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miércoles, 13 de agosto de 2025

80 años de mentiras: Estados Unidos finalmente admite que sabía que no necesitaba bombardear Hiroshima y Nagasaki

Fuentes: Mint Press News. Foto Foto destacada | Un hombre observa las ruinas que dejó la explosión de la bomba atómica el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima, Japón. Unas 140.000 personas murieron allí inmediatamente. Foto | AP.



Mientras conmemoramos el 80º aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, el mundo se está acercando a otra confrontación nuclear como nunca antes en décadas.

Con los ataques israelíes y estadounidenses a las instalaciones de energía nuclear de Irán, la entrada en guerra de India y Pakistán en mayo y la creciente violencia entre Rusia y las fuerzas apoyadas por la OTAN en Ucrania, la sombra de otra guerra nuclear se cierne sobre la vida cotidiana.

Ochenta años de mentiras
Estados Unidos sigue siendo el único país que ha lanzado una bomba atómica en un acto de ira. Si bien las fechas del 6 y el 9 de agosto de 1945 están grabadas a fuego en la conciencia popular de todos los japoneses, esos días tienen mucha menos relevancia en la sociedad estadounidense.

Cuando se discute sobre este oscuro capítulo de la historia de la humanidad en Estados Unidos, suele presentarse como un mal necesario, o incluso como un día de liberación: un acontecimiento que salvó cientos de miles de vidas, evitó la necesidad de una invasión de Japón y puso fin a la Segunda Guerra Mundial de forma anticipada. Sin embargo, esto está totalmente lejos de la realidad.

Los generales y estrategas de guerra estadounidenses coincidieron en que Japón estaba al borde del colapso y, durante semanas, habían intentado negociar una rendición. La decisión de incinerar a cientos de miles de civiles japoneses se tomó, pues, para proyectar el poder estadounidense en todo el mundo y frenar el ascenso de la Unión Soviética.

“Siempre nos pareció que, con bomba atómica o sin ella, los japoneses ya estaban al borde del colapso”, escribió el general Henry Arnold, comandante general de las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos en 1945, en sus memorias de 1949.

Arnold no era el único en esta apreciación. De hecho, el almirante de flota estadounidense, William Leahy, el oficial de mayor rango de la Armada durante la Segunda Guerra Mundial, condenó duramente a Estados Unidos por su decisión y comparó a su propio país con los regímenes más brutales de la historia mundial.

Como escribió en 1950:

En mi opinión, el uso de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no fue de ninguna ayuda en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y listos para rendirse. Mi impresión fue que, al ser los primeros en usarla, adoptamos una ética común a los bárbaros de la Edad Media.

Una columna de humo se eleva más de 60.000 pies en el aire después de que la segunda bomba atómica jamás utilizada explotara sobre Nagasaki, el 9 de agosto de 1945. Foto | AP
En 1945 Japón se encontraba militar y económicamente agotado. Tras perder a aliados clave, Italia en 1943 y Alemania en mayo de 1945, y ante la perspectiva inmediata de una invasión soviética total de Japón, los líderes del país buscaban frenéticamente negociaciones de paz. Su única condición real parecía ser que deseaban mantener al emperador como figura decorativa, una posición que, según algunos relatos, data de hace más de 2.600 años.

“Estoy convencido”, escribió el expresidente Herbert Hoover a su sucesor, Harry S. Truman, “si usted, como presidente,sondea al pueblo de Japón diciéndoles que pueden tener a su emperador si se rinden, que no significará una rendición incondicional excepto para los militaristas— obtendrá la paz en Japón; y ambas guerras terminarán”.

Muchos de los asesores más cercanos de Truman le dijeron lo mismo. «Estoy absolutamente convencido de que si hubiéramos dicho que podían quedarse con el emperador, junto con la amenaza de una bomba atómica, habrían aceptado, y nunca habríamos tenido que lanzar la bomba», declaró John McCloy, subsecretario de Guerra de Truman.

Sin embargo, Truman inicialmente adoptó una postura absolutista, negándose a escuchar cualquier advertencia negociadora japonesa. Esta postura, según el general Douglas MacArthur, comandante de las Fuerzas Aliadas en el Pacífico, de hecho prolongó la guerra. «La guerra podría haber terminado semanas antes», dijo, «si Estados Unidos hubiera aceptado, como finalmente lo hizo, mantener la institución del emperador». Truman, sin embargo, lanzó dos bombas y luego revirtió su postura sobre el emperador para evitar el desmoronamiento de la sociedad japonesa.

Sin embargo, en ese momento de la guerra, Estados Unidos se perfilaba como la única superpotencia mundial y disfrutaba de una influencia sin precedentes. El lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón lo puso de manifiesto; fue una maniobra de poder destinada a infundir miedo en los líderes mundiales, especialmente en la Unión Soviética y China.

Primero Japón, luego el mundo
Hiroshima y Nagasaki frenaron drásticamente las ambiciones de la URSS en Japón. Las fuerzas de Iósif Stalin habían invadido y anexado permanentemente la isla de Sajalín en 1945 y planeaban ocupar Hokkaido, la segunda isla más grande de Japón. Esta medida probablemente impidió que la nación insular cayera bajo la esfera de influencia soviética.

Hasta el día de hoy, Japón mantiene un profundo vínculo con Estados Unidos, tanto económica como política y militarmente. Hay alrededor de 60.000 soldados estadounidenses en Japón, distribuidos en 120 bases militares.

Muchos en la administración de Truman también deseaban usar la bomba atómica contra la Unión Soviética. Sin embargo, al presidente Truman le preocupaba que la destrucción de Moscú llevara al Ejército Rojo a invadir y destruir Europa Occidental como respuesta. Por ello, decidió esperar hasta que Estados Unidos tuviera suficientes ojivas para destruir por completo a la URSS y su ejército de un solo golpe.

Los planificadores de guerra estimaron esta cifra en alrededor de 400 ojivas. Para ello, Truman ordenó el aumento inmediato de la producción. Un ataque así, ahora sabemos, habría provocado un invierno nuclear que habría acabado definitivamente con toda vida organizada en la Tierra.

La decisión de destruir Rusia se topó con una férrea oposición en la comunidad científica estadounidense. Actualmente, se cree ampliamente que los científicos del Proyecto Manhattan, incluido el propio Robert J. Oppenheimer , transmitieron secretos nucleares a Moscú para acelerar su proyecto nuclear y desarrollar un elemento disuasorio que frenara este escenario catastrófico. Sin embargo, esta parte de la historia quedó fuera de la película biográfica de 2023.

En 1949, la URSS fue capaz de producir una disuasión nuclear creíble antes de que Estados Unidos hubiera producido cantidades suficientes para un ataque total, poniendo así fin a la amenaza y llevando al mundo a una era de destrucción mutua asegurada.

“Ciertamente, antes del 31 de diciembre de 1945, y con toda probabilidad antes del 1 de noviembre de 1945, Japón se habría rendido incluso si no se hubieran lanzado las bombas atómicas, incluso si Rusia no hubiera entrado en la guerra, e incluso si no se hubiera planeado o contemplado ninguna invasión”, concluyó un informe de 1946 del US Strategic Bombing Survey.

Dwight D. Eisenhower, Comandante Supremo Aliado en Europa y futuro presidente, era de la misma opinión, afirmando que:

Japón ya estaba derrotado y lanzar la bomba era completamente innecesario… ya no era obligatorio como medida para salvar vidas estadounidenses. Creía que Japón, en ese preciso momento, buscaba la manera de rendirse con el mínimo desprestigio.

Sin embargo, tanto Truman como Eisenhower consideraron públicamente la idea de usar armas nucleares contra China para frenar el auge del comunismo y defender su régimen títere en Taiwán. Fue solo el desarrollo de una ojiva nuclear china en 1964 lo que puso fin al peligro y, en última instancia, a la era de distensión de buenas relaciones entre las dos potencias, que perduró hasta el Pivote hacia Asia del presidente Obama.

En última instancia, el pueblo japonés fue el daño colateral de un gigantesco intento estadounidense de proyectar su poder a nivel mundial. Como escribió el general de brigada Carer Clarke, jefe de la inteligencia estadounidense en Japón: «Cuando no necesitábamos hacerlo, y sabíamos que no necesitábamos hacerlo, y ellos sabían que nosotros sabíamos que no necesitábamos hacerlo, los usamos [a los ciudadanos japoneses] como experimento para dos bombas atómicas».

De puntillas acercándose al Armagedón
El peligro de las armas nucleares está lejos de terminar. Hoy, Israel y Estados Unidos —dos naciones con armamento atómico— atacan las instalaciones nucleares iraníes. Sin embargo, sus continuas e hiperagresivas acciones contra sus enemigos solo sugieren a otros países que, a menos que ellos también posean armas de destrucción masiva, no estarán a salvo de un ataque. Corea del Norte, un país con una disuasión convencional y nuclear, no se enfrenta a tales ataques aéreos por parte de Estados Unidos o sus aliados. Por lo tanto, es probable que estas acciones provoquen que más naciones persigan ambiciones nucleares.

A principios de este año, India y Pakistán (dos estados con armas nucleares más) entraron en un conflicto abierto debido a disputas sobre terrorismo y Jammu y Cachemira. Muchas personas influyentes a ambos lados de la frontera exigían que sus respectivos bandos lanzaran sus armas nucleares, una decisión que también podría significar el fin de la vida humana organizada. Afortunadamente, prevaleció la serenidad.

