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viernes, 2 de febrero de 2024

Stalingrado

 



Hace 81 años finalizó la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada de la historia, la suma total de víctimas mortales por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de feroces e ininterrumpidos combates, culminó con la victoria del Ejército Soviético sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, comandado por el General Paulus, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.

La derrota de Stalingrado fue una catástrofe militar para los alemanes, cuyas tropas no pararían de retroceder hasta rendirse en Berlín ante el Mariscal Zhúkov, dos años y cuatro meses después. La Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial, marcó el inicio de la victoria de los Aliados en dicha guerra, sentó las bases para la expulsión del territorio de la URSS de todos los invasores, resquebrajó los pactos y alianzas nazis y generó esperanzas de victoria en los pueblos que luchaban contra el nazi-fascismo.

El 18 de diciembre de 1940, Hitler firmó la orden para desarrollar el conjunto de medidas políticas, económicas y militares, conocidas como “Plan Barbarrosa”. En el se contemplaba la destrucción de la Unión Soviética en tres o cuatro meses. El alto mando alemán estaba tan seguro de su éxito que, luego del cumplimiento del plan, planificaba la toma, a través del Cáucaso, de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas esperaban encontrarse con las japonesas. Esperaban también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y EEUU, con lo que lograrían el dominio del mundo.

A finales de abril de 1941, la dirección política y militar de Alemania estableció la fecha definitiva para el ataque a la URSS: el domingo 22 de junio de ese mismo año, a las cuatro en punto de la madrugada. Ese día, la Wehrmacht se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión.

El 3 de julio de 1941, Stalin se dirigió al pueblo soviético en un discurso, célebre porque, pese a no ocultar la gravedad de la situación en frente, sus palabras imbuían en el pueblo soviético la seguridad en la futura victoria. En su discurso dijo: “Nuestras tropas luchan heroicamente, a pesar de las grandes dificultades, contra un enemigo superiormente armado con tanques y aviones. (…) El propósito de la guerra popular consiste no sólo en destruir la amenaza que pesa sobre la Unión Soviética sino también en ayudar a todos aquellos pueblos de Europa que se encuentran bajo el yugo alemán. (…) Camaradas, nuestras fuerzas son poderosas. El insolente enemigo se dará pronto cuenta de ello. (…) ¡Hombres del Ejército Rojo, de la Armada Roja, oficiales y trabajadores políticos, luchadores guerrilleros! ¡Camaradas! ¡Los pueblos de Europa esclavizados os miran como libertadores! ¡Sed dignos de tan alta misión! La guerra en la que estáis luchando es una contienda libertadora, una guerra justa. Ojalá, os inspiren en esta lucha los espíritus de nuestros grandes antepasados. (…) ¡Adelante, hacia la Victoria!” Se necesitó del colosal esfuerzo del pueblo soviético para revertir la grave situación y vencer.

La primera victoria soviética se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú. Sobre esta batalla, el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.

La siguiente victoria se dio en Stalingrado. Cuando el General Vasili Chuikov llegó a hacerse cargo de la comandancia del 62º Ejército que en esa Batalla enfrentó al Sexto Ejército Alemán, fuerza élite que había conquistado Europa continental, el Mariscal Yeriómenko le preguntó: “¿Camarada, cuál es el objetivo de su misión?” Su respuesta fue: “Defender la ciudad o morir en el intento”. Yeriómenko tuvo la certeza de que Chuikov había entendido perfectamente lo que le exigían.

Según Chuikov, “por todas las leyes de las ciencias militares, los alemanes debieron ganar la batalla de Stalingrado y, sin embargo, la perdieron. Es que nosotros creíamos en la victoria. Esa fe nos permitió vencer y evitó que fuésemos derrotados”. Comprendía cabalmente que Alemania ganaba la guerra si triunfaba en Stalingrado.

Comenzó con menos de 20.000 hombres y 60 tanques, pese a ello fortificó las defensas en los lugares donde era posible contener al enemigo, especialmente, en la colina de Mamáyev Kurgán; además, estimuló el uso de francotiradores, uno de ellos, el famoso Vasili Záitsev. Chuikov seguía la doctrina del conde Suvorov: “Sorprender al contrincante significa vencerlo”. Por eso, luchaba en las condiciones que los alemanes detestaban, ello le permitió derrotarlos.

Sobre la Batalla de Stalingrado, el General alemán, Dorr, escribió: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller. (…) Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue quien ideó esa forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedan el radio de acción de un lanzador de granadas.

Después de tres meses de sangrientos combates, los alemanes habían capturado el 90% de la ciudad y dividido a las fuerzas soviéticas en tres bolsas estrechas. Gracias a la moral combativa de los defensores de Stalingrado, los alemanes lograron avanzar apenas medio kilómetro en doce días de la ofensiva de octubre del 1942. El 11 de noviembre, y por última vez, los alemanes atacaron en Stalingrado, intentaron llegar al río Volga en un frente de cinco kilómetros; el ataque fracasó porque los rusos defendieron cada metro de su tierra.

Stalin, en el discurso del 7 de noviembre, anunció que “pronto llegará la fiesta a nuestro barrio”; en efecto, el 19 de noviembre de 1942 se dio inicio a la operación Urano, ofensiva soviética que fue preparada en el mayor de los secretos, por lo que para los alemanes fue inesperada, el lugar adonde convergían las tenazas del ataque era la estratégica aldea Kalach y su puente. El pueblo soviético exclamó con todo júbilo: “¡Comenzó!” Al cuarto día, el 23 de noviembre, 330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud. El ultimátum enviado al General Paulus por el Mariscal Rokossovsky fue rechazado.

El 30 de enero, Hitler ascendió al General Paulus al rango de Mariscal de Campo. En realidad, el acenso era una orden de suicidio, pues en la historia de las guerras no hubo un sólo caso en que un mariscal de campo hubiera sido prisionero. Pero Paulus no tenía la intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a varios generales, y prohibió hacerlo a sus oficiales, que debían compartir la suerte de sus soldados.

