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domingo, 15 de enero de 2017

Rosa Luxemburgo, la rosa roja del socialismo

Espada y llama de la revolución, su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional

Josefina L. Martínez
ctxt.es

Mehring dijo una vez que Luxemburgo era “la más genial discípula de Carlos Marx”. Brillante teórica marxista y polemista aguda, como agitadora de masas lograba conmover a grandes auditorios obreros. Uno de sus lemas favoritos era “primero, la acción”, estaba dotada de una fuerza de voluntad arrolladora. Una mujer que rompió con todos los estereotipos que en la época se esperaban de ella, vivió intensamente su vida personal y política.

Era muy pequeña cuando su familia se muda desde la localidad campesina de Zamosc hacia Varsovia, donde transcurre su niñez. Rozalia sufrió una enfermedad de la cadera, mal diagnosticada, que la deja convaleciente durante un año y le produce una leve cojera que dura toda su vida. Perteneciente a una familia de comerciantes, siente en carne propia el peso de la discriminación, como judía y como polaca en la Polonia rusificada.

Empezó a militar a los 15 años.
Según su biógrafo, varios dirigentes socialistas fueron condenados a morir en la horca, algo que impactó en la joven estudiante

La actividad militante de Rosa comienza a los 15 años, cuando se integra al movimiento socialista. Según su biógrafo P. Nettl, tenía esa edad cuando varios dirigentes socialistas fueron condenados a morir en la horca, algo que impactó profundamente en la joven estudiante. “En su último año de escuela era conocida como políticamente activa y se la juzgaba indisciplinada. En consecuencia, no le concedieron la medalla de oro por aprovechamiento académico, a la que era acreedora por sus méritos escolares. Pero la alumna más sobresaliente en los exámenes finales no solo era un problema en las aulas; para entonces era, de seguro, un miembro regular de las células subsistentes del Partido Revolucionario PCU Proletariado”.

Alertada de que había entrado en el foco de la policía, Rosa emprende una huida clandestina hacia Zúrich, donde se convierte en dirigente del movimiento socialista polaco en el exilio. Allí conoce a Leo Jogiches, quien será amante y compañero personal de Rosa durante muchos años, y su camarada hasta al final.

Después de graduarse como Doctora en Ciencias Políticas -algo inusual para una mujer en ese entonces-, finalmente decide trasladarse a Alemania para integrarse en el SPD, el centro político de la Segunda Internacional. Allí conoce a Clara Zetkin, con quien sella una amistad que dura toda la vida.

La batalla por las ideas
En Berlín desde 1898, Rosa se propone medir sus armas teóricas con uno de los integrantes de la vieja guardia socialista, Eduard Bernstein, quien había comenzado una revisión profunda del marxismo. Según él, el capitalismo había logrado superar sus crisis y la socialdemocracia podía cosechar victorias en el marco de una democracia parlamentaria que parecía ensancharse crecientemente, sin revoluciones ni lucha de clases. El “debate Bernstein” sumó muchas plumas, sin embargo, fue Rosa Luxemburgo quien desplegó la refutación más aguda en el folleto “Reforma o Revolución”.

La Revolución Rusa de 1905, la primera gran explosión social en Europa después de la derrota de la Comuna de París, fue sentida como una bocanada de aire fresco por Luxemburgo. Escribió artículos y recorrió mítines como vocera de la experiencia rusa en Alemania, hasta que logra introducirse de forma clandestina en Varsovia para participar de forma directa en los acontecimientos. Es el “momento en que la evolución se transforma en revolución”, escribe Rosa. “Estamos viendo La Revolución. La revolución Rusa de 1905 fue sentida como una bocanada de aire fresco. "Seríamos unos asnos si no aprendiéramos de ella", decía

La Revolución de 1905 abrió importantes debates que dividieron a la socialdemocracia. En esta cuestión, Rosa Luxemburgo coincidía con Trotsky y Lenin frente a los mencheviques, defendiendo que la clase trabajadora tenía que jugar un papel protagónico en la futura Revolución Rusa, enfrentada a la burguesía liberal. El debate sobre la huelga política de masas atravesó a la socialdemocracia europea en los años que siguieron. El ala más conservadora de los dirigentes sindicales en Alemania negaba la necesidad de la huelga general mientras que el “centro” del partido la consideraba como una herramienta únicamente defensiva, válida para defender el derecho al sufragio universal. Rosa Luxemburgo cuestiona el conservadurismo y el gradualismo de esa posición en su folleto “Huelga de masas, partido y sindicatos”, escrito desde Finlandia en 1906. Este debate reaparece hacia 1910, cuando Luxemburgo polemiza directamente con su anterior aliado, Karl Kautsky.

Socialismo o regresión a la barbarie
La agitación contra la Primera Guerra Mundial es un momento crucial en su vida, un combate contra la defección histórica de la socialdemocracia alemana que apoya a su propia burguesía, en contra de los compromisos asumidos por todos los Congresos socialistas internacionales.

En su biografía, Paul Frölich señala que cuando Rosa se entera de la votación del bloque de diputados del SPD, cae por un momento en una profunda desesperación. Pero, como mujer de acción que era, rápidamente responde. El mismo día que se votaban los créditos de guerra, en su casa se reunían Mehring, Karski y otros militantes. Clara Zetkin envía su apoyo y poco después se suma Liebcknecht. Juntos editan la revista La Internacional y fundan el grupo Spartacus.

En 1916 Rosa Luxemburgo publica “El folleto de Junius”, escrito durante su estadía en una de las tantas prisiones que se han transformado en residencia casi permanente. En este trabajo plantea una crítica implacable a la socialdemocracia y la necesidad de una nueva Internacional. Retomando una frase de Engels, Luxemburgo afirma que si no se avanza hacia el socialismo solo queda la barbarie. “En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie.”

En mayo de 1916, Spartacus encabeza un mitin del 1 de mayo contra la guerra, donde Liebknecht es arrestado, pero su condena a prisión provoca movilizaciones masivas. Se anuncia un tiempo nuevo.

