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lunes, 24 de mayo de 2021

_- Cómo educar a tu hijo sin recurrir a los castigos durante el confinamiento. La convivencia, estar encerrados y salir solo una hora al día generan estrés en los niños y en los padres. Es natural que se tenga menos paciencia, pero hay que favorecer la empatía.

_- 27 ABR 2020 - 09:17 CEST
Durante el confinamiento hemos podido experimentar como en los niños afloran emociones como el miedo, el enfado o la tristeza. A todo esto, es posible que se hayan sumado conflictos entre hermanos, que hayamos atendido más rabietas de las habituales o nos hayamos encontrado con desmotivación y oposición para realizar tareas escolares, así como una mayor dependencia de la figura del adulto.

El hecho de haber instaurado una nueva rutina o dinámica en la familia tiene un proceso de adaptación y no es de extrañar que estemos experimentando muchas dificultades como compaginar el teletrabajo, el colegio en casa, las tareas del hogar, con el cuidado de los menores. Y ahora se le añade otro factor, tras semanas de encierro: los más pequeños de la casa, menores de 14 años, pueden salir a la calle a dar un paseo una hora, una vez al día y acompañados de un adulto.

Ante todas estas situaciones que nos generan estrés y tanto tiempo en confinamiento, es natural que según avanzan los días tengamos menos paciencia y sea más complicado mantener la calma.

Hemos de aceptar que es un momento arduo para todos y tratar de abandonar la culpa, pero esto no impide que nos cuestionemos, si para solucionar estos pequeños conflictos que estamos viviendo, el castigo es la mejor herramienta que podemos utilizar.

Se trata de un momento crucial en el que los niños necesitan nuestro acompañamiento emocional. Es esencial que durante este periodo respondamos a sus necesidades y establezcamos un vínculo emocional fuerte. La infancia necesita más que nunca, conexión, sentir que los tenemos en cuenta, que son queridos de manera incondicional, aceptados, protegidos y cuidados.

El rincón de pensar, el castigo más dañino
Uno de los castigos que se utiliza con mayor frecuencia es ser el rincón de pensar, el castigo que ahora mismo podría resultar especialmente dañino.

Cuando un niño se enfada y consideramos que se ha portado mal y a consecuencia de ello lo mandamos al rincón de pensar, le acabamos transmitiendo la idea de rechazo y trasladando el mensaje de que no queremos que esté cerca cuando está disgustado o se ha equivocado.

Es probable que el niño sienta más ira, enfado y mayor deseo de revancha. En los momentos de conflicto nuestro cerebro no se encuentra integrado, sino en un estado reactivo predominando el miedo y la huida, impidiendo así el aprendizaje y centrarse en la solución de problema.

Ahora más que nunca debemos flexibilizar, ser más empáticos y entender que detrás del mal comportamiento hay una necesidad que debe ser atendida, entender que detrás de esa conducta hay una solicitud de ayuda.

Parece difícil, pero hemos de descartar la idea de que si no somos lo bastante duros con nuestros hijos “se nos irán de las manos” e invertir la energía en encontrar soluciones en un entorno de equidad.

Alternativas al castigo que favorecen el respeto mutuo:
Llevar a cabo reuniones familiares, acordar reglas entre todos, sobre aspectos que generan conflictos en el hogar, y llegar a un consenso sobre las consecuencias del incumplimiento de las mismas. De esta manera, desarrollaremos el sentido de pertenencia, trasladando la idea de que su contribución es valiosa y nos interesa.
Considerar los errores o conductas desafiantes como una oportunidad para aprender y desarrollar habilidades, permitir que se equivoquen y ejerciten esa habilidad según vaya pasando el tiempo.
Ayudarles a entender y poner nombre a sus emociones mediante juegos, canciones o cuentos.
Manifestar nuestras expectativas y expresar como nos sentimos. Si nuestro hijo rompe algo que nos pertenece: “Estoy muy disgustado cuando te presto algo, espero que me lo devuelvas en las mismas condiciones en las que te lo entregue”
Conexión: conectar con ellos les proporciona ayuda para calmarse, de esta manera, estarán más receptivos y aceptaran nuestra ayuda para tomar mejores decisiones, también les ayudará a identificar y recuperar el control sobre sus emociones.
Resolver conjuntamente los problemas, confiando en su capacidad para aportar soluciones: “¿Qué crees que podríamos hacer para resolver esta situación?”
Si alguna vez tenemos dudas, no nos olvidemos de una regla que nunca falla, ponernos en su lugar y tratarlos de la manera que nos hubiera gustado a nosotros ser tratados en esa misma situación. En los momentos difíciles los niños también necesitan ser tratados con respeto y amor.

