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domingo, 24 de mayo de 2015

Austeridades

España es ejemplo de devaluación salarial general, fruto de la reforma laboral, aunque con un deterioro muy superior para los que se encuentran en la situación más desfavorable: entre 2007 y 2011 los ingresos de la decila más baja de la población disminuyeron un 12,9%, cuando los de la decila más alta cayeron solo un 1,4%. Nada permite pensar que haya cambiado el panorama. La deuda pública, motivada por la política económica del Gobierno, sigue ascendiendo y ha llegado a récord tanto en términos absolutos (1,04 billones de euros) como relativos (99% del PIB). Esta deuda pública ha crecido más en los cuatro años de Rajoy que en los siete largos de Zapatero.

Son dos maneras distintas, estrecha y ancha, de aplicar la austeridad. Son dos austeridades. Dependen del lugar desde donde se mire. Ocurre algo semejante con otro tipo de cosas. El último Consejo de Ministros, 10 días antes de las elecciones, preanuncia lo que sucederá hasta las generales: paladas de dinero público de ayudas (familias, automóviles, comunidades autónomas…), un nuevo sistema de financiación al cine… Algo inédito en toda la legislatura. Que se aprovechen sus beneficiarios. Se hacían públicas apenas 24 horas después de que la Comisión Europea advirtiese al Gobierno de que su déficit sigue siendo el segundo más alto de la eurozona, que la deuda pública está por encima de la media, que no ha terminado la reestructuración bancaria y que los salarios deben seguir subiendo por debajo de la productividad (es decir, bajando).

El lema “crece ahora, y después preocúpate por los pobres” es una falacia

Mientras por el periscopio se divisan elecciones se inyecta gasto. En cuanto aquellas hayan finalizado llegarán otros ajustes y nuevas vueltas de tuerca a traición en el mercado de trabajo y en pensiones. Distribuidos del modo desigual ya visto. La OCDE ha advertido (y no es sospechosa de igualitarismo) que la desigualdad tiene un efecto negativo y estadísticamente significativo en el crecimiento, creando ineficiencias en la distribución de los factores y en la productividad.

Estos estudios, así como los de Piketty, Sáez, Zucman, Stiglitz y otros, cuestionan el uso ideológico que se ha hecho de la curva de Kuznets. La curva de Simon Kuznets, premio Nobel, tiene forma de campana (una “U” invertida) y muestra que el desarrollo acelerado produce, en una primera fase, desigualdades crecientes hasta llegar a un punto más allá del cual empieza a generar igualdad. Fue utilizada con el fin de neutralizar las críticas contra los efectos desigualitarios de las políticas económicas, bajo el lema de “grow now, worry about poor later” (“crece ahora, y después preocúpate por los pobres”). Estos estudios han demostrado que ese “después” nunca llega o tarda demasiado.
http://economia.elpais.com/economia/2015/05/17/actualidad/1431882784_904381.html

lunes, 21 de mayo de 2012

Recortes, crecimiento, Syriza

Como a menudo sucede, la lógica argumental del sistema nos obliga a elegir entre dos opciones que no pueden ser las nuestras. Si la primera --hablo del principal debate que se revela hoy en los países que tienen el euro como moneda-- señala que no queda más remedio que asumir recortes dramáticos del gasto público, la segunda entiende que lo anterior es un error y que esos recortes deben limarse para permitir que las economías recuperen la senda del crecimiento. Mientras la señora Merkel abrazaría la primera posición, el recién elegido presidente francés, Hollande, postularía la segunda. Entrampados como estamos entre esas dos opciones, pareciera como si no hubiese ningún horizonte diferente.

Está claro por qué hay que rechazar la primera de las perspectivas anotadas. Los recortes mencionados obedecen al evidente propósito de hacer que paguen justos por pecadores. Y es que en la esencia del juego de hoy lo que se asoma es una formidable estafa: quienes, a través de prácticas lamentables, han provocado un aumento espectacular de la deuda privada han recibido sumas ingentes de recursos públicos para sanear sus instituciones financieras. El efecto ha sido doble: mientras, por un lado, con el dinero de todos --y de la mano de un engrosamiento notable, de resultas, de la deuda pública-- se han saneado inmorales empresas privadas, por el otro estas últimas, gracias a los recursos recibidos, han impuesto reglas del juego de obligado cumplimiento, traducidas en retrocesos significativos en el gasto público en sanidad, educación y pensiones.

