El ejercicio de la crítica es una obligación democrática. Es preciso observar con atención lo que sucede y analizarlo con rigor para descubrir los hilos ocultos, para saber quién los mueve y para ser conscientes de que esos hilos y su manejo no son consecuencia del azar o de la voluntad de los dioses. Decía Paulo Freire que es necesario pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. El buen ciudadano es capaz de analizar, de discernir, de saber que unas determinadas causas generan unos determinados efectos. Además, ese ciudadano crítico y comprometido debe alzar la voz y expresar valientemente esa crítica para que contribuya a la mejora del funcionamiento de la democracia. El buen ciudadano no es tonto, sabe pensar. El buen ciudadano no es cobarde, sabe levantar la voz cuando lo que pasa no tiene justificación lógica o ética.
En una democracia todos los ciudadanos, desde el presidente del gobierno hasta el último votante, tienen no solo el derecho sino el deber de ejercer la crítica. Por eso resulta sorprendente que hayan levantado tanta polvareda las críticas del presidente del gobierno a algunos miembros del poder judicial. ¿Es un desprestigio para los jueces esa crítica? No. El desprestigio se halla en el comportamiento de los jueces prevaricadores que propician las críticas. Ahí está el problema. No hay que poner el foco en la crítica, hay que ponerlo en los hechos que la suscitan. Porque algunos jueces hacen política. Porque algunos son parciales
Los jueces (y las juezas, dicho sea para todas las veces que escribo la palabra) no son ángeles caídos del cielo que han mutado las alas por las togas. Son seres humanos. Por consiguiente pueden actuar de forma parcial por intereses políticos, ideológicos, económicos o religiosos. Por eso es necesaria una crítica exigente, valiente y rigurosa. Esa crítica, si es certera, no va contra ellos sino en su beneficio.
Rasgarse las vestiduras porque se ha planteado una crítica a los jueces (a algunos jueces, claro, no a todos) es un atentado a la libertad de expresión. ¿O solo hay libertad de expresión para criticar al ejecutivo?
Isabel Perelló, Presidenta del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial dijo en la apertura del Año Judicial: «no es legítimo desacreditar al poder judicial, atribuyéndole intenciones y objetivos que resultan abiertamente contrarios a los principios que deben presidir la actuación jurisdiccional». Dice la señora Perelló que esas críticas son inoportunas y rechazables. El adjetivo fundamental debería ser otro para que fueran reprobables: infundadas. Esa es la clave. ¿Está ella desacreditando al presidente del ejecutivo con su crítica en un discurso institucional? ¿Eso sí es de recibo?
Algunas Asociaciones de jueces también han expresado su malestar. Alguna ha dicho que no aminora la gravedad el hecho de que la crítica se haya referido solo a algunos jueces. ¿Ah, no? ¿La crítica tiene que referirse a todos o a ninguno? ¿Por qué, si la realidad es que solo hay algunos? Lo que sería inadmisible es la generalización.
La derecha ha puesto también el grito en el cielo criticando al presidente del gobierno. Parece que tienen más importancia sus palabras que los hechos que esa crítica denuncia. Eso es lo grave. Eso es lo importante: los hechos. Lo que desacredita a los sacerdotes pederastas no es lo que se dice de ellos sino lo que ellos hacen. ¿No sería más razonable, más justo y más eficaz preguntarse si esas palabras tienen algún fundamento? Cuando el dedo señala la luna, el necio mira la mano.
Cuando la señora Ayuso dice, de manera absolutamente mendaz, que todos los poderes del Estado conspiran contra su pareja, el PP calla, la presidenta del Tribunal Supremo calla, las Asociaciones de jueces callan, los medios de comunicación afines a la derecha callan. ¿Esas no son críticas inoportunas ni rechazables?
¿Cómo se puede acabar con los jueces prevaricadores si no es posible ni decir que existen? Si criticar a los jueces desprestigia al poder judicial, ¿sucederá lo mismo con la crítca al poder ejecutivo? Si las críticas a los jueces minan la confianza de la ciudadanía en el poder judicial, ¿mina también la confianza en el legislativo la crítica constante acompañada de insultos?
