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jueves, 1 de agosto de 2024

¿Inventaron los nazis el ‘management’ moderno?

Adolf Hitlers visited a Siemens factory in Berlin, 1933, after his final rally before winning the parliamentary elections
Adolf Hitler visita la fábrica de Siemens en Berlín en 1933, tras su último mitin electoral antes de ganar (no las ganó, el 60% de los alemanes nunca le votó en libertad) las elecciones al Reichstag.
El historiador Johann Chapoutot describe en el ensayo ‘Libres para obedecer’ los paralelismos entre la gestión de una empresa actual y los métodos del régimen hitleriano.

¿Existe una relación entre la gestión de cualquier empresa actual y la organización del trabajo en la Alemania nazi? Es la rompedora tesis del historiador Johann Chapoutot, profesor de Historia Contemporánea en la Sorbonne, que describe en su ensayo Libres para obedecer (Alianza) cómo el régimen hitleriano puso en marcha un modelo de organización jerárquica basado en la delegación de responsabilidades y la iniciativa individual. Según Chapoutot, los nazis defendieron una concepción no autoritaria del trabajo, donde el obrero ya no era un subordinado sino un “colaborador”, noción que puede parecer contradictoria respecto al carácter iliberal del Tercer Reich. Esa estrategia de asignación de tareas y definición de competencias, opuesta a la verticalidad del capitalismo británico o francés de finales del siglo XIX y relativamente similar a la cultura neoliberal de nuestro tiempo, estuvo al servicio de la economía de guerra alemana y del exterminio de millones de personas, pero terminó sobreviviendo al final del conflicto en 1945 y fue entregada como herencia a la Europa de la posguerra.

El ensayo causó estupor y cierta polémica cuando fue publicado en Francia en 2020, donde se convirtió en un pequeño fenómeno editorial. “Descubrí las similitudes entre los modelos nazi y neoliberal al estudiar el trabajo de juristas alemanes que teorizaron sobre un nuevo marco normativo para el régimen: les hacía falta una nueva ley moral, un nuevo derecho que les autorizara a exterminar a parte de la población”, explica Chapoutot en un restaurante pegado a la Sorbonne. Entre esos teóricos figuraba Reinhard Höhn, que tras la guerra se convirtió en el padre del management moderno en Alemania, donde fue celebrado como un pionero y llegó a ser objeto de un homenaje de la patronal poco antes de morir en el año 2000.

Para Höhn, el Estado debía desaparecer y ceder lugar a nuevas agencias gubernamentales, menos burocráticas y más dinámicas, en las que trabajarían trabajadores autónomos y felices. Para Chapoutot, estudiar la organización laboral del régimen permite adentrarse en otra cuestión aún más espinosa: la del estatus histórico del nazismo en Europa. ¿Fue una excepción, una anomalía, un paréntesis cerrado? “Al revés, los nazis están plenamente integrados en la historia occidental. Su legado se inscribe en nuestra modernidad. En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, responde el historiador.

“En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, dice el autor

El libro desmonta muchas tesis infundadas sobre el nazismo. Recuerda, por ejemplo, que Hitler se oponía a la idea de un Estado fuerte, venerado en los tiempos de Prusia, pero que el führer consideraba una catástrofe para la raza alemana. “No es el Estado el que nos da órdenes, sino nosotros quienes damos órdenes al Estado”, declaró en 1934. “Solemos asimilar el nazismo con el fascismo y el estalinismo, donde sí había un Estado fuerte y centralizado. En realidad, los nazis se creían liberales, pese a oponerse a todos los principios del liberalismo filosófico. Apoyaban las tesis del nacionalismo alemán sobre la libertad, y vinculaban la aparición del Estado a los últimos días de Roma, cuando la mezcla de razas exigió un exoesqueleto normativo y un derecho escrito y no oral”, apunta Chapoutot. “Los germanos de buena raza y sanos de espíritu, en cambio, lograban gobernarse a sí mismos sin tener que recurrir a él”.

Contra la reificación diagnosticada por el marxismo, los nazis promovieron una especie de alienación voluntaria del trabajador. “Impulsaron una concepción nueva de la subordinación para que fuera aceptada por el propio subordinado. Los proyectos del nazismo eran gigantescos: había que producir, expandirse, reproducirse y preparar la guerra en tiempo récord. La represión no funcionaba. Había que obtener el consentimiento, o incluso la adhesión y el entusiasmo de los sometidos”, apunta el autor. Esa ambición originó una organización del trabajo que resaltaba su carácter agradable, las medidas de aeración y de higiene, la ergonomía y las actividades de ocio, que perfeccionó los preceptos del dopolavoro mussoliniano.

historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer'

El historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer', retratado en París a mediados de septiembre. BRUNO ARBESÚ

En Alemania, el sindicato único creó una división llamada Kraft durch Freude (algo así como “fuerza por medio de la alegría”), convencido de que la producción solo podría sostenerse a través de una ilusoria sensación de júbilo y bienestar. Se organizaron vacaciones al infausto resort de la isla de Rügen, conciertos en las fábricas, actividades deportivas, módulos de dietética y cursillos para gestionar la carga de trabajo, antepasado del estrés. Cualquier parecido con los happiness managers que surgieron en Silicon Valley y luego invadieron el mundo, encargados de proponer cursos de yoga e instalar futbolines para los asalariados, es pura coincidencia.

El objetivo de Hitler y Goebbels, como dejaron claro en sendos discursos pronunciados durante la fiesta del 1 de mayo de 1933, consistía en terminar con la lucha de clases y eliminar el conflicto en el lugar de trabajo para no perjudicar la productividad. “Contra el marxismo judío, que oponía trabajo y capital, la propaganda nazi lanzó otra imagen: el ingeniero y el obrero estrechándose la mano. En la Primera Guerra Mundial habían luchado juntos en las trincheras, porque formaban parte de la misma nación y la misma raza. El marxismo amenazaba con destruir esa unidad”, relata Chapoutot, que recuerda la “trampa” ideada en los años diez para disuadir a las masas tentadas por el comunismo: asegurar que el nazismo también era un socialismo. “Hitler dice a los obreros que es uno más entre ellos. Esa identificación engañosa es una idea que persiste en muchos líderes populistas, con un millonario como Trump como mejor ejemplo”.

El ensayo pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas enuncia: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas

Por encima de todo, los nazis fueron partidarios de un darwinismo social, de una sociedad de ganadores y perdedores donde los segundos solo podían culparse a sí mismos de su fracaso. Para ser un ciudadano aceptable, no solo había que pertenecer a la raza adecuada, sino también producir por encima de sus posibilidades. “Cuando no era el caso, el individuo se convertía en un peso muerto para la sociedad, lo que abría la puerta a su exterminación. Los nazis son el emblema de una deshumanización que sigue vigente hoy. Ya no somos personas, sino material humano, expresión omnipresente en el lenguaje del régimen que después fue rebautizada como recursos humanos”, apunta Chapoutot.