Mientras tanto, la guerra en Ucrania continúa, y las fuerzas de la OTAN instan al presidente Zelenski a intensificar sus ataques. A principios de este mes, se informó que el propio presidente Trump animó al líder ucraniano a usar sus armas de fabricación occidental para atacar Moscú.

Son precisamente acciones como estas las que llevaron al Boletín de Científicos Atómicos a mover su famoso Reloj del Juicio Final a 89 segundos antes de la medianoche, lo más cerca que el mundo ha estado alguna vez de una catástrofe.

“La guerra en Ucrania, que ya lleva tres años, se cierne sobre el mundo; el conflicto podría volverse nuclear en cualquier momento debido a una decisión precipitada, un accidente o un error de cálculo”, escribieron en su explicación, añadiendo que los conflictos en Asia podrían descontrolarse y convertirse en una guerra más amplia en cualquier momento, y que las potencias nucleares están actualizando y ampliando sus arsenales.

El Pentágono también está reclutando a Elon Musk para que le ayude a construir lo que denomina una Cúpula de Hierro estadounidense. Si bien esta medida se presenta en un lenguaje defensivo, dicho sistema, de tener éxito, otorgaría a Estados Unidos la capacidad de lanzar ataques nucleares en cualquier parte del mundo sin tener que preocuparse por las consecuencias de una respuesta similar.

Así, cuando recordamos los horrores de Hiroshima y Nagasaki hace 80 años, debemos entender que no sólo eran totalmente evitables, sino que ahora estamos más cerca de una confrontación nuclear catastrófica de lo que mucha gente cree. 

 Fuente original:

sábado, 19 de julio de 2025

La motosierra se pone en marcha en Francia, allí también con mentiras

El primer ministro francés, François Bayrou, acaba de anunciar un recorte de 44.000 millones de euros en el Presupuesto de 2025 que presentará el próximo mes de octubre.

El recorte afectará al gasto en educación, sanidad, pensiones y ayudas sociales y a la creación de empleo público, aunque no al gasto militar pues. Prácticamente al mismo tiempo, se ha anunciado que este aumentará en 6.000 millones de euros en los próximos dos años.

Como ocurre siempre que los políticos y economistas neoliberales hablan de deuda, ahora en Francia se vuelve a engañar a la gente. Se le hace creer que, con recortes como los de Bayrou, se va a reducir y que lo más adecuado para lograrlo es disminuir el gasto social.

Vayamos por parte y supongamos por un momento que de verdad fuese necesario reducir la deuda.

El presidente Bayrou ha justificado los recortes por el enorme volumen de deuda que acumula Francia: 3,3 billones de euros, un 114% de su PIB. Sin embargo, no ha hecho referencia a algo fundamental.

En 1973, Francia tenía una deuda pública muy baja, unos 80.000 euros de la época equivalentes a menos del 20’% del PIB. En 1995, ya era de 696.236 millones de euros, según Eurostat. En total, por lo tanto, desde 1973 a la actualidad ha crecido 3,2 billones y, desde 1995, 2,6 billones. Lo que olvida Bayrou es que Francia ha pagado 2,33 billones de euros de intereses desde 1995 y unos 2,75 billones desde 1973, siempre según Eurostat y los datos oficiales franceses. En 2024, fueron 60.200 millones de euros, 16.200 millones más de lo que se quiere recortar.

El presidente francés se queja de que la deuda pública de su país es muy elevada, pero no menciona que el 86% de su incremento desde 1973 y el 89,6% desde 1995 se debe al pago de intereses. Y, por supuesto, olvida también que Francia ha pagado esa cantidad astronómica de intereses no como efecto de una ley natural e inevitable, sino por una de 3 de enero de 1973, impulsada por el gobierno del presidente Georges Pompidou, que prohibió que el Banco de Francia siguiera financiando sin interés al Estado, como hasta entonces había hecho.

Sin esa ley, y si el Estado francés hubiera gastado lo mismo que ha gastado desde 1973, pero sin pagar intereses, la deuda pública francesa no sería hoy día del 114% del PIB que preocupa a Bayrou, sino que estaría entre el 17 y el 20% del PIB, según las diferentes estimaciones.

En resumen, lo que hace que la deuda francesa crezca sin cesar (como la de los demás países que renunciaron a la financiación del banco central) es el pago de intereses y no que el Estado gaste mucho en otras partidas. Y si eso ocurre es porque se concedió a las finanzas privadas el mayor negocio de todos los tiempos: financiar a los gobiernos a intereses de mercado. No es casualidad que Georges Pompidou hubiese sido director general del Banco Rothschild antes que presidente de la República.

El segundo engaño de Bayrou a su pueblo consiste en decirle que reduciendo el gasto público con su motosierra disminuirá la deuda.

Al aplicar la motosierra a su economía para llevar a cabo un recorte tan brutal del gasto público social, lo que Bayrou provocará será una recesión, una importante caída de la actividad económica, puesto que cada euro recortado se convertirá en una caída mayor en el ingreso de las empresas privadas y en la renta de los hogares. Esto último y el desempleo en aumento, forzosamente obligarán a que empresas y hogares aumenten su endeudamiento y provocarán, a la postre, que siga aumentando la deuda pública, pues disminuirán los ingresos del Estado. Ha sucedido siempre y volverá a ocurrir ahora en Francia, sin ningún tipo de duda.

Bayrou lo sabe y por eso miente. Lo que busca el presidente francés con su motosierra no es reducir la deuda, sino provocar un shock para producir desmovilización social y favorecer la privatización de servicios públicos que van a empezar a funcionar aún peor cuando tengan menos financiación, manteniendo a salvo el negocio financiero.

No se trata de defender el incremento de la deuda pública como un fin en sí mismo. La deuda es una esclavitud y el gasto público debe realizarse con austeridad auténtica, con transparencia y eficacia, no con la corrupción propia del capitalismo de amiguetes y extractivo de nuestros días. Pero eso es una cosa y otra no entender que el gasto del Estado es un motor fundamental de la economía y que, cuando se frena, esta se viene abajo. O que si la deuda aumenta tanto es, como he dicho, a causa del pago de intereses.

Si el presidente francés estuviera de verdad preocupado por la deuda actuaría de otra forma. En primer lugar, tomaría medidas para evitar la sangría permanente que supone en pago de intereses, y trataría de reducirla como se ha hecho en otras ocasiones, sin necesidad de recortar gasto esencial para el bienestar o la inversión, con más equidad y racionalidad. Y, en segundo lugar, se preocuparía por otra deuda mucho más peligosa para la economía francesa y el planeta, la climática que podría llegar a suponer el 61 % del PIB de Francia en 2050, según un estudio reciente.

Bayrou se dispone a poner en marcha la nueva economía de la motosierra que no es exclusiva de Milei o Trump, sino el signo de nuestros tiempos, los de un capitalismo cada vez más degenerado e incompatible con la democracia, como explico en el libro que pronto estará en la calle publicado por Ediciones Deusto.

Juan Torres López,

domingo, 27 de abril de 2025

¿Por qué los niños pequeños dicen mentiras (incluso muy obvias)?

Una niña frente a un Pinocho de madera con la nariz larga.

Fuente de la imagen,

Pie de foto,Los niños aprenden a mentir para evitar enfrentar las consecuencias de sus acciones, según los científicos
Pablo recibió como regalo de cumpleaños la camiseta y pantalón de su equipo favorito de fútbol. Al día siguiente, entusiasmado, estrenó su atuendo. Cuando sus padres lo vieron vestido de pies a cabeza, notaron algo extraño en sus medias.

Al acercarse, descubrieron que había escrito con rotulador las iniciales de su equipo en sus calzas para personalizarlas. Con una expresión de evidente disgusto, le preguntaron por qué lo había hecho. Sin dudarlo, Pablo respondió con naturalidad: "¡Yo no he sido! Ya venían así".

A menudo, los niños pequeños dicen mentiras que para los adultos resultan fáciles de detectar.

Un niño de tres o cuatro años puede negar ser el autor de un dibujo en la pared, aunque sea el único presente en la habitación; o es capaz de insistir en que no ha comido chocolate cuando su boca está llena de cacao.

Estas situaciones desconciertan a los adultos, pero tienen una explicación basada en el desarrollo cognitivo y socioemocional infantil.

¿Por qué mienten los niños?

Se ve a un niño de espaldas con los dedos cruzados, mientras su padre le habla.

Se ve a un niño de espaldas con los dedos cruzados, mientras su padre le habla.

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Mentir forma parte del aprendizaje social de los seres humanos. Mentir es una estrategia que los niños utilizan para afrontar situaciones que les disgustan. Una de las razones más comunes es evitar las consecuencias negativas de sus acciones.

Cuando notan una expresión de enfado en sus padres o han aprendido que una acción parecida ha terminado en reprimenda, tratan de evitar esas consecuencias negando lo ocurrido.

No decir la verdad les ayuda también a mantener una imagen positiva ante los demás, evitando así decepcionar a los adultos.

Mentir les ayuda a evitar problemas. Pero ¿acaso no se dan cuenta de que es evidente que no dicen la verdad?