1917: atreverse a la revolución
Retomando una frase de Engels, Luxemburgo afirma que si no se avanza hacia el socialismo solo queda la barbarie

La revolución rusa de 1917 encontró en Rosa Luxemburgo una firme defensora. Sin dejar de plantear sus diferencias y críticas sobre el derecho a la autodeterminación o acerca de la relación entre la asamblea constituyente y los mecanismos de la democracia obrera --sobre esta última cuestión cambia de posición después de salir de la cárcel en 1918--, Luxemburgo escribe que “los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.”

Cuando la sacudida de la revolución rusa impacta directamente en Alemania en 1918 con el surgimiento de consejos obreros, la caída del káiser y la proclamación de la República, Rosa aguarda impaciente la posibilidad de participar directamente de ese gran momento de la historia.

El Gobierno queda en manos de los dirigentes de la socialdemocracia más conservadora, Noske y Ebert, dirigentes del PSD --este partido se había escindido con la ruptura de los socialdemócratas independientes, el USPD--. En noviembre de ese año, el gobierno socialdemócrata llega a un pacto con el Estado mayor militar y los Freikorps para liquidar el alzamiento de los obreros y las organizaciones revolucionarias. Rosa y sus camaradas, fundadores de la Liga Espartaco, núcleo inicial del Partido Comunista Alemán desde diciembre de 1918, son duramente perseguidos.

El 15 de enero, un grupo de soldados detuvieron a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo cerca de las nueve de la noche. Rosa "llenó una pequeña valija y tomó algunos libros”, pensando que se trataba de otra temporada en la cárcel. Enterado del arresto, el gobierno de Noske dejó a Rosa y a Karl en manos de los enfurecidos Freikorps --cuerpo paramilitar de exveteranos del ejército del Kaiser--. Se organizó una puesta en escena: al salir de las puertas del Hotel Eden, los dirigentes Espartaquistas fueron golpeados en la cabeza con la culata de un rifle, arrastrados y rematados a tiros. El cuerpo de Rosa fue tirado al río desde el puente de Landwehr a sus sombrías aguas. Fue encontrado tres meses después.

Un año antes, en una carta desde la prisión dirigida a Sophie Liebknecht, en la víspera del 24 de diciembre de 1917, Rosa escribía con un profundo optimismo sobre la vida: "Es mi tercera navidad tras las rejas, pero no lo tome a tragedia. Yo estoy tan tranquila y serena como siempre. (…) Ahí estoy yo acostada, quieta y sola, envuelta en estos múltiples paños negros de las tinieblas, del aburrimiento, del cautiverio en invierno (...) y en ese momento late mi corazón con una felicidad interna indefinible y desconocida. (…) Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma: la profunda penumbra de la noche es tan bella y suave como el terciopelo, si una sabe mirarla.”

Clara Zetkin, tal vez quien más la conocía, escribió sobre su gran amiga y camarada Rosa Luxemburgo, compartiendo ese optimismo después de su muerte: “En el espíritu de Rosa Luxemburgo el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas, era para ella la suprema dicha (…) Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida, a la idea, no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había dado ya trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional”.

Josefina L. Martínez es historiadora y periodista. Pertenece a la redacción de La Izquierda Diario y es miembro del Colectivo Burbuja.

lunes, 10 de octubre de 2016

Cuando Bernstein revisó la "ortodoxia" marxista


Entre 1896 y 1900 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) - una organización de masas de la clase trabajadora, comprometida con el socialismo - fue sacudida por un debate sobre el "revisionismo". Esta fue la primera brecha intelectual importante dentro de las fuerzas del marxismo desde que desarrolló un apoyo de masas en la década de 1880.

El debate revisionista comienza cuando Eduard Bernstein (en la foto con K. Kautsky), uno de los principales teóricos del partido, escribió un artículo sobre el colonialismo en 1896. En él, Bernstein argumentó que, dado que el SPD representaba ya en 1896 a una cuarta parte de los votantes del Reich alemán (estado), "tenemos un cierta responsabilidad de la política de ese Reich" (1). Los trabajadores, escribió, tienen una nación a la que deben ser leales. Cuando la causa es justa, como el apoyo a los armenios contra la represión turca, los socialistas deben apoyar al gobierno.

El excéntrico socialista británico Ernest Belfort Bax respondió duramente. Había conocido a Bernstein en Inglaterra y estaba convencido de que Bernstein había "inconscientemente dejado de ser un socialdemócrata " (2). Siempre un poco romántico cuando se trataba de las sociedades no-europeas, Bax insistió en que el deber de los socialistas era " luchar con uñas y dientes contra todo avance de la civilización en los países bárbaros y salvajes ... 'Mejor la esclavitud que el capitalismo; mejor el tratante de esclavos árabe que la empresa de tráfico de esclavos': esas deben ser nuestra respuesta a estas preguntas" (3).

A Bernstein no le costó mucho responder, aunque su apología del imperialismo fue más allá de la prudencia requerida ("bajo el dominio directo europeo, los salvajes están, sin excepción, mejor que antes" (4) ). Incluso cuando Bax respondió bastante más sofisticado que los socialistas deben rechazar el imperialismo por su expansión de los mercados, lo que podría prolongar la existencia del capitalismo, ganó pocas simpatías entre los ortodoxos por incluir en su polémica imputaciones antisemitas (Bernstein era judío) (5). No obstante, Bernstein defendía evidentemente el "colonialismo patriótico”. El debate implicó que las sospechas de los ortodoxos se confirmaron cuando Bernstein comenzó su serie de artículos en la Neue Zeit , la revista editada por Karl Kautsky, sobre “Los problemas del socialismo''.

En su serie de artículos revisionistas, Bernstein irritó a otros socialistas al atacar insistentemente supuestos argumentos de autores sin identificar o sin referencias a textos (con la única excepción del blanco fácil de Bax). Una excepción a esta imprecisión fue la referencia directa de Bernstein a una resolución de la Internacional Socialista en el Congreso de Londres de 1896 (o, en todo caso, una versión de ella – porque hubo cierta controversia sobre el propio texto de la resolución aprobada). La resolución decía:

“El desarrollo económico ha llegado al punto en que una crisis podría ser inminente. Por consiguiente, el Congreso hace un llamamiento a los trabajadores del mundo para aprender a dirigir la producción, de modo que estén en condiciones de hacerse cargo de la gestión de la producción en tanto que trabajadores con conciencia de clase con el objetivo del bien común” (6).

