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jueves, 19 de octubre de 2023

PREMIO PLANETA. Sonsoles Ónega gana el Premio Planeta 2023.

La periodista y escritora Sonsoles Ónega recibiendo el Premio Planeta.
La periodista y escritora Sonsoles Ónega recibiendo el Premio Planeta.
La galardonada, que recibirá un millón de euros, es autora de la novela ‘Las hijas de la criada’. El finalista es Alfonso Goizueta Alfaro,con la obra ‘La sangre del padre’, que se llevará 200.000 euros.

La periodista, presentadora de televisión y escritora Sonsoles Ónega (Madrid, 45 años) ha ganado el Premio Planeta 2023 con la obra Las hijas de la criada. El finalista en esta 72ª edición es Alfonso Goizueta Alfaro, con el texto La sangre del padre. El galardón se ha anunciado la noche de este domingo durante una cena de gala en la sala Oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en Barcelona, a la que asistieron más de un millar de invitados. El Premio Planeta está dotado con un millón de euros para la obra ganadora (más que el Premio Nobel) y 200.000 para la finalista.

La novela de Ónega (que se presentó bajo el pseudónimo de Gabriela Monte) cuenta la historia, durante buena parte del siglo XX, en Galicia y en Cuba, de los Valdés, una familia de empresarios conserveros gallegos, con especial hincapié en la lucha de las mujeres del clan, que fueron decisivas para la creación de su imperio comercial. Aunque “un terrible secreto marcará sus vidas para siempre”, según adelanta la editorial.

“La conservera fue una industria que no ha sido justa con las mujeres, que se dejaron las manos limpiando pescado y cerrando latas. Esta novela hace justicia con todas ellas”, afirmó la flamante ganadora. Este premio supone un nuevo hito en la saga de personajes televisivos que triunfan en el mundo literario. También lo supone para la saga Ónega: Sonsoles, estrella de las tardes de Antena 3 (Atresmedia, una empresa del Grupo Planeta), es hija del célebre periodista Fernando Ónega y hermana de la también periodista Cristina Ónega.

“Es una novela difícil que he escrito en mitad de muchos avatares, pero en la que me sentí imantada desde el principio: es la Galicia de mi infancia”, añadió la escritora. Según relató, escribió la novela durante tres años en los camerinos de dos televisiones, compaginando escritura, televisión y maternidad. “Tener hijos y una carrera profesional es durísimo”, sentenció.

El finalista sorprende por su juventud. Alfonso Goizueta Alfaro nació en Madrid en 1999, es licenciado en Historia y Relaciones Internacionales por el King’s College de Londres, y fue precoz: con solo 17 años publicó Limitando el poder (Ediciones Nobel), donde disecciona la evolución de la diplomacia europea entre 1871 y 1939. Ahora es premiado, bajo el seudónimo de Luis Parterrío, por una narración sobre la peripecia de Alejando Magno en su avance hacia Persia y su lenta conversión, batalla tras batalla, en un “tirano que arrastra a los suyos a la muerte”. “Estoy que no me lo creo”, dijo el escritor, “es mi primera novela y que sea merecedora de este premio es maravilloso”. Alejandro Magno es, para Goizueta, el primer mandatario en usar la propaganda y considera su texto como “viaje iniciático”. Ambas novelas se publicarán el 8 de noviembre.

El jurado estuvo compuesto por José Manuel Blecua, Fernando G. Delgado, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regás y Belén López, directora de la editorial Planeta y secretaria del jurado con voto. “Hemos notado que este año se han presentado muchas novelas históricas, y abundan también los personajes femeninos”, dijo Eslava Galán en la rueda de prensa celebrada el sábado en la Llotja de Barcelona. La ganadora del año pasado fue Luz Gabás con Lejos de Luisiana, del que la editorial afirma haber vendido unos 600.000 ejemplares. Y el año anterior, el trío de escritores hombres apodados como una mujer: Carmen Mola. La revelación del pseudónimo produjo no poco revuelo. En los últimos años, además de aumentar la cuantía del premio (en 2021 pasó de 601.000 euros al célebre millón; empezó con 40.000 pesetas), se han ido produciendo, con excepciones, premiados que tienden a una mayor comercialidad, en detrimento de autores más “literarios”.

Una gala entre la elegancia y el espectáculo
Entre los invitados a la populosa gala (con también populoso photocall) se encontraban figuras de la política como Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social; Miquel Iceta, ministro de Cultura y Deportes; Joan Subirats, ministro de Universidades (todos en funciones), o el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni. También numerosos personajes del mundo periodístico y televisivo; algunos escritores, no tantos.
Sonsoles Ónega La periodista y escritora Sonsoles Ónega besando el trofeo del Premio Planeta. ALEJANDRO GARCÍA (EFE)

La cena del Planeta es un curioso evento entre la elegancia y el espectáculo, con una curiosa tradición: durante el curso del ágape se va anunciando una eliminatoria entre los finalistas, como en un concurso de la tele; mientras, los asistentes pueden participar aventurando una quiniela que será premiada con un lote de libros. En grandes pantallas se van proyectando también los rostros de los ganadores del premio desde su fundación. Al final del proceso, en tercera posición de la eliminatoria, resistiendo hasta el último turno junto con los dos galardonados, quedó la obra El reencuentro; su autora participó bajo el pseudónimo de Tintaleve. Una historia sobre una guerrillera sandinista, retirada en la sierra madrileña, a cuya muerte regresa su hija para ocuparse del legado la madre, todo ello en tiempos de confinamiento pandémico.

El lugar, la Sala Oval del MNAC, es uno de los espacios para eventos más grandes de Europa, según informa el propio museo, con una bóveda majestuosa y un gran órgano alemán de la compañía E.F. Walcker inaugurado el 6 de julio de 1929 por Alfred Sittard. Necesita una restauración de tres millones de euros (lo equivalente a tres premios Planeta). En este espacio inauguró Alfonso XIII la Exposición Universal del mismo año. Resulta difícil imaginar cómo se cocina para más de un millar de personas, pero el caso es que se hace: un ejército de camareros sirvió ensalada de huerta con langostinos de Sant Carles, lomo de lubina y roll de verduras con piñones, y, de postre, chiboust de castaña a la vainilla (los nombres de los platos están resumidos por cuestión de espacio). Cava y vinos variados.

Un récord histórico
En esta edición se han presentado al Planeta 1.129 novelas, un récord en la historia del premio. Son 461 más que el año anterior, un incremento notable (del 40%) que la organización achaca a la simplificación en el proceso de presentación de las obras: este año se pudieron enviar por correo electrónico, evitando el engorro de la impresión, la encuadernación y el envío. Después del paso de varios filtros de lectores externos e internos a la editorial, se fueron decantando poco a poco los 10 textos finalistas que se presentaron al jurado. Como explicó José Creuheras, presidente del Grupo Planeta y de Atresmedia, en el encuentro del sábado, también es posible que un miembro del jurado rescate para la final algún texto que sabe que ha sido presentado, pero que no tiene por qué haber pasado los citados filtros. Puede verse como la reparación de una injusticia. O como un atajo.

