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lunes, 2 de septiembre de 2024

_- Por la boca muere el juez

_- O sea, que se puede criticar de manera furibunda al poder ejecutivo, se puede criticar con extrema dureza al poder legislativo, pero a los jueces no se les puede tocar. Ellos pueden hacer y deshacer, pueden dictar sentencias a su antojo, pueden retrasar los juicios, pueden ser jueces venales y pueden criticar al legislador. De hecho, ahí han están sus críticas a la ley de amnistía antes de haberse promulgado. A los ciudadanos y ciudadanas nos toca callar e, incluso, aplaudir. ¿Dónde está escrito que no se puede criticar a los jueces?

Ejercer la crítica es un derecho ciudadano, incluso diría que es una obligación. A juicio de Paulo Freire en eso consiste precisamente la educación: en pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. La persona educada sabe que hay hilos ocultos, que esos hilos se mueven por intereses, que esos no los ha colocado ahí la divinidad ni el azar y que esos hilos se pueden romper por la acción ciudadana, ya que no son fruto de una maldición determinista.

Ahora bien, la crítica debe ser fundada, debe estar argumentada, debe ser consistente. La crítica no ha de ser arbitraria, caprichosa o interesada. De lo contrario sería un simple caso de descalificación, de agresión o de insulto al criticado. Estoy contra la crítica generalizada que se asienta en afirmaciones genéricas: todos los jueces son venales, sectarios o parciales. No.

Criticar a los jueves es, pues, un deber democrático. No es verdad que la crítica haga perder a la ciudadanía la confianza en el poder judicial. Lo que hace perder la confianza es el comportamiento torticero de algunos jueces. Lo malo no es la crítica, son los hechos en los que se basa la crítica. Lo que hace perder la confianza en los jueces no es la crítica al juez Juan Carlos Peinado, es lo que hace el juez Juan Carlos Peinado. De la misma manera que lo que hace perder la confianza en los sacerdotes no es la crítica a la pederastia sino los comportamientos que fundamentan esa crítica.

La actuación del juez Carlos Peinado en el caso de Begoña Gómez, esposa del presidente del gobierno, se ha convertido en un espectáculo bochornoso. No es que no se pueda criticar su actuación, es que es un deber democrático condenarla con severidad. Porque no puede ser más arbitraria y más parcial.

Cuando representantes del Partido Popular dicen que criticar a un juez constituye un ataque a la judicatura o que desprestigia al poder judicial están haciendo un flaco favor a la justicia. Porque lo que descalifica a la justicia, repito, no es la crítica sino el objeto de la misma. Otra cosa sería que la crítica no fuera fundada o fuera incierta.

Que el juez Juan Carlos Peinado quiera hacer un seguimiento de toda la vida de Begoña Gómez desde que Pedro Sánchez accedió a la presidencia, es un atropello judicial. “A ver si aparece algo, si no es en esto será en lo otro”. Ese es el lema. Que admita a trámite una denuncia que se apoya en recortes de prensa y en la que figuran bulos que ya se habían descubierto como tales, pues atribuían un delito a la mujer del presidente que había cometido una persona con el mismo nombre y apellido, es un escándalo. De hecho, otro juez ha obligado al medio en que se había difundido el bulo a rectificar de la manera que exige la ley.

El empecinamiento del juez en ir a la Moncloa a tomar declaración al presidente, rechazando de forma indebida la posibilidad de hacer una declaración escrita es otro proceder escandaloso. Él sabía que no se iba a producir declaración alguna, dado el derecho que asistía al Presidente a no declarar. El juez estaba en el pulso que le ha echado al Presidente del gobierno. El PP, acostumbrado a criticar todo lo que hace su adversario político, interpreta el silencio del Presidente como un rechazo a la colaboración con la justicia. Qué barbaridad. Sencillamente, ha ejercido un derecho constitucional.

Instalarse en esas prácticas partidistas es lo que produce el descrédito de la judicatura. Defender esos comportamientos como si se tratase de comportamientos imparciales es lo que hace daño a un juez. Y la crítica es el proceder democrático que podrá salvarnos de estas formas de proceder torticeras.

Se ha puesto de moda en la oposición decir que el gobierno, que los ministros y que la prensa de izquierdas señala a algunos jueces. ¿Y cómo se les puede criticar sin citarlos? ¿Qué es lo que se debe decir? “Hay un juez que no mencionaremos para no señalarlo…”. El concepto de señalar es insidioso porque deja entrever que lo que hacen los ministros o los periodistas de izquierdas es convertir a una persona en objeto de persecución o de castigo. Este modo de hablar es propio de los tiempos de la caza de brujas en los que se señalaba al comunista para que lo castigaran o del período nazi en el que se señalaba a un judío para que se lo llevasen al campo de concentración… Esto es otra cosa. Aquí hay un juez considerado prevaricador. Y hay que denunciar sus malas artes, su proceder injusto. Los demócratas tienen la obligación de señalar: aquí hay un juez injusto, un juez partidista, un juez corrupto.

La prevaricación tiene una coletilla que resulta muy difícil y a la vez muy fácil de probar: el juez toma decisiones “a sabiendas de su injusticia”. Tan difícil en realidad como fácil, pues. Porque: ¿cómo no se va a dar cuenta de que esa forma de actuar es injusta? Los medios hablan de esos comportamientos sin cesar, la opinión pública lo grita cada día, expertos dan constantemente sus opiniones.

La querella, como es lógico, se presenta a través de la Abogacía del Estado que tiene el deber de velar por las instituciones, una de las cuales es la Presidencia del gobierno. ”Esto nos invita a pensar que el magistrado instructor, en dicha resolución, se aparta de los métodos usuales de interpretación, siendo su voluntad, la única explicación posible”,  señala la querella.

Hay otra situación en la actualidad en la que la justicia está actuando de forma parcial. Me refiero a la aplicación de la ley de amnistía. La soberanía popular decidió inequívocamente entregar el gobierno a la izquierda. Está muy claro que la voluntad del poder legislativo al promulgar esa ley es amnistiar a los promotores del llamado procés. Interpretar la ley y darle cumplimiento excluye que interprete la ley según su ideología y particular visión de la realidad. El juez Llarena está muy preocupado porque el señor Puigdemont no haya sido detenido en su reciente visita a España. De hecho ha pedido explicaciones al Ministerio del Interior, que ha contestado de forma contundente: los Mossos d´Escuadra desestimaron la ayuda de la guardia civil y de la policía nacional. Habría que preguntarle al señor juez por qué no activa la orden de detención fuera de España. Porque si la malversación, a su juicio, es considerada delito no amnistiable, será delito dentro y fuera del país.

Hemos tenido no hace mucho otro caso de interpretación interesada de la ley. No nos chupemos el dedo. Algunas excarcelaciones y la disminución de la pena que ocasionó una falta de rigor técnico en la llamada ley del si es si, puso en las manos de los jueces decisiones que se convertían en munición contra el gobierno.

Las argucias legales, las triquiñuelas judiciales convierten lo bueno en malo y lo malo en bueno. Como sucede en la siguiente historia.

Un juez llama a los dos abogados a su despacho, y les dice:

La razón por la que os he llamado es porque me habléis sobornado los dos.

Ambos abogados se mueven inquietos en sus butacas.

Tú, Juan, me diste quince mil euros. Pedro, tú me diste diez mil.

El juez entrega un cheque de cinco mil dólares a Juan y dice:

Ahora estáis a la par por lo que, en este caso, voy a decidir con ecuanimidad.

No se puede defender que admitir sobornos iguales fomenta la virtud tanto en la persona del juez como en la de los abogados. Es preciso luchar contra las argucias legales y contra los vicios de la argumentación. Es un deber ciudadano.

Los jueces no son ángeles caídos del cielo que han mutado las alas por las togas. Son seres humanos. Por consiguiente pueden actuar de forma parcial por intereses políticos, ideológicos, económicos… Por eso es necesaria una crítica exigente, valiente y rigurosa. Hay que criticar con rigor las actuaciones de los jueces. Esa crítica, si es certera, no va contra ellos sino en su beneficio. 

El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra. 

sábado, 27 de abril de 2024

Claro que merece la pena

El presidente del Gobierno español ha escrito una carta a la ciudadanía que, a mi juicio, no puede ser más sincera. Una carta en la que dice que la cacería que la derecha y algunos medios han emprendido contra él hace tiempo y ahora contra su mujer, está siendo tan brutal que ha sobrepasado el límite que un ser humano puede soportar. Dice que necesita unos días para pensar con su esposa si merece la pena seguir adelante o si es preferible dimitir. Alguien ha dicho que podía haber hecho la reflexión en privado y, una vez concluida, haber comunicado a la ciudadanía la decisión final. Me gusta que lo haya hecho así. Ha sido valiente y claro y ha preferido compartir con la ciudadanía esa tremenda incertidumbre. Nos ha puesto a pensar.

Pues bien, he leído con atención esa carta. Y la voy a contestar. Por cortesía. Y por deber ciudadano. El presidente se pregunta si merece la pena tanto esfuerzo, tanto sufrimiento. ¿Merece la pena? Tan decisiva es la pregunta que de su respuesta depende la continuidad en el cargo o el abandono del mismo. Voy a intentar transmitirle las reflexiones de un ciudadano de a pie, aunque dudo que pueda leerme.

Merece la pena seguir adelante por quienes votaron el 23 de julio y dijeron sin ambages que querían un gobierno de coalición progresista, presidido por Pedro Sánchez. La derecha no aceptó el resultado y sería una pena que se llevara el gato al agua no por razonamientos y propuestas sino por haber proferido todo tipo de insultos y descalificaciones.

Merece la pena para toda la población que se sigan promulgando leyes progresistas. Si no hubiéramos tenido gobiernos de izquierda, no tendríamos ley del divorcio, ni del aborto, ni del matrimonio homosexual, ni de la eutanasia, ni de memoria histórica, ni contra la violencia de género…

Merece la pena, sobre todo para los más pobres, que haya un gobierno progresista. Sin gobiernos de izquierda no se hubieran subido las pensiones en la cuantía que se ha hecho, ni se hubiera incrementado el salario mínimo interprofesional como se ha subido… Sin un gobierno de izquierdas no se hubiera creado un impuesto a la banca y a las grandes empresas, no hubiera subido el empleo como ha subido y no habríamos tenido una economía pujante como la que tenemos.

Merece la pena para la escuela pública y para la sanidad pública que haya un gobierno de izquierdas que defienda los intereses de todos y de todas y no los intereses privados y los de aquellos que tienen dinero para pagar todo tipo de servicios.

Merece la pena mantener en la oposición a quienes defienden la xenofobia, la homofobia, la negación de la violencia de género y del cambio climático. Porque donde gobiernan en coalición el PP y Vox se puede comprobar que existe una pérdida de derechos y una privatización descarada de bienes y servicios.

Merece la pena que siga adelante Pedro Sánchez porque su continuidad fortalecerá la democracia. El 40% de los votantes del PP considera que Sánchez es un presidente ilegítimo. El que se vaya vendría a dar satisfacción a quienes lo consideran (y así lo dicen) un okupa de La Moncloa.

Merece la pena seguir adelante porque no se puede dar a esta miserable oposición el triunfo que ha buscado con una política rastrera de acoso y derribo. No serían las iniciativas y las propuestas de la oposición lo que provoca el abandono de la presidencia sino el dolor que han provocado las mentiras y el odio.

Merece la pena seguir adelante porque quienes han presentado una denuncia cargada de bulos y falsedades contra Begoña Gómez, esposa del presidente, tendrían el triunfo que buscaban. Lo mismo tengo que decir del juez que de forma torticera e incomprensible ha admitido a trámite la denuncia.