Acaso no es tan evidente, en cambio, por qué hay que poner mala cara ante la segunda opción que nos ocupa. Nadie negará que parte de una premisa fundamentada: la política de recortes, sobre el papel encaminada a permitir que la crisis quede atrás, traba poderosamente cualquier recuperación económica y, como tal, prima con descaro los intereses privados y nos emplaza ante una recesión prolongada. No faltan, sin embargo, los problemas en esta segunda opción. Si así se quiere, son fundamentalmente tres. El primero es que la perspectiva que nos ocupa, aberrantemente cortoplacista, sólo parece interesarse por la crisis financiera y deja en el olvido las otras crisis que están en la trastienda. En ese sentido prefiere esquivar la conclusión de que el crecimiento económico no es esa panacea resolutora de todos los males que retrata el discurso oficial: poco o nada tiene que ver con la cohesión social, mantiene una nebulosa relación con la creación de empleo, propicia el despliegue de formidables agresiones medioambientales, facilita el agotamiento de recursos escasos, se asienta a menudo en el expolio de la riqueza humana y material de los países del Sur, y, en suma, apuntala un genuino modo de vida esclavo que nos invita a confundir sin más consumo y bienestar.

Hora es ésta de mencionar un segund o problema en la percepción que hace de la recuperación del crecimiento el objetivo fundamental. Da por supuesto que si el PIB vuelve a crecer se resolverán mágicamente la mayoría de los ingentes problemas sociales en los que estamos inmersos. Nos topamos aquí con una superstición más. Si la economía española era 100 en 2007, antes del estallido de la crisis financiera, hoy se emplaza en un 97. Con estas dos cifras en la mano, no parece que el deterioro sea tan notable como se nos sugiere. Lo que debiera preocuparnos no es el retroceso de tres puntos en la riqueza general, sino, antes bien, la distribución, cada vez más desigual, de esa riqueza. Y, sin embargo, esta dimensión queda en un segundo plano, absorbida por la intuición de que los problemas de los de abajo se diluirán en la nada si el crecimiento económico reaparece. Nada más lejos de la realidad. Hay que afirmar con rotundidad, antes bien, que en un escenario en el que en el Norte opulento hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la Tierra nos ofrece, podremos vivir mejor con 80 --no con 120, con 100 o con 97-- si somos capaces de reorganizar nuestras sociedades y de redistribuir la riqueza. Salir del capitalismo se impone al respecto, claro, como urgencia.

Dejemos constancia, en fin, del tercer problema que acosa a la propuesta que parece abrazar el nuevo presidente francés y, con él, el conjunto de la socialdemocracia, declarada o encubierta. Me refiero a la ilusión óptica de que podemos, sin más, regresar a la aparente bonanza anterior a 2007. Esta pretensión ignora palmariamente que lo que hoy arrastramos no es sino una consecuencia lineal de lo que teníamos entonces. Se nutre, por lo demás, de la conclusión de que el papel de la izquierda progresista debe estribar en obligar al capital a reconstruir la regulación que ha ido tirando por la borda en los últimos decenios. En tal sentido sigue sin concebir otro horizonte que el del capitalismo y defiende sin cautelas una institución, los Estados del bienestar, que, junto a sus innegables virtudes, se muestra inseparable de la lógica de fondo de aquél, se asienta de siempre en fraudulentos pactos sociales, reclama por necesidad la lógica seudodemocrática de la representación, ratifica una economía de cuidados que castiga indeleblemente a las mujeres, ninguna solidaridad preconiza en lo que se refiere a los países del Sur y, en fin, parece difícilmente sostenible en el terreno ecológico. Qué llamativo es que en el discurso de la izquierda progresista, obsesionada en estas horas con el crecimiento y desentendida de la distribución --véase, si no, la patética propuesta cotidiana de Alfredo Pérez Rubalcaba--, falten siempre las palabras autogestión y socialización , no se aprecie ningún guiño encaminado a la creación de espacios de autonomía con respecto a la lógica del capital y la contestación del orden de la propiedad existente brille, en suma, por su ausencia. En semejantes condiciones, la apuesta consiguiente apunta a resolver algunos problemas de corto plazo a costa de agudizar de forma preocupante todos los demás.