La resistencia alemana en Stalingrado cesó el 2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron todos los intentos por romper el cerco. El Ejército Soviético capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg. Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de Investigación Histórica Militar de la República Democrática Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.

La Wehrmacht perdió en la batalla de Stalingrado más de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. En Memorias de un Soldado, el General Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”.

La casi totalidad del material militar que se empleó en Stalingrado fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la URSS habían trasladado desde las zonas centrales de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.

Una historia épica de esta batalla es la de la Casa de Pávlov. Los alemanes fueron incapaces de apropiarse de este fortín, defendido por una docena de aguerridos soldados rusos. Los hombres de Yákov Pávlov, suboficial que tomó el edificio y comandó su defensa, eliminaron más soldados del enemigo que los soldados alemanes que murieron durante la liberación de París.

¡Gloria eterna al heroico pueblo soviético que libró al mundo del nazi-fascismo!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

viernes, 28 de septiembre de 2018

El fascismo siempre llama dos veces

Hemos conocido por la prensa la reciente reunión entre Matteo Salvini y Steve Bannon, exestratega jefe de Donald Trump y líder de la fundación The Movement, una organización cuyos principios recuerdan al ultraderechista Tea Party de Sarah Palin. Bannon ha desembarcado en Europa, donde partidos populistas, antiestablishment y antiinmigrantes gobiernan en Polonia, Italia y Hungría, para dar cobertura ideológica a la pujante extrema derecha y promover su expansión y coordinación en el continente, sobre todo de cara a las elecciones europeas de 2019. Bannon ha sugerido que las próximas elecciones europeas podrían abrir el camino para que los movimientos populistas y racistas europeos luchen contra el eje moderado en política migratoria que representan la canciller Angela Merkel y los presidentes Emmanuel Macron y Pedro Sánchez. El objetivo es construir una mayoría política en un Parlamento Europeo dominado por fuerzas euroescépticas y reaccionarias. Esta ronda de reuniones sigue a las recientes conversaciones mantenidas con el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, con quien Salvini comparte una férrea política antiinmigratoria. ¿Está en marcha la salvinización de Europa?

Frente a ello, Dimitris Papadimoulis, vicepresidente del Parlamento Europeo y líder de Syriza, apostaba en una entrevista del pasado 10 de septiembre concedida a EURACTIV por crear una alianza pro Unión Europea que incluya a centristas y liberales, por lo que probablemente la política (anti)migratoria de la Unión Europea de los próximos tiempos oscilará entre la postura más “moderada” del eje Alemania-Francia-España (creación de “centros cerrados de desembarco” o “campos controlados”) y la postura radical de Lepens, Berlusconis, Sarkozys, Salvinis, Farages, Orbans y demás.

Sin embargo, Europa no debe tener tanto miedo de Bannon como de sí misma. El racismo y el supremacismo eurocéntricos no son el resultado de un accidente no deseado, sino parte intrínseca del proyecto moderno de dominación europea del mundo. Lo explica de manera clara Boaventura de Sousa cuando afirma que el pensamiento occidental moderno es en buena medida un “pensamiento abisal”, una manera arrogante y autoritaria de ordenar y clasificar el mundo que crea distinciones radicales entre lo civilizado y lo salvaje, entre quienes son completamente humanos y quienes son considerados menos que humanos. Se trata de distinciones racializadas, sexualizadas, de clase social, edad, religión o cualquier otra condición que consagran jerarquías de humanidad.

Precisamente esta ideología abisal, que detesta lo diverso e impone lo propio, es la que históricamente ha servido (y sirve) de base para legitimar la autoridad de formas de dominación imperantes en el mundo, como el supremacismo blanco, el clasismo, el sexismo y la homofobia. Locke, que en 1669 redactó las Constituciones de Carolina, estaba implicado en el negocio del tráfico de esclavos a través de la Royal África Company, y además su filosofía política acabó legitimando el genocidio indígena por parte de los colonos ingleses, que consideraron justificado su afán desmedido de apropiación. Kant, cuya ética universalista del deber nos legó sentencias cargadas de humanidad (“el ser humano, considerado como persona, no puede valorarse solo como medio para fines ajenos, sino como fin en sí mismo”, escribió el filósofo), recomendaba tratar a golpes a los negros de África. Los mismos negros a los que en sus lecciones de historia universal Hegel privó de conciencia histórica y los mismos sobre los que Nicolas Sarkozy, en su célebre discurso en la Universidad de Dakar, y haciendo gala, sin saberlo, de un hegelianismo estremecedor, afirmó que estos todavía no habían entrado en la historia. Salvini, menos dado a sofisticaciones intelectuales, se atrevió a llamar directamente “carne humana” a los migrantes rescatados en el mar. En Dinamarca, el nacionalismo islamófobo está creciendo. El Gobierno de Lokke Rasmussen prepara un paquete de medidas legislativas que parecen inspirarse en las leyes de Jim Crow. La nueva legislación decreta que veinticinco barrios de renta baja, en los que se concentran migrantes predominantemente musulmanes, se considerarán “guetos”, palabra que evoca los guetos judíos de la Polonia ocupada por los nazis, y que ahora el Gobierno danés pretende normalizar. Ya sabemos cómo funciona la lógica del fascismo: se señala a un enemigo que representa la necesidad de defenderse de aquello que lo amenaza, después se cercan barrios, se invierte en alambradas y muros, se construyen blindajes que indican que el entorno ha dejado de ser seguro. Y así nos vamos volviendo seres cada vez más inmunitarios, defensivos y ensimismados. El caso danés es solo un ejemplo de ese pensamiento abisal trasladado al corazón de los barrios y las ciudades de Europa.

No menos preocupante es el avance de estas fuerzas fascistoides entre la clase media blanca trabajadora, sostén histórico de la socialdemocracia y el sindicalismo, así como la complicidad con el discurso xenófobo y racista de cierto sector de la izquierda europea. En Alemania, la copresidenta del grupo parlamentario de Die Linke, Sahra Wagenknecht, no ha dudado en apropiarse de parte del discurso antiinmigración de la formación ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). ¿Es esta la estrategia necesaria de las izquierdas para ganarse a los votantes de clase trabajadora? Lo dudo.

