la salud mental de los niños. Encuestó a 7.500 menores de distintas clases sociales y sugirió que sería útil que tanto los padres como los profesores de estos menores recibieran apoyo para entender que sonreír con frecuencia a los pequeños y hacerles sentir queridos cuando estén enfadados o enrabietados puede compensar otros aspectos negativos de su entorno vital.

¿Qué sucede cuando castigamos?
Cuando castigamos a un menor, ¿qué es lo que pasa en su cerebro? Como ha escrito el psicólogo y doctor en educación Rafa Guerrero (autor de Educar en el vínculo, de 2020), al niño se le activan las zonas inferiores del cerebro, las encargadas de la supervivencia. Se liberan grandes dosis de adrenalina y cortisol, lo que incita a la acción e impide pensar. El castigo invita ciegamente a la venganza. “Al estar hiperactivada la parte del sótano cerebral (instintos y emociones), difícilmente se puede conectar con el ático cerebral (pensamiento crítico, razonamiento, funciones ejecutivas, etcétera). No podemos ser conscientes ni pensar sobre lo ocurrido y solo obedecemos a nuestra parte más instintiva y emocional”. No existe un aprendizaje real. Para ello es imprescindible el amor, el respeto, la paciencia y los buenos tratos.

Y si no podemos castigar a nuestros hijos, ¿de qué forma podemos hacer que entiendan las normas que intentamos transmitirles? “Ese es el quid de la cuestión”, dice Guerrero. No faltan voces que sostienen que un azote, o encerrar a un niño de dos años en una habitación ayuda a que mejore su comportamiento, como dice la psicoanalista francesa Caroline Godman. Pero la neurociencia apunta en otra dirección. “En España se diría que solo hay dos tipos de padres”, dice el neuropsicólogo experto en educación Álvaro Bilbao: “Los padres superpermisivos que no ponen límites y los padres tradicionales de mano dura”. Pero hay, destaca, un nutrido grupo intermedio que pone límites con firmeza, o por lo menos lo intenta, ayudando a los menores a tener confianza y seguridad en sí mismos.

Durante el confinamiento de 2020, cuando aumentaron los conflictos internos en las familias, se incrementaron las peticiones de cursos de gestión de las emociones para los padres. Mari Carmen Morillas, presidenta de la Federación de Padres y Madres del Alumnado de la Comunidad de Madrid Giner de los Ríos, cuenta que han pedido al Gobierno regional que añada la figura del psicólogo en los centros educativos, donde también existe la educación negativa, para que haga una labor trasversal con los menores y también con educadores y padres.

Gueguen, siempre emocionada con el avance científico que se está dando en los últimos años, tardó en enterarse de la publicación del libro de Damasio, pero, una vez lo leyó, entendió que ante la evidencia de que los humanos nos vemos influenciados por nuestros sentimientos, urgía que se tomaran medidas para que muchos padres tuvieran una relación más saludable con sus propios hijos. Le preocupa lo que llama “la fidelidad incondicional de los hijos hacia sus padres”. Es decir, que aquellos padres que han sido a su vez educados de una forma dura o con signos de maltrato replican a menudo ese modelo. “Puede ser muy doloroso poner en duda a los propios padres”, afirma Gueguen. “Muchos hacen propias frases como ‘así aprenderás’, ‘así progresarás’, mientras los castigan”.

Desde hace cinco años, la pediatra forma a profesionales de la infancia como médicos, psicólogos, educadores o matronas y dirige una diplomatura de la Sorbona de acompañamiento en la crianza. En 2018 publicó Feliz de aprender en la escuela. Cómo las neurociencias afectivas y sociales pueden cambiar la educación (Grijalbo). Gueguen resume lo que se espera de un padre que intenta educar a un hijo de la forma correcta: se trata de una persona ante todo empática y benevolente consigo misma, conectada con sus propias emociones, que sabe expresarlas y habla de ellas con su hijo. “Sabe que criar a un hijo es una fuente de felicidad, pero también puede ser extremadamente difícil, que cometerá errores y que ver a tus padres reconocerlos y disculparse es muy educativo para el niño”. Cuando el progenitor ha desarrollado esta benevolencia hacia sí mismo, sabe cómo transmitirla a su hijo y este, a su vez, “florece”, asegura.

Un llamamiento
Gueguen era una de las expertas que tenían los oídos bien abiertos cuando la Organización Mundial de la Salud y Unicef publicaron un llamamiento a los gobiernos pidiendo la puesta en marcha de un mínimo de cinco sesiones de acompañamiento en crianza para padres o tutores de menores. Por desgracia, el llamamiento se publicó en plena ola poscovid, y no tuvo la difusión esperada. Se basaban “en más de 200 ensayos” publicados en los últimos 20 años. Sostienen que asistir educativamente a los padres cuando vayan a ponerle las vacunas al menor tendría efectos enormemente positivos para la salud mental de los pequeños. “Lo creemos porque se ha comprobado”, afirma Benjamin Perks, representante adjunto de Unicef. “Tenemos los datos delante de nuestras narices. Es el momento de poner en marcha estos programas de apoyo, el daño que causan estas prácticas está muy extendido y los datos demuestran que es posible prevenirlo. En EE UU y Europa se gasta alrededor de 1,2 billones de euros para paliar este problema. Por una fracción lograríamos que la situación mejorara infinitamente”, termina Perks.

“Es preciso que los padres y los educadores sean acompañados a lo largo de sus vidas y profesiones”, insiste Gueguen. Necesitan, dice, ser comprendidos, no culpabilizados y que sepan que ocuparse de un menor puede ser muy difícil, altamente exigente y que se equivocarán a menudo y necesitarán apoyo.

Para el neurólogo Antonio Damasio, el hombre que nos quitó la venda de los ojos, ¿cuál debería ser el siguiente paso en la investigación? “La consciencia de nosotros mismos y de los demás está muy relacionada con nuestras emociones, no con nuestro intelecto”, afirma. “Y creo que lo que deberíamos empezar a investigar qué papel juega realmente: ¿qué rol tiene la consciencia en nuestro cerebro?”

jueves, 29 de junio de 2023

EDUCACIÓN. La ola reaccionaria en la escuela. Los discursos que sostienen que todo va a peor están calando entre un profesorado exhausto por la falta de recursos, el trabajo en pandemia y la adaptación a los vaivenes normativos

Los discursos que sostienen que todo va a peor están calando entre un profesorado exhausto por la falta de recursos, el trabajo en pandemia y la adaptación a los vaivenes normativos.

Que vivimos en una sociedad polarizada es real. Solo hace falta echar un vistazo al discurso político para comprobar cómo aumentan las proclamas populistas hasta convertirse en una “ola reaccionaria” que no cesa. Quizás no resulte tan evidente, sin embargo, que esta polarización se extiende a otros contextos de una batalla cultural más amplia.

La estrategia trumpista invade también redes sociales, charlas cotidianas y debates educativos. Pero, al igual que el cambio climático no se combate con maceteros en los balcones, el alumnado tampoco aprende más por repetir curso. Es un hecho demostrado por la investigación, pero no importa: como en política, lo que importa no es el dato, sino el relato.

Educar en valores, en la construcción de una ciudadanía activa, competente y crítica, en la igualdad y hasta la accesibilidad para el alumnado con discapacidad se pone en entredicho a golpe discusión de barra de bar. Se asegura, así, que se baja el nivel, que ya no se exige, que se extinguen las especialidades o que la pedagogía es contraria a la calidad educativa. Más grave aún es que, igual que en política, estos eslóganes tienen espacios mediáticos para abrir la puerta a que se extiendan entre la sociedad y quién sabe si, en un futuro cercano, en políticas educativas: la idea es avanzar conceptos en el imaginario social para que luego no suenen graves al legislar.

La educación es, como decía Freire, un acto político: si la política tiene que ver con la construcción de un ideal de sociedad, la educación no es otra cosa que cómo construirla. De ahí que la posición sobre la ausencia de ideología en la educación y la “objetividad” de esta sea parte de una conversación falaz en la que, lejos de no haber ideología, esta no se explicita. Cualquier coloquio sobre la educación que queremos pasa por dialogar sobre ideas de sociedad y escuela, y esto tiene que ver con tener un posicionamiento ideológico.

Y, aquí, la clave: cuando nos llegue un mensaje sobre educación, debemos preguntarnos: ¿a qué perspectiva política corresponde? ¿Qué idea de escuela o de sociedad ofrece? Muchas veces, bajo esa asepsia ideológica, de aparente objetividad para no explicitar la visión desde la que se habla, campan a sus anchas nuevas versiones del neoconservadurismo que no nos dejan ver que hay “un elefante en la habitación”: una ideología concreta que nos pasará inadvertida si no leemos los discursos educativos también en clave política.

Este es el caso de un artículo publicado en este medio, titulado El derecho a soñar (estudiando), tildado por algunos como repleto de verdades incómodas. En él, no se explicita que la idea de educación desde quien escribe tiene que ver con ese ideal conservador o negacionista de los conocimientos y los datos educativos acumulados por la ciencia. Sin embargo, la tesis se centra en cuestiones de sobra desmontadas: cualquier tiempo pasado fue mejor, la dichosa cultura del esfuerzo, lo malvado de la tecnología; un permanente estado de alarma donde se mueve también una parte del profesorado: todo va mal; todo va a peor. Igual que ocurre con los partidos de ultraderecha que, capitalizando el desencanto, consiguen votos en barrios populares, estos discursos reaccionarios están calando entre un profesorado exhausto ante la falta de recursos, el trabajo intenso en pandemia y la compleja adaptación ante los vaivenes normativos.

Como en todos los discursos populistas, plantean ideas simples, apelan a lo conocido, a lo emocional y a la experiencia para ofrecer seguridad, de forma que sus ideas se puedan asimilar fácilmente en el imaginario social, aunque se limiten a ofrecer culpables o echar balones fuera. Ante problemas complejos, más autoridad, más repetición, más deberes y más meritocracia sin tener en cuenta posiciones marginales de partida: son algunas de sus reclamaciones permanentes, ignorando las conclusiones de las investigaciones y como si esas recetas no se hubieran probado ya.

Todo el mundo opina sobre educación desde su sesgo del superviviente (“pienso así porque, a mí, así me fue bien”), con lo que se invisibiliza a todos esos compañeros que abandonaron en el sistema educativo de entonces. En ese territorio, los estragos de los mensajes alarmistas de tono conservador dañan el pilar de la escuela pública como palanca de progreso y baluarte de la diversidad. Así se ha defendido en multitud de ocasiones desde estudios e investigaciones que, además, ponen de relieve la capacidad de supervivencia de esta ola, en la resistencia ante cualquier dato que se presente.