Ya son 45 millones de personas las que han leído novelas galardonadas con el Premio Planeta en sus 72 ediciones, una distinción que ha ido señalando las líneas maestras de la literatura comercial en castellano: existen lectores fieles al premio cada año y este libro se convierte además en un objeto tradicional de regalo. Entre los premiados históricos se encuentran premios Nobel como Camilo José Cela o Mario Vargas Llosa, pero también una nutrida muestra de los grandes nombres de la literatura de las últimas décadas como Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Maruja Torres, Clara Sánchez, Terenci Moix o Manuel Vázquez Montalbán. Del primer ganador, Juan José Mira, con En la noche no hay caminos, hace 72 años, no se recuerda demasiado. Durante toda su historia, desde 1952, han sido 27.000 los escritores que han probado suerte enviando un ejemplar manuscrito. Solo unos pocos han logrado la gloria (y el dinero).

https://elpais.com/cultura/2023-10-15/sonsoles-onega-gana-el-premio-planeta-2023.html#?rel=lom


jueves, 1 de junio de 2023

_- “Ser casero conlleva una responsabilidad social. Es algo que puede generar mucho sufrimiento a la gente”.

_- El periodista Sergio C. Fanjul desgrana en ‘La España invisible’ las causas de la pobreza y la desigualdad extremas en España y analiza el porqué del fin de la conciencia de clase obrera.

Ya cuando Sergio C. Fanjul (Oviedo, 42 años) era solo un niño que jugaba por las calles de su ciudad natal le resultaba especialmente incomprensible que hubiese gente pidiendo limosna. “¿Por qué unos tienen que hacer eso y otros no?”, se preguntaba. Ahora que, tras la pandemia, las cifras de gente en riesgo de exclusión grave en nuestro país son las más altas de Europa este periodista de EL PAÍS (licenciado en astrofísica) se ha propuesto contestar a aquella pregunta en La España invisible (Arpa), un ensayo en el que analiza las causas de la pobreza y desigualdad extremas. Y entre otras muchas cosas, con su trabajo ha descubierto por qué en su infancia aquella imagen le resultaba tan dolorosa: “A los niños la desigualdad no les parece lógica. La idea de la pobreza como algo inevitable se va legitimando a través de los años pero las personas nacen con resistencias naturales a estar contentas con eso”.

Pregunta. Ha hablado durante meses con gente que vive en la calle y con organizaciones que se dedican a ayudar y acoger a estas personas. ¿Qué ha aprendido de esa forma de vida que cree que todo el mundo debería saber?
Respuesta. Todo el mundo debería saber que vivir en la calle no es estar tirado a la bartola, tocándose las narices. Que, como me explicó Pedro Cabrera, uno de los sociólogos con más conocimiento sobre este tema en España, también hay que hacer méritos para vivir en la calle y que es muy complicado. Las personas sin hogar tienen que enfrentarse cada día, por ejemplo, a vivir sin un baño que no solo comporta que no te puedas asear ni tener cierta intimidad, sino que tampoco puedas hacer tus necesidades cuando quieras. Luego está el reto diario de “buscar el chupano”, que es encontrar un sitio ni muy oculto ni muy expuesto, para que no te molesten ni molestes pero a la vez que seas visible, para que si te atacan alguien lo vea y no te pase como a aquella señora a la que unos chicos quemaron en un cajero de Barcelona sin que nadie la socorriera.

P. Usted acaba de ser padre. ¿Se puede entrenar la empatía en los niños?
R. Yo tengo la sensación de que la paternidad en sí misma te hace más empático. Antes de ser padre me decían: “Cuando tengas un hijo, todos los niños serán el tuyo”. Y es un poco verdad. Ahora cada vez que veo a un niño desgraciado pienso: “Esa podría ser Candela”. Cuando ella nació mucha gente me preguntó si la iba criar en el barrio en el que vivía, Lavapiés, que aunque tiene una comunidad de padres muy unida no está especialmente diseñado para los niños; pero allí, cuando crezca, verá muchas realidades que no vería en otros sitios: para empezar, gente de otras culturas, de otros países y por otro lado, también problemas sociales como el sinhogarismo o la droga. Eso no me parece negativo. Al contrario. Tengo un amigo que es profesor en un colegio de élite y muchos de sus alumnos no han estado en contacto con personas pobres, personas sin hogar, ni siquiera con personas homosexuales. Creo que ahí está la clave de que a alguna gente le resulte tan complicado empatizar. Y por eso la segregación urbana también es un problema.

P. De hecho habla de cómo las ciudades ahora se diseñan para expulsar a los pobres. ¿Diría que Madrid es una ciudad con un urbanismo aporófobo?
R. Decididamente sí. En realidad es vecinófoba, porque no se lo pone fácil a ningún ciudadano que quiera sombra, agua, asientos, pocos ruidos, poca contaminación y por ende, es peor aún para las personas sin hogar, que son las que más se exponen a la arquitectura hostil: las superficies llenas de pinchos para que no te tumbes, las superficies inclinadas para lo mismo, los bancos antipobres, con brazos que impiden que se pueda dormir en ellos, y también el hostigamiento de la policía municipal, que es muy común. Es verdad que en las grandes ciudades hay comedores sociales y por tanto más oportunidades de conseguir alimento y por eso mucha gente pobre se junta en los centros urbanos.

P. ¿Y a esa línea de gestión aporófoba la llamaría simplemente “maldad”?
R. No creo que la gente que diseña las ciudades de esta forma lo haga pensando en dañar a los pobres. Simplemente, los pobres están fuera de la lógica del mercado y de la economía actual. No aportan, no compran ni venden. Las ciudades ahora no están pensadas para nuestro propio cuidado, sino para la producción y el consumo.

P. Cuenta usted en el libro que el proceso por el que alguna gente de la parte baja de la clase media se despeña hacia la pobreza y decide tirar la toalla se denomina “desafiliación”. ¿Cuáles son los puntos de inflexión que llevan a una persona a dejar de intentar estar en el sistema?
R. Está muy estudiado que para acabar en una situación de sinhogarismo y pobreza extrema tiene que haber una concatenación de causas. Por ejemplo, uno puede perder el trabajo pero si tiene una red familiar o una casa en propiedad, puede aguantar y no caer en la calle. Pero si de repente uno se divorcia, no tiene familia, es alcohólico y pierde el trabajo, entonces, no hay red. Pero mucho ojo, porque también hay gente pobre que tiene casa y esa es la que más me costó encontrar porque no vas a un centro de día y los encuentras ahí. Esos pobres no están en albergues, no están en la calle. Son tus vecinos o los vecinos de los barrios más pobres y hacen una vida supuestamente normal, pero se alimentan mal, no pueden pagar las facturas y acumulan todas esas pobrezas a las que se pone nombre, de la energética a la infantil, y que constituyen la pobreza en sí misma.

P. Tras la pandemia han aparecido los llamados “nuevos pobres”, gente que estaba en el extremo bajo de la clase media que ha acabado descarrilando silenciosamente.
R. Sí, y que es curioso, pero se examinan como si fueran mejores que los “pobres de siempre” porque son víctimas de una injusticia: estas eran gentes de bien, eran gente productiva, eran gente que tenía un negocio, no eran vagos ni maleantes, pero por la mala suerte de la macroeconomía, pues de repente se van a pique. Son vistos mejor que cualquier otro pobre que tenga adicciones o que esté en la calle tirado con una raigambre de años.

P. Dice usted en el libro que tener un trabajo ya no significa necesariamente no ser pobre.
R. El fenómeno de los trabajadores pobres ha sido común en Estados Unidos pero en España es nuevo. Gente que tiene varios empleos y aún así no le llega para vivir. Por el contrario, está toda esa gente rica que defiende que lo es por meritocracia. Me parece mucho más honesta la gente rica que dice “soy rentista y por eso tengo dinero”. No tengo un problema con ellos, sino con el sistema. Si alguien ha heredado muchos pisos, pues mejor para él. Eso sí, que le crujan a impuestos. Quien posee pisos, inmuebles o terrenos tiene una responsabilidad social. No es una cosa como otra cualquiera: son cosas que generan mucho sufrimiento en la vida de la gente y no pueden basarse solo en la rentabilidad.

