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jueves, 14 de septiembre de 2023

Las revelaciones de un exagente secreto presente el día del asesinato de Kennedy que reabren la polémica sobre el caso

Seis décadas después, todavía salen a la luz nuevos detalles sobre uno de los acontecimientos más analizados en la historia de Estados Unidos: el asesinato del presidente John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963.

Paul Landis, un ex agente del Servicio Secreto de 88 años que presenció la muerte del presidente de cerca, dice en un libro de memorias que se publicará próximamente que tomó una bala del automóvil después de que le dispararan a Kennedy y luego la dejó en la camilla del mandatario en el hospital.

Podría parecer un detalle sin importancia en un caso que ha sido escrutado detalladamente desde la década de 1960, pero para las personas que han pasado años analizando cada fragmento de evidencia, el relato de Landis es un avance importante e inesperado.

Las conspiraciones sobre cuántos hombres armados estuvieron involucrados, quién fue el responsable final y cuántas balas alcanzaron realmente al presidente han abundado en las décadas posteriores al asesinato.

La idea de que los verdaderos hechos del caso difieren de la versión oficial es la teoría de la conspiración original de los Estados Unidos modernos y, según algunos historiadores, el asesinato instigó la caída de la confianza de los estadounidenses en su gobierno.

Dependiendo de cómo se mire, la historia de Landis no cambia nada o lo cambia todo.

Su libro The Final Witness (El testigo final) seguramente agregará más chispa a la interminable obsesión nacional por este asesinato.

"Esta es realmente la noticia más significativa sobre el asesinato desde 1963", señala James Robenalt, historiador y experto en Kennedy que trabajó con Landis preparándolo para hacer sus revelaciones públicas.

Nuevos detalles en un caso antiguo
Los hechos principales del asesinato de Kennedy son, a estas alturas, bien conocidos.

El 22 de noviembre de 1963, un descapotable en el que viajaban el presidente Kennedy, la primera dama Jackie Kennedy y el gobernador de Texas, John Connally Jr. y su esposa, atravesaba Dealey Plaza en Dallas cuando se escucharon una serie de disparos.

Kennedy recibió disparos en la cabeza y el cuello, y Connally recibió uno en la espalda. Las autoridades llevaron a ambos al cercano Hospital Parkland Memorial, donde Kennedy fue declarado muerto. El gobernador sobrevivió.

el rifle utilizado para matar a John F. Kennedy.
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Un policía de Dallas sostiene el rifle utilizado para matar al presidente John F. Kennedy.

El informe de la Comisión Warren, resultado de una investigación gubernamental sobre el asesinato, identificó a Lee Harvey Oswald como el único atacante.

La evidencia balística ayudó a confirmar esta conclusión. Oswald fue asesinado a tiros poco después del asesinato de Kennedy mientras se encontraba bajo custodia policial.

El informe también concluyó que una sola bala atravesó a Kennedy y llegó hasta Connally, alcanzando a ambos en varios lugares, lo que ayuda a explicar cómo un solo hombre armado llevó a cabo el ataque. El hallazgo se conoció como la "teoría de la bala única" o "teoría de la bala mágica".

La comisión se basó en parte en el hecho de que más tarde se encontró una bala en la camilla de Connally en el hospital.

En aquel momento nadie sabía de dónde había salido. Pero el comité finalmente concluyó que la bala se había desprendido mientras los médicos se apresuraban a tratar a Connally.

Algunos escépticos del informe oficial se han fijado durante mucho tiempo en esa única bala, y les resulta difícil creer que pudiera haber causado tantas heridas como las que causó a dos hombres distintos.

El relato de Landis ha caído como una bomba no sólo porque proporciona un nuevo testimonio de primera mano sino porque, según algunas opiniones, complica la teoría de la bala única.

Lo que recuerda Paul Landis
El día del asesinato, Landis, que entonces tenía 28 años, fue asignado a proteger a Jackie Kennedy.

Cuando comenzó el ataque, estaba a pocos metros del presidente Kennedy y fue testigo del terrible disparo en su cabeza.

Luego vino el caos absoluto. Lo que Landis hizo a continuación no se lo contó a nadie más que a unos pocos confidentes durante décadas.

En una entrevista con el New York Times, Landis dijo que después de que la caravana llegara al hospital, vio una bala en el auto de Kennedy, detrás de donde había estado sentado el presidente.

La recogió y se la guardó en el bolsillo. Poco después, según sus recuerdos, estuvo en una sala de emergencias con el presidente Kennedy, colocando la bala en la camilla del presidente para que la evidencia viajara con el cuerpo.

"No había nadie allí para proteger el lugar, y eso me perturbaba mucho", le dijo Landis al New York Times.

"Todo esto estaba sucediendo muy rápido. Y temía que eso pudiera ser evidencia, de lo cual me di cuenta de inmediato", continuó. "Muy importante. Y no quería que desapareciera o se perdiera".

Kennedy en Dallas

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto, Kennedy recibió un disparo durante una visita a Dallas, Texas, en 1963.

Al parecer, Landis nunca presentó esta evidencia y la Comisión Warren nunca lo entrevistó. Nunca lo anotó en ningún informe oficial.

"No había dormido nada en absoluto y aún así se le pidió que siguiera trabajando, y sufría de trastorno de estrés postraumático grave", le dijo Robenalt a la BBC.

"Se olvidó de la bala", señala Robenalt, quien dedicó mucho tiempo a entrevistar a Landis sobre sus recuerdos y recientemente escribió un artículo para Vanity Fair analizando la revelación.

"Estaba totalmente absorto en las enormes cosas que estaban pasando".

Durante años, evitó leer sobre el asesinato o las teorías de conspiración que generó, hasta que decidió que estaba listo para contar su historia al mundo.

La bala misteriosa
Quienes han leído el relato de Landis han sacado conclusiones diferentes, y la historia plantea tantas preguntas como las que supuestamente responde.

Robenalt le dijo a la BBC que cree que este relato socava la teoría de la "única bala".

Landis ahora piensa que la bala que encontró en el coche fue la que apareció en la camilla de Connally.

Piensa que la bala se incrustó superficialmente en la espalda de Kennedy y se cayó en el auto.

Si tiene razón, afirma Robenalt, es posible que Connelly y Kennedy no hayan sido alcanzados por la misma bala.

Lee Harvey Oswlad

FUENTE DE LA IMAGEN,AFP/GETTY Pie de foto, Lee Harvey Oswlad fue identificado como el único atacante.

Incluso cree que esto podría revivir el escepticismo sobre si Oswald actuó solo.

Si no hubiera sido una bala la que causó las heridas de ambos hombres, pregunta Robenalt en su extenso artículo en Vanity Fair, ¿podría Oswald haber disparado ambos tiros en tan rápida sucesión con el rifle que usó?

Varias personas, sin embargo, son escépticas frente al relato de Landis, incluido un colega que también participó directamente ese día.

Clint Hill, el agente que saltó a la parte trasera del auto de Kennedy para proteger al presidente, no cree en el relato de Landis.

"Si revisó todas las pruebas, las declaraciones y cosas que sucedieron, no coinciden", le dijo Hill a NBC News. "No tiene ningún sentido para mí que esté intentando ponerla (la bala) en la camilla del presidente".

Para Gerald Posner, periodista de investigación y autor de "Caso cerrado: Lee Harvey Oswald y el asesinato de JFK", la historia de Landis en realidad respalda la teoría de la "bala única".

Posner afirma que "su relato debe tomarse en serio", pero también tiene dudas sobre la certeza de los recuerdos de Landis después de casi seis décadas.

Por ejemplo, Posner señaló las entrevistas de personas que estuvieron dentro de la sala de emergencias con Kennedy en el Hospital Parkland. Nadie mencionó la presencia de Landis allí, dijo.

Y el hecho de que Landis nunca se haya presentado ante las autoridades plantea dudas sobre su conducta ese día, afirma Posner.

"Dicho esto, él podría decir cosas que no son correctas, pero el hecho subyacente de que 'vi una bala, la agarré, la guardé en mi bolsillo y la dejé en el hospital antes de irme', eso puede ser cierto o no ", indica Posner.

El hecho de que Landis abra o no un nuevo misterio o simplemente confirme un hecho existente, casi no importa.

Después de todo, este es el asesinato de Kennedy, y su revelación asegurará años de debate y disección de uno de los mayores traumas nacionales de Estados Unidos.

"¿Van a resolverlo para que todos queden 100% satisfechos? No", afirma Posner. "Es un caso que, para la mayoría de la gente, nunca se cerrará".

jueves, 31 de agosto de 2023

"La justicia nos da la razón tras 47 años". La condena en Chile a los asesinos del diplomático español Carmelo Soria durante el régimen de Pinochet


Laura González, esposa de Carmelo Soria, sujeta una fotografía del diplomático

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

La esposa de Carmelo Soria, Laura González, en 1998.


Más de 47 años después del asesinato del diplomático español Carmelo Soria en Chile, los responsables de este crimen fueron condenados.

La Corte Suprema de Chile ratificó el martes las sentencias a los 6 agentes de la temida Dirección de Inteligencia Nacional (DINA, la policía secreta del régimen de Augusto Pinochet) que secuestraron, torturaron y asesinaron a Soria.

Cuando ocurrieron los hechos, el 14 de julio de 1976, el economista y diplomático español era representante de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), organismo regional de la ONU.

Sus asesinos recibieron finalmente las sentencias definitivas tras un larguísimo proceso.

Pedro Espinoza Bravo y Raúl Iturriaga Neumann, entonces jefes de la DINA, recibieron 15 años de prisión cada uno, mientras que los agentes Juan Morales Salgado, Guillermo Salinas Torres, René Quihot Palma y Pablo Belmar Labbé fueron condenados a entre 15 y 10 años.

