domingo, 31 de mayo de 2020

_- Seis ideas filosóficas para reflexionar sobre la pandemia. El trabajo de los filósofos consiste en incordiar y “señalar lo que debe ser destruido para no repetir errores”

_- El vecino de Eduardo Infante subió a hablar con él sobre la pandemia. Estaba angustiado y quería conocer su opinión sobre todo lo que estaba ocurriendo. Infante lo invitó a pasar y estuvieron charlando un buen rato, intercambiando opiniones e intentando buscarle algo de sentido al confinamiento y a la enfermedad.

Infante no es científico, ni médico, ni psicólogo: es profesor de Filosofía en un instituto de Gijón y autor del libro Filosofía en la calle. Según cuenta a Verne, lo que pudo aportar a la conversación fue algo de “perspectiva, estuvimos hablando sobre cómo nuestra generación no se había preparado para algo así —Infante nació a finales de los setenta y su vecino es algo mayor—. La historia nos muestra que las situaciones adversas forman parte de la vida del ser humano. ¿Por qué íbamos nosotros a ser especiales y no íbamos a enfrentarnos a ninguna gran crisis?”. Es decir, la pregunta no era tanto “¿por qué nos está pasando esto?” como “¿por qué no nos iba a pasar?”.

La filosofía no va a ayudarnos a encontrar la vacuna contra la enfermedad, ni nada parecido, pero en una situación como la actual, llena de incertidumbres, es cuando se muestra más necesaria, como explica Eurídice Cabañes, filósofa especializada en tecnología. El pensamiento crítico “es imprescindible” no solo para intentar buscar algo de sentido a lo que está pasando, sino también para “reevaluar las condiciones del mundo tras la pandemia”. Y las de antes de la enfermedad: Ana Carrasco Conde, autora de En torno a la crueldad, apunta que esta crisis también ha puesto de relieve problemas estructurales. La tarea de los filósofos consiste, en gran medida, en “incordiar, ver dónde se producen estos problemas” y “señalar lo que debe ser destruido para no repetir errores”.

Hemos pedido a cinco filósofos de campos diferentes que nos den alguna idea que nos pueda servir como herramienta para poner en práctica este pensamiento crítico, por si nos sentimos tan perdidos como el vecino de Infante. Esto es lo que nos han dicho:

1. La importancia de la investigación científica. Eulalia Pérez Sedeño, profesora en el Instituto de Filosofía del CSIC y autora de Las 'mentiras' científicas sobre las mujeres, explica que la pandemia ha puesto de manifiesto “la necesidad de que el Estado financie la ciencia básica” para garantizar la investigación en campos en los que “los beneficios pueden no ser inmediatos”. Ni siquiera a medio plazo.

Pone el ejemplo de Margarita Salas, bióloga que creó una tecnología que revolucionó las pruebas de ADN y cuya patente ha reportado al CSIC más de seis millones de euros. No lo hizo buscando ninguna aplicación práctica: el objetivo de sus investigaciones en biología molecular era aprender más sobre cómo funciona el ADN y cómo se transmite la información que contiene. La propia Salas, fallecida en 2019, explicó que “hay que hacer investigación básica de calidad, pues de esta investigación saldrán resultados que no son previsibles a priori y que redundarán en beneficio de la sociedad",

Pérez Sedeño añade que es importante que esta investigación se haga en entidades públicas, ya que así es más fácil que los resultados “estén al alcance de todo el mundo”. De este modo no entraría en juego la necesidad de obtener beneficios rápidamente como ocurre con las farmacéuticas privadas. Y como podría pasar con la vacuna de la covid-19.

2. El postureo moral. Así traduce Antonio Gaitán, coautor de Una introducción a la ética experimental, el concepto “moral grandstanding”, acuñado por Justin Tosi y Brandon Warmke en un artículo de 2016. Con este término, que también se puede traducir por “exhibicionismo moral”, estos filósofos estadounidenses se refieren a los discursos exagerados e hipermoralistas, que muestran una indignación impostada o fuera de tono. El objetivo no es exponer razones, alimentar un debate o llegar a acuerdos con los demás, sino que los interlocutores (o seguidores en redes sociales) puedan ver que estamos en el bando que consideramos correcto, el "de los buenos".

Se trata de una actitud, explica Gaitán, que “devalúa el debate moral”. Hace más difícil llegar a acuerdos y contribuye a la polarización, además de dar una falsa sensación de consenso, como cuando un político dice que algo es de sentido común sin que lo sea necesariamente. Este exhibicionismo de la indignación y de la moralina “incrementa la intolerancia hacia las ideas ajenas”, lo que además acaba provocando que se expulse a mucha gente del debate público, dejando la conversación en manos de los más agresivos o grandilocuentes.

El concepto “está muy en línea con hallazgos recientes sobre cómo el comportamiento de grupo afecta a las creencias”, explica Gaitán, mencionando el filtro burbuja y las cámaras de eco. Tosi y Warmke advierten en su libro Grandstanding, recientemente publicado, de dos cosas a tener en cuenta: primero, que no es una actitud exclusiva de derechas o de izquierdas (aunque sí hay más tendencia en las personas situadas en los extremos) y, segundo, que nos resulta muy fácil advertir el postureo en los demás, pero, en cambio, no caemos en la cuenta cuando lo hacemos nosotros.

3. La soberanía tecnológica. Eurídice Cabañes, fundadora de la asociación cultural Arsgames, recuerda que, con el confinamiento, el espacio público está siendo estos días casi por entero digital: “Hemos dejado de habitar las calles e interactuamos a través de espacios digitales”. Estos espacios son de gestión privada y no pública, con normas de participación decididas por corporaciones. “La ciudadanía digital está privatizada, incluso en el caso de las entidades públicas”, que tienen, por ejemplo, contratos de almacenamiento digital con Amazon.

Cabañes también recuerda que muchas escuelas están usando para las clases a distancia la Suite de Google, entre otras aplicaciones similares, que puede almacenar y vender datos a terceros. Esta práctica puede ser especialmente peligrosa en ámbitos como la educación y la sanidad. Todo esto no es nuevo, pero “el confinamiento ha supuesto un salto brutal. Por ejemplo, todas las clases han pasado de presenciales a digitales de un plumazo”.

La soberanía tecnológica apuesta por iniciativas de software libre (es decir, modificable para adaptarlo a usos concretos, por ejemplo) que sean menos intrusivas con nuestra privacidad y nuestros datos. Cabañes recuerda que hay propuestas que ya están en marcha, además de productos y servicios accesibles: “Por ejemplo, se puede usar Jitsi en lugar de Zoom, que es mucho más respetuoso con la información privada”. También propone incentivar iniciativas locales, introduciendo la idea de “tecnología situada, por analogía con el conocimiento situado que proponía la filósofa Donna Haraway". Es decir, en contexto y aplicado a necesidades concretas y no globales.

Otro aspecto relacionado es el de la necesidad de fijarnos en la igualdad de acceso a estas nuevas tecnologías. Eulalia Pérez Sedeño recuerda cómo estas desigualdades se han puesto de manifiesto con las clases a distancia de escuelas y universidades. El confinamiento ha afectado de manera más grave a familias desfavorecidas sin medios ni recursos, como ordenadores para conectarse y atender a estas clases.

4. El cosmopolitismo. Para Eduardo Infante, “una de las cosas que nos ha mostrado el virus es la artificiosidad de nuestras fronteras y las incapacidades del Estado-nación”. El filósofo recuerda que “lo que estamos viviendo es un problema global". Los virus "no distinguen naciones ni clases sociales, y los problemas globales exigen soluciones globales”. Infante apunta que “esta crisis nos desvela, una vez más, que somos vulnerables e interdependientes”. Y añade: “El orgullo de sentirse español, catalán o estadounidense, no cura esta enfermedad y ninguna bandera detiene el virus”.

Infante compara nuestra situación con la Grecia helenística (siglos IV-I antes de Cristo). Era “una época muy parecida a la nuestra: de profunda crisis e incertidumbre” y fue cuando muchos pensadores propusieron el modelo cosmopolita. Cuando a Diógenes el Cínico le preguntaron por su nacionalidad, respondió: “Soy ciudadano del mundo”. Hierocles, filósofo estoico del siglo II, “afirmaba que en nuestras relaciones con los demás vamos construyendo círculos concéntricos en función de la proximidad". La propuesta de Hierocles consiste en "tratar a las personas de los círculos exteriores como tratamos a las de los interiores: a nuestros vecinos como familiares y a cualquier ser humano como mi compatriota”.

5. El allanamiento epistémico. Este allanamiento ocurre cuando un experto en un terreno rebasa de forma clara su campo de estudio y habla de un tema sobre el que carece de datos o de los conocimientos para evaluar esos datos. El término fue acuñado por el filósofo estadounidense Nathan Ballantyne en un artículo de 2016.

El allanamiento no tiene por qué ser negativo. De hecho, a veces es necesario: muchas de las preguntas que tratan de responder ciencias y humanidades son “híbridas”. Por ejemplo, escribe Ballantyne, para saber qué causó la extinción del cretácico-paleógeno hace falta contar con el trabajo de “paleontólogos, geólogos, climatólogos y oceanógrafos, entre otros”.

El problema viene cuando se cae en la tentación de opinar sobre algo que desconocemos. Por ejemplo, ¿estoy seguro de que esto que voy a tuitear sobre la covid-19 está bien fundamentado o, por el contrario, estoy contribuyendo al ruido y a la desinformación?

Para evitar este allanamiento hay tres respuestas posibles. Dos de ellas son obvias: formarnos en esas disciplinas o reducir el foco de nuestra investigación. Ballantyne recuerda al respecto con ironía que “tanto el trabajo duro como la modestia son incómodos”. La tercera vía, que es la que le parece más interesante a Antonio Gaitán -quien nos ha propuesto la idea-, pasa por la colaboración entre profesionales de diferentes ámbitos.

Gaitán cree que es conveniente aplicar este concepto también a los filósofos: “En muchas ocasiones, traspasamos la barrera de nuestra disciplina. No es algo malo en sí mismo, pero sí es problemático y una señal de arrogancia”. El profesor de la Universidad Carlos III opina que hace falta “mucha reflexión a nivel metodológico y conceptual: qué hacemos, qué nos interesa y qué podemos decir sin allanar dominios ajenos, teniendo en cuenta nuestra tradición y la posibilidad de dar con hallazgos robustos”.

6. Meditar sobre la muerte (y sobre la vida). Desde la propia filosofía se ha intentado ver la muerte con indiferencia (como proponía Epicteto), como una ganancia (Sócrates) o como un mal, una pérdida (Sartre). Pero Ana Carrasco Conde propone cuestionar que sea una frontera, un límite o un final de trayecto: “No somos mortales al final de nuestra vida, sino durante toda ella”.

Vida y muerte “no son conceptos antagónicos, sino que son en gran medida complementarios”, explica la filósofa. La autora propone tener en cuenta no solo la duración de la vida sino, sobre todo, su intensidad, para “llenarla de sentido y de algo que nos realice a nosotros mismos”, que no suele ser ni el trabajo ni los productos que acumulamos. Y resume: “Lo contrario a vivir no es morir, sino malvivir”. Y aprender a morir, un tema filosófico clásico, es en realidad “aprender a vivir”.

