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domingo, 16 de febrero de 2025

La difícil pregunta sobre Auschwitz que sigue sin respuesta

Las puertas de Auschwitz con el cartel que dice: "El trabajo te hace libre."

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,Las puertas de Auschwitz con el cartel que dice: "El trabajo te hace libre."
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El 27 de enero fue designado oficialmente Día de Conmemoración del Holocausto por una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) en 2005. Pero la manera en que recordamos el Holocausto ha evolucionado a lo largo de las décadas e incluso ahora, unos 80 años después, es una historia de remembranza que aún no está terminada.

"Querido muchacho", comienza la breve nota escrita a mano en 1942, "me encantó tu mensaje de mayo. Estoy bien de salud. Espero poder quedarme aquí y volver a verte. Sigo teniendo esperanzas. Por favor, escríbeme. Saludos, tu padre".

La nota es uno de los miles de documentos que conserva la Biblioteca del Holocausto Wiener en Londres, uno de los archivos del Holocausto más grandes del mundo.

El judío que lo escribió se llamaba Alfred Josephs y se lo enviaba a su hijo adolescente Wolfgang, que había escapado con su madre a Inglaterra. Alfred había sido arrestado y se encontraba recluido en el campo de detención de Westerbork, en Países Bajos.

En aquella época todavía era capaz de transmitir mensajes breves a través de la Cruz Roja
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El último mensaje de Alfred Josephs a su hijo, escrito en papel rasgado, que ha sido conservado por la Biblioteca del Holocausto Wiener. 
El último mensaje de Alfred Josephs a su hijo, escrito en papel rasgado, que ha sido conservado por la Biblioteca del Holocausto Wiener.

Fuente de la imagen,Biblioteca del Holocausto Wiener


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En su carta, Alfred Josephs decía que se encontraba bien. Fue el último mensaje que su hijo Wolfgang recibiría de su padre. Lo que Alfred no sabía era que Westerbork era un campo cuyos internos iban a ser trasladados a Auschwitz. Wolfgang nunca volvería a saber nada de su padre.

En un principio, Auschwitz fue utilizado por los alemanes para albergar a prisioneros de guerra polacos. Después de que la Alemania nazi atacara a la Unión Soviética, se convirtió en un campo de trabajo, donde muchos reclusos fueron obligados a trabajar hasta morir. Los nazis lo llamaron "aniquilación por trabajo".

Pero en 1942 se convirtió en el Auschwitz que permanece en nuestra memoria compartida, pues para entonces era un campo de exterminio cuyo principal objetivo era el asesinato en masa.

Un bloque de prisión y una doble línea de cercas eléctricas en el campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

Un bloque de prisión y una doble línea de cercas eléctricas en el campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Auschwitz se convirtió en un campo de trabajo y luego en uno de exterminio. 

Un noticiero filmado por los aliados después de la liberación de Europa muestra a civiles alemanes siendo obligados por las tropas a visitar los campos.

"Desde cualquier ciudad alemana hasta el campo de concentración más cercano sólo había un breve paseo", dice la voz en off estadounidense. La cámara capta a alemanes relajados y elegantemente vestidos, riendo y charlando mientras avanzan.

Pasan junto a los cadáveres, montones de hombres y mujeres demacrados, hombres y mujeres que tal vez en el pasado fueron sus vecinos, colegas, amigos. La cámara que había captado sus sonrisas relajadas antes de entrar en los campos ahora registra su horror.

La sorpresa se refleja en sus rostros. Algunos lloran. Otros sacuden la cabeza, se cubren la cara con pañuelos y miran hacia otro lado.

Puertas de entrada y vías del tren en Birkenau, campo de concentración de Auschwitz en Polonia. 

Puertas de entrada y vías del tren en Birkenau, campo de concentración de Auschwitz en Polonia.

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Auschwitz fue liberado por las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945. 

La Europa de posguerra observó este horror y reconoció la profundidad del sufrimiento. Pero ¿cómo entendió la Europa de posguerra la situación de los perpetradores?

Cuando hablamos de matanza industrializada, no nos referimos sólo a su escala, por enorme que fuera. También nos referimos a la sofisticación de su organización: la división del trabajo, la asignación de tareas especializadas, la eficiente distribución de los recursos, la meticulosa planificación que se necesitaba para mantener en marcha las ruedas de la máquina de matar.

Esos mismos noticieros mostraban a guardias nazis bien alimentados, tanto hombres como mujeres, luego puestos bajo custodia aliada.

¿Cuál fue la naturaleza del colapso moral que convirtió este horror en una normalidad para los nazis que dirigían esos campos, una normalidad en la que el asesinato en masa se convirtió, para ellos, en algo más del día a día?

Esta es una pregunta que se ha abordado muchas veces antes, pero que incluso ahora, unos 80 años después de la liberación de Auschwitz, todavía no se ha comprendido plenamente.

Evitando una pregunta difícil

Durante los años posteriores a la guerra, la atención pública se desvió de esta cuestión, pero también de tratar de comprender lo que había sucedido en términos más amplios.

Aunque algunos criminales de guerra nazis fueron procesados, la nueva prioridad, en una Europa dividida por la Guerra Fría, fue convertir a Alemania Occidental en un aliado democrático.

El Holocausto prácticamente desapareció de la memoria popular en gran parte del mundo occidental. El público de la posguerra quería pasar página y, en la cultura popular, en Gran Bretaña, por ejemplo, había un apetito por historias que pudieran celebrarse y aplaudirse.

"La cultura de la memoria de la Segunda Guerra Mundial todavía ponía el acento en el heroísmo", afirma Toby Simpson, director de la Biblioteca del Holocausto Wiener.

"Se hacía hincapié, por ejemplo, en el desembarco de Normandía. Y en las historias que los sobrevivientes querían contar había muy poco heroísmo. Era una historia en la que se los había despojado de su humanidad, de su capacidad de decisión, de su capacidad de elección. Se los había convertido en no-personas".

Primo Levi, en 1986, sentado frente a una estantería con una máquina de escribir.

Primo Levi, en 1986, sentado frente a una estantería con una máquina de escribir

Fuente de la imagen,Getty Images


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Al principio, el escritor italiano Primo Levi tuvo dificultades para encontrar un editor para su libro "Si esto es un hombre".

El superviviente italiano Primo Levi escribió sus memorias de Auschwitz, "Si esto es un hombre", inmediatamente después de la guerra. Era uno de los miles de personas que todavía estaban en Auschwitz cuando llegaron las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945.

La mayoría de los prisioneros habían sido obligados a marchar hacia el oeste, en dirección a Alemania, en un gélido invierno. Muchos de ellos, ya debilitados por las condiciones del campo, murieron en el camino en lo que se conoció como las Marchas de la Muerte.

Levi estaba demasiado enfermo y las tropas soviéticas lo encontraron al borde de la muerte en la enfermería del campo.

"No perdonar y no olvidar"

Hoy en día, "Si esto es un hombre" se considera una obra maestra del testimonio de un superviviente y una de las memorias más importantes de toda la época. Pero en 1947, Primo Levi tuvo dificultades para encontrar un editor, incluso en su Italia natal.

