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domingo, 16 de febrero de 2025

La difícil pregunta sobre Auschwitz que sigue sin respuesta

Las puertas de Auschwitz con el cartel que dice: "El trabajo te hace libre."

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,Las puertas de Auschwitz con el cartel que dice: "El trabajo te hace libre."
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El 27 de enero fue designado oficialmente Día de Conmemoración del Holocausto por una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) en 2005. Pero la manera en que recordamos el Holocausto ha evolucionado a lo largo de las décadas e incluso ahora, unos 80 años después, es una historia de remembranza que aún no está terminada.

"Querido muchacho", comienza la breve nota escrita a mano en 1942, "me encantó tu mensaje de mayo. Estoy bien de salud. Espero poder quedarme aquí y volver a verte. Sigo teniendo esperanzas. Por favor, escríbeme. Saludos, tu padre".

La nota es uno de los miles de documentos que conserva la Biblioteca del Holocausto Wiener en Londres, uno de los archivos del Holocausto más grandes del mundo.

El judío que lo escribió se llamaba Alfred Josephs y se lo enviaba a su hijo adolescente Wolfgang, que había escapado con su madre a Inglaterra. Alfred había sido arrestado y se encontraba recluido en el campo de detención de Westerbork, en Países Bajos.

En aquella época todavía era capaz de transmitir mensajes breves a través de la Cruz Roja
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El último mensaje de Alfred Josephs a su hijo, escrito en papel rasgado, que ha sido conservado por la Biblioteca del Holocausto Wiener. 
El último mensaje de Alfred Josephs a su hijo, escrito en papel rasgado, que ha sido conservado por la Biblioteca del Holocausto Wiener.

Fuente de la imagen,Biblioteca del Holocausto Wiener


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En su carta, Alfred Josephs decía que se encontraba bien. Fue el último mensaje que su hijo Wolfgang recibiría de su padre. Lo que Alfred no sabía era que Westerbork era un campo cuyos internos iban a ser trasladados a Auschwitz. Wolfgang nunca volvería a saber nada de su padre.

En un principio, Auschwitz fue utilizado por los alemanes para albergar a prisioneros de guerra polacos. Después de que la Alemania nazi atacara a la Unión Soviética, se convirtió en un campo de trabajo, donde muchos reclusos fueron obligados a trabajar hasta morir. Los nazis lo llamaron "aniquilación por trabajo".

Pero en 1942 se convirtió en el Auschwitz que permanece en nuestra memoria compartida, pues para entonces era un campo de exterminio cuyo principal objetivo era el asesinato en masa.

Un bloque de prisión y una doble línea de cercas eléctricas en el campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

Un bloque de prisión y una doble línea de cercas eléctricas en el campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Auschwitz se convirtió en un campo de trabajo y luego en uno de exterminio. 

Un noticiero filmado por los aliados después de la liberación de Europa muestra a civiles alemanes siendo obligados por las tropas a visitar los campos.

"Desde cualquier ciudad alemana hasta el campo de concentración más cercano sólo había un breve paseo", dice la voz en off estadounidense. La cámara capta a alemanes relajados y elegantemente vestidos, riendo y charlando mientras avanzan.

Pasan junto a los cadáveres, montones de hombres y mujeres demacrados, hombres y mujeres que tal vez en el pasado fueron sus vecinos, colegas, amigos. La cámara que había captado sus sonrisas relajadas antes de entrar en los campos ahora registra su horror.

La sorpresa se refleja en sus rostros. Algunos lloran. Otros sacuden la cabeza, se cubren la cara con pañuelos y miran hacia otro lado.

Puertas de entrada y vías del tren en Birkenau, campo de concentración de Auschwitz en Polonia. 

Puertas de entrada y vías del tren en Birkenau, campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

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Auschwitz fue liberado por las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945. 

La Europa de posguerra observó este horror y reconoció la profundidad del sufrimiento. Pero ¿cómo entendió la Europa de posguerra la situación de los perpetradores?

Cuando hablamos de matanza industrializada, no nos referimos sólo a su escala, por enorme que fuera. También nos referimos a la sofisticación de su organización: la división del trabajo, la asignación de tareas especializadas, la eficiente distribución de los recursos, la meticulosa planificación que se necesitaba para mantener en marcha las ruedas de la máquina de matar.

Esos mismos noticieros mostraban a guardias nazis bien alimentados, tanto hombres como mujeres, luego puestos bajo custodia aliada.

¿Cuál fue la naturaleza del colapso moral que convirtió este horror en una normalidad para los nazis que dirigían esos campos, una normalidad en la que el asesinato en masa se convirtió, para ellos, en algo más del día a día?

Esta es una pregunta que se ha abordado muchas veces antes, pero que incluso ahora, unos 80 años después de la liberación de Auschwitz, todavía no se ha comprendido plenamente.

Evitando una pregunta difícil

Durante los años posteriores a la guerra, la atención pública se desvió de esta cuestión, pero también de tratar de comprender lo que había sucedido en términos más amplios.

Aunque algunos criminales de guerra nazis fueron procesados, la nueva prioridad, en una Europa dividida por la Guerra Fría, fue convertir a Alemania Occidental en un aliado democrático.

El Holocausto prácticamente desapareció de la memoria popular en gran parte del mundo occidental. El público de la posguerra quería pasar página y, en la cultura popular, en Gran Bretaña, por ejemplo, había un apetito por historias que pudieran celebrarse y aplaudirse.

"La cultura de la memoria de la Segunda Guerra Mundial todavía ponía el acento en el heroísmo", afirma Toby Simpson, director de la Biblioteca del Holocausto Wiener.

"Se hacía hincapié, por ejemplo, en el desembarco de Normandía. Y en las historias que los sobrevivientes querían contar había muy poco heroísmo. Era una historia en la que se los había despojado de su humanidad, de su capacidad de decisión, de su capacidad de elección. Se los había convertido en no-personas".

Primo Levi, en 1986, sentado frente a una estantería con una máquina de escribir.

Primo Levi, en 1986, sentado frente a una estantería con una máquina de escribir

Fuente de la imagen,Getty Images


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Al principio, el escritor italiano Primo Levi tuvo dificultades para encontrar un editor para su libro "Si esto es un hombre".