*RUTH ALFONSO ARIAS ES EDUCADORA DE FAMILIAS DE DISCIPLINA POSITIVA.

https://elpais.com/elpais/2020/04/25/mamas_papas/1587803231_913630.html?rel=mas

domingo, 8 de marzo de 2020

Sobre el pañal, los castigos o el beso en la boca: diez dudas sobre la crianza que persiguen a los padres. Paciencia, mucho amor y estos trucos te ayudarán a educar a tu bebé. Toma nota.

CRISTINA BISBAL DELGADO
30 ENE 2020 -

 Hay dos cosas que no se olvidan de tener hijos. Una es el momento en el que ves la cara del bebé recién llegado al mundo, la otra es cómo los padres, suegros, tíos y hasta los dependientes del súper parecen competir por señalar "evidentes" fallos en la crianza. Por supuesto, siempre añaden consejos infalibles. Al final, lo único evidente es que comparten las mismas dudas que se repiten en todos los padres, y que han cometido tantos errores como cualquiera. No hay que menospreciar sus consejos pero, ¿por qué no darle voz a los expertos para resolver las dudas más comunes?

¿Es bueno dormir a los bebés en brazos?
 Sentir su pequeño cuerpo junto al tuyo, disfrutar de cómo se va dejando vencer por el sueño... Dormir a un bebé en brazos puede aportar una gran serenidad, tanto a la criatura como a sus padres, pero hay quien piensa que es una mala costumbre. Armando Bastida, enfermero pediátrico y coordinador de la web Criar con Sentido Común, asegura que no es malo si hablamos de bebés. "Dormir es desconectar del mundo y eso puede resultar peligroso para cualquier persona. Los adultos cerramos la puerta de casa con llave, los bebés necesitan olernos y sentirnos porque así es como se sienten seguros". Pedro Molino, tutor y encargado de padres de Infantil en la Universidad de Padres, tiene claro que a esa edad las caricias y el contacto de la piel son una necesidad, pero se puede ayudar a dormir sin necesidad de usar los brazos: "La ciencia nos ha demostrado que los bebés se desarrollan más cuando existe 'apego seguro', pero este apego no solo puede darse cuando les dormimos en nuestros brazos, sino también cuando les enseñamos a dormirse en su cunita, de forma tranquila, con pequeñas rutinas diarias, con palmaditas suaves, palabras cariñosas y susurros".

Si le dejo llorar, ¿le ayudo a ser independiente?
Pocas cosas producen tanta angustia como el penetrante llanto de un bebé. De hecho, se dice que es especialmente molesto porque eso favorece que los adultos atiendan la demanda. Sin embargo, hay personas que defienden que a los retoños les viene bien calmarse solos, incluso que es bueno para su desarrollo. ¿Es una crueldad o es positivo empezar a 'curtirse' en la cuna? Para Bastida, la respuesta es clara: "Por supuesto, cuando un bebé llora hay que atenderlo porque está pidiéndonos el apoyo, la solución, la calma que por sí mismo no es capaz de encontrar". Molino sugiere que le atendamos al instante, pero matiza que "no siempre es necesario tomarle en brazos. Sí acariciarle, susurrarle, hablarle, darle seguridad y ternura".

¿Cómo saber cuándo hay que quitarle el pañal?
"Pues aquí se viene sin pañal". Es una frase que, formulada de una u otra forma, todos los padres escuchan cuando visitan colegios en los que escolarizar a sus hijos con 3 años. Entonces comienzan los agobios y, lo que es peor, las comparaciones. Porque sí, hay niños para quienes este importante cambio es un paseo y otros que requieren un servicio extraordinario de lavandería. La clave para que el proceso sea fácil es tener paciencia y esperar al momento adecuado.

