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jueves, 18 de mayo de 2023

Entrevista a Yayo Herrero «El ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo»

Hablar con Yayo Herrero, una de las intelectuales más respetadas mundialmente en materia de ecofeminismo y ecosocialismo, es difícil. Y lo es no debido a que no sea buena conversadora; al contrario, más bien ocurre que todo el mundo quiere dialogar con ella, y encontrar hueco para sentarnos tranquilamente, debatir y acompañarnos se torna una odisea, especialmente ahora que anda presentando su nuevo libro, Toma de tierra (Caniche, 2023).

Sin embargo, donde hay voluntad el tiempo aparece y, después de múltiples viajes, me recibe alegre, dispuesta a aclarar ideas sobre un problema tan grave como la crisis climática, para la que su obra teórica, activista, y su trabajo de campo guardan múltiples soluciones. Yayo Herrero no necesita presentaciones, pero diremos que es ingeniera, antropóloga, educadora social, ha realizado estudios de postgrado en medio ambiente, educación y globalización, y de sus manos han salido más de dos docenas de libros –entre individuales y colectivos–, múltiples artículos y una labor envidiable en lugares como Ecologistas en Acción o la fundación FUHEM. Como su trabajo es inabarcable en una entrevista, aquí nos centramos en Toma de tierra.

Tengo que decir que me ha gustado mucho el libro, Yayo. Me parece una buena síntesis de tu pensamiento, casi una guía. ¿Por qué este proyecto ahora? ¿De dónde surge?

Antes de este libro, de cosas actuales tenía Ausencias y Extravíos (CTXT, 2021) y luego uno que acabo de terminar, Educar para la sostenibilidad de la vida (Octaedro, 2022), pero tenía pendiente tratar de condensar ideas, y este proyecto me ayudó un montón. El libro surge de una propuesta de Caniche, la editorial, que viene de la mano de Brenda Chávez, una persona a la que admiro y tengo muchísimo cariño. Ella me llamó para sugerirme la posibilidad de un libro de ecofeminismo, pero yo les dije que no me podía poner a hacer un libro entero ahora, y entonces me plantearon que propusiera artículos publicados en lugares de poca difusión, porque ya sabes que muchas veces las revistas académicas, aunque sean de “alto impacto», realmente llegan a muy poquita gente. Lo que hice fue recoger un montón de textos, y Brenda actuó como editora. Es decir, lo que ha hecho es leerlos, hacerme propuestas de quitar cosas… como una tarea de limpieza, y dejar un compendio de aterrizajes de miradas ecofeministas con la intención de que, sobre todo, tengan interés. Yo me lo planteaba no solamente para las personas que manejan estos temas de manera más intelectual o académica, sino para los propios activismos. Y ahora ha sido el momento en el que ha surgido.

Me fascinó el concepto “desnivel prometeico”, que tomas de Günther Anders. Cito la definición: “La distancia que existe entre las acciones de las personas y sus consecuencias monstruosas en un marco absolutamente tecnologizado y presidido por una economía que piensa sólo en términos contables”. Por ejemplo: el piloto que arrojó la primera bomba atómica no se sentía responsable del daño causado. En este sentido, me planteo la disociación que existe entre la gran preocupación social que las encuestas aseguran que hay sobre el cambio climático, y la poca acción al respecto. ¿No vivimos en una suerte de “desnivel prometeico” todo el rato?

Ese es un concepto de su obra La obsolescencia del odio (Pre-Textos, 2019) y a mí me parece tremendamente importante, porque podríamos decir que la historia del desarrollo, del progreso en Occidente, ha sido la historia del alejamiento del lugar donde se actúa y los lugares donde se sufren los efectos; o una distancia enorme entre esa trivialidad de los actos y sus consecuencias monstruosas, y lo que tú estás señalando, en cierto modo, son también consecuencias de esos desniveles prometeicos.

Creo que la tecnología –entre otras cosas– ha hecho que seamos capaces con esos actos triviales de actuar muy lejos, y tener una conducta moral se basa en la capacidad de anticipar las consecuencias de tus actos. Cuando esas consecuencias son muy lejanas y no las vemos, digamos que la posibilidad de tener conductas morales se dificulta tremendamente. Yo no soy capaz de anticipar qué riesgo puede comportar un determinado acto que cometo, y eso obliga a repensar la moral en tiempos en los que aceptar una compra por Internet, o hacer clic y lanzar una cadena de mensajes electrónicos (que parece que son inmateriales), pues esconden sus efectos…

Ahí hay un problema grande. Tiene también relación con lo que Marx llamaba “el fetichismo de la mercancía”, es decir, la desconexión entre aquello que compramos y las relaciones sociales y naturales que lleva dentro lo que compramos. Lo que ocurre es que, en lugar de relacionarnos entre personas para gestionar las cosas, nos relacionamos directamente con las cosas, sólo a través del dinero, y eso elimina todo el marco de relaciones. Yo creo que, efectivamente, ahí hay una parte importante de las dificultades que tenemos para actuar, ¿no? La dificultad de anticipar esas consecuencias.

Vivimos en un delirio de inmortalidad, dices en tu libro, y esto está relacionado con la crisis climática. Me pregunto si podemos recuperar algún tipo de espiritualidad (religiosa o no) que nos conecte con la mortalidad, con la naturaleza a la que ahora consideramos una exterioridad, con los demás seres vivos… Creo que hay una especie de pecado original en la cultura occidental. Podríamos hablar del momento en que comienza a nacer un pensamiento dual que separa la naturaleza de la cultura, y entendiendo también como naturaleza los cuerpos vulnerables, necesitados, mortales, en los que transcurre la vida humana. A partir de esa ruptura surge un delirio, una fantasía de individualidad y una especie de lo que he llamado (y no sólo yo) “lógica antropológica extraterrestre”, como si los seres humanos flotáramos por fuera y por encima de la naturaleza y nos relacionáramos con ella desde la exterioridad, desde la superioridad y la instrumentalidad.

Yo soy una persona poco religiosa, no soy creyente, pero tengo claro que una parte importante de las transformaciones que necesitamos pasa por adquirir otro sentido vital diferente. Yo lo llamo “la sensación de pertenencia a la trama de la vida”, que es una forma de convertirnos en seres transcendentes, sólo que ya no es una transcendencia individual… saltando por encima de nuestra mortalidad, o intentando saltar por encima de los límites físicos de la Tierra, o por encima de las relaciones de interdependencia que tenemos con otros seres humanos, sino que transcendemos en el momento en el que sabemos que, al morir nuestro cuerpo, nuestras partículas van a terminar siendo árbol, planta, pluma, tierra, o acabarán en el fondo del mar. No sé si a eso le llamaría espiritualidad, pero, desde luego, para mí esa conciencia de pertenencia a la trama de la vida otorga sentido vital y, al menos a mí, me permite mirar la muerte de forma distinta. Es una creencia a la vez material y no material, intangible. Me parece que adquirir esa identidad terrícola es un paso necesario para poder reinsertar nuestra especie dentro de la trama de la vida. La tienen otras culturas, la ha tenido la nuestra antes de esa brutal separación, y creo que es imprescindible.

Varias veces hablas de la necesidad de “seguridad”, pero dices que este concepto se ha asociado a “la defensa nacional, el blindaje de fronteras o la criminalización de quienes son diferentes”. ¿Qué es la seguridad desde el punto de vista ecofeminista? ¿Por qué es necesaria en una época en que proliferan los discursos belicistas?

Yo creo que una vida segura es aquella que se puede vivir sin tener miedo a saber si se va a poder comer, si se va a poder mantener la vivienda, sin tener miedo a la soledad no deseada, o al sufrimiento de las personas que quieres, ¿no? Sin tener miedo a respirar para no enfermar, a comer alimentos que te pueden envenenar. Por tanto, yo llamaría seguridad al proceso que permite garantizar condiciones básicas de la existencia para todas las personas desde la conciencia de que vivimos en un entorno translimitado y en pleno cambio climático. Es decir, que vivimos en un momento de inevitable contracción material, en medio de un cambio climático –como señala el último informe del IPCC– cada vez más desbocado, y en ese marco hemos de conseguir que todas las vidas puedan aspirar a ser vidas buenas.

Para mí la seguridad es eso. ¿Qué es lo que sucede? Pues que, en este momento, la seguridad es básicamente el blindaje de las élites. Un blindaje que es político, económico, y también militar. Y se llama seguridad a procesos que tienen que ver con pagar e invertir cantidades ingentes de dinero para estar armados hasta los dientes y defendernos de amenazas reales o supuestas. Por eso a mí me horroriza que, cuando vemos lo que está pasando en las fronteras, lo que se haga para justificar esa atrocidad, ese asesinato, sea apelar a la seguridad.

En lugar de tratar a las personas más desposeídas, precarizadas y expulsadas, a las personas que son literalmente saqueadas, ellas y sus territorios, desde una perspectiva ética y política, lo que se hace es convertirles en una amenaza y entonces hacer un abordaje de la emigración o de la pobreza como si fuera un problema securitario. Creo que ese enfoque de la seguridad es un enfoque terrible y que lo que hace es naturalizar todo un marco de privilegios. Utilizando la palabra privilegio en su sentido semántico del diccionario: un privilegio es lo que alguien tiene porque otros no lo tienen. El privilegio es lo que tú tienes precisamente porque has arrebatado la posibilidad de que otros lo tengan.

Planteas reformular el derecho, desde los Derechos Humanos al derecho internacional (ampliar el asilo) o incluso la Constitución. Sobre esta última, argumentas una noción del territorio como tejido vivo (no un decorado), en conexión con otros, y hecho de relaciones sociales y vínculos. Me ha llamado la atención porque este debate no está (creo) sobre ninguna mesa, o al menos es minoritario.

Nosotras en Ecologistas en Acción hicimos el ejercicio de leer decenas de constituciones de países para ver cómo abordaban cuestiones básicas, como los más estrictos derechos humanos, los derechos de la naturaleza, los derechos colectivos… ver qué tipo de tratamiento les daban. Y nos encontramos con que variaba. Había constituciones que despuntaban por la incorporación de las condiciones de ser seres ecodependientes e interdependientes, pero la mayor parte no eran conscientes de esto. ¿Por qué nos parecía importante mirar esto? Porque, al fin y al cabo, el derecho se ha convertido en aquello que permite regular y organizar la vida. Las constituciones son documentos que tienen los países para organizar la vida en común. Es verdad que luego muchos de esos textos constitucionales quedan en papel mojado. Por ejemplo: la Constitución española recoge como principio orientador el derecho a la vivienda mientras que aterriza de una forma muy concreta el derecho a la propiedad. Ambos son derechos constitucionales, pero tienen una calidad o una prioridad radicalmente diferente.

Desde mi punto de vista, el derecho, como la educación o la forma de entender la sanidad, es el resultado de correlaciones de fuerzas. Yo no conozco ningún país que, en su función de control y de coerción, haya regalado derechos que protegieran la vida de las personas. Nunca. Cualquier derecho ha sido siempre el resultado de un proceso de lucha y de organización sociales que a veces han conseguido ganar… Por eso tenemos sanidad pública, educación, que no son perfectas, pero no hay que olvidar que han sido victorias del esfuerzo colectivo. Sucede que, cuando esa correlación de fuerzas no opera, el derecho, lejos de ser un instrumento que protege la vulnerabilidad, se transforma en todo lo contrario, en instrumento para la coerción, como es el caso de la Ley Mordaza, o en instrumento que sirve para blindar el saqueo, como es el caso de toda la arquitectura de la impunidad, que es económica y jurídica, y que blinda los privilegios de las multinacionales, por ejemplo, en los tratados de libre comercio. Es por eso que me parece muy importante que la organización social y aquellas personas que están gobernando las instituciones y que tienen una vocación de servicio público hagan hincapié en el tema del derecho.

El movimiento ecologista ha tratado de transformarlo todo, pero a la vez ha puesto mucho énfasis y se ha peleado por modificar pequeños artículos en leyes, que se han modificado por introducir otras nuevas, porque el derecho, al final, incluso cuando no es respetado, sigue otorgando la posibilidad de que haya gente que se organice alrededor de la reivindicación de algo que es legítimo. Igual que, cuando el derecho se transforma en injusto, es lo que te coloca en la disposición de desobedecer algo que, siendo legal, desde el punto de vista de la justicia, de la ecodependencia y la interdependencia, no es legítimo.

En relación con la anterior pregunta: ¿deberíamos resignificar o reapropiarnos de los conceptos de patria y familia? Teniendo en cuenta esas relaciones de eco e interdependencia. Hay sectores que abogan por no regalárselos a la derecha.

