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lunes, 8 de marzo de 2021

_- Cuál es el origen del Día de la Mujer (y por qué se conmemora el 8 de marzo)

_- El 8 de marzo es una fecha destacada en múltiples partes del mundo.

Se conmemora el Día Internacional de la Mujer, formalizado por Naciones Unidas en 1975.

Este especial día, en palabras de la ONU, "se refiere a las mujeres corrientes como artífice de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre".

Pese a haberse convertido en una jornada global en pro de la igualdad, muchas personas aún se preguntan cuál es su origen y qué llevó a que el 8 de marzo obtuviera este reconocimiento internacional.

Para explicarlo, hay que echar la vista atrás: a las protestas que desembocaron en toda una revolución. A finales del siglo XIX y principios del XX.

"Los mujeres y hombres son creados iguales"
El Día Internacional de la Mujer tiene sus raíces en el movimiento obrero de mediados del siglo XIX, en un momento de gran expansión y turbulencias en el mundo industrializado, en el que la mujer comenzó a alzar cada vez más su voz.

La vida de la mujer en Occidente por aquel entonces era una continua historia de limitaciones: ni derecho a voto, ni a manejar sus propias cuentas, ni formación y con una esperanza de vida mucho menor que la masculina por los partos y los malos tratos.

Un ejemplo de esa creciente inquietud y debate entre mujeres se encuentra en 1848, cuando las estadounidenses Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott congregan a cientos de personas en la primera convención nacional por los derechos de las mujeres, en Estados Unidos.

Ambas mantuvieron que "todos los hombres y las mujeres son creados iguales" y exigieron derechos civiles, sociales, políticos y religiosos para el colectivo.

Entonces, recibieron burlas, especialmente en cuanto al derecho de las mujeres a votar, pero pusieron una semilla que en los siguientes años fue creciendo, destaca la ONU en un especial sobre el activismo de la mujer a lo largo de los años.
 
En 1913, las mujeres ya protestaban por el derecho a votar en Estados Unidos. En esa época, eran frecuentes las protestas también para pedir mejores condiciones de trabajo.

En este contexto, los historiadores coinciden en destacar como antesala directa del Día Internacional de la Mujer la marcha de mujeres que se vivió en Nueva York en 1908, cuando unas 15.000 se manifestaron para pedir menos horas de trabajo, mejores salarios y derecho a votar.

Un año después de ello, el Partido Socialista de América declara el Día Nacional de la Mujer, que se celebra por primera vez en EE.UU. el 28 de febrero.

En ese contexto, irrumpe en escena una mujer que pasaría a la historia como la impulsora del día de la mujer internacional: la comunista alemana Clara Zetkin.

Zetkin sugirió la idea de conmemorar un día de la mujer a nivel global en 1910 en la Conferencia Internacional de la Mujer Trabajadora en Copenhague (Dinamarca).

Su propuesta fue escuchada por un centenar de mujeres procedentes de 17 países y aprobada de forma unánime, aunque sin acordar una fecha concreta. 

Clara Zetkin y Rosa de Luxemburgo.
FUENTE DE LA IMAGEN, DOMINIO PÚBLICO
Clara Zetkin (izq.) y Rosa de Luxemburgo, otra de las revolucionarias más destacadas del siglo XX.

Un año después, se celebra el primer Día Internacional de la Mujer, el 19 de marzo de 1911, reuniendo a más de un millón de personas en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza.

Además del derecho de voto y de ocupar cargos públicos, se exigió entonces el derecho al trabajo de la mujer, a la formación profesional y a la no discriminación laboral.

No obstante, en sus inicios, "la conmemoración (también) sirve de protesta contra la I Guerra Mundial", recuerda la ONU.

Y ahí se encuentra una de las claves de por qué se acabó eligiendo la fecha del 8 de marzo.

Rusia y la I Guerra Mundial
Hay diferentes versiones de que por qué se eligió esta fecha en concreto.

Pero la ONU destaca la importancia de los acontecimientos que se vivieron en Rusia, en medio de las protestas contra la Gran Guerra.

"En el marco de los movimientos en pro de la paz que surgieron en vísperas de la Primera Guerra Mundial, las mujeres rusas celebraron su primer Día Internacional de la Mujer el último domingo de febrero de 1913. En el resto de Europa, las mujeres celebraron mítines en torno al 8 de marzo del año siguiente para protestar por la guerra o para solidarizarse con las demás mujeres", recuerda el organismo.

En 1917, y como reacción a los millones de soldados rusos muertos, las mujeres de ese país vuelven a salir a las calles el último domingo febrero, bajo el lema "pan y paz".

En 1917 en Rusia, miles de mujeres se lanzaron a las calles contra la guerra, una protesta que desembocó en la revolución y marcó la fecha del Día Internacional de la Mujer.

Se trata de una huelga que continúa varios días y acaba forzando la salida del zar.

"Los trabajadores de la metalúrgica se unieron a su protesta (de las mujeres) pese a que los Bolcheviques veían la movilización de las mujeres como precipitada. El 25 de febrero, dos días después de que comenzara la insurrección de las mujeres en el Día Internacional de la Mujer, el zar ordenó (...) disparar si fuera necesario para acabar con la revolución de las mujeres", explica la historiadora estadounidense Temma Kaplan, en "On the Socialist Origins of International Women's Day" ("Sobre los orígenes socialistas del Día Internacional de la Mujer").

La medida del zar fracasó y en su lugar comenzó "la revolución de febrero", dice Kaplan, que acabó con la abdicación del zar Nicolás II ese mes de marzo.

El éxito de las mujeres rusas se consagró poco después: el gobierno provisional que se formó tras la retirada del zar les reconoció el derecho a voto.

La fecha en la que comenzó esa huelga de las mujeres rusas en el calendario juliano, entonces el de referencia en Rusia, fue el domingo 23 de febrero. Ese mismo día en el calendario gregoriano fue el 8 de marzo, y esa es la fecha en que se celebra ahora.

Tras el estallido social en Chile, en octubre de 2019, miles de mujeres salieron a las calles a reclamar por sus derechos. "Un violador en tu camino", del colectivo Las Tesis, se convirtió luego en un himno feminista mundial.

En 1945, se forman las Naciones Unidas para fomentar la cooperación internacional tras la devastación de la II Guerra Mundial y la Carta de este organismo multilateral se convierte en el primer acuerdo internacional que consagra la igualdad de género.

Tres décadas después, en 1975, la ONU establece y celebra por primera vez el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo, coincidiendo con el Año Internacional de la Mujer.

¿Hay razones para seguir la lucha...?
La respuesta la damos con los datos más recientes de la ONU:

- 2.700 millones de mujeres no pueden acceder a las mismas opciones laborales que los hombres.
- En 2019, menos del 25% de los parlamentarios eran mujeres.
- Una de cada tres mujeres sigue sufriendo violencia de género.
- De las 500 personas en puestos de jefatura ejecutiva que lideran las empresas con mayores ingresos en el mundo, menos del 7% son mujeres.
- En los 92 años de historia que tienen los Premios Oscar, sólo cinco mujeres han sido nominadas en la categoría de Mejor Director; de las cinco, sólo una ganó el premio (Kathryn Bigelow).
- Y hasta 2086 no se cerrará la brecha salarial si no se contrarresta la tendencia actual.

miércoles, 16 de enero de 2019

Rosa Luxemburgo & Feminismo marxista. Vida y muerte de Rosa Luxemburgo: A cien años del asesinato de la revolucionaria alemana

Alexander Gorski
https://desinformemonos.org

Hace 100 años del asesinato fascista de la feminista y marxista Rosa Luxemburgo.

De vez en cuando hay destinos personales en los cuales se refleja la esencia de toda una época. En esas ocasiones, el caso individual parece ser la ilustración de procesos históricos, la dramatización de rupturas sociales y la síntesis de desarrollos complejos. El asesinato de Rosa Luxemburgo es uno de esos casos.

Hace cien años, el 15 de enero de 1919, la figura legendaria de la izquierda alemana fue asesinada junto con su camarada Karl Liebknecht a sangre fría por paramilitares derechistas, después del fracaso del levantamiento espartaquista, una insurgencia popular en Berlín que tenía el objetivo de defender los logros de la Revolución de Noviembre de 1918. Pero vayamos por orden. No se puede entender el significado de la muerte violenta de Rosa Luxemburgo para la historia alemana sin recapitular la biografía de la teórica marxista y sus circunstancias dramáticas.

Nacida el 5 de marzo de 1871 en una familia judía en Polonia, Luxemburgo comenzó su proceso de politización en la escuela y participó en grupos de estudios alternativos, donde conoció la obra de Carlos Marx por primera vez. En 1889 fue a Zúrich (Suiza), donde estudió una carrera multidisciplinaria y se graduó con una tesis doctoral sobre el desarrollo industrial de Polonia en 1897. Durante esos años Rosa fue una parte activa de la comunidad de migrantes radicales, que se juntó en Zúrich para preparar los derrocamientos de sus respectivos gobiernos. Atraída por el partido socialista más fuerte del continente, se fue a vivir a Alemania, donde fue activa en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y se oponía en contra de las emergentes tendencias reformistas y nacionalistas dentro del partido proletario más grande de Europa.

Por su habilidad discursiva y sus publicaciones polémicas se hizo conocida muy rápidamente y se convirtió en uno de los personajes más importantes de la tendencia revolucionaria del SPD. Fue sentenciada a cárcel en varias ocasiones por insultar al emperador Guillermo II de Alemania y por promover posiciones antimilitaristas en sus artículos. Diferente a la mayoría, Rosa veía claramente el peligro de una gran guerra entre los diferentes poderes imperialistas. En septiembre de 1913 habló en Frankfurt en una manifestación que se oponía a las preparaciones para la guerra y dijo frente a la multitud de cientos de miles de personas: “Si nos quieren obligar a disparar en contra de nuestros hermanos extranjeros, hay que decir: No, no lo vamos a hacer!” Por ese llamado a la desobediencia fue condenada a 14 meses de encarcelamiento en febrero de 1914. A finales de julio empezó la Primera Guerra Mundial, la cual tardaría más de cuatro años y costaría 17 millones de vidas y la devastación de todo un continente.

La fracción parlamentaria del SPD votó casi en su totalidad a favor de los créditos necesarios para financiar la guerra. Debido a su posición firme en contra de la guerra, Rosa Luxemburgo pasó casi todo el período bélico en la cárcel en Berlín. No obstante, intervenía regularmente en los debates públicos a través de artículos, en los cuales por ejemplo analizó los desarrollos revolucionarios en Rusia durante el año 1917. Veía la insurrección popular del proletariado ruso en contra del zar con mucha esperanza, aunque también era una de las primeras voces en criticar los conceptos vanguardistas de Lenin. Para ella el camino hacia la revolución radicaba en la organización democrática de las masas, la autogestión obrera de los medios de producción y en las huelgas políticas.

En 1918 el disgusto de las masas alemanas sobre la guerra resultó en un levantamiento popular, hoy conocido como La Revolución de Noviembre, la cual logró la destitución del emperador Guillermo II. Pero dentro del movimiento revolucionario había una división interna. Por un lado, el SPD se apartó de una ruptura radical con el sistema capitalista y optó por la instalación de una democracia liberal-burguesa. Por otro lado, existían fuerzas anticapitalistas que querían aprovechar el momento histórico para establecer un sistema comunista consejista, que se basaría en los comités de base que habían surgido a lo largo del año 1918.

El primer día del 1919, esas fuerzas radicales fundaron el Partido Comunista de Alemania (KPD). Mientras el SPD quería consolidar su nuevo poder y entró en alianza con fuerzas derechistas, sobre todo con grupos paramilitares, que estaban compuestos mayoritariamente por soldados derechistas. En la segunda semana de enero, en un acto de desesperación, las fuerzas radicales intentaron rebelarse en contra del abuso a sus esfuerzos revolucionarios. Rosa Luxemburgo era escéptica sobre las posibilidades de derribar al gobierno socialdemócrata de transición de esa manera. Tenía razón. El SPD y sus aliados paramilitares suprimieron brutalmente la insurgencia conocida como Levantamiento Espartaquista.