Lucía Galán Bertrand, autora del blog Lucía mi pediatra, explica que "quitar el pañal no solo depende de la edad sino también del nivel de desarrollo psicomotor del niño. La mayoría suelen conseguirlo alrededor de los dos años, pero hay niños que tardan más y eso no significa que tengan un problema. Tenemos que enseñar a nuestro hijo a reconocer las distintas partes de su cuerpo y lo que ocurre con ellas, por eso hay que familiarizarle con términos como pipí, caca, váter, orinal. Le ayudaremos a tener consciencia de sus necesidades, a identificar si tiene ganas de ir al baño. También es importante enseñarles la diferencia entre estar limpio y seco o sucio y mojado. Por supuesto, nunca hay que reñirle si se ha hecho pipí o caca encima sin avisar".

Quitarle el chupete es un drama... ¿Cómo lo hago?
Es una duda más importante de lo que parece, ya que hacerlo demasiado tarde puede acarrear problemas. En primer lugar, dejarle disfrutar del bendito instrumento demasiado tiempo puede interferir en el desarrollo dental, incluso provocar malformaciones. Por otra parte, cumplir el objetivo se complica considerablemente cuando los niños se encariñan demasiado con esta válvula de escape. A partir de los dos años habría que quitar el chupete sin falta, según opina Galán Bertrand: "En la revisión de los 15 meses les digo a los papás que intenten no sacar el chupete de casa. Aunque parezca mentira muchos niños se 'enganchan' a esas edades tardías. Y en la de los 18 meses ha llegado el momento de decirle adiós".

¿Es perjudicial besarles en la boca?
En muchas familias es habitual dar un beso en los labios a los niños, en lugar de en las mejillas. Es una forma más de manifestar cariño y, por mucho que las familias puedan tener posturas encontradas respecto a esta costumbre, no pasa de ser una decisión que debe tomar cada una. El único límite es el sentido común. "Ante catarros, mocos, toses o lesiones en labios, tipo herpes, lo evitaremos. Las razones son obvias, ¿no?", dice la pediatra Lucía Galán.

¿Es mejor llevarles a la guardería o dejarles en casa?
Aunque esta disyuntiva no existe para la mayoría de los padres que trabajan, todos le dan vueltas a la pregunta en algún momento, especialmente porque sufren cuando dejan a sus bebés en la guardería los primeros días del curso. Y con razón. Bastida asegura que "donde mejor atendido va a estar un bebé, un niño o niña, es en casa. Si además tenemos en cuenta que quien le cuida y educa es su madre o padre, no hay comparativa posible. Por otro lado, existe la creencia de que cuanto antes empiecen a aprender contenidos y antes socialicen, mejor, pero es peor".

Si no van a la 'guarde', ¿cómo aprenden a socializar?
"Los niños menores de tres años apenas interactúan con otros niños, y la guardería es un invento reciente. Los niños han socializado siempre entre su familia y vecinos, con adultos y niños de distintas edades. Separarlos de la familia y la sociedad para ponerlos con otros siete bebés que no hablan no parece el mejor método para socializar a nadie", tranquiliza Carlos González. Bastida añade que "lo que necesitan en los primeros años es sentar las bases del mundo emocional y de la relación con las personas de confianza. Cuando eso esté construido es cuando tiene sentido empezar a relacionarse con otras personas y niños".

¿Obligarles a comer lo que no les gusta es inevitable?
Con algunos niños, el momento de las comidas es un auténtico drama del que nadie sale indemne. Pero la lucha libre no es el mejor método de cumplir el objetivo. Carlos Casabona, pediatra y autor del libro y la web Tú Eliges lo que Comes, comenta: "Hay que pactar con ellos qué platos les gustan, dentro de un conjunto de comidas saludables, para evitar estos problemas en casa. En el comedor escolar, evidentemente, como no hay opciones para elegir, si el niño tiene bastante hambre y la presentación del plato es la adecuada (a veces está frío o se sirve en bandejas de aluminio) será más fácil que lo acepte. Lo que nunca hay que hacer es obligarle a acabarlo o tan siquiera comenzarlo si es algo que detesta". Queda claro: educarles sí, obligarles, no.

"Si no les gusta la verdura, no hay que ofrecérsela de manera insistente diciendo que tiene vitaminas o que es importante para las defensas", dice Casabona. El método es mucho más sencillo: "Si el niño observa cada día que los padres comen verduras, a la larga lo verá normal y acabará comiéndolas, sobre todo si esto se hace desde los seis meses de vida". Los niños imitan lo que ven, tanto lo bueno como lo malo.

