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lunes, 12 de junio de 2023

¿Un nuevo «Consenso de Washington»?

En 1989, el economista John Williamson habló por primera vez del «Consenso de Washington» para referirse a las ideas o principios de política económica que debían seguir aquellos países que quisieran ser bien acogidos y apoyados por las instituciones que tienen su sede en la capital estadounidense: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial o Tesoro de los Estados Unidos. Tales principios constituían la ortodoxia neoliberal que es bien conocida: privatizaciones, disminución de gastos sociales y de impuestos, plena apertura exterior libertad de movimientos de capital, desregulaciones…

Como he explicado con más detalle en mi reciente libro Más difícil todavía, la crisis que se estaba gestando en 2019 y luego el impacto de la COVID han obligado a reconocer, ya sin tapujos, que esas políticas del neoliberal Consenso de Washington eran literalmente inútiles para seguir haciendo frente a los problemas que ellas mismas habían generado: creciente vulnerabilidad financiera, hiperglobalización que genera demasiada inseguridad y bloqueos permanentes, cambio climático descontrolado, deuda gigantesca e insostenible y una enorme desigualdad que produce tensiones sociales muy peligrosas.

Los dirigentes políticos de Estados Unidos han ido por delante a la hora de reconocer ese fracaso y en las últimas semanas se prodigan las declaraciones que ya expresamente propugnan la puesta en marcha de un nuevo Consenso de Washington.

Lo hizo hace poco la Secretaria del Tesoro Yanet Yellen y el pasado día 27 de abril el Asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan.

Este último dio un discurso en el que señaló los nuevos desafíos a los que se enfrenta Estados Unidos y la estrategia para hacerle frente que es una auténtica enmienda a la totalidad de las políticas neoliberales de los últimos 40 años.

Sullivan señala que Estados Unidos no puede seguir defendiendo sus intereses estratégicos asumiendo principios que la realidad ha demostrado que no funcionan. Concretamente, que “los mercados siempre asignan el capital de manera productiva y eficiente”, que “todo crecimiento fue un buen crecimiento”, que “la integración económica haría a las naciones más responsables y abiertas” o que la industria privada está preparada por sí sola «para hacer las inversiones necesarias para asegurar nuestras ambiciones nacionales».

La aplicación de esos principios, señala Sullivan, ha dejado como herencia a Estados Unidos una industria vaciada que le impide innovar en tecnologías punta y prosperar, una peligrosa dependencia económica de China, crisis climática y una democracia dañada por la desigualdad.

A partir de este reconocimiento de la situación Sullivan plantea cuatro grandes desafíos que definen un marco estratégico completamente distinto al neoliberal.

El primero es poner en marcha una política industrial nacional que lleve los recursos a los sectores «fundamentales para el crecimiento económico» y «estratégicos desde una perspectiva de seguridad nacional» sobre la base, ya mencionada, de que eso no puede hacerlo por sí solo ni el mercado ni la industria privada, sino que será necesaria una gran cantidad de inversión pública.

El segundo se basa en «trabajar con nuestros socios para garantizar que también estén desarrollando capacidad, resiliencia e inclusión» y, para ello, desarrollar un nuevo tipo de integración económica porque, dice Sullivan, «las dependencias económicas que se habían acumulado a lo largo de las décadas de liberalización se habían vuelto realmente peligrosas» para Estados Unidos. Al respecto cita, muy significativamente, unas palabras recientes de la embajadora y Representante de Comercio de Estados Unidos, Katherine Tai: «No hemos jurado la liberalización del mercado».

El tercer desafío que plantea es el de hacer frente al cambio climático sin necesidad de sacrificar por ello el crecimiento económico sino, por el contrario, avanzando hacia una transición energética justa y eficiente con «inversión deliberada y práctica para impulsar la innovación, reducir los costos y crear buenos puestos de trabajo».

El último desafío es el de «la desigualdad y su daño a la democracia» porque «las ganancias del comercio… no llegaron a muchos trabajadores… mientras que los ricos lo hicieron mejor que nunca». Teniendo en cuenta, señala Sullivan, que los impulsores de la gran desigualdad han sido claros: «recortes de impuestos regresivos, recortes profundos a la inversión pública, concentración corporativa sin control y medidas activas para socavar el movimiento obrero que inicialmente construyó la clase media estadounidense».

La estrategia global que trataría de dar respuesta a estos desafíos es mucho más que innovadora en su planteamiento teórico y da completamente la vuelta a las tesis neoliberales. Así es cuando habla, por ejemplo, de eliminar «los paraísos fiscales corporativos»; «mejorar las protecciones para el trabajo y el medio ambiente»; «abordar la corrupción»; «fortalecer los derechos laborales y ambientales»; «abordar la angustia de la deuda» para ver «un alivio genuino» y que «todos los acreedores oficiales y privados bilaterales compartan la carga».

Dice Sullivan que el éxito de una estrategia de este tipo se basa en asumir que «el mundo necesita un sistema económico internacional que trabaje para nuestros asalariados, que trabaje para nuestras industrias, que trabaje para nuestro clima, que trabaje para nuestra seguridad nacional y que trabaje para los países más pobres y vulnerables del mundo».

No cabe duda de que, si se llevaran a cabo, estos principios conformarían un planeta muy diferente y mucho más próspero y satisfactorio que el de ahora, tras ya más de cuarenta años de políticas neoliberales. La pregunta que cabe hacerse, por tanto, es si estas ideas que promueve la Administración Biden pueden llegar a convertirse en un nuevo consenso que guíe las políticas económicas en todo el mundo.

A mi juicio, hay algunas razones que impiden pensar que eso vaya a ser posible.

La primera es bastante elemental. Mientras persista el extraordinario grado de polarización que hay en Estados Unidos, será imposible que se lleven a cabo todas las medidas que sería necesario poner en marcha en una estrategia de esta naturaleza. La mayor parte de las medidas de alcance internacional o incluso nacional de esa estrategia necesitan del apoyo del Partido Republicano y eso es prácticamente imposible que se produzca.

La segunda razón que hace muy difícil que Estados Unidos pueda volver a diseñar una estrategia capaz de convertirse en un consenso internacional es que se basa en el aislamiento de China e incluso en la declaración de una auténtica guerra comercial, como casi ha empezado a ocurrir al establecerse controles de exportación e importación. Y es muy ingenuo creer que en ese conflicto sólo se van a ver involucradas las dos potencias. Provocará, por el contrario, el inicio de una nueva economía de bloques (realmente ya iniciada tras la invasión de Ucrania).

En este último sentido no cabe hacerse ilusiones. Con la potencia económica y la influencia política de China, la única posibilidad que tiene Estados Unidos de sacar adelante una estrategia industrial como la explicada más arriba, basada en superar al gigante asiático, se basa en involucrarlo en un conflicto militar, pues este es el único ámbito en el que tiene clara superioridad. En última instancia, en un conflicto directo, a causa de Taiwán, y si no, en otros indirectos que debiliten a China o a sus aliados potenciales, como ocurre ahora con el de Ucrania. Desgraciadamente, el horizonte que cabe esperar no es el de la cooperación e integración internacionales, sino el de más armamentismo y guerras.

jueves, 16 de febrero de 2023

La verdadera historia de "Peter azotado", el esclavo cuya desgarradora fotografía cambió la percepción de la esclavitud en Estados Unidos

Peter azotado

Una fotografía de un hombre esclavizado que sobrevivió a un feroz azotamiento que le dejó su cuerpo mutilado y con cicatrices ayudó a revelar la brutalidad de la esclavitud en Estados Unidos.

La película "Emancipation", estrenada recientemente y protagonizada por Will Smith, cuenta la historia de ese esclavo, apodado "Peter azotado" (también conocido como Gordon).

Aunque su piel había sido desgarrada numerosas veces por los latigazos y había cicatrizado, Gordon, un hombre esclavizado que había logrado escapar, posó desafiante para un retrato en 1863.

En el apogeo de la Guerra Civil de EE.UU., cuando los horrores de la esclavitud se denunciaban a menudo como falsa propaganda, la escalofriante fotografía reveló la innegable verdad.

Los abolicionistas llamaron al hombre de la foto "Peter azotado", y aunque los historiadores han debatido su verdadero nombre, hay pocas dudas sobre el impacto que tuvo su imagen en la psique estadounidense.

"La fotografía mostraba que estas eran personas reales con experiencias reales. Se tomó para presentar una narrativa visual del horror de la esclavitud durante la Guerra Civil", le dijo a la periodista Chelsea Bailey de la BBC Barbara Krauthamer, una destacada historiadora de la esclavitud y la emancipación de EE.UU. y decana del Colegio de Humanidades y Bellas Artes de la Universidad de Massachusetts Amherst.

Will Smith protagoniza el filme.

"Lo que con frecuencia se pierde es el foco en el hombre mismo: la historia de este hombre que comprende que la Guerra Civil es una oportunidad para, literalmente, tomar posesión de su cuerpo y su vida".

La película protagonizada por Smith y dirigida por Antoine Fuqua se inspiró en la verdadera historia de Gordon.

"Esta no es otra película de esclavos. Esta es una película sobre la libertad", dijo Smith durante el estreno. "Creo que es una historia que todos necesitamos ver, escuchar y sentir".

Fuga
En abril de 1863, pocos meses después de que los esclavos fueran declaradaos libres en la Proclamación de Emancipación, Gordon se topó con un campamento de soldados de la Unión en las afueras de Baton Rouge, Luisiana.

Agotado, muerto de hambre y vestido apenas con harapos, se derrumbó al ver a los soldados negros liberados que luchaban para acabar con la esclavitud en el país, según contaba una columna de diciembre de 1863 del New-York Daily Tribune. Inmediatamente pidió alistarse.

Durante un examen médico, Gordon les dijo a los oficiales que decidió escapar después de sobrevivir a una paliza brutal que lo dejó al borde de la muerte y en coma durante dos meses.

Tras ser perseguido durante 10 días por sabuesos y cazadores de esclavos en los pantanos de Luisiana, Gordon finalmente llegó al campamento de la Unión... y a su libertad.

Dibujo
Dibujo

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
Los azotes eran una forma de castigo cotidiano para los esclavos.

Luego reveló su "espalda flagelada" como prueba. Los fotógrafos que acompañaban a los soldados tomaron la ahora infame foto de Gordon posando, con la espalda descubierta y la mano en la cadera.

El Tribune señalaba que la vista de su cuerpo mutilado "provocó un escalofrío de horror en todos los blancos presentes, pero los pocos negros que esperaban... prestaron poca atención al triste espectáculo, eran escenas tan terribles pero dolorosamente familiares para todos ellos".

