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lunes, 18 de marzo de 2024

La extrema derecha viene para quedarse

La extrema derecha avanza con gran organización y muy bien financiada mientras que enfrente no parece percibirse su peligro y apenas se la enfrenta con improvisación. 

El pasado noviembre,Trump prometió “extirpar de raíz… a los matones de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país”. Hace unos días, una candidata de su partido a superintendente de escuelas públicas en Carolina del Norte decía que los republicanos que siguen la Constitución.

 Entre nosotros, en España, Abascal acaba de decir, recordando los atentados del 11M, que hay españoles socios de Pedro Sánchez que los aplaudieron; y en Argentina, Milei reconoce que habla con sus perros ya muertos para elaborar sus políticas.

Cuando se leen declaraciones como estas se puede caer en la ingenuidad de creer que la extrema derecha que se extiende por el mundo es tan solo algo estrafalario, un momento de locura a iniciativa de un grupo de chalados y payasos, una exageración pasajera que se irá desvaneciendo poco a poco. Pero no es así.

Detrás de estos insultos a la razón, brutalidades y mentiras hay un proyecto de dominio en favor de grupos de interés muy poderosos, financiados por grandes capitales y con unas ideas muy claras sobre lo que necesitan y cómo lo pueden conseguir.

El impulso y apoyo a esa extrema derecha es una estrategia perfectamente planificada y organizada para ganarse a grandes masas de la población cada vez más maltratadas por las políticas neoliberales y evitar así que éstas se pongan en cuestión. Si alguien tiene dudas sobre esto que afirmo le recomiendo que visite la web donde se presenta y desarrolla el Proyecto de Transición Presidencial 2025 en Estados Unidos (aquí).

Este proyecto está organizado y financiado por la conservadora Fundación Heritage que ya hizo lo propio con Ronald Reagan y con Trump en 2016, aunque ahora ha ido más lejos y con mucha mayor concreción. 

Se basa en cuatro pilares, según se expone en dicha web: 

a) propuestas específicas para cada problema importante que enfrenta el país, basándose en la experiencia de todo el movimiento conservador; 

b) identificación, examen y selección de personas conservadoras de todos los ámbitos de la vida para servir en la próxima Administración republicana; 

c) capacitación adecuada para convertirlas en administradores conservadores eficaces; 

d) manual de las acciones que se tomarán en los primeros 180 días de la nueva Administración para “brindar un rápido alivio a los estadounidenses que sufren por las devastadoras políticas de la izquierda”.

En Estados Unidos van por delante, como es lógico, pero la cruzada contra las “alimañas” y “matones de la izquierda radical” no se limitará a aquel país. Trump acaba de bendecir a Viktor Orban: “No hay nadie mejor, más inteligente o mejor líder (…) Es fantástico”. Lo mismo ha hecho con otros dirigentes extremistas de diferente países en la reciente Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada en Maryland (Estados Unidos); y el Fondo Monetario Internacional ya ha dado el visto bueno a las políticas de motosierra impuestas por Milei en Argentina.

¿Conocen ustedes iniciativas ciudadanas de las izquierdas, en su conjunto y bien coordinadas, para generar inteligencia social y elaborar un discurso y un modelo socioeconómico y político alternativo al que defiende la extrema derecha, para seleccionar a mujeres y hombres que puedan convertirse en futuros dirigentes progresistas, poner en marcha proyectos pedagógicos para capacitarlos, o crear medios, no uno o dos, sino un sistema alternativo de comunicación social que combata las mentiras y suministre información plural e independiente que permita a los individuos pensar críticamente y con su propia cabeza?

Esta es mi preocupación. No tanto lo mucho que se hace para expandir a la extrema derecha, como lo poco que se lleva a cabo para combatir las amenazas que supone y la simplificación con que generalmente se viene haciendo.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Países Bajos: tenía que pasar

La reciente victoria de la extrema derecha en las elecciones generales de Países Bajos sólo ha podido sorprender a quienes hayan sido ajenos a lo que ha venido pasando en ese país en los últimos trece años.

Desde entonces, viene gobernando la derecha liberal, liderada por Mark Rutte, que no ha parado de llevar a cabo bajadas de impuestos para los más ricos, privatizaciones y recortes en el gasto y las ayudas sociales.

Países Bajos, por ejemplo, tiene uno de los sistemas fiscales más regresivos de Europa: el porcentaje de ingresos dedicado a pagar impuestos en la mayoría de los grupos de renta es de alrededor del 40%, pero sólo el 20% en el 1% más rico de la población.

Los sucesivos gobiernos liberales han hecho una política de vivienda proclive al mercado que ha incrementado la dificultad de acceso a las clases medias, sin mejorar las de ingreso más bajo, y que ha provocado un gran aumento de los precios.

Mark Rutte dijo al principio de su mandato que había que acabar con la idea que, según él, tenían sus compatriotas del Estado: “una maquinita de la felicidad”. Para lograrlo, ha recortado la inversión y el gasto, provocando el empeoramiento de los servicios públicos de salud, transporte, educación, o cuidados (en 2015, se estableció que el de ancianos y dependientes pasaba a ser una “obligación” familiar). La directora de UNICEF en Países Bajos denunció en 2018 que en ese país tan próspero se dejaran de lado los derechos de grupos de niños y niñas vulnerables.

En estos últimos trece años, los sucesivos gobiernos liberales han llevado a cabo una auténtica desposesión de ingresos y derechos de las clases de renta media y baja, al mismo tiempo que han convertido a su país en el paraíso fiscal más agresivo de Europa, concediendo todo tipo de favores fiscales y financieros a las grandes empresas.

Quizá la prueba más evidente de esa desposesión es que las familias de Países Bajos son las que tienen el endeudamiento más elevado respecto a su renta bruta disponible de Europa: 187,03% en el primer trimestre de este año, el doble que las españolas (89,4%).

La estrategia seguida por los liberales holandeses (como los de otros países) para que esa desposesión no se tradujera en una revuelta social ha sido doble. Por un lado, culpar a las clases trabajadoras de derrochar el dinero público y, por otro, hacer responsable a la inmigración de todo lo malo que les estaba ocurriendo.

Lo primero alcanzó su cima más vergonzosa en 2021: hasta el gobierno tuvo que dimitir cuando se descubrió que había acusado de fraude en las ayudas sociales a más de 30.000 familias de bajos ingresos, sin fundamento ninguno. Unos 70.000 niños y niñas sufrieron principalmente la falsa acusación y 1.115 terminaron en instituciones de tutela por esa causa. El discurso contra la inmigración no ha dejado de darse y se ha hecho cada vez más fuerte, justo a medida que crecía la desposesión, cuando la realidad es que los trabajadores inmigrantes se ocupan de los empleos de muy bajo salario y más precarios y que los problemas asociados a la inmigración tienen que ver, sobre todo, con el debilitamiento de los servicios públicos y sociales que he señalado.

A diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, la derecha liberal no oculta la desposesión que se produce cuando gobierna. Ahora la reconoce, pero culpando de ella a la inmigración o a los propios desposeídos (como dicen mis colegas economistas liberales, porque no invierten lo suficiente en ellos mismos).

Es ahí cuando aparece la extrema derecha ofreciendo ayuda (soberanía, seguridad, valores tradicionales, defensa de la nación…) y protección frente al enemigo que viene a quitarnos “lo nuestro”.

Ahora bien, aparece la extrema derecha porque al mismo tiempo las izquierdas desaparecen o pierden el norte. En lugar de centrarse en las cuestiones socioeconómicas que condicionan realmente la vida de la gente con un discurso ecuménico, dirigido a las grandes mayorías sociales para protegerlas desde la transversalidad y el sentido común, se dividen y fragmentan para identificarse con los intereses de pequeños segmentos o grupos minoritarios de la población, y dando prioridad a cuestiones identitarias y territoriales o a decirle a la sociedad lo que es o no políticamente correcto. Sin ser capaces de frenar lo que se nos viene encima.

jueves, 7 de diciembre de 2023

¿Por qué los argentinos votan a un loco de remate como presidente?

Fuentes: dewereldmorgen.be/

Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus

El 19 de noviembre uno de los políticos más extremistas de toda Argentina ganó las elecciones presidenciales. El hombre es un auténtico bicho raro, y sin embargo consiguió ganarse a la mayoría de sus compatriotas. ¿Cómo se ha llegado a esto y cuáles son las consecuencias?

Idiota
El nuevo presidente, Javier Milei, fue elegido con un programa de extrema derecha. Sus fans le llaman cariñosamente «el león». Su símbolo es una motosierra. La llevó a sus reuniones y prometió recortar el gasto público hasta los huesos.

Su plan es abolir la mayoría de las instituciones estatales, incluidos los ministerios de Sanidad, Educación, Ciencia, Tecnología, Transporte, Obras Públicas, Cultura y la mayoría de los demás ministerios.

Todos los servicios sociales deberán privatizarse. Quiere recortes drásticos en las pensiones y que desaparezcan la sanidad y la educación públicas. Todo será gestionado por empresas con ánimo de lucro. Según él, sólo ellas pueden resolver los problemas de la sociedad.

Javier Milei está llevando muy lejos su fundamentalismo extremo del libre mercado: por ejemplo, quiere crear un mercado de bebés. El aborto pasa a ser ilegal, pero las mujeres embarazadas que no quieran quedarse con su hijo pueden venderlo en el mercado libre a personas que quieran adoptar niños. Además del mercado de bebés, también quiere crear un mercado de órganos humanos.

A pesar de su imagen libertaria, las políticas que propone son extremadamente autoritarias. Milei elige la dictadura fascista en Argentina (1976-1983) y niega los asesinatos masivos, torturas y desapariciones de decenas de miles de activistas de izquierdas durante ese periodo. La vicepresidenta Victoria Villarruel es una descarada admiradora del dictador Jorge Rafael Videla. Será ministra de Defensa y Seguridad.

Milei prometió militarizar el país. La policía podrá detener y encarcelar más fácilmente a los ciudadanos en las prisiones, las cuales también quiere privatizar. Creará un sistema nacional de vigilancia, una base de datos para rastrear a los ciudadanos e instalará cámaras de vigilancia con reconocimiento facial en todo el país.

También hay una ruptura total con el pasado en la política exterior. En primer lugar, quiere acabar con la soberanía monetaria de su país aboliendo el peso e introduciendo el dólar como moneda oficial.

«El peluca», como también se le llama por su peculiar peinado, ha prometido cortar las relaciones diplomáticas con China y con el vecino Brasil. Detalle interesante: ambos países son los mayores socios comerciales de Argentina, juntos representan el 35% del comercio exterior.

Los principales nuevos aliados de Argentina son ahora Estados Unidos e Israel. En los mítines, Milei ondeaba la bandera israelí y se ha comprometido a apoyar al régimen de Israel mientras éste comete multitud de crímenes de guerra contra el pueblo palestino.