Yo nunca he necesitado para nada la noción de patria. Tengo un tremendo amor por el territorio en el que vivo y por la gente que lo habita, que son mis vecinos y vecinas, tanto cuando vivía en Madrid como ahora que vivo en Cantabria. En general, tengo un tremendo amor por esa gran Tierra y esa trama de la vida que nos acoge, pero no he necesitado nunca vincularme a un concepto de patria que recoja una delimitación perfecta de un territorio y que sirva para marcar quienes están dentro y quienes están fuera. Yo sé que hay gente que está tratando de resignificarlo porque creen que es un concepto que no se le debe dejar solamente a aquellas personas que tienen visiones autoritarias o excluyentes, pero yo no lo sé resignificar y las resignificaciones que he escuchado me han resultado huecas y no creo que hayan llegado a calar prácticamente en casi nadie.

Y la idea de familia… más que retocar o reivindicar la familia, creo que es importante atender a los análisis feministas que se han hecho. La familia ha constituido la gran corporación del patriarcado, y la familia, de la que resaltamos nociones de amor, altruismo o generosidad, muchas veces cumple una función de socialización básica, pero no sobre relaciones de altruismo, sino de miedo, de imposición, especialmente sobre las mujeres, pero también sobre esos sujetos que no correspondían a las sexualidades normativas, o al rol que la familia asignaba. Creo que hay muchísimas personas que están tratando la resignificación de esa idea de familia, en maternidades diferentes, basadas en relaciones de una naturaleza distinta.

En mi experiencia, la familia es un entorno en el que he obtenido mucha seguridad de la buena, pero conozco muchas familias y espacios donde también el sentimiento de culpabilidad por no hacer lo que se espera es brutal, y se transforman en lugares tremendamente duros y hostiles para mucha gente. Por tanto, creo que todas esas relaciones de filiación tienen que ser muy revisadas y, de hecho, el feminismo lo hace de una forma intensa. No nos olvidemos de que incluso el neoliberalismo, que supuestamente destaca la individualidad por encima de todo, lo hace en la forma de estar el individuo en el espacio público, pero no reivindica esa individualidad con respecto a los espacios de reproducción social, y apela constantemente a los valores de la familia precisamente para eximirse de las obligaciones y la responsabilidad que las comunidades y las sociedades tienen contraídas con cada uno de los sujetos que forman parte de ellas.

Hablas del trabajo como “potencia del ser”. No pides su abolición, como Giuseppe Rensi; o te centras en el daño emocional que causa, como Simone Weil. Sí que denuncias una suerte de “vivisección” del trabajo, alienante y separado del resto de la vida social. Éste es un debate importante, porque además sabemos que muchos trabajos van a desaparecer por motivos climáticos; un caso: ya no se puede pescar tanto. ¿Qué trabajos se deberían desempeñar según un criterio estricto de sostenibilidad? Y, siguiendo el razonamiento de tu libro, ¿qué conflictos puede haber con el sindicalismo? Por ejemplo, cuando ciertos trabajadores denuncian despidos de empleos insostenibles.

Cuando yo hablo del trabajo y digo que es la potencia del ser, cosa que, por cierto, retomo de una gran amiga, Laura Mora, profesora de Derecho Laboral en la Universidad de Castilla-La Mancha, no me estoy refiriendo al empleo, al trabajo alienado y asalariado, sino a la enorme cantidad de tareas que hay que hacer para que la vida se sostenga. La vida humana… hay que trabajar para sostenerla, tienes que interactuar con los bienes fondo de la naturaleza para producir todo aquello que hace falta. Los bienes de la naturaleza no son asimilables y aprovechables de forma directa por los seres humanos. No comemos ciclo del agua, ni nos movemos con el petróleo metido debajo de la tierra o movemos un coche poniéndolo al sol, sino que hay que hacer muchas cosas para que esos bienes fondo de la naturaleza se traduzcan en servicios, en bienes, en productos que sirvan para satisfacer la vida humana. Además, hace falta una enorme cantidad de tareas y de tiempo y dedicación para que una criatura recién nacida sobreviva sus primeros años de vida, para que la gente mayor que no puede vivir sola sobreviva, a eso me refiero: no se puede no trabajar. Si no se sostiene, la vida no es posible.

Por lo tanto los trabajos que precisamos son los que hemos denominado “socialmente necesarios”; es decir, trabajos que sirven para sostener las vidas: producción de alimentos que no envenenen ni a la tierra ni a los cuerpos; cierta producción de bienes en la industria, de forma que el cierre de ciclos y esa economía espiral de la que habla Alicia Valero sea posible; o trabajos relacionados con el cuidado; o con una movilidad y un transporte que tiene que ser mucho menor, a ser posible no mecanizado y, cuando sea mecanizado, electrificado, público y colectivo. Esto es, hablamos fundamentalmente de trabajos que sirven para producir cosas que satisfacen necesidades, y con criterios del menor consumo de materiales posible, y de la mayor justicia y escalabilidad a todas las personas. Parte de esos trabajos se hace en el mercado y otra parte se hace en los hogares. Y ese trabajo que se hace en los hogares no es denominado trabajo, por eso yo reivindico que eso se llame trabajo, que el trabajo no es sólo el empleo.

Hay empleos, por el contrario, que no solamente no son socialmente necesarios, sino que son socialmente indeseables, porque destruyen la naturaleza; o consumen bienes finitos que precisamos para lograr transiciones que sean justas y alcancen a los 8.000 millones de personas que somos en este planeta; o son trabajos que explotan; o que crecen a partir del deterioro, o sea, que son trabajos de resolver los propios desastres que organiza el modelo.

Ahí creo que el ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo; ya lo está haciendo, de hecho. Hay algunos sindicatos, como CGT, o la mayoría sindical vasca, que desde hace tiempo vienen dialogando con el ecologismo. Y ahí hay una cosa clave, que es lo que tú decías: hay sectores que se van a contraer, y tienen el riesgo de desaparecer, no porque se hayan puesto en marcha políticas ecologistas, sino porque la propia bulimia y extralimitación del sistema hacen imposible que se sostengan a la escala que hemos tenido. Hablamos del turismo de masas, de la automoción, de una parte importante de la industria… Como ecologista que además ha sido sindicalista creo que la mayor responsabilidad que tenemos en estos momentos es anticipar esas situaciones precisamente para proteger a todas las personas que trabajan en esos sectores. Y partiendo de un criterio básico: que no es lo mismo proteger sectores, que proteger personas. El objetivo es proteger personas.

sábado, 10 de julio de 2021

“Los republicanos están dispuestos a destruir la democracia para recuperar el poder”. Entrevista a Noam Chomsky

El Partido Republicano de hoy en día constituye una fuerza extremista que ya no cumple con los requisitos de un partido político en la corriente principal, y a buen seguro ya no se encuentra interesado en participar en la política “normal”. De hecho, el GOP [Grand Old Party, apelativo histórico habitual del Partido Republicano] de hoy se ciñe tanto a creencias extremas e irracionales que hasta los partidos y movimientos de la extrema derecha en Europa, entre ellos el Rassemblement National de Marine Le Pen, parecen convencionales por comparación.

La identidad política del GOP se ha visto drásticamente configurada por el expresidente Donald Trump, pero esas movimientos recientes no habrían sido posibles si no hubiera ya toda una serie de grupos que recorren la sociedad y la cultura norteamericanas (entre ellos, supremacistas blancos, cristianos evangélicos derechistas y activistas de la Segunda Enmienda [sobre el derecho a portar armas de fuego], por no mencionar más que a unos pocos) que han abrazado puntos de vista extremistas y “proto-fascistas” sobre la forma en que debería gobernarse el país y los valores que debería mantener. Para ellos, Trump era y sigue siendo la “gran esperanza blanca”. En este contexto, la base de votantes de Trump — que sigue creyendo en la idea de que les han robado las elecciones y apoya el GOP dirigido por Trump para extirpar la teoría crítica de la raza de los colegios y restringir el derecho al voto — lo dice todo sobre la naturaleza antidemocrática y amenazadora del GOP de hoy.

En la entrevista que sigue [a cargo, como es habitual en la revista Truthout, de su fiel interlocutor C. J. Polychroniou], Noam Chomsky, universalmente renombrado como activista e intelectual académico, explica lo que le ha sucedido al Partido Republicano y por qué está en juego algo más incluso que la democracia si las fuerzas “proto-fascistas” inspiradas por Trump regresan al poder.

C. J. Polychroniou: En el curso de las últimas décadas, el Partido Republicano ha experimentado una serie de transformaciones ideológicas: del conservadurismo tradicional al reaccionarismo y, por ultimo, a lo que podemos definir como “proto-fascismo”, en el que lo irracional se ha convertido en la fuerza impulsora. ¿Cómo explicamos lo que le ha ocurrido al GOP?

Noam Chomsky: Tu denominación “proto-fascismo neoliberal” me parece una caracterización bastante precisa de la actual organización política … dudo en llamarla “Partido”, habida cuenta de que podría sugerir que tuvieran algún interés en participar honestamente en la política parlamentaria normal. Más adecuado, me parece, es el juicio de de los analistas políticos del American Enterprise Institute, Thomas Mann y Norman Ornstein, de que el moderno Partido Republicano se ha transformado en una “insurgencia radical” que desdeña la participación democrática. Y eso fue antes de los martillazos de Trump-McConnell de los últimos años, que remachan la conclusión con mayor fuerza.

El término “proto-fascismo neoliberal” capta bien tanto los rasgos del actual partido como la diferenciación con el fascismo del pasado. El compromiso con la forma más brutal de neoliberalismo es evidente en el historial legislativo, y de manera crucial en la subordinación del Partido al capital privado, a la inversa del fascismo clásico. Pero los síntomas fascistas están ahí, entre ellos el racismo extremo, la violencia, el culto al líder (enviado por Dios, según el exsecretario de Estado Mike Pompeo), la inmersión en un mundo de “hechos alternativos” y un frenesí de irracionalidad. Y también de otras maneras, como en los extraordinarios esfuerzos en los estados en manos de los republicanos para suprimir la enseñanza en los colegios que no se adapte a sus doctrinas de supremacismo blanco.

Se está promulgando una legislación que prohíbe la enseñanza de la “teoría crítica de la raza”, el nuevo demonio, que substituye al comunismo y al terror islámico como plaga de la era moderna. La “teoría crítica de la raza” es la frase espantajo utilizada para el estudio de los factores estructurales y culturales sistemáticos en una horrenda historia, a lo largo de cuatrocientos años, de esclavitud y perdurable represión racista. El adoctrinamiento adecuado debe prohibir esta herejía. Lo que sucedió durante cuatrocientos años y está hoy bien vivo debe presentarse a los estudiantes como una desviación de la verdadera Norteamérica, pura e inocente, en buena medida como en los estados totalitarios bien manejados.

Lo que está ausente en el “protofascismo” es la ideología: el control estatal del orden social, incluyendo a las clases empresariales, y control del Estado en manos del Partido con el líder máximo al mando. Eso podría cambiar. La industria y las finanzas alemanas pensaron en un principio que podían doblegar a los trabajadores y la izquierda, a la vez que continuaban al mando. Aprendieron que lo que pasó fue otra cosa. La actual escisión entre el liderazgo empresarial más tradicional y el partido dirigido por Trump sugiere algo similar, pero sólo de modo remoto. Estamos lejos de las condiciones que llevaron a Mussolini, Hitler y sus secuaces.

Por lo que respecta a la fuerza impulsora de la irracionalidad, los hechos son ineludibles y deberían causar honda inquietud. Aunque no podemos concederle a Trump todo el mérito de ese logro, desde luego ha mostrado una gran habilidad a la hora de llevar a cabo una tarea que suponía un desafío: poner en práctica medidas políticas en beneficio de su electorado de gran opulencia y poder empresarial, a la vez que engañaba a las víctimas para que le venerasen como a su salvador. No es un logro baladí, e inducir una atmósfera de absoluta irracionalidad ha constituido un instrumento primordial, un requisito previo en la práctica.

Tendríamos que distinguir entre la base de votantes, hoy en día mayormente en manos de Trump, del escalón político (el Congreso), y distinguir ambos de una élite más tenebrosa que dirige realmente el Partido, McConnell y asociados.

Las actitudes entre la base de los votantes son verdaderamente siniestras. Eso, dejando aparte el hecho de que una gran mayoría de votantes de Trump cree que las elecciones fueron un robo. La mayoría cree también que “El tradicional modo de vida norteamericano está desapareciendo tan rápidamente que puede que tengamos que recurrir a la fuerza para salvarlo” y un 40 % adopta una posición más contundente: “si los dirigentes electos no protegen a Norteamérica, lo tendrá que hacer la gente misma, aunque requiera acciones violentas”. No resulta, quizás, sorprendente, cuando se informa de que una cuarta parte de los republicanos creen que “el mundo del gobierno, el de los medios de comunicación y el financiero están controlados en los EE.UU. por un grupo de pederastas que rinden culto a Satán y dirigen una red de tráfico global de niños”.

En el fondo hay preocupaciones más realistas sobre la desaparición del “tradicional modo de vida norteamericano”: un mundo supremacista blanco en el que los negros “saben cuál es su lugar” y no hay contagios de “anormales” que pidan derechos para los gais y otras obscenidades semejantes. Esa forma de vida tradicional desde luego que está desapareciendo.

