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lunes, 24 de febrero de 2020

Antonio Gamoneda: “Todo hambriento es un microeconomista”

El poeta leonés vuelve a la posguerra con 'La pobreza', segunda entrega de sus memorias. Huérfano de padre, entró como recadero en un banco a los 14 años y militó en la lucha antifranquista. La censura le prohibió un libro y se pasó dos décadas sin publicar. En 2006 ganó el Premio Cervantes

En el estudio de Antonio Gamoneda se oye el reloj de la catedral y desde la ventana que da al jardín de su casa se ven “los únicos árboles del barrio”: un lauceraso de más de 100 años cuyo fruto, una especie de cereza negra, envenena a los pájaros incautos que acuden a picotearla. A su lado, un castaño de Indias igual de viejo y un lilo plantado por el propio poeta. Gamoneda nació en Oviedo hace 88 años, pero lleva 85 en León. Temprano huérfano de padre, dejó Asturias porque a su madre le recomendaron un clima seco que mitigase sus continuos ataques de asma. Él fuma tabaco de liar Manitou —“el que mata”— y tiene un par de cajas en la mesa, pero aparta el cenicero para las fotos: “Es poco cívico”.

El día 1 de junio de 1945, con 14 años recién cumplidos y “autoexpulsado” del colegio de los agustinos, entró a trabajar como recadero en el Banco Mercantil: “Jornada doble. 80 horas semanales, 89 pesetas de sueldo”. Ese momento es el elegido por el premio Cervantes de 2006 para dar comienzo a la narración en La pobreza, el volumen de memorias que se publica la semana que viene y que retoma su vida donde la dejó en Un armario lleno de sombra, publicado en 2009.

En un pasaje del nuevo libro describe la multitud de objetos que lo rodean: arañas y escorpiones fósiles, ópalos y turmalinas, una lágrima volcánica, cuadros y dibujos de amigos, dos fotos de sus padres y una de Emily Dickinson —el retrato de su esposa, Angelines, a la que llama “mi chica”, ocupa el fondo de pantalla del ordenador— , el reloj de pared de su madre —“parado hace 35 años”—, la bicicleta estática —“hace tres que no me subo”— y miles de libros perfectamente ordenados: todo Valle-Inclán, tratados de drogas y venenos y la historia de los heterodoxos de Menéndez Pelayo —“qué divertido es”— a su espalda. En la galería contigua, historia de las religiones, literatura catalana, gallega y portuguesa y un escueto estante con sus propios libros. El más voluminoso de todos está reencuadernado a las bravas con cartón gris de caja de zapatos y cinta americana marrón: se trata de Esta luz, su poesía reunida, publicada, como las memorias, por Galaxia Gutenberg.

La pobreza es un retrato de la posguerra española y de la lucha antifranquista a la vez que una reflexión sobre la capacidad de la escritura para atrapar el pasado. También un libro de viajes en el que se habla mucho de comida. “Muy propio”, dice su autor, “de un niño que ha pasado hambre”.


Antonio Gamoneda, este lunes en su casa de León. CARLOS ROSILLO

PREGUNTA. Usted habla de cultura de la pobreza, ¿existe?
RESPUESTA. Sí. No es invisible pero está invisibilizada. No es lo mismo conocer la pobreza objetivamente, como un sociólogo o un antropólogo, que vivirla desde dentro. No es igual el pobre que el que se solidariza con el pobre. No digo que sea mejor ni peor, digo que es distinto. Por eso digo también que las hambres históricas modifican para siempre el pensamiento de los hambrientos.

P. ¿El hambre modificó el suyo?
R. Yo nací a la conciencia con el hambre. Estaba en mi casa y estaba en la calle por la Guerra Civil, en los cupones de racionamiento y en las filas de mujeres golpeadas por la policía mientras hacían cola para conseguir cualquier porquería. Para mí era un hecho natural, horriblemente natural. Yo dejé de pasar hambre y mis hijas no la pasaron, pero todavía reconozco a los que la pasaron, a los que fueron como yo.

