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sábado, 15 de marzo de 2025

_- "Estamos en una era dominada por formas extremas de crueldad, que además no están ocultas y se reciben con cierto nivel de alegría"

Henry A. Giroux.

_- Henry A. Giroux.

El video en la cuenta oficial de la Casa Blanca en la red social X que muestra a deportados siendo esposados de manos y pies y encadenados.

Las palabras del presidente de Estados Unidos, Donald Trump con las que anuncia la ampliación del centro de detención de migrantes en la base de Guantánamo para recibir "a los peores extranjeros ilegales criminales".

Para el académico Henry A. Giroux todo ello forma parte de lo que él ha denominado la "cultura de la crueldad".

Teórico fundador de la pedagogía crítica y director de Centro para la Investigación del Interés Público de la Universidad McMaster (Hamilton, Ontario, Canadá), Giroux lleva años ahondando en el concepto.

"La crueldad parece ser el principio organizador central de la política hoy", le dice el estadounidense-canadiense a BBC Mundo, refiriéndose también a la idea de que EE.UU. pueda llegar a asumir la "propiedad" de Gaza para levantar allí "la Riviera de Oriente Medio", o la reducción a su mínima expresión de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID), una de las mayores organizaciones de ayuda humanitaria del mundo.

Pero no solo en EE.UU., también cada vez más a nivel global, subraya.

En BBC Mundo hablamos con este intelectual de izquierda que tilda a Trump de "testaferro de una oligarquía".

El título de tu artículo más reciente es "El teatro de la crueldad de Trump". Podría haber descrito su recién estrenada presidencia de distintas formas. ¿Por qué eligió definirla así?

La elegí porque es una palabra muy poderosa que, de cierta forma, apunta a un cambio importante en la política de EE.UU.

Es que de repente nos encontramos en una era dominada por lo que yo llamaría formas extremas de crueldad, formas que además no están ocultas y que parecen ser recibidas con cierto nivel de alegría, por no decir un rechazo abyecto a reconocer cuán malvadas son estas políticas.

Y en cierta forma creo que se han convertido en el centro mismo de la política. La crueldad parece ser el principio organizador central de la política.

Pero la crueldad no es una novedad en la historia política de EE.UU. No hay más que remontarse a las leyes Jim Crow de segregación racial, por poner un ejemplo. ¿Qué hay de distinto o nuevo hoy?

EE.UU. tiene, efectivamente, un largo historial de crueldad. Podríamos empezar hablando de la eliminación de la población indígena, o la esclavitud, o el internamiento de los japoneses (en campos de concentración)...

Todo eso está ahí, ese es el legado, aunque en muchos casos parece oculto. La gente trata de no recordar esos momentos de la política estadounidense.

Lo que creo que estamos viendo con Trump no es un incidente aislado de crueldad, un momento específico basado en racializaciones o en una forma específica de nativismo, como en la época de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que estamos viendo es un principio de crueldad que afecta todos los aspectos de la vida estadounidense, ya sea en forma de ataques a las escuelas, a los inmigrantes indocumentados o a las personas transgénero.

Pero según usted, ¿es un tiempo más cruel sólo en la forma, en el lenguaje que se utiliza, que es más obvio y menos pudoroso, o es una cuestión más de fondo?

Hoy la crueldad no solo emerge en forma de un lenguaje deshumanizador. También emerge en las políticas.

Y para hablar de la naturaleza histórica de esta crueldad y de dónde proviene, me parece que hay que remontarse a la década de 1980.

¿Qué pasó en los 80?

Surge el neoliberalismo y empieza un proceso de divorcio del concepto de responsabilidad social. Lo que importa son las ganancias, todo lo demás es visto como una forma de debilidad.

El concepto de la política como la posibilidad de comunidad empieza a morir, como también empieza a morir cualquier noción viable de lo social.

El presidente Donald Trump firma una orden ejecutiva en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 14 de febrero de 2025 en Washington, DC. (Foto de Andrew Harnik/

El presidente Donald Trump firma una orden ejecutiva en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 14 de febrero de 2025 en Washington, DC.  (Foto de Andrew Harnik/Getty Images)

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Pie de foto,
Según Henry A. Giroux, el presidente de EE.UU., Donald Trump, es la cabeza visible de una oligarquía. 

Y la crueldad de la que habla, según usted ¿es un método? ¿Una estrategia política? ¿Un mecanismo de unión, como apuntan algunos analistas? Hay expertos que incluso dicen que es un fin en sí mismo.

Es una gran pregunta. Yo creo que es un principio organizador central.

Lo vemos en el lenguaje deshumanizador que usa Trump, pero también en sus políticas: en la decisión de enviar deportados a Guantánamo, un símbolo absoluto de la tortura que ahora está resucitando; lo vemos en sus políticas en lo referente a los programas de diversidad, equidad e inclusión (diseñados para fomentar la igualdad en ámbitos laborales y educativos, especialmente para comunidades históricamente marginadas, y que quiere eliminar); ya vimos lo que hizo con USAID…

Es un principio central, una forma de hacer política que se nutre de odio y de intolerancia. Y no es casual ni es un rasgo de la personalidad.

Lo que estamos viendo ahora es una fusión de crueldad y política de maneras nunca antes vistas y celebradas, una crueldad que emerge en el día a día.

¿Cómo definiría la forma de gobernar de Donald Trump? ¿Qué tipo de presidencia es la suya?

Lo definiría como un gobierno fascista. La prensa establecida no lo está llamando así, aunque a veces se habla de autoritarismo. Pero Joe Biden, al dejar la presidencia, advirtió que Trump era fascista, algo que también dijeron en su momento generales retirados como John Kelly.

(En sendas entrevistas con The New York Times y The Atlantic en octubre, y después de años de compartir sus críticas hacia Trump con los reporteros de manera más moderada, Kelly, quien fue jefe de gabinete de la Casa Blanca y secretario del Departamento de Seguridad Nacional de Trump, advirtió del presunto peligro que suponía para la democracia estadounidense que el republicano fuera reelegido.

En declaraciones sin precedentes para un exfuncionario estadounidense de alto nivel, Kelly dijo que Trump encaja en la definición de fascista. "Ciertamente el expresidente está en el área de la extrema derecha, ciertamente es un autoritario, admira a dictadores, él mismo lo ha dicho. Así que ciertamente cabe en la definición general de fascista, eso seguro", le dijo a The New York Times).


Si se puede o no aplicar ese término a Trump genera debate entre historiadores y analistas prácticamente desde su primera campaña presidencial en 2016, y hay quienes advierten que es políticamente imprudente tildarlo así.

El suyo es un gobierno fascista, y te diré por qué.

Lo es porque no cree en el estado de derecho, porque cree que el poder y la violencia son fundamentales para la política, pero, sobre todo, es fascista porque está organizado en torno al nacionalismo cristiano blanco. Y ese es el núcleo del fascismo.

Se define un país de una manera muy limitada y exclusiva, y se pone en marcha una política de lo desechable. Comienza con el lenguaje deshumanizante, sigue con las políticas de expulsión de personas, luego se mete a los críticos y a otros en las cárceles…

Un inmigrante guatemalteco indocumentado, encadenado por ser acusado como criminal, se prepara para abordar un vuelo de deportación a la Ciudad de Guatemala, Guatemala, en el Aeropuerto Phoenix-Mesa Gateway el 24 de junio de 2011 en Mesa, Arizona. (Foto de John Moore/Getty Images)

Un inmigrante guatemalteco indocumentado, encadenado por ser acusado como criminal, se prepara para abordar un vuelo de deportación a la Ciudad de Guatemala, Guatemala, en el Aeropuerto Phoenix-Mesa Gateway el 24 de junio de 2011 en Mesa, Arizona. (Foto de John Moore/Getty Images)

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Pie de foto,
Un inmigrante guatemalteco espera esposado y encadenado el momento de abordar un avión que lo deportará a su país de origen. 

En su artículo más reciente sobre la actual presidencia de EE.UU. subraya que "Trump no gobierna solo", sino que es "el testaferro de una oligarquía que abandonó incluso la pretensión misma de una democracia". Sin embargo, gobierna con el apoyo de la mayoría de los estadounidenses. En las elecciones de noviembre ganó el voto popular, algo que ningún republicano había logrado desde 2004. ¿Qué nos dice eso?

Nos dice algo que hemos ignorado durante mucho tiempo: que la educación es central en la política.

La educación puede ser no sólo una herramienta de emancipación, también de enorme opresión. Puede inculcar nociones de odio, resentimiento e intolerancia, entre otros.

Y lo que tenemos hoy por hoy en EE.UU. es un aparato cultural que básicamente se ha convertido en un tsunami de odio e intolerancia dirigido por multimillonarios tecnológicos.

Lo que hemos visto desde la década de 1980, dado el control corporativo de los medios de comunicación, es una maquinaria cultural y de enseñanza que ha tenido un éxito enorme a la hora de producir lo que yo llamo ignorancia fabricada.

¿Ignorancia fabricada?

No puedes tener una democracia, ni siquiera una débil, sin un público informado.