A edades tempranas, aún no han desarrollado ciertas habilidades cognitivas propias de etapas evolutivas posteriores. Por ejemplo, no pueden anticipar las consecuencias de sus acciones y por tanto no son capaces de prever que una mentira puede ser descubierta.

Tampoco han adquirido la capacidad de entender que los pensamientos y emociones de los demás pueden ser diferentes a los suyos propios. Creen que los otros van a pensar como ellos y que, por tanto, creerán su versión de la historia.

¿Cómo aprenden a mentir?


Una niña se tapa la boca con un gesto de sorpresa

Fuente de la imagen,Getty Images

 La observación juega un papel clave en el aprendizaje de la conducta de mentir. Los niños con frecuencia observan a los adultos decir pequeñas mentiras en el día a día.

Frases como "no le digas a papá que has comido galletas" o "estaremos de viaje" para no asistir a una cena, transmiten la idea de que las pequeñas mentiras son aceptables.

En sus primeras experiencias con este tipo de situaciones, reaccionan a menudo con ingenuidad. No es extraño que contradigan sorprendidos a los adultos, revelando al padre lo ricas que estaban las galletas o informando a la vecina de que el supuesto viaje nunca existió.

Con el tiempo, y tras varias situaciones similares, el niño interioriza que en ciertos casos mentir es admisible. Esto ocurre a menudo cuando los padres minimizan la importancia de esas pequeñas mentiras, a las que ellos mismos también recurren en ocasiones.

Conforme van creciendo, los niños aprenden que las mentiras pueden ser descubiertas y van modificando su forma de mentir. Si sus mentiras se detectan con facilidad, aprenden que mentir es una estrategia que no funciona y que genera desconfianza por parte de los demás. Si logran engañar, perfeccionan su técnica y sus mentiras se vuelven más elaboradas y son más difíciles de detectar.

Qué hacer ante una mentira infantil

Un niño vestido de empresario acaba de decir una mentira y el detector de mentiras al que lo tienen conectado lo acaba de descubrir.

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,
Los expertos recomiendan que la mejor manera de evitar las mentiras en los niños es mostrando las ventajas de decir la verdad. 

Las mentiras forman parte del desarrollo infantil, pero deben manejarse de forma adecuada para fomentar la honestidad y evitar que se utilicen con la intención de manipular a los demás.

Por ello, es importante ser un modelo de sinceridad, evitando mentir delante de los niños, aunque se trate de pequeñas mentiras cotidianas.

De esa forma el niño entenderá que decir la verdad es un valor importante y no podrá justificar sus propias mentiras diciendo "tú también mientes". Es preferible reforzar la importancia de decir la verdad y destacar los beneficios de ser sincero con los demás.

Otra sugerencia es evitar las consecuencias desproporcionadas ante una conducta inadecuada.

Si el niño recibe un castigo excesivo por decir la verdad, aprenderá que mintiendo evita reprimendas. En su lugar, es mejor interpretar una conducta inadecuada como una oportunidad para el aprendizaje.

No debemos asumir de inmediato que el niño ha hecho algo malo, sino darle la oportunidad de explicarse, sin juzgarle previamente. Dejar que se exprese libremente reduce la necesidad de defenderse con mentiras y fomenta un ambiente de confianza.

Una parte normal del desarrollo

Una niña está jugando con un niño, que está de espaldas, mientras ella se tapa la boca

Fuente de la imagen

Las mentiras en la infancia son parte del desarrollo cognitivo, emocional y social. 

A edades tempranas no deben percibirse como señales de malicia o deshonestidad.

A través de sus primeras experiencias con la mentira, los niños aprenden sobre las consecuencias de sus acciones.

Si los adultos comprenden por qué los niños mienten y abordan las mentiras de manera adecuada, podrán guiarles hacia una comunicación honesta basada en la sinceridad.

Con paciencia, buena comunicación y con ejemplos positivos, los niños aprenderán que la verdad es siempre la mejor opción. No tendrán miedo por cometer errores y fortalecerán así su confianza en los adultos.

*Mireia Orgilés es catedrática, experta en tratamiento psicológico Infantil, Universidad Miguel Hernández, y José Pedro Espada es catedrático de Psicología. Director del centro de investigación de la infancia, Universidad Miguel Hernández

**Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Apesta

De tan obvio resulta exasperante. Los gitanos son delincuentes. 

Los sindicalistas liberados -y por qué no todos los sindicalistas- son vagos. 

Los musulmanes, fanáticos. 

Los inmigrantes nos quitan los trabajos. 

Los chinos se quedan con los mejores comercios. 

Todos los que no son como yo son peores que yo. Y no quiero tenerlos cerca. 

¿Exagero? Espera y verás. 
Lee los comentarios que se realizan en este periódico en versión digital, al pie de informaciones sobre expulsión de extranjeros. Producen pánico. Va a ser que las naciones que componen esta Europa, que milagrosamente deseó estar unida, siguen siendo tan bordes como cuando iniciaron la I Guerra Mundial y mandaron a millones de hombres a perecer en las trincheras del continente por unos cambios de fronteras o la rebañina de un par de imperios. 

Ya no somos unas bestias analfabetas. ¿Lo eran ellos? ¿Aquella Inglaterra que había coronado su revolución industrial? ¿Aquella Francia repleta de intelectuales? ¿La tierra de Goethe o la del Dante eran países por desasnar? ¿Los gobernantes eran brutos iletrados? ¿La carne de cañón no amaba al prójimo? Unos plantaron la semilla del odio, los otros se la dejaron germinar. La cosa va más o menos de este modo.

Introduce un eslogan simple en las mentes resentidas y mediocres, que siempre necesitan echar la culpa a los demás: florecerá. Son mayoría. 

Puede que las víctimas de la crisis de ahora sepan que los responsables están arriba. Pero ya que no les pueden echar, ¿por qué no un poco de racismo, para entretenerse? Berlusconi abrió la veda -y miramos hacia otro lado-, Sarkozy continúa, desvía la atención de sus escándalos financieros con deportaciones, y sus súbditos le aplauden. Desde su balcón de la Comunidad Autónoma de Madrid, la señora baronesa exige que a los liberados se les quiten los cruasanes. 

Lleva tiempo, el Gobierno de Madrid, asfixiando a los sindicatos. Esto huele a Chanel y a mierda que tumba. 

(De "El País")

jueves, 20 de julio de 2023

La era de la vileza

Las redes sociales han universalizado la antigua grosería de la barra de bar y el muro del retrete. La rima cruel, la gracia, la consigna, ahora la repiten en público personas que ocupan cargos públicos y que están seguras de poseer una educación exquisita
La era de la vileza
ANTONIO MUÑOZ MOLINA

En los sedimentos acumulados en el fondo de un lago de Canadá un equipo de geólogos asegura haber encontrado la prueba de que en Tierra, hacia 1950, empezó la era del Antropoceno, marcada por las perturbaciones de la acción humana sobre el planeta. No es improbable que en un futuro próximo los historiadores sitúen en estas décadas recientes el comienzo definitivo y radical de una nueva época no geológica sino política y moral, y hasta psicológica, que me apresuro a bautizar por mi cuenta como la era de la vileza: aquella en la que habrán desaparecido todos los límites a la manipulación y a la mentira, y en los que la calumnia se difundirá con la desenvoltura de una sonrisa publicitaria y con la eficiencia multiplicadora del estercolero inmundo de la prensa sin escrúpulos y de las redes sociales.

En una fascinante indagación que retrocede milenios, los científicos han encontrado a profundidades distintas, bajo las aguas inmóviles del lago Crawford rastros de polen de maíz que atestiguan los primeros pasos de la agricultura en el continente americano, huellas de las emisiones de carbón en los comienzos de la Revolución Industrial, incluso partículas radiactivas de las primeras explosiones atómicas. Sería urgente alcanzar un grado parecido de precisión al documentar los orígenes, los primeros pasos inadvertidos, las rachas de avance devorador de esta nueva era de la vileza. Lo nuevo tarda en advertirse, incluso cuando se tiene ya delante de los ojos. Sin darnos cuenta llevamos mucho tiempo respirando la vileza sin darnos plena cuenta de su toxicidad, igual que todo el mundo recibía dosis dañinas de radiación ultravioleta antes de que unos científicos dieran la alarma sobre la destrucción acelerada de la capa de ozono.

Que los gases de la vileza ya han invadido sin remedio el aire de la vida pública española lo hemos sentido de golpe al escuchar por todas partes ese eslogan siniestro, “que te vote Txapote”, que provoca una reacción no ya moral sino física, como esa arcada que desata un olor a podrido. Es el tipo de gracia que se hace en un grupo de amigotes unidos por una recia carcajada española, cuando alguien advierte de que no va a ser “políticamente correcto” y cuenta a continuación un chiste de violaciones o de negros. La diferencia es que en la nueva era el chiste y la risotada desbordan el grupito confidencial y se hacen públicos sin pudor ni vergüenza, con chulería desafiante, con un clamor de chusma beoda en el calor tórrido de una plaza de toros. Las redes sociales han universalizado la antigua grosería de la barra de bar y el muro del retrete. La rima cruel, la gracia, la consigna, ahora la repiten en público personas que ocupan cargos públicos y que están seguras de poseer una educación exquisita, y se ve estampada en los laterales de un autobús electoral de un partido político ya agitado de antemano por una inminencia de victoria.