¿Es útil recurrir al castigo para "enderezarlos'?
Ante una mala acción o actitud es difícil no caer en la tentación del castigo ejemplar que, generalmente, es excesivo cuando lo contemplamos desde la distancia. No parece que sea una buena idea, a juzgar por los consejos de Alba Castellvi, socióloga, educadora, coach familiar y autora del libro Educar sin gritar: "Los niños deben aprender que lo que hacen tiene consecuencias, y los padres debemos dejar que se enfrenten a ellas. Debe haber consecuencias lógicas, no arbitrarias, que se desprendan de sus acciones. Por ejemplo, si tiran la comida al suelo, se acaba la comida. Si no piden bien las cosas, no se les dan". Por algo las orejas de burro y los brazos en cruz son una moda punitiva amortizada hace tiempo...

¿Y cómo se desactivan las rabietas?
Es una de las situaciones más incómodas: el niño se tira al suelo en medio del supermercado, gritando y pataleando porque no van a caer las galletas de dinosaurios, rodeado de padres que parecen no haber sufrido algo así nunca (¡mentira!). Es un pulso a la paciencia que parece fácil de ganar desde fuera pero complicadísimo cuando uno forma parte de la situación. No es que sea un consuelo, pero lo cierto es que se trata de una etapa por la que pasan todos los niños, "con especial intensidad, a partir de los dos años", según Pedro Molino. Cuidado, puede prolongarse. Conseguir que sea una etapa limitada en el tiempo depende, en gran parte, de la actitud de los padres.

Castellvi indica que "hay niños a los que un abrazo tierno y unas palabras de consuelo pueden ayudar a calmar la ira que sienten en un momento dado. Hay otros pequeños que necesitan un espacio y un tiempo para expresar su rabia. En este segundo caso, acabamos con las rabietas empleando dos estrategias. La primera, convertirlas en inútiles. La segunda, e igual de importante, no alimentarlas con nuestra atención".

https://elpais.com/elpais/2020/01/30/buenavida/1580395724_497501.html?rel=str_articulo#1582313763739

miércoles, 12 de septiembre de 2018

¿Los hijos aprenden mejor con premios o con castigos?

Me invade un auténtico pavor a medida que se acerca su hora de dormir: ‘Aquí vamos de nuevo’”.

Eso dijo un padre en nuestra oficina de terapia familiar para describir el espectáculo que montaba su hijo antes de irse a la cama. El niño enloquecía más y más conforme se acercaba su hora de dormir, ignoraba con necedad las instrucciones de sus padres y hacía una enorme rabieta con tan solo escuchar la palabra piyama. Los padres se sentían frustrados y desorientados.

La pregunta que nos hicieron es una que escuchamos muy a menudo: ¿debían ser severos y prohibirle ver sus dispositivos electrónicos cuando se comportaba así (castigos)? ¿O idear un sistema con calcomanías y premios para persuadirlo a comportarse bien (recompensas)?

Muchos padres crecieron con castigos y es comprensible que se valgan de ellos. Sin embargo, los castigos tienden a intensificar el conflicto y bloquear el aprendizaje. Provocan una reacción de lucha o huida, lo que significa que el pensamiento sofisticado del lóbulo frontal se nubla y se activan los mecanismos básicos de defensa. Los castigos nos llevan a rebelarnos, avergonzarnos o enojarnos, a reprimir nuestros sentimientos o idear cómo evitar que nos descubran. En este caso, la resistencia absoluta de quien tiene 4 años llegaría a su punto máximo.

Entonces las recompensas son la opción más positiva
No tan rápido. Las recompensas son más bien las gemelas engañosas de los castigos. Son atractivas para las familias (y es comprensible) porque pueden mantener a un niño bajo control temporalmente, pero el efecto puede desvanecerse o incluso ser contraproducente: “¿Cuánto me vas a dar?”, le dijo su hija a una clienta, según nos contó, cuando le pidió que ordenara su cuarto.