Hay también elementos de realismo en las diversas teorías de la “gran substitución” que parecen consumir a buena parte de la base de Trump. Dejando aparte los absurdos sobre inmigración y conspiraciones de las élites, basta un simple vistazo a la distribución de nacimientos para mostrar que la dominación blanca va declinando.

Vale la pena recordar también las hondas raíces de esas preocupaciones. Entre los fundadores [de los EE.UU], había dos distinguidas figuras de la Ilustración, una de las cuales tenía la esperanza de que el nuevo país se viera libre de “mancha o mezcla”, roja o negra (Jefferson), mientras que la otra pensaba que a alemanes y suecos quizás se les debiera prohibir la entrada al ser demasiado “atezados” (Franklin). Los mitos de origen anglosajón predominaron a lo largo del siglo XIX. Todo esto aparte del racismo virulento y sus horrendas manifestaciones.

La preocupación por los cultos satánicos ya tiene bastante peligro, pero otras creencias profundamente irracionales son bastante más relevantes. Una de las revelaciones más amenazadoras de los últimos días fue una observación apenas advertida en el último informe de un grupo de la Universidad de Yale que sigue atentamente las actitudes respecto al cambio climático, ese eufemismo para el calentamiento del planeta que acabará con la vida humana organizada, a menos que pueda ponerse pronto bajo control. El informe descubrió que “En el ultimo año se ha producido un brusco descenso en el porcentaje tanto de republicanos liberales/moderados como de republicanos conservadores que creen que debería ser una prioridad del presidente y el Congreso desarrollar fuentes de energía limpia. Las actuales cifras representan un bajón absoluto desde que empezamos a realizar la encuesta en el año 2010”.

Entretanto, todos los días hay noticias que ofrecen información sobre nuevos desastres potenciales: así, por ejemplo, la publicación este 11 de junio de estudios que informan del derrumbe acelerado de un inmenso glaciar antártico que podría elevar el nivel del mar casi 50 centímetros, además de los recordatorios por parte de los científicos que avisan de que “El futuro está todavía abierto al cambio… si la gente hace lo necesario para que cambie”.

No cambiará mientras prevalezcan estas actitudes de las que se informa. A menos que se superen, eso podría suponer una sentencia de muerte si la actual estrategia del Partido Republicano tiene éxito en devolver a los desguazadores al poder. La estrategia es sencilla: sin que importe el daño que se haga al país y a su propia base de votantes, hay que asegurarse de que la administración no pueda hacer nada para poner remedio a graves problemas internos y embestir con una legislación al estilo Jim Crow [conjunto de leyes sureñas posteriores a la Guerra Civil norteamericana destinadas a impedir el voto de la población negra] para bloquear el voto de la gente de color y de los pobres, contando con la aquiescencia del poder judicial que McConnell y Trump han conseguido instalar.

El Partido no es un caso perdido. Los demócratas han contribuido al no conseguir ofrecer una alternativa constructiva que responda a las necesidades y justas aspiraciones de muchos de los que se han sumado en masa a las filas de Trump. Eso puede cambiar. Por ende, están cambiando las actitudes entre los republicanos más jóvenes, e incluso entre los jóvenes evangélicos, parte central de la base republicana desde los años 70.

Nada es irremediable.
En relación al escalón político, poco podemos decir. Con excepciones marginales, han abandonado cualquier apariencia de integridad. Las actuales votaciones constituyen un indicativo claro: total oposición republicana a medidas a favor de las cuales saben que están sus votantes, con el fin de garantizar que la administración Biden no llegue a nada.

La capitulación más abyecta del escalón político fue la del calentamiento global. En 2008, el candidato republicano a la presidencia, John McCain, tenia una propuesta limitada sobre el clima en su programa, y los republicanos del Congreso estaban considerando una legislación aneja. El conglomerado energético de los Koch [donantes más desmesuradamente opulentos de los republicanos] respondió en bloque y se extinguió toda chispa de independencia. Eso quedó muy en evidencia en las últimas primarias republicanas de 2016, antes de Trump: negación al 100 % de que esté pasando lo que está pasando, o algo peor, afirmando que tal vez sí, pero nosotros vamos de cabeza al desastre sin disculparnos (tal como afirmó John Kasich, a quien por su integridad se honró invitándole a hablar en la Convención Demócrata de 2020).

No se me ocurre ninguna objeción a lo que afirmas, pero me encuentro un poco desconcertado por la insistencia de Biden en tratar de llegar a acuerdos con los republicanos en algunas de las cuestiones de importancia a las que se enfrenta el país. ¿No es una quimera el enfoque bipartidista?

No del todo. El líder de la mayoría demócrata, Chuck Schumer, sí que logró un triunfo del enfoque bipartidista. Abandonando un compromiso anterior con la legislación sobre cambio climático, Schumer se unió al republicano Todd Young para esconder un programa limitado de política industrial dentro de un proyecto de ley de los de “odio a China” que apelaba a sentimientos chovinistas compartidos. Los republicanos se aseguraron de que esos componentes significativos, como la financiación de la National Science Foundation se vieran reducidos. Young celebró ese triunfo declarando que “cuando futuras generaciones de norteamericanos dirijan la vista hacia nuevas fronteras”, no verán allí “plantada una bandera roja”, sino la nuestra, roja, blanca y azul. Qué mejor razón podría haber para revivir la manufactura nacional a la vez que se intenta socavar la economía china…en un momento en el que la cooperación es condición sine qua non de la supervivencia.

Mientras tanto, el Departamento de Defensa de Biden está reorientando recursos y planificación hacia la guerra con China, una forma de locura que apenas recibe atención, analizada con detalle en el Número 1 del Comité por una Política Juiciosa entre EE.UU y China, del 11 de junio de 2021.

Trump ha transformado el Partido Republicano en culto a la personalidad. ¿Es esta la razón por la que los líderes republicanos han bloqueado la creación de una comisión que investigue el asalto del 6 de enero al Capitolio?

Trump ha copado la base de los votantes, pero el escalón político se enfrenta a una disyuntiva. Durante mucho tiempo, la élite del Partido ha sido un club de ricos, indulgente con el poder empresarial más todavía que los demócratas, incluso después de que los demócratas abandonaran a la clase trabajadora en los años 70, convirtiéndose en un partido de Wall Street y los profesionales pudientes. El mundo empresarial estaba dispuesto a tolerar las payasadas de Trump mientras les sirviera lealmente, con cierto disgusto, puesto que manchaba la imagen que proyectan de “grandes empresas con alma”. Pero para sectores de importancia, el 6 de enero [fecha del asalto al Congreso] ya fue demasiado.

Los tipos como McConnell que dirigen el Partido se ven atrapados entre una furiosa base de votantes cautiva de Trump y los dueños de la economía a los que sirven. Una comisión de investigación, de ser honesta en algo, habría agrandado esta grieta, para la que han de encontrar un modo de sutura, si el Partido, tal cual es, ha de sobrevivir. Así que, mejor cancelarla.

Las mentiras, la propaganda y la restricción del derecho al voto se han convertido en los principios de gobierno del GOP de hoy en día. ¿Hasta qué punto van a funcionar en provecho del Partido Republicano y qué repercusiones tendrán en el actual clima político en general y en el futuro de lo que sea que quede de democracia en los EE.UU. en particular?

La estrategia de Trump, enormemente eficaz, de legitimar “hechos alternativos” se basaba en un interminable aluvión de mentiras, pero entre los escombros flotaban una cuantas declaraciones veraces. Una de ellas es que los republicanos no pueden ganar nunca unas elecciones limpias. Eso es un verdadero problema para el club de los ricos. Resulta difícil conseguir votos con el lema: “Te quiero robar. Vótame”. Eso deja sólo unas pocas opciones. Una consiste en impedir que vote la “gente equivocada”. La otra consiste en configurar el programa del Partido de manera que las medidas políticas queden ocultas por las apelaciones a “cuestiones culturales”. Y ambas se han perseguido activamente. Trump les dio a estas prácticas un giro particularmente vulgar, pero no las inventó él.

La actual oleada de legislación republicana al estilo Jim Crow resulta comprensible: La observación que hace Trump es precisa, y es probable que lo sea todavía más en el futuro con los cambios demográficos y la tendencia de los votantes más jóvenes a favorecer la justicia social y los derechos humanos, también entre los republicanos. Esos esfuerzos se han vuelto más factibles después de que el Tribunal [Supremo presidido por] Roberts vaciara la Ley de Derecho al Voto [Voting Rights Act] con la sentencia Shelby de 2013, que “preparó el escenario para una nueva era de hegemonía blanca”, tal como observó correctamente Vann Newkirk.

El desplazamiento de las medidas políticas por las “asuntos culturales” se remonta a la estrategia sureña de Nixon. Cuando los demócratas empezaron a apoyar una tibia legislación de derechos civiles, Nixon y sus asesores se dieron cuenta de que podia desviar el voto del Sur hacia los republicanos con apelaciones racistas, apenas disfrazadas.

Con Reagan había poco disimulo; la retórica y las prácticas racistas le salían de forma natural. Paul Weyrich, estratega nacionalista cristiano, convenció fácilmente a la dirección política de que, abandonando sus anteriores posiciones “pro-choice” [proabortistas] y pretendiendo oponerse al aborto, podían recoger el voto católico del Norte y el voto evangélico de reciente politización. A la mezcla se le sumó pronto la afición a las armas, que ahora llega a inquietantes absurdos como la reciente decisión que revoca la prohibición de los fusiles de asalto en California, de[l juez Roger] Benítez, fusiles, que son, al fin y al cabo, no muy diferentes de las navajas del ejército suizo [de acuerdo con Benítez]. Trump le añadió algo más a la mezcla. Como sus colegas demagogos de Europa, entendió bien que se puede utilizar a los refugiados para azuzar pasiones y miedos xenófobos. Sus apelaciones racistas también rebasaban lo normal.

Trump ha mostrado cierto genio a la hora de instilar venenos que discurren no muy por debajo de la superficie de la cultura y la sociedad norteamericanas. Por esos medios logró adueñarse de la base de votantes republicana. La dirección del Partido anda dedicada a la estrategia obstruccionista de sacrificar los intereses del país con el fin de recuperar el poder. Esto deja al país sólo con un partido político que funcione [el Partido Demócrata], desgarrado él mismo entre un liderazgo neoliberal y una base de votantes más jóvenes que son socialdemócratas.

Tu frase “lo que sea que quede de la democracia norteamericana” resulta pertinente. Por muy progresista que pudiera haber sido en el siglo XVIII — y habría mucho que decir sobre eso —, con los baremos de hoy la democracia norteamericana tiene profundas fallas en aspectos que para el principal Fundador, James Madison, ya iban poniéndose de manifiesto hacia 1791, cuando le escribió a Jefferson deplorando “la osada depravación de los tiempos”, pues los “agiotistas se convierten en la horda pretoriana del gobierno…a la vez sus instrumentos y su tirano; sobornado con sus larguezas, e intimidado por sus clamores y combinaciones”.

Esa bien podría ser una descripción de los últimos años, sobre todo a medida que el ataque neoliberal tenia como consecuencia completamente previsible poner el gobierno todavía más bajo el mando de concentraciones de poder privado que antes. Las “larguezas” resultan demasiado familiares como para tener que analizarlas. Una amplia investigación de las ciencias políticas más centrales ha demostrado que los “clamores y combinaciones” han dejado a la mayoría de los votantes sin representación, pues sus propios representantes hacen caso de las voces de los superricos, de opulentos donantes y cabilderos de grandes empresas.

El estudio más reciente, recurriendo a sofisticadas técnicas de inteligencia artificial disipa “las nociones de que la opinión de alguien sobre la política pública, fuera del 10% más elevado de norteamericanos opulentos, ayude a explicar esa política”. Thomas Ferguson, destacado especialista académico del poder de las “herramientas y tiranos” del gobierno, concluye que: “Conocer el área política, las preferencias del 10 % en lo más alto y las opiniones de un puñado de grupos de interés basta para explicarlos los cambios de política con una exactitud impresionante”.

Pero permanecen algunos vestigios de democracia, después incluso de los ataques neoliberales. No por mucho tiempo, probablemente, si el “proto-fascismo” neoliberal amplía su ascendiente.

Pero el destino de la democracia no tendrá en realidad gran importancia si los “proto-fascistas” recuperan el poder.

El medio ambiente que sostiene la vida no puede aguantar por mucho tiempo a los desguazadores de la era Trump del declive. Pocas cosas más tendrán importancia si se rebasan los puntos de inflexión irreversibles.

Noam Chomsky profesor laureado de la Universidad de Arizona y catedrático emérito de Lingüística del Massachusetts Institute of Technology, es uno de los activistas sociales más reconocidos internacionalmente por su magisterio y compromiso político. Su libro más reciente es “Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet”.