La afirmación de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, tan común en los últimos tiempos, tiene un significado diferente si antes se ha enunciado una crítica cabal de la miseria en la que estamos inmersos o si, por el contrario, semejante crítica no se ha abierto camino. Mientras en el primer caso remite a una realidad reconocible --es verdad que en el Norte opulento hemos vivido por encima de lo que el planeta y la equidad nos permiten--, en el segundo se traduce en una genuina estafa moral: quien ha vivido por encima de sus posibilidades es el señor Botín. La disputa correspondiente tiene algún eco en otra que se refiere a la idoneidad del término austeridad para describir nuestras opciones. Una cosa es que rechacemos --no puede ser de otra manera-- las políticas de austeridad que se nos imponen al servicio de los intereses del capital, y otra que no nos percatemos de la necesidad de asumir, quienes podamos, en nuestra vida cotidiana y en nuestras respuestas colectivas, fórmulas de sobriedad y de sencillez voluntarias.

Bueno sería que de todo lo anterior tomasen nota los amigos de Syriza en Grecia. No deseo ignorar en modo alguno que la coalición de izquierda radical griega ha hecho suyas propuestas programáticas muy sugerentes. Mucho me temo, sin embargo, que si, además de seguir blandiendo el fetiche del euro, Syriza asume de buen grado la perspectiva hollandiana de encaramiento de la crisis, la del crecimiento, la conclusión estará servida: bien podemos hallarnos ante el enésimo retoño de una miseria, la socialdemócrata, que se niega a abandonarnos.
Carlos Taibo.

domingo, 5 de febrero de 2012

Un debate bien vivo

Poco a poco, en una parte de la izquierda europea se ha abierto paso el gran tema de discusión: la necesidad de regular la libertad económica, tan necesitada de normas como la libertad política. Para ese sector, lo que ha llevado a la actual crisis ha sido la extraordinaria desregularización del mundo financiero que se promovió, casi sin critica, desde los años de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y la evidencia de que fueron Gobiernos progresistas, como los de Bill Clinton y Tony Blair, los que le dieron el empujón definitivo, aceptando la cada vez mayor ausencia de reglas y la progresiva desaparición del papel del Estado como garante de esas reglas.

En Reino Unido, donde la famosa tercera vía laborista tuvo, y tiene, un mayor arraigo, el debate está muy vivo, con nuevos enfrentamientos. El artículo In praise of social democracy, del octogenario Roy Hattersley (una clásica defensa del Estado como el mejor vehículo de expresión de los principios socialdemócratas y una dura crítica de los cambios de los noventa), acaba de encontrar respuesta en el joven David Miliband, que pide que el laborismo "piense más y se reafirme menos" (http://www.newstatesman.com/uk-politics/2012/02/labour-social-government-party),  convencido de que la defensa del papel del Estado no ayudará a los laboristas a ganar las elecciones, sino su compromiso de reformarlo. David Miliband (hermano del actual líder de los laboristas, Ed Miliband) reivindica a Blair y advierte de que "principios sin poder es la esencia de una sociedad de debates, no de un partido político".

Los ciudadanos deben ver que las cosas no han sucedido inevitablemente, sino que existen responsabilidades
Pase lo que pase en el congreso de los socialistas españoles, se elija la dirección que se elija, el mismo o parecido debate debería llegar lo antes posible a sus filas y, a ser posible, a sus simpatizantes. Seguramente Miliband tiene razón cuando asegura que lo primero es entender en profundidad por qué perdieron las elecciones (una derrota muy dura, casi equiparable a la del PSOE), y lo segundo, aclarar qué clase de futuro buscan y los medios que se pueden emplear para ello. Pero ese enunciado tiene muy probablemente respuestas muy distintas, según se analice el periodo Thatcher-Blair y su influencia en toda la socialdemocracia europea.