P. ¿Y cómo se educa al casero en la empatía?
R. Pues como cuando me preguntabas por los niños, creo que de nuevo es una cuestión de visibilidad. En parte por eso yo escribí este libro, para que la gente vea que la gente sufre mucho por la ideología que domina el mundo. Es como el tema de la sociedad low cost [bajo coste]: siempre que algo es low cost se está pagando con el sufrimiento de alguien.

P. ¿No es ingenuo pensar que la conciencia de la desgracia ajena despierta conciencias? La gente sigue pidiendo a Glovo, a pesar de que todo el mundo conoce la terrible precariedad de sus trabajadores.
R. Es muy curioso porque el CEO del Glovo es un chico con una pinta adorable. Antes los empresarios se presentaban con una chistera y un puro, parecían seres malvados. Ahora son chavales muy jóvenes, con pinta muy amable, a los que ves incapaces de hacer algo malo. Se produce una enorme disonancia cognitiva entre su imagen y el sufrimiento que crean.

P. En dos décadas en España la cantidad de gente que se considera de clase obrera ha pasado del 50 al 16 por ciento. ¿Por qué cree que ha pasado eso?
R. La clase obrera ha dejado de ser algo deseable. Nunca lo fue, pero antes había un orgullo de pertenecer a ella: aunque fuera la clase más desfavorecida, estaba preñada del futuro. Iba a hacer la revolución, se organizaba, tenía sus formas de resistencia, sus redes sociales, sus sindicatos, sus economatos, sus barrios. Al desaparecer ese orgullo, ya no tiene ese poder transformador, ya no es algo de lo que puedas estar orgulloso. Ahora, gracias a la cultura del esfuerzo y el emprendimiento, la gente en vez de pensar “soy clase obrera y estoy orgulloso”, piensa: “Soy pobre, pero algún día podré avanzar”. Estamos en un régimen de trabajo posfordista donde ya no hay grandes factorías y el trabajo se ha atomizado en pequeñas empresas, en autónomos. Cada uno va a lo suyo y los sindicatos están muy preocupados porque se han perdido esos lazos.

P. ¿Quizá sea un pensamiento anticuado por parte de los sindicatos? Hay minorías muy oprimidas que han conseguido unirse gracias a lo remoto y a las redes sociales.
R. No creo que sea imposible lograr una nueva organización a través de las redes sociales, de Internet o de las videollamadas. El fin de la conciencia de clase no solo tiene que ver con el fin de los grandes centros de trabajo, sino también con la ideología imperante.

P. ¿Y es necesario tener conciencia de clase para acabar con la pobreza?
R. Las nuevas luchas para acabar con las injusticias no tienen que pasar necesariamente por tener conciencia de clase obrera pero sí por la conciencia de los problemas.

viernes, 19 de mayo de 2023

Obituario. La muerte del legendario Gianni Minà, defensor de las más bellas utopías

El mundo del periodismo está de luto por la muerte de Gianni Minà, histórico periodista italiano, quien fue además un reconocido escritor y presentador de televisión. Falleció a pocas semanas de cumplir 85 años, tras una breve enfermedad cardíaca. Unos recuerdan sus notas sobre Fidel y el Che, otros las referentes a su amigo Diego Maradona.

Gianni inició su carrera periodística en 1959 en el periódico deportivo Tuttosport, donde además fue director entre 1996 y 1998. En 1960 Minà debutó en la Rai como reportero deportivo para los Juegos Olímpicos de Roma. Cinco años después fue su bautismo en el reconocido programa deportivo Sprint, dirigido por Maurizio Barendson. Sus reportajes comenzaron a ser muy reconocidos, lo mismo que sus documentales y largometrajes que marcaron una época en la TV italiana de aquellos tiempos.

Nacido en Turín el 17 de mayo de 1938, Minà comenzó su carrera como periodista deportivo en 1959 en Tuttosport, de la que luego fue director de 1996 a 1998. En 1960 debutó en la RAI colaborando en la creación de reportajes deportivos sobre la Juegos Olímpicos de Roma.

Tras incorporarse a la revista deportiva Sprint desde 1965 trabajó en documentales e investigaciones para numerosos programas, entre ellos Tv7, AZ, un fatto come e perché, Dribbling, Odeon. All eso es espectáculo y Gulliver. Con Renzo Arbore y Maurizio Barendson dio vida a L’altra Domenica.

En 1981 ganó el Premio San Vicente como mejor periodista televisivo del año. Después de colaborar con Giovanni Minoli en Mixer, debutó como presentador de Blitz, un programa de RAI 2 del que también era autor, que recibió a invitados como Eduardo De Filippo, Federico Fellini, Jane Fonda, Enzo Ferrari, Gabriel García Márquez y Muhammad Ali.

Minà ha recorrido unos sesenta años de actividad periodística al más alto nivel. Entrevistó a protagonistas del deporte, el entretenimiento y la cultura, la política. Con algunos de ellos había formado amistades de toda su carrera. Fue un testigo del siglo XX. “No soy un sabelotodo”, quien no rehuía hablar del papel del periodismo, un tema también presente en su último libro titulado Así va el mundo. Conversatorios sobre periodismo, poder y libertad.

Es una obra que cruza personajes y hechos que han marcado una época. De Barack Obama a Hugo Chávez pasando por el Papa Francisco. Y cuando se le preguntó si cree que el periodista puede ser imparcial, responde, molesto: “Nadie puede ser verdaderamente imparcial. Ser sincero ya es mucho”.

Minà, miembro del Partido Comunista de Italia y de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, defensor de las más bellas utopías, dio cobertura a ocho Copas del Mundo de fútbol y siete Juegos Olímpicos, así como a decenas de combates mundiales de boxeo, incluidos los históricos de la época de Muhammad Ali.

Entre sus entrevistas más memorables figuran la que le hizo a Fidel Castro en 1987. También al Dalai Lama, Jane Fonda, Franco Battiato, Massimo Troisi y Pino Daniele.

Autor de más de 60 documentales, con varios premios, en 1987 se hizo famoso mundialmente por una memorable entrevista al líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, de 16 horas, de la cual nació un documental de reconocido valor histórico, Fidel cuenta al Che, y en el que se inspiró un libro publicado en varios idiomas en todo el mundo.

Sus más reconocidos documentales fueron Fidel cuenta al Che (1987), El Che 40 años después (1992) y La última entrevista de Fidel (2015).

Al presentar Fidel cuenta al Che, el periodista italiano recordó el privilegio de entrevistar en varias ocasiones a Fidel, incluyendo esa famosa entrevista de 1987. “Cuba es un ejemplo para el mundo, para mí representa la realización de la utopía, aun bajo un bloqueo que ha durado más de 50 años”, declaró a los asistentes ese día.

La conversación de Minà con Castro forma parte de un ciclo de entrevistas a la que pertenecen también Fidel y la religión, del brasileño Frei Betto; Nada podrá detener la marcha de la historia, de los estadounidenses Jeffrey Elliot y Mervin Dymally, y Cien horas con Fidel, del hispanofrancés Ignacio Ramonet. Un encuentro con Fidel, el volumen donde Minà habló con Fidel sobre múltiples temas, fue reimpreso varias veces.

En su amplia obra como escritor, periodista y documentalista sobresalen el ensayo Continente desaparecido, realizado con entrevistas a Gabriel García Márquez, Jorge Amado, Eduardo Galeano, Rigoberta Menchú, Mons. Samuel Ruiz, Frei Betto y Pombo y Urbano; libros como Fidel; Un encuentro con Fidel; El papa y Fidel; Un mundo mejor es posible; El continente desaparecido ha reaparecido y Políticamente incorrecto, un periodista fuera del coro.

