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lunes, 6 de enero de 2020

En estado de shock por la decisión de la Junta Electoral Central.

Los hechos son testarudos y cada vez que se presenta un conflicto importante se confirman: el actual Reino de España tiene un profundo contenido antidemocrático. También lo podríamos decir de otra manera: desde las propias instituciones del Estado se ejerce una presión antidemocrática que ponen en cuestión las propias bases del actual régimen. No puede entenderse de otra manera las decisiones de la Junta Electoral Central inhabilitando la condición de diputado del president de la Generalitat, y por lo tanto destituyéndolo como president, y decidiendo que Oriol Junqueras no puede ser eurodiputado. O sea, dado que por los votos no puedes cambiar al presidente de una Comunidad Autónoma, pues pones un recurso ante la Junta Electoral y ella te lo arregla. El más alto Tribunal de la Unión Europea reconoce la inmunidad parlamentaria de un eurodiputado, pero la Junta Electoral pasa de las leyes europeas y decide lo que le conviene y/o interesa.

Es fácil imaginar el shock que ha causado en Cataluña. Se puede tener una u otra opinión sobre Quim Torra y su política, pero es inaceptable que un órgano administrativo del Estado, ya que ni siquiera ha sido un Tribunal, decida modificar lo que ha votado el pueblo y sus representantes. La indignación era bien evidente en las numerosas concentraciones que se desarrollaron en las plazas de pueblos y ciudades al conocerse la noticia, el viernes 3 de enero. El sábado se convocó una reunión urgente del Parlament que rechazó la inhabilitación de Torra por una mayoría aplastante de 74 votos (ERC, PDCat, CUP y Comunes) 4 en contra (PP) y 17 abstenciones (PSC). Ciudadanos no quiso votar. Y aún fue más mayoritaria la votación del punto 8 de la resolución en la que “se rechaza de nuevo la judicialización de un conflicto que solo puede resolverse por medios políticos y democráticos”. Fue votada por 90 votos a favor, ya que contó también con el apoyo de los socialistas. La portavoz socialista en el Congreso de Madrid, Adriana Lastra, expresó sus dudas de que la Junta Electoral tuviera capacidad para tomar esa decisión y lo mismo declaró el secretario del PSC, Miquel Iceta. De momento, el shock ha significado que los socialistas ya no pueden votar junto al PP y C,s y que los Comunes refuercen su posición democrática frente a los ataques antidemocráticos.

Es un nuevo enfrentamiento de consecuencias impredecibles. Se ha abierto un nuevo conflicto entre una institución del Estado y el Parlament y el president de la Generalitat, se agranda el abismo que existe entre el sentimiento mayoritario de la sociedad e instituciones elegidas a dedo (recordemos que fue un Tribunal quien se cepilló el Estatut aprobado por referéndum y sancionado por los Parlamentos catalán y español; recordemos que el Tribunal Supremo ha condenado a muchos años de cárcel a buena parte del anterior gobierno catalán, a la presidenta del Parlament y a dos líderes sociales y que una sentencia que el Tribunal europeo ha puesto en cuestión en relación a Junqueras, etc. etc.) No es difícil entender el sentimiento de cabreo generalizado contra un régimen que además pretende dar lecciones de democracia y constitucionalismo y el desapego mayoritario respecto a ese régimen y sus instituciones. Las movilizaciones continuarán y, muy probablemente, se desoirá la decisión de la Junta Electoral hasta que haya el pronunciamiento de un Tribunal.

El golpe ha sido tan fuerte que hasta los secretarios generales de los dos principales sindicatos en Cataluña, CCOO y UGT, han tenido que reaccionar. Javier Pacheco, secretario general de CCOO, emitió el siguiente tuit: “La JEC inhabilita @QuimTorraiPla una decisión que no le corresponde extralimitándose en sus funciones, pisoteando los instrumentos democráticos y las instituciones del país. @ccoocatalunya apelamos a la restitución inmediata de sus derechos”. Camil Ros, de UGT, tuiteó: “Por la defensa de los derechos democráticos, hemos de rechazar contundentemente la decisión de la JEC de inhabilitar @QuimTorraiPla i @junqueras La justicia ha de decidir si sigue siendo parte del problema o de las soluciones”.

Si los que en la Junta Electoral tomaron esa decisión para intentar boicotear la investidura del gobierno y darle otra vuelta de tuerca al movimiento de emancipación nacional catalán el tiro les ha salido por la culata. Han vuelto a dejar al desnudo el carácter de este régimen y sus aparatos del Estado y no les servirá para detener la movilización. Ya pasó al conocerse la sentencia contra los dirigentes del procés, la respuesta fue amplia y masiva, comparable o incluso superior a la de octubre de 2017, tanto en la calle como en los resultados de la última contienda electoral. De la misma manera, la respuesta a este shock debería poner encima de la mesa dos temas:

1) La necesidad de la más amplia alianza contra la represión exigiendo la amnistía de los presos, exiliados y detenidos, tanto a nivel de Cataluña como en el conjunto del Reino. Si se abre una etapa de diálogo y de que los problemas se resuelvan a través de la política, habría que empezar por ahí.

2) La decisión de la Junta Electoral es una más de las decisiones antidemocráticas de los últimos años. Lo que se necesita es abrir el debate y la acción sobre la alternativa política y social a este régimen, abrir una perspectiva republicana que conquiste los derechos reales de las clases trabajadoras y los pueblos y que sea una respuesta de futuro a la histeria de las derechas. No parece que pueda haber más perspectivas: o un paso adelante democrático y social o una vuelta atrás con la alianza entre las derechas. Podría, eso es lo que intenta el gobierno que si no hay sorpresas se formará el próximo martes, mantener el actual régimen con algunas medidas sociales, pero más parece que sirva para prolongar su agonía, aunque sea larga, que poner soluciones de futuro favorables a las clases trabajadoras y a los pueblos que conforman el actual territorio del Reino de España.

Miguel Salas sindicalista y miembro del consejo Editorial de Sin Permiso

http://www.sinpermiso.info/textos/en-estado-de-shock-por-la-decision-de-la-junta-electoral-central

viernes, 15 de diciembre de 2017

Sin Antoni Domènech será mucho más difícil abrir puertas al futuro. El filósofo catalán, autor de 'El eclipse de la fraternidad', ha fallecido a la edad de 65 años

"Ya puedes comprender que muerto
está nuestro conocimiento, desde el instante
en que al futuro queda cerrada toda puerta".

Con estas palabras del Infierno de Dante resumía Antoni Domènech el "nihilismo de cátedra" de aquellos quienes "con la nómina segura a fin de mes, perdida toda esperanza en el futuro" les resulta "más entretenido deconstruir a los compañeros de departamento que molestarse en averiguar cuál es el salario mínimo interprofesional del país en el que uno enseña o dicta sus conferencias".

Unas palabras que podrían servir también como epílogo de una vida dedicada a un proyecto político, moral e intelectual de enorme envergadura: pensar el presente para conquistar el futuro; y dedicada a hacerlo con la radicalidad y el rigor de quien sabe que la filosofía ni puede encerrarse en la comodidad de los despachos, ni puede reducirse a lo panfletario.

Y si hablamos de epílogo es porque Antoni Domènech falleció ayer, a la edad de 65 años.

Editor general de Sin Permiso y catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Universidad de Barcelona, Domènech fue militante antifranquista y se definía como "socialista sin partido". Su discurso era claro, preciso y provocador: hablaba como si se estuviera riendo, como si en llevarse a la boca sus ideas recordara divertido la fuerza del discurso que se disponía a enunciar.

Para la audiencia que lo escuchaba no siempre era fácil seguir los meandros de su pensamiento. Quizá porque siempre defendió que los conceptos político-normativos no pueden aislarse de la situación histórico-real, en sus explicaciones saltaba con violencia del dato histórico o la cita exacta a una densa reflexión teórica. De hecho, en la última conferencia del filósofo catalán a la que pude asistir, titulada sesudamente "Análisis de la fraternidad como metáfora cognitiva", no solo desafió las ideas preconcebidas con las que ibas armados quienes habíamos leído sus libros, sino que desbordó toda expectativa académica con un discurso que nos llevó desde la Grecia de Aspasia hasta nuestros días.

Tras conocerse la noticia de su muerte, César Rendueles afirmó que Domènech es el "autor del ensayo en lengua castellana más importante en lo que va de siglo que, por supuesto, está descatalogado". Una afirmación potente y elusiva que nos obliga a recordar que Domènech —además de haber traducido al castellano algunas de las principales obras del liberalismo político como son las de Rawls o Habermas- escribió dos libros fundamentales, uno en cada uno de los siglos que vivió, y que -desgraciadamente— ambos son inencontrables.

Por un lado, "De la ética a la política: de la razón erótica a la razón inerte", en el que se propone una relectura de Hobbes, Rousseau y Kant desde la teoría de juegos, un ejercicio cuyo objetivo último es denunciar la transformación de la racionalidad en una "razón inerte", y sentar las bases de una ética racional que posibilite la "rectificación de la cultura moral" del capitalismo tardío y no rehuya la discusión sobre aquello que constituye una vida buena.

Publicado en 1987, suponía una recepción innovadora de la tradición analítica en filosofía política que se oponía a las habituales lecturas posmodernas: sin los aspavientos del rebelde autoproclamado, Domènech siempre pensó en los márgenes y desde los márgenes.

Por el otro, "El eclipse de la fraternidad". Una revisión republicana de la tradición socialista, que propone una revisión histórica del concepto de "fraternidad", centrándose especialmente en el período que va de 1848 a 1936, para revalidar este ideal olvidado. La fraternidad no es solo un sentimiento pospolítico, una vaga forma de solidaridad entre ciudadanos: no es una virtud supererogatoria, como muchas veces se ha interpretado siguiendo la tradición cristiana.

Entonces, la fraternidad constituiría la estructura política que daría sentido a la "igualdad" y la "libertad", la base sin la cual estos seguirían siendo meros espantajos bienpensantes que la clase dominante ondearía para justificar su dominio. Para explicarlo, Domènech siempre recordaba esta frase de Marat: "vemos perfectamente, a través de vuestras falsas máximas de libertad y de vuestras grandes palabras de igualdad, que, a vuestros ojos, no somos sino la canalla".

La fraternidad, a partir de 1790, es lo que unificaba a la población trabajadora: "una horizontalidad conscientemente política, conscientemente emancipada de los yugos señoriales y patriarcales que la venían segmentando verticalmente [...] 'emanciparse' llegó entonces a significar para el pueblo llano 'hermanarse'". Y es la desaparición de esta "bestia horizontal", como la llamó el historiador E.P. Thompson, la que documenta Domènech en El eclipse de la fraternidad.

Desde la publicación del libro, tanto él como su esposa, Maria Julia Bartomeu, también filósofa y especializada en Kant, se dedicaron a continuar pensando el potencial transformador de las ideas revolucionarias y en cómo la historiografía contemporánea ha neutralizado la fuerza de muchas de ellas. Pero también han escrito en otras direcciones: sobre feminismo, renta básica, republicanismo, filosofía en lengua castellana o la idea de utopía.

¿Es El eclipse de la fraternidad el ensayo más importante en lengua castellana en lo que va de siglo?
Probablemente sí, aunque su centralidad debe buscarse menos en esa academia que mide el impacto a golpe de cita en artículos indexados, que en la cantidad de caminos que ha ido abriendo Domènech con sus escritos. Ya sea por su rechazo al mandarinismo o por su abrumadora erudición, de la que gozaba como una golosina, pero que lo alejaba de las columnas de opinión, el catalán nunca protagonizó portadas ni primeros planos: era siempre el pensador que estaba detrás de.