Bernstein interpretaba el texto como una teoría del colapso catastrófico del capitalismo como precursor de la revolución social. Era un poco exagerado interpretar así la resolución y, de hecho, en el canon marxista o del SPD era difícil encontrar algo que pudiese sugerir semejante teoría de una crisis inevitable y terminal del capitalismo como sistema económico (7). De hecho, su principal texto inspirador, discretamente pasado por alto por Bernstein, eran los escritos y discursos de August Bebel (8). Y no eran de ninguna manera considerados patrimonio comun de la izquierda socialista.

Bernstein argumentó - en contra de esta supuesta "teoría del colapso" - que las grandes crisis económicas eran una cosa del pasado, debido al desarrollo de la "capacidad de adaptación y flexibilidad" del mundo de los negocios, principalmente en forma de crédito y de la organización en carteles de los mercados (9). Bienvenido fuera, ya que hacia menos probable una revolución repentina, y Bernstein advirtió que una "revolución" no era nada bueno. Esos "sentimientos y pasiones excitados" por las crisis revolucionarias, escribió, eran lo contrario de las reformas socialistas constructivas (10).

La idea de la lucha de clases - una "noción simplista ... largamente acariciada en Alemania y todavía no muerta en nuestra literatura" (11) - era un "desperdicio completo de tiempo, esfuerzo y material" (12). Para ilustrar lo que él consideraba el verdadero "motor del progreso", que conduciría al colectivismo, (13) Bernstein volvió a publicar un artículo del simpatizante fabiano británico, John A. Hobson. Para Hobson, el crecimiento del colectivismo tenía poco que ver con las demandas de los trabajadores o incluso de los socialistas. Era simplemente el resultado lógico natural de ciertas industrias a gran escala - como los servicios públicos, la banca, los seguros, el transporte marítimo, etc - que tendían hacia el monopolio. Para Hobson, tales industrias inevitablemente evolucionaban hacia la propiedad colectiva por el "empuje de las leyes naturales" (14).

Bernstein fue un poco más preciso que esto. El capitalismo, dijo, "tiene su propia historia de desarrollo y ... bajo la presión de las instituciones democráticas modernas, y los conceptos de obligación social que conllevan, debe asumir un rostro distinto de aquel que evidenciaba cuando el poder político estaba monopolizado por la propiedad privada" (15). El socialismo, por lo tanto, no era una alternativa al liberalismo constitucional; era una variante del mismo: " liberalismo organizado" (16).

Bernstein aceptaba en general la teoría marxista que veía en el trabajador industrial moderno "el verdadero y auténtico vehículo instrumental del socialismo". Sin embargo, matizaba mucho esta afirmación. Los marxistas, creía, pasaban por alto el hecho de que no había un "proletariado homogéneo", sino que era un término que agrupaba sin distinciones al ganadero y al pastor, al secretario y al pinche de cocina, al trabajador cualificado y al peón (17). Apuntó correctamente, sin embargo, que el núcleo duro de los trabajadores socialistas no tendía a provenir de la gran industria, sino de "industrias relativamente atrasadas, subordinadas o intermedias": por ejemplo, los fabricantes de cigarros, los carpinteros, los zapateros, los sastres, los maestros artesanos, los trabajadores a domicilio en la industria textil y los encuadernadores (18).

Los asalariados, Bernstein insistió, no se oponen a la extracción capitalista de la 'plusvalía' como tal, sino a lo que subjetivamente perciben como el robo de su ‘trabajo excedente'. Los socialistas, a su vez, actúan movidos por una creencia ética y bastante general de la justicia. De ello se desprendía que la creencia socialista no era un reflejo automático de la condición proletaria (19) : "El proletariado, como suma total de los asalariados, es una realidad; el proletariado como una clase que actúa con un propósito y una perspectiva común es en gran medida producto de la imaginación" (20).

Bernstein vio la reforma social gradual del capitalismo como un reflejo no de la lucha de clases, sino de la democracia naciente. Esta democracia la concibió como un mecanismo de filtro, que ayudaba a limitar la influencia del proletariado en la sociedad en la medida apropiada a su desarrollo: "la democracia significa que en todo momento dado la clase obrera debe pesar en la medida en que lo permita su madurez intelectual y la etapa actual de su desarrollo económico" (21). (Aseguró estar citando a Engels, pero parece ser una paráfrasis tendenciosa de la introducción de 1891 de Engels a una nueva edición de Las luchas de clases en Francia de Marx (22)).

"No está listo para el poder"

Bernstein consideraba claramente que el proletariado tenía bastante camino por recorrer antes de alcanzar la madurez política. La clase obrera, que vive en condiciones de hacinamiento, con un ingreso incierto e insuficiente y mal educada, estaba lejos de poder ejercer el poder (23). Criticó lo que consideraba un "culto" socialista de las masas. Las masas eran, de hecho, en gran medida, un "animal de rebaño" irracional (24). El ejercicio del poder político del proletariado, a menos que fuera preparado para la responsabilidad y delimitado por las poderosas instituciones de la propiedad privada, "podría, de hecho, ser posible sólo en la forma de un poder central dictatorial, revolucionario, apoyado por la dictadura terrorista de los clubes revolucionarios" (25).

Los países más avanzados de la época no estaban maduros para la "dictadura del proletariado" - lo que significaba el gobierno de la clase trabajadora sino para que los partidos de la clase obrera influyeran sobre la política del gobierno (26). En el futuro previsible, los socialistas debían trabajar sobre la base de "coaliciones y compromisos "con los partidos liberales burgueses, tanto fuera como dentro del gobierno (27). En caso de que un gobierno socialista llegase al poder, no sería prudente tratar de poner en práctica su programa máximo. El capitalismo no puede ser revocada por decreto, dado el gran número de pequeñas empresas que no podrían ser rápidamente socializadas, ni podría incluso dar marcha atras en gran medida, por temor a socavar la confianza empresarial (28). Un gobierno socialdemócrata "no podría en un principio prescindir del capitalismo, a menos que quisiera frenar en seco la vida económica" (29).