La gracia consiste en asociar al presidente del Gobierno y candidato socialista a un asesino etarra. Y para acompañarla, aunque sin decirla, con cazurrería y descaro, Alberto Núñez Feijóo invocó el aniversario de alguien que merecería al menos el respeto sagrado que se debe a los inocentes y a las víctimas. Un rasgo de la edad de la vileza es la repetición metódica del abuso, la injuria y la mentira. Al volverse habituales no pierden su veneno, pero cada vez provocan menos escándalo. Es posible que los primeros sedimentos de esta nueva época fueran sembrados por este personaje público, siempre más o menos en la sombra, Miguel Ángel Rodríguez, que según dicen asesoró a Feijóo antes del debate, y que hace 15 años usó por primera vez en público, en programas de televisión, a sabiendas de que lo hacía, la calumnia contra una persona del todo honorable. Los residuos de vilezas pasadas los olvida todo el mundo, salvo los que las sufrieron. En 2008, en plena campaña derechista para desacreditar la sanidad pública en Madrid, Miguel Ángel Rodríguez llamó reiteradamente nazi en varias tertulias de la televisión al doctor Luis Montes, antiguo coordinador de Urgencias del hospital de Leganés, acusándolo de haber abusado de las sedaciones de enfermos graves para acelerarles la muerte. El embustero sabe que a partir de un cierto grado la mentira tiene un efecto paralizador, como lo tiene siempre un acto de violencia súbita, un grito, una bofetada. Las mentiras de Miguel Ángel Rodríguez trastornaron la vida y la carrera de un hombre íntegro, que ya había sido objeto de una sostenida persecución política. Los tribunales confirmaron la inocencia del doctor Montes, y condenaron por un delito de injurias a Rodríguez. Ya no importaba nada. El daño estaba hecho. Había enfermos que se negaban a ser atendidos por el médico injuriado. Y el mentiroso y condenado por la justicia convirtió su indecencia en un mérito para su currículum, que ha vuelto a situarlo en lo más alto de la influencia política en España.

En el registro sedimentario de la era de la vileza resaltarán dos fechas aún más fundacionales, dos mentiras tan desvergonzadas como las de Miguel Ángel Rodríguez, pero de mucha mayor resonancia: en 2003, la mentira sobre las supuestas armas de destrucción masiva almacenadas en Irak por Sadam Husein; en 2004, la mentira del Gobierno de José María Aznar sobre los atentados del 11 de marzo en la estación de Atocha. Colin Powell, que tuvo que defender ante las Naciones Unidas una invasión basada en argumentos que él sabía embusteros, se arrepintió siempre de haber sido cómplice de una guerra que destruyó un país entero y provocó más de un millón de muertos. No sin hipocresía, Tony Blair expresó en 2016 “más dolor, remordimiento y disculpa de lo que puede creerse”, aunque siguiera defendiendo la guerra. Incluso George W. Bush habló del “mayor remordimiento de toda” su presidencia, justificándolo, no sin cinismo, en los errores de las agencias de espionaje. De aquel grupo de embusteros, el único que no ha dado muestra alguna de remordimiento ni pedido disculpas ha sido José María Aznar. Sin duda, el aprendizaje de la mentira durante la guerra de Irak le fue muy útil cuando él, su Gobierno y sus afines atribuyeron a ETA los muertos del 11 de marzo, y siguieron alimentando los bulos y sembrando dudas conspirativas sobre esa autoría durante mucho tiempo.

La vileza nos intoxica a todos con solo respirarla. Pero a quien más ofende es a quienes más sufrieron, a las víctimas de un terrorismo y del otro, a los inocentes que perdieron sus vidas y a los que quedaron dañados para siempre, los heridos, los supervivientes, las personas cercanas para las que el paso del tiempo no trae consuelo ni olvido. Para quienes recordamos los días trágicos de julio de hace veintiséis años en los que tuvo lugar el secuestro, la condena, la ejecución de Miguel Ángel Blanco, lo que ha quedado en la memoria es la pena y la ira ante el crimen y la emoción civil de aquellas multitudes que inundaron las plazas de toda España, mostrando con serena contundencia el asco hacia los asesinos y la solidaridad hacia los que sufrían. Hace falta mucha vileza para convertir la memoria de aquel hombre tan joven en un sórdido navajazo político, como hizo la otra noche Núñez Feijóo. Este verano de la nueva era son sus fieles enfervorecidos los que repiten festivamente a coro, esa rima infame que ensucia los oídos de cualquiera, pero sobre todo la boca que la dice. Estoy seguro de que sus residuos van a seguir durando mucho tiempo, infectándolo todo.


viernes, 4 de marzo de 2022

Sobre las Checas. Ángel Viñas.

 

Contra las falacias y las mentiras que desde 1936 empezó a difundir, en la zona sublevada, la propaganda franquista y que, desde 1939, extendió al resto de España pocos son los temas que hayan gozado de tal predicamento como el de la actividad criminal de las checas, en particular en Madrid y Barcelona. Siempre fueron consideradas como los ejemplos por excelencia del “terror rojo”. Su siniestra fama se divulgó en la literatura. Nombres como el conde de Foxá, Wenceslao Fernández Flores, “El Caballero Audaz” (José María Carretero), “El Duende de la Colegiata” (Adelardo Fernández Arias) y muchos otros la elevaron a la enésima potencia en novelas que traducían odios y miedos viscerales y estaban en consonancia con las necesidades de la propaganda de los sublevados por ocultar sus propios asesinatos y venganzas. En cuanto a los novelistas citados, los dos primeros incluso han sido “rehabilitados”. Los siguientes, de ínfima calidad, todavía no. Todo se andará. Existen unas cuantas editoriales especializadas en difundir tal tipo de basura.


Ni que decir tiene que la historiografía profranquista y filofranquista encontró siempre en el “terror rojo” que emanaba de las checas todo un filón. Dura hasta nuestros días. Los trabajos de empaque académico que sobre el tema se han realizado son relativamente escasos.

Viene ahora a enriquecer la serie de obras esenciales para comprender el fenómeno la adaptación de una tesis doctoral. Hay que seguir de cerca la aprobación de tesis doctorales en historia contemporánea porque, al menos en España, es generalmente de la Universidad de donde proceden los trabajos de una nueva generación de investigadores que combinan el rigor científico y metodológico con su preocupación por temas largo tiempo dejados al arbitrio de numerosos periodistas y de aficionados siempre atentos a ventas fáciles y a excitar el morbo de un sector concreto del público lector (y no lector).

En el caso en cuestión corresponde a un joven historiador formado en la UCM y miembro del grupo de estudios sobre la guerra civil en Madrid el haber abordado, tras una serie de tanteos previos, la tarea de seguir desmitificando la densa nube que rodea el tema de las checas. Se llama Fernando Jiménez Herrera. La Editorial Comares, de Granada, que dirige mi buen amigo Miguel Ángel del Arco Blanco y cuyo catálogo es uno de los más serios y solventes en materia de la Historia que se hace en y desde la Universidad, la ha publicado, imagino que debidamente raspada de toda la parafernalia académica que suele envolver cualquier tesis doctoral que se precie.

Curiosamente la recepción que le han dado los grandes medios de comunicación, atentos a las decenas de títulos sobre temas más o menos estúpidos que aparecen casi todas las semanas, ha sido muy mesurada. Una pena. El trabajo de Jiménez Herrera merece muchísima mayor atención. Tanto de la crítica como de los lectores.

Las preguntas de las que parte este joven historiador constituyen el meollo, el alfa y el omega, de la labor de todo investigador que se respete: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Por qué pasó? Sin plantearse seriamente estos tres interrogantes, y sin basar la respuesta en el descubrimiento y análisis de las evidencias primarias relevantes de época, es imposible dar explicaciones fundadas a las representaciones que el historiador se hace del pasado. Sobre todo, si se trata de temas ya “vistos”. Y, al hacérselas, debe tener cuidado con el lenguaje.

En el caso en cuestión aceptar el término de “checa” es ya un tanto ahistórico. Es el resultado de una importación movida por planteamientos y estímulos propagandísticos. Su origen es ruso o, más exactamente, soviético. Su aplicación al caso español fue una primera victoria de los sublevados de 1936. Estaba en consonancia con la línea fundamental de su propaganda de antes de la guerra y que insufló toda la conspiración monárquico-militar (y fascista). La gran diferencia es que la policía represiva soviética estuvo encuadrada desde el primer momento en las estructuras de un nuevo Estado en formación, en guerra civil y con aspiraciones revolucionarias. Luego, formó parte esencial del aparato de supervisión, vigilancia y castigo de los disidentes (cuya identificación atravesó por numerosas etapas).

El caso español es completamente diferente. Sin conocer la tesis de Jiménez Herrera, pero partiendo del tenor anticomunista de la intoxicadora propaganda que distribuyó la UME (Unión Militar Española), a mí me había llamado la atención el énfasis puesto en el peligro soviético para la alejada España desde los comienzos más serios de la conspiración en 1934. Algo que, en puridad, no era ninguna novedad porque, simplemente, fue una constante en un sector de las derechas españolas desde la implantación del régimen soviético en Rusia. Herbert R. Southworth dedicó una gran parte de su obra a dibujar los contornos de tales planteamientos.