El 15 de enero Rosa Luxemburgo fue detenida, torturada y luego asesinada por miembros de un grupo paramilitar. Su cuerpo fue tirado en un canal de Berlín y no fue encontrado hasta el 31 de marzo. En este momento la revolución ya había sido sofocada. Por lo tanto se puede decir que el asesinato de Rosa Luxemburgo marcó el final de un ciclo de insurgencias en Alemania, que llevó en si la esperanza de un cambio profundo en el país más poderoso de Europa.

Además, su asesinato por un grupo paramilitar en alianza con el SPD significó la traición de la socialdemocracia alemana que empezó con su aprobación de la Primera Guerra Mundial. El SPD nunca sería de nuevo una fuerza progresista, incluso hoy en día. Esa división de la izquierda alemana también explica porqué uno de los movimientos obreros más grandes en la historia mundial no fue capaz de frenar al fascismo que tomó el poder 14 años después de la muerte de Rosa Luxemburgo. Con la muerte de Rosa Luxemburgo se enterró la esperanza de un camino diferente para Alemania y Europa.

Los años 1918/19 parecen lejos hoy en día, cuando la clase trabajadora europea muestra una clara tendencia a la derecha. Aún así, el legado de la vida y muerte de Rosa Luxemburgo lleva en sí una multitud de lecciones y esperanzas. Como ella lo escribió unos días antes de su muerte:

“¡El orden reina en Berlín!, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!“


Imagen de Rosa Luxemburgo

Fuente: https://desinformemonos.org/vida-muerte-rosa-luxemburgo-cien-anos-del-asesinato-la-revolucionaria-alemana/

lunes, 14 de enero de 2019

Rosa Luxemburgo: mujer, marxista, pacifista. cien años de su asesinato.

Antimilitarista, defensora de la democracia en el seno de la revolución, está considerada como la dirigente marxista más importante de la historia. Se cumple un siglo de su asesinato, pero su vasta producción teórica sigue viva

Carteles de Rosa Luxemburgo y Lenin en una manifestación en Berlín contra la guerra de Vietnam, el 18 de febrero de 1968.

En el hotel Eden de Berlín, el soldado Runge le destroza el cráneo y la cara a culatazos; otro militar, también al servicio del capitán Pabst, la remata de un tiro en la nuca. Atan su cadáver a unos sacos con piedras para que pese y no flote, y es arrojado a uno de los canales del río Spree, cerca del puente Cornelio. No aparecerá hasta dos semanas después. El Gobierno del socialdemócrata Friedrich Ebert acababa así con la vida de Rosa Luxemburgo (RL), la más importante dirigente marxista de la historia, antigua militante del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), la líder más significativa de la Liga Espartaquista y fundadora del Partido Comunista de Alemania.

Unos minutos antes, los mismos personajes habían asesinado al principal compañero de RL en su larga marcha. Karl Liebknecht, el único parlamentario que en primera instancia (año 1914) votó en el Reichstag (Parlamento) en contra de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, iba a ser trasladado a la cárcel desde el mismo hotel, pero antes de abandonar el local donde había sido interrogado le dan dos culatazos que lo dejan aturdido y se desmaya; arrastrado hasta un automóvil, es trasladado al Tiergarten, el gran parque berlinés, donde es rematado a sangre fría con disparos de pistola y abandonado en el suelo hasta que alguien lo encuentra. “Intento de fuga”, dirá la nota oficial; la de Luxemburgo rezará: “Linchada por las masas”.

Era la noche del 15 de enero de 1919. Este martes se cumplirá el centenario de la detención y asesinato de los principales líderes de la Liga Espartaquista e iconos históricos de la revolución alemana de 1918-1919, que estalla inmediatamente después de que el Ejército germano fuese derrotado y humillado en la Gran Guerra. RL había pasado los cuatro años largos de la guerra en prisión, después de que en un mitin, en Fráncfort, hubiera pedido a los soldados, con su arrolladora oratoria, que se negasen a combatir, hermanos contra hermanos, y a los trabajadores de su país, que iniciasen una huelga general que se debía contagiar a los trabajadores de los otros países en el bando contrario, para que todos confluyesen bajo la misma bandera más allá de las patrias. Sale de la cárcel a principios de noviembre de 1918 y se une a la oleada revolucionaria que inunda las calles de las principales ciudades y, sobre todo, de Berlín. Dos años antes, en otro mitin, el 1 de mayo de 1916, en medio de la conflagración, Liebknecht finaliza su arenga al grito de “¡Abajo la guerra, abajo el Gobierno!”. También es detenido y pasa en prisión dos años y medio. Sale el 23 de octubre de 1918.

A partir de ese momento, a los dos dirigentes espartaquistas les quedaban apenas dos meses de vida, y dedican sus fuerzas a publicar un periódico (La Bandera Roja) y a fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Se convierten en objeto del desprecio y del odio de sus antiguos compañeros de la socialdemocracia, que gobernaban en Alemania desde unas semanas antes. Odio mortal. El historiador Sebastian Haffner (La revolución alemana de 1918-1919; Historia Iné­dita) escribe que el asesinato de RL y de Liebknecht se planeó, como tarde, a principios de diciembre de 1918 y se ejecutó de forma sistemática. Aparecieron carteles en los postes de las calles que decían: “¡Obreros, ciudadanos! ¡A la patria se le acerca el final! ¡Salvadla! Se encuentra amenazada y no desde fuera, sino desde el interior, por la Liga Espartaquista. ¡Matad a sus líderes! ¡Matad a Liebknecht! ¡Entonces tendréis paz, trabajo y pan!”. Firmado: “Los soldados del frente”. A pesar de las generalizadas amenazas, ninguno de los dos abandonó Berlín ni llevaba guardaespaldas; simplemente cambiaban de domicilio.

¿Quiénes fueron los autores intelectuales del asesinato? El protagonista material fue el capitán Pabst (quien décadas más tarde, en 1962, protegido por la prescripción del delito, habló abiertamente de lo sucedido) y su escuadrón de la muerte, pero —según el historiador Haffner— no actuaron como simples ejecutores que obedecían con indiferencia una orden, sino como autores voluntarios y convencidos de lo que hacían. La prensa burguesa y socialdemócrata difundió sin pudor sucesivas incitaciones al asesinato, mientras que los responsables socialdemócratas —Ebert, Noske, Scheidemann…— miraban hacia otro lado y permanecían callados.

Cuando RL y ­Liebknecht salen de la cárcel, los frentes alemanes de la guerra se van desmoronando y se extiende la desmoralización en las trincheras. El káiser Guillermo II se refugia en Holanda. El mismo día en que RL es liberada, el socialdemócrata Scheidemann proclama la república alemana desde un balcón del Reichstag. Ebert ocupa la presidencia, forma un Consejo de Ministros socialdemócratas moderados y pide al pueblo que abandone las calles y vuelva a la normalidad. El ala mayoritaria del SPD quería la república y las libertades, mientras que los espartaquistas pretendían la revolución proletaria, como indican las proclamas: “Ha pasado la hora de los manifiestos varios, de las resoluciones platónicas y las palabras tonantes. Para la Internacional ha sonado la hora de la acción”. Ambas facciones, reformistas y revolucionarios, lucharán encarnizadamente en las calles de Berlín, a veces edificio por edificio. El Gobierno de Ebert confía la represión de los insurrectos al socialdemócrata moderado Noske, que organiza una fuerza militar en la que permite la integración de los oficiales del antiguo Ejército monárquico. El 13 de enero había sido sofocada la insurrección espartaquista. Dos días después, acaban violentamente con la vida de sus principales líderes.

Retrato de Rosa Luxemburgo. ROSA LUXEMBURG STIFTUNG

RL no llegó a cumplir los 50 años. Nacida en la Polonia rusa en el año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se dio cuenta de que la lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se quedaba en su país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) más fuerte del mundo. Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de conveniencia con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la nacionalidad de ese país. A partir de ese momento, Alemania fue su principal campo de acción. En el seno de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de artículos y libros muy importantes) y praxis (intervención en congresos, debates con muchos de los popes del marxismo —su amigo Franz Mehring la definió como “la mejor cabeza después de Marx”—, clases en la escuela de formación del partido…). En cambio, no tenía dotes organizativas. Su presencia física era una mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia, dicen sus biógrafos. Un dirigente judío la describe del siguiente modo: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.

De su vasta producción teórica destacan los temas que forman parte de su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia en el seno de la revolución. Sus posiciones, a veces intransigentes, le hicieron polemizar con las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin, Trotski, Bernstein, Kautsky…

Reivindicándose del mejor marxismo (aunque también polemizó con algunas de las ideas del Marx economista en el libro La acumulación de capital), argumentó en favor del internacionalismo como forma de pensar y de vivir. El Manifiesto comunista terminaba con la célebre fórmula de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, y RL y Liebknecht la hicieron suya relacionándola con la Gran Guerra. Los partidos socialdemócratas habían defendido tradicionalmente que en caso de conflicto bélico entre potencias capitalistas, los trabajadores se negarían a combatir y llamarían a la huelga general (la “huelga de masas” en la terminología luxemburguista). Pero en el momento decisivo, el SPD, el partido más grande y más influyente de la Segunda Internacional (más de un millón de afiliados), votó a favor de los empréstitos de guerra, y el resto de los partidos socialistas siguió sus pasos. Cada uno de ellos se puso detrás de sus Gobiernos. Prevaleció la patria sobre la clase social.

Ya a principios del siglo XX, en un congreso de la Internacional en París, RL presentó una ponencia de convicciones profundamente antimilitaristas, las que mantendría hasta el final de sus días. En ella se defendía que los ataques armados entre potencias imperialistas devendrían en formidables coyunturas revolucionarias. Diecisiete años después, la revolución bolchevique fue un testimonio irrefutable de esta tesis. RL recomendaba no solo una crítica abierta al imperialismo, sino que se preparase a las masas con vistas a aprovechar las crisis internacionales y las eventuales crisis nacionales generadas por aquellas para asaltar el poder. Consideraba imprescindible intensificar la acción de todos los partidos socialistas contra el militarismo.

Siete años después, en otro congreso de la Internacional, RL presenta una enmienda firmada conjuntamente con Lenin y Mártov (que luego sería el líder menchevique) que sostiene que, si existe la amenaza de que la guerra estalle, es obligación de la clase trabajadora y de los representantes parlamentarios, con la ayuda de la Internacional como poder coordinador, hacer todos los esfuerzos por evitar los enfrentamientos violentos; en el caso de que a pesar de ello se multiplicase el conflicto armado, era su obligación intervenir a fin de ponerle fin enseguida y aprovechar la crisis creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo para “precipitar la caída de la dominación capitalista”. Estas palabras suponían una llamada a la insurrección, que fue lo que hicieron los espartaquistas en 1919, con la participación de RL.

Esa Rosa Luxemburgo, asesinada por los soldados prusianos, más que posiblemente con la complicidad activa o pasiva de sus antiguos compañeros socialdemócratas, fue despedida en su entierro por su amiga Clara Zetkin (otra espartaquista) con las siguientes palabras: “En Rosa Luxemburgo, la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del corazón y del cerebro; una pasión verdaderamente creativa que ardía incesantemente. (…) Rosa fue la afilada espada, la llama viviente de la revolución”.

LENIN, STALIN Y LOS MARXISMOS
J. E. El núcleo de aliados políticos de Rosa Luxemburgo fue siempre muy pequeño. Todo lo contrario que el de sus adversarios, entre los que se encontraron muchos de los dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia y los sindicalistas burocratizados, a los que atacó sin piedad. Pero ambos núcleos fueron blancos móviles: dependían de los momentos y de los temas. Lenin, Trotski, Kautsky, Jaurès, etcétera, fueron algunos de los marxistas legendarios que compartieron y disintieron del ideario y la práctica política de la alemana. Un ejemplo de ello fue la relación con Lenin, el líder soviético; ambos se admiraron y pactaron, pero también se criticaron.

En 1918, apenas unos meses después del triunfo de la revolución bolchevique, RL publica un folleto titulado La revolución rusa que reivindica los acontecimientos de Leningrado y Moscú, pero que critica algunos aspectos que pueden torcer su futuro, sobre todo los relacionados con el terror revolucionario (que protagonizaría en buena parte un amigo polaco de RL, que dirigiría la Cheka y la sede de la Lubianka, el sangriento Félix Dzerzhinski) y la supresión de la democracia.