Finalmente, una pequeña editorial independiente de Turín publicó una tirada de 2.500 ejemplares. Se vendieron 1.500 ejemplares y luego desapareció. Para las editoriales y para el público, todavía era demasiado pronto. Parecía que pocos querían leerlo.
 
"Primo Levi no se vendió porque no era el momento adecuado y porque era un escritor demasiado grande para dar una respuesta heroica. Su respuesta es mayor que el heroísmo", dice Jay Winter, profesor emérito de Historia en la Universidad de Yale. Muchos miembros de la familia materna del profesor Winter fueron asesinados en el Holocausto.

Y añade: "Mucha gente ha convertido a Primo Levi en un santo, pero basta con leer el poema que hay al principio de "Si esto es un hombre" para ver que no perdona a nadie: no perdona ni olvida".

Vista del alambre de púas en Auschwitz-Birkenau. Está nevando.

Vista del alambre de púas en Auschwitz-Birkenau. Está nevando.

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"El libro de Primo Levi no se vendió porque no era el momento adecuado y porque era un escritor demasiado grande para dar una respuesta heroica", dice Jay Winter.

"Hubo una conmemoración del Holocausto en la década de 1950", dice el profesor David Feldman de la Universidad Birkbeck en Londres, "pero fue algo que hicieron los propios judíos, en pequeños grupos fragmentados".

"Eran ocasiones de duelo más que de conmemoración. La idea que tenemos ahora, de conmemoración, de que de alguna manera se pueden sacar lecciones del Holocausto, no era algo común entonces", agrega.

Según el profesor Winter, "los países que se estaban reconstruyendo… necesitaban un mito de resistencia, de lucha armada heroica contra los nazis o los fascistas italianos". Ese mito de resistencia "no tenía espacio para los prisioneros de los campos de concentración".

Un cambio de actitud

Recién en los años 60 volvió a despertar interés popular. Cuando los agentes israelíes capturaron a Adolf Eichmann, figura clave de la campaña de exterminio, lo juzgaron en Jerusalén y lo transmitieron por televisión. Ahora, la conmemoración del Holocausto empezó a llegar a un público más amplio.

A través del juicio a Eichmann, el nuevo medio de comunicación masivo, la televisión, llevó el testimonio de los sobrevivientes a las salas de estar del mundo occidental.

Coincidió también con un cambio cultural en las actitudes públicas ante la guerra: una generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial estaba alcanzando la mayoría de edad en los años 1960.

El War Requiem de Benjamin Britten incorporó las palabras del poeta de la Primera Guerra Mundial Wilfred Owen (cuya poesía también había desaparecido de la conciencia popular) a una nueva generación.

El sentimiento antibélico se vio alimentado aún más por la participación de Estados Unidos en Vietnam.

Adolf Eichmann se encuentra en su celda de cristal a prueba de balas para escuchar al Tribunal Supremo de Israel rechazar por unanimidad una apelación contra su sentencia de muerte. Junto a él hay dos guardias armados.

Adolf Eichmann se encuentra en su celda de cristal a prueba de balas para escuchar al Tribunal Supremo de Israel rechazar por unanimidad una apelación contra su sentencia de muerte. Junto a él hay dos guardias armados.

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La retransmisión televisiva del juicio de Adolf Eichmann contribuyó a difundir la conmemoración del Holocausto entre un público más amplio.

"Yo diría que el juicio a Eichmann también llevó a los perpetradores a las salas de estar de las personas", dice el profesor Feldman. "El testimonio de los supervivientes y el énfasis en que ellos fueran el centro de la conmemoración del Holocausto llegó más tarde. Se desarrolló lentamente en la década de 1960. En la década de 1990 ya estaba bien establecido".

La historia del Holocausto -por fin- ocupó su lugar en nuestra conciencia colectiva.

A partir de los años 60, las memorias de Levi encontraron lectores en todo el mundo.

El padre de Ana Frank, Otto, también tuvo dificultades, en el período de posguerra, para encontrar un editor para el diario de su hija. Hasta la fecha se han vendido aproximadamente 30 millones de copias.

¿Qué fue de Alfred Josephs?

En cuanto a Wolfgang Josephs, en agosto de 1946 todavía albergaba la esperanza de encontrar con vida a su padre. Recibió una nota mecanografiada de la Cruz Roja británica en la que le informaban, con pesar, de que los funcionarios de esa institución en Europa habían buscado en las listas de supervivientes y que el nombre de su padre no figuraba entre ellas.

Wolfgang anglicanizó su nombre y lo convirtió en Peter Johnson, y se instaló en Reino Unido, en una época en la que pocos en el mundo occidental querían escuchar las historias de quienes habían presenciado o sobrevivido al Holocausto.

Donó los documentos de su familia a la Biblioteca del Holocausto Wiener, que sigue siendo un vasto depósito de pruebas del período más oscuro de la historia de Europa.

Ahora, 80 años después, quedan tan pocos sobrevivientes que pronto el deber de recordar pasará a la posteridad.

"Creo que recordar el Holocausto es aún más importante ahora", dice Simpson, "porque ocurrió a tal escala y con tal intensidad de odio que [todavía existe] la necesidad de entender, de explicar este evento a escala continental en el que fueron asesinados seis millones de judíos".

Y también existe la necesidad de comprender plenamente cómo dar sentido a los perpetradores y la naturaleza del colapso moral que permitió que esto ocurriera.

Como escribió Primo Levi: "La herida no se puede curar. Se prolonga en el tiempo".

sábado, 21 de diciembre de 2024

El nazi que despertó a Francia.


Se cumplen 30 años del juicio del Carnicero de Lyon | Internacional
Klaus Barbie, con uniforme del ejército alemán, en 1944.
































El juicio a Klaus Barbie, celebrado hace 30 años, obligó al país galo a cambiar su visión sobre la parte más terrible de su pasado, la Ocupación.

A veces los países eligen cuándo se enfrentan a los momentos más terribles de su historia. Sin embargo, otras veces el pasado estalla de golpe. Eso fue lo que ocurrió durante el juicio al alemán Klaus Barbie, el jefe de la Gestapo en Lyon, celebrado hace ahora 30 años y que terminó, el 4 de julio de 1987, con su condena a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad. La expulsión de este antiguo oficial de las SS desde Bolivia en 1983 y su proceso cuatro años más tarde obligaron a los franceses a recordar que la II Guerra Mundial no fue el momento idealizado y fundacional que habían dibujado desde el regreso del general De Gaulle. El de Barbie fue el último gran proceso contra un criminal nazi y, seguramente, el más importante desde el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1960. Pero su importancia radica sobre todo en su efecto sobre la sociedad.

Tras la guerra, el Carnicero de Lyon fue reclutado por los servicios secretos estadounidenses, que más tarde le ayudaron a huir a Bolivia Los franceses se vieron obligados a recordar que el jefe de la Resistencia en el interior, Jean Moulin, fue capturado por los nazis, sin duda, pero porque había sido traicionado por un compañero; también quedó claro que los ocupantes no actuaron solos, sino apoyados por una milicia formada por los ocupados; y que algunos ciudadanos sufrieron de manera atroz durante la Ocupación, mientras que otros muchos simplemente esperaron a que pasase la tormenta mirando hacia otro lado, sin comprometerse con ninguno de los dos bandos.