La Corte Suprema también emitió otras dos condenas vinculadas a este caso: cuatro años de cárcel a Eugenio Covarrubias Valenzuela por presentación de declaración falsa bajo promesa o juramento, y 600 días a Sergio Cea Cienfuegos por falsificación de instrumento público.

Secuestrado y torturado
Carmelo Soria Espinoza nació en Madrid en 1921, fue militante del Partido Comunista de España (PCE) y al inicio del régimen de facto de Francisco Franco (1939-1975) se mudó a Chile, donde pasó gran parte de su vida.

Su trabajo como jefe de la sección Editorial y de Publicaciones del Centro Latinoamericano de Demografía (Celade, dependiente de la Cepal) le otorgaba inmunidad diplomática.

Esto le permitía ayudar a perseguidos políticos a buscar asilo en sedes diplomáticas durante el régimen de Pinochet (1973-1990).
 
La tarde del 14 de julio de 1976, Soria salió de su oficina en Santiago, sector de Providencia, en su automóvil marca Volkswagen cuando fue interceptado por agentes de la Brigada Mulchén de la DINA.

“La víctima fue privada de su libertad por agentes armados de la DINA, los que lo trasladaron a un lugar oculto, donde se le mantuvo por horas vendado y amarrado, siendo sometido a interrogatorio bajo apremios físicos que le produjeron la muerte”, recoge la sentencia.

Dos días después, el vehículo apareció con el cadáver del diplomático en su interior volcado en un canal en el este de Santiago, en lo que se considera una maniobra de los servicios secretos chilenos para encubrir el asesinato y hacerlo parecer un accidente.
Recorte de prensa sobre la muerte de Carmelo Soria

FUENTE DE LA IMAGEN,LA TERCERA

Pie de foto,



Pese a la censura, la prensa de la época ya planteó dudas sobre el supuesto acciden

"Las condenas son una miseria"

Carmelo Soria estaba casado con la médica Laura González Vera, hija del premio nacional de literatura José Santos González Vera, y tenía tres hijos: Laura, Luis y Carmen.

"El poder judicial nos da la razón", expresó Carmen Soria en Facebook, tras "47 años sosteniendo una verdad silenciada".

"He vivido todos estos años con mi familia peleando porque se castigue a quienes torturaron y asesinaron a mi padre", agregó en conversación con BBC Mundo.

"Después de esperar 47 años, estas condenas muestran que la injusticia es enorme en Chile. El poder judicial y el Estado chileno se lavan las manos".

"Pasaron 47 años porque las Fuerzas Armadas se han negado a decir dónde están los cuerpos de los desaparecidos y quiénes participaron en las torturas y asesinatos", agregó.

Carmen Soria llevó a cabo en la década de 1990 una serie de acciones legales con las que logró unas primeras condenas a dos agentes, aunque finalmente estos quedaron libres al beneficiarse de la Ley de Amnistía promulgada en 1978 durante la época de Pinochet.

La familia de Soria siempre se negó a aceptar las compensaciones económicas del Estado chileno y siguió buscando justicia hasta que en 2019 los seis agentes recibieron las primeras sentencias: seis años de cárcel para cuatro de ellos y absolución para otros dos.

Ahora, sin embargo, la Corte Suprema los condenó ya de forma definitiva y con penas mayores.

Pedro Espinoza Bravo y Raúl Iturriaga Neumann ya están en la cárcel cumpliendo condena por otros crímenes cometidos en la época del régimen militar.

Unas 40.175 personas entre ejecutados políticos, desaparecidos y víctimas de prisión y tortura sufrieron la represión de Pinochet, según datos del Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos de Chile.

La sentencia de la Corte Suprema llega semanas antes del aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al entonces líder Salvador Allende e instauró un régimen autoritario en el país por los siguientes 17 años.

https://www.bbc.com/mundo/articles/c99n5rw87wvo

martes, 8 de agosto de 2023

Manuel II el último rey de Portugal. Fin de la monarquía.

Manuel II

El 1 de febrero de 1908 mueren el rey y su heredero en un atentado en la Praça do Comércio de Lisboa.

El fin de la monarquía

El rey Carlos I de Portugal muere de un tiro en Lisboa en 1908

Manuel II
 (1889-1932), el hijo pequeño del rey asesinado, asciende al trono con 18 años. Sería el último rey de Portugal. El rey no pudo mantener la monarquía en Portugal. La primera medida que tomó fue destituir a João Franco, al que acusó de haber tenido que ver en el asesinato de su padre y de su hermano. Nombró al almirante Ferreira do Amaral como primer ministro, que intentó, con una serie de medidas liberales, calmar la situación. A esta política se la llamó en Portugal la "Politica de Acalmação". Con ello se repitieron muchos de los procesos que habían tenido lugar bajo el mandato de Franco y se abrieron periódicos prohibidos. También se dictó una amnistía general. Las cortes se disolvieron y se convocaron elecciones. Los republicanos lograron vencer en las elecciones municipales de Lisboa.

La monarquía portuguesa tendría otros 6 primeros ministros en los últimos 2 años de existencia. Los monárquicos estaban muy divididos. A finales de 1909 el Partido Regeneracionista se divide en dos facciones. El mismo año, en un congreso general republicano se impuso el área radical y su tesis de la revolución armada como objetivo del partido. En 1910 Miguel Bombarda, un psiquiatra y cabecilla del movimiento republicano es asesinado por un paciente. Aunque el suceso no tenía connotaciones políticas, se produjeron levantamientos en Lisboa y en las grandes ciudades del país. Dos días más tarde del suceso se instauró un gobierno provisional a nombre del republicano Teófilo Braga. El 6 de octubre de 1910 se proclama la República Portuguesa en Oporto. Un día antes, el rey había marchado al exilio en Inglaterra. La monarquía portuguesa, que había comenzado en 1139 cuando Afonso Henriques tomó el título de rey, terminaba 771 años después.

En 1932, después de la muerte del último rey de Portugal, una hija bastarda del rey Carlos I (1863-1908) y por lo tanto supuestamente hermana del rey Manuel II, conocida como María Pía de Sajonia-Coburgo Gotha y Braganza (1907-1995),1​de acuerdo con el texto de las Cortes de Lamego que decía que "si el Rey muere sin hijos, en el caso de tener hermano este poseerá el reino en su vida", reclamó el título de Duquesa de Braganza (por la rama constitucional) y defendió ser la legítima reina de Portugal.

Manuel II el último rey de Portugal.

sábado, 29 de julio de 2023

“Oppenheimer”: Jean Tatlock, la trágica vida de la psiquiatra que enamoró (y rechazó) a Oppenheimer. "Estaba entregado a ella".


El estreno de la película de Christopher Nolan ha vuelto a poner de actualidad la figura de la doctora y gran amor del padre de la bomba atómica. Interpretada por Florence Pugh, repasamos la influencia que tuvo en la trayectoria del físico y su temprana y controvertida muerte.

Es la gran batalla cinéfila de 2023. Oppenheimer y Barbie, dos de los filmes más esperados del año, se estrenan de manera simultánea en la gran pantalla para luchar por mucho más que la hegemonía en la taquilla. La escala de grises contra el rosa brillante. Nolan contra Gerwig. Dos películas antitéticas, dos estados de ánimo, dos memes andantes que ‘obligan’ al espectador a elegir entre el drama adulto de despachos y dilemas éticos y la fantasía de carácter escapista y feminista. Sin embargo, pese a los clichés sobre sus índices de testosterona, Oppenheimer es mucho más que una biografía personalista sobre el físico estadounidense (interpretado por Cillian Murphy) que acabó convertido en el padre –después arrepentido– de la bomba atómica. El thriller también narra su tortuosa relación con la psiquiatra Jean Tatlock, la mujer más influyente en la vida de Oppenheimer y a la que da vida Florence Pugh. Una joven intelectual que se reveló ante las convenciones sociales que degradaban a las mujeres de la época y cuya muerte temprana sigue siendo hoy objeto de teorías y conspiraciones. Aunque muchos han intentado reducir su papel al de mera amante, los hechos dicen todo lo contrario. Esta es su trágica historia:

Florence Pugh y Cillian Murphy dan vida a la pareja en la nueva película de Christopher Nolan. 

Oppenheimer conoció a Tatlock durante su estancia como profesor de física en la Universidad de Berkeley en California. Era buen amigo de su padre, John, un reputado profesor de Inglés en la facultad, y su primogénita, de 22 años, ojos verdes y pelo color café, ya era conocida por todo el campus de Medicina, donde se preparaba para ser psiquiatra. Corría el año 1936 y ver a una mujer en un aula universitaria seguía considerándose insólito; más aún si tenía la brillantez académica, el historial vital –había recorrido Europa formándose en psicoanálisis– y la buena imagen de Tatlock. “Todos estábamos un poco celosos”, confirma un amigo en la biografía del científico. A pesar de los diez años de diferencia que los separaban, todos los amigos cercanos a Oppenheimer sostienen que este se enamoró de ella como nunca antes lo había hecho. “Jean fue el amor más verdadero de Robert. La amó más que a nadie, estaba entregado a ella”, afirmó Robert Serber, físico nuclear y confidente de Oppie. Este le propuso matrimonio a Tatlock, sin éxito, hasta en dos ocasiones.

La simpatía de la joven por el Partido Comunista trajo grandes quebraderos de cabeza a la pareja, siendo puesta Tatlock bajo vigilancia del FBI ante la sospecha de que pudiera ser un foco de radicalización para Oppenheimer o hasta una espía soviética. Incluso después de la muerte de la joven, el físico siguió viéndose obligado a desmentir estas afirmaciones en duros interrogatorios ante el gobierno estadounidense. “Su afiliación al partido era intermitente y nunca parecía proporcionarle lo que buscaba. No creo que sus intereses fueran realmente políticos. Ella amaba a su país, a su gente y a su vida”, declaró en una audiencia gubernamental. La paranoia llegó hasta el punto de que el tan célebre como controvertido J. Edgar Hoover, al mando de la oficina de inteligencia, mandó intervenir el teléfono del piso de la psiquiatra y seguir todos sus movimientos.