Merece la pena seguir trabajando por la convivencia en Cataluña, por la recuperación del diálogo entre catalanes y entre los gobiernos nacional y autonómico, por la integración de toda la ciudadanía. Es necesario continuar con el plan emprendido: los indultos dieron su fruto, ahora lo tiene que dar la ley de amnistía.

Merece la pena no dar una victoria a quienes han calificado su carta a la ciudadanía de «infame» (señorita Ayuso dixit), de irresponsable (señor Feijóo dixit), de trampa enmascarada (señor Moreno Bonilla dixit). Merece la pena seguir oponiendo a una estrategia de insulto, de descalificación y de agresividad, una postura de serenidad, de fortaleza y de respeto.

Merece la pena mantener el liderazgo en el partido socialista y no dejarlo descabezado de forma súbita con la presión que genera una búsqueda apresurada de líder. Lo mismo ha de decirse sobre el liderazgo del gobierno.

Merece la pena escribir otro capítulo del Manual de Resistencia. Sería un buen ejemplo para quienes necesitamos modelos de resiliencia. Es preciso demostrar a quienes escriben con una terrible agresividad que hay otras lecturas más aleccionadoras. Conozco el libro de Rosa Díaz «¿Cómo hemos llegado a esto?», otro de Jiménez Losantos titulado «El camino hacia la dictadura de Sánchez» y uno de mi exadmirado Fernando Savater titulado «Carne gobernada» en el que critica con dureza al presidente. ¡Cuánto odio!

Merece la pena luchar contra la mentira, contra el todo vale, contra quien se opone a todo lo que decida el Gobierno, aunque lo que decida vaya en beneficio de la ciudadanía. Luchar contra este enfangamiento de la política que la llena de infamias y atribución de malas intenciones. Luchar contra insultos tan crueles (psicópata), contra lemas tan indecentes (que te vote Txapote), contra bromas tan miserables (me gusta la fruta). Hay que seguir luchando por otro tipo de política, inspirada por la sensibilidad hacia los más débiles, por la garantía y ampliación de los derechos de todos los ciudadanos y ciudadanas, por el respeto al adversario y por la búsqueda de la justicia y de la verdad.

Merece la pena seguir manteniendo el prestigio internacional del presidente del Gobierno, tan evidente como bien ganado (hoy se habla de la posibilidad de que presida la Unión Europea) mientras los orgullosos patriotas de la oposición lo despellejan sin contemplaciones.

Merece la pena seguir luchando por un país más democrático, más solidario, más feminista, más abierto, más laico, más plural, más respetuoso, más próspero, más justo, más sostenible, más habitable, más acogedor. Y eso es lo que busca este Gobierno, encabezado por su presidente.

Sí, merece la pena. La cacería que ha emprendido esta derecha ultramontana está siendo de tal virulencia que, incluso en este momento de desolación de su adversario, no ha habido ni una pizca de comprensión, de compasión o de piedad. No han respetado su derecho a la debilidad. Han seguido con su brutalidad habitual: se trata de una maniobra, de una irresponsabilidad, de una reacción de adolescente, de una estrategia para provocar la adhesión y para amedrentar a los jueces, a los medios y a los empresarios…

Hay quien ha criticado que haya manifestado públicamente que es una persona profundamente enamorada de su esposa. Ayuso dice que la carta está «entre el sentimentalismo y el chavismo». Dice también que es una carta «alegal» (creo que esta mujer, en muchas ocasiones, no conoce el significado de las palabras). Por una vez, un político dice algo hermoso y emotivo. Un político que manifiesta sus sentimientos con sinceridad y dice que está destrozado porque están agrediendo a su esposa. Y esa gota de agua que colma el vaso confirma que le ha hecho saltar no el sinnúmero de agresiones feroces recibidas sobre su persona sino el ataque a la mujer que ama.

Dicen, incluso, que está ofreciendo una imagen mala del país ante el exterior. Feijóo habla de «bochorno internacional». No. La mala imagen no la ofrece quien se encuentra afectado por una persecución injusta y cruel. La mala imagen la ofrecen quienes están practicando una política de oposición torpe, brutal, egoísta y malintencionada.

Ni media disculpa por haber hecho una denuncia rastrera, mentirosa, amasada con bulos y mentiras. Solo han dicho que la culpa la tienen quienes publicaron esas noticias. Se llaman Manos Limpias. Sí, limpias de dignidad, de respeto, de racionalidad, de justicia y de verdad.

Es probable que si, al fin, decide el presidente presentar su dimisión, la derecha seguirá diciendo que tiene apego al sillón de La Moncloa, tanto apego que le acusarán de habérselo llevado a su casa. El señor Feijóo, que solo se rige por la responsabilidad y no por el ansia de poder, decidirá volverse a Galicia a meditar sobre la caducidad de la vida. A él no le importa nada el sillón de La Moncloa. ¿A que no?

Miguel Ángel Santos Guerra, El Adarve.

jueves, 14 de marzo de 2024

Hábitos atómicos

La primera llamada de atención fue ver a una señora leyendo un libro con el título de este artículo en un viaje de avión desde Málaga a Madrid. No pude ver el nombre del autor pero reconozco que quise saber de qué iba aquella enigmática obra. ¿Hábitos atómicos? La segunda fue ver en una librería que ese libro ya tenía 27 ediciones. Seguro que ahora ya tendrá alguna más. La tercera fue fijarme en el nombre del autor, James Clear, empresario nacido en Hamilton (Ohio), a quien conocía por otros trabajos. Y la definitiva fue darle un vistazo al índice (no sé dónde leí que de los libros no hay que fiarse ni del índice) y leer la contraportada. Sé por experiencia que, aunque esté redactada en tercera persona, suele estar escrito por el autor.

Mi ocupación de profesor y mi condición de padre fueron también decisivas para tomar la decisión. Los jóvenes están muy necesitados de adquirir buenos hábitos, hecho que exige dos cualidades que son muy necesarias y de las que no andan sobrados: voluntad y perseverancia. Más que suficiente para la compra del libro. Adquirir buenos hábitos y evitar o eliminar los hábitos dañinos son estrategias necesarias para encauzar la vida por buen camino.

He leído el libro, cuyo subtítulo es muy clarificador: “Cambios pequeños, resultados extraordinarios”. Y me he alegrado de hacerlo. Porque me ha dado luz a algunas cuestiones que considero importantes para orientar los comportamientos y organizar la vida de forma provechosa. Pocas cosas hay más importantes.

Se trata de un libro de más de trescientas páginas, muy bien estructurado, bien escrito, claro y conciso, a caballo entre la reflexión teórica y la orientación práctica y, sobre todo, muy bien fundamentado. Tiene más de treinta páginas de notas aclaratorias, además de numerosas acotaciones a pie de página. Con frecuencia hace referencia a investigaciones en las que apoya sus explicaciones y sugerencias. No es, por consiguiente, un simpe libro de autoayuda.

Comenzaré por desvelar el contenido de las dos palabras que dan título al libro y a mi artículo. “Un hábito es una rutina o una práctica que se realiza de manera regular: una respuesta automática a una situación específica”. El hábito es una conducta que se ha repetido lo suficiente para volverse automática. Un átomo es la parte más pequeña de una sustancia, que no se puede descomponer. Un hábito atómico “es una práctica regular o rutina que no es solamente pequeña y fácil de realizar, también es la fuente de un poder increíble. Un componente de un sistema de crecimiento compuesto”.

Es fácil realizar malos hábitos y difícil desarrollar buenos hábitos. En efecto, los buenos hábitos (leer diariamente, hacer ejercicio, llevar un diario, cocinar, meditar, ordenar el cuarto de estudio, ser puntual…) funcionan unos días, pero después los abandonamos porque resultan una molestia. Los malos hábitos (consumir comida basura, fumar, aplazar las obligaciones, ver demasiada televisión, usar constantemente el móvil…) son difíciles de romper.

James Clear sostiene que hay tres niveles o capas de cambios: el cambio de resultados, el cambio de procesos y el cambio de identidad. La manera más efectiva de cambiar los hábitos consiste en centrarse no en lo que se quiere lograr sino en la persona en que se quiere uno convertir. Y la identidad surge de los hábitos.

El proceso de construir un hábito pasa por cuatro fases o pasos. La primera fase es la señal, que desencadena el proceso en el cerebro. Se trata de una pequeña porción de información que anticipa la recompensa. La segunda es el anhelo, que es la fuerza que nos impulsa. Sin cierto nivel de motivación o de deseo no tendríamos razones para actuar. La tercera fase es la respuesta, que es justamente el hábito que se realiza. El que la respuesta ocurra depende de cuánta motivación exista. La cuarta fase es la recompensa, que es la meta final de cada hábito. El primer propósito de la recompensa es la satisfacción del deseo, el segundo es enseñarnos qué acciones vale la pena recordar en un futuro.

Dice el autor que la motivación está sobrevalorada y que el ambiente, a menudo, es más importante para la formación de hábitos. Yo añado que es muy importante integrarse en grupos de personas que tienen hábitos saludables. Es más fácil ejercitar el hábito de leer o de hacer ejercicio cuando perteneces a grupos de personas que tienen estos hábitos muy bien desarrollados. De la misma manera que es más fácil fumar cuando perteneces a un grupo de fumadores empedernidos. Y esto es especialmente verdad para los jóvenes ya que para ellos tiene mucha fuerza lo que hacen sus pares.

No conviene instalarse en la procrastinación. Hay que buscar la forma de no postergar. Y para conseguirlo es bueno elegir rutinas sencillas. Pondré un ejemplo narrado por la protagonista. Twyla Tharp es reconocida como una de las más grandes bailarinas y coreógrafas de la era moderna. En 1992 ganó la beca McArthur, conocida como la Beca de los Genios. Ha pasado la mayor parte de su carrera haciendo giras mundiales para presentar sus originales coreografías. Ella considera que una buena parte de su éxito se debe al desarrollo de sus hábitos cotidianos. Estas son sus palabras:

“Empiezo cada día de mi vida con un ritual. Despierto a las 5.30, me pongo mi ropa para entrenar, mis calentadores, mi sudadera y mi gorro. Salgo a la calle desde mi casa en Manhattan, tomo un taxi y le pido que me lleve al gimnasio Pumping Iron que se encuentra en la esquina de la Calle 91 y la Primera Avenida, donde hago ejercicio durante dos horas.

El ritual no consiste en los estiramientos y el levantamiento de pesas que realizo cada mañana en el gimnasio. El ritual es tomar el taxi. En el momento en que le digo al taxista a dónde voy, he completado el ritual.

Es un acto muy simple, pero hacerlo de la misma manera cada mañana lo convierte en un hábito repetible, que es sencillo de hacer, reduce la probabilidad de que lo deje de hacer o de que lo haga de manera distinta. Es uno más de los hábitos en mi arsenal de rutinas y es una cosa menos a la que tengo que dedicar tiempo para pensar”.

El lector o la lectora podrán encontrar reflexiones teóricas pero también algunas sugerencias prácticas conducentes a la adquisición de hábitos saludables. Pondré un ejemplo: la regla de los dos minutos. Dice el autor con indudable perspicacia: “Cuando sueñas con hacer un cambio, la emoción te domina de manera inevitable y terminas tratando de hacer demasiadas cosas en poco tiempo”. Para contrarrestar esta tendencia propone seguir la regla de los dos minutos que reza así: “Cuando empiezas un nuevo hábito, no debe llevarte más de dos minutos”. Para que quede claro: “Leer antes de dormir” se transforma según esta ley en “leer una página”. Hay que empezar por lo fácil, por lo sencillo. Correr un maratón es muy difícil, correr cinco kilómetros es difícil, caminar diez mil pasos es moderadamente difícil. Caminar diez minutos es fácil. Y ponerse las zapatillas es sumamente sencillo.

