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lunes, 28 de febrero de 2022

Se cumplen 36 años del asesinato del primer ministro de Suecia. Olof Palme protestó contra los bombardeos norteamericanos en Hanói

 

El arte, el arte de verdad, es fuerte, indomable, testarudo. Es como el amor, nunca se puede aniquilar y puede vivir incluso en tiempos difíciles y en condiciones primitivas. Por eso el hombre en todas las épocas ha logrado crear arte, ha tenido la fuerza para escribir en tiempos de guerra, ha podido cantar en la desgracia. (Olof Palme, México, febrero 1984) 

 El 28 de febrero de 1986, a las 23:21 horas, el primer ministro sueco socialdemócrata, Olof Palme, fue alcanzado por una bala en pleno centro de Estocolmo.


Después de haber visto la película “Los hermanos Mozart”, en el Cine Grand, caminaba por la calle junto a su esposa Lisbet Palme. De pronto, en el cruce de las calles Sveavägen – Tunnelgatan (hoy la calle Olof Palme), él y su mujer fueron impactados por dos tiros que salían de un potente revólver Magnum Smith & Wesson de calibre 357. El tiro que recibió Palme no lo mató en el acto, pero fue mortal porque falleció 45 minutos después en el hospital de Sabbatsberg. Mientras que su mujer fue herida, pero no de gravedad. Fuentes fidedignas revelaron que Palme era un hombre que valoraba su vida privada, y que no le gustaba la protección. Por eso, esa tarde rechazó la seguridad de un guardaespaldas.

Al principio de la investigación se sospechaba de un extranjero como autor del crimen: un kurdo de Irak, miembro del grupo guerrillero PKK, entrenado por la KGB, un asesino profesional chileno, una persona vinculada al Gobierno de Sudáfrica y el ex mercenario yugoslavo, Ivan von Birchan, dijo que la CIA le había ofrecido dos millones de dólares para asesinar a Olof Palme. Luego existieron otros sospechosos suecos, siendo los más notorios para la investigación: Christer Pettersson, un alcohólico que estuvo detenido en prisión casi un año como presunto criminal de Palme. Y Stig Engström, un diseñador gráfico que trabajaba en la Empresa de seguros Skandia. De ahí que figura en las investigaciones como “El hombre de Skandia” (Skandiamannen). Engström y Pettersson han muerto hace mucho tiempo.

Stig Engström fue el primer testigo del crimen. Y declaró que fue él, la primera persona que socorrió a Palme herido de muerte. De acuerdo a sus palabras, ese día se quedó en su oficina trabajando hasta altas horas de la noche. Y cuando se iba a su casa, se topó con Lisbet Palme y su marido tirado en la calle sangrando. La Policía consideró que sus declaraciones eran contradictorias y pasó a ser considerado un sospechoso del macabro asesinato. Lo extraño y curioso de esta historia, es que la Policía no investigó a fondo a Engström. Y por todo lo que se descubrió muchos años más tarde, da la impresión que las indagaciones, referentes a Engström, se quedaron empolvadas en algún estante de los Archivos de la Policía.

Según la página digital de la Policía sueca, la investigación sobre Olof Palme contiene 22.430 hojas y figuran 90.000 personas. Se han tomado declaraciones a más de 10.000 personas, 134 personas han confesado ser el asesino de Palme, de las cuales 29 lo han hecho directamente en la Policía. A decir verdad, la Policía cometió graves errores desde los primeros instantes del asesinato. Por ejemplo, no precintaron la zona donde ocurrió el homicidio. Las balas fueron encontradas por una persona que caminaba por la calle. La Policía también fue criticada por la manera de llevar a cabo los interrogatorios a la viuda Lisbet Palme. Y a medida que pasaba el tiempo se sumaban otras críticas. En el año 2020, es decir, después de 34 años del magnicidio de Olof Palme, la Fiscalía sueca decidió poner fin a la investigación; alegando que ha muerto la persona sospechosa del crimen. Y el fiscal, Krister Petersson, señala como sospechoso principal a Stig Engström. Y continúa: “el material que ha surgido no es suficiente para que un tribunal considere que Engström sea culpable”. El mensaje de Petersson es ambiguo y da lugar a muchas interpretaciones. Cabe indicar que Stig Engström se quitó la vida en junio de 2000.

