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miércoles, 4 de octubre de 2023

«Si queremos entender la extrema derecha en el siglo XXI debemos mirar a Rusia»

Cuna de la mayor revolución socialista de la historia, Rusia ha experimentado intensas transformaciones sociales, económicas y políticas a lo largo del siglo XX. Desde el ascenso de Stalin hasta el actual régimen de Putin, no queda mucho de la experiencia organizativa de los soviets y del legado socialista que caracterizó los primeros años de la revolución de 1917. Ilya Budraitskis, activista socialista ruso, está convencido de que el actual régimen de Putin tiene todas las características de lo que podríamos llamar el fascismo del siglo XXI.

Ilya Budraitskis es un activista político y un teórico. Ha vivido muchos años en Moscú, donde ha consolidado su activismo. Es autor de varios textos sobre la política, la cultura y la historia intelectual de Rusia. Ha publicado artículos en revistas universitarias como Radical Philosophy, New Left Review, Slavic Review y South Atlantic Quarterly, así como en importantes portales de medios críticos como Jacobin, London Review of Books, E-Flux, Le Monde Diplomatique, Inprecor y Open Democracy. Su colección de ensayos “Disssidents among Dissidents: Ideology, Politics and the Left in Post-Soviet Russia” fue publicada por Verso en 2022. También es miembro del comité editorial de la web socialista rusa anti-guerra Posle.media.

Durante su visita a Brasil, Budraitskis habló con Radar Internacional sobre el proceso de despolitización de la sociedad rusa post-URSS, los impactos del neoliberalismo, las características del régimen de Putin y sus estrategias de acercamiento al Sur global. Finalmente, comentó las posibilidades de organización de la izquierda rusa hoy.

Nos gustaría empezar por preguntarte cómo caracterizas el régimen de Putin: ¿es un régimen nacionalista? ¿Un régimen fascista? ¿Puedes decirnos un poco más al respecto?

Sí, diría que este régimen existe desde hace más de 20 años y que ha sufrido una seria transformación durante este período. Comenzó siendo un régimen bonapartista neoliberal y se ha convertido en una especie de dictadura fascista abierta. Y creo que esta transformación en un régimen fascista comenzó después del comienzo de la invasión de Ucrania. Puedo presentar un análisis más profundo de cómo se ha producido esta transformación a lo largo de estos años.

Se ha producido debido a dos tendencias paralelas dentro de la sociedad rusa, especialmente en la última década. Si examinamos la transformación del régimen de Putin, podemos decir que el primer período de su existencia, es decir, la década de 2000, se caracterizó por el crecimiento económico, la implementación de reformas neoliberales y un profundo proceso de despolitización de la sociedad rusa, que se tradujo en la desarticulación y alienación de la mayoría de las formas de autoorganización política.

Pero en 2011 y 2012 ocurrió algo importante. Después de la crisis económica de 2009 la economía rusa aún no se había recuperado, el crecimiento económico aún no había despegado y la economía rusa estaba estancada. Durante el mismo periodo, la despolitización dio paso a un nuevo movimiento de protesta que comenzó a finales de 2011, principalmente en Moscú, pero que también tuvo repercusiones en muchas grandes ciudades rusas. Se trataba de un movimiento contra el régimen, cuyas demandas eran principalmente políticas en lugar de sociales, pero que, en mi opinión, también reflejaba un creciente descontento con la situación económica y social.

Este movimiento surgió cuando Putin decidió volver a la presidencia y presentarse a las elecciones presidenciales de 2012, para un tercer mandato. A diferencia de sus campañas de la década de 2000, ésta no estuvo marcada por un proceso de despolitización, sino por una ofensiva conservadora y antirrevolucionaria. Así, a partir de ese momento, se puede decir que se produjo un punto de inflexión conservador en el régimen de Putin. El discurso que presentó fue que las manifestaciones no eran un movimiento de oposición interna sino un grupo de agentes externos, traidores nacionales, personas que quieren destruir la familia tradicional, los valores tradicionales rusos, etc. A partir de ahí se adoptó una retórica extremadamente conservadora en la ideología de este régimen.

En 2014, Rusia comenzó a involucrarse militarmente en Ucrania con la anexión de Crimea. Para Putin no se trataba solo de una cuestión de política exterior, de reconquista de la influencia imperial de Rusia en el espacio post-soviético, sino también de una cuestión de política interna. Se trataba de crear una unidad patriótica de la sociedad rusa en torno a su presidente. Se puede ver la rapidez con la que Putin recuperó popularidad en la sociedad rusa tras la anexión de Crimea.

Pero el efecto Crimea, el efecto del reagrupamiento alrededor de la bandera, no duró mucho. Tres años después de lo que se llamó la “reunificación de Crimea”, la popularidad de Putin comenzó a desmoronarse y surgió una nueva ola de protestas en Rusia. A partir de 2017, comenzó a surgir un nuevo movimiento contra la corrupción, contra el autoritarismo del régimen y, en última instancia, contra las profundas desigualdades sociales que existen en la sociedad rusa. Estas manifestaciones se asociaron estrechamente con la figura de Alexei Navalny, pero en realidad no se trataba sólo de un movimiento de sus partidarios personales. Por parte del régimen todo esto se presentó como la lucha contra una “revolución de color”.

Entonces, ¿cuál fue el principal problema en Ucrania? Según Putin, fue Maidan, el derrocamiento ilegal del gobierno por parte del pueblo, algo absolutamente inaceptable. Por lo tanto, había que evitar que esto se produjera en Ucrania y en Rusia. Putin luego tomó una posición contra esta posible revolución porque, para él, todas las revoluciones que tuvieron lugar en Rusia, incluida la de 1917, son el resultado de la actividad de enemigos externos. Según él, todas las revoluciones son una conspiración, son procesos que vienen del exterior para desestabilizar al Estado ruso. Y, de hecho, este pensamiento antirrevolucionario está muy presente en la versión oficial de la historia rusa, en los manuales escolares, en las grandes presentaciones historiográficas, donde no solo 1917 se presenta como una especie de motín antiruso organizado por Occidente, sino que incluso los levantamientos populares del siglo XVIII, como el de Pugachev, se presentan como una conspiración venida del exterior.

En este sentido, es posible ver cómo el comienzo de la invasión no fue solo una cuestión de política exterior, sino también una forma de disciplinar a la sociedad rusa. Y cuando miramos los primeros meses de esta invasión, nos damos cuenta de lo mucho que han cambiado las reglas del juego dentro de Rusia. Desde el comienzo de la invasión es imposible criticar la guerra de ninguna manera. Ni siquiera está permitido hablar de este evento como de una guerra. El uso de la palabra “guerra” es un acto criminal en virtud de la ley rusa, porque oficialmente no se trata de una guerra sino de una “operación militar especial”. Este es el término que debería usarse para describir este acontecimiento.

Todos los medios independientes que habían permanecido en el país hasta entonces fueron expulsados una semana después de la invasión, y hoy podemos ver esta tendencia represiva en el restablecimiento de la unidad total de Rusia, como la presenta Putin. Para él, la sociedad rusa se consolida en torno a la idea de luchar contra Occidente, contra cualquier tipo de enemigo interno o externo, y aún no se permite ninguna crítica en el país. Por ejemplo, es posible que hayas visto que la semana pasada Boris Kagarlitsky fue detenido en Moscú. Esta detención forma parte de una creciente campaña de represión de las manifestaciones que se ha traducido ya en muchos presos políticos. Preguntado en una conferencia de prensa sobre Kagarlitsky, el Sr. Putin, por supuesto, respondió que era la primera vez que escuchaba ese nombre, como siempre lo hace, pero también dijo: “Actualmente estamos en un conflicto militar con nuestro vecino. Por eso todo lo que va en contra de nuestra unidad nacional debe ser eliminado. Esa es la razón de todos estos asuntos”.

Creo que si hablamos del movimiento fascista de hoy, de cómo es el fascismo en el siglo XXI, deberíamos mirar lo que ya está sucediendo en Rusia. Debido a que estamos en un contexto en el que un movimiento de masas desde abajo ya no es necesario, podría tratarse de un giro fascista desde arriba. Si miras, el fascismo clásico, que surgió en el siglo XX, siempre ha sido la combinación de movimientos de masas con la clase dirigente, que utilizó el movimiento de masas para transformar el régimen político. Hoy, en las sociedades que ya han sido fuertemente destruidas por el neoliberalismo, con la destrucción de toda tradición de organización, solidaridad, etc., en esas sociedades ya no es preciso un movimiento de masas fascista. Por eso creo que es importante hablar de la transformación fascista del estado ruso, y creo que en este sentido, el caso ruso no es único. No se trata de una excepción a la tendencia global, sino de una imagen de la misma. Si queremos entender cómo estos movimientos de extrema derecha pueden transformar la sociedad, deberíamos tomar a Rusia como ejemplo.

En cuanto a la política exterior de Putin, este se ha acercado al continente africano y al Sur en general. ¿Podrías decirnos un poco más al respecto? ¿Cómo deben considerar los países del Sur este acercamiento a Putin y la guerra?

Esta es una pregunta muy interesante, porque Putin realmente está tratando de explotar este sentimiento anti-occidental, anti-americano, anti-colonial y propone, en lugar del orden mundial actual, otro tipo de modelo, que se llama mundo multipolar. ¿Qué es un mundo multipolar? Es la existencia de civilizaciones particulares o de civilizaciones-estados particulares. Los “Estados-civilizaciones” son un término importante ya utilizado en la nueva versión de la doctrina de política exterior rusa adoptada a principios de este año. El estado-civilización no significa lo mismo que el estado-nación, sino más bien que los estados soberanos reales existen como una especie de civilización – como Estados Unidos, China y Rusia. Por ejemplo, digamos que Brasil es un país clave para la civilización sudamericana. Esto significa que debe controlar todo el continente para restaurar la verdadera soberanía de Brasil y controlar el dominio orgánico de sus intereses nacionales como Estado-civilización. Lo mismo ocurre con Rusia, por supuesto, porque el Estado civilización ruso es mucho más amplio que las fronteras actuales del Estado ruso. Así, por ejemplo, Ucrania ha pertenecido orgánica e históricamente al Estado civilización ruso. Probablemente sea lo mismo para China, que debe recuperar su propio Estado-civilización.

Si quieres encontrar las raíces de este concepto, puedes leer el libro de Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, donde propone más o menos lo mismo. La idea de Huntington es que Occidente, Estados Unidos, no deben pretender proponer un orden mundial, sino que deben ser responsables de su propia civilización. Así, las civilizaciones occidentales como Estados Unidos y Europa Occidental formarían parte de la misma civilización y Estados Unidos sería el líder. Esto significa que Occidente no debe ser demasiado ambicioso en cuanto a su influencia y debe centrarse en sus propios valores, su propia religión, sus propias tradiciones y así sucesivamente, dejando la posibilidad de que otras civilizaciones tengan sus propias tradiciones. Por ejemplo, tienes tus tradiciones brasileñas, tienes el tipo tradicional de régimen político brasileño, que es probablemente la dictadura militar, porque es el mejor régimen para servir a los intereses de tu Estado-civilizacíón, y tienes los valores tradicionales que son propios de tu civilización y que deben ser preservados. Este es esencialmente el concepto de un mundo multipolar. Es un mundo sin ningún sentido del universalismo, sin ningún sentido de la autodeterminación nacional, porque no se trata de naciones, sino de civilizaciones, y ciertamente no es un mundo más justo o más igual que el en el que vivimos, quizás incluso peor.

Por ejemplo, si miramos a África y todas las especulaciones sobre lo que Rusia ha dicho sobre África y lo que realmente ha hecho allí, es el Grupo Wagner quien es la clave para comprender la política exterior rusa en el continente africano. Verás absolutamente el mismo tipo de método colonial, ya que Rusia es actualmente casi el principal proveedor de armas en el continente africano y es un país que intenta explotar y extraer los recursos naturales de la misma manera que las potencias occidentales coloniales e imperialistas. Si miras lo que hace el Grupo Wagner en la República Centroafricana, donde esencialmente controla las principales minas de oro y lo extrae a cambio de apoyo militar al gobierno actual, esta es la típica forma neocolonial de hacer política – proporcionar apoyo militar a una élite gobernante a cambio de un monopolio sobre la extracción de los recursos naturales de ese país. No veo ninguna diferencia entre esta política y la de Francia o el Reino Unido. La única diferencia es que el grupo Wagner representa a otro “Estado-civilización”. En la República Centroafricana, por ejemplo, ha promovido activamente la religión ortodoxa. Han organizado misiones ortodoxas, formado sacerdotes locales, etc.

Ya hacia el final de la entrevista, me gustaría preguntarte sobre las posibilidades de organización de la izquierda en Rusia. ¿Cómo reacciona la izquierda ante el gobierno de Putin? ¿Cuáles son las posibilidades de acción dentro del Partido Comunista? ¿Cómo es la organización de la resistencia en Rusia?

La cuestión de la izquierda en Rusia es bastante complicada, porque no creo que los grupos y partidos que apoyan la invasión de Ucrania puedan ser considerados de izquierda o socialistas. Podemos constatar que la dirección del Partido Comunista y un gran número de grupos estalinistas cercanos al Partido Comunista apoyan plenamente la invasión de Ucrania, lo que significa que siguen integrados en el sistema político de Putin. Este sistema se ha construido y desarrollado durante los 20 años del régimen de Putin y, dentro de este sistema, la dirección del Partido Comunista no tiene capacidad de acción política. Está totalmente guiada por el Kremlin.

El Partido Comunista Ruso y el estalinismo en general en Rusia están muy relacionados con la herencia imperialista del final del período estalinista. En los últimos años de la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente después, Stalin explotó mucho el legado del nacionalismo ruso. Creo que la tradición estalinista en Rusia incluye este elemento de chovinismo ruso y la continuidad de este elemento estaba ciertamente muy presente en las posiciones del Partido Comunista Ruso y otros grupos estalinistas después del inicio de la invasión.

Pero, por supuesto, hay otra izquierda en Rusia, la izquierda que se oponía a las ambiciones imperialistas de su propio gobierno, compuesta por grupos socialistas, trotskistas y anarquistas. Y como ya he explicado, actualmente no es posible expresar abiertamente críticas a la guerra, que es la principal cuestión política del país. Por eso no es posible que la izquierda anti-guerra rusa opere legalmente en el país en estos momentos. Numerosos activistas importantes que ya eran conocidos por sus posiciones contra la guerra y anti-Putin han abandonado el país. En mi organización, el Movimiento Socialista Ruso, la mayoría de los dirigentes ya han abandonado el país. Kagarlitsky fue arrestado precisamente porque seguía criticando la guerra mientras aún estaba en el país. Por eso fue arrestado.