Jean Tatlock y Robert Oppenheimer rompieron su relación sentimental en 1939. Unos meses después, el científico conoció a Kathering ‘Kitty’ Puening, una bióloga casada en dos ocasiones anteriores que poco después se convertiría en su mujer y en la madre de los dos hijos de la pareja. A pesar de estar casado, Oppenheimer siguió viéndose con una Tatlock que empezaba a sufrir episodios depresivos cada vez más agudizados. Dicen que el estado mental de la doctora se agravó tras la pérdida de contacto con su gran amor. El 14 de junio de 1943, dirigiendo ya el Proyecto Manhattan en Los Álamos que culminaría en la creación de la bomba atómica, este volvería a San Francisco para pasar el que sería su último día con ella. Seguido por oficiales del ejército sin su conocimiento, Oppenheimer se encontró con Tatlock en la estación de tren y, tras besarse, pasaron toda la jornada juntos. Los informes incluso certifican que apagaron las luces del piso de la joven a las 11 y media de la noche. Tras desayunar de nuevo juntos, la doctora llevó al aeropuerto a Oppie para regresar al complejo militar.

El 4 de enero de 1944, el padre de Tatlock acudió a ese mismo apartamento después de que esta no contestara el teléfono durante varios días. Tras escalar por una ventana para poder acceder a él, se encontró a su hija muerta, con la cabeza sumergida en una bañera a medio llenar. Tenía 29 años. Junto a ella había una nota que rezaba así: “Estoy disgustada con todo. A quienes me amaron y me ayudaron, todo el amor y el coraje. Quería vivir y dar, y de una forma u otra me quedé paralizada. Intenté entender, pero no pude… Habría sido una responsabilidad toda mi vida, al menos puedo librar de la carga de un alma paralizada a un mundo en conflicto”. Aunque la teoría de la conspiración respecto al supuesto asesinato de Tatlock ha sido avivada durante nueve décadas con argumentos puramente especulativos, sí que existen ciertos hechos probados que alimentan ese fuego.

A pesar de contraer matrimonio después, los cercanos a Oppenheimer siempre han mantenido que Tatlock fue su gran amor. 

Una vez hallado el cuerpo inerte de la joven, John Tatlock se encargó de quemar toda la correspondencia e imágenes de su hija antes de llamar a los servicios funerarios. Supuestamente, para desligarla de cualquier sospecha de enlace con el comunismo. La autopsia, que determinó que la causa de la muerte había sido asfixia por ahogamiento, también reveló que no había restos de alcohol en su sangre y que ninguno de los barbitúricos que había tomado la psiquiatra había alcanzado sus órganos vitales en el momento de su muerte. Un doctor con acceso a los datos del fallecimiento de Tatlock confesó a los autores del libro Prometeo Americano, en el que se basa la película de Christopher Nolan, que “si eres inteligente y quieres matar a alguien, esta es la forma correcta de hacerlo”. Su hermano Hugh Tatlock siempre apoyó la teoría del asesinato.

Peer De Silva, un oficial de la CIA encargado de la seguridad de Los Álamos, fue el encargado de comunicar a Oppenheimer la muerte de Jean. El científico quedó devastado tras la noticia y se marchó a dar un largo paseo. “Dijo que ya no tenía a nadie más con quien poder hablar”, añadió De Silva. Robert Oppenheimer acuñó el primer test de la bomba atómica como Trinity. Según narraron los cercanos a él, el nombre es un homenaje a un poema de John Donne que le había enseñado la mismísima Jean Tatlock.*




sábado, 22 de octubre de 2022

_- MEMORIA HISTÓRICA. El Gobierno balear identifica los restos de Aurora Picornell, ‘La Pasionaria mallorquina’

_- Picornell fue enterrada en una fosa común con otras cuatro mujeres. Su padre y dos de sus hermanos también fueron asesinados por el franquismo

El Gobierno balear ha anunciado este jueves que los restos hallados en la exhumación de una fosa en el cementerio de Son Coletes a finales del año pasado corresponden a Aurora Picornell, conocida como La Pasionaria mallorquina. Modista de profesión, era la responsable de la organización de mujeres del Partido Comunista en las Islas Baleares. En los primeros días del golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil fue detenida, encarcelada y hecha desaparecer con otras compañeras la noche del 5 de enero de 1937. Tenía 25 años, estaba casada y era madre de una niña pequeña. “Hoy es un día histórico”, ha declarado el vicepresidente balear, Juan Pedro Yllanes. “Estamos muy orgullosos de haber encontrado sus restos. No han conseguido hacerla desaparecer....

miércoles, 24 de agosto de 2022

_- El asesinato de Jean Jaurès… y la guerra.

_- Juan Andrade 31/07/2022
CTXT 


La memoria del político francés se fue modificando en función de coyunturas, relaciones de fuerza o pugnas por su apropiación, pero diseñó en general una trayectoria ascendente

París. Rue Montmartre. 31 de julio de 1914. 21:40 horas. Café du Croissant. En la calle, un individuo saca un revolver y dispara a través de la ventana a uno de los comensales que están cenando en el interior. El torso del hombre se desploma sobre la mesa, ante el pánico y el estupor de sus compañeros. Acaban de asesinar a Jean Jaurès, uno de los dirigentes más carismáticos del socialismo francés, opositor militante a la guerra.

Las últimas horas de vida de Jaurès fueron de vértigo. Todavía pensaba que la guerra podía evitarse. Le empujaba un impulso ético, desatado por la intuición de la catástrofe que se avecinaba. Le inspiraba una idea: que la reacción en cadena conducente al abismo podía frenarse si se cortaba alguno de sus eslabones. Le animaba la confianza en la acción política como palanca de cambio, golpe de timón al curso inercial de los acontecimientos. Jaurès personificaba una forma de entender el socialismo a la baja en el conjunto de la Segunda Internacional. Un socialismo republicano de fuerte contenido ético, basado en una concepción abierta de los procesos históricos, donde estos, pese a sus poderosos automatismos, eran susceptibles de reorientarse por medio de una acción política que conjugara cálculo e ideales. Pero en la Internacional venía predominando el mecanicismo que los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán habían reciclado de Karl Kautsky para la gestión del día a día. Maximalismo retórico y moderación práctica. La acción política como adaptación inteligente a una realidad aplastante que al final resolvería sus contradicciones (por mor de semejante adaptación) a favor de la causa del socialismo. La (pseudo)ciencia realista como coartada de la resignación o el beneficio inmediato1.

París, 30 de Julio. Un día antes de ser asesinado, Jaurès consigue reunirse con René Viviani, presidente del Consejo de Ministros. Le ruega que contenga a las tropas apostadas en la frontera con Alemania. Una leve escaramuza sería el detonante de una guerra entre los dos gigantes. Jaurès confía en que prospere la propuesta de mediación lanzada in extremis, aunque de manera poco creíble, por Inglaterra. Y sigue confiando en la capacidad de los trabajadores y de sus organizaciones para disuadir o desobedecer a los gobiernos, a pesar de las declaraciones belicistas o los síntomas de resignación que viene observando en sus dirigentes. Son las últimas bazas que le quedan: la apelación al sentido de conservación de los gobernantes y al internacionalismo de los trabajadores. Contaba con otras dos que se revelaron inútiles. Confiaba en que los intereses económicos compartidos por las burguesías alemana, francesas y británicas –en forma de inversiones conjuntas– pudiera imponerse a la perspectiva de negocio que la guerra abría para otras facciones de esas mismas burguesías. Confiaba también en que los mandatarios europeos frenasen la escalada por temor a que la guerra desencadenase al cabo del tiempo una revolución. Por encima del entusiasmo militar de reyes y ministros, sobrevolaba el fantasma de la Comuna de París, que había irrumpido en los estertores de la guerra franco-prusiana unas décadas atrás. De haber vivido pocos años más, Jaurès, tan hostil al belicismo del Zar Nicolás II, hubiera comprobado cómo en el pecado de la guerra llevó al final la penitencia de la revolución.

A primera hora de la mañana del día 31 Lucien Lévy-Bruhl, amigo íntimo de Jaurès, le informa de la movilización de tropas en Austria, por lo que no hay tiempo que perder. Trata de reunirse otra vez con el gobierno, pero en esta ocasión es rápidamente despachado por un subsecretario del Ministerio de Exteriores, que le advierte del peligro que corre. Jaurès no le presta atención. Se dirige a toda prisa a la redacción del L’Humanité, el órgano de expresión que los socialistas franceses habían fundado en 1904. Hay que hacer un último llamamiento. Piensa que solo una demostración de fuerza obrera y popular puede impedir ya la tragedia. Llega a la redacción a última hora de la tarde, donde le esperan sus colaboradores; pero elaborar un número especial de esa trascendencia llevará toda la noche, por lo que deciden salir a cenar.

En todo ese tiempo un joven ha seguido a Jaurès en su frenético periplo por París. Su nombre es Raoul Villain. Apenas tiene 29 años, estudia arqueología y pertenece a Liga de Jóvenes Amigos de Alsacia-Lorena. Jaurès nunca llegó a verle. Villain le disparó esa noche por la espalda. Villain pertenecía a una generación de jóvenes ultranacionalistas de clase media que vivía la perspectiva de la guerra con entusiasmo e identificaba como traidor a la patria a quien trataba de impedirla. Villain proyecta una imagen paralela a la de Jaurès, pero a la inversa. Como Jaurès, era un apasionado de la historia de Francia; pero si aquel la explicaba a partir de sus luchas sociales, este tenía una visión romántica del pasado de una comunidad imaginada a engrandecer o redimir. Como Jaurès, amaba a Francia; pero si este la amaba en sus posibilidades de hermanamiento con las naciones vecinas, el patriotismo de Villain se expresaba en hostilidad a las potencias que la amenazaban. Como Jaurès, también era un hombre de acción; pero si para Jaurès la acción era un medio racionalmente regulable para la conquista de ideales; para Villain la acción era la encarnación misma del ideal, y la violencia, la apoteosis excitante de la acción.