El juicio a Barbie también recordó otra verdad profundamente incómoda: que durante la incipiente Guerra Fría, el antiguo nazi fue fichado por los servicios secretos estadounidenses, porque les vendió que era un militar capaz de perseguir la infiltración comunista. Washington le ayudó luego a huir a Bolivia, donde trabajó al servicio de varias dictaduras. Sobre este tema dirigió Kevin MacDonald, el realizador de El último rey de Escocia, un documental, My Enemy’s Enemy (El enemigo de mi enemigo), que puede verse en Filmin. La presencia ante la corte del viejo nazi sacó a la luz que las líneas que separan lo bueno de lo malo en la memoria de los países y en las relaciones internacionales son siempre mucho más difusas y cambiantes de lo que queremos creer. El hecho de que el mismo país que ayudó a liberar a Francia con el desembarco en Normandía colaborase después con el torturador y asesino del héroe ejemplar de la 

La resistencia contra los nazis demuestra la complejidad de la posguerra europea.

El Carnicero de Lyon era un nazi de segunda fila, un sádico que disfrutaba torturando, pero no dejaba de ser un asesino a las órdenes de otros.

Su misión, como se le escucha decir en el documental en una vieja grabación, era “acabar con la Resistencia y matar”. Su notoriedad en la memoria colectiva francesa se debe a que fue el policía que capturó a Jean Moulin, el hombre enviado por De Gaulle para unificar la Resistencia en Francia, y que lo torturó hasta la muerte. 

“Hasta el proceso, se hablaba poco y mal de este periodo”, declaró recientemente a la prensa francesa Alain Jakubowicz, que entonces era un joven abogado. “Fue un acto fundador que marcó un antes y un después y que permitió los procesos contra Touvier y Papon”.

El abogado se refiere a Paul Touvier, el jefe de la milicia de Lyon, condenado a cadena perpetua después de la liberación, pero que fue amnistiado en 1971 por el presidente Georges Pompidou. Sin embargo, dado que sus crímenes eran imprescriptibles, temiendo un nuevo proceso, se esfumó, con la ayuda de algunos sectores ultraconservadores de la Iglesia católica. Fue localizado y condenado de nuevo. Cuando murió en prisión, en 1996, el diario Libération tituló: “Un odio se ha extinguido”, por su irreductible antisemitismo. 

El caso de Maurice Papon, el otro personaje al que alude el abogado, es todavía más complejo: ocupó cargos públicos entre 1931 y 1987, con Gobiernos del Frente Popular, pero también colaboracionistas y luego socialistas, hasta que fue desenmascarado por el semanario Le Canard Enchaîné, que publicó documentos que demostraban que dirigió la deportación de 1.645 judíos. Tras una batalla legal de dos décadas, fue condenado en 1998 por complicidad con crímenes contra la humanidad.

Como el del propio Barbie, que falleció de cáncer en prisión en 1991, a los 78 años, son dos casos que reflejan toda la complejidad de la historia de Francia y la enorme dificultad que tiene cualquier país para asimilar su pasado. Barbie no fue el único elemento que despertó la memoria más incómoda, aunque representó un desencadenante muy importante para el reconocimiento por parte del Estado francés de su parte de culpa en los crímenes cometidos durante el Holocausto. 

Paradójicamente, Barbie no fue juzgado por su crimen más célebre, la captura y asesinato de Jean Moulin, sino por su papel en la deportación de judíos hasta los últimos días de la Ocupación, porque se trata de crímenes contra la humanidad, que no pueden prescribir nunca. Pero su abogado, el célebre Jacques Vergès, que también acabaría defendiendo al terrorista Carlos, se ocupó de que aquel caso y las dudas sobre quién traicionó al héroe de la Francia libre sobrevolasen el proceso.

Una testigo relató en el juicio que Barbie la torturó de manera salvaje ante su madre para arrancarle información sobre sus hermanos “Lejos de su imagen de heroísmo, Vergès trató de demostrar que el grupo resistente estuvo lleno de traidores, muchos de los cuales temían todavía que la verdad fuese revelada. A causa de la idealización nacional de la lucha contra los nazis y ante el temor de que esa imagen resultase dañada, Vergès logró cambiar la atención del discurso público de la persecución de los judíos a la propia Resistencia”, escribió la historiadora Joan B. Wolf en el ensayo Harnessing The Holocaust. The Politics Of Memory In France (El uso del Holocausto. La política de la memoria en Francia).

Sin embargo, hubo un elemento que desbarató por completo la estrategia de defensa: los testigos. Ahí también, el proceso a Barbie encierra una profunda lección: la única forma de destruir, o por lo menos de dañar gravemente en su línea de flotación, a los negacionistas del Holocausto es escuchar a las víctimas, a aquellos que estuvieron allí. Han pasado más de 70 años desde el final de la II Guerra Mundial y sus voces se van extinguiendo. Por eso es más importante que nunca recordarlas.

Uno de los testimonios más impresionantes lo proporcionó Simone Lagrange, detenida junto a sus padres, cuando tenía 13 años, el mismo Día D, el 6 de junio de 1944. Su torturador no se arrepintió de nada, ni siquiera asistió a las sesiones del proceso porque no reconocía la legitimidad del tribunal, pero la voz de aquella mujer se escuchó en todo el mundo. Recordó que fue detenida junto a sus padres porque Barbie quería localizar a sus hermanos. Después de darle una paliza tremenda, con ella con la cara ensangrentada por los puñetazos, le tiró violentamente del pelo, le acercó a su madre y le dijo: “Mira lo que estás haciendo a tu hija”. Fueron deportados los tres y solo ella volvió de los campos. Su madre murió en la cámara de gas y su padre fue asesinado delante de ella. Lagrange falleció en 2016, a los 85 años, después de haber demostrado que es posible la justicia y que la memoria de las víctimas es más fuerte que cualquier mentira sobre el pasado.

martes, 26 de noviembre de 2024

Breve catálogo de malos

Retrato de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) grabado según Stefano Ussi (1822-1901)
Retrato de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) grabado según Stefano Ussi (1822-1901)
Decía Elie Wiesel, superviviente del Holocausto, que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.

Toda la vida me ha fascinado el tema del Mal. Y lo escribo con mayúsculas porque me refiero a esa maldad tan colosal e inexplicable que te vuelve loco. Sin duda es uno de los grandes problemas del ser humano; las religiones se han inventado para darle un sentido al Mal, con el fin de que no nos destruya. De hecho, quizá no haya nada más importante a lo que tengamos que enfrentarnos que esos dos enigmas tenebrosos que son el Mal y la muerte. Por qué existe el Mal. Por qué tenemos que morirnos.

Ya se sabe que, según los expertos, hay un dos por ciento de psicópatas (no confundir con los psicóticos, que padecen una enfermedad mental) que son capaces de todo, porque carecen de empatía y utilizan fríamente al prójimo para su beneficio. Y a esos hay que añadir cerca de un diez por ciento de psicopatoides y narcisos, gente también muy tóxica, manipuladora y egocéntrica. En total, un buen pellizco de personas muy malas. Pero malísimas, vaya. Prácticamente todos los grandes monstruos de la Historia deben de proceder de esa cantera.