La mejora de la escuela pública, como pilar esencial del estado del bienestar, merece ser construida desde la disonancia crítica hacia las exigencias de la sociedad neoliberal y capitalista que nos eclipsa. Pero esta mejora tiene que trascender el marco de falacias dicotómicas que ofrecen disyuntivas disparatadas: conocimiento o pedagogía, digitalización o culturización, emoción o racionalidad. ¿Es necesario elegir entre ordenador o libro de texto? ¿La relevancia de la educación emocional excluye el rigor académico en las aulas? ¿Que se haya demostrado que la repetición perjudica a los más vulnerables conduce a una bajada de nivel? En definitiva, ¿en qué datos se apoyan estos mensajes alarmistas?

Las oleadas reaccionarias parecen llevarnos a elegir entre dos modelos educativos presuntamente antagónicos: una nueva y una vieja escuela, en un dualismo absurdo que allana el camino a la alianza neocon, aumentando el negacionismo contra los avances científicos. Aquí es donde ganan, al plantear una estrategia que construye una frontera política que divide y confronta a la sociedad, como cuenta Steven Watson en su artículo New Right 2.0: Teacher populism on social media in England (2020).

El cataclismo en las aulas es una invención para dinamitar la versión más progresista de la educación pública, como trampantojo del opinador de sofá. Los centros actuales son diversos, pero el barco fantasma de docentes disfrazados, purpurina y kahoots no es la nota dominante, sino un espejismo puntual en comunidades que sobreviven aún —como cualquier lector o lectora con adolescentes en casa podrá comprobar— a golpe del canon de la escuela clásica, pese a que algunos viven de defender que la escuela se ha convertido en un parque de atracciones.

Los colegios e institutos, en su autonomía, avanzan a ralentí, marcados por los efectos de la segregación y de una libertad educativa orquestada para que solo elijan las élites. Mientras, los vencidos del pasado siguen condenados al ostracismo, como demuestra nuestra todavía elevada tasa de repetición (un 25 % de estudiantes llegan al final de la ESO con algún curso perdido, según estadísticas del Ministerio).

Pero la oleada del populismo pedagógico prosigue, espoleada por vítores que sortean la inequidad, para defender que cada vez se aprende menos. En cambio, todos los datos indican que el saber nunca llegó a tantos como lo hace ahora, en la escuela más universalista de nuestra democracia. Pero, al igual que con los indicadores económicos, en campaña electoral seguiremos escuchando el “todo mal” y veremos otra vez augurar el apocalipsis escolar. Ya se sabe que las profecías no hace falta demostrarlas y, ante su falta de realización, siempre puede retrasarse su fecha de cumplimiento. Y, mientras esperamos, la ola reaccionaria prospera como una corriente que arrastra logros educativos que ha costado décadas conseguir.

lunes, 17 de abril de 2023

Reseña del último libro de Yayo Herrero, Educar para la sostenibilidad de la vida. Una mirada ecofeminista a la educación.

Una educación ecofeminista que ponga en el centro la vida es urgente y necesario.

Qué es lo que, en última instancia, y desde el principio, necesitamos los seres humanos para estar vivos? Los dispositivos electrónicos, las redes sociales virtuales y nuestra adicción a ellas, el consumismo o la excesiva acumulación de capital son necesidades ficticias o secundarias que el sistema capitalista nos ha creado. En cambio, preguntamos aquí por la condición indispensable para que surja y se desarrolle la vida y, por consiguiente, en tanto que seres vivos, los humanos.

Yayo Herrero, antropóloga, ingeniera técnica, educadora social, profesora, investigadora y activista ecofeminista española, nos recuerda nuestra entera dependencia de la naturaleza y de nuestras interrelaciones sociales en su libro Educar para la sostenibilidad de la vida. Una mirada ecofeminista a la educación. En él, la autora reivindica la necesidad y urgencia, dentro de la actual situación de crisis ecológica y social, de una educación ecofeminista que ponga en el centro la vida, y en la cual los individuos se reconozcan como seres vulnerables, interdependientes y ecodependientes.

Ante el escenario de emergencia planetaria, donde la vida está en peligro: pérdida de biodiversidad, alteración de los ecosistemas, deforestación, cambio climático, acidificación de océanos, escasez de recursos, etc., Yayo nos invita a repensar nuestro sistema económico, político-social y cultural para sustituirlo por otro viable que, por el contrario, proteja y sostenga la vida. Poner a esta en el centro, por tanto, “significa comprometerse con la satisfacción de las necesidades de todas las personas y con el cuidado de todas las formas de vida en un planeta translimitado, parcialmente agotado y en proceso de cambio” (p. 34). Para que esto sea posible, la autora propone la introducción de la conciencia ecofeminista en la educación formal, con dos retos principales por delante: acabar con el analfabetismo ecológico y lograr una pedagogía basada en la ética del cuidado.

Todas las vertientes y versiones del movimiento ecofeminista tienen en común la crítica a la lógica tradicional e imperante en nuestras sociedades de dominación y explotación tanto hacia la naturaleza, contrapuesta a la cultura y a la razón por occidente, como hacia las mujeres, subordinadas a los hombres en el sistema patriarcal. Todas ellas denuncian la mercantilización de la naturaleza y de los cuerpos considerados menos valiosos. El ecofeminismo entiende, además, que esta lógica violenta es transversal a las diferentes formas de dominación que existen, tales como el machismo, el racismo, el clasismo y el especismo.

Yayo Herrero remite al mecanicismo propio de la modernidad, el cual consideraba la naturaleza como una máquina perfecta y predecible, para comprender la legitimación y normalización de su manipulación y explotación en tanto que objeto a conquistar y someter, al servicio del progreso. La racionalidad instrumental de occidente ha derivado en una cultura antropocéntrica y androcéntrica, donde unas vidas y unos cuerpos valen más que otros o donde el valor de algunos se vuelve monetario. No obstante, a pesar de que en el siglo XX la ciencia descubriera y evidenciara que la naturaleza no es realmente un mecanismo sujeto a leyes deterministas, sino más bien un sistema complejo y vivo, existe aún un desfase entre este paradigma y nuestro sistema político, económico y social. Además, habitamos, o más bien expoliamos, el planeta como si este no tuviera límites biofísicos y sus recursos fueran inagotables. Si dependemos de la naturaleza y esta tiene límites, entonces no podremos crecer exponencialmente tal y como pretende el sistema capitalista extractivista.

Esta desatención y descuido de nuestro único hogar tiene que ver con la invisibilización de la reproducción de la vida en favor de la obsesión por la producción económica. Aquella, sin embargo, es la condición sine qua non para que se pueda dar la segunda: la producción y el cuidado de la vida, escribe Yayo, “no se realiza en la fábrica o en la oficina; se realiza en la naturaleza y a partir de los trabajos cíclicos que garantizan las condiciones de existencia y que son realizados sobre todo por mujeres” (p. 82). La autora denuncia, junto con las críticas ecofeministas, que, tradicionalmente, la división del trabajo del sistema patriarcal ha impuesto y reservado exclusivamente a las mujeres la atención y el cuidado de la vida y de los cuerpos vulnerables.

Yayo Herrero sugiere en este libro la inaplazable revisión de las fantasías del capitalismo y del antropocentrismo insostenibles que nos están llevando al colapso ecosocial para crear, desde una perspectiva ecofeminista, una cultura de la no violencia y del no dominio. Para ello, la educación debe empezar a cuestionarse la cosmovisión a la que ella misma contribuye, y deconstruirse y reconstruirse para velar por la sostenibilidad de la vida, haciendo hincapié en nuestra dependencia tanto del medio natural como de las relaciones interpersonales. En este punto, Yayo arroja luz y esperanza con una propuesta educativa ecofeminista que tenga como pilares la alfabetización ecológica, por un lado, y el reconocimiento y valorización del cuidado de sí, de las demás y del planeta en su conjunto, por otro. En palabras de la autora: “Una educación que incorpore la mirada ecofeminista puede ayudar a recomponer lazos rotos con la tierra y entre las personas. Puede orientar hacia la adquisición de una consciencia «terrícola», de un sentido de pertenencia a esa compleja y sorprendente trama de la vida de la que formamos parte” (p. 35).

Tomar consciencia de nuestra vulnerabilidad, proteger la naturaleza, sabiéndonos ecodependientes, y las relaciones sociales, comprendiendo nuestra interdependencia con el resto de humanos, abogando, por tanto, por una ética del cuidado, forma parte, todo ello, de la tarea y la lucha que competen a la educación hoy en día, más que nunca. Asimismo, en el libro se plantea el deber de la educación formal por incluir la reflexión crítica y el debate sobre las categorías hegemónicas y la ideología capitalista dominante que nos abocan al colapso; del mismo modo, tiene la tarea de contribuir al decrecimiento y al desmantelamiento de la visión cosificadora de la naturaleza y de los seres vivos. En definitiva, todas las áreas de conocimiento “deben ayudar a retejer los vínculos rotos entre las personas y la trama de la vida” (p. 63).

Según Yayo, la dificultad y exigencia con que tiene que enfrentarse la educación para llevar a cabo dicha transición hacia un mundo sostenible pasan por el esfuerzo y el acuerdo de toda la ciudadanía por comprender y querer que tales cambios se produzcan. A juicio de la autora, la educación ha de tener en cuenta tres principios fundamentales: el principio de suficiencia, distinguiendo las necesidades de los caprichos y aprendiendo a vivir con menos en medio de una crisis ecosocial; el principio del reparto, comprendiendo la necesidad de una redistribución justa de la riqueza en un mundo físicamente limitado; y el principio de cuidado, entendiendo la importancia de cuidar del resto de vidas y desfeminizando las tareas asociadas a los cuidados.