Así, pues, con buen tino, lo primero que hace Jiménez Herrera es llamar a las cosas por su nombre en el título de su libro. El mito de las checas y dedicar el primer capítulo a estudiar la génesis y evolución de este concepto. No es un a priori. Es el resultado de estudiar el movimiento histórico al final del cual, en una coyuntura determinada surgida del fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona, los sublevados aplicaron aquel concepto soviético para enmascarar y/o deformar lo que ocurrió en realidad: la transformación y adaptación de una parte de los núcleos organizativos del proletariado (Casas del Pueblo socialistas, Ateneos Libertarios anarquistas y Radios comunistas) a la tarea ímproba descabezar el movimiento militar y fascista. Sin saber manejar armas, salvo las cortas, y sin organización. Lo que los autores profranquistas o filofranquistas afirman sobre las “milicias” izquierdistas para antes del 18 de julio es de risa. Yo siempre recomiendo leer los camelos de Luis Bolín que he citado en varias de mis obras.

Pues bien, a las tareas habituales propias y que en aquellos núcleos organizativos habían ido perfilándose en los años anteriores a la sublevación (cuando todavía se encontraba en el estadio de proyecto deseado o anhelado) se añadió, casi de forma natural, la expansión a las funciones de control y justicia. Los dos términos, obviamente, no son equivalentes. Vale el primero. El segundo habría que entrecomillarlo. Ambas se materializaron, con todo, en el surgimiento de los más propiamente denominados, que no “checas”, “comités revolucionarios”. El núcleo central del libro se sitúa precisamente en el proceso que acompañó este cambio y que se mantuvo más o menos hasta finales del año 1936.

El pueblo en armas (una de las consecuencias del desplome del aparato de seguridad del Estado, también minado por los conspiradores) asumió, temporalmente, el ejercicio de tales nuevas funciones durante aquellos cinco o seis meses, cruciales eso sí, en la identificación y represión de elementos contrarrevolucionarios (fascistas, monárquicos, clérigos, burgueses y un variopinto etc.), reales o supuestos, que de todo hubo. La eliminación física, al margen de toda la legalidad republicana pre-existente, pasó al primer plano y afectó a un gran número de personas. No es de extrañar, añadiré, que a algunos diplomáticos británicos la evolución les hiciera evocar más los días del Terror en la revolución francesa que el bolchevique tras la revolución rusa.

El autor ha llegado a novedosas conclusiones después de haber pasado varios años estudiando miles de documentos de los que todavía se conservan en una variada gama de archivos. Ante todo, el general e histórico de la Defensa, amén de los archivos de la Guardia Civil y del Ministerio del Interior y del Centro Documental de la Memoria Histórica, complementados con la documentación conservada en el Histórico Nacional, los archivos del PCE, del PSOE, de la CNT y diversos repositorios locales y provinciales. Amén de las fuentes hemerográficas conservadas en más de una docena de sitios en línea y presenciales. Ha debido ser una labor de Sísifo. Basta con echar un vistazo a la serie documental PS relativa a Madrid en Salamanca para que a cualquier investigador se le abran las carnes.

Casi una veintena de tesis doctorales en versión no publicada pero sí disponibles en la red, unas setenta obras de memorias y recuerdos de variado pelaje, recuentos oficiales y una amplia bibliografía española y extranjera complementan las fuentes documentales primarias y secundarias.

Me apresuro a señalar que Fernando Jiménez en modo alguno trata de disminuir el saldo trágico de la actuación de los comités revolucionarios. Llega hasta donde los documentos se lo permiten. En el caso de Madrid, que es en el que se concentra básicamente su relato, se hace eco de las cifras de muertos y “paseados” durante el resto del verano y el otoño de 1936 (en torno a los 8.360) pero también recoge estimaciones más elevadas, que llegan hasta un total de 13.000 personas. No es moco de pavo, bajo ningún concepto. Al tiempo, pasa revista a los intentos de lo que quedaba de poder gubernamental, más o menos respetado, para encauzar la furia popular por canales jurídicamente aceptables en una situación de excepción y, por desgracia, totalmente imprevista.

¿Por qué tales excesos al margen de la legalidad, incluso en evolución? Fernando Jiménez, en la tercera parte de su libro, pasa revista a toda una serie de explicaciones que figuran en la bibliografía generada por los más variados expertos, españoles y extranjeros, que han arrojado luz sobre el fenómeno. ¿Una muestra? Javier Cervera Gil, Francisco Espinosa, Carlos Gil Andrés, Gutmaro Gómez Bravo, José Luis Ledesma, Jorge Marco, Javier Muñoz Soro, Javier Rodrigo, Julius Ruiz, Glicerio Sánchez Recio, María Thomas, Enzo Traverso y otros.

Una nota de advertencia: he sido muy sensible a la lectura de este libro, y confieso que esta breve reseña no le hace justicia en modo alguno, por una razón personal. Francisco Espinosa, cuyo nombre no necesita presentación, Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal, y un servidor hemos invertido un año, más o menos, en hacer un estudio de las bases conceptuales, jurídicas, filosóficas, políticas, históricas y de contexto de la represión que los sublevados plantearon desde antes del primer momento contra quienes permanecieron fieles al gobierno de la República. Fueron dos mundos diferentes. Nuestro trabajo saldrá para la Feria del Libro.

Cualquier lector que tenga el más mínimo interés por un tema ardientemente discutido y que forma parte del repertorio argumental de las derechas filofranquistas incluso en el día de hoy hará bien en comparar el libro de Jiménez Herrera con el nuestro. Luego decidirá quién tuvo mejor razón, quién fue más salvaje, quién más cruel, quién actuó con mayor premeditación, con más elevado grado de alevosía y sobre quienes debe caer la responsabilidad última de tantos muertos, tantos sacrificios, tantos horrores. Porque la guerra no vino por casualidad ni España o la República estaban señaladas por el dedo del Señor para un castigo bíblico. Alguien la quiso. Alguien la preparó. Alguien se preparó. Y alguien ha seguido y sigue engañando a los españoles. A pesar de todos los esfuerzos de autores extranjeros como, valga el caso, el profesor Sir Paul Preston entre muchos otros colegas británicos.

La discusión, animada por propagandistas y políticos atentos a hacer de la historia, del pasado, su particular campo de Agramante, probablemente continuará durante bastante tiempo. Las evidencias primarias permiten, sin embargo, llegar a respuestas muy diferenciadas respecto al cómo y al por qué de procesos históricos que, para bien o para mal, siguen pesando sobre la conciencia de los españoles de nuestro tiempo.

Ángel Viñas,  Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.

Fuente:
https://www.angelvinas.es/?p=2548

jueves, 24 de febrero de 2022

_- Juan Torres López. La noche que hablé con Pablo Casado y la gran lección que ha dado a la política y la gran empresa españolas

_- Solo he hablado una vez en mi vida con Pablo Casado. Fue el 30 de noviembre de 2014 en el plató donde se emitía el programa La Sexta Noche.

Me habían invitado para debatir sobre el documento que, junto a Vicenç Navarro, habíamos entregado a Podemos para que le sirviera de referencia en la elaboración de su programa electoral.

Cuando entré en el set, saludé a quienes estaban más cerca de mí. Muy brevemente, a Antonio Miguel Carmona, entonces en el POSE y asistente habitual a ese programa. Estuvo muy frío y distante y apenas nos dirigimos la palabra. Luego me acerqué a Francisco Marhuenda que sí entabló un pequeño diálogo conmigo, con la misma cordialidad y respeto con los que siempre se ha dirigido a mí. Enseguida me dijo que él también era profesor universitario y comentamos alguna cosa más que ahora no recuerdo porque no creo que tuviera más trascendencia que la agradable cortesía con que las personas educadas solemos tratarnos en cualquier momento. A su izquierda llegó Pablo Casado y creo recordar que fue él quien se acercó a mí, lo cual me produjo una primera impresión grata y que agradecí. Me saludó también cariñosa y respetuosamente y, sin que por mi parte mediara otro comentario, me dijo que no conocía a Vicenç Navarro pero que había estado en su misma universidad de Estados Unidos. Más tarde, en su intervención en el programa lo dijo expresamente: «Venimos de la misma universidad, de la John Hopkins, que es una universidad muy conservadora (se puede comprobar en el minuto 5:08 de este video).

También me dijo que él no había leído el documento.

En unos pocos minutos, Pablo Casado me había mostrado que era un mentiroso y un charlatán. Mentiroso porque no es verdad que viniese de la misma universidad en la que Vicenç Navarro es catedrático desde hace décadas. Se lo había inventado cuando habló conmigo en privado y también cuando lo dijo en público ante millones de espectadores. Y un charlatán porque lo demostró cuando intervino en directo acusándome de defender justamente lo que en el documento condenaba. Tanto así, que debí reprocharle que un parlamentario que trabaja con dinero público y al servicio de la ciudadanía no hiciera el esfuerzo mínimo de leer los documentos que criticaba.