Y lo que la derecha ha aprendido es que, si se controlan los medios de comunicación y de educación, no hacen falta ejércitos. Lo que se necesita son modos potentes de persuasión y el control de los sistemas de información.

Ahora, con las redes sociales, estamos en un periodo muy difícil en lo referente a ser crítico y hacer que el poder rinda cuentas.

Y todos los elementos del fascismo que vemos surgir en Hungría, en Argentina, en Italia no son nuevos, pero se están sucediendo a una escala que me parece casi inédita.

Es un fenómeno que va más allá de EE.UU: partidos extremistas que ganan terreno, la polarización del discurso, candidatos que hablan abiertamente de crueldad… Un líder regional del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), Björne Höcke, declaró abiertamente que se necesita "una crueldad bien afinada" para expulsar a migrantes y refugiados de Alemania.

Es un fenómeno global, efectivamente. Pero una cosa es eso y otra es que el país más poderoso del mundo ahora tome la delantera a la hora de reforzar la afirmación de (el presidente de Hungría, Viktor) Orbán de que la democracia es demasiado débil. Esto no tiene precedentes.

Si esto hubiera surgido en los años 70, incluso a principios de los 80, la gente diría: "Es un movimiento marginal". Pero ya no lo es. Es un movimiento en el centro de la política de EE.UU. y en el de la política global.

De hecho, algunos ideólogos como Curtis Yarvin, invitado habitual de medios conservadores y a cuyas ideas ha hecho referencia el vicepresidente JD Vance, argumenta que en EE.UU. la democracia debería sustituirse por una "monarquía" encabezada por lo que él llama un CEO, una especie de director ejecutivo. ¿Qué diría a los que, como él, defienden que tener a un "CEO eficiente" al frente del gobierno es mejor para la gente?

Es el clásico ejemplo del tipo de discurso que moriría en una democracia vibrante. El hecho de que se le dé una plataforma a alguien con esas ideas es impactante.

¿Qué dirías a alguien que defiende que la democracia está muerta y que lo que realmente necesitamos es acostumbrarnos a las dictaduras porque funcionan, y que deben estar encabezadas por gente como Elon Musk?

Usted ha escrito desde hace años, sobre la "cultura de la crueldad". Y afirma que "prospera cuando los miedos compartidos sustituyen a las responsabilidades compartidas". ¿Cuáles son esos miedos y qué responsabilidades compartidas sustituyen?

Las responsabilidades que sustituyen son aquellas que se toman en serio los derechos sociales, políticos y económicos, y los valores compartidos como la compasión, el cuidado del otro, el sentido de comunidad, el reconocimiento del sufrimiento ajeno y la necesidad de abordarlo y acabar con él; la necesidad de eliminar los cimientos del sufrimiento y la violencia.

Desde el surgimiento del neoliberalismo en la década de 1980, ese argumento es visto como una debilidad, y la bondad es vista como la virtud de los tontos.

Debemos preguntarnos qué pasó con esos principios, con esas virtudes y valores como la compasión, la confianza, la amabilidad, el cuidado del otro, la justicia, la igualdad y la inclusión, si están o no siendo destruidos, por quién y en interés de quién.

A lo largo de la historia política estadounidense, presidentes de uno u otro partido han hecho hincapié en la idea de la autoridad moral de EE.UU., en que debe servir de ejemplo para el mundo. ¿Sigue siendo así?

No. En ese sentido EE.UU. se traicionó a sí mismo, cayó en una forma de autosabotaje.

Aunque nunca fue un país verdaderamente democrático: se construyó sobre las espaldas de los esclavos, a las mujeres se les negó el derecho al voto durante mucho tiempo, y continuamente ha reinventado una forma de colonialismo que exhibe el nombre de Destino Manifiesto o excepcionalismo estadounidense.

Hoy no hay más que ver lo que ocurre en Gaza. ¿Cómo se puede tomar en serio esta noción del excepcionalismo estadounidense?

Una mujer y un niño caminan de la mano entre los edificios destruidos por ataques israelíes en Beit Lahia, una ciudad del norte de la Franja de Gaza, el 18 de febrero de 2025. (Foto: Abd Khaled/Anadolu vía Getty Images) 
Una mujer y un niño caminan de la mano entre los edificios destruidos por ataques israelíes en Beit Lahia, una ciudad del norte de la Franja de Gaza, el 18 de febrero de 2025.  (Foto: Abd Khaled/Anadolu vía Getty Images)

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La idea de levantar una "Riviera de Medio Oriente" sobre los escombros de Gaza forma parte de la "cultura de la crueldad", según Henry A. Giroux.

Es de sobra conocido que el lema de Trump es "Volver a EE.UU. grande de nuevo" (Make America Great Again, MAGA). ¿Qué cree que significa la grandeza en este contexto?

Creo que significa "volver EE.UU. blanco de nuevo", además de eliminar todos aquellos derechos que desde la década de 1950 se fueron consiguiendo para las mujeres, el colectivo LGBTQ, etcétera, y revertirlos.

Sin embargo, aunque el voto blanco fue su voto más fuerte, Trump obtuvo un avance histórico en lo que respecta al apoyo latino en las urnas, sobre todo entre los hombres hispanos.

Se debe a varios factores.

Por una parte, lo democrático como alternativa al fascismo dejó de ser atractivo para muchos. La democracia no significa nada cuando no tienes comida, una atención médica adecuada, un cuidado infantil adecuado. Y en ese estado de ansiedad absoluta, muchos inmigrantes votaron por Trump.

Y por otra parte, el lenguaje del miedo y la intolerancia ha tenido un éxito tal en la esfera mediática de Trump que creo que la gente básicamente terminó internalizándolo.

El problema no es que van a venir otros a quitarles el trabajo. El problema en EE.UU. es una enorme desigualdad y la concentración del poder en pocas manos, lo que desemboca en menos servicios públicos, la destrucción del estado de bienestar y la criminalización de los problemas sociales.

La noción de comunidad se vuelve vacía porque vives en una sociedad que te dice que el individualismo lo es todo, que todos los problemas son individuales.

Así que temes a la horda de invasores. Es el lenguaje del poder y la gente acaba comprando el discurso.

Pero también parece que hay una especie de retroalimentación en bucle. Cuanto más polarizado es el discurso, más amplia parece ser la base de quienes lo apoyan, y viceversa. ¿Es solo una percepción?

No, es así, absolutamente.

¿Y cómo se contrarresta la escalada?

Primero que nada, hay que nombrar el problema. No podemos simplemente decir que Trump y su administración son neofascistas.

Eso es cierto, pero de lo que realmente tenemos que hablar es de la forma en la que se ha subvertido la democracia y empezar a detallar en el lenguaje de la vida cotidiana en qué impacta esto: malas escuelas, inflación, precios más altos de los alimentos, intolerancia...

Necesitamos resucitar el lenguaje de la democracia en términos de valores que la gente pueda compartir y con los que pueda identificarse.

También necesitamos un movimiento de clase trabajadora multirracial y amplio. Los movimientos aislados no sirven. Y una demostración masiva de resistencia colectiva.

¿Cree que es algo que está tomando forma?

No veo que vaya a suceder en las próximas dos semanas, pero (la administración Trump) está trabajando a una velocidad tal para imponer un grado de fascismo en este país, que creo que los resultados van a ser abrumadores en los próximos seis meses y, ciertamente, en los próximos dos años.

Esto generará una enorme cantidad de resentimiento y la gente va a despertar. Y el grupo que más va a despertar es el de los jóvenes, jóvenes que se sienten alejados de la política de Trump y que se dan cuenta que están siendo excluidos del guion de la democracia.

Todo es venganza. Es la política de la venganza, el odio, la crueldad y el racismo.

viernes, 17 de enero de 2025

_- El gobierno de los millonarios. Por vez primera, los dueños de inmensos monopolios, digitales o no, han llegado directamente al poder político para defender sus intereses

_- Uno. Hace muchos años, a mediados del siglo XIX, el multifacético pensador de Tréveris, un tal Karl Marx, llevado de su acendrado espíritu crítico, sostuvo que los gobiernos eran los consejos de administración de los intereses de la burguesía en su conjunto. Quizá cuando fue escrita esa frase respondía o reflejaba buena parte de la realidad, pero con el paso del tiempo y la evolución de las luchas sociales y políticas acabó perdiendo virtualidad. Sólo tenemos que pensar que a mediados del XIX no existía el sufragio universal —las mujeres tenían vetado el derecho al voto y para los hombres todavía funcionaba el voto censitario, esto es el de los pudientes—. Los partidos obreros no habían nacido y las formaciones conservadoras y/o liberales únicamente representaban a las clases propietarias, por lo que aquel dicho o reflexión pudo tener sentido. Luego, con la extensión del sufragio a partir de la II Guerra Mundial, y la aparición de los partidos de izquierda a finales del siglo XIX, la situación empezó a cambiar, y, con el tiempo, estos partidos alcanzaron los gobiernos y ya no se podía sostener que representasen los intereses de la burguesía.