Pero no es de esos de los que quiero hablar hoy, sino de los malos menores, unos individuos que en realidad no tendrían por qué ser unos miserables, pero que lamentablemente se dejan llevar. Como, por ejemplo, los malos por pereza ética e intelectual. Son esa gente sin sustancia, carente de ambiciones e inquietudes, cuya máxima aspiración consiste en vivir lo mejor posible con el mínimo esfuerzo. Lo cual hace que, entre otras cosas, sean grandes consumidores de fake news y de cuanta trola social les pase cerca, porque verificar los datos o pararse a pensar les resulta cansino. A esta categoría debían de pertenecer muchos de los que se apresuraron a retuitear, el pasado agosto, que el autor de los apuñalamientos sucedidos en el Reino Unido era un inmigrante musulmán radical, una noticia falsa que provocó aquella espeluznante ola de violencia racista en todo el país. Resumiendo: ellos mismos no serían linchadores, son demasiado vagos, pero son quienes azuzan para linchar.

Luego están los malos con heridas pero sin reflexión (como en el caso anterior, la dejación del pensamiento tiene consecuencias peligrosas), que son aquellas personas que arrastran un sufrimiento, un rencor y una furia que no han sabido razonar ni asumir. Estos son los ejecutores del Mal y pueden llegar a ser atroces. Yo diría que una parte de los agresores en la violencia de género viene de ahí (otros son directamente psicópatas), así como muchos de los causantes de la violencia social. El gran neurólogo Robert Sapolsky cuenta en su libro Compórtate cómo el odio alivia, por desgracia, la angustia de quienes no saben manejar sus emociones.

Cerraré este somero e incompleto catálogo con los malos por miedo. Y ahí hay una división muy importante; por un lado, están aquellos que sienten un miedo insuperable. Imagina la época del nazismo, y que tu vecino judío viene a aporrear tu puerta para pedirte ayuda, y que no abres. Lo que estás haciendo es horrible, pero el pavor te tiene paralizado. Yo veo ahí una disculpa, aunque arrastres esa mancha toda la vida. Pero luego está el miedo social, o, por mejor decir, la conveniencia. No defiendes a tu amigo del instituto al que están acosando, y no porque pienses que también puedan pegarte a ti, sino porque no quieres pasar a formar parte de los pringados de clase. Este apartado puede envilecerse hasta lo infinito con aquellos malos que lo son para sacar tajada. Esto es, su temor no es a descender en la escala social, sino a no ascender lo suficiente. Son todos aquellos que se pliegan siempre al poder que mas conviene: los chaqueteros, los más papistas que el Papa, los que escupen al vecino judío si está delante un gerifalte de las SS, porque en realidad el vecino les da igual. Quiero decir que no hay ideología ni odio, sino cálculo. Y se las apañan para cegar su conciencia solo en el rinconcito justo que les permite medrar; en lo demás, hasta pueden parecer encantadores (¿qué tal Juan Goytisolo alardeando de pureza ética y luego permitiendo que su amante violara a su nieta?). Estos malos, en fin, son los que más me angustian, los que más aborrezco. Decía Elie Wiesel, superviviente del Holocausto, que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Y esa fría indiferencia de parásito es lo más aterrador del ser humano.

El Mal existe porque los tibios de corazón se lo permiten.

Rosa Montero

jueves, 1 de agosto de 2024

¿Inventaron los nazis el ‘management’ moderno?

Adolf Hitlers visited a Siemens factory in Berlin, 1933, after his final rally before winning the parliamentary elections
Adolf Hitler visita la fábrica de Siemens en Berlín en 1933, tras su último mitin electoral antes de ganar (no las ganó, el 60% de los alemanes nunca le votó en libertad) las elecciones al Reichstag.
El historiador Johann Chapoutot describe en el ensayo ‘Libres para obedecer’ los paralelismos entre la gestión de una empresa actual y los métodos del régimen hitleriano.

¿Existe una relación entre la gestión de cualquier empresa actual y la organización del trabajo en la Alemania nazi? Es la rompedora tesis del historiador Johann Chapoutot, profesor de Historia Contemporánea en la Sorbonne, que describe en su ensayo Libres para obedecer (Alianza) cómo el régimen hitleriano puso en marcha un modelo de organización jerárquica basado en la delegación de responsabilidades y la iniciativa individual. Según Chapoutot, los nazis defendieron una concepción no autoritaria del trabajo, donde el obrero ya no era un subordinado sino un “colaborador”, noción que puede parecer contradictoria respecto al carácter iliberal del Tercer Reich. Esa estrategia de asignación de tareas y definición de competencias, opuesta a la verticalidad del capitalismo británico o francés de finales del siglo XIX y relativamente similar a la cultura neoliberal de nuestro tiempo, estuvo al servicio de la economía de guerra alemana y del exterminio de millones de personas, pero terminó sobreviviendo al final del conflicto en 1945 y fue entregada como herencia a la Europa de la posguerra.

El ensayo causó estupor y cierta polémica cuando fue publicado en Francia en 2020, donde se convirtió en un pequeño fenómeno editorial. “Descubrí las similitudes entre los modelos nazi y neoliberal al estudiar el trabajo de juristas alemanes que teorizaron sobre un nuevo marco normativo para el régimen: les hacía falta una nueva ley moral, un nuevo derecho que les autorizara a exterminar a parte de la población”, explica Chapoutot en un restaurante pegado a la Sorbonne. Entre esos teóricos figuraba Reinhard Höhn, que tras la guerra se convirtió en el padre del management moderno en Alemania, donde fue celebrado como un pionero y llegó a ser objeto de un homenaje de la patronal poco antes de morir en el año 2000.

Para Höhn, el Estado debía desaparecer y ceder lugar a nuevas agencias gubernamentales, menos burocráticas y más dinámicas, en las que trabajarían trabajadores autónomos y felices. Para Chapoutot, estudiar la organización laboral del régimen permite adentrarse en otra cuestión aún más espinosa: la del estatus histórico del nazismo en Europa. ¿Fue una excepción, una anomalía, un paréntesis cerrado? “Al revés, los nazis están plenamente integrados en la historia occidental. Su legado se inscribe en nuestra modernidad. En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, responde el historiador.

“En realidad, los nazis no inventaron nada. Llevaron al extremo lógicas que existían antes de su aparición y que permanecieron tras la desaparición del régimen”, dice el autor

El libro desmonta muchas tesis infundadas sobre el nazismo. Recuerda, por ejemplo, que Hitler se oponía a la idea de un Estado fuerte, venerado en los tiempos de Prusia, pero que el führer consideraba una catástrofe para la raza alemana. “No es el Estado el que nos da órdenes, sino nosotros quienes damos órdenes al Estado”, declaró en 1934. “Solemos asimilar el nazismo con el fascismo y el estalinismo, donde sí había un Estado fuerte y centralizado. En realidad, los nazis se creían liberales, pese a oponerse a todos los principios del liberalismo filosófico. Apoyaban las tesis del nacionalismo alemán sobre la libertad, y vinculaban la aparición del Estado a los últimos días de Roma, cuando la mezcla de razas exigió un exoesqueleto normativo y un derecho escrito y no oral”, apunta Chapoutot. “Los germanos de buena raza y sanos de espíritu, en cambio, lograban gobernarse a sí mismos sin tener que recurrir a él”.