En el folleto citado, RL escribe que sólo la libertad de los que apoyan al Gobierno, sólo la libertad para los miembros de un partido, “no es libertad en absoluto. La libertad es siempre libertad para el que piensa de manera diferente”. Creía que el socialismo sólo puede ser resultado del desarrollo de la sociedad que lo construye, y para ello se requiere la más amplia libertad entre el pueblo (lo que no quiere decir que no sea necesario el control político). Si se sofoca la vida política, la parálisis acabará afectando a la vida de los sóviets; sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión, sin la libre confrontación de las opiniones, la vida de cualquier institución política perecerá, se convertirá en una vida aparente en la que la burocracia será el único elemento vivo.

En su libro sobre la revolución rusa, la revolucionaria RL acierta premonitoriamente con lo que iba a suceder en la Unión Soviética, sobre todo a partir del momento en que se inicia el futuro estalinista. Algunas decenas de dirigentes del Partido, animados por una energía inagotable y por un idealismo sin límites, dirigirán y gobernarán; el poder real se encontrará en manos de unos pocos de ellos, dotados de una inteligencia singular. La aristocracia obrera será invitada de cuando en cuando a asistir a las reuniones para aplaudir los discursos de los dirigentes y votar por unanimidad las resoluciones propuestas; en el fondo será un gobierno de camarillas, una dictadura en verdad, pero no la dictadura del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos. En muchos casos la realidad superó a los pronósticos luxemburguistas.

A pesar de este severo cuestionamiento, reivindica el papel histórico del partido de Lenin, siempre en contraposición con sus camaradas alemanes: “Por eso los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de la que carecía la socialdemocracia occidental. Su insurrección de octubre no sólo salvó la revolución rusa; también salvó el honor del socialismo internacional”.

Con esta idea de la democracia se explica que Stalin no subiese nunca a Rosa Luxemburgo al altar de la iconografía máxima del socialismo. Fue una heterodoxa hasta el final de su vida.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Noviembre 1917- La democracia en el socialismo Miguel Salas 03/12/2017

Recordad que de aquí en adelante
sois vosotros mismos los que administráis el Estado.
Nadie os ayudará si no os unís por impulso propio
y si no cogéis en vuestras manos todos los asuntos del Estado.
(Lenin)

La toma del poder por una nueva clase social es el momento cumbre de todo proceso revolucionario y, al mismo tiempo, solo es el inicio de la titánica tarea de crear una nueva sociedad. Cuando la burguesía se adueñó del poder, en la revolución francesa o americana, previamente había conquistado buena parte de la base económica de la sociedad, sin embargo, para la revolución obrera adueñarse del poder era la condición previa para empezar a cambiar las condiciones económicas y sociales de la mayoría de la sociedad. El nuevo gobierno representativo de los soviets tuvo desde el primer día una tarea inmensa. La situación no dejaba de ser desesperada. La burguesía y los terratenientes no podían creerse lo que estaba sucediendo y confiaban que los bolcheviques no pudieran sostenerse en el poder. Kerensky, que había logrado huir, contactó con generales golpistas para marchar sobre Petrogrado, los oficiales reaccionarios intentaron organizarse y contaron, lamentablemente, con el apoyo de los mencheviques y social-revolucionarios. Al día siguiente de la insurrección, el 26 de octubre, formaron un Comité de Salvación de la Patria y la Revolución, otro intento más de conservar la alianza con la burguesía en contra de la revolución, no para hacer declaraciones formales ni para ejercer el papel de oposición, sino para llamar “a todos los ciudadanos a negar obediencia a los bolcheviques, a resistir de una manera activa a la sublevación, a echar mano del sabotaje y de la desorganización del avituallamiento. Su santo y seña es: Todos los medios son buenos contra los bolcheviques.” (Publicado en el diario Novaia Zhizn del 28 de octubre de 1917) El fracaso militar de los primeros intentos contrarrevolucionarios permitió un pequeño respiro. El 2 de noviembre la insurrección obrera se impuso en Moscú, mientras por toda la extensa Rusia iba prendiendo la llama de la revolución. La contrarrevolución fue sofocada porque no tenía apoyos suficientes entre la población. La guerra civil, que duraría hasta 1920 y causaría millones de muertos y la devastación de todo el país, solo pudo sostenerse por la ayuda e intervención de ejércitos extranjeros. Ejércitos de diez países intervinieron directamente y fueron los gobiernos imperialistas quienes sostuvieron y pagaron esa guerra contra los soviets, sin esa intervención la guerra civil probablemente hubiera durado bien poco.

Para ganar en la guerra de clases, lo decisivo eran las medidas políticas que el gobierno iba desarrollando. En la entrega del mes de octubre explicamos que las primeras decisiones fueron el llamamiento a una paz inmediata y sin anexiones y la entrega de la tierra a los campesinos. Los Comisarios del Pueblo (los ministros en los gobiernos burgueses) recibirían un sueldo igual al salario medio de un obrero cualificado, además de un suplemento de cien rublos mensuales por cada miembro de sus familias que no estuviese en edad de trabajar. El 2 de noviembre se promulgaba “la declaración de los derechos de los pueblos de Rusia” que ponía en práctica la igualdad y soberanía de los pueblos; el derecho de los pueblos a disponer de su propio destino, inclusive la separación; la abolición de todos los privilegios nacionales y religiosos y el libre desarrollo de todas las minorías nacionales. Esta declaración se complementó el 22 de noviembre con un llamamiento a los obreros musulmanes de Rusia y de Oriente en el mismo sentido. El 5 de noviembre se firmó un llamamiento a la población para combatir el sabotaje, “Poneos manos a la obra -decía- desde abajo, sin esperar que os den señal alguna. Instaurad el orden revolucionario más severo.” El 10, se emite un decreto aboliendo la diferencia de castas, el mismo día se deja a las municipalidades la tarea de proveer el avituallamiento local y de resolver la crisis de alojamiento por los medios que estén a su alcance. El 14 de noviembre, mediante un decreto, se invita a los obreros a que controlen, mediante sus respectivos comités, la producción, los negocios y la situación financiera de las empresas. El 1 de diciembre se crea el Consejo Superior de Economía; el 2, se firma un armisticio con Alemania; el 4, se establece el derecho de revocación de los cargos electos por sus electores, sin la necesidad de esperar a nuevas elecciones; el 7, se decide formar una Comisión extraordinaria para luchar contra el sabotaje y la contrarrevolución; el 9, se inician las conversaciones de paz en la ciudad de Brest-Litovsk (que no finalizarán hasta marzo de 1918) El 11 de diciembre se decreta la jornada de 8 horas de trabajo en la red ferroviaria (en la mayoría de las empresas ya se había conquistado antes de octubre) y se decide la creación de una Comisaría de Instrucción Pública para la enseñanza general, laica y gratuita (hasta entonces buena parte de la enseñanza básica estaba en manos de la Iglesia) El 14, se presenta ante el Consejo Superior de Economía el decreto sobre la nacionalización de los bancos; el 16, se establece la elegibilidad de los grados en el ejército y se decreta la confiscación de los bienes de la Sociedad Metalúrgica ruso-belga; el 17, se hace lo mismo con la Sociedad de Electricidad 1886; el 18, se legalizó el matrimonio civil y el 19, el derecho al divorcio; el 24, se acordó confiscar las industrias Putilov; el 29, se resolvió dejar de pagar el pago de cupones de rentas y dividendos; el 31, se creó un colegio de protección a la maternidad y a la infancia. El 3 de enero, se proclamó la República Federativa de los Soviets de Rusia. Una inmensa tarea legislativa para empezar a construir el socialismo.

Crisis de gobierno
En ningún manual estaban escritos los pasos a dar tras la victoria de la revolución. De hecho, muchos la veían como una anomalía histórica que hubiera sido mejor evitar. Los revolucionarios rusos solo contaban con el conocimiento de la revolución francesa y con las experiencias de la Comuna de Paría de 1871 y la revolución rusa de 1905, pero se atrevieron y tuvieron que decidir, improvisar y poner en práctica lo que nadie había hecho en la historia.

Se pretende explicar algunas de las causas de la posterior degeneración estalinista en un primigenio pecado original sobre el supuesto carácter dictatorial del bolchevismo y su rechazo hacia las otras tendencias socialistas, los mencheviques y los social-revolucionarios. Pongamos las cosas en su sitio. Lenin defendió que, dada la fuerza de los soviets que agrupaban a la mayoría de la clase trabajadora y los campesinos, era posible un tránsito pacífico si los partidos mayoritarios en los soviets tomaban el poder. Pero las tendencias socialistas moderadas rechazaron esa posibilidad y prefirieron la alianza con la burguesía, con todo lo que eso significaba, mantener la guerra, no dar la tierra a los campesinos, etc. Cuando en octubre, en el II Congreso de los soviets, los bolcheviques lograron la mayoría, el resto de tendencias socialistas abandonaron el Congreso y rechazaron sus decisiones, sólo se mantuvo una minoría menchevique, encabezada por Martov, y otra de los social-revolucionarios de izquierda, que presionaron para que se formara un gobierno de todas las tendencias socialistas. ¿Un gobierno entre quienes querían avanzar hacia el socialismo y quienes querían seguir manteniendo su alianza con la burguesía? Los bolcheviques propusieron un gobierno responsable de poner en práctica el programa decidido en el Congreso, paz, pan y tierra. “¡Que los conciliadores acepten nuestro programa y entren en el Gobierno!”, repetía Lenin, pero nadie respondió positivamente. Así fue como se conformó el primer gobierno de la revolución.

El vértigo de empezar a construir una nueva sociedad también afectó a la dirección del partido bolchevique. A los pocos días de estar en el gobierno, algunos miembros del gobierno y otros dirigentes del Comité Central decidieron dimitir de sus responsabilidades para presionar a favor de la formación de un gobierno de todos los partidos socialistas. La situación era crítica, pero pudo resolverse democráticamente. En esos tiempos las diferencias políticas solo eran eso, políticas, se debatían y se decidían por mayorías y minorías. Víctor Serge escribió en El año I de la revolución rusa: “No conocemos en la historia del movimiento obrero otro caso de una crisis tan grave que se haya resuelto de una manera tan sencilla y tan lógica.” No será la única ocasión. La cruel guerra civil y la paz de Brest-Litovsk con los alemanes y austríacos pusieron de nuevo al partido ante el abismo de la ruptura.

...

Rosa Luxembourg
En las polémicas sobre la revolución rusa suele utilizarse un breve ensayo de Rosa Luxembourg titulado La revolución rusa [https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf] para enfrentar sus opiniones a las del bolchevismo. Rosa, junto a Karl Liebneckt, fue una de las pocas revolucionarias que en Alemania denunció desde el primer día el carácter imperialista de la guerra y la traición de los dirigentes de la socialdemocracia alemana. Por su denuncia fue juzgada y condenada en junio de 1916. La revolución de noviembre de 1918 la liberó, pero en enero de 1919 fue asesinada por las fuerzas policiales que dirigían sus ex camaradas socialdemócratas.

Rosa escribió el ensayo en las duras condiciones de la cárcel y con poca información, como también se quejaba Liebneckt “incapaz una vez más de enterarme como es debido de los problemas rusos”, pero cuando recibió la noticia de la caída del zarismo no pudo más que exclamar: “una ventana se ha abierto al fin bruscamente y ha penetrado una corriente de aire puro y vivo.” En su trabajo polemizó con los bolcheviques sobre la política agraria, sobre la autodeterminación de las naciones y sobre la Asamblea Constituyente, pero, curiosamente, quienes pretenden utilizarla contra el bolchevismo solo suelen referirse a esta última cuestión. Efectivamente, Rosa plantea toda una serie de críticas y reservas sobre la política de los bolcheviques, en el sentido de que sus medidas ahogan la vida democrática y defiende “la participación más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia sin límites.” Es más que probable que los bolcheviques apoyaran esa afirmación y, de hecho, son numerosos los llamamientos a la iniciativa audaz de las masas, a que sean ellas mismas quienes gestionen el Estado, “la organización proletaria tiene que hacer prodigios”, repetía Lenin. Pero todo eso sucedía con una guerra civil en marcha y con el retraso y posterior fracaso de la revolución en Europa.