Y entre este meollo de juicios, conjeturas y sospechas; el asesinato de Olof Palme ha pasado a ser una historia en donde se mezclan muchísimas teorías de conspiración. Toda la trama y el supuesto autor del crimen superan la ficción. En las novelas policiacas donde ocurre un crimen, al final el asesino es descubierto. Pero en este caso, el supuesto asesino gozó de libertad y decidió suicidarse. Lo tragicómico de esta narración es que Stig Engström estaba en las manos de la Policía desde el primer minuto de la pesquisa. Entonces podríamos decir que el atentado contra Palme y las investigaciones en torno al criminal, han dado lugar a una novela policiaca que no tiene fin. Todo esto ha hecho volar la fantasía de muchos periodistas, investigadores, intelectuales y escritores de todo el mundo. Se han escrito notas, artículos, libros y documentos. Finalmente la novela negra, inspirada en el asesinato de Palme, se ha llevado a la pantalla con el nombre de El asesino improbable (Netflix).

Olof Palme era un hombre controvertido, inteligente y ha hecho mucho por Suecia. Su lenguaje político hacía temblar al adversario. Amado por muchos y odiado por otros. Gracias a él se han realizado grandes conquistas sociales que son vigentes hoy en día. Entre otras cosas: la posibilidad de un préstamo para estudios universitarios, el derecho a 16 meses de baja de maternidad cobrando el 80% del sueldo, el cuidado de los ancianos y minusválidos alcanzó altos niveles, se introdujeron subsidios para la vivienda y subsidios para niños y niñas menores de 18 años.

Fue un defensor acérrimo de los Derechos Humanos, de la paz mundial y de los países en vías de desarrollo. Luchaba contra las injusticias sociales, los abusos de Estados Unidos, el régimen del apartheid y apoyaba al Congreso Nacional Africano. En 1968 participó en una manifestación anti-norteamericana, y junto al Embajador de Vietnam del Norte en Moscú marcharon, por las calles de Estocolmo, con teas en las manos como una señal de protesta contra los bombardeos norteamericanos en Hanói. Palme comparó esos bombardeos con la de los nazis, y pasó a ser un enemigo de Estados Unidos. Entonces el Gobierno de Lyndon B. Johnson retiró a su embajador de Estocolmo.

Suecia, a pesar de ser un país pequeño, ha buscado maneras de influir en la política internacional, sobre todo, para promover la seguridad y la paz mundial. En este contexto, Olof Palme, como representante especial de la ONU, jugó un papel importante como mediador en el conflicto bélico entre Irán e Iraq. Apoyó firmemente a los movimientos de liberación de América Latina y del mundo. Su brillante pensamiento pacifista fue plasmado en conceptos de seguridad que están definidos por la Comisión Independiente sobre el Desarme y la Seguridad (Comisión Palme). Su preocupación por la seguridad internacional y el desarme, lo llevó por diferentes países del mundo a exponer sus ideas sobre este tema. Decía que no se alcanzaba la paz atemorizando al enemigo con un poderío bélico.

El 6 de abril de 1986, Palme tenía que viajar a la ex Unión Soviética para conversar con Mijaíl Gorbachov sobre el desarme nuclear, pero fue abatido con un tiro certero un mes antes. Desde entonces el mundo está, cada vez, más chiflado. La diplomacia y el desarme han fracasado. La paz mundial y la justicia se alejan como parte de los sistemas estructurales civilizados y orientados hacia la humanidad. Estados Unidos sigue con sus ínfulas de ser los dueños del mundo. Y, por consiguiente, quieren instalar bases militares en todos los rincones del Planeta, incluso en las narices de Rusia. Este paradigma militar de supremacía trasnochada, ha sido el principal fundamento para que el Gobierno de Biden hiciera caso omiso a la petición rusa para conservar la paz. Pues ahora los cielos de Europa se han puesto tenebrosos a causa de la guerra entre Rusia y Ucrania. Ojalá que ningún loco apriete el botón rojo del apocalipsis. Los pueblos y las naciones del mundo quieren vivir en paz sin Ejércitos alienados, ni gobiernos empeñados en armarse hasta los dientes. Ahora más que nunca se debe apelar a las ideas planteadas por la Comisión Palme porque conducen a la vía más adecuada para alcanzar, la tan anhelada paz mundial.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://rebelion.org/olof-palme-protesto-contra-los-bombardeos-norteamericanos-en-hanoi/

viernes, 16 de abril de 2021

_- Adiós Arcadi.