Los psicólogos han sugerido durante décadas que las recompensas pueden reducir nuestra motivación y gozo naturales. Por ejemplo, los niños a los que les gusta dibujar y, bajo condiciones experimentales, reciben una paga por hacerlo, dibujan menos que los que no reciben nada. Los niños a quienes premian por compartir lo hacen menos, etcétera. Esto es lo que los psicólogos denominan como “efecto de justificación excesiva”: la recompensa externa eclipsa la motivación interna del niño.

Las recompensas también han sido relacionadas con la disminución de la creatividad. En una serie clásica de estudios, se le dio a la gente un conjunto de materiales (una caja de tachuelas, una vela y un paquete de cerillos) y se le pidió que encontrara la manera de adherir la vela al muro. La solución requiere de un enfoque innovador, es decir, ver los materiales de una manera que no se relacione con sus propósitos (la caja utilizada como un portavelas). Las personas a las que se les dijo que recibirían una recompensa por resolver este dilema tardaron más en hacerlo, en promedio. Las recompensas limitan nuestro campo de visión. Nuestros cerebros dejan de cavilar con libertad. Dejamos de pensar profundamente y no vemos las posibilidades.

La idea general de los castigos y las recompensas está basada en suposiciones negativas acerca de los niños; que debemos controlarlos y moldearlos y que no tienen buenas intenciones. No obstante, podemos darle la vuelta a esa forma de pensar y ver a los niños como capaces y programados para ser empáticos, cooperar, trabajar en equipo y esforzarse. Esa perspectiva cambia, de manera poderosa, nuestra manera de hablar con los niños.

Las recompensas y los castigos son condicionales, pero el amor y la opinión positiva sobre nuestros hijos no deberían serlo. De hecho, cuando somos empáticos y realmente escuchamos a nuestros hijos, es más probable que ellos nos escuchen. Aquí compartimos nuestras sugerencias para cambiar la conversación y la conducta.

Buscar las causas, el trasfondo, el por qué.
Los niños no golpean a sus hermanos, ignoran a sus padres ni hacen berrinches en el supermercado solo porque sí. Cuando nos enfocamos en lo que realmente está sucediendo, nuestra ayuda es más significativa y duradera. Incluso solo intentar ver lo que hay en el fondo hace que los niños bajen un poco la guardia, estén más abiertos a escuchar límites y reglas y sean más creativos para resolver los problemas.

En lugar de decir: ¡Pórtate bien con tu amigo y comparte, o no podrás ver tele ni usar tu tableta más tarde!

Puedes decir: Hmm, todavía estás pensando si compartir tu nuevo juego para armar. Lo entiendo. Es difícil compartir al principio y te sientes un poco enojado. ¿Se te ocurre un plan para que puedan jugar con él juntos? Dime si necesitas ayuda.

El llanto, la resistencia y la agresión física podrían ser solo la punta del iceberg. Bajo la superficie puede haber hambre, falta de sueño, exceso de estímulos, sentimientos fuertes, cambios por una habilidad en desarrollo o la experiencia de un nuevo ambiente. Si piensas de esta forma, te conviertes en un compañero que lo guía, en vez de un adversario que lo controla.

Motivar en lugar de premiar
La motivación es muy buena, cuando tiene el mensaje subyacente de: “Confío en ti y de verdad creo que quieres cooperar y ayudar. Somos un equipo”. La diferencia entre esto y ofrecer recompensas cual carnadas es sutil pero muy poderosa.

En lugar de decir: Si limpias tu cuarto, podemos ir al parque. Así que más vale que lo hagas, o no hay parque.

Puedes decir: Cuando tu cuarto quede limpio, iremos al parque. Tengo muchas ganas de ir. Avísame si necesitas ayuda.

Ayudar en lugar de castigar
El concepto del castigo conlleva un mensaje de: “Necesito hacerte sufrir por lo que hiciste”. Muchos padres en realidad no quieren comunicar eso, pero tampoco quieren parecer permisivos. La buena noticia es que puedes mantener los límites y guiar a los niños sin castigarlos.

En lugar de decir: No te estás portando bien en la resbaladilla, entonces ya no vas a jugar. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

Puedes decir: ¡Estás algo inquieto, ya me di cuenta! Te voy a bajar de esta resbaladilla porque no es seguro jugar así. Vamos a otro lugar para calmarnos.