James Clear plantea cuatro leyes para la adquisición de hábitos buenos (entre paréntesis las leyes para evitar los malos hábitos): hacerlo obvio (hacerlo invisible), hacerlo atractivo (hacerlo poco atractivo), hacerlo sencillo (hacerlo difícil), hacerlo satisfactorio (hacerlo insatisfactorio). Con explicaciones claras, ejemplos sugerentes y propuestas concretas, el autor nos persuade de la importancia que tiene para organizar la vida, adquirir hábitos beneficiosos y eliminar los hábitos dañinos.

Es muy importante que quienes tenemos la responsabilidad de la educación en la casa y en la escuela sepamos ayudar a nuestros hijos y alumnos a formar hábitos beneficiosos, sin olvidar nunca que es nuestra forma de actuar lo que más influye en su formación. No es muy coherente decir con un cigarro en la boca: hijo, fumar es muy dañino para la salud.

Hay interesante literatura sobre esta cuestión. Pienso en el “El poder de los hábitos”, escrito por Charles Duigg. La pretensión de estas reflexiones es clara y decisiva: se trata de aprender a vivir mejor. 

 Fuente: Autor Miguel Ángel Santos Guerra.

El castigo

El nexo casual de imponer un castigo y conseguir la erradicación de la falta es muchas veces poco riguroso

Otra cuestión es la adecuación entre la gravedad de la falta y la naturaleza del castigo. ¿Es proporcionado? ¿Es justo?


En el vuelo de Madrid a la Ciudad de México que realicé hace unos días para participar en el 6º Congreso Nacional de Escuelas Normales del país mexicano comencé a ver una película titulada “El castigo”. Una película del Director Matías Bize, con los actores Antonia Zegers (Ana) y Néstor Cantillana (Mateo). Se trata de una coproducción chilena-argentina. El comienzo es sobrecogedor. Los padres de Lucas han dejado a su hijo de 7 años solo durante dos minutos en un enorme bosque, como castigo por algo que el espectador no conoce pero que la madre califica de muy grave. Dos minutos de abandono para que el niño escarmiente y aprenda a evitar el mal comportamiento que ha tenido.

Los padres lo dejan solo, se van en el coche y dos minutos más tarde vuelven al punto donde dejaron a su hijo pero, para su sorpresa y su angustia, no aparece por ninguna parte. Los ruidos extraños del bosque sobrecogen. La inmensa maleza aterroriza. Los padres temen que el hijo haya podido pensar que le habían dejado allí para siempre, que le habían abandonado. Y, como consecuencia de su desesperación, ha corrido sin rumbo. Está oscureciendo. La noche está cayendo y el matrimonio se teme lo peor. Puede haber animales salvajes, puede haber trampas y pozos en los que podría estar atrapado.

La madre recibe la llamada de la abuela del niño y le pregunta cuánto tendrá que esperar para que lleguen a la cena. Excusas diversas ocultan el drama que están viviendo. La madre finge una normalidad que está muy alejada de la tragedia que están viviendo.

Los padres gritan el nombre de su hijo con progresiva desesperación.

– Lucas, Lucas, Lucas…

La madre, en un primer momento, le amenaza con un nuevo castigo si no sale de su escondite y se presenta inmediatamente: “si no apareces vas a estar un mes sin utilizar la tablet”. Luego se ablanda ante la ausencia y entre reiteradas llamadas y exploraciones infructuosas por la zona boscosa le promete algunos regalos si abandona su estrategia de ocultamiento y pide perdón por lo sucedido. Se puede observar fácilmente que la madre funciona con su hijo a través de un código de premios y castigos.

Mientras buscan y gritan el nombre de Lucas, los padres entablan una interesante discusión sobre la actitud sancionadora, rígida y estricta de la madre. Ella tuvo la iniciativa y exigió llevarla a la práctica. El marido la acusa de rigidez extrema y ella le reprocha una excesiva permisividad. “Hay que ponerle límites y hay que exigirle que los respete. Y, cuando no lo hace, tiene que ser castigado para que aprenda”, dice la madre.

En ese momento de la proyección el avión aterriza en el aeropuerto de la ciudad de México y se detiene el sistema de entretenimiento. Así que allí dejo al niño perdido en el bosque y a los padres crispados y aturdidos ante la inminencia de la llegada de la noche

En los días de Congreso me acordaba del pequeño Lucas perdido en el bosque y me asaltaban dudas que siempre me han perseguido sobre la necesidad y la bondad y la justicia y la eficacia de los castigos. Nunca los he utilizado ni con mis alumnos y alumnas ni con mi única hija. Siempre he dudado de su eficacia para el aprendizaje. He querido que aprendan, pero no a palos. ¿Qué se pretende con el castigo? Pues que el niño o la niña aprenda a comportarse bien, es decir, a evitar los malos comportamientos o a ejecutar los buenos ante el temor de la sanción. No por convencimiento sino por temor. Pero existe una objeción que nadie me ha desmontado: el niño aprenderá a evitar el mal comportamiento por miedo al castigo. Pero, ¿qué sucederá cuando ya no exista? En realidad no ha aprendido a portarse bien, sino que ha aprendido a evitar el dolor (la privación, la sanción, el ridículo, la afrenta…). Prueba de ello es que muchos de esos comportamientos que pretendemos erradicar tienen lugar cuando nadie les ve.

Si aprendemos a comportarnos bien por evitar el castigo, cuando ya no lo tengamos encima como una amenaza, repetiremos nuestros comportamientos negativos.

Creo que no debemos aparcar en doble fila porque podemos causar un grave daño a una persona que necesita salir con urgencia y no puede hacerlo porque un coche se lo impide. La multa es un castigo que tratamos de evitar pero en nada mejora nuestra sensibilidad con el prójimo, que es lo que realmente importa.

El nexo casual de imponer un castigo y conseguir la erradicación de la falta es muchas veces poco riguroso por no decir totalmente arbitrario.

Creo que nos menospreciamos cuando pensamos que los seres humanos solo aprendemos a palos, es decir, con multas, con sanciones o castigos. ¿Por qué no pensar que los razonamientos, que los valores, que el respeto, que la convicción nos ayudan más que el perjuicio económico, o la privación de libertad?

Existe un efecto secundario en el castigo en el que a veces no se repara. La persona castigada, cuando piensa que el castigo ha sido injusto o desproporcionado, puede romper la relación con la persona que vela por su educación.

Hay otras cuestiones de carácter educativo en el proceso sancionador que frecuentemente no son consideradas. ¿Es realmente un comportamiento detestable? ¿A juicio de quién? ¿Lo es en sí o porque le molesta al adulto?

Otra cuestión es la adecuación entre la gravedad de la falta y la naturaleza del castigo. ¿Es proporcionado? ¿Es justo?

Y, sobre todo, el castigo, rompe frecuentemente la relación positiva del adulto con el hijo o el alumno. Sobre todo cuando no se produce un diálogo que permita manifestar la discrepancia, si es que existe, entre la valoración del infractor de la norma y la persona que impone la sanción.

Es cierto que el niño necesita tener límites, que debe saber que los actos que realiza tienen consecuencias, que no da igual hacer las cosas bien que hacerlas mal. El problema está en pensar cuál es el camino que lleva a conseguir esos objetivos sin excesivos costos.

Vete a ver lo que hace el niño y prohíbeselo, dice el progenitor severo al más benevolente.

Si queremos acabar con los comportamientos racistas en los campos de fútbol, ¿tenemos que imponer sanciones durísimas que cierren las puertas de los estadios a quienes faltan al respeto a las personas de color? Cuando se queden en sus casas o paseen por la calle, ¿habrán dejado de ser racistas?

Llegó el momento de regresar al avión. Hice el trayecto de Xalapa a Veracruz y de Veracruz a ciudad de México y en el vuelo de Iberia hacia Madrid elegí la película que había comenzado a ver y que no había concluido.

Entonces supe lo que había pasado. El niño, que viajaba en la parte trasera del coche, tuvo un ataque de ira contra su madre, dio varias patadas en su asiento y le tapó los ojos con ambas manos cuando ella iba conduciendo. Este hecho provocó un frenazo brusco y el inmediato castigo. El niño bajó del coche y ellos se fueron. Dos minutos. Lo que se llama en el lenguaje cinematográfico tiempo objetivo. El tiempo anunciado coincide con el tiempo del reloj.

Desesperados, repiten el nombre de su hijo. Llaman a la policía. Pero no se atreven a manifestar que la desaparición había sido consecuencia de un castigo a su hijo. Les dicen que el niño pidió parar para orinar y se apartó porque es muy vergonzoso.

Sin embargo, con perspicacia, la policía descubre que hay un frenazo en las huellas de las ruedas del coche y otra rodada normal. Por consiguiente, han estado allí dos veces. Se ven obligados a descubrir la realidad.

La policía les advierte que es necesario saber la verdad. Su intervención tendrá más éxito si conocen todo lo que ha pasado: el niño ha podido ser devorado por una fiera o ha podido ser recogido por algún conductor que pasase por la carretera.

Al final de la película el niño aparece sano y salvo, sin que el espectador conozca el detalle de lo que ha sucedido con su descubrimiento. Un policía le acompaña. El padre acude a su encuentro de forma espontánea y entusiasta. La madre le mira desde la distancia, sin saber si dar rienda suelta a la alegría del reencuentro, sobrecogida por el reconocimiento de su drama interior.

La crisis ha puesto de manifiesto que la madre tiene una relación compleja con su hijo. Nunca aceptó su concepción ni su nacimiento. Y confiesa que la presencia del hijo en la vida ha estado en el origen de su infelicidad. ¿Cómo no tener en cuenta esa vinculación emocional en el análisis el afán sancionador?

Miguel Ángel Santos Guerra. El Adarve.

sábado, 27 de enero de 2024

_- Melasudismo

_- Hay una expresión que no me gusta nada, por grosera, incluso cuando se sustituye el sustantivo por el pronombre. Me refiero a la expresión “me la suda”. No me gusta oírla y nunca la utilizo en mis conversaciones. Se repite hasta la saciedad y es muy contundente en su carga semántica. Quiere decir que aquello de lo que se trata no importa absolutamente nada.

Existen otras expresiones que pueden utilizarse para decir que algo nos es completamente indiferente: me la trae al pairo, me la refanfinfla, me la trae floja, me la sopla, me la bufa (catalanización de la última)… Otras locuciones tienen también un contenido similar: me importa un bledo, me importa un pimiento, me importa un pito, me importa un huevo…

Así pues, la expresión que me ocupa hoy, surge del lenguaje popular sin poderse determinar en qué momento se originó y se utiliza con la intención despectiva de recalcar la poca importancia que sentimos hacia un asunto.

La moneda del melasudismo (palabra que no figura en la RAE pero que nos permite entendernos) tiene, a mi juicio, cara y cruz. En la cara se sitúan los asuntos que no deberían importarnos y nos abruman. La cruz, por contra, se refiere a los asuntos que deberían importarnos y nos la sudan

Tengo delante un libro titulado “Melasudismo”. Fue editado en 2023 por Plataforma Editorial. Su joven autor es Pablo Álvarez, que estudió Telecomunicaciones en Madrid y Berlín y que desde 2005 lidera proyectos globales de transformación digital, innovación y desarrollo en nuevos productos digitales para grandes corporaciones (Telefónica o Santander) como en consultoría (Designit). El subtítulo del libro nos sitúa ante aquellas cuestiones que nos impiden vivir felizmente: “¿Por qué te tomas la vida tan en serio?”