Contra la reificación diagnosticada por el marxismo, los nazis promovieron una especie de alienación voluntaria del trabajador. “Impulsaron una concepción nueva de la subordinación para que fuera aceptada por el propio subordinado. Los proyectos del nazismo eran gigantescos: había que producir, expandirse, reproducirse y preparar la guerra en tiempo récord. La represión no funcionaba. Había que obtener el consentimiento, o incluso la adhesión y el entusiasmo de los sometidos”, apunta el autor. Esa ambición originó una organización del trabajo que resaltaba su carácter agradable, las medidas de aeración y de higiene, la ergonomía y las actividades de ocio, que perfeccionó los preceptos del dopolavoro mussoliniano.

historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer'

El historiador Johann Chapoutot, autor de 'Libres para obedecer', retratado en París a mediados de septiembre. BRUNO ARBESÚ

En Alemania, el sindicato único creó una división llamada Kraft durch Freude (algo así como “fuerza por medio de la alegría”), convencido de que la producción solo podría sostenerse a través de una ilusoria sensación de júbilo y bienestar. Se organizaron vacaciones al infausto resort de la isla de Rügen, conciertos en las fábricas, actividades deportivas, módulos de dietética y cursillos para gestionar la carga de trabajo, antepasado del estrés. Cualquier parecido con los happiness managers que surgieron en Silicon Valley y luego invadieron el mundo, encargados de proponer cursos de yoga e instalar futbolines para los asalariados, es pura coincidencia.

El objetivo de Hitler y Goebbels, como dejaron claro en sendos discursos pronunciados durante la fiesta del 1 de mayo de 1933, consistía en terminar con la lucha de clases y eliminar el conflicto en el lugar de trabajo para no perjudicar la productividad. “Contra el marxismo judío, que oponía trabajo y capital, la propaganda nazi lanzó otra imagen: el ingeniero y el obrero estrechándose la mano. En la Primera Guerra Mundial habían luchado juntos en las trincheras, porque formaban parte de la misma nación y la misma raza. El marxismo amenazaba con destruir esa unidad”, relata Chapoutot, que recuerda la “trampa” ideada en los años diez para disuadir a las masas tentadas por el comunismo: asegurar que el nazismo también era un socialismo. “Hitler dice a los obreros que es uno más entre ellos. Esa identificación engañosa es una idea que persiste en muchos líderes populistas, con un millonario como Trump como mejor ejemplo”.

El ensayo pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas enuncia: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas

Por encima de todo, los nazis fueron partidarios de un darwinismo social, de una sociedad de ganadores y perdedores donde los segundos solo podían culparse a sí mismos de su fracaso. Para ser un ciudadano aceptable, no solo había que pertenecer a la raza adecuada, sino también producir por encima de sus posibilidades. “Cuando no era el caso, el individuo se convertía en un peso muerto para la sociedad, lo que abría la puerta a su exterminación. Los nazis son el emblema de una deshumanización que sigue vigente hoy. Ya no somos personas, sino material humano, expresión omnipresente en el lenguaje del régimen que después fue rebautizada como recursos humanos”, apunta Chapoutot.

En el libro, el historiador pasa de puntillas sobre la idea más incómoda de cuantas contiene su apasionante ensayo: el paralelismo entre la destrucción de empleos y la supresión de vidas. En la entrevista, admite que los despidos masivos de los grandes grupos en la era de la reconversión industrial tienen algo de muerte simbólica. Y, en algunos casos, literal. Chapoutot recuerda el plan de transformación de la antigua France Télécom en Orange, que se saldó con 35 suicidios de trabajadores en 2009. “Dos años antes, su director general había afirmado que los 22.000 despedidos, inservibles para una empresa pública en vías de privatización, deberían marcharse ‘por la puerta o por la ventana’. Y eso fue lo que sucedió”, lamenta. El autor acabará admitiendo que su libro tiene una dimensión política: “He querido crear una disonancia respecto al clima actual, recordar de dónde procede ese vocabulario y alertar ante una concepción de la vida que, aunque no siempre nos demos cuenta, sigue siendo terrible y criminal”.

viernes, 12 de julio de 2024

_- Amor entre el horror de Auschwitz

Rudolf Friemel and Margarita Ferrer Rey
_- Foto de boda de Rudolf Friemel y Margarita Ferrer Rey, 18 de marzo de 1944. Rudolf Friemel Estate.
El enlace entre Margarita Ferrer y el preso austriaco Rudolf Friemel fue el único que se celebró en el campo nazi. El nieto de la pareja ha donado su archivo en Viena.

A Rudolf Friemel le permitieron dejarse crecer el cabello y lucir traje, corbata y zapatos prestados de la guardarropía de las SS. Su padre y su hermano llegaron en tren desde Viena en calidad de testigos, y con ellos la novia, Margarita Ferrer, a la que permitieron entrar en Auschwitz con su hijo común, Édouard, un niño de tres años. Un prisionero polaco hizo las fotografías, hubo un banquete íntimo y los recién casados pasaron la noche de bodas en el prostíbulo del campo, una celda del barracón 24. Al día siguiente se despidieron, Margarita regresó con la familia a Viena y Rudolf continúo su reclusión como preso número 25173. Hasta que la muerte los separe. No se volvieron a ver.

Eran vidas trágicas, desgraciadas, de película. Rudolf Friemel y Margarita Ferrer se conocieron en el frente del Ebro durante la Guerra Civil: él había viajado a España para luchar con las Brigadas Internacionales contra Franco; ella acompañaba al grupo de mujeres antifascistas que hacía excursiones desde la retaguardia para animar las horas muertas de los soldados en las trincheras. Él era de Viena, buena planta, carismático, con el mentón partido de Robert Mitchum, un mecánico de coches que había estado involucrado en el asesinato de un inspector de policía durante el Levantamiento de febrero del 34. Ella era una española de ojos negros que trabajaba como secretaria en Barcelona. Cuando entraron las tropas franquistas en la ciudad, tuvo que huir con su hermana cruzando a pie los Pirineos para acabar en un campo de concentración en Francia.

Saint-Cyprien era una franja a orillas del mar cercada con alambre de espino, sin ni siquiera barracones donde guarecerse ni agua potable, con los refugiados peleando por sobrevivir en la arena. El mismo campo al que pronto llegó Rudolf, pero sin que ninguno de los dos amantes supiera que compartían cautiverio. Antes de que Rudolf fuera deportado a Auschwitz en diciembre de 1941, hubo un feliz reencuentro y Margarita se quedó embarazada de Édouard.

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El hijo de Édouard tiene hoy 48 años, es un ingeniero alto y pelirrojo que vive en Marsella y lleva el nombre de su abuelo. Rodolphe Friemel acaba de donar al archivo municipal de Viena los documentos originales que conservaba su familia sobre el enlace en Auschwitz, y la Biblioteca de Viena los exhibirá hasta el 30 de septiembre. El acceso es libre y permite conocer las entrañas del monumental edificio neogótico del Ayuntamiento vienés. El buen castellano que habla Rodolphe no lo aprendió con su abuela Margarita, sino con su segundo marido, Paco Suárez, un republicano español superviviente de Mauthausen que durante años se sirvió el café en latas porque lo demás eran lujos.