En esta obra, de lectura obligatoria en los tiempos que corren, se parte de la idea de que todas las personas tienen el derecho y la obligación de conocer su dependencia de la naturaleza, la red de interrelaciones sociales, así como su responsabilidad para con estas. La educación tiene, por tanto, para Yayo, un compromiso con la protección y el cuidado de la vida en sus distintas manifestaciones, formando sujetos que tienen o tendrán un deber político para crear y conservar modelos de vida sostenibles. Sin embargo, aunque comience, por fin, a haber propuestas y leyes educativas, como la actual LOMLOE, que intentan adecuarse a las demandas que exige su contexto, escribe Yayo, tiene que acompañarse de una materialización real y de un cambio profundo. Entre las pautas educativas que sugiere la autora para tal cometido se encuentra el desarrollo de la introducción de la historia invisibilizada de quienes han mantenido y mantienen la vida en pie, la concienciación de nuestra dependencia ecosocial y de la necesidad de cuidarnos mutuamente, la educación en la cooperación, la enseñanza y aprendizaje de hábitos de vida sostenible, así como el desarrollo de personalidades empáticas con la tierra y con el resto de vidas.

Los centros educativos se encargan, o al menos deberían, del cuidado y cooperación mutuos. De acuerdo con Yayo, “la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación” (p. 95), y es precisamente gracias a la cooperación como se puede salvar y sostener entre todas. Por eso, cuidar el planeta significa cuidarnos a nosotros mismos como especie; aquel podrá sobrevivir a la crisis climática por sí solo, pero nosotros, sin la debida actuación, decrecimiento y revalorización de la vida en su conjunto, no. La mirada de Yayo Herrero acierta, a partir de un análisis preciso e imprescindible, a mostrarnos un posible e inexcusable camino para intentar, al menos, salvar aquello que nos mantiene vivos. Sin duda, cabe agradecer a la autora este gran trabajo en momentos en los que es tan importante repensar nuestras acciones y deberes como los sujetos sociales y ecodependientes que somos.

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sábado, 4 de febrero de 2023

Lo normal es que los niños no obedezcan: cómo guiarles con paciencia cuando transgreden la norma.

Además de cerciorarse de que el pequeño ha entendido las órdenes, cuando surge un conflicto padres y madres deben invitarle a buscar una solución o preguntarle si tiene alguna idea sobre cómo actuar en un futuro.

Olivia no quiere ir al colegio. Ella está feliz con su abuela en casa, en pijama y en zapatillas, mirando cómo hace ganchillo o cocinando garbanzos como una chef estrella. La abuela le viste entre gritos y llantos, la arrastra por toda la calle y la niña le dice que está hartísima de ir al cole y tener que colorear sin salirse de la raya. En otros cuentos, Olivia no quiere ducharse o se enfada muchísimo si pierde jugando. No obedece y los adultos se afinan la paciencia. Escritos por Elvira Lindo e ilustrados por Emilio Urberuaga (equipo Manolito Gafotas), la editorial SM ha reeditado en letra caligráfica esos cuentos. Y lo cierto es que a los padres y las madres (incluso a la comunidad educativa) les preocupa y les frustra la falta de obediencia de las Olivias.

La maestra de Educación Infantil Coni La Grotteria es experta en educación para la paz y en dificultades del aprendizaje. Acaba de publicar Educar en la tolerancia (Plataforma Actual, 2023) y afirma que la naturaleza en la primera infancia lleva a los niños y a las niñas a explorar, a experimentar con los límites y con el grado de poder de sus referentes. Lo normal es que no acaten, sean libres, no entiendan lo que se les impone y tengan sus momentos de rebelión y hartazgo. La naturaleza de los niños se basa en cubrir sus necesidades y deseos, y la libertad es parte indiscutible para que así sea. ¿Y los padres? “Más que preocuparnos, debemos revisar nuestra actitud porque la integración de límites y normas es un proceso que requiere paciencia y coherencia”, explica La Grotteria.

Para la maestra de Educación Infantil Ainhoa Carmona Ponce también es normal que los niños y niñas no obedezcan: “En ocasiones, sobre todo de pequeños, les damos demasiadas consignas a seguir y simplemente no entienden lo que les decimos porque aún no tienen el desarrollo del lenguaje o la comprensión para entenderlo”. Sería pertinente hacerse preguntas como ¿puedes contarme qué has entendido? ¿puedes recordarme cuál era la norma? Otras veces, muchísimas, niños y niñas se guían por el deseo de lo que quieren o necesitan en ese momento, ya que, según Carmona, cuanto más pequeños, más primitivo es el cerebro y la capacidad de autorregulación es menor. “Tratamos de enseñarles cómo encajar en la sociedad en la que viven, pero muchas veces no tenemos en cuenta lo que realmente necesitan”, afirma la maestra.

Tania García-Medina es neuroeducadora, docente y asesora educativa. Explica que neurológicamente “venimos precableados” para aprender y explorar, y en ese proceso de descubrimiento está el hacer malabares con los límites impuestos. “Es normal que de primeras el instinto de los niños les empuje a sobrepasar los límites, a desobedecer y a descubrir qué ocurre si se transgrede esa norma o esa orden”, reflexiona. Afirma que a partir de los 18 meses es cuando comienzan a tener conciencia de individuo (conciencia del yo) y es en esa etapa en la que, aunque aún no pueden valerse por sí mismos, es frecuente escucharles decir “yo, yo”, “yo solo”, “no, no”. “Esa desobediencia es fruto de una búsqueda de la autonomía y de la autoafirmación que comienza a despertar”, asegura.

La neuroeducadora anima a revisar el concepto de hacerles entrar por el aro y de educar en la obediencia sin peros: “Se trataría de buscar que nuestros niños sean cooperativos y colaborativos y eso está lejos de una comunicación basada en órdenes”. Propone revisar el estilo comunicativo y usar otras estrategias, como cambiar las órdenes por preguntas del tipo: ¿Me puedes ayudar a guardar los zapatos en el armario? O ¿cuándo puedes encargarte de recoger la habitación? Ofrecer tiempos y espacios para reflexionar y pactar normas y necesidades contribuye a que desarrollaren el pensamiento crítico, la adaptación, las funciones ejecutivas y la autorregulación.

“Cuando las normas y pautas sociales son pactadas con ellos, teniéndolos en cuenta y haciéndolos partícipes de su creación, es realmente sorprendente observar cómo desde muy pequeños, desde los dos o tres años aproximadamente, empiezan a colaborar y cumplir misiones que han decidido que son importantes para su bienestar”, prosigue García-Medina.

Para la psicóloga y cocreadora de la llamada disciplina positiva Jane Nelsen hay que mantenerse amable y firme. Los límites con menores de cuatro años los deben poner los padres, pero “haciéndolos cumplir con amabilidad y firmeza”. Y avisa: “Cuando un niño viole un límite, no le dé un sermón ni lo castigue”. La conocida educadora aboga por hacerles “preguntas de curiosidad”: ¿Qué ha pasado? ¿Qué crees que lo ha provocado? ¿Qué se te ocurre para resolver este problema?

Para aquellos contextos en los que no se puedan pactar y dialogar esas normas (por ejemplo, el volumen de voz en una biblioteca o el comportamiento en un médico o ir al colegio), para García-Medina es importante cerciorarse de que la norma o lo que se espera de ellos ha sido entendido, así como explicarles los motivos que llevan a que esa regla sea por un bien común: “No es lo mismo que te digan ‘Silencio’ a secas a que te expliquen y comprendas que la biblioteca es un espacio en el que las personas leen o estudian, y que para esa actividad hace falta poco ruido”.

¿Qué hacer si no obedecen?
En caso de que los pequeños no obedezcan, el primer paso es mantener la calma dice Coni La Grotteria: “Si es una conducta que les pone en peligro, marcar el límite con firmeza y poner al infante seguro”. Y prosigue: “Si la conducta está acompañada de una emoción como el enfado, hay que legitimar esa expresión e intentar que sienta que su necesidad es atendida y no estamos negando o prohibiendo sus emociones”. Si es una conducta negativa que se repite con frecuencia, es recomendable dedicarle tiempo a hablar de las consecuencias de sus actos, establecer límites más claros, darle opciones para que pueda resolver sus problemas.

Jane Nelsen propone algunas formas para obtener la colaboración de un menor. “Mostrar empatía sin excusar la conducta. La empatía no significa que esté de acuerdo con la conducta o lo justifique. Significa únicamente que comprende su percepción”. Y leemos en Cómo educar con firmeza y cariño (Medici, 2007): “Invite al niño a centrarse en una solución. Pregúntele si tiene alguna idea sobre qué hacer en un futuro para evitar ese problema. Si no la tiene, hágale algunas sugerencias”.

Por tanto, no se trata de educar en la obediencia sino de que exploren la vida a través de diversas experiencias, tomando decisiones y asumiendo consecuencias adaptadas a cada edad con un acompañamiento adulto que les proporcione seguridad, firmeza y amor.


lunes, 2 de mayo de 2022

_- En defensa de la crítica.

_- Los expertos afirman que el miedo nos impide compartir comentarios constructivos, pero aquí te explicamos cómo —y por qué— deberías expresarlos de todos modos.

 Algo que me gustaría mejorar es mi capacidad de decirles a otras personas cómo mejorar. Soy pésima para dar una evaluación constructiva. Hace poco contraté a una asistente administrativa y suelo sentirme mucho más propensa a elogiarla por lo bien que lo está haciendo que a brindarle sugerencias que podrían ayudarla a hacer un trabajo aún mejor, incluso cuando hacerlo no solo la beneficiaría, sino que también me beneficiaría a mí directamente.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Esta vacilación para expresarme también se cuela en mi vida personal. A menudo me cuesta sugerirle a mi pareja que pruebe una estrategia disciplinaria diferente con nuestros hijos, incluso cuando acabo de escribir un libro sobre crianza con base empírica y sé lo que probablemente funcionaría mejor.

De hecho, la renuencia a proporcionar sugerencias útiles es muy común. Un estudio publicado en línea en marzo reveló que la mayoría de las personas son cautelosas al momento de compartir opiniones que, al final, serían útiles para la otra persona, incluso cuando, según el mismo estudio, la mayoría de las personas genuinamente deseaba escucharlas.

“Realmente queremos escuchar la retroalimentación, pero cuando vemos a alguien, dudamos un poco en expresarlas”, explicó Nicole Abi-Esber, estudiante de un doctorado en comportamiento organizacional en la Escuela de Negocios de Harvard y autora del estudio.

Por ejemplo, de las 155 personas en el estudio de Abi-Esber que interactuaron con un investigador o investigadora que tenía algo en el rostro —chocolate, lápiz labial o marcador rojo—, solo cuatro personas señalaron la mancha. Además, los participantes afirmaron que era poco probable que hicieran alguna observación cuando un compañero de trabajo pronunciaba mal un nombre, cometía errores en informes o hablaba demasiado rápido durante una presentación.

