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lunes, 18 de junio de 2018

‘IN MEMORIAM’ CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS. Aquella alegre pandilla del PCE de prensa. Figura destacada del periodismo antifranquista, evolucionó a posiciones de derecha.

Ni siquiera estoy seguro de que a César Alonso de los Ríos (Palencia, 1936) fallecido el último día del mes pasado en Madrid, le gustase este a modo de necrológica: se había vuelto bastante cascarrabias, que es la escapatoria de los inteligentes que no aceptan el rebaño. Fue uno de los nuestros, de los entonces míos, y luego cambió. Tenía, faltaría más, todo el derecho del mundo a hacerlo. Fue uno de los responsables teóricos de aquella extraña pandilla que componían, componíamos, los del PCE de prensa, basculando entre Santiago Carrillo, Enrico Berlinguer y vaya usted a saber qué derivas cubanas, guevaristas. Stalin nunca. Fui su subordinado en la La Calle, que no era una revista comunista, sino progresista: me llamé Serge D’Alfand y fui corresponsal en Ginebra. Al final le confesé que no compartía su último viraje ideológico y creo que no le gustó que se dijese de manera tan frontal: compartimos algunas tertulias radiofónicas y creo que alguna vez hasta nos gritamos las diferencias. Jamás dejé de quererle, pese a su pésimo humor postrero.

Le debemos a César dos cosas: haber tomado partido por, valga la redundancia, un partido a cuya pertenencia le podría haber costado muy caro haber servido. Eran tiempos duros, pocas bromas. Escribir en Triunfo, y más ser uno de sus responsables, era algo que podía costarte, al menos, la carrera en unos momentos en los que hasta la mención de la libertad de expresión, cuyo día internacional conmemoraremos mañana, estaba vetada. Lo segundo, haber tenido el valor cívico de mostrarnos desnudo al héroe que, no mucho antes, había sido despedido con lágrimas multitudinarias por cientos de miles de madrileños. Me refiero al fallecido alcalde Enrique Tierno Galván. Tierno era, en efecto, un farsante, como pudimos comprobar hasta la saciedad mi colega Pedro Vega —historiador del PCE— y yo mismo; nadie se atrevió a decirlo así hasta que Alonso de los Ríos, en el que creo más lúcido y valiente de sus volúmenes, lo puso de manifiesto.

Tengo algunos otros motivos personales de agradecimiento al que fue camarada antes de que todos dejásemos de ser camaradas: un día, en el que yo debía viajar a Perú, me obligó, él, que me sacaba veinte centímetros de estatura, a llevarme su gabardina. “En Lima llueve mucho”, me dijo, sin saber que los peruanos difícilmente han visto una prenda así en su vida. Opinó, con risa en los ojos miopes, que la gabardina me sentaba muy bien, y nunca quiso que se la devolviese. Era generoso en el humor.

Formó parte destacada de cuanto de lucha antifranquista pudo existir en la peculiar república de los periodistas de los últimos tiempos del régimen: con él estaban gloriosos desaparecidos, como Fernando Castelló, Javier Alfaya, María Antonia Iglesias, Miguel Salabert… Otros afortunadamente viven, los más en la diáspora, como Gregorio Morán, o Raúl del Pozo —Raúl Júcar en Mundo Obrero—, o los hermanos Mullor o Andreu Claret o Rodrigo Vázquez de Prada o… Qué injusto olvidar algunos de los muchos nombres que pasaron por aquella alegre muchachada, tan efímera, a veces tan gloriosa.

Luego vino el desengaño, el paso al PSOE, la involución creciente, la admiración por Aznar. Muchos, que habíamos desertado del PCE porque no éramos comunistas, sino simplemente antifranquistas, ya no le acompañábamos desde hacía tiempo. El peligro de lo que él pensaba que sería la desintegración territorial de España le amargaba la vida. Hacía tiempo que yo no hablaba con él, pero me imagino lo que debería estar pasando, él, tan sanguíneo, al ver lo que va ocurriendo en Cataluña.

Pese a todo, estoy seguro, le seguíamos queriendo: a ver quién le arrebataba su derecho a evolucionar como le diese la gana. Estuvo con Delibes, con Vázquez Montalbán, con Manu Leguineche. De él, cuando comenzó a escribir en medios de la derecha, Manolo Vázquez Montalbán dijo, con ironía pero con cariño: “Le está saliendo el alumno del Ramiro que quizá siempre llevó dentro”. Creo, me dicen, que murió entristecido, pensando que se había quedado muy solo. Tuvo el coraje de asumirlo. Si sirviese de algo, que no, muchos le llevaremos siempre en el recuerdo.

Fernando Jáuregui es periodista.

https://elpais.com/cultura/2018/05/01/actualidad/1525197206_198767.html