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miércoles, 10 de octubre de 2012

Manifiesto para la renovación de la historia. Eric Hobsbawm

A continuación reproducimos el texto completo "Manifiesto para la renovación de la historia" de Eric Hobsbawm publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, enero-febrero 2005.

 En el curso de las últimas décadas el relativismo en la Historia ha armonizado con el consenso político. Es hora de "reconstruir un frente de la razón" para promover una nueva concepción de la Historia. A ello invita Eric Hobsbawm, en el discurso de cierre del coloquio de la Academia británica sobre historiografía marxista (13-11-2004).

"Hasta ahora, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; se trata de cambiarlo". Los dos enunciados de la célebre "Tesis Feuerbach" de Karl Marx inspiraron a los historiadores marxistas. La mayoría de los intelectuales que adhirieron al marxismo a partir de la década de 1880 -entre ellos los historiadores marxistas- lo hicieron porque querían cambiar el mundo, junto con los movimientos obreros y socialistas; movimientos que se convertirían, en gran parte bajo la influencia del marxismo, en fuerzas políticas de masas. Esa cooperación orientó naturalmente a los historiadores que querían cambiar el mundo hacia ciertos campos de estudio -fundamentalmente, la historia del pueblo o de la población obrera- los que, si bien atraían naturalmente a las personas de izquierda, no tenían originalmente ninguna relación particular con una interpretación marxista. A la inversa, cuando a partir de la década de 1890 esos intelectuales dejaron de ser revolucionarios sociales, a menudo también dejaron de ser marxistas.

La revolución soviética de octubre de 1917, reavivó ese compromiso. Recordemos que los principales partidos socialdemócratas de Europa continental abandonaron por completo el marxismo sólo en la década de 1950, y a veces más tarde. Aquella revolución engendró además lo que podríamos llamar una historiografía marxista obligatoria en la URSS y en los Estados que adoptaron luego regímenes comunistas. La motivación militante se vio reforzada durante el período del antifascismo.

A partir de la década de 1950 se debilitó en los países desarrollados -pero no en el Tercer Mundo- aunque el considerable desarrollo de la enseñanza universitaria y la agitación estudiantil generaron en la década de 1960 dentro de la universidad un nuevo e importante contingente de personas decididas a cambiar el mundo. Sin embargo, a pesar de desear un cambio radical, muchas de ellas ya no eran abiertamente marxistas, y algunas ya no lo eran en absoluto.

Ese rebrote culminó en la década de 1970, poco antes de que se iniciara una reacción masiva contra el marxismo, una vez más por razones esencialmente políticas. Esa reacción tuvo como principal efecto -salvo para los liberales que aún creen en ello- la aniquilación de la idea según la cual es posible predecir, apoyándose en el análisis histórico, el éxito de una forma particular de organizar la sociedad humana. La historia se había disociado de la teleología (1).

Teniendo en cuenta las inciertas perspectivas que se presentan a los movimientos socialdemócratas y socialrevolucionarios, no es probable que asistamos a una nueva ola de adhesión al marxismo políticamente motivada. Pero evitemos caer en un occidentalo-centrismo excesivo. A juzgar por la demanda de que son objeto mis propios libros de historia, compruebo que se desarrolla en Corea del Sur y en Taiwán desde la década de 1980, en Turquía desde la década de 1990, y hay señales de que avanza actualmente en el mundo de habla árabe.

El vuelco social
¿Qué ocurrió con la dimensión "interpretación del mundo" del marxismo? La historia es un poco diferente, aunque paralela. Concierne al crecimiento de lo que se puede llamar la reacción anti-Ranke, 2, de la cual el marxismo constituyó un elemento importante, aunque no siempre se lo reconoció acabadamente. Se trató de un movimiento doble.

Por una parte, ese movimiento cuestionaba la idea positivista según la cual la estructura objetiva de la realidad era por así decirlo evidente: bastaba con aplicar la metodología de la ciencia, explicar por qué las cosas habían ocurrido de tal o cual manera, y descubrir "wie es eigentlich gewesen" [cómo sucedió en realidad]... Para todos los historiadores, la historiografía se mantuvo y se mantiene enraizada en una realidad objetiva, es decir, la realidad de lo que ocurrió en el pasado; sin embargo, no parte de hechos sino de problemas, y exige que se investigue para comprender cómo y por qué esos problemas -paradigmas y conceptos- son formulados de la manera en que lo son en tradiciones históricas y en medios socio-culturales diferentes.

Por otra, ese movimiento intentaba acercar las ciencias sociales a la historia, y en consecuencia, englobarla en una disciplina general, capaz de explicar las transformaciones de la sociedad humana. Según la expresión de Lawrence Stone, 3, el objeto de la historia debería ser "plantear las grandes preguntas del ’por qué’". Ese "vuelco social" no vino de la historiografía sino de las ciencias sociales -algunas de ellas incipientes en tanto tales- que por entonces se afirmaban como disciplinas evolucionistas, es decir históricas.

En la medida en que puede considerarse a Marx como el padre de la sociología del conocimiento, el marxismo, a pesar de haber sido denunciado erróneamente en nombre de un presunto objetivismo ciego, contribuyó al primer aspecto de ese movimiento. Además, el impacto más conocido de las ideas marxistas -la importancia otorgada a los factores económicos y sociales- no era específicamente marxista, aunque el análisis marxista pesó en esa orientación. Esta se inscribía en un movimiento historiográfico general, visible a partir de la década de 1890, y que culminó en las décadas de 1950 y 1960, en beneficio de la generación de historiadores a la que pertenezco, que tuvo la posibilidad de transformar la disciplina.

Esa corriente socio-económica superaba al marxismo. La creación de revistas y de instituciones de historia económico-social fue a veces obra -como en Alemania- de socialdemócratas marxistas, como ocurrió con la revista "Vierteljahrschrift" en 1893. No ocurrió así en Gran Bretaña, ni en Francia, ni en Estados Unidos. E incluso en Alemania, la escuela de economía marcadamente histórica no tenía nada de marxismo. Solamente en el Tercer Mundo del siglo XIX (Rusia y los Balcanes) y en el del siglo XX, la historia económica adoptó una orientación sobre todo socialrevolucionaria, como toda "ciencia social". En consecuencia, se vio muy atraída por Marx. En todos los casos, el interés histórico de los historiadores marxistas no se centró tanto en la "base" (la infraestructura económica) como en las relaciones entre la base y la superestructura. Los historiadores explícitamente marxistas siempre fueron relativamente poco numerosos.

Marx ejerció influencia en la historia principalmente a través de los historiadores y los investigadores en ciencias sociales que retomaron los interrogantes que él se planteaba, hayan aportado o no otras respuestas. A su vez, la historiografía marxista avanzó mucho en relación a lo que era en la época de Karl Kautsky y de Georgi Plekhanov, 4, en buena medida gracias a su fertilización por otras disciplinas (fundamentalmente la antropología social) y por pensadores influidos por Marx y que completaban su pensamiento, como Max Weber, 5.