Algunos miembros de los grupos anti-guerra todavía intentan actuar en Rusia, pero de forma semi-clandestina: discusiones políticas a puerta cerrada, eventos de propaganda con invitaciones personales, difusión de información a través de Telegram o Youtube. Pero los que están en Rusia deben cumplir con la legislación rusa vigente, lo que significa que no pueden hacer ningún comentario sobre la guerra. No solo sobre el nombre de la guerra, que no es una guerra sino una operación militar especial, sino tampoco sobre las acciones del ejército ruso en general. De hecho, ahora existe en Rusia una ley que criminaliza todas las noticias falsas sobre el ejército ruso. La definición de noticias falsas es muy sencilla: cualesquiera que no sean las declaraciones oficiales del Ministerio de Defensa ruso. Entonces, por ejemplo, si dices que el ejército ruso cometió crímenes de guerra, puedes ser arrestado inmediatamente y cumplir una condena de cinco años en general.

¿Es posible ser arrestado incluso por publicar mensajes en redes sociales como Facebook o Instagram?

Sí, es posible. Y no es solo una posibilidad, hay varios casos de este tipo. Cientos de personas han sido detenidas o multadas por publicar publicaciones en las redes sociales. Pero en lo que respecta a Instagram y Facebook, estas redes sociales ya han sido prohibidas en territorio ruso, por lo que no tienes derecho a usarlas. Youtube y Telegram todavía están permitidos, pero no sabemos por cuánto tiempo. Según algunos rumores, las autoridades rusas probablemente bloquearán Youtube para finales de año. Ya se ha propuesto una alternativa, una especie de plataforma rusa totalmente controlada por el gobierno para reemplazar a Youtube, que es muy popular en Rusia.


Traducción: Faustino Eguberri para viento su

jueves, 11 de agosto de 2022

_- Entrevista a Rafael Poch de Feliu

_- ¿Quién tiene la culpa de la guerra en Ucrania?
Rusia se lleva la máxima condena por haber desencadenado la invasión en febrero, violando la integridad territorial de Ucrania con un discurso de su presidente que de hecho niega la soberanía de ese país considerado “artificial”. La oposición liberal rusa y el establishment occidental afirman que el motivo es que el régimen ruso busca consolidarse en el orden interno con lo que creía iba a ser una “corta guerra victoriosa”. Tiene sentido, pero esta versión silencia por completo los antecedentes de la invasión: más de veinticinco años ignorando los intereses de seguridad de Rusia y construyendo un esquema de seguridad europeo sin Rusia y contra Rusia. En diciembre Moscú presentó una lista de puntos para corregir eso advirtiendo de que si no se le hacía caso se tomarían “medidas militares”. Estados Unidos y la OTAN no hicieron caso y aceptaron el escenario bélico.

La responsabilidad del gobierno de Ucrania tiene que ver con su llegada al poder en 2014. Aquella mezcla de revuelta popular de un sector de la sociedad y de operación de cambio de régimen auspiciada por Estados Unidos y la Unión Europea, rompió el equilibrio entre las dos identidades nacionales que hasta entonces convivían democráticamente en el país, alternándose en su gobierno. Tomó el poder el nacionalismo ucraniano dominante en Ucrania occidental, furibundamente anti-ruso y decidido a imponer una identidad nacional contra Rusia y pro OTAN. Eso tenía consecuencias en el uso de la lengua rusa, que era la predominante en el país, y en la versión del pasado como una sucesión de desastres responsabilidad de los rusos. Ni la gran minoría rusa del país, ni otras minorías nacionales, ni la mayoría ruso-parlante del Este del país, aceptaron esa imposición, lo que dio lugar a diversos niveles de protestas contra el nuevo orden. En algunos lugares, como Járkov, se reprimieron con poca violencia, en otros con mucha violencia, por ejemplo en Odesa y Mariúpol, con grandes manifestaciones y muertos, y en otros se produjo un levantamiento armado, el caso del Donbás, al que el gobierno de Kíev respondió lanzando una “operación antiterrorista” que ha durado ocho años y ocasionado 14.000 muertos en los dos bandos, con la mayoría de las víctimas civiles en poblaciones contrarias al gobierno de Kiev. En ese clima de guerra civil, Rusia se anexionó Crimea, el territorio más disconforme y rusófilo de Ucrania. Fue la maniobra de consolación de Moscú ante el serio revés de la pérdida de Ucrania. Desde entonces la OTAN ha estado armando a Ucrania para una revancha militar contra Rusia. Sin estar Ucrania en la OTAN, la OTAN si estaba en Ucrania y entre otras cosas formó a 80.000 soldados ucranianos entre 2015 y 2020. Kíev aprobó también una nueva doctrina militar que preveía la reconquista de Crimea y en septiembre de 2021 se firmó una alianza con Estados Unidos sobre ese guion. Así que cuando Putin dice que “el ataque contra Crimea y el Donbás era solo una cuestión de tiempo”, el asunto parece tener fundamento. Son, podríamos decir, las circunstancias del crimen de Rusia en Ucrania.

La Unión Europea es responsable por haberse negado a incluir a Rusia en el acuerdo económico que propuso a Ucrania en 2013 de forma excluyente, pese a que el 40% del comercio ucraniano era con Rusia. El rechazo de aquel acuerdo desencadenó la revuelta contra el gobierno ucraniano, tan corrupto y oligárquico como el que le sucedió (por eso digo que lo de 2014 fue una “revolución fallida”), pero que solo se diferenciaba en la disciplina exterior. Azuzada por los bálticos y los polacos, estrictamente alineados con Estados Unidos, la Unión Europea ha sido incapaz de formular una política autónoma. En 2008 se invitó formalmente a Ucrania a adherirse a la OTAN cuando solo el 20% de los ucranianos deseaban tal adhesión, frente a un 35% que prefería una alianza militar con Rusia y otro 30% la neutralidad. Después de 2014 Francia y Alemania dejaron languidecer los acuerdos de Minsk para una solución pacifica de la guerra civil en el Donbás, acuerdos que Estados Unidos rechazaba, y, como consecuencia, también Kíev, que los había suscrito... Así que aunque los niveles de responsabilidad de cada uno de los participantes sean diferentes y puedan ser objeto de discusión, no veo parte inocente en este conflicto más allá de la sufrida población civil.

¿Qué consecuencias puede tener esta guerra para Rusia?
No veo desenlace positivo alguno para Rusia. Las cosas pueden ir mal o muy mal para Moscú. En la mejor de las suposiciones, si Rusia consigue imponerse militarmente en todo el sureste de Ucrania, llegando hasta Odesa y dejando a Ucrania sin acceso al mar Negro, lo que es mucho suponer, el resultado no será estable. La incorporación de más territorios a Rusia —estoy pensando en la región de Jersón— o la organización de administraciones rusófilas será contestada. Por pequeña que sea, cualquier resistencia armada obligará a esas administraciones a ejercer la represión.

Por otro lado, todo lo que Rusia buscaba; alejar las infraestructuras y fronteras de la OTAN de su territorio, desmilitarización de Ucrania, rebajar la hostilidad hacia Rusia del gobierno ucraniano y mermar la influencia de la extrema derecha en él (lo que llaman “desnazificación”), todo eso ha empeorado. Está claro que lo que quede de Ucrania será aún más hostil a Rusia que lo que había. Finlandia aporta 1.300 kilómetros más de frontera directa con la OTAN. Si todo eso es un desastre, el desprestigio sin precedentes de Rusia en Occidente y la revigorización de aquella OTAN en “muerte cerebral” (Macron dixit), aún lo es más.

Las sanciones contra Rusia no tienen precedentes para un país tan grande e importante y le harán mucho daño, pero no creo que la dobleguen. Los casos de Cuba, Corea del Norte e Irán, sugieren que las sanciones hacen daño pero no doblegan. Y lo peor es que no están enfocadas a una negociación, sino que son incondicionales. La presidenta de la Comisión Europea, la incompetente y acérrima atlantista Ursula von der Leyen, ha dicho que el objetivo de las sanciones es, “desmantelar, paso a paso, la potencia industrial de Rusia”. Occidente quiere un cambio de régimen en Rusia y lo va a obtener. No porque vaya a saltar Putin, su apoyo popular es del 70% aunque puede ser efímero, sino porque el régimen ruso se va a endurecer, reformulando definitivamente sus alianzas internacionales. Las sanciones van a cambiar la vida de la clase media rusa, cierto consenso de la juventud con el Kremlin hacia la tesis de que esta guerra es una respuesta del país a una “amenaza existencial”, la reacción a la inusitada rusofobia imperante en Europa, todo eso, transformará la vida y la mentalidad de muchos rusos en una dirección muy negativa. Ese va a ser el verdadero cambio de régimen a medio plazo. Resumiendo, Rusia ha perdido Ucrania definitivamente y, seguramente, a más largo plazo, estamos asistiendo al principio del fin de Putin.

¿Cómo puede quedar la Unión Europea después de todo esto?
Mucho más sometida a Estados Unidos en política exterior y de defensa. La UE mantenía un fluido comercio energético con Rusia, era el principal socio comercial de China y la OTAN se encontraba en “muerte cerebral”. Ahora todo eso se ha revertido gracias a la guerra. Asistimos al fin de los propósitos integradores de Rusia en Alemania, así como a lo que quedaba de la voluntad francesa de una mayor autonomía exterior y militar europea. Se consolida un eje de los vasallos de Estados Unidos en Europa, con Inglaterra, los bálticos, Polonia, etc., alternativo a los tímidos impulsos autonomistas franco-alemanes. Como resultado, una Unión Europea subalterna de la OTAN, perjudicada por sus propias sanciones contra Rusia y mucho más implicada en la presión geopolítica de Washington contra China. Por primera vez, la primera visita asiática del canciller alemán no ha sido a China, principal socio comercial de la UE, sino a Japón. Ahora, en junio, la OTAN va a incorporar definitivamente preparativos militares de guerra contra China en su “nuevo concepto estratégico” que se aprobará en la cumbre de Madrid.

¿Qué puede decir de la actitud de China?
Cuando firmaron en febrero su gran acuerdo “sin límites” con Rusia, encaminado a contener la influencia de EE. UU., los chinos no sabían que Putin preparaba una invasión de Ucrania. Ante la situación creada, Pekín ha subrayado el respeto a la soberanía e integridad de Ucrania y al mismo tiempo se opone a la “seguridad contra Rusia y a expensas de Rusia” que se ha instalado en Europa. Su viceministro de exteriores, Le Yucheng ha dicho que “la OTAN debería haber respetado su promesa de no expandirse al Este” y que “los países pequeños no deben ser usados como peones por los grandes”. En la ONU se ha abstenido y no apoya los vetos a Rusia, sin reconocer por ello los referéndums de Crimea y Donbás, por miedo a que algún día haya un referéndum parecido en Taiwán que se vuelva contra ella.

China no ha cedido a las presiones europeas de sumarse a las sanciones contra Rusia que la UE le exigió en la tensa cumbre del pasado 1 de abril. La presentadora de televisión china Liu Xin resumió así la petición de Estados Unidos y la Unión Europea: “ayúdame a luchar contra tu socio ruso para que luego pueda concentrarme mejor contra ti”. Un mes después de aquella cumbre, el presidente Xi Jinping le dijo al canciller Olaf Scholz que “la seguridad europea debe estar en manos de los europeos”, un apremio a que se emancipe de una vez.

El castigo occidental a Rusia es un espejo para China, pero China es otra cosa. Tiene una economía diez veces mayor que la rusa, pero menos autosuficiente y fuertemente integrada con el resto del mundo. Las sanciones pueden hacerle mucho más daño, pero también dañarían a quienes las impongan y a los 120 países que mantienen intensas relaciones comerciales con ella. Sería una conmoción mundial. China dispone de las mayores reservas en divisas del mundo: 3,25 billones de dólares, gran parte de ellas almacenadas en Estados Unidos y la UE. Se las pueden confiscar, como han hecho con los 300.000 millones de los rusos, pero ¿con qué consecuencias? En veinte años las reservas chinas en dólares se han reducido preventivamente del 79% al 60% del total, pero no es fácil reducir rápidamente el monto de las reservas en dólares ni construir sistemas de pagos alternativos fuera del alcance de las sanciones occidentales. Con todas estas incógnitas sin despejar, se constata la escalada militar occidental alrededor de Taiwán. Todo muy preocupante.

¿Hay posibilidades de negociación de paz a un plazo razonable en Ucrania, o la guerra va para largo?
Para ello debería haber interés y claridad militar. Rusia solo negociará cuando alcance un mínimo de objetivos en el campo de batalla, por ejemplo el control total del Donbás, del que ya no está tan lejos. Estados Unidos y la Unión Europea de momento prefieren poner los esfuerzos en sangrar a Rusia en una larga guerra de desgaste. La ayuda estadounidense de 53.000 millones a Ucrania, equivalente casi al presupuesto militar ruso, lanza una señal inequívoca al respecto. El gobierno ucraniano, que ahora mismo está siendo derrotado en toda regla en Ucrania oriental, no puede negociar sin ser acusado de traición por la ultraderecha nacionalista. O sea, de momento tenemos varios meses de guerra garantizados por delante.

Se está responsabilizando a Rusia de agravar la frágil situación alimentaria de muchos países del sur al impedir la exportación de grano ucraniano por el bloqueo militar de los puertos del mar Negro.

Rusia y Ucrania suministran el 30% de la exportación global de trigo. Ambas son también grandes exportadoras de cebada, maíz, semillas de girasol y aceite de girasol. Gran parte de esa exportación va al sur, en Asia, Oriente Medio, África del Norte y subsahariana, donde se localizan algunos de los países más pobres del mundo, que ya estaban al límite por los efectos de las subidas de precios, los estreses producidos por la pandemia y las habituales lacras; guerra, corrupción, desigualdad, mala administración… Desde la OTAN se dice que el bloqueo ruso de los puertos ucranianos es el motivo del aumento cuantitativo del hambre que pronostica el Programa Alimentario de la ONU: 47 millones más de hambrientos, pasando su número total de los 276 millones de este año a 323 millones. Pero Rusia exporta mucho más que Ucrania: el 20% del trigo, harinas y derivados, frente al 8,5% de Ucrania. Por eso, lo que no dice la OTAN, la UE y EE. UU. —y con ellos el grueso de nuestros medios de comunicación— es que en la génesis de ese peligro las sanciones occidentales contra Rusia son mucho más significativas que el bloqueo ruso de puertos ucranianos.

Las sanciones impiden la exportación del grano ruso. Los barcos no pueden acceder al puerto ruso de Novorosiisk, en la costa oriental del mar Negro, desde el que se exporta el 50% del grano ruso, porque las compañías de seguros no cubren el tráfico de esos barcos y los que llevan bandera rusa no pueden usar las infraestructuras portuarias en Occidente. Además, Rusia no puede cobrar ese comercio de grano, porque los sistemas de pago están bloqueados y los bancos internacionales cerrados para su actividad. Un segundo aspecto por el que las sanciones agravan la situación tiene que ver con los fertilizantes. Su precio se ha incrementado a causa del aumento del precio del gas con el que se producen. Rusia y Bielorrusia son el primer y el sexto productor mundial de ellos, respectivamente. Juntas representan el 20% de la producción global. Y ambas están sometidas a sanciones.

Así que no puede decirse, como afirman la UE/OTAN y EE. UU., que el responsable sea Rusia, o solo Rusia.