La victoria de Milei tendrá importantes implicaciones geopolíticas, ya que Argentina planeaba unirse a los BRICS. El nuevo Presidente ha declarado que su país no sólo no se adherirá, sino que además desea sabotear esta organización «comunista».

En la misma línea, quiere socavar los intentos latinoamericanos de integración regional y poner su país enteramente a disposición de Estados Unidos. Al menos para el establishment estadounidense, la victoria de Milei es un regalo del cielo.

En muchos sentidos, Milei es incluso más extremista que Trump. Es partidario de la llamada ideología anarcocapitalista del ultraderechista estadounidense Murray Rothbard. Rothbard fue aliado del Ku Klux Klan [1] y de otros supremacistas blancos.

Quizá sea mejor comparar a Milei con Augusto Pinochet, el general que instauró una dictadura militar en Chile tras un golpe de Estado patrocinado por la CIA en 1973.

Aparte de sus opiniones extremistas, mucha gente en Argentina lo considera trastornado e inestable mentalmente. Por ejemplo, Milei declara que puede hablar con su perro muerto desde el más allá. Dice que Conan, como lo llamó -por Conan el Bárbaro- influyó en cuanto a su política económica.

Pagó 50.000 dólares para clonar a su perro muerto. A cada perro clonado le puso el nombre de un economista de libre mercado de extrema derecha

Declaraciones
¿Cómo se explica que el 56% de los argentinos haya votado a este loco?

Un primer factor es la pésima situación socioeconómica de gran parte de la población. El país atraviesa dificultades económicas, en parte debido a la elevada carga de la deuda. Muchos empleos son informales e inseguros. Los salarios han caído en picado y a veces están por debajo del umbral de pobreza. Además, la inflación disparada está erosionando gravemente el poder adquisitivo. Al mismo tiempo, los ricos ven aumentar sus fortunas.

Sus principales víctimas son los jóvenes, que representan el 27% del electorado. Más que otros grupos de población, se ven afectados por la pobreza y la exclusión social. A esto se añade la cuarentena durante la pandemia. El 69% de los menores de 24 años votaron a Milei. Entre los mayores de 45 años, sólo el 40%.

Un segundo factor es el papel de los medios de comunicación. Éstos, como en todo el mundo capitalista, están en manos de grandes magnates. Dadas sus opiniones económicas, vieron en Javier Milei un candidato interesante. Hasta hace poco era un don nadie de la política, pero gracias a una intensa ofensiva mediática, los grandes medios de comunicación lo catapultaron en poco tiempo a la fama.

Por ejemplo, fue entrevistado 235 veces en el año 2018. Ninguna otra figura de la política se acercó siquiera a estas cifras. Lo mismo ocurrió en los años siguientes. Era, como dice Atilio Borón «una construcción mediática pulcramente planificada».

Los medios de comunicación dominantes le presentaron con éxito como alguien fresco, nuevo y joven, a pesar de tener 53 años.

Un tercer factor es la debilidad del bloque peronista de centro-izquierda [2], en el poder desde 2019 liderado por el presidente Alberto Fernández. Este peronista sí intentó seguir un rumbo social. Pero en un país con un Estado débil e ineficaz, eso fue insuficiente para hacer frente con éxito a la devastación causada por años de degradación social y económica.

Este partido tampoco ha sabido librar una batalla de las ideas. El resultado es el triunfo de la «antipolítica» en la que la clase política y el Estado son vistos como agentes corruptos o depredadores mientras se oculta el papel de las grandes empresas y las clases dominantes como agentes de explotación colectiva.

No se luchó contra la exaltación del hiperindividualismo y el abandono o incluso el rechazo de las estrategias de acción colectiva. Eso facilita que un populista como Milei se anote un tanto.

El candidato presidencial perdedor de los peronistas fue Sergio Massa. Representaba al ala derecha de la coalición peronista. La izquierdista y mucho más popular Christina Fernández de Kirchner no pudo participar en las elecciones debido a un golpe judicial en su contra. En Argentina, el sistema judicial está controlado por oligarcas de derechas. Es extremadamente corrupto.

Al final la votación se decantó entre un ultraliberal de extrema derecha, Milei, y un neoliberal de centro derecha, Massa, asociado a las mismas políticas neoliberales que llevaron a Argentina a su actual crisis económica.

Dado que no hay alternativa real, mucha gente ha optado por el cambio, aunque tenga que venir de un loco. Por lo menos es un loco que tiene ideas nuevas. Mejor eso que las desastrosas políticas neoliberales que llevan tanto tiempo aplicándose y que están causando tanta miseria.

Profundizar
Las fuerzas de izquierda en Argentina tienen ciertamente puntos débiles y sin duda han cometido errores en el pasado. Pero para rastrear las causas reales y fundamentales tenemos que profundizar más.

Como muchos países del Sur Global, Argentina exporta principalmente materias primas y productos agrícolas como maíz, trigo, soja, carne de vacuno, oro, etc. Se trata de productos intensivos en mano de obra y con escaso valor añadido. Las importaciones consisten principalmente en tecnología y bienes de capital de alto valor añadido, como ordenadores, automóviles, equipos médicos, maquinaria de alta tecnología, etc.

Este modelo de comercio es muy desventajoso porque se obtiene poco por lo que se exporta y se tiene que pagar mucho por lo que se importa. Es la clásica estructura (neo)colonial en la que están atrapados tantos países del Sur global.

En el pasado, los peronistas han intentado romper ese esquema. Querían producir ellos mismos más productos acabados y entre otras cosas aplicaron políticas proteccionistas con ese fin. Pero eso no era del agrado de las élites. En Argentina la producción agrícola está en gran parte en manos de oligarcas conservadores (grandes terratenientes) y, además de su control sobre los medios de comunicación y el poder judicial (véase más arriba), tienen una influencia considerable sobre el sistema político.

Esos oligarcas se han opuesto sistemáticamente a los programas nacionales de los líderes progresistas para industrializar el país. Bajo su impulso se instauró una dictadura militar en 1976, a la que siguieron varios regímenes de derechas alternados con gobiernos peronistas. Estos regímenes de derechas acabaron con la estrategia de industrialización de los peronistas. Desindustrializaron el país e impusieron políticas económicas neoliberales.

Cada vez que los peronistas llegaban al poder, intentaban desplegar al máximo su estrategia de industrialización, pero eso era insuficiente para resolver el problema estructural en el que Argentina y tantos otros países están atrapados.

Debido a su escasa industrialización y a un patrón comercial adverso, Argentina necesita constantemente más dinero para financiar sus importaciones y se endeuda cada vez más de forma crónica. Esta gran carga de la deuda también hace que el país dependa completamente del capital extranjero y le hace perder su soberanía económica. Entonces ya no es el gobierno elegido, sino los mercados internacionales de capitales y los inversores extranjeros quienes marcan las líneas maestras de la política económica.

Y, por supuesto, esa política no está orientada a las necesidades de los argentinos, sino a las de los «prestamistas» del Norte. Otro efecto de esta situación es que se produce una devaluación sistemática de la propia moneda, lo que a su vez alimenta la inflación.

Las políticas neoliberales antisociales de los últimos 40 años, junto con la inflación usurera, proporcionan un caldo de cultivo ideal para el extremismo de derechas. Los electores frustrados se dejan engañar fácilmente por un demagogo, aunque tenga las ideas más extremas y excéntricas.

En esencia, Javier Milei es el producto de un sistema económico neocolonial con políticas neoliberales por encima.

La sopa
Al igual que en Washington, la victoria de Milei fue recibida con vítores por los mercados financieros. Pero es muy dudoso que pueda poner en práctica muchos de sus excéntricos planes. Muchos de sus planes, como la dolarización de la economía, ya se han intentado en el pasado, sin éxito.

Además, se trata de un presidente sin experiencia que no tiene mayoría en el Parlamento y que tendrá que gobernar en un país con fuertes sindicatos y un historial de protestas masivas.

Así, la sopa no se tomará tan caliente como se sirve. Sin embargo, la elección de Milei no es un hecho trivial. Argentina es el tercer país más importante de América Latina. El avance de la extrema derecha tendrá importantes consecuencias no sólo para la región, sino para todo el mundo.

La elección de este chiflado de extrema derecha es una llamada de atención para nosotros. Orban, Trump, Johnson, Bolsonaro, Meloni y quizás pronto Wilders en Holanda y Le Pen en Francia. No crean que en otros países sea imposible.

Referencias:
Atilio Boron analiza el triunfo de Milei: “fue una construcción mediática prolijamente planificada”

Cómo el extremista Javier Milei se convirtió en presidente de Argentina: una historia de deuda, crisis e imperio (vidéo en inglés)

Notas:

[1] El Ku Klux Klan (KKK) es una organización blanca clandestina de Estados Unidos, conocida y tristemente célebre por su violencia racista. Sus miembros se dedicaron al terror contra los negros, otras personas de color y los luchadores por los derechos constitucionales. También eran antisemitas, homófobos, antiislámicos, anticatólicos y anticomunistas, y se volvían contra los nuevos inmigrantes.

[2] Juan Perón (1895-1974) fue un presidente popular. Se casó con la aún más popular Eva Duarte, más conocida como Evita. Desplegó una política de reformas sociales y económicas. Económicamente, intentó romper con el típico modelo colonial y neocolonial en el que los países del Sur exportaban principalmente materias primas baratas e importaban productos acabados caros. Asignó un papel importante al Estado.

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.​


miércoles, 4 de octubre de 2023

«Si queremos entender la extrema derecha en el siglo XXI debemos mirar a Rusia»

Cuna de la mayor revolución socialista de la historia, Rusia ha experimentado intensas transformaciones sociales, económicas y políticas a lo largo del siglo XX. Desde el ascenso de Stalin hasta el actual régimen de Putin, no queda mucho de la experiencia organizativa de los soviets y del legado socialista que caracterizó los primeros años de la revolución de 1917. Ilya Budraitskis, activista socialista ruso, está convencido de que el actual régimen de Putin tiene todas las características de lo que podríamos llamar el fascismo del siglo XXI.

Ilya Budraitskis es un activista político y un teórico. Ha vivido muchos años en Moscú, donde ha consolidado su activismo. Es autor de varios textos sobre la política, la cultura y la historia intelectual de Rusia. Ha publicado artículos en revistas universitarias como Radical Philosophy, New Left Review, Slavic Review y South Atlantic Quarterly, así como en importantes portales de medios críticos como Jacobin, London Review of Books, E-Flux, Le Monde Diplomatique, Inprecor y Open Democracy. Su colección de ensayos “Disssidents among Dissidents: Ideology, Politics and the Left in Post-Soviet Russia” fue publicada por Verso en 2022. También es miembro del comité editorial de la web socialista rusa anti-guerra Posle.media.

Durante su visita a Brasil, Budraitskis habló con Radar Internacional sobre el proceso de despolitización de la sociedad rusa post-URSS, los impactos del neoliberalismo, las características del régimen de Putin y sus estrategias de acercamiento al Sur global. Finalmente, comentó las posibilidades de organización de la izquierda rusa hoy.