El superviviente italiano Primo Levi escribió sus memorias de Auschwitz, "Si esto es un hombre", inmediatamente después de la guerra. Era uno de los miles de personas que todavía estaban en Auschwitz cuando llegaron las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945.

La mayoría de los prisioneros habían sido obligados a marchar hacia el oeste, en dirección a Alemania, en un gélido invierno. Muchos de ellos, ya debilitados por las condiciones del campo, murieron en el camino en lo que se conoció como las Marchas de la Muerte.

Levi estaba demasiado enfermo y las tropas soviéticas lo encontraron al borde de la muerte en la enfermería del campo.

"No perdonar y no olvidar"

Hoy en día, "Si esto es un hombre" se considera una obra maestra del testimonio de un superviviente y una de las memorias más importantes de toda la época. Pero en 1947, Primo Levi tuvo dificultades para encontrar un editor, incluso en su Italia natal.

Finalmente, una pequeña editorial independiente de Turín publicó una tirada de 2.500 ejemplares. Se vendieron 1.500 ejemplares y luego desapareció. Para las editoriales y para el público, todavía era demasiado pronto. Parecía que pocos querían leerlo.
 
"Primo Levi no se vendió porque no era el momento adecuado y porque era un escritor demasiado grande para dar una respuesta heroica. Su respuesta es mayor que el heroísmo", dice Jay Winter, profesor emérito de Historia en la Universidad de Yale. Muchos miembros de la familia materna del profesor Winter fueron asesinados en el Holocausto.

Y añade: "Mucha gente ha convertido a Primo Levi en un santo, pero basta con leer el poema que hay al principio de "Si esto es un hombre" para ver que no perdona a nadie: no perdona ni olvida".

Vista del alambre de púas en Auschwitz-Birkenau. Está nevando.

Vista del alambre de púas en Auschwitz-Birkenau. Está nevando.

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"El libro de Primo Levi no se vendió porque no era el momento adecuado y porque era un escritor demasiado grande para dar una respuesta heroica", dice Jay Winter.

"Hubo una conmemoración del Holocausto en la década de 1950", dice el profesor David Feldman de la Universidad Birkbeck en Londres, "pero fue algo que hicieron los propios judíos, en pequeños grupos fragmentados".

"Eran ocasiones de duelo más que de conmemoración. La idea que tenemos ahora, de conmemoración, de que de alguna manera se pueden sacar lecciones del Holocausto, no era algo común entonces", agrega.

Según el profesor Winter, "los países que se estaban reconstruyendo… necesitaban un mito de resistencia, de lucha armada heroica contra los nazis o los fascistas italianos". Ese mito de resistencia "no tenía espacio para los prisioneros de los campos de concentración".

Un cambio de actitud

Recién en los años 60 volvió a despertar interés popular. Cuando los agentes israelíes capturaron a Adolf Eichmann, figura clave de la campaña de exterminio, lo juzgaron en Jerusalén y lo transmitieron por televisión. Ahora, la conmemoración del Holocausto empezó a llegar a un público más amplio.

A través del juicio a Eichmann, el nuevo medio de comunicación masivo, la televisión, llevó el testimonio de los sobrevivientes a las salas de estar del mundo occidental.

Coincidió también con un cambio cultural en las actitudes públicas ante la guerra: una generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial estaba alcanzando la mayoría de edad en los años 1960.

El War Requiem de Benjamin Britten incorporó las palabras del poeta de la Primera Guerra Mundial Wilfred Owen (cuya poesía también había desaparecido de la conciencia popular) a una nueva generación.

El sentimiento antibélico se vio alimentado aún más por la participación de Estados Unidos en Vietnam.

Adolf Eichmann se encuentra en su celda de cristal a prueba de balas para escuchar al Tribunal Supremo de Israel rechazar por unanimidad una apelación contra su sentencia de muerte. Junto a él hay dos guardias armados.

Adolf Eichmann se encuentra en su celda de cristal a prueba de balas para escuchar al Tribunal Supremo de Israel rechazar por unanimidad una apelación contra su sentencia de muerte. Junto a él hay dos guardias armados.

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La retransmisión televisiva del juicio de Adolf Eichmann contribuyó a difundir la conmemoración del Holocausto entre un público más amplio.

"Yo diría que el juicio a Eichmann también llevó a los perpetradores a las salas de estar de las personas", dice el profesor Feldman. "El testimonio de los supervivientes y el énfasis en que ellos fueran el centro de la conmemoración del Holocausto llegó más tarde. Se desarrolló lentamente en la década de 1960. En la década de 1990 ya estaba bien establecido".

La historia del Holocausto -por fin- ocupó su lugar en nuestra conciencia colectiva.

A partir de los años 60, las memorias de Levi encontraron lectores en todo el mundo.

El padre de Ana Frank, Otto, también tuvo dificultades, en el período de posguerra, para encontrar un editor para el diario de su hija. Hasta la fecha se han vendido aproximadamente 30 millones de copias.

¿Qué fue de Alfred Josephs?

En cuanto a Wolfgang Josephs, en agosto de 1946 todavía albergaba la esperanza de encontrar con vida a su padre. Recibió una nota mecanografiada de la Cruz Roja británica en la que le informaban, con pesar, de que los funcionarios de esa institución en Europa habían buscado en las listas de supervivientes y que el nombre de su padre no figuraba entre ellas.

Wolfgang anglicanizó su nombre y lo convirtió en Peter Johnson, y se instaló en Reino Unido, en una época en la que pocos en el mundo occidental querían escuchar las historias de quienes habían presenciado o sobrevivido al Holocausto.

Donó los documentos de su familia a la Biblioteca del Holocausto Wiener, que sigue siendo un vasto depósito de pruebas del período más oscuro de la historia de Europa.

Ahora, 80 años después, quedan tan pocos sobrevivientes que pronto el deber de recordar pasará a la posteridad.

"Creo que recordar el Holocausto es aún más importante ahora", dice Simpson, "porque ocurrió a tal escala y con tal intensidad de odio que [todavía existe] la necesidad de entender, de explicar este evento a escala continental en el que fueron asesinados seis millones de judíos".

Y también existe la necesidad de comprender plenamente cómo dar sentido a los perpetradores y la naturaleza del colapso moral que permitió que esto ocurriera.