A lo largo de su carrera como secretario general del PP, Casado ha mostrado, ya a toda España o incluso en las instituciones europeas, que miente sin pudor y se inventa lo que más le conviene con tal de descalificar a sus adversarios. Ha ofendido a otros líderes políticos con datos falsos, con palabras sin más contenido que el insulto y ha dado cifras inventadas en multitud de ocasiones. Yo mismo lo he denunciado por escrito en alguno de mis artículos (Las mentiras y burradas económicas de Pablo Casado son incompatibles con la democracian o Pablo Casado y el Partido Popular también mienten a los españoles en materia económica).

Es bien sabido que Pablo Casado forjó su trayectoria académica a base de, digámoslo así, «cosas raras» y que se ha sacado de la manga méritos que no es verdad que haya alcanzado. Sus mentiras están en las hemerotecas muy bien documentadas y en alguna ocasión se dijo que ya había mentido en público 1.637 veces (aquí). Yo no sé si ha sido esa la cantidad de mentiras que ha dicho, o si han sido algunas más o menos, pero que han sido muchas se puede comprobar fehacientemente tan solo poniendo «las mentiras de Pablo Casado» en cualquier buscador de internet.

No voy a insistir, pues, en esos rasgos de su carácter y de su forma de hacer política. En realidad, estas letras que he comenzado a escribir a partir de mi recuerdo personal pretenden subrayar algo que me parece mucho más importante, la gran lección que Pablo Casado ha dado y sigue empeñado en dar cuando escribo estas líneas, a la política española.

Durante unos años, los medios de comunicación, muchos periodistas, empresarios y otros dirigentes políticos y financieros lo han jaleado sin pudor, cuando atacaba sin piedad al gobierno, a los socialistas o, en general, a la izquierda española. Estaban contentos porque su descaro, en realidad la poca vergüenza, destrozaba la imagen y la labor de un gobierno que no era el que hubieran deseado que existiera. Sabían que inventó su curriculum, que no tenía apenas formación, que decía barbaridades impropias no ya de un jurista sino de un mal bachiller, que nunca había tenido más oficio que el de medrar en las organizaciones y aparatos del Partido Popular, pero lo apoyaban y financiaban porque tenía la sangre fría de un matón y no se arredraba ante nada ni nadie a la hora de atacar a quien la derecha económica, eclesial y política siempre ha despreciado. Estaban contentos con Pablo Casado porque era un descarado sin igual a la hora de defender los intereses de las grandes empresas y del poder mediático y financiero sin que nunca le importase decir un día una cosa y otro la contraria, inventarse los argumentos, o asumir valores que ponían en peligro la convivencia pacífica entre los españoles.

Sin embargo, lo que me parece más relevante es que, como digo, Pablo Casado ha terminado dando una gran lección que espero tengan en cuenta y aprendan los grandes poderes que lo han apoyado, como apoyan a otros y otras que están haciendo exactamente lo mismo que él: no se puede poner a un tonto, a un tipo iletrado y torpe, irresponsable, sin vergüenza y mentiroso compulsivo al mando de un nave, si se quiere que esa nave llegue a buen puerto.

Dejemos de lado el daño que hizo Casado a miles de personas cuya salud o la de sus familiares sufrió o que perdieron la vida por su boicoteo permanente al gobierno de Pedro Sánchez durante la pandemia. Seguramente, eso sea lo que menos importa a los poderes que recurren a tipos como él. Sí se han debido poner nerviosos cuando estuvo a punto de echar por tierra una reforma laboral que la gran empresa deseaba o de poner en riesgo el dinero europeo que, al fin y al cabo, van a recibir las empresas. Sí, esas empresas que financian al PP que auparon y jalearon a Casado.

En fin, la gran lección que da este político mediocre que hace lo imposible por mantenerse en el puesto a costa de destruir al PP, es muy clara: a nadie compensa recurrir a gente sin experiencia, a pillos sin más conocimientos que los de la traición y el pasilleo, sin formación, ni cultura, ni más valores que los de cualquier otro delincuente, para que se hagan cargo de responsabilidades políticas de envergadura.

Confiar en ese tipo de personas para tareas importantes se vuelve antes o después contra quien confió en ellas. Por eso creo que hay que dar las gracias a Pablo Casado: ha demostrado lo peligrosas que son las personas como él y ahora solo cabe esperar que aprendan la lección quienes tienen que aprenderla.

Juan Torres López.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Anguita ya les vio venir

Una diputada de la extrema derecha, aseguró que el Califa rojo estaría orgulloso de Vox, pero el histórico líder de IU dejó un vídeo para ridiculizarles

Este viernes fue trending topic, uno de los temas más comentados en la red social, Julio Anguita, el histórico líder de Izquierda Unida fallecido en mayo de 2020. El motivo: una diputada de Vox aseguró que el conocido como “Califa rojo” se sentiría “profundamente orgulloso de Vox”, el partido con el que, según ella, se identificaría hoy. Lo que ocurrió a continuación prueba dos comportamientos preocupantes: uno, que en Twitter se puede decir cualquier sandez, y dos, que se ha vuelto necesario explicar lo obvio o desmentir las falsedades más absurdas.

La diputada, alicantina y posible candidata de Vox a la presidencia de la Junta de Andalucía —ella misma lo ha retuiteado— tomó el nombre de Anguita en vano para decir que hoy “se avergonzaría de los que dicen ser de izquierdas y defender a la clase obrera”, entre los que citó a “partidos políticos, sindicatos de mariscadas y plataformas del gobierno del Frente Popular”. “Hoy”, añadió, “vería representado en Vox el espíritu de lucha que siempre mantuvo”.

En Twitter se apresuraron a desmentirlo, recurriendo a antiguos vídeos del propio Anguita. Algunos de ellos eran tan específicos que parecía que se habían grabado inmediatamente después de las declaraciones de la diputada, aunque datan de unos años antes. Es como si el Califa rojo hubiera previsto el futuro, y en concreto, el momento preciso en el que una de las referentes de todo lo que él combatía intentaría manipular sus palabras. Afirma Anguita en uno de los vídeos que la comunidad tuitera ha difundido en las últimas horas sin parar: “Hace años afirmé que en el caso de la corrupción era mejor que alguien votase a alguien honesto, aunque fuera de la extrema derecha, que a alguien de izquierdas. Lo dije en el contexto de la corrupción del PP. Nuestra extrema derecha utilizó la frase como si yo la avalase. Realmente, sigo pensando que honestidad y extrema derecha es oxímoron, como nieve negra o noche clara. Nuestra extrema derecha estaba inédita, pero ya ha aparecido en las instituciones. La corrupción no es solo económica, es, también, mantener un discurso falso. Esta extrema derecha dice que hay que primar a los empresarios, metiendo en el mismo saco a las empresas del Ibex que a los autónomos, que son auténticos explotados. Esta extrema derecha nuestra no se preocupa en absoluto de lo social. Huele a naftalina, a caspa, es homófoba”. Y concluye: “No me gusta que me utilicen”. En otro vídeo suyo rescatado estos días añade: “Hacen [en alusión a Vox] análisis de la Edad Media. Creo que a este discurso se le combate con razonamiento, con paciencia y sobre todo con ironía. La ironía es la mejor manera de tratar los discursos perversos”.

Hagámosle caso.
Anguita militaría hoy en Vox. Habría votado en contra del traslado de Franco de un monumento a un cementerio; habría dicho que con el dictador algunas cosas no pasaban, o sea, que el de ahora es “el peor Gobierno en 80 años”; lucharía a brazo partido para impedir la apertura de las fosas del franquismo al grito de “algo habrán hecho”. Llamaría “feminazis” a las feministas y “chiringuitos” a las asociaciones que dicen combatir la discriminación o "la pamplina" de la violencia de género. Pediría acabar con las comunidades autónomas para volver a ser una, grande y libre. Recomendaría a la gente que no se vacunase contra el coronavirus porque eso es lo que quiere el Gobierno. Defendería la libertad de información, denunciaría la censura vetando al periódico más leído del país.

La ironía es el mejor recurso para demostrar que una tontería lo es. Tenía razón Anguita.

https://elpais.com/opinion/2021-12-04/anguita-ya-les-vio-venir.html

viernes, 29 de octubre de 2021

_- Bocazas, mentirosos e irresponsables: ¡Vaya tropa!

_- Publicado en Público.es el 15 de octubre de 2021

Dice el diccionario de la Real Academia que un bocazas es la persona que habla más de lo que aconseja la discreción. Y que la discreción es la sensatez para formar juicio y tacto para hablar u obrar; el don de expresarse con agudeza, ingenio y oportunidad, reserva, prudencia y circunspección.

Siendo así, no creo exagerado afirmar que los líderes de la derecha española son unos bocazas. Y muy en particular, el secretario general del Partido Popular, Pablo Casado. Este último combina dos rasgos que, exagerados como en su caso, pueden dar lugar a defectos superlativos: hablar demasiado y, con mucha frecuencia, hacerlo de lo que no se sabe. En el caso de Casado, quizá porque tiene un grave déficit de formación como consecuencia de que el vértigo con el que cursó la carrera de Derecho no le permitió dedicar mucho tiempo al estudio.

A menudo, confunde la geografía y la cultura españolas, como al decir que iba a Gipuzkoa a visitar Getxo, que Melilla es la la «única ciudad española y europea en África» o que «en Baleares no habláis catalán», ni nadie el bable en Asturias

Su falta de tacto y de juicio en materia jurídica son bien conocidas. En una ocasión propuso que «la okupación ilegal de un inmueble pase de tener una sanción de falta a ser considerado delito, con penas previstas de prisión de 1 a 3 años». Algo inaudito porque, como le recordaron varios juristas por entonces, las faltas no existen desde 2015, la usurpación es considerada delito leve y el Código penal ya establece penas de prisión para las ocupaciones violentas.