Que el asesinato de Jaurès terminó siendo una política de Estado lo pone de manifiesto el hecho de que Villain saliese absuelto por un tribunal

Con el asesinato de Jaurès desapareció una traba para la guerra. Pero su asesinato puede verse en sí mismo como un acto de guerra. Los disparos de Villain expresan la incontinencia de un joven que quiere ir a la guerra, y que no solo se lanza a despejar los obstáculos que la demoran, sino que la practica ya en las calles de París. Con el asesinato de Jaurès no solo se despeja un obstáculo en el camino al frente, sino que Villain lleva el frente a la retaguardia para acabar con el enemigo interior, que en toda guerra –según su lógica dicotómica, extrema y paranoica– trabaja a sueldo del enemigo o sirve ingenuamente a sus intereses. El asesinato de Jaurès fue la anticipación –concentrada en una de sus figuras carismáticas– de la guerra que el Estado declaró a los partidarios de ponerla fin. Esa guerra interna se libró por medio de recorte de libertades, censura, represión de manifestantes, penas de prisión y ejecuciones, por medio de la declaración de un “estado de guerra”, que es también una declaración de fronteras adentro. Que el asesinato de Jaurès terminó siendo una política de Estado lo pone de manifiesto el hecho de que Villain –que no fue juzgado hasta después del armisticio, en 1919– saliese absuelto por un tribunal, y el hecho de que en el juicio se adujese que, de no haber sido asesinado, Francia no habría ganado nunca la guerra. Con ese juicio el Estado se exoneraba de la represión perpetrada contra los opositores a la guerra, y, exaltando la victoria, justificaba las vidas que había costado. La República se ensañó con la memoria de Jaurès hasta el punto de que su familia tuvo que hacerse cargo de las costas del juicio2.

¿Cómo reaccionó la izquierda ante el asesinato de Jean Jaurès? Lejos de funcionar como un revulsivo para que los dirigentes socialistas se opusieran a la guerra, a muchos intimidó y para otros supuso un alivio. El miedo empujó a los primeros a una suerte de fatalismo bélico. El eco de los disparos sobre Jaurès silenció la voz de una conciencia de décadas de pacifismo que seguía clamando sobre cualquier socialista seducido por los tambores de guerra. Cuatro días después del asesinato de Jaurès, los diputados de la SFIO votaban a favor de los créditos de Guerra. Ese mismo día la mayoría de los diputados del SPD hacía lo propio en el Reichstag.

Los dirigentes de los principales partidos de la Internacional Socialista respaldaron los créditos de guerra por un complejo conjunto de factores, que respondían a la presión ambiental, pero también a ideales propios y cálculos estratégicos. Con frecuencia, las razones se han remitido al clima de fervor nacionalista que se vivió aquel verano de 1914, una presión ambiental envolvente y penetrante, intimidatoria y seductora. El virus chauvinista los habría contagiado al cogerlos además con las defensas internacionalistas bajas. Abundan al respecto los testimonios de fervor nacionalista en los dirigentes socialdemócratas, a veces expresados en estado bruto, generalmente refinados con el argumento de la defensa de la patria ante un ataque exterior previo. “Nuestro deber es defender la independencia e integridad de nuestra pacífica y republicana Francia si esta es atacada”, afirmaba el 2 de agosto Louis Dubreuilh. Los argumentos defensivos evolucionaron rápido hacia la apuesta por las ofensivas disuasorias. Al cabo del tiempo, el principio de defensa nacional sirvió para justificar la responsabilidad que la propia nación hubiera podido tener en el desencadenamiento de la tragedia. “Incluso si el gobierno alemán hubiera sido el responsable de la catástrofe (…), estaríamos en la obligación de defender a nuestro país y de salvar todo aquello digno de ser salvado”, llegó a decir Wolfgang Heine, portavoz del ala conservadora del SPD3. La dignidad de lo salvable se refería a los sistemas políticos de los respectivos países, tanto más defendibles en contraste con los sistemas políticos de los países enemigos. Los laboristas británicos y los socialistas franceses apelaban al valor de sus respectivos sistemas parlamentarios frente al autoritarismo de las potencias centrales. El problema es que los socialdemócratas alemanes utilizaban idéntico argumento frente al despotismo y la autocracia zarista. “Nuestro pueblo y su futura libertad tienen mucho, si no todo, que perder de una victoria del despotismo ruso”, había señalado Hugo Haase, cuando después de votar por primera vez en contra de los créditos de guerra cedió a la disciplina de voto impuesta por el SPD4.

En un ejercicio de contorsión absoluto, la industria moderna se había especializado en la producción en serie de muerte, en la producción de nada

Los dirigentes socialistas que respaldaron la guerra lo hicieron también por miedo y en medio de dudas. Dudaban de que una oposición contundente tuviera respaldo en medio de aquel clima belicista que invadía a la gente corriente, pero sobre todo dudaban de que pudiera tener una réplica equivalente en los países vecinos. Los socialdemócratas alemanes temían que la convocatoria de una huelga general contra la guerra en Alemania no fuera acompañada de otra homóloga en Francia… y viceversa. A diferencia de la Primera Internacional, la Segunda era en la práctica una yuxtaposición de partidos nacionales sin apenas capacidad para coordinarlos ni instancias decisorias que los trascendiesen. Otra razón tuvo que ver con el temor a la represión del Estado, ya de por sí dura en tiempos de paz. Sobre los socialdemócratas alemanes pesaba el recuerdo del paternalismo autoritario de Bismarck, que en función de los estados sociales de ánimo regulaba el grifo de la represión, llegando a mantenerlos en la ilegalidad durante una década. Los dirigentes del SPD temían que, en caso de oponerse a la guerra, el Estado se volvería en contra de ellos con la brutalidad que en un “estado de guerra” permitiría el recorte de libertades y derechos fundamentales.

Si por un lado les empujó el miedo, por otro les animó la perspectiva de beneficio inmediato, una combinación explosiva. Los dirigentes socialdemócratas pensaron que la lealtad a sus gobiernos tendría recompensa: que, garantizando el orden público y la disciplina laboral, el Estado les pagaría con la ampliación de derechos y reformas sociales. Nadie movilizó este argumento con tanta contundencia como el dirigente del SPD Ludwig Frank: “En lugar de una huelga general estamos haciendo una guerra por el sufragio en Prusia”5. Los revolucionarios vieron en negativo la guerra como una oportunidad para azuzar la revolución. Los reformistas vieron la guerra en positivo como una oportunidad para ampliar las reformas. Lo dirigentes socialistas aprovecharon la guerra para levantar el veto que existían sobre ellos de cara a acceder al gobierno y ser reconocidos por fin como una verdadera e influyente fuerza nacional. Así fue como Jules Guesde (otrora marxista ortodoxo enfrentado al malogrado Jaurès) consiguió entrar junto a Marcel Sembat en el gobierno de la República de Francia el 28 de agosto de 1914. O como unos meses más tarde entraron en el gobierno de concentración británico varios miembros del Partido Laborista.

La revolución se alimentó de la guerra porque la guerra debilitó al poder y armó al pueblo

Cabe preguntarse si los dirigentes socialistas no atisbaron la catástrofe que se venía encima. Se ha planteado que, al igual que muchos gobernantes de la época, pensaban que se trataría de una guerra de resolución rápida y que no disponían de elementos de juicio para prever que enseguida se enquistaría en un equilibrio catastrófico. Se trata de un tópico que, como muchos tópicos, encierra una verdad que oculta otra mayor6. Desde hacía tiempo, había advertencias (y conciencia social) de la destrucción que provocaría la producción industrial y los avances tecnológicos aplicados al armamento, aunque es verdad que la producción y las innovaciones se aceleraron durante la contienda para alcanzar cotas destructivas muy superiores. Por otra parte, la dimensión de la catástrofe que podía deducirse sobrepasaba los esquemas asimilativos que suele proporcionar la experiencia vivencial o histórica. Pero para pensar por encima de la experiencia inmediata o recurrente (y obrar conforme a principios ético-políticos) se habían construido precisamente los partidos obreros. Los automatismos intelectuales, el realismo estrecho, el espíritu de época, al afán de normalización, el miedo a las represalias y el espejismo del beneficio inmediato invalidaron para tal fin a sus principales dirigentes.

Efectivamente, de 1914 a 1918 los centros industriales no pararon de producir en serie mercancías incendiarias y fungibles. Hasta los soldados, con sus uniformes y numeraciones, parecían producidos en serie. A través de la moderna red de carreteras y ferrocarriles armas y soldados llegaban a las trincheras, nuevas necrofronteras entre Estados, fosas abisales en las que se volatilizaron toneladas de metal y carne. En un ejercicio de contorsión absoluto, la industria moderna se había especializado en la producción en serie de muerte, en la producción de nada. Luego se propagó la carestía en la retaguardia, se intensificaron las jornadas de trabajo y en lugar de la recompensa del sufragio universal en Prusia se impuso la dictadura encubierta del Káiser Guillermo II y el General Ludendorff, a quien años después, en 1923, veremos en el putsch de la cervecería de Múnich de la mano de Adolf Hitler, entonces cabo entusiasta en el frente occidental. En la Gran Guerra se fue incubando el huevo de la serpiente nazi. La autoridad de los dirigentes socialdemócratas se erosionó a medida que los costes humanos y económicos de la guerra se incrementaron, y su presencia en las instituciones del Estado y en los organismos laborales, lejos de compensarlos o reducirlos, ni siquiera sirvió para redistribuirlos socialmente. La pérdida de autoridad tuvo una dimensión moral, pero arraigó en las profundas transformaciones materiales que trajo la guerra, que se llevó al frente a muchos trabajadores sindicados y promovió la entrada en masa en las grandes industrias de una generación de trabajadores jóvenes (sobre todo trabajadoras) más enérgica y no sujeta a las viejas disciplinas sindicales.