Si subrayo el carácter general de esa corriente historiográfica, no es por voluntad de subestimar las divergencias que contiene, o que existían en el seno de sus componentes. Los modernizadores de la historia se plantearon las mismas cuestiones y se consideraron comprometidos en los mismos combates intelectuales, ya sea que se inspiraran en la geografía humana, en la sociología durkheimiana, 6, y en las estadísticas, como en Francia (a la vez, la escuela de los Anales y Labrousse), o en la sociología weberiana, como la Historische Sozialwissenschaft en Alemania federal, o aun en el marxismo de los historiadores del Partido Comunista, que fueron los vectores de la modernización de la historia en Gran Bretaña, o que al menos fundaron su principal revista.

Unos y otros se consideraban aliados contra el conservadurismo en historia, aun cuando sus posiciones políticas o ideológicas eran antagónicas, como Michael Postan, 7, y sus alumnos marxistas británicos. Esa coalición progresista halló una expresión ejemplar en la revista "Past and Present", fundada en 1952, muy respetada en el ambiente de los historiadores. El éxito de esa publicación se debió a que los jóvenes marxistas que la fundaron se opusieron deliberadamente a la exclusividad ideológica, y que los jóvenes modernizadores provenientes de otros horizontes ideológicos estaban dispuestos a unirse a ellos, pues sabían que las diferencias ideológicas y políticas no eran un obstáculo para trabajar juntos. Ese frente progresista avanzó de manera espectacular entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1970, en lo que Lawrence Stone llama "el amplio conjunto de transformaciones en la naturaleza del discurso histórico". Eso hasta la crisis de 1985, cuando se produjo la transición de los estudios cuantitativos a los estudios cualitativos, de la macro a la microhistoria, de los análisis estructurales a los relatos, de lo social a los temas culturales...

Desde entonces, la coalición modernizadora está a la defensiva, al igual que sus componentes no marxistas, como la historia económica y social.

En la década de 1970, la corriente dominante en historia había sufrido una transformación tan grande, en particular bajo la influencia de las "grandes cuestiones" planteadas a la manera de Marx, que escribí estas líneas: "A menudo es imposible decir si un libro fue escrito por un marxista o por un no marxista, a menos que el autor anuncie su posición ideológica... Espero con impaciencia el día en que nadie se pregunte si los autores son marxistas o no". Pero como también lo señalaba, estábamos lejos de semejante utopía. Desde entonces, al contrario, fue necesario subrayar con mayor energía lo que el marxismo puede aportar a la historiografía. Cosa que no ocurría desde hace mucho tiempo. A la vez, porque es preciso defender a la historia contra quienes niegan su capacidad para ayudarnos a comprender el mundo, y porque nuevos desarrollos científicos transformaron completamente el calendario historiográfico.

En el plano metodológico, el fenómeno negativo más importante fue la edificación de una serie de barreras entre lo que ocurrió o lo que ocurre en historia, y nuestra capacidad para observar esos hechos y entenderlos. Esos bloqueos obedecen a la negativa a admitir que existe una realidad objetiva, y no construida por el observador con fines diversos y cambiantes, o al hecho de sostener que somos incapaces de superar los límites del lenguaje, es decir, de los conceptos, que son el único medio que tenemos para poder hablar del mundo, incluyendo el pasado.

Esa visión elimina la cuestión de saber si existen en el pasado esquemas y regularidades a partir de los cuales el historiador puede formular propuestas significativas. Sin embargo, hay también razones menos teóricas que llevan a esa negativa: se argumenta que el curso del pasado es demasiado contingente, es decir, que hay que excluir las generalizaciones, pues prácticamente todo podría ocurrir o hubiera podido ocurrir. De manera implícita, esos argumentos apuntan a todas las ciencias. Pasemos por alto intentos más fútiles de volver a viejas concepciones: atribuir el curso de la historia a altos responsables políticos o militares, o a la omnipotencia de las ideas o de los "valores"; reducir la erudición histórica a la búsqueda -importante pero insuficiente en sí- de una empatía con el pasado.

El gran peligro político inmediato que amenaza a la historiografía actual es el "anti-universalismo": "mi verdad es tan válida como la tuya, independientemente de los hechos". Ese anti-universalismo seduce naturalmente a la historia de los grupos identitarios en sus diferentes formas, para la cual, el objeto esencial de la historia no es lo que ocurrió, sino en qué afecta eso que ocurrió a los miembros de un grupo particular. De manera general, lo que cuenta para ese tipo de historia no es la explicación racional sino la "significación"; no lo que ocurrió, sino cómo experimentan lo ocurrido los miembros de una colectividad que se define por oposición a las demás, en términos de religión, de etnia, de nación, de sexo, de modo de vida, o de otras características.

El relativismo ejerce atracción sobre la historia de los grupos identitarios. Por diferentes razones, la invención masiva de contraverdades históricas y de mitos, otras tantas tergiversaciones dictadas por la emoción, alcanzó una verdadera época de oro en los últimos treinta años. Algunos de esos mitos representan un peligro público -en países como India durante el gobierno hinduista, 8, en Estados Unidos y en la Italia de Silvio Berlusconi, por no mencionar muchos otros nuevos nacionalismos, se acompañen o no de un acceso de integrismo religioso-.

De todos modos, si por un lado ese fenómeno dio lugar a mucho palabrerío y tonterías en los márgenes más lejanos de la historia de grupos particulares -nacionalistas, feministas, gays, negros y otros- por otro generó desarrollos históricos inéditos y sumamente interesantes en el campo de los estudios culturales, como el "boom de la memoria en los estudios históricos contemporáneos", como lo llama Jay Winter, 9. "Los Lugares de memoria", 10, obra coordinada por Pierre Nora, es un buen ejemplo.

Ante todos esos desvíos, es tiempo de restablecer la coalición de quienes desean ver en la historia una investigación racional sobre el curso de las transformaciones humanas, contra aquellos que la deforman sistemáticamente con fines políticos, y a la vez, de manera más general, contra los relativistas y los posmodernistas que se niegan a admitir que la historia ofrezca esa posibilidad. Dado que entre esos relativistas y posmodernos hay quienes se consideran de izquierda, podrían producirse inesperadas divergencias políticas capaces de dividir a los historiadores. Por lo tanto, el punto de vista marxista resulta un elemento necesario para la reconstrucción del frente de la razón, como lo fue en las décadas de 1950 y 1960. De hecho, la contribución marxista probablemente sea aun más pertinente ahora, dado que los otros componentes de la coalición de entonces renunciaron, como la escuela de los Anales de Fernand Braudel, y la "antropología social estructural-funcional", cuya influencia entre los historiadores fuera tan importante. Esta disciplina se vio particularmente perturbada por la avalancha hacia la subjetividad posmoderna.

Entre tanto, mientras que los posmodernistas negaban la posibilidad de una comprensión histórica, los avances en las ciencias naturales devolvían a la historia evolucionista de la humanidad toda su actualidad, sin que los historiadores se dieran cabalmente cuenta. Y esto de dos maneras.

En primer lugar, el análisis del ADN estableció una cronología más sólida del desarrollo desde la aparición del homo sapiens en tanto especie. En particular, la cronología de la expansión de esa especie originaria de África hacia el resto del mundo, y de los desarrollos posteriores, antes de la aparición de fuentes escritas. Al mismo tiempo, eso puso de manifiesto la sorprendente brevedad de la historia humana -según criterios geológicos y paleontológicos- y eliminó la solución reduccionista de la sociobiología darwiniana, 11.