Y como la polémica de Rosa se desarrolla a partir del reconocimiento y la importancia de la revolución rusa, expresa sus críticas teniendo en cuenta esas circunstancias. Se lee en su ensayo: “Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán” y, continúa más adelante, “pues una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la Guerra Mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro.” No pretendemos negar las diferencias de Rosa, que no tuvo ocasión de compartir con Lenin o Trotsky, y sobre las que no volvió a insistir desde que salió de la cárcel en noviembre de 1918, pero sí denunciar el abuso interesado de sus opiniones para desprestigiar la revolución. En la biografía de Rosa Luxemburg, escrita por Peter Nettl, escribe que ese ensayo “cumpliría mejor su objeto si lo viéramos como un análisis de la revolución ideal basado, como buena parte de la obra luxemburguiana, en una forma de diálogo crítico […] Los que se sienten felices con las críticas a los fundamentos de la revolución bolchevique harían mejor en dirigirse a otra parte.”

PD.:
En el suplemento cultural de El País del 2 de diciembre, el escritor Antonio Muñoz Molina ha publicado un artículo titulado "Un retrato de Lenin". Más que un retrato se ha limitado a recoger las más burdas calumnias e intoxicaciones. Dice que “La obsesión de Lenin no era la justicia social ni la igualdad, sino el poder político absoluto.” ¿Alguien podría explicarle la diferencia entre Lenin y Stalin?

Escribe también: “No habría llegado a Rusia sin la asistencia directa del Alto Mando alemán, que organizó su viaje en tren y le dio todo el dinero que necesitaba para la organización y la propaganda.”

¿Este es el nivel de conocimientos de la intelectualidad actual? Hace cien años que corren tales calumnias y está visto que no cesarán nunca. No se trata ni de cultura ni de conocimientos, sino de la estupidez de quienes sencillamente no pueden reconocer la verdad y tienen la posibilidad de seguir publicando mentiras.

http://www.sinpermiso.info/textos/noviembre-1917-la-democracia-en-el-socialismo

lunes, 25 de septiembre de 2017

_- En la muerte de Antoni Domènech (1952-2017)

_- Daniel Raventós 

21/09/2017

El 17 de septiembre murió Antoni Domènech y el 20 tuvo lugar su sepelio. Dos días después hubiera cumplido 65 años. En este acto hablaron, por este orden: Ernest Urtasun y David López, por la familia, y sus amigos Concha RoldánDavid Casassas y Daniel Raventós. Reproducimos a continuación, traducidas y con los enlaces a los textos originales, las palabras que éste último dirigió a los asistentes en la despedida de Antoni Domènech, editor general de Sin Permiso. SP

Tener que hablar unos minutos en este acto por la muerte de Toni es duro para mí, como lo es para los miembros de su familia, pero lo hago porque nada me podría impedir dirigir estas breves palabras de homenaje que me han pedido que haga.

Tiempo habrá de hacer actos en recuerdo de su inmenso legado académico y también político, ambos difícilmente separables, pero hemos acordado con su compañera María Julia, su hija Marta, su yerno David, su hermana Roser, sus sobrinos Ernest y Eduard, y su cuñado Xavier, que hoy sea una despedida del Toni más político, porque así lo hubiera deseado él, como todos sus más íntimos estamos convencidos. No será pues hoy que me extenderé sobre su lúcida y aguda opinión sobre las miserias académicas, que comportaban como él decía sin concesiones a la galería hacer "amiguetes" (fer amiguets, suena más duro en la lengua en la que nosotros hablábamos) de forma creciente. No éramos ninguno de los dos demasiado comprensivos con determinadas tonterías que además afectan al erario público y a miles de estudiantes. Pero él menos. Era muy inclemente con quienes confundían un buen currículum académico con una buena y meritoria investigación. Me comentaba muchas veces, aunque no me está permitido decir nombres ¡lástima!: "el currículum se puede fabricar con contactos, devolución de favores, citas cruzadas y mezquindades similares ... pero sólo los necios y pobres de espíritu pueden confundir estos juegos de manos con una genuina investigación." He elegido "necios y pobres de espíritu" para no tener que escribir más duras y merecidas palabras que Toni disparaba sin manías.

Y ¿qué decir en pocas palabras de su pensamiento político? Mencionaré sólo 6 aspectos que no abarcan ni mucho menos todo su inmenso legado, pero que lo definen creo que muy bien. Y preferiré decirlo más con sus palabras que con las mías. Las suyas son mejores.

1. Enemigo implacable del posmodernismo y de su no inútil sino perniciosa aportación a las ciencias sociales y, por supuesto, a la política.

Le gustaba emplear una frase de su amigo Mario Bunge algo ampliada y modificada con el fin de liquidarse en un plis-plas al postmodernismo: "El postmodernismo, como los artículos adulterados, corrompen la cultura, ponen en peligro la búsqueda de la verdad y hacen perder tiempo a todos". Cuando quería dedicar páginas eruditas a la miseria postmoderna lo hacía con menos clemencia.

2. Algún medio de comunicación y en este caso creo que sin la menor mala intención, sino simplemente ignorancia extrema, ha llegado a decir que Toni continuó su formación con Wolfgang Harich y… ¡Walter Ulbricht!, que como todos sabéis fue del 50 al 71 el principal dirigente del Partido en el poder en la estalinista RDA. Harich pasó 8 años en las cárceles de la RDA de 1956 a 1964 por haber firmado un manifiesto democrático. En las cárceles del régimen de Ulbrich. Comprobar cómo salió de la cárcel Harich, 8 años después de haber entrado, conmocionó mucho a Toni, como me contó varias veces. Con Harich tenía una especial admiración. “Si tu dices que tengo memoria, tendrías que haber conocido a Wolfgang, ¡aquello sí que era una memoria prodigiosa!”. Y me contaba unas anécdotas sobre esta memoria de Harich que no tienen desperdicio.

En diciembre de 2005 escribía: “Todos los totalitarismos de la pasada centuria –el nazi-fascista y el estalinista del segundo cuarto del siglo XX y el neoliberal del último cuarto— se han apoyado de uno u otro modo en filosofías relativistas: en filisteísmos epistemológicos o éticos.”

En una entrevista de finales de 2006 decía:

“Muy pronto los dirigentes comunistas más cultos y valiosos, como Joaquín Maurín y Andreu Nin (ambos procedentes del anarcosindicalismo), se percataron de la naturaleza sectaria y políticamente tornadiza del fenómeno estalinista y de la involución burocrático-tiránica de la URSS, y se alejaron o fueron expulsados del pequeño Partido Comunista de España. Pero ese pequeño partido sectario, que había saludado el advenimiento de la II República el 15 de abril de 1931 con la estólida consigna de ‘abajo la república burguesa’, creció exponencialmente a partir del golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

El grueso de las corrientes socialistas –socialdemocracia clásica (Bernstein, Rosa Luxemburgo, Kautsky, Largo Caballero), anarquismo (Bakunin, Kropotkin, Durruti), comunismos de izquierda (Trostsky, Korsch, Andreu Nin) o de derecha (Paul Levi, Bujárin, el último Gramsci, Joaquín Maurín)— no sobrevivieron entre 1930 y 1950 a la máquina trituradora combinada del fascismo, el estalinismo y la guerra fría.”

3. Defensor e innovador muy original del republicanismo democrático. Éste, en mi opinión, es el legado más importante y propio de Toni, si tuviera que escoger solamente uno. Sus libros están dedicados al republicanismo y una buena parte de sus artículos, por no decir la inmensa mayoría, también. Imposible ni siquiera de forma groseramente esquemática apuntar ahora algo al respecto que le haga una mínima justicia, pero una cita de una entrevista hace poco más de 4 años puede servir:

“Si queremos ser fieles al espíritu ético-moral del republicanismo democrático clásico y del socialismo marxista clásico que se deriva de él, nuestra tarea es civilizar al Estado, democratizarlo en serio. El Estado es un monstruo burocrático a medio civilizar, porque las repúblicas democráticas que trajo a Europa el movimiento obrero después del final de la I Guerra Mundial fueron truncadas por el fascismo, por un lado, y el estalinismo, por el otro.”

4. Defensor del derecho de autodeterminación de las naciones. Tema muy actual. Hoy, día de su sepelio, algunas calles de Barcelona están llenas de gente concentrada para protestar por el atropello de las libertades democráticas por parte del Gobierno del partido Popular. Cuando en el año 2012, una persona (iba a poner el nombre, pero no vale la pena) le pidió a Toni la firma de un documento supuestamente federalista, la respuesta fue:

“Gracias, amigo C. Ya lo había recibido por otros lados. Pero yo no puedo suscribir un manifiesto pretendidamente federal que no reconoce claramente de entrada, sin reservas, el derecho de autodeterminación de los pueblos de España, referéndum incluido. No es ni política ni intelectualmente creíble un ‘federalismo’ así, y estoy convencido de que no hará sino cargar de razón democrática a los independentistas. Con respeto y afecto.”

¡Qué habría dicho del mezquino manifiesto “1-O estafa antidemocrática. No participes. No votes!” que hace pocos días acaba de salir! O del manifiesto firmado por profesores de universidades españolas en contra del derecho de autodeterminación de Catalunya. No es difícil de imaginar, en realidad es muy fácil.

5. Toni fue un gran admirador de Robespierre y de su papel en la Revolución francesa. Toni no se cansaba de repetirlo. Catalogar de burguesa la Revolución francesa era para Toni no haber entendido una palabra de aquella revolución. De ahí su admiración por el gran historiador de la revolución y seguramente el mejor conocedor de Robespierre, Albert Mathiez. Para Toni la consideración de la revolución francesa como revolución burguesa era una muestra de la vulgarización de determinado marxismo mainstream. Mainstream lo pongo yo para ser cortés. Toni decía “descerebrado”.

6. Y para terminar en algún lugar:

La construcción de Sin Permiso desde hace más de 12 años fue un legado al que más esfuerzos político dedicó en su última etapa. Él era el editor general y aunque había momentos en que podía dedicarse más y otros, especialmente en los 5 o 6 últimos meses de su vida, mucho menos, siempre ejercía el papel de editor general. Sin Permiso fue algo de lo que se sintió muy feliz de haber empezado y muy orgulloso del éxito que fue teniendo a lo largo del paso de los años. ¿Qué era Sin Permiso para Toni? Él mismo lo contaba en una presentación que hizo de la revista en Buenos Aires y que tiene el valor añadido de representar una muestra de su forma de entender la política:

“SinPermiso está abierto a quienes piensan, con Rosa, con Mariátegui y con Gramsci, que la verdad es "revolucionaria", lo que era su forma, quizá no tan anticuada, de decir que honrar la verdad está por encima de todo.

Abierto a quienes piensan, con Brecht, que cuando la verdad está demasiado amenazada como para defenderse, debe pasar a la ofensiva

Abierto a quienes piensan, con Benjamin, que ni siquiera nuestros muertos están a salvo de la victoria del enemigo

Abierto a quienes piensan, con Cervantes, que la historia es la madre de la verdad

Abierto a quienes piensan, con Machado, que ni el pasado ha muerto ni está el mañana –ni el ayer— escrito. (…)

SinPermiso está abierto en general al pensamiento laico, enemigo por igual de la obscuridad de las jergas sectarias, académicas o no, y de la infertilidad de las escolásticas dogmáticas.” …

Un pequeño comentario muy personal. Como amigo ya no podré disfrutar de nuestras conversaciones, de nuestras comidas (era un cocinero que dejaba boquiabiertos a otros excelentes cocineros y cocineras), de “nuestros” vinos (no puedo poner las marcas preferidas para que no parezca publicidad encubierta) y de los muchísimos momentos que nos reímos gracias a personas que involuntariamente nos aportaron material para tal fin. Y debe entenderse que no diga nombres. Habría muchos y nadie quedaría contento de ser citado. Aunque a algunos, siempre bromeábamos, deberíamos agradecerles los grandes momentos de desproporcionadas risas que nos proveyeron de forma completamente involuntaria. ¡Muy involuntaria!

Uno de sus admirados héroes, el dirigente de los pobres libres en la larga democracia ática, Pericles, en el discurso fúnebre de Tucídides, éste le hace decir unas palabras que eran muy queridas y citadas por Toni:

“Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.

Tenemos por norma respetar la libertad...”