Para Trotski, Jaurès era la anticipación del hombre nuevo que surgiría tras la revolución, pero al mismo tiempo era un hombre del pasado que no servía para el presente

Con esta nueva generación entroncó la izquierda minoritaria que se había opuesto a la Guerra desde el principio, apelando a una tradición interrumpida. El movimiento obrero se había forjado en una larga experiencia antimilitarista, porque eran sobre todo obreros quienes ponía su cuerpo como carne de cañón en las guerras coloniales, quienes soportaban con su trabajo el coste de los ejércitos y quienes luego los sufrían cuando el gobierno los movilizaba como fuerzas de orden público contra las huelgas. El antimilitarismo se expresaba en la consigna “guerra a la guerra”, una fórmula que apelaba en términos metafóricos a la desobediencia civil y a la resistencia activa frente a los llamamientos a filas. Aquella consigna fue rescatada entre otras muchas por Rosa Luxemburgo en 19147. Por eso fue encarcelada durante la guerra y luego brutalmente asesinada en la postguerra por los Freikorps, que no solo pretendían acabar con la revolución, sino restaurar su masculinidad herida simulando sobre la población civil de su retaguardia la victoria que no habían obtenido en el frente. Los había traído de las trincheras al corazón de Berlín Gustav Noske, un líder del SPD fascinado desde joven con las cuestiones militares8.

En aquel tiempo extremo, la consigna “guerra a la guerra” pasó de su sentido metafórico a su sentido literal. La mutación la sistematizó Lenin en 1915 en su escrito el El socialismo y la Guerra. Se trataba de explotar el malestar social para convertir esa guerra imperialista entre Estados en una guerra civil entre clases, en una revolución9. La revolución sería la guerra que acabaría con las guerras para siempre. La perspectiva de la revolución se abrió entre el frío, el hambre y la indignación de Petrogrado, y entre los soldados rusos que vieron en ella una vía de supervivencia ante una muerte inminente, de ajusticiamiento de los responsables de la carnicería y una alternativa, en última instancia, a su repetición. La revolución se propagó en la desesperación de las trincheras, en el hermanamiento social de los cuarteles y en el desorden de la retirada. La revolución se alimentó de la guerra porque la guerra debilitó al poder y armó al pueblo. Y, sin perjuicio de su propia lógica y sus idearios de violencia, la revolución reprodujo también la brutalidad aprendida en los frentes.

Buena parte de la clase obrera, agotada por la guerra, no quería adherirse a una revolución que entrañara la vuelta a las armas

¿Cómo vio esta nueva generación de revolucionarios a Jean Jaurès? La mejor respuesta a esta pregunta está en el panegírico que Trotski le dedicó tres años después de su asesinato, un texto emocionado en el que marcaba distancias, si acaso no una ruptura, al menos temporal. Evocando las veces que coincidió con él, Trotski lo describía como una persona “de complexión poderosa, espíritu enérgico, temperamento genial, trabajador infatigable, orador de maravilloso verbo”. Consideraba a Jaurès el representante de lo mejor de una época, pero de una época extinta, un idealista capaz de grandes éxitos “si la idea se correspondía con el carácter de la época”, pero “el primero en las catástrofes” en caso contrario. Por eso había muerto, por no entender que ya no era el tiempo del pacifismo, sino el de la revolución, el de la “guerra a la guerra” en su sentido literal. Una frase ambigua aparecía en el escrito: “Los grandes hombres saben desaparecer a tiempo”. Iba seguida de otra aparentemente contradictoria que definía a Jaurès como “el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha”. Para Trotski, Jaurès era la anticipación del hombre nuevo que surgiría tras la revolución, pero al mismo tiempo era un hombre del pasado que no servía para el presente de la revolución por encarnar los ideales del socialismo antes de tiempo. Las consecuencias que se coligen del razonamiento de Trotski son tremendas, anticipan el belicismo del futuro jefe del Ejército Rojo y una concepción nueva del tiempo histórico. La revolución necesitaba ser, en cierto sentido, una negación de la sociedad socialista que se pretendía construir y del hombre socialista que debía habitarla. Era el momento de la negación de la negación, una de las leyes de la dialéctica revolucionaria. En la revolución no se podía obrar con los valores que debían regir en la sociedad socialista, sino por medio de una negación instrumental que permitiera afirmarlos en el futuro. Jaurès era anacrónico por pionero, obsoleto por prematuro. El homo revolucionario debía ser en cierto sentido una negación del homosocialista, del hombre nuevo del socialismo. En su escrito Trotski se despedía temporalmente de Jaurès, cifrando en ese tiempo futuro por construir el momento de reconciliación con ese pasado anticipador que ahora había que dejar atrás.

El fascismo recreaba la guerra en la política, ofreciendo en sus desfiles y concentraciones paramilitares una experiencia simulada de rebeldía e intensidad vital

Pero ese futuro nunca llegó. El tiempo de enlace se prolongó sine die, la excepcionalidad autoritaria terminó cronificándose en el Estado soviético, la violencia pasajera se hizo hábito permanente en virtud de su propia intensidad en los años terribles de la guerra civil rusa, cuando las oleadas revolucionarias de los años 20, lejos de acudir en auxilio de los bolcheviques, fueron aplastadas en el resto de Europa. El malestar por la guerra creó condiciones de posibilidad para los levantamientos revolucionarios, pero también marcó sus límites. Buena parte de la clase obrera, agotada por la guerra, no quería adherirse a una revolución que entrañara la vuelta a las armas. Y la revolución, entendida como asalto armado al Estado, se reveló inútil incluso allí donde, sacudidos sus cimientos por la guerra, el Estado no era un gigante con pies de barro, sino un leviatán asentado en una densa sociedad civil. A pensar esa nueva encrucijada dedicó sus años en las cárceles del fascismo Antonio Gramsci. A partir de entonces, la revolución habría que entenderla como un proceso complejo de construcción de hegemonía, que conjugara la lenta elaboración de consensos en la sociedad civil y las instituciones con momentos de oportunidad en los que imponer saltos mayores. A lo primero lo llamó “guerra de posiciones” y a lo segundo “guerra de movimientos”, dos nociones recicladas del léxico de la Gran Guerra10. El nuevo ideario comunista revalorizaba la democracia en su sentido profundo y devolvía las nociones bélicas al terreno de la metáfora.

Las consecuencias de la Gran Guerra fueron apocalípticas. Se estima que murieron alrededor de diez millones de soldados y otros tantos quedaron heridos en cuerpo y alma. Cicatrices y mutilaciones dejaron marcas visibles. La crueldad y destrucción de la guerra moderna desbordaron las categorías cognitivas y éticas de muchos combatientes, colapsando su capacidad de asimilación anímica. Sobre las sociedades agotadas de Europa se propagó una de las epidemias más mortales de la historia, la mal llamada gripe española, que la guerra centrifugó a su ocaso con el trasiego y la desmovilización de los ejércitos masa. La economía europea quedó estructuralmente tocada. Pese a algunos periodos de crecimiento, las crisis coyunturales enlazaron con la gran depresión de los años treinta. Las secuelas directas de la guerra y los “tratados de paz” impuestos por la fuerza delinearon el mapa de una “Europa negra”, inestablemente configurada, tensionada en torno a multitud de ejes fronterizos, nacionales, étnicos, culturales y políticos, que fueron fuente permanente de conflictos. Enlazaron, a su vez, con la nueva conflagración mundial en 1939, apoteosis de una “guerra civil europea” de 30 años11.

El fascismo trazó el puente directo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue su matriz y su destino. El fascismo ofrecía una explicación tan falaz como paliativa a la derrota o “la victoria mutilada”: los mitos respectivos de “la puñalada por la espalda” y el desprecio internacional. El fascismo recreaba la guerra en la política, ofreciendo en sus desfiles y concentraciones paramilitares una experiencia simulada de rebeldía, comunidad e intensidad vital. Proponía la traslación de la lógica castrense a la gestión del Estado: la supuesta eficacia de la unidad de mando y la jerarquía frente al intelectualismo y la corrupción de los políticos. Cifró en una nueva guerra la oportunidad del desquite y la gloria, hasta la ruina total. El fascismo llegó al poder gracias, entre otras cosas, a la sintonía y a los pactos con las élites sociales y las derechas conservadoras, que lo infravaloraron y vieron en él una fuerza de choque contra el fantasma de la revolución y contra una realidad más tangible, las políticas democráticas con igualdad social. Para contener al fascismo una vez se desbocó, lo dejaron campar a sus anchas por Europa12. Ambas cosas explican el infame error de cálculo que fue la política de no intervención en la Guerra Civil española.