Las transformaciones de la vida humana, colectiva e individual, durante los últimos diez mil años, y particularmente durante las diez últimas generaciones, son demasiado considerables para ser explicadas por un mecanismo de evolución enteramente darwiniano, por los genes. Esas transformaciones corresponden a una aceleración en la transmisión de las características adquiridas, por mecanismos culturales y no genéticos; podría decirse que se trata de la revancha de Lamarck, 12, contra Darwin, a través de la historia humana. Y no sirve de mucho disfrazar el fenómeno bajo metáforas biológicas, hablando de "memes", 13, en lugar de "genes". El patrimonio cultural y el biológico no funcionan de la misma manera.

En síntesis, la revolución del ADN requiere un método particular, histórico, de estudio de la evolución de la especie humana. Además -dicho sea de paso- brinda un marco racional para la elaboración de una historia del mundo. Una historia que considere al planeta en toda su complejidad como unidad de los estudios históricos, y no un entorno particular o una región determinada. En otras palabras: la historia es la continuación de la evolución biológica del homo sapiens por otros medios.

En segundo lugar, la nueva biología evolucionista elimina la estricta diferenciación entre historia y ciencias naturales, ya eliminada en gran medida por la "historización" sistemática de estas ciencias en las últimas décadas. Luigi Luca Cavalli-Sforza, uno de los pioneros pluridisciplinarios de la revolución ADN, habla del "placer intelectual de hallar tantas similitudes entre campos de estudio tan diferentes, algunos de los cuales pertenecen tradicionalmente a los polos opuestos de la cultura: la ciencia y las humanidades". En síntesis, esa nueva biología nos libera del falso debate sobre el problema de saber si la historia es una ciencia o no.

En tercer lugar, nos remite inevitablemente a la visión de base de la evolución humana adoptada por los arqueólogos y los prehistoriadores, que consiste en estudiar los modos de interacción entre nuestra especie y su medio ambiente, y el creciente control que ella ejerce sobre el mismo. Lo cual equivale esencialmente a plantear las preguntas que ya planteaba Karl Marx. Los "modos de producción" (sea cual fuere el nombre que se les dé) basados en grandes innovaciones de la tecnología productiva, de las comunicaciones y de la organización social -y también del poder militar- son el núcleo de la evolución humana. Esas innovaciones, y Marx era consciente de eso, no ocurrieron y no ocurren por sí mismas. Las fuerzas materiales y culturales y las relaciones de producción son inseparables; son las actividades de hombres y mujeres que construyen su propia historia, pero no en el "vacío", no afuera de la vida material, ni afuera de su pasado histórico.

En consecuencia, las nuevas perspectivas para la historia también deben llevarnos a esa meta esencial de quienes estudian el pasado, aunque nunca sea cabalmente realizable: "la historia total". No "la historia de todo", sino la historia como una tela indivisible donde se interconectan todas las actividades humanas. Los marxistas no son los únicos en haberse propuesto ese objetivo -Fernand Braudel también lo hizo- pero fueron quienes lo persiguieron con más tenacidad, como decía uno de ellos, Pierre Vilar, 14.

Entre las cuestiones importantes que suscitan estas nuevas perspectivas, la que nos lleva a la evolución histórica del hombre resulta esencial. Se trata del conflicto entre las fuerzas responsables de la transformación del homo sapiens, desde la humanidad del neolítico hasta la humanidad nuclear, por una parte, y por otra, las fuerzas que mantienen inmutables la reproducción y la estabilidad de las colectividades humanas o de los medios sociales, y que durante la mayor parte de la historia las han contrarrestado eficazmente. Esa cuestión teórica es central. El equilibrio de fuerzas se inclina de manera decisiva en una dirección. Y ese desequilibrio, que quizás supera la capacidad de comprensión de los seres humanos, supera por cierto la capacidad de control de las instituciones sociales y políticas humanas. Los historiadores marxistas, que no entendieron las consecuencias involuntarias y no deseadas de los proyectos colectivos humanos del siglo XX, quizás puedan esta vez, enriquecidos por su experiencia práctica, ayudar a comprender cómo hemos llegado a la situación actual.

1. Teleología, doctrina que se ocupa de las causas finales.
2. Reacción contra Leopold von Ranke (1795-1886), considerado el padre de la escuela dominante de la historiografía universitaria antes de 1914. Autor, entre otros títulos, de "Historia de los pueblos romano y germano de 1494 a 1535" (1824) y de Historia del mundo" (Weltgeschichte), (1881-1888 - inconclusa).
3. Lawrence Stone (1920-1999), una de las personalidades más eminentes e influyentes de la historia social. Autor, entre otros títulos, de "The Causes of the English Revolution, 1529-1642" (1972), "The Family, Sex and Marriage in England 1500-1800" (1977).
4. Respectivamente dirigente de la socialdemocracia alemana y de la socialdemocracia rusa, a comienzos del siglo XIX.
5. Max Weber (1864-1920), sociólogo alemán.
6. Por Emile Durkheim (1858-1917), que fundó "Las reglas del método sociológico" (1895) y que por ello es considerado uno de los padres de la sociología moderna. Autor, entre otros títulos, de "La división del trabajo social" (1893) , "El suicidio" (1897).
7. Michael Postan ocupa la cátedra de historia económica en la universidad de Cambridge desde 1937. Co-inspirador, junto a Fernand Braudel, de la Asociación Internacional de Historia Económica.
8. El partido Bharatiya Janata (BJP) dirigió el gobierno indio desde 1999 hasta mayo de 2004.
9. Profesor de la universidad de Columbia (Nueva York). Uno de los grandes especialistas de la historia de las guerras del siglo XX, y sobre todo de los lugares de memoria.
10. "Les lieux de mémoire", Gallimard, París, 3 tomos.
11. Por Charles Darwin (1809-1882), naturalista inglés autor de la teoría sobre la selección natural de las especies.
12. Jean-Baptiste Lamark (1744-1829), naturalista francés, el primero en romper con la idea de permanencia de la especie.
13. Según Richard Dawkins, uno de los más destacados neodarwinistas, los "memes", son unidades de base de memoria, supuestos vectores de la transmisión y de la supervivencia culturales, así como los genes son los vectores de la subsistencia de las características genéticas de los individuos.
14. Ver fundamentalmente "Une histoire en construction: approche marxiste et problématique conjoncturelle", Gallimard-Seuil, París, 1982.
Eric Hobsbawm. Le Monde Diplomatique. Fuente: http://www.lemondediplomatique.cl/Fallece-Eric-Hobsbawm-Manifiesto.html
Más en Enzo Traverso El Siglo de Hobsbawm. En viento sur.

domingo, 7 de octubre de 2012

Eric Hobsbawm, la última entrevista

El gran historiador recientemente fallecido en Londres concedía pocas entrevistas. Esta es la entrevista que L’Expresso consiguió hacerle el pasado mayo. En ella aborda los temas actuales de la crisis, el nuevo capitalismo y las enfermedades de la democracia. Traducido del italiano por Teresa Benítez.

 La noticia de la muerte del capitalismo es por lo menos prematura, el sistema económico social que desde hace algunos siglos gobierna el mundo no está ni siquiera enfermo, y basta mirar a China para convencerse de ello y para leer el futuro. En Oriente, masas de campesinos están entrando al universo del trabajo asalariado, abandonan el mundo rural y se convierten en proletarios. Ha nacido un fenómeno nuevo, inédito en la historia: el capitalismo de Estado, donde la vieja burguesía intelectual, creativa y, si cabe, rapaz —como la describía Marx en el “Manifiesto Comunista”—, es sustituida por las instituciones públicas. En suma, esto no es el fin del mundo, y ninguna revolución está a la vuelta de la esquina, simplemente el capitalismo está mudando la piel.