Desde su punto de vista, sólo se podría intentar la socialización de sectores o empresas que fuesen aceptables para los sectores de negocios y otros intereses de los propietarios. Un partido socialista sólo podía legítimamente proponer reivindicaciones que fuesen aceptables para los no socialistas: "Una exigencia a la que todos los partidos burgueses se opusieran necesariamente por principio sería, por ese solo hecho, calificada de utópica" (30) (el subrayado es mío). Solo tendría sentido, por lo tanto, para el estado burgués en el poder llevar a cabo únicamente las medidas de socialización que creyera prudente. El papel más productivo para el partido político de la clase obrera sería permanecer en la oposición, instando a la burguesía a avanzar hacia el colectivismo (31).

El SPD había caracterizado habitualmente las medidas de socialización emprendidas por el gobierno alemán semi-autoritario, como la legislación laboral fabril y la nacionalización de servicios públicos como los ferrocarriles y correos, no como los primeros pasos hacia el socialismo, sino más bien como un "capitalismo de Estado", cuyo objetivo era reforzar la independencia del gobierno vis-à-vis la sociedad, y para regular a la clase obrera. Bernstein rechazó esta idea. Tales medidas por parte de la derecha eran de hecho los primeros avances hacia el socialismo (32).

Para Bernstein, la función principal del movimiento socialista era educar a la clase obrera para ejercer un papel corporativo en la democratización del estado. La socialdemocracia tenía que tomar en sus manos una clase obrera "impregnada de superstición y con una educación deficiente" (33). A este respecto, como resumió con tanto éxito, francamente admitió que tenía "poquísimo interés, o intuición, de lo que por lo general se denomina ‘el objetivo final del socialismo’. Este objetivo, sea lo que sea, no significa nada para mí; el movimiento lo es todo" (34).

Cualquier idea de autogestión de los trabajadores de la sociedad era utópica, porque "a menos que la sociedad socialista haga del diletantismo un principio rector, se necesitan funcionarios con experiencia". Cuando se trataba de la economía, esos ‘funcionarios’ eran idealmente los mismos capitalistas. La autogestión cooperativa no podía funcionar en las empresas de mayor escala, y la fábrica moderna jerárquica debilitaba más que fortalecía el instinto de trabajo cooperativo (35). No se podía prescindir de los gestores profesionales. "No es una cuestión de cuán grande es el ejército ‘revolucionario’, sino de si podemos prescindir de los capitanes de industria, para usar la frase de Carlyle" (36). Era necesario, por tanto, que los trabajadores aprendiesen auto-disciplina y auto-subordinación a la autoridad del estado que evidentemente les faltaba (37).

Para Bernstein, era crucial que los socialistas dejasen de aterrar a las clases poseedoras, que eran indispensables para el funcionamiento social, con tanta mención a la lucha de clases. Esto sólo serviría para empujarlas hacia la reacción. La socialdemocracia debía dejar clara su oposición a la "revolución violenta", porque "cuanto más claramente se diga y se fundamente, más pronto se disipará el miedo [de la burguesía] " (38).

Bernstein negó que la sociedad se polarizase entre un diminuto número de capitalistas y una masa de proletarios no diferenciada, como la obra de Marx parecía predecir:

“Los modernas asalariados no son la masa homogénea, uniforme sin el estorbo de la propiedad, la familia, etc., que se prevé en el Manifiesto [Comunista]. Amplios estratos se han levantado entre ellos para lograr condiciones de vida pequeño-burguesas. Y, por otro lado, la disolución de las clases medias se está produciendo mucho más lentamente que lo que el Manifiesto creía” (39).

Precisamente en la industria manufacturera más avanzada era donde la división jerárquica tendía a desarrollarse más entre los trabajadores, y "entre éstos, hay sólo un sentimiento tenue de solidaridad" (40). Los trabajadores se dividían por las grandes diferencias de ingresos y los modos de trabajo: "El tornero de precisión y el minero de carbón, el experto decorador de casas y el portero, el escultor y modelador y el fogonero, llevan como regla tipos de vida muy diferentes y tienen diferentes tipos de necesidades" (41).

Bernstein argumentó que el proletariado asalariado era mucho más débil en los países capitalistas avanzados que lo que los socialistas estaban dispuestos a admitir, porque - en contra de las predicciones de Marx - la pequeña propiedad o la propiedad pequeño-burguesa seguía siendo sustancial y numerosa. La gran industria, que, vale la pena recordar se definía en Alemania como cualquier empresa con 50 empleados o más, representaba el 60% de la producción, pero un poco más del 38% del empleo (42). Esta fragmentación de la economía significaba, además, que la propiedad colectiva de la industria social a una escala que permitiese superar rápidamente el capitalismo simplemente no estaba al orden del día.

El revisionismo de Bernstein, aunque global en su menosprecio de las versiones bastardas de la ortodoxia marxista, no estaba exento de ambigüedades y predicciones aventuradas. En su respuesta a los críticos se quejó regularmente de ser mal interpretado, e insistió en que no pretendía ninguna nueva orientación táctica. Karl Kautsky tenía razón cuando escribió que "el único resultado final práctico" de la crítica dispersa de Bernstein era "una exhortación a no utilizar términos que podrían asustar a la burguesía" (43).

Respuesta 1: Parvus

En una respuesta bastante eficaz a Bernstein, el socialista de izquierda ‘Parvus’ (Alexander Helphand, en la foto), señaló que el tamaño de los lugares de trabajo no determinaba si un sector industrial estaba maduro para la socialización. Si numerosos talleres relativamente pequeños se coordinaban en red convenientemente, estando socializados bajo el capital, podrían ser igualmente socializados como propiedad colectiva. Apuntó asimismo que el sector de la fabricación de gas alemán, un candidato obvio incluso para la nacionalización bajo un "capitalismo de estado", estaba compuesto por 427 empresas que empleaban cerca de 35 hombres por empresa. Pero estaba integrado (44). Por el contrario, las empresas que estaban verdaderamente dispersas y eran independientes entre sí, como aquellas orientadas principalmente al servicio personal, no eran técnicamente aptas para la "concentración" incluso si se empleaban proletarios. Parvus puso como ejemplos a instaladores, fontaneros, electricistas y decoradores de interiores (45).