_- El encargo de una nota In memoriam sobre el Arcadi Oliveres, a la vez que ilusión, se me hace un poco difícil concretarla. Sea porque hace solo unos veinte años que le conozco, sea porque en Google aparecen tantas entradas con reseñas sobre Arcadi y/o entrevistas realizadas hace unas pocas semanas o algunos años, que no sé qué más puedo aportar.

Desde su partida, el pasado martes 6 de abril, muchos son los medios de comunicación que se han hecho eco de su muerte y han mostrado con más o menos amplitud quien era, su pensamiento, las luchas que compartió o impulsó y sus alternativas.

Arcadi Oliveres i Boadella (Barcelona, 27 de noviembre de 1945 - Sant Cugat del Vallès, 6 de abril de 2021) ha muerto a la edad de 76 años, a causa de un cáncer de páncreas terminal diagnosticado hace muy poco.

Arcadi Oliveres, profesor de economía en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero a la par, y, sobre todo, activista por los derechos humanos, la paz, el anticapitalismo, el decrecimiento, la solidaridad internacional…, ha sido, es, desde hace décadas, uno de los referentes sociales más queridos y respetados en Cataluña.

En cuanto recibió el diagnóstico, en enero, pidió poder pasar los últimos días en su casa, con su familia. La noticia corrió como la pólvora. Desde ese momento cada día recibe una docena de visitas (antiguos alumnos, activistas, periodistas, compañeros y compañeras de proyectos compartidos…). Muchísima gente quería saludar y dar ánimos al maestro, al activista, al referente, al Arcadi.

La familia abrió una página web https://missatges.arcadioliveres.cat/ para vehicular que todo el mundo pudiera enviarle mensajes, conscientes de que ha hecho un largo camino, con mucha gente. Así mientras pueda, los irá leyendo, explicaba una familiar. Han sido más de 7.000 los mensajes de apoyo recibidos.

Persona comprometida desde siempre. Siendo estudiante participa en la Caputxinada (1966) en plena dictadura franquista, implicándose en las asambleas clandestinas del Sindicato Democrático de Estudiantes.

Es referente en la lucha contra la globalización, participando en Seattle en la movilización contra la reunión de la OMC (Organización Mundial del Comercio), impulsando desde la entidad Justícia i Pau (de la que fue presidente) la movilización contra el Banco Mundial en Barcelona (2001) y la posterior participación en los diferentes Foros sociales mundiales desde Porto Alegre a Bamako, y toda la movilización social que confluía en estos espacios altermundialistas, animando las relaciones norte-sur.

Antes había participado activamente en la campaña (desde 1981) para conseguir que el 0,7% del presupuesto público fuera a parar a los países en vías de desarrollo, objetivo que aún hoy incumplen la mayoría de las instituciones.

Empecé a coincidir con Arcadi en las reuniones de preparación de la movilización de rechazo al encuentro del Banco Mundial en Barcelona. Uno más en las asambleas. Más tarde en los Foros Mundiales y en propuestas sugeridas y/o compartidas desde mi responsabilidad política de Solidaritat i Pau en la organización donde militaba. Siempre amable, pedagógico, positivo.

Siempre dispuesto para una charla, un debate, una actividad o dar apoyo a una causa justa. No importaba fuera ésta, grande o pequeña, siempre que fuera justa. Apoyando la huelga de hambre de trabajadores de SEAT despedidos o los de Telefónica, o como miembro activo del encierro de inmigrantes en la iglesia del Pí para pedir la regularización y papeles. También en favor del derecho a la autodeterminación y la libertad de los presos y presas políticas. Contra la pena de muerte.