Según el estudio, una de las razones por las que rara vez compartimos críticas constructivas es que solemos subestimar cuánto desean recibirlas otras personas, un error que cometemos tanto en el trabajo como en situaciones cotidianas. Sorprendentemente, Abi-Esber y su equipo descubrieron que nos mordemos la lengua tanto con las personas cercanas —amigos y familiares— como con los conocidos y los compañeros de trabajo, lo que puede explicar mi reticencia a compartir estrategias de crianza con mi pareja.

Otra razón por la que a menudo nos reprimimos es que nos preocupa el efecto que nuestros comentarios puedan tener en nuestra relación con los demás, afirmó Abi-Esber. Pensamos: “¿Si les digo esto se molestarán conmigo?”. En un estudio publicado en febrero, Lauren Simon, profesora de administración de la Universidad de Arkansas, y sus colegas descubrieron que a las personas empáticas les resultaba especialmente difícil hacer comentarios constructivos. Pueden “estar demasiado preocupadas por el hecho de que dar una opinión difícil pero constructiva pueda herir los sentimientos del destinatario”, explicó Simon.

Sin embargo, según Abi-Esber, la mayoría de las veces las personas quieren escuchar nuestras sugerencias.

Entonces, ¿Cómo superamos la tendencia a quedarnos callados? Abi-Esber y su equipo probaron varias estrategias para persuadir a las personas a manifestar su opinión y descubrieron que el mejor enfoque era —irónicamente, dado que la empatía también puede frenar a la gente— tratar de ponerse en el lugar de la otra persona.

Si fueras tú el que habla demasiado alto por teléfono en el trabajo, o el que anda con espinacas entre los dientes, ¿no querrías saberlo? Simon sugirió pensar en los efectos negativos de no expresar la opinión. La gente debería “recordar que dar retroalimentación es a menudo la opción más amable, teniendo en cuenta todas las cosas”, dijo.

Una vez superada la timidez, hay que preguntarse cuál es la mejor manera de formular una crítica constructiva. Algunas de las cosas que has oído pueden no ser realmente útiles, como el método del “sándwich”, muy recomendado, que consiste en intercalar las críticas entre dos capas de elogios. Este método “no está respaldado por la evidencia, y las investigaciones sugieren que en realidad puede tener un efecto perjudicial al diluir o enturbiar los consejos realmente importantes”, afirma Naomi Winstone, psicóloga cognitiva que estudia la retroalimentación constructiva en la Universidad de Surrey, Gran Bretaña.

Ofrecer demasiados comentarios es otro de los errores más comunes, lo cual es curioso si tenemos en cuenta que a menudo cometemos el error contrario. “Ofrecer comentarios sobre absolutamente todos los elementos del rendimiento puede resultar abrumador”, afirma Winstone. “En cambio, centrarse en las prioridades clave de mejora, con una orientación clara sobre cómo dar los siguientes pasos, puede ser lo más motivador”.

Una investigación realizada por Katherine L. Milkman y otros autores sugiere que somos más propensos a cambiar nuestro propio comportamiento cuando nos fijamos metas específicas y lo mismo podría aplicar cuando establecemos metas para los demás, afirmó Catherine Sanderson, psicóloga del Amherst College.

“Un entrenador que le dice ‘esfuérzate más’ a un atleta con bajo rendimiento quizá sea menos efectivo que uno que dice: ‘Necesitas desarrollar mayor fuerza, así que a partir de mañana deberías dedicar 30 minutos diarios a levantar pesas’”, afirmó Sanderson.

Intenta también programar los comentarios para cuando la gente esté tranquila y receptiva. “Evita hacer comentarios cuando tú o el destinatario se sientan estresados o cargados de emociones”, sugirió Simon. Además, debes dejar bien claro que te estás refiriendo al comportamiento de una persona y no a su personalidad, aclara Sanderson. “No lo hagas personal”, aconsejó. “Separa lo que dijo o hizo la persona de quién es”.

¿Y si buscas una crítica constructiva, pero nadie te la ofrece? Una investigación realizada por Hayley Blunden, estudiante de doctorado en comportamiento organizativo en la Escuela de Negocios de Harvard, sugiere que pedir consejo a la gente, en lugar de una crítica, a menudo provoca información más útil y procesable. Esto se debe a que los consejos están orientados al futuro, lo que “puede abrir el pensamiento de las personas”, dijo, y hacer que se centren en lo que podría ser, en lugar de en lo que ocurrió en el pasado. Además, dar un consejo orientado al futuro es menos crítico que dar una opinión sobre las decisiones pasadas, lo que puede ayudar a las personas más empáticas a “bajar la guardia y compartir una visión más específica”, añadió.

La próxima vez que me sienta nerviosa por tener que dar un consejo a mi asistente, mi pareja o mis amigos, haré lo siguiente: intentaré imaginar lo que querría si estuviera en su situación, y consideraré los beneficios que mi opinión podría aportar en términos de crecimiento personal o profesional. Entonces compartiré mis ideas —que consideraré como un consejo— de forma breve y específica cuando parezcan receptivos a ello. Y espero que en el futuro hagan lo mismo conmigo.

La semana de Well

https://www.nytimes.com/es/2022/04/24/espanol/critica-constructiva-retroalimentacion.html

lunes, 24 de mayo de 2021

_- Cómo educar a tu hijo sin recurrir a los castigos durante el confinamiento. La convivencia, estar encerrados y salir solo una hora al día generan estrés en los niños y en los padres. Es natural que se tenga menos paciencia, pero hay que favorecer la empatía.

_- 27 ABR 2020 - 09:17 CEST
Durante el confinamiento hemos podido experimentar como en los niños afloran emociones como el miedo, el enfado o la tristeza. A todo esto, es posible que se hayan sumado conflictos entre hermanos, que hayamos atendido más rabietas de las habituales o nos hayamos encontrado con desmotivación y oposición para realizar tareas escolares, así como una mayor dependencia de la figura del adulto.

El hecho de haber instaurado una nueva rutina o dinámica en la familia tiene un proceso de adaptación y no es de extrañar que estemos experimentando muchas dificultades como compaginar el teletrabajo, el colegio en casa, las tareas del hogar, con el cuidado de los menores. Y ahora se le añade otro factor, tras semanas de encierro: los más pequeños de la casa, menores de 14 años, pueden salir a la calle a dar un paseo una hora, una vez al día y acompañados de un adulto.

Ante todas estas situaciones que nos generan estrés y tanto tiempo en confinamiento, es natural que según avanzan los días tengamos menos paciencia y sea más complicado mantener la calma.

Hemos de aceptar que es un momento arduo para todos y tratar de abandonar la culpa, pero esto no impide que nos cuestionemos, si para solucionar estos pequeños conflictos que estamos viviendo, el castigo es la mejor herramienta que podemos utilizar.

Se trata de un momento crucial en el que los niños necesitan nuestro acompañamiento emocional. Es esencial que durante este periodo respondamos a sus necesidades y establezcamos un vínculo emocional fuerte. La infancia necesita más que nunca, conexión, sentir que los tenemos en cuenta, que son queridos de manera incondicional, aceptados, protegidos y cuidados.

El rincón de pensar, el castigo más dañino
Uno de los castigos que se utiliza con mayor frecuencia es ser el rincón de pensar, el castigo que ahora mismo podría resultar especialmente dañino.

Cuando un niño se enfada y consideramos que se ha portado mal y a consecuencia de ello lo mandamos al rincón de pensar, le acabamos transmitiendo la idea de rechazo y trasladando el mensaje de que no queremos que esté cerca cuando está disgustado o se ha equivocado.

Es probable que el niño sienta más ira, enfado y mayor deseo de revancha. En los momentos de conflicto nuestro cerebro no se encuentra integrado, sino en un estado reactivo predominando el miedo y la huida, impidiendo así el aprendizaje y centrarse en la solución de problema.

Ahora más que nunca debemos flexibilizar, ser más empáticos y entender que detrás del mal comportamiento hay una necesidad que debe ser atendida, entender que detrás de esa conducta hay una solicitud de ayuda.

Parece difícil, pero hemos de descartar la idea de que si no somos lo bastante duros con nuestros hijos “se nos irán de las manos” e invertir la energía en encontrar soluciones en un entorno de equidad.

Alternativas al castigo que favorecen el respeto mutuo:
Llevar a cabo reuniones familiares, acordar reglas entre todos, sobre aspectos que generan conflictos en el hogar, y llegar a un consenso sobre las consecuencias del incumplimiento de las mismas. De esta manera, desarrollaremos el sentido de pertenencia, trasladando la idea de que su contribución es valiosa y nos interesa.
Considerar los errores o conductas desafiantes como una oportunidad para aprender y desarrollar habilidades, permitir que se equivoquen y ejerciten esa habilidad según vaya pasando el tiempo.
Ayudarles a entender y poner nombre a sus emociones mediante juegos, canciones o cuentos.
Manifestar nuestras expectativas y expresar como nos sentimos. Si nuestro hijo rompe algo que nos pertenece: “Estoy muy disgustado cuando te presto algo, espero que me lo devuelvas en las mismas condiciones en las que te lo entregue”
Conexión: conectar con ellos les proporciona ayuda para calmarse, de esta manera, estarán más receptivos y aceptaran nuestra ayuda para tomar mejores decisiones, también les ayudará a identificar y recuperar el control sobre sus emociones.
Resolver conjuntamente los problemas, confiando en su capacidad para aportar soluciones: “¿Qué crees que podríamos hacer para resolver esta situación?”
Si alguna vez tenemos dudas, no nos olvidemos de una regla que nunca falla, ponernos en su lugar y tratarlos de la manera que nos hubiera gustado a nosotros ser tratados en esa misma situación. En los momentos difíciles los niños también necesitan ser tratados con respeto y amor.

*RUTH ALFONSO ARIAS ES EDUCADORA DE FAMILIAS DE DISCIPLINA POSITIVA.

https://elpais.com/elpais/2020/04/25/mamas_papas/1587803231_913630.html?rel=mas

jueves, 4 de febrero de 2021

Jacqueline Novogratz: "Tenemos que encontrar una nueva manera de medir qué es el éxito"

Jacqueline Novogratz dice que la pandemia ha revelado todas las heridas abiertas de los sistemas que no son sostenibles. 

Trabajaba en Wall Street hasta que un día decidió hacer un cambio radical en su vida, tomó un avión y se fue a Ruanda a crear el primer banco de microfinanzas del país.