Por todo ello, una cosa es segura: sin Antoni Domènech —y sin sus libros— será mucho más difícil abrir puertas al futuro.

http://www.playgroundmag.net/cultura/books/fraternidad-Antoni-Domenech_0_2049995000.html

lunes, 10 de octubre de 2016

Cuando Bernstein revisó la "ortodoxia" marxista


Entre 1896 y 1900 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) - una organización de masas de la clase trabajadora, comprometida con el socialismo - fue sacudida por un debate sobre el "revisionismo". Esta fue la primera brecha intelectual importante dentro de las fuerzas del marxismo desde que desarrolló un apoyo de masas en la década de 1880.

El debate revisionista comienza cuando Eduard Bernstein (en la foto con K. Kautsky), uno de los principales teóricos del partido, escribió un artículo sobre el colonialismo en 1896. En él, Bernstein argumentó que, dado que el SPD representaba ya en 1896 a una cuarta parte de los votantes del Reich alemán (estado), "tenemos un cierta responsabilidad de la política de ese Reich" (1). Los trabajadores, escribió, tienen una nación a la que deben ser leales. Cuando la causa es justa, como el apoyo a los armenios contra la represión turca, los socialistas deben apoyar al gobierno.

El excéntrico socialista británico Ernest Belfort Bax respondió duramente. Había conocido a Bernstein en Inglaterra y estaba convencido de que Bernstein había "inconscientemente dejado de ser un socialdemócrata " (2). Siempre un poco romántico cuando se trataba de las sociedades no-europeas, Bax insistió en que el deber de los socialistas era " luchar con uñas y dientes contra todo avance de la civilización en los países bárbaros y salvajes ... 'Mejor la esclavitud que el capitalismo; mejor el tratante de esclavos árabe que la empresa de tráfico de esclavos': esas deben ser nuestra respuesta a estas preguntas" (3).

A Bernstein no le costó mucho responder, aunque su apología del imperialismo fue más allá de la prudencia requerida ("bajo el dominio directo europeo, los salvajes están, sin excepción, mejor que antes" (4) ). Incluso cuando Bax respondió bastante más sofisticado que los socialistas deben rechazar el imperialismo por su expansión de los mercados, lo que podría prolongar la existencia del capitalismo, ganó pocas simpatías entre los ortodoxos por incluir en su polémica imputaciones antisemitas (Bernstein era judío) (5). No obstante, Bernstein defendía evidentemente el "colonialismo patriótico”. El debate implicó que las sospechas de los ortodoxos se confirmaron cuando Bernstein comenzó su serie de artículos en la Neue Zeit , la revista editada por Karl Kautsky, sobre “Los problemas del socialismo''.

En su serie de artículos revisionistas, Bernstein irritó a otros socialistas al atacar insistentemente supuestos argumentos de autores sin identificar o sin referencias a textos (con la única excepción del blanco fácil de Bax). Una excepción a esta imprecisión fue la referencia directa de Bernstein a una resolución de la Internacional Socialista en el Congreso de Londres de 1896 (o, en todo caso, una versión de ella – porque hubo cierta controversia sobre el propio texto de la resolución aprobada). La resolución decía:

“El desarrollo económico ha llegado al punto en que una crisis podría ser inminente. Por consiguiente, el Congreso hace un llamamiento a los trabajadores del mundo para aprender a dirigir la producción, de modo que estén en condiciones de hacerse cargo de la gestión de la producción en tanto que trabajadores con conciencia de clase con el objetivo del bien común” (6).

Bernstein interpretaba el texto como una teoría del colapso catastrófico del capitalismo como precursor de la revolución social. Era un poco exagerado interpretar así la resolución y, de hecho, en el canon marxista o del SPD era difícil encontrar algo que pudiese sugerir semejante teoría de una crisis inevitable y terminal del capitalismo como sistema económico (7). De hecho, su principal texto inspirador, discretamente pasado por alto por Bernstein, eran los escritos y discursos de August Bebel (8). Y no eran de ninguna manera considerados patrimonio comun de la izquierda socialista.

Bernstein argumentó - en contra de esta supuesta "teoría del colapso" - que las grandes crisis económicas eran una cosa del pasado, debido al desarrollo de la "capacidad de adaptación y flexibilidad" del mundo de los negocios, principalmente en forma de crédito y de la organización en carteles de los mercados (9). Bienvenido fuera, ya que hacia menos probable una revolución repentina, y Bernstein advirtió que una "revolución" no era nada bueno. Esos "sentimientos y pasiones excitados" por las crisis revolucionarias, escribió, eran lo contrario de las reformas socialistas constructivas (10).

La idea de la lucha de clases - una "noción simplista ... largamente acariciada en Alemania y todavía no muerta en nuestra literatura" (11) - era un "desperdicio completo de tiempo, esfuerzo y material" (12). Para ilustrar lo que él consideraba el verdadero "motor del progreso", que conduciría al colectivismo, (13) Bernstein volvió a publicar un artículo del simpatizante fabiano británico, John A. Hobson. Para Hobson, el crecimiento del colectivismo tenía poco que ver con las demandas de los trabajadores o incluso de los socialistas. Era simplemente el resultado lógico natural de ciertas industrias a gran escala - como los servicios públicos, la banca, los seguros, el transporte marítimo, etc - que tendían hacia el monopolio. Para Hobson, tales industrias inevitablemente evolucionaban hacia la propiedad colectiva por el "empuje de las leyes naturales" (14).

Bernstein fue un poco más preciso que esto. El capitalismo, dijo, "tiene su propia historia de desarrollo y ... bajo la presión de las instituciones democráticas modernas, y los conceptos de obligación social que conllevan, debe asumir un rostro distinto de aquel que evidenciaba cuando el poder político estaba monopolizado por la propiedad privada" (15). El socialismo, por lo tanto, no era una alternativa al liberalismo constitucional; era una variante del mismo: " liberalismo organizado" (16).

Bernstein aceptaba en general la teoría marxista que veía en el trabajador industrial moderno "el verdadero y auténtico vehículo instrumental del socialismo". Sin embargo, matizaba mucho esta afirmación. Los marxistas, creía, pasaban por alto el hecho de que no había un "proletariado homogéneo", sino que era un término que agrupaba sin distinciones al ganadero y al pastor, al secretario y al pinche de cocina, al trabajador cualificado y al peón (17). Apuntó correctamente, sin embargo, que el núcleo duro de los trabajadores socialistas no tendía a provenir de la gran industria, sino de "industrias relativamente atrasadas, subordinadas o intermedias": por ejemplo, los fabricantes de cigarros, los carpinteros, los zapateros, los sastres, los maestros artesanos, los trabajadores a domicilio en la industria textil y los encuadernadores (18).

Los asalariados, Bernstein insistió, no se oponen a la extracción capitalista de la 'plusvalía' como tal, sino a lo que subjetivamente perciben como el robo de su ‘trabajo excedente'. Los socialistas, a su vez, actúan movidos por una creencia ética y bastante general de la justicia. De ello se desprendía que la creencia socialista no era un reflejo automático de la condición proletaria (19) : "El proletariado, como suma total de los asalariados, es una realidad; el proletariado como una clase que actúa con un propósito y una perspectiva común es en gran medida producto de la imaginación" (20).

Bernstein vio la reforma social gradual del capitalismo como un reflejo no de la lucha de clases, sino de la democracia naciente. Esta democracia la concibió como un mecanismo de filtro, que ayudaba a limitar la influencia del proletariado en la sociedad en la medida apropiada a su desarrollo: "la democracia significa que en todo momento dado la clase obrera debe pesar en la medida en que lo permita su madurez intelectual y la etapa actual de su desarrollo económico" (21). (Aseguró estar citando a Engels, pero parece ser una paráfrasis tendenciosa de la introducción de 1891 de Engels a una nueva edición de Las luchas de clases en Francia de Marx (22)).

"No está listo para el poder"

Bernstein consideraba claramente que el proletariado tenía bastante camino por recorrer antes de alcanzar la madurez política. La clase obrera, que vive en condiciones de hacinamiento, con un ingreso incierto e insuficiente y mal educada, estaba lejos de poder ejercer el poder (23). Criticó lo que consideraba un "culto" socialista de las masas. Las masas eran, de hecho, en gran medida, un "animal de rebaño" irracional (24). El ejercicio del poder político del proletariado, a menos que fuera preparado para la responsabilidad y delimitado por las poderosas instituciones de la propiedad privada, "podría, de hecho, ser posible sólo en la forma de un poder central dictatorial, revolucionario, apoyado por la dictadura terrorista de los clubes revolucionarios" (25).

Los países más avanzados de la época no estaban maduros para la "dictadura del proletariado" - lo que significaba el gobierno de la clase trabajadora sino para que los partidos de la clase obrera influyeran sobre la política del gobierno (26). En el futuro previsible, los socialistas debían trabajar sobre la base de "coaliciones y compromisos "con los partidos liberales burgueses, tanto fuera como dentro del gobierno (27). En caso de que un gobierno socialista llegase al poder, no sería prudente tratar de poner en práctica su programa máximo. El capitalismo no puede ser revocada por decreto, dado el gran número de pequeñas empresas que no podrían ser rápidamente socializadas, ni podría incluso dar marcha atras en gran medida, por temor a socavar la confianza empresarial (28). Un gobierno socialdemócrata "no podría en un principio prescindir del capitalismo, a menos que quisiera frenar en seco la vida económica" (29).

Desde su punto de vista, sólo se podría intentar la socialización de sectores o empresas que fuesen aceptables para los sectores de negocios y otros intereses de los propietarios. Un partido socialista sólo podía legítimamente proponer reivindicaciones que fuesen aceptables para los no socialistas: "Una exigencia a la que todos los partidos burgueses se opusieran necesariamente por principio sería, por ese solo hecho, calificada de utópica" (30) (el subrayado es mío). Solo tendría sentido, por lo tanto, para el estado burgués en el poder llevar a cabo únicamente las medidas de socialización que creyera prudente. El papel más productivo para el partido político de la clase obrera sería permanecer en la oposición, instando a la burguesía a avanzar hacia el colectivismo (31).

El SPD había caracterizado habitualmente las medidas de socialización emprendidas por el gobierno alemán semi-autoritario, como la legislación laboral fabril y la nacionalización de servicios públicos como los ferrocarriles y correos, no como los primeros pasos hacia el socialismo, sino más bien como un "capitalismo de Estado", cuyo objetivo era reforzar la independencia del gobierno vis-à-vis la sociedad, y para regular a la clase obrera. Bernstein rechazó esta idea. Tales medidas por parte de la derecha eran de hecho los primeros avances hacia el socialismo (32).

Para Bernstein, la función principal del movimiento socialista era educar a la clase obrera para ejercer un papel corporativo en la democratización del estado. La socialdemocracia tenía que tomar en sus manos una clase obrera "impregnada de superstición y con una educación deficiente" (33). A este respecto, como resumió con tanto éxito, francamente admitió que tenía "poquísimo interés, o intuición, de lo que por lo general se denomina ‘el objetivo final del socialismo’. Este objetivo, sea lo que sea, no significa nada para mí; el movimiento lo es todo" (34).