Parece que en Villain buscó el placer o la normalidad que requieren del anonimato y la paz, pero los testimonios sugieren que vivió atormentado por el crimen

La experiencia de la Guerra del 14 fue metabolizada de maneras muy distintas. La guerra empujó a algunos excombatientes y trabajadoras a la revolución, concebida como el procedimiento con el que poner fin a las lógicas de interés que la habían provocado. Otros la idealizaron y echaron de menos, tratando de recrearla en la acción política y llevando la política a las puertas de una nueva guerra. Pero otros muchos sintieron un deseo irrefrenable de vida, después de tantos años de penuria y de proximidad a la muerte. Se entregaron al deseo, transgrediendo en términos vitalistas las convenciones morales que la guerra y su necrofilia habían sacudido. Fueron los felices o locos años veinte, romantizados en las crónicas periodísticas y revisiones cinematográficas, porque el desfogue compensatorio malvivió con la escasez y el trauma, y la evasión placentera no siempre aplacó los pensamientos obsesivos y las pesadillas de los antiguos soldados. Muchos ni siquiera regresaron del todo a casa. Volvieron sus cuerpos espectrales, pero su personalidad y su mente quedaron atrapados en el horror de las trincheras. Pese a las heridas físicas y morales, la mayoría de excombatientes y de trabajadoras manifestaron una obstinada voluntad de normalidad. Querían dejar atrás esa terrible experiencia y que no volviera a repetirse. Deseaban retomar sus vidas, por pobres que fueran, o construir una nueva sin mayores pretensiones, vivir en paz. Las penurias, la desigualdad social, las tensiones y crisis de una postguerra irresuelta apenas ofrecieron oportunidades para ello.

Sorprendentemente Raoul Villain buscó estas dos últimas salidas a su tormentoso pasado. Cuando cambió para mal la percepción de la Gran Guerra y de sus responsables en Francia, Villain desapareció del mapa. Años después se le situó en la isla de Ibiza, destino entonces de bohemios, utopistas y gente deseosa de dejar atrás una vida convencional o estigmatizada. Tal vez allí coincidiera con Walter Benjamin, el genial filósofo que acudía a la isla a pasear por la naturaleza, experimentar con alguna droga y escribir en su cuaderno sobre estética y política revolucionaria, el mismo que en septiembre de 1940 llegó a Portbou huyendo del nazismo, donde se quitó la vida para no caer en manos de los nuevos entusiastas de la guerra. Parece que en Ibiza Villain buscó el placer o la normalidad que requieren del anonimato y la paz, pero los testimonios sugieren que vivió atormentado por el crimen o las consecuencias del crimen que cometió, o aterrorizado por la fuerza que cobraron los herederos políticos de Jaurès.

Ibiza. 14 de septiembre de 1936. España está en guerra. Un grupo de generales se ha sublevado contra el gobierno de la República, y el fracaso del golpe ha devenido en Guerra Civil. Cuentan con el respaldo de Hitler y Mussolini, y con la inhibición de las democracias europeas. Tras el intento fallido por recuperar para la República la isla de Mallorca, un grupo de milicianos arriba a la cala de Sant Vicent de Ibiza. Allí se encuentran una casa habitada por un hombre extranjero. Después de cruzar unas breves y acaloradas palabras disparan contra él y lo dejan muerto. Lo más probable es que no supieran quién era y pensaran que se trataba de un espía que trabajaba para los sublevados. Tal vez identificaran en su casa o en él mismo algún rasgo de afinidad con el enemigo, suficiente para asesinarlo en ese clima atroz. Hay quien plantea que quizá conocieran su identidad y obraran a conciencia. El hombre es Raoul Villain. Acaba de sucumbir a la cadena de acontecimientos catastróficos que contribuyó a activar 23 años atrás. Su cadáver permanece varios días abandonado, y su memoria apagada durante décadas13.

En 1924 trasladaron sus cenizas al Panteón de París, donde yacen las grandes figuras con las que el Estado ha querido identificar a la nación

Por el contrario, la figura de Jaurès se revalorizó a medida que la experiencia de la Gran Guerra fue reinterpretada en Francia como un cataclismo. La memoria de Jaurès se fue modificando en función de coyunturas, relaciones de fuerza o pugnas por su apropiación, pero diseñó en general una trayectoria ascendente. En 1924 trasladaron sus cenizas al Panteón de París, donde yacen las grandes figuras con las que el Estado ha querido identificar a la nación. Las imágenes de su entrada en el Panteón siguen cargadas de significados. Expresan una exhibición de fuerza obrera, la adhesión suscitada entre las clases populares, el intento de mitigar la culpa por el escarnio que sufrió en vida, la disputa entre socialistas y comunistas por su legado. Localidades gobernadas por las izquierdas pusieron el nombre de Jaurès a calles, plazas y estaciones de metro por toda Francia. A mediados de los cincuenta se creó un museo en su ciudad natal, Castres. Luego Jaurès se convirtió en un icono para las generaciones militantes del 68, que buscaban una tercera vía entre la “acomodación socialdemócrata” y el “autoritarismo estalinista”. Con esas melodías sesentayochistas, Jacques Brel compuso en 1977 la canción Pourquoi ont-ils tué Jaurès? François Mitterrand ensalzó su figura para sacudirse el estigma reformista que pesaba sobre el socialismo francés y cementar el pacto de gobierno con el PCF en 1981. En 1992, en plena resaca de la Primera Guerra del Golfo, el Partido Socialista Francés puso el nombre de Jaurès a su centro de estudios. En 2014, en el centenario de su muerte, los políticos franceses, de la derecha a la izquierda, rindieron tributo a Jaurès, con el primer ministro Manuel Valls y el presidente François Hollande a la cabeza, que realizó una ofrenda floral en el Café du Croissant. En todos los países europeos, también en España, se multiplicaron los artículos y elogios a su figura.

31 de julio de 2022. ¿Cómo se mirará, si es que se mira, este año de guerra la figura de Jaurès en el aniversario de su asesinato?

viernes, 8 de julio de 2022

La trágica historia de Patrice Lumumba, el líder congolés asesinado del que solo quedó un diente de oro

                                                           Patrice Lumumba llevó al Congo a la independencia.

Un diente con corona de oro es todo lo que queda del héroe independentista congolés Patrice Lumumba.

Fue asesinado a tiros en 1961 por un pelotón de fusilamiento con el respaldo tácito de la antigua potencia colonial Bélgica.

Su cuerpo fue enterrado en una tumba poco profunda, luego desenterrado y transportado 200 km para ser enterrado nuevamente. Después fue exhumado y luego cortado en pedazos.

Finalmente lo disolvieron en ácido.

El entonces comisario de la policía belga, Gerard Soete, quien supervisó y participó en la destrucción de los restos, tomó el diente, según admitió más tarde.

También dijo que había quedado un segundo diente, además de dos dedos del cadáver, pero aún no los han encontrado.

Las autoridades belgas le devolvieron el diente a la familia del líder en una ceremonia en Bruselas.

Un "trofeo de caza"
El impulso de Soete al embolsillarse las partes del cuerpo pone en evidencia el comportamiento de los funcionarios coloniales europeos de la época: solían llevarse algunos restos a sus casas como recuerdos macabros.

Pero también sirvió como humillación final a un hombre que Bélgica consideraba como un enemigo.

Soete, que apareció en un documental en 1999, aseguró que consideraba el diente y los dedos que tomó como "una especie de trofeo de caza".

El lenguaje utilizado sugiere que para el policía belga, Lumumba, quien era venerado en todo el continente como una de las principales voces de la liberación africana, valía menos que otro humano.

Sin embargo, para la hija de Lumumba, Juliana, la pregunta real es si los perpetradores eran humanos.

"¿Qué cantidad de odio debes tener para hacer eso?", se pregunta.

"Esto recuerda a lo que sucedió con los nazis, quienes tomaron pedazos de personas. Es un crimen contra la humanidad", le dijo a la BBC.

Lumumba se convirtió en primer ministro a la edad de 34 años.

Fue electo en los últimos días del gobierno colonial y encabezó el gabinete de la nueva nación independiente.

En junio de 1960, en el momento de la entrega del poder, el rey belga Balduino elogió la administración colonial y se refirió a uno de sus ancestros, Leopoldo II, como el "civilizador" del país.

No mencionó a los millones de personas que murieron o sufrieron brutalidades bajo su reinado en lo que entonces se conocía como el Estado Libre del Congo, que gobernó como una preciada propiedad personal.

Esta falta de reconocimiento del pasado presagió años de negación en Bélgica, que recién ahora ha comenzado a aceptarlo.

Humillación
Lumumba no estaba tan reacio a reconocer el pasado.

En un discurso que no estaba previsto en el programa oficial, el entonces primer ministro habló abiertamente de la violencia y la degradación que habían sufrido los congoleses.

En una retórica demoledora, interrumpida solamente por rondas de aplausos y una gran ovación de pie cuando concluyó, el líder describió "la humillante esclavitud que nos impusieron por la fuerza".

Los belgas quedaron atónitos, según el académico Ludo De Witte, quien escribió un relato innovador sobre el asesinato.

Nunca antes un africano negro se había atrevido a hablar así frente a los europeos.

Se consideró que el primer ministro, de quien De Witte dice que había sido descrito como un ladrón analfabeto en la prensa belga, humilló al rey y a otros funcionarios belgas.

Algunos han dicho que con su discurso Lumumba firmó su propia sentencia de muerte, pero su asesinato al año siguiente también ocurrió en el contexto de la Guerra Fría y del deseo belga de mantener el control del territorio.

Los estadounidenses también estaban tramando su muerte debido a que temían un posible giro del país hacia la Unión Soviética y su anticolonialismo intransigente.

Por su parte, un funcionario británico escribió un memorándum sugiriendo que matarlo era una opción.

Aún recordado
Sin embargo, muchos consideran que hubo un elemento personal en la forma en que Lumumba fue vilipendiado y perseguido.

La destrucción total del cuerpo, además de la forma de deshacerse de la evidencia, parece un esfuerzo por borrar a Lumumba de la memoria colectiva.

No habría memorial, lo que haría casi posible negar que algún día existió. No bastaba con enterrarlo.

Pero aún es recordado.

Sobre todo por su hija Juliana, quien fue una de las principales impulsoras de la campaña para que devolvieran el diente y que fue a Bruselas a recibirlo.

Juliana deja escapar una pequeña sonrisa mientras le vienen a la mente recuerdos de su infancia.

Como la más joven y la única niña en la familia, dice que siempre estuvo muy unida a su padre.