P. En Un armario lleno de sombra cuenta cómo marcó su infancia el hecho de que lo señalaran como pobre.
R. Fue en el colegio de los agustinos: se rieron de mí porque no tenía zapatos para el invierno y mi madre había rebajado para mí el tacón de unos de mi abuela. Aquello fue una mordedura para un chiquillo. Mucho más que las inclinaciones pederastas de los frailes o la división de los alumnos entre los distinguidos, los de clase media y los objeto de la supuesta caridad, nosotros. En ese momento me boté del colegio y dejé de ir…

P. Dejó de ir y quiso quemarlo…
R. Digamos que tuve una “expansión violenta” de la personalidad. Para pena de mi madre, a la que quería muchísimo y a la que mataba a disgustos. Yo no estaba para el manicomio, pero tenía una conducta esquizoide.

P. ¿Cómo era su madre?
R. Tenía por mí un amor exclusivo. Y nunca dejó de estar enamorada de mi padre, que murió al poco de nacer yo. Todavía la recuerdo en esta misma galería, ahí donde estás tú, en la silla de ruedas, con la cabeza ida y diciendo: “¡Cuánto tarda hoy Antonio!”.

P. A las cinco de la madrugada, cuando ella se ponía a coser, usted se iba a cargar carbón para encender la calefacción del banco. ¿Cómo recuerda la posguerra fuera de casa?
R. La resumiría en dos palabras: vigilancia y racionamiento. Pero antes que a rebelarse, la gente aspiraba a comer.

P. Sin embargo, usted terminó entrando en el partido comunista.
R. Los pobres reconocen enseguida de dónde viene lo que los oprime, saben de marxismo sin necesidad de leer un solo libro. Entienden mejor que nadie conceptos como valor o salario. Todo hambriento es un microeconomista.

P. ¿No le daba miedo la represión?
R. Claro. De eso no se libraba nadie. Pero tuve mucha suerte. Yo además temía por mi madre.

P. ¿Qué le decía ella de sus andanzas clandestinas?
R. Se imaginaba cosas pero confiaba en mí. Tenía a un chico escondido en casa y no preguntaba quién era, qué hacía allí o por qué no salía nunca a la calle.

P. ¿Luchaban por la democracia o eso es una proyección posterior?
R. Luchábamos contra la opresión, sin más. La democracia no estaba en nuestros dibujos. Y la verdad es que sigue sin estar muy dibujada.

P. Comparada con una dictadura…
R. Es verdad. Al menos formalmente. Hay menos hambre y menos hambrientos, pero los sigue habiendo. La opresión tiene hoy formas más presentables.

P. ¿Cuáles?
R. Sobre todo, el consumismo, que crea un bienestar falsificado y anestesia la conciencia.

P. ¿También a usted le desencantó la Transición?
R. Desencanto… Digamos que pensé que habría más espacios para la igualdad, la felicidad, el bienestar y las relaciones humanas.

P. Incluso el debate territorial sigue abierto. Hasta León pide ahora una autonomía propia.
R. A mí me da igual León con Castilla que sin ella. No creo en esas divisiones.

P. Pero ha firmado el manifiesto a favor de la separación.
R. Porque me lo pidió un amigo. Pero que no me pidan que lo defienda. ¿Es una división artificial? Totalmente. Ese tema me lo sé bien porque yo redacté las actas en las que se preparó la autonomía.

P. ¿Las actas?
R. Por entonces yo ya no trabajaba en el banco, sino en el área de cultura de la Diputación. Como se suponía que sabía escribir, me pidieron que asistiera a las reuniones y tomara nota. Aquello lo cocinó [Rodolfo] Martín Villa. Hay quien dice que quería una autonomía grande de voto conservador para contrapesar a los nacionalismos que dicen periféricos. Mi impresión es que se estaba preparando un feudo a medida. Para él o para algún otro. Hay que decir que tampoco le dieron mucha importancia a aquellas actas. Las tuve en el cajón durante años sin que nadie me las pidiera.