Fuente: 
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jueves, 17 de septiembre de 2020

_- Entrevista a Angel Viñas (I) «Todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida»

_- Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano en el extranjero y de alemán y francés en Madrid, traductor). Sus intereses abarcan desde Germánicas y las viejas economías de dirección central a la política económica, exterior, de defensa y seguridad, las relaciones internacionales y la historia (de Alemania, Estados Unidos, España) que es su auténtica pasión. Premio extraordinario en la licenciatura y doctorado de Ciencias Económicas. Técnico comercial del Estado, con el número uno de su promoción. Exfuncionario del FMI y exdirector de Relaciones Exteriores en la Comisión Europea. Exembajador de la UE ante Naciones Unidas. Exdirector general de Universidades. Exasesor de Fernando Morán y Francisco Fernández Ordóñez. Ha sido catedrático numerario de Economía en Valencia, Alcalá, UNED y Complutense. Cinco años de docencia en la Facultad de Historia de esta última. Casado. Véase www.angelvinas.es

Ángel Viñas: "Franco fue un impostor, iba de machito y líder de la conspiración y es mentira" En el que creo que es su último libro publicado, ¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración, hace usted referencia en la presentación a ¿Qué es la historia? de E. H. Carr, y recuerda un consejo del gran historiador inglés: “antes de estudiar los hechos, estudien a quien los historie”. ¿Debe deducirse de ello que no es posible una historia objetiva, que el marco conceptual e ideológico del historiador siempre deja huella en su obra?

Muchas gracias. Creo, ante todo, que hay que diferenciar entre objetividad e imparcialidad. No son conceptos similares, sino muy diferentes, aunque a veces, como parece deducirse de su pregunta, se utilizan casi indistintamente. Me apresuro a señalar que ambos tienen tras de sí una larguísima historia que no puedo resumir en unas líneas.

El historiador se hace, no nace. Tras un largo aprendizaje, se preocupa por comprender, analizar y describir una parte del pasado. Insisto: una parte, en general minúscula. El pasado, que ya no existe, es inmenso, inabarcable. Lo hace a través de ciertos instrumentos y ciertas metodologías. Unos y otras han cambiado en el curso del tiempo. En general, se trata de residuos: testimonios, descripciones, restos materiales (artísticos, literarios, documentales, monumentales, etc.). Todos ellos sometidos a un proceso de cambio. Dicho esto: todo historiador utiliza una parte más o menos amplia de ese inmenso abanico de instrumentos.

Para mí es objetivo quien analiza crítica, escrupulosa y científicamente los instrumentos en que se basa. Estos no hablan por sí mismos. Como dijo Carr, hay que preguntarles. Las preguntas varían según los propósitos del historiador. La historia -un encuentro con el pasado- se hizo como “ciencia”, ciencia blanda ciertamente, en el siglo XIX. Un subproducto de las Luces. Desarrolló una metodología. Quien la aplica es objetivo y sus resultados, siempre provisionales, están sometidos a crítica intersubjetiva, a contrastaciones múltiples. Por eso, entre otras razones, la historia no es una ocupación meramente literaria, artística, subjetiva.

Vd. creo que, en la segunda parte de su pregunta, a lo que apunta es a la imparcialidad. El historiador, hombre o mujer, es un ser cultural. Nace en un medio determinado; está expuesto en su educación a influencias varias; crece como historiador; desarrolla una teoría de la historia (incluso del conocimiento) explícita o implícitamente; tiene creencias (religiosas, estéticas, éticas, políticas, etc.). NO ES UN MEJILLÓN. Ve el mundo (y el pasado) a través de una retícula axiológica. No puede ser de otra manera. Y, naturalmente, eso se refleja en su obra. Pero esta obra se sustenta no solo en su formación sino en los resultados a que llega y estos resultados deben ser objeto de confrontación, confirmación y aprobación o rechazo. ¿Por quién? Por sus pares. Como los resultados en microbiología son criticables, aceptables o denunciables por ¿quién?: por otros microbiólogos. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.

Insisto un poco más en este punto. ¿Qué tipo de disciplina teórica es la historia? ¿A qué podemos aspirar sensatamente cuando hacemos historia? ¿A hipótesis o conjeturas bien establecidas? ¿Se puede hablar razonablemente de ciencia de la historia?

En parte, he contestado. La historia no es una disciplina exacta. Es una disciplina en progreso. En constante cambio. Este cambio se deriva, en primer lugar, del paso del tiempo; de las transformaciones del método que aplica; de la aparición de los objetos con los que lidia, a su vez sujetos a transformaciones. El carácter científico o no de la historia es un tema que ha dado lugar a controversias sin cuento. Las pretensiones de las Luces han ido revelándose un tanto ilusorias. Pero, para responder rápidamente, yo creo que tiene un lado científico en la medida en que aplica un método científico que reduce, en lo posible, la subjetividad, permite y estimula la crítica entre pares, se fundamenta en “pruebas”. En suma, no conduce a resultados caprichosos, sometidos al libre albur y sin restricciones, de sus practicantes. Lleva a conjeturas respaldadas, susceptibles de modificación.

De todas maneras, historia es un concepto pluriforme. No es lo mismo investigar la civilización maya que la guerra civil española.

Cuando se habla de hechos históricos, ¿de qué se está hablando? ¿Qué es un hecho histórico en su opinión?

Toda ocurrencia, toda arruga, en la tela del pasado es susceptible de considerarse hecho histórico. Su mayor o menor entidad depende del objetivo o del propósito del investigador. Por ejemplo, en el siglo XVI un molinero escribió sus reflexiones sobre el cosmos en unos papeles que podrían haber desaparecido. Como millones y millones de otros. Pero este molinero fue sometido a juicio por la Inquisición por tener concepciones consideradas heréticas. Sus papeles los encontró, varios siglos después, un investigador. Aplicó a ellos conceptos científicos y escribió un libro maravilloso, muy conocido, titulado El queso y los gusanos. Si este historiador, Carlo Ginzburg, no lo hubiese encontrado, tratado y escrito su libro, aquella ocurrencia en el pasado (un mero micropunto en la inmensidad de este) hubiese permanecido, como millones, miles de millones, billones de micropuntos en la más absoluta oscuridad.

Comparto su admiración por el libro de Ginzburg. Algunos filósofos de la ciencia de orientación analítica suelen hablar, refiriéndose a sobre todo a las ciencias naturales, de “hechos cargados de teoría”. ¿Ocurre de igual modo en la historia? ¿Los hechos están también muy marcados por las creencias previas del historiador? ¿Un historiador ve sólo aquello que está ya en predisposición de ver y comprobar?

No soy un filósofo de la ciencia. Lo que leí sobre ella, ya lo he olvidado. Con investigar parcelas del pasado (muy acotadas, por cierto) tengo bastante. Mi teoría de la historia, aplicada a estas parcelas (Segunda República, guerra civil, franquismo), me ha llevado a privilegiar el método inductivo. Es decir, desde mi primer libro de historia (aparecido en 1974) me dejé llevar por lo que descubriera en archivos. Era un tema prácticamente inexplorado en la literatura historiográfica (los antecedentes de la intervención nazi en la guerra civil). Subrayo el adverbio, porque obviamente se había escrito mucho sobre el tema, pero con una base empírica muy endeble: periódicos, relatos de protagonistas, controversias políticas e ideológicas, los documentos diplomáticos alemanes publicados.

En 1961, en un curso de verano en la Universidad de Freiburg, compré un libro que era la tesis doctoral de Manfred Merkes sobre la política nazi en la guerra civil. Tocaba de refilón los antecedentes. Al año siguiente compré en Berlín Oriental la respuesta de una historiadora comunista, Marion Einhorn. Los resultados eran completamente diferentes. (Todavía los conservo). Cuando empecé a investigar el tema, los aparté cuidadosamente (el primero ya había sido superado por la tesis de habilitación del mismo autor, que también dejé de lado) y me sumergí en los archivos. No en un archivo, sino en diez o doce. Y llegué a otras conclusiones. ¿Tenía yo alguna creencia previa? Creo que no. ¿En qué me basé? En la experiencia, modesta, adquirida como funcionario. Los procesos de adopción de decisiones suelen dejar huellas en expedientes, articulan alternativas, se basan en antecedentes, los actores se mueven en contextos determinados, están influidos por sus creencias, sus ambiciones, sus objetivos, sus esperanzas… Todo ello se refleja en papeles. Quizá con huecos, con lagunas, pero también en mucho papel. Un Estado moderno es un generador de inmensos volúmenes de información escrita.

Ahora bien, a medida que el historiador va haciéndose, en la praxis, va perfeccionando su metodología, va conociendo mejor el pasado, se familiariza con las querellas previas, lee a otros historiadores. En definitiva, “crece” en estatura y ambiciones.

¿Cómo concibe usted entonces el oficio del historiador?

Personalmente creo ser modesto. Aspiro a echar luz, nueva luz quizá, fundamentada empíricamente, sobre alguna parcelita del proceloso pasado. Sabiendo que muchos me han precedido y que muchos más hollarán el mismo camino después de haber desaparecido. En definitiva, todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida. Dentro de las coordenadas de la cultura, sociedad y embates del presente, sin poder anticipar el futuro, trato de explicar a los lectores de este que, en un período determinado, que para ellos será pasado, un historiador trató de comprender unas cuantas partículas de lo que para él también lo era. ¿Un modelo? Quizá el conde de Toreno, como historiador de la guerra contra los franceses a principios del XIX. Tengo una edición encuadernada en cuero primorosamente que me regaló Enrique Fuentes Quintana.

¿Cuáles han sido sus grandes maestros?

Un amplio repertorio, muy ecléctico. Por orden cronológico -y teniendo en cuenta lo que llegaría a ser mi campo de actividad como historiador- empezaría por Herbert R. Southworth y Manuel Tuñón de Lara (aunque lógicamente leí en mis años mozos a Hugh Thomas y Gabriel Jackson). Como me desperté a la escritura de la historia en Alemania, influyó sobre mí Andreas Hillgruber. Era un historiador muy conocido en los años sesenta y setenta sobre temas de política internacional y militar alemana, más bien conservador. Me impresionó estar sentado a su lado en los archivos federales de Coblenza, cuando él trabajaba en sus legajos, como si fuera lo mismo que el joven doctorando que yo era. De Southworth y de Hillgruber aprendí a hacer la exégesis crítica de documentos. Luego he leído a muchos otros, pero aquellos estuvieron presentes, de una u otra manera, en mis años de formación.

Sin embargo, mis maestros no fueron en general historiadores, sino economistas interesados por la historia: Enrique Fuentes Quintana, José Luis Sampedro, Manuel Varela Parache, Fabián Estapé. Un caso curioso, lo reconozco. Nunca he pretendido que aprendiese historia en la Universidad y mi recorrido por la española de la época fue un tanto accidentado, salpicado por largas estancias en el extranjero. Hoy eso no llama la atención. A principios de los años sesenta, no era así.

Una pregunta cuya desmesura no se me oculta. ¿Qué opinión le merece la historiografía de orientación marxista? ¿Hay algo o mucho de interés en ella, o se peca en general de un exceso de economicismo e ideologismo, y de cierta adoración acrítica por los grandes clásicos de la tradición y sus tesis más esenciales, nunca cuestionadas?

He leído mucho a historiadores marxistas, en particular a Pierre Vilar y a E. P. Thompson. También a Hobsbawn. Para el tipo de historia que escribo no se sitúan en el centro de mi interés, pero no dejo de reconocer su importancia en otros campos. Yo no escribo sobre grandes períodos históricos. No trato de comprender la emergencia, desarrollo y crisis de los sistemas económicos o políticos. Sí creo en la máxima del 18 de brumario de Marx de que los hombres (y mujeres) hacen la historia como pueden, pero siempre en condiciones dadas, condiciones que son superiores a ellos y que existen con independencia de su voluntad. Al estudiar esas condiciones creo que el análisis marxista aporta concepciones de interés.

Se escribía historia antes de Marx. Se escribe historia después de Marx. El peligro que siempre acecha al historiador es el de sobreimponer una determinada concepción del proceso histórico a los comportamientos que se manifiestan en el pasado que estudia. Digamos, más bien, que soy ecléctico, pero no hay que olvidar que cuando era joven fui uno de los pocos que viajaron por la RDA, por los países del Este, y que acumulé mucha literatura sobre la economía y la historia de la URSS. De hecho, mi ida a la universidad de Glasgow, al terminar la licenciatura de Económicas en Madrid, se explica porque quería estudiar con Alec Nove, uno de los grandes expertos británicos (de origen lituano) en la historia y economía soviéticas.

También debo decir una cosa que le ruego no considere como pretenciosa. Como no escribo grandes obras generales y me centro en cuestiones concretas (sigo a Rosa Luxemburg en esto), pero significativas para comprender rasgos esenciales de un período, a los 79 años de edad he ganado cierta experiencia (mejorable sin duda, siempre mejorable) y ya no soy muy susceptible de ningún tipo de adoración. Admiro, eso sí, a los grandes autores, pero ya no tengo tiempo de releerlos.

Una gran parte de su obra está centrada en la II República española. ¿Cuándo empezó a trabajar en este tema? ¿Qué le motivó a hacerlo?