Nos gustaría empezar por preguntarte cómo caracterizas el régimen de Putin: ¿es un régimen nacionalista? ¿Un régimen fascista? ¿Puedes decirnos un poco más al respecto?

Sí, diría que este régimen existe desde hace más de 20 años y que ha sufrido una seria transformación durante este período. Comenzó siendo un régimen bonapartista neoliberal y se ha convertido en una especie de dictadura fascista abierta. Y creo que esta transformación en un régimen fascista comenzó después del comienzo de la invasión de Ucrania. Puedo presentar un análisis más profundo de cómo se ha producido esta transformación a lo largo de estos años.

Se ha producido debido a dos tendencias paralelas dentro de la sociedad rusa, especialmente en la última década. Si examinamos la transformación del régimen de Putin, podemos decir que el primer período de su existencia, es decir, la década de 2000, se caracterizó por el crecimiento económico, la implementación de reformas neoliberales y un profundo proceso de despolitización de la sociedad rusa, que se tradujo en la desarticulación y alienación de la mayoría de las formas de autoorganización política.

Pero en 2011 y 2012 ocurrió algo importante. Después de la crisis económica de 2009 la economía rusa aún no se había recuperado, el crecimiento económico aún no había despegado y la economía rusa estaba estancada. Durante el mismo periodo, la despolitización dio paso a un nuevo movimiento de protesta que comenzó a finales de 2011, principalmente en Moscú, pero que también tuvo repercusiones en muchas grandes ciudades rusas. Se trataba de un movimiento contra el régimen, cuyas demandas eran principalmente políticas en lugar de sociales, pero que, en mi opinión, también reflejaba un creciente descontento con la situación económica y social.

Este movimiento surgió cuando Putin decidió volver a la presidencia y presentarse a las elecciones presidenciales de 2012, para un tercer mandato. A diferencia de sus campañas de la década de 2000, ésta no estuvo marcada por un proceso de despolitización, sino por una ofensiva conservadora y antirrevolucionaria. Así, a partir de ese momento, se puede decir que se produjo un punto de inflexión conservador en el régimen de Putin. El discurso que presentó fue que las manifestaciones no eran un movimiento de oposición interna sino un grupo de agentes externos, traidores nacionales, personas que quieren destruir la familia tradicional, los valores tradicionales rusos, etc. A partir de ahí se adoptó una retórica extremadamente conservadora en la ideología de este régimen.

En 2014, Rusia comenzó a involucrarse militarmente en Ucrania con la anexión de Crimea. Para Putin no se trataba solo de una cuestión de política exterior, de reconquista de la influencia imperial de Rusia en el espacio post-soviético, sino también de una cuestión de política interna. Se trataba de crear una unidad patriótica de la sociedad rusa en torno a su presidente. Se puede ver la rapidez con la que Putin recuperó popularidad en la sociedad rusa tras la anexión de Crimea.

Pero el efecto Crimea, el efecto del reagrupamiento alrededor de la bandera, no duró mucho. Tres años después de lo que se llamó la “reunificación de Crimea”, la popularidad de Putin comenzó a desmoronarse y surgió una nueva ola de protestas en Rusia. A partir de 2017, comenzó a surgir un nuevo movimiento contra la corrupción, contra el autoritarismo del régimen y, en última instancia, contra las profundas desigualdades sociales que existen en la sociedad rusa. Estas manifestaciones se asociaron estrechamente con la figura de Alexei Navalny, pero en realidad no se trataba sólo de un movimiento de sus partidarios personales. Por parte del régimen todo esto se presentó como la lucha contra una “revolución de color”.

Entonces, ¿cuál fue el principal problema en Ucrania? Según Putin, fue Maidan, el derrocamiento ilegal del gobierno por parte del pueblo, algo absolutamente inaceptable. Por lo tanto, había que evitar que esto se produjera en Ucrania y en Rusia. Putin luego tomó una posición contra esta posible revolución porque, para él, todas las revoluciones que tuvieron lugar en Rusia, incluida la de 1917, son el resultado de la actividad de enemigos externos. Según él, todas las revoluciones son una conspiración, son procesos que vienen del exterior para desestabilizar al Estado ruso. Y, de hecho, este pensamiento antirrevolucionario está muy presente en la versión oficial de la historia rusa, en los manuales escolares, en las grandes presentaciones historiográficas, donde no solo 1917 se presenta como una especie de motín antiruso organizado por Occidente, sino que incluso los levantamientos populares del siglo XVIII, como el de Pugachev, se presentan como una conspiración venida del exterior.

En este sentido, es posible ver cómo el comienzo de la invasión no fue solo una cuestión de política exterior, sino también una forma de disciplinar a la sociedad rusa. Y cuando miramos los primeros meses de esta invasión, nos damos cuenta de lo mucho que han cambiado las reglas del juego dentro de Rusia. Desde el comienzo de la invasión es imposible criticar la guerra de ninguna manera. Ni siquiera está permitido hablar de este evento como de una guerra. El uso de la palabra “guerra” es un acto criminal en virtud de la ley rusa, porque oficialmente no se trata de una guerra sino de una “operación militar especial”. Este es el término que debería usarse para describir este acontecimiento.

Todos los medios independientes que habían permanecido en el país hasta entonces fueron expulsados una semana después de la invasión, y hoy podemos ver esta tendencia represiva en el restablecimiento de la unidad total de Rusia, como la presenta Putin. Para él, la sociedad rusa se consolida en torno a la idea de luchar contra Occidente, contra cualquier tipo de enemigo interno o externo, y aún no se permite ninguna crítica en el país. Por ejemplo, es posible que hayas visto que la semana pasada Boris Kagarlitsky fue detenido en Moscú. Esta detención forma parte de una creciente campaña de represión de las manifestaciones que se ha traducido ya en muchos presos políticos. Preguntado en una conferencia de prensa sobre Kagarlitsky, el Sr. Putin, por supuesto, respondió que era la primera vez que escuchaba ese nombre, como siempre lo hace, pero también dijo: “Actualmente estamos en un conflicto militar con nuestro vecino. Por eso todo lo que va en contra de nuestra unidad nacional debe ser eliminado. Esa es la razón de todos estos asuntos”.

Creo que si hablamos del movimiento fascista de hoy, de cómo es el fascismo en el siglo XXI, deberíamos mirar lo que ya está sucediendo en Rusia. Debido a que estamos en un contexto en el que un movimiento de masas desde abajo ya no es necesario, podría tratarse de un giro fascista desde arriba. Si miras, el fascismo clásico, que surgió en el siglo XX, siempre ha sido la combinación de movimientos de masas con la clase dirigente, que utilizó el movimiento de masas para transformar el régimen político. Hoy, en las sociedades que ya han sido fuertemente destruidas por el neoliberalismo, con la destrucción de toda tradición de organización, solidaridad, etc., en esas sociedades ya no es preciso un movimiento de masas fascista. Por eso creo que es importante hablar de la transformación fascista del estado ruso, y creo que en este sentido, el caso ruso no es único. No se trata de una excepción a la tendencia global, sino de una imagen de la misma. Si queremos entender cómo estos movimientos de extrema derecha pueden transformar la sociedad, deberíamos tomar a Rusia como ejemplo.

En cuanto a la política exterior de Putin, este se ha acercado al continente africano y al Sur en general. ¿Podrías decirnos un poco más al respecto? ¿Cómo deben considerar los países del Sur este acercamiento a Putin y la guerra?

Esta es una pregunta muy interesante, porque Putin realmente está tratando de explotar este sentimiento anti-occidental, anti-americano, anti-colonial y propone, en lugar del orden mundial actual, otro tipo de modelo, que se llama mundo multipolar. ¿Qué es un mundo multipolar? Es la existencia de civilizaciones particulares o de civilizaciones-estados particulares. Los “Estados-civilizaciones” son un término importante ya utilizado en la nueva versión de la doctrina de política exterior rusa adoptada a principios de este año. El estado-civilización no significa lo mismo que el estado-nación, sino más bien que los estados soberanos reales existen como una especie de civilización – como Estados Unidos, China y Rusia. Por ejemplo, digamos que Brasil es un país clave para la civilización sudamericana. Esto significa que debe controlar todo el continente para restaurar la verdadera soberanía de Brasil y controlar el dominio orgánico de sus intereses nacionales como Estado-civilización. Lo mismo ocurre con Rusia, por supuesto, porque el Estado civilización ruso es mucho más amplio que las fronteras actuales del Estado ruso. Así, por ejemplo, Ucrania ha pertenecido orgánica e históricamente al Estado civilización ruso. Probablemente sea lo mismo para China, que debe recuperar su propio Estado-civilización.

Si quieres encontrar las raíces de este concepto, puedes leer el libro de Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, donde propone más o menos lo mismo. La idea de Huntington es que Occidente, Estados Unidos, no deben pretender proponer un orden mundial, sino que deben ser responsables de su propia civilización. Así, las civilizaciones occidentales como Estados Unidos y Europa Occidental formarían parte de la misma civilización y Estados Unidos sería el líder. Esto significa que Occidente no debe ser demasiado ambicioso en cuanto a su influencia y debe centrarse en sus propios valores, su propia religión, sus propias tradiciones y así sucesivamente, dejando la posibilidad de que otras civilizaciones tengan sus propias tradiciones. Por ejemplo, tienes tus tradiciones brasileñas, tienes el tipo tradicional de régimen político brasileño, que es probablemente la dictadura militar, porque es el mejor régimen para servir a los intereses de tu Estado-civilizacíón, y tienes los valores tradicionales que son propios de tu civilización y que deben ser preservados. Este es esencialmente el concepto de un mundo multipolar. Es un mundo sin ningún sentido del universalismo, sin ningún sentido de la autodeterminación nacional, porque no se trata de naciones, sino de civilizaciones, y ciertamente no es un mundo más justo o más igual que el en el que vivimos, quizás incluso peor.

Por ejemplo, si miramos a África y todas las especulaciones sobre lo que Rusia ha dicho sobre África y lo que realmente ha hecho allí, es el Grupo Wagner quien es la clave para comprender la política exterior rusa en el continente africano. Verás absolutamente el mismo tipo de método colonial, ya que Rusia es actualmente casi el principal proveedor de armas en el continente africano y es un país que intenta explotar y extraer los recursos naturales de la misma manera que las potencias occidentales coloniales e imperialistas. Si miras lo que hace el Grupo Wagner en la República Centroafricana, donde esencialmente controla las principales minas de oro y lo extrae a cambio de apoyo militar al gobierno actual, esta es la típica forma neocolonial de hacer política – proporcionar apoyo militar a una élite gobernante a cambio de un monopolio sobre la extracción de los recursos naturales de ese país. No veo ninguna diferencia entre esta política y la de Francia o el Reino Unido. La única diferencia es que el grupo Wagner representa a otro “Estado-civilización”. En la República Centroafricana, por ejemplo, ha promovido activamente la religión ortodoxa. Han organizado misiones ortodoxas, formado sacerdotes locales, etc.