Lo importante es que los ciudadanos se den cuenta de que las cosas no han sucedido inevitablemente, sino que existen responsabilidades. "De la misma manera que el futuro no está determinado para lo bueno, tampoco lo está para lo malo, y tan funestos resultados puede provocar una creencia como la otra", escribió José María Ridao en su libro La elección de la barbarie (2002), de muy recomendable lectura diez años más tarde. "La barbarie no sobreviene, se elige", afirmaba el escritor, lo que sucede no está a merced de una hipotética ley universal de la destrucción, y quienes pregonan ese fatalismo lo que reclaman es que nos sintamos insignificantes y renunciemos de antemano a la resistencia. Que dejemos de preguntarnos que detrás de cada acción hay una responsabilidad, y detrás de cada responsabilidad, un responsable.

Lo que sucede en Grecia, lo que sucede en España, en Reino Unido o en Portugal tiene responsables: en el mundo financiero, en el mundo de la política, de la comunicación o de la Universidad. No se trata tanto de exigir cuentas individuales por ellas (aunque en ciertos casos sea conveniente), sino de comprender que se pudo haber hecho otras cosas. Y sobre todo, que se puede hacer en el futuro otras distintas, tener otros objetivos y plantearse otros medios. No es inevitable que haya que repartir vales de comida entre los niños griegos para atajar la desnutrición incipiente, ni, desde luego, que nos vayamos acostumbrando a esas palabras "como si fueran dosis pequeñas de arsénico, que uno traga sin darse cuenta, que parecen no surtir efecto alguno y, al cabo de un tiempo, se produce el efecto tóxico" (Victor Klemperer, en La lengua del III Reich).

sábado, 4 de junio de 2011

Manifiesto por una política de izquierdas para Extremadura

El panorama político de Extremadura se encuentra ante una incertidumbre que no se había visto en las casi tres décadas de vida democrática, ni siquiera comparable con la pérdida de la mayoría absoluta del PSOE en la legislatura de 1995 a 1999. Las urnas han confeccionado una Asamblea de Extremadura en la que nadie tiene a priori la mayoría suficiente para gobernar si no se producen acuerdos de alguna naturaleza.
Extremadura no es un territorio aislado ni de España ni del resto del mundo. Los resultados electorales apuntan a un giro conservador y la aritmética ha permitido escasas excepciones para albergar gobiernos diferentes de los del PP. Extremadura es uno de esos escasos lugares en los que el espectro político y social que se encuentra a la izquierda del PP tiene posibilidades de articular una manera diferente de gobernar de la que ya conocen, desde hace muchos años, la ciudadanía de la Comunidad de Madrid o de Castilla y León.
Extremadura tiene sus particularidades y la situación no es absolutamente idéntica a la de otras regiones: ha tenido a lo largo de 28 años un gobierno monocolor del PSOE, con sus virtudes y sus defectos, con sus éxitos y sus fracasos. Durante todo este tiempo las relaciones entre el PSOE e IU no han sido buenas y en el recuerdo han quedado agravios que reavivan desencuentros. Ahora ambas fuerzas se encuentran ante la tesitura histórica de ponerse de acuerdo de alguna manera o de dejar el gobierno extremeño, por primera vez, en manos del Partido Popular.
Es por este motivo que diferentes personas de la región, de todos los ámbitos profesionales y sin adscripción directa a ninguno de los dos partidos, hacemos un llamamiento para que tanto PSOE como IU hagan los mayores esfuerzos posibles para llevar a cabo una política de izquierdas para Extremadura, en la que haya un compromiso inquebrantable de la defensa de la educación y la sanidad pública, del empleo, de la progresividad fiscal, del respeto escrupuloso al medio ambiente y de la regeneración y profundización democrática.
Entendemos que propiciar un gobierno del PP mediante la abstención de representantes de la mayoría social de izquierdas sólo respondería a ajustes de cuentas del pasado entre organizaciones políticas, que estarían anteponiendo sus intereses estratégicos sin reparar en las consecuencias que dichas posiciones pueden tener para las clases trabajadoras, para los pequeños empresarios, agricultores y trabajadores autónomos y, en definitiva, para toda la base social que ha apoyado a ambas formaciones.
Lejos de dar indicaciones a cada fuerza política sobre lo que debe o no debe hacer, quienes suscriben este documento reclaman tanto al PSOE como a IU una profunda reflexión sobre lo que desean para el futuro de Extremadura, y un llamamiento para que hagan cuanto esté en sus manos para que en Extremadura podamos tener políticas de izquierdas que mejoren la vida de la mayoría de la población y en especial de las personas más necesitadas.
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