Cualquier idea de autogestión de los trabajadores de la sociedad era utópica, porque "a menos que la sociedad socialista haga del diletantismo un principio rector, se necesitan funcionarios con experiencia". Cuando se trataba de la economía, esos ‘funcionarios’ eran idealmente los mismos capitalistas. La autogestión cooperativa no podía funcionar en las empresas de mayor escala, y la fábrica moderna jerárquica debilitaba más que fortalecía el instinto de trabajo cooperativo (35). No se podía prescindir de los gestores profesionales. "No es una cuestión de cuán grande es el ejército ‘revolucionario’, sino de si podemos prescindir de los capitanes de industria, para usar la frase de Carlyle" (36). Era necesario, por tanto, que los trabajadores aprendiesen auto-disciplina y auto-subordinación a la autoridad del estado que evidentemente les faltaba (37).

Para Bernstein, era crucial que los socialistas dejasen de aterrar a las clases poseedoras, que eran indispensables para el funcionamiento social, con tanta mención a la lucha de clases. Esto sólo serviría para empujarlas hacia la reacción. La socialdemocracia debía dejar clara su oposición a la "revolución violenta", porque "cuanto más claramente se diga y se fundamente, más pronto se disipará el miedo [de la burguesía] " (38).

Bernstein negó que la sociedad se polarizase entre un diminuto número de capitalistas y una masa de proletarios no diferenciada, como la obra de Marx parecía predecir:

“Los modernas asalariados no son la masa homogénea, uniforme sin el estorbo de la propiedad, la familia, etc., que se prevé en el Manifiesto [Comunista]. Amplios estratos se han levantado entre ellos para lograr condiciones de vida pequeño-burguesas. Y, por otro lado, la disolución de las clases medias se está produciendo mucho más lentamente que lo que el Manifiesto creía” (39).

Precisamente en la industria manufacturera más avanzada era donde la división jerárquica tendía a desarrollarse más entre los trabajadores, y "entre éstos, hay sólo un sentimiento tenue de solidaridad" (40). Los trabajadores se dividían por las grandes diferencias de ingresos y los modos de trabajo: "El tornero de precisión y el minero de carbón, el experto decorador de casas y el portero, el escultor y modelador y el fogonero, llevan como regla tipos de vida muy diferentes y tienen diferentes tipos de necesidades" (41).

Bernstein argumentó que el proletariado asalariado era mucho más débil en los países capitalistas avanzados que lo que los socialistas estaban dispuestos a admitir, porque - en contra de las predicciones de Marx - la pequeña propiedad o la propiedad pequeño-burguesa seguía siendo sustancial y numerosa. La gran industria, que, vale la pena recordar se definía en Alemania como cualquier empresa con 50 empleados o más, representaba el 60% de la producción, pero un poco más del 38% del empleo (42). Esta fragmentación de la economía significaba, además, que la propiedad colectiva de la industria social a una escala que permitiese superar rápidamente el capitalismo simplemente no estaba al orden del día.

El revisionismo de Bernstein, aunque global en su menosprecio de las versiones bastardas de la ortodoxia marxista, no estaba exento de ambigüedades y predicciones aventuradas. En su respuesta a los críticos se quejó regularmente de ser mal interpretado, e insistió en que no pretendía ninguna nueva orientación táctica. Karl Kautsky tenía razón cuando escribió que "el único resultado final práctico" de la crítica dispersa de Bernstein era "una exhortación a no utilizar términos que podrían asustar a la burguesía" (43).

Respuesta 1: Parvus

En una respuesta bastante eficaz a Bernstein, el socialista de izquierda ‘Parvus’ (Alexander Helphand, en la foto), señaló que el tamaño de los lugares de trabajo no determinaba si un sector industrial estaba maduro para la socialización. Si numerosos talleres relativamente pequeños se coordinaban en red convenientemente, estando socializados bajo el capital, podrían ser igualmente socializados como propiedad colectiva. Apuntó asimismo que el sector de la fabricación de gas alemán, un candidato obvio incluso para la nacionalización bajo un "capitalismo de estado", estaba compuesto por 427 empresas que empleaban cerca de 35 hombres por empresa. Pero estaba integrado (44). Por el contrario, las empresas que estaban verdaderamente dispersas y eran independientes entre sí, como aquellas orientadas principalmente al servicio personal, no eran técnicamente aptas para la "concentración" incluso si se empleaban proletarios. Parvus puso como ejemplos a instaladores, fontaneros, electricistas y decoradores de interiores (45).

Parvus reconoció que la clase media de "personal técnico y administrativo", aunque por lo general indiferente a los trabajadores y rechazados por estos como capataces, necesariamente tendrían un "papel destacado" en una economía socialista como "planificadores". Esto planteaba un peligro para un gobierno obrero, ya que tenían la voluntad y la capacidad de dominar:

“Nosotros, como políticos que conscientemente preparan el camino para la revolución social, no tendremos entonces más remedio que 1) desarrollar una rápida expansión de la educación técnica para asegurar que la sociedad tiene suficiente personal técnico y administrativo a su disposición, y 2) desalentar [su] aventurerismo mediante la extensión de la organización democrática de la dirección de la fábrica y el uso energético de un poder político central” (46).

Para Parvus, mientras que el tamaño de la empresa determina si el empresario tenía una conciencia capitalista o pequeño-burguesa, esto no se aplicaba pari passu a los trabajadores. Esos trabajadores de la gran fábrica - y dependiendo de la industria, señaló, una fábrica que emplease a 50 trabajadores podría considerarse "grande" – no necesariamente tenían que ser la mayoría de los asalariados para que existiese un proletariado consciente, pero sí el núcleo determinante de la población urbana socialmente progresista. El número relativamente pequeño de trabajadores de la gran industria "actuaría como centro de coordinación de capas asalariadas mucho más amplias” (47).

Parvus menospreciaba demasiado la capacidad de la verdadera pequeña-burguesía de resistir el movimiento proletario: "la revolución social no será frenada por la posible, pero muy poco probable, resistencia de las lavanderas y los barberos" (48). Sin duda, pero la enorme masa de la pequeña-burguesía y las crecientes clases profesionales eran una auténtica barrera para el avance socialista. El énfasis de Parvus, sin embargo, se apoyaba en el argumento de que no era necesario esperar a que el capitalismo se articulase en grandes unidades de producción para que el socialismo se convirtiese en una alternativa.

Respuesta 2: Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo (en la foto en un mitin del SPD) también atacó a Bernstein desde la izquierda. Sus argumentos, sin embargo, fueron bastante poco ortodoxos. Reconoció que las tácticas propuestas por Bernstein - la lucha por reformas - no diferían de la práctica cotidiana de la socialdemocracia. Tampoco estaba en contra. En lo que no estaba de acuerdo con Bernstein era en su balance de esta actividad práctica cotidiana. Donde Bernstein veía una actividad política y sindical con el objetivo de subordinar el capitalismo al control social, Luxemburgo insistía que no eran más que vehículos para preparar al proletariado mentalmente para la revolución social:

“La principal importancia socialista de la actividad política y sindical consiste en el hecho de que se socializa la conciencia , la conciencia de la clase obrera. Si se concibe como un medio para la socialización directa de la economía capitalista, no sólo no alcanzará su supuesto objetivo; también perderá su otra y única posible significación social: dejará de ser un medio para preparar a la clase obrera para la revolución proletaria” (49).

La lucha de clases sin llegar a la revolución, sin embargo, tenía un mérito intrínseco relativo.

Luxemburgo aceptaba que la conciencia del proletariado no era espontáneamente socialista. De hecho, la actividad sindical no cuestiona el capitalismo sino que refleja "la ley capitalista de los salarios: es decir, la venta de ... la fuerza de trabajo a los precios del mercado" (50). Los sindicatos podían ser positivamente reaccionarios al intentar frenar la introducción de mejoras técnicas en la producción en defensa de la posición relativamente privilegiada de los trabajadores cualificados. Si los sindicatos trataban de utilizar su poder de negociación para mantener artificialmente el precio de los bienes producidos por sus miembros, estaban operando efectivamente como un cartel con los empleadores contra los consumidores. Las reformas sociales reivindicadas por Bernstein tendían a tener estos efectos regresivos (51).

En lugar de mantener o mejorar la productividad capitalista, el reformismo de Bernstein tendía a debilitarla. El reformismo, por lo tanto, no era práctico, ya que, desconectado de la lucha para trascender el capitalismo, simplemente debilitaba su dinamismo económico (Georges Sorel argumentó algo similar). La política de clase del proletariado, desconectada del ideal socialista, era simplemente negativa. " Tan pronto como los resultados prácticos inmediatos [en la forma de reformas sociales] se convierten en el objetivo principal, el punto de vista de clase duro e implacable, que no tiene sentido, excepto en relación con la lucha para tomar el poder político, se vuelve cada vez más una influencia negativa" (52).

Para Luxemburgo, por lo tanto, el socialismo era necesario para salvar al proletariado de un punto de vista de clase instintivamente egoísta contrario a los intereses de la comunidad:

“El socialismo, por lo tanto, no es definitivamente una tendencia inherente a la lucha diaria de la clase obrera. Es inherente sólo en las contradicciones objetivas crecientes de la economía capitalista y en el reconocimiento subjetivo de la clase obrera que la supresión de estas contradicciones por medio de la revolución social es una necesidad absoluta” (53).

La lógica del reformismo, si quería permanecer fiel al ideal de la mejora de la sociedad en general, debe inevitablemente implicar el abandono de la posición de clase (54).

Para Luxemburgo, el modelo de organización estable del proletariado del SPD era, de hecho, inadecuado para alcanzar el socialismo, y en su lugar creaba ilusiones reformistas. Apostaba, por lo tanto, por crisis cada vez más agudas que tenderían hacia un colapso sistémico del capitalismo como el mecanismo para la radicalización de las masas y la revolución socialista. En contraste con casi todos los otros críticos de Bernstein, defendió con toda claridad que para ella "la teoría del derrumbe capitalista ... es la piedra angular del socialismo científico" (55).

En su trabajo de 1910, la acumulación de capital , Luxemburgo intentó elaborar una teoría del colapso. Argumentó que los capitalistas se apoyaban en sectores no capitalistas de la economía mundial - el campesinado y la pequeña burguesía en los países avanzados, y las colonias - para proporcionar una demanda suficiente para realizar los beneficios que el capitalismo no podía producir en su seno. La consecuencia era el imperialismo, en sí mismo un proceso potencialmente catastrófico, ya que creaba las condiciones de las guerras interimperialistas. En última instancia, esto llevaría a un colapso económico:

“... Cuanto con más violencia, ferocidad e intensidad provoque el imperialismo la caída de las civilizaciones no capitalistas, más rápidamente corta la yerba bajo los pies de la acumulación capitalista. ... La mera tendencia hacia el imperialismo hace que adopte formas que convierten la fase final del capitalismo en un período de catástrofes” 56.

El argumento de Luxemburgo era que el reformismo en sí era insostenible: que no superaría el capitalismo ni lo haría más eficiente. De hecho, todo lo contrario. Sólo la revolución socialista era un objetivo viable para un partido obrero, y la revolución sería el resultado de la reacción popular a las crisis capitalistas agudas.

Respuesta 3: Karl Kautsky

August Bebel, líder del SPD, fue relativamente rápido a la hora de condenar los artículos de Bernstein como "absolutamente vergonzosos" (57). Se mostró especialmente molesto por la acusación indirecta de Bernstein de que sus colegas del SPD aceptaban ciegamente sin discusión cada línea del Manifiesto Comunista (58).

Bebel empujó a Karl Kautsky a escribir una réplica. Kautsky no estaba muy dispuestos a enfrentarse a su viejo amigo, Bernstein, y en el Congreso de Stuttgart del SPD, de hecho, argumentó que su análisis era totalmente apropiado para Inglaterra, pero no para Alemania (59). Finalmente, sin embargo, saltó al ruedo.

