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miércoles, 19 de marzo de 2025

_- No solo fue el terror: los nazis ganaron la batalla cultural en un año casi sin críticas

Quema de libros en la Alemania nazi de 1933.
_- Quema de libros en la Alemania nazi de 1933.

Para los nacionalsocialistas todo era política: convirtieron desde el teatro hasta el cine la pintura o la literatura en instrumentos de propaganda y antisemitismo.

En el delirio de la destrucción de Europa tuvo su peso un relato de tipo etnográfico de finales del siglo I, escrito por Cornelio Tácito y titulado Origine et situ Germanorum (Sobre el origen y la situación de los alemanes, conocido popularmente como Germania). Empieza así: “Germania en su conjunto está separada de los galos, los recios y los panonios por los ríos Rin y Danubio, de los sármatas y los dacios por el mutuo miedo y las montañas: lo demás lo rodea el Océano, abrazando extensas penínsulas e inmensos espacios de islas, habiendo sido conocidos hace poco ciertas gentes y sus reyes, a los que la guerra puso al descubierto”.

Ese viejo cuaderno de tiempos de los romanos se convirtió en “el talismán del Tercer Reich”, según Christopher Whitton, profesor de Clásicas de Cambridge. Con la apropiación cultural de un elemento tan concreto como los escritos de Tácito, los nazis se arrogaron el derecho a reconvertir la débil Alemania que surgió de los escombros de la Primera Guerra Mundial en la tercera reencarnación del Sacro Imperio Romano Germánico (el primer Reich fue en el siglo X, y el segundo surgió en 1871).

Ya en 1928, de la mano del ideólogo Alfred Rosenberg, los nacionalsocialistas fundaron una “Liga de Combate para la Cultura Alemana”, que preparó el camino de control de la cultura cuando los nazis llegaran al poder. Y así fue. A partir del 30 de enero de 1933, el presidente alemán Paul von Hindenburg nombró canciller de Alemania a Adolf Hitler, él y sus acólitos pusieron en marcha una especie de blitzkrieg (ataque relámpago) propagandístico para irradiar su ideología a través de todos y cada uno de los estamentos culturales y artísticos del país.

Berlin'The Eternal Jew', una exposición antisemita en Berlín, en 1938. Bettmann (Bettmann Archive)
 
De hecho, una de las primeras víctimas mortales del nazismo fue un actor de teatro, un tipo guapo, popular y comunista llamado Hans Otto. Al poco de que el partido de Hitler controlara el Gobierno central, se dio orden de no renovarle el contrato en el Teatro Estatal Prusiano, de manera que Otto pasó a la clandestinidad hasta que fue arrestado por las tropas de asalto en un pequeño café del barrio de Schönenberg, en Berlín. De allí se lo llevaron al cuartel general de la SA y la Gestapo, donde le golpearon y después lo tiraron por una ventana. Así lo explica Michael H. Kater en La cultura en la Alemania nazi (Siglo XXI, 2025).

Kater, profesor emérito de la universidad de York en Toronto, demuestra que los primeros pasos del gobierno nazi en el campo de la cultura estaban claramente planificados. Sus objetivos fueron diluir y aniquilar toda influencia de la República de Weimar (1918-1933) y presentar y extender la cosmovisión nacionalsocialista por todos los rincones del país. Se organizaron para hacerlo, además, en forma de distracción y entretenimiento para la ciudadanía y sin alarmar al resto de países europeos.

Y lo consiguieron. Para Kater, la verdadera institución de la nueva cultura se inició en verano del 33, cuando un cambio legislativo mandó crear una “liga de la cultura judía” para controlar y erradicar parcialmente lo que se consideraba cultura “judía” anterior a 1933. A la literatura racista anterior a ese año, en cambio, se le permitió continuar, y de hecho se fomentó, especialmente tras la puesta en marcha de una Cámara de Cultura del Reich bajo el mando del ministro de Propaganda Joseph Goebbels, que controló las principales actividades culturales y artísticas. “A partir de entonces, los creadores culturales alemanes tuvieron que dejarse guiar por la censura estatal y la autocensura”, explica Kater en conversación por correo electrónico.

Adolf Hitler


En Berlín de 1933, los viandantes saludan a Hitler, mientras da el discurso de victoria de las elecciones de 1933. Photo 12 (Universal Images Group via Getty Images)

Un nuevo imaginario

El mandato de Goebbels fue expandir la gran “cultura”, una suerte de elixir vital de la Volksgemeinschaft (la comunidad nacional). Dentro de ese marco, “los contenidos podían ser verdades, verdades a medias o francas mentiras, según conviniera a la política nazi”, explica Kater, autor de otros libros como Las juventudes hitlerianas (Kailas, 2016).

Pero para que ese nuevo tipo de cultura arraigara debía liquidarse primero las formas culturales anteriores, y la consigna fue purgar todo rastro de Weimar. Esto es, todo rastro del movimiento Bauhaus, del expresionismo, cubismo o dadaísmo, descolgando de los museos las pinturas de Paul Klee, de Kandinsky, y desprogramando películas como Berlín, sinfonía de una gran ciudad o Metrópolis, obras de teatro de Bertolt Brecht, o conciertos de Kurt Weill.

Adolf Hitler

Adolf Hitler saluda en 1933 a las juventudes sajonas a las afueras de Erfurt, Alemania. Hulton Archive (Getty Images)

Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, “se culpó a los judíos de haber causado la decadencia nacional, lo que la extrema derecha alemana asoció cada vez más con el auge del modernismo (”Cultura de Weimar”), reflexiona Haker.

Así, el nuevo imaginario cultural despreciaba lo relacionado con lo urbano y lo industrial, repudiando lo complejo, lo ambiguo o lo abstracto, un verdadero trabajo de demolición contra las formas, colores y sonidos de Weimar y su impronta experimental, de libertad y tolerancia, según Kater.

La nueva cultura, en cambio, llamaba a celebrar la pureza y la belleza clásica, impulsando lo nítido, lo simple, el imaginario del campo y la aldea, el aire limpio de las montañas —entre los nazis se vivió una auténtica obsesión con los Alpes— y las muy diversas representaciones de la virtud, el idílico pasado, la fuerza de la familia, la humildad y la laboriosidad.

Esos nuevos valores se vieron pronto reflejados en libros con títulos como La voz de la conciencia, Los últimos jinetes, Rebeldes por honor o La vida sencilla. Una de las novelas de mayor éxito en 1933 fue El pueblo sin espacio, de Hans Grimm, publicada años atrás, en la que se narra los riesgos de la mezcla racial. “La lectura de textos que hablaban de vecinos extranjeros supuestamente hostiles pasó a ser un pasatiempo habitual entre los alemanes”, subraya Kater.

Joseph Goebbels

Joseph Goebbels da un mitin durante la ceremonia de quema de libros en la casa de la ópera de Berlín, el 11 de mayo de 1933. ullstein bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)

Para la élite nazi, todo producto cultural tenía valor político, fuera el teatro, el cine, la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura, la música o el baile. En los estamentos culturales se fue suprimiendo la representación de la población judía y se alentó la lealtad por delante de cualquier otra virtud, sincronizando todas las organizaciones culturales y artísticas bajo su ideología. De esa manera, los contratos, las subvenciones y la financiación estatal llovían —o no— en función de la fidelidad al nuevo Gobierno.

El control fue férreo. Se intentó imponer una nueva moda social haciendo circular piezas bailables alemanas con instructores de danza, con la ayuda de músicos de las tropas de asalto nazi. Y también se creó un nuevo tipo de música —lo más alejada posible de la locura negra del jazz que triunfó en la época de Weimar— fomentada a base de concursos de jóvenes que animaban a componer melodías que “se pudieran silbar por la calle”. Así fue como, por ejemplo, surgió la canción Alta noche de estrellas claras, compuesta por Hans Baumann, el bardo de las Juventudes Hitlerianas.

La obsesión artística venía de lejos y tenía tintes personales. Hitler tenía una cierta querencia por las artes, de joven trató de ser pintor, adoraba el cine, que le gustaba ir al teatro y le encantaba verse rodeado de actores y actrices. Pero en el campo de la literatura era otra cosa: en su biblioteca abundaban sobre todo historias de detectives o relatos de escenario rústico “como las aparatosas narraciones sobre el Salvaje Oeste estadounidense que había escrito el autor alemán Karl May, nacido en Sajonia”, relata Kater.

Berlin

Hitler muestra el arte "purgado" de Alemania, en una exposición nacional de arte alemán, a los jefes de misiones extranjeras en Berlín y a su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels (izquierda), en 1939. Bettmann (Bettmann Archive)

Calendario de opresión

De forma fulminante, a lo largo de 1933 se aprobaron diversas iniciativas legislativas para acabar con todo vestigio de democracia y libertad en las actividades sociales, culturales y artísticas del país. Para empezar, tras arder en llamas el Parlamento el 27 de febrero, se declaró el estado de emergencia, se suspendió la libertad de expresión, de prensa y de derecho de reunión, y se arrogó el poder de arrestar opositores políticos sin cargo alguno, disolver organizaciones y censurar periódicos.