Dos. A partir de entonces, los partidos políticos, aunque encarnasen diferentes intereses económicos en función de las clases y sectores en que está dividida la sociedad, no eran una simple nomenclatura mimética de esas clases o sectores, pues las personas no piensan y actúan sólo por apetencias económicas. Por el contrario, les motiva una mayor variedad de causas e impulsos: creencias religiosas y actitudes morales; concepciones ideológicas; sentimientos identitarios; estructuras culturales o costumbres ancestrales. De ahí que, como señala nuestra Constitución en su artículo 6, “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Tan fundamental que sin ellos no existe democracia ni nada que se le parezca. Por eso vengo insistiendo desde hace muchos años en que el ataque sistemático, venga o no a cuento, a los partidos, a los políticos, a la política no son más que acometidas contra la democracia. Desde luego, supone una actitud bien diferente la crítica concreta y razonada sobre decisiones políticas o comportamientos individuales a la genérica descalificación de partidos o políticos como si fuesen una “clase” o “casta” con intereses propios, versión que se ha ido extendiendo como la lepra con gran daño a la democracia.

Tres. Ahora bien, una vez superada la representación estamental, propia del Antiguo Régimen, de base material agraria, y constituidas las naciones a partir de la Revolución Francesa, los partidos políticos se fueron erigiendo en la representación esencial de las democracias como cuerpo intermedio entre la ciudadanía y el poder político. Al tiempo, se fueron creando nuevas instituciones, como las que conforman los diferentes poderes del Estado, los propios medios de comunicación y, al calor de la revolución industrial, las organizaciones sindicales y patronales. Todas ellas con la finalidad, entre otras, de evitar la excesiva concentración del poder en sus diferentes formas y de ir logrando un sano equilibrio en el funcionamiento del sistema. Un proceso que ha venido desarrollándose en las democracias, más o menos avanzadas, que hemos conocido hasta el presente. Unas democracias, por cierto, cuya base material o física, mueble o inmueble, han sido en esencia los objetos, las manufacturas propias de esa revolución industrial con su correspondiente “propiedad de los medios de producción”, adecuada al capitalismo. Sin embargo, lo anterior está empezando a cambiar de forma acelerada como consecuencia de los efectos de la revolución digital si, por ejemplo, somos conscientes de que dicha mutación —inteligencia artificial y otras— todavía está en su más tierna infancia. Y, sin embargo, ya está teniendo consecuencias notables en el funcionamiento de nuestra vida política, ya que su materia prima no son los objetos, sino nosotros mismos y la rapiña de nuestros datos.

Cuatro. Uno de estos efectos, que golpea en el corazón de la democracia, consiste en que fuerzas muy poderosas entienden, en virtud del control que tienen de esas tecnologías, que sus instituciones —partidos, sindicatos, elementos del propio Estado o medios de comunicación— son un estorbo, lo que vengo calificando de jibarización de la democracia. Un ejemplo de lo que expongo está sucediendo en EE UU, a partir del triunfo de Trump/Musk. Una primera manifestación ha consistido en el hecho de que, por vez primera de una manera tan obscena, grandes propietarios o gestores de inmensos monopolios, digitales o no, han accedido directamente al poder político y desde él han expresado, nítidamente, sus intereses particulares. Si uno observa los nombramientos de Trump podrá certificar que no pocos de ellos han recaído en millonarios que pertenecen a los mismos sectores económicos de los que se tienen que hacer cargo políticamente, empezando por Musk. En efecto, las líneas maestras que se desprenden de las intenciones de estos poderosos millonarios se podrían resumir en los siguientes epígrafes: de entrada, estamos ante una Administración de Trump/Musk y no del Partido Republicano, que ha quedado abducido por el magnate y sus amiguetes y familiares, sin necesidad de partidos ni de Consejos de Ministros, pues ellos son la fusión, ósmosis o acoplamiento de la economía y la política. Una deriva harto peligrosa cuyo antecedente europeo, a mucho menor escala, fue la Italia de Berlusconi y ya vemos cómo ha terminado. Luego, en la misma línea, ese eslogan que lanzó Musk, o míster X, el día que ganaron las elecciones, dirigiéndose al público: “Ahora vosotros sois los medios de comunicación”; es decir, yo soy la opinión, pues sobran todos los medios tradicionales —periódicos, radios o televisiones—, porque las redes sociales y algoritmos que yo y mis compinches controlamos somos el pueblo y nos sobra todo lo demás. Si cunde el ejemplo, vamos a pasar de la propiedad privada de los medios de producción a la propiedad privada de las conciencias y opiniones, a través de X, Google o TikTok. De ahí que también se pretenda reducir el Estado a su mínima expresión, labor a la que se dedicarán en el futuro Musk y otro millonario cuando declaran que sobran millones de funcionarios y todas las agencias estatales que se dedican a las pocas labores sociales que hay en EE UU. Si estuviesen en Europa se pondrían las botas. En el fondo, un alarde de anarco-liberalismo-nihilismo, que permita de paso una bajada radical de impuestos que acabe con lo que quede de Estado de bienestar, artefacto que, a juicio de sus más eximios teóricos como Milei y compañía es un robo. Para terminar la faena una pasada por el negacionismo medioambiental, pues no hay que preocuparse si nuestro planeta se va al carajo, ya que según la tesis creacionista de Mayor Oreja y otros algún Creador benefactor nos lo repondrá o incluso nos proporcionara uno nuevo. La conclusión final de todo ello no es otra que, si estas teorías y políticas triunfasen, supondría la evaporación de la democracia social que conocemos y, desde luego, no convendría tentar la suerte y creerse esos estrambotes del creacionismo, no vaya a ser que sean un camelo y sólo se salven los que puedan irse a Marte con Musk y sus conmilitones.

domingo, 22 de diciembre de 2024

_- Los ultraliberales se retratan apoyando a Donald Trump

_- La composición del voto que ha recibido Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos es una buena muestra de que el mundo de nuestros días ha perdido la cabeza o, como decía Eduardo Galeano, de que está patas arriba.

Un estudio reciente muestra que casi la tercera parte de sus votantes (31%) son «conservadores acérrimos», defienden el tradicionalismo moral y que ser cristiano es un componente muy o bastante importante para ser un verdadero estadounidense. Otro 20% de sus votantes está formado por lo que podría traducirse como «conservacionistas» de lo americano. Es el grupo más propenso a decir que la religión es “muy importante” y que su identidad cristiana también lo es para ellos personalmente. Prácticamente el mismo porcentaje (19%) son «anti-élites» y finalmente, aunque siendo el segundo porcentaje más elevado, se encontrarían los defensores del mercado y el libre comercio (25%).

En resumen, casi la mitad de las personas que han votado a Trump se consideran cristianas, portadoras de altos valores morales y creen que esto es lo que caracteriza o debe tener un buen americano. A pesar de ello, han votado a un candidato que ha sido condenado en firme por cometer 34 delitos, entre otros, falsificación de documentos o pagar a una actriz porno con la que tuvo relaciones sexuales estando casado para que guardase silencio. Un candidato que, para definir a su primera esposa, Marla Maples, no se le ocurrió otra cosa que decir: «Un diez en tetas y un cero en cerebro». De moral intachable.

Por otro lado, una quinta parte de los votantes de Trump son anti-élites, a pesar de que su principal apoyo ha sido el hombre más rico del mundo o que financiaba su campaña con cenas organizadas por millonarios en las que había que pagar hasta 250.000 dólares para poder asistir.

Sin embargo, los apoyos más surrealistas son los de ese 25% de sus votantes que se consideran defensores de la economía de libre mercado y del libre comercio. Digo que son los más surrealistas porque, en ese caso, no hay que incluir tan sólo a gente de la calle que pudiera pensarse que no esté bien informada. En ese grupo están -votando si viven en Estados Unidos o reconociendo a Trump como su líder- miles de economistas de prestigio mediático y personajes relevantes de todo el mundo que proclaman su fe liberal como si fuera una verdad científica.

Es ciertamente surrealista comprobar que los ultra-mega-hiper-liberales como Milei de todo el planeta se hayan encandilado con Trump. O, mejor que surrealista, una auténtica confesión de parte. Un verdadero autorretrato.

Quienes dicen defender las virtudes de la competencia, del mercado libre y el librecambismo en el comercio internacional votan y ensalzan como líder a quien ya ha demostrado ser, en sus anteriores cuatro años de mandato presidencial, un gobernante hiperintervencionista, destructor del libre comercio y firme partidario de utilizar la política fiscal, aunque para distribuir a favor de sus grupos de interés y saltándose a la torera cualquier principio que suponga promover la igualdad de oportunidades que garantiza el efectivo ejercicio de la libertad. El mismo que ahora vuelve a asegurar que subirá los aranceles para proteger a unos cuantos negocios (a costa de una inevitable subida de precios y de pérdida de ineficiencia general) en cuanto comience a gobernar.

Los ultraliberales que preconizan la disminución del Estado y la deuda pública han votado, apoyan y arropan como su líder, dentro y fuera de Estados Unidos, a quien ha sido el mayor fabricante de deuda pública de los últimos tiempos: durante su mandato de 2016 a 2020 aprobó 8,8 billones de dólares de nuevo endeudamiento bruto y redujo el déficit en 443.000 millones de dólares; a diferencia de lo ocurrido con Biden, quien aumentó la deuda en 2,6 millones menos (8,2 6,2 millones) y logró una reducción del déficit 4,2 veces mayor (1,9 billones).

