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En esta nota reciente compartí mis libros favoritos del Nobel colombiano —entre ellos Crónica de una muerte anunciada, que me cautivó cuando lo leí en la escuela—; la belleza y el atractivo de la obra de García Márquez es la variedad de narrativas y estilos que ofrece.
¿Prefieres la mordaz crítica de la burocracia y la corrupción política de El coronel no tiene quien le escriba, basada en su abuelo? ¿O tal vez tu estilo es más afín a su Relato de un náufrago, una crónica de supervivencia escrita desde la perspectiva de un marinero varado en el Caribe? Sea lo que sea, queremos saber qué título añadirías a la lista y para qué tipo de lector o estado de ánimo lo recomendarías.
Según sus padres, Gabito llegó a este mundo cubierto de aceite de hígado de bacalao, con dos cerebros y la memoria de un elefante. Nació en Aracataca, Colombia, en 1927, aunque siempre insistió que fue en 1928, como un guiño a la historia colombiana: ese fue el año de la terrible masacre cometida contra varios trabajadores de las plantaciones de banano en su amada costa caribeña. Ese episodio, dijo alguna vez, quizás fue su primer recuerdo.
Así empieza la mitología de Gabriel García Márquez, el mago del realismo mágico, un premio Nobel que combinó la verdad con la ficción para abarcar la inmensa realidad de la vida en América Latina. La vastedad de sus trabajos era igual de universal. Su obra —al menos 24 libros, incluyendo novelas, recopilaciones de cuentos y piezas de no ficción— abarca casi todos los generos, desde potentes novelas policiales, así como romances hasta comentarios políticos y ficción histórica. Si estás vivo, en sus libros hay algo para ti.
Sin embargo, la atracción principal es su ficción. En un artículo publicado después de su muerte, la crítica de The New York Times, Michiko Kakutani, describió el universo de García Márquez como “un sueño febril donde el amor, el sufrimiento y la redención giran sin parar alrededor de sí mismos en una cinta de Moebius”. Al describir la condición humana como si fuera un evangelio, García Márquez destilaba sabiduría cósmica en una sola línea con un movimiento rápido de su muñeca. Casi toda su ficción tuvo raíces en su experiencia personal —a su madre le gustaba recalcar que estaba escrita en código y ella tenía la llave— y extrajo temas recurrentes de su obsesión por el amor, la memoria, el poder absoluto y la búsqueda de una identidad colectiva.
Su vida no estuvo libre de controversias. Su amistad con Fidel Castro desencadenó la ira del FBI y facciones de la izquierda desconfiaron de sus intenciones. El autor peruano Mario Vargas Llosa, eterno rival literario que alguna vez fue su amigo, le pegó un puñetazo por meter sus narices —y quizás algo más— en su crisis matrimonial. Para la década de los noventa, García Márquez ya no estaba a salvo en su propio país, y recorría las calles de Colombia en un Lancia Thema con ventanas blindadas y un chasis a prueba de bombas. Eventualmente se fue a la Ciudad de México, donde murió en 2014.
Sin embargo, sigue siendo una presencia gigantesca en la literatura latinoamericana, sirviendo como una prueba de fuego en la región: las nuevas generaciones de escritores le rinden homenaje o se rebelan contra su influencia. Sus libros se venden tan bien que incluso las copias piratas siguen circulando ampliamente, difundiendo su característico ingenio y humor, irónico y terrenal, con márgenes desiguales y textos emborronados.
¿Estás listo? Es hora de entrar al laberinto.
Quiero empezar con su mayor obra
Respeto tu ambición. Gabo también lo haría. Solo hay una respuesta correcta y es Cien años de soledad (1967). El autor siempre tuvo grandes planes para esa novela que toca los temas principales que desarrollaría en el resto de su obra. Es una historia de su ciudad natal, en la costa colombiana, y del Caribe, donde los españoles fueron derrotados por primera vez y donde empezó el proyecto de Latinoamérica. Es Gabriel García Márquez en su esencia.
La novela cuenta la historia de la mítica familia Buendía, liderada por José Arcadio Buendía, y del pueblo de Macondo, una alegoría al lugar de nacimiento de García Márquez y a Latinoamérica en general. El libro, publicado en vísperas de una época de terror y represión en América del Sur, es una parábola inequívoca del imperialismo: tiene catástrofes naturales, guerras civiles y plagas de insomnio. Macondo sobrevive a un desastre tras otro —incluida una versión ficcionalizada de la masacre de las bananeras en 1928— hasta que el poblado finalmente es arrasado por un huracán, como lo profetizaba un manuscrito descifrado por el último descendiente de los Buendía.
A García Márquez le tomó 18 meses escribir Cien años de soledad, pero pasó casi dos décadas rumiando la historia en su cabeza. Mientras leía las pruebas de su novela La hojarasca, una aproximación temprana a Macondo y sus personajes, le dijo a su hermano: “Esto es bueno, pero yo voy a escribir una vaina que se va a leer más que El Quijote”. No estaba tan equivocado.
Florentino Ariza también.
Es la década de los treinta. Han pasado cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días desde que el amor de su vida, la bella Fermina Daza, lo rechazó por un doctor adinerado. Pero cuando su rival, Juvenal Urbino, muere de una súbita y absurda manera (tratando de perseguir a un loro en un árbol de mango), Florentino vuelve a retomar su pasión.
Así empieza El amor en los tiempos del cólera (1985), una novela en la que, como el novelista Thomas Pynchon escribió en su reseña para El Times, “el voto eterno del corazón se enfrenta con los términos limitados del mundo”. Nos trasladamos a fines del siglo XIX, al comienzo de un brote de cólera que invadirá esta ciudad caribeña ficticia durante el próximo medio siglo. En el camino, somos testigos del cortejo y el amor floreciente entre Florentino y Fermina, que se desenvuelve a través de cartas y telegramas, hasta que el padre de ella lo finaliza abruptamente al comprometerla con el irresistible doctor Juvenal Urbino. Como un poeta condenado a la búsqueda eterna del amor, Florentino espera su momento, mientras trabaja como operador de telégrafo y se enreda en 622 “amores continuados” mientras reserva su fidelidad para su único y verdadero amor.
García Márquez se inspiró en su hogar. Su padre, Gabriel Eligio García, era un seductor experto con fluidez en poesía y canciones de amor, que cortejó a Luisa Santiaga durante su tiempo libre en la oficina pública de telégrafos, para gran molestia de su familia. Es como si García Márquez le diera la vuelta a la historia de sus padres en su cabeza y simplemente la contara desde allí.
La selección de Doce cuentos peregrinos (1992) sirve como una sala de juegos y una especie de apéndice de la obra de García Márquez. Una clarividente usurpa lentamente la propiedad de una distinguida familia vienesa vendiéndoles los sueños que ella les interpreta. Una pareja caribeña pobre se apiada de su depuesto presidente cuando lo encuentran viviendo en la miseria y el exilio en París. Una mujer es admitida por error en un sanatorio cuando su auto se avería en el desierto de Los Monegros, en España, y su esposo, un mago en apuros, la abandona allí en represalia por una infidelidad imaginaria. Hay bromas astrológicas e insultos brutales: tener un Sol en Piscis o un signo ascendente no es excusa para la estupidez, se nos dice; en Nápoles, hasta Dios se va de vacaciones en agosto; y un grupo de turistas ingleses se describe como “uno solo muchas veces repetido en una galería de espejos”.
Todos estos relatos siguen a latinoamericanos en Europa, animados por la preocupación de García Márquez por la historia, la identidad y el destino de su región.
Creo que podría tener una maldición
¿Te sientes perdido? ¿Tu vida está en ruinas? Puedes leer El general en su laberinto (1989), un relato de ficción sobre Simón Bolívar, el político y revolucionario conocido como el “Libertador” de Sudamérica. Bolívar, debilitado por la enfermedad y rechazado por el gobierno que ayudó a crear, se embarca en un último viaje por el río Magdalena, donde hace un balance de su vida mientras vuelve a visitar los campos de batalla de las glorias pasadas y las traiciones. La corona española ha sido vencida, pero la Sudamérica unificada que anhelaba se dividía por intrigas y celos, asesinatos y golpes de Estado.
“El destino de la idea bolivariana de la integración parece cada vez más sembrado de dudas, salvo en las artes y las letras”, recalcó García Márquez en un discurso de 1995. Esta novela histórica es un lamento por el pasado de su continente a través de los ojos de su primer soñador desilusionado. El epígrafe del libro, tomado de una carta del Libertador de 1823, lo resume así: “Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida”.
Todos en el pueblo de Sucre sabían que Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada (1981), iba a ser asesinado en la mañana de la llegada del obispo, excepto el propio Nasar. Sus asesinos, los gemelos Vicario, se lo habían dicho a todo el mundo y afirmaban que lo iban a matar por arruinar el matrimonio de su hermana con un hombre de dinero. Veinte años después, el narrador, un sucedáneo del propio García Márquez, regresa a su ciudad natal para reconstruir el asesinato. Entrevista tras entrevista, lo que al principio parece ser un misterio se convierte en una historia de clase, intriga y movilidad social en un pueblo pequeño que finalmente acusa a toda la comunidad.
¿Qué es lo más raro que escribió?
Hay muchas posibles respuestas para esta pregunta. Mi favorita, sin embargo, es Memoria de mis putas tristes (2004), su última novela.
Para marcar el comienzo de su cumpleaños noventa, un hombre hace una visita de rutina a su burdel favorito, pero con una petición especial: quiere celebrar el hito con una virgen. Para eso, elige a una niña de 14 años. La diferencia de edad es ciertamente desconcertante —“No me importa cambiar pañales”, bromea con la madame— y probablemente única en las novelas de García Márquez. Sin embargo, en vez de consumar la transacción, la niña se derrumba en la cama, exhausta por cuidar a sus hermanos y trabajar en una fábrica de botones. Se enamora de la noche a la mañana y se despierta con una revelación trascendental: la vida no es efímera como el río siempre cambiante de Heráclito, “sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más”. La naturaleza mojigata y cíclica de la vida, representada aquí una última y excitada vez por García Márquez.
Cuéntame más de su trabajo de no ficción
García Márquez se fogueó trabajando en salas de redacción en todo el continente americano y como corresponsal en Europa, Estados Unidos y otros lugares. Publicó libros notables de no ficción, incluido un relato de suspenso de una serie de secuestros en la era de Pablo Escobar en Colombia, pero El escándalo del siglo (2019), una colección póstuma de sus artículos publicados entre 1950 y 1984, ofrece una muestra más diversa de su obra. La antología —no todas las piezas son estrictamente de no ficción— abarcan desde los primeros despachos que hizo para varios medios cuando tenía 20 años hasta las columnas que escribió para El País cuando era un novelista de éxito. La antología incluye un colorido informe sobre la idolatría en el pueblo de La Sierpe en la Colombia rural, una crónica surrealista de una sequía en Caracas, y su breve y espontáneo encuentro con Ernest Hemingway cuando tenía 28 años y vivía en París.
Quiero explorar los rincones de su mente
¿Listo para sumergirte en su mente? García Márquez escribió una autobiografía de sus primeros años, y Gerald Martin también compiló una biografía ejemplar en 2008. Pero si lees detenidamente, El otoño del patriarca (1975), un paisaje onírico de un tirano novelesco, verás que funciona como una biografía alternativa, aunque más metafísica.
Lo que le falta a la novela en la trama lo compensa con detalles grotescos y despiadados, narrando la historia de un dictador anciano que aterroriza a un país caribeño anónimo. Un amigo sospechoso de traición es asado y servido en un banquete. Los miembros del círculo íntimo del dictador son ametrallados después de que finge su propia muerte. En un momento, le vende el mar Caribe a los Estados Unidos, que lo reparte y lo envía poco a poco a Arizona. Todo lo que queda atrás es un cráter gigante.
García Márquez se refirió a este libro como un “poema sobre la soledad del poder” y también lo calificó como su mejor novela. Es amorfa, decadente, lírica, y se inspira en una multitud de innumerables dictadores de América Latina y más allá. Es posible que también haya liberado algunos de sus demonios personales. “Soy el patriarca”, le dijo una vez a Martin. “Si no entiendes eso… ¿cómo vas a ser mi biógrafo?”.
https://www.nytimes.com/es/2023/04/10/espanol/obras-esenciales-garcia-marquez.html
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sábado, 22 de abril de 2023
jueves, 20 de junio de 2019
50 verdades sobre Gabriel García Márquez
El escritor colombiano, genio del realismo mágico, cuyos escritos marcaron para siempre la historia literaria universal, falleció en México el 17 de abril de 2014 a los 87 años.
Nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, departamento de Magdalena, Colombia, en el seno de una familia modesta de 16 hijos, Gabriel José de la Concordia García Márquez, apodado Gabo, es sin duda uno de los más grandes escritores latinoamericanos.
Poco después, en 1929, sus padres Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán se ven obligados a mudarse a Barranquilla por razones profesionales. Los abuelos maternos se encargan entonces de criar al pequeño Gabriel.
Su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, apodado Papalelo, veterano de la Guerra de los Mil Días –conflicto fratricida que enfrentó al Partido Liberal con el Partido Nacional entre 1899 y 1902–, excelente cuentista, tiene una gran influencia sobre él y se convierte en el “cordón umbilical con la historia y la realidad”. Progresista, se rebeló contra la Masacre de las Bananeras en diciembre de 1929, cuando el ejército colombiano mató a más de 1.000 obreros agrícolas en huelga de la United Fruit Company, tras las amenazas de Washington de mandar a sus propias tropas para proteger los intereses de la multinacional. El coronel cuenta esa tragedia a su nieto. También le hace descubrir los tesoros del diccionario. “Es difícil olvidar a un abuelo así”, confesará García Márquez.
Su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, a la que el joven Gabriel apodaba cariñosamente “abuela Mina”, es una mujer “mujer imaginativa y supersticiosa”. Lo apasiona también con sus historias y relatos extraordinarios, así como con su manera de contarlos. Su prima se convierte en fuente de inspiración. “Yo, desde que nací, sabía que iba a ser escritor. Quería ser escritor. Tenía la voluntad, la disposición, el ánimo y la aptitud para ser escritor. Nunca pensé que podía ser otra cosa. Nunca pensé que de esto pudiera vivir. Estaba dispuesto a morirme de hambre pero para ser escritor”.
Cuando muere su abuelo en 1936, el joven Gabriel, con nueve años, se reúne con sus padres en Sucre. Lo mandan a un internado en Barranquilla, situado a orillas del río Magdalena, y luego al colegio de jesuitas San José en 1940. Consigue una beca y realiza sus estudios secundarios en el Liceo Nacional de Zipaquirá, ubicado a una hora de Bogotá.
En 1947 inicia la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá y se dedica a la lectura. Devora a Ernest Hemingway, James Joyce, Virginia Woolf y sobre todo a William Faulkner, su “maestro”. Franz Kafka lo impacta también con su libro La metamorfosis, que será la fuente de inspiración de su primer cuento. Se apasiona también por los clásicos de la tragedia griega como Edipo Rey de Sófocles.
El movimiento poético Piedra y Cielo, que nació en 1939, marca profundamente al joven García Márquez. Confesaría más tarde: “La verdad es que si no hubiera sido por Piedra y Cielo, no estoy muy seguro de haberme convertido en [buen] escritor. Allí no sólo aprendí un sistema de metaforizar, sino lo que es más decisivo, un entusiasmo y una novelería por la poesía que añoro cada día más y que me produce una inmensa nostalgia”.
Inspirándose en los relatos de su abuela, decide lanzarse a la escritura y publica su primer cuento, La tercera resignación, en el diario El Espectador, el 13 de septiembre de 1947.
El 9 de abril de 1948, Gabriel García Márquez se encuentra en la vorágine del Bogotazo, una sangrienta explosión social que sigue al asesinato del carismático líder político socialista Jorge Eliécer Gaitán. Se cierra la Universidad y las llamas destruyen la pensión donde estaba alojado. Decide entonces matricularse en la Universidad de Cartagena.
Después de dos años de estudios de Derecho, abandona la Universidad para dedicarse a su otra gran pasión: el periodismo. “Cuando inicié el tercero [año de Derecho] ya no me interesaba porque estaba totalmente deslumbrado, totalmente tomado por la literatura y el periodismo”. Entre 1948 y 1952, trabaja como reportero en los diarios El Universal y luego El Heraldo en Barranquilla. “Yo llegué al periodismo porque […] el asunto era de contar cosas. […] Hay que considerarlo como un género literario”, subrayaría.