En su Anti-crítica (1899) – que curiosamente nunca se tradujo al inglés - Kautsky señaló que esas predicciones de Marx criticadas por Bernstein (la progresiva miseria del proletariado, la desaparición de las clases intermedias y el declive de la pequeña-burguesía) estaban lejos de ser posiciones exclusivas de Marx. Fueron defendidas ampliamente por otros socialistas y comentaristas de la época. Lo original de Marx fue su predicción del crecimiento de la organización del proletariado, de su disciplina y madurez política (60). Como Kautsky resumió, la teoría marxista:

“Ve en el modo de producción capitalista el factor que impulsa al proletariado a la lucha de clases contra la clase capitalista, que a su vez hace que crezca cada vez más en número, unidad, inteligencia, confianza en sí mismo y madurez política, que cada vez más aumente su importancia económica , que debe conducir a su organización como partido político, cuya victoria es segura, como lo es el surgimiento de la producción socialista como consecuencia de esta victoria.

Esta es la teoría básica para el futuro del socialismo organizado; lo que forma el programa básico de los partidos socialistas; esto - no la ridícula teoría del "colapso", que Bernstein nos atribuye - es lo que no debemos perder de vista ...” (61).

Para Kautsky, la "miseria física" del proletariado disminuía, aumentando así su capacidad para organizarse y educarse, mientras que al mismo tiempo su "miseria social" crecía - una miseria social que derivaba de la conciencia del proletariado de la polarización de la riqueza, la proliferación de las mercancías y, por tanto, su afilado sentido de que no estaba recibiendo lo que merecía en justicia.

“La conclusión es el hecho de que el contraste entre las necesidades de los asalariados y la capacidad de satisfacerlas con sus salarios, por tanto también la oposición entre trabajo y capital, es cada vez mayor. En esta era de creciente miseria de una fuerza de trabajo física y mentalmente fuerte, no en la creciente desesperación de hordas medio embrutecidas y delirantes [Marx vio] ... la fuerza motriz más poderosa del socialismo. El trabajo [de Marx] no se refuta señalando el aumento del nivel de vida de la clase obrera” (62).

Kautsky criticó a Bernstein por mezclar, descuidadamente, el término preciso, "capitalista", con el impreciso de 'propietario' ( Besitzender ). Marx no había formulado ninguna predicción sobre el crecimiento o reducción de estos "propietarios", y si los asalariados poseían ropa, sábanas, muebles, quizás una pequeña casa y un campo de patatas, eso no los hacía menos proletarios (63).

Sin embargo, si la producción industrial de mercancías daba paso a una economía basada en el comercio y el mercantilismo – como había ocurrido con la economía holandesa desde el siglo XVIII y quizá la economía británica en el XX - la propiedad rentista se volverían más importante que el trabajo asalariado, y el dinamismo político se agotaría: "lo que es seguro es que el socialismo saldrá de la fábrica y no de la bóveda [ de los bancos]" (64).

Kautsky reconocia que una "nueva clase media" se estaba expandiendo. Se trataba de las clases educadas ( Intelligenz ): médicos, abogados, artistas, funcionarios públicos, periodistas, oficiales de policía, clero, empleados administrativos, técnicos, comerciantes, ingenieros y otros. En contraste con la vieja pequeña burguesía, no estaban unidos fanáticamente a la propiedad privada individual. Tampoco, sin embargo, eran una fracción del proletariado, porque estaban inevitablemente unidos a la burguesía por todo tipo de afinidades y vínculos sociales.

Cuando la nueva clase media actuaba como administradores en los centros de trabajo para el capital, asumían el antagonismo de sus empleadores con la fuerza de trabajo. "Pero la barrera más importante que separa a la Intelligenz del proletariado es que la primera constituye una clase privilegiada. Su posición privilegiada se basa en el privilegio de la educación" (65). Se ven como los líderes meritocráticos naturales de la sociedad, que dominan sobre las masas embrutecidas.

Una minoría de intelectuales, gracias a la ventaja de sus amplios horizontes intelectuales y su formada capacidad para el pensamiento abstracto, puede vincularse al movimiento de los trabajadores progresista, aunque incluso entonces es probable que sean hostiles a la lucha de clases. Sin embargo, con la difusión de la educación, este privilegio se ve amenazado, y la Intelligenz cada vez más es prisionera de ideas reaccionarias y del antisemitismo (66).

Los cárteles y las sociedades participadas, que Bernstein celebraba, pueden suavizar la violencia de los ciclos de auge y recesión, pero al mismo tiempo tienden a hacer que la sobreproducción capitalista sea una enfermedad crónica en lugar de un problema cíclico. Al socavar la sana competencia y al explotar los recursos del estado, también contribuyen mucho a socavar la legitimidad de la propiedad privada capitalista a ojos de los trabajadores. Ningún otro fenómeno de la vida capitalista hace más para convencer a los trabajadores de que el poder político sobre el Estado es una condición necesaria para expropiar a los propietarios ociosos de capital (67).

Bernstein estaba en efecto defendiendo, afirmaba Kautsky, que la socialdemocracia se transformase de un partido de clase del proletariado en un partido democrático interclasista. Pero los elementos no proletarios de semejante partido, al depender de la propiedad privada o de los privilegios de la educación, deben rechazar inevitablemente toda deferencia al proletariado no propietario: "Un partido de concentración democrático sólo es posible bajo un liderazgo burgués" (68).

Si el SPD renunciaba a su orientación de clase, perdería confianza en si mismo y unidad. La realización del socialismo, Kautsky argumentó, requiere la supremacía política del proletariado (aunque era poco entusiasta acerca de la noción marxista de la "dictadura del proletariado" (69)). De hecho, una vez que un partido verdaderamente proletario dominase el estado, sea cual fuera su ideología oficial, las campanas doblarían por el capitalismo. Kautsky asumía que un régimen obrero actuaría inmediatamente para socializar los grandes monopolios capitalistas y para acabar con el desempleo. Esto dejaría a los capitalistas restantes sin ningún medio eficaz para intimidar y disciplinar a su fuerza de trabajo. Soportarían la carga de ser dueño de sus empresas sin ser capaces de gestionarlas de manera eficaz y expresarían el deseo rápidamente de que fuesen adquiridas por el estado.

“En otras palabras, el modo de producción capitalista y la dominación política del proletariado son irreconciliables ... Sea el que sea que organice al proletariado en un partido político independiente de este modo prepara el camino para la idea de ?? la revolución social, cualquiera que sea su amor a la paz, la placidez y el escepticismo con el que contemple el futuro” (70).

En este sentido, Kautsky argumentaba que el reformismo, incluso totalmente ausente de "socialismo científico", conducía inevitablemente al socialismo, pero sólo si estaba guiado por un partido proletario firmemente de clase (para Kautsky, el programa formal de tal partido era totalmente secundario).

Kautsky comprendia que el proletariado puede dividirse por su formación, salario, religión, región y un gran número de otros factores. Estas divisiones eran ciertamente evidente para cualquier persona involucrada en la agitación socialista, que hacían el reclutamiento cada vez más difícil a medida que se alejaba del corazón de la mano de obra industrial. Pero la división del proletariado no era mayor que la de la burguesía, que iba desde pequeños maestros a los plutocráticos señores de la industria, que sin embargo en el siglo XIX habían defendido el liberalismo (71). Y, si bien era cierto que el proletariado no era homogéneo políticamente, siempre en la historia una élite de vanguardia con capacidad política había dirigido a las masas en la lucha.

Para Kautsky, apostar por el proletariado era un deber moral. Si Bernstein tenía razón en creer que el proletariado asalariado era políticamente inmaduro, entonces no cabía ninguna esperanza no ya en el socialismo sino en la misma democracia. Los socialistas no podían esperar "controlar" una falange proletaria homogénea; sólo podían alentar a los trabajadores a mirar más allá de sus intereses sectoriales y ayudar a la clase a organizar de forma independiente su capacidad para gobernar: "Si hacemos uso de todos nuestros esfuerzos en este sentido, habremos cumplido con nuestro deber como socialistas: el éxito de nuestro trabajo depende de factores que no controlamos" (72).

Para Kautsky, las reformas eran una parte necesaria de la lucha proletaria, porque ayudaban a elevar el proletariado, haciéndole capaz de reconstruir la sociedad. El dominio político del proletariado, por sí, llevaría a la construcción de un orden socialista. No podía, sin embargo, garantizarse la madurez de la clase obrera antes de la revolución. Y, cuando la revolución llegó a Europa central en 1917-1919, provocando la división del movimiento socialista internacional, Kautsky con tristeza llegó a la conclusión de que la clase obrera había demostrado no estar todavía lista (73).

Conclusiones

Con demasiada frecuencia, la "controversia revisionista” se ha descrito como un simple debate sobre la exactitud de las predicciones de Marx (en el que Bernstein actúa como el chico solitario valiente, que dice al rey que está desnudo). Bernstein, sin embargo, estaba defendiendo una línea política: en contra de la idea de un partido de clase y a favor de una alianza estratégica con la burguesía liberal.

Que perdiese el debate en aquellos años no es sorprendente ( el "revisionismo" fue condenado formalmente en el congreso del SPD de Dresden en 1903): no había ningún grupo importante de la burguesía alemana a favor de una alianza a largo plazo con los trabajadores socialistas. Incluso en Inglaterra, que tanto idealizaba Bernstein, el ideal fabiano de 'permeación' de la clase política con planes socialistas 'razonables' y tecnocráticos obviamente había fallado, ya antes incluso del comienzo de la controversia, y estaba constituyéndose un Partido Laborista sólidamente proletario (como lo era entonces).

Los oponentes de Bernstein defendían alianzas tácticas con los progresistas burgueses, si eran posibles, pero insistían en la necesidad de un partido proletario sólidamente comprometido con sus propios intereses de clase. Pero no se limitaban simplemente a repetir a Marx. Parvus negó la caricatura (aún en vigor) de que la inevitable "polarización de clases” fuese una predicción marxista; Luxemburgo insistió en que el reformismo era económicamente y socialmente regresivo a menos que condujese al socialismo; Kautsky (el "Papa del marxismo”) conjeturó una revolución socialista ¡sin socialistas! No hubo una respuesta única "ortodoxa" a Bernstein.

Como la mayoría de los debates en un movimiento vivo, hubo más respuestas que preguntas. 

Notas:

1. E Bernstein, ‘German social democracy and the Turkish troubles’ Neue Zeit October 14 1896, in H and JM Tudor (eds) Marxism and Social Democracy: the revisionist debate 1896-1898 Cambridge 1988, p51. 

 2. EB Bax, ‘Our German Fabian convert; or, socialism according to Bernstein’ Justice November 7 1896, in JM Tudor op cit p64. Cf EB Bax, ‘The socialism of Bernstein’ Justice No21, November 1896, in JM Tudor op cit p71. 

 3. EB Bax, ‘Our German Fabian convert’, in JM Tudor op cit p73. 

 4. E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit January 5 1898, in JM Tudor op cit p154. 

 5. EB Bax, ‘Colonial policy and chauvinism’ Neue Zeit December 21 1897, in JM Tudor op cit pp140-49. 

 6. Cited in E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 2: ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit p159. 