Según la Galería Nacional de Arte, un periodista de Nueva York dijo que la imagen debería "multiplicarse por 100.000 y esparcirse por los estados".

Y eso fue exactamente lo que pasó.

Los horrores de la esclavitud se vuelven virales
El retrato de Gordon fue tomado en un momento en que el país debatía si los esfuerzos de la guerra valían la pena y si los hombres negros, esclavizados o liberados, deberían poder alistarse como soldados.

En su libro "Envisioning Emancipation: Black Americans and the End of Slavery" (Imaginando la emancipación: los afroamericanos y el fin de la esclavitud), la profesora Krauthamer y su coautora, la historiadora de la fotografía Deborah Willis, describen cómo los avances en la fotografía permitieron que la imagen de la espalda azotada de Gordon se reprodujera de manera asequible en pequeñas tarjetas y se compartiera ampliamente.

Los abolicionistas vendieron reimpresiones de la imagen para recaudar dinero para sus esfuerzos. Pero, según explica Krauthamer, las reacciones al retrato fueron mixtas.

"Era muy común que la gente dijera, es falso, no lo creo", dice. "Los blancos no creían que los negros fueran testigos fiables, ni siquiera de sus propias experiencias".

El 4 de julio de 1863, la popular revista "Harper's Weekly" reimprimió un grabado de Gordon/"Peter azotado" junto con imágenes de Gordon con el uniforme de la Unión. El artículo adjunto se titulaba "Un negro típico" y describía el angustioso escape de Gordon de la esclavitud y el valiente historial de servicio en el ejército de la Unión.

Incluso para un artículo en el que se criticaba la esclavitud, los historiadores notaron los matices del racismo cuando el autor se esfuerza por describir la "inteligencia y energía inusuales" de Gordon.

El legado de "Peter azotado"
La Guerra Civil fue el primer conflicto que se documentó a través de la fotografía, pero muy pocas imágenes capturan los horrores y la brutalidad de la esclavitud con tanta claridad como la imagen de "Peter azotado".

Maime, la madre de Emmett Till, cae de rodillas al recibir el cuerpo de su hijo asesinado.

Aunque sus imágenes se convirtieron en una herramienta eficaz para los mensajes y la propaganda contra la esclavitud, Krauthamer señala que se sabe muy poco sobre la vida y el legado de Gordon después de unirse al ejército de la Unión.

"Se debe argumentar que [el retrato] era solo otra forma de objetivizar un cuerpo negro", explica, y agrega que las discusiones modernas sobre el retrato de Gordon subrayan el poder de la fotografía para documentar la verdad.

Menos de un siglo después de que se tomara el retrato de Gordon, la madre de Emmett Till, Maime, celebró el funeral de su hijo con el ataúd abierto después de que este fuera brutalmente secuestrado, torturado y linchado. Según dijo, "quería que el mundo viera lo que le hicieron a mi bebé".

Esa foto del cuerpo mutilado de Till también conmocionó la conciencia estadounidense y reveló el legado perdurable del racismo en EE.UU.

Krauthamer dice que, como historiadora, trata de enfocarse no solo en el dolor sino también en la alegría de la experiencia afroamericana en su trabajo.

"Creo que mucho (....) se ha centrado en '¿cuál es la verdadera historia?' Y yo solo quiero saber, ¿cómo era su vida? ¿A quién amaba? ¿Qué esperaba lograr?

"Mi esperanza es que eso sea lo que la película de Will Smith y esta fotografía hagan: abrir un portal a nuestra capacidad de imaginar esa historia y esa humanidad".

https://www.bbc.com/mundo/noticias-63916536

miércoles, 6 de julio de 2022

Indicador de creciente desprestigio

La sentencia sobre el aborto va a ser catastrófica para la población afroamericana en particular y para la población pobre en general. Va a contribuir todavía más a la polarización política del país y a que no se pueda llegar a acuerdos de ningún tipo sobre los principales problemas con los que los Estados Unidos tienen que enfrentarse

Roe vs Wade tuvo un impacto enorme en Estados Unidos y en todos los países del llamado mundo occidental. En 1973, en que se dictó la sentencia por la Corte Suprema de Estados Unidos, el prestigio de la jurisprudencia estadounidense era enorme. Incomparablemente superior a la de cualquier otro país del mundo. Únicamente la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos podía comparársele.

La sentencia de la Corte Suprema conocida este pasado sábado ha rechazado que la decisión de la mujer embarazada sobre la continuidad o interrupción del embarazo pueda ser reconocida como un derecho constitucional. En Estados Unidos deja de existir un derecho constitucional a la interrupción del embarazo, pudiendo la legislatura de cada Estado regular dicha interrupción como le parezca oportuno. La interrupción del embarazo únicamente será posible en aquellos Estados que expresamente así lo decidan. La interrupción del embarazo pasa a ser un derecho de configuración legal por el legislador de cada uno de los cincuenta Estados que integran los Estados Unidos.

De acuerdo con los estudios fiables, la opinión pública es abrumadoramente favorable a que sea la mujer embarazada y no el legislador de cada uno de los Estados la que pueda decidir si continúa o interrumpe el embarazo. En los Estados controlados por el Partido Demócrata no cabe duda de que las mujeres podrán decidir lo que estimen pertinente. Por el contrario en los Estados controlados por el Partido Republicano, o se ha dictado ya legislación para prohibir el aborto o se han fijado unas condiciones para la práctica del mismo que lo hacen en la práctica imposible.

La sentencia va a ser catastrófica para la población afroamericana en particular y para la población pobre en general. Va a contribuir todavía más a la polarización política del país y a que, en consecuencia, no se pueda llegar a acuerdos de ningún tipo sobre los principales problemas con los que los Estados Unidos tienen que enfrentarse.

Pero fuera de Estados Unidos el impacto va a ser insignificante. El prestigio de la Corte Suprema de los Estados Unidos cotiza a la baja desde hace tiempo, pero dicha cotización se ha hundido de manera estrepitosa desde que Donald Trump ganó las primarias en el Partido Republicano primero y la presidencia de los Estados Unidos después. Las maniobra espurias a través de las cuales la mayoría republicana en el Senado privó a Barack Obama de la designación de un magistrado en el su último año en la presidencia y posibilitó que Donal Trump designara un magistrado pocos meses antes de que se celebraran las elecciones en las que Joe Biden ganó la presidencia, han conducido a una Corte Suprema con una supermayoría conservadora, de la que puede esperarse cualquier barbaridad.

Afortunadamente, no es probable que su doctrina constitucional vaya a tener influencia fuera de los Estados Unidos. Todo lo que de positivo para el prestigio de la jurisprudencia constitucional de los Estados Unidos tuvo la sentencia de 1973, lo va a tener de negativo la sentencia de este pasado sábado.

No deja de ser, en todo caso, un paso más en el proceso degradación de la democracia al que estamos asistiendo desde hace varias décadas.

https://www.eldiario.es/contracorriente/indicador-creciente-desprestigio_132_9118694.html

jueves, 8 de julio de 2021

_- Europa pierde el norte y los responsables tienen nombre y apellidos

_- El anuncio de un nuevo paquete de inversiones en Estados Unidos por valor de 1,8 billones dólares y el de la posibilidad de que su gobierno suspenda temporalmente las patentes de las vacunas contra el coronavirus vuelve a mostrar que Europa ha perdido el norte y que se queda definitivamente atrás.

El nuevo plan que se acaba de anunciar, un mes después de otro de 2 billones de dólares dedicados a infraestructuras, se dedicará ahora a desarrollar el cuidado infantil de alta calidad permitiendo que las familias paguen solo una cantidad en función de sus ingresos, a financiar bajas médicas remuneradas, establecer la pre-escolaridad universal y gratuita y a satisfacer necesidades alimentarias de niños de bajo ingreso, entre otros objetivos de política familiar. Una nueva inyección de gasto que se sumaría a los 4,3 billones de dólares que se llevan ya desembolsados entre acciones legislativas (3,8 billones) y administrativas (0,5) de los 6,8 billones comprometidos y a los 2,9 billones (de los 6 comprometidos) de la Reserva Federal (https://www.covidmoneytracker.org/). Y ni siquiera se puede pensar que se haya acabado el estímulo si se tiene en cuenta que, según David M. Cutler y Lawrence H. Summers, el coste total de la pandemia en Estados Unidos sería de unos 16 billones de dólares (The COVID-19 Pandemic and the $16 Trillion Virus).

No hay comparación posible con lo que está haciendo la Unión Europea. Aquí nos hemos quedado atrás, no sólo en la cantidad de los estímulos aprobados frente a la crisis, sino también en la agilidad a la hora de ponerlos en práctica y en los principios que mueven la actuación de los responsables políticos, como muestra que la administración Biden se plantee suspender las patentes de vacunas cuando aquí los grandes partidos apuestan por todo lo contrario.

No se puede decir que Europa no haya adoptado medidas excepcionales porque sí que las ha tomado pero lo ha hecho con tal conservadurismo y lentitud que apenas han comenzado a ser efectivas. Y, lo que es peor, las ha diseñado y se dispone a ponerlas en marcha sin apartar la mirada del espejo retrovisor, es de decir, sin perder de vista el fundamentalismo presupuestario que tanto daño ha hecho en otras crisis, e incluso en los periodos de bonanza y crecimiento.

La Unión Europea ya fracasó en la anterior crisis de 2007-2008, cuando estableció medidas de ajuste y recortes depresivas en medio de la recesión, provocando torpemente una segunda recaída de la actividad y el empleo y el descontrol de la deuda, y no parece que sus responsables hayan aprendido nada de aquello, a pesar de tantos análisis como han demostrado que se actuó sin base científica, influido por sesgos ideológicos e interpretando mal los datos que se tenían delante.

La pertinaz insistencia en el error que viene caracterizando a los responsables de la Unión Europea es el resultado de una percepción ideologizada de los problemas económicos al servicio de los grandes intereses económicos que ha consolidado unas instituciones que impiden o hacen muy difícil salir del bucle en el que se encuentran. Es como si, a base de tanto servilismo, la Unión Europea se hubiera inmunizado al revés: haciendo imposible que surjan los anticuerpos que permitan cambios de rumbo y ... seguir aquí,

https://juantorreslopez.com/europa-pierde-el-norte-y-los-responsables-tienen-nombre-y-apellidos/

martes, 12 de mayo de 2020

¿Qué queda del comunismo en Estados Unidos?