El 23 de marzo se aprobó la Ley para la rectificación de la Nación y el Reich —más conocida como Ley Habilitante—, que permitió a Hitler proponer y firmar leyes sin consultar al parlamento. El 7 de abril se firmó la Ley de restauración del Servicio Civil Profesional Civil que promulgaba que se podía despedir a los funcionarios de orientación política dudosa, judíos o carentes de “inclinaciones correctas”. Se trataba de marginar a los artistas sospechosos empleados por distintas instituciones estatales del nivel municipal, regional o nacional.

En junio, Hitler otorgó al Ministerio de Propaganda de Goebbels facultades de supervisión adicionales que se arrebataron de las carteras de Exteriores o Interior, mientras los críticos literarios se apuntaron a suprimir las obras de comunistas, socialdemócratas o cristianos confesionales como Karl Marx, Sigmund Freud o Erich Maria Remarque. También se destruyeron libros que se referían a la emancipación de las mujeres, el pacifismo o la sexualidad (en diciembre de 1933 ya habían desaparecido de la circulación 1.000 títulos).

Hitler and Joseph Goebbels

Hitler y Joseph Goebbels viendo una pintura robada a los italianos. Photo 12 (Universal Images Group via Getty Images)

El 14 de julio se promulgó la Ley de Cinematografía del Reich y se inició el control temático y organizativo de las películas. Se fundó además una nueva Academia de Cine bajo la dirección de un actor llamado Wolfgang Liebeneiner, descrito por Goebbels como “joven, moderno, resuelto y fanático”.

En septiembre se puso en marcha una organización centralizada de artistas, escritores, periodistas en cámaras o Kammern específicas para cada disciplina: literatura, periodistas, trabajadores radiofónicos, artistas de teatro, músicos y personas dedicadas a las artes visuales. Con el tiempo, la afiliación a estas cámaras se volvió obligatoria y a los judíos se les prohibió inscribirse. Y en octubre se aprobó una nueva ley para regular la prensa en la que se impuso un registro de editores y reporteros “racialmente puros”, prohibiendo a los periódicos publicar información que pudiera debilitar la fuerza del Reich.

“Jungla darwinista”

Kater subraya que en este meteórico proceso de “recambio” cultural tuvo un papel importante el ultranacionalista Rosemberg y su Liga, que a finales de la década de los años veinte ya entablaba una lucha abierta contra la literatura de Weimar y contra los contenidos liberales de la prensa urbana como Frankfurter Zeitung.

Y esa escalada salvaje de recorte de libertades a favor del autoritarismo y el matonismo tuvo su reflejo en la competitiva pugna entre Rosenberg y Goebbels por conseguir el título de líder cultural máximo (ganando este último la contienda).

La cultura en la Alemania nazi recoge lo que Ian Kershaw, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Sheffield, revela en Hitler. La biografía definitiva (Península, 2019): la manera de gobernar personalizada de Hitler fomentaba las iniciativas radicales que provenían de abajo, ofreciéndoles respaldo siempre que estuvieran de acuerdo con las metas que él antes había definido a grandes rasgos.

Nazis

Quema de libros en la Alemania nazi de 1933. Universal History Archive (Universal Images Group via Getty Images) 

Así, se promovía una competencia feroz en todos los niveles del régimen, entre instituciones nazis, entre grupos rivales, entre bandos de estos mismos grupos y, finalmente, entre los individuos de esos bandos. En esa “jungla darwinista” del Tercer Reich, el salvaje camino hacia el poder y el ascenso consistía en prever la voluntad del Führer y, sin esperar indicaciones, tomar la iniciativa para impulsar los presuntos objetivos y deseos de Hitler.

De esa manera se propulsó un proceso de radicalización en espiral, imposible de detener. Una radicalización que, según Kershaw, tuvo su expresión extrema durante la guerra en diversos aspectos: la escalada de terror en el ámbito judicial, la rapidez de las primeras victorias relámpago, la ferocidad infundida por los nazis en la campaña oriental, la sórdida brutalidad con la que se trató a los prisioneros de guerra soviéticos, y, sobre todo, la persecución de los judíos.

Kater, autor de otras obras como The Nazi Party (1983), Doctors Under Hitler (1989) o Composers of The Nazi Era (2000), explica que una de las cosas que más le ha sorprendido en sus investigaciones “es la aparentemente fácil conversión de los medios culturales en instrumentos de propaganda, y la ausencia de cualquier crítica contemporánea al respecto”.

viernes, 17 de enero de 2025

_- El gobierno de los millonarios. Por vez primera, los dueños de inmensos monopolios, digitales o no, han llegado directamente al poder político para defender sus intereses

_- Uno. Hace muchos años, a mediados del siglo XIX, el multifacético pensador de Tréveris, un tal Karl Marx, llevado de su acendrado espíritu crítico, sostuvo que los gobiernos eran los consejos de administración de los intereses de la burguesía en su conjunto. Quizá cuando fue escrita esa frase respondía o reflejaba buena parte de la realidad, pero con el paso del tiempo y la evolución de las luchas sociales y políticas acabó perdiendo virtualidad. Sólo tenemos que pensar que a mediados del XIX no existía el sufragio universal —las mujeres tenían vetado el derecho al voto y para los hombres todavía funcionaba el voto censitario, esto es el de los pudientes—. Los partidos obreros no habían nacido y las formaciones conservadoras y/o liberales únicamente representaban a las clases propietarias, por lo que aquel dicho o reflexión pudo tener sentido. Luego, con la extensión del sufragio a partir de la II Guerra Mundial, y la aparición de los partidos de izquierda a finales del siglo XIX, la situación empezó a cambiar, y, con el tiempo, estos partidos alcanzaron los gobiernos y ya no se podía sostener que representasen los intereses de la burguesía.

Dos. A partir de entonces, los partidos políticos, aunque encarnasen diferentes intereses económicos en función de las clases y sectores en que está dividida la sociedad, no eran una simple nomenclatura mimética de esas clases o sectores, pues las personas no piensan y actúan sólo por apetencias económicas. Por el contrario, les motiva una mayor variedad de causas e impulsos: creencias religiosas y actitudes morales; concepciones ideológicas; sentimientos identitarios; estructuras culturales o costumbres ancestrales. De ahí que, como señala nuestra Constitución en su artículo 6, “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Tan fundamental que sin ellos no existe democracia ni nada que se le parezca. Por eso vengo insistiendo desde hace muchos años en que el ataque sistemático, venga o no a cuento, a los partidos, a los políticos, a la política no son más que acometidas contra la democracia. Desde luego, supone una actitud bien diferente la crítica concreta y razonada sobre decisiones políticas o comportamientos individuales a la genérica descalificación de partidos o políticos como si fuesen una “clase” o “casta” con intereses propios, versión que se ha ido extendiendo como la lepra con gran daño a la democracia.

Tres. Ahora bien, una vez superada la representación estamental, propia del Antiguo Régimen, de base material agraria, y constituidas las naciones a partir de la Revolución Francesa, los partidos políticos se fueron erigiendo en la representación esencial de las democracias como cuerpo intermedio entre la ciudadanía y el poder político. Al tiempo, se fueron creando nuevas instituciones, como las que conforman los diferentes poderes del Estado, los propios medios de comunicación y, al calor de la revolución industrial, las organizaciones sindicales y patronales. Todas ellas con la finalidad, entre otras, de evitar la excesiva concentración del poder en sus diferentes formas y de ir logrando un sano equilibrio en el funcionamiento del sistema. Un proceso que ha venido desarrollándose en las democracias, más o menos avanzadas, que hemos conocido hasta el presente. Unas democracias, por cierto, cuya base material o física, mueble o inmueble, han sido en esencia los objetos, las manufacturas propias de esa revolución industrial con su correspondiente “propiedad de los medios de producción”, adecuada al capitalismo. Sin embargo, lo anterior está empezando a cambiar de forma acelerada como consecuencia de los efectos de la revolución digital si, por ejemplo, somos conscientes de que dicha mutación —inteligencia artificial y otras— todavía está en su más tierna infancia. Y, sin embargo, ya está teniendo consecuencias notables en el funcionamiento de nuestra vida política, ya que su materia prima no son los objetos, sino nosotros mismos y la rapiña de nuestros datos.