Coincide Eduardo Infante, que sobre este tema recuerda que “vivimos de espaldas a la muerte como si fuera algo que le ocurre a los demás, pero no a nosotros. Esta manera de pensar provoca que llevemos vidas inauténticas, en las que las cosas dejan de ser un medio y se vuelven un fin en sí mismas”.

Todo esto también está relacionado con la pérdida, es decir, no solo hemos de reflexionar acerca de nuestra muerte, sino también sobre la de nuestros seres queridos. Carrasco Conde explica que esta ausencia es dolorosa, pero al recordar a las personas que nos dejan, al hacer que protagonicen nuestros relatos, “el otro forma parte de tu vida, de tu vivir”. La filósofa también señala que las dificultades para despedirse de los seres queridos estos días pueden hacer especialmente difícil esta transición.

https://verne.elpais.com/verne/2020/05/22/articulo/1590144101_955396.html

sábado, 30 de mayo de 2020

El sabio y la mariposa

Miguel Ángel Santos Guerra

Estamos en plena desescalada. Parece que ya se ve alguna claridad al final del túnel, aunque todavía quede mucho camino por recorrer hasta salir a plena luz . Un camino lleno de miedo y de muertes que solo podremos recorrer con esfuerzo, disciplina y esperanza. Hemos avanzado en la buena dirección. Del 35% de contagio hemos pasado a 0,2% y de 900 muertos diarios hemos pasado a menos de 50. Como decía Winston Churchill tras El Alamein, “esto no es el fin, ni el principio del fin, pero sí es el fin del principio”. Para que sigamos avanzando tenemos que poner cada uno nuestro mayor esfuerzo. Ahora todo depende de nosotros y nosotras. Es la hora de la gente.

En los primeros compases de la crisis fue la hora de los políticos. Tuvieron que tomar medidas rápidas, improvisadas, duras, arriesgadas, difíciles. Tuvieron que sostener la economía con decisiones novedosas, urgentes y solidarias para que nadie quedase en el camino por no poder satisfacer las necesidades básicas.

Luego fue la hora de los sanitarios y las sanitarias, que tuvieron que hacer frente a una avalancha de enfermos y enfermas que necesitaban camas, cuidados y remedios. Se vieron obligados a trabajar con un altísimo riesgo y con escasos medios, bordeando siempre el abismo del colapso.

Llegó también la hora de los militares y de los policías que pusieron su actividad al servicio de la desinfección, la vigilancia, la seguridad y el orden, arriesgando sus vidas y luchando contra el miedo a un posible contagio.

Y luego les llegó la hora a aquellos servicios y comercios que proveían de artículos de primera necesidad con el fin de que pudiéramos satisfacer las necesidades más apremiantes: supermercados, farmacias, panaderías…

Luego llegó la hora del profesorado que tuvo que hacer frente a unos compromisos docentes y evaluadores llenos de exigencia que necesitaron de esfuerzo, ingenio y coraje suplementarios. Porque nunca había tenido que trabajar en esas circunstancias. Porque lo hacía desde sus casas, con tareas domésticas e hijos a los que cuidar.

No es tan diacrónica la lista, ya lo sé. Tiene, más bien, carácter sincrónico, pero era necesaria la enumeración para hacer patente su relevancia en la crisis. No es que haya desaparecido o disminuido la necesidad de la acción de todos estos agentes, pero creo que este es el momento de cada ciudadano. Es la hora de la responsabilidad. Sé que no es fácil. Una cosa es esconderse del virus en la casa y otra luchar contra él en la calle. Aun queriéndolo hacer bien no es nada fácil. Pero hay que querer hacerlo bien.

Ha llegado la hora de la gente, como decía. La hora de la responsabilidad ciudadana. Ahora somos nosotros, todos y cada uno, quienes debemos dar muestras de seriedad, exigencia y compromiso con el bien común.

Tenemos la obligación de conocer al dedillo la normativa vigente. Tenemos que saber cuándo, cómo, a dónde y durante cuánto tiempo se puede salir. Y qué se puede hacer en esas salidas. Y que desde el jueves pasado es obligatorio el uso de mascarillas. Tenemos que cumplir escrupulosamente cada una de las normas, tanto las de higiene como las de distancia o movilidad.

Y tenemos que ayudar a que otras personas cumplan las normas, especialmente aquellos y aquellas que dependen de nosotros. No podemos ser testigos impasibles de cómo nuestros hijos e hijas, por ejemplo, se saltan las normas y nos exponen a todos al contagio.

No es la hora de la crítica. Es la hora de la acción. No es la hora del individualismo sino la hora de la solidaridad. No es la hora de la inconsciencia sino del comportamiento responsable. No podemos traicionar el esfuerzo de todos y todas quienes han trabajado y siguen trabajando denodadamente. No podemos echar por la borda, a través de comportamientos irresponsables, aquellos logros ya conseguidos.

“Es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos”, decía Gandhi. Da la impresión de que algunas personas no son conscientes de los efectos de sus acciones. Pareciera que fuesen niños sin uso de razón o enajenados que no tienen capacidad de discernimiento.

He visto en la televisión (y en la calle) aglomeraciones estúpidas, contactos irresponsables, desplazamientos inadmisibles a segundas residencias, encuentros prohibidos, comportamientos inconscientes, rupturas injustificadas del confinamiento…

Nadie puede declararse a sí mismo una excepción. Nadie tiene derecho a convertirse en una fuente de contagio. Nadie debe pensar que es lo mismo hacer las cosas bien que hacerlas mal. Esta es una llamada a la sensatez, al sentido común y al sentido de lo común. Nos estamos jugando el presente y el futuro. Es la hora de pensar lo que sucedería si todos actuasen como nosotros.

No tienen que ser las multas el principal elemento disuasorio, sino el sentido del deber ciudadano. La responsabilidad de ser respetuosos y solidarios. Me pregunto en este momento por la educación que hemos recibido en las escuelas. ¿Qué tipo de ciudadanos somos hoy? ¿Hemos aprendido a pensar en la escuela y en a universidad? ¿Hemos aprendido que las causas producen unos efectos de manera inexorable? ¿Hemos aprendido a ser solidarios, responsables, compasivos? ¿Qué hemos aprendido si no? “La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de las personas la temen”, decía George Bernard Shaw.

He contado alguna vez la siguiente historia, de autor anónimo, que ahora quiero compartir con el lector o lectora para avivar estas reflexiones sobre la responsabilidad y la libertad. Sobre los diversos determinismos que, a veces, nos atan al enajenamiento.

Había un viudo que vivía con sus dos hijas, curiosas e inteligentes. Las niñas siempre hacían muchas preguntas. Él sabía responder algunas, otras no.

Como pretendía ofrecerles la mejor educación, mandó a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina. El sabio siempre respondía a las preguntas sin la menor vacilación. Impacientes con el sabio, las niñas decidieron inventar una pregunta que él no sabría responder.

Una de ellas apareció con una hermosa mariposa azul que utilizaría para engañar al sabio.

– ¿Qué vas a hacer?, preguntó la hermana.

Voy a esconder la mariposa en mis manos y voy a preguntar al sabio si está viva o muerta. Si él dijese que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la aplastaré. Y así, cualquiera que sea su respuesta, será una respuesta equivocada.

Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio, que estaba meditando.

– Tengo aquí una mariposa azul, dijo una de las hermanas. Dígame, sabio, ¿está viva o está muerta?

Con mucha calma, el sabio sonrió y respondió:

– Depende de ti… Ella está en tus manos.

Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debemos culpar a nadie cuando algo falle porque somos nosotros los responsables por aquello que conquistamos (o no conquistamos). Nuestra vida está en nuestras manos como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella. Depende de nosotros mismos el hacerla respetable o indecente, salvífica o destructiva. Muchas veces la hacemos depender del pensamiento de otros, de las actitudes de los otros, de las decisiones de los otros, de las condiciones que nos rodean. El determinismo nos entrega al conformismo, al desaliento y a la irresponsabilidad. Pero en realidad somos nosotros quienes podemos salvarnos o hundirnos.

Dice Stephen Covey: “La clave es tomar la responsabilidad y la iniciativa, decidir de qué trata tu vida y priorizarla alrededor de las cosas más importantes”. Y ya sabemos que las cosas más importantes de la vida no son las cosas. Son las personas, que tienen por el hecho de serlo, una dignidad consustancial y unos derechos inalienables.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/23/la-hora-de-la-gente/

viernes, 29 de mayo de 2020

Joselito el Gallo, el rey de los toreros, murió dos veces en Talavera. El periodista Paco Aguado reedita la biografía del gran genio en el centenario de su muerte.

“Un hombre muy serio, responsable y profesional en el gran y mejor sentido del término; una persona religiosa y de salud quebradiza. Y como torero, un adelantado a su tiempo, un revolucionario, que tenía todo el toreo en la cabeza y marcó la estructura de la fiesta actual”.

Este podría ser el retrato urgente de José Gómez Ortega, Joselito el Gallo, (Gelves, Sevilla, 1895), sobre el que el periodista madrileño Paco Aguado cimentó el espectacular trabajo de una magna biografía que ahora se reedita tras su publicación en 1999.

Veinte años después, con motivo del centenario de la muerte del genio el 16 de mayo de 1920 en la plaza de Talavera de la Reina, la editorial sevillana El Paseo y Aguado han revisado la edición anterior, le han añadido cien nuevas páginas y acaban de presentar Joselito el Gallo, rey de los toreros, el libro de referencia sobre la figura del diestro sevillano, que redescubre al personaje, al hombre y al torero, que murió dos veces aquella tarde de hace cien años.

“La tragedia de Talavera ha distorsionado mucho la figura de Joselito”, comenta Paco Aguado. “Lo paró en seco, y se ha hablado mucho más de las circunstancias de la muerte y el morbo que esta produjo que de su vida profesional”.

Esa es la razón por la que el autor no habla de la cogida mortal. “Me interesa Joselito vivo, no muerto; lo que me importa es su legado”.

“Sin Joselito y Belmonte, el toreo quizá hubiera desaparecido”

Joselito murió dos veces; murieron el torero y su enseñanza, y Aguado, belmontista como toda su generación por obra y gracia de otro periodista, Manuel Chaves Nogales, autor de la biografía de Juan Belmonte, se ha zambullido en la historia, se ha empapado de la opinión de viejos aficionados y ha presentado a un resucitado Joselito como lo que siempre fue: un visionario.

“He encontrado el material suficiente para sostener una tesis muy clara”, comenta Aguado. “Belmonte fue un revolucionario de la estética y el temple, y Joselito en la técnica del toreo ligado en redondo, esencia de la faena moderna, y en el cambio de las estructuras del toreo para llegar a la modernidad. Y añado: sin Joselito y Belmonte, todo hubiera sido muy distinto; quizá, el toreo se hubiera estancado, y quién sabe si desaparecido”.

Rey de los toreros lo llama el autor, e insiste: "Más que un rey fue un emperador; Joselito fue el Napoleón del toreo”.

Y se extiende Aguado cuando se le pregunta por la aportación del torero de Gelves a la fiesta de los toros.

“En primer lugar, es el creador de la lidia moderna, como he explicado antes. Fuera de los ruedos, fue el promotor de las plazas monumentales al objeto de convertir los toros en un espectáculo de masas, en inmuebles con más aforo y con las entradas más baratas. Modificó sustancialmente la administración de una figura del toreo. En su época, los apoderados eran meros contables, y los toreros decidían por sí solos su carrera. De sus enseñanzas beben dos referentes del apoderamiento, como son Domingo Dominguín y Camará. Y otro factor decisivo es su aliento a los ganaderos para que críen un toro más bravo, más completo. El toro del siglo XIX era perfecto para el primer tercio, que ofrecía espectáculo en varas en aquellos duros tendidos, pero en cuanto llegaba el último tercio era un toro acobardado y parado, fiero, pero manso”.