Sus intervenciones nunca dejaban indiferente. Denuncia clara del sistema capitalista, del gasto armamentístico, de cómo las multinacionales esquilman los recursos de grandes partes del planeta pisoteando cualquier derecho. Decía, “el capitalismo es un sistema criminal y se ha de erradicar. ¿sabéis por qué?”. Respiraba y arrancaba con la respuesta, los datos y la justificación del porque el sistema capitalista es criminal. Y aunque ya lo hubieses escuchado en otra ocasión, te parecía siempre interesante.

Con datos sobre el gasto público, bien conocedor, no solo por ser economista sino por todo el trabajo en favor de la paz y el desarme realizado desde la entidad Justícia i Pau, ha ido dejando bien al descubierto, también, los oscuros negocios de la monarquía española en ese terreno.

Con el movimiento del 15M, volvió a tener un papel importante. Sus intervenciones en una plaza Catalunya a rebosar, explicando el carácter criminal del sistema capitalista, del papel de los mercados, entroncó con una nueva generación. Siempre con rigor, dureza y corrección.

Trabajó para tejer puentes entre fuerzas de izquierdas. En 2013 junto con Teresa Forcades presentó la propuesta de un movimiento social para la creación de una candidatura popular y unitaria a las elecciones catalanas. No cuajó. Una pena.

Ahora se habla poco de la deuda externa de los países empobrecidos. Durante unos años la lucha en favor de la condonación de la deuda externa y la Consulta sobre la Deuda externa en Catalunya forjó todo un sector de activistas en pro de los derechos de los pueblos y de las finanzas éticas. Y antes, en los años ochenta y noventa, las luchas a favor de la objeción de conciencia al servicio militar y contra la entrada de España en la OTAN, el rechazo a todas las guerras e invasiones militares, contaron con el movimiento pacifista y antimilitarista, participando siempre Arcadi Oliveres en él.

España dedica cada día 56 millones de euros para preparar la guerra. ¿No podría destinarse el dinero del gasto militar a causas sociales? Se preguntaba de manera reiterada en cada una de sus charlas y conferencias.

Persona excepcional y optimista por naturaleza. En estas últimas semanas ha recibido miles de mensajes de apoyo, cientos de visitas y entrevistas. También actos de reconocimiento. Uno de éstos, el pasado 23 de febrero, con el cambio de nombre del espacio donde se ubica LAFEDE.CAT, espacio municipal que agrupa esta federación formada por 124 organizaciones y que ahora lleva el nombre de Espai Arcadi Oliveres-Casa de la Justícia global.

El pésame a la familia y amistades ha llegado desde los diferentes ámbitos político, social y académico. Echaremos mucho a faltar sus lecciones, sus propuestas grandes o pequeñas. El mirar la verdad cara a cara. Por suerte nos ha dejado mucho material para trabajar, entre los que se encuentra su última publicación “PARAULES D'ARCADI. Què hem après del món i com podem actuar” (2021), Angle Editorial.

Hay que recordar a Arcadi Oliveres por lo mucho que ha luchado, por lo mucho que ha enseñado, por lo mucho que hemos aprendido con él y porque además era una BUENA persona.

Acabo. En una de las últimas entrevistas concedidas aporta reflexiones sobre algunos retos futuros, que en realidad ya son presentes: la crisis climática, la migratoria o el fin de la monarquía, un deseo para él "ineludible". “Creo que voy a morir sin verlo, pero vosotros sí lo veréis, en cuatro días. Hay que hacerla caer”.

Descansa en paz, Arcadi.