La escritora, educada a la luz de los ideales marxistas, recuerda la desigual implantación de esta ideología en su país, donde hoy sigue estando "extrañamente viva" entre los jóvenes

Una noche de verano de principios de los sesenta, en una manifestación en Nueva York, el izquierdista Murray Kempton proclamó ante un público lleno de viejos rojos que, aunque Estados Unidos no los había tratado bien, había tenido mucha suerte de contar con ellos. Mi madre estaba entre el público aquella noche y, al volver a casa, dijo: “Estados Unidos ha tenido suerte de que hubiera comunistas aquí. Ellos son los que más empujaron al país a convertirse en la democracia que siempre dijo ser”. Me sorprendió que lo dijera con voz tan suave, porque siempre había sido una socialista exaltada; pero eran los años sesenta y, a esas alturas, estaba verdaderamente cansada.

El Partido Comunista de Estados Unidos se formó en 1919, dos años después de la Revolución Rusa. Durante 40 años, creció de forma constante, de unos dos o tres mil miembros a 75.000 en su momento de mayor influencia, en los años treinta y cuarenta. En total, casi un millón de estadounidenses fueron comunistas en un momento u otro. Aunque es cierto que la mayoría de los que entraron en el Partido Comunista en aquellos años eran miembros de la atribulada clase obrera (judíos del barrio de confección textil de Nueva York, mineros de Virginia Occidental, recolectores de fruta en California), es todavía más cierto que también se unieron muchos miembros de la clase media ilustrada (profesores, científicos, escritores), porque, para ellos, el partido poseía una autoridad moral que daba concreción a un sentimiento de injusticia social azuzado por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Los comunistas estadounidenses, en su mayoría, nunca pisaron la sede del partido, ni vieron en persona a un miembro del Comité Central, ni supieron nada de las reuniones internas en las que se elaboraban las políticas. Pero todos sabían que los sindicalistas del partido fueron fundamentales para las mejoras de los trabajadores industriales en este país; que los abogados del partido fueron los que más defendieron a los negros en los estados del sur; que muchos organizadores del partido vivieron, trabajaron y, a veces, murieron con los mineros de los montes Apalaches, los temporeros de California y los obreros siderúrgicos de Pittsburgh. Gracias a su pasión por la estructura y la elocuencia de su retórica, el partido se materializó en el día a día y se dio a conocer no solo a sus propios miembros sino también a los numerosos simpatizantes y compañeros de viaje de aquella época. Había construido una red extraordinaria de secciones regionales y locales, escuelas y publicaciones, organizaciones que se ocupaban de remediar grandes problemas en las comunidades —la Orden Internacional de los Trabajadores, el Congreso Nacional de Negros, los Consejos de Desempleo— y un provocador periódico que leían habitualmente los progresistas y los radicales. Como decía un viejo rojo: “Durante toda la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, cada vez que se anunciaba alguna nueva catástrofe, The Daily Worker agotaba sus ejemplares en cuestión de minutos”.

Tal vez ahora es difícil de comprender, pero, en aquella época, en este lugar, la visión marxista de la solidaridad mundial que transmitía el Partido Comunista despertó en los hombres y mujeres más corrientes una conciencia de su propia humanidad que daba grandeza a la vida: grandeza y claridad. Esa claridad interior fue algo con lo que muchos no solo se encariñaron sino a lo que se volvieron adictos. Frente a su influencia, ninguna recompensa vital, ni el amor, ni la fama ni la riqueza, podía competir.

Al mismo tiempo, esa totalidad absoluta del mundo y el yo era precisamente lo que, con demasiada frecuencia, hacía que los comunistas fueran unos auténticos creyentes, incapaces de afrontar la corrupción del Estado policial que constituía la base de su fe, incluso cuando cualquier niño de 10 años podía darse cuenta de que había un doble juego. El PC de Estados Unidos era miembro de la Komintern (la organización de la Internacional Comunista dirigida desde Moscú) y, en calidad de tal, debía responder ante los soviéticos, que intimidaban a los partidos comunistas de todo el mundo para que apoyaran políticas interiores y exteriores que, la mayoría de las veces, servían los intereses de la URSS, y no los de los países miembros de la Internacional. Como consecuencia, el PC estadounidense hacía siempre todo lo posible para satisfacer al que sus miembros consideraban el único país socialista del mundo y al que se sentían obligados a apoyar a toda costa. Esta devoción inamovible a la Rusia soviética permitió que los comunistas estadounidenses permanecieran engañados durante los años treinta y cuarenta y gran parte de los cincuenta, mientras la Unión Soviética aplastaba Europa del Este y se volvía cada vez más totalitaria, con su realidad cotidiana cada vez más oculta y sus exigencias cada vez más interesadas.

A principios de los cincuenta, el PC fue objeto de graves ataques debido al pánico que desató el mccarthyismo a propósito de la seguridad de Estados Unidos—decenas de comunistas pasaron a la clandestinidad por miedo a la cárcel u otros destinos peores—, pero luego, en 1956, el partido estuvo a punto de desintegrarse bajo el peso del escándalo del propio comunismo. En febrero de ese año, Nikita Jruschov habló ante el 20º Congreso del partido Comunista Soviético y reveló al mundo el horror inimaginable del mandato de Stalin. El discurso supuso la devastación política de la izquierda organizada en todo el mundo. En las semanas posteriores, 30.000 personas abandonaron el PC estadounidense y, antes de que acabara el año, el partido había vuelto a ser lo que había empezado siendo en 1919: una pequeña secta en el mapa político estadounidense.

Yo me crié en un hogar de izquierdas en el que se leía The Daily Worker, se hablaba de política obrera (mundial y local) en la mesa y pasaban habitualmente por casa progresistas de todo tipo. Nunca se me ocurrió considerarlos revolucionarios. Nunca tuve la impresión de que nadie de mi entorno quisiera derrocar al Gobierno por métodos violentos. Al contrario, los veía trabajar para que el socialismo se convirtiera en la norma mediante un cambio legal, un cambio que iba a garantizar que, con la derrota del capitalismo, la democracia estadounidense pudiera hacer realidad su promesa incumplida de la igualdad para todos. En resumen, quizá era una ingenuidad, pero los progresistas siempre me parecieron disidentes sinceros.

Cuando me gradué en el City College, a finales de los cincuenta, me fui al oeste, a Berkeley, para estudiar lengua y literatura. Fue la primera vez que me encontré con “estadounidenses” de forma masiva. Hasta entonces, solo había conocido a judíos neoyorquinos y a católicos irlandeses o italianos, casi todos hijos de inmigrantes. En Berkeley descubrí que Estados Unidos había nacido como país protestante; conocí a gente de Vermont, Nebraska y Idaho, unas personas extraordinariamente bien educadas, que pensaban que los comunistas eran el mal, el enemigo anónimo y sin rostro del otro lado del mar. “¿Tus padres fueron comunistas?”, me preguntaban. Al parecer, nadie había conocido nunca a ninguno.

El impacto en mi sistema nervioso fue intenso. Me volvió al mismo tiempo defensiva y agresiva y, con el tiempo, empecé a buscar excusas para proclamar que había sido un “bebé de pañal rojo” siempre que podía, igual que habría proclamado mi condición de judía ante cualquier muestra abierta de antisemitismo. La mayoría de las veces, la declaración del pañal rojo hacía que la gente se quedara mirándome como si fuera un objeto de museo, pero, en algunos casos, el interlocutor se encogía delante de mí. Varios decenios después, seguía con la impresión de no haber superado el hecho de que todas aquellas personas bien formadas considerasen a las mujeres y los hombres con los que había crecido gente distinta, otros. De vez en cuando, se me ocurría que debería escribir un libro.

Por aquel entonces —ahora hablo de mediados de los setenta—, llevaba varios años trabajando en el Village Voice y me había vuelto una activista de la liberación, siempre en las barricadas del feminismo radical. En aquellos años, veía en todas partes muestras de discriminación contra las mujeres, y todos los artículos que escribía estaban influidos por lo que veía. Hasta ahí, ningún problema. Sin embargo —y aquí empezó lo difícil—, pronto vi que en el movimiento empezaba a surgir una corriente separatista que hacía enérgicas sugerencias sobre lo que debía o no decir y hacer una auténtica feminista. Unas sugerencias que enseguida se convirtieron en órdenes.

Una tarde, durante una reunión en Boston, me levanté entre el público para instar a mis hermanas a que dejaran de fomentar el odio a los hombres: no eran ellos, dije, a los que teníamos que condenar, sino la cultura en su conjunto. Una mujer que estaba en el escenario me señaló con un dedo acusador y gritó: “¡Eres una intelectual y una revisionista!” Eres una intelectual y una revisionista. Unas palabras que no oía desde que era niña. Por lo visto, de la noche a la mañana, nos habían invadido lo políticamente correcto y lo políticamente incorrecto, y la velocidad a la que la ideología se transformaba en dogma me abrumó. Entonces se reavivaron mis simpatías por los comunistas, y sentí un nuevo respeto hacia el comunista normal y corriente que debía de haberse sentido esclavizado por el dogma en su vida diaria.

“Dios mío”, recuerdo que pensé, “estoy viviendo lo mismo que experimentaron ellos”. Por segunda vez, pensé en escribir un libro, una historia oral de los comunistas estadounidenses de a pie, que fuera una obra de sociología sobre la relación entre la ideología y el individuo y que demostrase a las claras que en esa relación está impresa la sed universal de una vida más completa y cómo se destruye cuando el dogma se apodera de la ideología.

Escribí el libro, y lo escribí torpemente. Lo malo fue que, cuando empecé a escribir The Romance of American Communism, estaba románticamente —es decir, a la defensiva— aferrada a mis fuertes recuerdos de los progresistas de mi infancia. Considerar romántica la experiencia de haber sido comunista me parecía y me sigue pareciendo legítimo; escribir de ello con romanticismo, no. Escribir con romanticismo hizo que no explorase la complejidad de las vidas de mis personajes; que no retratara al líder del brazo local que amaba a la humanidad y, sin embargo, sacrificó sin piedad a un camarada tras otro por las rigideces de partido: ni tampoco al jefe de sección capaz de citar a Marx con veneración durante horas y luego exigir la expulsión de un militante que había servido sandía en una cena; ni tampoco, y eso es mucho peor, al organizador que impuso una directriz emitida en la Unión Soviética a un sindicato local pese a que la orden significaba, sin lugar a dudas, traicionar a los miembros del sindicato.