P. Pese a su compromiso antifranquista, siempre ha sido muy crítico con la poesía social.
R. Porque en poesía el realismo tiende a no ser nada. Escribir como se habla en los periódicos es muy digno, ¡pero para eso están los periódicos! Se puede ser ideológicamente progresista y estéticamente reaccionario.

P. Sin embargo, en La pobreza elogia la poesía de Ángela Figuera Aymerich.
R. Era de las buenas. Tenía un hilo más fino y más fuerte que Gabriel Celaya o que Blas de Otero.

P. ¿La poesía puede cambiar el mundo?
R. No, pero intensifica la conciencia. Y una conciencia más intensa sí puede actuar sobre las circunstancias.

P. Usted también escribió un libro de poesía comprometida: Blues castellano.
 R. Sí, fue mi paso por esas cercanías, aunque no era exactamente poesía social porque debe mucho al jazz y a Nazim Hikmet. Lo echó abajo la censura diciendo que eran versos malos, ateos y resentidos. No salió hasta 1982.
Las manos de Antonio Gamoneda.
Las manos de Antonio Gamoneda. CARLOS ROSILLO

P. ¿A la larga le benefició que lo censurasen?
R. A veces pienso que sí. Tal vez, si lo hubiera publicado en 1966, me habría reblandecido y acomodado. No lo sé. El caso es que luego publiqué Descripción de la mentira, que tendrá todos los defectos, pero fue para mí un escalón fuerte.

P. Pero fue casi 20 años después de su primer libro, en 1977. Ese silencio le dejó entonces fuera del canon de su generación, la del 50. ¿En algún momento pensó que se había acabado todo?
R. No. Al principio no escribía. Luego escribía pero no publicaba. Pero eso no me frustró, simplemente me di cuenta de que estaba fuera de la bolsa, fuera de las antologías. Todo me pareció natural y bien.

P. ¿Cuál es el mejor poeta de su generación?
R. Claudio Rodríguez.

P. ¿Y el más sobrevalorado?
R. Jaime Gil de Biedma. Claudio era un monstruo que con 17 años escribió una monstruosidad: Don de la ebriedad. Los dos grandes del siglo XX español son Lorca y él. Y eso que por el medio hay hasta un premio Nobel como Aleixandre. Gil de Biedma era muy inteligente, se dio cuenta de que la cosa no daba para más y dejó de escribir. Como tenía mucha personalidad, en torno a él creció el mito.

P. A usted terminó llegándole el reconocimiento. ¿Le cambió el Premio Cervantes?
R. Me cansó. Las componendas, las llamadas, los viajes. Mucha dosis.

P. Vivía en la periferia, pero en las memorias cuenta que le ofrecieron dirigir la editorial Taurus e ingresar en la RAE.
R. Lo de Taurus me hubiera obligado a vivir en Madrid. El grupo financiero Fierro había entrado en la editorial, y como yo tenía experiencia en un banco y era escritor pensaron que valdría. Como no quise, se lo dieron a Jesús Aguirre, el futuro duque de Alba. Pero fue hace 50 años. Lo de la Academia sería en 2000. Me lo ofrecieron Claudio Guillén y Víctor García de la Concha. No lo desprecio, pero ¿qué hago yo allí con mi bachillerato por libre?

P. No le gusta la palabra autodidacta.
R. No, pero qué más me da a mí aprender algo de un libro o de un señor que está en una tarima.

P. Al final ha terminado siendo doctor honoris causa por varias universidades de todo el mundo.
R. Yo soy doctor por la puerta de atrás.

P. ¿Lamenta no haber hecho eso que llaman estudios reglados?
R. Ahora no lo vivo como una desdicha, y en su momento no tenía tiempo de pensar en la desdicha. Las pérdidas no son demasiado sensibles. Pero la verdad es que me fastidia no poder leer a Virgilio en latín.