Descanse en paz.

http://www.sinpermiso.info/textos/en-la-muerte-de-antoni-domenech-1952-2017

domingo, 15 de enero de 2017

Rosa Luxemburgo, la rosa roja del socialismo

Espada y llama de la revolución, su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional

Josefina L. Martínez
ctxt.es

Mehring dijo una vez que Luxemburgo era “la más genial discípula de Carlos Marx”. Brillante teórica marxista y polemista aguda, como agitadora de masas lograba conmover a grandes auditorios obreros. Uno de sus lemas favoritos era “primero, la acción”, estaba dotada de una fuerza de voluntad arrolladora. Una mujer que rompió con todos los estereotipos que en la época se esperaban de ella, vivió intensamente su vida personal y política.

Era muy pequeña cuando su familia se muda desde la localidad campesina de Zamosc hacia Varsovia, donde transcurre su niñez. Rozalia sufrió una enfermedad de la cadera, mal diagnosticada, que la deja convaleciente durante un año y le produce una leve cojera que dura toda su vida. Perteneciente a una familia de comerciantes, siente en carne propia el peso de la discriminación, como judía y como polaca en la Polonia rusificada.

Empezó a militar a los 15 años.
Según su biógrafo, varios dirigentes socialistas fueron condenados a morir en la horca, algo que impactó en la joven estudiante

La actividad militante de Rosa comienza a los 15 años, cuando se integra al movimiento socialista. Según su biógrafo P. Nettl, tenía esa edad cuando varios dirigentes socialistas fueron condenados a morir en la horca, algo que impactó profundamente en la joven estudiante. “En su último año de escuela era conocida como políticamente activa y se la juzgaba indisciplinada. En consecuencia, no le concedieron la medalla de oro por aprovechamiento académico, a la que era acreedora por sus méritos escolares. Pero la alumna más sobresaliente en los exámenes finales no solo era un problema en las aulas; para entonces era, de seguro, un miembro regular de las células subsistentes del Partido Revolucionario PCU Proletariado”.

Alertada de que había entrado en el foco de la policía, Rosa emprende una huida clandestina hacia Zúrich, donde se convierte en dirigente del movimiento socialista polaco en el exilio. Allí conoce a Leo Jogiches, quien será amante y compañero personal de Rosa durante muchos años, y su camarada hasta al final.

Después de graduarse como Doctora en Ciencias Políticas -algo inusual para una mujer en ese entonces-, finalmente decide trasladarse a Alemania para integrarse en el SPD, el centro político de la Segunda Internacional. Allí conoce a Clara Zetkin, con quien sella una amistad que dura toda la vida.

La batalla por las ideas
En Berlín desde 1898, Rosa se propone medir sus armas teóricas con uno de los integrantes de la vieja guardia socialista, Eduard Bernstein, quien había comenzado una revisión profunda del marxismo. Según él, el capitalismo había logrado superar sus crisis y la socialdemocracia podía cosechar victorias en el marco de una democracia parlamentaria que parecía ensancharse crecientemente, sin revoluciones ni lucha de clases. El “debate Bernstein” sumó muchas plumas, sin embargo, fue Rosa Luxemburgo quien desplegó la refutación más aguda en el folleto “Reforma o Revolución”.

La Revolución Rusa de 1905, la primera gran explosión social en Europa después de la derrota de la Comuna de París, fue sentida como una bocanada de aire fresco por Luxemburgo. Escribió artículos y recorrió mítines como vocera de la experiencia rusa en Alemania, hasta que logra introducirse de forma clandestina en Varsovia para participar de forma directa en los acontecimientos. Es el “momento en que la evolución se transforma en revolución”, escribe Rosa. “Estamos viendo La Revolución. La revolución Rusa de 1905 fue sentida como una bocanada de aire fresco. "Seríamos unos asnos si no aprendiéramos de ella", decía

La Revolución de 1905 abrió importantes debates que dividieron a la socialdemocracia. En esta cuestión, Rosa Luxemburgo coincidía con Trotsky y Lenin frente a los mencheviques, defendiendo que la clase trabajadora tenía que jugar un papel protagónico en la futura Revolución Rusa, enfrentada a la burguesía liberal. El debate sobre la huelga política de masas atravesó a la socialdemocracia europea en los años que siguieron. El ala más conservadora de los dirigentes sindicales en Alemania negaba la necesidad de la huelga general mientras que el “centro” del partido la consideraba como una herramienta únicamente defensiva, válida para defender el derecho al sufragio universal. Rosa Luxemburgo cuestiona el conservadurismo y el gradualismo de esa posición en su folleto “Huelga de masas, partido y sindicatos”, escrito desde Finlandia en 1906. Este debate reaparece hacia 1910, cuando Luxemburgo polemiza directamente con su anterior aliado, Karl Kautsky.

Socialismo o regresión a la barbarie
La agitación contra la Primera Guerra Mundial es un momento crucial en su vida, un combate contra la defección histórica de la socialdemocracia alemana que apoya a su propia burguesía, en contra de los compromisos asumidos por todos los Congresos socialistas internacionales.

En su biografía, Paul Frölich señala que cuando Rosa se entera de la votación del bloque de diputados del SPD, cae por un momento en una profunda desesperación. Pero, como mujer de acción que era, rápidamente responde. El mismo día que se votaban los créditos de guerra, en su casa se reunían Mehring, Karski y otros militantes. Clara Zetkin envía su apoyo y poco después se suma Liebcknecht. Juntos editan la revista La Internacional y fundan el grupo Spartacus.

En 1916 Rosa Luxemburgo publica “El folleto de Junius”, escrito durante su estadía en una de las tantas prisiones que se han transformado en residencia casi permanente. En este trabajo plantea una crítica implacable a la socialdemocracia y la necesidad de una nueva Internacional. Retomando una frase de Engels, Luxemburgo afirma que si no se avanza hacia el socialismo solo queda la barbarie. “En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie.”

En mayo de 1916, Spartacus encabeza un mitin del 1 de mayo contra la guerra, donde Liebknecht es arrestado, pero su condena a prisión provoca movilizaciones masivas. Se anuncia un tiempo nuevo.

1917: atreverse a la revolución
Retomando una frase de Engels, Luxemburgo afirma que si no se avanza hacia el socialismo solo queda la barbarie

La revolución rusa de 1917 encontró en Rosa Luxemburgo una firme defensora. Sin dejar de plantear sus diferencias y críticas sobre el derecho a la autodeterminación o acerca de la relación entre la asamblea constituyente y los mecanismos de la democracia obrera --sobre esta última cuestión cambia de posición después de salir de la cárcel en 1918--, Luxemburgo escribe que “los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.”

Cuando la sacudida de la revolución rusa impacta directamente en Alemania en 1918 con el surgimiento de consejos obreros, la caída del káiser y la proclamación de la República, Rosa aguarda impaciente la posibilidad de participar directamente de ese gran momento de la historia.

El Gobierno queda en manos de los dirigentes de la socialdemocracia más conservadora, Noske y Ebert, dirigentes del PSD --este partido se había escindido con la ruptura de los socialdemócratas independientes, el USPD--. En noviembre de ese año, el gobierno socialdemócrata llega a un pacto con el Estado mayor militar y los Freikorps para liquidar el alzamiento de los obreros y las organizaciones revolucionarias. Rosa y sus camaradas, fundadores de la Liga Espartaco, núcleo inicial del Partido Comunista Alemán desde diciembre de 1918, son duramente perseguidos.

El 15 de enero, un grupo de soldados detuvieron a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo cerca de las nueve de la noche. Rosa "llenó una pequeña valija y tomó algunos libros”, pensando que se trataba de otra temporada en la cárcel. Enterado del arresto, el gobierno de Noske dejó a Rosa y a Karl en manos de los enfurecidos Freikorps --cuerpo paramilitar de exveteranos del ejército del Kaiser--. Se organizó una puesta en escena: al salir de las puertas del Hotel Eden, los dirigentes Espartaquistas fueron golpeados en la cabeza con la culata de un rifle, arrastrados y rematados a tiros. El cuerpo de Rosa fue tirado al río desde el puente de Landwehr a sus sombrías aguas. Fue encontrado tres meses después.

Un año antes, en una carta desde la prisión dirigida a Sophie Liebknecht, en la víspera del 24 de diciembre de 1917, Rosa escribía con un profundo optimismo sobre la vida: "Es mi tercera navidad tras las rejas, pero no lo tome a tragedia. Yo estoy tan tranquila y serena como siempre. (…) Ahí estoy yo acostada, quieta y sola, envuelta en estos múltiples paños negros de las tinieblas, del aburrimiento, del cautiverio en invierno (...) y en ese momento late mi corazón con una felicidad interna indefinible y desconocida. (…) Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma: la profunda penumbra de la noche es tan bella y suave como el terciopelo, si una sabe mirarla.”

Clara Zetkin, tal vez quien más la conocía, escribió sobre su gran amiga y camarada Rosa Luxemburgo, compartiendo ese optimismo después de su muerte: “En el espíritu de Rosa Luxemburgo el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas, era para ella la suprema dicha (…) Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida, a la idea, no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había dado ya trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional”.

Josefina L. Martínez es historiadora y periodista. Pertenece a la redacción de La Izquierda Diario y es miembro del Colectivo Burbuja.

lunes, 10 de octubre de 2016

Cuando Bernstein revisó la "ortodoxia" marxista


Entre 1896 y 1900 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) - una organización de masas de la clase trabajadora, comprometida con el socialismo - fue sacudida por un debate sobre el "revisionismo". Esta fue la primera brecha intelectual importante dentro de las fuerzas del marxismo desde que desarrolló un apoyo de masas en la década de 1880.

El debate revisionista comienza cuando Eduard Bernstein (en la foto con K. Kautsky), uno de los principales teóricos del partido, escribió un artículo sobre el colonialismo en 1896. En él, Bernstein argumentó que, dado que el SPD representaba ya en 1896 a una cuarta parte de los votantes del Reich alemán (estado), "tenemos un cierta responsabilidad de la política de ese Reich" (1). Los trabajadores, escribió, tienen una nación a la que deben ser leales. Cuando la causa es justa, como el apoyo a los armenios contra la represión turca, los socialistas deben apoyar al gobierno.

El excéntrico socialista británico Ernest Belfort Bax respondió duramente. Había conocido a Bernstein en Inglaterra y estaba convencido de que Bernstein había "inconscientemente dejado de ser un socialdemócrata " (2). Siempre un poco romántico cuando se trataba de las sociedades no-europeas, Bax insistió en que el deber de los socialistas era " luchar con uñas y dientes contra todo avance de la civilización en los países bárbaros y salvajes ... 'Mejor la esclavitud que el capitalismo; mejor el tratante de esclavos árabe que la empresa de tráfico de esclavos': esas deben ser nuestra respuesta a estas preguntas" (3).

A Bernstein no le costó mucho responder, aunque su apología del imperialismo fue más allá de la prudencia requerida ("bajo el dominio directo europeo, los salvajes están, sin excepción, mejor que antes" (4) ). Incluso cuando Bax respondió bastante más sofisticado que los socialistas deben rechazar el imperialismo por su expansión de los mercados, lo que podría prolongar la existencia del capitalismo, ganó pocas simpatías entre los ortodoxos por incluir en su polémica imputaciones antisemitas (Bernstein era judío) (5). No obstante, Bernstein defendía evidentemente el "colonialismo patriótico”. El debate implicó que las sospechas de los ortodoxos se confirmaron cuando Bernstein comenzó su serie de artículos en la Neue Zeit , la revista editada por Karl Kautsky, sobre “Los problemas del socialismo''.

En su serie de artículos revisionistas, Bernstein irritó a otros socialistas al atacar insistentemente supuestos argumentos de autores sin identificar o sin referencias a textos (con la única excepción del blanco fácil de Bax). Una excepción a esta imprecisión fue la referencia directa de Bernstein a una resolución de la Internacional Socialista en el Congreso de Londres de 1896 (o, en todo caso, una versión de ella – porque hubo cierta controversia sobre el propio texto de la resolución aprobada). La resolución decía:

“El desarrollo económico ha llegado al punto en que una crisis podría ser inminente. Por consiguiente, el Congreso hace un llamamiento a los trabajadores del mundo para aprender a dirigir la producción, de modo que estén en condiciones de hacerse cargo de la gestión de la producción en tanto que trabajadores con conciencia de clase con el objetivo del bien común” (6).