Ese fue el inicio de una larga carrera que ha llevado a la estadounidense Jacqueline Novogratz a trabajar en algunas de las comunidades más pobres del mundo.

Fundadora y directora ejecutiva del fondo de inversión sin fines de lucro Acumen, ya lleva más de tres décadas dedicada a apoyar proyectos emprendedores.

Autora de libros como "El suéter azul" y "Manifiesto para una revolución moral", Novogratz y su red de socios han implementado innovadores modelos para promover negocios exitosos con impacto social en zonas vulnerables, como el "capital paciente".

BBC Mundo habló con ella en el marco del HAY Festival Cartagena, que se realiza de forma vitual entre el 28 y el 31 de enero.

En la década de 1980 trabajaba en Wall Street y decidió renunciar a su trabajo. ¿Por qué tomó esa decisión?

Trabajaba en el Chase Manhattan Bank y el 90% del tiempo lo pasaba viajando por distintos países del mundo en desarrollo, especialmente en Latinoamérica, en una época donde había dictaduras y una crisis financiera gigantesca.

Quedé cautivada en Brasil con el extraordinario y duro trabajo que hacían las personas de las favelas y la yuxtaposición con nuestro trabajo.

Estábamos cancelando cientos de millones de dólares en préstamos impagos, y movíamos el dinero a cuentas en el extranjero, pero no invertíamos en el país.

Mientras trabajada en América Latina, especialmente en las favelas de Brasil, Novogratz llegó a la conclusión de que la banca no era el lugar para desarrollar su carrera.

Hablé con mi jefe y le dije que quizás sería mejor invertir en las personas de bajos ingresos en las naciones donde operábamos, ya que nos pagarían los préstamos y además haríamos una contribución al país. Pero no funcionó.

Es interesante ver cómo la banca ahora toma estos temas más seriamente. Pero en 1985 era diferente. Entonces me di cuenta de que no sería efectivo promover un cambio desde dentro del sistema bancario y que debía renunciar.

En esa época escuché sobre el trabajo de Muhammad Yunus y sus microcréditos.

Eran los primeros tiempos de las microfinanzas y de acercar la banca a personas de bajos ingresos.

Y ahora he estado haciendo este trabajo por 35 años.

¿Qué lecciones ha aprendido trabajando en el mundo de la pobreza?

La primera lección es que lo opuesto a la pobreza es la dignidad.

Creo que gran parte de esta idea viene del trabajo que hice en Ruanda. Fue ahí donde inicié el primer banco de microfinanzas del país con un pequeño grupo de mujeres líderes.

Cuando se produjo el genocidio en 1994 tuve que enfrentar el hecho de que esas mujeres asumieron distintos roles, incluyendo el de convertirse en perpetradoras del genocidio.

La emprededora social estaba desarrollando un proyecto en Ruanda, cuando ocurrió el Genocidio de 1994.

Esa experiencia me cambió. Aprendí que la pobreza no solo tiene que ver con los ingresos, se trata de dignidad. Se trata de tener la capacidad de contribuir al esfuerzo colectivo.

Aprendí que si vamos a construir un mundo sin pobreza, también tenemos que confrontar nuestro empobrecimiento espiritual y no solo la pobreza material.

Usted habla de dimensión material y moral de la pobreza. ¿No le parece que la dimensión política también es importante?, ¿no le hace falta esa pieza en el rompecabezas?

Creo que todo está conectado. Si la política está divorciada de nuestra humanidad, la gente se vuelve invisible. Cuántas veces nos hemos enfrentado a la invisibilidad de los pobres.

En India, por ejemplo, trabajamos con mujeres de bajos ingresos, en una zona en que los políticos querían trasladar el barrio a otra parte para crear oportunidades para la inversión extranjera, sin ninguna consideración por las personas.

Coronavirus: "La alternativa para los próximos 20 años es una forma sostenible de capitalismo"
A menudo es la corrupción una de las causas que mantiene a las personas en la pobreza. Entonces, es un conjunto de elementos.

La buena noticia es que está en nuestras manos. La pobreza es dignidad y la dignidad depende de un esquema moral más saludable.

Eso significa que nuestros sistemas políticos y económicos también deben inscribirse dentro de ese esquema moral.

Y en el trabajo que ustedes hacen en Acumen, ¿por qué no incorporan campañas para impulsar cambios a nivel macro en la toma de decisiones políticas y económicas?

Es una pregunta que me he hecho toda la vida.
Como emprendedores sociales trabajamos en la construcción de buenos modelos de negocios. En la medida que esos modelos han crecido, hemos hecho alianzas con gobiernos o en algunos casos con empresas.

Estamos agradecidos de los activistas que hacen campañas para que cambien las políticas; nosotros contribuimos con lo que hemos aprendido sobre cómo esas políticas pueden ser implementadas de una manera pragmática.

Entender cuál es nuestro rol y con quién tenemos que hacer alianzas es muy importante.

Jacqueline Novogratz
Hemos apoyado a cerca de 750 líderes emprendedores emergentes en distintos países"
Lo otro que hemos aprendido es que necesitamos liderazgo y no solo modelos de negocios.

Por eso creamos una academia concebida como una escuela para el cambio social.

Desde ahí hemos apoyado a cerca de 750 líderes emprendedores emergentes en distintos países.

Muchos de ellos se han convertido en personas influyentes en sus comunidades y, en algunos casos, se han transformado en funcionarios gubernamentales.

Nuestras empresas y nuestros líderes han ayudado a proveer servicios asequibles en áreas como la salud, educación, energía, agricultura, para cerca de 300 millones de personas de bajos ingresos.

Ganar dinero y descontaminar el planeta: dónde están invirtiendo los que manejan grandes fortunas
Ustedes son una organización sin fines de lucro, pero hay muchos fondos que invierten su capital con la idea de conseguir rentabilidady, al mismo tiempo, contribuir a causas sociales o ambientales. ¿Cómo ve ese tipo de iniciativas?

Aunque somos una organización sin fines de lucro, tenemos tres servicios con fines de lucro bajo nuestra estructura corporativa.

La razón es que hay un amplio espectro de capital que permite que los emprendedores construyan el tipo de empresas que puede crecer y llegar a millones de personas.

Por eso trabajamos con distintos tipos de fondos, como las subvenciones a los proyectos en su etapa inicial, que denominamos "capital paciente", donde los inversores esperan una rentabilidad en el largo plazo, 10 o 15 años.

También trabajamos con fondos filantrópicos y otro tipo de inversiones.

La realidad es que operamos en áreas difíciles hasta llegar a un punto en que podemos decir que es una empresa para invertir en ella.

Novogratz y su red de colaboradores han invertido en proyectos de energía solar en Busia, Kenia.

Por ejemplo, en las zonas posconflicto en Colombia ha habido muy poca inversión. Ahí hay un bajo nivel de habilidades, muy poca infraestructura y casi nada de confianza.

Nosotros hemos trabajado con una asociación de agricultores por muchos años hasta llegar a un punto en que los granjeros tienen su propio plan de negocios, pagan los préstamos y son dueños de su propia empresa.

El problema es que a menudo es muy difícil para las personas de bajos ingresos acumular activos, como puede ser una casa o tener un negocio, que es la manera de construir riqueza.

La riqueza no se construye solo con ingresos. Y ese problema es parte de un sistema que falla en el capitalismo.

En relación a eso, algunos dueños de grandes empresas y fondos de inversión han dicho que es necesario arreglar el capitalismo, ¿es partidaria de esa idea?

Yo creo que tenemos que reimaginar el capitalismo.

Por demasiado tiempo este sistema ha funcionado bajo la primacía de los accionistas y no se ha hecho cargo de las externalidades que produce, usando términos económicos.

No premiamos a las compañías por sus buenas acciones, como instalarse en áreas difíciles o contratar y apoyar a personas que no han desarrollado habilidades.

Tampoco se toma en cuenta el daño medioambiental que producen nuestras empresas. Eso no es sostenible.

Una de las cosas en que nos hemos enfocado en los últimos 20 años, es medir lo que realmente importa, en vez de medir solamente lo que se puede contar.

Tenemos que reimaginar el capitalismo. Por demasiado tiempo este sistema ha funcionado bajo la primacía de los accionistas" Jacqueline Novogratz
Es fácil medir las ganancias, pero es muy difícil medir el impacto social.

Para cambiar el capitalismo hay que entender las necesidades de todas las partes que participan en un negocio y no solo los accionistas.

Tenemos que pensar a largo plazo. Tenemos que encontrar una nueva manera de medir qué es el éxito. El cambio requiere un ética que reconozca el valor de lo colectivo.

Nosotros vemos los cambios que ocurren con nuestros proyectos cuando a la gente se le paga bien, cuando los empleados tienen oportunidades reales para su crecimiento, cuando las personas pueden tomar sus propias decisiones y pueden crear empresas sostenibles en el largo plazo.

¿Pero cómo va a convencer a las personas con poder económico y político que no tienen esa ética colectiva, que solo están interesados en la rentabilidad de su empresa? Le pregunto porque la ética en los negocios, o el marco moral al que usted hace referencia, es algo a lo que no se puede obligar...

Yo partiría con el creciente número de directores de empresas que quieren hacer cambios, que quieren redefinir el propósito de los negocios, porque el camino que estamos siguiendo ahora no es sostenible para la humanidad.

Lo segundo es mostrarles a ciertas empresas que si siguen por el mismo camino su propio negocio no será viable.

Lo bueno es que hay una nueva generación que no está interesada en trabajar para empresas que dañan el medioambiente, por ejemplo.

Además, el mundo tiene ciertas herramientas para desafiar a esas empresas que no quieren avanzar en el cambio.

Y por otro lado, los clientes están cada vez más interesados en cómo viven las personas que intervienen en la cadena de producción.

En el largo plazo, las empresas sin un propósito más allá de las ganancias, tendrán menos valor y serán menos exitosas.

Entonces las empresas deberían ajustar el rumbo por su propia sobrevivencia, no solo por fines morales...

Sí, por su propia sobrevivencia y porque es lo correcto.

¿Piensa que el aumento de la desigualdad, especialmente ahora durante la pandemia, puede causar una nueva ola de disturbios sociales?

No se trata de si la va a causar o no. La desigualdad ya está provocando disturbios en muchas naciones. Lo hemos visto en Nigeria, Pakistán, India.