El apoyo a un intervencionista como Trump, a quien utiliza sin descanso los resortes del Estado para beneficiar a unos pocos, por quienes se autoproclaman defensores acérrimos de la libertad, la competencia de mercado, el libre comercio y enemigos del Estado es la mejor prueba que pueda encontrarse del fraude intelectual, del cinismo y la miseria moral que esconde su ideología.

Detrás de Trump, Milei y de quienes defienden sus mismas ideas anti-Estado sólo hay una enorme y cada vez más patente falsedad. No buscan realmente lo que dicen, sino favorecer a la parte ya de por sí más favorecida de la sociedad. Los ingresos del 95% por ciento de la población se mantuvieron, en promedio, prácticamente constantes de 2016 a 2019, en el primer mandato de Trump, mientras que los del 5% más rico aumentaron un 17%. Esa es la realidad del «liberalismo» que pregonan. El editor de economía de Financial Times, Martin Wolf, la denomina «plutopopulismo», el populismo de los ricos; en realidad, de los muy, muy ricos, para quedarse con la riqueza de todos los demás.

Lo preocupante es que han acumulado mucho poder y que será muy costoso y complicado lograr que la gente salga del engaño y descubra la realidad.

lunes, 18 de marzo de 2024

La extrema derecha viene para quedarse

La extrema derecha avanza con gran organización y muy bien financiada mientras que enfrente no parece percibirse su peligro y apenas se la enfrenta con improvisación. 

El pasado noviembre,Trump prometió “extirpar de raíz… a los matones de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país”. Hace unos días, una candidata de su partido a superintendente de escuelas públicas en Carolina del Norte decía que los republicanos que siguen la Constitución.

 Entre nosotros, en España, Abascal acaba de decir, recordando los atentados del 11M, que hay españoles socios de Pedro Sánchez que los aplaudieron; y en Argentina, Milei reconoce que habla con sus perros ya muertos para elaborar sus políticas.

Cuando se leen declaraciones como estas se puede caer en la ingenuidad de creer que la extrema derecha que se extiende por el mundo es tan solo algo estrafalario, un momento de locura a iniciativa de un grupo de chalados y payasos, una exageración pasajera que se irá desvaneciendo poco a poco. Pero no es así.

Detrás de estos insultos a la razón, brutalidades y mentiras hay un proyecto de dominio en favor de grupos de interés muy poderosos, financiados por grandes capitales y con unas ideas muy claras sobre lo que necesitan y cómo lo pueden conseguir.

El impulso y apoyo a esa extrema derecha es una estrategia perfectamente planificada y organizada para ganarse a grandes masas de la población cada vez más maltratadas por las políticas neoliberales y evitar así que éstas se pongan en cuestión. Si alguien tiene dudas sobre esto que afirmo le recomiendo que visite la web donde se presenta y desarrolla el Proyecto de Transición Presidencial 2025 en Estados Unidos (aquí).

Este proyecto está organizado y financiado por la conservadora Fundación Heritage que ya hizo lo propio con Ronald Reagan y con Trump en 2016, aunque ahora ha ido más lejos y con mucha mayor concreción. 

Se basa en cuatro pilares, según se expone en dicha web: 

a) propuestas específicas para cada problema importante que enfrenta el país, basándose en la experiencia de todo el movimiento conservador; 

b) identificación, examen y selección de personas conservadoras de todos los ámbitos de la vida para servir en la próxima Administración republicana; 

c) capacitación adecuada para convertirlas en administradores conservadores eficaces; 

d) manual de las acciones que se tomarán en los primeros 180 días de la nueva Administración para “brindar un rápido alivio a los estadounidenses que sufren por las devastadoras políticas de la izquierda”.

En Estados Unidos van por delante, como es lógico, pero la cruzada contra las “alimañas” y “matones de la izquierda radical” no se limitará a aquel país. Trump acaba de bendecir a Viktor Orban: “No hay nadie mejor, más inteligente o mejor líder (…) Es fantástico”. Lo mismo ha hecho con otros dirigentes extremistas de diferente países en la reciente Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada en Maryland (Estados Unidos); y el Fondo Monetario Internacional ya ha dado el visto bueno a las políticas de motosierra impuestas por Milei en Argentina.

¿Conocen ustedes iniciativas ciudadanas de las izquierdas, en su conjunto y bien coordinadas, para generar inteligencia social y elaborar un discurso y un modelo socioeconómico y político alternativo al que defiende la extrema derecha, para seleccionar a mujeres y hombres que puedan convertirse en futuros dirigentes progresistas, poner en marcha proyectos pedagógicos para capacitarlos, o crear medios, no uno o dos, sino un sistema alternativo de comunicación social que combata las mentiras y suministre información plural e independiente que permita a los individuos pensar críticamente y con su propia cabeza?

Esta es mi preocupación. No tanto lo mucho que se hace para expandir a la extrema derecha, como lo poco que se lleva a cabo para combatir las amenazas que supone y la simplificación con que generalmente se viene haciendo.

viernes, 26 de enero de 2024

Trump, Milei y la condena ideológica: amar al opresor, odiar al oprimido.

A veces las masas operan de formas extrañas, contrarias a sus propios intereses. Parte de la culpa la tiene la ideología, que moldea al individuo para abrazar su propia miseria echándole la culpa al contrario. El elefante en la habitación es real y está a la vista de todos, pero ¿cómo y por qué crecen estas convicciones?

En un reciente artículo de Paul Krugman, el economista se preguntaba cómo es posible que, a pesar de que la economía y la creación de empleo en EEUU han sorteado con holgura el precipicio de la recesión durante el 2023 (logrando amortiguar el impacto de la inflación sobre el consumo), haya arraigado en la mente de una mayoría de la población estadounidense la idea de que, según su autopercepción de la realidad, la economía va muy mal y, por lo tanto, que sientan que sus vidas continúan empeorando.

La respuesta inmediata que proporciona Krugman queda circunscrita a dos convicciones. La primera se centra en que los votantes republicanos y sus lobistas continúan cabreados por haber perdido las últimas elecciones y, con ello, que Trump dejase de ser su presidente. La segunda, se refiere al calado que ha tenido en las masas afines el mensaje trumpista de MAGA (Make America Great Again o “que América vuelva a ser grande”).

Tal y como sostiene en su conclusión, hay un misterio inmanente en este fenómeno que las encuestas sobre la confianza en la economía nunca van a ser capaces de desentrañar por sí mismas, y solo le queda la consolación de asociar esta deriva a que el Partido Republicano ya no es lo que era. En verdad, su diagnóstico se queda corto. El fascismo, en cambio, como dinámica histórica, lo tiene más claro y siempre irá por delante de las estadísticas.

Para un teórico de la economía, establecer conexiones racionales entre lo que sucede en la base material o productiva de una sociedad y el influjo que la ideología dominante (la superestructura) despliega en su modo de funcionamiento viene a ser terreno pantanoso. Cuando lo intenta, el resultado suele ser asimétrico y hasta incomprensible. Ciertamente, no es racional a la vista de los hechos que casi el 70% de los simpatizantes republicanos todavía crea que el resultado electoral de 2020 fue un fraude.

En consonancia, se ha constado durante décadas el sesgo partidista que prolifera en la mentalidad colectiva de un país en función del partido que gobierna, de modo que, en este ejemplo concreto, cuando los republicanos están en el poder, el sentimiento fuerte de sus votantes se encamina a percibir que inexorablemente la economía se comporta fabulosamente, aunque los datos objetivos demuestren lo contrario. Esta disonancia cognitiva también arraiga entre los demócratas, pero en este grupo la distorsión resulta más moderada en cuanto a que la fantasía de ver en un determinado momento un oasis donde solo hay un enorme desierto se reproduce con una considerable menor intensidad.

En España, como en otros países de nuestro entorno, tiene lugar el mismo contagio procedente de ese tipo de espejismo o imagen fantasmática proyectada sobre el espejo ideológico en el que la población queda determinada para reconocerse a sí misma (así es como se explicaría que los votantes del Partido Popular crean sin dudar en la propaganda de que sus representantes son extraordinarios gestores en detrimento, por lo general, de las habilidades de los del PSOE. Después, cuando la realidad desmiente la imperturbabilidad de tal asunción, optan por un rechazo categorial en vez de aceptar la perturbación de la creencia sedimentada). En resumen, podemos intuir que la recreación subyacente de quién creemos ser como integrantes de una sociedad no se puede explicar únicamente en términos sociológicos ni económicos. Hay que exfoliar la subjetividad que crea lo ideológico para distinguir los mecanismos por los que el discurso político logra transformar el carácter psíquico de las masas.