Bernstein interpretaba el texto como una teoría del colapso catastrófico del capitalismo como precursor de la revolución social. Era un poco exagerado interpretar así la resolución y, de hecho, en el canon marxista o del SPD era difícil encontrar algo que pudiese sugerir semejante teoría de una crisis inevitable y terminal del capitalismo como sistema económico (7). De hecho, su principal texto inspirador, discretamente pasado por alto por Bernstein, eran los escritos y discursos de August Bebel (8). Y no eran de ninguna manera considerados patrimonio comun de la izquierda socialista.

Bernstein argumentó - en contra de esta supuesta "teoría del colapso" - que las grandes crisis económicas eran una cosa del pasado, debido al desarrollo de la "capacidad de adaptación y flexibilidad" del mundo de los negocios, principalmente en forma de crédito y de la organización en carteles de los mercados (9). Bienvenido fuera, ya que hacia menos probable una revolución repentina, y Bernstein advirtió que una "revolución" no era nada bueno. Esos "sentimientos y pasiones excitados" por las crisis revolucionarias, escribió, eran lo contrario de las reformas socialistas constructivas (10).

La idea de la lucha de clases - una "noción simplista ... largamente acariciada en Alemania y todavía no muerta en nuestra literatura" (11) - era un "desperdicio completo de tiempo, esfuerzo y material" (12). Para ilustrar lo que él consideraba el verdadero "motor del progreso", que conduciría al colectivismo, (13) Bernstein volvió a publicar un artículo del simpatizante fabiano británico, John A. Hobson. Para Hobson, el crecimiento del colectivismo tenía poco que ver con las demandas de los trabajadores o incluso de los socialistas. Era simplemente el resultado lógico natural de ciertas industrias a gran escala - como los servicios públicos, la banca, los seguros, el transporte marítimo, etc - que tendían hacia el monopolio. Para Hobson, tales industrias inevitablemente evolucionaban hacia la propiedad colectiva por el "empuje de las leyes naturales" (14).

Bernstein fue un poco más preciso que esto. El capitalismo, dijo, "tiene su propia historia de desarrollo y ... bajo la presión de las instituciones democráticas modernas, y los conceptos de obligación social que conllevan, debe asumir un rostro distinto de aquel que evidenciaba cuando el poder político estaba monopolizado por la propiedad privada" (15). El socialismo, por lo tanto, no era una alternativa al liberalismo constitucional; era una variante del mismo: " liberalismo organizado" (16).

Bernstein aceptaba en general la teoría marxista que veía en el trabajador industrial moderno "el verdadero y auténtico vehículo instrumental del socialismo". Sin embargo, matizaba mucho esta afirmación. Los marxistas, creía, pasaban por alto el hecho de que no había un "proletariado homogéneo", sino que era un término que agrupaba sin distinciones al ganadero y al pastor, al secretario y al pinche de cocina, al trabajador cualificado y al peón (17). Apuntó correctamente, sin embargo, que el núcleo duro de los trabajadores socialistas no tendía a provenir de la gran industria, sino de "industrias relativamente atrasadas, subordinadas o intermedias": por ejemplo, los fabricantes de cigarros, los carpinteros, los zapateros, los sastres, los maestros artesanos, los trabajadores a domicilio en la industria textil y los encuadernadores (18).

Los asalariados, Bernstein insistió, no se oponen a la extracción capitalista de la 'plusvalía' como tal, sino a lo que subjetivamente perciben como el robo de su ‘trabajo excedente'. Los socialistas, a su vez, actúan movidos por una creencia ética y bastante general de la justicia. De ello se desprendía que la creencia socialista no era un reflejo automático de la condición proletaria (19) : "El proletariado, como suma total de los asalariados, es una realidad; el proletariado como una clase que actúa con un propósito y una perspectiva común es en gran medida producto de la imaginación" (20).

Bernstein vio la reforma social gradual del capitalismo como un reflejo no de la lucha de clases, sino de la democracia naciente. Esta democracia la concibió como un mecanismo de filtro, que ayudaba a limitar la influencia del proletariado en la sociedad en la medida apropiada a su desarrollo: "la democracia significa que en todo momento dado la clase obrera debe pesar en la medida en que lo permita su madurez intelectual y la etapa actual de su desarrollo económico" (21). (Aseguró estar citando a Engels, pero parece ser una paráfrasis tendenciosa de la introducción de 1891 de Engels a una nueva edición de Las luchas de clases en Francia de Marx (22)).

"No está listo para el poder"

Bernstein consideraba claramente que el proletariado tenía bastante camino por recorrer antes de alcanzar la madurez política. La clase obrera, que vive en condiciones de hacinamiento, con un ingreso incierto e insuficiente y mal educada, estaba lejos de poder ejercer el poder (23). Criticó lo que consideraba un "culto" socialista de las masas. Las masas eran, de hecho, en gran medida, un "animal de rebaño" irracional (24). El ejercicio del poder político del proletariado, a menos que fuera preparado para la responsabilidad y delimitado por las poderosas instituciones de la propiedad privada, "podría, de hecho, ser posible sólo en la forma de un poder central dictatorial, revolucionario, apoyado por la dictadura terrorista de los clubes revolucionarios" (25).

Los países más avanzados de la época no estaban maduros para la "dictadura del proletariado" - lo que significaba el gobierno de la clase trabajadora sino para que los partidos de la clase obrera influyeran sobre la política del gobierno (26). En el futuro previsible, los socialistas debían trabajar sobre la base de "coaliciones y compromisos "con los partidos liberales burgueses, tanto fuera como dentro del gobierno (27). En caso de que un gobierno socialista llegase al poder, no sería prudente tratar de poner en práctica su programa máximo. El capitalismo no puede ser revocada por decreto, dado el gran número de pequeñas empresas que no podrían ser rápidamente socializadas, ni podría incluso dar marcha atras en gran medida, por temor a socavar la confianza empresarial (28). Un gobierno socialdemócrata "no podría en un principio prescindir del capitalismo, a menos que quisiera frenar en seco la vida económica" (29).

Desde su punto de vista, sólo se podría intentar la socialización de sectores o empresas que fuesen aceptables para los sectores de negocios y otros intereses de los propietarios. Un partido socialista sólo podía legítimamente proponer reivindicaciones que fuesen aceptables para los no socialistas: "Una exigencia a la que todos los partidos burgueses se opusieran necesariamente por principio sería, por ese solo hecho, calificada de utópica" (30) (el subrayado es mío). Solo tendría sentido, por lo tanto, para el estado burgués en el poder llevar a cabo únicamente las medidas de socialización que creyera prudente. El papel más productivo para el partido político de la clase obrera sería permanecer en la oposición, instando a la burguesía a avanzar hacia el colectivismo (31).

El SPD había caracterizado habitualmente las medidas de socialización emprendidas por el gobierno alemán semi-autoritario, como la legislación laboral fabril y la nacionalización de servicios públicos como los ferrocarriles y correos, no como los primeros pasos hacia el socialismo, sino más bien como un "capitalismo de Estado", cuyo objetivo era reforzar la independencia del gobierno vis-à-vis la sociedad, y para regular a la clase obrera. Bernstein rechazó esta idea. Tales medidas por parte de la derecha eran de hecho los primeros avances hacia el socialismo (32).

Para Bernstein, la función principal del movimiento socialista era educar a la clase obrera para ejercer un papel corporativo en la democratización del estado. La socialdemocracia tenía que tomar en sus manos una clase obrera "impregnada de superstición y con una educación deficiente" (33). A este respecto, como resumió con tanto éxito, francamente admitió que tenía "poquísimo interés, o intuición, de lo que por lo general se denomina ‘el objetivo final del socialismo’. Este objetivo, sea lo que sea, no significa nada para mí; el movimiento lo es todo" (34).

Cualquier idea de autogestión de los trabajadores de la sociedad era utópica, porque "a menos que la sociedad socialista haga del diletantismo un principio rector, se necesitan funcionarios con experiencia". Cuando se trataba de la economía, esos ‘funcionarios’ eran idealmente los mismos capitalistas. La autogestión cooperativa no podía funcionar en las empresas de mayor escala, y la fábrica moderna jerárquica debilitaba más que fortalecía el instinto de trabajo cooperativo (35). No se podía prescindir de los gestores profesionales. "No es una cuestión de cuán grande es el ejército ‘revolucionario’, sino de si podemos prescindir de los capitanes de industria, para usar la frase de Carlyle" (36). Era necesario, por tanto, que los trabajadores aprendiesen auto-disciplina y auto-subordinación a la autoridad del estado que evidentemente les faltaba (37).

Para Bernstein, era crucial que los socialistas dejasen de aterrar a las clases poseedoras, que eran indispensables para el funcionamiento social, con tanta mención a la lucha de clases. Esto sólo serviría para empujarlas hacia la reacción. La socialdemocracia debía dejar clara su oposición a la "revolución violenta", porque "cuanto más claramente se diga y se fundamente, más pronto se disipará el miedo [de la burguesía] " (38).

Bernstein negó que la sociedad se polarizase entre un diminuto número de capitalistas y una masa de proletarios no diferenciada, como la obra de Marx parecía predecir:

“Los modernas asalariados no son la masa homogénea, uniforme sin el estorbo de la propiedad, la familia, etc., que se prevé en el Manifiesto [Comunista]. Amplios estratos se han levantado entre ellos para lograr condiciones de vida pequeño-burguesas. Y, por otro lado, la disolución de las clases medias se está produciendo mucho más lentamente que lo que el Manifiesto creía” (39).

Precisamente en la industria manufacturera más avanzada era donde la división jerárquica tendía a desarrollarse más entre los trabajadores, y "entre éstos, hay sólo un sentimiento tenue de solidaridad" (40). Los trabajadores se dividían por las grandes diferencias de ingresos y los modos de trabajo: "El tornero de precisión y el minero de carbón, el experto decorador de casas y el portero, el escultor y modelador y el fogonero, llevan como regla tipos de vida muy diferentes y tienen diferentes tipos de necesidades" (41).

Bernstein argumentó que el proletariado asalariado era mucho más débil en los países capitalistas avanzados que lo que los socialistas estaban dispuestos a admitir, porque - en contra de las predicciones de Marx - la pequeña propiedad o la propiedad pequeño-burguesa seguía siendo sustancial y numerosa. La gran industria, que, vale la pena recordar se definía en Alemania como cualquier empresa con 50 empleados o más, representaba el 60% de la producción, pero un poco más del 38% del empleo (42). Esta fragmentación de la economía significaba, además, que la propiedad colectiva de la industria social a una escala que permitiese superar rápidamente el capitalismo simplemente no estaba al orden del día.

El revisionismo de Bernstein, aunque global en su menosprecio de las versiones bastardas de la ortodoxia marxista, no estaba exento de ambigüedades y predicciones aventuradas. En su respuesta a los críticos se quejó regularmente de ser mal interpretado, e insistió en que no pretendía ninguna nueva orientación táctica. Karl Kautsky tenía razón cuando escribió que "el único resultado final práctico" de la crítica dispersa de Bernstein era "una exhortación a no utilizar términos que podrían asustar a la burguesía" (43).

Respuesta 1: Parvus

En una respuesta bastante eficaz a Bernstein, el socialista de izquierda ‘Parvus’ (Alexander Helphand, en la foto), señaló que el tamaño de los lugares de trabajo no determinaba si un sector industrial estaba maduro para la socialización. Si numerosos talleres relativamente pequeños se coordinaban en red convenientemente, estando socializados bajo el capital, podrían ser igualmente socializados como propiedad colectiva. Apuntó asimismo que el sector de la fabricación de gas alemán, un candidato obvio incluso para la nacionalización bajo un "capitalismo de estado", estaba compuesto por 427 empresas que empleaban cerca de 35 hombres por empresa. Pero estaba integrado (44). Por el contrario, las empresas que estaban verdaderamente dispersas y eran independientes entre sí, como aquellas orientadas principalmente al servicio personal, no eran técnicamente aptas para la "concentración" incluso si se empleaban proletarios. Parvus puso como ejemplos a instaladores, fontaneros, electricistas y decoradores de interiores (45).