Es más exacto decir que las sanciones occidentales contra su adversario geopolítico en este conflicto son un factor de incremento del hambre más importante que el bloqueo de los puertos ucranianos. Pese a eso, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen —de nuevo este funesto personaje—, dijo el 24 de mayo en Davos que “Rusia está bombardeando silos en Ucrania, bloqueando barcos cargueros ucranianos llenos de trigo y girasol y acaparando su propia exportación de alimentos como una forma de chantaje. Eso es usar el hambre y el grano como recurso de poder”. La ministra de exteriores canadiense, Mélanie Joly, ha dicho que “debemos garantizar que esos cereales se envían al mundo, de lo contrario millones de personas pasarán hambre”. Si tanto les preocupa el hambre, deberían empezar por replantearse sus sanciones…

Lo que en realidad se abre paso con estas declaraciones es una campaña para romper militarmente con barcos de guerra el bloqueo ruso de la costa ucraniana, alegando “catástrofe humanitaria”. Es decir, de nuevo el conocido recurso de la “catástrofe humanitaria” para promocionar una escalada militar.

¿Cómo ve esta guerra en el marco del mundo actual?
Siempre digo que es una dramática pérdida de tiempo. Los problemas del siglo, en primer lugar el calentamiento global, no son estáticos, sino que se incrementan con el tiempo si no se afrontan. En lugar de movilizar a sus sociedades para afrontar los retos del siglo y la preservación del planeta, las elites las están movilizando para la lucha contra sus rivales geopolíticos. La consecuencia será que el incremento de la temperatura supere los dos grados este siglo, lo que anuncia grandes catástrofes Todo eso se está gestando ahora con las actuales guerras, por lo que es una dramática pérdida de tiempo.

[Fuente: Pasos a la Izquierda]

viernes, 25 de marzo de 2022

¿De qué sirve condenar a los demás por crímenes que uno está dispuesto a cometer?

Hace unos días, un periodista le preguntó al presidente Biden cuando salía de un acto público si creía que Putin es un criminal de guerra. Inicialmente, el presidente dijo secamente que no y siguió andando. Enseguida, sin embargo, se dio la vuelta y rectificó: «creo que es un criminal de guerra».

Yo creo que lleva razón.

El Tribunal de Nuremberg de 1945 sentenció que «iniciar una guerra de agresión no es sólo un crimen internacional; es el crimen internacional supremo que se diferencia únicamente de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí mismo el mal acumulado del conjunto».

No hace falta ser un jurista sofisticado para deducir que lo que está haciendo la Rusia de Putin en Ucrania encaja perfectamente en la definición de crimen de guerra y, por tanto, que el líder ruso merecería ser juzgado por ello. Pero, ¿bastaría con eso?

¿Qué valor tiene achacar la comisión de un crimen a otro cuando no se está dispuesto a reconocer las acciones igualmente criminales que ha cometido quien acusa?

¿No fueron crímenes de guerra en Vietnam? ¿No fue un crimen de guerra la invasión de Irak? ¿O los bombardeos en la antigua Yugoslavia? ¿O el inicio de la guerra de Yemen, Libia, Siria..? ¿O los cometidos por las tropas de Estados Unidos al salir de Afganistán, como ha denunciado Amnistía Internacional, o los de Israel en Palestina? ¿No es un crimen de guerra la llamada «justicia repentina» que llevan a cabo y de la que se jactan las autoridades estadounidenses? ¿No fueron crímenes los golpes de Estado en docenas de países inspirados y apoyados por los líderes de Estados Unidos tras lo que se asesinaron a miles de personas? ¿O el uso de drones para matar a niños inocentes e indefensos?

Putin debe responder de lo que está haciendo. Por supuesto que sí. Pero ¿con qué fuerza moral le pueden pedir cuentas quienes están dispuestos a seguir cometiendo, encubriendo o dejando de condenar otros hechos tan horrendos como los que Rusia está llevando a cabo ahora en Ucrania?

¿Cómo puede pedir justicia Estados Unidos si la doctrina que prevalece en aquel país es que nadie puede perseguir los crímenes que cometan sus dirigentes? ¿Cómo va a recurrir Estados Unidos a la Corte Penal Internacional para que juzgue a Putin cuando la Orden Ejecutiva del presidente Trump la amenaza si se atreve a “investigar, arrestar, detener o procesar a personal de Estados Unidos sin su consentimiento”? Y, por supuesto, cuando ni siquiera la reconoce como tal, lo mismo que ocurre, significativamente, con Rusia, China o Israel, entre algún otro país menor.

¿Dónde nos lleva combatir la infamia con infamia, el terror con el terror, el desprecio a las normas con su desobediencia, la violencia con más violencia, el horror con el horror?

¡Cómo se van a poder arreglar los problemas del mundo mientras que sus grandes potencias pidan justicia para otros sin sentirse obligadas a no cometer ellas mismas los crímenes que condenan en los demás!

https://juantorreslopez.com/de-que-sirve-condenar-a-los-demas-por-crimenes-que-uno-esta-dispuesto-a-cometer/

domingo, 6 de marzo de 2022

Entrevista a Noam Chomsky. “Estamos en un momento crucial de la historia de la humanidad. No se puede negar. No se puede ignorar”

La invasión rusa de Ucrania ha cogido a gran parte del mundo por sorpresa. Es un ataque no provocado e injustificado que pasará a la historia como uno de los mayores crímenes de guerra del siglo XXI, sostiene Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva que ha concedido a Truthout y que ofrecemos a continuación.

Las motivaciones políticas, como las citadas por el presidente ruso Vladímir Putin, no pueden utilizarse como argumento para justificar el inicio de una invasión contra una nación soberana. Sin embargo, ante esta horrible invasión, “Estados Unidos debe optar por la diplomacia de modo urgente” en lugar de la escalada militar, ya que esta última podría constituir una “sentencia de muerte para la especie, sin vencedores”, afirma Chomsky.

C. J. Polychroniou: Noam, la invasión rusa de Ucrania ha cogido a la mayoría de la gente por sorpresa y ha causado gran conmoción por todo el mundo, aunque muchos elementos indicaban que Putin estaba bastante alterado por la expansión de la OTAN hacia el este y la determinación de Washington de no tomarse en serio sus exigencias en materia de seguridad de no traspasar la “línea roja” respecto a Ucrania. ¿Por qué cree que ha decidido iniciar una invasión en este momento?

Noam Chomsky: Antes de responder a la pregunta debemos constatar algunos hechos que son incontestables. El más crucial es que la invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense de Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner sólo dos ejemplos relevantes. Es razonable buscar explicaciones, pero no hay ninguna justificación ni atenuante.

Volviendo a la pregunta, hay un despliegue de invectivas plenas de convencimiento acerca de la mente de Putin. El relato habitual es que está atrapado en fantasías paranoicas, que actúa solo, rodeado de cortesanos rastreros como los que conocemos aquí en lo que queda del Partido Republicano que viaja hasta Mar-a-Lago buscando la aprobación del Líder.

La avalancha de improperios podría ser acertada, pero quizá habría que considerar otras posibilidades. Quizá Putin quiso decir lo que él y sus aliados han estado diciendo alto y claro durante años. Podría ser, por ejemplo, que “dado que la principal exigencia de Putin es la garantía de que la OTAN no aceptará a más miembros, y en concreto a Ucrania o Georgia, obviamente no habría existido ninguna motivación para la crisis actual si no hubiera habido una expansión de la alianza atlántica tras el final de la Guerra Fría o si la expansión hubiera tenido lugar de acuerdo con la construcción de una estructura de seguridad en Europa que incluyera a Rusia”. El autor de estas palabras es Jack Matlock, exembajador de Estados Unidos en Rusia, uno de los pocos expertos en Rusia solventes del cuerpo diplomático estadounidense; las escribió poco antes de la invasión. Continúa y concluye que la crisis “puede resolverse fácilmente aplicando el sentido común… Desde cualquier punto de vista, el sentido común apunta que a Estados Unidos le interesa promover la paz, no el conflicto. Tratar de desprender a Ucrania de la influencia rusa –el objetivo declarado de los que agitaron las “revoluciones de colores”– fue una misión absurda y peligrosa. ¿Tan pronto hemos olvidado la lección de la crisis de los misiles de Cuba?”.

Matlock no está solo. En las memorias del jefe de la CIA, William Burns, otro de los pocos auténticos expertos en Rusia, se llega a las mismas conclusiones sobre las cuestiones de fondo. La postura aún más firme de George Kennan [diplomático] ha recibido amplia cobertura tarde, que también ha sido respaldada por el exsecretario de Defensa William Perry y, fuera de las filas diplomáticas, por el célebre académico de relaciones internacionales John Mearsheimer y numerosas figuras que difícilmente podrían ser más convencionales.

Nada de esto es incierto. Los documentos internos de Estados Unidos publicados por WikiLeaks revelan que la imprudente oferta de Bush II a Ucrania para entrar en la OTAN provocó enseguida duras advertencias por parte de Rusia indicando que la expansión de la amenaza militar era intolerable. Es comprensible.

A propósito, también podemos tomar nota sobre ese extraño concepto de “la izquierda” que aparece regularmente para vituperar a “la izquierda” por su insuficiente escepticismo acerca de la “línea del Kremlin”…

La crisis se ha estado gestando durante 25 años mientras Estados Unidos menospreciaba de un modo despectivo las inquietudes rusas en materia de seguridad

El hecho es que, para ser sinceros, no sabemos por qué se tomó la decisión, ni siquiera si la tomó Putin en solitario o el Consejo de Seguridad ruso en el que él desempeña el papel principal. Hay, sin embargo, algunas cosas que sí sabemos con bastante seguridad, incluidos los documentos examinados con cierto detalle por las personas que acabo de citar, que han ocupado altos cargos dentro del sistema de planificación. En resumen, la crisis se ha estado gestando durante 25 años mientras Estados Unidos menospreciaba de un modo despectivo las inquietudes rusas en materia de seguridad, en particular sus claras líneas rojas: Georgia y especialmente Ucrania.

Hay buenas razones para creer que esta tragedia podría haberse evitado hasta el último minuto. Ya lo hemos discutido anteriormente, en repetidas ocasiones. En cuanto a por qué Putin ha iniciado la criminal agresión en este momento, podemos especular todo lo que queramos. Pero el trasfondo inmediato no es incierto; se elude, pero no se discute.

Es fácil entender que los que sufren las consecuencias consideren que es de una complacencia inaceptable indagar por qué ocurrió y si se podría haber evitado. Comprensible, pero equivocado. Si queremos responder a la tragedia de modo que ayude a las víctimas y evite las catástrofes aún peores que se avecinan, es prudente y necesario aprender todo lo que podamos sobre lo que salió mal y cómo se podría haber corregido el rumbo. Los gestos heroicos pueden ser gratificantes. No son útiles.

Como tantas otras veces, recuerdo una lección que aprendí hace mucho tiempo. A finales de la década de 1960, participé en una reunión en Europa con algunos representantes del Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur (el ‘Vietcong’, en la jerga estadounidense). Fue durante el breve periodo de intensa oposición a los espantosos crímenes de Estados Unidos en Indochina. Algunos jóvenes estaban tan enfurecidos que pensaban que la reacción violenta era la única respuesta adecuada a las monstruosidades que estaban teniendo lugar: romper ventanas en Main Street, bombardear un centro del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva. Cualquier otra cosa equivalía a ser cómplice de crímenes terribles. Los vietnamitas veían las cosas de forma muy distinta. Se opusieron firmemente a todas esas medidas. Presentaron su modelo de protesta efectiva: unas cuantas mujeres de pie, rezando en silencio, ante las tumbas de los soldados estadounidenses muertos en Vietnam. No les interesaba lo que los estadounidenses que se oponían a la guerra hacían para sentirse justos y respetables. Querían sobrevivir.

Es una lección que a menudo he escuchado, de una u otra forma, a las víctimas del horrible sufrimiento en el hemisferio sur, el principal objetivo de la violencia imperial. Una lección que deberíamos tomar en serio, adaptada a las circunstancias. Hoy eso significa un esfuerzo por comprender por qué ha ocurrido esta tragedia y qué se podría haber hecho para evitarla, y aplicar estas lecciones a lo que viene después.

La cuestión cala hondo. No hay tiempo para repasar aquí este asunto de vital importancia pero, en repetidas ocasiones, la reacción ante una crisis real o imaginaria ha sido sacar la pistola en lugar de la rama de olivo. Es casi un acto reflejo, y las consecuencias han sido generalmente espantosas para las víctimas tradicionales. Siempre vale la pena tratar de entender, anticiparse un poco a las posibles consecuencias de la acción o la inacción. Son perogrulladas, por supuesto, pero vale la pena insistir porque se descartan tan fácilmente en tiempos de arrebato justificado.

¿Qué opciones hay?
Las opciones que quedan tras la invasión son desalentadoras. La menos mala es el apoyo a las opciones diplomáticas que aún existen con la esperanza de lograr un resultado parecido al que era muy probable alcanzar hace unos días: la neutralización de Ucrania al estilo austriaco, una versión del federalismo de Minsk II. Mucho más difícil de lograr ahora. Y –necesariamente– con una vía de escape para Putin, o el resultado será aún más nefasto para Ucrania y para todo el mundo, quizá más allá de lo inimaginable.

Es muy injusto. ¿Pero cuándo ha prevalecido la justicia en los asuntos internacionales? ¿Es necesario revisar el atroz historial una vez más?

Nos guste o no, las opciones se reducen ahora a un feo desenlace que premia en lugar de castigar a Putin por el acto de agresión o la fuerte posibilidad de una guerra terminal. Puede parecer gratificante arrinconar al oso en un rincón desde el que arremeterá a la desesperada, y puede hacerlo. No es sensato.

Entretanto, deberíamos hacer todo lo posible para ofrecer un apoyo significativo a quienes defienden valientemente su patria contra crueles agresores, a quienes escapan de los horrores y a los miles de valientes rusos que se oponen públicamente al crimen de su Estado asumiendo gran riesgo personal, una lección para todos.

Y también deberíamos tratar de encontrar formas de ayudar a un tipo de víctima más general: todas las especies que habitan la Tierra. Esta catástrofe ha tenido lugar en un momento en el que todas las grandes potencias, y de hecho todos nosotros, debemos trabajar juntos para controlar el gran azote de la destrucción medioambiental que ya se está cobrando un precio desastroso, y que pronto será mucho peor si no se realizan grandes esfuerzos rápidamente. Para hacer ver lo obvio, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) acaba de publicar la última y más ominosa de sus evaluaciones periódicas sobre cómo nos dirigimos hacia la catástrofe.

Entretanto, las medidas necesarias están estancadas, incluso en retroceso, ya que se dedican recursos muy necesarios a la destrucción y ahora el mundo se encamina a ampliar el uso de los combustibles fósiles, incluido el más peligroso y convenientemente abundante, el carbón.

Un demonio malévolo difícilmente podría idear una coyuntura más grotesca. No se puede ignorar. Cada momento cuenta.