En 1954, regresa a Bogotá donde el diario El Espectador lo contrata como reportero y crítico de cine. En 1955, García Márquez revela la verdad sobre la tragedia de buque de guerra A.R.C. Caldas. Publica una serie de catorce crónicas al respecto, basadas en las conversaciones con Luis Alejandro Velasco, un marino que sobrevivió al drama que costó la vida a siete personas caídas al mar. García Márquez no sólo demuestra todo su talento de escritor y de relator sino que además hace trizas la versión oficial del naufragio según la cual la tragedia se debió a las malas condiciones climáticas. En realidad, el puente del buque estaba sobrecargado de mercancías de contrabando (equipos electrodomésticos traídos de Estados Unidos) y la ruptura de un cable echó a ocho hombres al mar. La revelación del escándalo suscita la ira del régimen militar y García Márquez es enviado a Europa como corresponsal para escapar de las represalias. En 1970, esta historia se publicaría bajo el título Relato de un naufragio.
Antes de viajar a Europa, Gabriel García Márquez publica en 1955 su primera novela, La hojarasca, que la crítica saluda pero resulta un fracaso comercial. Para esta novela, “la más sincera y espontánea”, en la que evoca por primera vez ese pueblo imaginario llamado Macondo, el joven escritor no recibe “ni un céntimo por regalías”.
García Márquez visita varios países de Europa occidental y del mundo socialista y publica varios reportajes en El Espectador.
El escritor colombiano se instala luego en París en 1957. Su estancia en la capital francesa tiene una importancia trascendental: “Lo que fue importante para mí en París es la perspectiva que me dio de América Latina. Allá no dejé de ser Caribe, pero un Caribe que se dio cuenta cuál era su cultura”. En la capital francesa, cuna de la Revolución, empieza su compromiso político: “Prescindí de todos los compromisos que tenía con la literatura y me centré en el compromiso político”. Gracias a su amigo Nicolás Guillén, poeta cubano, se interesa por la Revolución Cubana de Fidel Castro que sacude el yugo de la dictadura militar de Fulgencio Batista.
En París, Gabriel García Márquez vive en condiciones económicas precarias y se ve obligado a “comer las sobras de un cajón de basuras”. En plena guerra de Argelia, frecuenta a los independentistas del Frente de Liberación Nacional. Incluso lo arrestó y golpeó la policía francesa que lo confundió con un “rebelde argelino”.
En diciembre de 1957, García Márquez consigue un puesto en el diario Momento, en Caracas. Un mes después es testigo directo de la sublevación popular contra el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, quien se refugia en República Dominicana. En mayo de 1958, es nombrado redactor de Venezuela Gráfica.
En 1958, se casa con Mercedes Barcha, a quien conoce desde su época de estudiante y a quien ama con pasión. Lo acompañaría a lo largo de su vida. Explica el secreto de su éxito matrimonial: “hay tres vidas: la vida pública, la vida privada y la vida secreta. En todas han existido las mujeres. Me entiendo mejor con las mujeres que con los hombres. Hay una clave matrimonial importante: las mujeres dicen que los problemas se resuelven con el diálogo. Es al revés: problema que se dialoga termina en pleito con seguridad. Hay que hacer confianza y hay que olvidarlo y seguir pa’lante”.
En 1959, tras el triunfo de la Revolución Cubana, participa en la fundación de la agencia Prensa Latina y se convierte en su corresponsal en Bogotá. En 1961, es nombrado corresponsal en Nueva York y se instala allí con la familia. Pero tras sufrir intimidaciones por parte de las autoridades y amenazas por parte de los exiliados cubanos se ve obligado a abandonar Estados Unidos.
Gabriel García Márquez viaja a México con su familia, “sin nombre y sin un clavo en el bolsillo”. Pasaría una gran parte de su vida en la capital mexicana. En 1962, su novela, La mala hora, consigue el Premio de la Academia Colombiana de Letras.
Gabriel García Márquez también es un apasionado del cine: “llegué a tenerle tanto amor al cine que pensé en hacer cine por lo mismo que hice novela y cuento y por lo mismo que hice periodismo: era otra manera de contar la vida”. Siguió estudios de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, con el cubano Julio García Espinosa y el argentino Fernando Birri, los futuros creadores del Nuevo Cine Latinoamericano. Lo impacta el neorrealismo italiano y colabora con Cesare Zavattini. Escribió guiones para varias de sus obras. Su primer cortometraje, La langosta azul, se realizó en 1954. A partir de 1963, se consagra al séptimo arte y redacta numerosos guiones como El gallo de oro de Roberto Gavaldón en 1964, En este pueblo no hay ladrones de Alberto Isaac en 1965, Tiempo de morir de Arturo Ripstein en 1966, que recibe el primer premio en el Festival Internacional del Film de Cartagena, Pasty, mi amor de Manuel Michel en 1968, Presagio de Luis Alcoriza en 1974, entre otros.
Gabriel García Márquez crearía también la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en 1986, cuya sede se encuentra en La Habana, y presidiría la institución hasta su muerte. Ese mismo año funda la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de Los Baños en Cuba, que sería una referencia mundial. Gran admirador de Woody Allen, colabora también a menudo con la televisión.
En 1967, tras más de un año dedicado completamente a la escritura, lo que lo hunde en la precariedad económica, García Márquez publica la obra maestra que haría de él uno de los más grandes escritores latinoamericanos. Cien años de soledad se publica en junio de 1967 en Buenos Aires. El éxito es inmediato. El libro, que revela el realismo mágico en todo su esplendor, se traduce a más de 40 idiomas y se venden más de 30 millones de ejemplares. Consigue numerosos premios internacionales y el escritor colombiano logra una fama planetaria. Pablo Neruda declara su admiración por la obra: “Es la mayor revelación en lengua española desde el Quijote de Cervantes”. Por su parte, William Kennedy lo califica de “primer libro desde el Génesis cuya lectura es indispensable a toda la humanidad”.
La problemática de la soledad marcaría la obra de Gabriel García Márquez. El autor colombiano se expresó al respecto: “Creo que es un problema que todo el mundo tiene. Toda persona tiene su propia forma y los medios de expresar la misma. La sensación impregna la labor de tantos escritores”. García Márquez hace de la soledad el tema de su discurso en la entrega del Premio Nobel de Literatura bajo el título La soledad de América Latina: “La interpretación de nuestra realidad a través de los patrones, no los nuestros, sólo sirve para hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Gabriel García Márquez viaja a través del mundo y traba amistad con Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, por el cual nunca escondería su admiración. Esa amistad duraría décadas: “Realmente lo que consolidó esa amistad fueron los libros. Descubrí que es tan buen lector como yo, antes de publicar un libro, le traigo los originales. Señala contradicciones, anacronismos, inconsistencias que se les pasan a los profesionales porque es un lector muy minucioso. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo comenta. Su visión de América Latina en el porvenir es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo. Éste es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”. A lo largo de su vida, Gabriel García Márquez viajaría regularmente a Cuba.
Esta amistad con Fidel Castro y sus ideas progresistas suscitan la hostilidad de Estados Unidos que lo declara persona non grata y le prohíbe la entrada en su territorio a partir de 1961. Habrá que esperar la elección de Bill Clinton, gran admirador del escritor colombiano, para que se levante esa prohibición. García Márquez tejería también una relación amistosa sólida con el presidente de Estados Unidos.
Gabriel García Márquez siempre afirmó sus opiniones políticas progresistas. Las asumió públicamente: “[Mis detractores han] hecho constantes esfuerzos por dividir mi personalidad: de un lado el escritor que ellos no vacilan en calificar de genial y del otro lado el comunista feroz […]. Cometen un error de principio: soy un hombre indivisible, y mi posición política obedece a la misma ideología con que escribo mis libros”. Declararía también: “ Yo sigo creyendo que el socialismo es una posibilidad real, que es la buena solución para América Latina”.
De 1967 a 1975, Gabriel García Márquez reside en Barcelona la mayor parte del tiempo y se inspira de la figura del dictador venezolano Juan Vicente Gómez para redactar El otoño del patriarca. En España, el escritor colombiano se relaciona con numerosos intelectuales progresistas opuestos a la dictadura del general Franco.
En 1974, con varios intelectuales y periodistas, Gabriel García Márquez funda la revista Alternativa en Colombia que durará hasta 1980. El escritor publica artículos políticos sobre la Revolución de los Claveles en Portugal, se interesa por la Revolución Sandinista, denuncia la dictadura de Pinochet y expresa su apoyo a la Revolución Cubana.
En 1981, aprovecha una visita oficial de Fidel Castro a Colombia para regresar a su país. No obstante, el ejército y el presidente Julio César Turbay Ayala lo acusan de financiar a la guerrilla M619. Alertado por unos amigos de su inminente arresto, logra asilo político en México. Agradecido, dirá al respecto: “ No hay mejor servicio de inteligencia que la amistad”.
En 1982, Gabriel García Márquez es el primer colombiano que consigue el Premio Nobel de Literatura “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.
En su discurso de aceptación, Gabriel García Márquez denuncia la trágica realidad política y social latinoamericana: “Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetu que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un Presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo.
En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encinta dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100.000 perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de 1.600.000 mil muertes violentas en cuatro años. De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 % de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos millones y medio de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos.
La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega. Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras […].¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”
En 1985, García Márquez publica El amor en los tiempos del cólera, inspirado de la historia de sus padres: “La única diferencia es que mis padres se casaron. Y tan pronto como se casaron, ya no eran interesantes como figuras literarias”.
Cuatro años después, en 1989, el escritor colombiano publica El General en su laberinto, una obra magistral sobre la figura más emblemática de América Latina, el Libertador Simón Bolívar.
En 1994, García Márquez crea la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias, con el objetivo de formar a los jóvenes estudiantes y crear un nuevo tipo de periodismo más cercano a las realidades sociales de los pueblos.
En 1994, Gabriel García Márquez desempeña un papel clave en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Cuba, rotas en 1981.
En 1996, el Premio Nobel publica Noticia de un secuestro en que cuenta la trágica realidad colombiana marcada por la violencia y los secuestros. La violencia es también uno de los temas recurrentes en la obra de García Márquez.
Profundamente afectado por el sangriento conflicto civil que golpea a Colombia desde hace más de medio siglo, Gabriel García Márquez desempeñó el papel de mediador varias veces en las conversaciones de paz entre los movimientos de guerrilla y el poder central, particularmente bajo los gobiernos de Belisario Betancourt y Andrés Pastrana. “Llevo conspirando por la paz en Colombia casi desde que nací”, recordaba.
En 1997, mientras Cuba es víctima de una ola de atentados terroristas que orquestó el exilio cubano basado en Florida, Fidel Castro encarga a Gabriel García Márquez entregar un mensaje secreto a Bill Clinton sobre la actuación de esos grupúsculos violentos. Cuba había logrado recoger la información necesaria gracias a unos agentes infiltrados en Miami. El escritor colombiano relata este episodio: “En mis conversaciones con Fidel Castro le mencioné la posibilidad de entrevistarme con el presidente Clinton. De allí surgió la idea de que Fidel le mandara un mensaje confidencial sobre un siniestro plan terrorista que Cuba acababa de descubrir”.
En 1999, un cáncer linfático afecta a Gabriel García Márquez. Temiendo no tener tiempo de terminar sus memorias y dos libros de cuentos, el autor se aísla y se dedica únicamente a la escritura: “Reduje al mínimo las relaciones con mis amigos, desconecté el teléfono, cancelé los viajes y toda clase de compromisos pendientes y futuros, y me encerré a escribir todos los días sin interrupción desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde”.
En 2002, García Márquez publica Vivir para contarla, el primer tomo de sus memorias: “Empieza con la vida de mis abuelos maternos y los amores de mi padre y mi madre a principios del siglo, y termina en 1955 cuando publiqué mi primer libro, La hojarasca, hasta viajar a Europa como corresponsal de El Espectador ”.
En 2004, el escritor colombiano publica su última novela Memorias de mis puntas tristes.
En 2006, con numerosos intelectuales latinoamericanos, Gabriel García Márquez firma la “Proclamación de Panamá”, que reclama la independencia de Puerto Rico.
Gabriel García Márquez siempre rechazó el uso de un estilo bien preciso en su escritura. Según él, es el tema del libro lo que determina el estilo: “En cada libro intento tomar un camino diferente. Uno no elige el estilo. Los críticos construyen teorías alrededor de esto y ven cosas que yo no había visto. Respondo solamente a nuestro estilo de vida, la vida del Caribe”.
El escritor también expresó sus reservas sobre la interpretación de sus obras por los estudiosos: “[Los críticos], en general, con una investidura de pontífices, y sin darse cuenta que una novela como Cien años de soledad carece por completo de seriedad y está llena de señas a los amigos más íntimos, señas que sólo ellos pueden descubrir, asumen la responsabilidad de descifrar todas las adivinanzas del libro corriendo el riesgo de decir grandes tonterías”.
Con el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, está considerado el genio del género literario llamado “realismo mágico”, que asocia elementos fantásticos y realidad cotidiana. Pero García Márquez se reivindica primero y ante todo un escritor realista: “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad. La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico. en América Latina la literatura, la ficción, la novela, es más fácil de hacer creer que la realidad”.
Gabriel García Márquez recibió una multitud de premios y distinciones en el mundo entero. Además del Premio Nobel de Literatura, recibió el Premio Rómulo Gallegos, la Legión de Honor francesa, el Águila Azteca de México y fue nombrado Doctor Honoris Causa por varias universidades, entre ellas la prestigiosa Universidad de Princetown.
Gabriel García Márquez es la principal figura del “boom latinoamericano” que incluye a escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa.
Sus libros se han traducido a decenas de idiomas. En total se han vendido más de 50 millones de ejemplares.
Gabriel García Márquez es también un amante de la música, su “vicio favorito”. Ha confesado que “ la música [l]e ha gustado más que la literatura”.
Gabriel García Márquez quedará en la historia probablemente como el escritor más universal del siglo XX. Fue un intelectual preocupado por la suerte de los más humildes, que siempre reivindicó sus raíces populares: “Toda mi formación es a base de la cultura popular. Lo que me ha sustentado, me conmueve y me motiva es la cultura popular”.
*Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Cuba, ¡palabra a la defensa!, Hondarribia, Editorial Hiru, 2016.
http://www.tiendaeditorialhiru.com/informe/336-cuba-palabra-a-la-defensa.html
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Nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, departamento de Magdalena, Colombia, en el seno de una familia modesta de 16 hijos, Gabriel José de la Concordia García Márquez, apodado Gabo, es sin duda uno de los más grandes escritores latinoamericanos.
Poco después, en 1929, sus padres Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán se ven obligados a mudarse a Barranquilla por razones profesionales. Los abuelos maternos se encargan entonces de criar al pequeño Gabriel.
Su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, apodado Papalelo, veterano de la Guerra de los Mil Días –conflicto fratricida que enfrentó al Partido Liberal con el Partido Nacional entre 1899 y 1902–, excelente cuentista, tiene una gran influencia sobre él y se convierte en el “cordón umbilical con la historia y la realidad”. Progresista, se rebeló contra la Masacre de las Bananeras en diciembre de 1929, cuando el ejército colombiano mató a más de 1.000 obreros agrícolas en huelga de la United Fruit Company, tras las amenazas de Washington de mandar a sus propias tropas para proteger los intereses de la multinacional. El coronel cuenta esa tragedia a su nieto. También le hace descubrir los tesoros del diccionario. “Es difícil olvidar a un abuelo así”, confesará García Márquez.
Su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, a la que el joven Gabriel apodaba cariñosamente “abuela Mina”, es una mujer “mujer imaginativa y supersticiosa”. Lo apasiona también con sus historias y relatos extraordinarios, así como con su manera de contarlos. Su prima se convierte en fuente de inspiración. “Yo, desde que nací, sabía que iba a ser escritor. Quería ser escritor. Tenía la voluntad, la disposición, el ánimo y la aptitud para ser escritor. Nunca pensé que podía ser otra cosa. Nunca pensé que de esto pudiera vivir. Estaba dispuesto a morirme de hambre pero para ser escritor”.
Cuando muere su abuelo en 1936, el joven Gabriel, con nueve años, se reúne con sus padres en Sucre. Lo mandan a un internado en Barranquilla, situado a orillas del río Magdalena, y luego al colegio de jesuitas San José en 1940. Consigue una beca y realiza sus estudios secundarios en el Liceo Nacional de Zipaquirá, ubicado a una hora de Bogotá.
En 1947 inicia la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá y se dedica a la lectura. Devora a Ernest Hemingway, James Joyce, Virginia Woolf y sobre todo a William Faulkner, su “maestro”. Franz Kafka lo impacta también con su libro La metamorfosis, que será la fuente de inspiración de su primer cuento. Se apasiona también por los clásicos de la tragedia griega como Edipo Rey de Sófocles.
El movimiento poético Piedra y Cielo, que nació en 1939, marca profundamente al joven García Márquez. Confesaría más tarde: “La verdad es que si no hubiera sido por Piedra y Cielo, no estoy muy seguro de haberme convertido en [buen] escritor. Allí no sólo aprendí un sistema de metaforizar, sino lo que es más decisivo, un entusiasmo y una novelería por la poesía que añoro cada día más y que me produce una inmensa nostalgia”.