Como escritora, sabía que solo podría lograr la comprensión del lector si exponía con la mayor sinceridad posible todas las contradicciones de carácter o de comportamiento que habían quedado al descubierto en determinada situación, pero se me olvidaba constantemente lo que sabía. Hoy leo el libro y me siento consternada por el estilo. Su sentimentalismo se puede cortar con un cuchillo. Hay miles de frases distorsionadas por los mismos adverbios y calificativos retóricos: “poderosamente”, “intensamente”, “profundamente”, “en lo más hondo de su ser”. Por otra parte, aunque el libro no es largo, tiene un estilo extrañamente farragoso: siempre hay tres palabras cuando habría bastado una, cuatro, cinco o seis frases que llenan una página cuando habrían sido suficientes dos. Y todos mis personajes son bellos o atractivos, elocuentes y, en una proporción extraordinaria, heroicos.

El libro recibió duras críticas de los pesos pesados intelectuales de la derecha y la izquierda. Irving Howe escribió una reseña corrosiva que me obligó a meterme en la cama durante una semana. Odiaba, odiaba el libro. Igual que Theodore Draper, que lo vilipendió ¡dos veces! También Hilton Kramer, y Ronald Radosh. Como estos hombres se habían tomado la libertad de atacarme con tanta agresividad, me convencí de que la culpa era mía por la pobreza de mi escritura. Por supuesto, todos ellos eran violentamente anticomunistas y habrían odiado el libro aunque lo hubiera escrito Shakespeare, pero fui increíblemente ingenua al no darme cuenta de que toda la animosidad de 1938 seguía igual de viva en 1978, en plena Guerra Fría.

Lo que no era ninguna ingenuidad fue pensar que merecía la pena narrar la vida de un comunista estadounidense. Y las historias que aquellas personas me contaron siguen vivas, su experiencia sigue emocionando, y ellos están indiscutiblemente presentes. Ahora que vuelvo a encontrarme, en las páginas de este libro, con las mujeres y los hombres entre los que me crie, ellos y su época cobran vida de forma vibrante. Me sorprende todo lo que no sabía y me encanta todo lo que capté; en cualquier caso, me parece que los comunistas interesaban cuando escribí sobre ellos y siguen importando hoy.

Por eso hay una cosa de la que no me arrepiento, que es de haber escrito sobre ellos como si todos fueran bellos o atractivos, todos elocuentes y muchos, heroicos. Porque lo eran. Y esta es la razón:

Existe cierto tipo de héroe cultural —el artista, el científico, el pensador— al que a menudo se caracteriza como alguien que vive para “el trabajo”. La familia, los amigos y las obligaciones morales no importan, el trabajo es lo primero. El motivo de que el trabajo sea lo prioritario en el caso del artista, el científico y el pensador es que hace resplandecer a plena luz una expresividad interior que es incomparable. Sentirse, no solo vivo, sino expresivo, es sentir que uno ha llegado al centro. Esa convicción de equilibrio irradia la mente, el corazón y el espíritu como ninguna otra cosa. Muchos comunistas —quizá la mayoría— que se creían destinados a una vida de seria radicalidad se sentían exactamente así. Sus vidas también estaban irradiadas por una especie de expresividad que les hacía sentirse brillantes y centrados.

Ese equilibrio relucía en la oscuridad. Eso era lo que los hacía bellos, elocuentes y, a menudo, heroicos.

Al margen de mis defectos como historiadora oral, que son muchos, me parece que The Romance of American Communism sigue siendo emblemático de un periodo rico y prolongado en la historia de la política estadounidense; un momento que, por desgracia, nos remite directamente al actual, puesto que los problemas que quiso abordar el PC estadounidense —injusticias raciales, desigualdades económicas, derechos de las minorías— permanecen sin resolver hasta la fecha.

Hoy,  la idea del socialismo está extrañamente viva en Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes, como no sucedía desde hacía décadas. Sin embargo, no existe en el mundo un modelo de sociedad socialista que un joven radical pueda adoptar como guía, ni una organización verdaderamente internacional a la que pueda jurar lealtad. Los socialistas actuales deben construir su propia versión independiente de cómo lograr un mundo más justo, empezando desde abajo. Confío en que mi libro, que narra la historia de cómo lo intentaron hace 50 o 70 años, sirva de guía para quienes hoy sienten los mismos impulsos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Vivian Gornick es escritora estadounidense, autora de los libros Apegos feroces, Mirarse de frente y La mujer singular y la ciudad, todos ellos editados por Sexto Piso. Este artículo sirve de nuevo prólogo para su libro The Romance of American Communism, reeditado este mes por Verso Books.

https://elpais.com/cultura/2020/05/04/babelia/1588615984_648296.html?rel=lom

lunes, 13 de mayo de 2019

_- El terrible daño de Trump a la población rural. Los principales seguidores del presidente son a la vez sus principales víctimas por las mentiras que él repite

_- Según informa Politico, los economistas están huyendo del Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura. Seis de ellos dimitieron en un solo día el mes pasado. ¿La razón? Se sienten perseguidos por publicar informes que arrojan una luz poco favorable sobre las políticas de Trump.

Pero estos informes solo reflejan la realidad. El Estados Unidos rural es una parte fundamental de la base electoral de Donald Trump. De hecho, las zonas rurales son las únicas partes del país en las que Trump tiene un índice de aprobación positivo. Pero también son las que más salen perdiendo con sus políticas. A fin de cuentas, ¿qué el trumpismo? En 2016, Trump pretendía ser un tipo distinto de republicano, pero en la práctica casi todo su programa económico ha sido el habitual del Partido Republicano: grandes bajadas de impuestos para las empresas y los ricos y al mismo tiempo despedazar el colchón de protección social.

Y todas estas políticas han perjudicado enormemente a las zonas agrícolas.

El recorte fiscal de Trump no beneficia a los agricultores, porque no son empresas, y pocos de ellos son ricos. Uno de los estudios de los economistas del Departamento de Agricultura que provocó la ira de Trump mostraba que, en la medida en que a los agricultores se les aplicaba una bajada de impuestos, la mayoría de los beneficios eran para el 10% más rico, mientras que los agricultores pobres en realidad sufrieron un ligero incremento impositivo. Y al mismo tiempo, el ataque al colchón de protección es especialmente perjudicial para el Estados Unidos rural, que depende mucho de los programas de seguridad. De los 100 condados con el porcentaje más elevado de población que recibe vales de comida, 85 son rurales, y la mayor parte del resto se encuentra en zonas metropolitanas pequeñas. La ampliación de Medicaid con la Ley de Atención Sanitaria Asequible, que Trump sigue intentando eliminar, tuvo sus efectos positivos más importantes en las zonas rurales.

Y estos programas son fundamentales para los estadounidenses de las zonas rurales, aunque no reciban personalmente la ayuda del Gobierno. Los programas de protección social generan poder adquisitivo, lo que ayuda a crear empleo rural. Medicaid también es un elemento esencial para mantener vivos los hospitales rurales.

¿Y qué hay del proteccionismo? El sector agrícola estadounidense depende enormemente del acceso a los mercados mundiales, mucho más que el conjunto de la economía. Los cultivadores de soja estadounidenses exportan la mitad de lo que producen; los cultivadores de trigo exportan el 46% de su cosecha. China, en concreto, se ha convertido en un mercado clave para los productos agrícolas estadounidenses. Por eso la reciente rabieta tuitera de Trump por el comercio, que aumentó las perspectivas de una escalada de la guerra comercial, hizo que los mercados de cereales registrasen su nivel más bajo en 42 años.

Por cierto, es importante saber que lo que amenaza a los agricultores no son solo las represalias extranjeras por los aranceles de Trump. Uno de los principios fundamentales en la economía internacional es que, a la larga, los impuestos sobre las importaciones acaban siendo también impuestos sobre las exportaciones, normalmente porque impulsan el dólar al alza. Si el mundo se sume en una guerra comercial, las importaciones y las exportaciones estadounidenses disminuirán, y los agricultores, que son algunos de nuestros mayores exportadores, serán los que más pierdan.

¿Por qué razón, entonces, apoyan a Trump las zonas rurales? Los factores culturales tienen mucho que ver. En concreto, los votantes de las zonas rurales se muestran mucho más hostiles a los inmigrantes que los votantes urbanos, especialmente en las comunidades en las que se encuentran pocos inmigrantes. Por lo visto, la falta de familiaridad engendra el desprecio.

Los votantes rurales también se sienten insultados por las élites costeras, y Trump ha logrado canalizar su enfado. Estoy seguro de que muchos votantes rurales, si llegasen a leer esta columna, reaccionarían con rabia, no contra Trump, sino contra mí: “De modo que piensa que somos estúpidos”.

Sin embargo, el apoyo a Trump podría empezar a resquebrajarse si los votantes rurales se diesen cuenta de lo mucho que les perjudican sus políticas. ¿Qué debería hacer un trumpista?

Una de las respuestas es repetir las mentiras zombis. Hace algunas semanas, Trump dijo en un mitin que sus rebajas del impuesto estatal han ayudado a los agricultores. Pero es totalmente falso; PolitiFact la calificó de “mentira cochina”. La realidad es que en 2017 solo unas 80 —sí, sí, 80— explotaciones agrícolas y empresas con pocos propietarios pagaron algún impuesto estatal. Los cuentos de granjas familiares arruinadas por pagar impuestos estatales son pura ficción.

El caso es que el ataque a la verdad tendrá consecuencias que van más allá de la política. El Departamento de Agricultura no tiene que ser un coro de palmeros de quien esté en el poder. Como se afirma en su declaración de objetivos fundamentales, su función es realizar “una investigación económica objetiva de alta calidad para aportar información y reforzar la toma de decisiones pública y privada”. Y no es una mera fanfarronada: junto con la Reserva Federal, el Servicio de Investigación es un perfecto ejemplo de cómo la buena economía puede ser útil. Sin embargo, ahora la capacidad del servicio para hacer su trabajo se está deteriorando, porque Trump no cree en la política basada en hechos. Básicamente, no cree en los hechos, y punto. Todo es político.

¿Y quién pagará el pato de este deterioro? Los estadounidenses rurales. Los principales seguidores de Trump son sus principales víctimas.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times, 2019. Traducción de News Clips

lunes, 24 de septiembre de 2018

_- Wisconsin: de laboratorio de la democracia a laboratorio de su destrucción. El periodista Dan Kaufman narra la demolición sistemática de un bastión de la izquierda norteamericana

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Donald Trump nunca se cansa de recordar sus hazañas, sean verdaderas o imaginadas. “¡Gané… hasta en Wisconsin!” dijo, orgulloso, a comienzos de julio, refiriéndose a las elecciones presidenciales de 2016. Esta vez, para variar, no mentía.