Continuaremos trabajando para que tu deseo ineludible sea pronto realidad.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Bertrand Russell. El filósofo que dijo sí al amor libre y no a la guerra. El pensador británico siempre fue a contracorriente y sus ideas aperturistas fueron calificadas de lascivas y peligrosas. Se cumplen 50 años de su muerte

Bertrand Russell (1872-1970), figura central de la filosofía del siglo XX, no fue un hombre unidimensional. Tanto como el conocimiento, le preocupaban los asuntos políticos y sociales de su época. Los últimos años de su vida los dedicó a combatir las armas nucleares, impulsar el Tribunal contra los Crímenes de Guerra y a oponerse a la intervención de Estados Unidos en Vietnam. Su activismo antibelicista y feminista, de hecho, le causó muchos problemas: fue encarcelado dos veces (1918 y 1961); expulsado del Trinity College, en Cambridge; y le acusaron de lascivia e incluso de inducir al suicidio. No le importó: respondía solo ante su conciencia.

Fue un librepensador.
En 1920 viajó a Rusia y conoció a Lenin, que le decepcionó. A su vuelta no ahorró críticas al nuevo régimen, lo que no implicaba elogios a Occidente. Cuando le preguntaron qué tenía contra el “mundo libre” respondió de inmediato: “Que no es libre”. Y fue un pensador muy precoz. Siendo adolescente inició una investigación sobre tres cuestiones que le apremiaban: Dios, la inmortalidad y el libre albedrío. Concluyó que “no había razones para creer” en ninguna de ellas.

El amor libre y la lucha contra las estrecheces de la moralidad imperante marcaron su trayectoria. En 1957 el obispo de Rochester le escribió: “En su libro, Matrimonio y moral, no se pueden ocultar las pezuñas hendidas de la lascivia (…) a veces deben acosarlo recuerdos de asesinatos, suicidios e incalculable dolor causados por los experimentos de jóvenes unidos fuera del matrimonio”. No fue la única crítica. Pero mucho de lo que le atribuían no figuraba en el libro. Sí defendía la igualdad de derechos (políticos y sexuales) de hombres y mujeres, y calificaba de “superstición cristiana” la idea de que el sexo fuera impuro, herencia, decía, de Pablo de Tarso: “Si no tienen don de continencia, cásense. Pues más vale casarse que abrasarse”. Añadía que la ética cristiana degrada a la mujer, quien había empezado a ser libre al decaer la noción de pecado, ayudada por los anticonceptivos y su incorporación al trabajo, que le daba independencia. Proponía la educación sexual y profundizar en la igualdad: “Mantener lo antiguo exige que la educación de las jóvenes busque volverlas estúpidas, supersticiosas e ignorantes; requisito que cumplen las escuelas donde interviene la Iglesia”, porque “la ignorancia nunca puede fomentar la conducta recta ni el conocimiento estorbarla”. Además, sugería los “matrimonios a prueba” y defendía las relaciones extramatrimoniales si no suponían daño para nadie.
El 18 de febrero de 1961, Bertrand Russell (88 años) se manifiesta en Londres por la prohibición de las armas nucleares.

El 18 de febrero de 1961, Bertrand Russell (88 años) se manifiesta en Londres por la prohibición de las armas nucleares. JIMMY SIME CENTRAL PRESS

Matrimonio y moral se publicó en el año 1929 y fue un éxito. Pero le supuso mil problemas, sobre todo en Estados Unidos, adonde viajó en 1938 y donde tuvo que quedarse, forzado por la guerra. Iba a impartir un curso en la Universidad de Chicago y pensaba titularlo Las palabras y los hechos, conectando con la perspectiva del atomismo lógico, que sugería analizar los problemas filosóficos descomponiéndolos en sus elementos mínimos lingüísticos. El título pareció demasiado claro a la academia y fue rebautizado: Correlación entre hábitos motrices orales y somáticos. El rector de la Universidad, un neotomista, no lo apreciaba y no le renovó el contrato.

Tampoco fue bien acogido en la Universidad de California. Ya se veía sin ingresos (la guerra le impedía obtener dinero del Reino Unido) cuando le llegó una invitación de The City College of New York. Su llegada al centro provocó una masiva protesta de clérigos católicos. La madre de una alumna (no inscrita en las clases de Russell) se querelló alegando que su presencia era “peligrosa para la virtud de su hija”. Ante el tribunal, sus obras fueron descritas como “lascivas, libidinosas, lujuriosas, venéreas, eroticomaniacas, afrodisiacas, irreverentes, parciales, falsas y privadas de fibra moral”. Sin trabajo, se puso a escribir Historia de la Filosofía Occidental y sobrevivió gracias a un anticipo por la obra.