Como escribió Primo Levi: "La herida no se puede curar. Se prolonga en el tiempo".

lunes, 10 de febrero de 2025

"Holocausto": la serie de TV estadounidense que cambió la visión de los alemanes sobre el genocidio nazi

Escena de la miniserie "Holocausto"

Fuente de la imagen,Alamy

Pie de foto,La miniserie "Holocausto" dramatizó el genocidio nazi a través de la historia ficticia de la familia Weiss.

"Holocausto", una megaproducción televisiva estadounidense de 1979 protagonizada por Meryl Streep, transformó la forma en que los alemanes veían su propia historia.

La miniserie llevó los horrores de los crímenes nazis a las salas de estar de los alemanes y convirtió la palabra "holocausto" en un término de uso común en el idioma alemán.

Es que solo en Alemania Occidental, un tercio de la población (unas 20 millones de personas) vieron al menos parte de la serie de cuatro episodios en 1979.

En enero, cuando se conmemora el día internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, el drama se ha vuelto a mostrar en la televisión alemana y sigue siendo tan relevante como siempre.

El impacto de ver a las víctimas

"Holocausto" cuenta la historia de una familia judía alemana ficticia integrada por Josef Weiss (Fritz Weaver), un exitoso médico de Berlín, su esposa Berta Palitz Weiss (Rosemary Harris) y sus tres hijos, y traza su trágico viaje desde la afluencia burguesa hasta las cámaras de gas.

Hay una historia paralela que se centra en el personaje de Erik Dorf (Michael Moriarty), un abogado desempleado que inicialmente es apolítico, pero consigue un trabajo con las SS, las fuerzas de seguridad de Adolf Hitler, y se convierte en parte de la máquina de matar nazi.

Meryl Streep en una escena de "Holocausto"
Meryl Streep en una escena de "Holocausto"

Fuente de la imagen,Alamy


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La actriz Meryl Streep interpretó a una mujer cristiana, Inga Helms Weiss, que estaba casada con uno de los hijos Weiss. La serie provocó un debate nacional. 

Las encuestas de la época muestran que 86% de los espectadores hablaron sobre el Holocausto con amigos o familiares después de ver el programa.

Unos 10.000 alemanes llamaron-muchos llorando- a la emisora del programa, WDR, para expresar su conmoción y vergüenza. En algunos casos, exsoldados se pusieron en contacto para confirmar los detalles de los crímenes nazis.

Fue la primera vez que una popular producción televisiva representó la vida de las víctimas de Hitler.

Hasta entonces el tema solo había sido abordado en documentales, que se focalizaban en los hechos y en las cifras.

Durante la década de 1960 el debate se centró principalmente en los perpetradores, provocado en parte por los juicios de Auschwitz, realizados en Frankfurt entre 1963 y 1965.

"Los sobrevivientes vinieron a los juicios de Auschwitz y los periodistas ni siquiera los entrevistaron. A nadie le importaban las víctimas. Eso cambió con (la serie) 'Holocausto'", dice el historiador y profesor Frank Bösch.

Bösch escribió el libro Zeitenwende 1979 ("Momento crucial 1979"), sobre eventos clave de ese año que transformaron al mundo. El drama televisivo es considerado uno de ellos, junto con la revolución iraní y la elección de Margaret Thatcher.

James Woods en una escena de "Holocausto"
James Woods en una escena de "Holocausto"

Fuente de la imagen,Alamy


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El actor James Woods (centro) interpretó al artista judío Karl Weiss, casado con Inga. 

La miniserie cuenta emotivas historias personales de personajes de la vida cotidiana, haciendo que sea fácil para los espectadores identificarse con ellos y accesible para la sociedad en general.

Además, los perpetradores no son demonizadoscomo seres malvados y sádicos, sino que aparecen como alemanes comunes, piezas de la maquinaria nazi que contribuyeron al Holocausto a través de pequeños actos cotidianos de crueldad o cobardía.

La serie fue polémica y casi no llega a Alemania. Fue realizada por la cadena de televisión estadounidense NBC y en 1978 fue vista por 120 millones de estadounidenses.

Pero los comentaristas alemanes criticaron la serie, calificándola como una telenovela melodramática que trivializó la Shoah (el holocausto judío).

Los de izquierda acusaron a la cadena estadounidense de explotar cínicamente los crímenes nazis para obtener más rating.

Los nacionalistas de derecha se quejaron de que las víctimas de guerra alemanas estaban siendo olvidadas.

Los neonazis incluso bombardearon dos transmisores de televisión en un intento por detener las emisiones del programa en Alemania.

 Incluso hoy la serie todavía tiene sus críticos: algunos sobrevivientes del Holocausto han dicho que el drama es higienizado y simplista.

Pero lo cierto es que ha transformado la forma en que Alemania se vincula con su pasado nazi.

James Woods en una escena de "Holocausto
James Woods en una escena de "Holocausto"

Fuente de la imagen,Getty Images


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En la serie el personaje de Karl es enviado al campo de concentración Buchenwald. 

Inicialmente, algunos funcionarios alemanes temían que la serie provocara un sentimiento antialemán en el extranjero, dice el profesor Bösch.

Pero la toma de conciencia nacional provocada por el drama generó respeto por la forma en que Alemania enfrenta sus crímenes del pasado.

Unos meses después de la emisión de la serie, Alemania eliminó el estatuto de limitaciones para el asesinato, para permitir que los nazis fueran juzgados por su participación en el Holocausto.

Y el debate a nivel nacional generó sed de más conocimiento.

Durante la década de 1980 las escuelas exigieron más material didáctico, los historiadores alemanes comenzaron a centrarse más en el Holocausto y los campos de concentración abrieron las primeras exposiciones y memoriales importantes.

Un recordatorio oportuno

Ahora Alemania ha estado reevaluando cómo el drama cambió al país hace 40 años.

La rememoración del Holocausto y las palabras "nunca más" se han convertido en principios clave de la identidad política de la Alemania moderna.


Niños y una mujer encerrados en Auschwitz, el día de su liberación el 27 de enero de 1945

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Niños y mujeres encerrados en Auschwitz en el día de su liberación, el 27 de enero de 1945, por tropas soviéticas. 

Pero el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) dice que los alemanes ahora deben avanzar y dejar atrás esa cultura de conmemoración.