Cuatro. Uno de estos efectos, que golpea en el corazón de la democracia, consiste en que fuerzas muy poderosas entienden, en virtud del control que tienen de esas tecnologías, que sus instituciones —partidos, sindicatos, elementos del propio Estado o medios de comunicación— son un estorbo, lo que vengo calificando de jibarización de la democracia. Un ejemplo de lo que expongo está sucediendo en EE UU, a partir del triunfo de Trump/Musk. Una primera manifestación ha consistido en el hecho de que, por vez primera de una manera tan obscena, grandes propietarios o gestores de inmensos monopolios, digitales o no, han accedido directamente al poder político y desde él han expresado, nítidamente, sus intereses particulares. Si uno observa los nombramientos de Trump podrá certificar que no pocos de ellos han recaído en millonarios que pertenecen a los mismos sectores económicos de los que se tienen que hacer cargo políticamente, empezando por Musk. En efecto, las líneas maestras que se desprenden de las intenciones de estos poderosos millonarios se podrían resumir en los siguientes epígrafes: de entrada, estamos ante una Administración de Trump/Musk y no del Partido Republicano, que ha quedado abducido por el magnate y sus amiguetes y familiares, sin necesidad de partidos ni de Consejos de Ministros, pues ellos son la fusión, ósmosis o acoplamiento de la economía y la política. Una deriva harto peligrosa cuyo antecedente europeo, a mucho menor escala, fue la Italia de Berlusconi y ya vemos cómo ha terminado. Luego, en la misma línea, ese eslogan que lanzó Musk, o míster X, el día que ganaron las elecciones, dirigiéndose al público: “Ahora vosotros sois los medios de comunicación”; es decir, yo soy la opinión, pues sobran todos los medios tradicionales —periódicos, radios o televisiones—, porque las redes sociales y algoritmos que yo y mis compinches controlamos somos el pueblo y nos sobra todo lo demás. Si cunde el ejemplo, vamos a pasar de la propiedad privada de los medios de producción a la propiedad privada de las conciencias y opiniones, a través de X, Google o TikTok. De ahí que también se pretenda reducir el Estado a su mínima expresión, labor a la que se dedicarán en el futuro Musk y otro millonario cuando declaran que sobran millones de funcionarios y todas las agencias estatales que se dedican a las pocas labores sociales que hay en EE UU. Si estuviesen en Europa se pondrían las botas. En el fondo, un alarde de anarco-liberalismo-nihilismo, que permita de paso una bajada radical de impuestos que acabe con lo que quede de Estado de bienestar, artefacto que, a juicio de sus más eximios teóricos como Milei y compañía es un robo. Para terminar la faena una pasada por el negacionismo medioambiental, pues no hay que preocuparse si nuestro planeta se va al carajo, ya que según la tesis creacionista de Mayor Oreja y otros algún Creador benefactor nos lo repondrá o incluso nos proporcionara uno nuevo. La conclusión final de todo ello no es otra que, si estas teorías y políticas triunfasen, supondría la evaporación de la democracia social que conocemos y, desde luego, no convendría tentar la suerte y creerse esos estrambotes del creacionismo, no vaya a ser que sean un camelo y sólo se salven los que puedan irse a Marte con Musk y sus conmilitones.

lunes, 3 de julio de 2023

_- Los diez pensadores que más influyen en la izquierda


_- La izquierda vive momentos complicados. Hay quien dice que le cuesta encontrar un lugar en el mundo que se avecina, atomizado y posfordista, un relato con el que cautivar a las masas en un futuro cada vez más individualista y conspiranoico, escéptico ante las utopías y muy integrado en el dogma económico dominante. Para su supervivencia necesita imaginación e ideas. Con el fin de sondear el caldo de cultivo intelectual en el que vive la izquierda actual y del que tendrá que surgir la futura, hemos pedido a 37 personas expertas de diferentes ámbitos (la política, la edición, el periodismo o la academia) que voten por los que creen que son los pensadores, vivos o muertos, que más influyen hoy en día.

Imaginación e ideas: ¿a dónde va la izquierda?
La encuesta realizada por Ideas ha arrojado los que podrían ser sus referentes más importantes. Por este orden, los 10 más votados fueron: Karl Marx, Judith Butler, Antonio Gramsci, Thomas Piketty, Michel Foucault, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Jürgen Habermas, Karl Polanyi y Walter Benjamin. Podría ser otra lista, pero es esta la que ha surgido y da una idea del ambiente intelectual de la izquierda en la tercera década del siglo XXI. A las puertas se quedan nombres que bien podrían estar dentro: Noam Chomsky, Nancy Fraser, John Maynard Keynes, Chantal Mouffe, Ernesto Laclau, Mariana Mazzucato, Simone Weil, Silvia Federici, David Harvey, Donna Haraway, o Slavoj Zizek, entre otras decenas que fueron mencionados por el jurado.

1. Karl Marx

Tréveris, Alemania, 1818-Londres, 1883. Su vasta obra influye en diversos campos del saber, en ella está el fundamento teórico de las corrientes socialistas y comunistas. Obras fundamentales: El manifiesto comunista (1848, con Engels) y El capital (1867).

POR CLARA RAMAS SAN MIGUEL
Profesora de Filosofía en la Universidad Complutense y responsable de la edición crítica de ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Akal)’ de Karl Marx “Un fantasma recorre Europa...” Las icónicas líneas iniciales de El manifiesto comunista describen la propia presencia de Marx, que no cesa de retornar incluso después de muerto: del marxismo al posmarxismo, del siglo XIX al XXI.

El joven Marx había descubierto que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa quedarían incompletos si se limitaban a democratizar al poder político. Como ya había intuido Kant, las libertades políticas sin autonomía material y económica son vacías. La gran apuesta de Marx será pensar las condiciones de una autonomía efectiva: democratizar la economía.

El proyecto al que dedica su vida, El capital, es una crítica de la economía política o capitalismo. Descubre que en paralelo a conquistas políticas y formales subsiste una dependencia económica para la mayor parte de la población; que el capitalismo, por su propia dinámica, produce niveles crecientes de desigualdad. Descubre que la ley del mercado se impone como una ley de hierro al margen de la soberanía de pueblos y parlamentos, produciendo sociedades atomizadas que buscan reagruparse con fórmulas en ocasiones autoritarias. Descubre, en fin, que, lejos de satisfacer necesidades humanas, el capitalismo solo obedece a imperativos de valorización y acumulación creciente: como si, por así decirlo, el capital tomara vida propia y las personas y la naturaleza fueran solo su herramienta.

Marx es un pionero. Los avances y retrocesos del movimiento obrero inspirado por él han dado la medida para el Estado de bienestar y sus debates sobre redistribución, justicia social y políticas públicas. Vislumbra la actual crisis ecológica y plantea la cuestión del trabajo de cuidados que ocupará al feminismo. Insta a buscar formas de reproducción social no dependientes del trabajo asalariado, como la actual renta básica. Así, abre el campo no solo de las ciencias humanas, la sociología y la economía crítica, sino también de los debates sociales, ecologistas, feministas y poscoloniales contemporáneos.

Nuestra historia es para Marx la historia de la necesidad. El fantasma mencionado por Marx es una pregunta que nos sigue asediando en 2023: cómo alcanzar el reino de la libertad.

2. Judith Butler

Cleveland, EE UU, 1956. Con su cuestionamiento de las nociones tradicionales de género, ha hecho importantes aportaciones a la teoría queer. Obra fundamental: El género en disputa (1990).

POR PAUL B. PRECIADO
Filósofo.
Su último libro es ‘Dysphoria mundi’ (Anagrama).

Sería posible afirmar que Butler es no sólo le feministe más influyente del siglo XX, sino y, frente aquellos que consideran el feminismo como un pensamiento menor, le filósofe de izquierda más relevante de finales del siglo XX y de principios del siglo XXI, aquelle que opera, junto con Angela Davis, como pensadore bisagra, prefigurando las formas de activismo y de subjetividad política por venir. Descendiente de una familia judía diezmada en el Holocausto, Butler va a prestar atención a cómo los procesos de naturalización de la identidad (racial, de género, sexual…) esconden violentos proyectos políticos de normalización y purificación social. Simone de Beauvoir afirmó que “no se nace mujer”, Gayle Rubin y Joan Scott analizaron el género como el efecto de una construcción social, pero será Butler quien proponga una explicación de cómo se lleva a cabo esa construcción. Para Butler la identidad de género se construye “performativamente”: no es una esencia o una naturaleza, sino una práctica, algo que “hacemos” y no algo que “somos”. La relación entre anatomía y performance de género depende de la repetición de actos lingüísticos y corporales cuya función es preservar la estabilidad del régimen heterosexual y binario.

Encarnando su propio pensamiento, Butler ha conseguido recientemente un cambio de identidad legal como persona de género no binario en el Estado de California. Habitamos en un mundo butleriano: la proliferación de políticas queer que buscan destituir las normas en lugar de integrarse en la sociedad heterosexual dominante; la reapropiación performativa de las injurias “marica”, “bollera” o del estigma de la violación en los movimientos NiUnaMenos y MeToo; la demanda de reconocimiento de aquellos cuerpos que “importan” menos que otros en nuestras sociedades poscoloniales, central en los movimientos Black Lives Matter y Trans Lives Matter; las políticas drag queen y drag king —que en su versión más pop han llegado hasta drag race— y que utilizan la performance para desplazar los códigos normativos de género… El pensamiento vivo de Butler constituye el proyecto más ambicioso para la izquierda contemporánea: un feminismo antipatriarcal, antirracista, ecologista y no binario expandido que permita una reescritura ética total del contrato democrático.

En este artículo se han mantenido los géneros gramaticales empleados por quien lo escribe.

3. Antonio Gramsci

Cerdeña, Italia, 1891-Roma, 1937. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano, encarcelado por el fascismo; su concepto de hegemonía cultural es central en la política actual, y no solo para la izquierda. Obra fundamental: Cuadernos de la cárcel.

POR ÍÑIGO ERREJÓN
Político, doctor en Ciencia Política y líder de Más País.