Ya hacia el final de la entrevista, me gustaría preguntarte sobre las posibilidades de organización de la izquierda en Rusia. ¿Cómo reacciona la izquierda ante el gobierno de Putin? ¿Cuáles son las posibilidades de acción dentro del Partido Comunista? ¿Cómo es la organización de la resistencia en Rusia?

La cuestión de la izquierda en Rusia es bastante complicada, porque no creo que los grupos y partidos que apoyan la invasión de Ucrania puedan ser considerados de izquierda o socialistas. Podemos constatar que la dirección del Partido Comunista y un gran número de grupos estalinistas cercanos al Partido Comunista apoyan plenamente la invasión de Ucrania, lo que significa que siguen integrados en el sistema político de Putin. Este sistema se ha construido y desarrollado durante los 20 años del régimen de Putin y, dentro de este sistema, la dirección del Partido Comunista no tiene capacidad de acción política. Está totalmente guiada por el Kremlin.

El Partido Comunista Ruso y el estalinismo en general en Rusia están muy relacionados con la herencia imperialista del final del período estalinista. En los últimos años de la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente después, Stalin explotó mucho el legado del nacionalismo ruso. Creo que la tradición estalinista en Rusia incluye este elemento de chovinismo ruso y la continuidad de este elemento estaba ciertamente muy presente en las posiciones del Partido Comunista Ruso y otros grupos estalinistas después del inicio de la invasión.

Pero, por supuesto, hay otra izquierda en Rusia, la izquierda que se oponía a las ambiciones imperialistas de su propio gobierno, compuesta por grupos socialistas, trotskistas y anarquistas. Y como ya he explicado, actualmente no es posible expresar abiertamente críticas a la guerra, que es la principal cuestión política del país. Por eso no es posible que la izquierda anti-guerra rusa opere legalmente en el país en estos momentos. Numerosos activistas importantes que ya eran conocidos por sus posiciones contra la guerra y anti-Putin han abandonado el país. En mi organización, el Movimiento Socialista Ruso, la mayoría de los dirigentes ya han abandonado el país. Kagarlitsky fue arrestado precisamente porque seguía criticando la guerra mientras aún estaba en el país. Por eso fue arrestado.

Algunos miembros de los grupos anti-guerra todavía intentan actuar en Rusia, pero de forma semi-clandestina: discusiones políticas a puerta cerrada, eventos de propaganda con invitaciones personales, difusión de información a través de Telegram o Youtube. Pero los que están en Rusia deben cumplir con la legislación rusa vigente, lo que significa que no pueden hacer ningún comentario sobre la guerra. No solo sobre el nombre de la guerra, que no es una guerra sino una operación militar especial, sino tampoco sobre las acciones del ejército ruso en general. De hecho, ahora existe en Rusia una ley que criminaliza todas las noticias falsas sobre el ejército ruso. La definición de noticias falsas es muy sencilla: cualesquiera que no sean las declaraciones oficiales del Ministerio de Defensa ruso. Entonces, por ejemplo, si dices que el ejército ruso cometió crímenes de guerra, puedes ser arrestado inmediatamente y cumplir una condena de cinco años en general.

¿Es posible ser arrestado incluso por publicar mensajes en redes sociales como Facebook o Instagram?

Sí, es posible. Y no es solo una posibilidad, hay varios casos de este tipo. Cientos de personas han sido detenidas o multadas por publicar publicaciones en las redes sociales. Pero en lo que respecta a Instagram y Facebook, estas redes sociales ya han sido prohibidas en territorio ruso, por lo que no tienes derecho a usarlas. Youtube y Telegram todavía están permitidos, pero no sabemos por cuánto tiempo. Según algunos rumores, las autoridades rusas probablemente bloquearán Youtube para finales de año. Ya se ha propuesto una alternativa, una especie de plataforma rusa totalmente controlada por el gobierno para reemplazar a Youtube, que es muy popular en Rusia.


Traducción: Faustino Eguberri para viento su

domingo, 30 de julio de 2023

"Igual la excepción ibérica era eso": por qué la extrema derecha pierde apoyo en España mientras gana posiciones en Europa


Vox perdió 19 escaños y más de 600.000 votos en estas elecciones.
Vox perdió 19 escaños y más de 600.000 votos en estas elecciones. 

 Almudena de Cabo Role, BBC News Mundo

El resultado electoral de los comicios generales de este domingo en España supuso un freno al avance de la ultraderecha en el país con una clara caída del apoyo a Vox, rompiendo así una racha de éxitos de la extrema derecha en Europa.

Vox perdió 19 escaños y más de 600.000 votos en estas elecciones, en las que el conservador Partido Popular (PP) fue el más votado.

El partido de ultraderecha español bajó de los 52 diputados obtenidos en 2019 hasta los 33, dejando patente que la fórmula de presentarse como un partido antinmigración, negacionista del cambio climático y de la violencia de género, y contrario a colectivos como el LGBTI no gustó a muchos votantes.

Los pactos de gobierno a nivel local y regional también pasaron factura al partido liderado por Santiago Abascal. Los ciudadanos vieron cómo en algunos lugares donde gobierna Vox en coalición con el conservador Partido Popular (PP) se prohibían banderas LGBTI, se censuraban obras de teatro, se cerraban carriles bici y se eliminaban consejerías de Igualdad, entre otras medidas, y se hicieron una idea de cómo sería un gobierno a nivel nacional.

Así, parece que los votantes conservadores y los contrarios al gobierno de izquierdas de Pedro Sánchez que querían un cambio se decantaron por un voto útil por el PP. Por otro lado, el electorado de izquierdas que dudaba si votar decidió a hacerlo ante la perspectiva de un gobierno de coalición de PP con Vox.

La ultraderecha estaba sobrerrepresentada
Con poco más de tres millones de votos, que suponen un 12,39% del total, Vox sigue siendo a pesar de la caída de apoyo el tercer partido más votado en España, ligeramente por delante de la recientemente creada coalición de izquierdas Sumar, que obtuvo 31 escaños con un 12,31% de los votos.

Mientras muchos medios hablan de fracaso de la extrema derecha en España, politólogos consultados por BBC Mundo explican que Vox simplemente ha vuelto a tener el apoyo que realmente lo representa.

“La situación que se da ahora mismo con Vox se ve como algo excepcional, pero creo que lo excepcional era la situación de la que veníamos. Los 52 escaños que tenía Vox en el Parlamento eran resultado de las elecciones de noviembre de 2019, que fueron una repetición electoral”, explica Rosa Navarrete, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad del Sarre (Alemania), sobre unas elecciones que tuvieron que repetirse ante la imposibilidad de Pedro Sánchez de formar gobierno entonces.

Los pactos de gobierno a nivel autonómico pasaron factura al partido liderado por Santiago Abascal.

“No se trata de un descalabro. Ser tercera fuerza política siendo un partido de extrema derecha es algo significativo. Pero sí que es verdad que tenían expectativas muy altas”, reconoce a BBC Mundo.

De la misma manera lo ve Cristina Monge, politóloga y profesora de la Universidad de Zaragoza. “Yo más que pensar que la ultraderecha se ha desplomado, lo que creo es que en 2019 estaba sobrerrepresentada”.

“Aquel fue un momento de repetición electoral, la gente estaba muy enfadada porque habían sido incapaces de formar gobierno y había que volver a votar. Además, Cataluña estaba en un momento muy convulso, con las calles ardiendo, y esto colocó a Vox como tercera fuerza, con 52 diputados”, le recuerda a BBC Mundo.

“Eso no le quita gravedad al asunto de que sigan siendo una fuerza muy relevante y que efectivamente ocupan un espacio. Lo que pasa es que la dimensión es absolutamente distinta”, agrega sobre un partido al que muchos sondeos daban una mayor fuerza y la posibilidad de entrar en el gobierno de la mano de PP.

“Yo creo que este es su techo. Un 13-14% de los votos. No creo que vaya a ir mucho más allá a no ser que ocurriera alguna crisis”, analiza por su parte Óscar Martínez Tapia, profesor de la Universidad IE, en España, en conversación con BBC Mundo.

“En 2019 hubo un efecto rechazo de Cataluña, pero una vez pasada la resaca de Cataluña hay mucho votante moderado que vuelve al PP. No se queda en Vox”, recuerda sobre el referéndum de independencia de Cataluña organizado en 2017 que desató una grave crisis política en el país.

Descontento con las medidas tomadas a nivel regional
En las semanas y meses previos a la votación del domingo, el PP y Vox proporcionaron ejemplos de la vida real de cómo gobiernan en coalición a nivel local y regional. A muchos votantes no les gustó lo que vieron, señalan los politólogos.

A esto se sumó su discurso negacionista de la violencia de género, que centró parte de la campaña electoral.

Como resultado, el PP no ganó tantos escaños en el Parlamento como se esperaba y Vox perdió un tercio de sus apoyos en las urnas, dejando al bloque de derecha sin mayoría para formar gobierno.

Sánchez y su aliado de izquierda, Sumar, también se quedaron cortos, pero aún podrían gobernar con el apoyo de los partidos vascos y catalanes.

“Hay un cierto desgaste por lo que Vox ha hecho una vez ha llegado al poder. Aquí hay dos comunidades autónomas donde este desgaste se ve mucho. La primera es Castilla y León, donde se ha cuestionado mucho su gestión de la tuberculosis bovina, y la segunda es Murcia, donde Vox ha pedido más de lo que a mucha gente le ha parecido razonable”, reflexiona la politóloga Berta Barbet.

“Hay una segunda parte del castigo que seguramente sale de un voto útil para echar a Sánchez que implica que el voto de derecha se ha coordinado alrededor de la figura de Alberto Núñez Feijóo (líder del PP)”, apunta a BBC Mundo. “Vox no ha sabido desmarcarse lo suficiente del PP. No ha sabido decirles a sus votantes qué le hace distinto del PP”.

Esto ha llevado al PP a obtener 136 escaños, que suponen 47 más en el Congreso de los obtenidos en 2019, con un 33,05% de los votos, por delante de los 122 obtenidos por el PSOE (2 más que en 2019).

“Parte del éxito del PP es que ha sido visto como el partido útil para aquellos que querían una alternativa al gobierno de Pedro Sánchez, a lo que hay que sumar que PP y Vox hicieron campaña por separado y básicamente no se distinguían”, coincide Navarrete. “Un votante de derechas solo apreciaba algunas diferencias en cuanto a feminismo e inmigración”.

“Además, el problema que tiene la extrema derecha es que una vez que tocan gobierno empiezan a verse sus costuras y eso es lo que ha pasado también con Vox”, declara.

Alberto Núñez Feijóo lidera el PP, que capitalizó la mayoría de los votos de la derecha.