Inspirándose en los relatos de su abuela, decide lanzarse a la escritura y publica su primer cuento, La tercera resignación, en el diario El Espectador, el 13 de septiembre de 1947.
El 9 de abril de 1948, Gabriel García Márquez se encuentra en la vorágine del Bogotazo, una sangrienta explosión social que sigue al asesinato del carismático líder político socialista Jorge Eliécer Gaitán. Se cierra la Universidad y las llamas destruyen la pensión donde estaba alojado. Decide entonces matricularse en la Universidad de Cartagena.
Después de dos años de estudios de Derecho, abandona la Universidad para dedicarse a su otra gran pasión: el periodismo. “Cuando inicié el tercero [año de Derecho] ya no me interesaba porque estaba totalmente deslumbrado, totalmente tomado por la literatura y el periodismo”. Entre 1948 y 1952, trabaja como reportero en los diarios El Universal y luego El Heraldo en Barranquilla. “Yo llegué al periodismo porque […] el asunto era de contar cosas. […] Hay que considerarlo como un género literario”, subrayaría.
En 1954, regresa a Bogotá donde el diario El Espectador lo contrata como reportero y crítico de cine. En 1955, García Márquez revela la verdad sobre la tragedia de buque de guerra A.R.C. Caldas. Publica una serie de catorce crónicas al respecto, basadas en las conversaciones con Luis Alejandro Velasco, un marino que sobrevivió al drama que costó la vida a siete personas caídas al mar. García Márquez no sólo demuestra todo su talento de escritor y de relator sino que además hace trizas la versión oficial del naufragio según la cual la tragedia se debió a las malas condiciones climáticas. En realidad, el puente del buque estaba sobrecargado de mercancías de contrabando (equipos electrodomésticos traídos de Estados Unidos) y la ruptura de un cable echó a ocho hombres al mar. La revelación del escándalo suscita la ira del régimen militar y García Márquez es enviado a Europa como corresponsal para escapar de las represalias. En 1970, esta historia se publicaría bajo el título Relato de un naufragio.
Antes de viajar a Europa, Gabriel García Márquez publica en 1955 su primera novela, La hojarasca, que la crítica saluda pero resulta un fracaso comercial. Para esta novela, “la más sincera y espontánea”, en la que evoca por primera vez ese pueblo imaginario llamado Macondo, el joven escritor no recibe “ni un céntimo por regalías”.
García Márquez visita varios países de Europa occidental y del mundo socialista y publica varios reportajes en El Espectador.
El escritor colombiano se instala luego en París en 1957. Su estancia en la capital francesa tiene una importancia trascendental: “Lo que fue importante para mí en París es la perspectiva que me dio de América Latina. Allá no dejé de ser Caribe, pero un Caribe que se dio cuenta cuál era su cultura”. En la capital francesa, cuna de la Revolución, empieza su compromiso político: “Prescindí de todos los compromisos que tenía con la literatura y me centré en el compromiso político”. Gracias a su amigo Nicolás Guillén, poeta cubano, se interesa por la Revolución Cubana de Fidel Castro que sacude el yugo de la dictadura militar de Fulgencio Batista.
En París, Gabriel García Márquez vive en condiciones económicas precarias y se ve obligado a “comer las sobras de un cajón de basuras”. En plena guerra de Argelia, frecuenta a los independentistas del Frente de Liberación Nacional. Incluso lo arrestó y golpeó la policía francesa que lo confundió con un “rebelde argelino”.
En diciembre de 1957, García Márquez consigue un puesto en el diario Momento, en Caracas. Un mes después es testigo directo de la sublevación popular contra el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, quien se refugia en República Dominicana. En mayo de 1958, es nombrado redactor de Venezuela Gráfica.
En 1958, se casa con Mercedes Barcha, a quien conoce desde su época de estudiante y a quien ama con pasión. Lo acompañaría a lo largo de su vida. Explica el secreto de su éxito matrimonial: “hay tres vidas: la vida pública, la vida privada y la vida secreta. En todas han existido las mujeres. Me entiendo mejor con las mujeres que con los hombres. Hay una clave matrimonial importante: las mujeres dicen que los problemas se resuelven con el diálogo. Es al revés: problema que se dialoga termina en pleito con seguridad. Hay que hacer confianza y hay que olvidarlo y seguir pa’lante”.
En 1959, tras el triunfo de la Revolución Cubana, participa en la fundación de la agencia Prensa Latina y se convierte en su corresponsal en Bogotá. En 1961, es nombrado corresponsal en Nueva York y se instala allí con la familia. Pero tras sufrir intimidaciones por parte de las autoridades y amenazas por parte de los exiliados cubanos se ve obligado a abandonar Estados Unidos.
Gabriel García Márquez viaja a México con su familia, “sin nombre y sin un clavo en el bolsillo”. Pasaría una gran parte de su vida en la capital mexicana. En 1962, su novela, La mala hora, consigue el Premio de la Academia Colombiana de Letras.
Gabriel García Márquez también es un apasionado del cine: “llegué a tenerle tanto amor al cine que pensé en hacer cine por lo mismo que hice novela y cuento y por lo mismo que hice periodismo: era otra manera de contar la vida”. Siguió estudios de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, con el cubano Julio García Espinosa y el argentino Fernando Birri, los futuros creadores del Nuevo Cine Latinoamericano. Lo impacta el neorrealismo italiano y colabora con Cesare Zavattini. Escribió guiones para varias de sus obras. Su primer cortometraje, La langosta azul, se realizó en 1954. A partir de 1963, se consagra al séptimo arte y redacta numerosos guiones como El gallo de oro de Roberto Gavaldón en 1964, En este pueblo no hay ladrones de Alberto Isaac en 1965, Tiempo de morir de Arturo Ripstein en 1966, que recibe el primer premio en el Festival Internacional del Film de Cartagena, Pasty, mi amor de Manuel Michel en 1968, Presagio de Luis Alcoriza en 1974, entre otros.
Gabriel García Márquez crearía también la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en 1986, cuya sede se encuentra en La Habana, y presidiría la institución hasta su muerte. Ese mismo año funda la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de Los Baños en Cuba, que sería una referencia mundial. Gran admirador de Woody Allen, colabora también a menudo con la televisión.
En 1967, tras más de un año dedicado completamente a la escritura, lo que lo hunde en la precariedad económica, García Márquez publica la obra maestra que haría de él uno de los más grandes escritores latinoamericanos. Cien años de soledad se publica en junio de 1967 en Buenos Aires. El éxito es inmediato. El libro, que revela el realismo mágico en todo su esplendor, se traduce a más de 40 idiomas y se venden más de 30 millones de ejemplares. Consigue numerosos premios internacionales y el escritor colombiano logra una fama planetaria. Pablo Neruda declara su admiración por la obra: “Es la mayor revelación en lengua española desde el Quijote de Cervantes”. Por su parte, William Kennedy lo califica de “primer libro desde el Génesis cuya lectura es indispensable a toda la humanidad”.
La problemática de la soledad marcaría la obra de Gabriel García Márquez. El autor colombiano se expresó al respecto: “Creo que es un problema que todo el mundo tiene. Toda persona tiene su propia forma y los medios de expresar la misma. La sensación impregna la labor de tantos escritores”. García Márquez hace de la soledad el tema de su discurso en la entrega del Premio Nobel de Literatura bajo el título La soledad de América Latina: “La interpretación de nuestra realidad a través de los patrones, no los nuestros, sólo sirve para hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Gabriel García Márquez viaja a través del mundo y traba amistad con Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, por el cual nunca escondería su admiración. Esa amistad duraría décadas: “Realmente lo que consolidó esa amistad fueron los libros. Descubrí que es tan buen lector como yo, antes de publicar un libro, le traigo los originales. Señala contradicciones, anacronismos, inconsistencias que se les pasan a los profesionales porque es un lector muy minucioso. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo comenta. Su visión de América Latina en el porvenir es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo. Éste es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”. A lo largo de su vida, Gabriel García Márquez viajaría regularmente a Cuba.
Esta amistad con Fidel Castro y sus ideas progresistas suscitan la hostilidad de Estados Unidos que lo declara persona non grata y le prohíbe la entrada en su territorio a partir de 1961. Habrá que esperar la elección de Bill Clinton, gran admirador del escritor colombiano, para que se levante esa prohibición. García Márquez tejería también una relación amistosa sólida con el presidente de Estados Unidos.
Gabriel García Márquez siempre afirmó sus opiniones políticas progresistas. Las asumió públicamente: “[Mis detractores han] hecho constantes esfuerzos por dividir mi personalidad: de un lado el escritor que ellos no vacilan en calificar de genial y del otro lado el comunista feroz […]. Cometen un error de principio: soy un hombre indivisible, y mi posición política obedece a la misma ideología con que escribo mis libros”. Declararía también: “ Yo sigo creyendo que el socialismo es una posibilidad real, que es la buena solución para América Latina”.
De 1967 a 1975, Gabriel García Márquez reside en Barcelona la mayor parte del tiempo y se inspira de la figura del dictador venezolano Juan Vicente Gómez para redactar El otoño del patriarca. En España, el escritor colombiano se relaciona con numerosos intelectuales progresistas opuestos a la dictadura del general Franco.
En 1974, con varios intelectuales y periodistas, Gabriel García Márquez funda la revista Alternativa en Colombia que durará hasta 1980. El escritor publica artículos políticos sobre la Revolución de los Claveles en Portugal, se interesa por la Revolución Sandinista, denuncia la dictadura de Pinochet y expresa su apoyo a la Revolución Cubana.
En 1981, aprovecha una visita oficial de Fidel Castro a Colombia para regresar a su país. No obstante, el ejército y el presidente Julio César Turbay Ayala lo acusan de financiar a la guerrilla M619. Alertado por unos amigos de su inminente arresto, logra asilo político en México. Agradecido, dirá al respecto: “ No hay mejor servicio de inteligencia que la amistad”.
En 1982, Gabriel García Márquez es el primer colombiano que consigue el Premio Nobel de Literatura “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.
En su discurso de aceptación, Gabriel García Márquez denuncia la trágica realidad política y social latinoamericana: “Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetu que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un Presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo.
En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encinta dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100.000 perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de 1.600.000 mil muertes violentas en cuatro años. De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 % de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos millones y medio de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos.
La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega. Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras […].¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”
En 1985, García Márquez publica El amor en los tiempos del cólera, inspirado de la historia de sus padres: “La única diferencia es que mis padres se casaron. Y tan pronto como se casaron, ya no eran interesantes como figuras literarias”.
Cuatro años después, en 1989, el escritor colombiano publica El General en su laberinto, una obra magistral sobre la figura más emblemática de América Latina, el Libertador Simón Bolívar.
En 1994, García Márquez crea la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias, con el objetivo de formar a los jóvenes estudiantes y crear un nuevo tipo de periodismo más cercano a las realidades sociales de los pueblos.
En 1994, Gabriel García Márquez desempeña un papel clave en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Cuba, rotas en 1981.
En 1996, el Premio Nobel publica Noticia de un secuestro en que cuenta la trágica realidad colombiana marcada por la violencia y los secuestros. La violencia es también uno de los temas recurrentes en la obra de García Márquez.
Profundamente afectado por el sangriento conflicto civil que golpea a Colombia desde hace más de medio siglo, Gabriel García Márquez desempeñó el papel de mediador varias veces en las conversaciones de paz entre los movimientos de guerrilla y el poder central, particularmente bajo los gobiernos de Belisario Betancourt y Andrés Pastrana. “Llevo conspirando por la paz en Colombia casi desde que nací”, recordaba.
En 1997, mientras Cuba es víctima de una ola de atentados terroristas que orquestó el exilio cubano basado en Florida, Fidel Castro encarga a Gabriel García Márquez entregar un mensaje secreto a Bill Clinton sobre la actuación de esos grupúsculos violentos. Cuba había logrado recoger la información necesaria gracias a unos agentes infiltrados en Miami. El escritor colombiano relata este episodio: “En mis conversaciones con Fidel Castro le mencioné la posibilidad de entrevistarme con el presidente Clinton. De allí surgió la idea de que Fidel le mandara un mensaje confidencial sobre un siniestro plan terrorista que Cuba acababa de descubrir”.
En 1999, un cáncer linfático afecta a Gabriel García Márquez. Temiendo no tener tiempo de terminar sus memorias y dos libros de cuentos, el autor se aísla y se dedica únicamente a la escritura: “Reduje al mínimo las relaciones con mis amigos, desconecté el teléfono, cancelé los viajes y toda clase de compromisos pendientes y futuros, y me encerré a escribir todos los días sin interrupción desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde”.
En 2002, García Márquez publica Vivir para contarla, el primer tomo de sus memorias: “Empieza con la vida de mis abuelos maternos y los amores de mi padre y mi madre a principios del siglo, y termina en 1955 cuando publiqué mi primer libro, La hojarasca, hasta viajar a Europa como corresponsal de El Espectador ”.
En 2004, el escritor colombiano publica su última novela Memorias de mis puntas tristes.
En 2006, con numerosos intelectuales latinoamericanos, Gabriel García Márquez firma la “Proclamación de Panamá”, que reclama la independencia de Puerto Rico.
Gabriel García Márquez siempre rechazó el uso de un estilo bien preciso en su escritura. Según él, es el tema del libro lo que determina el estilo: “En cada libro intento tomar un camino diferente. Uno no elige el estilo. Los críticos construyen teorías alrededor de esto y ven cosas que yo no había visto. Respondo solamente a nuestro estilo de vida, la vida del Caribe”.
El escritor también expresó sus reservas sobre la interpretación de sus obras por los estudiosos: “[Los críticos], en general, con una investidura de pontífices, y sin darse cuenta que una novela como Cien años de soledad carece por completo de seriedad y está llena de señas a los amigos más íntimos, señas que sólo ellos pueden descubrir, asumen la responsabilidad de descifrar todas las adivinanzas del libro corriendo el riesgo de decir grandes tonterías”.
Con el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, está considerado el genio del género literario llamado “realismo mágico”, que asocia elementos fantásticos y realidad cotidiana. Pero García Márquez se reivindica primero y ante todo un escritor realista: “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad. La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico. en América Latina la literatura, la ficción, la novela, es más fácil de hacer creer que la realidad”.
Gabriel García Márquez recibió una multitud de premios y distinciones en el mundo entero. Además del Premio Nobel de Literatura, recibió el Premio Rómulo Gallegos, la Legión de Honor francesa, el Águila Azteca de México y fue nombrado Doctor Honoris Causa por varias universidades, entre ellas la prestigiosa Universidad de Princetown.
Gabriel García Márquez es la principal figura del “boom latinoamericano” que incluye a escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa.
Sus libros se han traducido a decenas de idiomas. En total se han vendido más de 50 millones de ejemplares.
Gabriel García Márquez es también un amante de la música, su “vicio favorito”. Ha confesado que “ la música [l]e ha gustado más que la literatura”.
Gabriel García Márquez quedará en la historia probablemente como el escritor más universal del siglo XX. Fue un intelectual preocupado por la suerte de los más humildes, que siempre reivindicó sus raíces populares: “Toda mi formación es a base de la cultura popular. Lo que me ha sustentado, me conmueve y me motiva es la cultura popular”.
*Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Cuba, ¡palabra a la defensa!, Hondarribia, Editorial Hiru, 2016.
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martes, 6 de febrero de 2018
_- "Un vallenato de 350 páginas": la magia que comparten "Cien años de soledad" y el folclor musical más conocido de Colombia.
-"Voy a hacerte una casa en el aire / solamente pa' que vivas tú"- Rafael Escalona, "La Casa en el Aire".
"Cuando Matilde camina / hasta sonríe la sabana" - Leandro Díaz, "Matilde Lina".
"Y llevo una Hamaca Grande / más grande que el cerro e´Maco / Pa´que el pueblo vallenato / meciéndose en ella cante" - Adolfo Pacheco, "La Hamaca Grande".
Podría haber elegido más, pero estos tres fragmentos de canciones vallenatas tradicionales, todas anteriores o de tiempos de Cien años de soledad, dan cuenta de una verdad de a puño: el folclor vallenato, propio de la costa Caribe colombiana donde nació Gabriel García Márquez, ha estado siempre lleno de referencias que bien podrían caber en el ámbito del llamado 'realismo mágico'.
El vallenato clásico, que precede a Gabo y su obra, presenta dentro de sus características el haber recurrido de manera espontánea a imágenes fantásticas y situaciones irreales, como si se tratara de algo perfectamente lógico y posible.
Ya lo dijo el propio Premio Nobel en una cita que le ha dado la vuelta al mundo sin que quizás muchos -sobre todo fuera de Colombia- entiendan a cabalidad su dimensión y alcance: "Cien años de soledad no es más que un vallenato de 350 páginas".