Parvus reconoció que la clase media de "personal técnico y administrativo", aunque por lo general indiferente a los trabajadores y rechazados por estos como capataces, necesariamente tendrían un "papel destacado" en una economía socialista como "planificadores". Esto planteaba un peligro para un gobierno obrero, ya que tenían la voluntad y la capacidad de dominar:

“Nosotros, como políticos que conscientemente preparan el camino para la revolución social, no tendremos entonces más remedio que 1) desarrollar una rápida expansión de la educación técnica para asegurar que la sociedad tiene suficiente personal técnico y administrativo a su disposición, y 2) desalentar [su] aventurerismo mediante la extensión de la organización democrática de la dirección de la fábrica y el uso energético de un poder político central” (46).

Para Parvus, mientras que el tamaño de la empresa determina si el empresario tenía una conciencia capitalista o pequeño-burguesa, esto no se aplicaba pari passu a los trabajadores. Esos trabajadores de la gran fábrica - y dependiendo de la industria, señaló, una fábrica que emplease a 50 trabajadores podría considerarse "grande" – no necesariamente tenían que ser la mayoría de los asalariados para que existiese un proletariado consciente, pero sí el núcleo determinante de la población urbana socialmente progresista. El número relativamente pequeño de trabajadores de la gran industria "actuaría como centro de coordinación de capas asalariadas mucho más amplias” (47).

Parvus menospreciaba demasiado la capacidad de la verdadera pequeña-burguesía de resistir el movimiento proletario: "la revolución social no será frenada por la posible, pero muy poco probable, resistencia de las lavanderas y los barberos" (48). Sin duda, pero la enorme masa de la pequeña-burguesía y las crecientes clases profesionales eran una auténtica barrera para el avance socialista. El énfasis de Parvus, sin embargo, se apoyaba en el argumento de que no era necesario esperar a que el capitalismo se articulase en grandes unidades de producción para que el socialismo se convirtiese en una alternativa.

Respuesta 2: Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo (en la foto en un mitin del SPD) también atacó a Bernstein desde la izquierda. Sus argumentos, sin embargo, fueron bastante poco ortodoxos. Reconoció que las tácticas propuestas por Bernstein - la lucha por reformas - no diferían de la práctica cotidiana de la socialdemocracia. Tampoco estaba en contra. En lo que no estaba de acuerdo con Bernstein era en su balance de esta actividad práctica cotidiana. Donde Bernstein veía una actividad política y sindical con el objetivo de subordinar el capitalismo al control social, Luxemburgo insistía que no eran más que vehículos para preparar al proletariado mentalmente para la revolución social:

“La principal importancia socialista de la actividad política y sindical consiste en el hecho de que se socializa la conciencia , la conciencia de la clase obrera. Si se concibe como un medio para la socialización directa de la economía capitalista, no sólo no alcanzará su supuesto objetivo; también perderá su otra y única posible significación social: dejará de ser un medio para preparar a la clase obrera para la revolución proletaria” (49).

La lucha de clases sin llegar a la revolución, sin embargo, tenía un mérito intrínseco relativo.

Luxemburgo aceptaba que la conciencia del proletariado no era espontáneamente socialista. De hecho, la actividad sindical no cuestiona el capitalismo sino que refleja "la ley capitalista de los salarios: es decir, la venta de ... la fuerza de trabajo a los precios del mercado" (50). Los sindicatos podían ser positivamente reaccionarios al intentar frenar la introducción de mejoras técnicas en la producción en defensa de la posición relativamente privilegiada de los trabajadores cualificados. Si los sindicatos trataban de utilizar su poder de negociación para mantener artificialmente el precio de los bienes producidos por sus miembros, estaban operando efectivamente como un cartel con los empleadores contra los consumidores. Las reformas sociales reivindicadas por Bernstein tendían a tener estos efectos regresivos (51).

En lugar de mantener o mejorar la productividad capitalista, el reformismo de Bernstein tendía a debilitarla. El reformismo, por lo tanto, no era práctico, ya que, desconectado de la lucha para trascender el capitalismo, simplemente debilitaba su dinamismo económico (Georges Sorel argumentó algo similar). La política de clase del proletariado, desconectada del ideal socialista, era simplemente negativa. " Tan pronto como los resultados prácticos inmediatos [en la forma de reformas sociales] se convierten en el objetivo principal, el punto de vista de clase duro e implacable, que no tiene sentido, excepto en relación con la lucha para tomar el poder político, se vuelve cada vez más una influencia negativa" (52).

Para Luxemburgo, por lo tanto, el socialismo era necesario para salvar al proletariado de un punto de vista de clase instintivamente egoísta contrario a los intereses de la comunidad:

“El socialismo, por lo tanto, no es definitivamente una tendencia inherente a la lucha diaria de la clase obrera. Es inherente sólo en las contradicciones objetivas crecientes de la economía capitalista y en el reconocimiento subjetivo de la clase obrera que la supresión de estas contradicciones por medio de la revolución social es una necesidad absoluta” (53).

La lógica del reformismo, si quería permanecer fiel al ideal de la mejora de la sociedad en general, debe inevitablemente implicar el abandono de la posición de clase (54).

Para Luxemburgo, el modelo de organización estable del proletariado del SPD era, de hecho, inadecuado para alcanzar el socialismo, y en su lugar creaba ilusiones reformistas. Apostaba, por lo tanto, por crisis cada vez más agudas que tenderían hacia un colapso sistémico del capitalismo como el mecanismo para la radicalización de las masas y la revolución socialista. En contraste con casi todos los otros críticos de Bernstein, defendió con toda claridad que para ella "la teoría del derrumbe capitalista ... es la piedra angular del socialismo científico" (55).

En su trabajo de 1910, la acumulación de capital , Luxemburgo intentó elaborar una teoría del colapso. Argumentó que los capitalistas se apoyaban en sectores no capitalistas de la economía mundial - el campesinado y la pequeña burguesía en los países avanzados, y las colonias - para proporcionar una demanda suficiente para realizar los beneficios que el capitalismo no podía producir en su seno. La consecuencia era el imperialismo, en sí mismo un proceso potencialmente catastrófico, ya que creaba las condiciones de las guerras interimperialistas. En última instancia, esto llevaría a un colapso económico:

“... Cuanto con más violencia, ferocidad e intensidad provoque el imperialismo la caída de las civilizaciones no capitalistas, más rápidamente corta la yerba bajo los pies de la acumulación capitalista. ... La mera tendencia hacia el imperialismo hace que adopte formas que convierten la fase final del capitalismo en un período de catástrofes” 56.