En efecto, la manera en que a la gente le va en la vida real (su capacidad de ingresos para valerse de alimentación, vivienda, sanidad, educación, ocio, transporte, etcétera), unida a los procesos de socialización basados en el respeto a la ley, los valores morales, la concepción y práctica de la sexualidad, la paternidad y resto de costumbres, impactan en el formalismo con el que se reprimen los instintos, formando el inconsciente, así como el conjunto de la estructura psicológica que condiciona la personalidad. Dicho de otro modo, el factor socioeconómico modifica lo caracterológico de las personas tanto como el factor ideológico. De hecho, el poder ideológico no estriba en su capacidad para dirigir la economía o reformar las instituciones, sino en alterar las estructuras psíquicas con las que las personas “funcionan” y consienten que se les imponga una visión especifica con la que comprender la realidad y aceptarla.

LO PSICOLÓGICO ES SOCIAL: ALTERAR EL ESTADO DE ÁNIMO

En el período de entreguerras, Freud estableció un principio de anclaje entre el materialismo y el proceso civilizatorio que opera a escala mental cuando reconoció que “la psicología individual es al mismo tiempo, y desde un principio, psicología social”. Por consiguiente, observó que había una relación directa entre la posible cura de un individuo y el hecho de que su origen estuviera localizado tanto en la estructura social que forma a las masas como en las familiares en la que se desenvuelve cada persona. Luego, o bien se corrige en el ambiente colectivo lo que produce la patología o bien ésta se hará resistente y no dejará en paz al sujeto, retornando una y otra vez para importunarle la existencia.

Es pertinente que aclare que no es mi intención prescribir que haya que aplicar el método psicoanalítico sobre todo tipo de fenómenos sociales contradictorios, incluidos los que tanto le sorprenden a Krugman, ni que dicho método sea una herramienta infalible para desocultar los motivos indecibles, vergonzantes o maliciosos de las personas para hacer o dejar de hacer, sino que hay que aprovechar los descubrimientos del psicoanálisis y algunos de sus conceptos para que aporten luz sobre aquello que no termina de encajar, es decir, sobre lo que para las ópticas sociológica y económica resultan ser conductas extrañas que necesariamente tienen su origen en fuentes irracionales.

Para entenderlo con precisión, imaginemos que un colectivo se rebela contra una autoridad. Esta decisión podría ser racional y materialmente explicable por el hecho de que estuvieran soportando una situación de obediencia ciega por la que tendrían que reproducir una conducta sumisa que les estuviera condenando a vivir explotados, por lo que el previsible autoritarismo que estaría gobernando sus vidas habría llegado a un punto en el que se habría vuelto insoportable para su propia dignidad e intereses. En un escenario como este, el levantamiento nos parecería que es justamente lo que tenía que ocurrir, con independencia de nuestras simpatías o animadversiones a apriorísticas con ese hipotético colectivo.

Sin embargo, ¿qué sucede cuando ciertos colectivos oprimidos no solo es que prescindan de cualquier acción para cambiar una situación similar que les empobrece, sino que, paradójicamente, la apoyan como algo necesario o natural? Entonces sí que resulta forzosa la indagación psicológica para abordar la totalidad de las causas que propician que hayan cedido. Sería una situación en la que la ideología estaría operando sobre la respuesta emocional de cada persona y su comportamiento dentro de una masa.

Un enunciado con el que trabaja el poder ideológico hegemónico consiste en convencernos de que los sujetos que se rebelan contra lo establecido por la ley, fundamentalmente lo hacen por su incapacidad para saber adaptase, de manera que sufren de una regresión a un estadio infantil. Si llevamos este marco a la educación política de las masas, resultaría que la no-adaptación supone que determinadas personas no terminan de aceptar que, para ciertos, contextos deben adoptar una actitud que, en la práctica, les perjudica o legitima efectos destructivos en lo social.

El trasfondo de aquello a lo que aspira lo ideológico es crear obstáculos para que no se produzca el desarrollo normal de los procesos sociológicos. Es decir, un desarrollo sociológico típico o normal sería que las personas de clase trabajadora se asocien entre sí y apuesten por políticas económicas y sociales que les supongan ganancias objetivas (la misma coherencia se debería dar entre emprendedores o propietarios de empresas). Cuando esta dinámica es obstruida y las partes toman decisiones antagónicas, el abordaje tiene que ser otro.

Wilhelm Reich, discípulo de Freud (aunque posteriormente repudiado por su maestro debido a la radicalidad de sus posiciones), fue pionero en tratar de esclarecer los diversos eslabones que conectan la pertenencia de las masas a una determinada clase social, con sus respuestas típicamente irracionales y contrarias a lo que cabría esperar por su indexación socioeconómica. En una de sus célebres comparaciones, consideraba que una mujer trabajadora católica y afiliada al partido nazi versus una mujer trabajadora atea y comunista se diferenciaban psicológicamente en que la primera, como representante de un arquetipo sociológico, habría desarrollado una dependencia autoritaria respecto a sus padres durante su niñez y juventud, y que dicha subordinación habría continuado reproduciéndose durante su matrimonio, cediendo a que su subjetividad fuera articulada por el orden patriarcal que, por defecto, reprime sus deseos sexuales, produciendo en ella una aversión o resentimiento hacia los planteamientos del feminismo comunista alemán de la época y el proyecto de autodeterminación y emancipación de la mujer que se manejaba. Reich explicaba que este etalonaje del carácter modelado ideológicamente por la tradición burguesa y la influencia religiosa desembocaba en una incapacitación del sujeto para cultivar el pensamiento crítico, en el sentido de negarse a cualquier tipo de revisión de sus creencias trasmitidas por el Superyó y no abrirse a otro tipo de influencias, es decir, desvalorizar por norma el discurso del Otro. Cualquier esfuerzo persuasivo basado en argumentos racionales sobre este tipo de persona, a su juicio, resultaría un despilfarro propio de un ingenuo.

En suma, el punto de capitón con el que Reich justifica la urgencia de analizar este tipo de realidades sociales aparentemente incompresibles pasaría por evitar la crítica vulgar de limitarse a calificar que determinado tipo de estrato social ha sido víctima de un ofuscamiento pasional o de un atontamiento cognitivo, para, en cambio, advertir que se ha producido antes una alteración psíquica profunda que, irremediablemente, afecta a la sexualidad como proceso social. En cualquier caso, la anterior comparación de los arquetipos de una nazi y una comunista del siglo XX necesitaría hoy en día de una calibración ad hoc para, por ejemplo, clasificar los diferentes tipos de carácter que están asimilando las ideologías feministas circulantes y divergentes entre sí, e identificar cómo tramitan su ligazón particular (sea de afecto o de rechazo) con la diversidad de identidades sexuales que se han visibilizado en la modernidad, especialmente con la transexualidad.

El impacto de la ideología puede hacer mella en cualquier tipo de personalidad, pero, a tenor de las diferentes experiencias analíticas de Reich, Freud, Ferenczi y Adler, posee más posibilidades de generar neurosis cuando aterriza sobre aquellos que son tendentes al masoquismo y, por extensión, al sadismo. Hay que señalar de modo sucinto que el masoquista no es alguien que sienta placer con las cosas que a una persona normal le generan displacer (asco, miedo, dolor, etcétera), sino que tiene una predisposición a no soportar el placer, sustituyéndolo por acciones, estímulos, pensamientos o decisiones (síntomas) que le generan sufrimiento, privación, angustia, sentimiento de inferioridad, pesimismo, envidia, odio, impotencia y otras emociones negativas similares. Esta fase continúa aleatoriamente con la sádica, es decir, con el resentimiento y la ira, torturando a otros como medida para sofocar su propia frustración por no poder gozar si este goce no se acompaña de dolor (mordiendo, rasgando, fracturando, e hiriendo tanto el cuerpo del Otro como el de uno mismo).

Por supuesto, el resultado de la venganza es la culpa que se instrumentaliza en todas las direcciones posibles, incluida la inconsciente, para suministrar la repetición del síntoma a través de la victimización. En este circuito, la respuesta del lenguaje del sujeto afectado es algo parecido a: “No valgo nada, pero merezco que me quieras”; “Castígame cuanto desees si con ello te hago feliz”; “La culpa de que sea como soy es solo tuya”. Digamos que la condena que recibe, aunque siendo inmerecida, le estaría suministrando la única posibilidad de alcanzar la relajación o, dicho con otras palabras, el dogmatismo de no permitirse ninguna oportunidad para dudar de la idea de que el migrante es siempre una amenaza para los suyos, que la homosexualidad es una psicosis perjudicial y que padecerla es una vergüenza, que el patriarcado es independiente de la naturaleza autoritaria, que la mujer, el negro, el judío y el musulmán son seres biológicamente inferiores y sospechosos de incurrir en actos inmorales, o que el socialismo científico supone automáticamente el colapso de la economía y la democracia, son derivados inmediatos de un impacto ideológico sobre la psique, y mantener a salvo la veracidad de estas creencias irracionales pasa a formar parte del equilibrio libidinal del sujeto.