Solamente algunos ejemplos. El juez Juan Carlos Peinado le atribuye a Begoña Gómez cinco delitos: tráfico de influencias, corrupción, apropiación indebida, intrusismo y malversación. Recientemente le ha solicitado todos los whatsaps desde julio de 2018 sin tener en cuenta el derecho a la privacidad de todas las personas. ¡Más de siete años de whatsapps! Por eso se le pasan los plazos reglamentarios que dejan sin instrucción a personas afines a su ideología. Lleva un año buscando un posible delito… En la Universidad, en la Moncloa, en Air Europa, en sus correos, en su pasado…, echando las redes a ver qué pesca. Allí o donde sea. ¿Dónde está el euro que se ha llevado fraudulentamente a su bolsillo la señora Gómez?
Y lo peor es que mientras se empecina en esa persecución, no atiende otros delitos, como lo que sucedió en las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid durante la pandemia, a pesar de que los familiares de las víctimas sigan pidiendo justicia. Para esas víctimas no hay atención ni hay tiempo.
Otro caso. Ahí tenemos al Fiscal General del Estado a punto de sentarse en el banquillo. Sin una prueba, sin un indicio. Ahora el juez Ángel Hurtado, que lleva el caso, le pide una fianza de 150.000 euros porque el daño causado a alguien que se autoinculpó como delincuente fiscal puede ser muy importante. Ese mismo juez rechazó el testimonio de cuatro periodistas que manifestaron que, antes de que el Fiscal General pudiera filtrar la información ellos la tenían en su poder. Resulta que la causa del Fiscal por una posible filtración es más importante que el caso del defraudador que ha cometido y confesado dos delitos y que ha falsificado facturas.
Hay otra situación en la actualidad en la que la justicia está actuando de forma parcial. Me refiero a la aplicación de la ley de amnistía. La soberanía popular decidió inequívocamente entregar el gobierno a la izquierda. Está muy claro que la voluntad del poder legislativo al promulgar esa ley es amnistiar a los promotores del llamado procés. Interpretar la ley y darle cumplimiento excluye que interprete la ley según su ideología y particular visión de la realidad.
Hemos tenido no hace mucho otro caso de posible interpretación interesada de la ley. No nos chupemos el dedo. Algunas excarcelaciones y la disminución de la pena que ocasionó una falta de rigor técnico en la llamada ley del si es si, puso en las manos de los jueces algunas decisiones que se convertían en munición contra el gobierno.
No me olvido, finalmente, de que los jueces declararon ilegales los confinamientos durante la pandemia. Se hicieron en todo el mundo. Lo pedía la ciencia, la lógica y la ética. Yo me sentí protegido por los confinamientos, no me sentí agredido por la privación de libertad.
Por la boca muere el juez. Recordemos las sentencias que culpaban a las víctimas de violaciones por la provocación que suponía llevar una minifalda. Es como si se exculpase a un ladrón hambriento de robar los jamones de un escaparate porque su vista fuese considerada por el juez una provocación o que un mendigo que asaltase una joyería fuese absuelto porque el lujoso escaparate fura considerado una invitación irresistible.
Se dice que las críticas no respetan la división de poderes. Pues yo pienso lo contrario. Si un poder critica a otro se muestra claramente que son diferentes, se refuerza esa división. La crítica exigente y respetuosa de la ciudadanía (y la autocrítica, que debiera practicar asiduamente la judicatura) son formas de mejora. No hay crítica constructiva y destructiva, como suele decirse, en función de que agrade o desagrade al destinatario de la misma. La constructiva es la rigurosa y la destructiva es la mendaz. Por eso hay que criticar con rigor y con respeto, sin insultos, a los jueces.
El Adarve
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miércoles, 15 de octubre de 2025
lunes, 9 de noviembre de 2020
_- El problema no es Donald Trump
_- Hace cuatro años escribí en este periódico, (La Opinión de Málaga) a petición de su Director, un artículo sobre la elección de Donald J. Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Después de cuatro años de mandato, el artículo cobra mayor fuerza. Porque resulta increíble, a mi juicio, que más de 65 millones de votantes, hayan apoyado ahora con su voto una gestión tan calamitosa (más de 22000 mentiras según el Washington Post, desprecio por la lucha contra el cambio climático, enriquecimiento ilícito, pésima actuación ante la pandemia, prepotencia a raudales, defraudación a la Hacienda Pública, paralización de la reforma sanitaria de Obama, olvido de los desfavorecidos, dureza en el trato a los inmigrantes, abuso de poder, instalación de un estilo chabacano en la Casa Blanca…). Resulta increíble que, después de esos cuatro años de mandato, hayan tenido lugar unas elecciones reñidas, ajustadas en sus resultados. Pensé que el candidato demócrata, fuera el que fuera, se llevaría la victoria de calle. Y no ha sido así. ¿Cómo es posible?