Antonio Gramsci es un pensador político que se pone periódicamente de moda. Los analistas lo citan para parecer sofisticados, los vendedores de marketing político aderezan sus platos con él, las derechas lo nombran como en una excursión traviesa en el campo intelectual del adversario para demostrar sus pérfidas intenciones y las izquierdas lo usan para parecer contemporáneas o sofisticadas, para un roto y un descosido, a menudo citándolo más que leyéndolo.

Gramsci es el pensador fundamental para entender por qué mandan los que mandan y por qué obedecen los que obedecen. Para el sardo, en las sociedades modernas el poder de los grupos rectores descansa en última instancia en la coerción, la capacidad de obligar, pero se ejerce principal y cotidianamente por medio del consentimiento, la capacidad de persuadir de que su mando es lo normal y al mismo tiempo de desalentar, neutralizar o dispersar las alternativas. Este dominio no es un engaño que haya que desenmascarar —por ejemplo intentando que la gente “abra los ojos” y entienda que “vota contra sus propios intereses”—, sino una forma de poder, la hegemonía, que debe ser comprendida como históricamente cierta. En primer lugar por aquellos que quieren desafiarla, para construir explicaciones e identificaciones alternativas que partan del terreno y el sentido común dado.

La hegemonía es así esa construcción política por la cual un grupo, clase o sector es capaz de ejercer la “dirección intelectual y moral” determinando las metas, los valores y las palabras que gobiernan la percepción del mundo de su época. Al hacer eso, sus intereses particulares aparecen como los intereses generales del conjunto social, la mayoría del cual encuentra mejores expectativas y razones para el consentimiento que para la contestación. Esta forma de poder político se extiende y blinda principalmente por los canales aparentemente “no políticos” —el ocio, la cultura, la comunicación, el consumo— que reproducen y naturalizan una manera de ver el mundo y su consiguiente reparto de roles.

Cuando afirma que una idea es “históricamente verdadera” en la medida en que “se convierta concretamente, es decir, histórica y socialmente, en universal”, nos está señalando, contra todo esencialismo pero también contra toda melancolía, que los alineamientos políticos no están predeterminados, sino que dependen de una disputa estética, moral e intelectual que está siempre abierta, lo cual es garantía de libertad. Y de esperanza.

4. Thomas Piketty

Clichy, Francia, 1971. El economista puso en primer término del debate el problema de la desigualdad y la redistribución de la renta en el capitalismo actual. Obra fundamental: El capital en el siglo XXI (2013).

POR JOAQUÍN ESTEFANÍA
Es periodista y autor de ‘Revoluciones’ (Galaxia Gutenberg).
El todopoderoso exrector de la Universidad de Harvard y exsecretario del Tesoro de EE UU Larry Summers pidió públicamente el Premio Nobel de Economía para el joven científico social francés Thomas Piketty, cuando en el año 2013 apareció su libro El capital en el siglo XXI. No tenía precedentes: a un francés y a un joven. Piketty había conseguido, con su novedoso aparato estadístico de carácter histórico, lo que no habían logrado sus colegas de primera fila (entre ellos, varios premios Nobel) al estudiar el fenómeno de la desigualdad creciente en el mundo. Lo que está en peligro, sentenció Piketty, es la democracia. Vendió centenares de miles de ejemplares de un libro tan denso.

Desde ese año Piketty profundizó mucho más en el fenómeno. Sus investigaciones se pueden resumir en los siguientes puntos: 1) rendimientos superiores del capital al crecimiento económico aumentan la desigualdad; 2) con la excepción del periodo de hegemonía de la revolución keynesiana (nacimiento del Estado de bienestar y políticas contra la Gran Depresión), la desigualdad es una tendencia a largo plazo desde el siglo XIX, con los distintos tipos de capitalismo que se han desarrollado (comercial, financiero, tecnológico…); 3) no hay otro método para combatirla que las políticas distributivas a través del gasto público y ello requiere de grandes impuestos (incluso confiscatorios) a los más ricos, y 4) la cohesión social, los valores de la meritocracia y de la justicia social están en peligro con concentraciones extremas de la riqueza como las que existen.

Un economista templado ideológicamente, más bien socialdemócrata, sin veleidades revolucionarias callejeras en su primera juventud, alejado de las principales teorías de Marx y Engels sobre la lucha de clases, sin embargo ha acabado escribiendo un libro que compendia sus principales artículos, al que ha titulado ¡Viva el socialismo! porque entiende que sigue vigente en la historia la batalla por las ideas.

5. Michel Foucault

Poitiers, Francia, 1926-París, 1984. Sus contribuciones investigan la naturaleza del poder y cómo interacciona con la sexualidad, la salud mental o las minorías a través de la historia. Obras fundamentales: Historia de la locura (1961), Vigilar y castigar (1975).

POR ELIZABETH DUVAL
Es filósofa y escritora, su último libro es ‘Melancolía’ (Temas de Hoy).
Preguntado por Foucault, Deleuze resaltaba el vínculo insoslayable del pensador con su presente: las formaciones históricas interesaban a Foucault porque señalaban el lugar de donde se salía, donde se había estado confinado; no le interesaban los griegos, sino la relación de su tiempo con la locura, con los castigos, con el poder, con la sexualidad. Si me preguntaran a mí, abstrayéndome de las necesidades de la clarificación, creo que de lo primero de lo que hablaría sería de la belleza. Intentaría que nos desvinculáramos de la jerga (la biopolítica, la arqueología, el poder disciplinario, lo discursivo) y pudiéramos leer con ojos nuevos las páginas de Las palabras y las cosas sobre Las meninas, de Velázquez. Querría que la consecuencia se pareciera a sentir con otra mirada la relación que se despliega en el cuadro. Y propondría un Foucault menos caricaturizable que el que nos ofrecen sus amigos y sus enemigos.

Foucault no es tanto un enciclopedista de la sexualidad como un arqueólogo de relaciones y estructuras. Sus textos no nos encierran entre insoportables cadenas de poder y dominación, en las cuales incluso la rebeldía estaría ya codificada, sino que nos ofrecen todas las posibilidades de la crítica y el análisis. Si nadie como él expuso tan claramente la relación entre el saber y el poder, también pocos ofrecieron tantas herramientas para darnos cuenta de su presencia, para reflexionar. Hay críticos injustos que han buscado en un Foucault tardío una teoría que traiciona la liberación para someterse al neoliberalismo del porvenir: confunden la defensa de las instituciones con la legitimación de sus injusticias. Debemos recordar la lección que él extraía de El Anti Edipo (Deleuze y Guattari): no hay que enamorarse del poder o de la tristeza militante. En ningún pasado hay tanta potencia como en el desenterrado por el francés.

6. Hannah Arendt

Linden-Limmer, Alemania, 1906-Nueva York, 1975. Pensó sobre el totalitarismo, la violencia, la revolución, la acción política y acuñó el término “banalidad del mal”. Obras fundamentales: Los orígenes del totalitarismo (1951) y Eichmann en Jerusalén (1963).

POR FERNANDO VALLESPÍN
Es catedrático de Ciencia Política y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Es coautor de ‘Populismos’ (Alianza). Arendt no es de izquierdas. Ni de derechas, claro. Su gran atractivo reside precisamente en eso, en ser inclasificable. De hecho, le hubiera horrorizado verse en esta lista. O en cualquier otra. ¿Qué pinta aquí entonces? ¿Qué pudo motivar que tan amplio grupo de personas la hayan votado? Lo más probable es por su entusiasmo por todo lo que oliera a revueltas populares, por su espíritu rebelde, o por sus elogios a Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin, o sus críticas al colonialismo y totalitarismo. Pero no nos engañemos, su único compromiso es con la libertad, que ella encuentra siempre realizada en esos momentos extraordinarios en los que un determinado orden social queda puesto en entredicho y se da entrada a la libre discusión ciudadana. Su ideal es el aristotélico, la polis como lugar de encuentro donde intercambiar opiniones, debatir las diferencias y buscar una solución conjunta a los problemas que nos afectan a todos. Por eso alabó la revolución americana, hasta que la nueva república se acabó sustentando sobre una sociedad crecientemente privatizada y sujeta a los imperativos de los grandes intereses económicos y el valor del consumo. Y criticó la francesa y la bolchevique porque, al poner la “cuestión social” en el centro, se dejaron llevar por la “pasión por la compasión” e instauraron estados más atentos a una ingeniería social guiada por la mera funcionalidad inherente a los dictados de la economía y su gestión. No es ya la comunicación abierta y la libre deliberación lo que decide cómo hemos de vivir, sino las necesidades de reproducción del sistema. Su contrafáctico podrá sonar extravagante, pero a través suyo fluye una crítica de una riqueza sin igual, el propio de alguien que no se casa ni con unos ni con otros. La democracia bien entendida no es de derechas ni de izquierdas. Arendt tampoco.

7. Simone de Beauvoir

París, 1908-1986. Es una de las principales teóricas del feminismo en el siglo XX, también enmarcada en el movimiento existencialista y en la creación literaria. Obra fundamental: El segundo sexo (1949)

POR LUNA MIGUEL
Es poeta, escritora y editora. Su último ensayo es ‘Caliente ‘(Lumen).
Simone de Beauvoir está a una tote bag de ser traicionada. O no.