En el libro, el historiador pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas contiene su apasionante ensayo: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas. En la entrevista, admite que los despidos masivos de los grandes grupos en la era de la reconversión industrial tienen algo de muerte simbólica. Y, en algunos casos, literal. Chapoutot recuerda el plan de transformación de la antigua France Télécom en Orange, que se saldó con 35 suicidios de trabajadores en 2009. “Dos años antes, su director general había afirmado que los 22.000 despedidos, inservibles para una empresa pública en vías de privatización, deberían marcharse ‘por la puerta o por la ventana’. Y eso fue lo que sucedió”, lamenta. El autor acabará admitiendo que su libro tiene una dimensión política: “He querido crear una disonancia respecto al clima actual, recordar de dónde procede ese vocabulario y alertar ante una concepción de la vida que, aunque no siempre nos demos cuenta, sigue siendo terrible y criminal”.

viernes, 12 de julio de 2024

_- Amor entre el horror de Auschwitz

Rudolf Friemel and Margarita Ferrer Rey
_- Foto de boda de Rudolf Friemel y Margarita Ferrer Rey, 18 de marzo de 1944. Rudolf Friemel Estate.
El enlace entre Margarita Ferrer y el preso austriaco Rudolf Friemel fue el único que se celebró en el campo nazi. El nieto de la pareja ha donado su archivo en Viena.

A Rudolf Friemel le permitieron dejarse crecer el cabello y lucir traje, corbata y zapatos prestados de la guardarropía de las SS. Su padre y su hermano llegaron en tren desde Viena en calidad de testigos, y con ellos la novia, Margarita Ferrer, a la que permitieron entrar en Auschwitz con su hijo común, Édouard, un niño de tres años. Un prisionero polaco hizo las fotografías, hubo un banquete íntimo y los recién casados pasaron la noche de bodas en el prostíbulo del campo, una celda del barracón 24. Al día siguiente se despidieron, Margarita regresó con la familia a Viena y Rudolf continúo su reclusión como preso número 25173. Hasta que la muerte los separe. No se volvieron a ver.

Eran vidas trágicas, desgraciadas, de película. Rudolf Friemel y Margarita Ferrer se conocieron en el frente del Ebro durante la Guerra Civil: él había viajado a España para luchar con las Brigadas Internacionales contra Franco; ella acompañaba al grupo de mujeres antifascistas que hacía excursiones desde la retaguardia para animar las horas muertas de los soldados en las trincheras. Él era de Viena, buena planta, carismático, con el mentón partido de Robert Mitchum, un mecánico de coches que había estado involucrado en el asesinato de un inspector de policía durante el Levantamiento de febrero del 34. Ella era una española de ojos negros que trabajaba como secretaria en Barcelona. Cuando entraron las tropas franquistas en la ciudad, tuvo que huir con su hermana cruzando a pie los Pirineos para acabar en un campo de concentración en Francia.

Saint-Cyprien era una franja a orillas del mar cercada con alambre de espino, sin ni siquiera barracones donde guarecerse ni agua potable, con los refugiados peleando por sobrevivir en la arena. El mismo campo al que pronto llegó Rudolf, pero sin que ninguno de los dos amantes supiera que compartían cautiverio. Antes de que Rudolf fuera deportado a Auschwitz en diciembre de 1941, hubo un feliz reencuentro y Margarita se quedó embarazada de Édouard.

MÁS INFORMACIÓN Auschwitz, la lucha por preservar la memoria del horror

El hijo de Édouard tiene hoy 48 años, es un ingeniero alto y pelirrojo que vive en Marsella y lleva el nombre de su abuelo. Rodolphe Friemel acaba de donar al archivo municipal de Viena los documentos originales que conservaba su familia sobre el enlace en Auschwitz, y la Biblioteca de Viena los exhibirá hasta el 30 de septiembre. El acceso es libre y permite conocer las entrañas del monumental edificio neogótico del Ayuntamiento vienés. El buen castellano que habla Rodolphe no lo aprendió con su abuela Margarita, sino con su segundo marido, Paco Suárez, un republicano español superviviente de Mauthausen que durante años se sirvió el café en latas porque lo demás eran lujos.

“Con Marga nunca hablé de su boda en Auschwitz. Era una cuestión de celos, Paco no lo soportaba”, dice Rodolphe Friemel junto a las vitrinas que exponen las fotos, cartas, tarjetas de boda diseñadas por otros reclusos preferentes y documentos oficiales del enlace de sus abuelos. “Con mi padre conseguí un diálogo fluido al final de su vida. Siempre se negó, era un trauma para él. Una noche le dije: ‘Papá, no soporto la idea de que te mueras, y necesito hablar contigo para aclarar cómo fue tu infancia’. Creo que pensó que se lo debía a su hijo. Murió un año después”.

Margarita and Rudolf
Margarita and Rudolf
Foto de la pareja nupcial con su hijo Edouard, 18 de marzo de 1944. Rudolf Friemel Estate.
BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

El catálogo de la exposición se presenta con un texto del escritor Erich Hackl, autor de Boda en Auschwitz (publicado en España por Destino), un libro de indudable valor como documento histórico: Hackl buscó como un detective las voces de testigos y supervivientes para armar el relato con una detallada historia oral. Incluso tras su publicación siguió encontrando a los protagonistas. En Cracovia conoció al fotógrafo del enlace, Wilhelm Brasse, preso en el campo casi desde su apertura en agosto de 1940 por su rechazo a alistarse en la Wehrmacht. “Brasse había fotografiado los experimentos del doctor Mengele, imágenes terribles como la de los niños siameses cosidos por la espalda. Tomó miles de imágenes para el servicio de identificación, un trabajo que le salvó la vida. Recordaba las fotos de los novios como el único momento feliz en Auschwitz”, dice Hackl. Los retratos están en la exposición. En el dorso de la fotografía que le permitieron a Rudolf enviarle a Margarita, se lee escrito con tinta azul en castellano: “A mi esposa fiel y valiente en su gran día. Su Rudi. Auschwitz, 18-III-44″.

Rudolf Friemel había iniciado tiempo atrás una batalla burocrática con las instituciones del Reich para conseguir el enlace y que su hijo tuviera un padre reconocido. No era judío, sino un preso político que les resultaba muy útil a las SS por su conocimiento de mecánica. Lo consideraban alemán y contaba con ciertos privilegios, como enviar y recibir correspondencia (las cartas con los sellos con la efigie de Hitler y el matasellos del campo de concentración de Auschwitz que se exhiben en Viena).