La invasión rusa es una clara violación del artículo 2(4) de la Carta de la ONU, que prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial de otro Estado. Sin embargo, durante su discurso del 24 de febrero, Putin trató de ofrecer fundamentos jurídicos para la invasión y Rusia cita a Kosovo, Irak, Libia y Siria como prueba de que Estados Unidos y sus aliados violan el derecho internacional repetidamente. ¿Puede comentar los fundamentos jurídicos de Putin para la invasión de Ucrania y la situación del derecho internacional en la era posterior a la Guerra Fría?

No hay nada que decir sobre el intento de Putin de ofrecer un fundamento jurídico a su agresión. Su mérito es nulo.

Es cierto que Estados Unidos y sus aliados violan el derecho internacional sin pestañear, pero eso no ofrece ningún atenuante para los crímenes de Putin

Por supuesto, es cierto que Estados Unidos y sus aliados violan el derecho internacional sin pestañear, pero eso no ofrece ningún atenuante para los crímenes de Putin. Sin embargo, Kosovo, Irak y Libia tuvieron influencia directa en el conflicto de Ucrania.

La invasión de Irak fue un ejemplo de libro de los crímenes por los que los nazis fueron colgados en Nuremberg, pura agresión no provocada. Y un puñetazo en la cara de Rusia.

En el caso de Kosovo, la agresión de la OTAN (es decir, la agresión de Estados Unidos) fue declarada “ilegal, pero justificada” (por ejemplo, por la Comisión Internacional sobre Kosovo presidida por Richard Goldstone) sobre la base de que el bombardeo se llevó a cabo para poner fin a las atrocidades que estaban teniendo lugar. Ese juicio exigía invertir la cronología. Las pruebas de que la avalancha de atrocidades fue consecuencia de la invasión son abrumadoras: predecible, prevista, anticipada. Además, había opciones diplomáticas disponibles; como siempre, fueron ignoradas en favor de la violencia.

Altos funcionarios estadounidenses confirman que fue sobre todo el bombardeo de Serbia, aliada de Rusia –sin ni siquiera informarles de antemano–, lo que dio al traste con los esfuerzos rusos por colaborar de algún modo con Estados Unidos en la construcción de un orden de seguridad europeo posterior a la Guerra Fría, un retroceso que se aceleró con la invasión de Irak y el bombardeo de Libia después de que Rusia aceptara no vetar una Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que la OTAN violó de inmediato.

Los acontecimientos tienen consecuencias; sin embargo, los hechos pueden quedar ocultos dentro del sistema dogmático.

El estatus del derecho internacional no cambió en el periodo posterior a la Guerra Fría, ni siquiera en las palabras, y mucho menos en los hechos. El presidente Clinton dejó claro que Estados Unidos no tenía intención de respetarlo. La Doctrina Clinton declaraba que Estados Unidos se reservaba el derecho a actuar “unilateralmente cuando fuera necesario”, incluido el “uso unilateral del poder militar” para defender intereses vitales como “garantizar el acceso sin trabas a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos”. También sus sucesores, y cualquiera que pueda violar la ley impunemente.

Eso no quiere decir que el derecho internacional no tenga valor. Tiene un rango de aplicabilidad, y es una norma útil en algunos aspectos.

El objetivo de la invasión rusa parece ser derribar el gobierno de Zelensky e instalar en su lugar uno prorruso. Sin embargo, pase lo que pase, Ucrania se enfrenta a un futuro desalentador por su decisión de convertirse en un peón en los juegos geoestratégicos de Washington. En ese contexto, ¿hasta qué punto es probable que las sanciones económicas logren que Rusia cambie su postura respecto a Ucrania? ¿O las sanciones económicas tienen como objetivo algo más grande, como socavar el control de Putin dentro de Rusia y los lazos con países como Cuba, Venezuela y posiblemente incluso la propia China?

Puede que Ucrania no haya tomado las decisiones más acertadas, pero no tenía nada parecido a las opciones que tenían los Estados imperiales. Sospecho que las sanciones llevarán a Rusia a depender aún más de China. Salvo que cambie seriamente de rumbo, Rusia es un estado petrolero cleptócrata que depende de un recurso que debe disminuir drásticamente o estamos todos acabados. No está claro si su sistema financiero puede resistir un ataque fuerte, mediante sanciones u otros medios. Razón de más para ofrecer una vía de escape con una mueca.

Los gobiernos occidentales, los principales partidos de la oposición, incluido el Partido Laborista en el Reino Unido, y los medios de comunicación corporativos se han embarcado en una campaña antirrusa chovinista. Los objetivos incluyen no sólo a los oligarcas rusos, sino también a músicos, directores de orquesta y cantantes, e incluso a propietarios de equipos de fútbol como Roman Abramovich, del Chelsea FC. Tras la invasión, incluso se ha prohibido a Rusia participar en Eurovisión en 2022. Es la misma reacción que los medios de comunicación corporativos y la comunidad internacional en general mostraron hacia Estados Unidos tras su invasión y posterior destrucción de Irak, ¿no?

Su comentario irónico es muy apropiado. Y podemos continuar por caminos demasiado conocidos.

¿Cree que la invasión dará inicio a una nueva era de confrontación continua entre Rusia (y posiblemente en alianza con China) y Occidente?

Es difícil saber dónde caerán las cenizas, y esto podría no ser una metáfora. Hasta ahora, China está actuando con cautela, y es probable que intente llevar adelante su amplio programa de integración económica de gran parte del mundo dentro de su sistema global en expansión –en el cual, hace unas semanas, incorporó a Argentina dentro de la iniciativa Cinturón y Ruta–, mientras observa cómo los rivales se destruyen entre ellos.

Como hemos comentado antes, la confrontación es una sentencia de muerte para la especie, sin vencedores. Estamos en un momento crucial de la historia de la humanidad. No se puede negar. No se puede ignorar.
Esta entrevista se publicó originalmente en Truthout.org.
Traducción: Paloma Farré.
C.J. Polychroniou es politólogo/economista político, escritor y periodista.
Fuente: https://ctxt.es/es/20220301/Politica/38974/Noam-Chomsky-guerra-Ucrania-Rusia-Putin-EEUU-OTAN-geopolitica-Polychroniou.htm

sábado, 5 de marzo de 2022

Ni la sanciones, ni el «botón nuclear» financiero detendrán a Putin

El mundo vive una situación cada día más complicada y peligrosa como consecuencia de tres circunstancias principales, cada una de ellas más irracional que las otras: se ha dejado crecer un monstruo, se ha alimentado su ira innecesariamente desde hace años y, quienes supuestamente deberían contenerlo, se han hecho cada vez más dependientes de sus decisiones y suministros.

Que el expresidente de la nación más poderosa del planeta, cuyo partido puede ganar las elecciones legislativas de noviembre próximo y él mismo volver a la presidencia, no deje de halagar a Putin cuando acaba de invadir un país soberano (como también están haciendo, además de Trump, otros líderes políticos occidentales), es buena prueba de lo primero. Haber ayudado a que fuerzas claramente nazis se hayan hecho con resortes fundamentales de poder en Ucrania, permitir que un gobierno fruto de un golpe de Estado haya llevado a cabo miles de acciones violentas contra población ucraniana no ya pro rusa sino con pasaporte ruso, o alentar constantemente la entrada de Ucrania en la OTAN prueban, entre cosas razones, lo segundo. Y que un excanciller del país más poderoso de la Unión Europea, Gerhard Schröder, sea el presidente del consejo de administración de la mayor petrolera de Rusia, o que la estrategia energética de la Unión Europea se haya basado desde 1990 en el suministro de las autocracias y oligarquías corruptas de su lado oriental, confirman lo tercero.

Cuando se ha llegado a una situación de máxima tensión por la invasión militar rusa de Ucrania, Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea prestan a esta última una ayuda militar que es (como toda la anterior) materialmente inútil para hacer frente a la gran superioridad del ejército ruso. Y, para intentar frenarla, recurren a sanciones económicas que podrían llegar al llamado «botón nuclear» financiero, consistente en expulsar a Rusia del sistema SWIFT para impedir que las entidades bancarias o el gobierno ruso puedas realizar cobros y pagos con el exterior.

La pregunta es si estas medidas pueden frenar a Rusia y la respuesta, en mi modesta opinión, es no, por varias razones.

No es la primera vez que se establecen sanciones económicas contra un país y sabemos que su efecto es siempre limitado. Una economía minúscula y con muchísimos menos recursos que la rusa, como la cubana, lleva sobreviviendo 61 años a un embargo durísimo, e Irán tampoco se vino abajo cuando se le aplicó la misma exclusión financiera con la que ahora se amenaza a Rusia,.

Un estudio exhaustivo de doscientos cuatro casos de sanciones occidentales modernas ha demostrado que son «parcialmente exitosas en el 34 por ciento de los casos» (aquí). No son inocuas, desde luego, pero no se puede considerar que sean total y definitivamente eficaces.

De hecho, no se puede olvidar que Rusia soporta sanciones económicas desde hace años.

Diversos estudios han mostrado que las aplicadas por los países occidentales sobre los principales ejes estratégicos de la economía rusa (finanzas, defensa, petróleo y patrimonios de algunos oligarcas) han tenido un coste económico muy importante.

Aunque a su efecto hay que añadir el de la crisis de 2008 y el de la caída en el precio del petróleo, lo cierto es que el PIB de Rusia había disminuido un 35% de 2013 a 2020 y su renta disponible real un 10%. A pesar de ello, sin embargo, las entidades financieras internacionales y el propio Fondo Monetario Internacional no han dejado de alabar la estabilidad macroeconómica de Rusia porque había logrado contener la deuda pública (19,2% del PIB a finales del 2020) y aumentar sus reservas internacionales, unos 600.000 millones de dólares en ese mismo año, casi diez veces más que España, a pesar de tener un PIB solo ligeramente superior.

Según el último reporte del Congreso de Estados Unidos (aquí), a Rusia le afectan actualmente quince programas de sanciones cuyo efecto es limitado por varias razones: los políticos rusos están dispuestos a asumir el coste de las sanciones, pueden tener el efecto no deseado de aumentar el apoyo al gobierno ruso, y este ha limitado sus efectos mediante ayudas, contratos preferenciales y políticas de sustitución de importaciones y mercados alternativos. Dicho informe afirma que «los estudios sugieren que las sanciones han tenido un impacto negativo pero relativamente modesto sobre el crecimiento en Rusia»; en parte, porque se han adoptado tratando de «minimizar su impacto sobre el pueblo ruso y sobre los intereses económicos de los países que las imponen.»

Esto último es una segunda razón de por qué las sanciones a Rusia no terminan de ser efectivas. Es cierto que Estados Unidos y los países europeos las han establecido no solo sobre objetivos económicos sino también sobre intereses concretos de algunos oligarcas rusos en el exterior. Pero lo han hecho muy limitadamente porque no han querido renunciar al gran negocio que Rusia les reporta. Aunque sea peccata minuta, recordemos que en España, sin ir más lejos, los millonarios chinos y rusos son los principales acaparadores de visados por compra de viviendas, una forma indirecta establecida por los gobiernos para que introduzcan aquí (como en otros muchos países) las fortunas que soportan el poder de la autocracia rusa.

Se ha calculado (aquí) que los oligarcas rusos tienen riqueza fuera de su país por un valor equivalente al 85% de su PIB, es decir, alrededor de 1,1 billones de dólares. Y ese dinero no es un patrimonio pasivo sino la fuente de grandísimos negocios de los que no solo se benefician los oligarcas sino también las entidades financieras y las grandes corporaciones y fondos de inversión occidentales. Utilizan para ello los paraísos fiscales cuyas puertas no se quieren abrir porque, si se hiciera, no se podría perseguir solo a unos («los malos») y no a otros (nuestros «buenos»).

Lo mismo que los países europeos no han querido frenar al monstruo nacionalista ruso durante las últimas tres décadas, porque querían aprovecharse y hacer caja con sus suministros, tampoco se ha querido acabar con la extraordinaria fuerza financiera en el exterior de la autocracia rusa: los negocios son los negocios.

La lucha del presidente Draghi para que la industria del lujo italiana quede fuera del alcance de las sanciones es la más patética expresión de la ética que guía la respuesta europea contra la autocracia.

La sanciones económicas no van a detener a Rusia mientras los países que las imponen no estén dispuestos a sufrir en sus carnes, o mejor dicho, en las carnes de sus propias oligarquías, las consecuencias y los costes de imponer un orden de justicia y paz en el planeta.

Además, resulta francamente impensable que los dirigentes rusos no hayan considerado los costes financieros que sus decisiones agresivas iban a llevar consigo, de modo que es muy poco realista creer que se hayan visto sorprendidos por ellos y que se vayan a detener por su causa.

Incluso me atrevo a pensar que algo parecido puede ocurrir con el llamado «botón nuclear» financiero. Aunque no cabe duda de que expulsar a Rusia del sistema de comunicaciones en que se basan los cobros y pagos internacionales tendría consecuencias gravísimas, me parece que no solo podrá esquivarlas sino que incluso pudiera tener efectos no deseados para occidente.

En primer lugar, por la razón antes aludida: Europa no está en condiciones de renunciar, al menos a medio plazo, al suministro de gas y otras materias primas rusas y la subida de precios subsiguiente la va a llevar a una situación económica muy delicada.

En segundo lugar, porque Rusia lleva años preparándose para esta eventualidad, creando un sistema nacional alternativo y otro en colaboración con China. El resultado de expulsar a Rusia del mecanismo le hará mucho daño, sin duda, pero puede abrir una brecha de incalculables consecuencias en el sistema financiero internacional que ha sido el soporte del comercio internacional globalizado de las últimas décadas. Un efecto que no estoy seguro de que los grandes poderes económicos y financieros de occidente estén dispuestos a asumir, al menos de momento. Y no se puede olvidar que es muy probable que las autoridades rusas controlen indirectamente o en la sombra miles de millones de dólares en el exterior con los que podrían provocar situaciones de gran inestabilidad en las finanzas internacionales.

Rusia no ha tomado la decisión de invadir Ucrania pensando que Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN se iban a cruzar de brazos. Contaba con las medidas y sanciones económicas que se están anunciando y adoptando; por cierto, de la manera menos efectiva, es decir, advirtiendo de ellas con antelación y aplicándolas con cuentagotas.

Me gustaría que esas medidas fueran lo suficientemente disuasorias como para frenar la invasión y poder retomar el conflicto desde otras coordenadas que no implicaran la guerra, la destrucción y la muerte de seres humanos. Me temo, como he dicho, que no lo serán y lo verdaderamente preocupante es que el nacionalismo ruso ha señalado ya muy claramente cuáles son sus dos principios de actuación: uno, que se cree con derecho a reconstruir el viejo imperio, y otro que si Estados Unidos pudo usar el arma nuclear cuando lo consideró oportuno, Rusia también puede utilizarla cuando lo crea conveniente.

La situación creada por la autocracia rusa es verdaderamente criminal y desastrosa y nada se puede equiparar a su responsabilidad en el caso de Ucrania. Pero la lógica que guía a occidente a la hora de frenarla tampoco es ejemplar, y no ha estado basada ni en la coherencia, ni en la prudencia, ni en la cultura de la paz que es la única que puede poner un poco de sensatez en este planeta.