El año pasado el líder de AfD, Alexander Gauland, describió el período nazi como "meros excrementos de pájaro en más de 1.000 años de historia alemana exitosa".

Y menos de la mitad de los alemanes de 14 a 16 años saben lo que era Auschwitz, según una encuesta realizada por la Fundación Körber.

 A 40 años de la primera transmisión de "Holocausto" en Alemania, todavía se necesitan dramas accesibles que resalten los crímenes nazis.

lunes, 27 de enero de 2025

_- Cómo fue la iberación de Auschwitz, el campo de exterminio nazi símbolo del Holocausto. Hoy se celebra el 80 aniversario. 27 de enero 2.025



El 27 de enero fue designado oficialmente Día de Conmemoración del Holocausto por una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) en 2005. Pero la manera en que recordamos el Holocausto ha evolucionado a lo largo de las décadas e incluso ahora, unos 80 años después, es una historia de remembranza que aún no está terminada.
BBC

sábado, 21 de diciembre de 2024

El nazi que despertó a Francia.


Se cumplen 30 años del juicio del Carnicero de Lyon | Internacional
Klaus Barbie, con uniforme del ejército alemán, en 1944.
































El juicio a Klaus Barbie, celebrado hace 30 años, obligó al país galo a cambiar su visión sobre la parte más terrible de su pasado, la Ocupación.

A veces los países eligen cuándo se enfrentan a los momentos más terribles de su historia. Sin embargo, otras veces el pasado estalla de golpe. Eso fue lo que ocurrió durante el juicio al alemán Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo en Lyon, celebrado hace ahora 30 años y que terminó, el 4 de julio de 1987, con su condena a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad. La expulsión de este antiguo oficial de las SS desde Bolivia en 1983 y su proceso cuatro años más tarde obligaron a los franceses a recordar que la II Guerra Mundial no fue el momento idealizado y fundacional que habían dibujado desde el regreso del general De Gaulle. El de Barbie fue el último gran proceso contra un criminal nazi y, seguramente, el más importante desde el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1960. Pero su importancia radica sobre todo en su efecto sobre la sociedad.

Tras la guerra, el Carnicero de Lyon fue reclutado por los servicios secretos estadounidenses, que más tarde le ayudaron a huir a Bolivia Los franceses se vieron obligados a recordar que el jefe de la Resistencia en el interior, Jean Moulin, fue capturado por los nazis, sin duda, pero porque había sido traicionado por un compañero; también quedó claro que los ocupantes no actuaron solos, sino apoyados por una milicia formada por los ocupados; y que algunos ciudadanos sufrieron de manera atroz durante la Ocupación, mientras que otros muchos simplemente esperaron a que pasase la tormenta mirando hacia otro lado, sin comprometerse con ninguno de los dos bandos.

El juicio a Barbie también recordó otra verdad profundamente incómoda: que durante la incipiente Guerra Fría, el antiguo nazi fue fichado por los servicios secretos estadounidenses, porque les vendió que era un militar capaz de perseguir la infiltración comunista. Washington le ayudó luego a huir a Bolivia, donde trabajó al servicio de varias dictaduras. Sobre este tema dirigió Kevin MacDonald, el realizador de El último rey de Escocia, un documental, My Enemy’s Enemy (El enemigo de mi enemigo), que puede verse en Filmin. La presencia ante la corte del viejo nazi sacó a la luz que las líneas que separan lo bueno de lo malo en la memoria de los países y en las relaciones internacionales son siempre mucho más difusas y cambiantes de lo que queremos creer. El hecho de que el mismo país que ayudó a liberar a Francia con el desembarco en Normandía colaborase después con el torturador y asesino del héroe ejemplar de la 

La resistencia contra los nazis demuestra la complejidad de la posguerra europea.

El Carnicero de Lyon era un nazi de segunda fila, un sádico que disfrutaba torturando, pero no dejaba de ser un asesino a las órdenes de otros.

Su misión, como se le escucha decir en el documental en una vieja grabación, era “acabar con la Resistencia y matar”. Su notoriedad en la memoria colectiva francesa se debe a que fue el policía que capturó a Jean Moulin, el hombre enviado por De Gaulle para unificar la Resistencia en Francia, y que lo torturó hasta la muerte. 

“Hasta el proceso, se hablaba poco y mal de este periodo”, declaró recientemente a la prensa francesa Alain Jakubowicz, que entonces era un joven abogado. “Fue un acto fundador que marcó un antes y un después y que permitió los procesos contra Touvier y Papon”.

El abogado se refiere a Paul Touvier, el jefe de la milicia de Lyon, condenado a cadena perpetua después de la liberación, pero que fue amnistiado en 1971 por el presidente Georges Pompidou. Sin embargo, dado que sus crímenes eran imprescriptibles, temiendo un nuevo proceso, se esfumó, con la ayuda de algunos sectores ultraconservadores de la Iglesia católica. Fue localizado y condenado de nuevo. Cuando murió en prisión, en 1996, el diario Libération tituló: “Un odio se ha extinguido”, por su irreductible antisemitismo. 

El caso de Maurice Papon, el otro personaje al que alude el abogado, es todavía más complejo: ocupó cargos públicos entre 1931 y 1987, con Gobiernos del Frente Popular, pero también colaboracionistas y luego socialistas, hasta que fue desenmascarado por el semanario Le Canard Enchaîné, que publicó documentos que demostraban que dirigió la deportación de 1.645 judíos. Tras una batalla legal de dos décadas, fue condenado en 1998 por complicidad con crímenes contra la humanidad.

Como el del propio Barbie, que falleció de cáncer en prisión en 1991, a los 78 años, son dos casos que reflejan toda la complejidad de la historia de Francia y la enorme dificultad que tiene cualquier país para asimilar su pasado. Barbie no fue el único elemento que despertó la memoria más incómoda, aunque representó un desencadenante muy importante para el reconocimiento por parte del Estado francés de su parte de culpa en los crímenes cometidos durante el Holocausto. 

Paradójicamente, Barbie no fue juzgado por su crimen más célebre, la captura y asesinato de Jean Moulin, sino por su papel en la deportación de judíos hasta los últimos días de la Ocupación, porque se trata de crímenes contra la humanidad, que no pueden prescribir nunca. Pero su abogado, el célebre Jacques Vergès, que también acabaría defendiendo al terrorista Carlos, se ocupó de que aquel caso y las dudas sobre quién traicionó al héroe de la Francia libre sobrevolasen el proceso.