Parvus reconoció que la clase media de "personal técnico y administrativo", aunque por lo general indiferente a los trabajadores y rechazados por estos como capataces, necesariamente tendrían un "papel destacado" en una economía socialista como "planificadores". Esto planteaba un peligro para un gobierno obrero, ya que tenían la voluntad y la capacidad de dominar:

“Nosotros, como políticos que conscientemente preparan el camino para la revolución social, no tendremos entonces más remedio que 1) desarrollar una rápida expansión de la educación técnica para asegurar que la sociedad tiene suficiente personal técnico y administrativo a su disposición, y 2) desalentar [su] aventurerismo mediante la extensión de la organización democrática de la dirección de la fábrica y el uso energético de un poder político central” (46).

Para Parvus, mientras que el tamaño de la empresa determina si el empresario tenía una conciencia capitalista o pequeño-burguesa, esto no se aplicaba pari passu a los trabajadores. Esos trabajadores de la gran fábrica - y dependiendo de la industria, señaló, una fábrica que emplease a 50 trabajadores podría considerarse "grande" – no necesariamente tenían que ser la mayoría de los asalariados para que existiese un proletariado consciente, pero sí el núcleo determinante de la población urbana socialmente progresista. El número relativamente pequeño de trabajadores de la gran industria "actuaría como centro de coordinación de capas asalariadas mucho más amplias” (47).

Parvus menospreciaba demasiado la capacidad de la verdadera pequeña-burguesía de resistir el movimiento proletario: "la revolución social no será frenada por la posible, pero muy poco probable, resistencia de las lavanderas y los barberos" (48). Sin duda, pero la enorme masa de la pequeña-burguesía y las crecientes clases profesionales eran una auténtica barrera para el avance socialista. El énfasis de Parvus, sin embargo, se apoyaba en el argumento de que no era necesario esperar a que el capitalismo se articulase en grandes unidades de producción para que el socialismo se convirtiese en una alternativa.

Respuesta 2: Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo (en la foto en un mitin del SPD) también atacó a Bernstein desde la izquierda. Sus argumentos, sin embargo, fueron bastante poco ortodoxos. Reconoció que las tácticas propuestas por Bernstein - la lucha por reformas - no diferían de la práctica cotidiana de la socialdemocracia. Tampoco estaba en contra. En lo que no estaba de acuerdo con Bernstein era en su balance de esta actividad práctica cotidiana. Donde Bernstein veía una actividad política y sindical con el objetivo de subordinar el capitalismo al control social, Luxemburgo insistía que no eran más que vehículos para preparar al proletariado mentalmente para la revolución social:

“La principal importancia socialista de la actividad política y sindical consiste en el hecho de que se socializa la conciencia , la conciencia de la clase obrera. Si se concibe como un medio para la socialización directa de la economía capitalista, no sólo no alcanzará su supuesto objetivo; también perderá su otra y única posible significación social: dejará de ser un medio para preparar a la clase obrera para la revolución proletaria” (49).

La lucha de clases sin llegar a la revolución, sin embargo, tenía un mérito intrínseco relativo.

Luxemburgo aceptaba que la conciencia del proletariado no era espontáneamente socialista. De hecho, la actividad sindical no cuestiona el capitalismo sino que refleja "la ley capitalista de los salarios: es decir, la venta de ... la fuerza de trabajo a los precios del mercado" (50). Los sindicatos podían ser positivamente reaccionarios al intentar frenar la introducción de mejoras técnicas en la producción en defensa de la posición relativamente privilegiada de los trabajadores cualificados. Si los sindicatos trataban de utilizar su poder de negociación para mantener artificialmente el precio de los bienes producidos por sus miembros, estaban operando efectivamente como un cartel con los empleadores contra los consumidores. Las reformas sociales reivindicadas por Bernstein tendían a tener estos efectos regresivos (51).

En lugar de mantener o mejorar la productividad capitalista, el reformismo de Bernstein tendía a debilitarla. El reformismo, por lo tanto, no era práctico, ya que, desconectado de la lucha para trascender el capitalismo, simplemente debilitaba su dinamismo económico (Georges Sorel argumentó algo similar). La política de clase del proletariado, desconectada del ideal socialista, era simplemente negativa. " Tan pronto como los resultados prácticos inmediatos [en la forma de reformas sociales] se convierten en el objetivo principal, el punto de vista de clase duro e implacable, que no tiene sentido, excepto en relación con la lucha para tomar el poder político, se vuelve cada vez más una influencia negativa" (52).

Para Luxemburgo, por lo tanto, el socialismo era necesario para salvar al proletariado de un punto de vista de clase instintivamente egoísta contrario a los intereses de la comunidad:

“El socialismo, por lo tanto, no es definitivamente una tendencia inherente a la lucha diaria de la clase obrera. Es inherente sólo en las contradicciones objetivas crecientes de la economía capitalista y en el reconocimiento subjetivo de la clase obrera que la supresión de estas contradicciones por medio de la revolución social es una necesidad absoluta” (53).

La lógica del reformismo, si quería permanecer fiel al ideal de la mejora de la sociedad en general, debe inevitablemente implicar el abandono de la posición de clase (54).

Para Luxemburgo, el modelo de organización estable del proletariado del SPD era, de hecho, inadecuado para alcanzar el socialismo, y en su lugar creaba ilusiones reformistas. Apostaba, por lo tanto, por crisis cada vez más agudas que tenderían hacia un colapso sistémico del capitalismo como el mecanismo para la radicalización de las masas y la revolución socialista. En contraste con casi todos los otros críticos de Bernstein, defendió con toda claridad que para ella "la teoría del derrumbe capitalista ... es la piedra angular del socialismo científico" (55).

En su trabajo de 1910, la acumulación de capital , Luxemburgo intentó elaborar una teoría del colapso. Argumentó que los capitalistas se apoyaban en sectores no capitalistas de la economía mundial - el campesinado y la pequeña burguesía en los países avanzados, y las colonias - para proporcionar una demanda suficiente para realizar los beneficios que el capitalismo no podía producir en su seno. La consecuencia era el imperialismo, en sí mismo un proceso potencialmente catastrófico, ya que creaba las condiciones de las guerras interimperialistas. En última instancia, esto llevaría a un colapso económico:

“... Cuanto con más violencia, ferocidad e intensidad provoque el imperialismo la caída de las civilizaciones no capitalistas, más rápidamente corta la yerba bajo los pies de la acumulación capitalista. ... La mera tendencia hacia el imperialismo hace que adopte formas que convierten la fase final del capitalismo en un período de catástrofes” 56.

El argumento de Luxemburgo era que el reformismo en sí era insostenible: que no superaría el capitalismo ni lo haría más eficiente. De hecho, todo lo contrario. Sólo la revolución socialista era un objetivo viable para un partido obrero, y la revolución sería el resultado de la reacción popular a las crisis capitalistas agudas.

Respuesta 3: Karl Kautsky

August Bebel, líder del SPD, fue relativamente rápido a la hora de condenar los artículos de Bernstein como "absolutamente vergonzosos" (57). Se mostró especialmente molesto por la acusación indirecta de Bernstein de que sus colegas del SPD aceptaban ciegamente sin discusión cada línea del Manifiesto Comunista (58).

Bebel empujó a Karl Kautsky a escribir una réplica. Kautsky no estaba muy dispuestos a enfrentarse a su viejo amigo, Bernstein, y en el Congreso de Stuttgart del SPD, de hecho, argumentó que su análisis era totalmente apropiado para Inglaterra, pero no para Alemania (59). Finalmente, sin embargo, saltó al ruedo.

En su Anti-crítica (1899) – que curiosamente nunca se tradujo al inglés - Kautsky señaló que esas predicciones de Marx criticadas por Bernstein (la progresiva miseria del proletariado, la desaparición de las clases intermedias y el declive de la pequeña-burguesía) estaban lejos de ser posiciones exclusivas de Marx. Fueron defendidas ampliamente por otros socialistas y comentaristas de la época. Lo original de Marx fue su predicción del crecimiento de la organización del proletariado, de su disciplina y madurez política (60). Como Kautsky resumió, la teoría marxista:

“Ve en el modo de producción capitalista el factor que impulsa al proletariado a la lucha de clases contra la clase capitalista, que a su vez hace que crezca cada vez más en número, unidad, inteligencia, confianza en sí mismo y madurez política, que cada vez más aumente su importancia económica , que debe conducir a su organización como partido político, cuya victoria es segura, como lo es el surgimiento de la producción socialista como consecuencia de esta victoria.

Esta es la teoría básica para el futuro del socialismo organizado; lo que forma el programa básico de los partidos socialistas; esto - no la ridícula teoría del "colapso", que Bernstein nos atribuye - es lo que no debemos perder de vista ...” (61).

Para Kautsky, la "miseria física" del proletariado disminuía, aumentando así su capacidad para organizarse y educarse, mientras que al mismo tiempo su "miseria social" crecía - una miseria social que derivaba de la conciencia del proletariado de la polarización de la riqueza, la proliferación de las mercancías y, por tanto, su afilado sentido de que no estaba recibiendo lo que merecía en justicia.

“La conclusión es el hecho de que el contraste entre las necesidades de los asalariados y la capacidad de satisfacerlas con sus salarios, por tanto también la oposición entre trabajo y capital, es cada vez mayor. En esta era de creciente miseria de una fuerza de trabajo física y mentalmente fuerte, no en la creciente desesperación de hordas medio embrutecidas y delirantes [Marx vio] ... la fuerza motriz más poderosa del socialismo. El trabajo [de Marx] no se refuta señalando el aumento del nivel de vida de la clase obrera” (62).

Kautsky criticó a Bernstein por mezclar, descuidadamente, el término preciso, "capitalista", con el impreciso de 'propietario' ( Besitzender ). Marx no había formulado ninguna predicción sobre el crecimiento o reducción de estos "propietarios", y si los asalariados poseían ropa, sábanas, muebles, quizás una pequeña casa y un campo de patatas, eso no los hacía menos proletarios (63).

Sin embargo, si la producción industrial de mercancías daba paso a una economía basada en el comercio y el mercantilismo – como había ocurrido con la economía holandesa desde el siglo XVIII y quizá la economía británica en el XX - la propiedad rentista se volverían más importante que el trabajo asalariado, y el dinamismo político se agotaría: "lo que es seguro es que el socialismo saldrá de la fábrica y no de la bóveda [ de los bancos]" (64).

Kautsky reconocia que una "nueva clase media" se estaba expandiendo. Se trataba de las clases educadas ( Intelligenz ): médicos, abogados, artistas, funcionarios públicos, periodistas, oficiales de policía, clero, empleados administrativos, técnicos, comerciantes, ingenieros y otros. En contraste con la vieja pequeña burguesía, no estaban unidos fanáticamente a la propiedad privada individual. Tampoco, sin embargo, eran una fracción del proletariado, porque estaban inevitablemente unidos a la burguesía por todo tipo de afinidades y vínculos sociales.

Cuando la nueva clase media actuaba como administradores en los centros de trabajo para el capital, asumían el antagonismo de sus empleadores con la fuerza de trabajo. "Pero la barrera más importante que separa a la Intelligenz del proletariado es que la primera constituye una clase privilegiada. Su posición privilegiada se basa en el privilegio de la educación" (65). Se ven como los líderes meritocráticos naturales de la sociedad, que dominan sobre las masas embrutecidas.

Una minoría de intelectuales, gracias a la ventaja de sus amplios horizontes intelectuales y su formada capacidad para el pensamiento abstracto, puede vincularse al movimiento de los trabajadores progresista, aunque incluso entonces es probable que sean hostiles a la lucha de clases. Sin embargo, con la difusión de la educación, este privilegio se ve amenazado, y la Intelligenz cada vez más es prisionera de ideas reaccionarias y del antisemitismo (66).

Los cárteles y las sociedades participadas, que Bernstein celebraba, pueden suavizar la violencia de los ciclos de auge y recesión, pero al mismo tiempo tienden a hacer que la sobreproducción capitalista sea una enfermedad crónica en lugar de un problema cíclico. Al socavar la sana competencia y al explotar los recursos del estado, también contribuyen mucho a socavar la legitimidad de la propiedad privada capitalista a ojos de los trabajadores. Ningún otro fenómeno de la vida capitalista hace más para convencer a los trabajadores de que el poder político sobre el Estado es una condición necesaria para expropiar a los propietarios ociosos de capital (67).