Con Diego Armando Maradona y Pelé tuvo una relación muy fuerte. Una de sus imágenes que ha recorrido el mundo fue cuando lo retrataron sonriendo en una cena en Roma con Muhammad Ali, Sergio Leone, Robert De Niro y Gabriel García Márquez. Entre sus documentales más reconocidos se encuentran el realizado a la figura del Che Guevara, Rigoberta Menchú, el subcomandante Marcos y el mismo Diego Maradona.

Incluso viajó a la Argentina para presenciar su casamiento con Claudia Villafañe y lo acompañó mientras el astro argentino realizaba su rehabilitación en Cuba. En la entrevista, Maradona repasó su carrera, incluso un tema sensible como fue su problema con las drogas y sus debilidades.

En el artículo que estuvo guardado durante más de dos años, Diego aseguró que nunca pensó en matarse por su adicción. “En muchos momentos de mi vida sentí dolor por mi madre, por mi esposa Claudia y mis hijas. A veces, un diario decía ‘Maradona se quiere matar’. Eso no es verdad. Pienso que quien quiere matarse es un cobarde que no quiere enfrentar la vida. Y yo acepté enfrentar la vida”.

Diego confesó que comenzó con las drogas en Barcelona a los 22 años. “¿Por qué lo hiciste, Diego?”, preguntó Minà. Tras una larga pausa, Maradona contestó: “Es una enfermedad que me ha hecho perder mucho tiempo. Al comienzo era una cosa que me hacía fuerte, que me levantaba de la silla. Cuando dejó de ser una diversión y se transformó en una pesadilla, entonces hice sufrir mucho a las personas que me aman”.

Además, el documental Maradona: jamás seré un hombre común (2001) y otros dedicados a figuras como Michel Platini, Ronaldo, Edwin Moses, Pietro Mennea y Cassius Clay-Muhammad Ali. También, entre otros líderes sociales y políticos, dedicó un documental a Rigoberta Menchú.

*Periodista chilena residente en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

Fuente: 

miércoles, 7 de septiembre de 2022

_- Muere Barbara Ehrenreich, la cronista del lado oscuro del sueño americano

_- La periodista y ensayista, que vivió 81 años y había estado implicada en política desde los años 60, había dedicado sus obras a criticar la precariedad laboral o el pensamiento positivo 

        La ensayista y activista social Barbara Ehrenreich, en Barcelona en 2019.. TEJEDERAS

La periodista y ensayista estadounidense Barbara Ehrenreich, una de las voces más lúcidas y respetadas de la izquierda estadounidense, falleció este viernes a los 81 años. Su hijo, el también escritor y periodista Ben Ehrenreich lo confirmó en Twitter con un mensaje que decía: “Ella ya estaba, lo dejó claro, lista para marcharse. Nunca fue muy de pensamientos y plegarias, pero podéis honrar su memoria queriéndoos los unos a los otros y luchando hasta el final”.

Su tuit se encontró con las condolencias de muchos compañeros de profesión, que la tenían como una guía y matriarca, pero también de lectores tocados por sus libros de no ficción. “Leí Por cuatro duros cuando era una adolescente y hacía cola para vender mi colección de las Crónicas de Narnia para poder comprar comida para mis hermanos. Fue muy gracioso querer comprar el libro de Barbara Ehrenreich sobre la pobreza en América mientras vendía libros para sobrevivir a la pobreza en América”, escribió una tuitera llamada Sabra Boyd.

El libro que mencionaba es el que convirtió a la autora en una superestrella intelectual y en un éxito de ventas en 2001. Se trataba de un retrato de las clases trabajadoras en Estados Unidos contado a lo gonzo. Para escribirlo, Ehrenreich, que ya era conocida como escritora y activista, dejó su confortable casa de clase media en Florida y se fue durante unos meses a trabajar en varios estados como camarera, cuidadora doméstica, limpiadora y cajera de Walmart. No se trataba de hacer travestismo de clase ni vacaciones en la miseria. Era plenamente consciente de que lo suyo era un viaje fugaz a la vida con el salario mínimo.

En el ensayo estableció la figura del “working poor”, la persona que por mucho que acumule varios empleos, no gana lo suficiente para pagarse una vivienda en condiciones ni se le considera tampoco merecedor de un trato digno. En el libro, que reeditó en España Capitán Swing hace un par de años, la autora plasma bien los aspectos degradantes de trabajar por seis dólares la hora y de vivir con miedo a enfermar. “La mayoría de naciones compensan sus salarios inadecuados ofreciendo servicios públicos relativamente generosos, como el seguro médico, guarderías públicas, vivienda de protección oficial y transporte público efectivo. Pero en Estados Unidos, con toda su riqueza, deja que sus ciudadanos se las apañen por sí mismos”.

Barbara Ehrenreich posaba en su casa de Charlottesville en 2005. ANDREW SHURTLEFF (AP)

Nacida en Butte, en el estado de Montana, en 1941, su padre, Benjamin Howes Alexander, había sido un minero del cobre que logró graduarse en metalurgia en la Universidad de Pittsburgh y terminó trabajando como investigador en Gillette. Tanto él como su esposa, Isabelle, tenían problemas con el alcohol. Ehrenreich creía que la muerte de su madre de un ataque al corazón no fue accidental, sino que habría tomado una sobredosis de pastillas. Doctorada en Biología en 1968 por la Universidad de Nueva York, empezó su carrera en el sector de las ONG mientras se metía hasta las trancas en los movimientos de protesta de los sesenta. Su primer libro, coescrito con su primer marido, John Ehrenreich, era una taxonomía del activismo contra la guerra de Vietnam que se publicó en 1969 (Long March, Short Spring: The Student Uprising at Home and Abroad).

Apenas un año después, publicaron también juntos un libro contra la industria de la sanidad privada en su país, una de sus obsesiones más perdurables. Durante los setenta, fue una de las colaboradoras más notables en Ms, la revista feminista que fundó Gloria Steinem, y no paró de publicar libros en torno a las mentiras del sueño americano. En 2009, ya convertida en una intelectual pública muy reconocida, escribió Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, publicado en España por Turner, en el que desmontaba con ironía el mito del “todo irá bien si lo deseas muy fuerte”, lo más parecido que tiene la era contemporánea a una religión común.

Para evitar que tuvieran que ser las escritoras de clase media como ella quienes contaran la realidad de la clase trabajadora, Ehrenreich fundó una iniciativa llamada Economic Hardship Reporting Project, que financiaba relatos de empleados de fábrica, limpiadoras y también periodistas que conocían la pobreza en primera persona.

En 2020, hablando con la periodista Jia Tolentino para The New Yorker en pleno confinamiento, le contaba cómo llegó a ser una “feminista furiosa”: “Tener a mi primer hijo me convirtió en una feminista auténtica. El sexismo de los médicos, todo el sistema. Con mi primer embarazo, el médico del hospital público ­–no me podía permitir la sanidad privada– me hizo un examen pélvico para ver si ya estaba lista para parir. Miré y le pregunté: ¿ha empezado a borrarse el cuello uterino? Él miró a la enfermera y le dijo: ¿dónde ha aprendido una chica como Dios manda a hablar así?”. Le sobreviven su hijo, su hija y sus libros.

https://elpais.com/cultura/2022-09-02/fallece-barbara-ehrenreich-la-cronista-del-lado-oscuro-del-sueno-americano.html

jueves, 1 de octubre de 2020

_- La muchacha del siglo pasado. Rossana Rossanda ejemplificó en el periodismo, el ensayismo y el activismo el compromiso político e intelectual con una militancia comunista laica y heterodoxa

_- Ha muerto Rossana Rossanda (RR), “la muchacha del siglo pasado”, como se definía a sí misma en sus memorias, publicadas en el año 2007. Con 96 años, desaparece otro testigo de la historia completa del siglo XX, con la peculiaridad, difícil de encontrar en otros testigos, de pertenecer a la misma seña de identidad política durante toda su vida: RR fue una comunista laica, heterodoxa, militase donde militase, que desarrolló su actividad política como periodista y como escritora dentro de la tradición intelectualmente más brillante de esa familia ideológica: el comunismo italiano, el de Gramsci, Togliatti, Ingrao y Berlinguer, entre otros.