Después de todo lo que le he dicho, me temo que se reirá Vd. En el fondo yo empecé a estudiar Germánicas. No sé por qué durante muchos años me sentí en Alemania (adonde llegué en 1959) como el pez en el agua. El idioma me encandilaba. También su literatura. Recuerdo que leía en voz alta los poemas de Bertolt Brecht. Gisela May, una cantante de la RDA en los años sesenta, me encantaba con sus interpretaciones. Cuando estoy deprimido la escucho en el móvil.

Luego hice Económicas, por razones familiares. Mi padre pensaba que con Germánicas no iría a ninguna parte y él quería que me hiciese inspector de Hacienda. Reconozco que lo defraudé en parte porque terminé haciendo, por sugerencia de Fuentes Quintana, oposiciones en 1968 y, como técnico comercial del Estado, pedí destino en Bonn (el FMI no me gustó nada) adonde llegué en 1971. Fuentes me pidió que le hiciera un artículo sobre la financiación nazi de la guerra civil. Escribí un estado de la cuestión que todavía conservo. Con la típica soberbia del economista eché de menos muchos aspectos y le dije que había que estudiar el tema yendo a las fuentes, a los informes, a los telegramas, a los expedientes. Así empecé y me di cuenta que primero había que explicar por qué diablos Hitler decidió ayudar a Franco. Fuentes aceptó el cambio y que lo presentara como tesis doctoral. Lo hice en 1973.

Cuando volví a España, ya con la idea de hacer cátedra, me acogió en el Instituto de Estudios Fiscales y me pidió que estudiase el “oro de Moscú”. Por las mañanas iba a los archivos (que se me abrieron gracias a él) y por la tarde preparaba oposiciones a cátedra. Una vida idílica en su simplicidad. Trabajar y empollar. Ni más, ni menos.

El libro sobre el oro se publicó y se embargó en 1976. Para entonces ya me había empapado en los problemas financieros de la República en guerra. He vuelto siempre a ellos que he podido y, como en 1971, seguí pensando que lo que había que estudiar era por qué hubo una guerra. Es en lo que estoy ahora y tengo mucho agrado en afirmar que sigo con el mismo método que descubrí hace más de cuarenta años.

Salvo error por mi parte, usted fue el primer historiador que, alejándose de propaganda e ideologismos, investigó en archivos el asunto del oro de Moscú, el pago de la República a la URSS por los suministros recibidos. ¿Qué significó para usted ese estudio sobre un asunto tan espinoso?

Dos cosas. La primera es que me permitió descubrir a Negrín, que me pareció haber sido un político desfigurado y difamado por sus múltiples adversarios en la derecha y en la izquierda. Amén, valga la expresión, de haber sido demonizado por el franquismo. La segunda es que su destino corrió en paralelo al de la República en guerra. Los abordé sin preconcepciones. En aquella época algo muy raro, porque la literatura existente era de llorar. Hice el descubrimiento de que no podía fiarme de NINGUNO de los historiadores españoles, los sedicentes maestros de la gente de mi generación que habían estudiado la licenciatura de Historia en España. Así que me fié de lo único que podía fiarme: de mi instinto. Y, bien o mal, creo más bien lo primero, llegué a conclusiones muy diferentes de las hasta entonces sostenidas en general. Añadí una diferencia: las demostré documentalmente.

En cuanto pude liberarme de la carga de mi profesión como economista y diplomático comunitario, volví a la guerra y a la Segunda República en ella. El oro fue, de nuevo, el eje central de mi investigación, simplemente porque fue el activo que permitió que la República mantuviera su resistencia contra la agresión, interior y exterior. Franco hizo su guerra a crédito gracias a las potencias fascistas y a la bolsa inagotable de Juan March. Nunca creí a la propaganda franquista, porque se caía a pedacitos viendo los papeles. Todavía algunos estúpidos siguen hoy propagándola por las redes sociales.

Sigo ahora. Descansemos un momento si no le importa.

Bien, de acuerdo, tomemos un respiro.

Fuente: El Viejo Topo, julio-agosto de 2020.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

_- «Cierta concepción del pasado histórico se ha convertido en un arma política arrojadiza»

_- Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano […]

Ángel Viñas es catedrático emérito de la Complutense. De familia muy modesta, tuvo una educación estrictamente laica en las escuelas del barrio de Atocha (Madrid). Se apañó para estudiar en Alemania y Escocia a base de becas extranjeras y de esfuerzos propios (chico de recados en París y Stuttgart, docker en Hamburgo, profesor de castellano en el extranjero y de alemán y francés en Madrid, traductor). Sus intereses abarcan desde Germánicas y las viejas economías de dirección central a la política económica, exterior, de defensa y seguridad, las relaciones internacionales y la historia (de Alemania, Estados Unidos, España) que es su auténtica pasión. Premio extraordinario en la licenciatura y doctorado de Ciencias Económicas. Técnico comercial del Estado, con el número uno de su promoción. Exfuncionario del FMI y exdirector de Relaciones Exteriores en la Comisión Europea. Exembajador de la UE ante Naciones Unidas. Exdirector general de Universidades. Exasesor de Fernando Morán y Francisco Fernández Ordóñez. Ha sido catedrático numerario de Economía en Valencia, Alcalá, UNED y Complutense. Cinco años de docencia en la Facultad de Historia de esta última. Casado. Véase www.angelvinas.es

Ángel Viñas: "Franco fue un impostor, iba de machito y líder de la conspiración y es mentira" Nos habíamos quedado en este punto. ¿La II República, en su opinión, fue un momento de especial relevancia, un gran y singular aldabonazo en la historia española?

Sí, pero yo llegué a ella como hacen los cangrejos, es decir, yendo hacia atrás. Empecé con los comienzos de la guerra civil, seguí con la guerra, luego pasé a la posguerra, después al franquismo inicial, más tarde al franquismo maduro en la vertiente económica y, sobre todo, de sus relaciones internacionales y política exterior. No hay que olvidar que en 1979 se publicó el primer estudio académico, empírica y analíticamente documentado, sobre la política económica exterior de la dictadura, en el que trabajamos un grupo de economistas (todos ellos, menos uno, hoy viven tan felices en estos tiempos de pandemia) bajo mi dirección. Que en 1982 publiqué Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos, abriendo una brecha en la que nadie había hasta entonces reparado. Así que, terminada esta etapa, luego continué con mi marcha atrás. Hacia la República.

Debo señalar que no soy un especialista en ella. La literatura sobre la República cuenta hoy con más de cinco mil títulos, pero sí me he ido especializando en algunas facetas, absolutamente básicas, para comprender el estallido de la guerra. Lo he hecho, como siempre, siguiendo el método inductivo y metiéndome en primer lugar en quince o veinte archivos en busca de material primario. Pienso que ha sido una buena trayectoria, porque de haberme concentrado en la República quizá no hubiese ido mucho más adelante.

Y sí, he llegado a la conclusión, que apuntalaré en mi próximo libro, de que la República fue una gran ocasión, aunque perdida, para abordar un comienzo de solución, moderna, a algunos de los problemas seculares de la sociedad española. En contra de resistencias encarnizadas. Por eso no sobrevivió.

Hay una figura que suele sobresalir en sus libros sobre la II República. Se ha referido a ella hace un momento. Hablo, por supuesto, de Juan Negrín. ¿Ha sido el doctor Negrín el gran estadista republicano-democrático español del siglo XX? ¿Por encima de Manuel Azaña? ¿Nos recomienda alguna biografía sobre este gran científico, político y políglota?

Verá, a mi me cuesta responder a alguna de estas preguntas, en particular la segunda. Azaña fue, desde luego, la gran figura de la República en la paz. No lo he estudiado salvo en un aspecto que considero en mi próximo libro. Me inclino ante él y también ante su gran biógrafo, Santos Juliá. Nunca he pretendido conocerlo mejor que este historiador. Pero también creo que Azaña no fue el hombre que necesitaba la República en guerra. Santos y yo siempre hemos diferido en este aspecto. Azaña tuvo la habilidad de dejar constancia de sus pensamientos y de su actuación en sus diarios y en sus discursos. Muy interesantes los primeros y bellísimos, por cierto, los segundos. El historiador no puede prescindir de tal bagaje documental y, naturalmente, a unos les seducen más que a otros.

Sin embargo, no me cuento entre los seducidos, simplemente por la razón de que mi educación y trayectoria profesionales son completamente diferentes de las de Santos y de muchos otros historiadores. No es que me crea mejor, Dios me libre. Simplemente tengo otra percepción, que nunca fue apriorística sino que he ido labrando en el estudio de los procesos de decisión, españoles y extranjeros, que enmarcaron la guerra civil. Negrín me atrajo por varias razones: en primer lugar porque su formación fue completamente diferente de la de cualquier otro político español de su época; porque estaba abierto al mundo y había vivido en él durante la crítica etapa de su formación como hombre y como profesional médico; porque no pensaba como un político de su época; porque no se dejó llevar por el desánimo y la estulticia que caracterizaron a tantos de sus colegas; porque veía que la guerra española era el prólogo a un gran conflicto europeo y porque siempre supo identificar al adversario, al enemigo, en casi todas las situaciones. Hay innumerables políticos en la historia que no lo logran o que lo hacen demasiado tarde. En los años treinta del pasado siglo la figura prototípica fue Neville Chamberlain, pero hubo muchos otros.

A mí no me atrae demasiado el género biográfico como campo de cultivo. Ya sé que, en términos historiográficos, lo que digo suena mal, pero es que carezco de la necesaria empatía para escribir una buena biografía. Sin embargo, hay tiene Vd. a Sir Paul Preston, íntimo amigo mío, a quien encanta el género biográfico. Y lo leo con mucho gusto. Como también leo en el original a Stefan Zweig (mejor que en castellano). Hay tres buenas biografías de Negrín: las han escrito Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos y Gabriel Jackson. Hay más, pero yo siempre señalo estas tres. Son complementarias. Quizá la última, escrita cuando Gabriel ya tenía más de setenta años, es la que más penetra, en mi opinión, en la sicología del personaje. La que más empatía demuestra con su biografiado.

De todos los libros que usted ha escrito sobre la República, ¿hay alguno que sea su preferido? Uno del que piense “¡Aquí lo bordé! Aquí escribí mis Campos de Castilla, mi Desolación de quimera!”

Creo que sería La Conspiración del general Franco porque en él rompí varios tabúes que habían alcanzado, para algunos, la categoría de dogmas. Lo que hubo tras el vuelo del Dragon Rapide, el cambio de orientación de la visión oficial británica sobre la República, la actividad de los servicios de inteligencia, etc. Fue un libro estrictamente empírico, pero nada de lo que en él escribí ha impedido que sigan proliferando, de la pluma o del ordenador de eminentes historiadores, afirmaciones no contrastadas. Es también uno de los pocos libros en el que me permití abordar explícitamente el método y los objetivos que he seguido en mis investigaciones. También es el libro que me abrió las puertas a penetrar en un tema que me ocupó mucho tiempo, el asesinato del general Balmes, como puerta para comprender el comportamiento de Franco.

Le pido consejo: tengo una amiga joven, es biomédica informática, no historiadora, inmersa en mil tareas, que quiere adentrarse en el estudio de la República. ¿Qué tres libros le aconsejaría usted?

A riesgo de que mis colegas me tachen de imbécil y de desconocer su trabajo (cosa que no sería correcta) yo empezaría por el libro de Herbert R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco; luego seguiría por el de Paul Preston, La destrucción de la democracia en España, y terminaría con el voluminosísimo tomo de Eduardo González Calleja, Francisco Romero Cobo, Ana Martinez Rus y Francisco Sánchez Pérez [1], que es una síntesis de una inmensa literatura consagrada a la Segunda República.

Estuvo usted en Barcelona a finales del mes de febrero, en un homenaje que el colectivo Juan de Mairena organizó en honor de Gabriel Jackson [2]. ¿Cuáles fueron las principales aportaciones del historiador norteamericano respecto a la historia de la II República? ¿Se ha reconocido suficientemente su obra?

Gabriel publicó, creo que en 1965, su gran obra sobre la República y la guerra civil. La compré y leí cuando estudiaba en la Universidad de Glasgow, y me encantó. Para entonces había leído ya algo sobre el tema, pero esencialmente de autores españoles exiliados amén de uno de los libros fundamentales, en mi opinión, como fue el de Southworth, El mito de la cruzada de Franco, de consulta y meditación obligadas todavía hoy. También había leído la obra de Hugh Thomas, a quien le cabe el honor de haber escrito la primera gran obra sobre la guerra civil que no seguía las horrendas prácticas franquistas.

Creo, y esto no es ninguna crítica, porque fui muy amigo de Jackson, que como historiador no aprovechó suficientemente sus potencialidades. Es uno de los extranjeros que más tiempo vivió en España, que convivió con españoles y que no dependía de la necesidad de escribir para ganar dinero y sobrevivir. Se dedicó a otras cosas. Algo que en sí en modo alguno es objetable. Escribió algunos libros que se leen bien, una autobiografía, una o dos novelas, una biografía de Mozart, una reflexión sobre los años treinta…. Todo muy aceptable, pero no sobresaliente, salvo por la biografía de Negrín. Personalmente creo que hubiera debido meterse en archivos y trabajar más sobre fuentes primarias.