Eric Hobsbawm desciende con una especie de montacargas por la empinada escalera de su casa de Highgate, en Londres, no muy lejos, precisamente, del lugar donde descansa su gran maestro e inspirador, Karl Marx. Ha sido sometido a una operación, y por eso camina con dificultad. Tiene 95 años, pero si el cuerpo muestra las marcas de la edad, la cabeza de este señor, considerado el máximo historiador contemporáneo, es la de un joven. Está escribiendo un ensayo sobre Tony Judt, un intelectual británico fallecido prematuramente, hace dos años. Habla en la BBC, está más activo que nunca. Y nunca ha dejado de ser marxista. Y, si para esta entrevista con L’Espresso, una de las poquísimas que ofrece, pidió que le mandasen las preguntas por email, y aunque comenzara según el esquema acordado, después de pocos minutos pasa a un acelerado y espontáneo diálogo con el interlocutor.

“Me pregunta si es posible el capitalismo sin crisis”, comienza. “No. A partir de Marx sabemos que el capitalismo funciona precisamente a través de crisis, y restructuraciones. El problema es que no podemos conocer la gravedad de la crisis actual porque aún estamos dentro de ella”.

¿La crisis actual es diferente de las anteriores?
 Sí. Porque está ligada a un desplazamiento del centro de gravedad del planeta: desde los viejos países capitalistas hacia las naciones emergentes. Del Atlántico al Océano Índico y el Pacífico. Si en los años treinta todo el mundo estaba en crisis, a excepción de la URSS, hoy la situación es distinta. El impacto en Europa es diferente respecto de los países BRIC: Brasil, Rusia, India, China. Otra diferencia con el pasado es que, a pesar de la gravedad de la crisis, la economía mundial sigue creciendo. Aunque solo en las zonas que están fuera de lo que llamamos Occidente.

Cambiarán las relaciones de fuerza, ¿también las militares y políticas?
Por el momento, están cambiando las económicas. Las grandes acumulaciones de capital de inversión son hoy día las que pertenecen al Estado y a las empresas públicas en China. Y, de este modo, mientras en los países del viejo capitalismo el desafío es mantener los niveles de bienestar existentes —aunque yo creo que estas naciones se encuentran en un rápido declive—, para los nuevos países, los emergentes, el problema es cómo mantener el ritmo de crecimiento sin crear problemas sociales gigantescos. Está claro, por ejemplo, que China se ha dado a una especie de capitalismo en el que la presión de la marca occidental del Welfare, el Bienestar, es completamente inexistente. Ha sido sustituida en su lugar por la velocísima incorporación de las masas de campesinos al mundo del trabajo asalariado. Es un fenómeno que ha tenido efectos positivos. Queda la cuestión de si este mecanismo puede funcionar a largo plazo.

Lo que está diciendo nos lleva a la cuestión del capitalismo de Estado. El capitalismo como lo hemos conocido significaba una apuesta personal, creatividad individualismo, capacidad de invención por parte de la burguesía. ¿Puede el Estado ser tan creativo?

Hace unas semanas, The Economist versaba sobre el capitalismo de Estado. En él se planteaba la tesis de que este sistema podría ser óptimo para la creación de las infraestructuras y en lo que respecta a las inversiones masivas, pero no tan conveniente en lo concerniente a la esfera de la creatividad. Pero hay más: no es seguro que el capitalismo pueda funcionar sin instituciones como el Bienestar. El Bienestar por norma es gestionado por el Estado. Por tanto, creo que el capitalismo de Estado tiene un gran futuro.

¿Y qué hay de la innovación?
La innovación está orientada al consumidor. Pero el capitalismo del siglo XXI no debe pensar necesariamente en el consumidor. Y por otro lado, el Estado funciona bien cuando se trata de la innovación en el ámbito militar. Además, el capitalismo de Estado no tiene la obligación de garantizar un crecimiento ilimitado, lo cual es una ventaja. Al decir esto, deducimos que el capitalismo de Estado significa el fin de la economía liberal como la hemos conocido en los últimos cuarenta años. Pero es la consecuencia de la derrota histórica de aquello que yo llamo “la teología del libre mercado”, la creencia, realmente religiosa, según la cual el mercado se regula por sí mismo y no precisa de ninguna intervención externa.

Durante generaciones la palabra capitalismo rimaba con libertad, democracia, con la idea de que los individuos forjan su propio destino.

¿Estamos seguros de eso? En mi opinión, no es en modo alguno evidente la asociación de los valores que acaba usted de mencionar con determinadas políticas. El capitalismo de mercado puro no está obligatoriamente vinculado a la democracia. El mercado no funciona como teorizaban los pensadores liberales: desde Hayek a Friedmann. Lo hemos simplificado demasiado.

¿A qué se refiere?
Hace algún tiempo escribí que hemos vivido con la idea de dos vías alternativas: el capitalismo de aquí y el socialismo de allá. Pero esa es una idea estrambótica. Marx nunca la tuvo. Por el contrario, él explicaba que este sistema, el capitalismo, un día quedaría superado. Si observamos la realidad, Estados Unidos, Holanda, Reino Unido, Suiza, Japón, podemos llegar a la conclusión de que no se trata de un sistema único y coherente. Hay muchas variantes del capitalismo.

Sin embargo, los financieros prevalecen. Hay quien dice que el capitalismo podría existir sin la burguesía. ¿Cree que es acertado?

Ha emergido con fuerza una élite global compuesta por personas que lo deciden todo en el campo de la economía y que se conocen entre ellos y trabajan juntos. Pero la burguesía no ha desaparecido: existe en Alemania, quizás en Italia, menos en Estados Unidos y Reino Unido. No obstante, ha cambiado el modo en que se accede a formar parte de ella.

¿Es decir?
La información es hoy día un factor de producción.

Eso no es nada nuevo. Los Rothschild se hicieron ricos porque fueron los primeros en enterarse de la derrota de Napoleón en Waterloo, lo que les permitió desbancar la Bolsa…

Yo lo veo de otro modo. Hoy haces dinero porque controlas la información. Y este es un argumento fuerte en manos de los reaccionarios que proponen combatir a las élites educadas. Las personas que leen y que tienen una avanzada formación universitaria son las que consiguen los empleos más lucrativos. A la gente bien formada se le identifica con los ricos, con los explotadores, y eso es un verdadero problema político.

Hoy se hace dinero sin producir bienes materiales, con derivados, especulando en Bolsa.

Pero se sigue haciendo dinero también, y sobre todo, produciendo bienes materiales. Solo ha cambiado el modo en que se produce aquello que Marx llamaba el valor añadido (la parte del trabajo del obrero de la que se adueña el propietario [ Nota del redactor] ). Hoy este valor añadido ya no lo producen los trabajadores, sino los consumidores. Cuando compra un billete de avión online, usted con su trabajo gratuito, está pagando por la automatización del servicio. Por tanto, es usted el que crea la plusvalía que genera el beneficio de los propietarios. Esto es una consecuencia característica de la sociedad digitalizada.