“Con Marga nunca hablé de su boda en Auschwitz. Era una cuestión de celos, Paco no lo soportaba”, dice Rodolphe Friemel junto a las vitrinas que exponen las fotos, cartas, tarjetas de boda diseñadas por otros reclusos preferentes y documentos oficiales del enlace de sus abuelos. “Con mi padre conseguí un diálogo fluido al final de su vida. Siempre se negó, era un trauma para él. Una noche le dije: ‘Papá, no soporto la idea de que te mueras, y necesito hablar contigo para aclarar cómo fue tu infancia’. Creo que pensó que se lo debía a su hijo. Murió un año después”.

Margarita and Rudolf
Margarita and Rudolf
Foto de la pareja nupcial con su hijo Edouard, 18 de marzo de 1944. Rudolf Friemel Estate.
BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

El catálogo de la exposición se presenta con un texto del escritor Erich Hackl, autor de Boda en Auschwitz (publicado en España por Destino), un libro de indudable valor como documento histórico: Hackl buscó como un detective las voces de testigos y supervivientes para armar el relato con una detallada historia oral. Incluso tras su publicación siguió encontrando a los protagonistas. En Cracovia conoció al fotógrafo del enlace, Wilhelm Brasse, preso en el campo casi desde su apertura en agosto de 1940 por su rechazo a alistarse en la Wehrmacht. “Brasse había fotografiado los experimentos del doctor Mengele, imágenes terribles como la de los niños siameses cosidos por la espalda. Tomó miles de imágenes para el servicio de identificación, un trabajo que le salvó la vida. Recordaba las fotos de los novios como el único momento feliz en Auschwitz”, dice Hackl. Los retratos están en la exposición. En el dorso de la fotografía que le permitieron a Rudolf enviarle a Margarita, se lee escrito con tinta azul en castellano: “A mi esposa fiel y valiente en su gran día. Su Rudi. Auschwitz, 18-III-44″.

Rudolf Friemel había iniciado tiempo atrás una batalla burocrática con las instituciones del Reich para conseguir el enlace y que su hijo tuviera un padre reconocido. No era judío, sino un preso político que les resultaba muy útil a las SS por su conocimiento de mecánica. Lo consideraban alemán y contaba con ciertos privilegios, como enviar y recibir correspondencia (las cartas con los sellos con la efigie de Hitler y el matasellos del campo de concentración de Auschwitz que se exhiben en Viena).

Auschwitz wedding
Auschwitz wedding

Fotos del servicio de identificación de la Gestapo de Viena, septiembre de 1941. Rudolf Friemel Estate. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

Rudolf Friemel letter to Margarita Friemel
Rudolf Friemel letter to Margarita Friemel Carta de Rudolf Friemel a Margarita Friemel del 30 de julio de 1944. Patrimonio de Rudolf Friemel. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

En Auschwitz-Birkenau, la máquina de exterminio nazi asesinó de forma industrial a más de un millón de personas. En los cinco años que operó el campo solo se celebró esta boda. Se ha interpretado como un pasatiempo cínico de la comandancia, un acto de propaganda como el documental filmado en Terezin, un gesto de humanidad o el triunfo de la voluntad burocrática, película que podría haber rodado Leni Riefenstahl. “Coincidió con el nombramiento de un nuevo comandante, Liebehenschel, que trató de atenuar el terror. Fue él quien lo permitió”, explica Hackl, que añade: “Pero no hay una explicación clara. Las decisiones sobre la vida o la muerte eran arbitrarias. Como me contó un superviviente, 999 presos podían ser apaleados hasta la muerte y el número mil se salvaba. No hay que buscar una razón para cada autorización, cada decreto de excepción”. Y con Liebehenschel el exterminio continuó. La boda se ofició esa mañana esplendorosa que anticipaba la primavera en Auschwitz sin que la chimenea de ladrillo rojo dejara de cubrir el campo con el hedor a carne quemada.

Boda de Auschwitz
Boda de Auschwitz
Nota de felicitación de compañeros del campo, el 18 de marzo de 1944. Patrimonio de Rudolf Friemel. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

Entre los presos hubo un sentimiento de victoria. Volvieron fugazmente a las rutinas de la libertad. La euforia los envalentonó y los animó a trazar un plan de huida, que tras ser destapado acabó con Friemel en el cadalso. Lo colgaron el 30 de diciembre con la misma camisa con la que se había casado, apenas un mes antes de que el campo fuera liberado por el ejército soviético. Durante el tiempo que esperó la sentencia, logró enviarle una serie de cartas de amor a Marga con la complicidad de un SS, que también están en la muestra.

El enfrentamiento con el horror nazi de la familia de Rodolphe Friemel no se acaba aquí. Su abuelo materno fue ejecutado en París durante la ocupación alemana. La Gestapo descubrió la imprenta en la que producía L’Humanité y otros panfletos con instrucciones para usar armas de la Resistencia francesa. “También conservo su material, un testimonio directo. Lo llevé al archivo de Francia”, dice Rodolphe Friemel, “pero no lo aceptaron. No disponen de recursos y tiempo para registrarlo. Y es una pena”.

lunes, 29 de abril de 2024

De aquellos fascistas estos nacionalistas.

Quienes abrazaban el fascismo no tenían reparos en imponer su tiranía a otros, no creían en la paz, sino en la victoria, y aborrecían la democracia. Que no nos extrañe lo que hagan hoy algunos de sus herederos políticos, como Modi o Netanyahu

En 1928, Abba Ahimeir, un periodista del periódico Doar Hayom, editado en Palestina por el movimiento sionista revisionista, publicó un artículo llamado Sobre la llegada de nuestro Duce. Se refería a la visita inminente de Zeev Jabotinsky, líder indiscutible del sionismo de derechas. El artículo apareció en su columna habitual en ese rotativo titulada Del cuaderno de un fascista. Cuatro años después, este mismo periodista fue arrestado por interrumpir una conferencia en la Universidad Hebrea de Jerusalén. En el juicio que siguió, su abogado defensor, en respuesta al discurso del fiscal comparando la acción de su representado con los disturbios causados por los nazis en Alemania, dijo: “Los comentarios sobre los nazis van demasiado lejos. Si no fuese por el antisemitismo de Hitler, no nos opondríamos a su ideología. Hitler salvó a Alemania”. Hay muchos más ejemplos de la admiración por el fascismo —empezando por el propio Jabotinsky, un declarado entusiasta de Benito Mussolini— entre la derecha sionista de antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta fascinante historia la cuenta (en inglés) el excelente libro del israelí Tom Segev El séptimo millón: los israelíes y el Holocausto.