En sus textos y en su práctica pública se encuentra muy nítidamente lo que entiende por militar: “No se puede ser comunista de paso”; “para ser comunista no hace falta carné”; fuera del “partido” (el “partido” siempre es el PCI) hay salvación y se puede realizar una acción eficaz para transformar el mundo, etcétera. Para la izquierda heterodoxa europea (a la izquierda de los partidos comunistas), RR ha sido un mito, análogo en parte a lo que supuso Pasionaria para el comunismo oficial. Sin embargo, ella se alejó cuanto pudo de esa versión de mujer-comunista-símbolo: “De vez en cuando alguien me para amablemente: ‘¡Usted ha sido un mito!’ Ahora bien, ¿quién quiere ser un mito? Yo no. Los mitos son una proyección ajena con la que no tengo nada que ver. Me desazona. No estoy honrosamente clavada en una lápida fuera del mundo y del tiempo. Sigo metida tanto en el uno como en el otro”. Hasta ahora.

RR comenzó a luchar en la resistencia partisana a los nazis antes de acabar la Segunda Guerra Mundial. Se afilió al Partido Comunista Italiano (PCI), en el que militó hasta finales de la década de los sesenta, tras alejarse primero de su línea ideológica (frialdad ante los movimientos estudiantiles de Mayo del 68 y no condena de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia en agosto de aquel año) y luego ser expulsada.

A partir de ese momento, y con un brillante grupo de dirigentes e intelectuales comunistas (Valentino Parlato, Luigi Pintor, Luciana Castellina, Lucio Magri…), fundan Il Manifesto, al mismo tiempo un periódico y un instrumento muy cercano a un partido político.

Con Il Manifesto participarán en la miriada de formaciones extraparlamentarias y a la izquierda del PCI, con quien RR logró ser diputada. A través de este artefacto, mitad medio de comunicación, mitad estructura organizativa política, RR y sus compañeros han estado constantemente presentes en el último medio siglo de vida pública, dando su versión sobre cualquier acontecimiento político, económico y social significativo. Siempre con extremas dificultades económicas y en medio de esos constantes alejamientos y escisiones que forman parte de la historia de la “izquierda coherente”, como se han calificado a veces.

En el prólogo a las memorias de RR (La muchacha del siglo pasado, Foca Editorial), Mario Troti, otro intelectual de la izquierda italiana, escribe nostálgico que esos folios son el relato de un gran amor malogrado entre Rossana y el PCI. En efecto, circula por todo el libro un aura de dolorosa desproporción entre lo que se es y lo que se hace, entre la teoría y lo conseguido, y describe cómo el amor entre la autora ahora fallecida y el PCI atraviesa todas las fases: el estado naciente de enamoramiento, los primeros contactos llenos de entusiasmo, las primeras incomprensiones que consolidan una relación, la ilusión de la identificación, el descubrimiento de lo distinto en el otro, las desconfianzas recíprocas, el ahondarse en las diferencias hasta la conciencia de la incompatibilidad y la dolorosa solución de la separación.

Por los bosques de El Escorial camina a principios de siglo un pequeño grupo de gente entre la que están RR, su compañero K. S. Karol, y sus alumnos. Han acudido a participar en un curso de verano contando su experiencia sobre el ejercicio de la política y el periodismo. Rossana trabaja en Il Manifesto, y Karol escribe y editorializa en Le Nouvel Observateur, y también ha escrito unas memorias extraordinarias (La nieve roja, Alianza). Ambos son colaboradores habituales de EL PAÍS. RR, pelo blanco, ya mayor, una mirada firme, recuerda sus encuentros y encontronazos con Jorge Semprún, camarada Federico Sánchez, y cavila sobre lo que luego será el objeto de sus memorias: las vicisitudes del comunismo y de los comunistas del siglo XX. Han terminado tan mal que es imposible no plantearse qué significaba ser comunista en el año 1943, y qué significa hoy. “Después de más de medio siglo atravesando corrientes, tropezando y retomando de nuevo mi carrera con algunos moratones de más, a la memoria le entra el reuma. No la he cultivado, conozco su indulgencia y sus trampas. También las que consisten en darle una forma. Pero memoria y forma son a su vez un hecho en medio de los hechos”.

Rossana dice a sus interlocutores: “No estoy libre de dudas”.

domingo, 13 de mayo de 2018

El egipcio Shawkan, icono mundial de la libertad de prensa. El periodista lleva casi cinco años en la cárcel tras cubrir una protesta contra el régimen.

Su imagen detrás de unos barrotes, simulando hacer una fotografía con una cámara imaginaria, ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en un icono de la lucha por la libertad de prensa. Se llama Mahmoud Abu Zeid, más conocido por su mote Shawkan, y ya lleva casi cinco años de prisión preventiva en Egipto después de haber sido arrestado mientras cubría el violento desalojo de un campamento de protesta islamista que se saldó con la muerte de al menos 800 personas. Actualmente está siendo juzgado por unos cargos inverosímiles, como intento de asesinato, o pertenencia a un grupo terrorista, y en caso de ser declarado culpable podría ser condenado a muerte. Con él, otros 27 periodistas languidecen en las cárceles egipcias, lo que convierte al país árabe en el tercero en el ranking mundial de reporteros encarcelados.

La sangrante injusticia cometida contra este joven de 29 años ha llevado a diversas ONG de derechos humanos como Amnistía Internacional a movilizarse en su favor. El último reconocimiento le ha llegado de la Unesco, que le ha concedido este año el Premio Guillermo Cano a la libertad de prensa. La reacción del Gobierno egipcio ha sido airada. El Ministerio de Asuntos Exteriores expresó que “lamenta profundamente” la elección de la institución internacional de “distinguir a alguien acusado de cometer actos terroristas y criminales”.

El Cairo no soporta la internacionalización del caso Shawkan porque encarna la arbitrariedad y los abusos que padecen y han padecido miles de egipcios, la mayoría opositores políticos, desde el golpe de Estado de 2011. Por ejemplo, el periodo máximo de prisión preventiva en Egipto es de 24 meses, superado con creces por Shawkan. Además, su salud es delicada, razón de más para ponerlo en libertad. “Presentamos informes del hospital que indican que tiene anemia y también hepatitis C”, declararon sus padres a Efe. A pesar de todo el sufrimiento de estos años, sus padres aseguran que está deseando salir de la cárcel para volver a hacer fotos.

https://elpais.com/elpais/2018/05/02/opinion/1525279502_676859.html

viernes, 5 de enero de 2018

La soledad multitudinaria de García Márquez.