¿Quién es hoy el propietario?
En cierto tiempo existió la lucha de clases.

El viejo proletariado ha seguido un proceso de externalización; de los antiguos países hacia los nuevos. Es allí donde debería darse la lucha de clases. Pero los chinos no saben qué es eso. Hablando en serio, quizás tengan lucha de clases, pero todavía no la hemos visto. Y añado: las finanzas son una condición necesaria para que el capitalismo camine hacia adelante, pero no indispensable. No se puede decir que el motor que mueve a China sea solo el afán de lucro.

Es una tesis sorprendente, ¿puede explicarla?

El mecanismo que está detrás de la economía china es el deseo de restaurar la grandeza de una cultura y de una civilización. Es lo contrario a lo que sucede en Francia. El mayor éxito francés de las últimas décadas ha sido Astérix. Y no es casualidad. Astérix es el retorno al remoto poblado celta que resiste al asalto del resto del mundo, un poblado que pierde pero que sobrevive. Los franceses están perdiendo, y lo saben.

Mientras tanto, en Occidente tenemos a los bancos centrales que nos dicen qué tenemos que hacer. Se habla de cuentas, de números, pero no de los deseos de los humanos, y de su futuro. ¿Se puede avanzar así?

A largo plazo no. Pero estoy convencido de que el verdadero problema es otro: la asimetría de la globalización. Algunas cosas están globalizadas, otras súper globalizadas, y otras no han sido globalizadas. Y una de las cosas que no lo ha sido es la política. Las instituciones que deciden sobre política son los Estados territoriales. Por tanto, queda abierta la cuestión de cómo tratar problemas globales sin un Estado global, sin una unidad global. Y eso afecta no solo a la economía, sino también al mayor desafío actual, el medio ambiente. Uno de los aspectos de nuestra vida que Marx no supo ver es el agotamiento de los recursos naturales. Y no me refiero al oro o al petróleo. Pongamos como ejemplo el agua. Si los chinos tuvieran que usar la mitad del agua per cápita utilizada por los estadounidenses, no habría agua suficiente en el mundo. Se trata de desafíos en los que las soluciones locales son inútiles, salvo desde el punto de vista simbólico.

¿Hay alguna solución?
Sí, siempre que se comprenda que la economía no es un fin en sí misma, sino que forma parte de la vida de los seres humanos. Esto se percibe observando la trayectoria de la crisis actual. Según las creencias anticuadas de la izquierda, la crisis debería generar revoluciones. Pero estas no se ven (exceptuando las protestas de los indignados). Y, puesto que no sabemos tampoco cuáles son los problemas que van a surgir, no podemos siquiera saber cuáles serán las soluciones.

¿Puede hacer al menos algunas previsiones?
Es extremadamente poco probable que China llegue a ser una democracia parlamentaria. Es poco probable que los militares pierdan todo el poder en la mayoría de los Estados islámicos. Usted ha defendido la necesidad de llegar a una especie de economía mixta, entre lo público y lo privado. Vuelva la vista atrás a la historia. La URSS intentó eliminar el sector privado. Y resultó ser un sonoro fracaso. Por otro lado, la tentativa ultraliberal también ha fallado miserablemente. Por tanto, la cuestión no es cómo será la combinación de lo público con lo privado, sino cuál es el objeto de esta combinación. O mejor, cuál es su objetivo. Y el objetivo no puede ser simplemente el crecimiento de la economía. No es cierto que el bienestar esté ligado al aumento del producto total mundial.

¿El objetivo de la economía es la felicidad?
Ciertamente.

 Sin embargo, las desigualdades siguen creciendo.
Y están destinadas a aumentar aún más; con seguridad aumentarán dentro de los Estados, y probablemente entre unos países y otros. No tenemos ninguna obligación moral de intentar construir una sociedad más igualitaria. Un país donde hay más equidad es probablemente un país mejor, pero no está en absoluto claro el grado de igualdad que una nación es capaz de mantener.

¿Qué queda de Marx? Usted, a lo largo de toda esta conversación, no ha hablado ni de socialismo, ni de comunismo...

El hecho es que ni siquiera Marx habló mucho de socialismo ni de comunismo, pero tampoco de capitalismo. Escribía sobre la sociedad burguesa. Permanece su visión, su análisis de la sociedad. Queda la comprensión del hecho de que el capitalismo funciona generando crisis. Y por otro lado, Marx hizo algunas previsiones acertadas a medio plazo. La principal: que los trabajadores deben organizarse como partido de clase.

En Occidente se habla cada vez menos de política y cada vez más de técnica. ¿Por qué?
Porque la izquierda ya no tiene nada más que decir, no tiene un programa para proponer. Lo que queda de ella representa los intereses de la clase media formada, y claramente no están en el centro de la sociedad.
Wlodek Goldkorn. L’Espresso. Fuente: http://espresso.repubblica.it/dettaglio/hobsbawm-lultima-intervista/2192093/9/0

miércoles, 25 de enero de 2012

Entrevista a Eric Hobsbawm; “Marx fue un profeta sin armas”

Con la crisis global, el pensamiento De Eric Hobsbawm ha vuelto a estar en boga. Aquí, habla sobre el interés de los financieros por las ideas de Marx, opina sobre el comunismo en China y afirma que en América Latina se siente “como En casa” porque todavía se habla el lenguaje del socialismo. Su libro “Cómo cambiar El mundo” será publicado próximamente.
Traduccion: Cristina Sardoy.

Hampstead Heath, en la zona arbolada del norte de Londres, se enorgullece del papel destacado que tuvo en la historia del marxismo. Es aquí donde los domingos Karl Marx llevaba a su familia hasta Parliament Hill, recitando en el camino a Shakespeare y a Schiller, para pasar una tarde de picnic y poesía. Los días de semana, se reunía con su amigo Friedrich Engels, que vivía cerca, para hacer una caminata a paso ligero por el monte, donde los “viejos londinenses”, como se los conocía, reflexionaban sobre la Comuna de París, la Segunda Internacional y la naturaleza del capitalismo.

Hoy, sobre una calle lateral que sale del monte, la ambición marxista sigue viva en la casa de Eric Hobsbawm. Nacido en 1917 (en Alejandría, bajo el protectorado británico de Egipto) a más de 20 años de la muerte de Marx y Engels, no conoció personalmente a ninguno de esos dos filósofos, por supuesto. Pero al hablar con Eric en la espaciosa sala de estar, llena de fotos familiares, honores académicos y toda una vida de objetos culturales, se percibe una sensación casi tangible de conexión con estos hombres y su memoria.

La última vez que entrevisté a Eric, en 2002, su brillante autobiografía Años interesantes –la crónica de un joven en la Alemania de Weimar, el amor de toda su vida por el jazz y la forma en que realizó la transformación del estudio de la historia en Gran Bretaña– acababa de salir y había recibido críticas elogiosas. También coincidió con otro ataque cíclico de los medios a la pertenencia de Eric al Partido Comunista, tras la publicación del libro de Martin Amis contra Stalin, Koba el temible. En ese entonces, el “profesor marxista” explicó que no buscaba, tal como escribió, “acuerdo, aprobación o simpatía” sino más bien, comprensión histórica para una vida en el siglo XX moldeada por la lucha contra el fascismo.

La crisis neoliberal
Las cosas cambiaron desde entonces. La crisis global del capitalismo, que causa estragos en la economía mundial desde 2007, transformó los términos del debate.