“Los nuevos caminos de la técnica y la estética que marcan Joselito y Belmonte”, continúa Aguado, “necesitan un animal con más entrega, recorrido y duración; y es el primero, que tiene en sus manos el poder del toreo, quien convence a los ganaderos para el cambio de rumbo”.

—¿Mandó tanto como se ha dicho?

—“Tanto y más… Decimos la edad de oro del toreo, pero fue la época en que menos corridas se celebraron porque a los públicos solo interesaban Joselito y Belmonte; y este último siempre se quedaba a un lado porque no le interesaba la política taurina. De ahí, el conocido dicho de ‘lo que diga José”.

—El hombre… ¿Cómo era José Gómez Ortega?

“Joselito fue más que un rey; fue el Napoléon del toreo”

—“Muy serio, muy responsable, muy profesional y muy entregado a su oficio, dentro y fuera de la plaza. Religioso, también, devoto de La Macarena y otras vírgenes sevillanas, y de salud quebradiza, con problemas intestinales y períodos febriles que le obligaron a guardar cama”.

—Un hombre, también, de arrolladora personalidad…

—“Se enfrentó a la oligarquía de su tiempo, una montaña de intereses creados que, de algún modo, acabó derribando; pero eso le costó muchos disgustos personales, y no sé si también la vida”.

Cuenta Aguado que el hecho de ser torero, “una profesión todavía mal vista por las clases altas”, y de raza gitana por su madre, le impidió casarse con su novia, Guadalupe Pablo-Romero.

Al mismo tiempo, la oligarquía sevillana, representada por la Real Maestranza, se sintió molesta con el proyecto de construcción de la plaza Monumental, “financiada por José Julio Lissén, un nuevo rico al que no soportaban las clases altas”.

Paco Aguado ahonda en este episodio fundamental de la historia taurina de Sevilla del siglo XX.

“La Real Maestranza tenía la exclusiva de los festejos taurinos, que les proporcionaba mucho dinero, y una nueva plaza ponía en serio peligro su hegemonía. Fue un duelo largo y duro, del que no ha trascendido mucho. El ideólogo fue Joselito, pero el proyecto no se hubiera llevado a cabo sin Lissén. La plaza se cierra al año siguiente de la muerte de Joselito, pero no se derriba hasta diez años después. Es cierto que ya no estaba Joselito para defenderla, pero su dueño, Lissén, se arruinó tras la I Guerra Mundial —tenía invertida gran parte de su fortuna en bonos alemanes—, y no pudo defender su plaza”.

—¿Y cuál fue la actitud de Belmonte?

—“Era un tío muy zorro. No quiso entrar en esa pelea y se apoyó en la Maestranza. Se convirtió por ello en un personaje respetadísimo y queridísimo hasta el punto de que es él quien consigue el contrato de arrendamiento de la plaza a Eduardo Pagés por el plazo de tres generaciones y que aún está vigente”.

—Sea como fuere, lo cierto es que el toreo de hoy existe gracias a esta pareja de la edad de oro.

—“Sin duda. Hay una fusión evidente, una mezcla de ambos, no se puede entender uno sin el otro. Más que rivales fueron complementarios.

—¡Qué pena, Paco Aguado, que no exista un Ministerio del Tiempo para que hubiera podido viajar a la España de 1915…!

—“Eso hubiera sido un bonito sueño… Hace tiempo, tuve la oportunidad de tener entre mis manos la montera de Joselito y me temblaban las piernas. ¿Viajar a 1915? Creo que no sería capaz ni de hablarle…”.

—Al menos, ha tenido usted la oportunidad de convertirse en el Chaves Nogales de Joselito…

—“Yo no diría tanto; no voy a compararme con un genio del periodismo, pero sí he colaborado a que el concepto que hoy se tenga sobre este grandísimo torero sea bastante más aproximado a la realidad”.

https://elpais.com/cultura/2020/05/20/el_toro_por_los_cuernos/1589995614_206209.html

jueves, 28 de mayo de 2020

Guy Ryder: “Necesitamos mucha más solidaridad internacional para superar la crisis”

Para el director general de la OIT la cuestión hoy es saber si seremos capaces de aprender de esta crisis, sacar conclusiones de los problemas de la gente y adaptar las políticas de protección

El golpe de la covid-19 en el mercado laboral no tiene precedentes. “Es una situación trágica”, alerta el director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Ryder (Liverpool, 1956), al teléfono desde Ginebra. Asegura que son cifras nunca vistas en el mundo, donde se van a perder 305 millones de puestos de trabajos equivalentes (“ya que hoy los sistemas de retención de empleo complican mucho contabilizar el número de parados”), y que la semana que viene, cuando la OIT lance su cuarto informe desde marzo, no cree que se vaya a ver una mejora, "más bien los datos empeorarán”.

Por eso Ryder no duda en afirmar que la próxima pandemia será la del hambre, ya que el impacto de la covid-19 se ceba con los trabajadores más vulnerables, 2.000 millones de personas con empleos informales, que pueden perder el 60% de sus ingresos y disparar sus niveles de pobreza en 35 puntos, incluso en los países más ricos. Porque en una economía globalizada, lo que pasa en una región afecta al resto. “La pandemia nos muestra la precariedad del trabajo en todos los continentes. Tenemos grandes niveles de inequidad y vulnerabilidad en todos los países del mundo y lagunas terribles en la protección social hasta en los más desarrollados”.

Pese a ello, Ryder no pierde el optimismo: “No debemos ceder ante la fatalidad. La salida de la crisis, que va a ser más complicada que el confinamiento, depende de nosotros y de las políticas que se apliquen. Hemos de construir un marco mejor”. La cuestión ahora, aprecia, es si seremos capaces o no de aprender de esta pandemia, de sacar conclusiones sobre los problemas de la gente y adaptar las políticas de protección social. “En la crisis de 2008 no aprendimos mucho. Ojalá esta vez sea diferente”.

El director de la OIT es muy crítico con las instituciones internacionales: “Mientras que los paquetes de ayudas nacionales han sido impresionantes —se calcula que el total de los recursos invertidos es de nueve billones de dólares, algo inédito—, las transferencias internacionales han sido muy insuficientes, a diferencia de en la crisis financiera. Necesitamos muchísima más solidaridad internacional y europea. Falta un liderazgo internacional”. Ryder reconoce, no obstante, que el plan de reconstrucción presentado esta semana por Alemania y Francia es alentador, “un paso en la buena dirección”.

España
“España se ha mostrado a la altura de la crisis, con los ERTE o la propuesta del ingreso mínimo vital del Gobierno, y está teniendo un papel importante en el debate europeo”, destaca, igual que los acuerdos conseguidos a través del diálogo social. Eso sí, el mercado de trabajo tiene debilidades estructurales y desafíos importantes por delante, aprecia.

Ante la diversificación cada vez mayor de las formas de trabajo y contratación, con el ejemplo más evidente de las plataformas de Internet, que son sinónimo de la degradación de la protección del trabajador, Ryder opina: “Si aceptamos que esa diversificación es inevitable e incluso positiva, habrá que crear las condiciones para que ofrezcan los mismos niveles de protección a cualquier trabajador independientemente de su forma de contratación. Los trabajadores más golpeados por esta crisis muestran que es un tema pendiente. Hemos de abordar unas garantías mínimas”.

Respecto al teletrabajo, que solo lo pueden ejercer el 18% de los empleados mundiales y el 30% o 35% en los países desarrollados, el directivo no da por hecho que se vaya a extender tras la pandemia y favorecer la desigualdad. “Hay una nueva normalidad en el mundo que será impuesta durante el tiempo que estemos obligados a vivir con el virus. Pero después podremos elegir el futuro del trabajo que queremos. Tendremos que tomar decisiones. Cuando salgamos de este túnel no podemos caer en la trampa de la austeridad”.

https://elpais.com/economia/2020-05-23/guy-ryder-oit-necesitamos-mucha-mas-solidaridad-internacional-para-superar-la-crisis.html

miércoles, 27 de mayo de 2020

_- Morir para salvar al Dow Jones

_- Trump y la derecha presionan para una reapertura rápida de la economía porque creen que eso hará que la Bolsa suba

A mediados de marzo, tras varias semanas negándose a aceptarlo, Donald Trump admitió por fin que la covid-19 era una amenaza seria y pidió a los estadounidenses que practicasen el distanciamiento social. El reconocimiento tardío de la realidad — supuestamente debido a la preocupación de que admitir que el coronavirus suponía una amenaza perjudicaría al mercado de valores— tuvo consecuencias mortales. Expertos en modelos epidemiológicos creen que, de haberse iniciado el confinamiento aunque fuese solo una semana antes, Estados Unidos podría haber evitado decenas de miles de muertes. Aun así, más vale tarde que nunca. Y durante un breve periodo de tiempo tuvimos la impresión de que por fin nos habíamos decidido por una estrategia para contener el virus y a la vez limitar las penurias económicas del confinamiento.

Pero Trump y el Partido Republicano han abandonado ya esa estrategia. Se niegan a decirlo explícitamente, y están dando varias explicaciones insinceras para lo que hacen, pero su posición básica es que miles de estadounidenses deben morir por culpa del Dow Jones. ¿Cuál era la estrategia que Trump abandonó? La misma que ha funcionado en otros países, desde Corea del Sur hasta Nueva Zelanda. Primero, usar el confinamiento para “aplanar la curva”, o sea, reducir el número de estadounidenses infectados hasta un nivel relativamente bajo. Después, combinar la reapertura gradual con las pruebas generalizadas, el seguimiento de contactos cuando se detecte un paciente infectado y el aislamiento de quienes pudieran contagiar la enfermedad.

Ahora bien, un confinamiento prolongado significa una gran pérdida de ingresos para muchos trabajadores y empresas; de hecho, casi la mitad de la población adulta vive en hogares que han perdido las rentas del trabajo desde marzo. De modo que, para hacer tolerable el confinamiento, hay que acompañarlo de ayudas para situaciones de desastre, de prestaciones especialmente generosas por desempleo y de ayudas a pequeñas empresas. Y el hecho es que la ayuda para situaciones de desastre ha sido más eficaz de lo que en general se reconoce.

En un principio, las sobrepasadas oficinas de desempleo fueron incapaces de procesar la avalancha de solicitudes. Pero poco a poco han ido poniéndose al día y, a estas alturas, parece que la mayoría de los estadounidenses en situación de desempleo está recibiendo prestaciones que sustituyen una gran parte de los salarios perdidos. La ayuda a pequeños empresarios, a través de préstamos que se convierten en subvenciones si el dinero se utiliza para mantener las plantillas, ha sido mucho más caótica. Así y todo, muchas pequeñas empresas han recibido préstamos y de hecho están usando el dinero para mantener las plantillas. En resumen, la red de seguridad tejida a toda prisa contra la covid-19, aunque esté llena de agujeros, ha protegido a muchos estadounidenses de la pobreza extrema.