Por ÁLVARO SANTANA-ACUÑA

Gabriel García Márquez cometía faltas de ortografía al escribir sus obras. La causa era que cuando escribía, como confesó en un fax desenfadado a Carmen Balcells, su agente literaria, “yo le ovedesco más a la inspirasión que a la gramática”. Además de sus combates contra las reglas del lenguaje, en el archivo del escritor —que desde 2014 está en el Harry Ransom Center de Austin, Texas— descubrimos sus rituales de escritura y sus dudas creativas. Desde hace unas semanas, casi la mitad del archivo —27.500 imágenes que recorren más de cinco décadas de escritura—  está disponible de manera gratuita en internet.

En el archivo en línea hay información inédita sobre sus éxitos literarios, sus obsesiones creativas y su círculo de amigos y colegas; además de nuevos detalles sobre el padre de familia, el protagonista de la política latinoamericana y el artista abrumado por la fama planetaria. Los documentos del archivo, como explico en mi próximo libro, Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude Became a Global Classic, ayudan a desmontar varios mitos en torno a García Márquez, algunos cuidadosamente alimentados por él mismo.

Dos mitos que se han construido sobre el escritor se refieren a su genialidad y al origen legendario de sus obras. Al igual que a otros creadores de obras famosas, a García Márquez se le suele considerar un genio solitario tocado por el relámpago de la inspiración. Se sigue repitiendo que, tras ocurrírsele el comienzo de Cien años de soledad mientras conducía desde Ciudad de México hacia Acapulco, el autor abandonó su trabajo de inmediato y se encerró a escribir en su estudio durante 18 meses hasta que acabó la novela. Mientras tanto, su mujer se endeudó con los comerciantes del barrio para alimentar a la familia. Su archivo nos descubre que consiguió un crédito para dedicarse solo a su novela y que no la escribió de un tirón durante un año y medio, sino en 12 meses, con interrupciones. Tampoco escribió sobre la soledad en soledad, sino en compañía multitudinaria.

García Márquez se rodeó de amigos y colegas mientras escribía el libro que lo hizo famoso. Algunos le ayudaron como asistentes de investigación para documentarse sobre múltiples temas, como las técnicas de alquimia empleadas por José Arcadio Buendía, las propiedades curativas de las plantas que usaba Úrsula Iguarán y la historia de varias guerras en Colombia y América Latina mencionadas en las aventuras del coronel Aureliano Buendía.

El manuscrito de Cien años de soledad fue muy comentado, revisado y mejorado antes de su publicación. Casi a diario, en la casa de García Márquez y su esposa se reunían de noche el poeta Álvaro Mutis, su mujer y el matrimonio de la actriz María Luisa Elío y el cineasta Jomi García Ascot (a esta pareja tan providencial les dedicó la novela). García Márquez les leía en voz alta o les hablaba de lo escrito ese día y todos le daban ideas sobre cómo podía avanzar la historia de los Buendía. Cada sábado, mientras duró la redacción, el autor discutía las páginas escritas durante la semana con el crítico literario Emmanuel Carballo, quien le aconsejaba sobre la trama y los personajes. Y compartió la novela en preparación con escritores influyentes. A Carlos Fuentes, por ejemplo, le envió a París las primeras ochenta páginas del libro. Fuentes incluso publicó una reseña elogiosa de Cien años de soledad cuando a García Márquez le faltaban aún tres meses para terminarla.

Es poco conocido que, un año antes de su lanzamiento en Buenos Aires, García Márquez sacó los capítulos más arriesgados del libro en distintas publicaciones de Europa y América. El escritor quería saber qué pensaban los lectores comunes, críticos literarios, lectores cultos y otros escritores e introducir cambios que mejorasen el texto final, como acabó haciendo.

De García Márquez no puede decirse que escribía sin tropiezos frases acabadas. Los usuarios del archivo descubrirán que la clave de su proceso creativo estaba en la edición. Era un excelente y obsesivo corrector de su propia escritura, como Balzac. En el punto donde la mayoría de los escritores se detienen satisfechos con su manuscrito, García Márquez buscaba darle al suyo otra vuelta de tuerca, a menudo con ayuda de su círculo de amistades.

Como perfeccionista nato, no dudaba en tachar páginas y párrafos completos e incluso pulir el texto palabra por palabra. En Cien años de soledad, por ejemplo, la frase “una copa de la azucarada substancia color de ámbar”, se convirtió en “una copa de la substancia color ámbar”, luego en “una copa de la substancia ambarina” y finalmente en “una copa de la sustancia ambarina”.

A simple vista, estos cambios pueden parecer irrelevantes. Sin embargo, el autor aprendió que la magia de la literatura reside en la capacidad para cautivar a los lectores a través de los pequeños detalles. “Un escritor es aquel que escribe una línea y hace que el lector quiera leer la que sigue”, le confesó a su amigo Guillermo Ángulo. Para lograrlo, García Márquez podía comprimir las palabras, introducir un dato clave o añadir un giro poético o sensorial al lenguaje. Por ejemplo, Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte anunciada, se apellidaba Aragonés, y al comienzo de la novela se levantaba “a las cinco de la madrugada” y no a “las 5:30 de la mañana”, como en el texto final.

La comparación de los manuscritos a lo largo de los años muestra un cambio decisivo en la creatividad del autor; conforme envejecía, su talento para editar sus obras decayó. Sus problemas de memoria fueron la principal causa. Él nunca quiso crear historias que no estuviesen enraizadas en vivencias personales, y para escribirlas necesitaba de su memoria, que lo fue abandonando, como revelan los persistentes signos de interrogación en las sucesivas versiones de sus manuscritos. Por esta razón dejó sin terminar el segundo volumen de su autobiografía —de la que una selección puede consultarse en línea— y la novela En agosto nos vemos, que solo puede consultarse en sala.

García Márquez, descubrimos, ocultaba otra obsesión: lo que escribían sobre él y sus obras. Antes de publicar Cien años de soledad trabajó en agencias de publicidad y aprendió que un escritor debe vender exquisitamente su imagen pública a los lectores, algo que le preocupó durante décadas. Mientras que en público decía ser impermeable a la crítica, en privado coleccionó compulsivamente durante más de 50 años recortes de prensa de más de 20 países y en más de 10 lenguas. En los 21 álbumes de recortes disponibles en línea, atesoró desde reseñas de sus obras publicadas en The New York Times hasta en El Día, un periódico de las islas Canarias. Guardó incluso numerosas reseñas negativas (pero perspicaces), como la de un crítico colombiano que calificó Cien años de soledad de “saga prosaica [de] literatura escapista”.

La otra mitad del archivo solo puede consultarse en el Harry Ransom Center e incluye la correspondencia del escritor —que muestra los contactos menguantes con Julio Cortázar y José Donoso, y ningún rastro de su malograda amistad con Mario Vargas Llosa, tras el puñetazo que el Nobel peruano le propinó en un cine de México—, los contratos de edición, las cándidas cartas de fans de todo el mundo, una carta de rechazo de The New Yorker de 1981 —al editor no le gustó el final de “El rastro de tu sangre en la nieve”— y hasta la carta astral de García Márquez, que una alarmada Balcells encargó cuando supo que su representado nació en 1927 y no en 1928, como se pensaba.

Entre los grandes méritos del archivo está el confirmar que convertirse en uno de los escritores más exitosos del último siglo fue un trabajo arduo. “Es necesario despedazar muchas cuartillas para que finalmente uno pueda llevar al editor unas pocas páginas”, dijo García Márquez en una entrevista cuando tenía 28 años, poco después de publicar La hojarasca, su primera novela. “Quien no tenga vocación auténtica de escritor se desalienta”.

El éxito, sin embargo, no depende solo del trabajo duro. Detrás del infatigable artesano de la palabra había un talentoso creador de mitos sobre cómo escribió las historias en sus libros y un artista inserto en un excepcional círculo de amigos y colegas. Sin esos mitos y sin ese entorno personal, Cien años soledad y García Márquez podían haber acabado en el cementerio de los libros y escritores olvidados.