FASCISMO UNIVERSAL: EL DISCURSO DE MAGA

Para el fascismo, el paciente ideal al que convertir es aquel que sufre de una intensa frustración por haber cedido a la represión que las estructuras sociales y económicas le han impuesto. Por eso, el fascismo irrumpe fácilmente en aquella persona que tiene miedo a “explotar” (a un orgasmo sin inhibiciones), esto es, atrae al que alberga miedo a la auténtica libertad (lo que viene a ser el mayor temor del neurótico sadomasoquista).

El fascismo no podemos reducirlo a la existencia de un partido político, sino que se trata de la expresión de lo irracional de los hombres cuando responden como una masa o colectivo a los problemas de la vida, componiendo una actitud absurda y anticientífica con respecto al conocimiento de lo que es el hombre, el amor y el trabajo. Consecuentemente, es una totalidad discursiva que pretende trastocar a lo cultural económico, lo cultural social y lo cultural que afecta a lo sexual. ¿Qué vende? Suministra, como solución imaginara para cubrir las ansias de una autoridad fuerte, la reverencia a una personalidad con el poder de darlo todo y suprimirlo todo. El fascismo administra el deseo de ceder a un caudillaje para que sea la voluntad de un padre agresivo y omnipotente (con la reminiscencia de poseer el poder de castración) quien aporte su propósito vital individual como si este debiera ser el destino para toda la humanidad.

En el aclamado filme La cinta blanca (2009) de Michael Haneke, reconocemos algunos de los indicios que siempre deberían llamar nuestra atención sobre la presencia latente de estas dinámicas en la cultura que nos rodea. En la película se realiza una valiosa indagación sobre cómo la familia autoritaria y la represión sexual desencadenaban conductas psicóticas y actos sádicos que silenciosamente iban acomodando la emergencia del nuevo estado autoritario que estaba a punto de despuntar en Alemania justo en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial.

De forma similar, el fascismo histórico que ha penetrado en las bases republicanas de la América profunda en nuestros días (con la proliferación de las instituciones de filiación religiosa que desintoxican a jóvenes de sus deseos homosexuales, a la vez que cada año se refuerza la legislación anti-LGBTQ en estados como Montana, Florida, Arkansas y Tennessee) refleja este mismo tipo de enraizamiento captado por Haneke: un cúmulo de inhibiciones y angustias que afectan a la identidad sexual y que se conectan tanto con el carácter como con la ideología.

A la vista de lo expuesto hasta aquí, podemos suponer que, en línea con las conclusiones de Reich, los sujetos, hombres o mujeres, que viven en un estado material precario, si resulta que la ideología les ha modificado su conduta sexual (lo que incluye los impulsos artísticos), esa modificación podría dar lugar al habitus de que fueran en contra de sus propios intereses materiales. Lo explico con más detalle: cuando la represión afecta solo a lo material, la sublevación política de las personas será más factible de que suceda. Pero cuando la represión provoca que los impulsos y deseos queden ocultos o se hagan inconscientes, y hace que simultáneamente se prodiguen ataduras con una compresión vulgar, por ejemplo, de un tipo de mentalidad religiosa o de una ética del trabajo disciplinada hasta el extremo o dictatorial, buscando inhibir lo sexual y perpetuar el patriarcado. Todo ello moviliza una coraza infranqueable para que pueda estallar cualquier forma de movilización emancipadora en las masas a pesar de su precariedad existencial. De ahí que las libertades en el ámbito de lo social (cambio de sexo, derecho al aborto, el divorcio, el matrimonio entre personas LGBT, la igualdad de género) sean fenómenos que socavan las fuerzas del fascismo en cualquier sociedad.

Los resultados de una encuesta recién publicada en este inicio de 2024, dirigida por investigadores de un centro de estudios para la prevención de la violencia de la Universidad de California en San Diego, arrojan que, dentro de los votantes republicanos, los que se identifican con el discurso MAGA (escorado hacia la xenofobia, la homofobia, el control de las libertades individuales a través del sistema educativo, la defensa del uso de armas, el belicismo exterior, elevar muros frente a los migrantes, negar el cambio climático, bajar los impuestos y todo tipo de ayudas a minorías, prescindir de servicios públicos y de políticas de igualdad de género y racial, etcétera) están más de acuerdo en considerar que en EEUU la democracia se encuentra en peligro, que tener un líder fuerte como presidente es todavía más importante que preservar las libertades democráticas, y que sería muy conveniente patrullar con ciudadanos armados los colegios electorales en las próximas elecciones presidenciales para garantizar que no se manipulen los resultados. Estos “relatos” sociólogos nos indican que el elefante en la habitación es real y que está a la vista de todos, pero volvemos al punto de inicio: cómo y por qué crecen estas convicciones.

En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud explicaba que, en el fenómeno del populismo, el dominador se presenta con la apariencia de libertador, es decir, como un opositor al sistema. La masa descontenta se identifica con él, pero será únicamente él quien obtenga la tan anhelada satisfacción. El resto, sus seguidores, solo encontraran vacío llegado el momento. Solo así se explican los casos de Milei y Trump. La extrañeza irracional nos sacude por el hecho de que el individuo que se une a la masa, véase los MAGA, jamás accede a un poder colectivo efectivo como para transformar su situación personal, salvo que se convierta en un vicario del poder del caudillo.

¿Qué le podría sugerir Freud a Krugman para buscar alguna solución al dilema estadounidense? Quizá que cada uno de los votantes republicanos ya no son niños, y que, por ello, dado que no existen tan solo dentro de una estructura familiar, sino que forman parte de una intricada red de producción, es necesario transformar lo uno y lo otro. La solución para salvar la democracia no puede limitarse a que la economía vaya bien, porque, además, el sistema prevé que nunca lo hará para todos por igual, y su lógica de funcionamiento continuará sirviendo como conductor de relaciones de dependía hacia una autoridad superior. El enigma de la autoridad en el terreno de la sexualidad, la ciencia y la política continúa siendo el campo de batalla en el que se decide tanto el presente como el porvenir, aunque este último sea una ilusión.

lunes, 9 de noviembre de 2020

_- El problema no es Donald Trump

_- Hace cuatro años escribí en este periódico, (La Opinión de Málaga) a petición de su Director, un artículo sobre la elección de Donald J. Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Después de cuatro años de mandato, el artículo cobra mayor fuerza. Porque resulta increíble, a mi juicio, que más de 65 millones de votantes, hayan apoyado ahora con su voto una gestión tan calamitosa (más de 22000 mentiras según el Washington Post, desprecio por la lucha contra el cambio climático, enriquecimiento ilícito, pésima actuación ante la pandemia, prepotencia a raudales, defraudación a la Hacienda Pública, paralización de la reforma sanitaria de Obama, olvido de los desfavorecidos, dureza en el trato a los inmigrantes, abuso de poder, instalación de un estilo chabacano en la Casa Blanca…). Resulta increíble que, después de esos cuatro años de mandato, hayan tenido lugar unas elecciones reñidas, ajustadas en sus resultados. Pensé que el candidato demócrata, fuera el que fuera, se llevaría la victoria de calle. Y no ha sido así. ¿Cómo es posible?

La reacción del candidato republicano proclamando su victoria en la noche electoral antes de que se hubiera terminado el recuento, su afirmación de que no abandonará la Casa Blanca de forma pacífica, su acusación sin prueba alguna de “gran fraude a la nación” cuando ve que su adversario gana terreno, su insistencia en que se detenga el recuento de votos, la agitación de sus seguidores…, dejan al descubierto la catadura moral del todavía Presidente. El apellido de Trump (estuve no hace mucho en su impresionante torre de Nueva York) me lleva de forma inevitable al adjetivo ”tramposo”. Voy a hacer lo que nunca he hecho. Voy a reproducir aquel artículo porque tiene hoy una mayor vigencia, ya que los millones de votantes de Trump apoyan ahora no solo promesas electorales (muchas no cumplidas, por cierto) sino políticas y formas de actuación detestables. Esto decía hace cuatro años. Ahora lo subrayan los hechos.

“El que haya una persona (un personaje) como Donald Trump no es un problema para una sociedad. No. No es un problema inquietante para un país ni para el mundo el hecho de que haya un individuo xenófobo, racista, machista, zafio, autoritario, descortés, grosero, mentiroso, violento… El problema es que ese individuo pueda convertirse en candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo y que, posteriormente haya sido elegido como el 45º Presidente de su historia.

El problema es, pues, que este personaje insolente y provocador haya sido elegido por millones de votantes entusiastas. Le han votado mujeres a pesar de que han aparecido testimonios más que evidentes de su machismo y de su grosería. ¿Cómo es posible ese inusitado fervor tras los carteles “Women for Trump”? Sería más oportuno enarbolar una pancarta con estos lemas: “Mi opresor tiene razón”. “Mi verdugo es maravilloso”. “Mi maltratador es admirable”. La actriz Susan Sarandon, que lo apoya, ha dicho que ella no vota con la vagina. Pues con la cabeza creo que tampoco. ¿Qué les pasa a las mujeres americanas que no quieren que haya por primera vez una mujer en la presidencia de su país? ¿No sería un avance respecto a ese maldito androcentrismo que causa tantos daños?