La pobreza. Antonio Gamoneda. Galaxia Gutenberg, 2020. 400 páginas. 22,50 euros. Se publica el 12 de febrero.
https://elpais.com/cultura/2020/02/07/babelia/1581091598_442947.html?rel=lom

lunes, 18 de junio de 2018

‘IN MEMORIAM’ CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS. Aquella alegre pandilla del PCE de prensa. Figura destacada del periodismo antifranquista, evolucionó a posiciones de derecha.

Ni siquiera estoy seguro de que a César Alonso de los Ríos (Palencia, 1936) fallecido el último día del mes pasado en Madrid, le gustase este a modo de necrológica: se había vuelto bastante cascarrabias, que es la escapatoria de los inteligentes que no aceptan el rebaño. Fue uno de los nuestros, de los entonces míos, y luego cambió. Tenía, faltaría más, todo el derecho del mundo a hacerlo. Fue uno de los responsables teóricos de aquella extraña pandilla que componían, componíamos, los del PCE de prensa, basculando entre Santiago Carrillo, Enrico Berlinguer y vaya usted a saber qué derivas cubanas, guevaristas. Stalin nunca. Fui su subordinado en la La Calle, que no era una revista comunista, sino progresista: me llamé Serge D’Alfand y fui corresponsal en Ginebra. Al final le confesé que no compartía su último viraje ideológico y creo que no le gustó que se dijese de manera tan frontal: compartimos algunas tertulias radiofónicas y creo que alguna vez hasta nos gritamos las diferencias. Jamás dejé de quererle, pese a su pésimo humor postrero.

Le debemos a César dos cosas: haber tomado partido por, valga la redundancia, un partido a cuya pertenencia le podría haber costado muy caro haber servido. Eran tiempos duros, pocas bromas. Escribir en Triunfo, y más ser uno de sus responsables, era algo que podía costarte, al menos, la carrera en unos momentos en los que hasta la mención de la libertad de expresión, cuyo día internacional conmemoraremos mañana, estaba vetada. Lo segundo, haber tenido el valor cívico de mostrarnos desnudo al héroe que, no mucho antes, había sido despedido con lágrimas multitudinarias por cientos de miles de madrileños. Me refiero al fallecido alcalde Enrique Tierno Galván. Tierno era, en efecto, un farsante, como pudimos comprobar hasta la saciedad mi colega Pedro Vega —historiador del PCE— y yo mismo; nadie se atrevió a decirlo así hasta que Alonso de los Ríos, en el que creo más lúcido y valiente de sus volúmenes, lo puso de manifiesto.

Tengo algunos otros motivos personales de agradecimiento al que fue camarada antes de que todos dejásemos de ser camaradas: un día, en el que yo debía viajar a Perú, me obligó, él, que me sacaba veinte centímetros de estatura, a llevarme su gabardina. “En Lima llueve mucho”, me dijo, sin saber que los peruanos difícilmente han visto una prenda así en su vida. Opinó, con risa en los ojos miopes, que la gabardina me sentaba muy bien, y nunca quiso que se la devolviese. Era generoso en el humor.

Formó parte destacada de cuanto de lucha antifranquista pudo existir en la peculiar república de los periodistas de los últimos tiempos del régimen: con él estaban gloriosos desaparecidos, como Fernando Castelló, Javier Alfaya, María Antonia Iglesias, Miguel Salabert… Otros afortunadamente viven, los más en la diáspora, como Gregorio Morán, o Raúl del Pozo —Raúl Júcar en Mundo Obrero—, o los hermanos Mullor o Andreu Claret o Rodrigo Vázquez de Prada o… Qué injusto olvidar algunos de los muchos nombres que pasaron por aquella alegre muchachada, tan efímera, a veces tan gloriosa.