Auschwitz wedding
Auschwitz wedding

Fotos del servicio de identificación de la Gestapo de Viena, septiembre de 1941. Rudolf Friemel Estate. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

Rudolf Friemel letter to Margarita Friemel
Rudolf Friemel letter to Margarita Friemel Carta de Rudolf Friemel a Margarita Friemel del 30 de julio de 1944. Patrimonio de Rudolf Friemel. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

En Auschwitz-Birkenau, la máquina de exterminio nazi asesinó de forma industrial a más de un millón de personas. En los cinco años que operó el campo solo se celebró esta boda. Se ha interpretado como un pasatiempo cínico de la comandancia, un acto de propaganda como el documental filmado en Terezin, un gesto de humanidad o el triunfo de la voluntad burocrática, película que podría haber rodado Leni Riefenstahl. “Coincidió con el nombramiento de un nuevo comandante, Liebehenschel, que trató de atenuar el terror. Fue él quien lo permitió”, explica Hackl, que añade: “Pero no hay una explicación clara. Las decisiones sobre la vida o la muerte eran arbitrarias. Como me contó un superviviente, 999 presos podían ser apaleados hasta la muerte y el número mil se salvaba. No hay que buscar una razón para cada autorización, cada decreto de excepción”. Y con Liebehenschel el exterminio continuó. La boda se ofició esa mañana esplendorosa que anticipaba la primavera en Auschwitz sin que la chimenea de ladrillo rojo dejara de cubrir el campo con el hedor a carne quemada.

Boda de Auschwitz
Boda de Auschwitz
Nota de felicitación de compañeros del campo, el 18 de marzo de 1944. Patrimonio de Rudolf Friemel. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

Entre los presos hubo un sentimiento de victoria. Volvieron fugazmente a las rutinas de la libertad. La euforia los envalentonó y los animó a trazar un plan de huida, que tras ser destapado acabó con Friemel en el cadalso. Lo colgaron el 30 de diciembre con la misma camisa con la que se había casado, apenas un mes antes de que el campo fuera liberado por el ejército soviético. Durante el tiempo que esperó la sentencia, logró enviarle una serie de cartas de amor a Marga con la complicidad de un SS, que también están en la muestra.

El enfrentamiento con el horror nazi de la familia de Rodolphe Friemel no se acaba aquí. Su abuelo materno fue ejecutado en París durante la ocupación alemana. La Gestapo descubrió la imprenta en la que producía L’Humanité y otros panfletos con instrucciones para usar armas de la Resistencia francesa. “También conservo su material, un testimonio directo. Lo llevé al archivo de Francia”, dice Rodolphe Friemel, “pero no lo aceptaron. No disponen de recursos y tiempo para registrarlo. Y es una pena”.

lunes, 29 de abril de 2024

De aquellos fascistas estos nacionalistas.

Quienes abrazaban el fascismo no tenían reparos en imponer su tiranía a otros, no creían en la paz, sino en la victoria, y aborrecían la democracia. Que no nos extrañe lo que hagan hoy algunos de sus herederos políticos, como Modi o Netanyahu

En 1928, Abba Ahimeir, un periodista del periódico Doar Hayom, editado en Palestina por el movimiento sionista revisionista, publicó un artículo llamado Sobre la llegada de nuestro Duce. Se refería a la visita inminente de Zeev Jabotinsky, líder indiscutible del sionismo de derechas. El artículo apareció en su columna habitual en ese rotativo titulada Del cuaderno de un fascista. Cuatro años después, este mismo periodista fue arrestado por interrumpir una conferencia en la Universidad Hebrea de Jerusalén. En el juicio que siguió, su abogado defensor, en respuesta al discurso del fiscal comparando la acción de su representado con los disturbios causados por los nazis en Alemania, dijo: “Los comentarios sobre los nazis van demasiado lejos. Si no fuese por el antisemitismo de Hitler, no nos opondríamos a su ideología. Hitler salvó a Alemania”. Hay muchos más ejemplos de la admiración por el fascismo —empezando por el propio Jabotinsky, un declarado entusiasta de Benito Mussolini— entre la derecha sionista de antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta fascinante historia la cuenta (en inglés) el excelente libro del israelí Tom Segev El séptimo millón: los israelíes y el Holocausto.

Hoy tendemos a mirar al fascismo como un fenómeno de, sobre todo, Europa, felizmente derrotado por las armas en 1945. Es una lectura tan optimista como eurocéntrica y autocompasiva. El fascismo fue un movimiento político con orígenes europeos, y fue en este continente donde cometió sus peores crímenes. Fue también un movimiento imperialista. Como lo veían los fascistas, lo que ellos hiciesen en África, los Balcanes o en el Este de Europa no era sino una versión tardía, pero igualmente justificable, de lo que otros europeos habían hecho antes en todo el mundo. Hitler, por ejemplo, admiraba la conquista del Oeste americano y la práctica eliminación de los nativos. También tenía en mente como modelo administrativo para su imperio futuro el de los británicos en la India, esto es: una pequeña élite extractora controlando las vidas de millones de personas. En vez de indios, eso sí, sus vasallos e inferiores raciales serían los eslavos. Esto se sabe bastante bien, lo que ya no se tiene siempre tan presente es que dentro de los imperios europeos hubo movimientos independentistas de corte fascista, y que sus herederos políticos gobiernan hoy, como lo hacen los de Mussolini en Italia —y quizás pronto los de Philippe Pétain en Francia—, naciones ya libres.

Volviendo a Palestina, la relación entre el sionismo y el Imperio británico fue muy complicada. Ya desde la Primera Guerra Mundial el sector mayoritario de aquel, de corte más o menos socialista, se alineó con este. El sector derechista, también llamado revisionista, tuvo en cambio una actitud muy beligerante. Quería manos libres para colonizar el territorio, desalojar a los árabes y quitarse de encima el control de Londres. Este antiimperialismo fascista adoptó el terrorismo como estrategia política. Mientras que la milicia armada oficial del sionismo, la Haganá, colaboró con los británicos en reprimir la gran revuelta árabe-palestina de 1936-1939 y en la Segunda Guerra Mundial, las mucho más pequeñas milicias fascistas como el Irgún, fundada por Jabotinsky, y Lehi se enfrentarían a ellos. Dos líderes revisionistas y futuros primeros ministros de Israel, Menachem Beguín e Isaac Shamir, estuvieron en busca y captura por sus acciones armadas. No era para menos. En 1946, el Irgún voló el hotel King David de Jerusalén, sede de la Administración colonial británica, matando a 91 personas. En 1947 su cruel ahorcamiento de dos sargentos previamente secuestrados provocó la histeria entre la opinión pública británica y el último pogromo antisemita en ese país, en Mánchester. Un año después el Irgún masacraría a unos cien civiles árabes en el poblado de Deir Yassim.