Pero esa red de seguridad se retirará en los próximos meses a no ser que el Congreso y la Casa Blanca actúen. Las pequeñas empresas tienen solo una ventana de ocho semanas para convertir los préstamos en subvenciones, lo que significa que muchas empezarán a despedir aproximadamente dentro de un mes. La ampliación de las prestaciones por desempleo expirará el 31 de julio. Y a no ser que los Gobiernos estatales y locales reciban una amplia ayuda de Washington, pronto veremos despidos masivos de maestros, bomberos y policías.

Sin embargo, Trump y su partido se han pronunciado contra el aumento de las ayudas para los desempleados y contra las subvenciones a los asediados Gobiernos estatales y locales. En cambio, el partido pone cada vez más sus esperanzas en la rápida reapertura de la economía, a pesar de que la perspectiva aterra a los expertos, que advierten de que podría conducir a una segunda oleada de infecciones.

¿De dónde proviene este ímpetu por la reapertura? Algunos republicanos afirman que no podemos permitirnos seguir proporcionando una red de seguridad porque estamos incurriendo en un endeudamiento excesivo. Pero eso es al mismo tiempo mala teoría económica y una hipocresía. Al fin y al cabo, los déficits presupuestarios por las nubes no han impedido a los funcionarios de Trump proponer, sí, más rebajas fiscales.

Está también el pretexto de que la presión para que se reabra la economía procede de trabajadores de a pie. Pero a la ciudadanía le preocupa más reabrir demasiado rápido que reabrir demasiado despacio, y los que han perdido su salario por el confinamiento no se inclinan más por una reapertura rápida que los que no lo han perdido. No, la presión para desoír a los expertos viene de arriba; procede de Trump y sus aliados, y cualquier apoyo limitado que puedan estar recibiendo de la ciudadanía deriva del partidismo, no del populismo.

Entonces, ¿por qué Trump y sus amigos tienen tantas ganas de arriesgarse a que la cifra de muertos se eleve mucho más? La respuesta, sin duda, es que están volviendo a las andadas. En las primeras fases de esta pandemia, Trump y la derecha en general restaron importancia a la amenaza porque no querían perjudicar las cotizaciones bursátiles. Ahora están presionando para que se ponga fin prematuramente al confinamiento porque imaginan que eso volverá a hacer que las acciones suban otra vez.

No había por qué seguir este camino. Otro líder podría haberles dicho a los estadounidenses que se encuentran en una dura batalla, pero que al final vencerán. Gobernadores como Andrew Cuomo, que han adoptado esa postura, han visto dispararse su aprobación en las encuestas. Pero Trump no logra ir más allá de esta tendencia a la promoción de sí mismo. Y claramente sigue obsesionado con el mercado bursátil como baremo de su presidencia. De modo que Trump y su partido quieren avanzar a toda velocidad hacia la apertura, sin importar a cuánta gente mate. Como he dicho, en realidad su posición es que los estadounidenses deben morir por el Dow Jones.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips.
https://elpais.com/economia/2020-05-22/morir-para-salvar-al-dow-jones.html

martes, 26 de mayo de 2020

La gripe española de 1918 y el ascenso del nazismo: tomen nota

Los estudios científicos que han demostrado la alta correlación existente entre el deterioro de la vida económica y el ascenso de la extrema derecha son muy abundantes.

Más concretamente, se han podido demostrar algunos hechos que deberían ser tomados muy en cuenta por nuestros políticos y gobernantes.

En primer lugar, sabemos que el ascenso de la extrema derecha no se produce como consecuencia de cualquier tipo de crisis, sino de las financieras y cuando el periodo de recesión posterior a la crisis es duradero.

También sabemos que las políticas de austeridad, los recortes en el gasto público que llevan consigo disminución de las prestaciones sociales y deterioro de los servicios públicos, están altamente correlacionadas con el ascenso del la extrema derecha. Algo que se ha podido demostrar perfectamente en el caso alemán: tras las políticas de grandes recortes que se llevaron a cabo entre 1930 y 1932, el partido nazi multiplicó su voto, pasando de tener poco más del 2% en 1928 a casi el 45% en 1933.

Desde hace unos días sabemos un poco más sobre el ascenso del nazismo en Alemania pues un economista de la Reserva Federal de Nueva York, Kristian Blickle, ha publicado un estudio, todavía en versión preliminar, en el que se demuestra la gran influencia que la pandemia de gripe española tuvo en el éxito posterior de Adolf Hitler (puede leerse aquí).

Blickle ha analizado las muertes producidas por aquella pandemia en las diferentes regiones y ciudades alemanas y ha podido comprobar que allí donde la mortalidad fue más alta se registró tiempo después un mayor apoyo electoral a los partidos de extrema derecha y particularmente al nazi.

Su análisis pone de manifiesto que las ciudades y regiones donde hubo más muertos a causa de la pandemia registraron luego más desempleo y recortes de gasto público. Estos dos factores están claramente relacionados con el ascenso de la extrema derecha, según el análisis de Blickle, aunque igualmente demuestra que ni el mayor nivel de paro ni las políticas de austeridad fueron las únicas vías por las que la pandemia terminó produciendo un aumento del voto al partido nazi. De hecho, señala que otras enfermedades, como la tuberculosis, que producían más o menos las mismas muertes que provocó la gripe española, no tuvieron el mismo efecto sobre el electorado.

En su opinión, lo que ocurrió fue que aquella pandemia concentró principalmente sus efectos sobre la juventud, primero en cuanto a mortalidad se refiere y, más tarde y a consecuencia del recorte de gasto y del cambio demográfico, en la mentalidad y en las actitudes sociales. Blickle señala, por ejemplo, que los recortes afectaron a servicios disfrutados especialmente por la población más joven y que el origen foráneo del virus fomentó el resentimiento hacia los extranjeros que fueron vistos como responsables de la pandemia. De hecho, muestra que el porcentaje de votos para los extremistas de derecha aumentó particularmente en las regiones que históricamente habían culpado a las minorías de las plagas medievales.

En todo caso, el ascenso del nazismo seguramente no pueda explicarse sólo por ese tipo de razones económicas. También se ha comprobado que influyó decisivamente la enorme polarización social y política de aquel periodo. Leon Trotski retrató muy gráficamente lo que ocurría en esa Alemania donde germinaba el terror. Decía que era como una pirámide en cuyo vértice superior había una bola que la extrema derecha, por una parte, trataba de volcar hacia la izquierda para romper la espalda del movimiento obrero mientras que el partido comunista, por otra, la empujaba hacia el otro lado, para rompérsela al capitalismo.

Después de 2008 sufrimos una recesión larga y muy dura, durante unos años que han visto crecer la extrema derecha en casi todos los países del mundo, hasta el punto de que son bastantes los que están gobernados por líderes extremistas como Trump, Orban o Bolsonaro. El Royal United Service Institute, un centro de estudios inglés bastante conservador, acaba de publicar un pequeño informe en el que se indica que el nivel de amenaza del extremismo de derecha amplificado por la crisis global es alto (aquí). Por un lado, porque está extendiendo la idea de que «la reconstrucción de un orden mundial racialmente puro requiere avivar el caos mediante ataques masivos y tomar las armas para desencadenar una guerra racial»; y, por otro, por el riesgo de que un colapso económico provocado por las medidas necesarias para atajar la pandemia produzca disturbios civiles masivos que desestabilicen a los gobiernos y fuerzas de seguridad.

La covid-19 no es una pandemia exactamente igual que la provocada por la gripe española, pero deberíamos tener cuidado pues sus antecedentes y la situación que se está generando tienen casi todos los ingredientes que facilitaron la llegada al poder de los nazis: el deterioro económico es evidente, los recortes ya los hemos sufrido y otros nuevos están a la vuelta de la esquina, el desprecio de la política democrática como instrumento de gestión de los asuntos públicos es extraordinario, la polarización agobiante y la xenofobia tremenda. ¿Qué se puede esperar cuando nada más y nada menos que el portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos de la primera potencia mundial, Michael Caputo, dice que la covid-19 se produce porque «millones de chinos chupan la sangre de los murciélagos rabiosos como aperitivo y se comen el culo de los osos hormigueros», o que «los demócratas están presionando para que el virus mate a mucha gente»? (aquí).

A mi juicio, la conclusión ante estos estudios históricos y ante la situación en la que nos encontramos es bastante clara. Hay que ser muy pragmáticos porque lo mejor suele ser enemigo de lo bueno: hay que evitar, antes que cualquier otra cosa, que la economía, la situación de las empresas y las condiciones de vida de la gente se deterioren. Y, además, hay que luchar contra la polarización política y tratar de evitarla por todos los medios. Insistir hoy día en una estrategia de confrontación entre derecha e izquierda es la forma más rápida y segura de provocar un choque social de consecuencias nefastas que sufrirán en mayor medidas las clases trabajadoras y las personas menos favorecidas. Es imprescindible diseñar un proyecto político de mucha más amplia mayoría, basado en la defensa de los derechos humanos, de la democracia, de la transparencia, la libertad, la solidaridad y la justicia; un proyecto que sólo tenga enfrente a quienes se atrincheran en el búnker de sus privilegios y de su inmenso egoísmo, y no a la mitad de la sociedad.

Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’

Fuente:
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/05/22/la-gripe-espanola-de-1918-y-el-ascenso-del-nazismo-tomen-nota/

lunes, 25 de mayo de 2020

¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir poder?

Los demás países de Europa miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.

Lo decía Manuel Jabois en su crónica del debate parlamentario del martes para este periódico: “Se desliza una idea para almas sensibles que empieza a prender en las calles de España: nos quieren encerrados para imponer una dictadura de facto (…) un argumento altamente contagioso que amenaza con extenderse con el mismo objetivo de siempre: devolvednos no la libertad, que nunca la han perdido, sino el poder”. Es decir, que cuando la gente grita “¡libertad!” desde los balcones o en las manifestaciones que últimamente se producen en algunas ciudades españolas trasgrediendo el estado de alarma en vigor lo que está diciendo realmente es “¡devolvednos el poder, que es nuestro!”. Solo de esta manera se explica que gritar “¡libertad!” no le cueste a nadie su detención, cosa que sucedería si verdaderamente no la hubiera, como más de uno y más de dos aún pueden atestiguar en este país. Otro que podría hacerlo, el comisario franquista Billy el Niño, desgraciadamente ya no está entre nosotros para confirmarlo.

La dictadura de Sánchez-Iglesias deja, pues, mucho que desear. En los demás países de Europa, de hecho, la consideran una democracia y miran con sorpresa a los que piden libertad a gritos pensando que se han equivocado de país o que han bebido. Es porque no saben que los españoles cuando decimos amor lo que queremos decir es sexo.

Este verano, los extranjeros vendrán en mucho menor número a nuestras playas, pero no porque no haya libertad en España, sino por miedo al contagio de una enfermedad que sigue amenazándonos a todos y que aconseja que permanezcamos en nuestros países. En ninguno de los de Europa sé de nadie que grite pidiendo libertad por ello. Solo en España, que siempre tiene que ser diferente, por lo que se ve. Cuando había una dictadura de verdad, los extranjeros se sorprendían de que aquí poca gente se quejara de ella (no era cierto, muchos lo hacían, pero en voz baja: había que tener cuidado) y ahora se sorprenden de que en el país que muchos consideran el más liberal de Europa por su avanzada legislación social haya gente que pide libertad a gritos.