Pero, ¿por qué el vallenato? Sabido es que entre la primera música que Gabo escuchó de niño en su pueblo natal de Aracataca, además de otros ritmos caribes, estuvo una forma de vallenato primitivo interpretado por juglares en acordeón -su instrumento principal- relatando historias cotidianas y llevando mensajes de pueblo en pueblo como lo hicieron sus primeros exponentes, en su mayoría campesinos de cultivos y vaquería... justamente el tipo de gente que habitó Macondo en sus inicios.
Lo que hermana al vallenato con su más importante novela es que la cumbia y otros ritmos, comparativamente menos ricos en texto y vuelo literario, no cultivan en igual grado la riqueza narrativa que distingue al canto vallenato clásico, y que lo convierte en lo más parecido a un relato costumbrista en música.
Recordando justamente su niñez, García Márquez describe así el impacto que en particular le produjo este folclor (en un libro de entrevistas recopiladas entre otros por Juan Gustavo Cobo Borda):
"Sin lugar a dudas, creo que mis influencias, sobre todo, en Colombia, son extraliterarias. Creo que más que cualquier otro libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos [...] Me llamaba la atención, sobre todo, la forma como ellos contaban, como relataban un hecho, una historia [...] Con mucha naturalidad [...] Esos vallenatos narraban como mi abuela".
Magia y leyenda vallenata
Que desde sus inicios el vallenato teje su suerte con la magia es algo que queda claro al conocer sobre su propio origen, cubierto de leyenda. Una leyenda muy vallenata.
Cuentan que el mismo diablo, quizás celoso del éxito que empezaba a tener esta música de acordeón en aquellos parajes y queriendo hacerla suya, se fue en busca de su creador, cuyo nombre la tradición identifica tan solo como 'Francisco el Hombre' (investigaciones modernas apuntan a que en efecto existió hace mucho tiempo un virtuoso intérprete de nombre Francisco Moscote Guerra).
Según la leyenda, al encontrarlo el diablo lo desafió a un duelo de acordeones para ver quién tocaba mejor, y luego de varias horas de cerrado enfrentamiento, a Francisco el Hombre le llegó una genial ocurrencia: ejecutar el Credo al revés, siempre con su acordeón terciado al pecho. ¡Solo así logró salir victorioso del lance!
Por cierto, Cien años de soledad se refiere en ocasiones a la influencia del vallenato en la región y en particular a la figura de Francisco el Hombre, cuyas proezas en el acordeón trata de emular Aureliano Segundo, uno de los tantos Buendías, la familia central en esta legendaria saga, quien ha caído cautivado por su magia:
"[Aureliano Segundo] Pasaba las tardes en el patio, aprendiendo a tocar acordeón, contra las protestas de Úrsula, que en aquel tiempo había prohibido la música en la casa a causa de los lutos, y que además menospreciaba el acordeón como un instrumento propio de los vagabundos herederos de Francisco el Hombre. Sin embargo, Aureliano Segundo llegó a ser un virtuoso del acordeón y siguió siéndolo después de que se casó y tuvo hijos y fue uno de los hombres más respetados de Macondo".
Nótese cómo Gabo se vale de Úrsula, el centro del mundo macondiano, para hacer un profundo comentario según el cual el vallenato, originado en música de campesinos y hecho suyo por la servidumbre en grandes haciendas, era en sus inicios socialmente despreciado.
En fin, la gran leyenda vallenata, incluyendo otras historias como la de Francisco el Hombre, y Cien años de soledad, son en esencia la misma cosa: relatos cotidianos, a veces marcados de epopeyas, del pueblo caribe colombiano, matizadas con importantes dosis de realismo mágico.
No extraña, pues, que la novela sea contada por un solo narrador, casi de manera lineal de comienzo a fin, sin recurrir a mayores trucos en el uso del tiempo, ni a historias paralelas que se suceden en distintas épocas y que se van intercalando ante los ojos del lector.
Personajes de Cien años de soledad y el vallenato
Además de la música de acordeón y sus historias, el vínculo entre Gabo y este folclor quedó sellado para siempre gracias a la entrañable amistad que tejió, hacia mitades del siglo XX, con Rafael Escalona, quien habría de convertirse en el mejor compositor de aquel vallenato clásico.
Nacidos ambos en 1927, en pueblos no muy lejanos, solo separados por la gran Sierra Nevada de Santa Marta, de jóvenes recorrieron juntos la región y compartieron su amor por aquella mítica tierra Caribe.
Tan cercana fue aquella amistad que Gabo, al regalarle al ya para entonces célebre compositor una copia de 'Cien Años de Soledad', le escribió de puño y letra: "A Rafael Escalona, la persona que más admiro en el mundo".
Hablando del estilo de vida en el Caribe, se recordará cómo el coronel Aureliano Buendía, personaje principal en la magna obra de Gabo, tuvo 17 hijos, todos con mujeres distintas.
Así, varios son los otros personajes que igualmente engendran descendencia ilegítima en el libro. Y es que no es del todo extraño en la región, pese a que la sociedad siente encima el tradicional peso de la Iglesia Católica, que el hombre goce de especial libertad para "tener amores con otras", sus "queridas", y de conservar así hogares por fuera del matrimonio, con hijos incluidos.
El vallenato, que hace gala de un muy amplio grado de picaresca, propio de sus gentes desenfadadas y parranderas (o fiesteras), recoge esta suerte de "permisividad" en canciones como 'La Celosa', de Sergio Moya Molina...
Cuando salga de mi casa / Y me demore por la calle / No te preocupes, Juanita / Porque tu muy bien lo sabes / Que me gusta la parranda / Y tengo muchas amistades / Y si acaso no regreso por la tarde / Volveré al siguiente día en la mañanita / Si me encuentro alguna amiga / Que me brinde su cariño / Yo le digo que la quiero / Pero no es con toda el alma / Solamente yo le presto / el corazón por un ratico / Todos esos son amores pasajeros / y a mi casa vuelvo siempre completico / Negra no me celes tanto / Déjame gozar la vida / Tu conmigo vives resentida / Pero yo te alegro con mi canto / etc...
Peleas de gallos y aparecidos
Las peleas de gallos, para mostrar otro ejemplo de los paralelos entre el vallenato y Cien años de soledad, son eventos de singular importancia en la obra garciamarquina, dado que hacen parte integral de la cultura de la costa del Caribe colombiano.
De ahí que compositores vallenatos hayan usado a estos aguerridos animales como sinónimo de sus dotes combativas y sus proezas musicales, aunque también, desde luego, como símbolo de su voracidad sexual.
Los ejemplos de este tipo de canciones abundan. Baste con recordar a "El gallo viejo" de Emiliano Zuleta, fundador de una gran estirpe de cultores vallenatos, que no tiene reparos en usar el lenguaje y las imágenes de las galleras para referirse a un duelo de acordeones que sostuvo con su propio hermano menor.
"Una tarde en Villanueva / se quiso Toño lucir conmigo / pero a veces me imagino / que eso es la gente que lo aconseja / Díganmele a Toño, a Toño mi hermano/ que yo soy muy gallo / y él está muy pollo / [...] La pelea de gallo viejo / eso se debe de respetar / porque es pelea sin afán.
Vamos con un último ejemplo de vallenato que guarda relación y es tema recurrente, también, en Cien años de soledad, como lo es en toda la región del Caribe. Nos referimos a la manía que tienen los muertos, pese a haber partido de este mundo, de continuar haciendo apariciones e interactuar con los vivos, para reclamarles cosas, para prevenirlos, para brindarles a veces consuelo, como si se tratase de lo más natural.
El reconocido acordeonero y compositor Calixto Ochoa escribió, en los años ´60, un vallenato denominado 'El muerto borracho', que -de nuevo- podría tranquilamente haber aparecido por las calles de Macondo...
En la esquina 'e la calle Serra / Sale un muerto pero borracho / Él le pide un beso a las hembras / Y a los hombres les pide un trago / Vean qué muerto tan misterioso / Que en el mundo nunca se ha visto / Porque en vez de pedir responso / Lo que pide es ron y besito / [...] Me paré en el médio 'e la calle / A rezarle un Padrenuestro / Y el descaro que tuvo el muerto / 'E preguntarme donde era el baile / etc.
Integración cultural en el vallenato y en Cien años de soledad.
Sin el ánimo de hacer un complejo análisis socio-cultural de la región donde se desenvuelve la novela, el vallenato es el producto de la integración de distintos elementos que se encontraron, principalmente, en el noreste de Colombia.
Allí han coexistido las etnias que configuran el ADN del país, y que están representadas en distintos porcentajes, según cada zona: el blanco de origen europeo; el negro de origen africano, y el indígena local, representado por diferentes tribus autóctonas, sin olvidar todas sus diferentes combinaciones, producto del mestizaje que se dio desde tiempos de la Colonia.
Así como estas etnias se dan cita en la novela de Gabo, a través del complejo tejido social y cultural que se va creando en Macondo, que pasa de villa a urbe con el paso del tiempo, esta mezcla racial también se ve reflejada en los instrumentos principales del vallenato: el acordeón europeo; la caja -o tamborcito africano- y la guacharaca indígena -o raspa-, hecha de caña local.
Estos instrumentos, a los cuales se suman el cantante y otras voces, tradicionalmente interpretadas por los propios instrumentistas, han dado origen a los cuatro ritmos -o aires-, que distinguen al vallenato, a saber -yendo del más lento al más rápido: el son, con su bien marcado ritmo en dos tiempos cadenciosos; el paseo, el más popular y de gran fluidez y versatilidad; el merengue, con su sabor pícaro por su paso veloz y saltico caprichoso, y finalmente la puya, una orgía fiestera de versos cortos, velocidad vertiginosa y depurado virtuosismo en la ejecución de todos los intérpretes.
De Europa y América
En Cien años de soledad encuentro a veces el sabor europeo -aquel que representa el acordeón- en las instituciones que los Buendía intentan establecer en Macondo, y en la manera en que se relacionan con el mundo político externo, lo mismo con los gitanos de Melquiades y otros visitantes.
Creo que es innegable que en la novela se siente más presente el elemento africano. En la descripción de las fiestas y las bacanales tan espléndidas como prolongadas que se dan en Macondo, al mejor estilo del Caribe, donde la síncopa musical, ese veneno por su contra-ritmo, reina soberana, dándole sabor a todo cuanto toca.
Pero a veces también está la presencia indígena, aunque tal vez en menor medida, en algunos personajes que salpican con su sabiduría ancestral todos sus razonamientos y conductas.
Todo libro de gran literatura crea su propio mundo y su propia atmósfera.
Para mí, Cien años de soledad, con la descripción de sus gentes y aquel entorno geográfico de Macondo, con su calor sofocante y su vegetación exuberante, propia del Caribe colombiano, con sus personajes legendarios, producto del mestizaje, se nutre en gran medida del universo del vallenato y de su cadencia y de su sabor.
'El mágico fluir de la obra va emulando a su paso, se me antoja, cualquiera de los aires vallenatos, según lo requiera la magistral pluma de Gabo. Creo ver que a veces sus páginas se transforman en paseo, a veces en son, a veces en merengue, sin olvidar la esplendorosa puya que es el final de la novela.
http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-38678370
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viernes, 5 de enero de 2018
La soledad multitudinaria de García Márquez.
Por ÁLVARO SANTANA-ACUÑA
Gabriel García Márquez cometía faltas de ortografía al escribir sus obras. La causa era que cuando escribía, como confesó en un fax desenfadado a Carmen Balcells, su agente literaria, “yo le ovedesco más a la inspirasión que a la gramática”. Además de sus combates contra las reglas del lenguaje, en el archivo del escritor —que desde 2014 está en el Harry Ransom Center de Austin, Texas— descubrimos sus rituales de escritura y sus dudas creativas. Desde hace unas semanas, casi la mitad del archivo —27.500 imágenes que recorren más de cinco décadas de escritura— está disponible de manera gratuita en internet.
En el archivo en línea hay información inédita sobre sus éxitos literarios, sus obsesiones creativas y su círculo de amigos y colegas; además de nuevos detalles sobre el padre de familia, el protagonista de la política latinoamericana y el artista abrumado por la fama planetaria. Los documentos del archivo, como explico en mi próximo libro, Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude Became a Global Classic, ayudan a desmontar varios mitos en torno a García Márquez, algunos cuidadosamente alimentados por él mismo.
Dos mitos que se han construido sobre el escritor se refieren a su genialidad y al origen legendario de sus obras. Al igual que a otros creadores de obras famosas, a García Márquez se le suele considerar un genio solitario tocado por el relámpago de la inspiración. Se sigue repitiendo que, tras ocurrírsele el comienzo de Cien años de soledad mientras conducía desde Ciudad de México hacia Acapulco, el autor abandonó su trabajo de inmediato y se encerró a escribir en su estudio durante 18 meses hasta que acabó la novela. Mientras tanto, su mujer se endeudó con los comerciantes del barrio para alimentar a la familia. Su archivo nos descubre que consiguió un crédito para dedicarse solo a su novela y que no la escribió de un tirón durante un año y medio, sino en 12 meses, con interrupciones. Tampoco escribió sobre la soledad en soledad, sino en compañía multitudinaria.
García Márquez se rodeó de amigos y colegas mientras escribía el libro que lo hizo famoso. Algunos le ayudaron como asistentes de investigación para documentarse sobre múltiples temas, como las técnicas de alquimia empleadas por José Arcadio Buendía, las propiedades curativas de las plantas que usaba Úrsula Iguarán y la historia de varias guerras en Colombia y América Latina mencionadas en las aventuras del coronel Aureliano Buendía.
El manuscrito de Cien años de soledad fue muy comentado, revisado y mejorado antes de su publicación. Casi a diario, en la casa de García Márquez y su esposa se reunían de noche el poeta Álvaro Mutis, su mujer y el matrimonio de la actriz María Luisa Elío y el cineasta Jomi García Ascot (a esta pareja tan providencial les dedicó la novela). García Márquez les leía en voz alta o les hablaba de lo escrito ese día y todos le daban ideas sobre cómo podía avanzar la historia de los Buendía. Cada sábado, mientras duró la redacción, el autor discutía las páginas escritas durante la semana con el crítico literario Emmanuel Carballo, quien le aconsejaba sobre la trama y los personajes. Y compartió la novela en preparación con escritores influyentes. A Carlos Fuentes, por ejemplo, le envió a París las primeras ochenta páginas del libro. Fuentes incluso publicó una reseña elogiosa de Cien años de soledad cuando a García Márquez le faltaban aún tres meses para terminarla.
Es poco conocido que, un año antes de su lanzamiento en Buenos Aires, García Márquez sacó los capítulos más arriesgados del libro en distintas publicaciones de Europa y América. El escritor quería saber qué pensaban los lectores comunes, críticos literarios, lectores cultos y otros escritores e introducir cambios que mejorasen el texto final, como acabó haciendo.
De García Márquez no puede decirse que escribía sin tropiezos frases acabadas. Los usuarios del archivo descubrirán que la clave de su proceso creativo estaba en la edición. Era un excelente y obsesivo corrector de su propia escritura, como Balzac. En el punto donde la mayoría de los escritores se detienen satisfechos con su manuscrito, García Márquez buscaba darle al suyo otra vuelta de tuerca, a menudo con ayuda de su círculo de amistades.
Como perfeccionista nato, no dudaba en tachar páginas y párrafos completos e incluso pulir el texto palabra por palabra. En Cien años de soledad, por ejemplo, la frase “una copa de la azucarada substancia color de ámbar”, se convirtió en “una copa de la substancia color ámbar”, luego en “una copa de la substancia ambarina” y finalmente en “una copa de la sustancia ambarina”.
A simple vista, estos cambios pueden parecer irrelevantes. Sin embargo, el autor aprendió que la magia de la literatura reside en la capacidad para cautivar a los lectores a través de los pequeños detalles. “Un escritor es aquel que escribe una línea y hace que el lector quiera leer la que sigue”, le confesó a su amigo Guillermo Ángulo. Para lograrlo, García Márquez podía comprimir las palabras, introducir un dato clave o añadir un giro poético o sensorial al lenguaje. Por ejemplo, Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada, se apellidaba Aragonés, y al comienzo de la novela se levantaba “a las cinco de la madrugada” y no a “las 5:30 de la mañana”, como en el texto final.
La comparación de los manuscritos a lo largo de los años muestra un cambio decisivo en la creatividad del autor; conforme envejecía, su talento para editar sus obras decayó. Sus problemas de memoria fueron la principal causa. Él nunca quiso crear historias que no estuviesen enraizadas en vivencias personales, y para escribirlas necesitaba de su memoria, que lo fue abandonando, como revelan los persistentes signos de interrogación en las sucesivas versiones de sus manuscritos. Por esta razón dejó sin terminar el segundo volumen de su autobiografía —de la que una selección puede consultarse en línea— y la novela En agosto nos vemos, que solo puede consultarse en sala.