Por su parte, Shamir, dirigente de Lehi, incluso durante la Guerra Mundial buscó una alianza con Alemania e Italia. Entre sus hazañas se incluyen el asesinato en El Cairo del ministro residente británico, Lord Moyne, en 1944; la coparticipación en la matanza de Deir Yassim; y la muerte en 1948 de Folke Bernadotte, mediador para Palestina de las Naciones Unidas. Del movimiento revisionista unificado surgiría el partido Likud, que ganó las elecciones generales de 1977 que permitirían a Beguín primero y luego a Shamir gobernar Israel. Este es el partido de Benjamín Netanyahu. Además de la supervivencia política personal, su acción de gobierno ha tenido dos objetivos básicos: asentar a más colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén, y evitar el nacimiento de un Estado palestino.

Israel no es ni mucho menos el único país antes colonizado que ahora está gobernado por un partido creado por antiguos fascistas. En Occidente tenemos la visión de la lucha pacífica de Mohandas Gandhi y Pandit Nehru como la de la historia de la liberación de la India, pero en esta narrativa placentera olvida el papel de los ultraderechistas antimperiales como Subhash Chandra Bosse, un antiguo líder del Congreso Nacional Indio. Antiguo procomunista convertido luego al fascismo, Bosse vivió la Segunda Guerra Mundial entre Roma, Berlín (por donde estuvo también el palestino, rabioso antisemita y reclutador de musulmanes para las SS, Gran Muftí de Jerusalén, Amín al-Husayni; instigador, entre otras, de la matanza de judíos de Hebrón en 1929) y Tokio. En 1943, usando a prisioneros de guerra indios, Bosse creó en Birmania un ejército de liberación para invadir el subcontinente junto a los japoneses. Fracasó, pero desde su muerte en 1945 es considerado por muchos indios como el principal patriota de la lucha por la independencia de su país.

También se ignora a menudo que los orígenes del partido gobernarte hoy en la India, el Bharatiya Janata, y su primer ministro, Narendra Modi, están en la milicia ultraderechista y antimusulmana RSS (Organización Nacional Voluntaria), creada en 1925 y que desde el principio imitó las fórmulas y los rituales fascistas. Fue uno de sus militantes quien en 1948 asesinó al “traidor” Gandhi. En 2002, cuando Modi era ministro principal de Gujarat, permitió, y fue acusado de fomentar, los disturbios interétnicos que causaron la muerte a entre mil y dos mil personas, en su mayoría musulmanas. Este hecho propulsó su figura a nivel nacional entre los sectores más duros partidarios de la Hindutva, la ideología del supremacismo hindú.

Los fascistas y pronazis de los años veinte y treinta tuvieron que reinventarse después de 1945. Como Francisco Franco entendió muy bien, la nueva capa de respetabilidad sería ahora el anticomunismo, pero también la protección de la religión y la identidad nacional supuestamente amenazadas. En Europa, el continente americano y Sudáfrica esto se tradujo en un discurso de defensa de la civilización cristiana occidental (un invento de la propaganda de Joseph Goebbels cuando los nazis veían la guerra perdida); en Israel, en la preservación de un Estado judío étnicamente excluyente; y, en el caso de la recién descolonizada India, del hinduismo frente a la amenaza del islam. Los antiguos fascistas lucharon por la independencia de sus países, pero no por la de todos los países; abogaban por la libertad de sus pueblos, pero no tenían reparos en imponer su tiranía a otros; no creían en la paz, sino en la victoria; eran ultranacionalistas, no humanistas, y aborrecían la democracia. Que no nos extrañe lo que hagan hoy sus herederos políticos.

Antonio Cazorla Sánchez es catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Trent University, Canadá.

jueves, 22 de febrero de 2024

_- HOLOCAUSTO. Viaje al campo de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich.

Supervivientes del campo de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento conmemorativo en 1959.
_- Supervivientes del campo de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento conmemorativo en 1959.
La historiadora Fermina Cañaveras novela en ‘El barracón de las mujeres’ el horror de las presas obligadas a prostituirse, entre ellas dos centenares de españolas

La historiadora Fermina Cañaveras (Torrenueva, Ciudad Real, 46 años) lleva desde 2008 poniendo nombre, rostro y dignidad a las mujeres obligadas a prostituirse en el campo de concentración de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich, pero aún conserva la emoción intacta. Con la voz entrecortada, no se ha acostumbrado al relato de una infamia. Imposible hacer callo ante un material de trabajo tan espeluznante: el proyecto levantado en la Alemania nazi exclusivamente para atentar contra los derechos de la mujer: violaciones, abortos forzados y esterilización eran los tres pilares sobre los que se levantó este campo de concentración y exterminio por donde pasaron hasta 130.000 mujeres entre 1942 y 1945. El día de su liberación, habían sobrevivido 15.000, de las cuales 200 eran españolas. Fermina Cañaveras ha podido localizar de momento a 26.

A 90 kilómetros de Berlín, Ravensbrück fue el campo más grande para mujeres en territorio alemán y el segundo de Europa después de Auschwitz. Sin embargo, poco se sabe de él. Fue uno de los últimos en ser liberados por los aliados y hubo tiempo para destruir mucha de la documentación que allí se conservaba. 

Así que, enterradas en la cal viva del olvido, que Fermina Cañaveras esté poniendo nombre y rostro a las mujeres convertidas en esclavas sexuales en Ravensbrück se convierte en una literalidad. De entre todos ellos surge el de Isadora Ramírez García (Madrid, 1922-2008), la protagonista de El barracón de las mujeres (Espasa), primera novela de esta historiadora especializada en el área de mujer y represión durante los conflictos del siglo XX. “La historia, por desgracia, está contada en su mayoría por hombres; siempre se ha hablado de exilios, guerras, campos… desde el sufrimiento de los hombres, pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿Por qué existe esta tendencia al olvido de la memoria de nuestro país, pero sobre todo al olvido de la mujer?”, se pregunta Cañaveras durante una breve visita a Sevilla, donde se encuentra con EL PAÍS.

Cañaveras ha tenido que novelar la historia de Isadora y otras compañeras en aquel viaje al infierno porque la ficción ha sido el único pegamento para unir las piezas encontradas en su intenso rastreo documental. Aun así, los nombres y, sobre todo, el sistema de humillación y degradación humana perfectamente orquestado por el Tercer Reich para explotar y experimentar con las mujeres bajo pretextos pseudocientíficos son de extremo rigor y veracidad. “Las violaban del orden de 20 veces al día, delante de muchos soldados que acudían para mirar, y muchas de ellas quedaban embarazadas. Era con estas con las que experimentaban, les abrían el vientre y las dejaban morir para ver cuánto aguantaban los fetos”, dice. No es morbo, reivindica la historiadora, “es memoria y así hay que contarlo”.