Juliana Lumumba tenía "menos de cinco años" cuando su padre se convirtió en primer ministro. Recuerda que le permitían estar en su oficina "sentada y mirando a mi padre cuando estaba trabajando".

"Para mí era papá", añade.

"Tiene que volver a su país"
Pero reconoce que su padre "pertenece al país, porque murió por el Congo... y por sus propios valores y convicciones de la dignidad de los africanos".

Reconoce que la entrega del diente en Bélgica y su regreso a la República Democrática del Congo es simbólico "porque lo que queda no es realmente suficiente".

"Pero tiene que volver a su país donde se derramó su sangre".

El diente será llevado a diferentes lugares del vasto país antes de ser enterrado en la capital.

Despido y arresto
Durante años, la familia Lumumba no supo exactamente qué le había sucedido a su padre, ya que el silencio rodeó las circunstancias de su muerte.

El giro que dio su vida, pasando de ser primer ministro a víctima de un asesinato, tomó menos de siete meses.

Poco después de su independencia, el país se vio afectado por una crisis secesionista cuando la provincia sudoriental de Katanga, rica en minerales, declaró que se estaba separando del resto del país.

En el caos político que siguió, se enviaron tropas belgas con el argumento de que protegerían a los ciudadanos belgas, pero también ayudaron a apoyar a la administración de Katangan, que se consideraba más complaciente.

Lumumba fue despedido como primer ministro por el presidente y poco más de una semana después, el jefe del estado mayor del ejército, el coronel Joseph Mobutu, tomó el poder.

El primer ministro fue puesto bajo arresto domiciliario, escapó y luego lo arrestaron nuevamente en diciembre de 1960, antes de que lo mantuvieran detenido en el oeste del país.

Su presencia allí fue vista como una posible fuente de inestabilidad y el gobierno belga alentó su traslado a Katanga.

Durante el vuelo hacia la provincia el 16 de enero de 1961 fue maltratado. Más tarde lo golpearon al llegar, mientras los líderes de Katanga decidían qué hacer con él.

Fusilamiento y destrucción de los restos
Finalmente decidieron que moriría en un pelotón de fusilamiento y el 17 de enero fue fusilado junto a dos de sus aliados.

Fue entonces cuando intervino el comisario de policía Gerard Soete. Al darse cuenta de que los cuerpos podían ser descubiertos, tomaron la decisión de "¡hacerlos desaparecer de una vez por todas! No debe quedar ningún rastro", según el testimonio citado en el libro de De Witte The Assassination of Lumumba (El asesinato de Lumumba).

Armado con sierras, ácido sulfúrico, máscaras faciales y whisky, Soete dirigió un equipo para mover, destruir y disponer de los restos. Fue un proceso que más tarde describiría como un viaje "a las profundidades del infierno".

Pero no fue hasta casi 40 años después, en 1999, que reconoció públicamente que había estado involucrado y que todavía tenía un diente en su poder.

Dijo que se había deshecho de las otras partes que había tomado del cuerpo.

Juliana Lumumba suspira profundamente cuando recuerda haber escuchado que una parte de su padre aún existía.

"Puedes entender lo que sentí al respecto", asegura, con la voz llena de emoción.

No se sabe qué hizo Soete con el diente cuando estaba en su poder. Una fotografía lo muestra en una caja acolchada, pero no se sabe si estaba en exhibición.

Pero sí se quedó dentro de su familia.

Resurgió en 2016 cuando la hija de Soete, Godelieve, concedió una entrevista a la revista belga Humo, publicada justo antes del 55 aniversario del asesinato de Lumumba.

"Un consuelo para la familia"
Dijo que su "pobre papi" tuvo que sufrir con el recuerdo de lo que hizo.

Godelieve Soete también piensa que las autoridades deberían disculparse con su familia por la orden que le dieron a su padre.

Afirmó que él había mantenido un archivo privado y aunque después de su muerte en el año 2000 muchas cosas fueron botadas, ella "pudo salvar cosas interesantes".

Entre esas cosas estaba el diente que sacó para mostrárselo al entrevistador y al fotógrafo.

Luego fue incautado por la policía belga después de que De Witte presentara una denuncia y tras una batalla legal de cuatro años, un tribunal dictaminó que debería ser devuelto a la familia Lumumba.

Como parte de la campaña para recuperarlo, la Sra. Lumumba escribió una conmovedora y poética carta abierta al rey Felipe.

"¿Por qué, después de su terrible asesinato, los restos de Lumumba han sido condenados a permanecer para siempre como un alma errante, sin una tumba que cobije su eterno descanso?", preguntó.

Con la devolución del diente, el exprimer ministro tendrá un lugar de descanso final en un mausoleo especial en la capital, Kinshasa.

"Esto es lo que solemos hacer en nuestra cultura, nos gusta enterrar a nuestros muertos", explica el historiador congoleño y embajador del país ante la ONU, Georges Nzongola-Ntalaja.

"Es un consuelo para la familia y el pueblo del Congo porque Lumumba es nuestro héroe y nos gustaría darle un entierro digno".

El libro de De Witte, que rompió años de silencio por parte de las autoridades, condujo a la creación en 1999 de una investigación parlamentaria encargada de determinar las "circunstancias exactas del asesinato... y la posible implicación de políticos belgas".

En sus conclusiones, dos años después, arrojó que "las normas del pensamiento políticamente correcto internacional eran diferentes" en la década de 1960.

Sin embargo, a pesar de que no encontraron un documento que ordenara el asesinato de Lumumba, la investigación concluyó que ciertos miembros del gobierno "fueron moralmente responsables de las circunstancias que llevaron a su muerte".

https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-61875185

martes, 29 de marzo de 2022

Imanol Uribe vuelve a la madrugada del asesinato de Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas en ‘Llegaron de noche’.

                                         

El cineasta narra a través de los ojos de Lucía, la limpiadora superviviente, la matanza perpetrada en 1989 por los militares salvadoreños.

“Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche serán los militares los que me maten”. El jesuita Ignacio Ellacuría (Portugalete, 1930-San Salvador, 1989) sabía lo que le podía pasar durante la guerra civil salvadoreña. Y pasó: el 16 de noviembre de 1989, las tropas del Gobierno salvadoreño, una brutal dictadura militar, entraron en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y asesinaron a cinco jesuitas españoles, entre ellos Ellacuría, a otro religioso salvadoreño, a la cocinera y a su hija de 16 años. Por diversos lazos emocionales, Imanol Uribe (San Salvador, 72 años) se sentía ligado a esa historia. “Conocí de una manera muy circunstancial a Ellacuría”, recuerda. Hacia 1974, el cineasta era amigo de una sobrina del jesuita, ya entonces conocido por su planteamiento religioso-filosófico novedoso, más cercano a los que sufren, como parte de la Teología de la Liberación, y cuando Ellacuría dio una conferencia en Salamanca fue a escucharle. “Incluso me lo presentó. Me llamó mucho la atención el magnetismo que poseía”, explica el director de La muerte de Mikel, Días contados o Bwana. “Tenía un aura”.

Aquella noche de noviembre, los militares dispararon y ejecutaron a quienes encontraron en la zona de la residencia de la UCA, sin darse cuenta de que en un alojamiento en teoría vacío se habían refugiado, huyendo de la guerra civil que ya había asolado su pueblo, una limpiadora, su marido y su bebé. Esa mujer, Lucía Barrera de Cerna, se convirtió en la testigo que señaló a los asesinos. “A mí la matanza me pilló justo en Sudamérica, y me impresionó mucho”, asegura Uribe. “Es más, había estado en el aeropuerto de San Salvador, porque estaba localizando para una serie de TVE que nunca se hizo, y ni pudimos bajar del avión”. Por si fuera poco, el cineasta nació y vivió sus primeros siete años en la capital salvadoreña. “Fue durante una época más tranquila y desde luego completamente alejados de la miseria de las calles, porque residíamos en una colonia para extranjeros”. Y estudió en los jesuitas. Uribe parecía predestinado a dirigir Llegaron de noche, que tras concursar en el Festival de Málaga se estrena comercialmente este viernes.

Aunque el desencadenante final fue la novela Noviembre, de Jorge Galán: “Trata más historias del país centroamericano, como el asesinato de monseñor Romero. Pero ahí ya aparecía Lucía, un vehículo fantástico para contar esa historia”. Lo duro de la historia de Barrera de Cerna es que huyendo de la guerra se la encontró de frente donde pensaba que estaría a salvo. “Es ese tipo de personajes trágicos que están en el peor sitio en el peor momento, muy tradicionales en el cine. Un solo hecho les cambia completamente la vida. El añadido actual es que en esta época en que la verdad no vale nada, en que estamos rodeados de fake news, la historia de una mujer humilde que por encima de todo, jugándose su vida y la de su familia, se va a sacrificar por que se sepa lo ocurrido es un gran argumento. Me parece fundamental”.

Intereses cruzados
¿Por qué fueron asesinados los jesuitas? Uribe ni duda: “Había muchos intereses cruzados para que se mantuviera el conflicto, y Ellacuría mediaba por alcanzar la paz. El Gobierno estadounidense financiaba la dictadura salvadoreña, y muchos querían que ese grifo económico siguiera abierto”. No rodaron en El Salvador por la violencia que aún bulle en el país. “Y porque muchos de los culpables de aquella matanza siguen en la calle”.

A Uribe le ha costado sacar adelante este proyecto siete años. “Han pasado muchas cosas: cambio de productora, pandemia, búsqueda de fecha de estreno... Además, el cine que yo hago, absolutamente libre, alejado de plataformas, es cada vez más complicado de producir. Son películas que están empezando a desaparecer”, analiza el cineasta. “O te mueves en presupuestos muy pequeños o muy grandes. El resto...”. Y confiesa: “Mi problema es que yo solo puedo hacer lo que me gusta, que tenga sentido. No juzgo a los demás; sin embargo, yo no me veo haciendo series. Y espero morirme rodando”.