García Márquez, descubrimos, ocultaba otra obsesión: lo que escribían sobre él y sus obras. Antes de publicar Cien años de soledad trabajó en agencias de publicidad y aprendió que un escritor debe vender exquisitamente su imagen pública a los lectores, algo que le preocupó durante décadas. Mientras que en público decía ser impermeable a la crítica, en privado coleccionó compulsivamente durante más de 50 años recortes de prensa de más de 20 países y en más de 10 lenguas. En los 21 álbumes de recortes disponibles en línea, atesoró desde reseñas de sus obras publicadas en The New York Times hasta en El Día, un periódico de las islas Canarias. Guardó incluso numerosas reseñas negativas (pero perspicaces), como la de un crítico colombiano que calificó Cien años de soledad de “saga prosaica [de] literatura escapista”.
La otra mitad del archivo solo puede consultarse en el Harry Ransom Center e incluye la correspondencia del escritor —que muestra los contactos menguantes con Julio Cortázar y José Donoso, y ningún rastro de su malograda amistad con Mario Vargas Llosa, tras el puñetazo que el Nobel peruano le propinó en un cine de México—, los contratos de edición, las cándidas cartas de fans de todo el mundo, una carta de rechazo de The New Yorker de 1981 —al editor no le gustó el final de “El rastro de tu sangre en la nieve”— y hasta la carta astral de García Márquez, que una alarmada Balcells encargó cuando supo que su representado nació en 1927 y no en 1928, como se pensaba.
Entre los grandes méritos del archivo está el confirmar que convertirse en uno de los escritores más exitosos del último siglo fue un trabajo arduo. “Es necesario despedazar muchas cuartillas para que finalmente uno pueda llevar al editor unas pocas páginas”, dijo García Márquez en una entrevista cuando tenía 28 años, poco después de publicar La hojarasca, su primera novela. “Quien no tenga vocación auténtica de escritor se desalienta”.
El éxito, sin embargo, no depende solo del trabajo duro. Detrás del infatigable artesano de la palabra había un talentoso creador de mitos sobre cómo escribió las historias en sus libros y un artista inserto en un excepcional círculo de amigos y colegas. Sin esos mitos y sin ese entorno personal, Cien años soledad y García Márquez podían haber acabado en el cementerio de los libros y escritores olvidados.
Álvaro Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman College y autor del libro en preparación “Ascent to Glory: How 'One Hundred Years of Solitude' Became a Global Classic”.
https://www.nytimes.com/es/2017/12/30/archivo-digital-gabriel-garcia-marquez-soledad-multitudinaria/?smid=fb-espanol&smtyp=cur
Gabriel García Márquez cometía faltas de ortografía al escribir sus obras. La causa era que cuando escribía, como confesó en un fax desenfadado a Carmen Balcells, su agente literaria, “yo le ovedesco más a la inspirasión que a la gramática”. Además de sus combates contra las reglas del lenguaje, en el archivo del escritor —que desde 2014 está en el Harry Ransom Center de Austin, Texas— descubrimos sus rituales de escritura y sus dudas creativas. Desde hace unas semanas, casi la mitad del archivo —27.500 imágenes que recorren más de cinco décadas de escritura— está disponible de manera gratuita en internet.
En el archivo en línea hay información inédita sobre sus éxitos literarios, sus obsesiones creativas y su círculo de amigos y colegas; además de nuevos detalles sobre el padre de familia, el protagonista de la política latinoamericana y el artista abrumado por la fama planetaria. Los documentos del archivo, como explico en mi próximo libro, Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude Became a Global Classic, ayudan a desmontar varios mitos en torno a García Márquez, algunos cuidadosamente alimentados por él mismo.
Dos mitos que se han construido sobre el escritor se refieren a su genialidad y al origen legendario de sus obras. Al igual que a otros creadores de obras famosas, a García Márquez se le suele considerar un genio solitario tocado por el relámpago de la inspiración. Se sigue repitiendo que, tras ocurrírsele el comienzo de Cien años de soledad mientras conducía desde Ciudad de México hacia Acapulco, el autor abandonó su trabajo de inmediato y se encerró a escribir en su estudio durante 18 meses hasta que acabó la novela. Mientras tanto, su mujer se endeudó con los comerciantes del barrio para alimentar a la familia. Su archivo nos descubre que consiguió un crédito para dedicarse solo a su novela y que no la escribió de un tirón durante un año y medio, sino en 12 meses, con interrupciones. Tampoco escribió sobre la soledad en soledad, sino en compañía multitudinaria.
García Márquez se rodeó de amigos y colegas mientras escribía el libro que lo hizo famoso. Algunos le ayudaron como asistentes de investigación para documentarse sobre múltiples temas, como las técnicas de alquimia empleadas por José Arcadio Buendía, las propiedades curativas de las plantas que usaba Úrsula Iguarán y la historia de varias guerras en Colombia y América Latina mencionadas en las aventuras del coronel Aureliano Buendía.
El manuscrito de Cien años de soledad fue muy comentado, revisado y mejorado antes de su publicación. Casi a diario, en la casa de García Márquez y su esposa se reunían de noche el poeta Álvaro Mutis, su mujer y el matrimonio de la actriz María Luisa Elío y el cineasta Jomi García Ascot (a esta pareja tan providencial les dedicó la novela). García Márquez les leía en voz alta o les hablaba de lo escrito ese día y todos le daban ideas sobre cómo podía avanzar la historia de los Buendía. Cada sábado, mientras duró la redacción, el autor discutía las páginas escritas durante la semana con el crítico literario Emmanuel Carballo, quien le aconsejaba sobre la trama y los personajes. Y compartió la novela en preparación con escritores influyentes. A Carlos Fuentes, por ejemplo, le envió a París las primeras ochenta páginas del libro. Fuentes incluso publicó una reseña elogiosa de Cien años de soledad cuando a García Márquez le faltaban aún tres meses para terminarla.
Es poco conocido que, un año antes de su lanzamiento en Buenos Aires, García Márquez sacó los capítulos más arriesgados del libro en distintas publicaciones de Europa y América. El escritor quería saber qué pensaban los lectores comunes, críticos literarios, lectores cultos y otros escritores e introducir cambios que mejorasen el texto final, como acabó haciendo.
De García Márquez no puede decirse que escribía sin tropiezos frases acabadas. Los usuarios del archivo descubrirán que la clave de su proceso creativo estaba en la edición. Era un excelente y obsesivo corrector de su propia escritura, como Balzac. En el punto donde la mayoría de los escritores se detienen satisfechos con su manuscrito, García Márquez buscaba darle al suyo otra vuelta de tuerca, a menudo con ayuda de su círculo de amistades.
Como perfeccionista nato, no dudaba en tachar páginas y párrafos completos e incluso pulir el texto palabra por palabra. En Cien años de soledad, por ejemplo, la frase “una copa de la azucarada substancia color de ámbar”, se convirtió en “una copa de la substancia color ámbar”, luego en “una copa de la substancia ambarina” y finalmente en “una copa de la sustancia ambarina”.
A simple vista, estos cambios pueden parecer irrelevantes. Sin embargo, el autor aprendió que la magia de la literatura reside en la capacidad para cautivar a los lectores a través de los pequeños detalles. “Un escritor es aquel que escribe una línea y hace que el lector quiera leer la que sigue”, le confesó a su amigo Guillermo Ángulo. Para lograrlo, García Márquez podía comprimir las palabras, introducir un dato clave o añadir un giro poético o sensorial al lenguaje. Por ejemplo, Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada, se apellidaba Aragonés, y al comienzo de la novela se levantaba “a las cinco de la madrugada” y no a “las 5:30 de la mañana”, como en el texto final.
La comparación de los manuscritos a lo largo de los años muestra un cambio decisivo en la creatividad del autor; conforme envejecía, su talento para editar sus obras decayó. Sus problemas de memoria fueron la principal causa. Él nunca quiso crear historias que no estuviesen enraizadas en vivencias personales, y para escribirlas necesitaba de su memoria, que lo fue abandonando, como revelan los persistentes signos de interrogación en las sucesivas versiones de sus manuscritos. Por esta razón dejó sin terminar el segundo volumen de su autobiografía —de la que una selección puede consultarse en línea— y la novela En agosto nos vemos, que solo puede consultarse en sala.
García Márquez, descubrimos, ocultaba otra obsesión: lo que escribían sobre él y sus obras. Antes de publicar Cien años de soledad trabajó en agencias de publicidad y aprendió que un escritor debe vender exquisitamente su imagen pública a los lectores, algo que le preocupó durante décadas. Mientras que en público decía ser impermeable a la crítica, en privado coleccionó compulsivamente durante más de 50 años recortes de prensa de más de 20 países y en más de 10 lenguas. En los 21 álbumes de recortes disponibles en línea, atesoró desde reseñas de sus obras publicadas en The New York Times hasta en El Día, un periódico de las islas Canarias. Guardó incluso numerosas reseñas negativas (pero perspicaces), como la de un crítico colombiano que calificó Cien años de soledad de “saga prosaica [de] literatura escapista”.
La otra mitad del archivo solo puede consultarse en el Harry Ransom Center e incluye la correspondencia del escritor —que muestra los contactos menguantes con Julio Cortázar y José Donoso, y ningún rastro de su malograda amistad con Mario Vargas Llosa, tras el puñetazo que el Nobel peruano le propinó en un cine de México—, los contratos de edición, las cándidas cartas de fans de todo el mundo, una carta de rechazo de The New Yorker de 1981 —al editor no le gustó el final de “El rastro de tu sangre en la nieve”— y hasta la carta astral de García Márquez, que una alarmada Balcells encargó cuando supo que su representado nació en 1927 y no en 1928, como se pensaba.
Entre los grandes méritos del archivo está el confirmar que convertirse en uno de los escritores más exitosos del último siglo fue un trabajo arduo. “Es necesario despedazar muchas cuartillas para que finalmente uno pueda llevar al editor unas pocas páginas”, dijo García Márquez en una entrevista cuando tenía 28 años, poco después de publicar La hojarasca, su primera novela. “Quien no tenga vocación auténtica de escritor se desalienta”.
El éxito, sin embargo, no depende solo del trabajo duro. Detrás del infatigable artesano de la palabra había un talentoso creador de mitos sobre cómo escribió las historias en sus libros y un artista inserto en un excepcional círculo de amigos y colegas. Sin esos mitos y sin ese entorno personal, Cien años soledad y García Márquez podían haber acabado en el cementerio de los libros y escritores olvidados.
Álvaro Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman College y autor del libro en preparación “Ascent to Glory: How 'One Hundred Years of Solitude' Became a Global Classic”.
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lunes, 23 de enero de 2017
_--Entrevista a Jorge Riechmann, autor del libro “¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?” (Catarata) “No controlamos al smartphone, este nos controla y conforma nuestras vidas”
_-Enric Llopis
_-El 40% de los españoles miran el móvil más de 50 veces al día y el 70% a los 30 minutos de haberse despertado, según un informe de la consultora Ditendria.
En ese contexto, “¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?”. Es el título del libro recientemente publicado en Catarata por el profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autonoma de Madrid, matemático y poeta Jorge Riechmann (Madrid, 1962).
El subtítulo de este ensayo de 256 páginas - “Para una crítica del mesianismo tecnológico”- ya avanza algunas líneas de pensamiento por las que transita el filósofo. “La creencia básica de nuestra sociedad -casi nunca formulada de manera explícita- es que la tecnociencia prevalecerá sobre las leyes de la física y la biología; es una creencia profundamente irracional, pero la cultura dominante la mantiene contra viento y marea”, afirma. Riechmann defiende la idea de contención en un sistema económico como el actual, al que adjetiva como “fosilista” y “patriarcal”. En 2012 publicó “El socialismo puede llegar sólo en bicicleta” (Catarata). Actualmente trabaja en la propuesta de un “ecosocialismo descalzo”, que podría concretarse en comunidades con algo de industria ligera, tecnologías intermedias y, sobre todo, una gran descomplejización que implicara -en el plano material- niveles de vida mucho más modestos. Sus comentarios y reflexiones pueden seguirse en el blog “tratar de comprender, tratar de ayudar”. P-En el libro ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? (Catarata, 2016) planteas los riesgos de un totalitarismo tecnológico. ¿Pero no ha ocurrido esto siempre? La irrupción de la fotografía y el cine en los albores del siglo XX inauguró nuevos tiempos de vértigo. Y García Márquez defendía el bolígrafo y la libreta de notas como arma fundamental del periodista, frente a la diabólica grabadora…
No se trata de asuntos que haya que plantear en términos de tecnofobia o tecnofilia, creo. Pero sí que deberían hacernos reflexionar sobre nuestra relación con las tecnologías. Por cierto, ya el hecho de que cuando en esta sociedad se dice “tecnología” sin más la referencia sean gadgets microelectrónicos e informáticos constituye un poderoso indicio de que las cosas no van bien. ¿Por qué la “tecnología” por antonomasia ha de ser una tableta conectada a internet, por ejemplo –y no la píldora anticonceptiva o el motocultor, pongamos por caso?
Casi todo el mundo sigue anclado en el paradigma de la herramienta aplicado a la tecnociencia... Por ejemplo, uno entre mil posibles, Jorge Marirrodriga puede articular su reflexión sobre la tecnociencia en la idea de que “la historia de la humanidad está llena de maravillosas invenciones empleadas como herramientas terroríficas” (J.M., “La tecnología avanza; hacia dónde es otra cosa”, El País, 2 de diciembre de 2016). Pero este paradigma es radicalmente inadecuado. Las herramientas las controla el usuario; las dinámicas sistémicas conforman y moldean a la gente. La tecnociencia es una dinámica sistémica, no una herramienta ni un conjunto de ellas. No controlamos al smartphone, sino que éste conforma nuestra vida, nos controla a nosotros y nosotras.
P-¿Habría algún modo de que el ser humano pudiera recuperar ese control?
La pregunta sobre si podemos orientar la tecnociencia de acuerdo con los intereses humanos básicos es verdaderamente abismal –no resulta nada claro que pueda contestarse con un “sí”. Quizá perdimos la oportunidad para ello en los años setenta del siglo XX, cuando Ivan Illich reflexionaba sobre “tecnología convivencial” y se desarrollaba cierto movimiento social en torno a las tecnologías intermedias, “blandas” y alternativas (orientadas a la autoproducción de valores de uso, no a la producción masiva para mercados capitalistas). Recomiendo echar unas horas explorando la revista/ blog Low-Tech Magazine, de fácil acceso en internet (y con versión en español).
¿Pueden las sociedades high-tech ser sustentables en el siglo XXI? Todo indica que la respuesta es: no. Ésa sería la mala noticia. La buena noticia es que sociedades low-tech pueden proporcionar una vida buena a la enorme, excesiva población humana que somos en la actualidad –a condición, eso sí, de transformar a fondo nuestra cultura y valores… Son los problemas de que me he ocupado en mi libro Autoconstrucción (2015).
P-Estas cuestiones se vinculan con la siempre creciente aceleración social…
Hoy los investigadores e investigadoras en ciencias de la Tierra nos llaman la atención sobre lo excepcional de esos decenios de desbocados crecimientos exponenciales (en la posguerra de la segunda guerra mundial) que hay que llamar la Gran Aceleración; los geólogos nos advierten sobre el Antropoceno; y sociólogos-filósofos como Hartmut Rosa tratan de desentrañar los mecanismos de nuestra enloquecida aceleración social.
Los crecimientos exponenciales incrementan, exponencialmente, la gravedad de los problemas. Que nos permitamos ignorar algo tan obvio resulta demencial. La “ley de Moore” contra la ley de la entropía: ésa es la apuesta de Silicon Valley en los arranques del siglo XXI. Cuesta creer que el mundo sea tan descabelladamente irracional como para seguirles el juego, pero así es.
La creencia básica de nuestra sociedad –casi nunca formulada de manera explícita- es que la tecnociencia prevalecerá sobre las leyes de la física y la biología (termodinámica y ecología sobre todo). Sin esa creencia no podría mantenerse la fe en el crecimiento económico constante y el “progreso”. Es una creencia profundamente irracional – pero la cultura dominante la mantiene contra viento y marea…
P-¿En qué ejemplos concretos se materializan estos principios generales?
En estas navidades de 2016-17 me fijé en una gran valla propagandística de Renfe, cerca de la estación de cercanías de Las Matas: AVE MADRID-LEON EN DOS HORAS. Esos son los triunfos de que podemos enorgullecernos, nos conmina la ideología dominante… Ay, la mayor parte de la sociedad española asumió con entusiasmo el fetichismo de la velocidad y el crecimiento económico –contra los valores alternativos de justicia, “igualibertad”, autonomía, medida humana, sustentabilidad, biofilia… El sistema sólo ve una carrera entre la autodestrucción y la tecnología, pero la verdadera carrera es entre cambio sistémico y destrucción.
-También el libro es una crítica rotunda al “transhumanismo”. ¿Se trata de una corriente filosófica, de una ideología….? ¿En qué consiste y quiénes son los adalides?