“Excepcionalidad ibérica”
La caída de Vox frenó el avance de la extrema derecha en Europa, donde los ultraconservadores lideran los gobiernos de Italia, Polonia, Hungría o República Checa y tienen un peso enorme en Finlandia (con carteras del gobierno muy importantes) y Suecia (como apoyo parlamentario al actual Ejecutivo conservador).

“Lo que podemos decir es que la extrema derecha, en su mejor momento en casi toda Europa, en España pierde votos y escaños”, escribió en Twitter el famoso periodista y presentador español Jordi Évole.

“Igual era eso la excepción ibérica”, comentó, aludiendo así a la medida que pusieron en marcha España y Portugal hace unos meses para limitar el precio del gas y rebajar el de la factura de la luz. “Hoy, más que nunca, viva España”, agregó usando la arenga habitual de Santiago Abascal en un tuit que se viralizó en cuestión de minutos.

La extrema derecha europea ha prosperado durante mucho tiempo avivando el rechazo a la inmigración y al islam. Ahora también se alimenta del resentimiento de algunos votantes que creen que los gobiernos les piden demasiados sacrificios en la batalla contra el cambio climático, como sucede en Alemania, donde los sondeos sitúan incluso a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) como segunda fuerza por delante de los socialdemócratas. Pero este mensaje no termina de funcionar en España.

“La memoria de la dictadura todavía pasa un poco de factura”, explica Óscar Martínez Tapia. “Además, en España somos orgullosamente líderes en derechos de las minorías trans, LGTB... en el feminismo también hemos dado pasos importantes y negar todo esto de repente, aunque la gente esté muy enfadada, creo que le ha pasado factura a Vox, a lo que se suma que ha llevado a cabo una campaña muy dura”.

En su opinión, las posturas negacionistas al estilo estadounidense en cuestiones como el cambio climático son algo que “no termina de llegar al electorado español”.

Los analistas en Europa habían descrito estas elecciones como un barómetro de la actitud cambiante de los europeos hacia la extrema derecha, como quedó patente en el discurso de la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, en un mitin de Vox en Valencia.

Señalando a los gobiernos de Italia, Finlandia, Suecia, Polonia y República Checa, Meloni argumentó que había llegado el momento de los “patriotas”. Sin embargo, este apoyo de Meloni no jugó a favor de Vox.

“Creo que al intentar internacionalizarse perdieron esa parte genuina española ibérica que llevan tan por bandera. Recibieron a Meloni y parece que el proceso de internacionalización les equiparó con los malos de Europa”, explica Martínez Tapias.

La caída de Vox representa un freno al avance de la extrema derecha en Europa.

Qué puede aprender Europa de España
Si hay algo que se puede extraer de la caída de apoyo de Vox en España es, según Navarrete, la importancia de centrarse en aplicar políticas que “tengan un impacto real en la vida de la gente” en contraposición a las ideas simbólicas que mueven normalmente a la ultraderecha, cuyo programa económico suele ser “bastante débil”.

“Creo que cuando los partidos mayoritarios se centran en las políticas más materiales, en las políticas que afectan realmente a la vida de las personas y no caen en discusiones sobre lo simbólico, tienen alguna oportunidad frente a la extrema derecha”, analiza.

Al mismo tiempo, señala que es importante que los partidos conservadores no adopten parte del discurso de la extrema derecha, y recuerda un artículo académico que salió hace poco que decía que “el éxito de la extrema derecha está relacionado con partidos conservadores comprando parte del discurso usado por la extrema derecha”, algo que no funciona ya que “la gente en esa situación suele comprar al original”.

Mientras, Martínez Tapias va más allá y cree que en el resto de Europa tomarán buena nota de lo sucedido en España. “Van a intentar clonar a Pedro Sánchez. Su olfato político es increíble”.

“Por supuesto que en Europa están mirando a España y hay mucha gente ahora mismo resoplando diciendo 'menos mal que no ha caído otra ficha de dominó', porque España seguramente sujete a Portugal”, afirma.

En su opinión, España seguramente generará dudas en el gobierno de Meloni, aunque en el caso de Alemania reconoce que será más complicado porque se juntan condiciones que califica “como la tormenta perfecta: unos ecologistas muy fuertes, dando muy malas noticias y unos números en Alemania del este de desempleo y de inflación muy altos, que atraen ese voto de descontento y de anti clase política”.


lunes, 10 de julio de 2023

El racismo sin caretas: las lecciones de ‘Matar a un ruiseñor’

"La obra maestra de Harper Lee describe lo que significa vivir en una sociedad basada en el racismo, comparecen añorar algunos partidos de ultraderecha El asesinato de una mujer durante un atraco en la plaza madrileña de Tirso de Molina y la revuelta en las banlieue francesas, después del homicidio de un menor en un control policial, han desatado una ola de declaraciones racistas en los partidos de la ultraderecha, entre ellos el español Vox, y en la prensa que jalea a estas formaciones políticas, que ocupan cada vez mayores espacios de poder en Europa y Estados Unidos. Lo extraño no es que los ultras sean racistas, es una de las bases de su ideología; lo que parece chocante es la forma abierta e indisimulada con la que se muestran esos sentimientos.

Se ha convertido en moneda corriente la teoría del Gran reemplazo, un repugnante bulo que mezcla el antisemitismo con el racismo, porque acusa, entre otros al financiero George Soros, un judío, de promover la llegada masiva de inmigrantes musulmanes para sustituir a los blancos cristianos, que según esta visión racista del mundo son la esencia de Europa.

Todo tiene sus límites, claro: el ministro de Economía de Finlandia, el ultraderechista Vilhelm Junnila, tuvo que dimitir tras diez días en el cargo por sus declaraciones racistas. Junnila había elogiado al Ku Klux Klan en sus redes sociales y había hecho guiños al número 88, en referencia a Heil Hitler. Eso era de sobra conocido cuando fue nombrado para ocupar uno de los puestos más importantes en cualquier Gobierno. No es una sorpresa el arraigo de la ultraderecha en los países del norte de Europa —antes de la matanza de Utoya, el nazismo oculto había sido tratado por los grandes autores de novela negra nórdicos como Jo Nesbo, Stieg Larsson o Henning Mankell—. Lo aterrador es que no se trata de movimientos subterráneos, sino de cosas que se dicen a plena luz del día.

Numerosas sociedades han basado —y algunas basan— su estructura en el racismo. El color de piel, la pertenencia a una casta o a una religión puede marcar para siempre la vida de una persona. Muchos de los discursos ultras que se escuchan cada vez con mayor insistencia parecen añorar aquellos tiempos. Una de las grandes obras literarias del siglo XX, Matar a un ruiseñor, con la que Harper Lee ganó el Premio Pulitzer en 1961, describe la vida en un pueblo de Alabama en los tiempos de la segregación racial contra los negros.

Es una novela sobre prejuicios raciales y sobre un hombre honesto, Atticus Finch, que decide enfrentarse a ellos defendiendo a un negro injustamente acusado de violación. Su valentía casi le cuesta la vida a su hija. En la biografía de Harper Lee, Mockingbird, Charles J. Shields relata el tipo de imágenes que marcaron la infancia de la escritora. “En 1931, cuando tenía cinco años, un centenar de miembros del Ku Klux Klan se reunieron en el parking de la escuela de Monroeville para hacer una demostración de fuerza”. También cuenta la historia de una compañera de universidad que, por error, se sentó en la parte del autobús reservada a los negros. “Todo el mundo me miró como si me fuesen a matar”, relató la amiga de Harper Lee.

Los que defienden el regreso a una sociedad basada en las razas y no en la libertad y la igualdad deberían preguntarse si quieren vivir en un lugar como el que describe Matar a un ruiseñor. En una de las frases más famosas de la novela, Atticus Finch le explica a su hija que “uno no comprende realmente a una persona hasta que se mete en su piel y camina dentro de ella”.


domingo, 11 de junio de 2023

_- Qué hacer (y qué no) ante el avance reaccionario de la extrema derecha

_- Los triunfos electorales de Gustavo Petro, Xiomara Castro, Gabriel Boric, Pedro Castillo, el retorno del MAS al gobierno boliviano y el de Lula a la presidencia de Brasil, junto a las victorias en las urnas de Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández inauguraron una nueva ola de gobiernos progresistas en América Latina.

Fruto de importantes movilizaciones populares contra la violenta imposición de un ya desgastado neoliberalismo en la región, la construcción de alianzas amplias logró reconquistar la dirección política en varios feudos gobernados durante décadas por personeros del capital.

Con ello se reactivaron aspiraciones de autodeterminación, integración y multilateralismo, que habían sido postergadas por el reflujo conservador posterior a la oleada de gobiernos populares de inicios de siglo.

Ante esta reconfiguración del mapa político regional y al igual que lo acontecido en ocasiones anteriores, la reacción conservadora no se haría esperar. Una combinación de maniobras judiciales, golpes parlamentarios, ahogo financiero, entre otras presiones imperialistas extorsivas, una cerrada difamación mediática e incluso intentos de magnicidio, se sucederían contra las figuras políticas que auguraban un viraje positivo en las políticas públicas en favor de las mayorías.

En paralelo, ensombreciendo el panorama, las fuerzas de extrema derecha, luego de acabada su dolorosa gestión gubernamental en Brasil y su derrota en las urnas por poco margen, vuelve a recobrar protagonismo con los resultados de la reciente elección de consejeros constitucionales en Chile, el apoyo de un importante número de paraguayos a una opción ultraconservadora y el redoble de tambores alrededor de una figura afiebrada y mediáticamente inflada para las próximas elecciones en Argentina.

Ante esta avanzada reaccionaria, lejos de caer en un alarmismo fútil o un pánico inmovilizador, cabe primero que todo una profunda reflexión sobre su trasfondo y una posterior acción decidida.

Pasado, presente y futuro en la conciencia colectiva
Esta erupción de postulados políticos violentos presenta innegables similitudes con tragedias históricas anteriores. La crisis financiera producida por la volatilidad de la economía especulativa, la proyección de culpabilidad hacia minorías – ayer judíos y gitanos, hoy migrantes -, el rechazo a la diversidad, los discursos de odio, amplificados ahora de modo segmentado y masivo por el uso de canales digitales, la altisonancia y el histrionismo mesiánico y las falsas promesas de pasados míticos idílicos, configuran un escenario de evidentes semejanzas con rasgos presentes en las sociedades europeas de la primera mitad del siglo XX. Elementos que abonaron el terreno para el surgimiento del fascismo y la hecatombe de guerras posteriores.

Por otro lado, el presente de las poblaciones es objetivamente asfixiante. La miseria se agiganta, mientras los minúsculos sectores adinerados pretenden refugiarse en el cinismo y la anestesia ante el sufrimiento ajeno, acudiendo a la represión, la criminalización y la expansión de las adicciones como infame respuesta al legítimo reclamo de los grandes conjuntos por condiciones de vida dignas.