Esta pandemia no solo ha dejado en evidencia la gran desigualdad, también ha revelado todas las heridas abiertas de los sistemas que no son sostenibles.

"En el largo plazo las empresas sin un propósito más allá de las ganancias, tendrán menos valor y serán menos exitosas", afirma Novogratz.

Las personas de menores ingresos son las que más se enferman porque viven en espacios hacinados, con acceso limitado a la salud. Y en educación, estamos viendo una generación que quedará aún más atrás.

En las comunidades donde trabajamos, hemos visto cómo la gente se queda sin comida y hemos visto cómo el hacinamiento genera más violencia.

Hay una urgencia de ir más allá de las ideologías y enfocarnos en cómo le podemos dar más al mundo de lo que tomamos de él, como un imperativo moral.

La buena noticia es que como seres humanos somos espíritus emprendedores capaces de resolver problemas.

Durante la pandemia he visto un extraordinario nivel de innovación, con emprendedores en comunidades de bajos ingresos que resuelven sus problemas con lo que sea que tienen a la mano. Yo diría que donde hay oscuridad, al mismo tiempo hay luz. 


Más en este blog.

sábado, 23 de enero de 2021

_- Cómo potenciar una autoestima sana en nuestros hijos y alumnos

_- Si los adultos fuéramos más conscientes de que depende de nuestro buen hacer y de la satisfacción de las necesidades de niños y adolescentes, seguro que tendríamos jóvenes mejor preparados para enfrentarse a los envites de la vida y con menor sufrimiento

Los niños, al igual que los adultos, tienen una serie de necesidades que precisan ser cubiertas. Comer, descansar, límites y ser protegidos cuando sienten miedo son algunos ejemplos de las necesidades que tienen nuestros hijos. La diferencia entre niños y adultos a la hora de satisfacer sus necesidades es que los segundos tienen herramientas para cubrir sus propias necesidades, mientras que los primeros carecen de dichas herramientas, motivo por el cual, precisan de un adulto que las cubra por ellos. 

Las investigaciones que han estudiado la autoestima han llegado a dos interesantes conclusiones: la primera de ellas es que la autoestima es una de las variables que mejor predice la calidad de vida futura de nuestros hijos. La segunda conclusión es que los niños que gozan de una buena autoestima son aquellos cuyos padres conectan con las necesidades de sus hijos para, posteriormente, cubrir dichas necesidades. Cuando un niño se muestra rabioso porque otro niño se le ha colado en la fila de una atracción, es imprescindible que sus padres conecten o sintonicen con su rabia, le permitan sentirse rabioso y le ayuden a alcanzar la calma después de ese episodio de injusticia.

Todos los padres y maestros queremos que nuestros hijos y alumnos tengan una buena autoestima. Aun así, creo que es importante saber, que tener una buena autoestima no es algo que dependa del menor, sino de los adultos significativos que le acompañamos en su día a día. Parece que el prefijo “auto” de la palabra autoestima indica que es algo que depende del niño, y lo cierto es que escapa a su control. Como bien dice el psiquiatra infantil Jorge Barudy “lo que una madre o un padre siente, piensa o hace por sus hijos y la forma en que lo comunica tendrá un impacto significativo en la manera en que una niña o niño se concibe a sí mismo”.

Creemos que tener una autoestima muy alta es indicativo de salud mental, pero no es así. Está claro que los niños necesitan ser vistos por sus padres y adultos significativos, pero cuidado con sobreprotegerles y decirles que todo lo hacen bien y que son capaces de todo. Los niños necesitan ser narcisizados por sus padres, pero un exceso de narcisización puede ser contraproducente y un mecanismo de defensa para tratar de ocultar determinadas carencias o limitaciones. El refranero popular es muy sabio: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Para comprender bien lo que implica la autoestima suelo utilizar la metáfora de la piscina. Imagina que tienes delante de ti una piscina completamente vacía. Si solo tuviera un par de palmos de profundidad de agua, ¿te tirarías a la piscina de cabeza? No, ¿verdad? Ahora bien, ¿Qué pasaría si la piscina empezara a rebosar agua por todos lados porque se ha llenado en exceso, pero nadie se ha percatado de que el agua sigue saliendo? En el primer caso hablaríamos de alguien con la autoestima baja y en el segundo de una persona con la autoestima excesivamente alta, algo que, aunque aparentemente sea positivo, en realidad implica mucha apariencia, pero es tan desadaptativo como tener una baja autoestima. Lo ideal es tener una piscina suficientemente llena donde nos podamos tirar de cabeza de manera segura, pero sin que rebose el agua y sin aparentar más de lo que es. El objetivo es que nuestros hijos tengan una autoestima óptima o suficientemente buena que les permita confiar en sus habilidades, destrezas y virtudes, pero que, a la vez, sean conscientes de sus limitaciones y puntos débiles.

Las consecuencias de una buena autoestima van a repercutir en todos los ámbitos de la persona: familiar, académico, social, emocional, personal, etc. Los jóvenes con una autoestima óptima son conscientes de sus fortalezas y limitaciones, afrontan los retos con confianza y cierta seguridad, aceptan mejor los golpes de la vida, entienden el error y las caídas como una oportunidad de aprendizaje, se sienten más seguros, trabajan mejor en equipo y, en definitiva, están más equilibrados psíquicamente y son más felices. En cambio, las personas con una autoestima baja sufren mucho en los diferentes ámbitos. Tienden a aislarse, son más frecuentemente criticados, se muestran más sensibles, se creen el mensaje que tienen grabado a fuego de “no soy capaz” y la probabilidad de que busquen soluciones externas a la problemática interna es mayor. Así, por ejemplo, las personas con una baja autoestima, al sentirse vacías, tienen mayor probabilidad de desarrollar adicciones al alcohol, porros, móviles, videojuegos, redes sociales, etc. El motivo es que la adicción sacia y rellena, aunque sea momentáneamente, el vacío causado por la baja autoestima, lo que hace que la persona se sienta mejor y quiera volver a “consumir” cuando los efectos placenteros han pasado. La droga, el móvil o los likes en las redes sociales se convierten en su refugio de seguridad y bienestar. Si recuerdas la metáfora de la piscina, la persona que tiene la autoestima baja y, por lo tanto, la piscina muy vacía de agua, tiende a rellenarla con conductas externas que, en ocasiones, se convierten en adictivas.

¿Qué podemos hacer las madres, los padres y los maestros para fomentar una buena autoestima en nuestros niños y adolescentes? A continuación desarrollo una serie de orientaciones generales que pueden ayudar a potenciar la autoestima de nuestros hijos y alumnos:

Empodera a tu hijo: confía en sus posibilidades y hazle sentir que cuentas con él. Hacerle ver que forma parte de la familia es fundamental para desarrollar una autoestima sana.

Cuidado con la sobreprotección: en ocasiones, los padres, con muy buenas intenciones, le hacen todo al niño porque creen que no serán capaces de hacerlo o que tardarán mucho en llevarlo a cabo. Sabemos que la educación requiere tiempo y paciencia. No te dejes contagiar por las prisas y deja que tu hijo lo intente. Si les hacemos todo a nuestros hijos acabarán creyendo que no son capaces y levantar esa losa no será nada sencillo. Seguridad: para que nuestro hijo tenga una autoestima óptima es necesario que se sienta seguro, pero solo nos sentimos seguros si hemos sido niños protegidos. Recuerda que el requisito de una buena autoestima son los buenos tratos en la infancia.

Mamá, mira lo que hago: nuestros hijos constantemente están llamando nuestra atención para que observemos lo que hacen o lo que han logrado. Es una gran oportunidad para que les veas a ellos y su proeza.

Fomenta su autonomía: permite que tu hijo lo intente, siempre y cuando no haya ningún peligro para él ni para su entorno. Alentar su curiosidad, emprendimiento y capacidad de investigación es muy sano para su autoestima y para que sientan que son capaces de hacer las cosas por sí mismos con un mínimo de esfuerzo y sacrificio.

El poder del todavía: a veces nuestros hijos quieren hacer algo, pero no tiene la suficiente fuerza o capacidad para hacerlo. Cuando el menor se da cuenta de que fracasa y te dice “mamá, no puedo” que no se te olvide añadir “todavía”. Seguro que más adelante, con tiempo y sacrificio, lo conseguirá. Mostrar nuestra confianza en sus capacidades y esfuerzo es muy positivo para su autoestima.

La importancia de las explicaciones: es habitual que los niños piensen que son los culpables de algo negativo que ha ocurrido dado el pensamiento egocéntrico que les caracteriza. Por ello, es fundamental que se les explique lo que ha ocurrido para evitar que piensen que son malos, despistados, tontos o que sus padres están enfadados por su culpa.

Es muy positivo que tu hijo dude y sienta miedo: los niños y los adolescentes con autoestima óptima no son aquellos que hacen todo bien ni confían en ellos en todos los contextos, sino que son conscientes de sus limitaciones y saben sacar partido de sus fortalezas.

Somos modelos: el hecho de que el adulto esté en un pedestal no es positivo para el menor. Es importante que las figuras significativas nos mostremos cercanas, comprensivas y mostremos nuestros errores y limitaciones a nuestros hijos.

Si los adultos fuéramos más conscientes de que la autoestima de los niños y adolescentes depende de nuestro buen hacer y de la satisfacción de sus necesidades, seguro que tendríamos jóvenes con la autoestima más sana, mejor preparados para enfrentarse a los envites de la vida y con menor sufrimiento.

https://elpais.com/mamas-papas/2021-01-13/como-potenciar-una-autoestima-sana-en-nuestros-hijos-y-alumnos.html

Rafa Guerrero es psicólogo y doctor en Educación. 
Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros “Educación emocional y apego” (2018), “Cuentos para el desarrollo emocional desde la teoría del apego” (2019), “Cómo estimular el cerebro del niño” (2020), “Educar en el vínculo” (2020) y “Vinculación y autonomía a través de los cuentos” (2020).

Más sobre el tema. Autoestima y autocompasión.

martes, 5 de enero de 2021

No pierda tiempo ni dinero

He insistido más de una vez en la importancia del etiquetado que los profesores y las profesoras hacemos en las aulas, sea sobre un alumno, un pequeño grupo o el grupo entero. Cuando esa etiqueta es de carácter negativo (“no podrás”, “no llegarás”, “no serás”, “no alcanzarás”…) se produce una invitación al fracaso. Las profecías de autocumplimiento, de las que habla Paul Watzlawick, son muy nocivas porque encierran una condena que, si no se rompe, lleva a los alumnos y a las alumnas al fracaso. La profecía de un suceso conduce al suceso de la profecía. Salvo reacción. La reacción de la rebeldía, del rechazo, de la fortaleza.