Fuente. 
https://juantorreslopez.com/ni-la-sanciones-ni-el-boton-nuclear-financiero-detendran-a-putin/

viernes, 25 de febrero de 2022

Rusia invade Ucrania: lo que sabemos hasta ahora

Putin ha lanzado en la madrugada de este jueves una ofensiva contra Ucrania, una acción que ha suscitado ya la condena internacional

Esto es lo que sabemos hasta ahora.

El presidente ruso, Vladímir Putin, ha lanzado una ofensiva militar contra Ucrania esta madrugada. "He tomado la decisión de iniciar una operación militar especial", ha dicho en una declaración televisada poco antes de las 3:00 GMT –4.00, hora peninsular española– . El objetivo, ha defendido el mandatario ruso, es "desmilitarizar y desnazificar" Ucrania y "proteger a las personas que han sido objeto de intimidación y genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años". Tanto Ucrania, como la UE, la OTAN y EEUU, desmienten este genocidio, del que Putin no ha mostrado pruebas en su alocución televisada. "No tenemos planes de ocupar territorios ucranianos", ha dicho Putin. Sin embargo, ante las repetidas advertencias de países como EEUU sobre un ataque "inminente", Moscú había negado hasta ahora tener planes para invadir Ucrania.

Los líderes de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk en el Donbás, al este de Ucrania, habían dado este miércoles un paso que allanaba el camino a una confrontación militar reclamando ayuda al Kremlin "para repeler la agresión de las Fuerzas Armadas de Ucrania y así evitar víctimas civiles y prevenir una catástrofe humana". Putin ha justificado la operación por esta solicitud. Este lunes, había reconocido la independencia de ambos territorios, controlados por separatistas prorusos, firmó un tratado de cooperación militar con ellos y había dado órdenes para enviar tropas para el "mantenimiento de la paz" en el Donbás. Esta zona vive un conflicto armado desde abril de 2014 entre las milicias prorusas y el Ejército ucraniano, que, según la ONU, ha causado más de 14.000 muertos. Se considera que la acción rusa ha terminado de enterrar los acuerdos de Minsk, el frágil proceso de paz para el mantenimiento del alto el fuego en el Donbás.

El Gobierno ucraniano ha activado la ley marcial en todo el país y ha asegurado que Ucrania se "defenderá" de la "invasión a gran escala desde múltiples direcciones" que ha lanzado Rusia y "ganará". El presidente Volodímir Zelenski ha anunciado que su país rompe relaciones diplomáticas con Moscú tras la agresión militar y ha asegurado que el "enemigo ha sufrido graves pérdidas y sufrirá aún más". Anteriormente, el presidente ordenó al Ejército causar "las mayores pérdidas posibles al invasor". El mandatario, informa Reuters, ha dicho que se darán armas a quien esté dispuesto a luchar. El ministerio de Exteriores ucraniano ha asegurado en un tuit a las 12:08 hora local que la situación "está bajo control". A las 15:31, las fuerzas armadas han informado de que seguía habiendo fuertes batallas a lo largo de toda la línea de contacto en el Donbas, pero no "se permitió ningún" avance ruso. "El mundo puede y debe detener a Putin. El momento de actuar es ahora", ha dicho el ministro de Exteriores, Dmitro Kuleba.

Ucrania ha informado al menos 40 muertos y varias decenas de heridos, según Alexéi Arestóvich, asesor presidencial, quien no ha especificado si entre las víctimas hay civiles, según informa la agencia AP.

Según las autoridades ucranianas, la oleada inicial de ataques parece incluir misiles de crucero, artillería y ataques aéreos que han golpeado la infraestructura militar y las posiciones fronterizas, incluidas las bases aéreas, recoge The Guardian. El Ministerio de Defensa ruso ha afirmado más tarde haber "neutralizado" las bases aéreas y las defensas aéreas de Ucrania. "La infraestructura de las bases aéreas del Ejército ucraniano está fuera de servicio", dice en un comunicado citado por la agencia Interfax.

La mayoría de los ataques aéreos se han concentrado en el este, pero también se ha informado de ataques en el oeste de Ucrania, incluidas las ciudades de Lutsk e Ivano-Frankivsk. También se ha informado de que las tropas rusas estaban cruzando la frontera al este de Járkov y de que estaban entrando en Ucrania desde Crimea, anexionada por Rusia en 2014, lo que sugiere un ataque a tres bandas desde el norte, el sur y el este, según informa The Guardian. Los separatistas apoyados por Rusia han lanzado ataques en las regiones escindidas de Lugansk y Donetsk, que reclaman pero solo controlan parcialmente, según informan los medios estatales rusos. El alcance total de la operación militar no está claro aún.

Se han escuchado explosiones cerca de las principales ciudades ucranianas, incluida la capital, Kiev, Mariúpol y Járkov, según las crónicas de periodistas de medios internacionales que se encuentran en el país. Este jueves se han formado atascos en la capital, donde viven tres millones de personas. También hay imágenes de ciudadanos buscando refugio en estaciones y colas para autobuses, cajeros automáticos y gasolina. Ucrania es un país de más de 600.000 kilómetros cuadrados y con una población de cerca de 44 millones de personas. Aunque lo reclaman, los separatistas no controlan todas las regiones de Donetsk y Lugansk, al este, sino aproximadamente un tercio, unos 16.000 kilómetros cuadrados, según algunas estimaciones. Ucrania, que es el país de menores ingresos de Europa, comparte frontera con Rusia (este), Bielorrusia (norte), Moldavia, Hungría, Eslovaquia, Polonia y Rumania (oeste) y limita con el mar Negro.

Ya hay informaciones de personas que empiezan a huir de sus hogares buscando seguridad. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, ha advertido de que las consecuencias humanitarias para la población civil "serán devastadoras". "En la guerra no hay vencedores, sino incontables vidas que quedarán destrozadas". Acnur explica que está trabajando con los gobiernos de los países vecinos, "pidiendo que mantengan las fronteras abiertas para aquellas personas que buscan seguridad y protección" y que ha intensificado sus operaciones y reforzado su capacidad en Ucrania y en los países limítrofes.

El Servicio de Fronteras de Ucrania ha asegurado que militares de Bielorrusia han ayudado a Rusia durante unos ataques que "sufrió la frontera estatal ucraniana" esta madrugada. Los ataques de tropas rusas "con ayuda de Bielorrusia" han tenido lugar con artillería, equipos pesados y armas de tiro, señala este órgano en un comunicado publicado en Facebook. El presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, ha dicho en una reunión con militares, citada por la agencia oficial Belta, que las tropas de su país no "tienen ninguna participación en esta operación" lanzada por Rusia en Ucrania. El servicio de fronteras ucraniano ha asegurado que las tropas rusas han cruzado el punto fronterizo de Vilcha, en la región de Kiev, a 50 kilómetros de la frontera con Bielorrusia.

Ucrania ha ordenado el cierre de su espacio aéreo para vuelos civiles tras el inicio de la operación militar de Rusia en el país. Y Rusia cierra el espacio aéreo a las aeronaves civiles desde el jueves en su frontera occidental con Ucrania y Bielorrusia, según un aviso emitido por las autoridades de aviación rusas, informa EFE. La Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA), en respuesta "al conflicto en desarrollo en Ucrania", ha pedido a los operadores aéreos evitar zonas del espacio aéreo de Ucrania, Rusia, Moldavia y Bielorrusia por "alto riesgo".

El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha afirmado que Europa vive "el peor momento desde el fin de Segunda Guerra Mundial". Junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentará a los líderes europeos un nuevo paquete de sanciones. "Estamos viviendo una agresión sin precedentes", ha afirmado Von der Leyen, "cuyo objetivo es la inestabilidad en Europea y del orden mundial". La primera ronda de sanciones de la UE ha afectado a un total de 23 personalidades, cuatro empresas y 351 diputados de la Duma, sancionados en la primera ronda europea de respuesta a Rusia. Los jefes de Estado y de Gobierno han anunciado "medidas más restrictivas" por "la agresión sin precedentes" de Rusia. Informa Andrés Gil.

El primer ministro británico, Boris Johnson, ha asegurado que "Occidente no se quedará a la espera" mientras Rusia ataca Ucrania, en una conversación con Zelenski. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha acusado al líder ruso de lanzar un ataque "no provocado e injustificado" contra Ucrania y de apostar por una "guerra premeditada" que provocará una "catastrófica pérdida de vidas y sufrimiento".

La OTAN ha anunciado que reforzará su flanco oriental –con mayor presencia en los países próximos a Ucrania y a Rusia, como los países bálticos, además de Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y el Mar Negro– sin desplegar tropas dentro de Ucrania. Los países occidentales habían dejado ya claro en los últimos meses que no enviarán tropas de combate a Ucrania. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha pedido a Rusia que retire sus fuerzas de Ucrania y que elija "el camino de la diplomacia". Este viernes se celebrará una cumbre virtual de líderes de la OTAN después de que vayas aliados hayan manifestado varios aliados sentirse amenazados. Informa Andrés Gil.

"Presidente Putin, en nombre de la humanidad, llévese sus tropas de vuelta a Rusia. Este conflicto debe terminar ahora", ha pedido el secretario general de la ONU, António Guterres, que ha asegurado que "esta guerra no tiene ningún sentido". "Este es el momento más triste de mi mandato como secretario general de Naciones Unidas", ha declarado Guterres al término de una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad, que él mismo había abierto pidiendo al presidente ruso que no lanzase una ofensiva en Ucrania.

Tras reunirse el Consejo de Seguridad Nacional presidido por Felipe VI, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, ha exigido a Putin el cese de las hostilidades sobre Ucrania y ha advertido de que sus acciones "no pueden quedar impunes". Por ahora el Ejecutivo solo habla de las sanciones sobre Rusia a expensas de la reunión extraordinaria del Consejo Europeo para estudiar la respuesta a lo que Sánchez ha denominado una "violación flagrante" de legalidad internacional. Informa Irene Castro.

Amnistía Internacional (AI) ha pedido que se respete "sin fisuras" el derecho internacional de derechos humanos y el derecho humanitario, y ha asegurado que seguirá de cerca la situación para denunciar las violaciones "por todas las partes". "Nuestros peores temores se han hecho realidad. Tras semanas de escalada, ha comenzado una invasión rusa que probablemente tendrá las consecuencias más horribles para las vidas humanas y los derechos humanos", ha declarado la secretaria general, Agnès Callamard. "Deben protegerse las vidas, los hogares y las infraestructuras de los civiles; no deben producirse ataques indiscriminados ni el uso de armas prohibidas, como las municiones de racimo". Este artículo está en permanente actualización.

https://www.eldiario.es/internacional/rusia-invade-ucrania-ahora_1_8777001.html

Más en El País.

lunes, 11 de octubre de 2021

_- Premio Nobel de la Paz 2021 para los periodistas María Ressa y Dmitry Muratov

_- María Ressa, de Filipinas y Dmitry Muratov,de Rusia son periodistas independientes que han luchado por la libertad de expresión frente a condiciones adversas en sus países.

Los periodistas María Ressa, de Filipinas y Dmitry Muratov, de Rusia, son los ganadores del Permio Nobel de la Paz 2021.

El Comité Noruego del Nobel en Oslo otorgó el premio a Ressa y Muratov por sus "esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión que es una precondición para la democracia y la paz duradera".

El comité resaltó que los galardonados recibieron el premio por su valiente labor en aras de la libertad de expresión en Filipinas y Rusia.

Añadió que, al mismo tiempo, Ressa y Muratov representan a todos los periodistas que se pronuncian por este ideal en un mundo en el que la democracia y la libertad de prensa enfrentan crecientes condiciones adversas.

Los galardonados compartirán un premio que incluye un cheque de US$1,1 millones.

Es la primera vez que el Nobel de Paz se entrega a periodistas desde que el alemán Carl von Ossietzky lo ganara en 1935 por revelar el programa secreto de rearme de su país tras su derrota en la Primera Guerra Mundial.

Ressa y Muratov fueron seleccionados de entre 329 candidatos.

Entre ellos se encontraban la activista del medio ambiente Greta Thunberg, el encarcelado disidente ruso Alexei Navalni y la líder de la oposición en Bielorrusia Svetlana Tikhanovskaya.

María Ressa ha sido objeto de arrestos y acoso por sus denuncias contra el polémico gobierno del presidente Rodrigo Duterte en Filipinas.

María Ressa, que es cofundadora del sitio noticioso Rappler, fue elogiada por el comité "usar la libertad de expresión para "denunciar el abuso de poder, el uso de violencia y el creciente autoritarismo en su país de origen, Filipinas".

En una transmisión en vivo este viernes a través de su sitio Rappler, la veterana periodista confesó estar en "shock", al tiempo que dijo que "nada es posible sin los hechos".

"Un mundo sin hechos significa un mundo sin verdad y confianza", añadió.

Mucho de su trabajo se ha enfocado en la polémica y violenta campaña antidrogas del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, a la que el comité Nobel tildó de "asesina", como una campaña que se asemeja a una guerra contra la propia población por el gran número de muertes.

A través de Rappler, Ressa también ha documentado cómo las redes sociales están siendo utilizadas para propagar las noticias falsas, acosar a los opositores del gobierno y manipular el debate público.

La periodista ha sido objeto de una serie de demandas que ella señala como actos de intimidación en su contra y de otros periodista de su país. En marzo de 2019 fue arrestada en el aeropuerto de Manila por supuesto fraude, pero liberada poco después tras el clamor de periodistas internacionales

En mayo de este año Ressa recibió el Premio Mundial de la Libertad de Prensa Unesco - Guillermo Cano, uno de los más prestigiosos reconocimientos periodísticos del mundo. En 2018 fue nombrada personalidad del año por la revista Time.

Por otra parte, el comité dijo que Dmitry Muratov, cofundador del diario independiente Novaja Gazeta, durante décadas ha defendido la libertad de expresión en Rusia bajo crecientes condiciones adversas.

Novaya Gazeta informa de manera regular sobre las acusaciones de corrupción y abuso oficiales en Rusia. Seis de sus reporteros han sido asesinados, incluyendo Anna Politkovskaya.

En una entrevista hecha por el popular canal Podyom en Telegram, Muratov dijo: "Estoy riendo. De ninguna manera me lo esperaba. Esto está hecho una locura aquí".

El editor catalogó el premio como "una retribución al periodismo ruso que ahora está siendo reprimido".

No obstante, el Kremlin felicitó a Muratov a través de su portavoz, Dmitry Peskov, que expresó: "Él trabaja persistentemente de acuerdo con sus propios ideales, está dedicado a ellos, tiene talento y es valiente".

El propósito del premio es honrar a un individuo u organización que haya "hecho la mejor labor en pos de la fraternidad de naciones".