Una testigo relató en el juicio que Barbie la torturó de manera salvaje ante su madre para arrancarle información sobre sus hermanos “Lejos de su imagen de heroísmo, Vergès trató de demostrar que el grupo resistente estuvo lleno de traidores, muchos de los cuales temían todavía que la verdad fuese revelada. A causa de la idealización nacional de la lucha contra los nazis y ante el temor de que esa imagen resultase dañada, Vergès logró cambiar la atención del discurso público de la persecución de los judíos a la propia Resistencia”, escribió la historiadora Joan B. Wolf en el ensayo Harnessing The Holocaust. The Politics Of Memory In France (El uso del Holocausto. La política de la memoria en Francia).

Sin embargo, hubo un elemento que desbarató por completo la estrategia de defensa: los testigos. Ahí también, el proceso a Barbie encierra una profunda lección: la única forma de destruir, o por lo menos de dañar gravemente en su línea de flotación, a los negacionistas del Holocausto es escuchar a las víctimas, a aquellos que estuvieron allí. Han pasado más de 70 años desde el final de la II Guerra Mundial y sus voces se van extinguiendo. Por eso es más importante que nunca recordarlas.

Uno de los testimonios más impresionantes lo proporcionó Simone Lagrange, detenida junto a sus padres, cuando tenía 13 años, el mismo Día D, el 6 de junio de 1944. Su torturador no se arrepintió de nada, ni siquiera asistió a las sesiones del proceso porque no reconocía la legitimidad del tribunal, pero la voz de aquella mujer se escuchó en todo el mundo. Recordó que fue detenida junto a sus padres porque Barbie quería localizar a sus hermanos. Después de darle una paliza tremenda, con ella con la cara ensangrentada por los puñetazos, le tiró violentamente del pelo, le acercó a su madre y le dijo: “Mira lo que estás haciendo a tu hija”. Fueron deportados los tres y solo ella volvió de los campos. Su madre murió en la cámara de gas y su padre fue asesinado delante de ella. Lagrange falleció en 2016, a los 85 años, después de haber demostrado que es posible la justicia y que la memoria de las víctimas es más fuerte que cualquier mentira sobre el pasado.

viernes, 26 de enero de 2024

HOLOCAUSTO. La judía que sobrevivió al Holocausto oculta en el corazón del terror nazi.

El libro de memorias ‘Clandestina’ relata la insólita historia de Marie Jalowicz, que desafió al Tercer Reich sin salir de Berlín, eludiendo a la Gestapo y superando las violaciones, el frío y el hambre.
Pasaporte falsificado que usó Marie Jalowicz, cortesía de su hijo Hermann Simon.
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Marie Jalowicz, judía berlinesa que tenía 11 años cuando Adolf Hitler llegó al poder en 1933, nunca había contado cómo sobrevivió al Holocausto. Tras la guerra, se matriculó en la universidad, se casó y tuvo dos hijos, y desarrolló una exitosa carrera académica como profesora de Filosofía en la Universidad Humboldt de Berlín. Durante 50 años, apenas dejó caer algún dato suelto a su familia.

Ya septuagenaria, un día su hijo Hermann le colocó sin previo aviso una grabadora sobre la mesa del comedor. Y empezó a relatar. De forma cronológica, fue contando sus recuerdos, los de una adolescente que hizo frente a la adversidad como trabajadora forzada en Siemens, escapando de los tentáculos de la Gestapo, ofreciendo su cuerpo a cambio de cobijo, pasando frío y hambre. En definitiva, intentando salir a flote de forma clandestina en pleno Berlín, el centro de la pavorosa maquinaria del Tercer Reich, hasta que en 1945 los Aliados derrotaron a la Alemania nazi.

“No sabía cómo iba a reaccionar. Era una mujer difícil de manejar, de sí o de no, en el medio no había nada. Le dije que siempre había querido contar su historia. Y me sorprendió: preguntó: ‘¿Por dónde empiezo?’. Le dije que por el principio, y así lo hizo”, recuerda hoy su hijo, Hermann Simon, historiador de 74 años. El resultado de aquellas sesiones iniciadas el 26 de diciembre de 1997 fueron 77 casetes (900 páginas transcritas), horas y horas de grabación que Jalowicz se tomaba como si fueran una clase magistral. “Duraban 60 o 90 minutos, y tenían principio y final. Algo así solo se puede hacer una vez en la vida”, apunta todavía maravillado Simon en una cafetería del barrio de Prenzlauer Berg, muy cerca de la Nueva Sinagoga de Berlín.

La última de las cintas se grabó ya en el hospital, pocos días antes de la muerte de Jalowicz en 1998. Le dio tiempo a relatar la increíble historia de cómo una joven de 19 años decidió en 1941 que quería vivir y que iba a intentarlo ocultándose en la boca del lobo del terror nazi. Simon trabajó durante 15 años el contenido de las cintas. Comprobó nombres, fechas, lugares y hechos. Aún se sorprende de la exactitud del relato de su madre, de cómo pudo retener toda aquella información durante décadas y sin más ayuda que su memoria.

Hermann Simon, en la entrada de la Nueva Sinagoga de Berlín, en julio. PATRICIA SEVILLA CIORDIA

Cuando la historia de Jalowicz vio la luz en Alemania en 2014, impactó a crítica y lectores. Se habían publicado muchos relatos de supervivientes, pero ninguno como este. Ninguno contaba cómo una joven judía había pasado a la clandestinidad y había aguantado sin ser descubierta en Berlín hasta el final de la guerra. Tampoco era habitual ese estilo desapasionado, crudo, sin voluntad estilística sino puramente documental. Y, sobre todo, como destaca Simon, “tan honesto”.