Fermina CañaverasLa escritora Fermina Cañaveras, con un ejemplar de su libro 'El barracón de las mujeres'.
HUGO G. PECELLÍN

El contexto, pues, que describe El barracón de las mujeres es escalofriante: junto a las violaciones cotidianas, este campo fue un laboratorio para prácticas que escapan a cualquier consideración científica o moral, como inyectarles a las mujeres semen de chimpancé para comprobar si podían procrear híbridos de mujer y mono. A otras les extirpaban partes del cuerpo y las reimplantaban para comprobar su recuperación.

Pero volvamos a Isadora Ramírez García, una de las últimas supervivientes españolas conocidas, que murió en Madrid en 2008, justo el año en el que Fermina Cañaveras decidió embarcarse en el rescate de esta historia, y a la que no pudo conocer. El punto de arranque fue una fotografía hallada mientras estaba sumergida en otro proyecto de recuperación de memoria histórica: “Yo estaba investigando cómo se organizó el Partido Comunista en un piso de Atocha en la clandestinidad tras la Guerra Civil, no soy experta en la II Guerra Mundial, pero una militante del PC me puso sobre la pista”. Se resistió en un principio por pulcritud profesional, pero fueron muchas las voces que la animaron a embarcarse en este viaje hacia la dignificación de aquellas mujeres. El juez Baltasar Garzón, que firma la faja de la novela; y sus compañeros en la Comisión de Historia del Teatro del Barrio de Madrid, del que formaba parte entonces, fueron fundamentales para empujar a Fermina Cañaveras a escribir este relato del que no ha salido “indemne”, confiesa.

Y así, en la desvaída fotografía encontrada supo que tenía que dar un vuelco a su trabajo: allí aparecía la imagen de una mujer desde el cuello hasta la cintura, con una inscripción en alemán tatuada en el pecho: Feld-Hure, puta de campo. Así marcaron a Isadora, que murió a los 86 años con el recuerdo imborrable de la humillación escrito aún en su piel. “Utilizo la palabra puta porque es la traducción literal de hure”. En esta novela no hay eufemismo, hay verdad. También en la crueldad de las palabras. “Las embarazadas eran las conejas”, relata la autora, y el barracón de las locas fue el nombre que se utilizó para recluir, en un ostracismo aún más ignominioso, a todas las que no pudieron soportar tanto dolor y perdieron el juicio.
Una prisionera del campo de concentración de Ravensbrück con la inscripción 'Feld-Hure' (puta de campo) en el pecho.
Una prisionera del campo de concentración de Ravensbrück con la inscripción 'Feld-Hure' (puta de campo) en el pecho.EDITORIAL ESPASA


Esa fue la experiencia que marcó para siempre la historia de Isadora Ramírez García, hija, sobrina y hermana de republicanos. Al acabar la Guerra Civil, precisamente, cruzó la frontera a Francia en busca de su hermano Ignacio, desaparecido durante la contienda nacional. Allí se enroló en la Resistencia hasta que fue detenida y deportada a Ravensbrück. Tenía 20 años. Pero hay más personajes reales dentro de El barracón de las mujeres, todas supervivientes del horror: Constanza Martínez (1917-1997), también miembro de la Resistencia, cuya frágil salud tras las huellas que dejó en ella la experiencia del campo de concentración no le impidió llegar a ser vicepresidenta del Amical de Mauthausen. O Neus Català (1915-2019), a quien Fermina Cañaveras sí conoció y cuyo testimonio fue clave para reconstruir esta historia. Neus, precisamente, fue la fundadora del Amical de Ravensbrück. Desde el final de la II Guerra Mundial dedicó su vida a intentar no olvidar los nombres de las que murieron y sufrieron el cautiverio en aquel infierno.

La aragonesa Elisa Garrido (1909-1990) también protagoniza un pasaje del libro que emociona por su coraje. Esta presa provocó la explosión que inutilizó la fábrica nazi de obuses del comando Hafag, al que había sido destinada como esclava. Dedicó su vida a ayudar a quienes habían pasado por la Resistencia.

Y en un escalofriante contraste, la francesa Catherine Dior (1917-2008), hermana del celebérrimo diseñador Christian Dior, se pasea por las páginas de esta novela enrolada en una unidad de inteligencia franco-polaca. “Catherine tuvo muy mala suerte porque fue arrestada en la víspera de la liberación de París. Fue deportada a Ravensbrück, pero sobrevivió”, relata Cañaveras. Su hermano creó en 1947 un perfume en su honor y en recuerdo de sus compañeras: Miss Dior.

Presas con sus hijos en el barracón.
Presas con sus hijos en el barracón.EDITORIAL ESPASA

Y es que, el infierno de Ravensbrück, también el mensaje que quiere trasladar la autora en El barracón de las mujeres, es “una historia de resiliencia y de sororidad. Allí se ayudaron, se acompañaron, se cuidaron y protegieron todas estas mujeres para hacer sobrevivir a la mayoría de ellas. Esta novela es la consecuencia de sus vivencias, de sus miedos, de sus silencios y de sus sentimientos. Es el trabajo de muchas horas de investigación que han culminado en un homenaje a todas las que han permanecido en la sombra de la historia”.

lunes, 5 de febrero de 2024

Qué era la División Galicia y por qué arroja sombras sobre los ucranianos que emigraron a Canadá después de la Segunda Guerra Mundial

Una foto de Heinrich Himmler reuniéndose con soldados de la 14ª División de Granaderos Waffen-SS.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

Una foto de Heinrich Himmler, uno de los principales líderes nazis, con soldados de la 14ª División de Granaderos Waffen-SS en junio de 1944.

Cuando el Parlamento de Canadá aplaudió a un veterano de guerra ucraniano que luchó con la Alemania nazi, se volvió a poner sobre el tapete una parte controversial de la historia de Ucrania y su conmemoración en Canadá.

Yaroslav Hunka, el veterano ucraniano que fue ovacionado en el Parlamento el 22 de septiembre, formó parte de una unidad nazi llamada 14ª División de Granaderos Waffen-SS -también conocida como División Galicia- que se formó en 1943.


Su presencia en el Parlamento canadiense fue criticada tanto por grupos judíos como por otros parlamentarios.

El diputado Anthony Rota, que lo invitó, renunció como presidente de la Cámara de los Comunes y dijo que lamentaba profundamente el error.

Pero no es la primera vez que el papel de Ucrania en la Segunda Guerra Mundial suscita un debate en Canadá, que alberga la mayor diáspora ucraniana fuera de Europa.

En todo el país hay varios monumentos dedicados a veteranos ucranianos de la Segunda Guerra Mundial que sirvieron en la División Galicia.