También ha sido a veces imprudente e insensato por haber hablado más de la cuenta y mal sobre cuestiones económicas que obviamente desconoce. Hace unas semanas proponía la rebaja del IVA en Canarias, una comunidad autónoma donde no se aplica este impuesto; y en su primera campaña electoral propuso bajar el salario mínimo para negarlo enseguida, en cuanto su equipo de dio cuenta de la barbaridad que estaba proponiendo.

Y, como no podía ser menos, Casado es bocazas en materia de derechos y libertades. En mayo pasado declaró: «Los políticos no tenemos que intervenir en la vida de los demás. Yo no puedo decir: “la gente tiene que dejar de comer carne” o “comprar menos ropa”. Le tuvo que contestar el Presidente del Principado de Asturias: «Bien. ¿Y entonces por qué tenemos los políticos que prohibir que la gente se divorcie? ¿O prohibir que una persona se case con otra de su mismo sexo? ¿O prohibir que las personas puedan morir dignamente? ¿Por qué entonces el señor Casado se opone siempre a los derechos?»

En otra ocasiones, como suele pasar a todos los bocazas, a Pablo Casado le pueden la hipérbole y la desmesura, como cuando dijo en 2018 que «la hispanidad es la etapa mas brillante no de España sino del hombre». O cuando fue capaz de lanzar contra Pedro Sánchez los 37 insultos en 15 minutos que Adriana Lastra le contabilizó durante una intervención en la tribuna del Congreso (aquí). O cuando alcanzó la otra estratosférica marca de 21 improperios dedicados a Pedro Sánchez en menos de 10 minutos (aquí). Lo calificó de Ilegítimo, chantajeado, deslegitimado, mentiroso compulsivo, ridículo, adalid de la ruptura en España, irresponsable, incapaz, desleal, catástrofe, ególatra, chovinista del poder, rehén, escarnio para España, incompetente, mediocre, okupa. Todo lo cual, dijo días después Casado, «no son descalificaciones, son descripciones»  (aquí).

Prueba de que el secretario general del Partido Popular es un bocazas es que casi nunca es circunspecto y, sobre todo, que él mismo termina por reconocerlo, mal que le pese, como hizo después de haber llamado felón y traidor al presidente Pedro Sánchez (aquí) 
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Una querencia por la exageración y el exabrupto que ha calado en algunos dirigentes empresariales, como el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán.

Este emula últimamente, e incluso a veces los supera, a los hooligans del PP y de Vox con declaraciones francamente desproporcionadas y carentes de la más mínima ponderación, buen juicio y sensatez. Hace unos días acusó al gobierno español de «intervencionismo terrorífico» por las medidas que se pensaba adoptar para controlar el precio de la luz. Unas medidas que no podían ser otras que las previstas en nuestras leyes o en las normas europeas (vivimos, aunque a veces no lo parezca, en un Estado de Derecho) y que objetivamente son mucho menos intervencionistas que las que, casi al mismo tiempo, anunciaba el gobierno francés: congelar directamente el precio del gas y la electricidad.

Mucho peor que ser bocazas es ser mentiroso y ahí Pablo Casado, aunque compitiendo, eso sí, muy igualadamente con Abascal, puede convertirse en el gran adalid de la derecha política y económica de España. Tiene realmente muy poco parangón entre nosotros, aunque es cierto que todavía está lejos de Trump, a quien The Washington Post contabilizó 30.573 mentiras o medias verdades en sus cuatro años de mandato.

Una cifra fabulosa la del ex presidente de Estados Unidos pero que podría estar al alcance de Casado a poco que su carrera política se alargue. El total de mentiras de Trump suponen una media de 3,5 a la hora y Casado ha batido ese promedio en varias ocasiones. Hace unos días, Infolibre le registró 13 mentiras en media hora (7,4 veces más de media que Trump); en su intervención durante el debate electoral de abril del 2019 se le contabilizaron 9  (aquí) y 14 en el debate de investidura de noviembre de ese mismo año (aquí).

En todo caso, está ya acreditado en muchas publicaciones que Pablo Casado es un mentiroso, a estas alturas quizá se podría añadir compulsivo, y yo mismo he demostrado que él personalmente y su partido lo son, especialmente, en materia económica. Por ejemplo, en estos tres artículos:  Las mentiras y burradas económicas de Pablo Casado son incompatibles con la democraciaPablo Casado y el Partido Popular también mienten a los españoles en materia económica y Las mentiras del PP sobre el impuesto de sucesiones. 

No insistiré ahora, por tanto, en este segundo rasgo de la derecha española que hace política no solo difundiendo el top de las grandes mentiras económicas de nuestro tiempo, a las que he consagrado mi libro recién publicado por Ediciones Deusto, Econofakes, sino también (como se demuestra en los artículos que acabo de mencionar) todo tipo de datos falsos, cifras erróneas e información manipulada.

Ahora bien, el daño que provocan la bravuconería y la imprudencia propia de los bocazas y la mentira constante palidece ante el que produce la irresponsabilidad de la que hacen gala personajes como Casado o Sánchez Galán, por citar solo a dos de los más histriónicos de la agenda española de estos tiempos.

Ya está mal que Casado, en lugar de colaborar, viaje por Europa para criticar al gobierno, poniendo en peligro la recepción de recursos europeos o la llegada de inversiones extranjeras, como una forma más de lucha política sin cuartel, cuando se está jugando la recuperación de la mayor crisis de la historia reciente. Pero que lo haga a base de mentiras, de infundios y de insultos sin fundamento es una irresponsabilidad tan impresionante que cuesta trabajo calificar.

Lo que acaba de hacer hace unos días en una entrevista al diario El Mundo es un manifestación más de la maldad y del odio a media España de Pablo Casado. Una vez más demuestra que está dispuesto a enfrentarse a los problemas de España con la misma falta de escrúpulos con la que debió recoger un título universitario que cualquier profesor de Derecho sabe que es imposible obtener limpiamente en las circunstancias que el propio Casado ha confesado que lo consiguió.

Lo que ha dicho Casado en esa entrevista sobre la situación de la economía española («España se encamina a la quiebra, estamos abocados al rescate» y otras lindezas) es manifiestamente falso, no responde a la realidad en la que nos encontramos. Por no entrar en otras cuestiones, como la de liberalizar todo el suelo público, lo que volvería a provocar los tremendos problemas que trajo consigo la que llevó a cabo José María Aznar, otro mentiroso -por cierto- al servicio de los intereses económicos más poderosos y que malvendió propiedades de todos los españoles, colocando de paso a sus amigos, envuelto, eso sí, en gigantescas banderas y loas a la Patria.

Para descalificar a un gobierno que defiende intereses contrarios a los suyos, Casado y otros dirigentes del PP tienen que inventarse las cifras del paro (ocultando que estamos casi a la mitad del que se llegó a registrar con el último gobierno del PP), obviar los indicadores que normalmente se usan para conocer la confianza que otorgan los inversores en los mercados (la prima de riesgo está ahora casi 6,5 veces más baja que cuando gobernada Rajoy y está bajando en los últimos meses) o hacer una interpretación torticera del crecimiento innegable de la deuda pública. Y, sobre todo, obviando que, para bien o para mal, la economía española -como todas las europeas- está constantemente monitorizada, de modo que ese riesgo seguro del que sin fundamento advierte Casado sería detectado y denunciado mucho antes por las instituciones europeas e internacionales.

Hay que tener muy poca vergüenza y muy poco aprecio al conjunto de los españoles para decir lo que han dicho Casado, Galán y el resto de los dirigentes que siguen su estela de intoxicaciones e insultos. No atacan al gobierno de coalición ni a las izquierdas en general, sino a España en su conjunto y a toda su población, a las empresas y a las instituciones, sea quien sea quien las gobierne en este momento. Porque la verborrea y la descalificación farisaica, las denuncias a base de mentiras en Bruselas solo siembran incertidumbre, inseguridad y temor que retrae la inversión y la creación de riqueza. No destruyen al PSOE y a Unidas Podemos, destruyen a toda España, aunque a estas alturas está bien claro que la prefieren destrozada antes que legítimamente gobernada por quienes no pensamos como ellos ni defendemos sus intereses.

Lo que está haciendo Casado y algunos empresarios como Sánchez Galán responde a la misma estrategia que Franco reconoció que llevaría a cabo en una entrevista con el periodista Jay Allen (aquí):

– «Salvaré España del marxismo, cueste lo que cueste», dijo el dictador (…)»¿Eso significa que tendrá que matar a la mitad de España?». El general Franco sacudió la cabeza con sonrisa escéptica, pero dijo: “Repito, cueste lo que cueste».

Eso, exactamente eso, aunque ahora sin uniformes ni legionarios traídos de Marruecos, es lo que muestra Casado que está dispuesto a hacer la derecha que lidera con tal de complacer a sus dueños y señores, a los Sánchez Galán y compañía. La misma tropa de siempre.