En la introducción dice el autor que una de las condiciones previas del aprendizaje es la perplejidad, “que es una sensación de sorpresa e indefensión que se experimenta cuando la vida tiene la impertinencia de ponerte delante de una realidad que no encaja con tus esquemas”.

Con un lenguaje desenfadado y desinhibido se ocupa de lo que he llamado cara del melasudismo, es decir de aquellas cuestiones que nos preocupan mucho y nos traen por la calle de la amargura.

Me ha recordado el texto la teoría de las ideas irracionales que plantea Albert Ellis y que está en la base de la terapia cognitiva. Esta terapia trata de desmontar de forma eficaz las ideas irracionales que sustentan nuestra infelicidad.

Pondré un par de ejemplos, de los que el autor desarrolla bajo el epígrafe: “las nueve razones del melasudismo para vivir bien”.

La razón número cuatro dice así: “A lo que no está en tu mano se la sudas. Ocúpate de lo que puedes controlar y deja fluir lo demás”.

Cita el autor una frase de Epectiteto en su pequeño libro Enquiridión, que era como su manual para ser feliz.

“De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros, otras no. De nosotros dependen juicio, impulso, deseo, aversión y, en una palabra, cuantas son nuestras propias acciones; mientras que no dependen de nosotros el cuerpo, la riqueza, honras, puestos de mando y, en una palabra, todo cuanto no son nuestras propias acciones”.

“La razón número seis dice: Lo que no está alineado con tu propósito te la suda. Elige bien tus batallas y mantén calibrada tu brújula vital”.

Hace referencia a la fábula del pescador, que yo conocía desde hace muchos años en la versión del pastor que estaba tumbado tranquilamente a la sombra de un árbol mientras cuidaba el rebaño. Pasa por allí un individuo que le pregunta, después del preceptivo saludo:

¿Cuántas ovejas tiene usted en el rebaño?

Ciento cinco exactamente.

¿Por qué no duplica el número de ovejas y abre una pequeña fábrica de quesos? ¿Para qué, si se puede saber?

Porque así podría ganar más dinero y con ese dinero comprar otro rebaño. ¿Y para qué?

Con los beneficios podría abrir una franquicia de la fábrica en otra ciudad. ¿Para qué, señor?

Después de muchos años, con el dinero que ganase, podría vivir tranquilamente. ¿Y qué estoy haciendo ahora?

Vivimos inmersos en una trampa. Ambiciosos, acelerados, desquiciados, competitivos detrás de posición, de dinero, de fama, de poder…

Hablaba anteriormente de la cruz de la moneda del melasudismo. Estoy ya fuera de las ideas del libro de Pablo Álvarez. Estoy en la otra cara. Me refiero ahora a aquellas cuestiones que nos tienen que importar.

Me preocupa que una persona diga: “la política me la suda”. Porque somos seres políticos, porque parte de la política depende de cada uno de los ciudadanos y de las ciudadanas. Con la participación, con la palabra y con el voto podemos actuar de forma comprometida con la mejora de la sociedad.

En el mundo y en España están ocurriendo cosas que nos afectan de manera decisiva. La oleada fascista está amenazando nuestro mundo. En Argentina gobierna un personaje estrafalario que grita “Viva la libertad, carajo”, pero que quiere meter seis años en la cárcel a quienes protestan en las calles contra su política; en Italia gobierna desde hace más de un año la ultraderechista Meloni; en Turquía gobierna Erdogan con facciones de extrema derecha; Vicktor Orban en Hungría y Mateusz Morawiecki en Polonia imponen sus políticas fascistas; en los países nórdicos la extrema derecha es parte de la coalición de gobierno en Finlandia y presta apoyo externo en Suecia; en nuestro país la derecha y la ultraderecha le han declarado la guerra al gobierno progresista con operaciones de acoso y de arribo; en Francia gana posiciones la ultraderechista Marine Le Pen; en EE UU vuelve a convertirse en una nube negra la figura de Donald Trump…

No es de recibo mirar para otra parte. No es justo ni sensato decir que este panorama “nos la suda”. Porque esta deriva amenaza la paz, la democracia, la justicia, la libertad y la igualdad…

Tampoco me gusta escuchar a un joven o a una joven decir que “me la suda lo que pase en la franja de Daza o en Ucrania”. Porque somos seres humanos que podemos levantar la voz, que podemos ofrecer ayuda, aunque mínima, que podemos cooperar para sensibilizar a otras personas, que tenemos la obligación de construir un mundo donde podamos vivir en paz.

Y en la vida cotidiana, en la relación con nuestros semejantes, en la convivencia con quienes compartimos la vida, no es aceptable decir “me la suda lo que les pase a los demás”. Porque los demás importan, porque tenemos una responsabilidad decisiva.

Como no puedo dejar de hacer cuando escribo sobre algún asunto, tengo que referirme a quienes se dedican a la enseñanza. Los profesores no pueden decir “me la suda lo que les pase a mis alumnos y a mis alumnas”. Ese pasotismo es una irresponsabilidad porque del quehacer docente se derivan consecuencias de importancia decisiva para los alumnos y las alumnas.

Acabo de recibir en mi blog un comentario de un docente chileno llamado Enrique Pérez Hidalgo. Reproduzco un párrafo de su mensaje en el que habla de su intervención en un grupo de trabajo en el que hablaba de su madre, docente normalista de una escuela de un pueblo llamado Mejillones: “Uno de los miembros del grupo se levantó, estremecido, me abrazó y llorando me preguntó: ¿tu madre se llamaba Lidia Hidalgo Dawson? Yo le respondí: efectivamente, así se llamaba. Él me dijo: yo soy un ex alumno de tu mamá y ella hizo milagros en mí, pues me enseñó el amor por los demás, me di cuenta que yo era importante y me dio el tesoro que necesitaba para ser el médico que soy hoy, la persona que soy ahora. Lloramos juntos por el recuerdo, pero cuando le pregunté cuánto tiempo había sido alumno de mi madre, él me dijo: solo seis meses, porque después mis padres se trasladaron de ciudad, pero ella me marcó para toda la vida. Lo increíble de esta vivencia, es cómo en tan poco tiempo se puede hacer un cambio en una persona que perdure para toda la vida”.

Estos testimonios son tan emocionantes como innumerables. Cada día, cada minuto, cada segundo se producen testimonios de esta naturaleza, pero muchas veces los silenciamos, mucho más atentos a informes “científicos” sobre el sistema educativo.

Cuando el docente dice que se la sudan sus alumnos no se producen estos efectos beneficiosos. Efectos que marcan la vida de sus alumnos. Solamente se producen cuando se pone el corazón en la tarea.

Miguel Ángel Santos Guerra.

lunes, 25 de diciembre de 2023

¿Dulce Navidad?


“Navidad, Navidad, dulce Navidad, la alegría de este día hay que festejar”, dice la letra de una conocida canción navideña. ¿Dulce Navidad? Imagino cómo será la Navidad de los niños y las niñas de Ucrania y los de la franja de Gaza. Cualquier adjetivo del diccionario será más preciso que el que figura en el título del artículo. Cualquiera de estos le convendría más a la realidad de estas criaturas: amarga, cruel, triste, horrible, catastrófica, infame, injusta, espantosa, terrible, dura, desastrosa… Navidad.

Se trata de genocidios puros y duros, tal como los define el convenio del 9 de diciembre de 1948 de las Naciones Unidas en el contexto del proceso de Nürenberg: “Se entiende por genocidio los actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.

Cuando encendemos la televisión y vemos imágenes del horror no sabemos si se trata de escenas de una película o registros de la realidad. Este es un fenómeno inquietante, como explico en mi libro “Imagen y educación”: La película se hace realidad. De hecho, algunas veces lloramos ante la historia que se cuenta en una película. Pero, de la misma manera, alejamos emocionalmente las escenas recogidas de la realidad como son las de estas guerras, convirtiéndolas en escenas de ficción. Casi setecientos días de guerra en Ucrania. Más de dos meses de guerra en Oriente Próximo. No tenemos ni idea de cuándo llegará el fin. Podemos comer y hablar y reír mientras observamos la barbarie, mientras vemos niños muertos, niños que se han quedado huérfanos, niños y niñas mutilados, edificios destruidos, escenas devastadoras… Se destruyen hospitales, escuelas, museos, viviendas… Y en estas fiestas de Navidad pasearemos viendo la profusión de luces, cantaremos villancicos y comeremos y beberemos felices… El sufrimiento de tantos niños y niñas inocentes será simultáneo en el tiempo a esta riada de festejos.

Decía Plinio el Joven que “la guerra es un atentado contra el género humano”. Pero lo es especialmente contra los niños y las niñas. ¿Qué han hecho para ser víctimas o testigos de esa increíble brutalidad? Sostenía Kant que “la guerra es nefanda porque hace más hombres malos que los que mata”. Traigo a colación esta cita porque la guerra no solo causa daños en quienes la padecen sino en quienes la contemplan. Nos muestra el cruel y estúpido método para resolver los conflictos. “Salvo una batalla perdida no hay nada más triste que una ganada”, dice Arthur Wellesley, duque de Welington que combatió en la guerra de independencia española.

No habrá para los niños y las niñas de la guerra más que miedo y horror en esta Navidad. Miedo a las bombas, a la muerte, al hambre, a la enfermedad, a la pérdida de la familia… Horror ante la destrucción de viviendas, ante la muerte de personas queridas, ante un futuro incierto… La guerra es terrible; las secuelas de la guerra son inenarrables.

Esos niños y esas niñas no tendrán juguetes, ni árboles, ni belenes, ni villancicos, ni regalos, ni fiestas, ni dulces, ni sonrisas, ni luces, ni paz…

La guerra y la Navidad se repelen como fuerzas antagónicas. ¿En nombre de qué Dios se puede robar la Navidad a estos niños y a estas niñas? ¿En nombre de qué causa se les puede arrebatar sus derechos? Derecho a la paz, a la seguridad, al alimento, al cobijo, a la educación, a ser a queridos, a ser protegidos…

Los días se suceden en una y otra guerra sin que el resto del mundo haga otra que mirar asombrado esta brutalidad irracional. He recibido una tarjeta de felicitación en la que se ve a una pareja sentado en un banco al lado de un árbol de Navidad. Ella dice:
– La historia nos juzgará como cómplices de genocidio.
Él contesta:
Oye, que nosotros no hemos hecho nada.
Y ella replica de forma contundente.
Exacto.

Resulta casi inexplicable cómo en muchos países del mundo se celebran estas fiestas con millones de bombillas de colores, con todo el derroche que es imaginable, mientras en otros lugares del mismo mundo personas con iguales derechos mueren y pasan calamidades sin cuento.

¿Qué mundo les vamos a entregar a nuestros hijos y a nuestras hijas? ¿Qué leyes nos hemos dado? ¿Qué educación hemos recibido? ¿A qué escuela fueron los líderes que mantienen un día tras otro la decisión de acabar con la vida de tantos inocentes?

Los mandatarios de los países en guerra, los que tomaron la cruel decisión de exterminar a otro país y la mantienen cada día, ¿cómo pueden dormir y vivir con ese cargo de conciencia? ¿Qué piensan y qué sienten cuando ven en la televisión imágenes tan cargadas de horror? ¿Cómo pueden soportar ver los cadáveres de los niños y de las niñas asesinados? ¿Cómo pueden ver las ambulancias transportando criaturas inocentes medio destrozadas por la metralla?