A su vez, cierta “corrección política”, impuesta por el poder a través de los medios del sistema como “líneas rojas” que no pueden ser franqueadas, hace flaquear la posibilidad de estos nuevos gobiernos de cumplirle realmente al pueblo las consignas de campaña. A esto se suma la debilidad intrínseca de los frágiles pactos de intereses particulares, el corto tiempo de sus mandatos, el enquistamiento en los distintos poderes del Estado de funcionarios proclives al inmovilismo y los candados legales que el mismo sistema instituye para continuar sin cambio de fondo alguno.

De este modo, quienes fueron interpelados para estampar con su voto su voluntad de transformación, sienten que han sido estafados por la lentitud, tibieza o incluso traición en el accionar de mandatarios y parlamentarios que no dan la talla. Surge así la tan mentada muletilla de la “clase política”, usada hasta la saciedad por los energúmenos de la derecha radical, que no solo entronca con cierta evidencia de postergación de las necesidades reales de los pueblos, sino que recuerda y es funcional a aquella degradación de lo público y lo político tan cara – en su doble acepción – para la ideología neoliberal.

La contradicción verdadera es mucho más profunda. En el marco de un sistema en el que el dinero es el verdadero poder, amo, señor y dios de la organización social y la escala de valores de la época, la gestión política resulta apenas una pieza del entramado. En ocasiones, sirviendo con valentía y buenas intenciones como un escudo protector ante el insano ataque capitalista y en otras, favoreciendo la destrucción o actuando como un señuelo para distraer la mirada del fondo de la cuestión.

A este presente pantanoso, se suma la gran inestabilidad que sienten los individuos, producto de una aceleración del tiempo histórico, provocando la desaparición de referencias existenciales anteriormente válidas, al tiempo que se fracturan los lazos de hermandad y cercanía, arrojando a grandes contingentes humanos al desamparo y la soledad.

Finalmente, el malestar interno, característico de todos los finales de época, se ve aumentado por la sensación de futuro sin salida alguna. Las imágenes de mejoría social progresiva, que representaban un horizonte creíble en los períodos del industrialismo, en los que estudiar y trabajar con tesón eran preceptos que daban sostén al cotidiano esfuerzo, hoy resultan consignas vacías en un marco evidente de precarización, desocupación e incertidumbre.

Todo esto explica porqué, en un contexto de globalización forzada por apetencias corporativas, pero también de interconexión creciente de culturas y pueblos, el crecimiento de las ultraderechas y los irracionalismos fanáticos no es un asunto local que pueda resolverse por completo en ámbitos restringidos, sino que se ha convertido en un fenómeno mundial.

Qué no hacer
Ante este panorama psicosocial, cuya expresión en la arena política facilita coyunturalmente la aparición y la adhesión a personajes grotescos – que obviamente no resolverán, sino que complicarán los conflictos-, es bueno prevenirse de adoptar actitudes negligentes o catastrofistas.

Minimizar estos fenómenos, negando su existencia, no hace sino permitir su operatividad. Muy conocidas son las líneas del poema “Primero vinieron”, erróneamente atribuidas al dramaturgo alemán Brecht y expresadas originalmente en un sermón por el pastor luterano antinazi Martin Niemöller, quien advertía sobre las consecuencias fatales de la indiferencia.

A su vez, maximizar su importancia, vuelve sombría la escena, sembrando terror e impotencia, al tiempo que, dando una entidad desmedida a posturas canallescas, impide ver aquellos factores también presentes que alientan y construyen en dirección evolutiva.

Absolutamente desaconsejable es degradar al propio pueblo por su elección, tildándolo de ignorante, de ingenuo o de servil. Muy por el contrario, cabe reconocer el frecuente defecto de las “minorías ilustradas” de no lograr entablar un diálogo efectivo con la franja social más vulnerada en sus derechos y oportunidades, cayendo en burbujas de autoafirmación que se desvanecen al verse contrastadas con el rechazo popular.

Por último, externalizar de modo absoluto las causas del avance del irracionalismo en la esfera política con referencia a los manejos del imperialismo, las maniobras de los grupos de poder o la omnipresente propaganda de los medios hegemónicos a su servicio, disminuye la comprensión integral y, una vez más, empequeñece la intencionalidad de los pueblos y su capacidad de sobreponerse a esos embates, aunque ciertamente los factores citados constituyan una parte del problema a título de auto preservación sistémica en tiempos de crisis.

Qué hacer
Del diagnóstico anterior, forzosamente reducido al marco de una nota de análisis periodístico, se desprenden algunas posibilidades de acción inmediata y mediata.

La clave general es la erradicación de toda forma de violencia, sea ésta física, económica, religiosa, étnica, psicológica, moral, de género, etc. Violencia que, en su naturalización objetiva y subjetiva, da cobijo a las actitudes reaccionarias.

La No Violencia, como estadio superador de la especie humana, en permanente cambio y evolución, debe convertirse en el nuevo paradigma de la organización social, las relaciones interpersonales y la actitud individual y colectiva.

Desde ese horizonte será posible erigir las utopías transformadoras en todas las esferas y espacios. Así, el cambio político tenderá a incluir la participación popular directa como única garantía de un tipo nuevo de democracia, promoviendo la autogestión y la co-gestión, acortando de este modo las distancias entre los asuntos públicos más generales y la vida cotidiana de la población.

Para que esto sea efectivo, será preciso descentralizar el poder hacia la base social, hacia la comunidad misma, pero también, al mismo tiempo, desarmar la concentración en pocas manos, interfiriendo en los mecanismos especulativos y corporativos, fortaleciendo el sistema económico cooperativo, apoyando a los medios comunitarios, brindando a las personas un sustento básico universal, adhiriendo a experiencias alternativas en curso como el comercio justo, la agroecología o las tecnologías libres, entre muchas otras.

Pero sobre todo, es necesario desligar el ideal felicitario del consumo irracional materialista, que no solo acarrea sufrimiento en la imaginación por su insaciabilidad, sino que nos vuelve competidores y no aliados en la causa por el bien común.

Como es lógico, esto no será posible sin un cambio simultáneo en la interioridad de los grandes conjuntos, transformación que al igual que los imprescindibles cambios sociales, conlleva dedicación y recursos aplicados. En este sentido, la creación de programas oficiales en co-gestión comunitaria que brinden espacio para que cada persona y colectivo pueda desactivar en su propia conciencia y conducta la violencia interna, deberían ser prioritarios.

En cuanto a la acción inmediata, es preciso reconstruir el tejido social, animando a familiares, colegas, vecinos y desconocidos a rebelarnos ante los muros que pretenden separarnos. Acoger al otro con los brazos abiertos, brindarle protección y calma ante la zozobra, saltar por sobre el individualismo lacerante, ayudar a integrar crecientemente las diferencias y discrepancias, ir más allá de lo que divide y valorar lo que nos une, se vuelve hoy imperativo.

Para lograr ese trato cálido y alimentar la esperanza en este tiempo de agonías estructurales, el camino es comenzar a sentir lo verdaderamente humano en cada uno y cada una, no simplemente su presencia objetal o animal, sino la intención que lo caracteriza y la aspiración de crecimiento y liberación que vive en ese grandioso ser.

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

miércoles, 19 de abril de 2023

¿Cúando se "jodió" España? Respuesta a Ramón Tamames

El reciente debate sobre la moción de censura ha puesto de relieve, en mi modesta opinión, dos características, una política y otra personal. La primera se refiere a la incuria, incompetencia y desasosiego de la dirección, personal y colectiva, de Vox. No es asunto de mi competencia. La segunda tiene que ver con el patético despliegue que el tan admirado profesor y académico Don Ramón Tamames hizo de su conocimiento de la Historia contemporánea de España. En un momento lanzó una frase, famosa, que me impactó mucho: la superfamosa pregunta de Vargas Llosa sobre “cuándo se jodió el Perú”. Que recuerde, el aspirante a presidente del Gobierno no la respondió taxativamente, pero la dejó caer.

Los historiadores, que no aficionados, hemos dado vueltas y vueltas a una pregunta similar en dos momentos del tiempo. Una, en el extranjero, mientras duró la dictadura con su censura, primero de guerra. Desde la Ley Fraga Iribarne, de 1966, también dentro de España, en este caso todavía con la debida prudencia.

La respuesta general, salvo de aquellos enfeudados de una u otra manera a la dictadura, es que no fue en la revuelta de octubre de 1934. La derecha post 1939 puso más bien el acento en las turbulencias y violencias durante la primavera de 1936, preludio del golpe de Estado comunista. En marzo, una reunión de generales examinó la situación. Los más pelotas de entre los autores profranquistas recalcan las supuestas condiciones que expuso el general de División Francisco Franco para unirse a la misma. Entre ellas, la inminencia del tan cacareado golpe comunista.

De hecho, aquel golpe no se planteó nunca en la realidad. Fue una creación de las derechas más cerriles y que ya reflejaron algunos editoriales de sus periódicos desde antes de 1931. En un libro de próxima aparición, el profesor Francisco Sánchez Pérez examinará el tema con pelos y señales desde la obra seminal de Ben Ami sobre los orígenes de la segunda República.

En contra de lo afirmado por las derechas, España “se jodió” porque los gobiernos de la primavera de 1936 no acertaron, no supieron o no pudieron cortar la amenaza golpista de la que, en principio, deberían haber estado bien informados. Naturalmente, la culpa histórica no fue solo de ellos sino más bien de quienes preparaban un golpe con pretextos espurios.

La inminencia del golpe de Estado comunista solo existía en su imaginación. Durante años, fue la “explicación” más extendida. Lo de la violencia vino después cuando resultó literalmente imposible mantener aquella ficción. No crean los amables lectores que fue un proceso fácil. Todavía a principios del presente siglo un eminente historiador eclesiástico, según se dice miembro del Opus Dei, encontró la forma de revivir dicho mito. Y hace no muchos años, tan solo dos, un distinguido, y jubilado, general de División volvió al tema como si no se hubiese demostrado ampliamente tal pamema.

Los más listos entre los historiadores de derechas evolucionaron a tiempo. Más que la amenaza del supuesto golpe comunista (que en las autoalabanzas militares en tiempos de la dictadura ya preveían para agosto de 1936), lo que contó, según ellos, fue la violencia desatada en las calles de las ciudades españolas, los asesinatos por doquier que tenían lugar en cualquier sitio y, con la vista puesta en la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, los templos incendiados y saqueados por las turbas desmadradas con el beneplácito, si no la pasividad, de las fuerzas de orden público, comandadas por políticos izquierdistas y, para colmo, masones.

Pues no: una larga ristra de historiadores españoles y extranjeros han (hemos) examinado todas estas afirmaciones y demostrado las fabulaciones tras las mismas. Da igual. Vox, un sector del PP, y ahora parece que incluso el tan alabado profesor Tamames, coinciden en señalar que, sin fijar un momento preciso, a España la “jodió” la República. Algunos todavía afirman, con la boca pequeña y sin la menor documentación que lo avale, que fue el resultado de la revolución de octubre de 1934 (que el Ejército, a las órdenes del Gobierno de la República que había declarado oportunamente el estado de guerra no tardó mas de dos semanas en poner coto a tal desmán lo pasan por alto). Es un revival perenne. El ilustre académico profesor Tamames incluso evocó la autoridad de Sir Raymond Carr (lo que Julián Casanova desmintió inmediatamente).