Desde hace años (por precisar, desde mi libro Gente que no quiere viajar a Marte en 2004, y antes en algunos textos que lo precedieron) he llamado la atención sobre lo siguiente. Teniendo en cuenta la dinámica autoexpansiva del capitalismo, uno no puede ser de forma coherente un true believer en el orden socioeconómico actual sin volverse “antropófugo”, es decir, sin tratar de escapar de la condición humana en dos direcciones (por lo demás vinculadas entre sí): la expansión extraterrestre en primer lugar, y la superación del organismo humano (percibido como deficiente en la era de la Máquina) en segundo lugar. Ésta última es la senda del transhumanismo, una poderosa corriente cultural que se plasma en diversas iniciativas tecnocientíficas y empresariales.
El proyecto ecologista de autocontención se enfrenta al proyecto productivista y antropófugo de extralimitación, de autotrascendencia tecnológica, con ese doble impulso de abandonar la condición humana hacia lo extraterrestre y hacia lo transhumano.
Aunque la idea de lo “transhumano” (superar al Homo sapiens hacia nuevas especies de humanos) tenga lejanos orígenes religiosos, en su forma moderna aparece seguramente con el libro de Robert Ettinger Man into Superman, de 1974. Puede hallarse una útil reflexión sobre el asunto en el capítulo 9 del libro de Ugo Bardi Los límites del crecimiento revisitados, que se tradujo al español hace un par de años.
Nuestra cultura tecnolátrica espera grandes novedades (¡y hasta la salvación!) de la robótica, la biología sintética, las nanotecnologías… No espera grandes novedades en el terreno de la convivencia humana. Contra el transhumanismo, lo esencial de nuestra tarea de autoconstrucción sería aceptar la condición humana y rechazar la dominación.
-¿En qué consiste el “ecosocialismo descalzo” que propones?
Nuestra cultura tecnólatra cree que el ingenio humano prevalecerá frente a las leyes de la termodinámica y la ecología; pero es un sueño delirante al que seguirá un despertar doloroso. Esta cultura tiene problemas masivos para asumir la realidad y fijar prioridades correctamente. Se da por sentada la continuación de una sociedad de alta energía, abundancia de recursos naturales, gran complejidad, alta tecnología -que sencillamente no está ya en nuestro futuro. ¡Nuestra idea de la liberación humana -y animal- es fosilista! El petróleo –la inmensa riqueza energética de los combustibles fósiles- nos metió en una trampa. Pero no es una trampa sólo económica, ni ecológica -es una trampa antropológica.
Los movimientos socialistas (en sentido amplio: comunistas, socialistas, anarquistas) necesitan una idea no fosilista de la liberación –y para eso deberían repensarlo casi todo. Y lo mismo sucede con los movimientos feministas, los movimientos antirracistas, los movimientos animalistas…
He acuñado la expresión “ecosocialismo descalzo” por analogía con la economía descalza de Manfred Max-Neef. No deberíamos esperar soluciones high-tech y sociedades de alta energía, sino más bien -como mejor posibilidad- comunidades con algo de industria ligera, basadas en tecnologías intermedias… Pero bajo la premisa de una gran descomplejización; y la expectativa de un nivel de vida muy modesto en lo material, en comparación con lo que hoy –de forma nada plausible- sigue prometiendo la ideología dominante.
Ecosocialismo descalzo es socialismo ecológico libre de prometeísmo, que se hace cargo de los límites biofísicos del planeta y los determinantes de la condición humana. Hoy el desafío principal es mantener el nivel de civilización que a trancas y barrancas se logró de forma parcial en el siglo XX (democracia, derechos humanos, seguridad social con sanidad universal, etc.) con un consumo de recursos naturales reducido drásticamente (a una décima parte del actual, si pensamos en las sociedades prósperas como la española hoy). A esto Harald Welzer lo llama una Modernidad decreciente, o menguante, o contractiva (eine reduktive Moderne frente a la Modernidad expansiva que marcó los últimos cinco siglos); yo lo llamo ecosocialismo descalzo.
P-¿Y en qué consiste, para el lector profano en la materia, la disyuntiva entre Barry Commonner e Ivan Illich?
Bueno, no se trata tanto de una disyuntiva excluyente como de la necesidad de una síntesis… Barry Commoner (1917- 2012) fue un ecólogo y ecologista estadounidense, científico y a la vez activista social en conjunción ejemplar, cuyo planteamiento de reconstrucción ecológica de la sociedad industrial resulta relativamente fácil de asumir por las izquierdas de raigambre marxista. Mi maestro Manuel Sacristán, por ejemplo, y todos sus amigos y discípulos de la revista mientras tanto, lo apreciaban mucho e hicieron cuanto pudieron por difundir su pensamiento. Yo tuve ocasión de volver sobre él hace poco, en un artículo titulado “Barry Commoner y la oportunidad perdida” (publicado en ENCRUCIJADAS. Revista crítica de ciencias sociales, vol. 11, 2016).
En cambio, Ivan Illich (1926- 2002) ha resultado un pensador mucho más problemático para estas tradiciones. El mismo Sacristán se refería al “ambiguo privatismo” de Illich en una conocida entrevista con la revista mexicana Naturaleza en 1983 (luego recogida en su libro póstumo Pacifismo, ecología y política alternativa, 1987). Para decirlo sin rodeos: diferentes familias de la izquierda han tendido a ver a Illich casi como un intelectual reaccionario, pero ese juicio, en el segundo decenio del siglo XXI y en medio del colapso civilizatorio en que estamos, necesita revisión. Su gran aportación -expresada en mis propios términos- es la idea de que sobrepasados ciertos límites, el desarrollo se convierte en un sobredesarrollo contraproducente. Hay que releer Energía y equidad (1973) y otros textos suyos, que contienen mucha crítica acertada y sugerencias valiosas. También desaciertos, claro, pero ¿con qué autor o autora no sucede algo semejante?
P-¿Por ejemplo?
Uno de esos desaciertos en Illich es un desenfoque importante: apuntaba su artillería pesada contra un Welfare State que se le aparecía cuasi-orwelliano, como si ése fuese el futuro de las sociedades industriales –y lo que vino fue la “nueva razón del mundo” neoliberal de Thatcher y Reagan…
Otra limitación que cabe indicar: el ecologismo ha promovido y sigue promoviendo –en mi opinión- tres valores básicos: supervivencia (o autoconservación), autonomía (libertad humana en sentido fuerte) y biofilia. (Hay que decir que, por desgracia, ninguno de los tres ha resultado de gran peso frente a aquel valor básico para las sociedades industriales que identificó Cornelius Castoriadis: el incremento ilimitado del (pseudo)dominio (pseudo)racional. Por desgracia para los habitantes –humanos y no humanos- del tercer planeta del Sistema Solar: pero ésa es otra historia.) Pues bien, de esa terna o tríada de valores básicos de los movimientos ecologistas, Illich se fijó en el segundo, pero apenas en los otros dos. Es un extraordinario analista y activista de la autonomía, pero tiene muy poco que decir sobre supervivencia o biofilia: y esto supone, sin duda, una limitación importante. (Otros intelectuales del ecologismo en aquellos años sesenta/ setenta, como los esposos Ehrlich por ejemplo, pecaban justo de la limitación contraria: tenían cosas importantes que decir sobre supervivencia y biofilia, pero en cambio eran muy ciegos para las cuestiones de autonomía.)
¿Por dónde podemos enlazar mejor los marxistas con Illich? Su noción de contraproductividad conecta con la intuición marxiana sobre el carácter ambivalente de las fuerzas productivas (que son la vez fuerzas destructivas). La crítica benjaminiana del progreso también conecta con los cuestionamientos de Illich. Creo que un marxismo benjaminiano puede desarrollarse, sin hacer violencia a los conceptos, hacia un marxismo illichiano –que puede ser un componente valioso de un ecosocialismo descalzo.
-Citas un texto de Santiago Alba Rico en el que se afirma que el capitalismo es, en lo esencial, una rebelión contra el tiempo y los límites. Dicho en otros términos, la construcción de una sociedad nihilista, desregulada y sin apenas normas. ¿Estás de acuerdo? ¿No podría afirmarse que hoy la libertad individual es muy superior a la de hace unas décadas?
Bueno, yo me cuidaría mucho de ser triunfalista con respecto a la libertad en un mundo donde gigantescas burocracias privadas no sometidas a ningún control democrático (pensemos en Google o en Goldman Sachs) deciden más sobre el destino de todas y todos nosotros que ningún gobierno electo… Y donde las políticas en curso conducen al deterioro de las condiciones para la libertad, la vida buena e incluso de la mera supervivencia de la humanidad (por no hablar de los demás seres vivos con los que compartimos la biosfera). Son asuntos para considerarlos despacio.
¿Libertad es poder elegir entre diferentes modelos de smatphone, o poder bañarse al aire libre en ríos no contaminados? ¿Libertad es optar entre bienes comerciales predeterminados heterónomamente, o poder decidir en común qué deseamos producir y consumir? ¿Libertad es selección de personal entre elites gobernantes autolegitimadas, o autodeterminación política en el seno de nuestras comunidades? Libertad de quién, libertad a costa de quién, libertad para cuántos, libertad hacia qué metas, libertad en qué sentidos, libertad con qué impactos: éstas son preguntas relevantes que no podemos dejar de plantear… Para empezar, soy de quienes piensan –con gentes como Étienne Balibar y Cornelius Castoriadis- que el concepto relevante es el de igualibertad: tenemos buenas razones para pensar que los principios de igualdad y libertad sólo pueden realizarse conjuntamente (y que las tensiones principales, como suele subrayar Zygmunt Bauman, no se dan tanto entre igualdad y libertad como entre libertad y seguridad). Esta “coimplicación” de libertad e igualdad ya la razonó uno de los grandes pensadores de la Ilustración –y por cierto, uno de los pocos que cuestionó el androcentrismo y defendió los derechos de las mujeres--, Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat, el marqués de Condorcet (1743-1794): la desigualdad –no sólo socioeconómica, sino también de conocimientos y funciones— es enemiga tanto de la libertad efectiva como de la igualdad de derechos.
P-¿Se trata, así pues, de resolver la relación problemática de la libertad con la igualdad y la seguridad?
Y también está el enorme asunto de cómo ejercemos nuestras libertades y derechos en un “mundo lleno”, en un planeta Tierra saturado en términos ambientales, donde la humanidad ya se encuentra en situación de overshoot o extralimitación ecológica… Pensemos un momento en la polémica generada estos días navideños de 2016-17 en Madrid, a cuenta de las restricciones al tráfico automovilístico impuestas por el Ayuntamiento de la ciudad en una situación de grave contaminación atmosférica. Se ha invocado ruidosamente –sobre todo desde sectores de la derecha- el supuesto derecho del usuario individual a rodar en su coche sin trabas. Pero precisamente en un mundo en extralimitación ¡no existe tal derecho! Pues sólo puede sustanciarse a costa de la salud o las perspectivas vitales de otros individuos, humanos y no humanos… ¿Cuáles de nuestras prácticas de movilidad son generalizables y sustentables en 2017? Un coche más hoy es un campesino menos en el futuro, advertía Nicholas Georgescu-Roegen (uno de los grandes economistas del siglo XX, que tendría que ser tan famoso como Keynes –si la cultura dominante no deformase tan trágicamente la realidad): pero el futuro del que hablaba es nuestro presente.
Muchos derechos, para materializarse, exigen recursos –en última instancia, cantidades importantes de materia-energía de baja entropía. Siendo casi 7.500 millones de seres humanos en situación de extralimitación ecológica, ¿qué podemos permitirnos y qué no? Los vuelos low-cost no pueden considerarse un derecho adquirido, ni defenderse como parte de ningún paquete de “calidad de vida”. En el número 113 de la revista Ambienta, que se encuentra con facilidad en internet, hay un útil artículo de Ernest Garcia para situar estos debates: “Los derechos humanos más allá de los límites al crecimiento” (2015).
-¿Está la especie humana a tiempo de evitar el “colapso” ambiental? ¿El “colapso” supone la destrucción del planeta, o más bien de la desaparición de la vida humana tal como hoy la conocemos? ¿Se utiliza con excesiva alegría la noción de “colapso”? (Fernández Durán y González Reyes afirman que colapso, crisis y salto adelante son categorías inherentes a los sistemas complejos).
Si atendemos a la mejor información científica disponible, resulta difícil evitar la conclusión de que estamos en una trayectoria de colapso. La primera persona del plural se refiere a esa civilización industrial que, en la forma de capitalismo fosilista y patriarcal, se ha hecho por desgracia dominante en el mundo entero.
Eso no quiere decir “destrucción del planeta” (el fenómeno vida es extraordinariamente persistente, fuerte y resiliente; la vida como tal seguirá adelante) sino destrucción de las perspectivas de vida buena para los seres humanos, y por supuesto para muchos otros seres vivos también. Quiere decir ecocidio acompañado de genocidio.
Quizá una imagen que capta bien la situación en que nos encontramos sea la siguiente. En su huida hacia adelante, las sociedades industriales se parecen a un corredor en una carrera de obstáculos, pero con vallas que van acercándose y aumentando de altura (¡rendimientos decrecientes condicionados por la segunda ley de la termodinámica!)… y el corredor lo fía todo a sus zapatillas mágicas, que la multinacional del ramo está a punto de construirle –le aseguran.
P-¿Qué representan estas vallas?
Una valla es el cénit del petróleo (peak oil), pero un poco más allá está la valla aún más temible del “pico” conjunto de todas las formas no renovables de energía. Y muy cerca de ella el agotamiento de los fosfatos (con devastadoras consecuencias para el modelo dominante de agricultura industrial). Y un poco más allá la esquilmación de los acuíferos, y también la de las pesquerías mundiales. Y cerca, igualmente, los “picos” de metales y minerales esenciales para las economías industriales, desde el neodimio al litio pasando por el tantalio. Y también múltiples vallas vinculadas con la degradación de los ecosistemas y la Sexta Gran Extinción de especies vivas… Y las terribles vallas del calentamiento global, claro está, con sus múltiples consecuencias (entre ellas la acidificación de los océanos). Un horizonte que, según las previsiones optimistas, se tornará apocalíptico en la segunda mitad del siglo XXI; y según las previsiones pesimistas, antes de esas fechas (dentro de lustros, no de decenios). Compañeros, compañeras, ¿seguimos debatiendo acerca de la Renta Básica y el sexo de los ángeles –o intentamos hacernos cargo de la realidad?
Resulta demasiado arriesgado fiarlo todo a las zapatillas mágicas de la tecnociencia (por no hablar del significado ético de tanta devastación)… Así que todo indica que el colapso ecosocial va a producirse, sí o sí. En el brutal choque del capitalismo contra los límites biofísicos del planeta que determina nuestro presente, basta con poder posponer uno de esos choques contra un límite concreto unos años en el tiempo para ver aparecer otro límite enseguida, aún más imponente. Y miremos hacia donde miremos, por lo demás, los plazos se nos han acortado. No es realista -–creo yo- seguir planteando horizontes de cambio a 2050. Lo que necesitaríamos es una “contracción de emergencia” anticapitalista e igualitaria, ecosocialista y ecofeminista –pero ¿hay fuerzas para ello?
P-En libros y conferencias has citado el ejemplo de Cuba durante el Periodo Especial, tras la implosión de la URSS. ¿Por qué sería éste un modelo de “decrecimiento”? ¿Hay otros ejemplos que puedan servir como punto de referencia, o se trata de caminar hacia el decrecimiento de manera obligada, como ocurrió en Cuba, y sin modelos a los que mirar?
En lo histórico-social, aunque comprensiblemente tendemos siempre a buscar modelos (de forma “humana, demasiado humana”), deberíamos ser conscientes de que éstos apenas existen como tales. Demasiado singulares son los rasgos de cada concreta formación social en cada situación histórica concreta. ¿Quiere esto decir que no podemos aprender de las experiencias históricas del pasado? De ninguna manera –aunque ello nos cueste tanto. (Homo sapiens acumula cantidades ingentes de conocimiento, suele decir John Gray, pero parece congénitamente incapaz de aprender de la experiencia.)
De Cuba podríamos aprender lecciones valiosas: de qué forma una sociedad industrial compleja y petrodependiente hace frente a una súbita escasez energética, como ocurrió allá cuando la implosión de la Unión Soviética redujo drásticamente el abastecimiento de petróleo en muy poco tiempo, a partir de 1991-92. Emilio Santiago Muíño ha escrito una excelente tesis doctoral sobre el “Período Especial” cubano, con la vista puesta en nuestros propios “Períodos Especiales” hacia los que vamos: se titula Opción Cero y está disponible en su blog (Los Niños Perdidos, entrada del 16 de marzo de 2016).
Pero otras experiencias históricas nos ofrecen también lecciones parciales, de las que cabe aprender: el libro Colapso de Jared Diamond (2005) está precisamente articulado sobre esa premisa, vale la pena releerlo.