El ganador del año pasado fue el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (WFP), que fue galardonado por sus esfuerzos en el combate contra el hambre y para mejorar las condiciones para la paz.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-58842837

jueves, 7 de noviembre de 2019

_- Mito y realidad del pacto entre Hitler y Stalin del 23 de agosto de 1939

_- Jacques R. Pauwels
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

En un libro notable, 1939: The Alliance That Never Was and the Coming of World War II [1939, La alianza que nunca existió y la llegada de la Segunda Guerra Mundial], el historiador canadiense Michael Jabara Carley describe cómo a finales de la década de 1930 la Unión Soviética intentó repetidamente, aunque sin conseguirlo, cerrar un pacto de seguridad mutua (esto es, una alianza defensiva) con Gran Bretaña y Francia. La finalidad de este acuerdo era contrarrestar a la Alemania nazi que bajo el liderazgo dictatorial de Hitler se había estado comportando de forma cada vez más agresiva y era probable que involucrara a otros países, incluidos Polonia y Checoslovaquia, los cuales tenían motivos para temer las ambiciones alemanas. El protagonista de este acercamiento soviético a las potencias occidentales fue el ministro de Asuntos Exteriores, Maxim Litvinov.

Moscú deseaba cerrar ese acuerdo porque los dirigentes soviéticos sabían demasiado bien que Hitler pensaba atacar y destruir tarde o temprano su Estado. En efecto, en su obra Mein Kampf, publicada en la década de 1920, Hitler había dejado muy claro su profundo desprecio por la “Rusia gobernada por los judíos” (Russland unter Judenherrschaft), porque era fruto de la Revolución rusa, obra de los bolcheviques, que supuestamente no eran sino una panda de judíos. Y en la década de 1930 prácticamente toda aquella persona mínimamente interesada por las relaciones exteriores sabía muy bien que con su remilitarización de Alemania, su programa de rearmamento a gran escala y otras violaciones del Tratado de Versalles, Hitler se estaba preparando para una guerra cuya víctima iba a ser la Unión Soviética. Lo demostró muy claramente un detallado estudio de un destacado historiador militar y politólogo, Rolf-Dieter Müller titulado Der Feind steht im Osten: Hitlers geheime Pläne für einen Krieg gegen die Sowjetunion im Jahr 1939 [El enemigo está en el este: los planes secretos de Hitler de una guerra contra la Unión Soviética en 1939].

En aquel momento Hitler estaba desarrollando el ejército alemán y pretendía utilizarlo para borrar la Unión Soviética de la faz de la tierra. Desde el punto de vista de las élites que todavía tenían mucho poder en Londres, París y otros lugares en el llamado mundo occidental era un plan que no podían sino aprobar y que deseaban fomentar e incluso apoyar. ¿Por qué? La Unión Soviética era la encarnación de la temida revolución social, fuente de inspiración y guía para las personas revolucionarias en sus propios países e incluso en sus colonias puesto que los soviéticos también eran antiimperialistas que a través del Komintern (o Tercera Internacional) apoyaban la lucha por la independencia en las colonias de las potencias occidentales.

Por medio de una intervención armada en Rusia en 1918 y 1919 las potencias occidentales ya habían tratado de matar al dragón de la revolución que había alzado su cabeza ahí en 1917, pero el proyecto fracasó estrepitosamente. Las razones del fracaso fueron, por una parte, la fuerte resistencia que ofrecieron los revolucionarios rusos que contaban con el apoyo de la mayoría del pueblo ruso y de muchos otros pueblos del antiguo Imperio zarista y, por otra parte, la oposición dentro de los propios países intervencionistas donde tanto soldados como civiles simpatizaban con los revolucionarios bolcheviques y lo demostraron a través de manifestaciones, huelgas e incluso amotinamientos. Hubo que retirar a las tropas de forma ignominiosa. Los caballeros que estaban en el poder en Londres y París se tuvieron que conformar con crear a lo largo de la frontera occidental del antiguo Imperio zarista Estados antisoviéticos y antirrusos, y apoyarlos, (sobre todo Polonia y los países del Báltico) y erigir así un “cordón sanitario” que se suponía iba a proteger a Occidente de infectarse con el virus revolucionario bolchevique.

En Londres, París y otras capitales de Europa occidental las élites esperaban que el experimento revolucionario en la Unión Soviética colapsara por sí mismo, pero no lo hizo. Al contrario, desde principios de la década de 1930, cuando la Gran Depresión hacía estragos en el mundo capitalista, la Unión Soviética experimentó una especie de Revolución industrial que permitió a la población disfrutar de un considerable progreso social. El país también se volvió más fuerte, no solo económicamente, sino también militarmente. A consecuencia de ello, el “contrasistema” socialista al capitalismo (y su ideología comunista) se volvió cada vez más atractivo a ojos de las personas plebeyas de Occidente, que cada vez sufrían más desempleo y miseria. En este contexto la Unión Soviética era cada vez más una espina para las élites de Londres y París. A la inversa, Hitler y sus planes de una cruzada antisoviética parecía cada vez más útiles y apreciables. Además, las empresas y los bancos, especialmente estadounidenses, pero también británicos y franceses, ganaron ingentes cantidades de dinero ayudando a la Alemania nazi a rearmarse y prestándole el dinero que tanto necesitaba. Por último, aunque no menos importante, se creía que fomentar la cruzada alemana en el Este reducía, si no eliminaba totalmente, el riesgo de una agresión alemana a Occidente. Por consiguiente, podemos entender por qué las propuestas de Moscú de establecer una alianza defensiva contra la Alemania nazi no atrajeron a estos caballeros. Pero había una razón por la que no se podían permitir rechazar sin más estas propuestas.

Después de la Gran Guerra [Primera Guerra Mundial] las élites de ambos lados del Canal de la Mancha se habían visto obligadas a llevar a cabo unas reformas democráticas bastante importantes, por ejemplo, una ampliación considerable del derecho al voto en Gran Bretaña. Debido a ello, hubo que tener en cuenta la opinión tanto de los laboristas como de otras pestes de izquierda que poblaban las legislaturas y en ocasiones incluso hubo que incluirlos en gobiernos de coalición. La opinión pública y una parte importante de los medios de comunicación eran mayoritariamente hostiles a Hitler y, por lo tanto, estaban muy a favor de la propuesta soviética de una alianza defensiva contra la Alemania nazi. Las élites querían evitar esta alianza, pero también querían dar la impresión de que la querían; a la inversa, las élites querían animar a Hitler a atacar a la Unión Soviética e incluso ayudarle a hacerlo, pero tenían que asegurarse de que la opinión pública nunca lo supiera. Este dilema llevó a una trayectoria política cuya función manifiesta era convencer a la opinión pública de que los dirigentes veían con buenos ojos la propuesta soviética de un frente conjunto antinazi, pero cuya función latente (esto es, real) era apoyar los planes antisoviéticos de Hitler: era la tristemente célebre “política de apaciguamiento” asociada sobre todo al nombre del primer ministro británico Neville Chamberlain y a su homólogo francés, Édouard Daladier.

Los partidarios de esta política empezaron a trabajar en cuanto Hitler llegó al poder en Alemania en 1933 y empezaron a prepararse para la guerra, una guerra contra la Unión Soviética. Ya en 1935 Londres dio a Hitler una especie de luz verde para rearmarse al firmar un tratado naval con él. Hitler empezó entonces a violar todo tipo de disposiciones del Tratado de Versalles, por ejemplo, al volver a imponer el servicio militar obligatorio en Alemania, al armar hasta los dientes al ejército alemán y al anexionarse Austria en 1938. Los estadistas de Londres y París se quejaron y protestaron en cada ocasión para dar una buena impresión a la opinión pública, pero acabaron por aceptar los hechos consumados. Se hizo creer a la opinión pública que esta indulgencia era necesaria para evitar la guerra. Esta excusa fue eficaz en un primer momento porque la mayoría de las personas británicas y francesas no querían verse envueltas en una nueva edición de la mortífera Gran Guerra de 1914-1918. Por otra parte, pronto fue obvio que el apaciguamiento hacía a la Alemania nazi más fuerte militarmente y a Hitler cada vez más ambicioso y exigente. Por consiguiente, la opinión pública acabó dándose cuanta de que ya se habían hecho suficientes concesiones al dictador alemán y entonces los soviéticos, en la persona de Litvinov, presentaron su propuesta de una alianza anti-Hitler, lo que provocó dolores de cabeza a los artífices del apaciguamiento, de los que Hitler esperaba aún más concesiones.

Gracias a las concesiones que ya se le habían hecho, la Alemania nazi se estaba convirtiendo en un gigante militar y en 1939 solo un frente conjunto de las potencias occidentales y los soviéticos parecía poder contenerlo porque en caso de guerra Alemania tendría que luchar en dos frentes. Bajo la fuerte presión de la opinión pública los dirigentes de Londres y París accedieron a negociar con Moscú, pero había un inconveniente: Alemania no hacía frontera con la Unión Soviética puesto que Polonia se encontraba entre ambos países. Al menos oficialmente Polonia era aliada de Francia, así que era de esperar que se uniera a la alianza ofensiva contra la Alemania nazi, pero el gobierno de Varsovia era hostil a la Unión Soviética, un enemigo al que consideraba tan amenazador como la Alemania nazi. Se negó tercamente a permitir que en caso de guerra el Ejército Rojo atravesara el territorio polaco para luchar contra los alemanes. Londres y París rehusaron presionar a Varsovia, de modo que las negociaciones no acabaron en un acuerdo.

Mientras tanto, Hitler planteó nuevas exigencias, esta vez respecto a Checoslovaquia. Cuando Praga se negó a ceder el territorio habitado por una minoría germanoparlante conocida como alemanes sudetes, la situación amenazó con llevar a la guerra. De hecho, esto suponía una oportunidad única para cerrar una alianza anti-Hitler con la Unión Soviética y la militarmente fuerte Checoslovaquia como socios de Gran Bretaña y Francia: Hitler habría tenido que elegir entre una retirada humillante y una derrota casi segura en una guerra en dos frentes. Pero eso también significaba que Hitler nunca podría emprender la cruzada antisoviética que tanto anhelaban las élites de Londres y París. Por ello Chamberlain y Daladier no aprovecharon la crisis checoslovaca para formar un frente anti-Hitler con los soviéticos, sino que se precipitaron a tomar un avión a Munich para cerrar un acuerdo con el dictador alemán según el cual se ofrecían a Hitler en bandeja de plata las tierras sudetes, que casualmente incluían la versión checoslovaca de la Línea Maginot. El gobierno checoslovaco, al que ni siquiera se había consultado, no tuvo más opción que acceder y los soviéticos, que habían ofrecido a Praga ayuda militar, no fueron invitados a esta infame reunión.

Los estadistas británicos y franceses hicieron enormes concesiones al dictador alemán en el “pacto” que cerraron con Hitler en Munich, no con el fin de preservar la paz, sino para poder seguir soñando de una cruzada nazi contra la Unión Soviética. Pero el acuerdo se presentó a los pueblos de los países respectivos como la solución más sensata a una crisis que amenazaba con provocar una guerra general. A su vuelta a Inglaterra Chamberlain proclamó triunfalmente “¡Paz en nuestro tiempo!”. Quería decir paz para su propio país y sus aliados, pero no para la Unión Soviética, cuya destrucción a manos de los nazis se esperaba ansiosamente.

En Gran Bretaña también había políticos, incluido un puñado de personas de buena fe pertenecientes a la élite del país, que se oponía a la política de apaciguamiento de Chamberlain, por ejemplo Winston Churchill. No se oponían debido a su simpatía por la Unión Soviética, sino que no confiaban en Hitler y temían que el apaciguamiento fuera contraproducente en dos sentidos. En primer lugar, la conquista de la Unión Soviética proporcionaría a la Alemania nazi una cantidad casi ilimitada de materia primas, incluidos petróleo, tierras fértiles y otras riquezas, lo que permitiría al Reich establecer en el continente europeo una hegemonía que para Gran Bretaña supondría un peligro mayor que el que había supuesto Napoleón. En segundo lugar, también era posible que se hubiera sobrestimado tanto el poder de la Alemania nazi como la debilidad de la Unión Soviética, de modo que la cruzada antisoviética de Hitler podría producir en realidad un victoria soviética lo que podría provocar una “bolchevización” de Alemania y quizá de toda Europa. Por ese motivo Churchill era extremadamente crítico con el acuerdo al que se había llegado en Múnich, (El 30 de septiembre de 1938, a través de los acuerdos de Múnich, en octubre fueron ocupados los Sudetes). Al parecer afirmó que en la capital bávara Chamberlain había podido elegir entre el deshonor y la guerra, y había elegido el deshonor, aunque también tendría guerra. Con su “paz en nuestro tiempo” Chamberlain había cometido de hecho un error lamentable. Apenas un año después, en 1939, su país se vería envuelto en una guerra contra la Alemania nazi que gracias al escandaloso pacto de Munich se había convertido en un enemigo aún más temible.

El principal factor determinante del fracaso de las negociaciones entre el dúo anglo-francés y los soviéticos había sido la falta de voluntad no expresa de los apaciguadores de llegar a un acuerdo anti-Hitler. Un factor auxiliar fue la negativa del gobierno de Varsovia a permitir la presencia de tropas soviéticas en territorio checoslovaco en caso de una guerra contra Alemania, lo que ofreció a Chamberlain y Daladier un pretexto para no llegar a un acuerdo con los soviéticos, pretexto que necesitaban para satisfacer a la opinión pública (aunque también se esgrimieron otras excusas, como la supuesta debilidad del Ejército Rojo, lo que supuestamente convertía a la Unión Soviética en un aliado inútil). En lo que se refiere al papel desempeñado por el gobierno placo en este drama existen algunos malentendidos graves. Vamos a examinarlos más detalladamente.

En primer lugar hay que tener en cuenta que la Polonia de entreguerras no era un país democrático, lejos de ello. Tras su (re)nacimiento al final de la Primera Guerra Mundial como una democracia nominal, el país no tardó mucho tiempo en ser gobernado con mano de hierro por un dictador militar, el general Józef Pilsudski, en nombre de una élite híbrida que representaba a la aristocracia, la Iglesia católica y la burguesía. Este régimen nada democrático e incluso antidemocrático continuó gobernando tras la muerte del general en 1935 bajo el liderazgo de los “coroneles de Pilsudski”, cuyo primus inter pares era Józef Beck, el ministro de Asuntos Exteriores. Su política exterior no reflejaba unos sentimientos muy amistosos hacia Alemania, que había perdido parte de su territorio a beneficio del nuevo Estado polaco, incluido un “corredor” que separaba la región alemana de Prusia Oriental del resto del Reich. También había fricciones con Berlín debido al importante puerto báltico de Gdansk (Danzig), al que el Tratado de Versalles había declarado ciudad-Estado independiente, pero que reclamaban tanto Polonia como Alemania.