Le han votado mexicanos a los que ha despreciado de forma insistente y vergonzosa. Le han votado inmigrantes a los que ha tratado de delincuentes. Le han votado negros a los que ha maltratado verbalmente. Y le han votado a él. Digo esto porque el voto no se le ha dado al Partido Republicano sino a su persona y figura. A los valores que él defiende y representa. Para echarse a temblar.

¿Cómo puede obtener un solo voto un candidato que dice que, aunque matase a alguien de un tiro en la Quinta Avenida, sería igualmente apoyado? ¿Cómo puede tener un solo voto alguien que dice que no aceptará los resultados si no es él el ganador? ¿Cómo puede ser votado alguien que afirma que las mujeres se dejan arrastrar a gusto por el fango a manos del hombre que tiene fama, dinero y poder? ¿Qué tipo de democracia defiende? ¿Qué tipo de sociedad desea? ¿En qué tipo de valores cree?

Todas estas inquietudes desembocan en una preocupación que, siempre que tiene lugar un fenómeno de este tipo, se me presenta en forma de pregunta acuciante: ¿para qué les ha servido la escuela a los votantes de Donald Trump? ¿Cómo razonan, cómo argumentan, como analizan la realidad, cómo se comprometen con ella?

En el año 2001 escribió Philippe Perrenoud un artículo titulado “L´école ne sert à rien” (La escuela no sirve para nada”). Confieso que cuando leí el título me quedé noqueado. Según esa afirmación habría tirado mi vida por las alcantarillas de la historia. Desde los 19 años he trabajado en la escuela.

El artículo apareció en “La Tribune de Genève”. Es tan breve como contundente. En él dice que de los doce dignatarios nazis que decidieron construir las cámaras de exterminio, más de la mitad tenía un doctorado. De donde se deduce que un alto nivel de instrucción tiene muy poco que ver con el orden de la ética. Y en él hace referencia el sociólogo suizo a los electores y electoras del país americano. Traduzco del francés:

“Los acontecimientos recientes demuestran de manera dramática que se puede tomar a los ciudadanos por imbéciles y tener todas las posibilidades de ser aclamado en las elecciones. Y así el 90% de los americanos mantienen a un presidente (se refiere a George Bush) del que la historia dirá, a buen seguro que ha profundizado la fractura entre el Norte y el Sur, entre el cristianismo y el islam, entre los ricos y los desheredados. La escalada del terror es escondida por los aplausos del pueblo, de modo que la condena del terrorismo impide percibir sus causas profundas y la parte de responsabilidad de los Estados Unidos. Ben Laden no es más que un síntoma de un mundo injusto, que la política de los países ricos reproducen. Para qué le ha servido la escuela a los americanos si la emoción y el nacionalismo atrofian el juicio de las personas instruidas?”.

La escuela tiene, a su juicio, dos finalidades Primera: desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo. Y segunda: construir las herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como colectiva. Por eso concluye: “el sistema educativo está lejos de alcanzar sus objetivos fundamentales”.

Algo falla, pues. O la escuela no ha cumplido bien su misión o los escolares han traicionado lo que han aprendido durante todos los años de escolaridad.

Sé que puede parecer petulante creer que quien no piensa como tú está peor formado. Pero es que, en este caso, el candidato era tan esperpéntico, tan bruto, tan desconsiderado, tan despótico, tan caprichoso, tan demagógico, tan machista, tan ególatra, tan violento, tan agresivo… que cuesta entender las razones que hay detrás del voto.

Insisto, el problema no es Donald Trump. El problema es la enorme masa de votantes de Donald Trump. Apareció como un payaso en un circo y se ha convertido en el tigre del circo que ha devorado los valores de respeto, igualdad, justicia, solidaridad, apertura y libertad que son la esencia de la democracia. Donald Trump, Presidente. Que Dios nos ampare”.

Hasta aquí el artículo de hace cuatro años. Ahora añado algunas peguntas más que inquietantes: ¿qué le hace falta a algunos votantes para rechazar a un candidato?, ¿qué tiene que decir y qué tiene que hacer o dejar de hacer para ver que es un peligro público?, ¿cómo explicar la euforia de los votantes de Donald Trump y su rechazo a los resultados que dan como ganador a su adversario?, ¿cómo justificar ese mal perder del que están haciendo gala?

Tengo tres explicaciones, que se han fortalecido en estos cuatro años: falta de educación, falta de educación y falta de educación. En el sentido más profundo de la palabra.


lunes, 7 de septiembre de 2020

La caída del imperio americano

El cineasta Oliver Stone y el historiador Peter Kuznick hacen de su segunda entrega de ‘La historia silenciada de Estados Unidos’ un nuevo alegato contra la política exterior de su país, ampliado ahora a Obama y Trump

Oliver Stone se mira a sí mismo como la conciencia de América. Premiado con un Oscar por su primera pelícu­la, Platoon, de un antimilitarismo beligerante, continuó con una saga renovadamente crítica de la política de su país. Nacido el 4 de julio, JFK y Nixon cosecharon éxitos de taquilla al tiempo que concitaron el interés por su antagonismo evidente con el relato oficial de los hechos. Autor también de un memorable reportaje sobre Fidel Castro, al que acompañó durante semanas en un periplo por la isla cubana, en 2013 presentó en el Festival de San Sebastián su serie de televisión La historia silenciada de Estados Unidos. Esta a su vez dio origen a un libro del mismo título, firmado en compañía de su coguionista, el historiador y profesor Peter Kuznick. El documental, en 10 capítulos de una hora cada uno, fue transmitido un par de veces por RTVE y obtuvo un éxito discreto de audiencia. Ahora llega a las librerías españolas la segunda parte de su versión escrita, una especie de estrambote del primer original que analiza las presidencias de Obama y Trump, sin que ninguno de los dos salga precisamente bien parado.

La tesis fundamental que atraviesa toda la saga es que Estados Unidos, que nació de una revolución libertaria para su época, podría haberse convertido en una democracia medio virginal si no hubiera elegido en ocasión de “la guerra de Cuba y la sangrienta intervención en Filipinas” los senderos “que impulsaron a Norteamérica a la carrera global de la conquista y el imperio”. Por si quedaran dudas de su atroz diagnóstico, señala que “siglos de esclavitud, genocidio de nativos americanos, explotación de obreros y misoginia ya se habían cobrado su precio, pero la redención parecía todavía al alcance”.

No se produjo sin embargo y “la nación que fue una vez ejemplo para las democracias incipientes del mundo se ha convertido en un modelo de disfunción”, en el que prácticamente nada marcha como es debido, la corrupción campa por sus predios y el espacio público compartido, que es el señorío de la política, se reduce cada vez más. Es de suponer que estas frases lapidarias pertenecen al impulso personal de Stone, mientras que las muy extensas notas documentales que ilustran el relato son fruto del esfuerzo de su coguionista. Los autores se muestran abiertamente críticos contra las versiones oficiales de los hechos propagadas por la Casa Blanca y los medios icónicos del país. Hacen una defensa no demasiado entusiasta de Snowden, por cuanto gracias a las filtraciones que propició se han podido conocer muchos aspectos del lado oscuro de la historia, y se muestran relativamente eclécticos respecto al papel de Rusia en la nueva versión de la guerra fría, desatada ya desde hace un par de décadas.

La caída del imperio americano
La tesis fundamental parece obvia: el mundo cambió para peor después de la invasión de Irak, una guerra ilegal que además de causar cientos de miles de muertos hizo retroceder la situación en Oriente Próximo a etapas que se creían superadas. La actual guerra de Siria, la intervención activa de Rusia en ella y el desastre general provocado en la región es consecuencia de la decisión del trío de las Azores, al que casi ni se le mienta, para beneficio de Blair y Aznar. La carrera armamentística y la reciente multiplicación de armas nucleares suponen en gran parte una respuesta a la escalada de la OTAN, que ha ampliado sus defensas en el este de Europa. Son decisiones tomadas sobre todo para satisfacer las aspiraciones presupuestarias de las fuerzas armadas norteamericanas.

Mientras se subraya la frustración de los electores de Obama, que no solo fue incapaz de cumplir lo prometido, sino que cebó la bomba del militarismo imperial, mantuvo los programas bélicos de aviones sin tripulación y amparó el desarrollo de nuevas armas nucleares, la opinión sobre Trump es sorprendentemente ambigua. Dicen más o menos que es un zoquete fanfarrón, machista, especulador y zafio, pero apuntan que su comportamiento, fruto de su ignorancia o su ingenuidad, se debe igualmente a una cierta tendencia suya a pensar que todo es negociable. De ahí su disposición a tratar de solucionar la crisis de Corea del Norte en diálogo con Kim Jong-un, a la vez que amenazaba lanzar un ataque nuclear contra Pionyang, lo que habría desatado la tercera guerra mundial.