Wisconsin, estado por antonomasia del Midwest, también es la cuna del progresismo norteamericano. Fue allí donde, en 1854, se fundó el Partido Republicano, entonces a la izquierda de los Demócratas. Y fue allí donde se creó por primera vez un seguro social que protegía a los obreros contra el desempleo o los accidentes laborales. El estado también fue pionero en la protección del medio ambiente; y Milwaukee, la ciudad más grande del estado, tuvo un ayuntamiento socialista de forma casi continua desde 1910 a 1960. Cuando Franklin D. Roosevelt diseñó el New Deal como respuesta progresista a la Gran Depresión, trajo a muchos de sus arquitectos de la Universidad estatal en Madison, regida desde su fundación por la filosofía de la “Wisconsin Idea”, que pone el conocimiento académico al servicio de la ciudadanía.

No sorprende, pues, que Wisconsin se haya encontrado en la diana de la derecha estadounidense, empeñada en destruir de una vez por todas el poder de los sindicatos y toda posibilidad de una hegemonía de la izquierda. El ataque ha tenido éxito. En años recientes, Wisconsin ha sufrido “una traumática transformación”, explica el periodista Dan Kaufman en su libro The Fall of Wisconsin: The Conservative Conquest of a Progressive Bastion and the Future of American Politics (La caída de Wisconsin. La conquista conservadora de un bastión progresista y el futuro de la política norteamericana). Desde 2011, cuando el republicano Scott Walker asumió el puesto de gobernador, escribe Kaufman, Wisconsin “ha vivido una de las mayores decaídas del país de la clase media, mientras que su tasa de pobreza ha llegado al nivel más alto en treinta años … y un once por ciento de la población se ha visto disuadida de ejercer su derecho al voto”.

Walker se ha dedicado a minar el sector público. Entre 2011 y 2017, por ejemplo, recortó más de mil millones de dólares en la partida de escuelas y universidades. Pero su enemigo más acérrimo ha sido el movimiento sindical. El mismo año que entró a la casa del gobernador, quiso destruir el poder de los sindicatos de los funcionarios mediante una ley que pretendía ser presupuestaria (Act 10). Acto seguido se desataron protestas masivas cuyo espíritu se llegó a asociar con la Primavera Árabe, el 15M español y Occupy Wall Street. A pesar de las protestas, la ley se adoptó en marzo de ese mismo año. Así fue cómo Wisconsin pasó de laboratorio de la democracia a ser un laboratorio de su sistemática destrucción a manos de un movimiento conservador todopoderoso.

Hablo con Kaufman un fin de semana en su casa de Brooklyn, donde vive con su mujer e hijo. Además de periodista, es músico: este verano pasó por Pontevedra con su banda, Barbez, para presentar su nuevo disco de canciones de la Guerra Civil Española (For Those Who Came After, Para los que vinieron después). Kaufman (1970) se crio en la capital de Wisconsin, Madison, aunque lleva más de un cuarto de siglo en Nueva York. Escribe para el New York Times y la revista The New Yorker.

En el epílogo a su libro, cuenta que su proyecto empezó con un largo correo que recibió en 2011 de su madre, que acababa de participar en las protestas contra el Act 10.

Muchas de las más de 100.000 personas que en 2011 viajaron a la capital para protestar contra el Act 10 no eran sindicalistas, eran personas mayores que creían en una democracia impulsada por el activismo ciudadano

Mis padres, que emigraron a Madison de jóvenes, pertenecían a un ambiente judío progresista y fueron muy activos en el movimiento por los derechos civiles. Mi tío, un filósofo político en Michigan, fue profesor de varios de los líderes del movimiento estudiantil radical de los años sesenta, como Tom Hayden. Mis padres creían en los ideales de la democracia norteamericana, que en Wisconsin eran más prominentes que en muchos otros lugares. Había una proximidad poco común entre los ciudadanos y el gobierno estatal y durante mucho tiempo la política fue extraordinariamente limpia. Políticos republicanos tanto como demócratas se ufanaban de que sus campañas apenas costaban nada. De ahí también que fuera posible implementar tantas reformas pragmáticamente progresistas. Aquellas semanas, Wisconsin captó la atención del mundo entero. Fue una de las manifestaciones más grandes a favor de los derechos laborales desde que el Presidente Reagan derrotó al movimiento sindical en la huelga de los controladores aéreos, en los años 80.

Su libro describe en detalle cómo el plan para destruir la tradición progresista de Wisconsin ha seguido varias estrategias simultáneas que se refuerzan mutuamente. Van desde el rediseño de mapas electorales para garantizar victorias de derechas hasta la adopción de leyes que relajan las normativas medioambientales, dificultan el acceso al voto o limitan el poder de los sindicatos. Todo está impulsado por una amplísima infraestructura nacional que cuenta con sus propios think tanks y miles de millones de financiación por magnates industriales como los Hermanos Koch. Pero además señala que este plan lleva mucho tiempo en vigor: nace al menos cuarenta años antes de que Scott Walker asuma el puesto de gobernador. ¿Ha habido algún esfuerzo paralelo, comparable, de la izquierda durante estas casi cinco décadas?

Para nada. De hecho, los orígenes filosóficos de este proyecto de derechas se remontan hasta los años treinta, cuando las políticas del mismo Roosevelt despertaron la suspicacia de grandes magnates que nunca aceptaron el New Deal –con su Seguridad Social, sus políticas de empleo, sus leyes bancarias o sus inversiones públicas en infraestructura, educación y en las artes–. Desde entonces se han opuesto ferozmente a toda política que, a sus ojos, restringe la libertad empresarial.

Lo que es especialmente pernicioso es que esa supuesta libertad se vincula al espíritu de la frontera que es un elemento esencial en la mitología fundacional de este país. Hay políticos wisconsinianos como Paul Ryan de Janesville, actual líder de los Republicanos en la Casa de los Representantes, que se presentan como self-made man (hombre que se ha hecho a sí mismo) aunque en realidad viene de una familia muy acomodada. En Estados Unidos, esta ideología ha cundido entre los obreros. Como dijo el novelista John Steinbeck, aquí nunca ha habido un proletariado que se haya visto como tal: “Todos han sido capitalistas temporalmente avergonzados”.

En realidad, el único aparato capaz de contrarrestar esta ofensiva masiva de la derecha ha sido el movimiento sindical. Pero ha salido muy debilitado de las luchas de las últimas décadas. Hoy, poco más que un diez por ciento de los trabajadores pertenece a un sindicato. En los ochenta, era el doble. Por desgracia, este debilitamiento contribuye a un ciclo vicioso que refuerza a la derecha: se ha demostrado que el mero hecho de pertenecer a un sindicato moldea la conciencia política y reduce la atracción a los partidos autoritarios de extrema derecha. El ocaso de los sindicatos como espacios de socialización ha contribuido a la victoria de Trump.

La infraestructura que ha construido la derecha es fortísima. Y está hecha para durar. Aunque los Demócratas ganen escaños en el Senado y la Cámara de Representantes en las elecciones mid-term en noviembre, será una victoria pírrica mientras los republicanos sigan teniendo esa enorme ventaja infraestructural y mientras no se contrarreste la influencia del dinero en la política norteamericana. De hecho, es probable que su ventaja se incremente aún más mientras continúe la redistribución de la riqueza hacia el uno por ciento más rico de la población y mientras se sigan liberalizando las leyes que rigen el poder del dinero en los procesos electorales, como en la decisión Citizens United del Tribunal Supremo.

Además, la derecha es mucho más disciplinada que la izquierda. Para dar un solo ejemplo: ALEC, el American Legislative Exchange Council, es una organización fundada en los años 70 y financiada, entre otros, por los Hermanos Koch. Entre otras cosas, diseña leyes estatales que ayudan a erosionar el movimiento sindical, la protección medioambiental o el sistema de educación pública. He asistido a varias de sus reuniones. Hay muy poco desacuerdo. Ves a un lobista de Exxon-Mobil al lado de un joven libertario del Instituto Goldwater, reunidos con políticos, diseñando leyes que después son adoptadas masivamente por aquellos estados donde gobierna el Partido Republicano. Aunque no son medidas diseñadas en aquellos estados —o deseadas por sus ciudadanos— logran venderlas al electorado mediante toda una red adicional, con cantidades infinitas de dinero, que se ocupa del framing del debate público.

¿Qué es lo que mueve a la derecha? ¿Cuánto hay en su empeño de ideología –conceptos, digamos, genuinos sobre el individuo, la economía o la libertad– y cuánto de interés puro y duro?

Para mí, mucho de lo que parece ideología no deja de ser una máscara para la codicia más desnuda, por más que los propios políticos han llegado a confundir la máscara con lo que esconde. Nacieron con ciertos privilegios que ahora se empeñan en proteger. En Wisconsin, durante mucho tiempo el sistema de educación pública realmente garantizaba cierta igualdad de oportunidades –precisamente porque el Estado garantizaba que toda persona pudiera “hacerse a sí misma”–. La erosión de ese sistema, junto con el debilitamiento de los sindicatos, incrementa la desigualdad.

Su libro resalta los errores tácticos cometidos en Wisconsin por la campaña de Clinton y por el propio Obama, que dijo apoyar las protestas contra la ofensiva antisindical de Walker pero que después nunca apareció. Clinton no visitó el estado y no compró anuncios en Wisconsin hasta una semana antes de las elecciones. Acabó perdiendo por 22.000 votos.

Para mí, esos errores garrafales nacieron de la enorme distancia que existe estos días entre el liderazgo del Partido Demócrata y el movimiento obrero. En cierto sentido, el Partido obedece simplemente a sus donantes principales, que son empresariales y bancarios. No hay que olvidar que los Hermanos Koch también donan a los demócratas. Cierto, el Partido tiene un mensaje claramente progresista en cuestiones sociales y raciales. Pero en lo económico es mucho más confuso. Clinton, por ejemplo, decía públicamente que rechazaba un tratado de libre comercio cuando en privado trabajaba por que se aprobara.

La actitud pasiva del Partido Demócrata durante el movimiento contra Act 10 dejó un mal sabor en muchas bocas y un resentimiento que aún persiste

Cuando Obama no quiso personarse en Wisconsin durante la protesta sindical, señaló no solo al movimiento que no le importaba lo que estaban haciendo, sino que mandó una clara señal a Walker y compañía que no iba a luchar por lo que, al fin y al cabo, es el núcleo electoral de los demócratas: enfermeras, maestras, profesoras, gente trabajadora. Y aunque la densidad sindical en Estados Unidos hoy es más bien baja, el papel político de los obreros sindicalizados es crucial, dada su cohesión y su capacidad de activismo y movilización.