¿Cómo explicarles que lo que piden realmente los que lo hacen, que no son tantos, no nos engañemos (eso sí, hacen mucho ruido), no es libertad, sino el poder que han perdido en las elecciones; un poder que consideran suyo por definición? La única forma que se me ocurre es explicarles la historia de España, esa historia que cuenta que cada vez que la izquierda ha llegado al poder la derecha se ha levantado en armas (1936) o a gritos (“¡váyase, señor González!”, “¡Zapatero, vete con tu abuelo!”, “¡Sánchez okupa!”), lo que demuestra su mal perder democrático. Aunque los extranjeros posiblemente lo entiendan mejor mostrándoles la película de Manuel Gómez Pereira cuyo título, ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, dice más del carácter de los españoles que 100 tratados de sociología. Luego que cambien amor por libertad y sexo por poder y tendrán una visión perfecta de lo que verdaderamente mueve a todos esos manifestantes que, envueltos en banderas españolas como si les pertenecieran en exclusividad también, piden la dimisión de un Gobierno que ha sido el elegido por los españoles en las urnas hace tan solo seis meses. Seis meses de bronca incesante, antes y después del estado de alarma aprobado en el Parlamento por mayoría.

https://elpais.com/opinion/2020-05-22/por-que-lo-llaman-libertad-cuando-quieren-decir-poder.html

domingo, 24 de mayo de 2020

El anillo del rey

Miguel Ángel Santos Guerra


Estamos viviendo una crisis sin precedentes. Nos asedia el miedo del contagio. Y el de ser portadores del virus y convertirnos en un arma mortal para personas que se acerquen a nosotros, conocidas o no.

No vemos cerca la salida de esta crisis que nos tiene todavía encerrados en las casas, en un confinamiento tan necesario como difícil. Cada día nos inundan de gráficas y de estadísticas y a veces nos olvidamos de que, detrás de los números, hay una personas de carne y hueso.

Ha comenzado la desescalada. Estamos recorriendo las fases con pies de plomo, tratando de deshacer el dilema salud versus economía. Las comunidades autónomas se han instalado en una extraña competitividad para ver quién recorre primero las cuatro fases. Y no hay que apresurarse. No hay que salir primero. Hay que salir todos.

Quiero mandar un mensaje de esperanza, de optimismo y de fuerza. Porque, sea temprano o sea tarde, saldremos de esta. Es cierto que algunos compatriotas no van a poder contarlo. Con las muertes hemos pagado el más alto precio de la crisis. El más cruel. No solo por la muerte sino por la triste y solitaria forma en que ha ocurrido.

Creo que deben alegrarnos las pasos que vamos dando. Nos estamos convirtiendo en supervivientes. Todos tenemos una responsabilidad en la superación de la pandemia. Es la hora de la gente.

Algunos, lamentablemente, han salido del confinamiento como sale el champán cuando se descorcha la botella después de agitarla. Y eso es muy peligroso. Seamos responsables, seamos rigurosos en el cumplimiento de las indicaciones políticas y sanitarias. Acabo de ver una manifestación contra el gobierno de vecinos y vecinas del lujoso barrio madrileño de Salamanca. Apelotonados, sin mascarillas, sin guantes, poniéndonos en riesgo a todos. Envueltos en la bandera de España, eso sí, porque las consideran suyas. Me refiero a la bandera y a la patria. Indignante. Despreciable. No es el momento de decir “Abajo Sánchez” sino “Abajo el virus”. Pueden decir lo que quieran, ya lo sé. Pero, por Dios, respetando las normas de protección porque, de lo contrario, todo el esfuerzo no valdrá para nada. Esos manifestantes han tenido un comportamiento delictivo. No por lo que gritaban sino por lo que hacían. Libertad de opinión, sí. Libertad de destrucción, no.

A pesar de todo, saldremos adelante. Hay países, como Dinamarca, que han dado por superada la crisis. Otros están avanzando a pasos más o menos rápidos hacia la salvación. Nosotros también saldremos. Pasará todo. Pasará. Aunque tengamos que seguir conviviendo con el virus.

En el libro de Jaume Soler y M. Mercè Conangla titulado “La ecología emocional. El arte de transformar positivamente las emociones”, he encontrado una historia que me parece de singular importancia para esta coyuntura. Dice así:

Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo: He mandado hacer un precioso anillo con un diamante a uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, ocultas dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño el mensaje, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.

Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… Pero, ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del poderoso monarca.

El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como de la familia y gozaba del respeto de todos.

El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:

– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

– ¿Como lo sabes?, preguntó el rey.

– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje.

En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.

– Pero no lo leas, dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación.

Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.

Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento… Simplemente decía: Esto también pasará.

En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.

El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.

El día de la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.

En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:

– Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.

– ¿Qué quieres decir?, preguntó el rey. Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.

– Escucha, dijo el anciano. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje… Esto también pasará.

Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.

Entonces el anciano le dijo:

Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

Hasta aquí la historia del anillo del rey. Con su moraleja de esperanza y con su advertencia para los tiempos de bonanza cuando esto haya pasado. La historia nos dice que, una vez alcanzado el fin de la crisis, es probable que no podamos instalarnos en la plena tranquilidad de forma definitiva. Porque también esa bonanza pasará. Podemos echar las campanas al vuelo pero con la seguridad de que su repique podría cesar en cualquier momento. Hoy toca esperanza porque la pandemia de la covid-19 está pasando. Porque, sin duda, pasará.

sábado, 23 de mayo de 2020

Eduardo Mendoza: “No hay épica; estamos en casa esperando a que pase el chaparrón”

El escritor analiza desde su casa de Barcelona la crisis actual: “Claro que he tenido miedo, otra cosa es exteriorizarlo y hacer con eso literatura”

Cuando Eduardo Mendoza (Barcelona, 77 años) publicó La verdad sobre el caso Savolta Juan García Hortelano escribió en el segundo número de EL PAÍS, el 5 de mayo de hace 44 años, que sería bueno que “monopolizados por la estadística” leyeran a aquel nuevo novelista que había afrontado una historia de pistoleros, patriotas y anarquistas que vivían los restos de una guerra y se acercaban a otras de dimensiones pandémicas, la guerra civil española y la II Guerra Mundial. Muchos años después, Mendoza (Premio Cervantes de 2016) publicó El rey recibe (Seix Barral, 2018), donde recorre las distintos hechos (guerras y plagas) que lo tuvieron a él mismo como testigo en el convulso siglo XX. Vive estos años de su madurez en Londres, pero pasa el confinamiento en su ciudad, Barcelona, donde nació en medio de la Segunda Guerra Mundial. Sobre este tiempo de pandemia, el autor de Sin noticias de Gurb (ficción distópica nacida en este periódico), nos habló desde su casa, por FaceTime.

Pregunta. En El rey recibe recorre usted guerras y plagas (como el sida). En esa sucesión de hechos, ¿qué lugar ocuparía lo que nos pasa ahora?
Respuesta. Lo pienso desde hace mucho tiempo. Lo curioso será cómo lo veremos cuando tengamos un poco de perspectiva, cuando no estemos metidos en esta situación tan extraña. Nunca habíamos imaginado una cosa así. Habíamos imaginado guerras, sunamis, terremotos, pero estar encerrados en casa, ir por la calle con mascarillas, no poder tocar nada ni a nadie…, esa es una situación muy extraña. Desde los políticos a las personas normales, yo incluido, le estamos dando una dimensión épica que no tiene. Ha habido conductas abnegadas, admirables, pero lo que se dice épicas..., épicas no las hay. Estamos metidos en casa, esperando que pase el chaparrón, como animalitos que se esconden en la cáscara aguardando a que el mal se vaya. Imagina qué dirán los que vengan: hubo una época en que la gente se metió en casa, escribían unos diarios de confinamiento que realmente no valían nada, y estaban a la espera de lo que pudiera suceder, que en realidad desconocían. La incertidumbre que se plantea es en qué consiste perder y en qué consiste ganar. Perder es fácil de decirlo, porque es morir. Pero, ¿en qué consiste ganar? Vamos a ganar, se dice, pero ¿qué vamos a ganar? No sabemos. Es una batalla bien extraña esta, bien extraña.

P. Ya se dice menos, pero hubo un tiempo en el que se comentaba que íbamos a salir mejores de esto. 
R. Sí, “nada volverá a ser como antes”. Yo creo que todo volverá a ser como antes una vez que nos hayamos olvidado de esto. Ha habido cosas mucho más tremendas, como guerras y otras plagas, y al cabo del tiempo se han olvidado y los enemigos se han vuelto amigos y la gente ha vuelto a reír y a disfrutar. No cambiará la naturaleza humana por la covid-19. Desde los políticos a las personas normales, yo incluido, le estamos dando una dimensión épica que no tiene. Ha habido conductas abnegadas, admirables, pero lo que se dice épicas..., épicas no las hay

P. Vive o ha vivido en países prestigiosos, como el Reino Unido, donde ahora reside, y Estados Unidos. Ambos están en cuestión, después de ser tenidos como potencias capaces de afrontarlo todo. 
R. Esto ha servido para aprender muchas cosas, algunas de las cuales algunos que hemos vivido en esos sitios ya sospechábamos. Sabemos que son gigantes con pies de barro. Gigantes, a pesar de todo; los demás son enanos con pies de barro. Algo que me ha sorprendido mucho ha sido la falta de material, de mascarillas, de guantes. La potencia industrial tremenda que tienen Estados Unidos, el sudeste asiático, Japón, no ha sido capaz de fabricar unas mascarillas de papel con una goma y unos guantes de usar y tirar. Esto quiere decir que las cosas no son como nos las imaginábamos, que la industria no es tan poderosa. Esa es una sorpresa muy grande: ¿por qué faltaba material? ¿Por qué durante dos meses hemos estado así en un mundo de tan alta tecnología? Qué cosa más curiosa: se puede hacer un portaviones en una semana y no se pueden hacer mascarillas.

P. Cuando publicó Mauricio y las elecciones primarias, Agustí Fancelli le dijo en EL PAÍS que usted no renuncia nunca a su humor corrosivo, pase lo que pase. ¿Lo que ha vivido en la Inglaterra de Boris Johnson ha sacado a flote ese humor suyo?
R. Boris Johnson es un payaso; inteligente, ambicioso, astuto, pero un payaso de vocación. No lo puede evitar, tiene que hacer el payaso. Enfrentado a una situación así, la combinación payaso y drama es explosiva. Trump es otra cosa. Es un payaso más corrosivo, con un trasfondo peor. Es un producto de una sociedad frívola, y es un hombre de una extraordinaria frivolidad. Lo dijo: “Por aquí no pasará el virus”. Todo esto es digno de Chaplin, de Buster Keaton, de este tipo de personajes. Pero, claro, puede tener consecuencias muy graves para la cadena del poder, porque afecta a quienes están en puestos de responsabilidad ya que las cosas funcionan solas. En el momento en el que hay que tomar las riendas no tienen ni idea, ni idea.

P. Desde el punto de vista particular, ¿a usted le ha satisfecho haber pasado el confinamiento en España?
R. Es lo que elegí. Estaba en Inglaterra cuando empezó el confinamiento y pensé que la cosa no sería corta, que además yo era una de las personas que está en situación de riesgo, por la edad, y pensé que pasara lo que pasara estaría mejor en España, más protegido y con más recursos. Salí corriendo, en uno de los últimos aviones en que se permitió el viaje sin mayor dificultad, con mascarilla. Estoy muy contento de haber venido a España, y de estar en mi casa, en Barcelona. Lo que se llaman “productos de proximidad” aquí son mejores.