Hoy tendemos a mirar al fascismo como un fenómeno de, sobre todo, Europa, felizmente derrotado por las armas en 1945. Es una lectura tan optimista como eurocéntrica y autocompasiva. El fascismo fue un movimiento político con orígenes europeos, y fue en este continente donde cometió sus peores crímenes. Fue también un movimiento imperialista. Como lo veían los fascistas, lo que ellos hiciesen en África, los Balcanes o en el Este de Europa no era sino una versión tardía, pero igualmente justificable, de lo que otros europeos habían hecho antes en todo el mundo. Hitler, por ejemplo, admiraba la conquista del Oeste americano y la práctica eliminación de los nativos. También tenía en mente como modelo administrativo para su imperio futuro el de los británicos en la India, esto es: una pequeña élite extractora controlando las vidas de millones de personas. En vez de indios, eso sí, sus vasallos e inferiores raciales serían los eslavos. Esto se sabe bastante bien, lo que ya no se tiene siempre tan presente es que dentro de los imperios europeos hubo movimientos independentistas de corte fascista, y que sus herederos políticos gobiernan hoy, como lo hacen los de Mussolini en Italia —y quizás pronto los de Philippe Pétain en Francia—, naciones ya libres.

Volviendo a Palestina, la relación entre el sionismo y el Imperio británico fue muy complicada. Ya desde la Primera Guerra Mundial el sector mayoritario de aquel, de corte más o menos socialista, se alineó con este. El sector derechista, también llamado revisionista, tuvo en cambio una actitud muy beligerante. Quería manos libres para colonizar el territorio, desalojar a los árabes y quitarse de encima el control de Londres. Este antiimperialismo fascista adoptó el terrorismo como estrategia política. Mientras que la milicia armada oficial del sionismo, la Haganá, colaboró con los británicos en reprimir la gran revuelta árabe-palestina de 1936-1939 y en la Segunda Guerra Mundial, las mucho más pequeñas milicias fascistas como el Irgún, fundada por Jabotinsky, y Lehi se enfrentarían a ellos. Dos líderes revisionistas y futuros primeros ministros de Israel, Menachem Beguín e Isaac Shamir, estuvieron en busca y captura por sus acciones armadas. No era para menos. En 1946, el Irgún voló el hotel King David de Jerusalén, sede de la Administración colonial británica, matando a 91 personas. En 1947 su cruel ahorcamiento de dos sargentos previamente secuestrados provocó la histeria entre la opinión pública británica y el último pogromo antisemita en ese país, en Mánchester. Un año después el Irgún masacraría a unos cien civiles árabes en el poblado de Deir Yassim.

Por su parte, Shamir, dirigente de Lehi, incluso durante la Guerra Mundial buscó una alianza con Alemania e Italia. Entre sus hazañas se incluyen el asesinato en El Cairo del ministro residente británico, Lord Moyne, en 1944; la coparticipación en la matanza de Deir Yassim; y la muerte en 1948 de Folke Bernadotte, mediador para Palestina de las Naciones Unidas. Del movimiento revisionista unificado surgiría el partido Likud, que ganó las elecciones generales de 1977 que permitirían a Beguín primero y luego a Shamir gobernar Israel. Este es el partido de Benjamín Netanyahu. Además de la supervivencia política personal, su acción de gobierno ha tenido dos objetivos básicos: asentar a más colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén, y evitar el nacimiento de un Estado palestino.

Israel no es ni mucho menos el único país antes colonizado que ahora está gobernado por un partido creado por antiguos fascistas. En Occidente tenemos la visión de la lucha pacífica de Mohandas Gandhi y Pandit Nehru como la de la historia de la liberación de la India, pero en esta narrativa placentera olvida el papel de los ultraderechistas antimperiales como Subhash Chandra Bosse, un antiguo líder del Congreso Nacional Indio. Antiguo procomunista convertido luego al fascismo, Bosse vivió la Segunda Guerra Mundial entre Roma, Berlín (por donde estuvo también el palestino, rabioso antisemita y reclutador de musulmanes para las SS, Gran Muftí de Jerusalén, Amín al-Husayni; instigador, entre otras, de la matanza de judíos de Hebrón en 1929) y Tokio. En 1943, usando a prisioneros de guerra indios, Bosse creó en Birmania un ejército de liberación para invadir el subcontinente junto a los japoneses. Fracasó, pero desde su muerte en 1945 es considerado por muchos indios como el principal patriota de la lucha por la independencia de su país.

También se ignora a menudo que los orígenes del partido gobernarte hoy en la India, el Bharatiya Janata, y su primer ministro, Narendra Modi, están en la milicia ultraderechista y antimusulmana RSS (Organización Nacional Voluntaria), creada en 1925 y que desde el principio imitó las fórmulas y los rituales fascistas. Fue uno de sus militantes quien en 1948 asesinó al “traidor” Gandhi. En 2002, cuando Modi era ministro principal de Gujarat, permitió, y fue acusado de fomentar, los disturbios interétnicos que causaron la muerte a entre mil y dos mil personas, en su mayoría musulmanas. Este hecho propulsó su figura a nivel nacional entre los sectores más duros partidarios de la Hindutva, la ideología del supremacismo hindú.

Los fascistas y pronazis de los años veinte y treinta tuvieron que reinventarse después de 1945. Como Francisco Franco entendió muy bien, la nueva capa de respetabilidad sería ahora el anticomunismo, pero también la protección de la religión y la identidad nacional supuestamente amenazadas. En Europa, el continente americano y Sudáfrica esto se tradujo en un discurso de defensa de la civilización cristiana occidental (un invento de la propaganda de Joseph Goebbels cuando los nazis veían la guerra perdida); en Israel, en la preservación de un Estado judío étnicamente excluyente; y, en el caso de la recién descolonizada India, del hinduismo frente a la amenaza del islam. Los antiguos fascistas lucharon por la independencia de sus países, pero no por la de todos los países; abogaban por la libertad de sus pueblos, pero no tenían reparos en imponer su tiranía a otros; no creían en la paz, sino en la victoria; eran ultranacionalistas, no humanistas, y aborrecían la democracia. Que no nos extrañe lo que hagan hoy sus herederos políticos.

Antonio Cazorla Sánchez es catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Trent University, Canadá.

jueves, 22 de febrero de 2024

_- HOLOCAUSTO. Viaje al campo de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich.

Supervivientes del campo de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento conmemorativo en 1959.
_- Supervivientes del campo de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento conmemorativo en 1959.
La historiadora Fermina Cañaveras novela en ‘El barracón de las mujeres’ el horror de las presas obligadas a prostituirse, entre ellas dos centenares de españolas

La historiadora Fermina Cañaveras (Torrenueva, Ciudad Real, 46 años) lleva desde 2008 poniendo nombre, rostro y dignidad a las mujeres obligadas a prostituirse en el campo de concentración de Ravensbrück, el mayor burdel del Tercer Reich, pero aún conserva la emoción intacta. Con la voz entrecortada, no se ha acostumbrado al relato de una infamia. Imposible hacer callo ante un material de trabajo tan espeluznante: el proyecto levantado en la Alemania nazi exclusivamente para atentar contra los derechos de la mujer: violaciones, abortos forzados y esterilización eran los tres pilares sobre los que se levantó este campo de concentración y exterminio por donde pasaron hasta 130.000 mujeres entre 1942 y 1945. El día de su liberación, habían sobrevivido 15.000, de las cuales 200 eran españolas. Fermina Cañaveras ha podido localizar de momento a 26.