Un caso interesante es Bizancio. Confrontado a la posibilidad de colapso, Bizancio reaccionó bien: Joseph A. Tainter contrasta el Imperio romano de Occidente, y su triste final, con el imperio bizantino donde en el siglo VII se adoptó “una estrategia que es realmente rara en la historia de las sociedades complejas: la simplificación sistemática”. También Lewis Mumford trató esta importante cuestión histórica en El pentágono de poder.
Me gustaría insistir sobre algo que enfatizaba Joaquim Sempere (uno de los escasos intelectuales ecosocialistas de nuestro país, de la escuela de Manuel Sacristán) en una reciente entrevista que le hizo Nuria del Viso, y que se publico en la web de FUHEM- Ecosocial y en Rebelión: “La sociedad productivista-consumista genera incesantemente expectativas materiales cada vez más altas, lubricando así la tendencia al crecimiento, pero con efectos psicológicos y morales devastadores porque reproducen sin cesar la insatisfacción (que a su vez realimenta el deseo de más cosas). Tenemos que aprender a controlar la formación de nuestras propias expectativas, a adaptarlas a lo que es psíquicamente razonable y ecológicamente posible. La palabra clave en esto es autocontención.”
Pues eso: la clave es la autocontención.
-Por último, ¿ha derrotado smartphone al movimiento ecologista?
Si el ser humano fuese la medida, no de todas las cosas, pero sí de las cosas humanas; y si el sentido de la vida fuese vivir, nada en nuestra organización socioeconómica –capitalismo fosilista y patriarcal- podría funcionar como lo hace.
Seguimos en el segundo decenio del siglo XXI hablando de la Gran Encrucijada (ése es el título del libro de Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia Torrego publicado hace unos meses), pero en realidad ésta es la que se abría ante la humanidad hace cuatro decenios, en los años setenta del siglo XX. Y entonces tomamos el camino equivocado: la fatídica vía del capitalismo neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
En los años setenta del siglo XX, eso que yo llamo ecosocialismo descalzo podía perseguirse como una opción deseable entre otras opciones posibles. (No difiere esencialmente de lo que Ivan Illich dibujaba como ideal de madurez industrial y tecnológica hacia 1975.) Hoy el elemento de constricción es mucho mayor –porque ya no somos 4.000 millones de seres humanos (ésa era la población humana mundial en 1975) sino que vamos camino de los 8.000 millones, porque hemos ido agotando toda clase de recursos naturales bióticos y abióticos, porque desgarramos cada vez más la trama de la vida, porque está en marcha un calentamiento global devastador…
Ahora ya no se trata de una opción deseable entre varias posibles: si mantenemos el valor de igualibertad básico para la izquierda, es la opción obligada. Y, pese a ello, resulta obvio que las fuerzas ecosocialistas son minúsculas en el turbulento panorama sociopolítico actual. Nuestras perspectivas, por tanto, parecen harto complicadas…
Otra entrevista:
https://lecturassumergidas.com/2015/04/29/jorge-riechmann-consumimos-el-planeta-como-si-no-hubiera-un-manana/
Más sobre ecología:
http://www.economiasolidaria.org/files/UN-POQUITO-DE-FISICA...pdf
"Hay un parásito llamado Toxoplasma gondii que coloniza los cerebros de las ratas, alterando su comportamiento para atraerlas al olor de sus depredadores. Las ratas buscan gatos y estos se las comen, permitiendo que el parásito siga circulando. Este es el nuevo laborismo. Ha colonizado un movimiento que luchó por la justicia social, la distribución y la decencia, cambió su cerebro y lo entregó a los gatos gordos que alguna vez fueron sus enemigos".
George Monbiot - Los parásitos en el cerebro del Laborismo - The Guardian, 04/05/2010 -
http://www.monbiot.com/archives/2010/05/03/the-parasites-in-labours-brain/
_-El 40% de los españoles miran el móvil más de 50 veces al día y el 70% a los 30 minutos de haberse despertado, según un informe de la consultora Ditendria.
En ese contexto, “¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?”. Es el título del libro recientemente publicado en Catarata por el profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autonoma de Madrid, matemático y poeta Jorge Riechmann (Madrid, 1962).
El subtítulo de este ensayo de 256 páginas - “Para una crítica del mesianismo tecnológico”- ya avanza algunas líneas de pensamiento por las que transita el filósofo. “La creencia básica de nuestra sociedad -casi nunca formulada de manera explícita- es que la tecnociencia prevalecerá sobre las leyes de la física y la biología; es una creencia profundamente irracional, pero la cultura dominante la mantiene contra viento y marea”, afirma. Riechmann defiende la idea de contención en un sistema económico como el actual, al que adjetiva como “fosilista” y “patriarcal”. En 2012 publicó “El socialismo puede llegar sólo en bicicleta” (Catarata). Actualmente trabaja en la propuesta de un “ecosocialismo descalzo”, que podría concretarse en comunidades con algo de industria ligera, tecnologías intermedias y, sobre todo, una gran descomplejización que implicara -en el plano material- niveles de vida mucho más modestos. Sus comentarios y reflexiones pueden seguirse en el blog “tratar de comprender, tratar de ayudar”. P-En el libro ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? (Catarata, 2016) planteas los riesgos de un totalitarismo tecnológico. ¿Pero no ha ocurrido esto siempre? La irrupción de la fotografía y el cine en los albores del siglo XX inauguró nuevos tiempos de vértigo. Y García Márquez defendía el bolígrafo y la libreta de notas como arma fundamental del periodista, frente a la diabólica grabadora…
No se trata de asuntos que haya que plantear en términos de tecnofobia o tecnofilia, creo. Pero sí que deberían hacernos reflexionar sobre nuestra relación con las tecnologías. Por cierto, ya el hecho de que cuando en esta sociedad se dice “tecnología” sin más la referencia sean gadgets microelectrónicos e informáticos constituye un poderoso indicio de que las cosas no van bien. ¿Por qué la “tecnología” por antonomasia ha de ser una tableta conectada a internet, por ejemplo –y no la píldora anticonceptiva o el motocultor, pongamos por caso?
Casi todo el mundo sigue anclado en el paradigma de la herramienta aplicado a la tecnociencia... Por ejemplo, uno entre mil posibles, Jorge Marirrodriga puede articular su reflexión sobre la tecnociencia en la idea de que “la historia de la humanidad está llena de maravillosas invenciones empleadas como herramientas terroríficas” (J.M., “La tecnología avanza; hacia dónde es otra cosa”, El País, 2 de diciembre de 2016). Pero este paradigma es radicalmente inadecuado. Las herramientas las controla el usuario; las dinámicas sistémicas conforman y moldean a la gente. La tecnociencia es una dinámica sistémica, no una herramienta ni un conjunto de ellas. No controlamos al smartphone, sino que éste conforma nuestra vida, nos controla a nosotros y nosotras.
P-¿Habría algún modo de que el ser humano pudiera recuperar ese control?
La pregunta sobre si podemos orientar la tecnociencia de acuerdo con los intereses humanos básicos es verdaderamente abismal –no resulta nada claro que pueda contestarse con un “sí”. Quizá perdimos la oportunidad para ello en los años setenta del siglo XX, cuando Ivan Illich reflexionaba sobre “tecnología convivencial” y se desarrollaba cierto movimiento social en torno a las tecnologías intermedias, “blandas” y alternativas (orientadas a la autoproducción de valores de uso, no a la producción masiva para mercados capitalistas). Recomiendo echar unas horas explorando la revista/ blog Low-Tech Magazine, de fácil acceso en internet (y con versión en español).
¿Pueden las sociedades high-tech ser sustentables en el siglo XXI? Todo indica que la respuesta es: no. Ésa sería la mala noticia. La buena noticia es que sociedades low-tech pueden proporcionar una vida buena a la enorme, excesiva población humana que somos en la actualidad –a condición, eso sí, de transformar a fondo nuestra cultura y valores… Son los problemas de que me he ocupado en mi libro Autoconstrucción (2015).
P-Estas cuestiones se vinculan con la siempre creciente aceleración social…
Hoy los investigadores e investigadoras en ciencias de la Tierra nos llaman la atención sobre lo excepcional de esos decenios de desbocados crecimientos exponenciales (en la posguerra de la segunda guerra mundial) que hay que llamar la Gran Aceleración; los geólogos nos advierten sobre el Antropoceno; y sociólogos-filósofos como Hartmut Rosa tratan de desentrañar los mecanismos de nuestra enloquecida aceleración social.
Los crecimientos exponenciales incrementan, exponencialmente, la gravedad de los problemas. Que nos permitamos ignorar algo tan obvio resulta demencial. La “ley de Moore” contra la ley de la entropía: ésa es la apuesta de Silicon Valley en los arranques del siglo XXI. Cuesta creer que el mundo sea tan descabelladamente irracional como para seguirles el juego, pero así es.
La creencia básica de nuestra sociedad –casi nunca formulada de manera explícita- es que la tecnociencia prevalecerá sobre las leyes de la física y la biología (termodinámica y ecología sobre todo). Sin esa creencia no podría mantenerse la fe en el crecimiento económico constante y el “progreso”. Es una creencia profundamente irracional – pero la cultura dominante la mantiene contra viento y marea…
P-¿En qué ejemplos concretos se materializan estos principios generales?
En estas navidades de 2016-17 me fijé en una gran valla propagandística de Renfe, cerca de la estación de cercanías de Las Matas: AVE MADRID-LEON EN DOS HORAS. Esos son los triunfos de que podemos enorgullecernos, nos conmina la ideología dominante… Ay, la mayor parte de la sociedad española asumió con entusiasmo el fetichismo de la velocidad y el crecimiento económico –contra los valores alternativos de justicia, “igualibertad”, autonomía, medida humana, sustentabilidad, biofilia… El sistema sólo ve una carrera entre la autodestrucción y la tecnología, pero la verdadera carrera es entre cambio sistémico y destrucción.
-También el libro es una crítica rotunda al “transhumanismo”. ¿Se trata de una corriente filosófica, de una ideología….? ¿En qué consiste y quiénes son los adalides?
Desde hace años (por precisar, desde mi libro Gente que no quiere viajar a Marte en 2004, y antes en algunos textos que lo precedieron) he llamado la atención sobre lo siguiente. Teniendo en cuenta la dinámica autoexpansiva del capitalismo, uno no puede ser de forma coherente un true believer en el orden socioeconómico actual sin volverse “antropófugo”, es decir, sin tratar de escapar de la condición humana en dos direcciones (por lo demás vinculadas entre sí): la expansión extraterrestre en primer lugar, y la superación del organismo humano (percibido como deficiente en la era de la Máquina) en segundo lugar. Ésta última es la senda del transhumanismo, una poderosa corriente cultural que se plasma en diversas iniciativas tecnocientíficas y empresariales.
El proyecto ecologista de autocontención se enfrenta al proyecto productivista y antropófugo de extralimitación, de autotrascendencia tecnológica, con ese doble impulso de abandonar la condición humana hacia lo extraterrestre y hacia lo transhumano.
Aunque la idea de lo “transhumano” (superar al Homo sapiens hacia nuevas especies de humanos) tenga lejanos orígenes religiosos, en su forma moderna aparece seguramente con el libro de Robert Ettinger Man into Superman, de 1974. Puede hallarse una útil reflexión sobre el asunto en el capítulo 9 del libro de Ugo Bardi Los límites del crecimiento revisitados, que se tradujo al español hace un par de años.
Nuestra cultura tecnolátrica espera grandes novedades (¡y hasta la salvación!) de la robótica, la biología sintética, las nanotecnologías… No espera grandes novedades en el terreno de la convivencia humana. Contra el transhumanismo, lo esencial de nuestra tarea de autoconstrucción sería aceptar la condición humana y rechazar la dominación.
-¿En qué consiste el “ecosocialismo descalzo” que propones?
Nuestra cultura tecnólatra cree que el ingenio humano prevalecerá frente a las leyes de la termodinámica y la ecología; pero es un sueño delirante al que seguirá un despertar doloroso. Esta cultura tiene problemas masivos para asumir la realidad y fijar prioridades correctamente. Se da por sentada la continuación de una sociedad de alta energía, abundancia de recursos naturales, gran complejidad, alta tecnología -que sencillamente no está ya en nuestro futuro. ¡Nuestra idea de la liberación humana -y animal- es fosilista! El petróleo –la inmensa riqueza energética de los combustibles fósiles- nos metió en una trampa. Pero no es una trampa sólo económica, ni ecológica -es una trampa antropológica.
Los movimientos socialistas (en sentido amplio: comunistas, socialistas, anarquistas) necesitan una idea no fosilista de la liberación –y para eso deberían repensarlo casi todo. Y lo mismo sucede con los movimientos feministas, los movimientos antirracistas, los movimientos animalistas…
He acuñado la expresión “ecosocialismo descalzo” por analogía con la economía descalza de Manfred Max-Neef. No deberíamos esperar soluciones high-tech y sociedades de alta energía, sino más bien -como mejor posibilidad- comunidades con algo de industria ligera, basadas en tecnologías intermedias… Pero bajo la premisa de una gran descomplejización; y la expectativa de un nivel de vida muy modesto en lo material, en comparación con lo que hoy –de forma nada plausible- sigue prometiendo la ideología dominante.
Ecosocialismo descalzo es socialismo ecológico libre de prometeísmo, que se hace cargo de los límites biofísicos del planeta y los determinantes de la condición humana. Hoy el desafío principal es mantener el nivel de civilización que a trancas y barrancas se logró de forma parcial en el siglo XX (democracia, derechos humanos, seguridad social con sanidad universal, etc.) con un consumo de recursos naturales reducido drásticamente (a una décima parte del actual, si pensamos en las sociedades prósperas como la española hoy). A esto Harald Welzer lo llama una Modernidad decreciente, o menguante, o contractiva (eine reduktive Moderne frente a la Modernidad expansiva que marcó los últimos cinco siglos); yo lo llamo ecosocialismo descalzo.
P-¿Y en qué consiste, para el lector profano en la materia, la disyuntiva entre Barry Commonner e Ivan Illich?
Bueno, no se trata tanto de una disyuntiva excluyente como de la necesidad de una síntesis… Barry Commoner (1917- 2012) fue un ecólogo y ecologista estadounidense, científico y a la vez activista social en conjunción ejemplar, cuyo planteamiento de reconstrucción ecológica de la sociedad industrial resulta relativamente fácil de asumir por las izquierdas de raigambre marxista. Mi maestro Manuel Sacristán, por ejemplo, y todos sus amigos y discípulos de la revista mientras tanto, lo apreciaban mucho e hicieron cuanto pudieron por difundir su pensamiento. Yo tuve ocasión de volver sobre él hace poco, en un artículo titulado “Barry Commoner y la oportunidad perdida” (publicado en ENCRUCIJADAS. Revista crítica de ciencias sociales, vol. 11, 2016).
En cambio, Ivan Illich (1926- 2002) ha resultado un pensador mucho más problemático para estas tradiciones. El mismo Sacristán se refería al “ambiguo privatismo” de Illich en una conocida entrevista con la revista mexicana Naturaleza en 1983 (luego recogida en su libro póstumo Pacifismo, ecología y política alternativa, 1987). Para decirlo sin rodeos: diferentes familias de la izquierda han tendido a ver a Illich casi como un intelectual reaccionario, pero ese juicio, en el segundo decenio del siglo XXI y en medio del colapso civilizatorio en que estamos, necesita revisión. Su gran aportación -expresada en mis propios términos- es la idea de que sobrepasados ciertos límites, el desarrollo se convierte en un sobredesarrollo contraproducente. Hay que releer Energía y equidad (1973) y otros textos suyos, que contienen mucha crítica acertada y sugerencias valiosas. También desaciertos, claro, pero ¿con qué autor o autora no sucede algo semejante?
P-¿Por ejemplo?
Uno de esos desaciertos en Illich es un desenfoque importante: apuntaba su artillería pesada contra un Welfare State que se le aparecía cuasi-orwelliano, como si ése fuese el futuro de las sociedades industriales –y lo que vino fue la “nueva razón del mundo” neoliberal de Thatcher y Reagan…
Otra limitación que cabe indicar: el ecologismo ha promovido y sigue promoviendo –en mi opinión- tres valores básicos: supervivencia (o autoconservación), autonomía (libertad humana en sentido fuerte) y biofilia. (Hay que decir que, por desgracia, ninguno de los tres ha resultado de gran peso frente a aquel valor básico para las sociedades industriales que identificó Cornelius Castoriadis: el incremento ilimitado del (pseudo)dominio (pseudo)racional. Por desgracia para los habitantes –humanos y no humanos- del tercer planeta del Sistema Solar: pero ésa es otra historia.) Pues bien, de esa terna o tríada de valores básicos de los movimientos ecologistas, Illich se fijó en el segundo, pero apenas en los otros dos. Es un extraordinario analista y activista de la autonomía, pero tiene muy poco que decir sobre supervivencia o biofilia: y esto supone, sin duda, una limitación importante. (Otros intelectuales del ecologismo en aquellos años sesenta/ setenta, como los esposos Ehrlich por ejemplo, pecaban justo de la limitación contraria: tenían cosas importantes que decir sobre supervivencia y biofilia, pero en cambio eran muy ciegos para las cuestiones de autonomía.)