La actitud de Polonia hacia su vecino oriental, la Unión Soviética, era aún más hostil. Pilsudski y otros polacos nacionalistas soñaban con la vuelta del gran Imperio polaco-lituano de los siglos XVII y XVIII que se había extendido desde el Báltico al mar Negro. Y había aprovechado la revolución y subsiguiente guerra civil en Rusia para apropiarse de un vasto trozo del territorio del antiguo Imperio zarista durante la guerra ruso-polaca de 1919-1921. Este territorio, erróneamente conocido como “Polonia Oriental”, tenía una extensión de varios cientos de kilómetros al este de la famosa Línea Curzon, que debería haber sido la frontera oriental del nuevo Estado polaco, al menos según las potencias occidentales que habían apadrinado a la nueva Polonia a finales de la Gran Guerra. La región estaba poblada fundamentalmente por rusos blancos y ucranianos, pero a lo largo de los años siguientes Varsovia iba a “polonizarla” lo más posible llevando colonos polacos. La hostilidad polaca hacia la Unión Soviética también se vio alimentada por el hecho de que los soviéticos simpatizaban con los comunistas y otros plebeyos que se oponían al régimen patricio en la propia Polonia. Por último, la élite polaca era antisemita y había abrazado el concepto del judeo-bolchevismo, esto es, la idea de que el comunismo y otras formas del marxismo formaban parte de un nefando complot judío y que la Unión Soviética (el fruto de un plan revolucionario bolchevique y, por consiguiente, supuestamente judío) no era sino “Rusia gobernada por los judíos”. Aun así las relaciones con los dos poderosos vecinos se normalizaron tanto como era posible bajo Pilsudski gracias a la firma de dos tratados de no agresión, uno con la Unión Soviética en 1932 y otro con Alemania poco después de que Hitler tomara el poder, es decir, en 1934.

Tras la muerte de Pilsudski los líderes polacos siguieron soñando con la expansión territorial hasta las fronteras de la casi mítica Gran Polonia de un pasado lejano. Para realizar este sueño parecía haber muchas posibilidades en el este y particularmente en Ucrania, una parte de la Unió Soviética que se extendía de forma tentadora entre Polonia y el mar Negro. A pesar de las disputas con Alemania y de una alianza formal con Francia, que contaba con la ayuda polaca en caso de conflicto con Alemania, primero el propio Pilsudski y después sus sucesores coquetearon con el régimen nazi con la esperanza de una conquista conjunta de territorios soviéticos. El antisemitismo era otro denominador común de ambos regímenes que urdieron planes para librarse de sus minorías judías, por ejemplo, deportándolas a África.

El acercamiento de Varsovia a Berlín reflejaba la megalomanía e ingenuidad de los líderes polacos, que creían que su país era una gran potencia del mismo calibre que Alemania, una potencia a la que Berlín respetaría y trataría como socio de pleno derecho. Los nazis fomentaron esta ilusión porque así debilitaban la alianza entre Polonia y Francia. Las ambiciones orientales polacas también fueron fomentadas por el Vaticano, que esperaba afluyeran unos dividendos considerables de las conquistas de la católica Polonia en la Ucrania mayoritariamente ortodoxa, que se consideraba que estaba preparada para convertirse al catolicismo. En este contexto es donde la maquinaria de propaganda de Goebbels, en colaboración con Polonia y el Vaticano, elaboró un nuevo mito, es decir, la ficción de una hambruna organizada por Moscú en Ucrania, con la idea de poder presentar las futuras intervenciones armadas polacas y alemanas allí como una acción humanitaria. Este mito se iba a resucitar durante la Guerra Fría y a convertirse en el mito de la creación del Estado independiente ucraniano que emergió de las ruinas de la Unión Soviética (para un análisis objetivo de esta hambruna remitimos a los muchos artículos del historiador estadounidense Mark Tauger, experto en la historia de la agricultura soviética, que se han recopilado en una edición francesa, Famine et transformation agricole en URSS).

Conocer estos antecedentes nos permite entender la actitud del gobierno polaco cuando se negociaba un frente defensivo común contra la Alemania nazi. Varsovia obstaculizó estas negociaciones no por miedo a la Unión Soviética sino, por el contrario, debido a aspiraciones antisoviéticas y su consiguiente acercamiento a la Alemania nazi. En este sentido la élite polaca coincidía con sus homólogos británicos y franceses. De este modo también podemos entender por qué, una vez cerrado el Acuerdo de Munich que permitió a la Alemania nazi anexionarse la región Sudete, Polonia se apropió de una parte del botín territorial checoslovaco, es decir, la ciudad de Teschen y sus alrededores. Al caer sobre esta parte de Checoslovaquia como una hiena (en palabras de Churchill) el régimen polaco revelaba sus verdaderas intenciones y su complicidad con Hitler.

Las concesiones hechas por los artífices del apaciguamiento hicieron más fuerte que nunca a la Alemania nazi y a Hitler más seguro de sí mismo, arrogante y exigente. Después de Munich demostró que estaba lejos de estar saciado y en marzo de 1939 violó el Acuerdo de Munich al ocupar el resto de Checoslovaquia. En Francia y Gran Bretaña la opinión pública estaba impactada, pero las élites dirigentes no hicieron más que expresar su esperanza de que “Herr Hitler” acabaría por volverse “sensato”, es decir, que emprendería la guerra contra la Unión Soviética. Hitler siempre había tenido intención de hacerlo pero antes de complacer a los apaciguadores británicos y franceses quería sacarles más concesiones. A fin de cuentas, parecía que no había nada que pudieran negarle. Es más, una vez que habían hecho a Alemania mucho más fuerte gracias a sus anteriores concesiones, ¿estaban en condiciones de negarle el supuestamente último pequeño favor que les había pedido? Ese último pequeño favor concernía a Polonia.

A finales de marzo de 1939 Hitler exigió repentinamente tanto Gdansk como un territorio polaco situado entre Prusia Oriental y el resto de Alemania. En Londres Chamberlain y los demás defensores a ultranza del apaciguamiento se inclinaban a ceder otra vez, pero la oposición proveniente de los medios de comunicación y de la Cámara de los Comunes demostró ser demasiado fuerte para permitirlo. Chamberlain cambió entonces repentinamente de rumbo y el 31 de mazo prometió formalmente (aunque de forma nada realista, como señaló Churchill) a Varsovia ayuda armada en caso de que Alemania agrediera Polonia. En abril de 1939, cuando las encuestas de opinión revelaban lo que ya sabía todo el mundo, es decir, que casi el 90 % de la población británica quería una alianza anti-Hitler junto con la Unión Soviética y Francia, Chamberlain se vio obligado a mostrar oficialmente interés por la propuesta soviética de emprender negociaciones acerca de la “seguridad colectiva” ante la amenaza nazi.

En realidad los partidarios del apaciguamiento seguían sin estar interesados por la propuesta soviética e idearon todo tipo de pretextos para evitar cerrar un acuerdo con un país al que despreciaban y contra otro con el que simpatizaban en secreto. Hasta finales de 1939 no se declararon dispuestos a iniciar negociaciones militares y hasta primeros de agosto no se envió una delegación franco-británica a Leningrado para llevarlas a cabo. A diferencia de la velocidad con la que un año antes el propio Chamberlain (acompañado de Daladier) se había precipitado a tomar un avión a Munich, esta vez se envió a la Unión Soviética en un carguero lento a un equipo de subordinados anónimos. Además, cuando después de pasar por Leningrado finalmente llegaron a Moscú el 11 de agosto, resultó que no tenían las credenciales o la autoridad necesarias para llegar a cabo esas negociaciones. Para entonces los soviéticos ya estaban hartos y es comprensible que rompieran las negociaciones.

Mientras tanto Berlín había emprendido un discreto acercamiento a Moscú. ¿Por qué? Hitler se sentía traicionado por Londres y París, que antes habían hecho todo tipo de concesiones, pero ahora le negaban la nimiedad de Gdansk y se ponían de lado de Polonia, de modo que se enfrentaba a la posibilidad de una guerra contra Polonia, que se negaba a permitirle tener Gdansk, y contra el dúo franco-británico. Para poder ganar esta guerra el dictador alemán necesitaba que la Unión Soviética permaneciera neutral y estaba dispuesto a pagar un alto precio por ello. Desde el punto de vista de Moscú el acercamiento de Berlín contrastaba fuertemente con la actitud de los apaciguadores occidentales, que exigían a los soviéticos hacer promesas vinculantes de ayuda pero sin ofrecer un quid pro quo significativo. Lo que había empezado entre Alemania y la Unión Soviética en las conversaciones informales de mayo dentro del contexto de unas negociaciones comerciales sin gran importancia en las que los soviéticos en un principio no mostraron interés se convirtió finalmente en un diálogo serio en el que participaron los embajadores de ambos países e incluso los ministros de Asuntos Exteriores, esto es Joachim von Ribbentrop y Vyacheslav Molotov, que sustituía a Litvinov.

Un factor que no se debe subestimar aunque desempeñara un papel secundario es el hecho de que en la primavera de 1939 tropas japonesas basadas en el norte de China habían invadido territorio soviético en el lejano oriente. En agosto serían derrotadas y obligadas a retroceder, pero esta amenaza japonesa hizo que Moscú se diera cuenta de la posibilidad de tener que luchar una guerra en dos frentes, a menos de encontrar una manera de eliminar la amenaza proveniente de la Alemania nazi. El acercamiento de Berlín, reflejo de su propio deseo de evitar una guerra en dos frentes, ofrecía a Moscú una forma de neutralizar esta amenaza.

Sin embargo, hasta agosto, cuando los dirigentes soviéticos se dieron cuenta de que británicos y franceses no habían ido de buena fe a las negociaciones, no se resolvió el asunto y la Unión Soviética no firmó un pacto de no agresión con la Alemania nazi, concretamente el 23 de agosto. Este acuerdo se denominó Pacto Ribbentrop-Molotov, por los nombres de los ministros de Exteriores, pero también se conoció como el Pacto Hitler-Stalin. Apenas sorprendió que se llegara a ese acuerdo: varios dirigentes políticos y militares tanto de Gran Bretaña como de Francia habían predicho muchas veces que la política de apaciguamiento de Chamberlain y Daladier arrojaría a Stalin “en brazos de Hitler”.

La expresión “en brazos” en realidad es inapropiada en este contexto. A todas luces el pacto no reflejaba cálidos sentimientos entre ambos signatarios. Stalin incluso rechazó la sugerencia de incluir en el texto algunas líneas convencionales sobre la hipotética amistad entre ambos pueblos. Además, el acuerdo no era una alianza sino meramente un pacto de no agresión y en ese sentido era similar a otros muchos pactos de no agresión que se habían firmado previamente con Hitler, por ejemplo, en Polonia en 1934. Se reducía a una promesa de no atacarse mutuamente y de mantener relaciones pacíficas, una promesa que probablemente iba a mantener cada parte mientras le pareciera conveniente hacerlo. Se añadió al acuerdo una cláusula secreta referente a la demarcación de esferas de influencia en Europa Oriental para cada uno de los signatarios. Dicha línea correspondía más o menos a la Línea Curzon, de modo que “Polonia Oriental” se encontró dentro de la esfera soviética. Estaba lejos de estar claro qué significaba en la práctica este acuerdo teórico, pero sin duda el pacto no implicaba una partición o amputación territorial de Polonia comparable al destino impuesto a Checoslovaquia por británicos y franceses en el pacto que habían firmado con Hitler en Munich.

A veces se considera el hecho de que la Unión Soviética reivindicara una esfera de influencia más allá de sus fronteras la prueba de sus siniestras intenciones expansionistas; sin embargo, el establecimiento de esferas de influencia, ya sea unilateral, bilateral o multilateralmente, había sido durante mucho tiempo una práctica ampliamente aceptada entre potencias grandes y no tan grandes, y a menudo su objetivo era evitar conflictos. Por ejemplo, la Doctina Monroe, que “afirmaba que el Nuevo Mundo y el Viejo Mundo iban a seguir siendo esferas de influencia claramente separadas” (Wikipedia), pretendía impedir nuevas empresas coloniales transatlánticas por parte de las potencias europeas que podrían llevarlas a entrar en conflicto con Estados Unidos. De forma similar, cuando Churchill visitó Moscú en 1944 y ofreció a Stalin dividir la península Balcánica en esferas de influencia lo que se pretendía era evitar un conflicto entre sus respectivos países cuando terminara la guerra contra la Alemania nazi.

Ahora Hitler podía atacar Polonia sin correr el riesgo de tener que luchar una guerra tanto contra la Unión Soviética como contra el dúo franco-británico, pero el dictador alemán tenía buenas razones para dudar de que Londres y París declararan la guerra. Sin la ayuda soviética estaba claro que no se podía ofrecer una ayuda eficaz a Polonia, por lo que a Alemania no le costaría mucho tiempo derrotar al país (solo los coroneles de Varsovia creían que Polonia podía resistir el ataque de las poderosas hordas nazis). Hitler sabía demasiado bien que los artífices del apaciguamiento seguían esperando que tarde o temprano acabaría cumpliendo aquello que deseaban más fervientemente y destruiría a la Unión Soviética, de modo que estaban dispuestos a cerrar los ojos ante esta agresión a Polonia. Y Hitler también estaba convencido de que, aunque británicos y franceses declararan la guerra a Alemania, no atacarían en Occidente.

Alemania emprendió su ataque contra Polonia el 1 de septiembre de 1939. Londres y París todavía dudaron unos días antes de reaccionar con una declaración de guerra contra la Alemania nazi. Pero no atacaron al Reich aunque el grueso de sus fuerzas armadas estaba invadiendo Polonia, como temían algunos generales alemanes. De hecho, los protagonistas del apaciguamiento sólo declararon la guerra a Hitler porque lo exigió la opinión pública. Esperaban en secreto que Polonia pronto estuviera acabada para que “Herr Hitler” pudiera finalmente dirigir su atención a la Unión Soviética. La guerra que libraron fue meramente una “guerra falsa”, como bien se la podría llamar, una farsa en la que sus tropas, que podrían haber entrado en Alemania, permanecieron inactivas instaladas detrás de la Línea Maginot. Ahora se sabe casi con certeza que los simpatizantes de Hitler en el ámbito de los apaciguadores franceses y posiblemente también de los británicos habían hecho saber al dictador alemán que podía usar todo su poderío militar para acabar con Polonia sin tener que temer un ataque de las potencias occidentales (remitimos a los libros de Annie Lacroix-Riz, Le choix de la défaite. Les élites françaises dans les années 1930 y De Munich à Vichy. L’assassinat de la 3e République).

Los defensores polacos estaban abrumados y pronto fue obvio que los coroneles que gobernaban el país tendrían que rendirse. Hitler tenía todos los motivos para creer que lo harían y era indudable que sus condiciones iban a suponer a Polonia importantes pérdidas territoriales, especialmente, por supuesto, en la parte occidental del país que hacía frontera con Alemania. No obstante, probablemente habría seguido existiendo una Polonia truncada, del mismo modo que después de su derrota en junio de 1940 se iba a permitir a Francia existir en la forma de la Francia de Vichy. Sin embargo, el 17 de septiembre el gobierno polaco huyó repentinamente a la vecina Rumanía, un país neutral, y a hacerlo dejó de existir porque, según el derecho internacional, mientras duren las hostilidades se debe encarcelar no sólo al personal militar sino también a los miembros del gobierno de un país en guerra al entrar en un país neutral. Fue un acto irresponsable e incluso cobarde que tuvo unas consecuencias nefastas para el país. Sin un gobierno Polonia degeneró en una especie de tierra de nadie (en una terra nullius, por utilizar la terminología jurídica) en la que los conquistadores alemanes podían hacer lo que quisieran ya que no había nadie con quien negociar acerca del destino del derrotado país.