De pronto, resurgió la crítica que hace Marx acerca de la inestabilidad del capitalismo. “Ha vuelto”, proclamó el London Times en el otoño de 2008 cuando las bolsas se desplomaban, los bancos eran nacionalizados en forma sumaria y Sarkozy, el presidente de Francia, era fotografiado hojeando Das Kapital (cuyas ventas aumentaron al punto de llegar a las listas alemanas de libros más vendidos). Hasta el papa Benedicto XVI se vio obligado a elogiar la “gran habilidad analítica” de Marx. Karl Marx, el gran ogro del siglo XX, había sido resucitado en las universidades, los encuentros de debate y las oficinas editoriales.

Parecería ser, pues, el momento ideal para que Eric Hobsbawm reúna sus ensayos más celebrados sobre Marx en un solo volumen, junto con material nuevo sobre el marxismo a la luz del colapso económico. Para Hobsbawm, el deber continuo de abordar a Marx y sus múltiples legados –entre otras cosas, en este libro, algunos nuevos capítulos excelentes sobre el significado de Gramsci– sigue siendo fuerte.

El propio Eric, empero, cambió. Sufrió una fea caída en Navidad y ya no puede eludir las limitaciones físicas de sus 93 años. El humor y la hospitalidad tanto suyos como de su esposa, Marlene, así como su intelecto, su agudeza política y su amplitud de visión, continúan no obstante maravillosamente intactos. Con un Financial Times sobre la mesa de café, Eric pasó sin contratiempos de los sondeos sobre Lula, el presidente saliente de Brasil, a las dificultades ideológicas que afronta el Partido Comunista en Bengala Occidental o las convulsiones en Indonesia que siguieron a la caída económica global de 1857.

La sensibilidad global y la ausencia total de provincianismo, siempre tan sólidas en su obra, siguen configurando su política y su historia.

Y después de una hora hablando sobre Marx, el materialismo y la lucha continua por la dignidad humana frente a los chubascos del libre mercado, uno se va de la terraza de Hobsbawm en Hampstead –cerca de los senderos por los que solían caminar Karl y Friedrich– con el sentimiento de haber pasado por un seminario vertiginoso con una de las grandes mentes del siglo XX. Una mente resuelta, además, a mantener una mirada crítica sobre el XXI.

¿En el núcleo de este libro hay una idea de reivindicación? ¿De que aun cuando las ideas propuestas en su momento por Karl Marx no sean ya relevantes, él hacía las preguntas correctas sobre la naturaleza del capitalismo y que el capitalismo que surgió en los últimos 20 años se parecía mucho a lo que Marx pensaba allá por el año 1840?

Sí, sin duda. El redescubrimiento de Marx en esta época de crisis capitalista se debe a que en 1848 predijo más que ningún otro el mundo moderno. Es, creo, lo que ha atraído hacia su obra la atención de una serie de nuevos observadores, paradójicamente, en primer lugar gente de negocios y comentaristas de negocios más que de la izquierda. Recuerdo haberlo observado justamente en la época del 150° aniversario de la publicación de El manifiesto comunista, cuando en la izquierda no se estaban haciendo muchos planes para celebrar. Descubrí para mi gran asombro que los editores de la revista que daban en el avión de United Airlines decían que querían publicar algo sobre El Manifiesto.

Al poco tiempo, estuve almorzando con el financiero George Soros que me preguntó: “¿Qué piensa usted de Marx?” Aunque no coincidíamos en muchas cosas, me dijo: “Ese tipo definitivamente algo tenía”...

¿Y ese discurso de “un fin de la expansión y contracción” y salir del ciclo económico?
Exactamente. Lo que pasó a partir de los años 1970, primero en las universidades, en Chicago y el resto, y finalmente, desde 1980 con Thatcher y Reagan fue, supongo, una deformación patológica del principio de libre mercado que propicia el capitalismo: la economía de mercado pura y el rechazo del Estado y de la acción pública que no creo que ninguna economía del siglo XIX haya puesto en práctica realmente, ni siquiera los Estados Unidos. Y estaba en conflicto, entre otras cosas, con la forma en que el capitalismo había funcionado en su época más exitosa, entre 1945 y comienzos de los 70...

Y usted considera que el renovado interés por Marx también se debió al fin de los Estados marxistas/leninistas. ¿La sombra leninista desapareció y usted pudo volver a la naturaleza original de la escritura de Marx?

Con la caída de la Unión Soviética, los capitalistas dejaron de tener miedo y en ese sentido tanto ellos como nosotros pudimos analizar el problema de una manera mucho más equilibrada, menos distorsionada por la pasión que antes. No obstante, yo creo que fue más la inestabilidad de esta economía neoliberal globalizada la que empezó a ser muy notable al final del siglo. ...

Cómo cambiar el mundo es un relato de lo que hizo fundamentalmente el marxismo en el siglo XX, en parte a través de los partidos socialdemócratas que no derivaron directamente de Marx y de otros partidos –los partidos laboristas, los partidos de los trabajadores, etc.– que subsisten como gobierno y como partidos potenciales en el gobierno en todas partes.

Y segundo, a través de la Revolución rusa y todas sus consecuencias. El precedente de Karl Marx, un profeta sin armas, inspirador de grandes cambios, es innegable. De manera muy deliberada, no digo que haya perspectivas equivalentes en este momento. Lo que digo ahora es que los problemas básicos del siglo XXI requerirían soluciones que ni el mercado puro, ni la democracia progresista pura pueden resolver adecuadamente.

Y en ese sentido, habría que pensar una combinación diferente, una mezcla diferente de público y privado, de acción y control del Estado y libertad. Cómo se llamará eso, no lo sé. Pero podría perfectamente no ser capitalismo, ciertamente no en el sentido en el que lo hemos conocido en este país y en los Estados Unidos. Tritram Hunt Clarín.
Leer toda la entrevista aquí.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/historia/Marx-Eric_Howsbaum_0_434356568.html

martes, 5 de julio de 2011

Marxismo hoy. Entrevista a Eric Hobsbawm.

El blog de Beppe Grillo entrevistó telefónicamente a Eric Hobsbawm el día en que el historiador cumplía 94 años. Hobsbawm estuvo en Roma para la presentación de la traducción al italiano de su último libro How to Change the Word – Why rediscover the inheritance of marxismo [1].