El laicismo le llegó casi por herencia. Cuando quedó huérfano, a los cuatro años, se vio que su padre, vizconde de Amberley, había dejado establecido que no lo educara la familia sino otras personas que eran ateas y podrían protegerlo de los “males de una formación religiosa”. Los abuelos amenazaron con un pleito que inclinó a los tutores a cederles la custodia. Siendo todavía un adolescente, decidió que el matrimonio era nefasto y lo racional, el amor libre. Corría el final del siglo XIX. Descubrió el sexo y la masturbación, una práctica que mantuvo hasta los 20, cuando se enamoró de Alys Pearsall Smith, que sería su primera esposa. Por aquellos años trabajaba ya en los tres volúmenes de Principia Mathematica, que se publicaría entre 1910 y 1913, escritos conjuntamente con Alfred North Whitehead. Con ellos alumbraron la filosofía analítica, una de las principales corrientes del siglo XX.

El matrimonio, decía, le aportó estabilidad. Más tarde recomendaría a sus alumnos (hombres y mujeres) la convivencia prematrimonial para escapar de los apremios sexuales de la edad. Con Pearshall cubría una de sus pasiones (“el ansia de amor”) y podía dedicarse a las otras dos: “La búsqueda del conocimiento y la piedad por el sufrimiento de la humanidad”.

Su actividad filosófica quedó a veces subordinada a la política. Aun así, su influencia aumentaba, a lo que contribuyó el Círculo de Viena, que impulsó el análisis lingüístico como método de abordar (y disolver) los problemas filosóficos. También uno de sus discípulos: Ludwig Wittgenstein, cuyo Tractatus prologaría, facilitando su publicación. Russell lo describe “apasionado, profundo, intenso, dominante”. Un día, Wittgenstein le preguntó: “¿Cree usted que soy un perfecto idiota?”. “¿Para qué quiere saberlo?”, replicó Russell. “Si lo soy me haré aeronauta, pero si no lo soy me convertiré en filósofo”, dijo el discípulo.

Pearsall lo acompañó en sus campañas por la igualdad de las mujeres, pero la relación entre ambos ya había decaído cuando él se convirtió en objetor frente a la participación inglesa en la Primera Guerra Mundial. Su actividad fue incesante: escribió cartas y manifiestos, intervino en mítines y sugirió que la función del ejército era más sofocar revueltas obreras que defender las fronteras de un hipotético enemigo. Por ello fue acosado por los belicistas y hasta por mujeres que criticaban su feminismo militante. El Departamento de Guerra lo consideró peligroso y le prohibió acercarse a la costa, para que no se comunicara con submarinos alemanes. Finalmente fue condenado a seis meses de prisión y expulsado del Trinity College, aunque sería readmitido en 1944. Años más tarde recordaría su estancia en prisión como placentera, dedicado a la lectura y la escritura, y visitado por la activista Dora Black, que sería su segunda esposa, y por su amante en aquellos años, Colette O’Neil.

Aunque Black era contraria al matrimonio, se casaron en 1921, poco antes del nacimiento de su primer hijo: John Conrad. El segundo nombre hacía honor a su amigo Joseph Conrad. Poco después nació una hija, Kate, y se planteó un problema: ninguna escuela era satisfactoria. El matrimonio decidió fundar una que fuera libre. Resultó un desastre: “Muchos de los principios que regían la escuela eran erróneos. Un grupo de niños no puede estar feliz sin una cierta medida de orden y rutina”, porque “dejarlos en libertad era establecer el reino del terror en el que los fuertes hacían sufrir a los débiles. Una escuela es como un mundo: solo el Gobierno puede evitar la brutalidad y la violencia”, escribió Russell en su Autobiografía.