Para Llegaron de noche el director volvió a su ciudad natal, habló con más gente relacionada con la historia, como el provincial de los jesuitas José María Tojeira (Carmelo Gómez, en la película), que luchó por revelar lo que había pasado. “Y fuimos a California, a conocer a Lucía, que vive a 240 kilómetros de San Francisco”. Primero fue él. Y tras la pandemia Juana Acosta, su alter ego en el filme, visitó a Barrera. “Tuve muy claro desde que escribimos el primer guion que sería Juana. Pura intuición. Aunque fuera una colombiana de clase alta que encaraba el personaje de una humilde sirvienta salvadoreña”, explica.

Lucía Barrera de Cerna acabó, protegida por los jesuitas, en EE UU. Allí se convirtió en enfermera, “doblando turnos, trabajando sin descanso para mantener a la familia”, cuenta Uribe. El bebé que protegió en 1989 creció; su hija también se convirtió en enfermera en la zona de Oakland. “Un buen final”.

https://elpais.com/cultura/2022-03-24/imanol-uribe-vuelve-a-la-madrugada-del-asesinato-de-ignacio-ellacuria-y-sus-companeros-jesuitas-en-llegaron-de-noche.html

lunes, 28 de febrero de 2022

Se cumplen 36 años del asesinato del primer ministro de Suecia. Olof Palme protestó contra los bombardeos norteamericanos en Hanói

 

El arte, el arte de verdad, es fuerte, indomable, testarudo. Es como el amor, nunca se puede aniquilar y puede vivir incluso en tiempos difíciles y en condiciones primitivas. Por eso el hombre en todas las épocas ha logrado crear arte, ha tenido la fuerza para escribir en tiempos de guerra, ha podido cantar en la desgracia. (Olof Palme, México, febrero 1984) 

 El 28 de febrero de 1986, a las 23:21 horas, el primer ministro sueco socialdemócrata, Olof Palme, fue alcanzado por una bala en pleno centro de Estocolmo.


Después de haber visto la película “Los hermanos Mozart”, en el Cine Grand, caminaba por la calle junto a su esposa Lisbet Palme. De pronto, en el cruce de las calles Sveavägen – Tunnelgatan (hoy la calle Olof Palme), él y su mujer fueron impactados por dos tiros que salían de un potente revólver Magnum Smith & Wesson de calibre 357. El tiro que recibió Palme no lo mató en el acto, pero fue mortal porque falleció 45 minutos después en el hospital de Sabbatsberg. Mientras que su mujer fue herida, pero no de gravedad. Fuentes fidedignas revelaron que Palme era un hombre que valoraba su vida privada, y que no le gustaba la protección. Por eso, esa tarde rechazó la seguridad de un guardaespaldas.

Al principio de la investigación se sospechaba de un extranjero como autor del crimen: un kurdo de Irak, miembro del grupo guerrillero PKK, entrenado por la KGB, un asesino profesional chileno, una persona vinculada al Gobierno de Sudáfrica y el ex mercenario yugoslavo, Ivan von Birchan, dijo que la CIA le había ofrecido dos millones de dólares para asesinar a Olof Palme. Luego existieron otros sospechosos suecos, siendo los más notorios para la investigación: Christer Pettersson, un alcohólico que estuvo detenido en prisión casi un año como presunto criminal de Palme. Y Stig Engström, un diseñador gráfico que trabajaba en la Empresa de seguros Skandia. De ahí que figura en las investigaciones como “El hombre de Skandia” (Skandiamannen). Engström y Pettersson han muerto hace mucho tiempo.

Stig Engström fue el primer testigo del crimen. Y declaró que fue él, la primera persona que socorrió a Palme herido de muerte. De acuerdo a sus palabras, ese día se quedó en su oficina trabajando hasta altas horas de la noche. Y cuando se iba a su casa, se topó con Lisbet Palme y su marido tirado en la calle sangrando. La Policía consideró que sus declaraciones eran contradictorias y pasó a ser considerado un sospechoso del macabro asesinato. Lo extraño y curioso de esta historia, es que la Policía no investigó a fondo a Engström. Y por todo lo que se descubrió muchos años más tarde, da la impresión que las indagaciones, referentes a Engström, se quedaron empolvadas en algún estante de los Archivos de la Policía.

Según la página digital de la Policía sueca, la investigación sobre Olof Palme contiene 22.430 hojas y figuran 90.000 personas. Se han tomado declaraciones a más de 10.000 personas, 134 personas han confesado ser el asesino de Palme, de las cuales 29 lo han hecho directamente en la Policía. A decir verdad, la Policía cometió graves errores desde los primeros instantes del asesinato. Por ejemplo, no precintaron la zona donde ocurrió el homicidio. Las balas fueron encontradas por una persona que caminaba por la calle. La Policía también fue criticada por la manera de llevar a cabo los interrogatorios a la viuda Lisbet Palme. Y a medida que pasaba el tiempo se sumaban otras críticas. En el año 2020, es decir, después de 34 años del magnicidio de Olof Palme, la Fiscalía sueca decidió poner fin a la investigación; alegando que ha muerto la persona sospechosa del crimen. Y el fiscal, Krister Petersson, señala como sospechoso principal a Stig Engström. Y continúa: “el material que ha surgido no es suficiente para que un tribunal considere que Engström sea culpable”. El mensaje de Petersson es ambiguo y da lugar a muchas interpretaciones. Cabe indicar que Stig Engström se quitó la vida en junio de 2000.

Y entre este meollo de juicios, conjeturas y sospechas; el asesinato de Olof Palme ha pasado a ser una historia en donde se mezclan muchísimas teorías de conspiración. Toda la trama y el supuesto autor del crimen superan la ficción. En las novelas policiacas donde ocurre un crimen, al final el asesino es descubierto. Pero en este caso, el supuesto asesino gozó de libertad y decidió suicidarse. Lo tragicómico de esta narración es que Stig Engström estaba en las manos de la Policía desde el primer minuto de la pesquisa. Entonces podríamos decir que el atentado contra Palme y las investigaciones en torno al criminal, han dado lugar a una novela policiaca que no tiene fin. Todo esto ha hecho volar la fantasía de muchos periodistas, investigadores, intelectuales y escritores de todo el mundo. Se han escrito notas, artículos, libros y documentos. Finalmente la novela negra, inspirada en el asesinato de Palme, se ha llevado a la pantalla con el nombre de El asesino improbable (Netflix).

Olof Palme era un hombre controvertido, inteligente y ha hecho mucho por Suecia. Su lenguaje político hacía temblar al adversario. Amado por muchos y odiado por otros. Gracias a él se han realizado grandes conquistas sociales que son vigentes hoy en día. Entre otras cosas: la posibilidad de un préstamo para estudios universitarios, el derecho a 16 meses de baja de maternidad cobrando el 80% del sueldo, el cuidado de los ancianos y minusválidos alcanzó altos niveles, se introdujeron subsidios para la vivienda y subsidios para niños y niñas menores de 18 años.

Fue un defensor acérrimo de los Derechos Humanos, de la paz mundial y de los países en vías de desarrollo. Luchaba contra las injusticias sociales, los abusos de Estados Unidos, el régimen del apartheid y apoyaba al Congreso Nacional Africano. En 1968 participó en una manifestación anti-norteamericana, y junto al Embajador de Vietnam del Norte en Moscú marcharon, por las calles de Estocolmo, con teas en las manos como una señal de protesta contra los bombardeos norteamericanos en Hanói. Palme comparó esos bombardeos con la de los nazis, y pasó a ser un enemigo de Estados Unidos. Entonces el Gobierno de Lyndon B. Johnson retiró a su embajador de Estocolmo.

Suecia, a pesar de ser un país pequeño, ha buscado maneras de influir en la política internacional, sobre todo, para promover la seguridad y la paz mundial. En este contexto, Olof Palme, como representante especial de la ONU, jugó un papel importante como mediador en el conflicto bélico entre Irán e Iraq. Apoyó firmemente a los movimientos de liberación de América Latina y del mundo. Su brillante pensamiento pacifista fue plasmado en conceptos de seguridad que están definidos por la Comisión Independiente sobre el Desarme y la Seguridad (Comisión Palme). Su preocupación por la seguridad internacional y el desarme, lo llevó por diferentes países del mundo a exponer sus ideas sobre este tema. Decía que no se alcanzaba la paz atemorizando al enemigo con un poderío bélico.

El 6 de abril de 1986, Palme tenía que viajar a la ex Unión Soviética para conversar con Mijaíl Gorbachov sobre el desarme nuclear, pero fue abatido con un tiro certero un mes antes. Desde entonces el mundo está, cada vez, más chiflado. La diplomacia y el desarme han fracasado. La paz mundial y la justicia se alejan como parte de los sistemas estructurales civilizados y orientados hacia la humanidad. Estados Unidos sigue con sus ínfulas de ser los dueños del mundo. Y, por consiguiente, quieren instalar bases militares en todos los rincones del Planeta, incluso en las narices de Rusia. Este paradigma militar de supremacía trasnochada, ha sido el principal fundamento para que el Gobierno de Biden hiciera caso omiso a la petición rusa para conservar la paz. Pues ahora los cielos de Europa se han puesto tenebrosos a causa de la guerra entre Rusia y Ucrania. Ojalá que ningún loco apriete el botón rojo del apocalipsis. Los pueblos y las naciones del mundo quieren vivir en paz sin Ejércitos alienados, ni gobiernos empeñados en armarse hasta los dientes. Ahora más que nunca se debe apelar a las ideas planteadas por la Comisión Palme porque conducen a la vía más adecuada para alcanzar, la tan anhelada paz mundial.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://rebelion.org/olof-palme-protesto-contra-los-bombardeos-norteamericanos-en-hanoi/