En realidad, la figura de la filósofa lleva siendo influyente y polémica desde su juventud. Lo explica Wolfram Eilenberger en El fuego de la libertad, un ensayo en el que cruza su vida con las de otras pensadoras del siglo XX. El retrato que hace de ella es el más desesperante: la describe altiva, un tanto pija, adicta a la atención. La mismísima Simone Weil se burló de esa supuesta frivolidad en toda su cara, cuando ambas estudiaban en la Sorbona y debatían sobre la guerra. De Beauvoir no tuvo reparos en narrar tal desencuentro ideológico en unas memorias: “Mirándome de arriba abajo, me dijo: ‘Ya se ve que nunca has tenido hambre”.

Más allá de lo que unes y otres puedan opinar sobre esa fama, lo cierto es que la obra de De Beauvoir demuestra que su mainstrificación no riñe con la contundencia de sus ideas. Por eso mismo —y precisamente porque hoy su libro más célebre es esa bárbara enciclopedia sobre la feminidad, tantas veces mentada, pero tan poco leída y reducida al eslogan— se ha vuelto urgente equilibrar la balanza y prestar atención a la amplitud de sus investigaciones, a través de obras más ocultas e irónicamente peor editadas en nuestro país.

Un ejemplo: ¿Hay que quemar a Sade?, una finísima lectura de la crueldad, y una defensa de la reparación frente a eso que hoy llamaríamos cancelación.

Otro ejemplo: El pensamiento político de la derecha, que fue publicado en su origen como artícu­lo para un número especial de Les Temps Modernes, donde distintos intelectuales reflexionaron bajo la premisa de que la izquierda francesa se desmembraba. En vez de lloriquear, De Beauvoir prefirió centrarse en el análisis del resentimiento de la burguesía. Para ella era más útil entender a sus contrarios que disparar a sus afines.

Es esta lucha por el entendimiento de las contradicciones del mundo lo que mantiene vigente a Simone de Beauvoir; lo que nos hace necesitar el estudio de su filosofía, al tiempo que celebramos la multiplicación de su rostro en bolsas de tela violeta.

Parafraseando a la pensadora: profesarle una simpatía demasiado fácil sería traicionarla.

En este artículo se han mantenido los géneros gramaticales empleados por quien lo escribe.

8. Jürgen Habermas

Düsseldorf, Alemania, 1929. Miembro de la Escuela de Frankfurt y exponente de la teoría crítica, ha trabajado sobre los mecanismos de la comunicación y de la democracia. Obra fundamental: Teoría de la acción comunicativa (1981).

POR CRISTINA LAFONT
Es filósofa, catedrática de Filosofía de la Northwestern University de Chicago, autora de ‘Democracia sin atajos’ (Trotta).
Habermas es indudablemente un pensador de izquierdas si por ello entendemos alguien comprometido con la lucha política por la justicia social, la igualdad y la emancipación. También lo es por proceder de la tradición marxista occidental tal y como fue apropiada y transformada por la primera generación de la Escuela de Fráncfort. Sin embargo, su manera de entender la lucha política es quizás lo que más distancia su pensamiento del marxismo ortodoxo y lo que explica su compromiso inquebrantable con la democracia radical. Para Habermas, ni la teoría social es capaz de discernir la dirección histórica en la que se han de desarrollar las luchas políticas por la emancipación ni el teórico social tiene el derecho a imponer sus preferencias políticas a los afectados escudándose en una autoproclamada autoridad epistémica. Su obra ejemplifica un “giro democrático” en la medida en que la teoría crítica ya no busca defender un proyecto político particular, sino crear las condiciones sociales en las que diversos proyectos políticos pueden ser debatidos, aceptados o rechazados por los ciudadanos mismos en el ejercicio democrático de autodeterminación política. La legitimidad de las luchas políticas depende por ello de la posibilidad de un debate público inclusivo en el que los afectados puedan denunciar las injusticias y amenazas existentes de modo efectivo para persuadir al resto de la ciudadanía a que se una a su causa política. Proteger y posibilitar una esfera pública política inclusiva es la condición necesaria para toda batalla política emancipatoria, sea nacional, supranacional o global. En este momento histórico en que la democracia está gravemente amenazada en todas partes, la obra de Habermas así como sus intervenciones como intelectual público en debates políticos claves de las últimas cinco décadas ofrecen una fuente de inspiración permanente, así como herramientas teóricas indispensables para los movimientos democráticos de izquierdas contemporáneos.

9. Karl Polanyi

Viena, Austria, 1886-Pickering, Canadá, 1964. Criticó con dureza los efectos negativos del dominio de la economía independizada sobre la sociedad. Obra fundamental: La gran transformación (1944).

POR CÉSAR RENDUELES
Es sociólogo y ensayista, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, su último libro es ‘Contra la igualdad de oportunidades’ (Seix Barral).

Karl Polanyi publicó su único ensayo, La gran transformación, a punto de cumplir los 60. Generacionalmente es cercano a Gramsci o Lukács, del que fue amigo íntimo, pero su obra no empezó a recibir la atención masiva de los críticos del neoliberalismo hasta finales del siglo XX. Polanyi pensaba que la sociedad de mercado es una anomalía antropológica que ha tenido consecuencias catastróficas. Los mercados en las sociedades precapitalistas estaban sometidos a regulaciones dirigidas a contener los efectos destructivos de una competición social generalizada. La mercantilización de recursos materiales necesarios para la subsistencia humana —como la tierra, los alimentos o el agua— es históricamente insólita. De hecho, Polanyi pensaba que el proyecto del mercado libre autorregulado era una más de las utopías decimonónicas, como los falansterios. Era una utopía en el sentido de que era irrealizable, pues colisionaba con características duraderas de cualquier sociedad humana. La materialización de ese proyecto utópico requirió de monstruosas ortopedias políticas que forzaron a la gente a someterse al mercado. Por eso, Polanyi creía que no existía ninguna oposición entre mercado libre y Estado represivo: al revés, el crecimiento del Estado en el siglo XIX fue la respuesta a las necesidades del laissez-faire. Y el estallido de las tensiones acumuladas por ese proyecto quimérico habría sido la causa de la gran crisis de principios del siglo XX: guerras mundiales, autoritarismo, la Gran Depresión… Polanyi defendió que los proyectos de mercantilización producían “contramovimientos”: reacciones sociales dirigidas a recuperar la soberanía política arrebatada por el mercado y cuyo sentido político podía ser democratizador o autoritario y elitista, como en el caso del fascismo. Por todo ello, Polanyi se ha convertido en un referente a la hora de analizar tanto la restauración neoliberal de los últimos 40 años —a menudo acompañada de agresivas intervenciones estatales— como el modo en que la descomposición del neoliberalismo está degenerando en movimientos políticos neoautoritarios.

10.  Walter Benjamin

Berlín, 1892-Portbou, España, 1940. Reflexionó sobre la historia, la crítica literaria o el arte. Obra fundamental: Tesis sobre la filosofía de la historia (1940).

POR MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
Es politóloga. Es coautora de ‘Populismos’ (Alianza editorial).
Se suele mostrar a Walter Benjamin con un mosaico de ocupaciones: crítico literario, ensayista, traductor, filósofo. Hannah Arendt lo describió como ese flâneur o caminante que “sin ser poeta, pensaba poéticamente”. La dialéctica de la historia de este escritor fabuloso, marxista heterodoxo, lo hace imposible de encerrar en una sola categoría. La tensión entre lo material y el mundo de las ideas, entre el espíritu y su proyección tangible habita su obra y su pensamiento, conectados entre sí por la misma tensión poética del joven Baudelaire en su célebre poema Correspondencias: “Por allí pasa el hombre entre bosques de símbolos / que lo observan atentos con familiar mirada”. El pensador, como el rapsoda parisiense, se envuelve en la realidad fragmentada —los restos arqueológicos, la memoria de piedra de un pasado lejano— para otorgarle significados. En Benjamin, la búsqueda de sentido adquirirá, como en Arendt, un brillo metafórico inusual, aquel que le permite “en forma poética, manifestar el carácter único del mundo”.

Fue este modo de interpretar la historia, su afán por irrigar el materialismo con nociones tomadas de la teología o la mística judía, lo que lo alejó de la ortodoxia marxista. Benjamin huyó del frío cientifismo que lo reducía todo a inducir racionalmente de la infraestructura material una superestructura perfectamente objetivada en la ideología. En su lugar, propuso mirar las obras de arte con ojos sensibles, entenderlas como asideros para continuar, como niños que juegan, metiendo los pies en la arena, incluso como campos de batalla donde, a pesar de su fulgor inconsistente, también podemos leer la historia. Lejos de ser meros subproductos de las relaciones de producción, el poema, la sonata, el cuadro o la escultura aparecen tan reales como la historia misma, afirmando su naturaleza transformadora como instrumentos de emancipación de los “vencidos por la historia”. Fue el intento del que tal vez haya sido el último de los alquimistas del arte, su esfuerzo por escapar del proceso de desencantamiento del mundo al que nos abocaba el frío cientifismo marxista, un vuelo poético y del pensamiento lanzado a las masas y al mundo para fascinar de nuevo a la izquierda en tiempos de oscuridad.