P. ¿Cómo ha visto la gestión de este mal entre nosotros, no solo en el ámbito político, sino también en la ciudadanía?
R. No tengo elementos de juicio. Los políticos han hecho lo que buenamente podían en una cosa de la que no sabían nada. Quizá su fallo ha sido no saber explicarlo bien, no saber confesar que no hay soluciones fáciles y que nadie sabe muy bien lo que tiene que hacer. A nivel ciudadano creo que el comportamiento ha sido muy bueno. Pero tengo una visión muy limitada: mis amigos, mi barrio, todo esto es ejemplar, todos se comportan aquí como alumnos aventajados. No sé qué ocurre en otros grupos y comunidades más apretadas, más necesitadas, en condiciones más precarias. Deduzco que el comportamiento ha sido bueno. Siempre hemos sido bastante disciplinados, más de lo que parece. Nos dicen que no fumemos y no fumamos. Nos dicen que no salgamos de casa y no salimos.

P. Aquí el disenso político es más ríspido que el se produce en otros países. ¿Lo percibe así?
R. Creo que empezó la cosa bien, con una cierta solidaridad, con el deseo de colaborar todos por el bien común. Poco a poco esto se ha ido desgastando y volvemos a los enfrentamientos, a sacar partido. La historia los juzgará. Por ejemplo, en el caso de Portugal parece que es ejemplar lo que ocurre; en Inglaterra siempre ha habido un cierto patriotismo en el mejor sentido de la palabra: que salga el país adelante, ya habrá momento de pelearse. Ellos han pasado muchas guerras y no han tenido guerras civiles recientes. Están acostumbrados a trabajar juntos. Nosotros tenemos cosas muy buenas, mejores que las que tienen los ingleses, somos más amables y generosos, pero como colectivo somos peleones, no tenemos sentido de lo que José Antonio [Primo de Rivera] llamaba “unidad de destino en lo universal”. No le hicimos ningún caso al pobre José Antonio…(!!!!)

P. Tanto en la escrituras como en lo humano, hasta en su forma de vestir, usted siempre ha dado sensación de aplomo, como si físicamente le resbalaran las cosas. En este caso, y no solo por los riesgos de la edad, sino por los hechos mismos, ¿usted ha sentido miedo?
R. Miedo lo he tenido y lo sigo teniendo. Lo tengo por mí mismo, porque pienso que en cualquier momento, por la cosa más simple e imprevisible, puedo agarrar la enfermedad y no contarlo. Y dejar interrumpido lo que estoy haciendo, lo que estoy leyendo, ¡incluso no llegar a saber cómo acabará La Liga! Cosas que parecen muy tontas hasta que realmente te enfrentas con ellas. La de cosas que no has hecho, los planes que tenías. Por supuesto, tengo mucho miedo por las personas que me rodean, por las personas que quiero. Muchos amigos o conocidos que hubieran vivido más años y que se han ido rápidamente por el coronavirus, una muerte fea y triste. Claro que he tenido miedo, otra cosa es exteriorizarlo y hacer con eso literatura.

P. ¿Y qué hace un hombre de ficciones como usted con todos estos materiales? ¿Qué pasa por su cabeza?
R. Soy muy distinto de los periodistas, no tengo ese espíritu. Con la realidad inmediata casi nunca se me ocurre hacer nada. Siempre estoy hablando de historias pasadas. Desde el punto de vista del presente, con la perspectiva actual, pero siempre de historias pasadas. Con esto que pasa ahora, en vez de observar soy observado por la realidad y ya veremos lo que pasa más adelante.

P. Cuando empezó todo esto hubo quienes se dirigieron a usted para que resucitara a Gurb y este observara, como usted dice, a los observados.
R. Me hace siempre mucha gracia esto que ocurre con Gurb. Es un personaje que me persigue, me acompaña, al que tengo mucho cariño, pero que es casi independiente de mi, porque así lo considera la gente. Lo que me pedían no era que yo escribiera, sino que yo volviera a llamar a este personaje para que él viniera y dijera lo que tuviera que decir. Pero esto es muy absurdo. Yo no puedo ahora repetir una cosa en circunstancias muy distintas. Yo soy otro, lo que pasa es otra cosa. Gurb ya se ha convertido en un personaje independiente, tengo su número de teléfono, pero nada más.

P. Si se sentara con ese personaje seguro que le hubiera dado humor a este tiempo. ¿Falta humor ahora?
R. No, no. Yo creo que hay una buena dosis de humor. Precisamente es algo que caracteriza a esta situación. La invasión de chistes que llegan por los distintos medios, gente que hace minipelículas…, nadie me manda cosas trágicas. A veces me llega alguien cantando un aria, pero en general son bromas, chistes, historias divertidas de parejas hartas de confinar, recetas de cocina. ¡Lo que hemos aprendido de cocina! El humor es siempre la cara oculta de los miedos, de problemas… Responde a una realidad del encierro, de las convivencias forzosas en unos espacios reducidos, en un tiempo para el que nadie estaba preparado. Londres es museos, teatro, bares, ¡y solo puedes ver pajaritos!

P. “Las ciudades son las grandes protagonistas de nuestras vidas”, le decía usted también al compañero Fancelli. Y ahora vive encerrado en Barcelona, una ciudad que es como un ombligo sin ventanas.
R. No sé lo que está pasando, no sé qué pasa en mi barrio, aquí al lado. Yo soy una persona que va a las ciudades y trata de ocuparlas en toda la extensión. Voy a barrios que no conozco, me meto en bares a los que no he entrado nunca… Me gusta el fenómeno ciudad. Pero ahora no sé qué pasa a 300 metros de mi casa, Barcelona vacía, Barcelona sin turistas. Hoy me decían que hay restaurantes y bares que han puesto el cartelito de “en alquiler”, porque ya han cerrado antes de pasar a la primera fase. ¿En qué se convertirá Barcelona, una ciudad que ha vivido precisamente de venderse a sí misma? No lo sé, es una gran incógnita. Pero cuando hay un momento de necesidad el salto que hay entre tener y no tener es tremendo. ¿Cómo vive esta situación la gente sin medios y cómo la vive gente con medios, con casas grandes, con una bodega bien surtida?

P. Decía usted, al hablar de El rey recibe, que las plagas y conflictos del siglo XX pasaron una enorme factura. ¿Imagina la factura de este tiempo?
R. Una cosa de la que no se habla mucho es de cómo resucitan las diferencias sociales, cómo han pasado esta situación los ricos y los pobres. Una diferencia abismal. Mientras la vida es normal, se disimula un poco, porque todo el mundo tiene sus compensaciones. Pero cuando hay un momento de necesidad el salto que hay entre tener y no tener es tremendo. ¿Cómo vive esta situación la gente sin medios y cómo la vive gente con medios, con casas grandes, con una bodega bien surtida, con una despensa llena, con dinero del que echar mano hasta que las cosas vuelvan a funcionar? No sé si las revoluciones salen de estas situaciones o no.

P. Siempre se ha mostrado atento y crítico a la realidad del periodismo. Este tiempo ha sido también el tiempo de los periodistas. ¿Cómo ve usted este instrumento social que es la prensa hoy?
R. Una de las cosas que nos ha enseñado esta situación es el valor de la prensa, de la información. En épocas de más inercia el periódico era un entretenimiento de las mañanas. Ahora es lo primero que se mira, antes de desayunar, antes de lavarse la cara. A ver si ha mejorado, o si ha empeorado la situación… Cuando salgo a aplaudir no solamente aplaudo a los sanitarios, sino a mucha más gente. A los que hacen que no falte comida en los supermercados. Y también a los periodistas, que están ahí cada mañana y que me están dando a cada momento lo que necesito para saber. Yo creo que los periodistas se habían relajado un poco y ahora han estado otra vez a la altura. El periodismo ha cumplido y sigue cumpliendo y hay que ponerle buena nota. Toda esa cuestión de los nacionalismos, que han estado tan presentes, ahora están un poquito por ahí, perdidos. Pero ya volverán, porque estas cosas no se apagan tan fácilmente.

P. La verdad sobre el caso Savolta es sobre lo que ocurre después de una guerra y antes de que ocurran otras. Cuando se reeditó este libro en 2015, celebrando 40 años desde su publicación en 1975, estaba en efervescencia el asunto de la independencia de Cataluña. Usted dijo: “No entiendo lo que pasa, no veo a dónde va, me preocupa. Me da miedo”. Ahora tantas cosas parecen desvanecerse…
R. El vuelco que han dado noticias que parecían graves y que estaban en primera página y ahora están en la página 20 o en los crucigramas…

P. “Felizmente insatisfecho” se declaraba usted tras el premio Cervantes. ¿Y ahora?
R. Cada vez menos insatisfecho. He tenido mucha suerte, y la sigo teniendo. He visto tanta gente que no ha tenido suerte, o que no la tiene, y que ha pasado por cosas tan dramáticas. No he vivido toda mi vida de cumpleaños feliz, pero he tenido una gran suerte. Este es un balance de nota bastante alta, como la que le doy a los periodistas.

P. Tras su Cervantes en 2016 decía que entonces un hueco grande que sentía era no poder llamar a su agente, Carmen Balcells [fallecida en 2015]. Ella representaba, como Hortelano, como Juan Benet, como aquellos veteranos, una época de añorada calidad…
R. De la calidad de este tiempo hablarán los que vengan luego. ¡A lo mejor nosotros somos los Hortelano y Benet de estos tiempos, quién sabe! En mi caso particular, tuve una suerte muy grande: conocí a toda esa gente. En cuanto a Carmen Balcells… Vivir en su tiempo y cerca de ella era como haber nacido en casa de millonarios, era un lujo reservado a muy pocos, era un lujo mayor que tener un yate. Hay en su agencia gente magnifica, que sigue ahí muy atenta, aunque ahora ya no estoy construyéndome una carrera y construyéndome a mi mismo. Ahora estoy, digamos, hecho o en proceso de deshacer. Tener años significa que hay cosas que ya tienes hechas, que no las tienes que volver a hacer.

https://elpais.com/cultura/2020-05-17/eduardo-mendoza-no-hay-epica-estamos-en-casa-esperando-a-que-pase-el-chaparron.html?event_log=fa&o=cerrado

viernes, 22 de mayo de 2020

_- No hagan caso a José Carlos Díez: Recortar ahora el gasto es suicida

_- El economista José Carlos Díez acaba de publicar un comentario en su cuenta de Twitter que obliga a criticarlo por lo que tiene de infundado e irresponsable.

En condiciones normales no me haría eco de sus observaciones. Es, posiblemente, el economista que más falló en sus análisis de la última crisis, cuando negaba que en España se estuviera produciendo una burbuja inmobiliaria o que aquí se fuese a producir una recesión económica. Y ya he demostrado en alguna ocasión que se equivoca tanto porque no tiene independencia de criterio y porque desconoce rudimentos esenciales de la teoría económica. No sabe, por ejemplo, cómo es el funcionamiento elemental de la circulación monetaria, como puse hace tiempo de manifiesto en un artículo publicado en este mismo diario (Economistas que pierden el norte atacando a Podemos). Además, siempre me ha tratado mal y con poca educación, de modo que no le tengo ningún aprecio personal. Puedo pasar por alto que alguien no sea un buen economista, pero no que sea descortés y mala persona.

En este caso, sin embargo, tengo que dedicar unos minutos a rebatir su opinión porque, como he dicho, no sólo no tiene fundamento, sino que es sumamente irresponsable y porque sería muy peligroso para España que se llevara a cabo lo que propone.