En lugar de decir: Fuiste grosero conmigo y dijiste groserías. Eso es inaceptable. Te voy a quitar el teléfono.

Puedes decir: Vaya, estás muy molesto, lo puedo notar en tu voz. Para mí no está bien que uses esas palabras. Vamos a guardar tu teléfono por ahora para que puedas tener algo de espacio en tu mente para pensar. Cuando estés listo, platícame un poco más sobre lo que te molesta. Juntos veremos qué podemos hacer.

Despierta su interés por trabajar
Los humanos no son perezosos por naturaleza (no es un rasgo adaptativo) y los niños, en particular, no lo son. Nos gusta trabajar arduamente si nos sentimos parte de un equipo. Los niños pequeños quieren ser miembros competentes de la familia y les gusta ayudar si saben que su contribución es importante y no puro teatro. Deja que te ayuden de una forma real desde sus primeros años, en vez de asumir que necesitan algún otro tipo de distracción mientras tú haces todo.

Organiza una junta familiar para pensar en todas las tareas diarias que la familia necesita realizar. Pídele ideas a cada miembro de la familia. Haz una tabla para los niños (o deja que ellos la hagan) con un espacio para marcar cuando se hayan realizado las tareas.

En el caso del niño reacio a dormir, cuando los padres vieron lo que había detrás, lograron un gran avance. Resultó que su hijo estaba exhausto, así que prescindieron de algunas de sus actividades y se aseguraron de reservar un tiempo para que se relajara en las tardes. Cuando empezaba a alterarse, su mamá lo envolvía en su toalla de baño y le decía que era su burrito favorito. Ella admitió que para él era difícil cuando ella tenía que trabajar hasta tarde: “Tal vez te sientes triste porque no he estado contigo a la hora que tienes que irte a la cama en las últimas semanas. Yo sí me he sentido triste. Oye, ¿qué tal si leemos tu libro favorito esta noche?”. Hicieron una tabla para enlistar cada paso de su rutina y le pidieron su opinión. Con el tiempo, dejó de resistirse y el ambiente a la hora de irse a dormir pasó del pavor a una conexión y un goce verdaderos.

Sin importar lo irracional o difícil que parezca un momento, podemos responder de maneras que expresen: “Te veo. Estoy aquí para entenderte y ayudarte. Estoy de tu lado. Vamos a encontrar una solución juntos”.

Heather Turgeon es psicoterapeuta y coautora, junto a Julie Wright, del libro "Now Say This: The Right Words to Solve Every Parenting Dilemma".

https://www.nytimes.com/es/2018/08/24/ninos-castigos-recompensas-crianza/

domingo, 25 de marzo de 2018

"Nos ofrecieron dos opciones, elegimos los paletazos": los castigos que se aplican en escuelas de Estados Unidos

Nos ofreció dos opciones de castigo, que debían ser aprobadas por nuestros padres. O bien sufriríamos dos golpes con una paleta o dos días de suspensión en la escuela".

Parece un fragmento de Las Aventuras de Tom Sawyer, la novela de Mark Twain en la que el profesor azotaba al protagonista cada vez que cometía una de sus travesuras.

El relato, sin embargo, no es ficción. En realidad es parte de una carta en la que Wylie A. Greer, un estudiante de una secundaria rural en Arkansas, Estados Unidos, narra cómo él y dos compañeros fueron castigados por salir de clase para participar en una huelga hace unos días en contra de la violencia de las armas.

"Los tres elegimos los paletazos, con el apoyo de nuestros padres", escribió Greer en un texto publicado por The Daily Beast.

"Los golpes no fueron dolorosos ni hirientes. No fue más que un quemón temporal en mis muslos".

"Uno de los directivos dijo, sin embargo, que este tipo de castigos no terminan siempre de esta manera", escribió Greer.

El caso se dio a conocer por su madre, Jerusalem Greer, quien en Twitter pareció elogiar la decisión de su hijo.

"Les dieron dos opciones de castigo. Escogieron el castigo corporal. Esta generación no anda jugando".

El mensaje generó decenas de miles de reacciones. Quienes golpearon a Greer, sin embargo, no estaban haciendo nada ilegal, ni fuera de lo común.

En 19 de los 50 estados de Estados Unidos está permitido aplicar castigos físicos a los alumnos en las escuelas públicas.