El método y el jurado
La encuesta de IDEAS se realizó pidiendo a 37 expertos de diferentes ámbitos (academia, política, edición, periodismo) que eligieran a los que, a su juicio, son los diez pensadores (de cualquier época) más influyentes en la izquierda hoy en día. Los hemos ordenado en función del número de votos obtenidos.

El jurado estuvo compuesto por: Noelia Adánez, Miguel Aguilar, Jordi Amat, Meritxell Batet, Fernando Broncano, Ramón del Castillo, Caterina Da Lisca, Yolanda Díaz, Jesús Espino, Joaquín Estefanía, Soledad Gallego-Díaz, Lina Gálvez, Beatriz García, Jordi Gracia, Pablo Iglesias, Jorge Lago, Margarita León, José Moisés Martín, Laura Llevadot, Rita Maestre, Eduardo Madina, José María Maravall, Máriam Martínez-Bascuñán, Pilar Mera, Daniel Moreno, Cristina Narbona, Lluis Orriols, Joaquín Palau, Azahara Palomeque, Jaime Pastor, Clara Ramas, César Rendueles, Emmanuel Rodríguez, Clara Serra, Amelia Valcárcel, Fernando Vallespín y Remedios Zafra.

sábado, 4 de diciembre de 2021

_- Entrevista a David Harvey, geógrafo y teórico social marxista. “No existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo”

_- Ha pasado más de siglo y medio desde que Karl Marx publicara el primer volumen de El capital. Es una obra enorme e intimidante que muchos lectores podrían sentirse tentados de pasar por alto; el erudito radical David Harvey cree que no deberían hacerlo.

Harvey lleva décadas impartiendo clases sobre El capital. Sus populares cursos sobre los tres volúmenes del libro están disponibles de forma gratuita en la red y los han visitado millones de personas de todo el mundo. El último libro de Harvey, Marx, El capital y la locura de la razón económica, es una guía más breve de los tres volúmenes. En él se ocupa de la irracionalidad inherente a un sistema capitalista cuyo funcionamiento se supone que es todo lo contrario.

Harvey habló con Daniel Denvir para el podcast The Dig, de Jacobin Radio, acerca del libro, las energías a un tiempo creativas y destructivas del capital, el cambio climático y de por qué sigue mereciendo la pena luchar con El Capital.

Lleva bastante tiempo impartiendo clases sobre El capital. Describa brevemente los tres volúmenes.

Marx entra mucho en los detalles y a veces es difícil hacerse una idea exacta del concepto general que aborda El capital. Pero en realidad es sencillo. Los capitalistas empiezan el día con cierta cantidad de dinero, llevan ese dinero al mercado y compran algunas mercancías como medios de producción y mano de obra, y las ponen a trabajar en un proceso laboral que produce una nueva mercancía. Esa nueva mercancía se vende por dinero más un beneficio. Después, ese beneficio se redistribuye de varias maneras, en forma de rentas e intereses, y circula de nuevo hacia ese dinero, que inicia el ciclo de producción nuevamente.

El volumen uno de El Capital es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir

Es un proceso de circulación. Y los tres volúmenes de El capital tratan diferentes aspectos de dicho proceso. El primero se ocupa de la producción. El segundo trata de la circulación y lo que llamamos “realización”: la forma en que la mercancía se convierte de nuevo en dinero. Y el tercero se ocupa de la distribución: cuánto dinero va al propietario, cuánto al financiero y cuánto al comerciante antes de que todo se dé la vuelta y regrese al proceso de circulación.

Eso es lo que trato de enseñar de modo que la gente entienda las relaciones entre los tres volúmenes de El capital y no se pierda totalmente en un volumen o en partes de ellos.

En ciertos aspectos difiere de otros estudiosos de Marx. Una diferencia importante es que presta mucha atención a los volúmenes dos y tres, mientras que a muchos especialistas de Marx les interesa principalmente el primer volumen. ¿Por qué?

Son importantes porque lo dice Marx. En el volumen uno básicamente dice: “En el volumen uno me ocupo de esto, en el volumen dos me ocupo de aquello y en el volumen tres me ocupo de lo de más allá”. Está claro que en la mente de Marx existía la idea de la totalidad de la circulación del capital. Su plan era dividirlo en estas tres partes en tres volúmenes. De modo que sigo lo que Marx dice que hace. Ahora bien, el problema, por supuesto, es que los volúmenes dos y tres nunca se completaron, y no son tan satisfactorios como el volumen uno.

Pedir prestado consiste en hipotecar el futuro. Esa hipoteca sobre el futuro es una parte esencial de lo que trata El capital

El otro problema es que el volumen uno es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir. De modo que puedo entender por qué, si la gente quiere leer a Marx con cierta alegría y placer, se quede con el volumen uno. Pero lo que quiero decir es: “No, si verdaderamente quieres entender su concepto del capital, no puedes quedarte con que se trata de una simple cuestión de producción. Se trata de circulación. Se trata de llevarlo al mercado y venderlo, después se trata de distribuir las ganancias”.

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viernes, 11 de junio de 2021

Los sagaces sarcasmos de Karl Marx a propósito de los «gobiernos técnicos»

De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del «gobierno técnico». En calidad de periodista de la New York Tribune, […]

De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del «gobierno técnico».

En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los diarios con mayor difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos político-institucionales que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de uno de los primeros casos de «gobierno técnico» de la historia: el gabinete Aberdeen (diciembre de 1852/enero de 1855). El análisis de Marx resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo.

Mientras el Times celebraba el acontecimiento como signo del ingreso «en el milenio político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y el patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos», y pedía para ese gobierno el apoyo de los «hombres de todas las tendencias», porque «sus principios exigen el consenso y el apoyo universales»; mientras eso decían los editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba la situación inglesa en el artículo «Un gobierno decrépito. Perspectivas del gabinete de coalición», publicado en enero de 1853. Lo que el Times consideraba tan moderno y bien atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando la prensa de Londres anunció «un ministerio compuesto de hombres nuevos», Marx declaró que «el mundo quedará un tanto estupefacto al enterarse de que la nueva era de la historia está a punto de ser inaugurada nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (.), burócratas que han venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por haber desde fines del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por edad y por usura, y sólo con artificio mantenidos con vida».

Aparte del juicio personal estaba, claro es, el juicio, más importante, sobre la política. Se pregunta Marx: «cuando nos promete la desaparición total de las luchas entre los partidos, incluso la desaparición de los partidos mismos, ¿qué quiere decir el Times?». El interrogante es, desgraciadamente, de estricta actualidad en un mundo como el nuestro, en que el dominio del capital sobre el trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo era a mediados del siglo XIX.

La separación entre lo «económico» y lo «político», que diferencia al capitalismo de modos de producir que lo precedieron, ha llegado hoy a su cumbre. La economía no sólo domina a la política, fijándole agenda y decisiones, sino que le ha arrebatado sus competencias y la ha privado del control democrático, y a punto tal, que un cambio de gobierno no altera ya las directrices de la política económica y social.

En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a transferir el poder de decisión de la esfera política a la económica; a transformar posibles decisiones políticas en incontestables imperativos económicos que, bajo la máscara ideológica de lo apolítico, disimulan, al contrario, un injerto netamente político y de contenido absolutamente reaccionario. La «redislocación» de una parte de la esfera política en la economía, como ámbito separable e inalterable, el paso del poder de los parlamentos (ya suficientemente vaciados de valor representativo por los sistemas electorales mayoritarios y por la revisión autoritaria de la relación entre poder ejecutivo y poder legislativo) a los mercados y a sus instituciones y oligarquías constituye en nuestra época el mayor y más grave obstáculo atravesado en el camino de la democracia.

Las calificaciones de Standard & Poor’s o las señas procedentes de Wall Street -esos enormes fetiches de la sociedad contemporánea- valen harto más que la voluntad popular. En el mejor de los casos, el poder político puede intervenir en la economía (las clases dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las destrucciones generadas por la anarquía del capitalismo y la violencia de sus crisis), pero sin que sea posible discutir las reglas de esa intervención, ni menos las opciones de fondo.

Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los sucesos de estos días en Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de un «gobierno técnico» -o, como se decía en tiempos de Marx, del «gobierno de todos los talentos»- se oculta la suspensión de la política (referéndum y elecciones están excluidos), que debe ceder en todo a la economía. En el artículo «Operaciones de gobierno» (abril de 1853), Marx afirmó que «acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno de coalición (‘técnico’) es que representa la impotencia del poder (político) en un momento de transición». Los gobiernos no discuten ya sobre las directrices económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las parteras de los gobiernos.

En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos se puso negro sobre blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido secreta!) dirigida por el Banco central Europeo al gobierno de Berlusconi. Para «recuperar la confianza» de los mercados, es necesario avanzar expeditamente por la vía de las «reformas estructurales» -expresión que ha llegado a ser sinónimo de estrago social-, es decir: reducción de salarios, revisión de los derechos laborales en materia de contratación y despido, aumento de la edad de jubilación y, en fin, privatizaciones a gran escala.

Los nuevos «gobiernos técnicos», encabezados por hombres crecidos bajo el techo de algunas de las principales instituciones responsables de la crisis (véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o pasado, el de Monti), seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por «el bien del país» y por el «futuro de las generaciones venideras». De cara a la pared cualquier voz disonante del coro. Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que volver a saber interpretar las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener el coraje de proponer y experimentar las respuestas radicales que se precisan para superarla.