El consenso antifascista que sirvió para construir Europa tras la Segunda Guerra Mundial está seriamente resquebrajado. La política europea de austeridad, precariedad, xenofobia y asfixia democrática intensificada durante la crisis financiera ha creado este caldo de cultivo tóxico. Los partidos tradicionales y sus líderes no han sabido ofrecer soluciones más allá del neoliberalismo, con su ideología de libre mercado destructora del Estado de bienestar. Vivimos un momento de peligro: de crisis profunda de la socialdemocracia, de grandes alianzas entre socialdemócratas y liberales, de fascismo renaciente de la extrema derecha, de dispersión (e incluso absorción por el sistema, como los casos del Gobierno de Tsipras en Grecia y del Movimiento Cinco Estrellas en Italia) de las energías democráticas que hace unos años tomaron las calles y las plazas.

Parece que el Parlamento Europeo comienza a reaccionar, como lo pone de manifiesto la apertura de una especie de expediente disciplinario a Hungría para evaluar la posibilidad de suspender su derecho a voto en el Consejo de la Unión Europea. Es una medida insuficiente y llega demasiado tarde. El fascismo siempre llama dos veces. Mientras bate de nuevo la puerta, habrá que aprender de Pasolini cuando en 1962 reflexionaba sobre la creciente adhesión de las nuevas generaciones a las ideas de la extrema derecha: “No es necesario ser fuerte para enfrentarse al fascismo en sus formas locas y ridículas; hace falta ser muy fuerte para enfrentar el fascismo como normalidad, como codificación, diría alegre, mundana, socialmente elegida, del fondo brutalmente egoísta de una sociedad”.

Fuente:

https://blogs.publico.es/dominiopublico/26466/el-fascismo-siempre-llama-dos-veces/

viernes, 27 de diciembre de 2013

Alan Turing. Una hazaña bélica entre números. El descifrado de los códigos nazis fue vital para ganar la II Guerra Mundial

Alan Turing y un puñado de científicos,
que podrían estar sacados de la serie The big bang theory, reunidos en Betchely Park, un conjunto de edificios en torno a una mansión histórica situado en la campiña de las afueras de Londres, fueron fundamentales para ganar la II Guerra Mundial. Alguna de las técnicas que utilizaron para descifrar los códigos de la máquina Enigma, que los nazis usaban para las comunicaciones cifradas con sus submarinos en el Atlántico Norte, se han mantenido secretas hasta tiempos muy recientes. Conocer las intenciones de los submarinos alemanes era crucial para lograr la victoria porque, con Europa ocupada los nazis casi en su totalidad, los suministros llegaban desde América. Alan Turing, rehabilitado este martes por el Reino Unido tras haber sido condenado por homosexual hace 60 años, fue fundamental en este proceso.

La historia ficción es una ciencia tan entretenida como absurda.
Es imposible prever qué hubiese ocurrido si no se llega a romper el código nazi. Harry Hinsley, un veterano de Betchley Park y el historiador oficial de los servicios de inteligencia británicos, relató a la BBC que la II Guerra Mundial se hubiese prologado durante dos años más y que, incluso, su resultado hubiese sido incierto. Antony Beevor, uno de los grandes historiadores del conflicto, en cambio, relató en una entrevista con este diario con motivo de la publicación de su monumental La segunda Guerra Mundial (Editorial Pasado y Presente), que Bletchley Park no fue tan importante en el gigantesco conflicto. “Jugó un papel crucial en la Batalla del Atlántico, pero su influencia en otros aspectos de la guerra ha sido muchas veces exagerada”, aseguró. “Las innovaciones tecnológicas en general sí jugaron un papel fundamental en la victoria de los aliados. Los británicos eran muy buenos en algunos aspectos —el radar, el primer ordenador utilizado para los análisis criptográficos—, pero los estadounidenses mostraron una inventiva enorme.

Aprendieron y se adaptaron muy rápidamente.
Por ejemplo, comenzaron el conflicto con aviones muy anticuados con respecto a los Zero japoneses, pero rápidamente los mejoraron y fueron capaces de producir, uno tras otro, aparatos muy sofisticados”. La gigantesca injusticia cometida con Turing no fue la única de la inteligencia de la II Guerra Mundial. En el Pacífico, los estadounidenses utilizaron un código para sus comunicaciones tan sencillo como indescifrable: el idioma de los indios navajo, los famosos Code Talkers. En parte porque el código nunca fue descifrado —se utilizó también en la Guerra de Corea entre 1950 y 1953—, pero, sobre todo, porque eran indios su papel en el conflicto continuó siendo secreto y, por lo tanto ignorado durante décadas. Solo recibieron la medalla del honor del Congreso el pasado 20 de noviembre. Un poco antes que le llegó el perdón a Turing.

Fuente: El País.

viernes, 26 de julio de 2013

Nadia Popova, pesadilla aérea de los soldados alemanes

La soviética participó en la II Guerra Mundial como piloto de bombardero nocturno.

Los soldados alemanes las denominaban nachthexen, “brujas de la noche”, y a sus avioncitos, los biplanos de instrucción Polikarpov PO-2, cuyos motores producían un característico petardeo, “máquinas de coser”. No había ni pizca de condescendencia en ello: las tropas de Hitler habían aprendido a temer a las aviadoras rusas del 588º regimiento de bombardeo nocturno desde el verano de 1942, cuando hicieron su aparición en los cielos de la URSS invadida por los nazis. Era una pesadilla para los soldados el que los bombardearan en medio de la noche. Las jóvenes pilotos volaban casi a ojo, sin radio, carecían de ametralladoras y de paracaídas. Nadia Popova, Héroe de la Unión Soviética, que falleció el 8 de julio a los 91 años, fue una de aquellas chicas valientes y una de las más famosas y condecoradas.