Estos castigos, que pueden incluir golpes con una paleta, nalgadas o bofetadas, son parte del reglamento de algunas escuelas, donde de manera general se dan las pautas para aplicarlos.

En la secundaria Greenbier donde estudia Wylie, por ejemplo, se autoriza el castigo corporal bajo ciertas condiciones, como que el estudiante pueda refutar las acusaciones que se le hacen, que el castigo se aplique en un lugar donde los demás estudiantes no lo puedan ver ni oír y que se haga en presencia de un testigo.

Además, el código dice que el castigo no puede ser "excesivo" ni "administrarse con malicia".

Una sentencia de la Corte Suprema de 1977 afirma que golpear a los estudiantes como reprimenda por un mal comportamiento no viola sus derechos ni va en contra de la Octava Enmienda de la Constitución, que prohíbe los "castigos crueles e inusuales".

Así, cada estado puede dictar sus propias normas para regular el castigo corporal en las escuelas públicas.

En Texas, este se define como "infligir dolor deliberadamente mediante golpes, tablazos, azotes, bofetadas u otra forma de fuerza física como medio de disciplina".

Según un reporte de 2017 de la ONG Children's Defense Fund, cada día en Estados Unidos 589 estudiantes reciben un castigo corporal. El cálculo lo hacen en base a un año escolar de 180 días.

Las organizaciones que monitorean la aplicación de estos castigos, indican que se aplican con mayor frecuencia en las áreas rurales y los estados del sur del país.

"En las áreas rurales en algunos casos la aplicación de estos castigos está asociada a creencias religiosas", le dice a BBC Mundo Víctor Vieth, director del Centro Nacional Gundersen para el Entrenamiento la Protección Infantil, basado en Wisconsin.

Vieth también menciona que estos castigos se aplican de manera "desproporcionada" a niños varones, minorías, niños que han sufrido algún tipo de abuso en su casa o padecen algún tipo de discapacidad.

David Osher, vicepresidente del Instituto Estadounidense de Investigaciones, especializado en disciplina escolar, dice que no conoce evidencia de que este tipo de castigos pueda tener algún tipo de beneficio.

Además del castigo en sí mismo, Osher critica la manera discrecional en la que cada escuela lo aplica.

"Hay casos en los que se aplica a comportamientos que no son violentos, como replicar, llegar tarde a clase o no hacer la tarea", le dice a BBC Mundo.

Según una publicación de la organización National Women's Law Center, entre 2013 y 2014, el 37% de los castigos corporales en Carolina del Norte se aplicaron por "ofensas menores o subjetivas como mal comportamiento en el autobús, falta de respeto al personal, uso del teléfono móvil, lenguaje inapropiado y otros malos comportamientos".

"Muchos de los niños que son problemáticos es porque sufren algún tipo de abuso en otro contexto, así que castigarlos físicamente lo que hace es traumatizarlos de nuevo", dice Osher.

"En muchos casos son castigados por comportamientos que ellos ni siquiera son capaces de controlar".

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Leer más, http://www.bbc.com/mundo/noticias-43479556#

domingo, 15 de mayo de 2016

Un cachete a tiempo... tiene los efectos opuestos a los que buscas. Un metaestudio con más de 160.000 menores durante 50 años alerta de que los azotes causan problemas psicológicos y peor comportamiento

Aunque el castigo físico está cada vez peor visto, o incluso prohibido en muchos países, sigue siendo un tema que suscita polémica entre muchos padres que consideran que su regulación supone entrometerse en su forma de educar. Una nueva investigación, publicada en el Journal of Family Psychology, apuntala los argumentos de los opuestos a esta práctica al concluir que los azotes tienen el resultado opuesto al que buscan los padres. El metaestudio, que analiza los datos recogidos en un periodo de 50 años en 75 investigaciones con una muestra de 160.000 niños, concluye que los cachetes están asociados a una mayor probabilidad de desarrollar conductas desafiantes hacia los progenitores, de exhibir comportamientos antisociales y de sufrir problemas psicológicos, entre otros. Para el análisis, se desechó el abuso físico grave. “Los azotes no solo duelen cuando se dan, sino que su efecto es prolongado en el tiempo”, aseguran los autores del estudio, de las universidades de Texas (Austin) y de Michigan.