El argumento de Luxemburgo era que el reformismo en sí era insostenible: que no superaría el capitalismo ni lo haría más eficiente. De hecho, todo lo contrario. Sólo la revolución socialista era un objetivo viable para un partido obrero, y la revolución sería el resultado de la reacción popular a las crisis capitalistas agudas.

Respuesta 3: Karl Kautsky

August Bebel, líder del SPD, fue relativamente rápido a la hora de condenar los artículos de Bernstein como "absolutamente vergonzosos" (57). Se mostró especialmente molesto por la acusación indirecta de Bernstein de que sus colegas del SPD aceptaban ciegamente sin discusión cada línea del Manifiesto Comunista (58).

Bebel empujó a Karl Kautsky a escribir una réplica. Kautsky no estaba muy dispuestos a enfrentarse a su viejo amigo, Bernstein, y en el Congreso de Stuttgart del SPD, de hecho, argumentó que su análisis era totalmente apropiado para Inglaterra, pero no para Alemania (59). Finalmente, sin embargo, saltó al ruedo.

En su Anti-crítica (1899) – que curiosamente nunca se tradujo al inglés - Kautsky señaló que esas predicciones de Marx criticadas por Bernstein (la progresiva miseria del proletariado, la desaparición de las clases intermedias y el declive de la pequeña-burguesía) estaban lejos de ser posiciones exclusivas de Marx. Fueron defendidas ampliamente por otros socialistas y comentaristas de la época. Lo original de Marx fue su predicción del crecimiento de la organización del proletariado, de su disciplina y madurez política (60). Como Kautsky resumió, la teoría marxista:

“Ve en el modo de producción capitalista el factor que impulsa al proletariado a la lucha de clases contra la clase capitalista, que a su vez hace que crezca cada vez más en número, unidad, inteligencia, confianza en sí mismo y madurez política, que cada vez más aumente su importancia económica , que debe conducir a su organización como partido político, cuya victoria es segura, como lo es el surgimiento de la producción socialista como consecuencia de esta victoria.

Esta es la teoría básica para el futuro del socialismo organizado; lo que forma el programa básico de los partidos socialistas; esto - no la ridícula teoría del "colapso", que Bernstein nos atribuye - es lo que no debemos perder de vista ...” (61).

Para Kautsky, la "miseria física" del proletariado disminuía, aumentando así su capacidad para organizarse y educarse, mientras que al mismo tiempo su "miseria social" crecía - una miseria social que derivaba de la conciencia del proletariado de la polarización de la riqueza, la proliferación de las mercancías y, por tanto, su afilado sentido de que no estaba recibiendo lo que merecía en justicia.

“La conclusión es el hecho de que el contraste entre las necesidades de los asalariados y la capacidad de satisfacerlas con sus salarios, por tanto también la oposición entre trabajo y capital, es cada vez mayor. En esta era de creciente miseria de una fuerza de trabajo física y mentalmente fuerte, no en la creciente desesperación de hordas medio embrutecidas y delirantes [Marx vio] ... la fuerza motriz más poderosa del socialismo. El trabajo [de Marx] no se refuta señalando el aumento del nivel de vida de la clase obrera” (62).

Kautsky criticó a Bernstein por mezclar, descuidadamente, el término preciso, "capitalista", con el impreciso de 'propietario' ( Besitzender ). Marx no había formulado ninguna predicción sobre el crecimiento o reducción de estos "propietarios", y si los asalariados poseían ropa, sábanas, muebles, quizás una pequeña casa y un campo de patatas, eso no los hacía menos proletarios (63).

Sin embargo, si la producción industrial de mercancías daba paso a una economía basada en el comercio y el mercantilismo – como había ocurrido con la economía holandesa desde el siglo XVIII y quizá la economía británica en el XX - la propiedad rentista se volverían más importante que el trabajo asalariado, y el dinamismo político se agotaría: "lo que es seguro es que el socialismo saldrá de la fábrica y no de la bóveda [ de los bancos]" (64).

Kautsky reconocia que una "nueva clase media" se estaba expandiendo. Se trataba de las clases educadas ( Intelligenz ): médicos, abogados, artistas, funcionarios públicos, periodistas, oficiales de policía, clero, empleados administrativos, técnicos, comerciantes, ingenieros y otros. En contraste con la vieja pequeña burguesía, no estaban unidos fanáticamente a la propiedad privada individual. Tampoco, sin embargo, eran una fracción del proletariado, porque estaban inevitablemente unidos a la burguesía por todo tipo de afinidades y vínculos sociales.

Cuando la nueva clase media actuaba como administradores en los centros de trabajo para el capital, asumían el antagonismo de sus empleadores con la fuerza de trabajo. "Pero la barrera más importante que separa a la Intelligenz del proletariado es que la primera constituye una clase privilegiada. Su posición privilegiada se basa en el privilegio de la educación" (65). Se ven como los líderes meritocráticos naturales de la sociedad, que dominan sobre las masas embrutecidas.

Una minoría de intelectuales, gracias a la ventaja de sus amplios horizontes intelectuales y su formada capacidad para el pensamiento abstracto, puede vincularse al movimiento de los trabajadores progresista, aunque incluso entonces es probable que sean hostiles a la lucha de clases. Sin embargo, con la difusión de la educación, este privilegio se ve amenazado, y la Intelligenz cada vez más es prisionera de ideas reaccionarias y del antisemitismo (66).

Los cárteles y las sociedades participadas, que Bernstein celebraba, pueden suavizar la violencia de los ciclos de auge y recesión, pero al mismo tiempo tienden a hacer que la sobreproducción capitalista sea una enfermedad crónica en lugar de un problema cíclico. Al socavar la sana competencia y al explotar los recursos del estado, también contribuyen mucho a socavar la legitimidad de la propiedad privada capitalista a ojos de los trabajadores. Ningún otro fenómeno de la vida capitalista hace más para convencer a los trabajadores de que el poder político sobre el Estado es una condición necesaria para expropiar a los propietarios ociosos de capital (67).