Luego vino el desengaño, el paso al PSOE, la involución creciente, la admiración por Aznar. Muchos, que habíamos desertado del PCE porque no éramos comunistas, sino simplemente antifranquistas, ya no le acompañábamos desde hacía tiempo. El peligro de lo que él pensaba que sería la desintegración territorial de España le amargaba la vida. Hacía tiempo que yo no hablaba con él, pero me imagino lo que debería estar pasando, él, tan sanguíneo, al ver lo que va ocurriendo en Cataluña.

Pese a todo, estoy seguro, le seguíamos queriendo: a ver quién le arrebataba su derecho a evolucionar como le diese la gana. Estuvo con Delibes, con Vázquez Montalbán, con Manu Leguineche. De él, cuando comenzó a escribir en medios de la derecha, Manolo Vázquez Montalbán dijo, con ironía pero con cariño: “Le está saliendo el alumno del Ramiro que quizá siempre llevó dentro”. Creo, me dicen, que murió entristecido, pensando que se había quedado muy solo. Tuvo el coraje de asumirlo. Si sirviese de algo, que no, muchos le llevaremos siempre en el recuerdo.

Fernando Jáuregui es periodista.

https://elpais.com/cultura/2018/05/01/actualidad/1525197206_198767.html

viernes, 15 de diciembre de 2017

Sin Antoni Domènech será mucho más difícil abrir puertas al futuro. El filósofo catalán, autor de 'El eclipse de la fraternidad', ha fallecido a la edad de 65 años

"Ya puedes comprender que muerto
está nuestro conocimiento, desde el instante
en que al futuro queda cerrada toda puerta".

Con estas palabras del Infierno de Dante resumía Antoni Domènech el "nihilismo de cátedra" de aquellos quienes "con la nómina segura a fin de mes, perdida toda esperanza en el futuro" les resulta "más entretenido deconstruir a los compañeros de departamento que molestarse en averiguar cuál es el salario mínimo interprofesional del país en el que uno enseña o dicta sus conferencias".

Unas palabras que podrían servir también como epílogo de una vida dedicada a un proyecto político, moral e intelectual de enorme envergadura: pensar el presente para conquistar el futuro; y dedicada a hacerlo con la radicalidad y el rigor de quien sabe que la filosofía ni puede encerrarse en la comodidad de los despachos, ni puede reducirse a lo panfletario.

Y si hablamos de epílogo es porque Antoni Domènech falleció ayer, a la edad de 65 años.

Editor general de Sin Permiso y catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Universidad de Barcelona, Domènech fue militante antifranquista y se definía como "socialista sin partido". Su discurso era claro, preciso y provocador: hablaba como si se estuviera riendo, como si en llevarse a la boca sus ideas recordara divertido la fuerza del discurso que se disponía a enunciar.

Para la audiencia que lo escuchaba no siempre era fácil seguir los meandros de su pensamiento. Quizá porque siempre defendió que los conceptos político-normativos no pueden aislarse de la situación histórico-real, en sus explicaciones saltaba con violencia del dato histórico o la cita exacta a una densa reflexión teórica. De hecho, en la última conferencia del filósofo catalán a la que pude asistir, titulada sesudamente "Análisis de la fraternidad como metáfora cognitiva", no solo desafió las ideas preconcebidas con las que ibas armados quienes habíamos leído sus libros, sino que desbordó toda expectativa académica con un discurso que nos llevó desde la Grecia de Aspasia hasta nuestros días.

Tras conocerse la noticia de su muerte, César Rendueles afirmó que Domènech es el "autor del ensayo en lengua castellana más importante en lo que va de siglo que, por supuesto, está descatalogado". Una afirmación potente y elusiva que nos obliga a recordar que Domènech —además de haber traducido al castellano algunas de las principales obras del liberalismo político como son las de Rawls o Habermas- escribió dos libros fundamentales, uno en cada uno de los siglos que vivió, y que -desgraciadamente— ambos son inencontrables.