La reacción del candidato republicano proclamando su victoria en la noche electoral antes de que se hubiera terminado el recuento, su afirmación de que no abandonará la Casa Blanca de forma pacífica, su acusación sin prueba alguna de “gran fraude a la nación” cuando ve que su adversario gana terreno, su insistencia en que se detenga el recuento de votos, la agitación de sus seguidores…, dejan al descubierto la catadura moral del todavía Presidente. El apellido de Trump (estuve no hace mucho en su impresionante torre de Nueva York) me lleva de forma inevitable al adjetivo ”tramposo”. Voy a hacer lo que nunca he hecho. Voy a reproducir aquel artículo porque tiene hoy una mayor vigencia, ya que los millones de votantes de Trump apoyan ahora no solo promesas electorales (muchas no cumplidas, por cierto) sino políticas y formas de actuación detestables. Esto decía hace cuatro años. Ahora lo subrayan los hechos.
“El que haya una persona (un personaje) como Donald Trump no es un problema para una sociedad. No. No es un problema inquietante para un país ni para el mundo el hecho de que haya un individuo xenófobo, racista, machista, zafio, autoritario, descortés, grosero, mentiroso, violento… El problema es que ese individuo pueda convertirse en candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo y que, posteriormente haya sido elegido como el 45º Presidente de su historia.
El problema es, pues, que este personaje insolente y provocador haya sido elegido por millones de votantes entusiastas. Le han votado mujeres a pesar de que han aparecido testimonios más que evidentes de su machismo y de su grosería. ¿Cómo es posible ese inusitado fervor tras los carteles “Women for Trump”? Sería más oportuno enarbolar una pancarta con estos lemas: “Mi opresor tiene razón”. “Mi verdugo es maravilloso”. “Mi maltratador es admirable”. La actriz Susan Sarandon, que lo apoya, ha dicho que ella no vota con la vagina. Pues con la cabeza creo que tampoco. ¿Qué les pasa a las mujeres americanas que no quieren que haya por primera vez una mujer en la presidencia de su país? ¿No sería un avance respecto a ese maldito androcentrismo que causa tantos daños?
Le han votado mexicanos a los que ha despreciado de forma insistente y vergonzosa. Le han votado inmigrantes a los que ha tratado de delincuentes. Le han votado negros a los que ha maltratado verbalmente. Y le han votado a él. Digo esto porque el voto no se le ha dado al Partido Republicano sino a su persona y figura. A los valores que él defiende y representa. Para echarse a temblar.
¿Cómo puede obtener un solo voto un candidato que dice que, aunque matase a alguien de un tiro en la Quinta Avenida, sería igualmente apoyado? ¿Cómo puede tener un solo voto alguien que dice que no aceptará los resultados si no es él el ganador? ¿Cómo puede ser votado alguien que afirma que las mujeres se dejan arrastrar a gusto por el fango a manos del hombre que tiene fama, dinero y poder? ¿Qué tipo de democracia defiende? ¿Qué tipo de sociedad desea? ¿En qué tipo de valores cree?
Todas estas inquietudes desembocan en una preocupación que, siempre que tiene lugar un fenómeno de este tipo, se me presenta en forma de pregunta acuciante: ¿para qué les ha servido la escuela a los votantes de Donald Trump? ¿Cómo razonan, cómo argumentan, como analizan la realidad, cómo se comprometen con ella?
En el año 2001 escribió Philippe Perrenoud un artículo titulado “L´école ne sert à rien” (La escuela no sirve para nada”). Confieso que cuando leí el título me quedé noqueado. Según esa afirmación habría tirado mi vida por las alcantarillas de la historia. Desde los 19 años he trabajado en la escuela.
El artículo apareció en “La Tribune de Genève”. Es tan breve como contundente. En él dice que de los doce dignatarios nazis que decidieron construir las cámaras de exterminio, más de la mitad tenía un doctorado. De donde se deduce que un alto nivel de instrucción tiene muy poco que ver con el orden de la ética. Y en él hace referencia el sociólogo suizo a los electores y electoras del país americano. Traduzco del francés:
“Los acontecimientos recientes demuestran de manera dramática que se puede tomar a los ciudadanos por imbéciles y tener todas las posibilidades de ser aclamado en las elecciones. Y así el 90% de los americanos mantienen a un presidente (se refiere a George Bush) del que la historia dirá, a buen seguro que ha profundizado la fractura entre el Norte y el Sur, entre el cristianismo y el islam, entre los ricos y los desheredados. La escalada del terror es escondida por los aplausos del pueblo, de modo que la condena del terrorismo impide percibir sus causas profundas y la parte de responsabilidad de los Estados Unidos. Ben Laden no es más que un síntoma de un mundo injusto, que la política de los países ricos reproducen. Para qué le ha servido la escuela a los americanos si la emoción y el nacionalismo atrofian el juicio de las personas instruidas?”.