Estas profecías no tienen lugar solamente en el ámbito psicológico de las personas. También se producen en el terreno sociológico. Si se anuncia por todos los medios que el fin de semana habrá escasez de combustible en las gasolineras de la ciudad, muchos conductores acudirán a las estaciones de servicio con recipientes y se agotará la gasolina.

Me dicen algunos padres y algunas madres que insista sobre esta cuestión (que también puede producirse en la familia, por cierto), porque es más frecuente en las escuelas de lo que se podría suponer. Dada su importancia y la claridad que sobre el tema existe desde el punto de vista científico voy a plantear de nuevo la cuestión.

Lo haré a través de un nuevo caso que he conocido. Un caso que desvela la existencia de la profecía y también la evidencia de que esa profecía se puede romper con lucidez y valentía. Porque lo malo de este fenómeno no reside solamente en la formulación del veredicto destructivo. Está, sobre todo, en su aceptación del mismo por parte del interpelado. Si el que la recibe no la acepta, si el destinatario de la misma la rechaza, pierde su efecto demoledor.

María de los Huertos Toriani, maestra de mente, alma y corazón, me envía desde Uruguay este relato que quiero compartir con mis lectores y lectoras, con la explícita anuencia de la autora.

Prefiero reproducir literalmente el texto que me envía, con la recomendación de que el lector aplique las matizaciones semánticas que demanda la exégesis del contenido.

“Muchas veces a lo largo de la carrera docente, que ejerzo con absoluto compromiso, he sido testigo y protagonista de la casi esperada vociferación de designios sobre el futuro de niñas, niños y adolescentes.

Es que ya sea porque es inherente a la propia profesión, me refiero a la evaluación y elaboración de juicios sobre los otros (esos otros en crecimiento, en proceso) o por la demanda de las propias familias en relación a saber en qué son buenos sus hijos y en qué no, es que los docentes nos vamos acostumbrando y casi naturalizando a elaborar mandatos que repetimos y /o escuchamos una y otra vez.

Escuché una vez un mandato de un docente sobre mi hijo, en sexto año del liceo, al saber que se iba a inscribir en la facultad de Medicina, me dijo: no pierda tiempo ni dinero, ¿no se da cuenta que su hijo quedó con un examen justamente de biología?

Por supuesto que al ser docente me retiré del lugar solo dando las gracias por el tiempo dedicado, pero cuando llegué a mi casa le comenté a mi hijo lo expresado por esta persona, él solo me escuchó y entonces le dije: el que va a decidir si es bueno en algo o no eres tú, apuesto y confío en lo que deseas hacer. Hoy mi hijo transita el tercer año de facultad.

¿Qué hubiera pasado si yo hubiera escuchado? Me gustaría hoy encontrarme con ese docente y con todos los docentes que en esta etapa deben calificar y/o emitir juicios, para convencerlos de que los mandatos no son necesarios, no estamos obligados a hacerlos.

¿Qué lugar dejamos a la esperanza, qué horizonte dibujamos, desde qué lugar formulamos, qué oportunidades de confianza en ellos depositamos?

En esta culminación y en este año tan particular de pandemia, invito a que pensemos en dar devoluciones con justicia pero no MANDATOS”.

Hasta aquí el relato de la maestra. En este caso, la madre presta su ayuda al hijo para que pueda romper la profecía de quien desmonta con un argumento fútil el deseo del chico de estudiar medicina. La madre le dice al hijo que va a ser él quien decida qué es lo quiere hacer en la vida. Pero es también ella la que se rebela en primera instancia al no dar crédito al diagnóstico.

Imaginemos que la madre se hubiese adherido a la nefasta indicación y que hubiese apoyado el veredicto del profesor. Entonces, hubiese sido imposible levantar el peso de la doble losa.

Es evidente que lo que la maestra llama mandato consistía en una equivocada predicción, basada en el fracaso en la asignatura de biología. ¿Es ese un motivo suficiente para romper todos los sueños de un estudiante?

No hay mejor prueba del error de ese triste consejo que el hecho de que el hijo de la maestra María de los Huertos esté en tercer curso de Medicina. No hay señal más clara de que algo se puede hacer que el que ya se esté haciendo con éxito. Estoy seguro de que el hijo de la maestra llegará a ser un buen profesional de la medicina. Y, desde luego, su capacidad, su esfuerzo y su ilusión serán mucho más importantes para lograr el éxito que ese fracaso en una asignatura.

Los docentes tenemos el deber de alentar a nuestros alumnos y alumnas en la búsqueda de sus sueños, no la de robarles aquellos que están persiguiendo en su vida laboral o personal. Decía Albert Einstein: “Todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar a los árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil”.

También recibe un notable castigo la sociedad en la que luego ese profesional ejercerá su profesión. En este caso contaría con un médico menos. Y esos posibles pacientes que recibirían su atención quedarían desprotegidos. Ya sé que estoy hablando de futuribles, pero resulta fácil imaginar lo que sucedería si todas esas predicciones negativas se hubieran tenido en cuenta por parte de sus destinatarios.

La maestra se mostró prudente y respetuosa con su colega, guardó silencio, dio las gracias por el tiempo dedicado y dejó para mejor ocasión la advertencia a su hijo: “el que va a decidir si es bueno en algo o no eres tú, apuesto y confío en lo que deseas hacer”.

Dice la madre que le gustaría encontrarse con ese docente y con los que hacen este tipo de profecías. También a mí. Lo he pensado muchas veces. Sería muy aleccionador para ellos saber que se han equivocado. Sería la mejor manera de aprender.

Especial cuidado deben tener los orientadores y orientadoras que, por oficio, tienen que ayudar a los alumnos y a las alumnas a realizar opciones académicas, personales y profesionales. Nunca deben olvidar que son ellos mismos (me refiero a los alumnos y a las alumnas) quienes tienen que pensar y decidir. Lo que, en última instancia, dicen los alumnos a los orientadores es: “ayúdame a hacerlo solo”. Es decir, ayúdame a pensar por mí mismo, a decidir por mí mismo, a responsabilizarme de mi vida. Las cosas que decimos dan forma al futuro de los destinatarios de nuestros consejos.

He contado esta historia real porque podemos aprender de ella. Es lo que se llama escarmentar en cabeza ajena. Estamos puestos ahí por la sociedad para animar, ayudar, motivar, impulsar, hacer crecer. Cuando utilizamos nuestro conocimiento y nuestra influencia para desalentar, silenciar, hundir y romper los sueños de nuestros hijos e hijas, de nuestros alumnos y alumnas estamos traicionando la esencia de nuestra tarea, el sentido profundo de nuestro trabajo.

Fuente: El Adarve.

domingo, 13 de diciembre de 2020

_- El "mejor maestro del mundo" de 2020 que donó la mitad de su premio a los otros finalistas

_- Poco después de ser reconocido con el Premio Global a la Enseñanza, el indio Ranjitsinh Disale ya había repartido la mitad de su remuneración con los otros finalistas.

En total, recibió US$1 millón como reconocimiento por contribuir a la mejora de la educación de niñas en una aldea de India.

Los profesores "siempre creen en dar y compartir", dijo Disale, y dio el ejemplo dando la mitad del premio a los otros profesores que integraron la lista de los mejores 10.

El Premio Global a la Enseñanza, también conocido como el "Nobel de la Educación", se entrega anualmente al ganador de entre un grupo de docentes que "hayan realizado una contribución sobresaliente a su profesión".

Este año, además, se entregó un premio especial, el "Héroe Covid", que ganó el profesor británico Jamie Frost por gestionar un portal web gratuito para repasar matemáticas.

Los ganadores fueron anunciados por el actor británico Stephen Fry durante una ceremonia virtual.

Pero, ¿Qué hizo tan especial a Disale para merecer el prestigioso galardón?

La educación, "un derecho innato"
Disale enseña en la escuela primaria Zilla Parishad de la aldea india Paritewedi, en una zona propensa a las sequías del estado occidental de Maharashtra.

Los jueces de la competición galardonaron a Disale por trabajar y asegurar que niñas en desventaja social acudan a la escuela y consigan grandes resultados en lugar de acabar ineducadas y sometiéndose a matrimonios prematuros.

El premio fue anunciado en una ceremonia en línea por el actor británico Stephen Fry.

Disale también da clases de ciencia en línea para alumnos en 83 países y gestiona un proyecto internacional para conectar jóvenes en diferentes zonas de conflicto.

"En estos tiempos difíciles, los maestros dan lo mejor de sí mismos para asegurar que cada estudiante accede al derecho innato de una buena educación", dijo Disale, de 32 años.

Proyecto innovador y revolucionario
Cuando Disale llegó a su primera escuela, esta se encontraba en un edificio dilapidado, clavado entre un establo de ganado y un trastero.

La mayoría de sus alumnas venían de comunidades tribales donde no se prioriza la educación y es común que acaben contrayendo matrimonio en la adolescencia.

Por si fuera poco, el plan de estudios no estaba adaptado al idioma principal de sus estudiantes, el kannada.
El ganador dijo que ser profesor es "dar y compartir" y dividió su premio.

Tras un gran esfuerzo, Disale aprendió este idioma y adaptó todos los libros de texto desde primero a cuarto grado de enseñanza. Además, utilizó códigos QR que incorporaban audios con poemas, videoconferencias, historias y tareas en kannada.

A través de estos códigos, Disale también diseñó una enseñanza personalizada según la necesidad de cada estudiante.

Su impacto, según el portal del galardón, ha sido "extraordinario": ya no hay matrimonios adolescentes en la aldea y el 100% de las niñas va a la escuela.

Recientemente, su escuela recibió el premio a la mejor del distrito y el 85% de sus estudiantes sacan las máximas notas en los exámenes anuales.

Su innovación con los códigos QR ha supuesto una revolución en la educación del país.

El uso de códigos QR se ha generalizado para reforzar la educación en India.

Tras su éxito, el estado de Maharashtra introdujo este esquema en su territorio para los cursos de primer a decimosegundo grado.

En 2018, el ministerio de Educación de India anunció que todos los libros de texto del Consejo Nacional de Investigación e Información Educativa integrarían códigos QR.