En 1944 pudo dejar Estados Unidos y volver a Inglaterra, donde ya no era tan mal visto, y en 1950 recibió el Premio Nobel de ¡Literatura!, sin haber publicado obra alguna de ficción. Estimulado por el premio reelaboró algunos cuentos y los publicó en libro. Russell se opuso a la Primera Guerra Mundial, pero no a la Segunda. Creía que enfrentarse al nazismo era una obligación moral. Nazis y fascistas lo aborrecían por igual. En 1922, no había podido viajar a Italia para un congreso de filosofía. Mussolini anunció que a él no le pasaría nada, pero que cualquier italiano que le hablara acabaría muerto.

Terminada la segunda guerra, se movilizó contra las armas atómicas y a favor de un Gobierno mundial, convencido de que otra guerra no dejaría vencedores ni vencidos. En 1955 se publicó un manifiesto contra las armas nucleares encabezado por su firma y la de Albert Einstein. Creía que la mera exposición del peligro bastaría para abrir los ojos a la gente. No fue así, lo que le llevó a pensar que “había descubierto un hecho político”, que “posiblemente” la gente prefiere morir a ver vivos a sus enemigos. Una reflexión que lo incitó a combatir los nacionalismos y proponer que todas las armas quedaran bajo el control de un Gobierno mundial.

La crisis de los misiles en Cuba acentuó, si cabe, la conciencia de que había que moverse en todas direcciones. Escribió a los Gobiernos implicados y trató de provocar movilizaciones con escaso éxito. Paralelamente, intentó convencer a Israel de que revisara la situación de los palestinos. El resultado de toda esta actividad fue la creación de la Fundación Russell para la Paz, a la que se dedicó hasta el límite de sus fuerzas. También se opuso a la guerra del Vietnam y a cualquier violación de los derechos humanos, participando junto a Jean-Paul Sartre en el Tribunal contra los Crímenes de Guerra.

Una de las consecuencias de esta actividad fue su segundo ingreso en prisión (esta vez sólo una semana) acusado de desobediencia civil. Tenía 88 años. Le acompañó, tanto en la desobediencia como en la condena, su cuarta esposa, Edith Finch, con la que conviviría hasta su muerte. Poco antes escribió que estaba convencido de que, por desastroso que pareciera el presente, “la mejor parte de la historia humana no reside en el pasado, sino en el futuro”.

https://elpais.com/elpais/2020/01/31/ideas/1580485200_697662.html?por=mosaico

domingo, 25 de septiembre de 2016

_--La rosa de nadie. "Rosa Luxemburg", de Margarethe von Trotta

_--Casi al principio de Rosa Luxemburg, la película de Margarethe von Trotta, los líderes del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) se reúnen para celebrar el año nuevo de 1900. La protagonista se niega a bailar con Bernstein, uno de los padres fundadores, por sus recientes discrepancias ideológicas: no acepta separar lo personal y lo político, y ese principio, ser consecuente, lo llevará cada vez más a fondo. Otro de los fundadores, Bebel, será el que avise: “Ya la ahorcaremos”, aunque ella no titubee al responderle: “Veremos quién ahorca a quién”. En escasos planos, en concisas palabras, se condensa el drama de la evolución política de Rosa Luxemburg, que lleva a una íntima escisión personal y a la ruptura –la institucionalización en el sistema frente a la voluntad revolucionaria– con los maestros y los amigos de muchos años. El personaje que traza Von Trotta nunca vacila en esa encrucijada, pese a padecer en silencio una progresiva soledad. El choque final, por las posiciones ante la guerra de 1914, era forzoso: la contundencia y el valor de su postura antibelicista resuenan elocuentes en ese espacio vacío. La película se compone en tonos grises, con el hostil blanco de la nieve.

Algo que extraña en ella es la ausencia de esas masas de las que tanto se habla. Los trabajadores van a los mítines de Luxemburg, durante sus estancias en la cárcel se ve a otras presas; pero se vuelve siempre al marco de la cúpula socialdemócrata, sus discusiones, lo áspero de un pensamiento independiente. Sin embargo, durante la guerra y, sobre todo, con el estallido revolucionario que sigue a la derrota alemana a comienzos de noviembre de 1918, esas multitudes postergadas asumieron su protagonismo como nunca antes. Por su procedencia poco esperable, la carta en la que Rilke relata conmovido una asamblea popular en Munich, la toma de la palabra por los desposeídos, es muy expresiva para intuir la dimensión de un fenómeno que pudo cambiar la historia de Europa. Y que, seguramente, sigue aún por pensar.