Grupos judíos llevan mucho tiempo denunciando estos homenajes bajo el argumento de que los soldados de la División Galicia juraron lealtad a Adolf Hitler y fueron cómplices de los crímenes de la Alemania nazi o los cometieron ellos mismos.

Pero para algunos ucranianos, estos veteranos son luchadores por la libertad, que solo pelearon junto a los nazis para resistir a los soviéticos en su búsqueda de una Ucrania independiente.

Una historia polémica

La División Galicia lleva ese nombre por el distrito de Galicia, o Galitzia, creado por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial en parte de lo que hoy es el oeste de Ucrania.

Formaba parte de las Waffen-SS, una unidad militar nazi que, en su conjunto, estuvo implicada en numerosas atrocidades, incluida la masacre de civiles judíos.

Más de un millón de judíos fueron asesinados en Ucrania durante la guerra, la mayoría entre 1941 y 1942.

La mayoría murieron fusilados cerca de sus casas por los alemanes nazis y sus colaboradores.

La División Galicia ha sido acusada de cometer crímenes de guerra, pero sus miembros nunca fueron declarados culpables ante un tribunal.

Grupos judíos han condenado los monumentos canadienses a los veteranos ucranianos que lucharon en las Waffen-SS. Afirman que son "una glorificación y celebración de quienes participaron activamente en los crímenes del Holocausto".

Una polémica escultura del militar ucraniano Román Shujévych cerca de la Asociación Juvenil Ucraniana en Edmonton, Canadá.

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Una polémica escultura del militar ucraniano Román Shujévych cerca de la Asociación Juvenil Ucraniana en Edmonton, Canadá.

Uno de estos monumentos se encuentra en un cementerio ucraniano privado en Oakville, Ontario, y lleva la insignia de la División Galicia.

Otro fue colocado por veteranos ucranianos de la Segunda Guerra Mundial en Edmonton (Alberta).

Un tercero, también en Edmonton, es un busto de Román Shujévych, líder nacionalista ucraniano y colaborador nazi, cuyas unidades fueron acusadas de masacrar a judíos y polacos.

La participación de Shujévych en estos crímenes, sin embargo, es objeto de debate, y no formó parte de la División Galicia.

Los monumentos, que datan de las décadas de 1970 y 1980, han sido objeto de actos de vandalismo en los últimos años, con la palabra "nazi" pintada en rojo.

Monumento al Holodomor, la hambruna que devastó a Ucrania entre 1932 y 1933 bajo el control soviético, en Edmonton, Canadá.

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Monumento al Holodomor, la hambruna que devastó a Ucrania entre 1932 y 1933 bajo el control soviético, en Edmonton, Canadá.

¿Por qué hay desacuerdo sobre lo que representan los monumentos?
El desacuerdo sobre lo que representan estos monumentos se remonta a la historia de Ucrania en la guerra, así como a la composición de la gran diáspora ucraniana de Canadá, dice David Marples, profesor de historia de Europa del Este en la Universidad de Alberta.

Durante la Segunda Guerra Mundial, millones de ucranianos sirvieron en el Ejército Rojo soviético, pero otros miles lucharon en el bando alemán bajo la División Galicia.

Los que lucharon con Alemania creían que ese país les concedería un Estado independiente libre del dominio soviético, explica Marples.

En aquella época, los ucranianos estaban resentidos con los soviéticos por su papel en la Gran Hambruna Ucraniana de 1932-1933, también conocida como Holodomor, en la que murieron unos cinco millones de ucranianos.

Las ideologías de extrema derecha estaban ganando terreno en la mayoría de los países europeos en la década de 1930 y Ucrania no fue una excepción, señala Marples.

Tras la derrota de Alemania, a algunos soldados de la División Galicia se les permitió entrar a Canadá tras rendirse a las fuerzas aliadas, una medida a la que se opusieron grupos judíos de la época.


Román Shujévych (segundo desde la izquierda abajo) junto a otros integrantes del batallón 201 en 1942.

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Román Shujévych (segundo desde la izquierda abajo) junto a otros integrantes del batallón 201 en 1942.

Algunos canadienses de ascendencia ucraniana consideran a estos soldados y a la División Galicia en general "héroes nacionales" que lucharon por la independencia del país.

También argumentan que su colaboración con la Alemania nazi fue efímera y que ellos, incluido Shujévych, acabaron luchando tanto contra los soviéticos como contra los alemanes por una Ucrania libre.

Pero la comunidad judía lo ve de otra manera.

"Lo esencial es que esta unidad, la 14ª unidad de las SS, eran nazis", declaró a la BBC Michael Mostyn, dirigente de la B'nai B'rith en Canadá.

El país norteamericano se ha enfrentado a esta historia en el pasado; una comisión se encargó en 1985 de investigar las denuncias de que Canadá se había convertido en un refugio para los criminales de guerra nazis.

Un informe publicado por esa comisión al año siguiente concluyó que no hay pruebas que vinculen a los ucranianos que lucharon con la Alemania nazi con crímenes de guerra específicos.

Y la "mera pertenencia a la División Galicia es insuficiente para justificar su enjuiciamiento", añadía el informe.

Las conclusiones del informe fueron impugnadas por grupos judíos y algunos historiadores.

El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, recibió la semana pasada al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, quien estuvo acompañado por militares.

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El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, recibió la semana pasada al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, quien estuvo acompañado por militares.

Marples señala que, en el momento de redactar el informe, algunos archivos de la Segunda Guerra Mundial en Ucrania y Rusia no eran accesibles.

Años más tarde se hicieron públicos, lo que impulsó una nueva investigación sobre el tema.

A través de esta investigación adicional se reveló que algunos de los que sirvieron en la División Galicia estuvieron implicados en crímenes de guerra, afirma Marples, aunque ninguno fue condenado.

Desinformación rusa que apunta a la historia de Ucrania 

Al entrar en el siglo XXI, este debate histórico se enlodó por la propaganda rusa moderna, que tachó falsamente de nazi al gobierno ucraniano para justificar su invasión.

Marples asegura que, aunque la extrema derecha sigue existiendo en Ucrania, es mucho menor de lo que la propaganda rusa intenta hacer creer.

Y los funcionarios ucranianos electos no están vinculados a ningún grupo de extrema derecha del país.

"Rusia simplificó mucho el relato", dice Marples.

Grupos ucranianos en Canadá dicen que la disputa sobre los monumentos y la aparición de Hunka en el parlamento es el resultado de esta propaganda.

Ya en 2017, antes de la invasión pero cuando las tensiones entre Rusia y Ucrania eran altas, la embajada rusa en Canadá criticó la existencia de monumentos ucranianos en Canadá, acusándolos de rendir homenaje a "colaboradores nazis".