La ausencia de Hillary durante la campaña fue un eco de la ausencia de Obama durante la protesta. Clinton adoptó un método muy top-down, dirigido por las encuestas, con muy poca comprensión de la dinámica comunitaria local. La actitud pasiva del Partido Demócrata durante el movimiento contra Act 10 dejó un mal sabor en muchas bocas y un resentimiento que aún persiste. Hillary no perdió en Wisconsin porque hubiera mucha gente que pasó de un campo a otro: Trump ganó seis mil votos menos que Romney cuatro años antes. No, lo que pasó fue que muchos demócratas se quedaron en casa.

La cúpula del Partido Demócrata adoptó, por un lado, una actitud demasiado calculadora; pero, por otro, también calculó mal.

Calcularon mal y pecaron de arrogantes. Supusieron que Wisconsin era un estado sólidamente demócrata. Pero cualquiera sabe que nunca lo ha sido. Kerry lo ganó por los pelos en 2004. Hay un conservadurismo muy fuerte. También es el estado que produjo al Senador Joseph McCarthy, el cazador de comunistas. Trump supo aprovechar esa vena. Los demócratas, por su parte, no entendieron hasta qué punto los pueblos de Wisconsin se han quedado huecos, agotados. Son guetos rurales. Wisconsin fue uno de los pocos estados que tenía zonas campesinas de tradición progresista. Hoy la mecanización e industrialización de la agricultura los ha dejado diezmados, fantasmales. Las tasas de suicidio entre los agricultores son muy altas. Ahora bien, en estos pueblos empobrecidos, es probable que la maestra de escuela sea la única que tiene sanidad, gracias a su contrato sindical. Pero esa desigualdad es un caldo de cultivo para el resentimiento. En esas zonas, quizá inesperadamente, Sanders ejercía una gran atracción. En las primarias, le ganó 71 de los 72 condados a Clinton. Cuando él quedó fuera, esos votantes se pasaron a Trump que, como Sanders, criticaba al establishment. Y mientras Trump azuzaba sentimientos nativistas y raciales, también enfatizaba políticas tradicionalmente demócratas como la creación de empleo y la protección de la Seguridad Social y la sanidad.

En su libro nos presenta a Randy Bryce, el obrero siderúrgico sindicalista de Milwaukee que en noviembre será el candidato demócrata a la Cámara de Representantes en el distrito que vota desde 1999 al republicano Paul Ryan, mientras que Ryan ha anunciado que se retira. Bryce, como obrero y veterano militar, sí que tiene esa cercanía al electorado que le faltaba a Hillary. Pero ¿podrá contra el aparato republicano y sus millones de dólares, y en un contexto tan viciado en su contra por el rediseño de los mapas electorales, la restricción del derecho al voto, etcétera?

La imagen populachera también la invocan los republicanos. Hasta Trump, con todos sus millones, proyecta un talante obrero

La imagen populachera también la invocan los republicanos. Hasta Trump, con todos sus millones, proyecta un talante obrero. Pero Bryce lo encarna de verdad. Cuando empecé a seguirle, le costaba llegar a fin de mes, porque el trabajo siderúrgico depende mucho de las temporadas y apenas hay en los inviernos. Figuras como Bryce en Wisconsin, Beto O’Rourke en Tejas o Alexandria Ocasio-Cortez en Nueva York representan una nueva apuesta por la participación ciudadana: la idea, muy propia del socialismo de Wisconsin, de que los que nos representan sea gente común. Esa idea no ha perdido su poder movilizador. Sanders tenía razón en enfatizar la importancia de las multitudes y el entusiasmo. Es la única arma que tienen los demócratas contra las arcas sin fondo de los republicanos. Los medios que cubren las luchas políticas enfocan muchas veces en los aspectos más sensacionales y superficiales. Pero creo que, en realidad, entre los ciudadanos hay un hambre por contenidos políticos más sustanciales. Los problemas con que se enfrentan también lo son.

Algunas elecciones recientes en Wisconsin indican que hay bastante decepción entre los que votaron a Trump en 2016. Pero ¿la izquierda ha aprendido de sus fracasos? En agosto, usted publicó una pieza en el New Yorker sobre el nuevo candidato demócrata a gobernador, Tony Evers, actual inspector general de Educación. ¿Podrá impedir que Walker gane por tercera vez?

Por ahora, Evers le está ganando a Walker en las encuestas. Es un político winconsiniano muy de vieja estampa. Hombre ya mayor, lleva toda su vida trabajando en el sistema educativo público. Y la gran mayoría de la gente de Wisconsin sigue creyendo en lo público, sean escuelas o carreteras. Bajo Walker, las cosas han empeorado tanto que hasta la derecha está alarmada. En este contexto, Evers es una figura interesante. Es pragmático, muy templado, pero también cree en el compromiso con la justicia social. Su padre era médico en un sanatorio que trataba a obreros de una fábrica de porcelana que se habían enfermado por silicosis.

La gente de Wisconsin es compasiva, como lo son la mayoría de los norteamericanos. Las políticas económicas y sociales de Walker carecen de toda compasión, como la política migratoria de Trump, que separa a hijos de padres y los encierra en jaulas. Es una cuestión de empatía, de simple decencia. Puede que la derecha se haya pasado de rosca.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20180905/Politica/21482/Sebastiaan-Faber-entrevista-EEUU-movimiento-sindical-izquierda-politica-Dan-Kaufman.htm

miércoles, 8 de agosto de 2018

Hiroshima y Nagasaki, 73 años del genocidio de Estados Unidos

AVN


Cuatro meses después de finalizar la II Guerra Mundial, el 6 de agosto de 1945, una explosión instantánea dejó más de 100.000 fallecidos, a las que se sumaron luego otras 185.000 producto de la radiación provocada por las bombas atómicas que Estados Unidos arrojó en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

La noche anterior a la explosión de la bomba en Hiroshima, la alarma por bombardeos aéreos había sonado en la ciudad, no obstante, al día siguiente se levantó la alerta y los habitantes de la ciudad — un poco más de 350.000 personas — fueron a sus trabajos y colegios.

Era las ocho de la mañana, cuando la bomba Little Boy, creada por el Gobierno de los Estados Unidos (EEUU), cayó en la nación asiática, destruyendo el 90% del país.

"Muy pronto comenzamos ver gente saliendo de Hiroshima, todos quemados y la piel cayéndose de la cara, de los brazos. No llevaban ropa, se les había quemado. No sabíamos si eran hombres o mujeres", explicó al medio alemán Deutsche Welle, Mitsuko Heidtke, sobreviviente de la bomba atómica.

Heidtke tenía solo 10 años cuando EEUU decidió atacar al país asiático, como una amenaza para lograr que Japón se rindiera. Su madre desapareció ese día, su padre murió días después de cáncer.

La bomba fue lanzada a unos 9.600 metros de altura, y estalló a 600 metros de altura de la ciudad 43 segundos después de haber sido lanzada. La mayoría de víctimas con síntomas severos de radiación murieron de tres a seis semanas después del bombardeo.

Bun Hashizume, otra de las sobrevivientes del fuerte y atroz ataque autorizado por el presidente estadounidense Harry Truman, explicó que — por motivo de que los jóvenes se encontraban en la guerra del Pacífico con el gobierno de la nación norteamericana — la nación ordenó a hombres y mujeres en edad para cursar la secundaria dejaran las aulas de clase para trabajar.

"Estaba de pie junto a una ventana en el 3º piso del Ministerio de Comunicación (donde trabajaba) cuando vi un poderoso destello. Pensé que el sol se caía en frente de mis ojos. En una fracción de segundo vi arcoiris de colores en todas partes. Ese fue el momento en el que explotó la bomba", manifestó en un testimonial animado, presentado por el medio británico BBC.

Su madre, hermana y tía sobrevivieron al ataque, no obstante, su hermano falleció durante la explosión, indicó.

Un humo blanco invadió la ciudad asiática, llevándose con él niños, animales, en resumen; todo ser vivo desapareció, así como varios edificios. 80.000 personas aproximadamente murieron ese día, sin contar las personas que fallecieron días después a causa de la radiación. 44 segundos le bastó a EEUU para acabar con un país y, 73 años después, los efectos de la radiación siguen.

Tres años después de la explosión, el número de casos de leucemia entre los hibakusha (como se le conoció a los sobrevivientes) ya era superior al de las poblaciones no expuestas y el aumento del riesgo relativo (comparado con grupos de control) tendría su pico a los siete años. Los que eran niños en 1945, presentaron los mayores índices de leucemia de todos los supervivientes.

73 años después, el gobierno de Estados Unidos no ha cambiado. A principios de año, el presidente estadounidense Donald Trump amenazó a Corea del Norte de hacer uso de toda su fuerza nuclear, sí era amenazada la seguridad del país; luego de que el líder de esta nación amenazara en igual de magnitud el uso de una posible arma nuclear.

"Todo EE.UU. está al alcance de nuestras armas nucleares y tengo un botón nuclear en mi escritorio. Es una realidad, no una amenaza", dijo este año el líder norcoreano Kim Jong-un.

Trump por su parte respondió: "Alguien de su régimen hambriento y empobrecido por favor infórmele que yo también tengo un botón nuclear, pero es mucho más grande y más poderoso que el suyo, ¡y mi botón funciona!", abriendo así una ventana que se pensaba cerrada hace 73 años.

El pasado 12 de junio, Kim Jong-un y Trump sostuvieron una cumbre histórica en Singapur, en donde la Paz y desnuclearización fueron los dos puntos principales del acuerdo firmado por ambos mandatarios.

Fuente:
http://www.avn.info.ve/contenido/hiroshima-y-nagasaki-73-a%C3%B1os-del-genocidio-estados-unidos

domingo, 25 de marzo de 2018

"Nos ofrecieron dos opciones, elegimos los paletazos": los castigos que se aplican en escuelas de Estados Unidos

Nos ofreció dos opciones de castigo, que debían ser aprobadas por nuestros padres. O bien sufriríamos dos golpes con una paleta o dos días de suspensión en la escuela".

Parece un fragmento de Las Aventuras de Tom Sawyer, la novela de Mark Twain en la que el profesor azotaba al protagonista cada vez que cometía una de sus travesuras.