 7. Un punto que Kautsky subrayó en K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899 pp42-43. Un compañero revisionista, Konrad Schmidt, decía identificar la teoría del colapso en el Manifiesto Comunista , pero sólo fue capaz de ello en tanto que una crisis social multidimensional en vez de una convulsión económica singular. Ver K Schmidt, "El objetivo final y el movimiento” Vorwärts, 20 de febrero de 1898. Rosa Luxemburgo, en respuesta a Bernstein, de hecho sí formuló una teoría del colapso basada en la incapacidad del capitalismo internacional de generar mercados suficientes para su producción de mercancías, y su incorporación y agotamiento de todos los mercados no capitalistas. El capitalismo estaba así "inexorablemente acercándose al principio del fin, el momento de la crisis final del capitalismo" (R Luxemburgo, “El método” Leipziger Volkszeitung, 21 de septiembre en 1898 JM Tudor op.cit P258. 

 8. Por ejemplo, A Bebel La mujer y el socialismo, Nueva York, 1910, P366.

9. E Bernstein, ‘Collapse and colonial policy’, p164. 

 10. E Bernstein The preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p125. 

 11. E Bernstein, ‘The conflict in the English engineering industry’, part 1: ‘The issues of principle in the conflict’ Neue Zeit December 20 1897, in JM Tudor op cit p124. 

 12. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p77. Cf E Bernstein, ‘Problems of socialism’, second series: ‘Socialism and child labour and industry’ Neue Zeit September 29 1897, in JM Tudor op cit p106. 

 13. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p80. 

 14. JA Hobson, ‘Collectivism in industry’ (October 1896): www.marxists.org/archive/hobson/1896/10/collectivism.html. 

 15. E Bernstein, ‘The struggle of social democracy and the social revolution’, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit January 5 1898, in JM Tudor op cit p153. 

 16. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p150. 

 17. Bernstein to Bebel, October 20 1898, in JM Tudor op cit p326. 

 18. E Bernstein, ‘The realistic and the ideological moments in socialism’ Neue Zeit Nos34 and 39, 1898, in JM Tudor op cit p235. 

 19. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p107. 

 20. E Bernstein, ‘The realistic and the ideological moments in socialism’ Neue Zeit Nos34 and 39, 1898, in JM Tudor op cit p241. 

 21. ‘Statement’ by Edward Bernstein, read by August Bebel to the SPD party in Stuttgart, in JM Tudor op cit p290. 

 22. El sufragio universal nos "informó con precisión de nuestra propia fuerza y ​​de la de todos los partidos hostiles y, por lo tanto, nos proporcionó una medida de la proporción de nuestras acciones insuperable, salvaguardándonos tanto de una inoportuna timidez como de una temeridad prematura": www. marxists.org/archive/marx/works/subject/hist-mat/class-sf/intro.htm. 

 23. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, pp206-08. 

 24. E Bernstein, ‘Crime and the masses’ Neue Zeit November 10 1897, in JM Tudor op cit pp109, 110, 130. 

 25. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p152. Cf ibid p205. 

 26. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit pp74-75. 

 27. E Bernstein, ‘Social democracy and imperialism’ (May 1900), in RB Day and D Gaido Witnesses to the permanent revolution: the documentary record Chicago 2009, p219. 

 28. Cited in E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit p167. 

 29. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit p220. 

 30. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p175. 

 31. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit 221. 

 32. E Bernstein, ‘General observations on utopianism and eclecticism’ Neue Zeit October 28 1896, in JM Tudor op cit p76. 

 33. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p160. 

 34. E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit pp168-69. 

 35. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, pp115-19. 

 36. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, footnote viii, in JM Tudor op cit p228. 

 37. E Bernstein, ‘The social and political significance of space and number’ Neue Zeit April 14 and 21 1897, JM Tudor op cit pp83-98 (quotation p88). 

 38. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p158. 

 39. E Bernstein, ‘Critical interlude’ Neue Zeit March 1 1898, in JM Tudor op cit p217. 

 40. E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, p104. 

 41. Ibid p105. 

 42. Cited in E Bernstein, ‘The theory of collapse and colonial policy’ Neue Zeit January 19 1898, in JM Tudor op cit pp161-62. 

 43. K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899, p8. 

 44. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit p181. 

 45. A Parvus, ‘The social revolutionary army’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 6 1898, in JM Tudor op cit pp185-86. 

 46. A Parvus, ‘The social revolutionary army (continued)’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 8 1898, in JM Tudor op cit p188. 

 47. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit pp182, 183-84, 

 48. A Parvus, ‘Further forays into occupational statistics’ Sächsischen Arbeiterzeitung February 1 1898, in JM Tudor op cit p177. 

 49. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p270. 

 50. R Luxemburg, ‘The introduction of socialism through social reforms’ Leipziger Volkszeitung September 24 and 26 1898, in JM Tudor op cit p260. 

 51. Ibid en JM Tudor op cit pp261-63. Kautsky estuvo de acuerdo con el argumento de Luxemburgo, mientras que Bernstein se negó a condenar las alianzas sindicales con los cárteles para "contrapesar la competencia desleal y la subvaloración no regulada". E Bernstein Preconditions of socialism (1899), Cambridge 1993, footnote by Bernstein, p137. 

 52. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p271. 

 53. Ibid. 

 54. R Luxemburg, ‘Practical consequences and the general character of the theory’ Leipziger Volkszeitung September 28 1898, in JM Tudor op cit p272. 

 55. R Luxemburg Social reform or revolution (1899, 1908), in D Howard (ed) Selected political writings of Rosa Luxemburg New York and London 1971, p123. 

 56. R Luxemburg The accumulation of capital: www.marxists.org/archive/luxemburg/1913/accumulation-capital/ch31.htm. 

 57. Bebel to Kautsky, February 15 1898, in JM Tudor op cit p135. 

 58. Bebel to Bernstein, October 22 1898, in JM Tudor op cit p330. 

 59. Kautsky at the SPD party in Stuttgart, in JM Tudor op cit p295. 

 60. K Kautsky Bernstein und das sozialdemokratische Programm: eine Antikritik Stuttgart 1899, p46. 

 61. Ibid p48. 

 62. Ibid p120. 

 63. Ibid p81. 

 64. Ibid p95. 

 65. Ibid p131. 

 66. Ibid pp131-135. 

 67. Ibid p151. 

 68. Ibid p177. 

 69. Ibid p172. 

 70. Ibid pp180-183. 

 71. Ibid p188. 

 72. Ibid pp194-95. 

 73. "... la clase obrera no era lo suficientemente fuerte como para ser capaz de mantener el poder que la catástrofe puso en sus manos, sobre todo porque la guerra había debilitado sus filas, desmoralizado a muchos de sus miembros, y desorganizado a la mayoría de los sectores revolucionarios. En lugar de ofrecer un frente unido a sus oponentes de la clase media, la clase obrera fue devastada por las luchas internas " (K Kautsky The labour revolution (1924): www.marxists.org/archive/kautsky/1924/labour/ch02_b.htm).

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sábado, 2 de julio de 2016

Análisis de las elecciones

No se ría, no llore, no maldiga, sino comprenda. [Spinoza]

En comparación con las elecciones del 20 D, Unidos Podemos ha perdido 1.062.704 votos. Y el PSOE 120.606. El 3,36% de aumento de la abstención casi se corresponde con la suma de estas dos cifras. La abstención ha afectado fundamentalmente a las izquierdas. Sobre todo a UP, el gran perdedor, cuyas sonrisas de campaña se trocaron en lágrimas la noche del 26 J.

Por el contrario, el PP ha aumentado sus resultados en 669.220 votos, 300.000 mil de los cuales los ha perdido Ciudadanos y han vuelto a los populares. La movilización plena de la derecha ante el peligro de una victoria de las izquierdas hegemonizada por UP le ha dado la victoria a Mariano Rajoy.

Aunque UP ha perdido votos en casi todas las circunscripciones, el grueso de la caída se ha concentrado en Asturias (-6%), Zaragoza (-5,5%), Cádiz (-5%), Málaga (-5%), Madrid (-4,9%) y León (-4,85). En Madrid ha perdido 209.844 votos. Y en el conjunto de Andalucía, unos 250.000.

Las causas de esta pérdida de votos son varias, y sólo un análisis objetivo detallado de los datos llegará tal vez a discernirlas. Parece que hay errores evidentes de campaña, acaso sumarizables en la conversión de Pablo Iglesias en una especie de Frégoli de nuestro tiempo, dispuesto a representar frenéticamente en escena casi todos los papeles de la obra, salvo, como observó con aliviada (y demoledora) sorna Rajoy, “el de demócrata cristiano”. Es seguro que el fregolismo de campaña de Iglesias –autonulificatoria finta “zapateril” incluida— no ayudó a movilizar el voto procedente de IU, la parte de la coalición más reticente a integrarse en UP: una vez decidida la coalición con IU, y sabiendo que las principales resistencias a UP provenían principalmente, no de los votantes de Podemos, sino de los de IU, era evidente que la campaña tenía que volcarse por lo pronto a afianzar ese flanco izquierdo, a asegurar la suma. Los numeritos de Frégoli de la campaña hicieron exactamente lo contrario. Ya hay datos suficientes para ver que el mayor desplome de Podemos se produjo allí donde era más fuere electoralmente IU. Véase, por ejemplo, este elocuente cuadro de la votación en los distritos de la ciudad de Madrid:

Y a propósito de la ciudad de Madrid, parece claro también que, salvo en el caso de la Barcelona de Ada Colau (que gana en todos los distritos, menos en Sarriá-San Gervasi –donde ganó CDC— y Les Corts –en donde ganó el PP—), la gestión municipal en las grades ciudades conquistadas por la izquierda no contribuyó al entusiasmo: en Madrid, por ejemplo, se sumó hasta un 36% menos de apoyos que los conseguidos en mayo de 2015.

No hay que descartar tampoco el que segmentos importantes de las clases trabajadoras que se habían movilizado a favor de las distintas alternativas de izquierda y centroizquierda se hayan abstenido ahora ante el espectáculo no demasiado edificante de la pugnaz competencia emocional –que no, ¡ay!, programática— por la “hegemonía”, frente a una derecha reunificada en la emoción del miedo. No pocos analistas y observadores españoles serios (como Juliana en La Vanguardia o el sociólogo Toharía en El País) y extranjeros (como Leo Wieland en la Frankfurter Allgemeine Zeitung) han insistido en el papel jugado por el Brexit en la generación in extremis de un clima de miedo al caos favorable a la derecha. Un miedo tanto más eficaz, cuanto que la política europea de UP estuvo seriamente lastrada en campaña por su estupefaciente decisión de esconder torpemente el fracaso capitulatorio de Tsipras bajo la alfombra, en vez de entrar a discutir crítica y autocríticamente el terrible papel desempeñado por las autoridades europeas en el desenlace del drama griego.

Y hay que decir que, una vez más, sólo el equipo de Ada Colau en Barcelona entró por uvas en el asunto, invitando al exministro griego de finanzas, Yanis Varoufakis, a participar activamente en la campaña de En Comú Podem. Dicho sea de paso: la moderación extrema del proyecto social de un Podemos que llegó a defender la Renta Básica incondicional en las elecciones europeas de 2014 –una propuesta, la de la RB, que ha merecido de nuevo todo el apoyo de Yanis Varoufakis— es otro ejemplo de lo que puede haber dejado indiferentes, cuando no decepcionados, a buena parte del potencial electorado de UP. En vez de la RB, se pasó a promover una renta para pobres diferenciable sólo con lentes de mucho aumento de la propuesta del PSOE y de la de… Ciudadanos.

Eso es lo que razonablemente se puede decir por el momento sobre la etiología del fracaso. Pero lo más importante ahora es estimar el alcance de la derrota de las izquierdas y sus consecuencias inmediatas.