Popova, hija de ferroviario, creció en Donetsk, en Ucrania, y decidió ser aviadora al ver un aeroplano aterrizar cerca de su casa. Aprendió a volar en los clubes paramilitares de planeadores, los Osoaviakhim, y corrió a alistarse al oír que pedían voluntarias para la fuerza aérea cuando estalló la guerra. La llamada a las chicas la hizo la legendaria Marina Raskova, que no les ocultó que no solo tenían muchas probabilidades de morir sino que lo harían —y lo hicieron— de una forma especialmente horrible. “Puede que os queméis de manera que ni vuestra madre os reconocerá”. Ni Popova, que se enroló con 19 años, ni sus compañeras dudaron. Eran la mayoría muy jovencitas. A Larissa Rasanova, una de las compañeras de Popova, su madre le tuvo que decir que no se llevara a la guerra su muñeca.

La peripecia de las pilotos rusas de la II Guerra Mundial es una de las páginas más emocionantes y conmovedoras de la historia de la aviación. Fueron las únicas mujeres que volaron en misiones de combate durante la contienda. La fuerza aérea soviética, diezmada durante los primeros compases de la Operación Barbarroja, reclutó tres regimientos enteros compuestos solo por mujeres, no solo las aviadoras sino todo el personal de tierra. Popova, una de las miles que se alistaron, fue seleccionada para el bombardeo nocturno, la misión menos glamurosa, pues todas querían ser pilotos de caza, como Lily Litvak, la Rosa de Stalingrado. Pero las “brujas de la noche” se ganaron el respeto de todos. Entre sus tácticas casi suicidas estaba el atacar en parejas: el primer aparato concentraba el fuego del enemigo y así el segundo podía penetrar las defensas, a menudo planeando en silencio con el motor parado. En 1943, las chicas del 588º alcanzaron como premio a su coraje el supremo honor militar de que su unidad fuera renombrada como Regimiento de Guardias, el 46º, una denominación que las integraba entre la élite del Ejército Rojo. Popova, cuyo hermano murió en el frente y cuyo hogar fue envilecido por los nazis al convertirlo en cuartel de la Gestapo, recordaba aquella ocasión de fiesta, orgullo y vodka con lágrimas en los ojos.

Desde el principio, las aviadoras se juramentaron para luchar —y morir— igual que los hombres, como se les exigía, pero sin dejar de ser mujeres. Trataron en lo posible de feminizar sus ropas de vuelo o mantener largos sus cabellos.

Popova, que nunca despegaba sin su talismán, un pequeño broche en forma de escarabajo, aunque tenían prohibido portar joyas, voló en 852 misiones durante la guerra y fue abatida u obligada a aterrizar varias veces. Una vez contó 42 agujeros de bala en su avión.

En agosto de 1942 la derribaron en el sur del Cáucaso y se unió a una columna de soldados y refugiados en retirada. En esa situación conoció al piloto Simon Harlamov, que viajaba herido con el grupo. Esa primera vez no le pudo ver la cara, que el aviador llevaba vendada, y sin embargo se enamoró de él. El día que acabó la guerra, Simon fue a buscarla a su aeródromo cerca de Berlín y juntos visitaron la ciudad, dejando sus nombres de enamorados en las humeantes ruinas del Reichstag. Harlamov y Popova se casaron y permanecieron juntos hasta la muerte del primero en 1990.
Fuente: Jacinto Antón. El País.

martes, 19 de marzo de 2013

A 70 años de la victoria soviética en Stalingrado.

El 2 de febrero pasado se conmemoró el 70 aniversario de la victoria soviética en Stalingrado, considerada la batalla más cruenta en la historia de la humanidad, y el principio del fin del fascismo alemán, hasta la toma de Berlín por el Ejército Rojo en mayo de 1945.

Como ya es natural en esta época neoliberal, no hubo mención alguna de esta efeméride trascendente en los grandes medios de comunicación controlados por el gran capital, cuya amnesia y tergiversación históricas han pretendido ignorar el papel decisivo de la Unión Soviética en la derrota de Alemania, y ocultar la responsabilidad de las grandes potencias capitalistas en el estallido y el desarrollo peculiar del conflicto armado.

La Segunda Guerra Mundial no sólo se origina por los afanes de los fascistas alemanes, italianos y japoneses de imponer un nuevo reparto del mundo; también los imperialistas ingleses, franceses y estadunidenses coadyuvaron a desencadenar la tragedia más terrible que registra la historia y que causó la muerte de más de 60 millones de personas, en su mayoría civiles.

Los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos estimularon y permitieron el rearme de Alemania; solaparon el crecimiento vertiginoso de sus fuerzas armadas, e invocaron una pretendida neutralidad frente a las agresiones fascistas a Etiopía en 1935, a la República Española en 1936, a Austria y Checoslovaquia en 1938 y a Polonia en 1939.

Los mexicanos sentimos con especial dolor el crimen que los fascistas cometieron contra la República Española y recordamos el Comité de No Intervención que los gobiernos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos crearon para encubrir su complicidad en el mismo. Aquí, Alemania y sus aliados pusieron a prueba sus nuevas armas y sus métodos de exterminio masivo. La experiencia española se constituyó en la advertencia de lo que sería el orden fascista en Europa, mientras el indoblegable espíritu de lucha de los pueblos de España y la fraterna solidaridad combativa de los internacionalistas provenientes de todos los rincones de la Tierra alertaron a los fascistas sobre lo que sería la resistencia contra su predominio militar, que finalmente fue contenido a las orillas del Volga en ese crudo invierno de 1943.

¿Qué pretendían los gobiernos de Estados Unidos, Francia e Inglaterra con esta velada complicidad con la Alemania nazi de la preguerra? Se buscaba dirigir la maquinaria bélica alemana hacia el este, hacia la Unión Soviética. Se intentaba realizar lo que no fue posible en los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917, cuando las potencias imperialistas asediaron a la joven república de los soviets. Asimismo, el anticomunismo y antisovietismo estuvieron presentes a lo largo de toda la contienda armada y fueron el factor subyacente en la singular conducción de las operaciones militares por parte de los aliados occidentales de la coalición antihitleriana.