La versión abreviada y editada de las grabaciones de Jalowicz, elaborada con ayuda de la autora Irene Stratenwerth, no ahorra detalles de ningún tipo, tampoco los más íntimos. “No quisimos dejar nada fuera”, confirma el historiador. Las memorias, tituladas Clandestina, se han publicado en España en las editoriales Periférica y Errata Naturae, en traducción de Ibon Zub

Marie Jalowicz.
Marie Jalowicz Imagen de Marie Jalowicz alrededor de 1944, cortesía de su hijo Hermann Simon. @HERMANN SIMON

La historia de Jalowicz es sobre todo una hazaña de supervivencia. Hija de una familia culta de clase media, con 15 años pierde a su madre víctima del cáncer y con 17 es reclutada como trabajadora forzada en una fábrica de Siemens. Allí participa en pequeños sabotajes de la producción junto a otras obreras y capataces, y por primera vez describe cómo muchos alemanes no estaban de acuerdo con los nazis. En el relato no hay buenos ni malos, sino personas con sus ambigüedades que se comportan bien o mal según las circunstancias. Recuerda por ejemplo lo que les decía el capataz alemán Max Schulz: “Mi párroco dice que los nazis son los mayores criminales de la historia de la humanidad”.

En 1941, hostigado por las restricciones antisemitas, su padre fallece y ella decide abandonar la fábrica. Pide a su jefe que la deje marchar. Sabe, o intuye, que la persecución de los judíos solo puede empeorar. “¿Por qué quiere irse de aquí?”, le pregunta él. “Quiero salvarme”, responde Jalowicz. “¿Qué pretende hacer sola? Ahí fuera estará sola en el páramo helado”. “Prefiero el páramo helado y prefiero estar sola porque veo en qué va a acabar todo esto. Nos deportarán, y será el final para todas”. En Berlín vivían más de 160.000 judíos en 1933; al final de la guerra quedaban apenas 5.100, según recoge el ensayo Judíos en Berlín, coeditado por Simon.

La odisea de la protagonista cruza un punto de no retorno en junio de 1942, cuando escapa de una pareja de la Gestapo que iba a detenerla y pasa a la clandestinidad. Se quita la estrella amarilla y permanece bajo la superficie de la vida cotidiana de la gran ciudad, con el miedo constante a ser descubierta y una aguja enhebrada en el forro del abrigo. En los tres años que vivió oculta de la burocracia nazi cambió casi 20 veces de casa. La acogieron o ayudaron comunistas, sindicalistas, opositores al régimen, y hasta nazis fanáticos. Algunos sabían quién era, otros lo sospechaban. Al nazi, que presumía de detectar a un judío a distancia, consiguió engañarlo.
Marie Jalowicz Simon

 Marie Jalowicz Simon en 1988, en una imagen cedida por su hijo. @HERMANN SIMON

A través de estas experiencias, los recuerdos de Jalowicz dibujan un vívido fresco de la diversa sociedad berlinesa bajo el yugo del nazismo. No solo de los comerciantes, médicos e intelectuales que formaban su entorno más cercano, sino también de obreros, empleadas del hogar, inmigrantes y marginados. A diferencia de otros clandestinos, como Ana Frank, la joven Jalowicz se movía constantemente por la ciudad. Cogía el transporte público, caminaba, hacía las colas del racionamiento para quienes la cobijaban.

En una ocasión, mientras esperaba que le consiguieran un nuevo lugar donde dormir, tuvo que pasar la noche fuera dando vueltas por Berlín. Y la llamaron las necesidades fisiológicas. Cuenta que se coló en un edificio pequeñoburgués al sudeste de la ciudad. “Cuando encontré una placa con un nombre que me resultó antipático y sonaba a nazi, me acuclillé e hice mis necesidades. ¿Qué pensaría aquella gente al descubrir por la mañana el regalito en el felpudo?”.

La importancia de la suerte
Sus recuerdos evocan momentos de una gran crudeza, como cuando tiene que ofrecer su cuerpo para mantenerse a salvo. Lo cuenta como quien relata lo que desayunó por la mañana. Tampoco elude las violaciones masivas que describe Una mujer en Berlín, el escalofriante texto anónimo que cuenta cómo las mujeres se convirtieron en víctimas de las tropas soviéticas que entraron en Berlín al final de la II Guerra Mundial. “A mí también me tocó, claro. […] Me visitó de noche un tipo fornido y amable llamado Iván Dedoborez. No me importó gran cosa. Luego escribió a lápiz una nota que dejó en mi puerta: que esa de allí era su novia y que me dejaran en paz. Y el hecho es que después de aquello no volvieron a molestarme”.

Su determinación y fuerza de voluntad la empujaron hacia la salvación, pero Jalowicz siempre subrayó la importancia de la pura suerte, tal como lo recordaba en una conferencia en 1993: “La supervivencia de cada individuo que subsistió en la clandestinidad se asentó en una concatenación de azares que a menudo resulta increíble y cabe llamar milagrosa”.

jueves, 30 de noviembre de 2023

"Del Holocausto, más que los nazis, lo que me interesa es destacar lo fácil que la gente normal pierde de vista su humanidad y se deja devorar por el mal"

John Boyne

FUENTE DE LA IMAGEN,RICH GILLIGAN

Pie de foto,

John Boyne vuelve a la historia de "El niño con el pijama de rayas" a través de Gretel, la hermana de Bruno.


En el marco del Hay Festival de Querétaro, en BBC Mundo hablamos con Boyne de su original forma de contar el nazismo, de la culpa, de la expiación de los pecados y de los ecos que aún deja "El niño con el pijama de rayas".

Portada de "Todas las piezas rotas"

¿Cómo vivir con la culpa del nazismo? ¿Hay redención posible? ¿Qué responsabilidad tiene una niña de 12 años hija del comandante que dirigió la matanza sistemática de Auschwitz?

Más de quince años después de su bestseller "El niño con el pijama de rayas", el escritor irlandés John Boyne, de 52 años, da continuidad a la impactante historia que fue traducida a más de 30 idiomas, llevada al cine y utilizada aún hoy en las escuelas para ilustrar el Holocausto.

Pero con "Todas las Piezas Rotas" (Penguin, 2023), Boyne deja atrás la fábula y la mirada ingenua del nazismo de un niño de 9 años y se adentra en un relato mucho más adulto y reflexivo a través de Gretel, la hermana mayor de Bruno, el hijo de un comandante nazi que trabó su amistad con Shmuel, su espejo al otro lado de la alambrada del campo de concentración de Auschwitz.

Ha pasado el tiempo y Boyne sitúa a Gretel, una anciana de 90 años, en el Londres actual. Antes la vemos escapar de Alemania con su madre y pasar por Australia llevando consigo el peso de la culpa por lo que le pasó a su hermano, por lo que hizo su padre, por los crímenes del país en el que creció, por su silencio cómplice.