Lo más probable es un gobierno minoritario del PP con la abstención del PSOE. No habrá terceras elecciones, y ese punto de partida determinará la posición del comité federal del PSOE el 9 de julio. No hay, por otra parte, alternativa a un gobierno más o menos minoritario de Rajoy, porque la derrota de la izquierda y del centroizquierda –no se olvide que el PSOE ha vuelto a sacar el peor resultado de su historia— imposibilita un gobierno también minoritario PSOE-UP.

La primera reacción del PSOE es buscar reconstruirse en la oposición tanto frente al PP como frente a UP. Y Ciudadanos se convertirá en un partido de la oposición frente a PP y UP. Un espacio de coincidencia, tras su doble derrota del 20 D y el 26 J, en un centro impotente.

El gobierno minoritario de Rajoy podrá constituirse con la abstención del PSOE. Pero necesitará de más abstenciones del PSOE para aprobar cualquier ley, en especial los presupuestos. Puede extender los presupuestos de 2016 –tras realizar los ajustes de 8.000 millones que le exige la Unión Europea— a 2017. Y tiene asegurado gobernar de esta guisa hasta la primavera de 2018.

Lo que se avecina es una dura ofensiva gubernamental a favor de la austeridad y la consolidación fiscal procíclica y contra la negociación colectiva. Una ofensiva, huelga decirlo, a la que el gobierno minoritario de Rajoy se verá apremiado por las presiones de su único aliado real: la troika.

Entramos en una fase defensiva en la que la izquierda social y política se encontrará con la espalda contra la pared. Si no comprende lo que está en juego y no saca el coraje y la determinación para resistir, en los próximos dos años sufrirá una derrota mucho más importante y profunda que la de estas elecciones.

El gobierno del PP contará con una mayoría en el senado para frenar cualquier reforma electoral, territorial o constitucional. Y con una derecha social y mediática plenamente movilizada. Con esta correlación de fuerzas puede también bloquear los procesos soberanistas en Cataluña y Euskadi, porque podrá utilizar la división de las izquierdas respecto al derecho a la autodeterminación en el contexto reaccionario que se ha ido conformando en Europa. Un contexto en el que la derecha extrema y la extrema derecha están rentabilizando las protestas de sectores obreros contra la austeridad, habida cuenta de la división y la falta de una alternativa creíble por parte de las izquierdas.

Dígase así: las izquierdas han sufrido una derrota electoral y sobre el horizonte se dibuja ya una derrota social que podría ser trágica en los próximos meses. No es hora de reproches. Hay que aprender de los respectivos errores y unir fuerzas. Y prepararse para resistir. El PSOE que ha resistido in angustiis al temido sorpasso no puede esperar enmendar su fatídico curso de decadencia, si no es a través de la participación en un proceso que le permita dejar de ser parte del problema y empezar a ser parte de la solución.

Hay que apelar a la cordura del pueblo trabajador sufriente y doliente y al diálogo de las izquierdas. Los sindicatos, muy especialmente UGT y CCOO –que se juegan la negociación colectiva—, deben salir del marasmo en que se hallan enquistados desde hace demasiado tiempo y convocar mesas de movimientos sociales y de los partidos de la izquierda para preparar la resistencia a los recortes del estado social y democrático de derecho y al ulterior socavamiento de los derechos laborales. Las mareas y los movimientos sociales herederos del 15 M que estallaron contra el giro terrible austeritario de Zapatero en 2010-2011 deben volver a ocupar las calles.

Sólo podrá derrotarse al gobierno más minoritario y corrupto de la derecha reaccionaria, si somos capaces de transformar la división y los reproches en unidad. Si logramos poner por obra, de abajo a arriba, democráticamente, un plan de resistencia. Si, como recomendaba el clásico, dejamos de reír, de llorar y de detestar para poder entender y volver a dar prioridad a la defensa del interés público y a la satisfacción de las necesidades de la inmensa mayoría de la población trabajadora.
Fuente: Sin Permiso

lunes, 18 de enero de 2016

Portugal: La trama de la venta de Banif al Santander se complica

Tras su análisis detallado de las cuentas disponibles de Banif, Ricardo Cabral dedujo las conclusiones siguientes:

"1. Si las cuentas de Banif estaban tan 'limpitas y claritas', como defiende el ex presidente del banco, a continuación, después del rescate, utilizando estimaciones conservadoras, el capital propio del antiguo Banif aumento en 3,6 millones de euros y los ratios de capital CET1 en aproximadamente el 40%, es decir, 5 veces los coeficientes mínimos legalmente obligatorios - algo similar ocurre, a pesar de que existen deterioros adicionales significativos, en el balance general.

2. La información que se hizo pública es, pues, insuficiente porque oculta las razones y las formas de la intervención y sus consecuencias;

3. El Santander compra un banco supercapitalizado pagando mucho menos que el valor contable del banco - la intervención parece haber sido diseñada para recapitalizar al Santander con algunos miles de millones de euros;

4. Es extraño que la Dirección General de Competencia de la Comisión Europea, después de un análisis que duró menos de un día, afirme que no hubo ayudas estatales al Santander y, después de todo, que la ayuda estatal Banif, de 1.100 millones de euros, concedido en enero de 2013, era legal, tres días después de declarar que tenía dudas de que esa ayuda hubiera sido legal".

Estas conclusiones son importantísimas y llamo la atención del lector sobre lo que significan.
Demuestran que la operación impuesta por la Comisión Europea, con la intervención del Banco de Portugal y la aprobación del gobierno, tenía un objetivo claro: beneficiar al Santander. Se sabe sin embargo que las autoridades europeas pusieron pegas a todos los demás competidores en la venta de Banif y que la propuesta del Santander era inferior a las otras. El Santander ganó todo lo que quería de la manera más fácil.

Y se hizo con un banco con una ratio de capital que se acerca al 40%, comprando a un precio inferior a su valor contable. Como si en la lotería de Navidad se emitiese un solo número y se vendiese al cliente preferido, así que estaba seguro de ganar.

Lo que tiene cuatro consecuencias políticas.
La primera es que hace más sorprendente las prisas de muchos candidatos presidenciales para apoyar esta decisión, con las razones más extrañas (no había otra opción, hay que darle el beneficio de la duda, creo en el gobierno, acepto la elección del Banco de Portugal, ya provengan de Marcelo Rebelo de Sousa, de Sampaio da Nóvoa, de Maria de Belém o de Edgar Silva).

La segunda es que el gobierno, si no lo sabía, ahora tiene la oportunidad de corregir y revertir su decisión, o de imponer nuevas condiciones al Santander.

La tercera es que el Banco de Portugal, una vez más, ha quedado expuesto en un negocio de dimensiones preocupantes. El gobernador había aceptado la sugerencia del ministro de finanzas del gobierno anterior de evitar cualquier intervención antes de las elecciones, lo que constituye un incumplimiento grave de sus funciones, y ahora ha cerrado el proceso con una intervención equivocada y perjudicial.

La cuarta es que la Comisión Europea es lo que es.
Los cuatro conclusiones políticas merecen ser discutidas con todas sus implicaciones.

Francisco Louça catedrático de economía de la Universidad de Lisboa, ex parlamentario y miembro del Bloco de Esquerda.
Fuente: http://blogues.publico.pt/tudomenoseconomia/2016/01/06/a-trama-do-banif-adensa-se/
Traducción: G. Buster
Portugal: La trama de la venta de Banif al Santander se complica, en Sin Permiso.

domingo, 2 de agosto de 2015

Respuesta a las críticas liberales a la Renta Básica: Vincit omnia veritas

La propuesta de la Renta Básica, una asignación monetaria incondicional a toda la población, ha recibido a partir de su revitalización en el debate público a lo largo de los últimos meses, críticas desde distintos sectores políticos: algunas provienen de cierto tipo de izquierda, otras, más frecuentes, de las derechas más o menos habituales. A riesgo de simplificar, apuntemos que las primeras acostumbran a hacer referencia a determinados aspectos sociales o políticos. Las segundas, en cambio, son más bien de tipo económico. También es cierto que algunas críticas provienen de ambos lados. Este es el caso de una de las críticas más recurrentes que tiene muchas variantes: “la gente no trabajaría con una RB”. Una empresa acaba de realizar una encuesta a mediados de julio sobre la RB y la relación laboral cuyos resultados son muy concluyentes. Siempre que no se esté encallecidamente lleno de prejuicios, pues en este caso ni razones ni empiria sirven: la sentencia ya está tomada por el prejuicioso antes de cualquier contraste.

Veamos un par de ejemplos de críticas provenientes de algún tipo de izquierda. Diría la crítica que exponemos en primer lugar que mejor que la RB son los subsidios dirigidos a los pobres o sectores más desfavorecidos económicamente. Así, se proponen viejas propuestas con nombres más o menos nuevos como el recientemente propuesto por el PSOE “ingreso mínimo vital”, por ejemplo. Al margen de los problemas reiteradamente repetidos de los subsidios condicionados (trampa de la pobreza, miseria presupuestaria en relación a las necesidades, desincentivo al trabajo asalariado, estigmatización social…) si algo puede constatarse por parte de cualquiera que opine que vale la pena aprender de la experiencia, es que son muy insuficientes respecto a la realidad social que deben hacer frente. Francia, un estado pionero en las rentas mínimas de inserción, permite hacer un cierto balance con muchos datos. Y el balance no es muy bueno, francamente. Pero parece que determinada izquierda si algo no tiene en demasía es la audacia: se prefiere lo viejo aunque sea malo que lo nuevo. Y así les va.

Vayamos al segundo y último ejemplo de crítica proveniente de alguna izquierda: la RB no debe ser apoyada porque no acabaría, o no ayudaría a combatir o alguna variante con la “división sexual del trabajo”. Esta crítica se reitera por ciclos. Va y viene a lo largo de la historia intelectual de la RB. La RB no está diseñada para hacer frente a todos y cada uno de los problemas que tengamos en la cabeza combatir. Así, el subsidio de desempleo sirve para que las personas que se han quedado sin trabajo remunerado puedan seguir disponiendo de unos ingresos durante un tiempo mientras buscan otra ocupación, pero no para acabar con la capacidad de las transnacionales para modificar las condiciones de existencia material de millones de personas, o para disfrutar de una educación de más calidad. La sanidad pública (si se invierte lo necesario en ella) está diseñada para ofrecer a toda la población, independientemente de sus ingresos, asistencia sanitaria, pero no para acabar con la división sexual del trabajo, ni con los paraísos fiscales, ni con los programas de televisión basura. En breve, no se puede criticar a determinadas propuestas porque no acaban con todos los problemas sociales que alguien puede legítimamente pensar que deben combatirse. Con la RB ocurre lo mismo, hay problemas sociales para la que es muy eficaz, hay otros para los que no ha estado diseñada. Es muy poco interesante el deporte de “cargarse” la RB por problemas que no está diseñada para combatir. Hemos insistido en más de una ocasión que la RB no es una política económica. La RB formaría parte de una política económica en beneficio de la inmensa mayoría de la población no estrictamente rica, pero una política económica es algo mucho más amplio. Hay problemas sociales como la división sexual del trabajo, la indiferencia de gran parte de la población al conocimiento científico, la capacidad de algunos grandes poderes privados para imponer su concepción particular del bien al resto de la sociedad, la corrupción de los corruptos y de quienes los compran, la evasión y elusión fiscales… que deben ser tratados de forma específica. Con instrumentos adecuados.