El retraso en la apertura del segundo frente hasta el año de 1944, cuando ya el curso del conflicto se había decidido en el frente soviético, y la sistemática política de las acciones militares pequeñas, tenían por objeto lograr el desgate y la debacle de la URSS.

Es también significativa la traición nacional de la mayoría de los gobiernos capitalistas de Europa ante la ocupación fascista de sus países. El mariscal Philippe Petain, el colaboracionista jefe de gobierno que entrega Francia a los alemanes, representa cabalmente la política seguida por la mayoría de los gobiernos, que uno a uno fueron sometiéndose dócilmente a los nazis y desempeñando un importante papel en la represión genocida de sus propios pueblos.

Por el contrario, durante el inicio y el desarrollo de la ocupación, sectores importantes de las clases trabajadoras conforman los grupos de maquis y resistentes de la lucha antifascista. La participación activa de los pueblos en la resistencia patriótica nacional y el peso descollante de la Unión Soviética en la contienda van cambiando la naturaleza misma de la guerra: de imperialista se trasforma en una guerra popular antifascista, justa y necesaria hasta la capitulación de las potencias del Eje.

Del estudio de las luchas antifascistas en Europa se desprende una verdad histórica también convenientemente olvidada: la presencia sobresaliente de los comunistas en los destacamentos de partisanos y en las células urbanas de la resistencia, efectuando diversas labores político-militares contra los ocupantes alemanes y manteniendo viva la identidad y dignidad nacionales frente a la dominación extranjera.

Asimismo, muchos comunistas integraron ese otro ejército de combatientes anónimos que efectuaban inapreciables trabajos de inteligencia en las mismas filas del enemigo; esos cientos de hombres y mujeres que sin ser espías profesionales, les tocó luchar en este singular frente interno, y fueron en su mayoría brutalmente asesinados por la Gestapo.

La excelente obra de Gilles Perrault, La Orquesta Roja, la red de información más importante y eficaz durante la Segunda Guerra Mundial, da cuenta de esta trágica épica de modestos y valerosos revolucionarios antifascistas.

La dictadura mediática televisiva y la industria cinematográfica estadunidense han propalado la especie de que los ejércitos conjuntos británico-estadunidenses fueron la fuerza militar que derrotó a Alemania. La acción bélica que se inicia con el desembarco aliado en Normandía aparece como el acontecimiento más importante de la Segunda Guerra Mundial, intentando con estas manipulaciones ignorar la contribución soviética, al precio de más de 20 millones de muertos.

La verdad es que las fuerzas armadas de la URSS enfrentaron a lo largo de la conflagración al grueso del aparato castrense nazifascista, y después de las victorias de Moscú, Stalingrado, Kursk y Leningrado es posible afirmar que Alemania estaba estratégicamente vencida.

Pablo Neruda escribió: Honor a ti por lo que el aire trae/ lo que se ha de cantar y lo cantado/ honor para tus madres y tus hijos/ y tus nietos, Stalingrado.
Ver vídeo aquí.
Gilberto López y Rivas La Jornada.
Programa de tve 2 sobre el 70 aniversario de la batalla aquí (I). y aquí (IV)

viernes, 14 de septiembre de 2012

La II Guerra Mundial todavía esconde secretos.

Durante la investigación de su nuevo libro, una historia global del conflicto que publicará la semana que viene en España la editorial Pasado y Presente, el prestigioso historiador Antony Beevor se topó con una desagradable sorpresa. El Ejército estadounidense y el australiano prefirieron no divulgar una atrocidad japonesa al final del conflicto: el canibalismo y el uso de prisioneros de guerra como “ganado humano”, que eran mantenidos con vida solo para ser asesinados de uno en uno con el objetivo de ser devorados. Esta salvajada formó parte, según los datos recogidos por el escritor británico, de “una estrategia militar sistemática y organizada”.

 “Las autoridades aliadas, comprensiblemente, por temor al horror que esto podría causar en las familias de aquellos que murieron en campos de prisioneros, decidieron ocultar los hechos totalmente”, explica por correo electrónico Beevor, que se encuentra promocionando en Australia su libro, publicado en junio en inglés. “Por ese motivo, el canibalismo no formó parte de los delitos juzgados en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de 1946”...

La II Guerra Mundial es una fuente infinita de historias y horrores y Beevor rescata muchas en este volumen, desde cómo los nacionalistas chinos sobornaron a las tríadas de Hong Kong para evitar matanzas de extranjeros hasta la guerra bacteriológica en Italia. Tras el desembarco aliado, los nazis inundaron grandes extensiones de terreno en Pontino, introdujeron el mosquito anofeles y confiscaron la quinina. Unas 55.000 personas contrajeron la malaria al año siguiente.

Leer más aquí en El País.

lunes, 4 de junio de 2012

Un libro recoge inéditas escuchas secretas a los prisioneros alemanes. Revelan una sorprendente brutalidad gratuita.

Así mataban los soldados de Hitler

“Me lo cargaba todo: autobuses en las calles, trenes de civiles. Teníamos órdenes de machacar las ciudades. Yo disparaba contra todos y cada uno de los ciclistas”. Así se despachaba el suboficial Fischer, piloto derribado de un caza Messerschmitt 109 en mayo de 1942 en una conversación con un colega en un centro de internamiento de prisioneros británico sin saber que estaba siendo oído por sus captores. “Hicimos algo muy bonito con el Heinkel 112”, explicaba otro aviador a un camarada en las mismas circunstancias y en tono jocoso. “Le instalamos un cañón delante. Luego volábamos sobre las calles a baja altura y cuando nos cruzábamos con coches encendíamos las luces y ellos se pensaban que tenían delante otro coche. Y entonces hacíamos fuego con el cañón”. “Reventamos un transporte de niños”, comenta creyéndose en la intimidad el marinero Solm, tripulante de un submarino. “Un transporte infantil… para nosotros fue todo un placer”. “En Italia, a cada lugar al que llegábamos, el teniente escogía al azar 20 hombres”, narra el cabo Sommer del regimiento blindado de granaderos número 29. “Todos para el mercado, se acercaba uno con tres ametralladoras –rrr…¡rum!- y todos tiesos. Así es como se hacía”. Sommer y su interlocutor, Bender, del comando de intervención número 20 de la Marina (una unidad especial de nadadores de combate con fama de duros), ríen a gusto…