Me centro en los niños y las niñas porque la Navidad es una celebración especialmente suya. La cristiandad celebra el nacimiento de un niño Dios. Y la cultura ha incorporado esta fiesta a sus tradiciones más significativas que los niños y las niñas viven con enorme ilusión.

Me duele escuchar decir al señor Putin que es importante y necesario cultivar el patriotismo en la juventud. Lo que quiere decir es que el amor a la patria les movilice para ofrecer la vida en la defensa de sus criminales planteamientos. Él toma la decisión de que vayan al frente y ellos ofrecen sus vidas para ir la guerra con alegría y orgullo.

Dalton Trumbo fue un famoso novelista y guionista estadounidense, perseguido por el macarthismo en la época de la caza de brujas. Dirigió una sola película titulada “Johnny cogió su fusil”. El guión fue escrito por el mismo Trumbo sobre una novela antibelicista de su autoría que tenía el mismo título. La película está protagonizada por Thimoty Botons. Cuenta la historia de un joven que es reclutado para combatir en la Primera Guerra Mundial, rompiendo una vida feliz y un futuro cargado de ilusiones y proyectos. En el frente es herido por una explosión y queda convertido en un tronco humano: sin ojos, sin oídos, sin habla, sin piernas ni brazos… Solo se puede comunicar a través de señales de morse dibujadas en la piel. Quienes quedamos en la sala hasta el final de los rótulos de crédito (siempre aconsejo quedarse hasta el final, no solo hasta la palabra fin que, en algunas ocasiones, debería decir por fin) pudimos leer una frase en latín que estaba llena de mordacidad: Dulce et decorum est pro patria mori. Es dulce y honroso morir por la patria. ¿Dulce? Qué horrible trampa la del patriotismo.

Desde sus casas de gobierno Putin y Netanyahu darán órdenes lejos de las trincheras, mientras los patriotas brindan sus vidas en defensa del genocidio. Es decir, que una guerra provoca víctimas en el enemigo y otras entre los combatientes del propio bando.

Acabo de escuchar sobrecogido la entrevista que Angels Barceló ha realizado a Ricardo Martínez, miembro de Médicos sin Fronteras. Qué horror. Qué crueldad. Qué tristeza. Miles de niños y de niñas que llegan a hospitales llenos de sangre y de heces porque el miedo les hace defecar. Muchos de ellos llegan con una etiqueta que produce un dolor insoportable: “niño herido sin familia sobreviviente”. Si se salva, ¿qué será de su vida? Miles de personas durmiendo a la intemperie con frío, sed, con heridas, hacinamiento en escuelas con una ducha para quinientas personas, falta de alimentos, falta de anestesia y de calmantes para los postoperatorios… ¡Con las fronteras cerradas para recibir ayuda humanitaria! ¿Por qué?

Israel tiene derecho a defenderse de los ataques terroristas de Hamás, pero lo que está haciendo sobrepasa todos los límites. Está sometiendo a la población de la franja de Gaza a un exterminio inadmisible.

No solo hay guerra en Ucrania y en la franja de Gaza. Hay más puntos infernales cargados de conflicto y de dolor en esta ¿dulce Navidad?: Siria, Yemen, Afganistán, República Democrática del Congo, Sudán del Sur… Decía Humberto Maturana, querido amigo que nos dejó no hace mucho, que los seres humanos somos “adictos al amor” y «dependientes para la armonía biológica de nuestro vivir cotidiano de la cooperación y la sensualidad, de las caricias y de vínculos positivos y sintonía emocional con los demás, no de la competencia y la lucha». ¿Qué nos está pasando, entonces? Ojalá que la Navidad avive en todos los seres humamos ese núcleo de bondad, de solidaridad y compasión hacia nuestros semejantes que, según Maturana, es consustancial a nuestra condición humana.

El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Así no se ruge

719.749 fotos e imágenes de Leon - Getty Images

Carlos Luis Álvarez, famoso periodista y escritor asturiano, fallecido hace algunos años, firmaba sus artículos y colaboraciones con el pseudónimo Cándido. En uno de sus artículos contaba que en la tertulia Peñalva de Oviedo tuvo lugar hace tiempo una enconada disputa sobre la forma en la que rugían los leones. Un grupo defendía que lo hacían hacia adentro, otro sostenía que lo hacían hacia afuera. La polémica se prolongaba, se consultaban tratados de zoología, se preguntaba a los expertos… No había solución. Nadie quería ceder. Un buen día se enteran los tertulianos de que llega el circo a Oviedo y deciden visitar la jaula de los leones para zanjar definitivamente la cuestión. Cuando uno de los contertulios ve desautorizada su opinión al observar el rugido del león, se dirige indignado a él y le dice:

Así no se ruge.
Traigo esta historia a propósito de lo que está sucediendo con la reacción de la derecha y la ultraderecha ante la posible y probable (y para mí deseable) investidura de Pedro Sánchez.

Lo que realmente está diciendo la derecha a la ciudadanía es lo siguiente:

Así no se vota.
Es decir, que no se debe votar a quien pacta una amnistía para los independentistas catalanes, a quien se sienta a negociar con los diputados de Bildu y con los secesionistas del Partido Nacionalista Vasco. Eso no es de recibo. No se debe votar así. Hay que votar a quien no los quiere ni ver. A quien pretende ilegalizarlos como enemigos de España que son. Aunque sean partidos plenamente democráticos, aunque están elegidos por ciudadanos y ciudadanas libres y responsables, aunque hayan abandonado las armas y se hayan incorporado de forma plena a la democracia.

Los insultos se suceden, las acusaciones no cesan, las agresiones verbales son cada día más contundentes y más repugnantes. “Pedro Sánchez, hijo de puta”, corean a coro los congregados en la calle Ferraz. Libertad de expresión no es lo mismo que libertad de agresión. Dice Emilio Lledó:

“A mí me llama la atención que siempre se habla y con razón, de libertad de expresión. Es obvio que hay que tener libertad de expresión pero lo que hay que tener, principal y primariamente es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente?”.

Hay sedes socialistas y casas del pueblo, que están siendo agredidas con lanzamiento de piedras y huevos, con pintadas (“gobierno asesino”, “traidores”, “culpables”, “partido socialista, putero y golpista”…), con cánticos del Cara al sol, con gritos de apoyo a la dictadura franquista…

Con una buena dosis de cinismo el Partido Popular dice que su líder ha renunciado al poder porque tiene principios y no podía ni siquiera sentarse a negociar con Junts porque sus exigencias eran inaceptables. Una persona con principios, el señor Feijóo. Lo que no dice es que, si se hubiera sentado a negociar con el que llaman prófugo de la justicia (hay que añadir que se fugó en un maletero, para poder llamarle cobarde) hubiera perdido el apoyo de Vox. No hubiera podido gobernar. No es que no haya querido, es que no ha podido.

Que dependa la gobernabilidad de la nación de un prófugo de la justicia no es fruto del capricho o de la voluntad de Sánchez. Es el resultado de las elecciones. La ciudadanía ha dicho que tiene que ser así. Claro que el PP quiere que el pueblo vuelva a hablar para ver si ahora dice otra cosa. Quien ha hecho decisivo a Puigdemont no ha sido el presidente del gobierno sino el resultado de las elecciones. Si hubiera querido el pueblo que no fuera esta la situación habría dado el gobierno a una mayoría absoluta del PP solito o del PP con Vox. Tampoco le dio mayoría absoluta al Partido Socialista ni a su coalición con Sumar. La misma responsabilidad que le llevó al señor Feijóo a presentarse a una investidura imposible, es la que le impulsa a Pedro Sánchez a buscar el éxito en la suya.

Qué virulencia. Qué manera de encender los ánimos. Qué agitación en las calles. Qué descalificaciones más terribles. Qué amenazas y qué agravios. La señora Ayuso dice que esto es una dictadura e invoca a la corona, al poder judicial y a las fuerzas armadas. “Sánchez ha dado una patada al tablero porque no podía gobernar”. No, señora Ayuso, el que no puede gobernar es el señor Feijóo y quien pretende dar una patada al tablero es usted.

De forma ridícula dice Feijóo que el gobierno no va a amedrentarle, cuando quien está amedrentando con insultos, descalificaciones, concentraciones y manifestaciones es él. Y el señor Abascal, que considera al futuro gobierno no solo ilegítimo sino ilegal.

Los nueve vocales conservadores del Consejo General del Poder Judicial (caducado desde hace cinco años por voluntad del PP) crean más presión y emiten un comunicado, que nadie les ha pedido, sobre una ley que todavía no existe. ¿Se ve por dónde va la negativa del PP a renovar la cúpula del poder judicial?

Acabo de escuchar al obispo de Orihuela, monseñor Munilla, manifestarse contra la amnistía con un argumento singular. Habla de pecadores y de pecados. Pero, monseñor, ¿qué categoría es esa de pecado aplicada a la política? Diríjase a sus feligreses, por Dios. También han salido a la palestra los obispos de Valladolid y de Oviedo. No podía faltar el inefable señor Rouco Varela.

El juez García Castellón imputa ahora a Carles Puigdemont y a Marta Rovira por un delito de terrorismo, a causa de aquella movida del tsunami democrático. Es un momento muy oportuno, como puede verse. Es un evidente intento de propiciar el diálogo y el encuentro. ¿No, señor juez?

Lo curioso es que todo este indecente proceder de la derecha se debe exclusivamente, al deseo del presidente en funciones de mantenerse en el poder (a cualquier precio, dicen). Porque es un psicópata, un dictador, un mentiroso y un traidor. Como si el señor Feijóo desease acceder a la Moncloa solo por generosidad, altruismo y responsabilidad.

Creo que lo que pasa es que la derecha no ha aceptado la derrota electoral. Después de las elecciones del 28 de mayo daban por segura la victoria en las generales. Ayuso decía que los españoles no aguantaban ni un día más al líder socialista. Desde esa perspectiva no han sido capaces de aceptar la derrota. Feióo y Bendodo y Gamarra han repetido miles de veces que fue Feijóo quien ganó las elecciones. Y no. Una cosa es ser el partido más votado y otra es ganar las elecciones. Porque gana las elecciones quien puede ser investido con los votos de la cámara. Esa es la democracia. Y el que será investido, será el ganador.

No han aceptado el resultado. No han dado por buena la forma de rugir del león. La ciudadanía no rugió como debía, como esperaba el PP. De ahí esa ocupación de calles y palestras para denunciar una ley que ni siquiera conocen. Qué impaciencia, qué desesperación. Pues sí, parece ser que la ciudadanía ha querido otros cuatro años de gobierno progresista. Resulta que la derogación del sanchismo que tanto anhelaron y prometieron se ha convertido en la defenestración del candidato del PP.

Quienes han despreciado la Constitución durante cinco años negándose a renovar el Consejo General del Poder Judicial, se echan las manos a la cabeza argumentando que una ley cuyo articulado no conocen, vulnera la Carta Magna. Sin embargo, explícitamente no la prohíbe y hay muchos juristas que dudan o que sostienen de forma clara que no contraviene ninguno de sus artículos.