En los últimos años fue apareciendo en castellano la serie narrativa que Alfred Döblin dedicó a Noviembre de 1918, en la magnífica traducción de Carlos Fortea, formada por cuatro extensos volúmenes: Burgueses y soldados, El pueblo traicionado, El regreso de las tropas, y el final, Karl y Rosa. El extraordinario narrador que es Döblin militó en la revolución entonces, pero no se decidió a afrontarlo en la escritura hasta los años 40, al final de su exilio. Su poder lingüístico, la exigente flexibilidad técnica, la rica variedad de sus recursos no sorprenden si se piensa que el crucial debate entre realismo y vanguardia tuvo quizá su núcleo más lúcido en Alemania, y ahí están, por ejemplo, los escritos teóricos de Brecht, que muestran la vanguardia como la vía más eficaz para explorar la realidad del mundo.

Döblin dibuja las tres posiciones en liza: la defensa del orden y del sistema por el nuevo gobierno republicano del SPD, el pragmatismo (más bien sería un conservadurismo reaccionario) de los militares que amagan con su golpismo monárquico para proteger intereses de clase, y el entusiasmo de las multitudes revolucionarias –que derribaron la monarquía, establecieron el gobierno de los Consejos de obreros y soldados y, por último, fueron sangrientamente reprimidas por la alianza de los otros dos campos. A diferencia de la película de Von Trotta, la novela no entrega un relato con héroe, sino un mosaico social, un proteico personaje colectivo, sin jerarquías; Döblin recupera así la confusión de aquellos días, tratando de ver a través de ella, sin una perspectiva privilegiada, sin ningún alto observatorio que permita una visión de conjunto. Recoge la movilidad de los hechos, los vaivenes del ánimo, los engaños y verdades, el entusiasmo y el oportunismo, la abnegación y el medro. Y como, aun en la multitud, busca los primeros planos, no pierde de vista la raíz personal de los comportamientos, el cruce de lo ideológico y lo íntimo, en una atmósfera compartida de desesperación existencial. “Lo personal es político”, sí, como enunciará el viejo dicho feminista, que aquí cobra vida en su gama de claroscuros.

Y es la densidad de los hechos –y la sensación de deuda con ellos– la que invita a releer el revelador trabajo, fuera de eslóganes y esquemas, de Sebastian Haffner, La revolución alemana de 1918-1919. Tramar su hilo con la dispersión fragmentaria del monumental texto de Döblin es un ejercicio apasionante. Hasta llegar a su término: el 15 de enero de 1919, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, líderes del recién creado Partido Comunista, fueron asesinados por uno de los nuevos cuerpos de élite, fruto del pacto secreto entre el Estado Mayor y el SPD. La película de Von Trotta –a la que vuelvo con gusto y emoción, pese a las dudas de enfoque que me plantea– salta de la salida de la cárcel de Rosa, a mediados de noviembre, a la escena final, limitándose a sugerir disensiones en su grupo y obviando el papel de los socialdemócratas, aunque la cita inicial de Bebel ya anunciara cuál sería. No hay análisis ni apenas atención para la democracia que ejerce la multitud; de algunas cosas tal vez todavía no resulte fácil hablar, un siglo después. Un violento culatazo y un tiro callan la clarividencia de Luxemburg, su temple de polemista: “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”. La película se cierra con un plano sostenido de las aguas del canal, de noche, mudo. Como en el poema de Celan, donde late el origen judío de ella junto a la mención del Hotel Edén, cuartel general de los nuevos Fusileros de la Guardia:

“Llega la mesa con los dones, /
dobla la esquina de un Edén– /
El hombre, hecho un colador, la mujer /
¡a nadar!, la marrana, /
por ella, por nadie, por todos– /
El canal de la Landwehr no hará ruido. /
Nada /
se estanca”.

(Este texto ha sido publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento del diario El Norte de Castilla)