Son algunos de los muchos testimonios terribles recogidos por los aliados en el marco de un programa de escuchas secretas sin precedentes que arrojó un material escalofriante sobre la forma de luchar y sobre todo de matar del Ejército alemán en la II Guerra Mundial. Ese conjunto de documentación inédito en buena parte ha sido diseccionado y estudiado ahora por dos investigadores alemanes, Sönke Neitzel, catedrático de historia moderna, y Harald Welter, psicólogo, ambos miembros del instituto de ciencias culturales de Essen, que han recogido su trabajo en el libro Soldaten (2011), recién publicado en España bajo el título
Soldados del Tercer Reich, testimonios de lucha, muerte y crimen (Crítica, 2012).

Reventamos un transporte infantil, para nosotros fue un placer
Durante la II Guerra Mundial, Gran Bretaña y EE UU retuvieron a cerca de un millón de prisioneros alemanes (en las filas de la Wehrmacht combatieron 17 millones de soldados). De ellos varios millares fueron llevados a campos especiales preparados al efecto y sometidos a pormenorizadas escuchas. Cabe imaginar que a algunos de los oyentes les habrá costado mantener la frialdad profesional cuando oían por ejemplo explicar cómo el sargento primero berlinés Müller, tirador de precisión, se cargaba sistemáticamente en Francia a las mujeres que se acercaban con ramos de flores a los soldados liberadores aliados.

El Centro de Interrogación Detallada de los Servicios Combinados (CSDIC) británico levantó 16.960 actas de lo escuchado a escondidas a los soldados alemanes que suman cerca de 50.000 páginas, mientras que los estadounidenses también extrajeron mucho material de 3.298 prisioneros cuidadosamente seleccionados de la Wehrmacht y las Waffen-SS y recluidos en Fort Hunt, Virginia. La diversidad de los espiados es completa, con todos los currículos militares imaginables, desde soldados ordinarios, de tropa corriente, hasta generales. Los miembros de las unidades de combate y particularmente de los submarinos y de la Luftwaffe están especialmente representados.

Los prisioneros hablaban con total libertad entre ellos sin tener ni idea de que estaban siendo escuchados. Para animarlos, se introducía entre los cautivos a agentes, exiliados y prisioneros dispuestos a colaborar. Pero los mejores resultados se consiguieron colocando juntos a prisioneros de rangos similares y de la misma arma. Se pirraban los tíos por contarse unos a otros sus experiencias, sus vivencias de combate y los detalles técnicos de sus útiles de guerra, ya fueran aeroplanos, tanques, submarinos o morteros.

Neitzel se topó con los expedientes en el Archivo Nacional británico
Con las escuchas, los aliados pudieron formarse una idea muy exacta del estado, la moral y la táctica de todos los ámbitos del Ejército alemán así como de detalles técnicos de su armamento. Lo que no imaginaban los servicios secretos es que más de medio siglo después, los historiadores y psicólogos iban a encontrar un filón dorado –o más bien gris pánzer- en esa documentación. Neitzel se topó con los antiguos expedientes en el Archivo Nacional británico. “Había actas y más actas”, dice en el prólogo de su libro. “Quedé absorbido por la lectura de las conversaciones y me sentí transportado de inmediato al mundo interior de la guerra”. Lo que más le sorprendió, dice, “fue la franqueza con la que hablaban de luchar, matar y morir”.

Autores como Joanna Bourke (An intimate history of killing, 1999) o Samuel Hynes (The soldier’s tale, 1997) ya nos habían mostrado qué fácil y hasta placentero puede ser matar para el soldado. Y Wolfram Wette había revelado la culpabilidad homicida y criminal del Ejército regular alemán destripando el mito de una Wehrmacht limpia en contraposición a unas SS que se habrían encargado de las tareas sucias y de perpetrar los asesinatos en la II Guerra mundial (La Wehrmacht, Crítica, 2006). Pero Neitzel y Welter van más allá en su forma de exponer y analizar el impulso violento de los soldados del III Reich.

Probablemente lo más perturbador de las escuchas es constatar que para matar no hacía falta estar especialmente adoctrinado ideológicamente ni embrutecido por la experiencia bélica. En los testimonios se oye a los militares explayarse sobre acciones terriblemente violentas de una gratuidad absoluta, llevadas a cabo en situaciones en las que no estaban sometidos a ningún estrés y cuando no llevaban suficiente tiempo luchando como para haberse librado de la capa de civilización que supuestamente impide cometer actos así. Son ya extremadamente violentos de entrada, sin necesidad de ninguna introducción en la barbarie. Tipos que ni siquiera son especialmente nazis. Es como para perder la fe en el ser humano. “El acto de matar a otros y la violencia extrema pertenecen a la vida cotidiana del narrador y de sus interlocutores”, señala Welter. “No son nada extraordinario y hablan sobre ello durante horas al igual que hablan de aviones, bombas, ciudades, paisajes y mujeres”.

El libro aprovecha el material para diseccionar el ejército alemán
“Para mí, lanzar bombas se ha convertido en una necesidad”, dice un teniente de la Luftwaffe en una de las escuchas. “Emociona de lo lindo, es un sentimiento fantástico. Es tan bonito como cargarse a alguien a tiros”. En otra conversación, un aviador comparte el placer de cazar soldados solitarios desde su aparato “y también gente común”, que “corría como loca en zigzag”. El piloto llevaba solo cuatro días de campaña de Polonia y ya sentía gusto al matar por el simple hecho de hacerlo, con indiferencia de a quién alcanzaba. “Violencia autotélica”, la denominan Neitzel y Welter, matar por matar. Experimentar la sensación de ejercer ese último poder total, y sin castigo. “Esa clase de violencia no requiere de causa ni motivo”.