El relato, sin embargo, no es ficción. En realidad es parte de una carta en la que Wylie A. Greer, un estudiante de una secundaria rural en Arkansas, Estados Unidos, narra cómo él y dos compañeros fueron castigados por salir de clase para participar en una huelga hace unos días en contra de la violencia de las armas.

"Los tres elegimos los paletazos, con el apoyo de nuestros padres", escribió Greer en un texto publicado por The Daily Beast.

"Los golpes no fueron dolorosos ni hirientes. No fue más que un quemón temporal en mis muslos".

"Uno de los directivos dijo, sin embargo, que este tipo de castigos no terminan siempre de esta manera", escribió Greer.

El caso se dio a conocer por su madre, Jerusalem Greer, quien en Twitter pareció elogiar la decisión de su hijo.

"Les dieron dos opciones de castigo. Escogieron el castigo corporal. Esta generación no anda jugando".

El mensaje generó decenas de miles de reacciones. Quienes golpearon a Greer, sin embargo, no estaban haciendo nada ilegal, ni fuera de lo común.

En 19 de los 50 estados de Estados Unidos está permitido aplicar castigos físicos a los alumnos en las escuelas públicas.

Estos castigos, que pueden incluir golpes con una paleta, nalgadas o bofetadas, son parte del reglamento de algunas escuelas, donde de manera general se dan las pautas para aplicarlos.

En la secundaria Greenbier donde estudia Wylie, por ejemplo, se autoriza el castigo corporal bajo ciertas condiciones, como que el estudiante pueda refutar las acusaciones que se le hacen, que el castigo se aplique en un lugar donde los demás estudiantes no lo puedan ver ni oír y que se haga en presencia de un testigo.

Además, el código dice que el castigo no puede ser "excesivo" ni "administrarse con malicia".

Una sentencia de la Corte Suprema de 1977 afirma que golpear a los estudiantes como reprimenda por un mal comportamiento no viola sus derechos ni va en contra de la Octava Enmienda de la Constitución, que prohíbe los "castigos crueles e inusuales".

Así, cada estado puede dictar sus propias normas para regular el castigo corporal en las escuelas públicas.

En Texas, este se define como "infligir dolor deliberadamente mediante golpes, tablazos, azotes, bofetadas u otra forma de fuerza física como medio de disciplina".

Según un reporte de 2017 de la ONG Children's Defense Fund, cada día en Estados Unidos 589 estudiantes reciben un castigo corporal. El cálculo lo hacen en base a un año escolar de 180 días.

Las organizaciones que monitorean la aplicación de estos castigos, indican que se aplican con mayor frecuencia en las áreas rurales y los estados del sur del país.

"En las áreas rurales en algunos casos la aplicación de estos castigos está asociada a creencias religiosas", le dice a BBC Mundo Víctor Vieth, director del Centro Nacional Gundersen para el Entrenamiento la Protección Infantil, basado en Wisconsin.

Vieth también menciona que estos castigos se aplican de manera "desproporcionada" a niños varones, minorías, niños que han sufrido algún tipo de abuso en su casa o padecen algún tipo de discapacidad.

David Osher, vicepresidente del Instituto Estadounidense de Investigaciones, especializado en disciplina escolar, dice que no conoce evidencia de que este tipo de castigos pueda tener algún tipo de beneficio.

Además del castigo en sí mismo, Osher critica la manera discrecional en la que cada escuela lo aplica.

"Hay casos en los que se aplica a comportamientos que no son violentos, como replicar, llegar tarde a clase o no hacer la tarea", le dice a BBC Mundo.

Según una publicación de la organización National Women's Law Center, entre 2013 y 2014, el 37% de los castigos corporales en Carolina del Norte se aplicaron por "ofensas menores o subjetivas como mal comportamiento en el autobús, falta de respeto al personal, uso del teléfono móvil, lenguaje inapropiado y otros malos comportamientos".

"Muchos de los niños que son problemáticos es porque sufren algún tipo de abuso en otro contexto, así que castigarlos físicamente lo que hace es traumatizarlos de nuevo", dice Osher.

"En muchos casos son castigados por comportamientos que ellos ni siquiera son capaces de controlar".

...

Leer más, http://www.bbc.com/mundo/noticias-43479556#

lunes, 23 de octubre de 2017

_- Enfrentados en la Tierra, asociados en el cosmos: por qué pese a su rivalidad geopolítica Rusia y Estados Unidos cooperan en la exploración espacial

_- A finales de julio pasado, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley imponiendo sanciones a Rusia por acusarle de interferir en las elección presidencial estadounidense de 2016, por la anexión de Crimea y por sus operaciones militares en el este de Ucrania.

La legislación tenía un apoyo tan contundente tanto en el Partido Republicano como en el Partido Demócrata que el presidente Donald Trump -quien era contrario a estas medidas-, no tuvo más alternativa que darle el visto bueno, pues si las frenaba el Congreso las habría aprobado pasando por encima de su veto.

La respuesta de Moscú no se hizo esperar. Poco después 755 funcionarios estadounidenses fueron expulsados de Rusia, cuyo gobierno también cerró dos propiedades de la misión diplomática estadounidense en el país.

Este episodio ilustra las crecientes tensiones en las relaciones entre Washington y Moscú que, varias décadas después del fin de la Guerra Fría, siguen encontrándose en aceras opuestas en gran cantidad de temas geopolíticos, desde Siria hasta Ucrania, pasando por Irán, la ampliación de la OTAN, el control de armamento o la crisis en Venezuela.

Putin ordena expulsión de 755 empleados de la embajada y otros consulados de Estados Unidos en Rusia en respuestas a sanciones de Washington


Pero, mientras las tensiones se acumulan sobre asuntos terrenales, Washington y Moscú tienen planes de trabajar conjuntamente en la exploración del espacio exterior. Hace un par de semanas, la agencia espacial rusa, Roscosmos, anunció la firma de un acuerdo con su contraparte estadounidense, NASA, para trabajar juntos en un programa que tiene por objetivo construir un Portal de Espacio Profundo (PEP).

Desde 2012, la NASA había revelado su intención de contar con esta suerte de estación espacial habitable que sería colocada entre la luna y la tierra y que serviría como un primer paso para avanzar en la exploración del sistema solar y, más concretamente, el planeta Marte.

"Los socios tienen la intención de desarrollar los estándares técnicos internacionales que serán utilizados después, en particular para crear una estación espacial en la órbita de la Luna", dijo en un comunicado Roscosmos.

No sería esta la primera vez que ambos países cooperan en asuntos que van más allá de la órbita terrestre, pues desde hace más de dos décadas están asociados en la Estación Espacial Internacional (EEI), proyecto en el que también participan Canadá, Japón y 11 países de la Unión Europea. Pero, ¿qué es lo que hace que estos dos países que han sido rivales geopolíticos durante décadas puedan trabajar juntos en la exploración espacial?

Carrera espacial
Anton Fedyashin, profesor sobre historia de Rusia en la American University de Washington, señala que la llamada carrera espacial -la competencia que durante la Guerra Fría enfrentó a Estados Unidos y a la extinta Unión Soviética por la supremacía en la exploración espacial- sentó las bases para lo que ocurre ahora. "La principal razón para la cooperación entre Rusia y EE.UU. en el espacio es que son los países más avanzados en la exploración espacial, con una experiencia de unas seis décadas. Son dos gigantes desde el punto de vista de esta tecnología", le dijo Fedyashin a BBC Mundo.

Añadió que los progresos de otros países como China también pueden contribuir al deseo de Washington y Moscú de cooperar mutuamente con el fin de mantener su supremacía en este campo. El Palacio Lunar con el que China avanza en sus planes de instalar una estación espacial en la Luna

Interdependencia
El primer gran momento en la cooperación en este sector entre Washington y Moscú se produjo en 1975, durante el Proyecto de pruebas Apolo-Soyuz, cuando la cápsula estadounidense Apolo y la soviética Soyuz realizaron el primer acoplamiento espacial entre naves de países distintos. La verdadera cooperación, sin embargo, no se iniciaría sino hasta la década de 1990.

"EE.UU. y Rusia fusionaron sus programas sobre vida en el espacio en 1994, con la decisión de invitar a Rusia a asociarse a la Estación Espacial Internacional, por lo que ninguno de los dos países ha hecho nada por su cuenta en lo relativo a sostener la vida humana en el espacio, con muy pequeñas excepciones durante los últimos 23 años", le dijo a BBC Mundo John M. Logsdon, fundador y exdirector del Instituto de Política Espacial de la Universidad George Washington. Fedyashin destaca que esta cooperación tiene un aspecto muy pragmático que tiene que ver con que una vez que Estados Unidos canceló su programa de transbordadores espaciales, la única forma que tienen sus astronautas de llegar al espacio es usando cohetes rusos.

"Por eso pese a que algunos senadores en Washington quisieron poner fin a esa cooperación, desde un punto de vista estrictamente práctico no se puede hacer y si se impone esa restricción se limitaría severamente el acceso de Estados Unidos al espacio exterior", apuntó.

Logsdon cataloga a la industria espacial rusa como "muy capaz" y destaca su larga experiencia en vuelos espaciales de larga duración. Sin embargo, más allá de los elementos científicos y tecnológicos, hay otro factor fundamental que hace que a ambos países les resulte conveniente esta cooperación: el elevado costo de estos proyectos.

"Los rusos necesitan a Estados Unidos por el dinero. Estados Unidos paga por el transporte de sus astronautas y sus materiales al espacio exterior, algo que no puede hacer por si mismo", señaló Fedyashin.

Esta cooperación también parece beneficiar a una NASA que en la actualidad dispone de un presupuesto mucho menor que en el pasado, pues representa apenas una décima parte de lo que fue en el máximo momento del proyecto Apolo en términos de su peso en el gasto público total de EE.UU.

Blindados
El entramado de relaciones tejidas por las comunidades científicas de Estados Unidos y Rusia también abona el terreno para nuevos proyectos conjuntos. "La exploración espacial es un área en la que se ha podido avanzar de forma cooperativa pese a las tensiones en otros aspectos de las relaciones bilaterales. Ambos países ven los beneficios de trabajar juntos en este campo y de construir un muro alrededor de esa cooperación para evitar que se vea afectada por las tensiones políticas", afirmó Logsdon.

Fedyashin considera que lo logrado por los participantes de los programas espaciales de ambos países es un ejemplo de lo que se puede conseguir con una cooperación respetuosa y mutuamente beneficiosa.