El señor Feijóo dice que la amnistía no es una cuestión de convivencia sino de conveniencia. ¿Por qué no de las dos cosas? Es que por su conveniencia el señor Feijóo pidió a Sánchez el apoyo para tener dos años de gobierno y pidió que algunos socialistas buenos se convirtiesen en tránsfugas, y llamó reiteradamente al PNV pidiendo el apoyo, y aceptó los votos de Vox aunque renegaba de su alianza…

Hay algunos socialistas, entre ellos algunos líderes veteranos, que piensan que los pactos que se están haciendo para sacar adelante la investidura son pactos que contravienen las esencias del Partido. Como si fueran ellos los únicos depositarios de esas esencias. No sé cómo explican el apoyo del 87 por ciento de la militancia en la consulta realizada. Parece que ellos también aplican la teoría del tertuliano del Peñalva: así no se ruge, así no se vota.

Lo que tenía que haber hecho el tozudo ovetense después de haber visto cómo rugía el león es reconocer que estaba equivocado, cambiar su explicación sobre el rugido y aceptar que el adversario tenía razón. Decirle al león que así no se ruge no es más que una señal de orgullo, de empecinamiento y de estupidez.

Autor Miguel Ángel Santos Guerra

martes, 18 de julio de 2023

Amar la verdad

Los prejuicios, los estereotipos, los intereses, el odio, la torpeza, la soberbia, la superficialidad y la pereza nos llevan muchas veces a formular juicios sobre el prójimo que están muy alejados de la verdad. Mucho me temo que la verdad nos la traiga al pairo.

Hace tiempo que escuché la siguiente historia. que quiero compartir con mis lectores y lectoras. Un señor acude al Hospital para visitar a su madre. Cuando termina la visita, sale a la calle y se acerca a la parada del autobús para regresar a casa. Cuando llega a la parada se encuentra con un chico de unos 12 años acompañado por su padre. No tarda en llegar el autobús. Suben los tres y avanzan hacia el final donde había cuatro asientos vacíos. El padre y su hijo se sientan juntos y, detrás de ellos, se sienta el señor que había subido con ellos. El niño pega su cara al cristal, y dice con un entusiasmo desmedido:

Mira, papá, hay dos árboles delante de esa casa. Qué bonitos.

El padre mira complacido lo que le muestra su hijo. Y sonríe.

– Fíjate, papá, un perro. Y una señora que lo lleva tirando por un collar.

El chico no cabe de alegría ante todo lo que está viendo y describiendo

– Mira, papá, una nube blanca muy grande y otra pequeña.

– Sí, dice el padre, y la grande se parece a una ballena.

El señor que está situado detrás piensa que el chico está reaccionando de manera muy infantil, impropia de su edad. Y focaliza su atención en los dos.

Papá, un bloque de diez pisos, dice el niño asombrado mientras corre por el pasillo hasta la parte delantera del autobús para ver mejor. Aprovechando la situación, el señor se dirige al padre y, pidiendo disculpas por la intromisión, le dice si se ha dado cuenta de que las reacciones de su hijo son propias de un niño mucho más pequeño. Y le pregunta si se ha planteado buscar la ayuda de un buen psicólogo.

El padre le dice, con delicadeza y tranquilidad, consciente de que desconoce por completo la historia del chico.

– Venimos de ver a un médico, No a uno cualquiera sino al mejor. Mi hijo era ciego de nacimiento y le han hecho un trasplante de córnea. Hoy es el primer día que ve el mundo del que tantas veces le habíamos hablado.

No es difícil imaginar la reacción del entrometido interlocutor. Quiere ayudar a ese padre tan despistado, pero la realidad es otra muy distinta a la que él se ha imaginado. El desconocimiento de la historia y del contexto le ha llevado a emitir un juicio equivocado, le ha hecho alejarse de la verdad.

“Sé comprensivo. Cada persona que te encuentras está librando su propia batalla”, decía Platón. Pero nos falta esa comprensión. Nos sobra engreimiento y falta de rigor. Sobre todo cuando nos interesa llegar a determinada conclusión.

Se formulan juicios apresurados y poco rigurosos en todos los ámbitos de la vida. Juicios malintencionados, a veces. Se emiten con demasiada frecuencia en la política, atribuyendo intenciones de forma arbitraria y, a veces, perversa. ¿Qué importa la verdad ante el rédito que se busca? Decir que el presidente del Gobierno convoca elecciones generales en pleno mes de julio para que la ciudadanía no vaya a votar es un atrevimiento descarado. Probablemente falso porque, si así fuera, no estaría insistiendo una y otra vez en que la ciudadanía acuda a las urnas. Y decir que lo hace para castigar a los españoles dejándoles sin vacaciones es, además, una perversidad. Atribuir a la promulgación de la ley de memoria democrática la intención de dividir a los españoles es una conjetura que no tiene fundamento. Afirmar que la pretensión de la izquierda es empobrecer a los españoles es una suposición estúpida e injusta. Sostener que recibir los votos de los independentistas responde al deseo de romper España es una estupidez y una arbitrariedad. Qué poco rigor hay en muchos juicios. Qué poco amor a la verdad.

Sucede en el ámbito de la convivencia. Reaccionamos ante los comportamientos y las palabras de otras personas sin conocer cuál es la realidad, cuál es el contexto, cuál es la pretensión de nuestros conciudadanos. No sé dónde leí hace tiempo la historia de un vecino que, estando ya en la cama, empezó a escuchar los pasos del inquilino que vivía en el piso superior. No solo le habían despertado aquellos pasos enérgicos sino que no le dejaban conciliar el sueño. Irritado dio golpes con el palo de una escoba en el techo de su habitación para exigir al paseante que dejase de hacer ruido.

El inquilino del piso de arriba siguió dando pasos firmes y apresurados. El enfado del insomne llegó a tal punto, que se levantó, se vistió y subió como un energúmeno a exigir a su vecino que dejase de caminar por la casa. Llamó a la puerta y, antes de dejar hablar a su vecino, le llenó de descalificaciones e insultos. Le explicó con rabia que tenía que madrugar y acabó maldiciendo la mala suerte de vivir debajo de un desaprensivo. Cuando pudo intervenir su vecino, que tenia un bebé en los brazos y la cara desencajada, le explicó que su hijo pequeño había fallecido por muerte súbita y, en su desesperación, lo paseaba de acá para allá por la casa, esperando al forense que debía acreditar su muerte.

Las disculpas trataron de borrar aquellos insultos y aquella agresividad extrema. No tenía ni idea de lo que le estaba pasando a su vecino. Reaccionó de una forma apresurada y violenta. Le había importado un comino la verdad.

También en la enseñanza se produce este riesgo de los juicios de valor, frente a los juicios de hecho. Recuerdo un vídeo conmovedor de un alumno pequeño al que se ve llegando tarde a la escuela. El niño llama a la puerta del aula y se encuentra con el gesto adusto del profesor. Extiende la palma de la mano en espera del castigo. Y el profesor descarga un duro golpe con la regla sobre ella. El día siguiente sucede lo mismo. Se ve entrar al niño cariacontecido y, sin mediar palabra, extiende la mano en espera del golpe. Un golpe que llega de forma inexorable. Con la regla, de forma desabrida, el profesor empuja al niño para que se siente en su pupitre. En la imagen siguiente se ve al profesor en bicicleta circulando por las calles del pueblo. Ve al niño empujando una silla de ruegas en la que lleva a su madre enferma. Mira el reloj y comprende la causa del retraso. Cuando el niño llega unos minutos después a la escuela extiende su mano como de costumbre y baja la mirada en espera del castigo, El profesor deposita la regla en su mano extendida, se arrodilla y besa la mano del niño en silencio. Seguidamente abraza lo abraza con emoción. No se puede decir más con tan pocas imágenes.

Cuando interpretamos el comportamiento de los demás sin conocer las circunstancias y sin recibir las explicaciones del interesado corremos el riesgo de emitir juicios infundados, de faltar a la verdad.

Si no existe más criterio que la destrucción del adversario, la extorsión del prójimo o el sometimiento de los alumnos, está claro que de cualquier comportamiento, palabra o actitud podemos obtener una conclusión perjudicial para el prójimo.

Cuando existe buena fe, cuando se pretende actuar con rigor, tampoco es fácil acertar. Incluso cuando el interesado nos explica con sinceridad los motivos de sus decisiones o de sus palabras. En muchos casos dominan los prejuicios, las interpretaciones interesadas, las elucubraciones maliciosas, los juicios arteros, las pretensiones de hacer daño.

Además de nuestras actitudes en el análisis de la conducta o la palabra de los otros, existen las dificultades técnicas de la comunicación. Entre lo que pensamos, lo que queremos decir, lo que realmente decimos, lo que queremos oír, lo que oímos, lo que creemos entender y lo que entendemos… existen ocho posibilidades de no entenderse, de alejarnos de la verdad.

Creo que todos y todas deberíamos hacer un esfuerzo para alcanzar la comprensión, un esfuerzo nacido del respeto al prójimo y del amor a la verdad. Mejorar nuestras relaciones, en todos los ámbitos de la vida, haría este mundo menos hostil, más habitable y más hermoso.

He hablado de conocer y respetar al otro para formular un juicio certero. También abogo porque actuemos y hablemos con sinceridad. Oscar Wilde, que nos dejó tantas frases lapidarias, dijo: “Si uno dice la verdad, tarde o temprano será descubierto”. Esa es la otra cara de la moneda.

Sé que el objetivo puede ser utópico en un mundo lleno de intereses, de competitividad y de relativismo moral. Pero es lo que tiene la utopía: nunca la alcanzaremos, pero, como está en el horizonte, nos hace caminar hacia ella. Sin descanso. Decía Martin Luther King: “Tu verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad de los otros”.

Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra

domingo, 16 de julio de 2023

Solo se derogan las leyes. Miguel Ángel Santos Guerra

Entérese, señor Feijóo. Me extraña que usted no lo sepa y que ninguno de sus asesores se lo haya advertido. No se puede derogar a Sánchez ni al sanchismo. Porque solo se derogan las leyes. Usted lo que pretende es acabar con Sánchez y con el sanchismo. Eso sí. Sea este lo que usted quiera decir que es. O mejor, lo que a la señora Ayuso le de más rabia soportar. Porque a ella le da mucha rabia todo lo que refiere al Presidente del Gobierno. Les he oído decir tantas cosas de todo tipo sobre el sanchismo (todas malas, por no decir horribles) que me cuesta abarcarlo todo en un golpe de pensamiento. Sencillamente, es el mal en estado puro. Hasta ha dicho que “derogar el sanchismo” es acabar con un modo de gobernar basado en el orgullo para hacerlo desde la humildad. Y es que a humilde no le gana nadie, señor Feijóo. Derogar, si consulta el diccionario, verá que significa dejar sin efecto una norma jurídica o cambiar parte de ella. Eso es derogar.

Usted, si gana las elecciones, podrá proponer al parlamento que derogue todas las leyes que desee, probablemente todas las aprobadas en la legislatura sanchista. Desde la ley sobre eutanasia hasta la ley trans. Ustedes son muy dados a votar en contra de todas las leyes que conquistan derechos y a utilizarlas todas cuando les conviene. Y si no, dígame si los dirigentes y los votantes del PP no se divorcian, si no abortan, si no se casan o acuden a bodas homosexuales… Pero a todo han dicho que no. Y de casi todo han llevado recursos al tribunal constitucional. Han dicho no a la reforma laboral y ahora usted dice que está muy bien, porque tiene el refrendo de los agentes sociales. Pero ya lo tenía entonces cuando votaron en contra, ¿no? Podrá derogar las leyes si tiene los votos suficientes para hacerlo. Pero eso que llama sanchismo no se puede derogar. Porque no es una ley.