Sobre el marxismo hoy
Eric Hobsbawm: Soy Eric Hobsbawm, un historiador muy viejo. Por casualidad os he llamado en el mismo día en que celebro mi cumpleaños 94. Durante toda mi vida escribí principalmente sobre la historia de los movimientos sociales, la historia general de Europa y del mundo en los Siglos XIX y XX. Pienso que todos mis libros están traducidos al italiano y algunos fueron hasta bastante bien recibidos.
Blog: ¿El marxismo puede ser considerado como un fenómeno post-ideológico?
E.H.: Yo no he usado exactamente la expresión “fenómeno post-ideológico” para el marxismo, aunque es verdad que, actualmente, el marxismo dejó de ser el principal sistema de ideas asociado a los grandes movimientos políticos de masas en toda Europa. A pesar de eso, pienso que sobreviven algunos pequeños movimientos marxistas. En este sentido, hubo un gran cambio en el papel político que el marxismo desempeña en la política de Europa. Hay otras partes del mundo, por ejemplo América Latina, en que las cosas no pasaron del mismo modo. A consecuencia de aquel cambio, en mi opinión, es que ahora todos podemos concentrarnos más y mejor en los cambios permanentes que el marxismo provocó, en las conquistas permanentes del marxismo.
Esas conquistas permanentes, en mi opinión, son las siguientes. Primero, Marx introdujo algo que fue considerado una novedad y que todavía no se realizó completamente, a saber, la creencia de que el sistema económico que conocemos no es permanente ni destinado a durar eternamente; que es apenas una fase, una etapa en el desenvolvimiento histórico que ocurre de un determinado modo y dejará de existir y convertirse en otra cosa a lo largo del tiempo.
Segundo, pienso que Marx se concentró en el análisis del específico modus operando, de la forma como el sistema funcionó y desarrolló. En particular, se concentró en el curioso y discontinuo modo a través del cual el sistema creció y desarrolló contradicciones, que a su vez producirían grandes crisis.
La principal ventaja del análisis que el marxismo permite hacer es que considera al capitalismo como un sistema que origina periódicamente contradicciones internas que generan crisis de diferentes tipos que, a su vez, tienen que ser superadas mediante una transformación básica o alguna modificación menor del sistema. Se trata de esta discontinuidad, de este asumir que el capitalismo funciona no como sistema que tiende a auto estabilizarse, sino que es siempre inestable y eventualmente, por lo tanto, requiere grandes cambios. Ese es el principal elemento que todavía sobrevive del marxismo.
Tercero, y considero que ahí está la preciosidad de lo que se podría llamar de fenómeno ideológico, el marxismo está basado, para muchos marxistas, en un sentido profundo de la injusticia social, de indignación contra la desigualdad social entre los pobres y los ricos y poderosos.
Cuarto y último, pienso que tal vez se debe considerar un elemento, que Marx tal vez no reconociese pero que estuvo siempre presente en el marxismo: un elemento de utopía. La idea de que, de un modo o de otro, la sociedad llegará a una sociedad mejor, más humana, de lo que es la sociedad en la cual todos vivimos actualmente.

¿Una deriva a la derecha en Europa?
Blog: En el norte de África y en algunos países europeos –España, Grecia e Irlanda– algunos movimientos de jóvenes que nacieron en la Internet y usan redes, por ejemplo twitter y facebook, están aproximándose a la política. Son movimientos que exigen más compromisos y cambios radicales en las opciones de las sociedades. Pero al mismo tiempo, España, Hungría y Finlandia giran a la derecha, Dinamarca cierra sus fronteras desconociendo el Acuerdo de Schengen, y en Francia el partido ultranacionalista podría ganar las elecciones presidenciales. ¿No es una contradicción?
E.H.: No. No lo creo. Pienso que son fenómenos diferentes. Pienso que, en la mayoría de los países occidentales, hoy, los jóvenes son una minoría políticamente activa, sobre todo por la forma en que está estructurado el sistema educativo actual. Por ejemplo, los estudiantes siempre fueron, a lo largo de dos siglos, elementos activistas. Al mismo tiempo, la juventud educada actualmente está mucho más familiarizada con las modernas tecnologías de información, que transformaron la agitación política transnacional y la movilización política transnacional.
Pero hay una diferencia entre a) esos movimientos de jóvenes educados en los países de occidente, donde, en general, toda la juventud es fenómeno de minoría, y b) movimientos similares de jóvenes en países islámicos y en otros lugares, en los que la mayoría de la población tiene entre 25 y 30 años. En esos países, por lo tanto, mucho más que en Europa, los movimientos de jóvenes son políticamente mucho más masivos y pueden tener un mayor impacto político. El impacto adicional en la radicalización de los movimientos de la juventud ocurre porque los jóvenes hoy, en períodos de crisis económica, son desproporcionadamente afectados por el desempleo, y por consiguiente, están desproporcionadamente insatisfechos. Sin embargo, no se puede adivinar el rumbo que tomarán esos movimientos, Pese a todo, los movimientos de esa juventud educada no son, políticamente hablando, movimientos de la derecha. Pero ellos solos, por sus propios medios, no son capaces de definir el formato de la política nacional y todo el futuro. Creo que, en los próximos dos meses, asistiremos a los desdoblamientos de ese proceso.
Los jóvenes iniciarán grandes revoluciones, pero no serán ellos los que necesariamente decidirán la dirección general por la que andarán esas revoluciones. Cada dirección, claro, depende del país y de la región. Obviamente, las revoluciones serán muy diferentes en los países islámicos, de lo que son en Europa, o por cierto, en Estados Unidos.
Y es verdad que en Europa y probablemente en Estados Unidos puede haber una deriva a la derecha en la política. Pero eso, me parece, será un asunto de la tercera pregunta...
 [1] Come cambiare il mondo, en la edición italiana. Eric Hobsbawm es el decano de la historiografía marxista británica. Acaba de cumplir 94 años. Uno de sus últimos libros es un volumen de memorias autobiográficas: Años interesantes, Barcelona, Critica, 2003.
Leer toda la entrevista aquí, en Simpermiso.

martes, 25 de mayo de 2010

Entrevista al historiador Eric Hobsbawm. Las mutaciones incesantes de un mundo sin sosiego