Álvaro Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman College y autor del libro en preparación “Ascent to Glory: How 'One Hundred Years of Solitude' Became a Global Classic”.

https://www.nytimes.com/es/2017/12/30/archivo-digital-gabriel-garcia-marquez-soledad-multitudinaria/?smid=fb-espanol&smtyp=cur

sábado, 17 de junio de 2017

Refugiado, pero sobre todo humano. Sarah Glidden narra en el cómic 'Oscuridades Programadas' su viaje en 2010 por Siria, Iraq y Turquía y pide al lector comprender el drama de las poblaciones locales.


Viñetas de 'Oscuridades programadas'.   El lector abre el cómic y recibe un bofetón. Porque la primera viñeta le habla directamente a él. Y le golpea. “No gustáis a mí. No gusta gobierno tuyo. No gusta TODOS”, le ataca una mujer siria. Parece mirarle a los ojos, aunque sacude su conciencia. La rabia de la señora esfuma enseguida en desesperación, en miedo y finalmente en comprensión. Sentimientos humanos todos ellos, precisamente lo que Sarah Glidden quería sugerir. Por eso escogió esta conversación, que vivió en Duma (Siria) en 2010, para arrancar su novela gráfica Oscuridades Programadas (Salamandra Graphic). “El periodismo puede hacer entender que las personas lo son también en otros países. Quería mostrar a la gente que entrevistamos como real. Suena a cliché, pero a todos nos preocupan cosas parecidas: la familia, la salud, comer bien…”. Y así se ve a lo largo de las 300 páginas de la novela gráfica, relato de los dos meses que la joven estadounidense pasó entre Turquía, Siria e Irak en 2010.


Glidden (Boston, 1980) observó entonces el alba del caos. Poco después, sobre la región cayó la noche más oscura. Han pasado siete años, las guerras han arrasado esas tierras, los muertos suman cientos de miles, y millones de refugiados han huido en busca de esperanza. Su periplo ha invadido portadas, debates y fronteras del mundo occidental. Pero, según Glidden, siguen siendo casi unos desconocidos. “Estaría bien que enseguida identificáramos a los iraquíes o sirios como seres humanos, pero me temo que a muchos les cuesta. Vienen de otros países, no se sabe nada de ellos, es fácil que algunos se asusten o preocupen. La narrativa, ya sea con el periodismo, el cómic o los documentales, puede crear curiosidad, y cuanto más se tenga, mejor. Aunque a veces es más fácil no ser curioso y pensar que ya conoces a un país y su población”, asevera Glidden. De ahí que pusiera sus acuarelas y sus trazos y colores delicados al servicio de esta misión.

La dibujante mezcla entrevistas, contexto histórico, memorias y reflexiones, para interrogarse sobre qué ocurre en Siria, Irak y Turquía. Ella misma descubrió hace años, gracias al cómic Persépolis, de Marjane Satrapi, que en el Irán que periódicos y políticos de EE UU resumían con la etiqueta de enemigo vivían jóvenes como ella. De ahí que ahora trate de aportar su propio granito de arena a la comprensión recíproca. “Otra manera de deshumanizar a la gente es considerarla solo como víctima. Sin embargo, aparte de tristes, muchos refugiados con los que hablé estaban cabreados. Pensamos que a todos les encantaría venir a EE UU, pero no es así. Nuestro país ha destruido sus vidas, muchos iraquíes no quieren en absoluto”, agrega la dibujante.

Además, subraya Glidden, tras la palabra refugiado se esconden infinitas odiseas. E incluso el 1% que, según su obra, logra una nueva vida en otro país afronta todas las trabas de reconstruir de cero una existencia en un entorno desconocido. “Mientras, un número alarmante de personas es de facto refugiado, pero las leyes internacionales no lo reconocen como tal. Se van a crear cientos de miles en los próximos años”, defiende Glidden. La cuestión le afectó tanto que se convirtió en su obsesión durante y tras el viaje.

Así, Oscuridades programadas lleva al lector a conocer a hombres y mujeres obligados a dejarlo todo atrás. Con sus nombres y sus caras. Y sus lecciones: “Al final del viaje quería que todos en EE UU supieran de esta crisis. No podía hablar de otra cosa. Escribí una primera historia y tuve la visión de que mucha gente la iba a leer, escribirles a los congresistas y pedir acoger a más refugiados. Luego se publica, y con suerte la leen un par de centenar de personas. Aprendí una lección: no puedes hacer periodismo porque crees que vas a cambiar el mundo”.

El estado de la profesión es, en el fondo, el otro gran eje del cómic. Glidden viajó con dos periodistas —y un soldado de EE UU que regresaba a Irak— y vivió los altibajos de su oficio. Falta de dinero, editores que rechazan historias humanas porque “no venden” o son “deprimentes”, obsesión por los clics online por encima de la calidad y una melancólica serie de etcéteras: “Quizás necesitemos más fe en los lectores. A menudo los medios tratan de darle a la gente lo que creen que quiere. Asumen que prefieren artículos en forma de listas, o sobre alguna locura que dijo Trump, en lugar de historias largas y profundas. Pero cuando pretendes saber qué desean tus usuarios puede que se sientan manipulados y hasta se vuelvan en tu contra”. No por nada, Glidden cierra la primera página del cómic con una pregunta: "¿Qué es el periodismo?". Que cada lector conteste.


ANTES Y DESPUÉS DEL 11-S
Glidden quería ser pintora. Pero el 11-S revolucionó sus planes. "Me cambió mucho. Ya antes había empezado a reflexionar sobre qué sentido tenía el arte: lo mejor para tí acaba siendo que alguien compre tu cuadro y lo ponga en algún sitio donde no lo mire nunca más. Tras el ataque a las Torres Gemelas, me hice más curiosa. Nos dijeron que íbamos a la guerra. Y pensé: 'Espera. Pero, ¿contra quién? ¿Quiénes son? ¿Qué es Al Qaeda?'. Me volví una yonqui de las noticias".

Se planteó ser entonces fotoreportera, pero la timidez derrotó sus ambiciones. Un par de años después, y tras leer a maestros como Spiegelman o Sacco, halló su camino: "Tengo mis limitaciones como dibujante, no es tan realista. Pero quiero que la gente vea el toque humano en mis ilustraciones. Y creo que funciona con el texto. No se trata solo de hacer algo bonito de ver, sino de comunicar algo". Así lo hizo en su primera novela gráfica, Una judía americana perdida en Israel (Norma Editorial). Y, ahora, en Oscuridades programadas.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/09/actualidad/1497022404_484836.html

viernes, 16 de diciembre de 2016

Una periodista destapa en la ONU las mentiras de Occidente sobre Siria

¿Crees todo lo que CNN, BBC News y otros te cuentan sobre Siria? Cuidado, te podrían estar engañando. La periodista canadiense Eva Bartlett desenmascara la desinformación masiva con la que ciertos medios cubren los eventos.
LEER MÁS: http://es.rt.com/4ugo

domingo, 28 de septiembre de 2014

La pluma fotográfica de Kapuscinski. La Virreina acoge las imágenes con las que el periodista polaco documentó la caída de la URSS

Por fortuna –la misma diosa que le dio el don de aplicar al periodismo lo mejor del realismo mágico literario— Ryszard Kapuscinski no sabía dibujar. Y aquel niño de una pobre aldea cercana a Varsovia en plena segunda guerra mundial no imaginaba pues cómo retener y dar eternidad a todo lo extraordinario que ocurría a su alrededor. Con los años, y el dinero de un colega del periódico, compró una rudimentaria cámara soviética, una Zorka (mala copia de una Leica alemana). La fotografía iba a mitigar su angustia ancestral y se convertiría en otra ventana desde la que documentar y entender el mundo. Con los años de oficio conservó unas 10.000 instantáneas, una ínfima parte de las que pudo salvar de dos grandes depredadores de negativos: las extremas condiciones tropicales de sus viajes por Asia, África y América Latina y las confiscaciones en fronteras y frentes bélicos.