(*) Marcello Musto es profesor de Ciencia Política en la York University de Toronto y editor del libro recientemente publicado en castellano: «Tras las huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx>>. Siglo XXI, 2011. Su web es: http://www.marcellomusto.com/

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4558

lunes, 17 de agosto de 2020

_- Las hijas de Marx

_- El 31 de marzo de 1898, Eleanor subió a su habitación, se tomó una dosis de ácido prúsico y se acostó.

"Querido, muy pronto habrá terminado todo. Mi última palabra para ti es la misma que he dicho durante todos estos largos y tristes años, amor", decía una nota que había dejado.

Tras la muerte de Karl Marx, su hija menor se había enamorado perdidamente de un científico y revolucionario llamado Edward Aveling.

Mantuvieron una relación durante más de 10 años, pero en el verano previo a su muerte, Aveling la había abandonado por una joven actriz con quien se casó.

Esa traición fue un golpe durísimo.

"El 31 de marzo de 1898, regresó a la casa de Eleanor en Sydenham, probablemente para intentar extorsionarla por dinero o amenazarla con exponer la verdad sobre el hijo 'secreto' de (Karl) Marx", contó Faith Evans, traductora de The Daughters of Karl Marx: Family Correspondence 1866-98 ("Las hijas de Karl Marx: Correspondencia familiar 1866-1898"), en un artículo de The Independent.

Se cree que cuando Aveling salió del lugar, Eleanor decidió terminar con su vida.

Pese a que es imposible determinar con precisión qué ocurrió ese jueves en esa casa londinense, trascendió que Eleanor le había pedido a su empleada que fuera a la farmacia con un papel dentro de un sobre.

"Por favor, entregar al portador cloroformo y una cantidad pequeña de ácido prúsico para perro", decía la orden, según relata Rachel Holmes en su libro Eleanor Marx: A life ("Eleanor Marx: Una vida").

La prescripción tenía las iniciales "EA" y una tarjeta del Dr. Aveling.

La empleada regresó con un paquete y se lo entregó a Eleanor, quien tenía 43 años.

Laura, la del medio
El 25 de noviembre de 1911, la segunda hija de Karl Marx, Laura, salió a dar un paseo por París con su esposo Paul Lafargue.

Laura tradujo buena parte del trabajo de su padre al francés.
"Van al cine, se compran un dulce en una pastelería, caminan y cuando regresan a su casa, se suicidan", le cuenta a BBC Mundo Juan Manuel Aragüés, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.

"Habían planificado al milímetro su decisión de suicidarse".

Incluso, como narra el periodista de BBC Mundo Lioman Lima, "antes de entrar en su habitación, Paul y Laura dejaron comida y agua para varios días para su perro, Nino".

Llevaban casados más de 40 años y se cree que la decisión de acabar con sus vidas la habían tomado mucho tiempo antes, al parecer, por el temor a una vejez limitante.

Sus vidas, especialmente la de Laura, habían quedado dramáticamente marcadas por la muerte de sus tres hijos, quienes fallecieron siendo muy pequeños.

"Uno puede entender desde una perspectiva abstracta las estadísticas de la mortalidad infantil en el siglo XIX, pero cuando te concentras en familias o parejas de manera individual, es cuando realmente te das cuenta de la escala del problema. Cuán devastador podía ser perder a los hijos tan pequeños", reflexiona en conversación con BBC Mundo David Leopold, profesor asociado de Teoría Política de la Universidad de Oxford.

Laura tenía 66 años y su esposo, 69, cuando le dejaron su suerte al ácido de cianuro.

"Estando sano de cuerpo y espíritu, me quito la vida antes de que la despiadada vejez, que me ha arrebatado los placeres y las alegrías uno tras otro, y que me ha estado despojando de mis fuerzas físicas e intelectuales, pueda paralizar mi energía y quebrar mi voluntad, haciéndome una carga para mí y los demás", decía uno de los fragmentos de la nota que dejó Lafargue.

Su muerte, señala Aragüés, generó una enorme convulsión en el movimiento obrero, porque eran dos de sus referentes.

Su entierro en París se convirtió en una manifestación política a la que asistieron figuras como Vladimir Lenin.

Jenny, la mayor
De niña, la salud de Jenny o Jennychen, como la llamaban, era un poco frágil.

Jenny falleció en Francia en 1883; dos meses después su padre moriría en Londres. Esta imagen es de 1866. Nació en 1844 y se casó con el activista francés Charles Longuet en 1872.

Como sus padres, la pareja enfrentó problemas financieros, pero con el tiempo logró estabilizarse.

La vida de Jenny fue golpeada por la enfermedad y la muerte de dos de sus seis hijos cuando eran pequeños.

De acuerdo con Saul Padover, autor del libro Karl Marx: An Intimate Biography ("Karl Marx: una biografía íntima"), en septiembre de 1882 Jenny dio a luz a su única hija.

Cuatro meses después, a la edad de 38 años, moriría de cáncer de vejiga en Francia, donde se había radicado con su familia.

Karl Marx se encontraba muy enfermo en Londres y no pudo viajar para el funeral. Dos meses después, el gran filósofo del comunismo también fallecería.

Su estado de salud era delicado y había empeorado con la muerte, en diciembre de 1881, de su gran referente: su esposa. Un año después, perdería a su hija.

El efecto fue devastador: "Gente que lo conoció dijo que ahí fue cuando perdió el deseo de vivir", reflexiona Leopold.

Algunos autores, como Gareth Stedman Jones, profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Queen Mary, creen que Jenny llegó a ser "la hija favorita de Marx".

Tiempos difíciles Marx y Jenny tuvieron siete hijos, pero solo Jenny, Laura y Eleanor llegaron a la edad adulta.

Jenny von Westphalen estuvo casada con Marx durante 38 años y fue clave para su obra.
"Si tuviese que empezar de nuevo, (Marx) declaró, hubiese elegido la misma vida de un revolucionario, pero no se hubiese casado: su esposa sufrió demasiado y le angustiaba que sus hijas se expusieran a la misma suerte", escribió Victor G. Kiernan, quien fue profesor emérito de Historia de la Universidad de Edimburgo, en un artículo sobre las hermanas publicado en 1982 en la revista London Review of Books.

"Había mala salud en la familia", señaló el destacado historiador británico. Dos de las hijas sufrían de insomnio, "entre otras dolencias".

Hubo un período en el que los Marx vivieron en una pobreza angustiante.

El profesor Aragüés recuerda que en Londres, cuando murió uno de los hijos, la familia no tenía dinero para comprar el ataúd.

"Jenny, desesperada, le pide a un vecino francés dinero prestado para poder enterrar a su hijo", indica el docente.

Marx era consciente, explica el académico español, de que con su decisión de dedicarse a la filosofía y al servicio de un movimiento político, había arrastrado a Jenny a una situación muy dura.

"Los cambios de domicilio eran una constante. Jenny nace en París en momentos muy difíciles para la familia porque poco tiempo después son expulsados".

"Laura nace en Bruselas, donde son perseguidos por la policía. De hecho, Marx tiene que empeñar el abrigo para tener algo de dinero", recuerda el experto.

"Un padre devoto"
Pero, después de esos años tan arduos, las circunstancias financieras de la familia mejoraron gracias, en gran parte, al amigo y camarada político de Marx, el filósofo Federico Engels, quien los ayudó económicamente.

La esposa de Marx fue parte de una prominente familia de la aristocracia alemana (entonces Prusia)
"Tenemos pocos reportes de cómo era la vida doméstica, pero la impresión que dejan es que Marx fue un padre devoto y muy cercano a sus hijas", señala Leopold, quien es autor de The Young Karl Marx ("El joven Karl Marx").

"Hay testimonios de gente que visitaba la casa y recordaba a sus hijas jugando al caballito con él".

"Hay un contraste entre su infancia y su vida familiar feliz y la trágica dimensión de sus vidas adultas", reflexiona.

De acuerdo con el experto, la vida de los Marx fue más convencional de lo que uno podría pensar: "Marx no era un bohemio".

Pese a sus visiones políticas, sus hijas tuvieron una crianza burguesa: había lecciones de piano, canto, francés, italiano, dibujo.

Marx y Jenny querían que sus hijas fuesen independientes financieramente y cultas.

La devoción, dice Leopold, era mutua: de los padres hacia las hijas y de ellas hacia sus padres y eso se haría evidente con el transcurrir de los años.

La empresa colectiva de Marx
Esa devoción llevó a que se estableciera una especie de "sociedad" en la que todos estaban involucrados en el proceso de producción teórica, reflexiona el profesor Aragüés.

El ambiente familiar ayudó a que Marx se dedicara a su pensamiento filosófico y a materializar su obra. "El nombre que aparece en la obra es el de Karl Marx pero no hay ninguna duda del papel importante que desempeñan las cuatro mujeres que están alrededor de él en ese proceso", indica.

"Su esposa parecía ser la única capaz de entender la endiablada letra de Marx".

Con mucha paciencia Jenny pasaba a limpio muchos de sus manuscritos. Pero también fue una escritora y pensadora política con mérito propio.