Taras Podilsky, portavoz del Ukrainian Youth Unity Complex (en español, Complejo de Unidad Juvenil Ucraniana) de Edmonton, que alberga el busto de Shujévych, declaró que la rápida renuncia de políticos canadienses ante el episodio de Hunka es el último efecto de la campaña de desinformación rusa.

Y sostuvo que no hay pruebas que vinculen al veterano con crímenes de guerra.


Yaroslav Hunka (derecha) espera la llegada del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en el Parlamento de Canadá el 22 de septiembre.

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Yaroslav Hunka (derecha) espera la llegada del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en el Parlamento de Canadá el 22 de septiembre.

"Sin el debido proceso, esta persona es víctima de una narrativa rusa que ahora tuvo éxito", dijo Podilsky.

Mostyn, de la B'nai B'rith, reconoció la complicada naturaleza de esta historia, especialmente para algunos miembros de la diáspora ucraniana.

Pero afirmó que cualquier vínculo con el nazismo no es algo que puedan "permitir que las generaciones futuras celebren".

En términos más generales, los estudiosos del Holocausto han denunciado en los últimos años a varios países de Europa del Este por restar importancia a su papel en la masacre de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

En cuanto a los monumentos, tanto los grupos judíos de Canadá como los canadienses de ascendencia ucraniana dijeron que habían mantenido conversaciones sobre el tema.


Monumento ubicado en Edmonton que conmemora a los primeros ucranianos que se asentaron en Canadá en 1891.

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Monumento ubicado en Edmonton que conmemora a los primeros ucranianos que se asentaron en Canadá en 1891.

Ambos informaron, sin embargo, que no pudieron ponerse de acuerdo sobre el camino a seguir.

"Está en nuestra propiedad privada, no en propiedad pública, y para nosotros es un símbolo de la libertad ucraniana", dijo Podilsky sobre el busto de Shujévych en Edmonton. "Sabemos que no se cometió ningún delito", agregó.

Mostyn opinó que el reciente episodio en la Cámara de los Comunes demuestra que existen lagunas en lo que respecta al conocimiento de la historia nazi en Canadá.

"Tenemos una situación en Canadá en la que no conocemos nuestra propia historia sobre los perpetradores nazis que llegaron a este país", expresó.

Él y otros miembros de la comunidad judía de Canadá pidieron que se vuelva a examinar esta historia.

"Es realmente importante que se muestre liderazgo al más alto nivel por parte de nuestro primer ministro, para por fin abrir esto, porque es algo que la comunidad judía lleva décadas reclamando", dijo el dirigente de la B'nai B'rith.

Ucrania, División Galicia.

sábado, 30 de diciembre de 2023

La herida del pasado fascista aún sangra en Croacia.

Serbios, judíos y antifascistas boicotean la ceremonia oficial en memoria de las víctimas de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial en denuncia del creciente revisionismo 
La ceremonia alternativa a la oficial en recuerdo de las víctimas del campo de concentración de Jasenovac, 
CROACIA | La herida del pasado fascista aún sangra en Croacia

En esta pradera donde solo se oye el azote del viento y el murmullo del río Sava que separa Croacia y Bosnia, al menos 83.000 personas fueron asesinadas durante la Segunda Guerra Mundial por los ustasha, los aliados croatas de los nazis, en el campo de concentración que aquí se alzaba. Croacia ha homenajeado este domingo a las víctimas, pero, por cuarto año consecutivo, lo ha hecho prácticamente sin sus representantes. Serbios, judíos y antifascistas han boicoteado la ceremonia en denuncia del creciente revisionismo de aquellos años oscuros y celebrado dos días antes una extraoficial a la que también acuden los romaníes. Dos actos para una memoria dolorosa sobre la que pesan demasiados "sí, pero...".

La disonancia entre el espacio vacío de Jasenovac hoy y el horror de hace ocho décadas parece una metáfora sobre la dificultad de Croacia para lidiar con su pasado. La gran escultura en forma de flor donde este domingo se depositan los ramos de flores domina el centro de un complejo con ocho subcampos levantado en 1941 que albergaba hasta 4.000 prisioneros, aunque —como reconocían en un documento confidencial sus responsables en alusión a su función exterminadora— “podría aceptar un número ilimitado”. El lago ubicado a pocos metros proporcionaba el agua para la fabricación de ladrillos a la que estaban forzados los reclusos y las vías de ferrocarril que aún recorren el espacio sirvieron para transportar a parte de los presos. En el bucólico río colindante, una lancha de la policía croata vigila la frontera con la otra orilla, ya en la entidad serbia de Bosnia, en la que los ustasha asesinaban a los presos. Les obligaban a cavar una fosa para luego degollarles, dispararles o tirarles al agujero de un martillazo en la cabeza.

El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo. JAIME CASAL

Si nada queda del campo es precisamente por el episodio que se recuerda cada año en abril. En 1945, unos 600 reclusos intentaron una huida masiva. 91 lo lograron; el resto fue abatido por los guardas. Ante el avance partisano, los guardas intentaron borrar las huellas del campo, ya vacío (asesinaron al casi medio millar que no había tratado de escapar): excavaron algunas fosas comunes para quemar los cadáveres e hicieron volar los barracones con explosivos. Dos años más tarde, el Gobierno yugoslavo permitió a los vecinos usar los cascotes para sus viviendas.

El cálculo de los muertos está muy politizado, incluido un reciente rifirrafe diplomático entre Croacia y Serbia. Tras la guerra, el Ejecutivo de Tito los cifró en 700.000, un cálculo que el consenso académico considera hoy inflado para negociar las reparaciones alemanas de guerra. Los cálculos han bailado de los desestimados 2.238 de una comisión del Parlamento croata al 1,1 millones de un historiador bosnio, es decir, tantos como en Auschwitz, pero sin cámaras de gas.
Entrada al campo de Jasenovac, en los años cuarenta.
Entrada al campo de Jasenovac, en los años cuarenta.CENTRO EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE JASENOVAc
"Es prácticamente imposible saber el número total", admite Ivo Pejakovic, director del espacio en su memoria, junto a una instalación de vidrio en el museo de Jasenovac con los nombres y apellidos de los identificados. Actualmente son 83.145 (20.000 de ellos menores de 14 años), pero probablemente se trata de 100.000, cifra que manejan el Museo del Holocausto de Washington y el centro Simon Wiesenthal de Israel. Casi la mitad eran serbios —la principal diana del odio ustasha— y un cuarto, judíos y romaníes. El resto, militantes antifascistas y otros reclusos políticos.
El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo.
El espacio conmemorativo del campo de concentración de Jasenovac, el pasado marzo.