A 90 kilómetros de Berlín, Ravensbrück fue el campo más grande para mujeres en territorio alemán y el segundo de Europa después de Auschwitz. Sin embargo, poco se sabe de él. Fue uno de los últimos en ser liberados por los aliados y hubo tiempo para destruir mucha de la documentación que allí se conservaba. 

Así que, enterradas en la cal viva del olvido, que Fermina Cañaveras esté poniendo nombre y rostro a las mujeres convertidas en esclavas sexuales en Ravensbrück se convierte en una literalidad. De entre todos ellos surge el de Isadora Ramírez García (Madrid, 1922-2008), la protagonista de El barracón de las mujeres (Espasa), primera novela de esta historiadora especializada en el área de mujer y represión durante los conflictos del siglo XX. “La historia, por desgracia, está contada en su mayoría por hombres; siempre se ha hablado de exilios, guerras, campos… desde el sufrimiento de los hombres, pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿Por qué existe esta tendencia al olvido de la memoria de nuestro país, pero sobre todo al olvido de la mujer?”, se pregunta Cañaveras durante una breve visita a Sevilla, donde se encuentra con EL PAÍS.

Cañaveras ha tenido que novelar la historia de Isadora y otras compañeras en aquel viaje al infierno porque la ficción ha sido el único pegamento para unir las piezas encontradas en su intenso rastreo documental. Aun así, los nombres y, sobre todo, el sistema de humillación y degradación humana perfectamente orquestado por el Tercer Reich para explotar y experimentar con las mujeres bajo pretextos pseudocientíficos son de extremo rigor y veracidad. “Las violaban del orden de 20 veces al día, delante de muchos soldados que acudían para mirar, y muchas de ellas quedaban embarazadas. Era con estas con las que experimentaban, les abrían el vientre y las dejaban morir para ver cuánto aguantaban los fetos”, dice. No es morbo, reivindica la historiadora, “es memoria y así hay que contarlo”.

Fermina CañaverasLa escritora Fermina Cañaveras, con un ejemplar de su libro 'El barracón de las mujeres'.
HUGO G. PECELLÍN

El contexto, pues, que describe El barracón de las mujeres es escalofriante: junto a las violaciones cotidianas, este campo fue un laboratorio para prácticas que escapan a cualquier consideración científica o moral, como inyectarles a las mujeres semen de chimpancé para comprobar si podían procrear híbridos de mujer y mono. A otras les extirpaban partes del cuerpo y las reimplantaban para comprobar su recuperación.

Pero volvamos a Isadora Ramírez García, una de las últimas supervivientes españolas conocidas, que murió en Madrid en 2008, justo el año en el que Fermina Cañaveras decidió embarcarse en el rescate de esta historia, y a la que no pudo conocer. El punto de arranque fue una fotografía hallada mientras estaba sumergida en otro proyecto de recuperación de memoria histórica: “Yo estaba investigando cómo se organizó el Partido Comunista en un piso de Atocha en la clandestinidad tras la Guerra Civil, no soy experta en la II Guerra Mundial, pero una militante del PC me puso sobre la pista”. Se resistió en un principio por pulcritud profesional, pero fueron muchas las voces que la animaron a embarcarse en este viaje hacia la dignificación de aquellas mujeres. El juez Baltasar Garzón, que firma la faja de la novela; y sus compañeros en la Comisión de Historia del Teatro del Barrio de Madrid, del que formaba parte entonces, fueron fundamentales para empujar a Fermina Cañaveras a escribir este relato del que no ha salido “indemne”, confiesa.

Y así, en la desvaída fotografía encontrada supo que tenía que dar un vuelco a su trabajo: allí aparecía la imagen de una mujer desde el cuello hasta la cintura, con una inscripción en alemán tatuada en el pecho: Feld-Hure, puta de campo. Así marcaron a Isadora, que murió a los 86 años con el recuerdo imborrable de la humillación escrito aún en su piel. “Utilizo la palabra puta porque es la traducción literal de hure”. En esta novela no hay eufemismo, hay verdad. También en la crueldad de las palabras. “Las embarazadas eran las conejas”, relata la autora, y el barracón de las locas fue el nombre que se utilizó para recluir, en un ostracismo aún más ignominioso, a todas las que no pudieron soportar tanto dolor y perdieron el juicio.
Una prisionera del campo de concentración de Ravensbrück con la inscripción 'Feld-Hure' (puta de campo) en el pecho.
Una prisionera del campo de concentración de Ravensbrück con la inscripción 'Feld-Hure' (puta de campo) en el pecho.EDITORIAL ESPASA


Esa fue la experiencia que marcó para siempre la historia de Isadora Ramírez García, hija, sobrina y hermana de republicanos. Al acabar la Guerra Civil, precisamente, cruzó la frontera a Francia en busca de su hermano Ignacio, desaparecido durante la contienda nacional. Allí se enroló en la Resistencia hasta que fue detenida y deportada a Ravensbrück. Tenía 20 años. Pero hay más personajes reales dentro de El barracón de las mujeres, todas supervivientes del horror: Constanza Martínez (1917-1997), también miembro de la Resistencia, cuya frágil salud tras las huellas que dejó en ella la experiencia del campo de concentración no le impidió llegar a ser vicepresidenta del Amical de Mauthausen. O Neus Català (1915-2019), a quien Fermina Cañaveras sí conoció y cuyo testimonio fue clave para reconstruir esta historia. Neus, precisamente, fue la fundadora del Amical de Ravensbrück. Desde el final de la II Guerra Mundial dedicó su vida a intentar no olvidar los nombres de las que murieron y sufrieron el cautiverio en aquel infierno.

La aragonesa Elisa Garrido (1909-1990) también protagoniza un pasaje del libro que emociona por su coraje. Esta presa provocó la explosión que inutilizó la fábrica nazi de obuses del comando Hafag, al que había sido destinada como esclava. Dedicó su vida a ayudar a quienes habían pasado por la Resistencia.

Y en un escalofriante contraste, la francesa Catherine Dior (1917-2008), hermana del celebérrimo diseñador Christian Dior, se pasea por las páginas de esta novela enrolada en una unidad de inteligencia franco-polaca. “Catherine tuvo muy mala suerte porque fue arrestada en la víspera de la liberación de París. Fue deportada a Ravensbrück, pero sobrevivió”, relata Cañaveras. Su hermano creó en 1947 un perfume en su honor y en recuerdo de sus compañeras: Miss Dior.

Presas con sus hijos en el barracón.
Presas con sus hijos en el barracón.EDITORIAL ESPASA

Y es que, el infierno de Ravensbrück, también el mensaje que quiere trasladar la autora en El barracón de las mujeres, es “una historia de resiliencia y de sororidad. Allí se ayudaron, se acompañaron, se cuidaron y protegieron todas estas mujeres para hacer sobrevivir a la mayoría de ellas. Esta novela es la consecuencia de sus vivencias, de sus miedos, de sus silencios y de sus sentimientos. Es el trabajo de muchas horas de investigación que han culminado en un homenaje a todas las que han permanecido en la sombra de la historia”.