Sus hijas desempeñaron la labor de acopio de información y de traducción de sus obras, que escribió principalmente en alemán.

"Era como una empresa colectiva. Eran conscientes de que había un trabajo teórico y político que hacer y ellas lo desempeñaban", señala el docente.

"Pero no se trata de un papel secundario de apoyar al padre, sino que en las tres encontramos una dimensión propia".

Desde el periodismo
A la hija mayor, Jenny, le preocupaba lo que estaba sucediendo en Irlanda, no solo por la crisis económica que afectaba a miles de familias de la clase trabajadora sino por la tensión nacionalista que crecía contra el dominio británico.

Charles Longuet fue un líder socialista francés que se casó con la hija mayor de Marx, Jenny. Escribió varios artículos periodísticos para denunciar el maltrato a los prisioneros políticos irlandeses por parte de las fuerzas británicas, señala Leopold.

También publicó textos en la prensa socialista y apoyó a los refugiados que eran perseguidos tras la Comuna de París que buscaban protección en Inglaterra, indica el profesor.

Y es que Londres y, como lo cuenta Aragüés, la casa de Marx se habían convertido en un centro de peregrinación de revolucionarios de todo el mundo.

La Comuna de París fue un movimiento revolucionario que gobernó la ciudad por dos meses en 1871 y el esposo de Jenny había sido una de sus figuras destacadas.

El compromiso revolucionario
Laura no solo fue clave para traducir el trabajo de su padre al francés.

Laura y su esposo están enterrados en el cementerio Père-Lachaise de París. Su esposo, Lafargue, quien había nacido en Cuba, también fue un líder revolucionario en el alzamiento francés.

De acuerdo con Aragüés, Laura tuvo un vínculo muy estrecho con la Comuna de París.

La pareja vivía en Burdeos, cuando, en abril de 1871, el esposo decidió irse a París.

En mayo, estallaría la Comuna y Lafargue "se queda para participar en el movimiento revolucionario".

Laura le envió una carta a sus hermanas en la que les dijo:

“En cuanto a Paul no sé qué pensar. Claramente cuando se fue no tenía la intención de estar tanto tiempo fuera pero es posible que no pueda volver, aunque lo desee, o tal vez la visión de las barricadas le haya tentado a seguir allí para luchar. No debería sorprenderme y no me importaría porque si yo estuviera allí con él podría luchar también”.

Tras leer el fragmento, Aragüés añade: "Su compromiso político era impresionante y acababa de tener un niño".

Cuando la comuna fue derrotada, Lafargue salió huyendo y se llevó a su familia a los Pirineos.

"Tras recibir información de que iban a ser arrestados, pasan a España. Pero allí lo detienen por unos meses", cuenta el académico.

Cuando fue liberado, se fueron unos meses a Madrid, donde desempeñan un rol clave en la creación del Partido Socialista Obrero Español.

"El hijo muere y es enterrado en Madrid", cuenta el profesor.

Las ideas
Jones, quien es autor de Karl Marx: Greatness and Illusion ("Karl Marx: Ilusión y grandeza"), le dice a BBC Mundo que las ideas políticas de Laura eran más cercanas a las de Marx.

El mismo Engels estaba impresionado.

Federico Engels mantuvo una relación muy cercana con las hijas de Marx, incluso después de la muerte del padre.

"Contamos con correspondencia, tras la muerte de Marx, que se escribieron ella, su esposo y Engels y es muy claro a partir de esas cartas que no es una mera espectadora del activismo político, ella es una participante activa del movimiento", indica Leopold.

De hecho, para Engels, Lafargue "no era de fiar", en cambio, "vio que el juicio político de Laura era mucho más superior que el de su esposo".

"Laura escribe sobre los acontecimientos políticos contemporáneos y su involucramiento con el movimiento socialista es muy serio y significativo", explica el profesor de la Universidad de Oxford.

Una pionera del feminismo
La hija menor de Marx, Eleanor, había sufrido años de mentiras y promesas falsas de Aveling, quien le habló de matrimonio e hijos.

Eleanor Marx fue muy activa en el movimiento obrero no solo británico sino que buscaba su internacionalización.

"Ha habido una gran especulación: ¿fue suicidio o fue un asesinato? Sea cual sea el caso, Edward Aveling desempeñó el papel de su abusador", reflexionaron Harrison Fluss y Sam Miller en The Legacy of Eleanor Marx ("El legado de Eleanor Marx"), artículo publicado en la revista Jacobin.

"Eleanor Marx no debe ser definida por su muerte, ni debe ser reducida al abuso que sufrió. Debe ser recordada y celebrada como la mujer radical que era: una pionera del feminismo marxista", señalaron los autores.

En eso sí hay consenso: Eleanor, o Tussy, como la llamaban desde niña, llegó a convertirse en una líder social que trabajó para establecer los primeros sindicatos de mujeres.

"Ella entendía lo que sucedía en los sindicatos y se preguntaba: ¿cómo están participando las mujeres?", le dijo Holmes al programa de la BBC Free Thinking.

Una ilustración de Gennaro Amato en la que se observa a Eleanor en una movilización de trabajadores en mayo de 1890.

Se concentró en entender cómo la estructura económica estaba construida sobre una división de roles en la que los salarios bajos eran para las mujeres, explicó la autora.

Abogó por el cuidado de los hijos de las madres trabajadoras y por la educación obligatoria y no hablaba de reformas, sino de cambios estructurales.

No solo promovió los derechos de las mujeres en el ámbito laboral, sino que puso en la agenda pública temas de salud que las afectaban.

De acuerdo con Holmes, también luchó para que hubiese un reconocimiento internacional de la unidad entre los trabajadores.

Una de las consignas que defendió fue la implementación de las jornadas de 8 horas diarias para los trabajadores en Reino Unido y en Europa.

Eleanor salía a las calles, hablaba con los trabajadores para entender sus preocupaciones y participaba como oradora en movilizaciones.

Y también fue una colaboradora muy cercana de su padre.

Aunque ella, como sus hermanas, adoraba a Marx, llegó a sentir que haberse quedado con él y haberse dedicado a ayudarlo con su obra se había convertido en una especie de carga en su juventud, reflexiona Jones.

Las parejas
Tanto Marx como su esposa tenían caracteres fuertes y quizás una muestra de ello es la actitud que asumieron frente a las parejas que sus hijas escogieron.

Paul Lafargue fue periodista, escritor político y revolucionario nacido en Cuba. Fue el autor del ensayo: "El derecho a la pereza".

"Marx no quería que sus hijas fueran pobres, deseaba que tuvieran matrimonios felices", cuenta Leopold.

Jones dice que ninguno de los dos padres aprobaron a Longuet ni a Lafargue como compañeros de Jenny y Laura respectivamente.

"Lafargue era más cercano en su ideas políticas a Marx, aunque el mismo Marx se quejó y dijo que si eso era ser marxista, él no era marxista", indica el autor.

Aragüés recuerda que a Lafargue, Marx "le recriminó su forma de hablar y sus ciertos aires burgueses".

En lo político, Longuet se volvió más moderado y apuntaba a la socialdemocracia. En la vida familiar, se cree que no fue un compañero ejemplar.

"El esposo de Jenny era un esposo convencional para la época, con las connotaciones negativas que eso implica", reflexiona Leopold.

De acuerdo con Emma Griffin, historiadora en la Universidad de East Anglia, Jenny y Laura se casaron con "hombres muy similares, que tenían la ambición de ser escritores, creadores, de dejar una marca en el mundo".

Pero que, la mayor parte del tiempo, no eran una fuente confiable para sostener a las familias, señaló en el programa de la BBC.

A Marx y a su esposa les costó aún más aceptar a Prosper-Olivier Lissagaray, un revolucionario francés del que la hija menor se había enamorado cuando era una adolescente.

"No está clara la hostilidad hacia Lissagaray, pero se sabe que era 20 años mayor que Eleanor", señala Jones.

Sin embargo, se cree que terminaron cediendo y fue Eleanor quien decidió no continuar con la relación.

El legado de las Marx
Jenny, Laura y Eleanor fueron fundamentales para la difusión de las ideas de su padre.

Marx fue enterrado en el cementerio de Highgate en Londres. "Las hijas de Marx tienen un perfil propio, evidentemente ensombrecido por la enorme figura del padre pero no se puede desdeñar en absoluto el papel que desempeñan tanto en el ámbito práctico, como en la dimensión creadora", señala el profesor Aragüés.

"Más allá de los trágicos finales, lo que hay que subrayar son las vidas de tres mujeres tremendamente interesantes, con ideas muy claras, con un compromiso social y político muy potente. Más allá de la penuria con la que pudieron haber vivido sacaron partido de un momento histórico muy importante".

"Son vidas duras truncadas por la enfermedad, el desengaño, la pérdida de hijos, pero al mismo tiempo con la luz de su enorme valía teórica y práctica y pueden ser colocadas sin ninguna duda en la historia del siglo XIX como un referente del pensamiento protagonizado por mujeres".

De hecho, reflexiona el profesor español, acompañar a uno de los filósofos y teóricos políticos más relevantes de la historia y ser una parte muy importante de su trabajo, "creo que no ha sido suficientemente resaltado". BBC.