Dice Díez que «un gobierno serio asumiría que no podemos financiar un déficit del 15% del PIB y haría recortes para limitarlo este año».

Esa observación no tiene fundamento porque no se puede afirmar que sea imposible que España financie ese déficit. Si se alcanzara, nos situaría más o menos en el nivel de deuda en relación con el PIB que a finales de 2019 tenía Portugal (117,7%) o bastante por debajo de la de Italia (134,8%).

No digo ahora que alcanzar ese nivel sea bueno o malo (lo comentaré enseguida) lo que digo es que no tiene fundamento aceptar que esos dos países pueden financiar ese porcentaje de deuda y una cantidad absoluta mayor (en el caso de Italia) y España no. Sobre todo, cuando el incremento se ha producido por el efecto de una crisis sanitaria que ha obligado a que todos los gobiernos realicen gastos extraordinarios y cuando hasta el Banco Central Europeo está diciendo que pondrá el dinero que haga falta para que los bancos proporcionen el crédito necesario para evitar el colapso económico.

¿Qué tiene en la cabeza Díez para creer que los bancos centrales van a dar dinero ilimitado a los privados para que presten y que estos no van a aprovechar para conceder todo el crédito posible a los gobiernos? Otra cosa será que las consecuencias de ese endeudamiento sean muy onerosas, o incluso fatales (enseguida diré que no tiene por qué ser así), pero decir que será imposible que España se financie, cuando están prestando a países en condiciones económicas mucho peores y con mayor nivel de deuda pública, es algo que sólo puede decir quien, como Díez, ha demostrado ya en otras ocasiones que desconoce los entresijos reales de la vida económica.

Además de infundado, el juicio de Díez (si es que el comentario mereciera esta denominación) es irresponsable.

¿Quién, en plenitud de condiciones mentales, puede decir que lo que debe hacer un gobierno, en medio de una epidemia que obliga a cerrar actividades económicas en todo el mundo, es reducir el gasto?

¿Qué debe hacer el gobierno español, anular las ayudas a las empresas, cuando, en realidad, deberían haber sido aún más cuantiosas? ¿Dejar que cierren miles de ellas, que se hunda el sector turístico, que perdamos el comercio de cercanía o que se arruinen millones de trabajadores autónomos? ¿Debe anular el gobierno las prórrogas en el cobro de los impuestos que se están dejando de pagar? ¿Deja de financiar expedientes de regulación temporal de empleo? ¿Reduce el gasto sanitario en medio de una emergencia sanitaria, cuando todo indica que habrá un rebrote en el otoño o invierno? ¿Recorta el gasto educativo, justo cuando cientos de miles de estudiantes tienen más dificultades para cursar su enseñanza por el confinamiento? ¿Recorta las pensiones, para terminar de matar a nuestros padres, madres o abuelas y abuelos, o para destrozar todavía más las residencias en donde viven muchos de ellos? ¿Renuncia a establecer un ingreso mínimo o al subsidio de desempleo para las personas que no tienen medios de subsistencia? ¿Recorta en administración de Justicia, en cuidados, en la investigación que puede ayudar a encontrar vacunas o a fomentar la innovación que necesita nuestra economía?

Francamente, creo que hay que ser muy irresponsable para pedir que, en este año 2020, el gobierno español haga esas cosas.

Ahora no se puede recortar el gasto. Al recortar gastos públicos como los que he mencionado lo que se hace es reducir el ingreso que inmediatamente va a recibir un sector privado que en estos momentos no puede generarlos. La propuesta de recorte de Díez llevaría directamente al colapso de nuestra economía y a una crisis social sin precedentes en nuestra historia. Y eso ahora, pues no quiero ni pensar en las consecuencias de lo que propone si el virus vuelve a propagarse con más fuerza tras el verano y es necesario realizar un nuevo confinamiento.

La prueba de que recortar gasto es una irresponsabilidad es que no hay ni un sólo gobierno de países avanzados que lo haya hecho, ni una sola institución, autoridad u organización internacional que lo proponga.

En mitad de una emergencia sanitaria una persona inteligente y responsable habla como habló Ángela Merkel: «Haremos lo necesario para superar esta situación. Y luego veremos qué significa esto para nuestro presupuesto». Una irresponsable y sin conocimientos de economía dice lo que ha dicho Díez, que hay que recortar el gasto.

Díez escribe como si desconociera los efectos tan negativos que tuvo en España y en toda Europa la política de recortar gasto en plena crisis de 2008, cuando los agentes privados no generaban ingresos; y ahora, en una situación aún peor y mucho más justificada al tratarse de una crisis sanitaria, pide que se vuelva a cometer el mismo error que retrasó la recuperación, que debilitó el aparato productivo y las fuentes de generación de ingreso y que redujo el bienestar social.

El gobierno de España debe mantener las ayudas a las empresas, a autónomos y a los hogares, e incluso yo creo que debe tratar de aumentarlas y alargarlas en el tiempo lo más posible, con seguridad y certidumbre, hasta que reanuden plena y satisfactoriamente su actividad. Y no puede permitirse reducir el gasto social, ya por debajo de la media europea, ni las inversiones productivas que son necesarias para que las empresas realicen cambios imprescindibles ante las transformaciones globales que están a la vuelta de la esquina.

Otra cosa es que hay que plantear cómo financiar el incremento inevitable de la deuda. Yo vengo criticando en estos dos meses últimos la política europea al respecto pero, incluso siendo extraordinariamente crítico, no puedo dejar de reconocer que la Unión Europea y el Banco Central Europeo están proporcionando fuentes de financiación que hasta ahora no han estado a nuestro alcance; además de permitir algo tan significativo como que los países se salten las reglas de estabilidad presupuestaria. No hay un día en que sus propios dirigentes no digan que hay que hacer lo imposible por financiar las necesidades extraordinarias de los gobiernos frente a la pandemia. Y hoy viernes 15 de mayo se vota en el Parlamento Europeo una resolución conjunta reclamando por amplísima mayoría (80% de la Cámara) un paquete de actuaciones basado en transferencias y en préstamos para hacer frente a la reconstrucción. Díez, sólo por estar resabiado con Pedro Sánchez y sus equipos porque apoyó a Susana Díaz, pide que renunciemos a ello y que España haga lo contrario. Una irresponsabilidad.

Desgraciadamente, el aumento de deuda que vamos a registrar lo vamos a tener que financiar en condiciones que no van a ser ni las deseables ni las mejores que podrían darse si las autoridades europeas fuesen sensatas y utilizaran los medios que utilizan otros gobiernos, si se monetizara aumentando la capacidad productiva (algo que no tendría por qué provocar subida de precios) o si el Banco Central Europeo aprovechase la ocasión para reestructurar la deuda de todos los gobiernos. Pero, a pesar de ello y aunque no sea en las mejores condiciones, España podrá financiar un incremento de deuda que es imprescindible que se produzca si no queremos que nuestra economía se venga abajo. Lo que deberíamos hacer todos los economistas sin distinción de ideologías es aportar ideas y apoyo para encontrar las mejores fuentes de financiación.

Y, por supuesto, todo esto tampoco quiere decir que no haya que revisar el gasto que realizan nuestras administraciones. Hay que aprovechar para auditar, para detectar el innecesario y acabar con el despilfarro que en ocasiones se produce, para aumentar los controles y ser siempre austeros, en el sentido auténtico de la expresión, a la hora de utilizar los recursos comunes. Como también hay que pensar en la otra cara del presupuesto, de la que no habla Díez. Limitarse a recortar gasto para equilibrar el presupuesto, como pregona, es una solución tan inteligente para una economía en crisis por emergencia sanitaria, como la de matar al enfermo para bajarle la fiebre. Una auténtica barbaridad. Hay que mirar también el otro lado, el de los ingresos. No para aumentar la carga fiscal general sino para bajarla, haciendo que todos paguemos en función de nuestra capacidad y no de nuestro privilegio.

Lo que menos necesita España en estos momentos es el resentimiento que lleva a enfrentarse al gobierno recurriendo a cualquier tipo de argumento, por irresponsable o infundado que sea, como el de Díez. Hay que criticar, hay que señalar lo que no se hace bien pero también es necesario pensar un poco lo que se dice, dedicar algún tiempo al estudio antes de sacar conclusiones y dejar el rencor en el armario.

https://www.juantorreslopez.com/no-hagan-caso-a-jose-carlos-diez-recortar-ahora-el-gasto-es-suicida/#more-8805

jueves, 21 de mayo de 2020

Desmemoria. El Estado democrático les ampara, pero su aprecio por la democracia está supeditado a que los suyos ganen, o no, las elecciones

La historia de España es como la morcilla de mi tierra, escribió el poeta Ángel González, se hacen las dos con sangre, se repiten. Las protestas del madrileño distrito de Salamanca, ajenas hasta ahora a la sangre, estremecen como repetición. Ya sé que son todos pijos, ya sé que son sólo cien, ya sé que parecen un chiste, pero no tienen gracia. Un extranjero creería que protestan por el confinamiento y se equivocaría.
Aunque gritan “libertad”, la libertad les trae sin cuidado. Sus padres jamás la echaron de menos mientras vivieron en una dictadura. Sus abuelos, que financiaron y patrocinaron esa dictadura, se enriquecieron gracias a ella.
Sus descendientes se manifiestan ahora contra un Gobierno que no sienten como propio, aunque sea el que legítimamente rige el destino de la nación, y se envuelven en la bandera nacional como si bastara para identificarles, porque creen que no representa a nadie más que a ellos.
El Estado democrático les ampara, pero su aprecio por la democracia está supeditado a que los suyos ganen, o no, las elecciones. Cuando es que no, ni siquiera el razonable deseo de preservar la salud, propia y ajena, en plena pandemia, logra refrenar sus ansias de recuperar el botín de sus mayores. Aunque no lo sepan, son una muestra de la fragilidad congénita de la democracia española, el afán por pasar página sin haberla leído previamente con tal de tener la fiesta en paz, que caracterizó el espíritu de la Transición.
La falta de análisis, de crítica, de ruptura efectiva con el franquismo les persuadió de que no tenían nada de lo que avergonzarse y ahí están, gritando que la calle es suya. La memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el presente, pero la desmemoria logra que pasado y presente se confundan.

miércoles, 20 de mayo de 2020

La alegría de trabajar en un proyecto sobre alegría

Por Anya Strzemien

Las cosas están tan mal en este momento, ¿qué mejor momento para leer sobre las cosas que no lo están?

18 de mayo de 2020

Times Insider explica quiénes somos y qué hacemos, y ofrece información detrás de escena de cómo se combina nuestro periodismo.

No es divertido y definitivamente no es genial poner esto por escrito, pero la diversión es sumamente importante para mí. A mi madre le encanta contar una historia sobre cuando era joven. Alguien llamó a nuestra casa para preguntarme si iba camino a una función escolar. Cuando ella confirmó que sí, esa persona se volvió hacia otra persona y le dijo: “¡Anya! ¡Divertido!" Mi madre irradia orgullo cada vez que cuenta esto. Ella tiene una hija divertida. Y tal vez soy divertido o tal vez solo creo que soy divertido porque mi mamá lo dice (gracias, mamá), pero sin embargo, pienso mucho en la diversión, junto con sus parientes cercanos, alegría y deleite.