“Macho, ¡no sabes lo que me llegué a reír”, dice otro aviador que hacía saltar casas por los aires. Y otro: “Abatimos cuatro aviones de pasajeros”. “¿Íban armados?”. “Nones”. El teniente Hans Hartigs, del escuadrón de cazas 26, sobre un vuelo en el sur de Inglaterra: “Nos cargamos a mujeres y niños de cochecitos”. “Los dejamos a todos tiesos, secos. Hombres, mujeres, niños, los sacamos de la cama a todos”, cuenta el cabo paracaidista Büsing de sus acciones en Francia tras la invasión de los aliados. A veces se esgrimen motivos de una irrelevancia atroz: “A un francés le pegué un tiro por detrás. Iba en bicicleta”. “¿Te quería capturar?”. “Ni por asomo. Era que yo quería la bicicleta”.

Es un universal de la guerra el no necesitar motivos para matar
Soldados del Tercer Reich aprovecha el material de las escuchas para realizar una disección extraordinaria del Ejército alemán –desde el sistema de condecoraciones al trato a los prisioneros, la violencia sexual o las Waffen-SS, sin olvidar la participación de las unidades militares regulares en el genocidio judío o la diferencia de moral entre las diferentes armas-. La fe en Hitler –al que los soldados caracterizan con rasgos similares a los de una estrella del pop actual (!), la falta en general de conciencia entre las tropas de que se estuviera llevando a cabo una guerra racial como machacaba la propaganda, la importancia en cambio del grupo y la camaradería, el respeto que se daba a conceptos como el valor, la dureza y la disciplina y ¡al trabajo bien hecho!, o el juicio que se hace en las conversaciones de mandos como Rommel (“valiente, intrépido” pero “sin escrúpulos”), son algunas de las materias que examinan los autores.

Neitzel y Welter, que aportan ejemplos de militares de otras contiendas y sostienen que es un universal de la guerra que el soldado no necesita motivos para matar (“los motivos son indiferentes”, “mata porque es su función”), citan en el capítulo final el elocuente testimonio de un soldado alemán Willy Peter Reese, que cayó en la II Guerra Mundial. “El hecho de que fuéramos soldados bastaba para justificar los crímenes y las depravaciones y bastaba como base de una existencia en el infierno”.

PD.: Estas descripciones son uno más de los ejemplos concretos en que pueden conducir las guerras, los hombres hacen caso omiso de los valores humanitarios y justifican con el pretexto de "la guerra" cualquier crimen y barbaridad.

Es evidente que lo más importante es impedir la guerra y mantener la paz y el diálogo entre los países. A ello se oponen todos los que se benefician de las ventas de armas, el robo y el apoderarse de las riquezas de los países sin importarles los daños, crímenes, muertes y sufrimientos que causen con sus conductas. El hecho de mantener su impunidad alimenta sus comportamientos. La paz con la verdad, la justicia y la reparación necesitan defensores bien informados y tribunales universales, independientes y justos que actúen con rapidez y ejemplaridad.

jueves, 26 de enero de 2012

La segunda última oportunidad para juzgar a los cómplices del Holocausto

La principal organización que busca nazis cree que sólo le quedan cinco años antes de que prácticamente todos hayan desaparecido.
“Creo que dentro de cinco años ya no se podrá juzgar a nadie”. Con el realismo que da saber que el tiempo es inexorable, Efraim Zuroff director del Centro Simon Wiesenthal en Jerusalén apunta la fecha en que podrá darse por concluido el que tal vez sea el mayor esfuerzo realizado nunca, por amplitud y duración, para tratar de llevara ante la justicia a quienes cometieron un crimen concreto contra la humanidad. Los hombres y mujeres que, amparados y espoleados por el régimen nazi, participaron en el asesinato de seis millones de judíos. Un crimen que marcó el siglo XX y que hoy se conmemora en todo el mundo en el Día de la Memoria del Holocausto.
Al final ha sido el tiempo el mejor aliado de miles de cómplices del Holocausto y la lucha por localizar a los culpables se ha convertido en una carrera contra el reloj. Hace poco más de un mes, el Centro Simon Wiesenthal lanzó la Operación Última Oportunidad II, una especie de tiempo de descuento en búsqueda de la justicia. El último minuto —la Operación Última Oportunidad— comenzó en 2002. “Recibimos más de 4.000 llamadas fiables”, explica Zuroff, quien subraya que “no valía con llamar y decir ‘tengo un vecino de unos 90 años con acento alemán que podría haber estado implicado”. Las informaciones eran filtradas y contrastadas. “Cada llamada tenía que pasar un triple filtro: la información debía ser fiable, el sospechoso tenía que estar en condiciones físicas y mentales de ser sometido a juicio y además no debía haber sido procesado antes por los mismos hechos”, explica.
Los resultados fueron sorprendentes. En nueve años, fueron localizados casi 600 sospechosos firmes, de los cuales, tras reunir pruebas, un centenar fue acusado ante las autoridades de los países en los que residían. “La verdad es que tuvimos mucha colaboración de las autoridades locales por ejemplo en Italia, Alemania, Francia o EE UU”.
Pero desde el fin de la II Guerra Mundial uno de los mayores problemas para jueces y fiscales ha sido probar que los acusados por el Holocausto estaban directamente implicados en los crímenes. Hay multitud de ejemplos, como el de Erich Lachman, un albañil reconvertido en guardián del campo de concentración de Sobibor (en Polonia) acusado de colaborar en la muerte de 150.000 judíos, pero absuelto por falta de pruebas. “Eso cambió completamente con el caso Demjanjuk”, indica Zuroff. En mayo de 2011, Ivan Demjanjuk, quien entre marzo y septiembre de 1943 ejerció como guardián voluntario del campo de Sobibor fue condenado en Múnich a cinco años de cárcel, pese a no haberse probado su relación directa con un crimen concreto. Para el tribunal bastó la pertenencia a los grupos de guardianes de un lugar donde la muerte era algo rutinario. Allí murieron exterminados 250.000 judíos. “Esta sentencia cambia todo”, recalca Zuroff en cuya opinión todavía quedan docenas de casos que pueden ser llevados ante los tribunales, especialmente de Alemania. El caso Demjanjuk ha supuesto esa prórroga añadida en la búsqueda de culpables a la que Simon Wiesenthal, superviviente de Mauthausen, dedicó su vida.
¿Y después de esos cinco años? “Ya nos estamos dedicando a otras actividades sobre todo combatir el antisemitismo desde la educación”, afirma Zuroff, que añade. “Diría que estamos pasando de las aulas del juzgado a las aulas de la escuela”.