También sus intentos iniciales de llevarse bien con Rusia, frustrados por la presión del Pentágono y los servicios de inteligencia, y hasta su oferta de diálogo al líder iraní, pondrían de relieve no solo la inconsistencia de su forma de actuar, sino también el hecho de que al fin y al cabo él es alguien dispuesto a verse con todo el mundo (recientemente lo dijo con relación a Maduro). Semejante comportamiento errático, incomprendido e inaceptable por quienes controlan el corazón del sistema, choca irremediablemente con el poder en la sombra de la verdaderas cloacas del Estado: los servicios de inteligencia, el complejo militar industrial, los centros de decisión económica y el aparato electoral y mediático. La popular tesis de que en América todo se resuelve con dinero se demostró, por ejemplo, en el caso de la victoria de Hillary Clinton para su nominación como candidata presidencial frente al empeño fracasado de Bernie Sanders.

El libro aporta una gran cantidad de documentación e incide como era de esperar en el papel de la nueva China, potencia alternativa al declive americano, aunque no añade casi ninguna novedad. Más interesante es el análisis que hace de la cuestión de Ucrania y las acusaciones directas respecto a la intervención abusiva de Estados Unidos, que justificarían de nuevo las reacciones de Putin. En general la obra es un alegato contra la política exterior americana que ofrece “cuerda más que suficiente para colgar a Estados Unidos en lo que a derrocar Gobiernos atañe, incluidos algunos elegidos democráticamente”. Desde su particular memoria histórica, concita una interesante reflexión sobre el presente y el futuro de la que un día fue la primera democracia mundial.

BUSCA ONLINE ‘OBAMA, TRUMP Y LA HISTORIA SILENCIADA DE LOS ESTADOS UNIDOS EN EL SIGLO XXI’

Autor:
Oliver Stone y Peter Kuznick.
Traducción: Hugo A. Cañete.
Editorial: La Esfera de los Libros, 2020.

Formato: tapa blanda (216 páginas, 17,90 euros).

https://elpais.com/cultura/2020/08/18/babelia/1597740249_631526.html

sábado, 4 de abril de 2020

«La pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global»

 Noam Chomsky

Para el pensador estadounidense –quien aprovechó el aislamiento en que se encuentra para responder preguntas a El Mostrador– «la situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla».



La evidencia científica apunta a que la aparición del COVID-19 no fue de modo alguno imprevisible. De hecho, en un artículo publicado el pasado lunes en El Mostrador, la Sociedad de Microbiología de Chile sentenciaba en forma preocupante que “tal como lo hemos visto incluso en estos días, las decisiones sobre la pandemia de SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, son en muchos casos basadas en criterios políticos y económicos, más que en la evidencia científica”.

Basado en estas evidencias, Noam Chomsky estima que la aparición del COVID-19 se pudo prever, pero que, dado el modelo económico, era difícil que los recursos públicos fueran destinados a escenarios de prevención hipotéticos.

El intelectual, quien no requiere de mayor presentación, respondió desde su lugar de aislamiento a este cuestionario de El Mostrador sobre la pandemia que desafía a la humanidad.

-¿Cómo está profesor?

Personalmente bien. Aislado.

-La situación se reveló más seria de lo que en un principio el gobierno de Trump previó.

La reacción de la administración Trump ha sido un desastre: negación, confusión, pérdida de tiempo. Por ahora, Estados Unidos es el único país importante que ni siquiera puede proporcionar información precisa a la Organización Mundial de la Salud. El gobierno finalmente está dando algunos pasos: demasiado tarde, demasiado limitado.

-De pronto pasamos de lidiar con la emergencia climática y la amenaza nuclear a una pandemia devastadora. ¿Era previsible de alguna forma?

Se ha esperado durante algún tiempo, se estimaba que otra pandemia estaba en camino, tal vez causada por un coronavirus similar al SARS. Las compañías farmacéuticas no tenían interés en la preparación de antídotos. Sin ganancia inmediata. Por otro lado, las iniciativas gubernamentales han sido bloqueadas sistemáticamente por la doctrina neoliberal imperante, que autoriza al Estado a proporcionar subsidios a las corporaciones y rescatarlas de los problemas, pero no interferir con su control del mercado, incluyendo el farmacéutico.

-¿A qué responde la situación que enfrentamos?

Como mencioné, la pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global. Para las compañías farmacéuticas privadas, las señales del mercado eran claras: no desperdicies recursos en la preparación anticipada para una pandemia. El gobierno podría haber intervenido, como en Corea del Sur, pero eso entra en conflicto con la ideología neoliberal; interferiría con los sagrados derechos del poder privado concentrado. El papel del gobierno es subsidiar y proporcionar derechos de patentes exorbitantes, asegurando ganancias colosales. Pero no interferir con las prerrogativas de privilegio y riqueza.

-Trump y Bolsonaro pasaron de decir que era una invención de los medios de comunicación a tomarlo con cierta seriedad.

Mucho de lo que ha pasado globalmente, se debe a ese enfoque de reaccionar tardíamente.

-Esta crisis ha expuesto el verdadero estado de los sistemas de salud pública, que no están pasando la prueba

Muy cierto. También demuestra cómo han sido debilitados por los programas neoliberales de la generación pasada. -La crisis pandémica a su vez provocará una crisis económica, que evoca la crisis subprime o incluso la de 1929, ¿cuál es su apreciación?

La situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla.

Fuente: https://www.elmostrador.cl/destacado/2020/03/25/noam-chomsky-la-pandemia-es-otro-caso-de-la-falla-masiva-del-mercado-como-el-calentamiento-global/

jueves, 13 de febrero de 2020

Gretchen Whitmer: “La verdad y los hechos importan”. La gobernadora de Michigan da la réplica a Donald Trump con un discurso inclusivo que apuesta por los jóvenes.

La tempestad y la calma. La retórica divisiva de un presidente sometido a un juicio político por abuso de poder y obstrucción al Congreso frente al sosiego de una gobernadora que durante su tiempo en el Senado estatal trabajó con los republicanos para mejorar la vida de sus ciudadanos. A Donald Trump le dio la réplica Gretchen Whitmer, 48 años, gobernadora del Estado de Michigan, que declaró que los estadounidenses son capaces de llevar a cabo grandes logros cuando trabajan unidos.

Whitmer desmontó parte de las bondades de las que se jactó Trump. “No importa lo que el presidente diga sobre el mercado de valores”, dijo la gobernadora con un control absoluto de la escena. “Lo que importa son los millones de personas que luchan para salir adelante o no tienen suficiente dinero al final del mes después de pagar sus préstamos universitarios o sus medicinas”.

La elección del Partido Demócrata para que la gobernadora de este Estado del medio oeste respondiera a Trump no es casual. Trump ganó Michigan en 2016 por menos de 11.000 votos conquistando el apoyo de los trabajadores con menores ingresos en la escala salarial. Michigan no había votado por un presidente del Partido Republicano desde 1988. En este nuevo ciclo electoral, los demócratas pretenden recuperar el terreno perdido.

Con su nombre sonando como potencial candidata a la vicepresidencia del Partido Demócrata, Whitmer aseguró que la clase trabajadora del país sufre. “En todo el país, los salarios se han estancado mientras que los sueldos de los directivos se han disparado”, acusó la gobernadora.

Whitmer explicó también que su intención era fijarse en los jóvenes, en los millones de ellos que, como su hija, votarán el próximo mes de noviembre al próximo inquilino de la Casa Blanca. Si el presidente obvió referirse al impeachment del que con toda probabilidad será exonerado este miércoles, la gobernadora declaró que “nadie” está por encima de la ley. "Ha llegado el momento de pasar a la acción", dijo Whitmer. “Las generaciones jóvenes cuentan con nosotros para ello”. “La verdad importa”, dijo la gobernadora, “los hechos importan”. Para Whitmer, la clave está en trabajar a favor de algo, no en contra. “Insultar a la gente en Twitter no ayuda”, expresó la demócrata en referencia a la verborrea tuitera que sufre el presidente, Donald Trump.

Por segundo año consecutivo, el Partido Demócrata ha elegido para la réplica en el discurso del estado de la Unión pronunciado por el presidente a una figura de fuera del círculo de Washington. Whitmer ha desgranado los problemas que atenazan al país a través de su historia personal. La gobernadora ha hecho un símil por el que se ha definido como “generación sandwich”, aquella que vive atrapada entre el cuidado de los hijos y el de los padres. Ha sido entonces cuando ha declarado haber vivido “un momento increíblemente difícil" que la moldeó como nunca lo había hecho nada antes. Durante una época de su vida tenía que hacerse cargo de su hija recién nacida mientras cuidaba a su madre enferma de cáncer y peleaba contra su seguro médico por no hacerse cargo del tratamiento de quimioterapia.

Defensora recalcitrante de los derechos de las mujeres y el MeToo, Whitmer reveló públicamente (durante un debate legislativo en 2013 sobre la cobertura del seguro de salud para abortos) que fue violada durante su época universitaria.

La convicción con la que en la noche del martes expuso sus ideas y la serenidad con la que se dirigió a los miembros de la Cámara confirman lo que los líderes demócratas nacionales piensan de ella: que es una mujer elocuente, inteligente y fuerte. Como colofón, Whitmer dejó un consejo para los ciudadanos: “Recuerden. Escuchen lo que la gente tiene que decir, pero sobre todo observen lo que hacen”.

https://elpais.com/internacional/2020/02/05/estados_unidos/1580880723_863590.html