Como uno de los editores adjuntos de la sección Estilos, es parte de mi trabajo planificar y crear proyectos especiales como I Quit, The Office y This Gen X Mess. Cuando comencé a planificar para 2020, me preguntaba cómo podríamos sorprender más a los lectores del New York Times. Esto fue en enero (¿recuerdas enero?), Cuando las cosas se sentían tan difíciles: tal vez íbamos a la guerra con Irán, Australia estaba ardiendo, un virus misterioso comenzaba a extenderse por todo el mundo y se estaba llevando a cabo un juicio por juicio político en el Senado. Todo se sintió tan sin alegría, así que ¿por qué no crear la contraprogramación definitiva: alegría ?!

Luego escuché un episodio de "This American Life" de finales de enero llamado "The Show of Delights", que fue producido por razones similares. Me sentí más ligero al escucharlo. Fue realmente encantador. Esto me motivó a mover la idea a mi lista.

Cuando ese misterioso virus se convirtió en una pandemia en marzo, me sentí aturdido. La diversión era lo más alejado de mi mente. De hecho, no recuerdo haberme sentido tan asustado. Pero "acción opuesta", como a algunos terapeutas les gusta enseñar, y un paquete sobre "alegría" lo sintí más esencial que nunca. Publicamos ese paquete en línea hoy.

El marco de “La alegría de [en blanco]” tomó forma cuando Sarah Miller, una escritora independiente, y yo estábamos enviando un correo electrónico acerca de lo terrible que fue este momento. Le dije que quería hacer un paquete sobre la alegría, y ella dijo que tenía justo lo que necesitaba: la alegría de la vigilancia del odio. Ella sintió que había estado salvando "Sra. Doubtfire”por este mismo momento. (Más tarde se dirigió a "La princesa prometida" y de hecho le encantó odiarla).

Casi al mismo tiempo, Taffy Brodesser-Akner, redactora de The New York Times Magazine, y yo estábamos enviando un correo electrónico acerca de lo terrible que fue este momento. (¿Quién podría hablar de otra cosa?) Acordamos que un pequeño lado positivo estaba haciendo que nuestros calendarios se despejaran de repente, con cero obligaciones sociales en el horizonte. "La alegría de que los planes se cancelen a sí mismos" siguió.

Luego le pedí a Alexandra Jacobs, mi compañera de redacción adjunta de Styles, cuya escritura me alegra, que contribuya. Giró en una pieza para trotar lentamente, lo que le traía alegría.

Luego seguí contactando a escritores que amo: Jenna Wortham, Allison P. Davis, Aminatou Sow, Caity Weaver, Max Read, Heather Havrilesky, Lesley M.M. Blume, Ross Gay, Alex Williams, Jane Hu y Brian Keith Jackson, preguntándoles qué era, si acaso, lo que les traía alegría en este momento. La mayoría de ellos estaban confinados dentro de sus casas. Después de todo, ¿qué más estábamos haciendo? Nuestros planes se habían cancelado a sí mismos.

El paquete fue diseñado por Tracy Ma, Adriana Ramić y Tala Safié. Para las ilustraciones, Tracy y Tala aprovecharon el talento de la sala de redacción y pidieron a personas de diferentes departamentos que hicieran un garabato basado en el ensayo. Fue una colaboración de oficina divertida en un momento en que no teníamos una oficina.

En cuanto a las abreviaturas en la página de inicio, la estructura "la alegría de" me hizo pensar en abreviaturas como FOMO (El miedo a perderse) y JOMO (La alegría de perderse). Pensé que hacer abreviaciones cada vez más exageradas (como J.O.C.A.O.N.O.C.B.N.) reflejaba nuestros estados emocionales cada vez más desconcertados de forma aislada. Las abreviaturas nos hicieron reír, pero con suerte no solo a nosotros.

Get For You, un resumen diario personalizado con más historias como esta.

Regístrate Al final, espero que este paquete, y su sección de impresión especial el 24 de mayo, brinde alegría a los lectores, o al menos algo de alivio. Que todos encuentren algo, donde sea que estén ahora. Mientras escribo esto, he comido casi una baguette entera con queso para desayunar y no hubo nada de tristeza en ello.

https://www.nytimes.com/2020/05/18/reader-center/insider-joy.html?action=click&module=Well&pgtype=Homepage&section=Reader%20Center

_- Avispas: 3 soluciones naturales para mantenerlas alejadas

_- Avispas

¿Cómo mantener alejadas a las avispas?
Cuando llega el buen tiempo, es agradable aprovechar el jardín y poder comer al aire libre. Pero cuando las avispas se entrometen en nuestra tranquilidad, ya no es realmente un momento de relajación ... ¿Cómo cazar las avispas a nuestros amigos? Aquí hay algunos consejos de abuela fáciles de aplicar.

Clavos
Los clavos son un repelente natural contra las avispas. Coloque en su mesa de comedor tazas que contengan un buen puñado de dientes machacados. Resultado garantizado!

El café
Queme café molido fresco (no usado) en tazas con un encendedor o fósforo. El humo de él asustará a las avispas. Repita la operación regularmente. ¡El olor del café solo es desagradable para las avispas!

Aceites esenciales
El aroma del verdadero aceite esencial de lavanda ahuyentará a las avispas, por lo que puede usarlo como repelente natural. Para hacer esto, ponga unas gotas de aceite en piezas de tela que colocará en lugares estratégicos.

Le Monde.

martes, 19 de mayo de 2020

:- Thomas Piketty: "Después de la crisis, el momento del dinero verde"

:- El paro económico debería usarse para reflexionar sobre un resurgimiento a través de inversiones en sectores como la salud y el medio ambiente, con una reducción en las actividades más intensivas en carbono, estima el economista Thomas Piketty en su columna.

Crónica
¿Puede la crisis de Covid-19 precipitar la adopción de un nuevo modelo de desarrollo más justo y sostenible? Sí, pero con la condición de que asumamos un cambio claro en las prioridades y desafiemos un cierto número de tabúes en la esfera monetaria y fiscal, que finalmente deben ponerse al servicio de la economía real y de los objetivos sociales y ecológicos.

Primero debemos aprovechar este paro económico forzado para reiniciar lo contrario. Después de tal recesión, las autoridades públicas tendrán que desempeñar un papel central en el impulso de la actividad y el empleo. Pero debe hacerse invirtiendo en nuevos sectores (salud, innovación, medio ambiente) y decidiendo una reducción gradual y duradera de las actividades más intensivas en carbono. Concretamente, es necesario crear millones de empleos y aumentar los salarios en hospitales, escuelas y universidades, renovación térmica de edificios, servicios locales.

En el futuro inmediato, el financiamiento solo puede hacerse a través de deuda y con el apoyo activo de los bancos centrales. Desde 2008, estos últimos han llevado a cabo una creación monetaria masiva para salvar a los bancos de la crisis financiera que ellos mismos habían causado. El balance del Eurosistema (la red de bancos centrales gestionados por el BCE) aumentó de 1.150 millones de euros a principios de 2007 a 4.675 millones a finales de 2018, es decir, de solo el 10% a casi 40% del PIB de la zona euro (12,000 millones de euros).

Debemos suponer que la creación monetaria se utiliza para financiar la recuperación verde y social, y no para impulsar los precios del mercado de valores.

Sin duda, esta política hizo posible evitar las quiebras en cascada que habían arrastrado al mundo a la depresión en 1929. Pero esta creación monetaria, decidida a puerta cerrada y sin una integración democrática adecuada, también contribuyó a impulsar los precios. financiero e inmobiliario y para enriquecer a los más ricos, sin resolver los problemas estructurales de la economía real (falta de inversión, aumento de la desigualdad, crisis ambiental).

Agrupe la tasa de interés
Sin embargo, existe un riesgo real de que simplemente continuemos en la misma dirección. Para tratar con Covid-19, el BCE lanzó un nuevo programa de recompra de activos. El balance del Eurosistema aumentó de 4.692 millones de dólares el 28 de febrero a 5.395 millones de dólares el 1 de mayo de 2020 (según datos publicados por el BCE el 5 de mayo). Sin embargo, esta inyección monetaria masiva (700 mil millones en dos meses) no será suficiente: el diferencial de tasas de interés contra Italia, que se había reducido a mediados de marzo tras los anuncios del BCE, muy rápidamente comenzó a levantarse de nuevo.

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https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/05/09/apres-la-crise-le-temps-de-la-monnaie-verte_6039129_3232.html

lunes, 18 de mayo de 2020

_- Un virus viejo y sabio. El genoma del SARS-2 revela múltiples adaptaciones que delatan su origen antiguo.

_- El coronavirus que ha puesto el mundo patas arriba no ha sido creado en un laboratorio de Wuhan, como le gusta decir a Donald Trump. Ni siquiera es una creación reciente de la naturaleza. Su genoma revela una batería de adaptaciones desarrolladas a lo largo de décadas, tal vez siglos, en un proceso que empezó mucho, mucho antes de que los laboratorios humanos estuvieran en condiciones de diseñar una maquinaria de caos y destrucción tan perfeccionada. Ni siquiera ahora lo están, por fortuna para todos, aunque seguramente esto es solo cuestión de tiempo. Pero la genética del SARS-CoV-2 (SARS-2, para abreviar) nos revela incluso en esta fase preliminar de la investigación unas cuantas lecciones que nos interesa aprender.

Los coronavirus se descubrieron hace más de un siglo en un gato con fiebre y un vientre hinchado como una bota de vino recién llenada. Se vio después que la misma familia viral causaba bronquitis en los pollos y una gastroenteritis en las cerdas que mataba a casi todos sus cochinillos. No fue hasta la época de los Beatles que se descubrió que los coronavirus eran la causa más común del catarro humano. Sabemos también desde entonces que los virus de este tipo pueden saltar entre especies, del perro al gato, del gato al cerdo y de ahí a toda el arca de Noé. Como en humanos solo causaban catarros, los coronavirus pasaron inadvertidos para la biomedicina hasta 2003, cuando el SARS acabó con la vida de 800 personas. El SARS-2 con el que bregamos ahora ha matado a un cuarto de millón y subiendo.

La razón, naturalmente, está en sus genes, que muestran toda una serie de novedades (adaptaciones, en la jerga evolutiva) para infectar mejor, reproducirse más y por tanto causar más daño a sus víctimas. Eso no se hace de martes a jueves, y los científicos citados por David Cyranoski en Nature piensan que el SARS-2, el causante de la rabiosamente actual covid-19, lleva décadas oculto en la naturaleza, discreto y agazapado hasta dar el salto a nuestra especie perpleja.

SARS-2 muta poco, pero eso no tiene por qué ser una buena noticia. Lo es en que, cuando haya una vacuna, no será necesario renovarla cada año como hacemos con la gripe. Pero no lo es en que algunos de los antivirales más eficaces actúan justo causando mutaciones a los virus. Como el SARS-2 se protege contra las mutaciones, esos fármacos no están funcionando contra él. Nuestro coronavirus ha evolucionado seguramente por recombinación genética, donde dos virus que infectan la misma célula se intercambian genes en toda clase de combinaciones. Es posible que esa sea la razón de que la mayoría del genoma de SARS-2 se parezca a los virus del murciélago salvo por los genes de su espícula, que son casi idénticos a los del pangolín, y son los que le permiten infectar las células humanas con gran eficacia. Un virus con historia.

https://elpais.com/ciencia/2020-05-07/un-virus-viejo-y-sabio.html