Entre 1989 y 1991, el mejor reportero polaco del pasado siglo decidió analizar in situ la descomposición final del imperio soviético. Marca de la casa, quería reflejar esa crisis “no desde un único punto de vista sino en toda su enorme dimensión geográfica y cultural”. En una de sus ya míticas fases documentales, Kapuscinski (1932-2007) invirtió la lectura de 57 libros (desde informes económicos a Guerra y paz, para captar el alma rusa) y recorrió de punta a punta las repúblicas soviéticas: hizo 60.000 kilómetros. En ese proceso que daría lugar a uno de sus mejores libros de reportajes, El imperio, entraban, claro, las fotos; inéditas, conservó diversos centenares, una demasiado corta pero demostrativa selección de las cuales conforman la muestra Ryszard Kapuscinski, L’ocàs de l’imperi, que desde hoy y hasta el 23 de noviembre puede visitarse en  La Virreina-Centre de l’Imatge, de Barcelona.

Roland Barthes consideraba que toda buena fotografía es aquella que contiene un punctum, propiedad misteriosa proporcionada por un detalle que lleva a quien la contempla a la reflexión. Kapuscinski, lector del semiólogo francés, aplica esa teoría en cada una de las 36 instantáneas de las 50 que acogió en 2010 la exposición inicial en Varsovia. Fiel a su primer maestro y prestamista, el fotógrafo Janusz Zarzycki --que consideraba que todo fotorreportaje debe tener presencia del ser humano y que fotografiar era encontrarse frente a él cara a cara y salir vencedor de ello--, hay gente, multitudes y muchos primeros planos en las instantáneas en blanco y negro de Kapuscinski. El reportero suele estar cerca de lo fotografiado, fruto también de su credo periodístico: “Para tener derecho a explicar se tiene que tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros, de lo que se habla”, defendía. Por eso ese primer plano de dos mujeres en una misma manifestación en Moscú en 1990 ó 1991; el punctum está en sus cabezas: una, la de piel tersa y cuidada, lleva un gorro de astracán; la otra, de tez surcada por una pobreza inclemente, un modestísimo pañuelo atado de manera burda. Está también una mísera comida colectiva improvisada en 1990 en una calle de una región de Azerbayán donde los niños recuerdan, por contexto e indumentaria, a los de la España de los años 40. O la ridícula (por desvalida) y apretujada formación de soldados rusos que en Moscú contemplará (absurdo impedirlo) el paso de una manifestación de 300.000 personas de la oposición democrática que se acerca.

Es un muy buen fotógrafo Kapuscinsi, pero aun es mejor reportero. En las imágenes está la obsesión infantil, que se traduce en combinar instantánea estética con detalle periodístico: “Comunismo para los comunistas y para el pueblo, ¡vida!”, reza el cartel del joven de cazadora tejana al que casi no se ve el rostro de tan atrás que tira el cuello para mirar al cielo. Tras el golpe de estado frustrado de 1991, un soldado y un militar de alta graduación acompañan un cosaco y un pope sosteniendo un retrato del último zar de Rusia. En Ucrania, en 1991, de una en aparente simple imagen de un conjunto escultórico del que sobresale un Lenin gigante, dos pequeñas pintadas del pedestal le dan todo el sentido: “Fin del leninismo”; “¿Dónde están nuestras casas, hospitales y escuelas?”.
Fuente: El País.

martes, 1 de octubre de 2013

CAFÉ CON... JORIS LUYENDIJK » “No se puede privatizar el periodismo ético”

El excorresponsal y escritor holandés plantea el mecenazgo de la información

Ni caso al zumo. Raro es que el vaso no haya volado con los aspavientos con los que acompaña su reflexión, meditada, sin improvisación, de cosecha propia. Joris Luyendijk (Ámsterdam, 1971), periodista y escritor, anda como Pedro por su casa en el mundillo del símil. Compara y compara hasta su conclusión. Aquí va una: para Luyendijk, los medios deberían atraer a su público como lo hacen Greenpeace o los partidos políticos en EE UU. Según imagina él, “si quieres salvar a las ballenas, paga 100 euros; si quieres que salga elegido Obama, dame 100 dólares”. Y si quieres mejor información, apoquina por ello.

Elige sentarse junto a su interlocutor. Prueba a meterse en una charla de tú a tú, con los ojos bien abiertos, en lugar de responder y responder… Vuelve al ejemplo de Greenpeace: “Mi idea es que la información no es un producto, es un bien, es educación”, afirma el hoy columnista del diario británico The Guardian. “Si no se pueden privatizar unos juzgados”, señala Luyendijk, “tampoco el periodismo ético”. Pero pide un cambio de paradigma: “Hasta ahora, los periódicos han trabajado en el mundo de McDonald’s, es decir, no te damos una hamburguesa si no pagas por ella”.

El holandés, invitado a la apertura del Hay Festival de Segovia, atento este año a la crisis del periodismo, tiene una alternativa: “¿Podría yo atraer a gente que quiere mejorar la opinión pública?”, se pregunta. Piensa que sí y pronto lo probará en su país natal. El ejemplo que coge es el siguiente: imaginemos que los profesores españoles no están contentos con la información sobre educación; imaginemos que un grupo de periodistas quiere mejorarla con un presupuesto de 100.000 euros para un año (entrevistas, soportes, salarios…). ¿Y ahora qué? “Ahora necesitaría 1.000 personas”, prosigue Luyendijk, “capaces de darme 100 euros cada una”. “Si las hay, este es mi número de cuenta”. Y si no, la información seguirá siendo accesible y gratuita como antaño, pero ya sin ese esfuerzo periodístico enfocado; sin esa acción made in Greenpeace dirigida a un objetivo.

Pero el plan puede tener fisuras y ante esto, Luyendijk, descamisado, grande y casi encajado en la silla, se para. Se toma cuatro segundos y resuelve lo siguiente: ¿Y si el tema es relevante solo para el periodista? “Tendríamos una suerte de Congreso de donantes que financien aquello de lo que quieren saber más y un Senado de gente propia que diga ‘aunque usted no crea que esto es interesante, nosotros sí lo pensamos”.

Es una idea, tan original como el blog que cuelga en The Guardian, donde da voz bajo condición de anonimato a algunos de los protagonistas de la crisis financiera. Es su actual obsesión, después de años de periodismo de batalla entre El Cairo, Beirut, Ramala, Bagdad… De esa vivencia, la de un reportero paracaidista en la zona más caliente del planeta, nació con un tono muy crítico hacia los medios el libro Hello everybody (Península). “La gente ve a alguien en Siria y cree que lo sabe todo”, explica el periodista holandés, “y yo he sido esa persona y no sabía nada; esa es una gran historia”.

Tan grande como la del caballero que mata al dragón para rescatar a la princesa. Un relato que le gusta para hablar del buen periodismo. “Es una historia que funcionó muy bien en el cristianismo durante 2.000 años”, dice, “pero no hemos contado la perspectiva del dragón o de la princesa; la arquitectura del cerebro humano necesita un protagonista”.
Fuente: El País.