Bernstein estaba en efecto defendiendo, afirmaba Kautsky, que la socialdemocracia se transformase de un partido de clase del proletariado en un partido democrático interclasista. Pero los elementos no proletarios de semejante partido, al depender de la propiedad privada o de los privilegios de la educación, deben rechazar inevitablemente toda deferencia al proletariado no propietario: "Un partido de concentración democrático sólo es posible bajo un liderazgo burgués" (68).

Si el SPD renunciaba a su orientación de clase, perdería confianza en si mismo y unidad. La realización del socialismo, Kautsky argumentó, requiere la supremacía política del proletariado (aunque era poco entusiasta acerca de la noción marxista de la "dictadura del proletariado" (69)). De hecho, una vez que un partido verdaderamente proletario dominase el estado, sea cual fuera su ideología oficial, las campanas doblarían por el capitalismo. Kautsky asumía que un régimen obrero actuaría inmediatamente para socializar los grandes monopolios capitalistas y para acabar con el desempleo. Esto dejaría a los capitalistas restantes sin ningún medio eficaz para intimidar y disciplinar a su fuerza de trabajo. Soportarían la carga de ser dueño de sus empresas sin ser capaces de gestionarlas de manera eficaz y expresarían el deseo rápidamente de que fuesen adquiridas por el estado.

“En otras palabras, el modo de producción capitalista y la dominación política del proletariado son irreconciliables ... Sea el que sea que organice al proletariado en un partido político independiente de este modo prepara el camino para la idea de ?? la revolución social, cualquiera que sea su amor a la paz, la placidez y el escepticismo con el que contemple el futuro” (70).

En este sentido, Kautsky argumentaba que el reformismo, incluso totalmente ausente de "socialismo científico", conducía inevitablemente al socialismo, pero sólo si estaba guiado por un partido proletario firmemente de clase (para Kautsky, el programa formal de tal partido era totalmente secundario).

Kautsky comprendia que el proletariado puede dividirse por su formación, salario, religión, región y un gran número de otros factores. Estas divisiones eran ciertamente evidente para cualquier persona involucrada en la agitación socialista, que hacían el reclutamiento cada vez más difícil a medida que se alejaba del corazón de la mano de obra industrial. Pero la división del proletariado no era mayor que la de la burguesía, que iba desde pequeños maestros a los plutocráticos señores de la industria, que sin embargo en el siglo XIX habían defendido el liberalismo (71). Y, si bien era cierto que el proletariado no era homogéneo políticamente, siempre en la historia una élite de vanguardia con capacidad política había dirigido a las masas en la lucha.

Para Kautsky, apostar por el proletariado era un deber moral. Si Bernstein tenía razón en creer que el proletariado asalariado era políticamente inmaduro, entonces no cabía ninguna esperanza no ya en el socialismo sino en la misma democracia. Los socialistas no podían esperar "controlar" una falange proletaria homogénea; sólo podían alentar a los trabajadores a mirar más allá de sus intereses sectoriales y ayudar a la clase a organizar de forma independiente su capacidad para gobernar: "Si hacemos uso de todos nuestros esfuerzos en este sentido, habremos cumplido con nuestro deber como socialistas: el éxito de nuestro trabajo depende de factores que no controlamos" (72).

Para Kautsky, las reformas eran una parte necesaria de la lucha proletaria, porque ayudaban a elevar el proletariado, haciéndole capaz de reconstruir la sociedad. El dominio político del proletariado, por sí, llevaría a la construcción de un orden socialista. No podía, sin embargo, garantizarse la madurez de la clase obrera antes de la revolución. Y, cuando la revolución llegó a Europa central en 1917-1919, provocando la división del movimiento socialista internacional, Kautsky con tristeza llegó a la conclusión de que la clase obrera había demostrado no estar todavía lista (73).

Conclusiones

Con demasiada frecuencia, la "controversia revisionista” se ha descrito como un simple debate sobre la exactitud de las predicciones de Marx (en el que Bernstein actúa como el chico solitario valiente, que dice al rey que está desnudo). Bernstein, sin embargo, estaba defendiendo una línea política: en contra de la idea de un partido de clase y a favor de una alianza estratégica con la burguesía liberal.

Que perdiese el debate en aquellos años no es sorprendente ( el "revisionismo" fue condenado formalmente en el congreso del SPD de Dresden en 1903): no había ningún grupo importante de la burguesía alemana a favor de una alianza a largo plazo con los trabajadores socialistas. Incluso en Inglaterra, que tanto idealizaba Bernstein, el ideal fabiano de 'permeación' de la clase política con planes socialistas 'razonables' y tecnocráticos obviamente había fallado, ya antes incluso del comienzo de la controversia, y estaba constituyéndose un Partido Laborista sólidamente proletario (como lo era entonces).

Los oponentes de Bernstein defendían alianzas tácticas con los progresistas burgueses, si eran posibles, pero insistían en la necesidad de un partido proletario sólidamente comprometido con sus propios intereses de clase. Pero no se limitaban simplemente a repetir a Marx. Parvus negó la caricatura (aún en vigor) de que la inevitable "polarización de clases” fuese una predicción marxista; Luxemburgo insistió en que el reformismo era económicamente y socialmente regresivo a menos que condujese al socialismo; Kautsky (el "Papa del marxismo”) conjeturó una revolución socialista ¡sin socialistas! No hubo una respuesta única "ortodoxa" a Bernstein.

Como la mayoría de los debates en un movimiento vivo, hubo más respuestas que preguntas. 

Notas:

1. E Bernstein, ‘German social democracy and the Turkish troubles’ Neue Zeit October 14 1896, in H and JM Tudor (eds) Marxism and Social Democracy: the revisionist debate 1896-1898 Cambridge 1988, p51. 

 2. EB Bax, ‘Our German Fabian convert; or, socialism according to Bernstein’ Justice November 7 1896, in JM Tudor op cit p64. Cf EB Bax, ‘The socialism of Bernstein’ Justice No21, November 1896, in JM Tudor op cit p71. 

 3. EB Bax, ‘Our German Fabian convert’, in JM Tudor op cit p73. 

 4. E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit January 5 1898, in JM Tudor op cit p154. 

 5. EB Bax, ‘Colonial policy and chauvinism’ Neue Zeit December 21 1897, in JM Tudor op cit pp140-49. 

 6. Cited in E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 2: ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit p159. 