martes, 1 de septiembre de 2009

Los costes humanos de la II Guerra Mundial. Josep Fontana

Hoy se celebra el 70 aniversario del inicio de la II G. M.
Se nos suele ofrecer una visión de la II Guerra Mundial que se compone sobre todo de escenas de batallas terrestres y navales, Stalingrado, El Alamein, Normandía, Midway, protagonizadas por tanques, aviones, acorazados o submarinos. Pero si tomamos en cuenta lo que la guerra significó en términos de su coste en vidas humanas, que se cifra en torno a los 70 millones, su historia se transforma por completo .
Lo primero que sorprende es descubrir que la supuesta contienda mundial fue, sobre todo, una guerra entre alemanes y rusos: de los 20 millones de militares muertos, 16 eran de los ejércitos soviético y alemán, mientras que las de los ejércitos de Francia, Reino Unido y EEUU, sumadas, pasan muy poco de un millón.
Más importante aún es percatarse de que una de las características que distinguen esta guerra de las que se produjeron anteriormente en la Historia es el hecho de que hubo muchas más muertes civiles que militares: por lo menos dos de cada tres de los fallecidos en la guerra fueron hombres, mujeres y niños asesinados al margen de cualquier proceso legal, aniquilados en campos de internamiento o de trabajo, o víctimas del hambre causada por la contienda. (de Público) (Seguir la lectura aquí)(en Le Monde)(ici)(BBC)(NYT)

jueves, 25 de junio de 2009

El mal estaba en todas partes

Que “el mal estaba en todas partes” e incluso que aún está, ya lo sabíamos o mejor lo sospechábamos algunos.


Sí, es verdad que entre tanta propaganda se nos hacía algo difícil conocer la verdad y, sobre todo, la mayor parte de la verdad, si no “toda la verdad”. La cantidad de películas que llevamos con personajes no ya “malos” sino necios, idiotas al lado de los “listos y buenos” confundían al más despierto. Pero con la extensión de los viajes y las facilidades para visitar Europa, algunos habíamos viajado a Alemania. Y empezamos a ver ciudades como Hamburgo y visitamos su museo municipal, o Berlín, o Munich y su museo de la Ciencia, donde se ven fotos del estado en que quedó la ciudad o Leipzig o Dresde donde nos encontramos la destrucción aún, en parte, sin reconstruir. Y nos hicimos preguntas sobre la necesidad y la "bondad" de bombardear ciudades con fósforo, y sobre la suerte de aquellos ciudadanos, en su mayoría niños, mujeres y mayores, pues los jóvenes y hombres de mediana edad estaban en el frente. Eran muchas preguntas,... y no podíamos hacerla en voz alta para que no nos confundiesen con pronazis, nada más alejado de la realidad. Aceptada la maldad del régimen dictatorial nazi, ¿eran culpables todos los alemanes? En este todo, también se incluían a los viejos, mujeres, ¿y los niños? Era evidente que había cosas que no cuadraban... Ahora, en una reciente publicación, Nicholson Baker, muestra en “Humo humano” cómo la pulsión destructiva de la II Guerra Mundial no era sólo de un bando - El autor rinde homenaje al pacifismo. No obstante, parece que no acaba de dar en el hueso duro del fenómeno del fascismo europeo; por qué surgió, quienes lo fomentaron y lo sostuvieron y, sobre todo, para qué y por qué. Esos que lo apoyaron, ¿fueron juzgados? Tanto sufrimiento, tanta destrucción y crimen ¿para nada? ¿seguimos igual?. Me refiero a que los que lo trajeron, siguen ahí. ¿Recordáis la película "El huevo de la serpiente"?.

... Es probable que quienes defienden la interpretación de la II Guerra Mundial como una "guerra buena", como una lucha escatológica contra el Mal Absoluto, reprochen a Baker la selección de los textos que ha incluido en su provocador Humo humano. Pero, aun así, esos textos seguirán estando donde están, y obligan, cuando menos, a repensar la relación entre la historia y el tan traído y llevado "trabajo de memoria".
LOS BOMBARDEOS

- Un informe de la RAF, en 1936. "Si nuestros ataques pudieran desmoralizar al pueblo alemán, empleando métodos parecidos a los que prevemos que los alemanes utilizarían contra nosotros, su Gobierno podría verse obligado a desistir (...). Pero es probable que una dictadura militar sea menos susceptible a las protestas populares que un gobierno democrático".

- Capitán Philip Mumford, ex oficial en Irak, en 1937. "¿Qué diferencia hay entre arrojar 500 bebés a una hoguera y arrojar fuego desde un avión sobre 500 bebés?".

- George Bell, obispo de Chichester, en 1941. "Las incursiones nocturnas inglesas sobre suelo alemán habían precedido a los bombardeos nocturnos alemanes sobre suelo inglés".

- Winston Churchill, en 1941. "Hay millones de alemanes que son curables y otros matables".

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(El video musical adjunto, de la Ópera de tres centavos, el tango para dos, canción y música que evoca bien aquella época previa, dura desgarrada, sin lugar para el humanismo, la piedad o la benevolencia. Las luchas se acentuaban y la balanza fue inclinada hacia la extrema derecha del fascismo, el nazismo. Lo que vino luego es más conocido; la guerra con más de 60 millones de muerto, cientos de millones de inválidos, lisiados y los campos de concentración. Todo aquel sufrimiento fue necesario para intentar imponer el nazismo, no lo consiguieron entonces y se pagó por ello un altísimo precio. Esperamos y, sobre todo, luchemos para que no vuelva a suceder.) Foto de Hamburgo bombardeada.