Algunos de estos elementos —la demolición del complejo, la ausencia de una cifra cerrada de muertos o la fábrica de ladrillos— son justamente los que han alimentado las variopintas tesis negacionistas (como que era un campo de trabajo con muertes puntuales o que fue usado luego por Tito para asesinar ustasha) que han llevado al Departamento de Estado de EE UU a mostrar su preocupación, al Consejo de Europa a advertir de las crecientes alabanzas entre los jóvenes a la ideología ustasha y al Proyecto de Recuerdo del Holocausto a sacar “tarjeta roja” a Croacia el pasado enero por sus niveles de revisionismo, los mayores de la UE junto con Polonia, Hungría y Lituania.

“El caso croata es muy complejo. Por un lado, no quiere ser conocido como un país que niegue o revise el Holocausto, pero por otro no puede asumir lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. Es muy difícil encontrar gente que sea completamente inequívoca. Es siempre un ‘sí, los ustasha fueron horribles, pero…’. El revisionismo no es tan explícito y flagrante como en Ucrania o Polonia, pero está ahí, es mainstream”, asegura el historiador británico Rory Yeomans, del Institute for Advanced Study de Princeton y autor de un libro sobre el fascismo en el país entre 1941 y 1945.

Hrvoje Klasic, profesor de la Universidad de Zagreb especializado en historia europea del siglo XX, cree que algunos comportamientos “se han hecho más evidentes en los últimos cuatro años". “Se ha vuelto en cierto modo normal decir Za dom Spremni [“Por la patria, listos”, el saludo ustasha]. Por eso, cuando llegaron las acusaciones de Europa o EE UU, hay quien pensó: ‘¿por qué ahora está prohibido, si no lo estaba hace 20 o 25 años?’. En Alemania, tras 1945, estaba muy claro qué personas y símbolos estaban prohibidos, pero en Yugoslavia no hizo falta. Era una zona gris que aún hoy es utilizada”, señala en su despacho.

El boicot a la ceremonia oficial en Jasenovac comenzó en 2016, año en que salió a la venta el ensayo Jasenovac, campo de trabajo, y su autor, Igor Vukic, fue entrevistado en la televisión pública. El entonces ministro de Cultura, Zlatko Hasanbegovic, que en los noventa había llamado a los ustasha “héroes y mártires”, asistió a la inauguración de un documental con la misma tesis y aplaudió que aborde "numerosos temas tabú". A esto se sumó otro libro y documental de un derechista esloveno sobre el “mito” del campo de concentración. Ese año, su superviviente más longevo pidió que no se leyese su carta en la conmemoración oficial, pero se hizo igual.

Otros gestos han alimentado la sensación de agravio. Una placa en recuerdo de combatientes croatas muertos en la guerra de los noventa que incluía en el escudo el saludo ustasha fue erigida en 2016 junto a Jasenovac. Tras meses de negociaciones, fue reubicada a 10 kilómetros. “Ahora está cerca de un cementerio en el que están enterrados partisanos que liberaron el campo”, critica Aneta Vladimirov, responsable del Departamento Cultural del Consejo Nacional Serbio, que representa a esta minoría.

Tres años antes, en un partido internacional, el futbolista Joe Simunic cogió un micrófono y gritó cuatro veces desde el campo el inicio del saludo ustasha (“Por la patria”). “¡Listos!”, respondieron miles de aficionados. Fue multado y sancionado con 10 partidos por la FIFA. “Las opiniones sobre el saludo cambian a diario. Un día está bien; otro, no. Y no solo entre los ciudadanos de a pie, también entre destacados políticos”, señala el diputado Veljko Kajtazi, en la sede de la representación de la comunidad romaní, Kali Sara, que él preside.
Guardas de Jasenovac revisan a los presos a su llegada al campo.
Guardas de Jasenovac revisan a los presos a su llegada al campo.CENTRO EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE JASENOVAC
La presidenta del país, Kolinda Grabar-Kitarovic, del histórico partido conservador católico HDZ, ha condenado en varias ocasiones las masacres. “Sin ninguna reserva”, escribió en 2018 en el libro de visitas de Jasenovac, al que acude cada año por su cuenta —la última, este sábado— para no “intensificar las divisiones ideológicas”. “Va a Auschwitz de forma pública y a Jasenovac de forma privada”, lamenta Vladimirov.

La presidenta ha levantado, sin embargo, más de una ceja al afirmar que Za dom Spremni era “un antiguo saludo croata” o al manifestar su pasión por la música de Thompson, cantante conocido para glorificar a los ustasha que actuó en la celebración de la medalla de plata en el pasado Mundial de fútbol. “La ceremonia oficial en Jasenovac es el único momento en el que nuestros políticos hablan de lo que sucedió en la Segunda Guerra Mundial. Los 364 días restantes se comportan de forma diferente”, explica Sanja Tabakovic, representante de la comunidad judía en el Ayuntamiento de Zagreb.
El campo de concentración de Jasenovac, en los años cuarenta.
El campo de concentración de Jasenovac, en los años cuarenta.CENTRO EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DE JASENOVAC
La sensación es que por, cada una de cal, hay otra de arena. El pasado febrero, el Ministerio de Educación eliminó El diario de Anna Frank de su lista de lecturas recomendadas para los colegiales, poco después de que un centro vetase una exposición sobre el libro porque incluía paneles sobre los crímenes ustasha. Ese mismo mes, en cambio, el Ministerio recomendó a los colegios visitar Jasenovac, algo que en 2018 hicieron solo 16.000 personas. A diferencia de los desplazamientos a Vukovar, la ciudad símbolo de la agresión serbia en los noventa, el viaje no está subvencionado. "Depende principalmente de si los padres están dispuestos a pagarlo", admite el director del espacio. El año pasado lo visitaron quince grupos escolares. Hay más de 900 centros de primaria en el país. Según una investigación de varias ONG croatas publicada en 2015, un 22% de los alumnos de secundaria cree que el Estado Independiente de Croacia de los ustasha no fue una creación fascista y un 48% no está seguro.

Las raíces de este empuje revisionista están, según el historiador Klasic, en la desintegración de Yugoslavia, época en que un grupo paramilitar croata recuperó el saludo. “Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos nazis o colaboracionistas franceses huyeron a América Latina, pero ellos y sus descendientes siguen viviendo allí. En ningún otro lugar en Europa pasó lo que en Croacia: que volvieron y tomaron el poder. Y con una narrativa: que el Estado independiente de Croacia no fue fascista, sino el Estado croata. Es desde ese momento que hay un fuerte revisionismo”.

Una idea en la que abunda Yeomans: “Si no puedes afrontar lo que pasó en los cuarenta, no puedes tener un debate honesto sobre los noventa, porque hay una conexión: convertir la historia de Croacia en mucho menos problemática de lo que realmente es”.