Esta situación también dio a los soviéticos el derecho a intervenir. Los países vecinos pueden ocupar una potencialmente anárquica terra nullius; es más, si los soviéticos no hubieran intervenido, sin duda los alemanes habrían ocupado cada centímetro cuadrado de Polonia, con todas las consecuencias que ello habría supuesto. Esta es la razón por la que el mismo 17 de septiembre de 1939 el Ejército Rojo se adentró en Polonia y empezó a ocupar la parte oriental del país, la antes mencionada “Polonia Oriental”. Se evitó el conflicto con los alemanes porque ese territorio pertenecía a la esfera de influencia soviética establecida en el Pacto Ribbentrop-Molotov. Las tropas alemanas que habían penetrado al este de la línea de demarcación tuvieron que retirarse para dar paso a los hombres del Ejército Rojo. Dondequiera que los militares soviéticos y alemanes entraron en contacto se comportaron correctamente y respetaron el protocolo tradicional, lo que a veces implicaba algún tipo de ceremonia, aunque nunca hubo ningún “desfile de la victoria” conjunto.

Como su gobierno se había esfumado, se podría decir que las fuerzas armadas polacas que siguieron ofreciendo resistencia quedaron degradadas al nivel de irregulares, de partisanos, expuestas a todos los riesgos que conlleva dicho papel. La mayoría de las unidades del ejército polaco se dejaron desarmar y encarcelar por el recién llegado Ejército Rojo, pero a veces se ofreció resistencia, por ejemplo por parte de tropas comandadas por oficiales hostiles a los soviéticos. Muchos de estos oficiales habían servido en la guerra ruso-polaca de 1919-1921 y supuestamente habían cometido crímenes de guerra, como ejecutar a prisioneros de guerra. Se reconoce ampliamente que estos hombres fueron liquidados posteriormente por los soviéticos en Katyn y otros lugares (aunque recientemente han surgido dudas respecto a Katyn. El libro de Grover Furr, The Mystery of the Katyn Massacre, analiza detalladamente este tema).

Los soviéticos encarcelaron a muchos soldados y oficiales polacos según las normas del derecho internacional. En 1941, después de que la Unión Soviética se involucrara en la guerra y, por tanto, ya no estuviera sujeta a las normas que rigen la conducta de los neutrales, estos hombres fueron trasladados a Gran Bretaña (a través de Irán) para luchar contra la Alemania nazi al lado de los aliados occidentales. Entre 1943 y 1945 iban a contribuir de forma fundamental a la liberación de una parte considerable de Europa Occidental (a los militares polacos que cayeron en manos de los alemanes les tocó una suerte mucho más trágica). Entre quienes se habían beneficiado de la ocupación por parte de los soviéticos de los territorios orientales de Polonia también se incluían los habitantes judíos, que fueron trasladados al interior de la Unión Soviética de modo que se libraron del destino que les habría esperado si todavía estuvieran en sus shtetls* cuando los alemanes llegaron allí como conquistadores en 1941. Muchos de ellos sobrevivieron a la guerra y después iban a empezar una nueva vida en Estados Unidos, Canadá y, por supuesto, Israel.

La ocupación de “Polonia Oriental” se llevó a cabo correctamente, esto es, según las normas del derecho internacional, de modo que esta acción no constituye un “ataque” a Polonia, como lo han presentado muchos historiadores (y políticos) y desde luego tampoco constituye un ataque en colaboración con un “aliado” nazi alemán. La Unión Soviética no se convirtió en aliada de la Alemania nazi al cerrar un pacto de no agresión con ella ni se convirtió en aliada debido a su ocupación de “Polonia Oriental”. Hitler había tolerado esa ocupación, pero sin duda habría preferido que los soviéticos no intervinieran en absoluto de modo que así se habría podido apoderar de toda Polonia. En Inglaterra Churchill dio públicamente su aprobación a la iniciativa soviética del 17 de septiembre precisamente porque impedía a los nazis ocupar toda Polonia. El hecho de que esta iniciativa no constituyera un ataque y, por consiguiente, no fuera un acto de guerra contra Polonia también quedó claro gracias al hecho de que Gran Bretaña y Francia, aliados formales de Polonia, no declararon la guerra a la Unión Soviética, como sin duda habrían hecho de no haber sido así. Y la Liga de las Naciones no impuso sanciones a la Unión Soviética, que es lo que habría ocurrido si lo hubiera considerado un verdadero ataque contra uno de sus miembros.

Desde el punto de vista soviético, la ocupación de la parte oriental de Polonia significaba recuperar parte de su propio territorio, perdido debido al conflicto ruso-polaco de 1919-1921. Es cierto que Moscú había reconocido esta pérdida en el Tratado de Paz de Riga que puso fin a esta guerra en marzo de 1921, pero Moscú había seguido buscando una oportunidad de recuperar “Polonia Oriental” y en 1939 esta oportunidad se materializó y fue aprovechada. Se puede estigmatizar a los soviéticos por ello, pero en ese caso también se debe estigmatizar a los franceses, por ejemplo, por recuperar Alsacia y Lorena al final de la Primera Guerra Mundial ya que París había reconocido la pérdida de ese territorio en el Tratado de Paz de Frankfurt que había puesto fin a la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

Más importante es el hecho de que la ocupación (o liberación, recuperación, restablecimiento o como se quiera denominar) de “Polonia Oriental” proporcionó a la Unión Soviética una baza extraordinariamente útil, que en la jerga de la tecnología militar se denomina “glacis”, esto es, un espacio abierto que tiene que cruzar un atacante antes de llegar al perímetro defensivo de una ciudad o fortaleza. Stalin sabía que a pesar del pacto tarde o temprano Hitler iba a atacar la Unión Soviética y, de hecho, este ataque tuvo lugar en junio de 1941. En aquel momento las huestes ejército de Hitler tuvieron que emprender su ataque desde un punto de partida mucho más alejado de las ciudades importantes del centro de la Unión Soviética de lo que habría sido el caso en 1939, cuando Hitler ya estaba ansioso por iniciar ese ataque. En virtud del pacto el punto de partida para la ofensiva nazi de 1941 estaba a varios cientos de kilómetros más al oeste y, por tanto, a una distancia mucho mayor de los objetivos estratégicos situados en el interior de la Unión Soviética. En 1941 las fuerzas alemanas llegarían a un paso de Moscú y eso significa que de no existir el pacto sin duda habrían tomado la ciudad, lo que podría haber hecho capitular a los soviéticos.

Gracias al Pacto Ribbentrop-Molotov Pact la Unión Soviética no solo ganó un espacio valioso sino también un tiempo valioso, esto es, el tiempo extra que necesitaba para prepararse para un ataque alemán que en un principio se había programado para 1939 pero se tuvo que posponer hasta 1941. Entre 1939 y 1941 se trasladó al otro lado de los montes Urales gran parte de una infraestructura extraordinariamente importante, sobre todo las fábricas que producían todo tipo de material de guerra. Además, en 1939 y 1940 los soviéticos tuvieron la oportunidad de observar y estudiar la guerra que asolaba Polonia, Europa Occidental y otros lugares, y de aprender así importantes lecciones acerca del estilo de guerra ofensiva alemana, moderno, motorizado y “rápido como un rayo”, el Blitzkrieg. Por ejemplo, los estrategas soviéticos aprendieron que concentrar el grueso de las propias fuerzas armadas con propósito defensivo justo en la frontera sería fatal y que solo una “defensa en profundidad” ofrecía la posibilidad de detener la apisonadora nazi. Gracias, entre otras cosas, a las lecciones así aprendidas la Unión Soviética lograría, es cierto que con grandes dificultades, sobrevivir al embate nazi de 1941 y finalmente ganar la guerra a este poderoso enemigo.

Para poder defender mejor Leningrado, una ciudad que tenía industrias de armamento vitales, en otoño de 1939 la Unión Soviética propuso a la vecina Finlandia intercambiar territorios, un acuerdo que habría llevado la frontera entre ambos países lejos de aquella ciudad. Finlandia, aliada de la Alemania nazi, se negó pero por medio de la “guerra de invierno” de 1939-1940 Moscú consiguió finalmente modificar la frontera. Debido a ese conflicto, que equivalía a una agresión, la Liga de las Naciones excomulgó a la Unión Soviética. En 1941, cuando los alemanes atacaron la Unión Soviética ayudados por los finlandeses y asediaron Leningrado durante varios años, ese ajuste de fronteras iba a permitir a la ciudad sobrevivir a esta dura prueba.

No fueron los soviéticos, sino los alemanes quienes tomaron la iniciativa de las negociaciones que finalmente produjeron el pacto. Lo hicieron porque esperaban sacar ventaja de ello, una ventaja temporal aunque muy importante, esto es, la neutralidad de la Unión Soviética mientras la Wehrmacht [el ejército nazi] atacaba primero Polonia y después Europa Occidental. Pero la Alemania nazi también obtuvo un beneficio adicional del acuerdo comercial que iba asociado al pacto. El Reich sufría una penuria crónica de todo tipo de materias primas estratégicas y esta situación amenazaba con convertirse en catastrófica cuando, como era de esperar, una declaración de guerra británica llevara a que la Marina Real bloqueara Alemania. La entrega por parte de los soviéticos de productos como petróleo, tal como estipulaba el acuerdo, neutralizó este problema. No está claro hasta qué punto fueron realmente decisivas esas entregas, especialmente las de petróleo: según algunos historiadores, no muy importantes; según otros, extremadamente importantes. En todo caso, la Alemania nazi siguió siendo muy dependiente del petróleo importado (en su mayoría a través de puertos españoles) de Estados Unidos, al menos hasta que el Tío Sam entró en guerra en diciembre de 1941. En verano de 1941 decenas de miles de aviones, tanques, camiones y otras máquinas de guerra nazis que participaron en la invasión de la Unión Soviética seguían siendo muy dependientes del combustible suministrado por empresas petroleras estadounidenses.

Aunque no está claro hasta qué punto era importante para la Alemania nazi el petróleo suministrado por los soviéticos, es cierto que el pacto exigía a la parte alemana corresponder suministrando a los soviéticos productos industriales terminados, incluido equipamiento militar de vanguardia, que el Ejército Rojo utilizó para mejorar sus defensas contra un ataque alemán que esperaban tarde o temprano. Esto preocupaba mucho a Hitler que, por lo tanto, estaba deseando emprender su cruzada antisoviética lo antes posible. Decidió hacerlo a pesar de que Gran Bretaña estaba lejos de ser descartada después de la caída de Francia. Por consiguiente, en 1941 el dictador alemán iba a tener que emprender el tipo de guerra en dos frentes que en 1939 esperaba evitar gracias a su pacto con Moscú y se iba a enfrentar a un enemigo soviético que se había vuelto mucho más fuerte de lo que era en 1939.

Stalin firmó un pacto con Hitler porque los artífices del apaciguamiento en Londres y París rechazaron todas las ofertas soviéticas de formar un frente común contra Hitler. Y los apaciguadores rechazaron estas ofertas porque esperaban que Hitler fuera hacia el este y destruyera a la Unión Soviética, un trabajo que esperaban facilitar ofreciéndole un “trampolín” en la forma del territorio checoslovaco. Es prácticamente seguro que sin el pacto Hitler habría atacado a la Unión Soviética en 1939. Sin embargo, debido al pacto Hitler tuvo que esperar dos años antes de poder emprender por fin su cruzada antisoviética, lo que proporcionó a la Unión Soviética un tiempo y espacio adicionales que permitieron mejorar sus defensas lo suficiente para sobrevivir al embate cuando en 1941 Hitler finalmente mandó sus perros de guerra hacia el este. El Ejército Rojo sufrió terribles pérdidas, pero finalmente logró detener al gigante nazi. Sin este éxito soviético, un logro que el historiador Geoffrey Roberts calificó de “la mayor hazaña bélica de la historia mundial”, Alemania muy probablemente habría ganado la guerra porque habría logrado el control de los campos de petróleo del Cáucaso, de las ricas tierras agrícolas de Ucrania y de muchas otras riquezas del vasto territorio de los soviéticos. Ese triunfo habría transformado a la Alemania nazi en una superpotencia inexpugnable, capaz de emprender incluso guerras a largo plazo contra cualquiera, incluida una alianza anglo-estadounidense. Una victoria sobre la Unión Soviética habría dado a la Alemania nazi la hegemonía de Europa. Hoy la segunda lengua del continente no sería el inglés, sino el alemán, y en París los hombres vestidos a la última moda se pasearían por los Campos Elíseos enfundados en [pantalones] Lederhosen**.

Por consiguiente, sin el Pacto nunca habría tenido lugar la liberación de Europa, incluida la liberación de Europa Occidental, por parte de los estadounidenses, británicos, canadienses, etc. Polonia no existiría, las y los polacos serían Untermenschen***, siervos de colonos “arios” en un Ostland**** germanizado que se extendería desde el Báltico hasta los Cárpatos o incluso hasta los Urales. Y un gobierno polaco nunca habría ordenado destruir los monumentos en honor del Ejército Rojo, como ha hecho hace poco, no solo porque no existiría Polonia y, por lo tanto, tampoco un gobierno polaco, sino porque el Ejército Rojo nunca habría liberado Polonia y aquellos monumentos nunca se habrían erigido.

La idea de que el Pacto Hitler-Stalin desencadenó la Segunda Guerra Mundial es peor que un mito, es una mentira descarada. La verdad es lo contrario: el pacto fue la condición previa para el feliz resultado del Armagedón de 1939-1945, esto es, la derrota de la Alemania nazi.

Jacques R. Pauwels es un historiador y escritor de origen belga que reside en Canadá. Es investigador del Centre for Research on Globalization (CRG). Su último libro es The Great Class War: 1914-1918. De este autor está traducido al castellano, por José Sastre, su obra El mito de la guerra buena: EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002.

Notas de la traductora:

* Un shtetl (“poblado” en yidis) era una villa o pueblo con una numerosa población de judíos en Europa Oriental y Central antes del Holocausto.

** Los Lederhosen son unos pantalones de cuero, largos o cortos, típicos de Baviera (Alemania), Austria y en la región autónoma italiana de Trentino-Alto Adigio. Originalmente era un traje típico de la región de los Alpes.

*** Untermensch (“subhumano”, en alemán) es un término empleado por la ideología nazi para referirse a lo que consideraba “personas inferiores”, particularmente a las masas del Este, es decir, judíos, gitanos y pueblos eslavos, principalmente polacos, serbios y más tarde también rusos.

**** Ostland era la unidad administrativa territorial que agrupaba varios países y regiones ocupados por la Alemania nazi en Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial y comprendía los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), varias regiones del este de Polonia y zonas occidentales de Bielorrusia, Ucrania y Rusia que hasta entonces se encontraban bajo el control o soberanía de la Unión Soviética.

Fuente: http://www.globalresearch.ca/hitler-stalin-pact-august-23-1939/5687021

https://rebelion.org/el-pacto-molotov-ribbentrop-y-sus-protocolos-secretos/