La escuela tiene, a su juicio, dos finalidades Primera: desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo. Y segunda: construir las herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como colectiva. Por eso concluye: “el sistema educativo está lejos de alcanzar sus objetivos fundamentales”.
Algo falla, pues. O la escuela no ha cumplido bien su misión o los escolares han traicionado lo que han aprendido durante todos los años de escolaridad.
Sé que puede parecer petulante creer que quien no piensa como tú está peor formado. Pero es que, en este caso, el candidato era tan esperpéntico, tan bruto, tan desconsiderado, tan despótico, tan caprichoso, tan demagógico, tan machista, tan ególatra, tan violento, tan agresivo… que cuesta entender las razones que hay detrás del voto.
Insisto, el problema no es Donald Trump. El problema es la enorme masa de votantes de Donald Trump. Apareció como un payaso en un circo y se ha convertido en el tigre del circo que ha devorado los valores de respeto, igualdad, justicia, solidaridad, apertura y libertad que son la esencia de la democracia. Donald Trump, Presidente. Que Dios nos ampare”.
Hasta aquí el artículo de hace cuatro años. Ahora añado algunas peguntas más que inquietantes: ¿qué le hace falta a algunos votantes para rechazar a un candidato?, ¿qué tiene que decir y qué tiene que hacer o dejar de hacer para ver que es un peligro público?, ¿cómo explicar la euforia de los votantes de Donald Trump y su rechazo a los resultados que dan como ganador a su adversario?, ¿cómo justificar ese mal perder del que están haciendo gala?
Tengo tres explicaciones, que se han fortalecido en estos cuatro años: falta de educación, falta de educación y falta de educación. En el sentido más profundo de la palabra.
La reacción del candidato republicano proclamando su victoria en la noche electoral antes de que se hubiera terminado el recuento, su afirmación de que no abandonará la Casa Blanca de forma pacífica, su acusación sin prueba alguna de “gran fraude a la nación” cuando ve que su adversario gana terreno, su insistencia en que se detenga el recuento de votos, la agitación de sus seguidores…, dejan al descubierto la catadura moral del todavía Presidente. El apellido de Trump (estuve no hace mucho en su impresionante torre de Nueva York) me lleva de forma inevitable al adjetivo ”tramposo”. Voy a hacer lo que nunca he hecho. Voy a reproducir aquel artículo porque tiene hoy una mayor vigencia, ya que los millones de votantes de Trump apoyan ahora no solo promesas electorales (muchas no cumplidas, por cierto) sino políticas y formas de actuación detestables. Esto decía hace cuatro años. Ahora lo subrayan los hechos.
“El que haya una persona (un personaje) como Donald Trump no es un problema para una sociedad. No. No es un problema inquietante para un país ni para el mundo el hecho de que haya un individuo xenófobo, racista, machista, zafio, autoritario, descortés, grosero, mentiroso, violento… El problema es que ese individuo pueda convertirse en candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo y que, posteriormente haya sido elegido como el 45º Presidente de su historia.
El problema es, pues, que este personaje insolente y provocador haya sido elegido por millones de votantes entusiastas. Le han votado mujeres a pesar de que han aparecido testimonios más que evidentes de su machismo y de su grosería. ¿Cómo es posible ese inusitado fervor tras los carteles “Women for Trump”? Sería más oportuno enarbolar una pancarta con estos lemas: “Mi opresor tiene razón”. “Mi verdugo es maravilloso”. “Mi maltratador es admirable”. La actriz Susan Sarandon, que lo apoya, ha dicho que ella no vota con la vagina. Pues con la cabeza creo que tampoco. ¿Qué les pasa a las mujeres americanas que no quieren que haya por primera vez una mujer en la presidencia de su país? ¿No sería un avance respecto a ese maldito androcentrismo que causa tantos daños?