Si no fue en “octubre de 1934” tuvo que serlo en la primavera de 1936. Esto se acerca más a lo que efectivamente ocurrió, pero pocos han sido los historiadores de derechas que hayan profundizado en aquella primavera. Tamames y Vox, al menos, son inequívocos. Retoman las alocuciones en el Congreso de los Diputados de lumbreras políticas tan extraordinarias como José Calvo Sotelo (conspirador de pro) y José María Gil Robles (conspirador sobrevenido) y se quedan tan tranquilos.

Don Ramón Tamames, dando muestras de su erudición y de, aparentemente, estar al día, evocó otra autoridad. Nada menos que la suprema de un expresidente del CSIC y catedrático jubilado de Derecho Administrativo. No consideró oportuno decir más. Podría haberle escamado que tal autoridad no cita absolutamente ninguna fuente, ningún escrito, libro o artículo, y que en la primera parte de su obra (que es la que he leído hasta aburrirme) solo menciona de pasada a un único historiador, el malogrado Javier Tusell. Espero tener ocasión de discrepar de un colega universitario nonagenario.

Así, pues, ¿cuándo se “jodió” España? Para mí la respuesta es inequívoca, después de haber escrito tres libros y varios artículos académicos sobre el tema (y a diferencia de muchos otros historiadores de derechas siguiendo no tesis preconcebidas, sino un procedimiento inductivo: a partir del análisis de las evidencias primarias de época sobre comportamientos reales de políticos y militares): se “jodió” en julio de 1936.

¿Pudo no haber sido así? La respuesta solo puede ser especulativa. Abarca dos términos. Que las derechas, solas o con el centro, hubiesen ganado las elecciones de febrero de 1936. O que la República hubiese decapitado la conspiración que sabía estaba en marcha. ¿Y quiénes fueron los malos de la segunda parte de la película? Pues el por algunos todavía reverenciado presidente, Don Niceto Alcalá-Zamora, incompetente, rencoroso y muy bien pagado, seguido por su sucesor, Don Manuel Azaña, sobre todo en su primera función como presidente del Gobierno. Se admite documentación en contrario, que nadie -que servidor sepa- ha aportado todavía.


Ángel Viñas Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM. Autor de una cuantiosa obra sobre la República y la Guerra de España, su último libro es Oro, guerra, diplomacia. La República Española en tiempos de Stalin, Crítica, 2023.

sábado, 12 de febrero de 2022

¿Y si Vox destruye al PP?

A Vox le basta con sustraerle al PP el suficiente número de votos como para que resulte evidente que el PP no va a poder formar Gobierno. A partir de ese momento el PP iniciará su proceso de descomposición.

— CRÓNICA | Cómo adelantar elecciones sobrado de la vida para acabar luego de los nervios


La extrema derecha acaba imponiendo primero su discurso y después se impone electoralmente. Esto es lo que ha ocurrido en España en el espacio de lo que está a la derecha del PSOE desde el comienzo de la Transición.

En la fase inicial de la Transición parecía imposible que la extrema derecha representada por AP pudiera acabar imponiéndose a UCD. En las elecciones que se celebraron entre 1977 y 1980 la hegemonía de UCD en el espacio a la derecha del PSOE era rotunda. Estamos hablando de una diferencia de 167-168 escaños de UCD frente a 16-10 de AP en las elecciones generales de 1977 y 1979. De una diferencia del 30.63% de UCD en las elecciones municipales de 1979 frente al 2.99 de AP. De una diferencia en las elecciones vascas de 1980 de 8.52% y 6 escaños a favor de UCD, frente a 4.77% y 2 escaños a favor de AP. Y de una diferencia en las elecciones catalanas de 18 escaños de UCD por 0 escaños de AP.

Aunque las elecciones vascas y catalanas se celebraron después de que hubiera tenido lugar el referéndum de ratificación de la iniciativa autonómica del 28 F en Andalucía, en ellas no se notó todavía el impacto del resultado de dicho referéndum. Si lo haría en las elecciones gallegas de 1981, en las que AP obtiene 26 escaños y UCD 26, y en las andaluzas de mayo de 1982 en las que AP obtiene 17 y UCD 15. En las elecciones generales del 28 de octubre de 1982 AP obtendrá 107 escaños y UCD 11. La extrema derecha desplazaba definitivamente al partido de centro en el espacio político a la derecha del PSOE. Acabaría haciéndolo desaparecer, una vez transformado AP en el PP a partir de las elecciones de 1993. Un partido de extrema derecha en sus orígenes se quedaba con el monopolio de toda la representación de la derecha española.

¿Podemos estar asistiendo a un fenómeno parecido? Una vez que Vox está consiguiendo arrastrar al PP a su terreno ideológico, ¿no es razonable pensar que acabará siendo el principal partido de la derecha española también electoralmente? El PP necesita que la sociedad española lo reconozca como un partido de gobierno de España. Vox todavía no lo necesita. A Vox le basta con sustraerle al PP el suficiente número de votos como para que resulte evidente que el PP no va a poder formar Gobierno. A partir de ese momento el PP iniciará su proceso de descomposición. En el inmediato futuro y todavía más mirando un poco más lejos, el PP solo puede sobrevivir si la sociedad española lo reconoce como partido de Gobierno, aunque no lo sea en ese momento. En el momento en el que esa expectativa desaparezca, el PP habrá perdido su razón de ser.

En mi opinión, esto es lo más importante que está en juego en las dos elecciones que se van a celebrar en este 2022: las castellano leonesas este próximo domingo y las andaluzas a finales de la primavera o en el otoño. Si el PP acaba dependiendo de Vox en ambas comunidades, sus posibilidades de convertirse en partido de gobierno en las próximas elecciones generales habrán desparecido casi por completo.

No es un problema de si Casado puede seguir siendo presidente del PP y candidato a la presidencia del Gobierno. Es un problema de las siglas PP. Es el desmoronamiento de la formación política lo que puede estar en juego en estas dos convocatorias electorales. El inicio de un proceso paulatino que desemboca en un derrumbe catastrófico.

De momento está claro que el PP ha abandonado por completo el discurso de Pablo Casado en el debate de la moción de censura que presentó Santiago Abascal. De situar al PP en un terreno completamente distinto del de Vox y anunciar que no tenían nada que ver el uno con el otro, Pablo Casado está teniendo que comerse las palabras que pronunció ese día y volver al espacio ideológico perimetrado por Vox. Este movimiento de ida y vuelta casi sin solución de continuidad se convierte en un camino sin retorno. Quedándose quieto en su sitio Santiago Abascal ha arrastrado al PP a donde quería llevarlo.

Este domingo veremos hacia dónde apunta la representación política de la derecha española.

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martes, 28 de septiembre de 2021

Batalla real por la democracia contra la extrema derecha

Javier Pérez Royo.

Texas está sustituyendo a California como el Estado que marca tendencia en la evolución del sistema político americano. Y lo está haciendo con la imposición de la estrategia de la extrema derecha.

En un debate organizado por The Guardian esta misma semana, Hillary Clinton mantuvo la tesis de que Estados Unidos se enfrenta a un "batalla real por la democracia" con la extrema derecha. La deriva que se ha producido en el Partido Republicano y que parece haberse no solo consolidado sino incluso profundizado después de la derrota de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales, ha situado el enfrentamiento político en esos términos.

Consciente de que es un partido minoritario y que tiende a serlo cada vez más como consecuencia de la evolución que se está produciendo en la composición de la población, que el censo de 2020 ha evidenciado, el Partido Republicano ha decidido poner en cuestión de manera preventiva cualquier resultado que arrojen las urnas. Las elecciones solamente son limpias si es el candidato republicano el que resulta elegido. En caso contrario, es que ha habido fraude electoral. La sospecha generalizada de fraude electoral es el mensaje que el Partido Republicano está enviando de manera permanente a la población con el concurso de buena parte del poder judicial.

El Partido Republicano no está dispuesto a aceptar la "legitimidad" de un Gobierno del Partido Demócrata. Está intentando evitarlo mediante la reforma de las leyes electorales de los Estados en los que gobierna, con la finalidad de dificultar, cuando no imposibilitar, que voten los ciudadanos afroamericanos, latinos y asiáticos, con lo que se garantizaría la victoria. Pero, para el supuesto que ni aún así lo consiguiera, está difundiendo el mensaje de que las elecciones no son fiables, porque el fraude electoral se ha constituido en parte del propio sistema.

La forma en que se ha puesto fin a la guerra en Afganistán ha conducido a que en la opinión pública se plantee la cuestión de si la retirada de Afganistán supone o no el fin del imperio americano (John Lee Anderson. The New Yorker. 1 de septiembre). Pero, en mi opinión, lo que está ocurriendo en Texas es un mejor indicador que el fin de la presencia militar en Afganistán.

La combinación que se ha producido en Texas de poner fin a la interrupción del embarazo como un derecho constitucional de la mujer embarazada con el concurso de la mayoría conservadora del Tribunal Supremo y la aprobación de una reforma de la ley electoral que va a hacer imposible que el Partido Demócrata pueda ganar las elecciones, es el más potente indicador de la degradación de la democracia y del consiguiente final de la hegemonía de los Estados Unidos.

Texas está sustituyendo a California como el Estado que marca tendencia en la evolución del sistema político americano. Y lo está haciendo con la imposición de la estrategia de la extrema derecha. Ya está en marcha en otros estados una estrategia similar. Y dentro de poco más de un año se celebrarán las elecciones de mitad de mandato cuyos resultados suelen ser negativos para el partido que está en La Casa Blanca.

La batalla real por la democracia contra la extrema derecha a la que se refirió Hillary Clinton en el debate organizado por The Guardian va a tener un momento decisivo en dichas elecciones. De ellas puede salir una mayoría republicana tanto en el Congreso como en el Senado, que convertiría a Joe Biden en una suerte de Jimmy Carter, es decir, un Presidente fallido, que dejaría el terreno abonado para una hegemonía del Partido Republicano de largo alcance.

Y un Partido Republicano que ya sabemos, tras la trayectoria de Donald Trump, que no está dispuesto a aceptar la alternancia en el poder. Los años de la Presidencia de Donald Trump ha erosionado el prestigio de la democracia americana de manera considerable. En dicho prestigio y no en su fuerza militar es donde residía la fortaleza de los Estados Unidos. Era el modelo de democracia a imitar.