Su obra está reconocida. En cierto sentido, sigue siendo válida para una visión muy general. En cuanto se desciende al detalle, y en la actualidad estamos en ese nivel cuando escribimos sobre la República, ya no aparece tan trascendental. Tiene el mérito indudable, inextinguible, de haber sido uno de los dos o tres precursores extranjeros.

Desde su punto de vista, ¿cuáles son las principales aportaciones de la historiografía española sobre la II República? ¿Se ha avanzado mucho en el conocimiento de esta etapa histórica desde las aportaciones de Jackson? ¿Se ha retrocedido en algunos asuntos?

Tengo que responder indirectamente. La historia de la República se hace hoy, fundamentalmente, en España y por historiadores españoles. Limitándonos al período de paz, escasamente cinco años, apenas si existe algún tema que no haya sido tratado de una manera u otra. Quedan siempre, obviamente, rendijas en temas de microhistoria, destinos individuales, etc. En general, todo lo que sobre la República pueda decirse en términos generales ya se ha dicho por alguien, en algún lugar, en alguna ocasión. Lo que los historiadores debemos hacer es separar el trigo de la paja y afirmar la validez de aquellas afirmaciones o proposiciones que pueden ser corroboradas por evidencias primarias o no. Jackson fue un precursor. Los precursores no suelen durar mucho tiempo. Tampoco servidor. A lo más que aspiro es durar algo más que algunos historiadores extranjeros que no han puesto en su vida los pies en un archivo, que no se han manchado con el polvo de los legajos y que disertan como si sus sesgadas interpretaciones fuesen las únicas posibles. A mí me hacen reír como supuestos maestros de toda una nueva generación de historiadores de derechas.

No le pregunto nombres, pero tengo alguna conjetura.

¿Por qué la derecha suele ser tan beligerante en asuntos republicanos? ¿Tiene reconocimiento científico las aportaciones de los historiadores que se mueven en ese espacio político?

Con el paso del tiempo la República ha aparecido como lo que pudo ser y no fue. Un cambio de dirección en la historia española. Este cambio fue abortado. A la República le siguieron una cruenta guerra civil y una dictadura no menos cruenta. Había que defender el nuevo rumbo y desde fecha temprana los insurgentes, y sus apoyos mediáticos y propagandísticos, se aplicaron a la tarea: la República solo podía ser un paréntesis, ilegítimo, en la historia de España. Para defender tal tesis se la deformó, difamó y escarneció. Había que justificar la sublevación. Explicar la necesidad de una guerra civil. Presentarla como el resultado inevitable de la traición que la República había cometido para con la PATRIA inmortal y advertir del grave peligro que esta hubiese corrido de no haberla salvado los elementos más comprometidos con sus esencias, cuando España se exponía al terrible panorama de quedar atenazada por las garras moscovitas. Quienes se sublevaron no solo rescataron a España de caer en el precipicio de la revolución, sino que también prestaron un servicio inestimable, inconmensurable a la civilización cristiana y occidental.

Luego hubo que justificar la dictadura. Se creó un canon inconmovible que dejó profundas huellas en la sociedad española.

Con algunas adaptaciones (hoy el peligro comunista se ha sustituido por el “peligro” socialista), por el énfasis en las trifulcas, algaradas, asesinatos, conmociones de la primavera de 1936 (todas responsabilidades del Frente Popular) y, como colofón, por los asesinatos sin cuento acaecidos en la zona “roja”, los españoles tendríamos que estar eternamente agradecidos a quienes salvaron a las generaciones sucesivas de los autores de tales tropelías.

A la vez se elevan a la cima del pensamiento político occidental las estupideces de un supuesto y malogrado excelso político, bajo cuyo amparo Franco dio cobijo a lo que habría de ser el tercer pilar de su dictadura: la Falange. Es imposible para un sector de la derecha renunciar a sus mitos, porque son consustanciales a la misma. Forman parte de su ADN.

Añádase que el régimen democrático se ha desentendido en buena medida de un pasado controvertido (en un sentido cultural, la guerra civil no empezó a terminar sino después de 1975) y que la enseñanza pública en España no ha seguido las pautas de otros países europeos occidentales. Así se llega fácilmente a la conclusión de que España no ha sido capaz de ajustar cuentas con su pasado, como lo han hecho otros países en los que sí se han logrado avances conceptuales y críticos respecto a períodos suyos que no son precisamente edificantes. Nuestra historia contemporánea no es como para sentirse orgulloso de ella, pero la alemana es, por ejemplo, mucho peor. Y no digamos nada de la rusa.

La historia o, mejor dicho, una cierta concepción del pasado histórico se ha convertido en España en un arma política arrojadiza en las pugnas ideológicas y de poder del presente. La historia se pone al servicio de causas actuales. VOX y un sector del PP son ejemplos rutilantes de lo que señalo.

¿Y cuál sería la principal idea-fuerza de estos historiadores? ¿Siguen afirmando que lo que llaman “alzamiento nacional” fue inevitable dada la senda revolucionaria y comunista-totalitaria que había emprendido los gobiernos republicanos?

El “Alzamiento” no fue tal. Fue una insurrección en toda regla, preparada desde los comienzos de la Segunda República, asistida por la potencia fascista, anunciada dentro y fuera de los círculos políticos españoles porque de lo que se trataba esencialmente era de evitar que las izquierdas llegaran de nuevo al poder, incluso aunque fuese por medios electorales. Un hoy ilustre desconocido, Antonio Goicoechea, se lo dijo a Mussolini en octubre de 1935. Al mismo tiempo, un no menos ilustre militar, el general Manuel Goded, se lo dijo en la cara del entonces presidente del Consejo. Y ambos se quedaron tan panchos, porque eran esencialmente “patriotas”.

Cambio de tercio, usted sabrá disculparme. ¿Le preocupa el tema del coronavirus? ¿La historia puede enseñarnos algo para saber a qué atenernos?

Como tantos otros he pasado más de dos meses encerrado en mi casa. Como habrán hecho muchos colegas, me he limitado a absorber noticias, con frecuencia muy descorazonadoras, y me he dedicado a practicar mi oficio: escribir. Jornadas de diez o doce horas le dejan a uno bastante roto, en particular a mi edad, que ya no es nada tierna.

No me atrevo a responder a la segunda parte de su pregunta. El coronavirus tiene aspectos que carecen de precedentes en nuestras sociedades. La denominada “gripe española” de hace un siglo no es buena comparación. Menos aún las crisis sanitarias de los siglos precedentes. La cuarentena, sobre todo, una de las dos armas esenciales para combatir la pandemia, tiene en cambio un recorrido histórico de siglos. Ha habido que volver a ellos, aunque no sé si el distanciamiento se utilizó ya anteriormente. Era y es obligado para evitar la transmisión, hoy un mecanismo muy conocido no solo con este virus sino también en el caso de muchas otras enfermedades transmisibles. Una experiencia que se remonta a los últimos años del siglo XIX.

Hoy, sin embargo, vivimos en una sociedad globalizada, intercomunicada, interpenetrada y con cadenas de valor que se extienden a la totalidad del planeta. La situación tiene, en los aspectos tecnológicos, productivos y de comunicación, relativamente poco que ver con la experiencia de generaciones previas. Ya sé, y he leído algunos, que se han hecho muchos análisis al respecto, pero servidor es un contemporaneista limitado. No pretendo descubrir nuevos horizontes ni otear el futuro lejano. Eso es asunto, ocupación profesional y medio de subsistencia de otros.

¿Cuáles son sus temas de investigación en estos momentos?

El año pasado publiqué un libro que resumía mi técnica de investigación para responder a una de las dos preguntas, en mi opinión esenciales, de la historia contemporánea española (que para mí coincide con el período que se inicia tras la caída de la Monarquía alfonsina, no lo que se enseña como tal en España). Ahora me dedico a tratar de dar respuesta a la segunda pregunta, con la que terminé aquel libro: ¿Por qué la República no paró el golpe? No repito argumentos salvo de modo circunstancial. Es un enfoque muy diferente. Tampoco pretendo haber agotado el tema, aunque sí he resituado el problema, pero tendré curiosidad por ver quién tumba, con documentos, mi argumentación.

En cuanto al libro anterior me han dirigido insultos e improperios múltiples. Normal, en una sociedad cainita como la española. Me atrevo a pensar si harán mucho más con el siguiente.

Muchas, muchas gracias, doctor Viñas. ¿Quiere añadir algo más?

Simplemente decir que antes de irme a Bruselas, en 1987, creo recordar que era suscriptor (desde luego lector) de su revista [El Viejo Topo]. En Bruselas me encontré con un ambiente en que los temas españoles y teóricos no tenían demasiada cabida y dejé de leerla. Tuve que sumergirme en un tipo de prosa operativa y tomar decisiones no menos operativas. Eso creó un síndrome del que me costó trabajo despegarme después de quince años de intenso trabajo. Fue un período en el que comprobé lo adecuado, al menos para mí, del tipo de afirmación de Margaret Thatcher sobre cuál autor era el que más admiraba para leerlo después de sus agotadoras horas de trabajo. La respuesta, que no repetiré, hizo que el mundillo intelectual británico se levantara en armas en señal de protesta. Todo tiene su tiempo y cada tiempo su hora.

Notas

1) Respectivamente: 1. Barcelona: Debolsillo, 2008. 2. Madrid: Debate, 2018. 3. Barcelona: Pasado & Presente, 2015.

2) Puede verse la intervención del doctor Viñas en “Homenaje a Gabriel Jackson: ciudadano, historiador, activista. Barcelona, 29/02/2020”. https://www.youtube.com/watch?v=G6hzA4AYNTw

Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Ángel Viñas (I). «Todo historiador es un eslabón en una cadena ininterrumpida»

https://rebelion.org/todo-historiador-es-un-eslabon-en-una-cadena-ininterrumpida/

Fuente: El viejo topo, julio-agosto de 2020.

lunes, 22 de junio de 2020

_- 1. EEUU: “Protestan por cuatrocientos años de represión”. Entrevista Noam Chomsky 06/06/2020

_- Arden los Estados Unidos. Se ha impuesto el toque de queda en varias ciudades, mientras los desórdenes en las calles de manifestantes tanto negros como blancos no dan señales de disminuir y el ejército está listo para intervenir.

Entretanto, las palabras y acciones del gobierno norteamericano, sobre todo de Trump (sus últimos comentarios de “ley y orden”, que evocan una serie dramática televisiva), muestran poco interés en la reconciliación con comunidades que están ya exasperadas por la crisis del coronavirus, el desempleo y las desigualdades sociales.

Para comprender las raíces históricas y sociales de los disturbios, planteamos unas cuantas preguntas [formuladas por la periodista Silvia Nicolini] al profesor Noam Chomsky, uno de los más renombrados expertos en el mundo en la política y la sociedad norteamericanas.

Las protestas que han seguido a la muerte de George Floyd se han convertido en disturbios y se han extendido de Minneapolis a otras diversas ciudades de los Estados Unidos. Mientras tanto, el Pentágono ha apremiado a la policía militar a prepararse. Profesor Chomsky, ¿qué está pasando en los Estados Unidos? ¿Hay algo más profundo detrás de las protestas contra el racismo y el abuso de poder de los policías blancos?

Lo que hay de más profundo son cuatrocientos años de brutal represión: primero, el más feroz sistema esclavista de la historia humana, que proporcionó buena parte de la base del crecimiento económico y la prosperidad de los EE.UU. (y de Inglaterra); luego, diez años de libertad en los que los negros pudieron incorporarse a la sociedad y lo hicieron con notable éxito; después, un pacto Norte-Sur que otorgó de modo efectivo a los antiguos estados esclavistas la autoridad para obrar como les placiera. Lo que hicieron fue criminalizar la vida de los negros, creando la “esclavitud con otro nombre”, título de uno de los libros más importantes sobre el tema.

Esto duró prácticamente hasta la II Guerra Mundial, época en la que se necesitaba mano de obra. Vino después un periodo de relativa libertad, obstaculizado por leyes racistas tan extremas que las rechazaban los nazis, y por leyes federales que exigían segregación en la vivienda financiada por el gobierno que se construyó después de la guerra. Y por supuesto, a los negros (y a las mujeres) se les excluyó de la educación superior gratuita que se les concedió a los veteranos. Llegó luego otra oleada de criminalización de la vida negra.

Ya se puede imaginar el resto. Persiste el racismo, aunque sea menos rampante que antes. Y cuando se manifiesta, como en el caso del asesinato de Floyd, se produce naturalmente una explosion, a la que en este caso se suma buena parte de la población blanca, un reflejo de progreso entre algunas partes de la población a la hora de superar esta espantosa maldición.

¿Cree usted que la pandemia ha desempeñado algún papel en las protestas que se han desatado en días recientes? ¿Ha puesto en primer plano las desigualdades del país y los profundos problemas de justicia social? ¿O simplemente reventó algo que ya llevaba cociéndose durante algún tiempo?