Le han votado mexicanos a los que ha despreciado de forma insistente y vergonzosa. Le han votado inmigrantes a los que ha tratado de delincuentes. Le han votado negros a los que ha maltratado verbalmente. Y le han votado a él. Digo esto porque el voto no se le ha dado al Partido Republicano sino a su persona y figura. A los valores que él defiende y representa. Para echarse a temblar.
¿Cómo puede obtener un solo voto un candidato que dice que, aunque matase a alguien de un tiro en la Quinta Avenida, sería igualmente apoyado? ¿Cómo puede tener un solo voto alguien que dice que no aceptará los resultados si no es él el ganador? ¿Cómo puede ser votado alguien que afirma que las mujeres se dejan arrastrar a gusto por el fango a manos del hombre que tiene fama, dinero y poder? ¿Qué tipo de democracia defiende? ¿Qué tipo de sociedad desea? ¿En qué tipo de valores cree?
Todas estas inquietudes desembocan en una preocupación que, siempre que tiene lugar un fenómeno de este tipo, se me presenta en forma de pregunta acuciante: ¿para qué les ha servido la escuela a los votantes de Donald Trump? ¿Cómo razonan, cómo argumentan, como analizan la realidad, cómo se comprometen con ella?
En el año 2001 escribió Philippe Perrenoud un artículo titulado “L´école ne sert à rien” (La escuela no sirve para nada”). Confieso que cuando leí el título me quedé noqueado. Según esa afirmación habría tirado mi vida por las alcantarillas de la historia. Desde los 19 años he trabajado en la escuela.
El artículo apareció en “La Tribune de Genève”. Es tan breve como contundente. En él dice que de los doce dignatarios nazis que decidieron construir las cámaras de exterminio, más de la mitad tenía un doctorado. De donde se deduce que un alto nivel de instrucción tiene muy poco que ver con el orden de la ética. Y en él hace referencia el sociólogo suizo a los electores y electoras del país americano. Traduzco del francés:
“Los acontecimientos recientes demuestran de manera dramática que se puede tomar a los ciudadanos por imbéciles y tener todas las posibilidades de ser aclamado en las elecciones. Y así el 90% de los americanos mantienen a un presidente (se refiere a George Bush) del que la historia dirá, a buen seguro que ha profundizado la fractura entre el Norte y el Sur, entre el cristianismo y el islam, entre los ricos y los desheredados. La escalada del terror es escondida por los aplausos del pueblo, de modo que la condena del terrorismo impide percibir sus causas profundas y la parte de responsabilidad de los Estados Unidos. Ben Laden no es más que un síntoma de un mundo injusto, que la política de los países ricos reproducen. Para qué le ha servido la escuela a los americanos si la emoción y el nacionalismo atrofian el juicio de las personas instruidas?”.
La escuela tiene, a su juicio, dos finalidades Primera: desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo. Y segunda: construir las herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como colectiva. Por eso concluye: “el sistema educativo está lejos de alcanzar sus objetivos fundamentales”.
Algo falla, pues. O la escuela no ha cumplido bien su misión o los escolares han traicionado lo que han aprendido durante todos los años de escolaridad.
Sé que puede parecer petulante creer que quien no piensa como tú está peor formado. Pero es que, en este caso, el candidato era tan esperpéntico, tan bruto, tan desconsiderado, tan despótico, tan caprichoso, tan demagógico, tan machista, tan ególatra, tan violento, tan agresivo… que cuesta entender las razones que hay detrás del voto.
Insisto, el problema no es Donald Trump. El problema es la enorme masa de votantes de Donald Trump. Apareció como un payaso en un circo y se ha convertido en el tigre del circo que ha devorado los valores de respeto, igualdad, justicia, solidaridad, apertura y libertad que son la esencia de la democracia. Donald Trump, Presidente. Que Dios nos ampare”.
Hasta aquí el artículo de hace cuatro años. Ahora añado algunas peguntas más que inquietantes: ¿qué le hace falta a algunos votantes para rechazar a un candidato?, ¿qué tiene que decir y qué tiene que hacer o dejar de hacer para ver que es un peligro público?, ¿cómo explicar la euforia de los votantes de Donald Trump y su rechazo a los resultados que dan como ganador a su adversario?, ¿cómo justificar ese mal perder del que están haciendo gala?
Tengo tres explicaciones, que se han fortalecido en estos cuatro años: falta de educación, falta de educación y falta de educación. En el sentido más profundo de la palabra.
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