Vayamos a continuación a la crítica preferida de la derecha: no se puede financiar. Nosotros ya hemos expuesto un avance de un estudio que estamos realizando y que pensamos publicar en forma de libro. Quien seguramente ha dedicado más tiempo y espacio a criticar este proyecto de financiación en el Reino de España ha sido el economista liberal Juan Ramón Rallo (JR, a partir de ahora). Hace pocos meses publicó un libro dedicado a la RB cuyo expresivo título fue “Contra la Renta Básica”. El libro está dedicado a combatir todas las justificaciones que desde la filosofía política han intentado justificar la RB. Y la crítica se realiza desde la posición del autor, admirador confesado de la escuela austríaca de los Von Mises y Hayek: los impuestos son un robo, las donaciones voluntarias a los pobres (lo que todo amator crucis como él mismo llama caridad), son las únicas transferencias justas… Unos autores por cierto que, a semejanza de cierta izquierda mencionada, son contrarios a la RB y prefieren las rentas mínimas., en una de las muchas citas de Hayek, recuerda en la página 57 que este autor defendía una renta mínima para necesitados, una renta garantizada para pobres. Pero de RB, ni hablar. Al menos esto queda meridianamente claro y estamos completamente de acuerdo con JR en algo: Hayek es incompatible con la RB. La concepción de la libertad liberal, especialmente de la escuela austríaca, es extremadamente débil para incluir a la RB en cualquier proyecto avalado por sus partidarios. A JR ya le hicimos una crítica anterior que a su vez fue contestada por él. En esta contestación, JR persistía en sus errores y añadía alguno adicional que ahora abordamos.

Critica JR que nuestra propuesta no tiene en cuenta los efectos dinámicos. El modelo efectivamente no es dinámico, resulta trivial pues que no tenga en cuenta efectos dinámicos. Pero difícilmente puede criticarse algo por lo que no pretende ser. Es poco interesante criticar a un condón por su baja capacidad de protegernos de la lluvia, como también lo es criticar a un chubasquero por su poca utilidad como anticonceptivo, etc. JR centra su crítica, como queda dicho, en la elasticidad de la base imponible del impuesto. Pero nuestra propuesta no tiene en cuenta tampoco los ahorros públicos por sanidad (sabemos del trabajo de una tesis doctoral que pronto se presentará que, entre otras cosas, relaciona gasto público con enfermedades mentales producidas o agravadas por situaciones de precariedad social), los aumentos de ingresos por impuestos indirectos que podrían producirse vía aumento de consumo en determinadas franjas de la población, la no incentivación al pequeño fraude fiscal que sí provoca determinados subsidios condicionados… por no mencionar lo que podría aportar una decidida lucha contra el gran fraude fiscal (alrededor de 40.000 millones de euros anuales son enviados anualmente a paraísos fiscales desde el Reino de España, según distintas fuentes) y contra las elusiones fiscales no menores. En nuestro trabajo, nosotros ni siquiera tenemos en cuenta el efecto positivo sobre la actividad económica y por tanto sobre la recaudación fiscal que tendría nuestra propuesta de RB, ya que la propensión a consumir de los ganadores (el 80% más pobre de la población) es superior a la de los ricos. De todo esto nada menciona JR. Para este liberal, estamos equivocados porque no tenemos en cuenta los efectos a partir de la elasticidad de la base imponible del impuesto, que él considera muy sensible al aumento de los tipos impositivos. Y que es la base de su crítica. Una discusión que escapa a los espacios de este artículo y que ya hemos respondido en otra parte, aunque no deja de sorprendernos que citando un artículo de Gruber y Saez confunda el concepto de mínimo exento con el de demogrant que no es otra cosa que una renta básica (aunque en su propuesta el valor óptimo depende del nivel de ingresos).

Dice JR al final de la página 436 de su libro: “...por ejemplo, ante un aumento del tipo efectivo que grava los salarios, los contribuyentes pueden optar por trabajar durante menos horas (esto es, por consumir más ocio, el cual está libre de impuestos)...”. Muy agudo. Lo descrito por JR transcribe a la perfección la situación de centenares de miles o incluso millones de personas en nuestro país que, estando en el paro y ante el agobio que les supone la multitud de oportunidades y ofertas de trabajo tan bien pagadas a las que tienen acceso, prefieren maximizar su utilidad dedicando más tiempo a la contemplación, verbigracia: lectura, formación, consumo, viajar, etc., aficiones que, no estará de más recordar, resultan gratuitas en nuestra sociedad. Y para justificar semejante idea utiliza un análisis sobre los efectos de diversas pruebas de impuestos negativos sobre la renta (otra variante de la RB) en Estados Unidos y Canadá a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado en donde se concluía que la RB reducía la oferta laboral aunque, eso sí, tan solo de manera significativa en determinados colectivos, como el de las mujeres con recientes maternidades y con un efecto mucho menor del inicialmente esperado. Señalemos adicionalmente que la tasa de paro de los territorios en donde se efectuaron los experimentos se situaba por debajo del 6% (nada más parecido a lo que actualmente sucede en el Reino de España). Así, en el Reino de España, aunque se redujera la oferta de horas de trabajo en un 5% o 10% por parte de los trabajadores en activo (hasta el equivalente a un millón y medio de puestos de trabajo en su valor máximo), estos serían rápidamente cubiertos por quienes sí quieren trabajar y aún quedarían cinco o seis millones de personas deseando trabajar sin poder hacerlo, teniendo en cuenta que el paro real en el Reino de España es cercano a los 8 millones. En fin, son aseveraciones de la misma familia de argumentos que decían que una subida de salarios mínimos reduciría el empleo, algo que también se ha demostrado falso incluso allí donde hubiera parecido más evidente.

¿Y los ricos? Es absurdo pensar que van a dejar de trabajar porque se les aumente 10 puntos su tipo medio impositivo, entre otros motivos porque los ricos, según la evidencia empírica disponible, nunca quieren dejar de ser más ricos y mientras su ingreso neto de impuestos sea positivo seguirán generando rentas para asegurarse su futuro como el de sus hijos, pero también porque los tipos impositivos que proponemos (entre el 39% para la versión de RB por hogar criterio OCDE, y el 49% para la RB individual) son similares e incluso inferiores a sus actuales tipos marginales máximos. Por otro lado, los muy ricos que no quieren pagar impuestos ya no están en la base fiscal española, se han ido a vivir a paraísos fiscales más o menos lejanos. Con ellos lo que hay que hacer es gravar correctamente todas las rentas que obtengan aquí o, como hacen en los EEUU, que paguen por todas sus rentas mundiales si quieren mantener la ciudadanía, con independencia de donde residan.

Tampoco parece que JR se haya leído la literatura económica sobre los efectos en la oferta de trabajo de una RB cuando hay restricciones para encontrar empleo (eufemismo de paro). Distintos estudios ponen de relieve que en presencia de paro una RB es mejor que el subsidio de desempleo en términos de eficiencia económica o que la elasticidad oferta de trabajo-RB es positiva porque siempre hay gente dispuesta a trabajar y que, además, al romper con las trampas de la pobreza y la precariedad, en realidad la RB genera un incremento de la activación laboral.

Tres últimas cuestiones planteadas por JR en su posterior contestación a nuestras últimas críticas. ¿Cómo puede afirmar JR que en el IRPF se imputa la renta de la propia vivienda habitual? En todo caso, debe referirse a la imputación de rentas inmobiliarias de otras viviendas en propiedad distintas a la habitual (cuya imputación es el 2% o el 1,1% del valor catastral según esté revisado o no) y ese cómputo no va más allá de los 2.800 millones de euros. Sobre la inversión de rentas inmobiliarias pasadas (la depreciación del capital), ya hemos respondido aquí al respecto, pero por si quedan dudas, reafirmaremos que en el rendimiento de capital inmobiliario por alquileres están ya descontados los gastos y la amortización efectuados para obtenerlos, tal como puede verse aquí, aquí y aquí. Pues bien, nuestro flamante crítico liberal afirma que deberían descontarse más de 85.000 millones de euros (30 veces más de los 2.800 millones de euros mencionados que por supuesto no deben descontarse), del montante para financiar la RB y, tan pimpantemente como un niño que piensa que ha descubierto algo interesante, afirma que en lugar del 49,5% de tipo efectivo, pasaríamos al 56% para financiar la RB.

En segundo lugar, ya que JR afirma que no sabemos distinguir entre tipos marginales y tipos medios efectivos, tendremos que dirigirle otra vez a nuestro estudio, concretamente al Cuadro 4, para que pueda ver cuáles son las variaciones entre una situación sin RB con el actual IRPF y una situación con RB, financiada a través de la reforma del impuesto que proponemos.

Y tampoco JR entiende de donde sacamos nuestros datos de la renta que según él están por debajo de la realidad que muestra la contabilidad nacional (CN) porque no incluimos a los contribuyentes no obligados. De nuevo las prisas por contestar le juegan una mala pasada: la muestra que disponemos es representativa de todos los contribuyentes que, o bien han hecho declaración de IRPF o, sin estar obligados, sus rentas del trabajo superaron los 10.000 euros el 2010. Y para los que no superaron esta cifra contamos con la información de la AEAT del total de rentas del trabajo consignadas en las declaraciones del modelo 190 realizadas por todas las empresas, autónomos u organismos pagadores de pensiones o prestaciones de desempleo, tal como explicamos en nuestro artículo inicial y que representan unos 44.000 millones de euros no contemplados en la muestra, pero sí en nuestros cálculos. Por tanto, las únicas rentas que no contemplamos son las rentas exentas en el IRPF: indemnizaciones por despido, premios de loterías, artísticos y/o científicos, capitalizaciones del subsidio de desempleo, prestaciones por invalidez, etc. Ya puede buscar JR dónde están sus rentas de la CN que él considera no gravables, que hayan sido contabilizadas en nuestro cómputo de rendimientos.

Toda esta confusión la resumimos en la siguiente tabla, usando sus propios números.

Concepto Cálculo inicial según JR Cálculo corregido según JR Cálculo corregido descontando ahorros Renta familiar CN (incluyendo rentas imputadas)

760.000 
760.000 
 660.000*

Renta familiar CN (sin incluir rentas imputadas)

675.000 
 575.000

IRPF recaudado en 2010

77.000 
77.000

Coste RB 
300.000 
300.000 
300.000

Ahorros en prestaciones públicas

100.000

Tipo impositivo para financiar RB 
49,6% 
55,9% 
48,2%

Valores en millones de euros 
 *Descontamos los ahorros que no se pagan

En la primera columna tenemos el cálculo inicial de JR, el que él debe estar convencido de replicar genialmente, sin tener que chuparse los 1,9 millones de datos de contribuyentes, y que casualmente le da un tipo de IRPF que resuelve la ecuación igual que el nuestro. Envalentonado con este hallazgo ya se atreve a criticar que estamos contabilizando (lo hace él) unas rentas imputadas que no deben tenerse en cuenta, ergo nuestros cálculos son erróneos y en realidad el tipo de IRPF debería ser del 55,9% (segunda columna). Qué pena, JR se olvida de todos los ahorros en prestaciones públicas por debajo de la RB que el estado no pagaría al implantar la RB. En nuestros cálculos para el Reino de España sin las comunidades forales unos 93.000 millones de euros, pero una extrapolación con Euskadi y Navarra nos daría unos 100.000 millones de euros (tercera columna). Pero claro, ahora resulta que el tipo del IRPF necesario para financiar la RB sería del 48,2% (¡1,3 puntos por debajo “nuestros” cálculos y 7,7 puntos de los suyos! Sorprendente, pero es que no se pueden usar a la ligera los datos de CN como los usa JR.

Recapitulemos, JR se encuentra como un aprendiz de mago que con cuatro números (población, recaudación IRPF y dos datos de CN) puede sin despeinarse sacar los mismos números que nosotros y encima corregir nuestro error por usar un dato que nosotros no usamos nunca. Como al agitar la varita (o la lupa) apareció un conejo se ha creído que el conejo aparecería cada vez. Hay que ser más prudente.