 7. Un punto que Kautsky subrayó en K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899 pp42-43. Un compañero revisionista, Konrad Schmidt, decía identificar la teoría del colapso en el Manifiesto Comunista , pero sólo fue capaz de ello en tanto que una crisis social multidimensional en vez de una convulsión económica singular. Ver K Schmidt, "El objetivo final y el movimiento” Vorwärts, 20 de febrero de 1898. Rosa Luxemburgo, en respuesta a Bernstein, de hecho sí formuló una teoría del colapso basada en la incapacidad del capitalismo internacional de generar mercados suficientes para su producción de mercancías, y su incorporación y agotamiento de todos los mercados no capitalistas. El capitalismo estaba así "inexorablemente acercándose al principio del fin, el momento de la crisis final del capitalismo" (R Luxemburgo, “El método” Leipziger Volkszeitung, 21 de septiembre en 1898 JM Tudor op.cit P258. 

 8. Por ejemplo, A Bebel La mujer y el socialismo, Nueva York, 1910, P366.

9. E Bernstein, ‘Collapse and colonial policy’, p164. 

 10. E Bernstein The preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p125. 

 11. E Bernstein, ‘The conflict in the English engineering industry’, part 1: ‘The issues of principle in the conflict’ Neue Zeit December 20 1897, in JM Tudor op cit p124. 

 12. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p77. Cf E Bernstein, ‘Problems of socialism’, second series: ‘Socialism and child labour and industry’ Neue Zeit September 29 1897, in JM Tudor op cit p106. 

 13. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p80. 

 14. JA Hobson, ‘Collectivism in industry’ (October 1896): www.marxists.org/archive/hobson/1896/10/collectivism.html. 

 15. E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit January 5 1898, in JM Tudor op cit p153. 

 16. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p150. 

 17. Bernstein to Bebel, October 20 1898, in JM Tudor op cit p326. 

 18. E Bernstein, ‘The realistic and the ideological moments in socialism’ Neue Zeit Nos34 and 39, 1898, in JM Tudor op cit p235. 

 19. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p107. 

 20. E Bernstein, ‘The realistic and the ideological moments in socialism’ Neue Zeit Nos34 and 39, 1898, in JM Tudor op cit p241. 

 21. ‘Statement’ by Edward Bernstein, read by August Bebel to the SPD party in Stuttgart, in JM Tudor op cit p290. 

 22. El sufragio universal nos "informó con precisión de nuestra propia fuerza y ​​de la de todos los partidos hostiles y, por lo tanto, nos proporcionó una medida de la proporción de nuestras acciones insuperable, salvaguardándonos tanto de una inoportuna timidez como de una temeridad prematura": www. marxists.org/archive/marx/works/subject/hist-mat/class-sf/intro.htm. 

 23. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, pp206-08. 

 24. E Bernstein, ‘Crime and the masses’ Neue Zeit November 10 1897, in JM Tudor op cit pp109, 110, 130. 

 25. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p152. Cf ibid p205. 

 26. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit pp74-75. 

 27. E Bernstein, ‘Social democracy and imperialism’ (May 1900), in RB Day and D Gaido Witnesses to the permanent revolution: the documentary record Chicago 2009, p219. 

 28. Cited in E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit p167. 

 29. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit p220. 

 30. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p175. 

 31. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit 221. 

 32. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p76. 

 33. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p160. 

 34. E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit pp168-69. 

 35. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, pp115-19. 

 36. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, footnote viii, in JM Tudor op cit p228. 

 37. E Bernstein, ‘The social and political significance of space and number’ Neue Zeit April 14 and 21 1897, JM Tudor op cit pp83-98 (quotation p88). 

 38. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p158. 

 39. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit p217. 

 40. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p104. 

 41. Ibid p105. 

 42. Cited in E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit pp161-62. 

 43. K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899, p8. 

 44. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit p181. 

 45. A Parvus, ‘The social revolutionary army’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 6 1898, in JM Tudor op cit pp185-86. 

 46. A Parvus, ‘The social revolutionary army (continued)’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 8 1898, in JM Tudor op cit p188. 

 47. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit pp182, 183-84, 

 48. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit p177. 

 49. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p270. 

 50. R Luxemburg, ‘The introduction of socialism through social reforms’ Leipziger Volkszeitung September 24 and 26 1898, in JM Tudor op cit p260. 

 51. Ibid en JM Tudor op cit pp261-63. Kautsky estuvo de acuerdo con el argumento de Luxemburgo, mientras que Bernstein se negó a condenar las alianzas sindicales con los cárteles para "contrapesar la competencia desleal y la subvaloración no regulada". E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, footnote by Bernstein, p137. 

 52. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p271. 

 53. Ibid. 

 54. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p272. 

 55. R Luxemburg Social reform or revolution (1899, 1908), in D Howard (ed) Selected political writings of Rosa Luxemburg New York and London 1971, p123. 

 56. R Luxemburg The accumulation of capital: www.marxists.org/archive/luxemburg/1913/accumulation-capital/ch31.htm. 

 57. Bebel to Kautsky, February 15 1898, in JM Tudor op cit p135. 

 58. Bebel to Bernstein, October 22 1898, in JM Tudor op cit p330. 

 59. Kautsky at the SPD party in Stuttgart, in JM Tudor op cit p295. 

 60. K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899, p46. 

 61. Ibid p48. 

 62. Ibid p120. 

 63. Ibid p81. 

 64. Ibid p95. 

 65. Ibid p131. 

 66. Ibid pp131-135. 

 67. Ibid p151. 

 68. Ibid p177. 

 69. Ibid p172. 

 70. Ibid pp180-183. 

 71. Ibid p188. 

 72. Ibid pp194-95. 

 73. "... la clase obrera no era lo suficientemente fuerte como para ser capaz de mantener el poder que la catástrofe puso en sus manos, sobre todo porque la guerra había debilitado sus filas, desmoralizado a muchos de sus miembros, y desorganizado a la mayoría de los sectores revolucionarios. En lugar de ofrecer un frente unido a sus oponentes de la clase media, la clase obrera fue devastada por las luchas internas " (K Kautsky The labour revolution (1924): www.marxists.org/archive/kautsky/1924/labour/ch02_b.htm).

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