En lo que está ocurriendo en Texas y no en lo que ha ocurrido en Afganistán es donde se está librando la guerra por la democracia contra la extrema derecha. El resultado nos afectará a todos.

lunes, 14 de junio de 2021

_- El ascenso del falso patriota

_- MADRID — Los alumnos de Murcia tienen el índice más alto de fracaso escolar de España y un tercio están en riesgo de pobreza, pero gracias a una nueva iniciativa comenzarán la jornada escuchando el himno nacional, sus aulas dispondrán de un retrato del rey y la bandera ondeará en la entrada de sus escuelas. Incluso quienes no tenemos nada en contra de esos símbolos, vemos la contradicción: si lo que se pretendía era inculcar el sentimiento patriótico en los estudiantes, les sería más útil una buena formación en compromiso cívico o responsabilidad hacia su comunidad.

El sistema educativo español está por debajo de la media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), pero arreglar sus deficiencias nunca fue la intención de la medida anunciada en Murcia y apoyada por otros dirigentes como el alcalde de Madrid. El resurgimiento del nacionalismo español, que permaneció aletargado tras haber sido explotado por la dictadura franquista, ha traído una competición entre políticos por exhibir su patriotismo, casi siempre cayendo en su lado más rancio.

Urge revisar el significado del concepto.

La pandemia del coronavirus ha mostrado con claridad qué es patriotismo y qué no. Por un lado, los sanitarios que se jugaron la vida en el frente hospitalario, los policías y soldados que entraron en residencias para salvar a ancianos moribundos o los ciudadanos que costean esos servicios cumpliendo con el pago de sus impuestos. En el otro, partidos que aprovecharon la crisis para buscar un puñado de votos, ciudadanos que se fueron de parranda en contra de las normas, poniendo en riesgo a los demás, o esos directivos de grandes empresas que, en mitad de la dura crisis económica, están despidiendo a miles de trabajadores, no porque vayan a perder dinero, sino para ganar más.

El político auténticamente patriota es hoy una especie en extinción. No se mide por el tamaño de la bandera que enarbola o lo mucho que grita su amor a la nación. Es un servidor público que mira por el bien común, gasta los recursos sin olvidar que proceden del esfuerzo de todos y combate la polarización que está agrietando nuestra sociedad. Lo contrario del patriotismo excluyente y folclórico de Vox, el partido de extrema derecha que impulsa el himno en las escuelas y que, sin embargo, flaquea cada vez que se enfrenta a una verdadera prueba patriótica.

Cuando hace un año un millar de españoles morían al día por la COVID-19, en una crisis global que países como España gestionaron deficientemente, la extrema derecha renunció a la crítica constructiva y acusó al gobierno central de aplicar “una eutanasia feroz” a los ancianos que agonizaban, movilizó a sus partidarios en las calles y rompió el espíritu de unidad con el que el país había afrontado la tragedia.

Vox, la tercera fuerza parlamentaria en España, tampoco supo escoger bando cuando en mayo, en un flagrante caso de chantaje migratorio, Marruecos envió a más de 12.000 de migrantes a la ciudad española de Ceuta, poniendo en riesgo la vida de sus ciudadanos y desbordando a las autoridades. Su líder, Santiago Abascal, viajó a la zona y responsabilizó al presidente Pedro Sánchez de permitir la “invasión” de migrantes. Para entonces, hasta autoridades marroquíes habían admitido que su acción fue una respuesta por la posición española respecto al Sahara occidental.

La explotación de los sentimientos nacionalistas es parte de la esencia de los populismos, que buscan la confrontación en la sociedad y propagan una visión simplista del patriotismo. Quienes discrepan de sus políticas son descritos como traidores y presentados como una amenaza a combatir. Y así, se ofrecen como salvapatrias, conscientes de que su discurso será mejor recibido cuanto peor se perciba el estado de las cosas. Ante la incertidumbre, ofrecen el supuesto ideal de un país más homogéneo, seguro y, por supuesto, patriótico. Su punto débil es que rara vez secundan el principio con el ejemplo.

Imitando el “America first” de Donald Trump, Abascal asegura en sus mítines que “lo primero es España, no sus partidos y no sus intereses”. Pero el líder de Vox es un producto de esos intereses y la política clientelar que ha convertido a los partidos españoles en agencias de colocación de amigos y militantes.

El político bilbaíno dirigió la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social de la Comunidad de Madrid, una entidad que él mismo ha descrito como innecesaria, mientras cobraba un sueldo de 82.491 euros anuales sin tener apenas ocupaciones. Años antes había coescrito su visión del país en un libro con un título ilustrativo: En defensa de España: Razones para el patriotismo español.

Pero no es la incoherencia de la extrema derecha lo que hace de España un caso particular, sino el hecho de que su estrategia sea apoyada por los conservadores tradicionales del Partido Popular (PP). La formación, que en etapas anteriores ha mostrado suficiente sentido de Estado para no hacer batalla política de cuestiones como el terrorismo o la política exterior, se ha sumado a una oposición que confunde la contundencia con la toxicidad. Pablo Casado, presidente del PP, daña las instituciones que aspira a gestionar cuando acusa a Sánchez de ser un presidente “ilegítimo”, una línea que sus predecesores nunca cruzaron.

El resultado es un debate político cada vez menos racional, como se ha visto en la polémica sobre el indulto que Sánchez quiere conceder a los políticos catalanes que impulsaron el desafío independentista. Los impulsores de la secesión, creyéndose su papel mesiánico, ignoraron la voluntad de la mitad de los catalanes y llevaron a la región al borde del precipicio. Las consecuencias son conocidas: su condena por sedición y malversación, una prolongada decadencia económica en Cataluña y una fractura social que sigue sin resolverse.

El presidente Sánchez asegura que la medida de gracia ayudará a reparar el trauma catalán e iniciar un periodo de reconciliación. Sus detractores recuerdan que los condenados no han mostrado arrepentimiento y afirman que volverán a actuar de la misma forma si tuvieran la oportunidad. A partir de ahí, el país podría haber asistido a un debate de propuestas e ideas sobre la mejor forma de superar el conflicto. En su lugar, se han impuesto la crispación y el patriotismo ruidoso. Los favorables al indulto son acusados de traidores y quienes los rechazan de autoritarios.

Es hora de dejar la política en manos de los verdaderos patriotas: aquellos a quienes no les sobra la mitad del país de la que discrepan. Pero esa es una idea que no surge de la nada. Para que penetre en la conciencia social será necesario reformular desde la escuela el concepto de patriotismo, más allá de las banderas o los himnos. La vinculación emocional de las futuras generaciones con la nación será más fuerte si se sostiene en valores cívicos, principios como la solidaridad fiscal para sostener los servicios públicos y la creencia de que la mejor manera de defender a tu país es hacerlo lo más inclusivo, tolerante y diverso posible.

David Jiménez (@DavidJimenezTW) es escritor y periodista de España. Su libro más reciente es El director.

NYT en español.

sábado, 29 de mayo de 2021

_- Menteplanismo. Cuando cunde el miedo, hay gente que prefiere no pensar y que se refugia en la simpleza del dogma y las teorías mágicas. Rosa Montero.

_- Dicen que un pesimista es aquel que cree que estamos en la peor situación posible, mientras que un optimista es quien piensa que aún podemos empeorar muchísimo
Partiendo de esta premisa, no cabe duda de que vivimos tiempos muy optimistas, porque la realidad parece deteriorarse cada día un poco más. Lo demuestra la campaña electoral de Madrid, que ha sido especialmente indecorosa, un petardeo de insultos y rencores, un desconsuelo de ataques grotescos coronado por la cobarde miseria de las balas. Se diría que estamos en caída libre, y no sólo en España; ahí tienen, por ejemplo, el manifiesto de militares franceses de ultraderecha que amenaza veladamente con un golpe de Estado. ¡Pero si incluso hay una cruzada internacional de los ultras italianos, franceses, húngaros, norteamericanos y españoles contra el papa Francisco, al que por lo visto consideran un rojo peligroso! Es de sainete.

Están pasando muchas cosas a la vez, todas nefastas, que tienen el común denominador de la obnubilación mental, de un apagón mundial del raciocinio. Y así, crecen por doquier los negacionistas, los terraplanistas y demás istas descerebrados que sostienen mentecateces asombrosas. Pero aún asombran más esas personas supuestamente normales que prestan cierta atención a tales delirios y que se justifican diciendo que hay que escuchar todas las opiniones. Por todos los santos, sostener que la Tierra es plana o que el virus es un invento para esclavizarnos no son opiniones, sino imbecilidades. Es como asegurar que dos más dos son siete: ¿acaso consideraríamos esa suma chiflada una opinión? ¿Y cómo es posible que haya gente que no se dé cuenta de esta obviedad? Nos estamos volviendo medio tontos.

Este fosfatinamiento de cabezas tiene varias causas. Una de ellas es, sin duda, la tremenda revolución tecnológica que estamos viviendo. Nunca antes en la historia de la humanidad ha habido un salto técnico tan colosal como el experimentado en los últimos 40 años; y ya sabemos que todo avance o cambio radical genera una fuerza retrógrada que lo combate. De ahí las memeces conspiratorias y acientíficas. Sucedió también al comienzo de la industrialización, en el primer tercio del XIX, con el movimiento británico de los luditas, que destruían los telares mecánicos y llegaron a matar a algún empresario, o de los swing, que rompían las trilladoras. En los últimos años ha surgido una corriente reivindicadora del ludismo que sostiene que no iban en contra de las máquinas, sino que eran simples obreros luchando por sus derechos, y es cierto que sus condiciones laborales eran terribles y que los pobres fueron aniquilados (hubo una treintena de ejecuciones), pero también creo que la revolución industrial les sobrepasó. La vida es así de compleja, puedes tener en parte razón y en parte no. Sucede lo mismo con esas personas a las que la crisis de 2008 empobreció para siempre, un sector social desamparado que ve cómo los ricos culpables de la crisis siguen en el poder, más ricos que nunca, mientras ellos se hunden. Esto hace que no se sientan representados por la democracia, cosa que comprendo; pero al mismo tiempo me parece trágico que crean que la solución está en Trump, o en Le Pen, o en Vox. El populismo y la extrema derecha engordan con los obreros descontentos.

Todo esto también puede ser origen de nuestra confusión mental: me refiero a la crisis económica mal resuelta, al descrédito de la democracia y la desaparición de los referentes sociales tradicionales. Es un entontecimiento del que no se libran los ultras de izquierda: hace poco publiqué en mi Facebook una petición de Amnistía Internacional en apoyo de Alexéi Navalni, encarcelado en Rusia, y algunos de los comentarios fueron tan feroces y dogmáticos (como el rancio apoyo ciego a los rusos o el típico truco totalitario de denigrar a la víctima) que me dejaron pasmada: creía que esos fanatismos estaban superados. Pero no. Vivimos tiempos inciertos, cambios monumentales, crisis de valores que la pandemia ha empeorado. Y, cuando cunde el miedo, hay gente que prefiere no pensar y que se refugia en la simpleza del dogma y de las teorías mágicas. El sueño de la razón produce monstruos. Mucho más peligroso que el terraplanismo es el menteplanismo que nos azota.

https://elpais.com/eps/2021-05-16/menteplanismo.html?outputType=amp