Por un lado, "De la ética a la política: de la razón erótica a la razón inerte", en el que se propone una relectura de Hobbes, Rousseau y Kant desde la teoría de juegos, un ejercicio cuyo objetivo último es denunciar la transformación de la racionalidad en una "razón inerte", y sentar las bases de una ética racional que posibilite la "rectificación de la cultura moral" del capitalismo tardío y no rehuya la discusión sobre aquello que constituye una vida buena.

Publicado en 1987, suponía una recepción innovadora de la tradición analítica en filosofía política que se oponía a las habituales lecturas posmodernas: sin los aspavientos del rebelde autoproclamado, Domènech siempre pensó en los márgenes y desde los márgenes.

Por el otro, "El eclipse de la fraternidad". Una revisión republicana de la tradición socialista, que propone una revisión histórica del concepto de "fraternidad", centrándose especialmente en el período que va de 1848 a 1936, para revalidar este ideal olvidado. La fraternidad no es solo un sentimiento pospolítico, una vaga forma de solidaridad entre ciudadanos: no es una virtud supererogatoria, como muchas veces se ha interpretado siguiendo la tradición cristiana.

Entonces, la fraternidad constituiría la estructura política que daría sentido a la "igualdad" y la "libertad", la base sin la cual estos seguirían siendo meros espantajos bienpensantes que la clase dominante ondearía para justificar su dominio. Para explicarlo, Domènech siempre recordaba esta frase de Marat: "vemos perfectamente, a través de vuestras falsas máximas de libertad y de vuestras grandes palabras de igualdad, que, a vuestros ojos, no somos sino la canalla".

La fraternidad, a partir de 1790, es lo que unificaba a la población trabajadora: "una horizontalidad conscientemente política, conscientemente emancipada de los yugos señoriales y patriarcales que la venían segmentando verticalmente [...] 'emanciparse' llegó entonces a significar para el pueblo llano 'hermanarse'". Y es la desaparición de esta "bestia horizontal", como la llamó el historiador E.P. Thompson, la que documenta Domènech en El eclipse de la fraternidad.

Desde la publicación del libro, tanto él como su esposa, Maria Julia Bartomeu, también filósofa y especializada en Kant, se dedicaron a continuar pensando el potencial transformador de las ideas revolucionarias y en cómo la historiografía contemporánea ha neutralizado la fuerza de muchas de ellas. Pero también han escrito en otras direcciones: sobre feminismo, renta básica, republicanismo, filosofía en lengua castellana o la idea de utopía.

¿Es El eclipse de la fraternidad el ensayo más importante en lengua castellana en lo que va de siglo?
Probablemente sí, aunque su centralidad debe buscarse menos en esa academia que mide el impacto a golpe de cita en artículos indexados, que en la cantidad de caminos que ha ido abriendo Domènech con sus escritos. Ya sea por su rechazo al mandarinismo o por su abrumadora erudición, de la que gozaba como una golosina, pero que lo alejaba de las columnas de opinión, el catalán nunca protagonizó portadas ni primeros planos: era siempre el pensador que estaba detrás de.

Por todo ello, una cosa es segura: sin Antoni Domènech —y sin sus libros— será mucho más difícil abrir puertas al futuro.

http://www.playgroundmag.net/cultura/books/fraternidad-Antoni-Domenech_0_2049995000.html

martes, 22 de julio de 2014

Noruega cumple el sueño de Camilo. Un exguerrillero antifranquista recupera los restos de su hermano gracias a un sindicato noruego que ha donado 6.000 euros para abrir fosas en España

Nunca se han visto, viven a 2.350 kilómetros y jamás han hablado, pero Camilo de Dios, exguerrillero antifranquista, gallego, de 83 años, le debe a Henning Solhaug, secretario del sindicato de electricistas noruego Elogit, de 62, el haber cumplido un deseo que ha ocupado toda su vida: recuperar los restos de su hermano, fusilado en 1950 y enterrado en una fosa en Chaherrero (Ávila). El sindicato, de 15.000 afiliados, decidió donar 6.000 euros a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) al conocer que el Gobierno español ha eliminado las partidas para la apertura de fosas del franquismo. La asociación ha destinado ese dinero a tres exhumaciones este verano; la primera, la del hermano de Camilo, Perfecto de Dios.