De acuerdo con UNICEF, más del 60% de los niños del planeta reciben algún tipo de castigo físico. Y la manera más común de hacerlo es dándoles un azote en el culo o en las extremidades. Cerca de 50 países en el mundo han prohibido este comportamiento, pero todavía queda mucho trabajo por hacer. En 2015, Francia fue amonestada por el Consejo de Europa por no prohibir claramente todas las formas de castigo corporal a los niños, contrariamente a la mayoría de sus países vecinos. España los veta desde el año 2007. Uno de los que no los prohíbe es Estados Unidos que se ve esta conducta como algo aceptable, aunque el dato de aceptación ha disminuido considerablemente, de un 84% en 1986 a un 70% en 2012. “La idea de pegar a un hijo para corregir una mala conducta siempre ha despertado un mix de teorías, entre éticas, religiosas y humanas”, explica Elizabeth Gershoff, autora principal de la publicación, de la Universidad de Texas, en un comunicado.

“Estudios anteriores habían definido abofetear a un niño como castigo físico, incluyendo acoso y abuso excesivo; en este caso se ha definido exclusivamente como un acto en el que pegamos al niño en el culo, brazos o piernas con la mano abierta”, agrega. Los investigadores analizaron un total de 75 informes, 39 de ellos nunca habían sido evaluados con anterioridad, y la muestra total fue de 160.927 menores. “El 99% de los resultados asociaba los azotes con un resultado perjudicial para el pequeño”, continúa la investigación. Entre estos perjuicios están la baja autoestima; el carácter introvertido; diversos problemas de salud mental; tendencia a relaciones negativas padre/hijo; deterioro de las habilidades cognitivas, y un mayor riesgo de padecer abuso físico por parte de sus progenitores.

“Los azotes tienen el resultado opuesto a lo que los padres buscan al dárselos”, explican los expertos. Además, los autores concluyeron que, aunque es necesaria más investigación al respecto, “los padres y políticos deberían examinar los resultados cuidadosamente, ya que lo que sí sabemos es que los azotes no hacen ningún bien a los pequeños, al contrario son más bien perjudiciales, lo que no podemos determinar es cuánto”, añaden. Los autores creen que “sus conclusiones pueden ayudar a los padres a optar por otros métodos de disciplina y a conocer todos los riesgos de azotar con la mano abierta a sus hijos”.

En el mismo sentido, la Asociación Americana de Pediatría, aparte de alertar de los riesgos anteriormente citados, da varios consejos para “aplicar la disciplina de una forma correcta”, según indica en su página web:

1. Póngase en el lugar de su hijo. Usted debería ser consciente de sus límites. Tal vez lo que usted entiende como mala conducta, puede ser, simplemente, que el pequeño no entienda la diferencia entre bien o mal o no pueda hacer lo que usted le demanda.

2. Piense antes de actuar. Si necesita respirar cinco segundos, hágalo. Luego actúe y cuando siente una regla sea consecuente y cúmplala hasta el final.

3. No ceda. Si su pequeño llora en el supermercado porque quiere caramelos, no se los dé para parar el llanto, aunque sea fuerte. Si no, la proxima vez su hijo actuará de la misma manera. Que no nos pueda el cansancio.

4. Cree rituales que los pequeños entiendan. A los niños les facilita mucho saber lo que va a ocurrir después. Si saben que hay una hora de tele, no se debería superar ese tiempo nunca. "Romper la rutina hace que muchas veces los niños se aprovechen y nos pongan a prueba", aseguran los expertos.

5. Preste atención a los sentimientos de su hijo. Intente buscar patrones que se repitan y así será capaz de reconocer lo que le dice su hijo y actuar en consecuencia.

6. Aprenda de sus errores. “Si no consigue controlar bien una situación, no se preocupe por ello”, aseguran desde el organismo. “Intente pensar como lo habría hecho de otra manera y trate de hacerlo mejor la próxima vez”.

7. Pida perdón. Si siente que se ha equivocado, discúlpese. Hacerlo mejorará la relación con su pequeño y crea un modelo de actuación.

Por último, no se olvide de premiar los éxitos de su hijo. Es tan importante o más que reprender sus malos comportamientos.

http://elpais.com/elpais/2016/05/01/actualidad/1462120551_804523.html
Más en: pautas para educar.