Fuente: Juan Torres López.

viernes, 20 de agosto de 2021

El gobierno andaluz ha mentido al informar sobre las auditorías

Juan Torres López.
Publicado con Teresa Duarte Atoche en Público.es el 11 de agosto de 2021

El pasado 27 de julio, el vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín, presentó un informe sobre las 54 auditorías que se han realizado sobre el llamado sector público instrumental de la Junta de Andalucía. Unas auditorías que responden al compromiso que tuvieron que asumir el Partido Popular y Ciudadanos para que Vox apoyara la investidura de Juan Manuel Moreno. Ese partido de extrema derecha siempre ha defendido que hay que desmantelar este sector por carecer de utilidad pública y ser simplemente un nido de «chiringuitos» al servicio del PSOE y los tres partidos esperaban que esas auditorías fueran la prueba fehaciente de ello.

Sin embargo, una vez realizadas, resultó que sus conclusiones no eran ni mucho menos las que la derecha andaluza esperaba encontrar.

En un artículo anterior (El bluf de las auditorías del gobierno andaluz) mostramos que el propio informe presentado por el gobierno indica con claridad que las irregularidades que la derecha andaluza venía denunciando como generalizadas en el sector público instrumental de la Junta de Andalucía se daban, en realidad, con mucha menos gravedad y extensión de las previstas. Así -insistimos, según el propio informe del gobierno- sólo se encontraron duplicidades en 20 de los 54 entes auditados, se recomendaba que se extinguieran uno o dos de ellos, según como se interprete lo que indican las auditorías, y «cambios leves» en 13 de ellos, mientras que tan solo de tres se decía que carecen de utilidad o beneficio público.

El gobierno de la derecha andaluza podría haber asumido estos resultados con realismo y autocrítica por sus exagerados vaticinios, e incluso felicitándose porque los andaluces empleados en esos entes consiguen que la gran mayoría de ellos funcionen con problemas que no son realmente muy diferentes de los que pueda tener la administración general, o las empresas privadas que tantas veces y no siempre con razón se ponen como ejemplo. Pero no lo hizo. En lugar de ello, ha preferido mantener sus prejuicios previos y presentar un informe y hacer unas declaraciones cargados de nuevas exageraciones y mentiras que rápidamente han reproducido los medios de comunicación.

El engaño del gobierno andaluz es fácil de probar, simplemente cotejando las expresiones del informe y las declaraciones del vicepresidente Juan Marín con lo que efectivamente dicen las auditorías que han sido publicadas (aquí).

El gobierno dice en su informe que en el sector público instrumental andaluz hay un «caos organizativo» y un «engorde artificial de la administración», expresiones que no se encuentran en ninguna de las auditorías publicadas. Tampoco están allí, ni en el propio informe de la Junta, las expresiones que el vicepresidente de la Junta utilizó para presentar sus conclusiones: «gastos innecesarios», «inoperancia», «superestructura desproporcionada», «red clientelar», «superestructura desproporcionada, poco operativa, llena de duplicidades».

El gobierno andaluz se ha inventado esa descripción del estado en que se encuentra el sector público instrumental que ha sido auditado. Es cierto -como veremos en otro artículo próximo- que en algunas auditorías se habla de «deficiencia de gestión», pero lo hace en muy pocos casos y siempre refiriéndose a aspectos concretos (ejecución de proyectos, uso de herramientas de planificación, inversiones en sociedades participadas…) y no con carácter general. Y algo parecido se puede decir de las duplicidades encontradas pues, como señala el propio informe del gobierno, ni son generalizadas ni tan graves como se dice; lo mismo que ocurre con los problemas de sueldos o gestión de recursos humanos, solo señalados por las auditorías en algunos casos concretos.

En nuestro artículo anterior ya dijimos, y lo reiteramos ahora, que el hecho de constatar la exageración y las mentiras del gobierno andaluz no quiere decir que le demos poca importancia al hecho de que haya una minoría de casos con mala gestión, ineficiencia o sobrecostes. Hemos defendido siempre que la administración del dinero público debe estar sometida a un control estricto, ser plenamente transparente y siempre eficaz y eficiente hasta el último euro utilizado. Por tanto, nos alegramos de que se hayan realizado auditorías y de que, por fin, se ponga sobre la mesa la reforma profunda de nuestra administración pública autonómica (aunque no creamos que esas auditorías se han hecho correctamente, un asunto del que hablaremos en otra ocasión). Pero reclamar reformas de calado es una cosa y otra presentar el problema con una naturaleza que no tiene, hacer trampas en el planteamiento y engañar a la gente con la intención oculta de alcanzar unos objetivos bien distintos a los que se dice perseguir, tal y como ha hecho el gobierno de la Junta de Andalucía.

Las consecuencias de estas mentiras son, por lo menos, dos muy claras y evidentes.

Los medios y periodistas afines (esto es, los que a través de diferentes vías cobran de la Junta de Andalucía) se han hecho eco de lo que ha dicho el gobierno andaluz sin contrastar sus afirmaciones exageradas y difunden el engaño, confundiendo a la población.

Como muestra de esto valga solamente un botón. El conocido periodista y profesor universitario Teodoro León Gross comenzaba con las siguientes palabras su columna del pasado 1 de agosto en los diarios del grupo Yoly:

“Irregularidades en la contratación”, “se han cobrado muchos sobresueldos”, “caos organizativo”, “duplicidades de funciones y competencias”, “engorde artificial de la administración”, “sueldos por encima de la media del mercado”, “una superestructura desproporcionada, poco operativa, llena de duplicidades y gastos innecesarios”, “una agencia de colocación para otros entes”, “externalización frecuente”, “deficiencia en la gestión”… ahí queda, sintagma a sintagma, el retablo escandaloso levantado por Juan Marín, como anticipo de los seis mil folios que se cuelgan ahora en el Portal de Transparencia, expuestos en plena canícula como se exponían las cabezas de los ajusticiados en la picota de la plaza pública. Se han cerrado, finalmente, las auditorías de infarto de la “herencia recibida”.

Un juicio durísimo sobre el estado en que los gobiernos del Partido Socialista habrían dejado a la administración andaluza pero que tiene una pega fundamental: ninguna, absolutamente ninguna de esas expresiones entrecomilladas que sirven para condenar la antigua gestión del Partido Socialista, aparece en ni una sola de las auditorías. Como bien dice León, se cuelga en la plaza pública la cabeza del PSOE, la herencia recibida de sus gobiernos, pero habiéndolo ajusticiado previamente solo a base mentiras, las que él mismo reproduce y difunde sin pararse a comprobar la veracidad de sus afirmaciones.

La segunda consecuencia de la mentira no es menos evidente. Trasladando a la población esa idea falsificada de la realidad no solo se la pone enfrente de lo realizado por gobiernos anterior falseando la realidad, sino que se crea el clima que la predispone para que el gobierno lleve a cabo lo que, en realidad, se proponía alcanzar y que había hecho público antes de que se realizaran las auditorías, tal y como cándidamente reconoce el informe que venimos mencionando: llevar a cabo «una disminución generalizada de las entidades existentes».

Es legítimo que unos partidos tengan dudas sobre lo anteriormente realizado en el gobierno por otros adversarios y que sometan su herencia a evaluación. Incluso sería deseable que así se hiciera constantemente. Pero lo que no se puede justificar es que se reclamen auditorías y que, cuando sus resultados no son los esperados, se monte una campaña digna de los mejores tiempos de Goebbels para poder seguir manteniendo las acusaciones que la realidad ha demostrado que son inciertas.

Es también legítimo, por supuesto, que la derecha defienda los intereses de las empresas y grupos financieros privados que desean quedarse con servicios hasta ahora públicos y que, por tanto, defienda, como el gobierno andaluz, la mayor privatización posible, la «disminución generalizada» del sector público, repetimos, en palabras textuales de su informe sobre las auditorías. Pero defender esta estrategia mintiendo sobre las razones por las que quiere privatizar es deshonesto y ocultar a la población los costes y beneficios reales que la privatización pueda tener es un auténtico y antidemocrático fraude.

En el resto de las comunidades autónomas, en España en su conjunto y en otros países de nuestro entorno hay experiencias suficientes para sacar conclusiones sobre esas políticas de privatización. Tratar de llevarlas cabo sin debate social sobre sus resultados es una perversión de la democracia pero hacerlo a base de mentiras es mucho peor, una auténtica infamia que Andalucía no se merece.

No sorprende la actitud de Vox en este caso porque es un partido que no ha parado de mentir desde su creación, ni tampoco la del Partido Popular y Ciudadanos, pues sabemos que se dejaron caer en manos de la extrema derecha para poder gobernar. Sí resulta más chocante que los partidos de izquierdas, PSOE y Podemos-Adelante Andalucía, no estén denunciando la campaña gubernamental y que no sean quienes reclamen un debate riguroso sobre las auditorías en sede parlamentaria, sin mentiras y a corazón abierto. Es la única forma de que Andalucía aproveche bien hasta el último euro y se descubran todas las irregularidades y problemas que puedan existir verdaderamente en nuestra administración pública, para depurar responsabilidades si las hubiera y tomar, con el mayor acuerdo posible y de una vez por todas, las decisiones que beneficien al mayor número de personas y empresas.

https://juantorreslopez.com/el-gobierno-andaluz-ha-mentido-al-informar-sobre-las-auditorias/