Lo que pretende usted es acabar con el sanchismo. Y con Sánchez. Eso sí. Pero, verá, señor Feijóo, eso solo lo pueden hacer los votantes y las votantes. Eso de “vamos a derogar el sanchismo” es una fanfarronada y una inexactitud monumental. Y podría suceder que quienes pueden acabar con el sanchismo no quieran hacerlo. A ver si se lleva una sorpresa. A ver si le pasa lo que le ha hecho usted pasar a la señora Guardiola. Usted piensa que el sanchismo es algo tan odioso, tan perverso, tan maligno, tan soberbio, tan mentiroso que cree que todos los españoles y españolas de bien van a pensar como usted. Pero puede ser que no. Y se puede quedar con las ganas.

A usted le ha hecho el programa el señor Sánchez. Porque lo que va a hacer es acabar con todo lo que él hizo. Como va a terminar con el sanchismo, ya tiene programa para rato. O por lo menos para los primeros días. Pero de proyecto propio, poco.

">Usted se olvida de algunas cuestiones esenciales del sanchismo, como que haya hecho frente a la pandemia y a la vacunación con un éxito indiscutible, de que los datos macroeconómicos sean buenos, de que haya subido el SMI, de que haya garantizado el poder adquisitivo de las pensiones, de que haya salvado muchos empleos con los ERTES, de que haya creado el Mínimo Vital, de que haya promulgado la ley de Muerte Digna, de que haya promulgado la ley trans, la ley de educación, la ley de vivienda y la ley del sí es sí… Anda, que no le ha sacado usted rédito a la ley del sí es sí. Como si a usted le hubieran dolido más los violadores excarcelados o los que han visto reducidas sus penas que a quienes promovieron y promulgaron la ley. Usted, que quiere eliminar el Ministerio de Igualdad, ha utilizado de manera tramposa un error para arremeter contra el Presiente del Gobierno y la Ministra de Igualdad. Estoy seguro de que le han dolido más las excarcelaciones y las reducciones de penas a quienes creen en la violencia de género que a quienes la niegan.

>No haga más trampas. A Sánchez le duelen las víctimas de ETA y del machismo igual, al menos, que a usted; ama a España igual, al menos, que usted; busca la prosperidad de los españoles igual de sinceramente, al menos, que usted; desea que España permanezca unida como nación al menos igual que usted y quiere permanecer en la Moncloa con un deseo similar al de usted por llegar a ella…

>Deje de una ves de recordar cuántos violadores vieron reducidas sus penas y dígale a su socio que reconozca que existe la violencia machista. No sea hipócrita, señor Feijóo. Rásguese las vestiduras por lo que es importante respecto a la superación de la violencia de género. Usted ha aceptado la expresión de violencia intrafamiliar porque tiene una visión muy cercana a la de su socio. Deje de manipular la realidad. Ni les ha importado la ley, ni les importa el Ministerio de Igualdad. Menudo chollo han encontrado en la ley del sí es sí. La han convertido en un cesto de piedras contra el gobierno, no contra los violadores. Se han rasgado las vestiduras de forma hipócrita para machacar al Ministerio de Igualdad y a la ministra que lo preside. Como si fueran más y mejores feministas que ella. Qué barbaridad. Existió un error fatal, Incluso un empecinamiento en el error. No les ha importado la ley del sí es sí. Les ha importado golpear con ella al gobierno. Es que da la impresión de que han hecho una ley para excarcelar y para reducir penas. No, señor Feijóo. No haga trampas. Si de verdad le importa la causa de la igualdad, no pacte con el señor Abascal y deje en paz a Irene Montero.

‘Cara a Cara. El Debate’
En el debate asedió a su contrincante con datos falsos. En eso consiste la técnica del galope de Gish o ametralladora de falacias. Sabrá usted, o su asesor para el debate que también lo es de la señora Ayuso, que se trata de abrumar al oponente con el mayor número de argumentos posible sin tener en cuenta la exactitud de los mismos. Se suceden las medias verdades, los datos falsos, las tergiversaciones y los argumentos engañosos. De esta manera resulta imposible al oponente dar respuesta a todas las cuestiones un solo turno de un debate formal. Resulta obvio que hacer un enunciado de este tipo requiere mucho menos tiempo que el necesario para desmontarlo con argumentos. El término fue acuñado por Eugenie Scott y recibe el nombre del creacionista Duane Gish, que utilizó frecuentemente la técnica contra los defensores de la evolución.

Le voy a dar un pequeño consejo lingüístico. No vuelva a decir que el Gobierno debe de hacer o el Gobierno debe de dejar de hacer… Porque cuando el contenido semántico de la frase es de obligación y no de duda, no hace falta ese de que usted repite una y otra vez. No se cómo no le corrigen sus asesores de la política o de la prensa. Porque el señor Jiménez Losantos se lo sabe, pero solo se lo corrige con desprecio a quienes considera enemigos despreciables…" />Pero hay una trampa del debate que quiero destacar. La insistencia en que el presidente firmase un acuerdo de que gobierne la lista más votada es una trampa de manual. Todas las encuestas le dan a usted ganador, y entonces propone que gobierne la lista más votada. Qué listo, señor Feijóo. Y así se quita el engorro de los pactos. Hizo bien el presidente en sugerirle que le explicase la propuesta al señor Vara. Porque, para que eso que tan vehementemente proponía como una solución democrática no sucediese en Extremadura le hizo tragar a la presidenta de la Comunidad sus palabras para desdecirse de aquellos principios que había proclamado enfáticamente el día anterior. El mismo día en que usted decía que la política consistía en respetar la palabra dada.

Lo que importa, señor Feijóo, es cuál es el proyecto, cuál es la filosofía, cuáles son las prioridades, cuánto le importan a usted los pobres y cuánto los ricos., cuánto los sindicatos y cuánto la patronal, cuánto la verdad y cuánto la mentira, cuánto los de arriba y cuánto los de abajo, cuánto lo público y cuánto lo privado, cuánto la libertad y cuánto la censura…

La ola reaccionaria que está recorriendo el mundo puede anegar a nuestro país. Será una desgracia: un retroceso de las libertades, una pérdida de derechos, una vuelta a la censura, un regreso a la exclusión del diferente, una criminalización de los inmigrantes, un aumento de las privatizaciones en detrimento de lo público, un camuflaje de la violencia de género… Eso es lo que nos espera si acaba usted, como desea, con el sanchismo, Menos mal que usted no puede hacerlo. Está en manos de los electores y de las electoras. Espero que sepan lo que hacen cuando vayan a las urnas.

No sé si le gusta leer. Espero y supongo que sí. Por si tiene un ratito después de las elecciones me gustaría aconsejarle (como a mis lectores y lectoras) la obra reciente de Enrique Javier Díaz, un buen colega y amigo leonés. Me refiero a la obra ‘Pedagogía antifascista. Construir una pedagogía inclusiva, democrática y del bien común frente al auge del fascismo y la xenofobia’. Porque muchos de los problemas que tenemos pueden encontrar solución en la escuela.

sábado, 1 de julio de 2023

El poder de la evaluación

El conocimiento académico tiene valor de uso y valor de cambio. El valor de uso es más que discutible ya que no siempre se construye el currículum con criterios acertados, pero el valor de cambio es indiscutible. Si demuestras que lo has adquirido, el sistema te lo canjea por una nota, por un certificado, por un título.

EBAU es el acrónimo correspondiente a “Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad”. Por otra parte, PEvAU hace referencia a “Prueba de Evaluación de Acceso a la Universidad”. En ambas siglas se ven las dos caras del paso del Bachillerato a la Universidad. Hace años escribí un artículo titulado “Las bisagras del sistema educativo”. Me refería a los pasos de un nivel a otro. Este es muy importante. Cuando las bisagras chirrían, hacen daño. Hay que engrasarlas. Y eso requiere coordinación entre los niveles.

Hay quien aboga por unificar las pruebas en todo el Estado pero la modalidad actual permite adecuar mejor la evaluación al currículum de cada Comunidad Autónoma y a las características del alumnado.

Durante el mes de junio se han celebrado exámenes de la llamada Selectividad en todas las Universidades Públicas del país. Mi hija ha pasado este año por las pruebas en la Universidad de Málaga, con el consiguiente tributo de esfuerzo y de angustia.

Como se sabe, la nota final para acceder a la Universidad se compone de dos partes: la nota del Bachillerato que supone el sesenta por cierto y la de las pruebas de Selectividad que cuentan un cuarenta por ciento. Creo que los porcentajes son plausibles ya que conceden más importancia a los resultados obtenidos durante dos años frente a los que proceden de unas pruebas que duran tres días. Puede una persona tener un mal día, puede quedarse en blanco, pueden jugarle una mala pasada los nervios, puede no entender la formulación de las preguntas o pueden plantearles unas pruebas inadecuadas… Por otra parte, el corrector no tiene ni idea de quién es el evaluado ya que el anonimato es obligatorio porque no aparece el nombre de quien se examina sino unos códigos de barras que no permiten la identificación.

Como sucede con toda evaluación estas pruebas encierran poder. Acertar o fracasar en ellas puede condicionar la vida del estudiante. Según la nota de corte que establezcan los centros universitarios podrán acceder a los estudios que desean realizar. Por eso es una responsabilidad enorme confeccionar unos ejercicios razonables. Ya sé que la palabra razonables encierra una polisemia inabarcable, pero hay extremos que sabemos a ciencia cierta que no entran dentro del abanico de la flexibilidad.

En las Universidades andaluzas se han estrellado muchos alumnos y alumnas en la prueba de Matemáticas II, celebrada el día 14 de junio. Pronto se extendió la reacción de disconformidad, de indignación y de rabia. La prueba tenía una dificultad extrema.

No soy un especialista en Matemáticas, razón evidente por la que no puedo emitir un juicio fundado sobre la dificultad de la prueba. Pero he hablado con especialistas que me han confirmado que el rechazo de los alumnos está más que justificado.

En la prueba a la que hago referencia se produjo una reacción masiva de asombro y de indignación. Algunos lloraban, otros mostraban su disconformidad, otros hacían una pelota con la hoja de examen para arrojarla a la papelera..

Se ha puesto en marcha una recogida de firmas de protesta en la que se solicita la impugnación de esa prueba. La petición de apoyos se canaliza a través de la web change.org, y dice que se pretende “mediante las firmas de todos los andaluces” demostrar que “no estamos de acuerdo con el examen de Matemáticas II de selectividad de junio de 2022-23”, confiando en poder lograr “la impugnación del mismo”. Entienden que la impugnación es necesaria “para que un examen no nos arruine todo el esfuerzo dedicado durante nuestra preparación para selectividad”.

Las quejas por la dificultad de la prueba aluden a que el examen contenía cuestiones que no han sido estudiadas por ellos o bien pruebas que pertenecen a cursos universitarios. Entre los firmantes de la petición, un profesor de Estructuras Algebraicas para la Computación asegura no entender la razón “para ponerle un examen tan jodido a los chavales”.

Hay tres posibles problemas en la selección de los ejercicios. El primero tiene que ver con su inclusión en currículum. No se debe presentar un ejercicio que los alumnos no han estudiado en el programa de la asignatura. El segundo se refiere al nivel de dificultad. No parece lógico que sea extrema y tampoco que no permita discriminar por lo sencilla. El tercero se sitúa en la forma de enunciarse los problemas, ya que tiene que ser inteligible.