El de Gretel es un camino de redención a través de los personajes que aparecen al final de su vida, que le ofrecerán la posibilidad de encontrar la paz de su conciencia que lleva buscando por años.

En el marco del Hay Festival de Querétaro, en BBC Mundo hablamos con Boyne de su original forma de contar el nazismo, de la culpa, de la expiación de los pecados y de los ecos que aún deja "El niño con el pijama de rayas".

“El niño con el pijama de rayas” fue un éxito de ventas, fue llevado al cine y aún hoy se lee en las escuelas para aprender del Holocausto. ¿Por qué 15 años después sentiste la necesidad de dar continuidad a la historia?

Fue algo que tenía en la cabeza, en realidad, desde que escribí “El niño con el pijama de rayas”, así que no fue una decisión apresurada. Por ello había ido tomando apuntes en mi computadora con la idea de escribir sobre Gretel, la hermana mayor de Bruno. Pero quería escribir de ella cuando ya estuviera en el final de su vida para tener esas dos perspectivas de los niños. Uno, inocente, al comienzo de su vida, y la otra ya anciana.

Es algo que pensaba escribir cuando yo fuera mucho más mayor, hacia el final de mi vida. Pero llegó la pandemia y pareció el mejor momento, así que me senté y empecé a escribir.

¿Ya cuando escribías “El Niño…” sabías que ibas a continuar con la historia de Gretel?

Realmente fue cuando terminé los primeros bocetos del primer libro cuando pensé que volvería a esta historia, y me di cuenta de que tenía algo bastante potente para volver a escribir. Y como a “El Niño…” le fue tan bien y hablaba tan a menudo de él, se cimentó la idea en mi cabeza de que debía volver ahí en algún momento.

“Todas las piezas rotas” es un libro muy diferente a “El niño…” ¿Qué ha cambiado en estos 15 años a la hora de abordar la historia, que es continuación de la anterior?

Cuando escribí “El niño…” estaba al inicio de mi carrera y ahora estoy a mitad de camino. Soy mayor y creo que soy mejor escritor. Creo que en el primer libro hay una forma de ingenuidad que funciona. Ahora estoy en mis 50 y espero que haya más sofisticación en las novelas que escribo.

Pero las cosas han cambiado. En el mundo editorial se ha vuelto más complicado escribir un libro como este porque siempre hay críticas por abordar asuntos que no son propios de mi historia, de mi vida, algo con lo que yo estoy en desacuerdo.

Ciertamente esta es una historia más sofisticada en cómo aborda la culpa y la complicidad, que son temas que aparecen en muchos de mis libros.

Con el primer libro hubo ciertas críticas de por qué contar el Holocausto desde el punto de vista de Bruno, un niño hijo de un comandante nazi, y no desde el de Shmuel, su contraparte judía al otro lado de la alambrada en Auschwitz. Y ahora de nuevo la historia es a partir de Gretel.

Del primer libro lo que me interesaba es que el lector estaba siempre un paso por delante de Bruno. El lector sabía lo que pasaba al otro lado de la verja, mientras que Bruno la veía con tanta inocencia e ingenuidad que hacía las preguntas básicas.

Yo creo que si hubiera puesto la voz narrativa del otro lado de la valla, con un personaje judío, habría sido ir demasiado lejos para mí y habría recibido más críticas. Prefería la idea de alguien recorriendo la verja y haciendo las preguntas más sencillas y a la vez más complejas.

Y siguiendo con esa narrativa, era natural darle continuidad con Gretel, su hermana mayor.

Han pasado 15 años, tiempo suficiente para que hayas reflexionado sobre el éxito de “El Niño…”. ¿Por qué triunfó así? ¿Lo esperabas?

Sabía que iba a ser más exitoso que mis libros anteriores, pero no que después de tantos años seguiría hablando de él. Tampoco esperaba que se convirtiera en un libro controversial, como ha pasado sobre todo en años recientes. Tampoco que fuera usado en escuelas. Me sorprende que de alguna manera se haya convertido en uno de esos libros de los que al menos muchos han escuchado hablar.

Como decías, “El Niño…” se usa en las escuelas para enseñar el Holocausto. ¿Cómo te sientes con eso, que es una gran responsabilidad?

Es un poco complicado porque yo no escribí un libro de texto ni lo hice para educar a la gente. Es una fábula y sé que muchas de las críticas recientes son que no se debería usar para enseñar el Holocausto, pero es que yo nunca tuve esa intención.

Pero por otro lado, si los jóvenes lo leen y a partir de ahí se interesan más por el tema y leen obras de no ficción y ven documentales, pues creo que es una gran cosa, algo de lo que me siento orgulloso.

Auschwitz
Auschwitz

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY

Pie de foto,
Los niños de Auschwitz con el uniforme que en la fábula de John Boyne se considera un "pijama a rayas".

Tras esta historia repartida en dos libros has debido pensar mucho en la responsabilidad de los alemanes de a pie en la época nazi, sobre cuánto sabían de lo que ocurría en Auschwitz y en otros campos de concentración. ¿Cuál es tu conclusión y qué quieres contar sobre ello a través de Gretel?

El de Gretel es un caso inusual porque como niña está ya muy involucrada en el Holocausto, aunque sin ser ella responsable. Su falla es que tras la guerra podría haber dado información que hubiera ayudado a las familias de las víctimas. Elige no hacerlo porque no quiere que lo que pasó le siga generando más cicatrices.

Pero en los libros en los que me aproximo al Holocausto, lo que quiero es destacar lo fácil que la gente pierde de vista su humanidad y se deja devorar por el mal. En el primer libro, Gretel es también sólo una niña que pone en las paredes mapas de los ejércitos porque está enamorada del teniente Kotler. Basta simplemente eso para que uno pierda su humanidad.

¿Cuán culpable puede ser una niña de 12 años, que son los que tiene Gretel cuando sucede todo?

No es responsable de nada de lo que pasó, pero sí de que después eligiera su propia seguridad antes que admitir las cosas de las que había sido testigo. Y así pasa su vida, siendo consciente de eso y esperando una oportunidad para redimirse, para hacer lo correcto. Y lo encuentra cuando puede salvar a un niño, lo que le da la sensación de hacer lo correcto en su vida.