Además de su labor docente, Disale también ha contribuido a luchar contra la desertificación del estado donde enseña. En los últimos 10 años, las zonas verdes se han incrementado de un 25% a un 33%.

En total, 250 hectáreas de tierra alrededor de su aldea se salvaron de la desertificación.

'Héroe Covid'
La decisión de compartir su premio incluyó a otro candidato, ganador del premio especial "Héroe Covid": el británico Jamie Frost.

Jamie Frost recibió el premio especial "Héroe Covid".

Frost, profesor de la escuela Tiffin en Kingston-upon-Thames, en las afueras de Londres, fue elogiado por su trabajo dirigiendo la plataforma de aprendizaje en línea DrFrostMaths, que ayudó a las familias con niños que estudiaban desde casa durante el confinamiento.

El profesor de matemáticas advirtió que la pandemia había agravado las desigualdades educativas.

"Es por eso que he pasado cada hora que pude adaptando mi plataforma de aprendizaje en línea gratuita para ayudar a los estudiantes de todo el mundo a salir de sus aulas", dijo.

El primer ministro británico, Boris Johnson, elogió la "creatividad e ingenio" de Frost y los maestros ganadores.


Jamie Frost es profesor de matemáticas y enseña en la escuela Tiffin, Kingston-Upon-Thames. Es uno de esos profesores extremadamente apasionados que siempre estuvo destinado al aula, aunque al principio no se diera cuenta. Como estudiante de la Universidad de Oxford, ganó el Premio de Investigación de Microsoft a la mejor disertación de tesis. Luego realizó un doctorado en Ciencias de la Computación. Mientras enseñaba, como parte de sus estudios de posgrado, la respuesta positiva y entusiasta de sus estudiantes lo inspiró, haciéndole darse cuenta de que tenía una verdadera pasión y talento para la profesión, por lo que organizó una semana de experiencia laboral en su antigua escuela.

Jamie Frost, además de enseñar en la escuela Tiffin, también ha creado y administra el sitio web “DrFrostMaths”, una plataforma gratuita de aprendizaje en línea con recursos didácticos, videos y un banco de preguntas de exámenes para aprender matemáticas. El sitio fue desarrollado tanto para apoyar a estudiantes de bajo rendimiento escolar, como para llegar a aquellos que no tienen acceso a clases de matemáticas. Sin embargo, ahora ha superado ampliamente esa ambición.

La plataforma ahora es un éxito mundial, con recursos de aprendizaje que se han descargado más de seis millones de veces, con visitas diarias a la página alrededor del medio millón y, a menudo, a más de 800 usuarios en simultáneo. Los datos y anécdotas sugieren que el sitio es utilizado de alguna manera por más de la mitad de todas las escuelas secundarias del Reino Unido. Jamie viaja internacionalmente para hablar sobre sus métodos de enseñanza y sus recursos se han utilizado en todo el mundo para brindar enseñanza a escuelas en Zimbabwe, a estudiantes discapacitados e incluso a jóvenes de 18 a 21 años en una prisión de Ohio, EEUU.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Estoy colaborando de forma asidua con la Fundación Liderazgo Chile en la impartición de algunos cursos, vía online, a través de la plataforma Zoom. El título de la conferencia era Evaluar con el corazón (I y II ya que la actividad se desarrollaba en dos sábados consecutivos). Era la segunda sesión.

Los organizadores suelen insistir en que, al final de la conferencia, haya un turno de preguntas. Les había pedido que no hablasen de preguntas sino de intervenciones. Porque cuando se limita ese espacio de diálogo a la formulación de preguntas, se da a entender que quienes asisten a la conferencia solo tienen preguntas y quien la imparte es el único dueño de las respuestas. Y no es así. Después de muchos años de investigación, de haber sido evaluador y evaluado, de haber impartido muchas conferencias y cursos y de haber escrito doce libros sobre el tema, tengo cada día más preguntas. Y estoy seguro que muchos de los asistentes tienen respuestas a esas preguntas mías y a muchas otras que se puedan formular.

Pues bien, al finalizar la conferencia intervino, entre otras personas, la profesora Daniela Rivas. No olvidaré nunca la emoción que desprendían sus palabras. Daniela estudió Pedagogía en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Silva Henríquez. Actualmente es Orientadora en el Colegio Philippe Coousteau de La Florida (Chile). Contó que en el año 2016, cuando contaba con 21 años y estudiaba cuarto curso, vivió una experiencia impactante. Cursaba la asignatura “Evaluación para el aprendizaje”. Contó que tenía que acudir a un examen presentando un portafolio de resumen de algunos libros míos en los que, como es habitual, hago hincapié en la dimensión educativa de la evaluación. Era el examen final del primer cuatrimestre. Ella acudió en unas condiciones de salud precarias. Y explicó por qué. Cuando viajaba en el metro hacia la Facultad, cinco estaciones antes de llegar a la de destino, se sintió mal y se mareó. Después de abandonar el metro, no podía caminar, motivo por el cual se retrasó un poco. Al fin llegó, nerviosa y asustada, a la sala del examen. Explicó a la profesora lo sucedido, le pidió disculpas por el breve retraso y preguntó si podía empezar a realizar la prueba. La profesora le entregó la documentación y, cuando ella se sentó, escribió en la parte superior de la primera hoja: Menos cinco décimas por llegar tarde.

Años después de lo sucedido, la actual orientadora recuerda aquella frase y siente el dolor de la decepción y de la incongruencia de quien la examinaba. Porque lo que tenía que escribir, si había entendido bien lo que debía estudiar, era algo completamente alejado de aquel comportamiento.

Ella quería escuchar de mi boca si la actuación de la profesora era coherente con el contenido de aquellos textos sobre los que examinaba. Le dije de forma contundente que no. Y creo que Daniela sintió un gran alivio. Mis palabras fueron un bálsamo sobre aquella herida todavía abierta.

¿No era más congruente aceptar la explicación, comprender el problema y animarla para que realizase bien la prueba sin esa injusta penalización? Le dije que aquella profesora no había comprendido el contenido esencial de los textos sobre los que realizaba el examen.

Curiosa experiencia. Una evaluada le cuenta al autor de un texto sobre el que fue evaluada, si aquella evaluadora había sido coherente con el contenido de aquel escrito. Es evidente que no.

He visto muchas incongruencias en nuestra práctica: docentes que hablan de la creatividad al dictado, que explican la motivación teniendo dormido al auditorio y que empiezan la clase diciendo: silencio, comienza la clase de lengua. Cuando hablo de incongruencia recuerdo aquella significativa anécdota de un profesor que le entrega a un alumno una nota manuscrita sobre su hoja de examen. El alumno, que no entiende lo que le dice el profesor, demanda intrigado:

Profesor, no entiendo lo que dice aquí.
El profesor contesta con aplomo:
Ahí te digo que escribas con la letra más clara.

Qué importante es contar las experiencias que vivimos. No sabe Daniela cuánto le agradezco que haya compartido conmigo aquella vivencia.

Estremece comprobar cuánto dolor y cuánta angustia han vivido los evaluados y evaluadas en una actividad que debería ser auténticamente educativa. Es decir, que debería educar a quien la hace y a quien la recibe. Lamentablemente los exámenes siguen siendo, como dice Emilio Lledó en su libro “Sobre la educación”, un “chantaje ritual”.

Hace años invité a mis alumnos de la asignatura de Evaluación a contar sus vivencias. No dije si positivas o negativas. Pero al leerlas me encontré con que casi todas se parecían a la que me contó hace unos días Daniela. Algunos de esos testimonios figuran en mi libro “Evaluar con el corazón”.

Hace unos días he redactado el Prólogo para un libro coordinado por la Profesora Analía Leite Méndez de la Universidad de Málaga. Un libro que contiene relatos sobre evaluación escritos por los alumnos y alumnas de un Máster en el que yo impartí la asignatura Evaluación para el Aprendizaje durante muchos años. Y me he vuelto a encontrar con el mismo fenómeno. La mayor parte de los escritos están impregnados de angustia, de dolor y de tensión.

Reproduzco algunos párrafos de ese libro que se titulará “Narraciones sobre evaluación”.

Ana Becerra Martínez dice en su relato, titulado Y entre las fronteras y los horizontes, siempre TÚ: “Tan solo son diez letras las que forjan dicho término, pero cuánto peso presentan… La experiencia con la evaluación a lo largo de mi vida ha sido similar en las diferentes etapas, lo cual me entristece”.

Esperanza Pilar Corbacho Mazón, con un tono inquietante, que choca con su nombre, de contenido tan optimista, explica: “Casi 20 años después de finalizar mi enseñanza obligatoria me doy cuenta de que todo sigue igual: un sistema memorístico, competitivo, y segregador en el que se siguen valorando habilidades que posiblemente no son nada útiles para el futuro que nos espera”.

María José Palma Moreno, nos cuenta una experiencia que está en los antípodas del diálogo fecundo que debería propiciar la evaluación “¿Cómo tienes la cara de venir a reclamar?, me preguntó. Nunca olvidaré la frase que vino a continuación: Anda, vete de aquí y céntrate, que es lo que tienen que hacer. Y para la próxima estudia mejor”. ¿Quién se atrevería a volver a negociar?

“La evaluación, desde mi experiencia, lejos de suponer un aprendizaje como indica el nombre de este módulo (La evaluación como aprendizaje) ha supuesto más bien momentos de tensión y angustia”, dice Adrián Jiménez Jurado.

“Llegué a odiar la guitarra y a ella (la profesora), no quise saber nada de música por mucho tiempo al acabar mis diez años de estudio”, apunta con dolor Laura Andrea Pañagua Domínguez.

“Para ella, mis compañeros y yo teníamos más de loros que de personas, pues al parecer no servíamos para otra cosa que para repetir lo que otros habían dicho”. Dice en un lugar de su relato Ana Márquez Román.

“En ese momento me sentí avergonzada y derrotada. No sabía por qué tenía que hacer aquello, por qué lo hacía mal o qué tenía que hacer para hacerlo bien”, escribe Gabriela María Flores Ávila González.

Me pregunto por qué es tan recurrente el entramado de sentimientos angustiosos en las narraciones si la evaluación ha de ser un proceso de diálogo, comprensión y mejora, si tiene que ser un proceso humanizado y formativo. El problema es que la evaluación encierra poder y el poder no siempre se utiliza al servicio de las personas. Debería favorecer el análisis, la comprensión, el diálogo, la mejora y la liberación.