Camilo está muy emocionado. “Impresiona mucho ver los huesos. Cómo van desenterrando los pies, la cabeza, las manos...Es una sensación agridulce, pero estoy muy agradecido por la solidaridad recibida”. Veinte voluntarios de la ARMH, como Carmen García-Rodeja y Marco González, se han desplazado a Chaherrero para arroparle, y vecinos del pueblo se acercaron a la fosa para llevar sillas y agua para todos, también para el equipo de arqueólogos, como René Pacheco, cuyo trabajo financia el sindicato noruego. “Les estoy inmensamente agradecido. Yo pedí ayuda al Ayuntamiento y al Gobierno, pero ha tenido que ser un país extranjero el que desentierre a nuestros muertos”.

Solhaug explica por qué el sindicato noruego decidió donar 6.000 euros a la ARMH. “El comité central del sindicato hizo una visita a España para estudiar el impacto de la crisis. La alta tasa de paro nos alarma, pero también la situación de las familias de los más de 100.000 desaparecidos del franquismo, cuya búsqueda, como ha dicho el grupo de trabajo de Naciones Unidas contra las desapariciones forzadas, no puede ser tarea de los familiares; Es una obligación del Estado. Entendemos que la lucha de estos guerrilleros no era solo para defender la democracia española, sino que formaba parte de la lucha contra el fascismo europeo, contra Hitler y Mussolini, y estos pocos euros pagan solo una pequeña parte de nuestra deuda con los republicanos españoles”.

Perfecto de Dios tenía 19 años cuando lo mataron. Con su madre, Carmen Fernández, comunista, y otros dos guerrilleros antifranquistas había salido de los montes gallegos con la intención de llegar a Madrid y después, exiliarse. Pero en Chaherrero, donde habían parado para comprar comida, fueron detectados por la Guardia Civil, que abrió fuego contra el grupo. Perfecto cayó abatido a tiros y su madre no quiso dejarle. Los otros dos guerrilleros huyeron. Uno fue detenido poco después. Era 16 de mayo de 1950.

“Yo tenía entonces 16 años y estaba preso en El Dueso (Cantabria). Me enteré de lo sucedido por una carta de mi madre”, recuerda Camilo. Aquella fue la primera de las muchas cartas que se escribieron de penal a penal. Ambos estuvieron condenados a muerte, aunque finalmente les conmutaron la pena. “Los franquistas no miraban si eras menor o mujer. A mí me torturaron 59 días en el cuartel: te daban martillazos y cortes en las manos y en los pies, aún tengo las cicatrices... Me arrancaron las uñas...”, recuerda Camilo, que se ha sumado a la querella contra el franquismo que investiga la juez argentina María Servini de Cubría en Buenos Aires. “Mi madre estuvo 13 años presa y yo diez”. Al salir de la cárcel, Camilo vivió una temporada en Madrid, hasta que le dijeron que podía volver a su casa, en Sandiás (Ourense). “Nos la habían quitado los falangistas, que luego la pusieron a la venta. Mi familia tuvo que volver a comprar su propia casa”.

Su madre murió en 1999, con 93 años. “Le hubiera encantado vivir este momento”, declara Camilo a pie de fosa, mientras ve a los arqueólogos recuperar los restos de su hermano. “Ahora voy a poder enterrarlos juntos en un cementerio. Perfecto ya no va a estar tirado en un camino, como hasta ahora. Como siguen tantos otros, por desgracia”.
Fuente: http://politica.elpais.com/politica/2014/07/21/actualidad/1405958444_465287.html