John Boyne
John Boyne

Y “Todas las piezas rotas” vuelve a poner de manifiesto que la maldad no sólo era cuestión de una persona, sino que de alguna manera había un país cómplice. Eso es algo que también has reflejado en tus libros sobre los abusos sexuales en la Iglesia católica irlandesa. Parece que te interesa no tanto el que hace el mal como la gente que es cómplice con su silencio.

Realmente es un asunto que está en muchos de mis libros y es algo a lo que siempre termino volviendo y yo creo que es porque nací en Irlanda en esos años en los que esas cosas terribles estaban sucediendo.

Y la gente de mi generación sabía que una minoría cometía esos actos criminales, pero que había una mayoría que sabía lo que pasaba. ¿Cómo pudieron dejar que pasara?

Esa es la gente que me interesa más a la hora de escribir.

Cuando leo el libro me imagino que yo sería heroico y alzaría la voz y haría lo correcto, pero no puedo evitar pensar que al final yo podría ser Gretel.

Es algo muy honesto admitirlo, porque yo se lo digo a los niños cuando voy a las escuelas a hablar del primer libro. Es fácil para nosotros ahora decir que no lo habríamos hecho. Pero si yo hubiera estado en Alemania a finales de los años 30, hubiera sido un adolescente, habría habido muchas posibilidades de acabar en las Juventudes Hitlerianas.

Habría hecho lo que todos hacían. Es imposible imaginar eso, es mejor pensar que habríamos sido héroes y habríamos hecho lo correcto. Es fácil de decir, pero no lo es.

¿Quizás sólo el mero hecho de tener esa duda nos hace estar más alerta para alzar la voz ante hechos terribles ahora, aunque sean mucho menos graves que el nazismo y el Holocausto?

Lo vemos ahora con la cultura de la cancelación. La gente tiene miedo de expresar lo que cree por la intolerancia ante la opinión que difiere de la tuya, especialmente en el mundo online, donde se puede destruir la vida de una persona.

La gente tiene miedo genuino de alzar la voz por si un grupo de intolerantes los convierte en su objetivo.

En “Todas las piezas rotas” hay un conflicto del lector hacia Gretel, a la que consideramos culpable, pero por la no se puede evitar sentir simpatía, compasión.

Es lo que buscaba. Quería que fuera un personaje ambiguo con momentos en los que se sintiera simpatía por ella y en otros enfado. En una novela el personaje principal debe ser real, veraz. Y la mayoría de las personas reales no somos santos ni villanos, estamos en el medio.

Hacemos cosas de las que nos sentimos orgullosos y otras que nos avergüenzan el resto de nuestra vida. Busco esa ambigüedad en los personajes de mis novelas para que los lectores hablen de ellos.

A veces es raro sentir compasión por Gretel porque al final era la hija del comandante nazi, no son ellos las víctimas. ¿Qué piensas sobre esto?

No, por supuesto que no es la víctima. Sabemos quiénes son las víctimas de verdad y espero no haber dejado en la novela la idea de que ella es una víctima. Es parte de las circunstancias de la Historia.

Pero yo sí creo que es un poco víctima también, ella no puede llevar la responsabilidad de lo que hizo su padre.

Ella no es culpable de eso, y algo de víctima por eso hay en ella, pero no es la víctima de la historia. Las víctimas están al otro lado de la valla.

Gretel busca redención y la encuentra al final del libro y de su vida. ¿Por qué decidió darle ese final?

Ha tenido una vida trágica y quería que al final encontrara la paz de alguna manera. Ha vivido 90 años y 80 de ellos no han sido en paz, así que al final encuentra un pequeño momento de paz que creo que merece.

Ha tenido una vida traumatizada. Trató de tener una buena vida, pero su vida nunca fue feliz por sus propias acciones, por las de su padre y por las del país en el que nació.

El final violento hace pensar también si a veces puede estar justificada la violencia y parece de alguna manera vengarse de su propio padre. ¿De alguna manera mata a su propio padre?

En algún sentido sí. Le está haciendo pagar por los crímenes que cometió contra tanta gente, incluida ella misma.

En el primer libro es Bruno el que muere y ahora ella no quiere que eso se repita. Esa familia y ese padre que viven en el apartamento de abajo hacen que regresen todos los pensamientos que había tratado de evitar.

¿Por qué decidiste contar una historia del nazismo y del Holocausto no sólo desde la perspectiva alemana, sino desde la de unos niños antes y una anciana ahora, en lugar de a través de los grandes protagonistas?

En el caso de Bruno es por su inocencia para contar el acontecimiento más importante de todos los tiempos, para contarlo desde el punto de vista de alguien que no sabe nada.

Era una manera nueva de afrontar un tema del que se ha escrito mucho. Pensé que era original y eso me servía para crear algo parecido a una fábula que quería oponer con las cualidades realistas.

Como decías, eres un outsider ante la historia del Holocausto porque no lo sufriste directamente en tu familia ni en tu país, Irlanda. ¿Es por eso que puedes ofrecer una perspectiva diferente?

Creo que ayuda porque no tengo el peso histórico en mis hombros que tendría si fuera alemán o judío. De alguna manera es más fácil aproximarse al tema desde la distancia que tengo.

Otro de los temas que resuenan en el libro, sobre todo en “El niño…”, es el de ver a un comandante nazi capaz de las peores atrocidades a un lado de la alambrada y luego ser un padre de familia muy querido en el otro.

Lo vemos desde la perspectiva del niño, de su hijo, lo cual lo hace un poco más escalofriante porque nosotros como lectores sabemos de lo que es capaz y lo que está haciendo.

Pero subrayas que la gente que dirigía los campos de concentración amaba a sus hijos, a sus perros, y esa es una de las cosas más desconcertantes.

De alguna manera esa gente monstruosa era normal en su vida privada y estos dos conceptos diferentes son muy difíciles de entender para nosotros. Eso es lo que lo hace interesante escribir de ello.

Los soldados, los oficiales, volvían a casa por la noche y jugaban con sus hijos sin tener ningún reparo en matar a otros niños. Es casi imposible reconciliar esas dos cosas, y eso es lo interesante.

https://www.bbc.com/mundo/articles/c4n871rnn79o