La pandemia ha puesto de relieve algunos de estos problemas. Así, por ejemplo, los negros mueren tres veces más que los blancos a causa de la Covid-19. Trump, cuya mezquindad no tiene límites, se ha aprovechado de la pandemia para recortar las regulaciones que limitan la contaminación del aire, que tiene efectos demoledores en la actual pandemia respiratoria. La prensa económica estima que, como resultado de ello, pueden morir decenas de miles de personas, con una elevada concentración entre personas negras que pueden permitirse vivir solamente en las zonas más contaminadas. De qué modo va a influir esto en la opinion pública depende de la medida en que se vea obscurecido por disquisiciones racistas.

¿Hay circunstancias como éstas en las que pueda justificarse la violencia de una población exasperada?

Se puede entender, desde luego. Los anales revelan que no resulta sensato. Conduce de manera sistemática a que haya más gente que apoye una represión más dura.

Donald Trump reaccionó a las protestas con un tuit que se borró posteriormente, pero no sin antes echar más leña al fuego: “Cuando empiezan los saqueos, empiezan los tiroteos”. ¿Nos puede explicar por qué, más allá de la incitación a la violencia contra los manifestantes, esta frase ha tenido un impacto tan contundente en la sociedad norteamericana? Y además, ¿cree usted que el “pecado original que todavía hoy mancha a nuestro país” (tal como dijo Joe Biden) se ve hoy agravado por la presencia de Trump? ¿Le ayuda también su fiera retórica a volver a subir en las encuestas, que muestran hoy a Biden en cabeza?

Trump citaba a un alcalde de Florida de hace cincuenta años sobre cómo reaccionaría a las protestas contra el racismo. El significado quedaba claro, aunque después de una reacción enormemente negativa, Trump mintió sobre eso y declaró que los que dispararían serían los saqueadores. Trump se ha salido de su vía habitual para extender el “baldón” apelando a los elementos supremacistas blancos. Es difícil prever la repercusión popular.

¿Qué opina de la reacción de los liberales? ¿Hay alguna enseñanza de lo que está sucediendo estos días para ellos y para Biden?

Debería. Si va a ser este el caso, ya lo veremos.

Profesor, una última pregunta. Ha citado usted la “criminalización de la vida de los negros”, a la que ha menudo se ha referido en sus libros. ¿Puede explicarnos brevemente cómo ha funciado y sigue funcionando en la sociedad norteamericana y su economía?

No puedo atribuirme la frase, que se utiliza comunmente en los estudios sobre la sociedad norteamericana. En los antiguos estados esclavistas del siglo XIX se trataba de una política deliberada. Si había un hombre negro en una calle, le podían detener por vagabundear, le podían imponer una multa que no pudiera pagar y mandarlo a la cárcel…en la que se le podía ofrecer a las empresas como perfecto trabajador: disciplinado, sin protestas, barato. Esa fue una aportación de primer orden a la revolución manufacturera de la época, así como a la industria agroalimentaria.

La segunda oleada de criminalización despegó con Ronald Reagan. En 1980, cuando tomó posesión de su cargo, las cifras de población reclusa estaban dentro de los baremos europeos. Desde entonces han explotado rebasando con mucho las de Europa. La gente encarcelada es población negra de una manera desproporcionada. Eso se debe en parte a la guerra de las drogas, y en parte se puede remontar al mayor número de delitos entre los negros. Este ultimo hecho es algo que se aduce a veces en las disquisiciones racistas, eliminando la pregunta de por qué razón hay más delitos entre los negros. Es algo típico de las comunidades oprimidas. El caso de los negros es de lejos el más grave.

Noam Chomsky Catedrático emérito de lingüística del Massachusetts Institute of Technology, EE UU, es uno de los activistas sociales más reconocido por su magisterio y compromiso político.

Fuente:

il manifesto global, 2 de junio de 2020

Traducción: Lucas Antón

domingo, 9 de diciembre de 2018

_- Entrevista a Eric Toussaint. Romper el tabú sobre las deudas odiosas y su repudio.

_- LVSL. ¿Piensa usted que la deuda es un tema muy poco discutido en los medios tradicionales? Si es así, ¿cuáles son los motivos en su opinión?

En el CADTM intentamos ante todo preguntarnos de dónde vienen las deudas, si los objetivos perseguidos a través de la acumulación de deudas eran legítimos, y si fueron contraídas de manera legítima y legal.

E.T. La deuda es evocada a menudo, pero no lo es nunca en el sentido en que el CADTM y yo la abordamos. El discurso de los medios dominantes y de los gobiernos consiste en decir que hay un exceso de deuda, demasiado gasto público de los Estados y, en consecuencia, que hay que pagar la deuda y reducir esos gastos públicos. En el CADTM intentamos ante todo preguntarnos de dónde vienen las deudas, si los objetivos perseguidos a través de la acumulación de deudas eran legítimos, y si fueron contraídas de manera legítima y legal. Este es el enfoque que intentamos tener y es cierto, en efecto, que no es el que aparece en los medios dominantes. Estos no ven ningún interés en este enfoque y, además, la cuestión está desconectada de su realidad.

LVSL. Usted establece justamente una tipología de las deudas según que estas sean ilegítimas y quizás odiosas. ¿Podría darnos las características de estos tipos de deudas?

E.T. Está, ante todo, el resultado de la elaboración de una doctrina sobre la deuda odiosa por un jurista conservador ruso quien ha sido profesor de derecho en la Universidad de San Petersburgo durante el régimen zarista (Petrogrado, en aquella época, era la capital del imperio ruso), Alexander Nahum Sack. Él la elaboró como reacción al repudio de la deuda a la cual recurrió el poder soviético en 1918. Él no estaba de acuerdo, se exilió a Francia y comenzó entonces a inventariar todos los litigios en materia de deudas soberanas entre fines del siglo XVIII y los años 1920. Estudió los arbitrajes internacionales, la jurisprudencia, los actos unilaterales. Con todo ello pudo construir una doctrina de derecho internacional ( http://www.cadtm.org/IMG/pdf/Alexander_Sack_DETTE_ODIEUSE.pdf ) que se aplica en parte hoy. Esta establece un principio general que afirma que, aun en caso de cambio de gobierno, de régimen, hay continuidad de las obligaciones internacionales.

Sin embargo, esta doctrina integra una excepción fundamental, la de la deuda odiosa, que se funda en dos criterios. El primero se cumple si se puede demostrar que las deudas reclamadas a un Estado fueron contraídas contra el interés de la población de ese Estado. El segundo criterio se cumple si los acreedores eran conscientes de este hecho o si no pueden demostrar que se encontraban imposibilitados de saber que esas deudas eran contraídas contra el interés de la población. Si estos dos criterios se encuentran así satisfechos, entonces estas deudas contraídas por un gobierno anterior son odiosas; el nuevo régimen y su población no están obligados a pagarla. Para el CADTM, esta doctrina debe ser actualizada, pues la noción de lo que es contrario al interés de una población dada ha evolucionado desde los años 1920, simplemente porque el derecho internacional ha evolucionado ( http://www.cadtm.org/La-deuda-odiosa-segun-Alexander ). Este es el caso sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se construyeron instrumentos jurídicos vinculantes como el PIDESC (Pacto Internacional Relativo a los Derechos Económicos, Sociales y Culturales https://www.ohchr.org/SP/ProfessionalInterest/Pages/CESCR.aspx ), que permiten determinar lo que es conforme o contrario al interés de una población.

A propósito de la deuda ilegítima, esta puede ser definida en términos menos restrictivos; no existe el objetivo explícito de ir en contra de la población. Esta deuda es calificada de “solamente” ilegítima por el hecho de que fue acumulada para favorecer el interés de minorías privilegiadas. Es el caso, por ejemplo, de una deuda pública contraída para salvar a los grandes accionistas de los bancos, mientras que son los bancos los responsables de un marasmo debido a la crisis bancaria. En este contexto, las deudas acumuladas desde la crisis bancaria de 2007-2008 en países como Francia, España o los Estados Unidos son deudas ilegítimas. El CAC (Colectivo por una Auditoría Ciudadana de la Deuda Pública) determinó además, gracias a sus trabajos, que el 59% de las sumas de la deuda reclamada a Francia es ilegítimo (cc https://www.audit-citoyen.org/2014/05/27/que-faire-de-la-dette-un-audit-de-la-dette-publique-de-la-france/ et https://static.mediapart.fr/files/note-dette.pdf ).

Esta masa corresponde en parte al salvataje bancario, pero también a toda una serie de regalos fiscales de los que se benefician las empresas muy grandes, y que no respetan los principios de justicia fiscal y social. Por otra parte, la renuncia de los Estados de la zona euro a financiar la deuda estatal ante el banco central y la puesta en el mercado de la deuda obliga a estos Estados a pagar tasas de interés superiores a las que habrían debido pagar si hubieran podido financiarse ante el banco central. Deberíamos por tanto deducir el monto de deuda acumulada resultante de esta diferencia de tasas.

LVSL. ¿Cómo son repudiadas las deudas? En su libro, usted cita varios ejemplos de repudio de deuda, de ahí que usted vea una continuidad en los contextos políticos que favorecen estos repudios.

E.T. Ante todo, de manera general, hay un cambio de régimen o de gobierno que desemboca en un cuestionamiento de lo que se ha acumulado como deuda hasta el momento del cambio. Por ejemplo, en 1837 en los Estados Unidos, hubo una rebelión ciudadana en cuatro estados que desembocó en una destitución de sus gobernadores, acusados por las poblaciones de corrupción, de haber establecido acuerdos con banqueros para financiar infraestructuras que no fueron ejecutadas. Los nuevos gobernadores repudiaron las deudas y los banqueros afectados por estos repudios recurrieron a la justicia federal de los Estados Unidos. ¡Pero su pedido fue desestimado! Es un caso muy interesante. El repudio fue la resultante de una movilización ciudadana, de una denuncia del comportamiento de algunas autoridades por parte de una población indignada y que se sublevó contra el pago de las deudas.

En 1837, en los Estados Unidos, el repudio fue la resultante de una movilización ciudadana, de una denuncia del comportamiento de algunas autoridades por parte de una población indignada y que se sublevó contra el pago de las deudas.

Otro ejemplo, en México, el gobierno del presidente Benito Juárez, liberal en el sentido del siglo XIX, es decir, partidario de la separación del Estado y la Iglesia, de la enseñanza pública gratuita, laica y obligatoria, fue destituido en 1858 por los conservadores locales. Estos pidieron préstamos a banqueros franceses, suizos y mexicanos para financiar su gobierno ilegal. En 1861, cuando Benito Juárez vuelve al poder con el apoyo del pueblo, repudia las deudas contraídas por los conservadores. En enero de 1862, el gobierno francés de Bonaparte declara la guerra a México con el pretexto de obtener el pago de la deuda contraída con los banqueros franceses. Un cuerpo expedicionario francés de 35 000 soldados impone entonces el reino del príncipe austríaco Maximiliano I, que es proclamado emperador de México. Pero Benito Juárez regresa al poder otra vez con el apoyo popular y decide el repudio de las deudas contraídas por el régimen de Maximiliano de Austria entre 1862 y 1867. Esto dio buenos resultados para el país. Todas las grandes potencias reconocieron el régimen de Benito Juárez y firmaron acuerdos comerciales con él, incluida Francia, después de la caída de Bonaparte en 1870. Finalmente, podemos evocar la revolución rusa. La población se oponía a los gastos del régimen zarista y a las guerras que este llevaba adelante. Y cuando los sóviets toman el poder en octubre de 1917, como consecuencia de su toma de poder, uno de los decretos adoptados es, primero, el de la suspensión de pago, y luego el repudio de la deuda. Estos ejemplos dan testimonio de actos que podemos calificar de unilaterales.

Puede haber también otros ejemplos en los cuales se encuentra una intervención internacional. En 1919, en Costa Rica, hay un derrocamiento de un régimen antidemocrático y un retorno a un régimen democrático, asociado a una decisión del congreso costarricense de repudiar deudas contraídas por el régimen anterior. Frente a la amenaza de intervención británica, Costa Rica pide entonces un arbitraje neutral. Los dos países se ponen de acuerdo para designar al presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos como árbitro, ¡y esta resuelve a favor de Costa Rica! Es interesante en el nivel de la jurisprudencia, y sirve de referencia a A.N. Sack, pues este es un admirador de los Estados Unidos. Ahora bien, el presidente-juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, William H. Taft, afirma que la deuda reclamada a Costa Rica por un banco británico, el Royal Bank of Canada, es una deuda acumulada por el Presidente Federico Tinoco para su beneficio personal y contra el interés de la población. El banco no pudo demostrar que no sabía que F. Tinoco había pedido prestado ese dinero en beneficio propio. Sobre todo, en ningún momento durante el juicio, W.H. Taft se refiere al carácter despótico del régimen, y A.N. Sack concluirá en su doctrina que poco importa la naturaleza del régimen anterior, esto no tiene importancia, lo que cuenta en la apreciación de la deuda es la utilización que se hizo del dinero prestado. Y desde mi punto de vista, esto es fundamental, pues durante años hubo una interpretación errónea de la doctrina A.N. Sack, que limitaba la aplicabilidad del repudio de la deuda odiosa a los regímenes dictatoriales. Para A.N. Sack, su doctrina se aplica a un gobierno regular sobre un territorio dado, a un régimen que ejerce un poder real, y no importa si es legítimo o no.