¿Por dónde podemos enlazar mejor los marxistas con Illich? Su noción de contraproductividad conecta con la intuición marxiana sobre el carácter ambivalente de las fuerzas productivas (que son la vez fuerzas destructivas). La crítica benjaminiana del progreso también conecta con los cuestionamientos de Illich. Creo que un marxismo benjaminiano puede desarrollarse, sin hacer violencia a los conceptos, hacia un marxismo illichiano –que puede ser un componente valioso de un ecosocialismo descalzo.
-Citas un texto de Santiago Alba Rico en el que se afirma que el capitalismo es, en lo esencial, una rebelión contra el tiempo y los límites. Dicho en otros términos, la construcción de una sociedad nihilista, desregulada y sin apenas normas. ¿Estás de acuerdo? ¿No podría afirmarse que hoy la libertad individual es muy superior a la de hace unas décadas?
Bueno, yo me cuidaría mucho de ser triunfalista con respecto a la libertad en un mundo donde gigantescas burocracias privadas no sometidas a ningún control democrático (pensemos en Google o en Goldman Sachs) deciden más sobre el destino de todas y todos nosotros que ningún gobierno electo… Y donde las políticas en curso conducen al deterioro de las condiciones para la libertad, la vida buena e incluso de la mera supervivencia de la humanidad (por no hablar de los demás seres vivos con los que compartimos la biosfera). Son asuntos para considerarlos despacio.
¿Libertad es poder elegir entre diferentes modelos de smatphone, o poder bañarse al aire libre en ríos no contaminados? ¿Libertad es optar entre bienes comerciales predeterminados heterónomamente, o poder decidir en común qué deseamos producir y consumir? ¿Libertad es selección de personal entre elites gobernantes autolegitimadas, o autodeterminación política en el seno de nuestras comunidades? Libertad de quién, libertad a costa de quién, libertad para cuántos, libertad hacia qué metas, libertad en qué sentidos, libertad con qué impactos: éstas son preguntas relevantes que no podemos dejar de plantear… Para empezar, soy de quienes piensan –con gentes como Étienne Balibar y Cornelius Castoriadis- que el concepto relevante es el de igualibertad: tenemos buenas razones para pensar que los principios de igualdad y libertad sólo pueden realizarse conjuntamente (y que las tensiones principales, como suele subrayar Zygmunt Bauman, no se dan tanto entre igualdad y libertad como entre libertad y seguridad). Esta “coimplicación” de libertad e igualdad ya la razonó uno de los grandes pensadores de la Ilustración –y por cierto, uno de los pocos que cuestionó el androcentrismo y defendió los derechos de las mujeres--, Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat, el marqués de Condorcet (1743-1794): la desigualdad –no sólo socioeconómica, sino también de conocimientos y funciones— es enemiga tanto de la libertad efectiva como de la igualdad de derechos.
P-¿Se trata, así pues, de resolver la relación problemática de la libertad con la igualdad y la seguridad?
Y también está el enorme asunto de cómo ejercemos nuestras libertades y derechos en un “mundo lleno”, en un planeta Tierra saturado en términos ambientales, donde la humanidad ya se encuentra en situación de overshoot o extralimitación ecológica… Pensemos un momento en la polémica generada estos días navideños de 2016-17 en Madrid, a cuenta de las restricciones al tráfico automovilístico impuestas por el Ayuntamiento de la ciudad en una situación de grave contaminación atmosférica. Se ha invocado ruidosamente –sobre todo desde sectores de la derecha- el supuesto derecho del usuario individual a rodar en su coche sin trabas. Pero precisamente en un mundo en extralimitación ¡no existe tal derecho! Pues sólo puede sustanciarse a costa de la salud o las perspectivas vitales de otros individuos, humanos y no humanos… ¿Cuáles de nuestras prácticas de movilidad son generalizables y sustentables en 2017? Un coche más hoy es un campesino menos en el futuro, advertía Nicholas Georgescu-Roegen (uno de los grandes economistas del siglo XX, que tendría que ser tan famoso como Keynes –si la cultura dominante no deformase tan trágicamente la realidad): pero el futuro del que hablaba es nuestro presente.
Muchos derechos, para materializarse, exigen recursos –en última instancia, cantidades importantes de materia-energía de baja entropía. Siendo casi 7.500 millones de seres humanos en situación de extralimitación ecológica, ¿qué podemos permitirnos y qué no? Los vuelos low-cost no pueden considerarse un derecho adquirido, ni defenderse como parte de ningún paquete de “calidad de vida”. En el número 113 de la revista Ambienta, que se encuentra con facilidad en internet, hay un útil artículo de Ernest Garcia para situar estos debates: “Los derechos humanos más allá de los límites al crecimiento” (2015).
-¿Está la especie humana a tiempo de evitar el “colapso” ambiental? ¿El “colapso” supone la destrucción del planeta, o más bien de la desaparición de la vida humana tal como hoy la conocemos? ¿Se utiliza con excesiva alegría la noción de “colapso”? (Fernández Durán y González Reyes afirman que colapso, crisis y salto adelante son categorías inherentes a los sistemas complejos).
Si atendemos a la mejor información científica disponible, resulta difícil evitar la conclusión de que estamos en una trayectoria de colapso. La primera persona del plural se refiere a esa civilización industrial que, en la forma de capitalismo fosilista y patriarcal, se ha hecho por desgracia dominante en el mundo entero.
Eso no quiere decir “destrucción del planeta” (el fenómeno vida es extraordinariamente persistente, fuerte y resiliente; la vida como tal seguirá adelante) sino destrucción de las perspectivas de vida buena para los seres humanos, y por supuesto para muchos otros seres vivos también. Quiere decir ecocidio acompañado de genocidio.
Quizá una imagen que capta bien la situación en que nos encontramos sea la siguiente. En su huida hacia adelante, las sociedades industriales se parecen a un corredor en una carrera de obstáculos, pero con vallas que van acercándose y aumentando de altura (¡rendimientos decrecientes condicionados por la segunda ley de la termodinámica!)… y el corredor lo fía todo a sus zapatillas mágicas, que la multinacional del ramo está a punto de construirle –le aseguran.
P-¿Qué representan estas vallas?
Una valla es el cénit del petróleo (peak oil), pero un poco más allá está la valla aún más temible del “pico” conjunto de todas las formas no renovables de energía. Y muy cerca de ella el agotamiento de los fosfatos (con devastadoras consecuencias para el modelo dominante de agricultura industrial). Y un poco más allá la esquilmación de los acuíferos, y también la de las pesquerías mundiales. Y cerca, igualmente, los “picos” de metales y minerales esenciales para las economías industriales, desde el neodimio al litio pasando por el tantalio. Y también múltiples vallas vinculadas con la degradación de los ecosistemas y la Sexta Gran Extinción de especies vivas… Y las terribles vallas del calentamiento global, claro está, con sus múltiples consecuencias (entre ellas la acidificación de los océanos). Un horizonte que, según las previsiones optimistas, se tornará apocalíptico en la segunda mitad del siglo XXI; y según las previsiones pesimistas, antes de esas fechas (dentro de lustros, no de decenios). Compañeros, compañeras, ¿seguimos debatiendo acerca de la Renta Básica y el sexo de los ángeles –o intentamos hacernos cargo de la realidad?
Resulta demasiado arriesgado fiarlo todo a las zapatillas mágicas de la tecnociencia (por no hablar del significado ético de tanta devastación)… Así que todo indica que el colapso ecosocial va a producirse, sí o sí. En el brutal choque del capitalismo contra los límites biofísicos del planeta que determina nuestro presente, basta con poder posponer uno de esos choques contra un límite concreto unos años en el tiempo para ver aparecer otro límite enseguida, aún más imponente. Y miremos hacia donde miremos, por lo demás, los plazos se nos han acortado. No es realista -–creo yo- seguir planteando horizontes de cambio a 2050. Lo que necesitaríamos es una “contracción de emergencia” anticapitalista e igualitaria, ecosocialista y ecofeminista –pero ¿hay fuerzas para ello?
P-En libros y conferencias has citado el ejemplo de Cuba durante el Periodo Especial, tras la implosión de la URSS. ¿Por qué sería éste un modelo de “decrecimiento”? ¿Hay otros ejemplos que puedan servir como punto de referencia, o se trata de caminar hacia el decrecimiento de manera obligada, como ocurrió en Cuba, y sin modelos a los que mirar?
En lo histórico-social, aunque comprensiblemente tendemos siempre a buscar modelos (de forma “humana, demasiado humana”), deberíamos ser conscientes de que éstos apenas existen como tales. Demasiado singulares son los rasgos de cada concreta formación social en cada situación histórica concreta. ¿Quiere esto decir que no podemos aprender de las experiencias históricas del pasado? De ninguna manera –aunque ello nos cueste tanto. (Homo sapiens acumula cantidades ingentes de conocimiento, suele decir John Gray, pero parece congénitamente incapaz de aprender de la experiencia.)
De Cuba podríamos aprender lecciones valiosas: de qué forma una sociedad industrial compleja y petrodependiente hace frente a una súbita escasez energética, como ocurrió allá cuando la implosión de la Unión Soviética redujo drásticamente el abastecimiento de petróleo en muy poco tiempo, a partir de 1991-92. Emilio Santiago Muíño ha escrito una excelente tesis doctoral sobre el “Período Especial” cubano, con la vista puesta en nuestros propios “Períodos Especiales” hacia los que vamos: se titula Opción Cero y está disponible en su blog (Los Niños Perdidos, entrada del 16 de marzo de 2016).
Pero otras experiencias históricas nos ofrecen también lecciones parciales, de las que cabe aprender: el libro Colapso de Jared Diamond (2005) está precisamente articulado sobre esa premisa, vale la pena releerlo.
Un caso interesante es Bizancio. Confrontado a la posibilidad de colapso, Bizancio reaccionó bien: Joseph A. Tainter contrasta el Imperio romano de Occidente, y su triste final, con el imperio bizantino donde en el siglo VII se adoptó “una estrategia que es realmente rara en la historia de las sociedades complejas: la simplificación sistemática”. También Lewis Mumford trató esta importante cuestión histórica en El pentágono de poder.
Me gustaría insistir sobre algo que enfatizaba Joaquim Sempere (uno de los escasos intelectuales ecosocialistas de nuestro país, de la escuela de Manuel Sacristán) en una reciente entrevista que le hizo Nuria del Viso, y que se publico en la web de FUHEM- Ecosocial y en Rebelión: “La sociedad productivista-consumista genera incesantemente expectativas materiales cada vez más altas, lubricando así la tendencia al crecimiento, pero con efectos psicológicos y morales devastadores porque reproducen sin cesar la insatisfacción (que a su vez realimenta el deseo de más cosas). Tenemos que aprender a controlar la formación de nuestras propias expectativas, a adaptarlas a lo que es psíquicamente razonable y ecológicamente posible. La palabra clave en esto es autocontención.”
Pues eso: la clave es la autocontención.
-Por último, ¿ha derrotado smartphone al movimiento ecologista?
Si el ser humano fuese la medida, no de todas las cosas, pero sí de las cosas humanas; y si el sentido de la vida fuese vivir, nada en nuestra organización socioeconómica –capitalismo fosilista y patriarcal- podría funcionar como lo hace.
Seguimos en el segundo decenio del siglo XXI hablando de la Gran Encrucijada (ése es el título del libro de Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia Torrego publicado hace unos meses), pero en realidad ésta es la que se abría ante la humanidad hace cuatro decenios, en los años setenta del siglo XX. Y entonces tomamos el camino equivocado: la fatídica vía del capitalismo neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
En los años setenta del siglo XX, eso que yo llamo ecosocialismo descalzo podía perseguirse como una opción deseable entre otras opciones posibles. (No difiere esencialmente de lo que Ivan Illich dibujaba como ideal de madurez industrial y tecnológica hacia 1975.) Hoy el elemento de constricción es mucho mayor –porque ya no somos 4.000 millones de seres humanos (ésa era la población humana mundial en 1975) sino que vamos camino de los 8.000 millones, porque hemos ido agotando toda clase de recursos naturales bióticos y abióticos, porque desgarramos cada vez más la trama de la vida, porque está en marcha un calentamiento global devastador…
Ahora ya no se trata de una opción deseable entre varias posibles: si mantenemos el valor de igualibertad básico para la izquierda, es la opción obligada. Y, pese a ello, resulta obvio que las fuerzas ecosocialistas son minúsculas en el turbulento panorama sociopolítico actual. Nuestras perspectivas, por tanto, parecen harto complicadas…
Otra entrevista:
https://lecturassumergidas.com/2015/04/29/jorge-riechmann-consumimos-el-planeta-como-si-no-hubiera-un-manana/
Más sobre ecología:
http://www.economiasolidaria.org/files/UN-POQUITO-DE-FISICA...pdf
"Hay un parásito llamado Toxoplasma gondii que coloniza los cerebros de las ratas, alterando su comportamiento para atraerlas al olor de sus depredadores. Las ratas buscan gatos y estos se las comen, permitiendo que el parásito siga circulando. Este es el nuevo laborismo. Ha colonizado un movimiento que luchó por la justicia social, la distribución y la decencia, cambió su cerebro y lo entregó a los gatos gordos que alguna vez fueron sus enemigos".
George Monbiot - Los parásitos en el cerebro del Laborismo - The Guardian, 04/05/2010 -
http://www.monbiot.com/archives/2010/05/03/the-parasites-in-labours-brain/
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domingo, 26 de abril de 2015
Gabriel García Márquez, “Un País al alcance de los niños”
“Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética - y tal vez una estética - para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por él, país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños”.
La «deshumanización» de la educación, es la consecuencia de la opresión, y afecta a los oprimidos y a quienes oprimen. “Los oprimidos, en reacción contra los opresores, a quienes idealizan, desean convertirse a su vez en opresores. Es una gran contradicción, que desafía al oprimido proponiéndole una nueva fórmula, transformarse en los restauradores de la libertad de ambos. De esta forma, debería nacer un hombre nuevo que supere la contradicción: ni opresor ni oprimido; un hombre liberándose, humanizándose”. (P. Freire)
La «deshumanización» de la educación, es la consecuencia de la opresión, y afecta a los oprimidos y a quienes oprimen. “Los oprimidos, en reacción contra los opresores, a quienes idealizan, desean convertirse a su vez en opresores. Es una gran contradicción, que desafía al oprimido proponiéndole una nueva fórmula, transformarse en los restauradores de la libertad de ambos. De esta forma, debería nacer un hombre nuevo que supere la contradicción: ni opresor ni oprimido; un hombre liberándose, humanizándose”. (P. Freire)
miércoles, 23 de abril de 2014
Día del Libro 2014. La escritora mexicana Elena Poniatowska recibe el Premio Cervantes
La escritora mexicana Elena Poniatowska recibió este miércoles el Premio Cervantes de las manos del rey Juan Carlos y frente al presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy y el ministro de Cultura, José Ignacio Wert.
La entrega del premio, que se llevó a cabo en Universidad de Alcalá de Henares, es uno de los actos más importantes de la celebración del Día del Libro.
En su discurso de agradecimiento, la escritora -que en mayo cumplirá 82 años- recordó al recientemente fallecido escritor colombiano Gabriel García Márquez.
"García Márquez, con Cien años de soledad, le dio alas a América Latina, y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve, nos levanta y hace que nos crezcan flores en la cabeza", dijo Poniatowska al principio de su discurso...
Poniatowska es la cuarta mujer en ganar el Premio Cervantes. Antes de ella lo obtuvieron las españolas María Zambrano y Ana María Matute y la cubana Dulce María Loynaz...
más en BBC.
Hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río. Si están allí es para que podamos llegar a la otra orilla, el otro margen es lo que importa. José Saramago. (Azinhaga, Santarem, Portugal, 16-XI-1922, Tías, Lanzarote, España, 18 de junio de 2010)
Today marks the 450th birthday of William Shakespeare, 26 de abril de 1564 – 23 de abril de 1616.
Y el aniversario de Miguel de Cervantes, 29 de septiembre de 1547 –Madrid, 22 de abril de 1616, enterrado el 23 de abril.
Los más vendidos en España en lo que va de año
16 ventajas de ser un lector/a
150 Frases célebres para el día del libro.
La entrega del premio, que se llevó a cabo en Universidad de Alcalá de Henares, es uno de los actos más importantes de la celebración del Día del Libro.
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Today marks the 450th birthday of William Shakespeare, 26 de abril de 1564 – 23 de abril de 1616.
Y el aniversario de Miguel de Cervantes, 29 de septiembre de 1547 –Madrid, 22 de abril de 1616, enterrado el 23 de abril.
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