En la mirada de Eric Hobsbawm. El gran historiador inglés, autor de clásicos ineludibles sobre el siglo XX, examina la crisis actual y los vertiginosos cambios de las últimas décadas en la política global, y retrata el horizonte por venir. Una entrevista especial de la New Left Review, reproducida en castellano por el diario argentino Clarín.
Es probablemente el mayor historiador vivo. Su mirada es universal, como lo muestran sus libros La era de la revolución y La era del capitalismo. Esta entrevista constituye su más reciente ejercicio de una visión global sobre los problemas y las tendencias del mundo moderno.
Su obra Historia del siglo XX concluye en 1991 con una visión sobre el colapso de la esperanza de una Edad de Oro para el mundo.
¿Cuáles son los principales cambios que registra desde entonces en la historia mundial?
Veo cinco grandes cambios. Primero, el desplazamiento del centro económico del mundo del Atlántico norte al sur y al este de Asia. Este proceso comenzó en los años 70 y 80 en Japón, pero el auge de China desde los 90 ha marcado la diferencia. El segundo es, desde luego, la crisis mundial del capitalismo, que nosotros predijimos siempre pero que tardó mucho tiempo en llegar. Tercero, el clamoroso fracaso de la tentativa de Estados Unidos de mantener en solitario una hegemonía mundial después de 2001, un fracaso que se manifestó con mucha claridad. Cuarto, cuando escribí Historia del siglo XX no se había producido la aparición como entidad política de un nuevo bloque de países en desarrollo, los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Y quinto, la erosión y el debilitamiento sistemático de la autoridad de los Estados: de los Estados nacionales dentro de sus territorios y, en muchas partes del mundo, de cualquier clase de autoridad estatal efectiva. Acaso fuera previsible pero se aceleró hasta un punto inesperado.
¿Qué más le ha sorprendido?
Nunca dejo de sorprenderme ante la absoluta locura del proyecto neoconservador, que no sólo pretendía que el futuro era Estados Unidos, sino que incluso creyó haber formulado una estrategia y una táctica para alcanzar ese objetivo. Hasta donde alcanzo a ver, no tuvieron una estrategia coherente.
¿Puede prever alguna recomposición política de lo que fue la clase obrera?
No en la forma tradicional. Marx estaba sin duda en lo cierto al predecir la formación de grandes partidos de clase en una determinada etapa de la industrialización. Pero estos partidos, si tenían éxito, no funcionaban como partidos exclusivos de la clase obrera: si querían extenderse más allá de una clase reducida, lo hacían como partidos populares, estructurados alrededor de una organización inventada por y para los objetivos de la clase obrera. Incluso así, había límites para la conciencia de clase. En Gran Bretaña el Partido Laborista nunca obtuvo más del 50 por ciento de los votos. Lo mismo sucede en Italia, donde el PCI era todavía más un partido popular. En Francia, la izquierda se basaba en una clase obrera débil pero políticamente fortalecida por la gran tradición revolucionaria, de la que se las arregló para convertirse en imprescindible sucesora, lo cual les proporcionó a ella y a la izquierda mucha más influencia. El declive de la clase obrera manual parece algo definitivo. Hay o habrá mucha gente que quede realizando trabajo manual, pero no puede seguir siendo el principal fundamento de esperanza: carece del potencial organizativo de la vieja clase obrera y no tiene potencial político. Ha habido otros tres importantes desarrollos negativos. El primero es, desde luego, la xenofobia, que para la mayoría de la clase obrera es, como dijo el alemán August Bebel, el "socialismo de los tontos": salvaguardar mi trabajo contra gente que compite conmigo. Cuanto más débil es el movimiento obrero, más atractiva es la xenofobia. En segundo lugar, gran parte del trabajo y del trabajo manual que la administración pública británica solía llamar "categorías menores y de manipulación", no es permanente sino temporario; por ejemplo, estudiantes o emigrantes trabajando en catering. Eso hace que no sea fácil considerarlo como potencial organizable. La única forma fácilmente organizable de esa clase de trabajo es la que está empleada por autoridades públicas, razón por la cual estas autoridades son vulnerables. El tercero y el más importante de estos cambios es la creciente ruptura producida por un nuevo criterio de clase, en concreto, aprobar exámenes en colegios y universidades como un billete de acceso para el empleo. Esto puedes llamarlo meritocracia pero está institucionalizada y mediatizada por los sistemas educativos. Lo que ha hecho es desviar la conciencia de clase desde la oposición a los empleadores a la oposición a juniors de una u otra clase, intelectuales, élites liberales o aventureros. Estados Unidos es un típico ejemplo, pero, si miras a la prensa británica, verás que no está ausente en el Reino Unido. El hecho de que, cada vez más, obtener un doctorado o al menos ser un posgraduado también te da una oportunidad mejor para conseguir millones complica la situación.
¿Puede haber nuevos agentes?

Ya no en términos de una sola clase pero entonces, desde mi punto de vista, nunca lo pudo ser. Hay una política de coaliciones progresista, incluso de alianzas permanentes como las de, por ejemplo, la clase media que lee The Guardian y los intelectuales, la gente con niveles educativos altos, que en todo el mundo tiende a estar más a la izquierda que los otros, y la masa de pobres e ignorantes. Ambos grupos son esenciales pero quizá sean más difíciles de unificar que antes. Los pobres pueden identificarse con multimillonarios, como en Estados Unidos, diciendo "si tuviera suerte podría convertirme en una estrella pop". Pero no puede decir "si tuviera suerte ganaría el premio Nobel". Esto es un problema para coordinar las políticas de personas que objetivamente podrían estar en el mismo bando... Seguir aquí. Otra entrevista sobre su vida y obra aquí.

miércoles, 8 de julio de 2009

Eric Hobsbawm. Después del siglo XX, un mundo en transición

Después del siglo XX Un mundo en transición

Eric Hobsbawn
Fuente: Letras Libres

Un muy destacado científico ha expresado la opinión de que la raza humana sólo tiene un cincuenta por ciento de posibilidades de sobrevivir al siglo XXI. Ésta es en cierto sentido una afirmación extrema; pero muy pocos disentiríamos de la idea de que nuestra especie y nuestro globo enfrentan ahora peligros sin precedentes para la presente centuria, aunque sólo sea por el extraordinario impacto que la tecnología y la economía humanas ejercen sobre el medio ambiente. A este ensayo mío no le conciernen tales escenarios apocalípticos: supondré que si la humanidad sobrevivió al siglo XX, igualmente lo hará en el siglo XXI.

El mundo de principios del siglo XXI se caracteriza por tres sucesos principales:

• Las enormes fuerzas que aceleran la velocidad de nuestra capacidad de producción y que, al hacerlo, cambian la faz del mundo. Esto es así y así continuará.

• Un proceso de globalización acelerado por la revolución en el transporte y las comunicaciones, nos indica que: a) sus efectos mayores corresponden directa o indirectamente a la globalización económica; aunque b) se presenta en todos los campos excepto en los del poder político y la cultura, en la medida en que dependen del idioma.

• El reciente pero rápido cambio en la distribución de la riqueza, el poder y la cultura, de un patrón establecido que duró de 1750 a 1970 a uno todavía indeterminado.

(Si deseas continuar leyendo el artículo, clik en el titular, y para leer su interesante artículo donde expone su opinión sobre las luchas, en Barcelona, entre las fuerzas leales al ejercito legal republicano en la Guerra Civil española aquí)

martes, 14 de abril de 2009

Eric Hobsbawm. ¿Qué viene a continuación? El socialismo fracasó; ahora, el capitalismo está en quiebra

Eric Hobsbawm
The Guardian (10 de abril)

(Traducido del inglés por S. Seguí)
Sea cual sea el logotipo ideológico que adoptemos, el desplazamiento del mercado libre a la acción pública debe ser mayor de lo que los políticos imaginan.
El siglo XX ha quedado ya atrás, pero aún no hemos aprendido a vivir en el XXI, o al menos a pensarlo de un modo apropiado. No debería ser tan difícil como parece, dado que la idea básica que dominó la economía y la política en el siglo pasado ha desaparecido, claramente, por el sumidero de la historia. Lo que teníamos era un modo de pensar las modernas economías industriales –en realidad todas las economías–, en términos de dos opuestos mutuamente excluyentes: capitalismo o socialismo.
Hemos vivido dos intentos prácticos de realizar ambos sistemas en su forma pura: por una parte, las economías de planificación estatal, centralizadas, de tipo soviético; por otra, la economía capitalista de libre mercado exenta de toda restricción y control. Las primeras se vinieron abajo en la década de los 80, y con ellas los sistemas políticos comunistas europeos; la segunda se está descomponiendo ante nuestros ojos en la mayor crisis del capitalismo global desde la década de 1930. En algunos aspectos es una crisis de mayor envergadura que aquélla, en la medida en que la globalización de la economía no estaba entonces tan desarrollada como hoy y la crisis no afectó a la economía planificada de la Unión Soviética. Todavía no conocemos la gravedad y la duración de la actual crisis, pero sin duda va a marcar el final de la clase de capitalismo de libre mercado que se impuso en el mundo y sus gobiernos en una época que dio inicio con Margaret Thatcher y Ronald Reagan... continua leyendo con clik en el título,
Sitio del original, en inglés:
http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2009/apr/10/financial-crisis-capitalism-socialism-alternative