Por último, respecto a lo “riguroso” de sus cálculos. ¿Podría explicarnos el señor JR, cómo a través de datos agregados de la Contabilidad Nacional, podría efectuar un análisis que le permita cuantificar qué tipo de contribuyente según los percentiles de renta declarada, resulta ganador entre una situación u otra?

Con la RB, entre sus detractores pero también entre algunos de sus defensores, puede observarse a menudo el estudiado efecto cognitivo Dunning-Kruger. Esperemos que con razones y datos vayamos limitando la extensión de este efecto al menos en los debates sobre la RB.

Jordi Arcarons · Daniel Raventós · Lluís Torrens 
SinPermiso

viernes, 3 de julio de 2015

El «Terror», de Robespierre a Daech, pasando por Podemos: Pedro J. Ramírez, Wieviorka y otros excesos fementidos de la lumpenintelectualidad de nuestro tiempo. Florence Gauthier

28/06/15

 Un nuevo acceso de prurito “aterrorizante” ataca desde hace algún tiempo. Ha sido recientemente reactivado por Pedro J. Ramírez, exdirector del diario madrileño EL Mundo, que ha publicado un tocho rayano en las 1000 páginas titulado originalmente El primer naufragio (Madrid, 2013) y traducido al francés con el provocador título siguiente: El golpe de Estado. Robespierre, Danton y Marat contra la democracia (Paris, 2014). Y el pasado 15 de junio, en el diario Ouest-France, el sociólogo Michel Wieviorka la emprende también con Robespierre para compararlo con… ¡Daech!

Hay que observar que Pedro J. Ramírez ha colado de matute una comparación con Pablo Iglesias, fundador del partido Podemos, no en su libro –en el que no aparece siquiera mencionado—, sino en las entrevistas que va ofreciendo a cuenta de su libro: compara a Iglesias con Robespierre para expresar sus posiciones políticas personales. [1]

Partiendo de la situación actual, caracterizada por un crecimiento inquietante de la deuda pública que el gobierno de Rajoy no ha hecho sino aumentar, la compara con la situación de Francia… en 1789. Iglesias y Podemos representan a sus ojos un peligro, porque amenazan con ser los beneficiarios de esa política desastrosa. Por esa vía se convierte Pablo Iglesias en un nuevo Robespierre que, ciertamente, se representa una amenaza para España, pero también en el indicado de la urgencia de imponer un cambio de política: si no es substituido el partido de Rajoy, la amenaza “terrorista” de Podemos se realizará. Tal es el propósito argumentativo de su libro.

El autor tiene que probar que Podemos no podrá hacer otra cosa que repetir el “Terror”. Se empeña, así pues, en construir una narración de “la toma del poder por Robespierre, Danton y Marat” en forma de… ¡golpe de Estado! Empresa harta osada y aun muy audaz, habida cuenta de que lo ocurrido entre el 31 de mayo y el 2 de junio de 1793 está abundantemente documentado y no ha dado pie a ningún tipo de violencia, ni jurídica ni física. Recordaré brevemente lo que pasó, que resulta de lo más interesante.

La Revolución del 10 de agosto de 1792 había derribado a la monarquía y liquidado la Constitución aristocrática de 1791 que reservaba el derecho de sufragio a los “ricos”, para establecer una República democrática en Francia. Resultó elegida una nueva asamblea legislativa en septiembre de 1792: la Convención. El primer gobierno fue girondino, pero se opuso a la democratización de la sociedad y creyó poder desembarazarse del asunto por la vía de declarar la guerra a todos sus vecinos. ¡Pésimo cálculo! La ofensiva militar fracasó, precipitando la caída de la Gironda.

Las instituciones democráticas de la época concebían los cargos electos como fideicomisos, lo que significa responsables ante sus electores. Y la Revolución del 31 de mayo de 1793 consistió precisamente en el ejercicio práctico de llamar a capítulo a los mandatarios en los que se había perdido confianza: los electores se habían expresado en los meses precedentes exigiendo la destitución de esos mandatarios infieles precisamente porque ya no confiaban en ellos.

Eso se hizo el 31 de mayo, y 22 diputados de la Gironda fueron destituidos y enviados a sus casas.

Es verdad que esta institución, democrática por excelencia, no suele practicarse en nuestros sistemas electorales actuales. Valdría la pena que se enseñara en las facultades de ciencias políticas para que los estudiantes se familiarizaran con los lazos que vinculan íntimamente la responsabilidad fideicomisaria de los cargos electos con la noción misma de soberanía popular: así podrían reconocerla sin mayores dificultades cuando la vieran puesta en práctica. Y así se evitarían también groseras traiciones de la ignorancia como las reveladas por la lectura del voluminoso libro de Pedro J. Ramírez.

Difícil empresa, la de demostrar que Robespierre, Danton y Marat, los tres diputados electos, habrían dado un “Golpe de Estado” el 31 de mayo de 1793, habida cuenta, encima, de que la Convención votaría la Constitución del 24 de junio de 1793 a la que el gobierno girondino había venido dando largas hasta entonces.

No, decididamente, Pedro J. Ramírez no consigue “aterrorizarnos” con este asunto, ni siquiera olvidándose de mencionar en su libro el voto de esta Constitución… El primer golpe de Estado sigue siendo el del general Bonaparte el 18 de Brumario (9 de noviembre) de 1799, ¡un golpe desde luego militar¡ *

Pero volvamos a la evolución de ese prurito “aterrorizante” reciente.

Xavier Bertrand, diputado-alcalde de Saint-Quentin en el Aisne, ha declarado a BFMTV el pasado 5 de mayo de 2015 lo que sigue, a propósito de las relaciones extremadamente tensas entre Le Pen padre y su hija en el seno del Frente Nacional:

“Cuando su padre sube a la tribuna del Primero de Mayo, lo que se ve es más que una afrenta. Se ve perfectamente que ella no puede dirigir su partido. Cuando no consigues dirigir tu partido, no puedes dirigir un país ni una gran región. Esa es la limitación que está revelando. Y no podrás impedir hoy que algunos pretendan ajustes de cuentas internos. Mire al señor Philipot, un pequeño Robespierre que quiere la cabeza de Luis XVI. Eso es hoy el Frente Nacional.”

El autor de esta alusión a la Revolución francesa vincula a Robespierre al proceso del rey, como si se hubiera tratado de la decisión de un solo individuo aislado. ¡Nada más falso! El proceso al rey fue largamente debatido en la Convención y votado por una mayoría de diputados, el detalle de cuyos votos se conoce perfectamente.

En cuanto a la alusión por un tercero a “la muerte del padre” en la familia Le Pen, la cosa mueve más a sonreír que a “aterrorizarse”.

* El más reciente acceso del prurito viene firmado por Michel Wieviorka en Ouest-France el pasado 10 de junio. El autor se lanza a una comparación entre Daech y Robespierre, y –si es que el título no es de la Redacción— se felicita por la excelencia de su idea: “La comparación entre Daech y la Francia de Robespierre tal vez resultará chocante, pero es muy instructiva”.

También aquí encontramos el tono del exceso fementido, vecino del de Ramírez. Vean, si no:

“En el Oriente Próximo de 2015 como en la Francia de 1793, uno o dos Estados podrían construirse sangrientamente. El bien llamado Terror fue precedido por masacres de sacerdotes, preludio de las guerras de la Vendée. Un decreto del 31 de julio de 1793 pedía la destrucción de las tumbas reales y de otros mausoleos en toda la República. Daech no ha inventado nada nuevo (…).”

Robespierre resulta aquí el responsable de la masacre de los sacerdotes, de las guerras de la Vendée y de la destrucción de las tumbas de los reyes: ¡es “el bien llamado Terror”!

Lleva razón Wieviorka al creer que su fórmula “tal vez resultará chocante”. Pero yo estoy menos chocada por sus intenciones que por el descubrimiento de la magnitud de su ignorancia de los hechos más elementales del período revolucionario: ¡las fuentes para conocerlos no son precisamente escasas!

Empecemos con la masacre de los sacerdotes. Robespierre, en tanto que diputado elegido cada mes por la Convención para el Comité se Salud Pública después del 17 de julio de 1793, ha rechazado la “descristianización” llevada a cabo por dos corrientes: los “desfanatizadores sectarios”, una, y los contrarrevolucionarios, otra. Ambas querían sacar provecho de las divisiones creadas por esas tensiones religiosas. Robespierre reclamó la aplicación de los principios de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en lo tocante a la libertad de conciencia: precisamente por eso fue castigado por la historiografía adepta a la “desfanatización intolerante”, que afectó ver en él a un obscuro defensor de la religión católica, al gran sacerdote de una supuesta religión del Ser supremo. Lo único cierto es que Robespierre defendió el principio de libertad de culto de la Declaración de derechos. [2] ¿Probablemente como Daech?

Veamos ahora las guerras de la Vendée. El señor Wieviorka cae aquí en su inevitable instrumentalización luego de que un historiografía surgida del bicentenario y pilotada por el lobby vendeano buscara tercamente un genocidio en la Revolución francesa. Los resultados de esa búsqueda desesperada de un supuesto “genocidio… franco-francés” en la Vendée fueron ridículos. Por lo demás, Robespierre no desempeñó papel alguno en esos sucesos, al contrario de lo que martillea sin descanso este lobby vandeano. [3]

En lo tocante a las destrucciones de tumbas reales, el diputado Grégoire hizo votar en la Convención medidas contra lo que él mismo llamó “vandalismo que no conoce sino la destrucción”, al que calificó de “barbarie contrarrevolucionaria”. [4] Esas medidas fueron apoyadas sin reservas por Robespierre, como es harto sabido. ¡También aquí es harto difícil cargarle el sambenito!

Comparar el vandalismo del período revolucionario con los actos cometidos por Daech no sólo es un error. Es ridículo. Mejor habría hecho el señor Wieviorka comparando esos actos con la destrucción de la civilización romana en el momento de la caída plurisecular del Imperio romano de Occidente, que no sólo destruyó monumentos, sino lengua, literatura y bibliotecas. [5]

NOTAS:
[1] Entrevista en Vox Populi, 9-X-2014 : http://vozpopuli.com/economia-y-finanzas/50674-pedro-j-en-espana-puede-crearse-una-situacion-prerrevolucionaria-y-podemos-saldria-beneficiado41
[2] Robespierre, 5 y 6 de diciembre de 1793, exigió en la Convención la aplicación de los principios de la Declaración contra los desfanatizadores : Ouvres, Volmen X, p. 26 y ss. Declaración de derechos de 1793, Art. 7 : « El derecho de manifestar pensamiento y opiniones propios, ya a través de la prensa o por cualquier otro medio, el derecho de reunión pacífica y el libre ejercicio de los cultos no podrán ser prohibidos ».
[3] Cfr. Marc Belissa, Robespierre, bourreau de la Vendée ? »: une splendide leçon d’anti-méthode historique [Robespierre, ¿verdugo de La Vendée? Una espléndida lección del antimétodo histórico], en: www.revolution-francaise.net/2012/03/15/476.
[4] Archives Parlementaires, Volumen 83, p. 186, Grégoire à la Convention, 22 nivoso Año II-11 enero 1794, Rapport sur les inscriptions des monuments publics.
[5] Cfr. Bryan Ward-Perkins, La chute de Rome. Fin d’une civilisation, (Oxford 2005) trad. francesa del inglés: Paris, Alma, 2014.
Florence Gauthier es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
Fuente: www.sinpermiso.com