Bernstein estaba en efecto defendiendo, afirmaba Kautsky, que la socialdemocracia se transformase de un partido de clase del proletariado en un partido democrático interclasista. Pero los elementos no proletarios de semejante partido, al depender de la propiedad privada o de los privilegios de la educación, deben rechazar inevitablemente toda deferencia al proletariado no propietario: "Un partido de concentración democrático sólo es posible bajo un liderazgo burgués" (68).

Si el SPD renunciaba a su orientación de clase, perdería confianza en si mismo y unidad. La realización del socialismo, Kautsky argumentó, requiere la supremacía política del proletariado (aunque era poco entusiasta acerca de la noción marxista de la "dictadura del proletariado" (69)). De hecho, una vez que un partido verdaderamente proletario dominase el estado, sea cual fuera su ideología oficial, las campanas doblarían por el capitalismo. Kautsky asumía que un régimen obrero actuaría inmediatamente para socializar los grandes monopolios capitalistas y para acabar con el desempleo. Esto dejaría a los capitalistas restantes sin ningún medio eficaz para intimidar y disciplinar a su fuerza de trabajo. Soportarían la carga de ser dueño de sus empresas sin ser capaces de gestionarlas de manera eficaz y expresarían el deseo rápidamente de que fuesen adquiridas por el estado.

“En otras palabras, el modo de producción capitalista y la dominación política del proletariado son irreconciliables ... Sea el que sea que organice al proletariado en un partido político independiente de este modo prepara el camino para la idea de ?? la revolución social, cualquiera que sea su amor a la paz, la placidez y el escepticismo con el que contemple el futuro” (70).

En este sentido, Kautsky argumentaba que el reformismo, incluso totalmente ausente de "socialismo científico", conducía inevitablemente al socialismo, pero sólo si estaba guiado por un partido proletario firmemente de clase (para Kautsky, el programa formal de tal partido era totalmente secundario).

Kautsky comprendia que el proletariado puede dividirse por su formación, salario, religión, región y un gran número de otros factores. Estas divisiones eran ciertamente evidente para cualquier persona involucrada en la agitación socialista, que hacían el reclutamiento cada vez más difícil a medida que se alejaba del corazón de la mano de obra industrial. Pero la división del proletariado no era mayor que la de la burguesía, que iba desde pequeños maestros a los plutocráticos señores de la industria, que sin embargo en el siglo XIX habían defendido el liberalismo (71). Y, si bien era cierto que el proletariado no era homogéneo políticamente, siempre en la historia una élite de vanguardia con capacidad política había dirigido a las masas en la lucha.

Para Kautsky, apostar por el proletariado era un deber moral. Si Bernstein tenía razón en creer que el proletariado asalariado era políticamente inmaduro, entonces no cabía ninguna esperanza no ya en el socialismo sino en la misma democracia. Los socialistas no podían esperar "controlar" una falange proletaria homogénea; sólo podían alentar a los trabajadores a mirar más allá de sus intereses sectoriales y ayudar a la clase a organizar de forma independiente su capacidad para gobernar: "Si hacemos uso de todos nuestros esfuerzos en este sentido, habremos cumplido con nuestro deber como socialistas: el éxito de nuestro trabajo depende de factores que no controlamos" (72).

Para Kautsky, las reformas eran una parte necesaria de la lucha proletaria, porque ayudaban a elevar el proletariado, haciéndole capaz de reconstruir la sociedad. El dominio político del proletariado, por sí, llevaría a la construcción de un orden socialista. No podía, sin embargo, garantizarse la madurez de la clase obrera antes de la revolución. Y, cuando la revolución llegó a Europa central en 1917-1919, provocando la división del movimiento socialista internacional, Kautsky con tristeza llegó a la conclusión de que la clase obrera había demostrado no estar todavía lista (73).

Conclusiones

Con demasiada frecuencia, la "controversia revisionista” se ha descrito como un simple debate sobre la exactitud de las predicciones de Marx (en el que Bernstein actúa como el chico solitario valiente, que dice al rey que está desnudo). Bernstein, sin embargo, estaba defendiendo una línea política: en contra de la idea de un partido de clase y a favor de una alianza estratégica con la burguesía liberal.

Que perdiese el debate en aquellos años no es sorprendente ( el "revisionismo" fue condenado formalmente en el congreso del SPD de Dresden en 1903): no había ningún grupo importante de la burguesía alemana a favor de una alianza a largo plazo con los trabajadores socialistas. Incluso en Inglaterra, que tanto idealizaba Bernstein, el ideal fabiano de 'permeación' de la clase política con planes socialistas 'razonables' y tecnocráticos obviamente había fallado, ya antes incluso del comienzo de la controversia, y estaba constituyéndose un Partido Laborista sólidamente proletario (como lo era entonces).

Los oponentes de Bernstein defendían alianzas tácticas con los progresistas burgueses, si eran posibles, pero insistían en la necesidad de un partido proletario sólidamente comprometido con sus propios intereses de clase. Pero no se limitaban simplemente a repetir a Marx. Parvus negó la caricatura (aún en vigor) de que la inevitable "polarización de clases” fuese una predicción marxista; Luxemburgo insistió en que el reformismo era económicamente y socialmente regresivo a menos que condujese al socialismo; Kautsky (el "Papa del marxismo”) conjeturó una revolución socialista ¡sin socialistas! No hubo una respuesta única "ortodoxa" a Bernstein.

Como la mayoría de los debates en un movimiento vivo, hubo más respuestas que preguntas. 

Notas:

1. E Bernstein, ‘German social democracy and the Turkish troubles’ Neue Zeit October 14 1896, in H and JM Tudor (eds) Marxism and Social Democracy: the revisionist debate 1896-1898 Cambridge 1988, p51. 

 2. EB Bax, ‘Our German Fabian convert; or, socialism according to Bernstein’ Justice November 7 1896, in JM Tudor op cit p64. Cf EB Bax, ‘The socialism of Bernstein’ Justice No21, November 1896, in JM Tudor op cit p71. 

 3. EB Bax, ‘Our German Fabian convert’, in JM Tudor op cit p73. 

 4. E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit January 5 1898, in JM Tudor op cit p154. 

 5. EB Bax, ‘Colonial policy and chauvinism’ Neue Zeit December 21 1897, in JM Tudor op cit pp140-49. 

 6. Cited in E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 2: ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit p159. 

 7. Un punto que Kautsky subrayó en K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899 pp42-43. Un compañero revisionista, Konrad Schmidt, decía identificar la teoría del colapso en el Manifiesto Comunista , pero sólo fue capaz de ello en tanto que una crisis social multidimensional en vez de una convulsión económica singular. Ver K Schmidt, "El objetivo final y el movimiento” Vorwärts, 20 de febrero de 1898. Rosa Luxemburgo, en respuesta a Bernstein, de hecho sí formuló una teoría del colapso basada en la incapacidad del capitalismo internacional de generar mercados suficientes para su producción de mercancías, y su incorporación y agotamiento de todos los mercados no capitalistas. El capitalismo estaba así "inexorablemente acercándose al principio del fin, el momento de la crisis final del capitalismo" (R Luxemburgo, “El método” Leipziger Volkszeitung, 21 de septiembre en 1898 JM Tudor op.cit P258. 

 8. Por ejemplo, A Bebel La mujer y el socialismo, Nueva York, 1910, P366.

9. E Bernstein, ‘Collapse and colonial policy’, p164. 

 10. E Bernstein The preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p125. 

 11. E Bernstein, ‘The conflict in the English engineering industry’, part 1: ‘The issues of principle in the conflict’ Neue Zeit December 20 1897, in JM Tudor op cit p124. 

 12. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p77. Cf E Bernstein, ‘Problems of socialism’, second series: ‘Socialism and child labour and industry’ Neue Zeit September 29 1897, in JM Tudor op cit p106. 

 13. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p80. 

 14. JA Hobson, ‘Collectivism in industry’ (October 1896): www.marxists.org/archive/hobson/1896/10/collectivism.html. 

 15. E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit January 5 1898, in JM Tudor op cit p153. 

 16. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p150. 

 17. Bernstein to Bebel, October 20 1898, in JM Tudor op cit p326. 

 18. E Bernstein, ‘The realistic and the ideological moments in socialism’ Neue Zeit Nos34 and 39, 1898, in JM Tudor op cit p235. 

 19. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p107. 

 20. E Bernstein, ‘The realistic and the ideological moments in socialism’ Neue Zeit Nos34 and 39, 1898, in JM Tudor op cit p241. 

 21. ‘Statement’ by Edward Bernstein, read by August Bebel to the SPD party in Stuttgart, in JM Tudor op cit p290. 

 22. El sufragio universal nos "informó con precisión de nuestra propia fuerza y ​​de la de todos los partidos hostiles y, por lo tanto, nos proporcionó una medida de la proporción de nuestras acciones insuperable, salvaguardándonos tanto de una inoportuna timidez como de una temeridad prematura": www. marxists.org/archive/marx/works/subject/hist-mat/class-sf/intro.htm. 

 23. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, pp206-08. 

 24. E Bernstein, ‘Crime and the masses’ Neue Zeit November 10 1897, in JM Tudor op cit pp109, 110, 130. 

 25. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p152. Cf ibid p205. 

 26. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit pp74-75. 

 27. E Bernstein, ‘Social democracy and imperialism’ (May 1900), in RB Day and D Gaido Witnesses to the permanent revolution: the documentary record Chicago 2009, p219. 

 28. Cited in E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit p167. 

 29. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit p220. 

 30. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p175. 

 31. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit 221. 

 32. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p76. 

 33. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p160. 

 34. E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit pp168-69. 

 35. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, pp115-19. 

 36. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, footnote viii, in JM Tudor op cit p228. 

 37. E Bernstein, ‘The social and political significance of space and number’ Neue Zeit April 14 and 21 1897, JM Tudor op cit pp83-98 (quotation p88). 

 38. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p158. 

 39. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit p217. 

 40. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p104. 

 41. Ibid p105. 

 42. Cited in E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit pp161-62. 

 43. K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899, p8. 

 44. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit p181. 

 45. A Parvus, ‘The social revolutionary army’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 6 1898, in JM Tudor op cit pp185-86. 

 46. A Parvus, ‘The social revolutionary army (continued)’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 8 1898, in JM Tudor op cit p188. 

 47. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit pp182, 183-84, 

 48. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit p177. 

 49. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p270. 

 50. R Luxemburg, ‘The introduction of socialism through social reforms’ Leipziger Volkszeitung September 24 and 26 1898, in JM Tudor op cit p260. 

 51. Ibid en JM Tudor op cit pp261-63. Kautsky estuvo de acuerdo con el argumento de Luxemburgo, mientras que Bernstein se negó a condenar las alianzas sindicales con los cárteles para "contrapesar la competencia desleal y la subvaloración no regulada". E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, footnote by Bernstein, p137. 

 52. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p271. 

 53. Ibid. 

 54. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p272. 

 55. R Luxemburg Social reform or revolution (1899, 1908), in D Howard (ed) Selected political writings of Rosa Luxemburg New York and London 1971, p123. 

 56. R Luxemburg The accumulation of capital: www.marxists.org/archive/luxemburg/1913/accumulation-capital/ch31.htm. 

 57. Bebel to Kautsky, February 15 1898, in JM Tudor op cit p135. 

 58. Bebel to Bernstein, October 22 1898, in JM Tudor op cit p330. 

 59. Kautsky at the SPD party in Stuttgart, in JM Tudor op cit p295. 

 60. K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899, p46. 

 61. Ibid p48. 

 62. Ibid p120. 

 63. Ibid p81. 

 64. Ibid p95. 

 65. Ibid p131. 

 66. Ibid pp131-135. 

 67. Ibid p151. 

 68. Ibid p177. 

 69. Ibid p172. 

 70. Ibid pp180-183. 

 71. Ibid p188. 

 72. Ibid pp194-95. 

 73. "... la clase obrera no era lo suficientemente fuerte como para ser capaz de mantener el poder que la catástrofe puso en sus manos, sobre todo porque la guerra había debilitado sus filas, desmoralizado a muchos de sus miembros, y desorganizado a la mayoría de los sectores revolucionarios. En lugar de ofrecer un frente unido a sus oponentes de la clase media, la clase obrera fue devastada por las luchas internas " (K Kautsky The labour revolution (1924): www.marxists.org/archive/kautsky/1924/labour/ch02_b.htm).

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