A.N. Sack, aun cuando no hable de “pueblo” sino de “nación”, y esta es la gran diferencia del contexto histórico con la actualidad y la evolución paralela del derecho, menciona claramente los intereses de la población, sobre todo a partir de un caso muy preciso: el tratado de Versalles de 1919. Este dice que las deudas contraídas por Alemania para colonizar Polonia no pueden imputarse a Polonia, restituida a su existencia en tanto Estado independiente, pues justamente esta deuda fue contraída para colonizar Polonia y, por tanto, contra el interés del pueblo polaco. En el mismo tratado se dice que las deudas contraídas por Alemania para colonizar sus territorios de África (Namibia, Tanganica, Camerún, Togo, Ruanda-Urundi) no pueden imputarse a las poblaciones de estos territorios. Interviene aquí la noción de interés de las poblaciones, con la cual A.N. Sack no simpatiza pero que toma sentido a partir de ese período. Efectivamente, el presidente de los Estados Unidos de la época, Woodrow Wilson, publica en enero de 1918 una declaración que proclama el derecho de los pueblos a la autodeterminación https://www.dipublico.org/3669/catorce-puntos-del-presidente-wilson-1918/ y https://es.wikipedia.org/wiki/Catorce_Puntos ). De ahí que una deuda acumulada para colonizar una población dada pone en tela de juicio el derecho de ese pueblo a la autodeterminación. Esta evolución del derecho justifica mi posición, que es la siguiente: retomemos los criterios elaborados por A.N. Sack sobre la base de la jurisprudencia, pero tengamos en cuenta la evolución del derecho internacional.

LVSL. Si se mira entonces el caso de Grecia en 2015, nos encontramos con un cambio de régimen con la llegada al poder de Syriza y Alexis Tsipras, y un apoyo social importante. Sin embargo, al final, este ignoró el trabajo de la Comisión sobre la verdad de deuda pública griega, que usted integró. ¿Cuáles son los parámetros políticos que impidieron ese movimiento propicio hacia un posible repudio de una parte de la deuda griega?

E.T. Sí, es extremadamente importante analizar este caso. Se trata simplemente de la incapacidad de Tsipras para adoptar una estrategia adaptada al contexto real en el que se encontraba Grecia. Si se observa el programa de Tesalónica presentado en septiembre de 2014, gracias al cual fue elegido (véanse fragmentos del programa en mi artículo: http://www.cadtm.org/Desde-el-comienzo-el-tandem ), había toda una serie de compromisos muy importantes que implicaban especialmente una reducción radical de la deuda. En efecto, había medidas que debían provocar cambios radicales con respecto a la austeridad tan brutal que se aplicó, con respecto a las privatizaciones y con respecto a la manera como los bancos griegos fueron salvados. Tsipras emprendió una política que no era para nada coherente con el programa y los compromisos que había tomado. Su estrategia fue la de una concesión muy rápida a la Troika , compuesta por el BCE , el FMI y la Comisión Europea/Eurogrupo. El Eurogrupo, además, era una instancia sin estatus jurídico, que no existe en los tratados. Pero el gobierno Tsipras aceptó ser encerrado en este último. Varoufakis iba a negociar y firmar acuerdos con el Eurogrupo, presidido entonces por Jeroen Dijsselbloem. A mi entender, esta estrategia es lo que llevó a una primera capitulación el 20 de febrero de 2015, casi de entrada. El hecho de aceptar la prolongación del memorándum de cuatro meses, de respetar el calendario de pagos y de comprometerse a someter proposiciones de profundización de las reformas al Eurogrupo es seguir en la servidumbre (véase http://www.cadtm.org/La-primera-capitulacion-de-Tsipras ). Muchos interpretaron esto como la adopción de una actitud inteligente, táctica por parte de Tsipras. En realidad, los términos del acuerdo de febrero de 2015 constituían un renunciamiento. Esto lo acorraló definitivamente. Ahora bien, él tendría que haber dado marcha atrás, admitiendo ante su pueblo y ante la opinión internacional que había sido ingenuo al aceptar los términos del 20 de febrero. Frente al rechazo de la Troika a respetar los votos emitidos por el pueblo griego, tendría que haber declarado que, al hacer concesiones, había creído erróneamente que el Eurogrupo también iba a hacerlo. Así, habría podido llegar a la necesidad de cambiar de enfoque. Pero no lo hizo cuando tenía la legitimidad para hacerlo y lo vimos luego durante el referéndum que él ganó. Pero después del referéndum, Tsipras no aplicó la voluntad popular, ¡cuando se había comprometido a hacerlo! Es, por tanto, el propio Tsipras el que impidió que se llegara, entre otras cosas, a un repudio de la deuda.

LVSL. ¿Puede ocurrir hoy una situación similar con Italia? ¿No hay una voluntad de las instituciones europeas de ser mucho más firmes con los gobiernos de izquierda, progresistas, que con los demás?

E.T. Con Italia estamos aún en un estadio en el cual se tiene la impresión, basada en elementos reales, de que el gobierno de Salvini, por el que no tengo ninguna simpatía, evidentemente, es un poco más firme que el gobierno de Tsipras frente a los diktats de los dirigentes de Bruselas. Sin embargo, hay que relativizar, dado que, durante la campaña, Salvine pedía un mandato al pueblo italiano para salir del euro y, desde que empezó a participar en la concepción del gobierno con Di Maio, aceptó el marco y el yugo del euro. El gobierno italiano parece firme en el rechazo de la estricta disciplina presupuestaria. Pero esperemos a ver cómo sigue, pues lo más importante queda por venir. Si el enfrentamiento continúa y se endurece, ¿cuál es la actitud que el gobierno italiano adoptará a fin de cuentas? Nadie lo sabe. En todo caso, es de lo más lamentable constatar que es un gobierno en parte de extrema de derecha el que desobedece a la UE con un argumento de rechazo a la austeridad a todo precio, mientras que esta postura debería ser la de los gobiernos democráticos y progresistas. Es una pena ver al gobierno polaco desobedecer a la austeridad, al gobierno húngaro desobedecer en otros aspectos y ver que otros gobiernos permanecen dóciles con respecto a las políticas injustas dictadas por los dirigentes de Bruselas. Por ejemplo, en España, el gobierno de Pedro Sánchez presentó un presupuesto conforme a las reglas dictadas desde Bruselas.

Por otro lado, es absolutamente cierto que hay una voluntad de las instituciones europeas de ser más duras con gobiernos de izquierda democrática y progresista que con los demás. Pero al mismo tiempo, en los primeros, y sobre todo en el caso de Grecia, no hubo desobediencia. Lo que es extraordinario, con todo, es sobre lo que hay que insistir absolutamente en el caso de Tsipras: algunos días después de su elección en enero de 2015 y la constitución de su gobierno, cuando todavía no había tomado ninguna medida, el 4 de febrero, el BCE cortó las liquideces normales a los bancos ( http://www.cadtm.org/Desde-el-comienzo-el-tandem y http://www.cadtm.org/El-tandem-Varoufakis-Tsipras-hacia ). Era una declaración de guerra. Por otro lado, hay gobiernos de derecha y de extrema derecha que desobedecen, pero ¿dónde están las medidas fuertes de la UE en contra de ellos? No se las ha visto todavía.

LVSL. Justamente, pongámonos en situación a la manera del reciente artículo de Renaud Lambert et Sylvain Leder en Le Monde diplomatique, “Frente a los mercados, el escenario de un brazo de hierro”. Tomemos el caso de un país como Francia, ante la elección de un gobierno progresista y resueltamente determinado a romper con el neoliberalismo. El gobierno anuncia rápidamente una moratoria sobre la deuda para encarar el repudio de su parte ilegítima. ¿Cómo evitar el pánico financiero y los daños colaterales, económicos y sociales, que seguirían?

E.T. Yo no diría que se trataría de evitar el pánico bancario sino: ¿cómo manejarlo? Ocurra lo que ocurra, ese pánico existirá y hay que prepararse. Para limitarlo, propongo un instrumento que no es evocado en el artículo de Le Monde diplomatique, y por otra parte tuve un intercambio a este respecto con Renaud Lambert, que no lo había visto. El BCE en el marco del Quantitative easing (QE) –ver el cuadro sobre QE- compró por un poco más de 256 mil millones de títulos españoles a bancos privados. El BCE lo tiene en su balance (sitio oficial del BCE, Breakdown of debt securities under the PSPP https://www.ecb.europa.eu/mopo/implement/omt/html/index.en.html , consultado el 29 de noviembre de 2018). Los compró a los bancos privados, pero es el tesoro español el que paga los intereses al BCE, y el capital al vencimiento de los títulos. Ahora bien, si el BCE amenaza a un gobierno de izquierda en España con adoptar una medida como la que tomo con respecto al gobierno de Tsipras, el gobierno español puede decidir no pagar, frente a la voluntad del BCE de impedirle llevar a cabo su mandato democrático. Es un argumento de una potencia considerable, que invierte la relación de fuerzas que el BCE pensaba dominar. Me sorprende que ninguno de los economistas consultados por Le Monde diplomatique haya pensado en él. El Quantitative easing no es suficientemente analizado por los economistas en general, incluidos los heterodoxos de izquierda, que no ven esta arma que está en manos de los Estados a partir del momento en que deciden desobedecer. La Troika estaría en una situación terrible.

Quantitative Easing (QE) o política de flexibilización monetaria
Esta es la política aplicada por el BCE desde 2015 en la misma línea de la política liderada por la Reserva Federal de Estados Unidos entre 2008 y 2014. El BCE está comprando deuda pública y privada a los bancos de la zona del euro, así como a grandes empresas. Al hacer eso, ayuda a los bancos y a otras grandes empresas privadas con dinero en efectivo en mano que estos utilizan para especular aumentando los riesgos de nuevas crisis. La recuperación económica no está en el plan. En principio, el BCE debe poner fin a este programa de compra a finales de 2018, pero en realidad ha decidido mantener una cantidad constante en sus balances de cerca de 2,2 billones de euros en valores soberanos que compró a los bancos privados entre 2015 y finales de 2018. Esto significa que cuando los títulos de deuda soberana lleguen al vencimiento, el BCE comprará títulos por una cantidad equivalente y continuará así inyectando efectivo en bancos a los que comprará estos valores soberanos. Además, el BCE utilizará el QE para chantajear a los gobiernos que no lleven a cabo una política de austeridad y reformas neoliberales lo suficientemente dura. De hecho, en el caso de que un gobierno decida romper con la austeridad, el BCE podría decidir no volver a comprar valores del país en cuestión cuando vencen los valores antiguos. El BCE podría perjudicar al gobierno en cuestión al decidir sustituir los valores vencidos por valores emitidos por un gobierno neoliberal puro y duro. Esto daría lugar a un aumento del tipo de interés de la deuda del país indisciplinado.

Por eso mismo, un gobierno legítimo que quiera romper con las políticas neoliberales no debe dudar, aplicando una política de autodefensa, en suspender el reembolso de los valores en poder del BCE.

Por otra parte, comparto con los autores de ese muy interesante artículo del Diplo la estrategia que consiste también en querer dividir a los acreedores. Por ejemplo, para volver una vez más al caso griego, Tsipras podría haberse concentrado, en un primer momento, en el FMI. En efecto los seis mil millones que había que pagar antes del 30 de junio de 2015 involucraban únicamente al FMI. El gobierno griego habría debido apuntar frontalmente al FMI.

También, cuando se habla de pánico en los mercados y de amenaza de degradación de la nota de España, si esta afirma querer financiarse en otra parte y no en los mercados, ¿qué importa entonces la nota que las agencias le atribuyan? Hay que implementar una política alternativa de financiamiento realizando un préstamo legítimo. El gobierno debería imponer a las empresas más importantes adquirir un monto dado de títulos de la deuda española a una tasa de interés fijada por las autoridades públicas y no por los “mercados”. Esto remite a los que se llama el circuito del tesoro, que funcionó entre la Segunda Guerra Mundial y los años 1970. Para ello, hay que leer la tesis, editada como libro, de Benjamin Lemoine, y titulada El orden de la deuda ( https://www.editionsladecouverte.fr/catalogue/index-L_ordre_de_la_dette-9782707185501.html ). Esta obra dice todo sobre este circuito del tesoro que quedó olvidado en la memoria.


Texto original en francés: https://lvsl.fr/59-des-montants-de-la-dette-reclamee-a-la-france-sont-illegitimes-entretien-avec-eric-toussaint

Traducido por Patricia Wilson