Luego viene el problema de la corrección, que no es una cuestión menor. Hay estudios que muestran que para que haya rigor en la corrección de ejercicios de ciencias harían falta, cuando menos, doce correctores. Parece que, tratándose de problemas matemáticos no tendría que haber duda. Pues no. Hay evaluadores que por olvidarse el alumno en la respuesta de especificar que la cantidad 20 se refiere a kilogramos, merece un cero en el problema. O quien por un error grave descalifica toda la prueba.

Un estudiante que ha preparado bien las pruebas, tiene que ser capaz de responder con soltura a lo que se le pregunta. Todos los profesores sabemos si el examen que hemos preparado es fácil o difícil. Como quien crea un sudoku. Al margen se anuncia: fácil, difícil, muy difícil. Y así es para quien pretende solucionarlo.

¿Por qué se ha llegado a esta situación? Siempre he rechazado esa postura sádica de quien, al gozar de una situación de poder, aprovecha la ocasión para provocar una ola de sufrimiento. ¿No es consciente quien elabora la prueba de que lo que va a provocar en los estudiantes? Pocas veces se tienen en cuenta los sentimientos que genera la evaluación. Una cosa es preparar una prueba que sea un coladero, como se dice vulgarmente, y otra hacer una prueba que provoque un fracaso generalizado.

Formé parte durante dos años de la Comisión Nacional para evaluar la investigación de los docentes universitarios. Allí me encontré con una colega que actuaba con este criterio: si me lo puedo cargar, me lo cargo. Le pregunté un buen día que por qué no se guiaba por el criterio opuesto: si lo puedo salvar, lo salvo. Me dijo que había que elevar el nivel. Hay que elevar el nivel, sí, pero no machando al prójimo desde una situación de poder.

Son actitudes diametralmente opuestas, que responden a formas de ser, a formas de entender la vida y la enseñanza. En mi libro ”Evaluar con el corazón” hay un capítulo que se titula así: “Dime cómo evalúas y te diré qué tipo de profesional (y de persona) eres”.

No digo que no haya que ser exigentes, que el nivel tenga que bajar, que no se necesite esfuerzo, que todo sea fácil. No.

Me preocupan las actitudes sádicas que se pueden ejercitar desde el poder. Sabido es que nada se plantea sobre la formación emocional de los docentes ni en el proceso de formación inicial ni el de selección. Por consiguiente, es fácil que entramos en la docencia, personas con alguna tara que otra. El ´sádico va a tener en la evaluación un campo abonado para hacer patente el sadismo. Y, como también existen muchos masoquistas que nunca han pedido, sabido o querido protestar rebelarse, nos encontramos con prácticas sadomasoquistas, especialmente claras en la evaluación. Un masoquista le dijo a un sádico: Pégame, por favor. Y el sádico respondió: Ahora, no.

Les pregunté un día a mis alumnos en una clase sobre evaluación que levantasen la mano quienes se hubiesen sentido alguna vez injustamente evaluados. Todos levantaron la mano. Todos, sin excepción. Les pregunté a continuación cuántos habían negociado esa situación. Y solo levantaron la mano tres. Cuando pregunté al resto por los motivos de su silencio resignado me dijeron que eran escépticos respecto a la modificación de la nota. Alguno dijo que era peor tratar de negociar el resultado. Recuerdo sus palabras:

– Una vez fui a reclamar unas décimas y salí sin cuatro puntos.

La evaluación encierra poder. El alumno tiene poco que decir sobre el proceso. Mejor dicho, absolutamente nada. Su tarea consiste en responder lo mejor que pueda y sepa a las cuestiones que le han planteado. Nada puede decir sobre su coherencia, dificultad o claridad. Y nada sobre los resultados obtenidos. Mal camino. Hay que empoderar a los alumnos y a las alumnas en el proceso de evaluación.

Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

jueves, 8 de junio de 2023

El síndrome de la farola

Creo que todo el mundo conoce esta historia que, en su origen, fue un cuento sufí. Nos la han contado como un chiste de borrachos o de payasos, como un ejemplo de la estupidez humana, como una metáfora de muchos comportamientos absurdos. Me refiero a la historia de una persona que, en plena noche, está buscando algo a la luz de una farola. Un transeúnte ve a un individuo dando vueltas a su alrededor, mirando al suelo con atención.

– ¿Se le ha perdido algo?, pregunta el transeúnte.

– Sí, se me han perdido las llaves de la casa. Estoy desesperado. No puedo irme sin ellas.

El recién llegado colabora en la búsqueda para ayudar al atribulado individuo en la difícil situación que está viviendo.

Después de un rato de infructuosa búsqueda compartida, el transeúnte pregunta:

¿Está usted seguro de que perdió por aquí las llaves?
Para su sorpresa, escucha esta increíble respuesta:
Estoy seguro de que no las he perdido aquí. Más aún: estoy convencido de que las he perdido en otro sitio. Lo que pasa es que aquí hay más luz. Pero, claro, si no perdió allí las llaves, no las podrá encontrar por mucha luz que proyecte la farola. Es ridículo ese proceder. Si no perdió por allí las lleves, no las encontrará. Porque no es ni siquiera imaginable que alguien que hubiese encontrado las llaves en un lugar oscuro, las hubiese depositado debajo de la farola para que su dueño las encontrase fácilmente.

Gaston Bachelard, filósofo francés interesado por la ciencia moderna, utiliza esta historia para explicar que lo estático de la luz ata a la persona a la zona iluminada y la impide ir a buscar más lejos. La luz se convierte en un obstáculo. La luz es lo que vemos, lo seguro. Sin embargo, dice, la vida es adentrarse en las sombras, abandonar la seguridad de la luz y seguir buscando.

Lo lógico es buscar las llaves donde se han perdido. Y, por supuesto, ayudarse de una linterna para la búsqueda, una linterna que nos permita explorar en las sombras. ¿Qué es la linterna? La linterna es aquella luz que utilizamos para encontrar lo que buscamos, una luz que trata de explorar en las sombras de lo desconocido, de lo comprometido, de lo complejo.

Voy a aplicar la metáfora al ámbito educativo, aunque bien pudiera utilizarse en el ámbito político, económico, religioso, cultural o deportivo… Sencillamente, en el ámbito personal.

Pensemos que existe un considerable fracaso en los resultados obtenidos por un grupo de alumnos. Y pretendemos buscar la causa en un lugar donde hay mucha luz. De esa manera explicamos rápidamente que el fracaso está en la pereza de los alumnos, en su falta de esfuerzo, en su mala preparación previa, en su escasa capacidad, en los poderosos distractores que les apartan del estudio, en la adicción a las redes, en la facilidad con la que cometen errores…

Creo que la solución es utilizar la linterna de la autocrítica para buscar en otras partes la causa del fracaso. Con esa luz el profesor podrá descubrir que el currículum que se imparte en las aulas tiene poca cercanía a los intereses de los alumnos, que la metodología utilizada es poco motivadora, que la evaluación realizada es inadecuada, que las relaciones con los aprendices es pobre y superficial, que la coordinación de los docentes es débil, que la atención a la diversidad es insuficiente, que la disposición emocional hacia el aprendizaje es deficiente, que el vínculo afectivo entre docente y aprendiz está empobrecido…

Entre las sombras podrá iluminar con la linterna lo que algunos autores llaman “la constante macabra” que supone que un cierto porcentaje de trabajos no van a llegar al mínimo, es decir, van a tener la calificación de suspenso.

Hace algunos años, el profesor Ken Bain publicó un precioso libro que se titula “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”. Tuvo una de esas ideas que te reprochas que no se te haya ocurrido a ti. En todas las instituciones de enseñanza, dice, existen docentes excepcionales, fuera de serie. Lo dicen los alumnos, las familias, los colegas, los directivos… Si eso es así, piensa Bain, ¿por qué no buscamos un grupo de esos profesionales fuera de serie y estudiamos cómo son?

Así lo hace. Elige a 65 docentes extraordinarios y estudia cómo preparan las clases, cómo las imparten, cómo se relacionan con la institución, cómo evalúan… Y con los resultados escribe un magnífico libro. Cuando habla de la evaluación, dice de estos profesores: “Nunca atribuyen a sus alumnos las dificultades que encuentran en el aprendizaje”.

En otro aparatado del libro dice Ken Bain: “Cuando uno de estos docentes inicia una experiencia de aprendizaje, es como si un amigo invitase a sus amigos a cenar y no como si un alguacil sentase en un banquillo a un acusado”.

Me preguntaban mis alumnos algunas veces si era obligatorio asistir a mis clases. Les decía que no, pero en mi cabeza aparecía esta idea: que el que no venga se haya perdido la cena.

La linterna de la autocrítica nos permite explorar en territorios cargados de sombras, de intereses ocultos, de rutinas poderosas, de errores arraigados, de una comodidad extrema o de un pesimismo demoledor …

Otra linterna eficaz para la búsqueda de la verdad es la apertura a la crítica. Escuchar a nuestros estudiantes, a nuestros colegas, a los padres y a las madres de nuestros estudiantes… Hay que liberar la voz de los alumnos y de las alumnas en condiciones de libertad.

No es fácil abrirse a la crítica, pero resulta imprescindible. Si nos protegemos de ella, si la abortamos antes de que nazca, si no la propiciamos, si no la aceptamos cuando se produce, no encontraremos lo que buscamos. Porque buscamos la verdad donde hay más luz, pero no donde realmente está.

El discurso descendente está bien articulado, poro el discurso critico ascendente está cortocircuitado. Por miedo, por comodidad, por escepticismo o por falta de tiempo…

Hace años leí un libro (se editó en España en el año 1999 por la Editorial Díada de Sevilla) que ahora tengo en las manos. Se titula “El error, un medio para enseñar”. Su autor es el francés Jean Pierre Astolfi. Recordaba que recurría al pensamiento de Gaston Bachelard y de Jean Piaget para analizar la importancia del error en la enseñanza y el aprendizaje. Por eso lo traigo a colación.

El famoso filósofo francés habla del “obstáculo epistemológico”, al que atribuye varias características. La primera es la interioridad. Un obstáculo es lo que obstruye el camino. No se puede soñar con un aprendizaje sin obstáculos. “El error es la sombra que arroja la razón”, dice con hermosas palabras. Los errores residen en el pensamiento, en las palabras, en la experiencia cotidiana, en el inconsciente…

La segunda característica es la facilidad del obstáculo. Dice Bachelard que el obstáculo es una facilidad que se le concede a la mente. Debemos desconfiar más de nuestras filias que de nuestras fobias. Se puede decir que el obstáculo es una forma de pensar con la mente sentada en su sofá.

La tercera es la positividad. El obstáculo no es el vacío de la ignorancia sino una forma de conocimiento como cualquier otra. Es incluso un exceso de conocimientos disponibles, que ya están ahí y que impiden construir nuevos conocimientos. El sentido común, es decir, el hecho de disponer de una respuesta inmediata para todo, deja en suspenso el juicio.

La cuarta característica es la ambigüedad. El obstáculo es ambiguo porque cualquier forma de funcionamiento mental presenta la doble dimensión de herramienta necesaria y de fuente potencial de errores. El conocimiento de los peligros potenciales quizá constituya la mejor garantía de un tratamiento didáctico razonado.

Adquirir un conocimiento supone siempre cambiar otro conocimiento. Nuestra tarea es desmontar certezas que se han adquirido previamente para poder dejar lugar a la duda como mecanismo de progreso. No es fácil asimilar que lo que aprendemos está destinado a ser cambiado desde el momento en el que lo adquirimos. Las personas seguras no dudan ni se preguntan. Dice Bachelard: “Llega un momento en el que el espíritu prefiere lo que confirma su saber que lo que le contradice, o prefiere las respuestas a las preguntas”.