"Cuando ves como los astronautas hablan entre sí es un mundo completamente distinto. Ellos son socios, amigos, ellos cooperan. Es una historia extraordinaria. Ellos han avanzado con sus proyectos, poniendo énfasis en el valor de la exploración espacial para la humanidad como un todo", apuntó.

Luna que se quiebra
Pese a lo avanzado hasta ahora. No son pocas las sombras que se ciernen sobre las posibilidades de que ambas potencias sigan trabajando juntas en el espacio. Pavel Luzin, doctor en Relaciones Internacionales y director de la consultora de riesgo geopolítico Under Mad Trends, asegura que -pese al trabajo conjunto en la EEI- desde mediados de la década pasada la cooperación entre Rusia y Estados Unidos ha experimentado un declive.

"¿Las causa de esto? Rusia está perdiendo la oportunidad para su desarrollo tecnológico e industrial. Su sector espacial es ineficaz y Moscú no es capaz de proponer y ejecutar proyectos avanzados en el espacio", dijo Luzin en un email en respuesta a una consulta de BBC Mundo.

Agregó que, mucho antes de la guerra en Ucrania de 2014, el liderazgo político ruso asumió una política contra Occidente, lo que -en su opinión- llevó al Congreso de Estados Unidos a cuestionar en septiembre de 2013 la dependencia de los cohetes estadounidenses Atlas V de los motores RD-180, de fabricación rusa.

Los cohetes espaciales estadounidenses Atlas V dependen de los motores rusos RD-180. El experto advirtió que esta interdependencia tecnológica desaparecerá en el futuro. "En los próximos años Estados Unidos dispondrá de, al menos, dos nuevas naves espaciales tripuladas y se volverá independiente de Rusia. Esta posibilidad es una pesadilla para el Kremlin incluso a pesar de su continuada política antioccidental", apuntó.

Según Luzin, los vuelos hacia la EEI representan más del 50% del programa civil de exploración espacial de Rusia. Al mismo tiempo, Logsdon advierte que la futura colaboración en el Portal de Espacio Profundo tampoco está garantizada. "Ese anuncio ha sido ampliamente malinterpretado. Creo que principalmente debido a que Roscosmos ofreció más de lo que es realidad. Esto está en una etapa muy inicial de planificar el próximo paso en el espacio. Esto es un acuerdo para pensar acerca de trabajar juntos si este portal espacial sigue adelante", dijo.

"El portal espacial no está aún aprobado en Estados Unidos, ni tiene un presupuesto. En este momento es solo un concepto", advirtió. Así, pese a los largos años de trabajo conjunto acumulado entre la NASA y Roscosmos, el futuro de la cooperación entre ambas agencias por los momentos no parece estar en el espacio, sino simplemente suspendido en el aire.

Fuente: BBC

martes, 18 de abril de 2017

Restaurantes en San Francisco y alrededores, publicado en la lista de los 100 mejores del mundo por la revista inglesa Restaurant.

San Francisco
Sainson, 37
Benn, 67
Atelier Crenn, 83

St Helena
The Restaurant a Meadowood, 84

Yountville
The French Laundry, 68

Los Gatos
Manresa, 90

Palo Alto
BBQ experience
27 Universidad Avenue


Lisboa, Portugal
Belcanto
Rua Nova Da Trinidade, 18. 1º

martes, 14 de marzo de 2017

Naturalista italiano, se hizo pasar por inmigrante sin papeles para viajar de Guatemala a EE UU y contarlo en 'El camino de la bestia'. Flaviano Bianchini: “En México, los bananos valen más que las personas”

Quien recuerde Cabeza de turco —la experiencia de Günter Wallraff, que se hizo pasar por inmigrante turco para padecer y retratar sus duras condiciones de vida en la Alemania de los ochenta— entenderá bien El camino de la bestia, un libro de simulación y pesadilla como el que hizo vibrar a Europa en 1985.

Flaviano Bianchini, italiano nacido en 1982, decidió despojarse de su identidad, sus documentos y su ropa y se inventó a Aymar Blanco, un falso peruano que emprende desde Guatemala el camino ilegal para llegar a Estados Unidos. Tardó 21 días en atravesar México escondido en trenes, encarcelado a veces, refugiado otras, dormido en contra de su voluntad cuando le vencía el sueño, saqueado en el camino y mareado en el desierto, pero más de tres años en escribirlo ante el bloqueo que sufrió por una experiencia que “escribía, borraba, reescribía y borraba otra vez porque no lograba ponerle sentido”.

- Usted siempre podía abandonar, proclamar que era italiano y evitar la cárcel, las torturas que sufrió. ¿Fue difícil mantener ese engaño a sus compañeros de viaje?

- No, porque empecé el viaje disfrazado de Aymar Blanco, pero lo acabé como Aymar Blanco. Cuando me encarcelaron, por ejemplo, podía haber abandonado mi papel, decir que era italiano y salir. Cuando crucé Ciudad de México también. En una hora podía haberme sentado a tomar una cerveza. Pero no lo hice y después ya no había vuelta atrás. Entré tanto en el personaje que ya era uno de ellos. La idea de engañarles ni siquiera se me ocurrió porque yo era Aymar Blanco y lo que podía quitarles en comida que les correspondiera se lo he devuelto con un documento que creo que puede ayudar.

Bianchini habla perfectamente español con retazos de varios acentos americanos. Su trabajo como especialista en daños a la salud en la ONG Source International le ha llevado a defender comunidades indígenas de Honduras, Guatemala y Perú afectadas por la llegada de empresas mineras. Pero este libro le ha situado en otro sitio. “La experiencia te cancela, te anula toda forma de humanidad”, explica en conversación por Skype.

La primera regla del migrante es no fiarse de nadie porque detrás de cualquier otro puede haber un ladrón, alguien que te va a vender a las mafias o, en el mejor de los casos, que va a correr más que tú si la policía asalta el tren. “Es la regla número uno y todo inmigrante la viola porque es innatural”. Surgen entonces pequeñas alianzas, inconstantes y momentáneas para buscar un refugio u otras vías pero entonces llega el otro riesgo del que también hay que huir: y es tomarle cariño a los demás. “Perdimos a dos personas en el trayecto final en el desierto, de noche, creo que eran dos mujeres embarazadas pero era mejor no saberlo porque no puedes hacer nada, no puedes volverte a buscarlas”. Los migrantes pierden hermanos, amigos, novias por el camino “y siguen adelante cuando lo humano sería pararse a irles a buscar”.

Pero volver atrás significa perder al grupo, perder a un guía que no frena y quedarse vagando sin norte en el desierto. “Te vuelves animal: hay que comer, beber, esconderse, escapar y ya”.

En la zona fronteriza no solo la oscuridad y la inmensidad amenazan a los inmigrantes, sino los pozos envenenados por los “minutemen”, los estadounidenses blancos que esperan armados a los extranjeros y que han cimentado la victoria de Donald Trump. “Aunque construyan más muro no van a evitar el paso, simplemente requerirá mayor organización”. Bianchini recuerda que siempre hubo frontera, los mexicanos pasaban a hacer la cosecha y volvían a casa en invierno pero “desde que está el muro ya no vuelven”. “Lo único que va a parar la inmigración es un mejoramiento de la situación”.

El camino de la bestia (Pepitas de Calabaza) nos deja las reglas de un migrante para sobrevivir, pero sobre todo nos arroja las verdaderas reglas que rigen un mundo sin aliados ni defensas. “Aunque Jesús era en el fondo un hijo de migrantes, hasta Dios se ha olvidado de ellos”, dice en el libro.

Bianchini concluye con la contradicción más angustiosa que vivió en su inmersión: “Ese tren es la metáfora de este mundo de extremos: los bananos viajan legalmente, las personas no. El banano tiene más valor que el ser humano que viaja encima de él y para mí eso representa el mundo de hoy, los bienes materiales tienen más valor que los seres humanos”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/08/actualidad/1483896186_273040.html

viernes, 11 de noviembre de 2016

Las 7 propuestas de Donald Trump que explican su victoria


Le Monde Diplomatique


La victoria de Donald Trump (como el brexit en el Reino Unido, o la victoria del ‘no’ en Colombia) significa, primero, una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes, los institutos de sondeo y las encuestas de opinión. Pero significa también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es ‘lo desconocido’. Ahora todo puede ocurrir.

¿Cómo consiguió Trump invertir una tendencia que lo daba perdedor y lograr imponerse en la recta final de la campaña? Este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano; y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.

Hay que entender que desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos el brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.

Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una devastadora ola populista, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la victoria de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados por lo «politicamente correcto», que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la «palabra libre» de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo.

A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la «rebelión de las bases». Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las elites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos poco cultos y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.

Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un «conservador con sentido común» y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la telerealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la «casta». Y promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres, rostros y actitudes.

Los medios han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o ubuescas. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son corruptos, delincuentes y violadores. O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en Juego de Tronos, de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21.000 millones de dólares sería financiado por el gobierno de México. En ese mismo orden de ideas: también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes...Y atacó con vehemencia a los padres de un militar estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.

También su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es "la base de una sociedad libre" y su crítica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional. Trump apoya las llamadas "leyes de libertad religiosa", impulsadas por los conservadores en varios Estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el "engaño" del cambio climático que, según Trump, es un concepto "creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad".

Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios dominantes no solo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se hacía era: ¿cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados? Algo no cuadraba.

Para responder a esa pregunta tuvimos que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir los siete puntos fundamentales que defiende, silenciados por los grandes medios.

1) Los periodistas no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar: «No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación» [1]. En un tweet reciente, por ejemplo, escribió: «Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%».

Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros, The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito...

2) Otra razón por la que los grandes medios atacaron con saña a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando a cada vez más gente, y recuerda que, en los últimos 15 años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron.

3) Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas de todos los productos importados. «Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país», suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.

Partidario del brexit, Donald Trump ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EEUU del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país de él: «El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos».

En regiones como el rust belt del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo.

4) Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica de 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro de salud) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Tump ha prometido no tocar estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los «sin techo», reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.

5) Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds, que ganan fortunas, y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.

6) En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia al Daesh. Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.

7) Trump estima que con su enorme deuda soberana, Estados Unidos ya no dispone de los recursos necesarios para conducir una política extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no puede imponen la paz a cualquier precio. En contradicción con varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN: «No habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN».

Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables, odiosas y a veces nauseabundas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios dominantes. Pero sí explican mejor el por qué de su éxito.

En 1980, la inesperada victoria de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos había hecho entrar el planeta en un ciclo de 40 años de neoliberalismo y de globalización financiera. La victoria hoy de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo ciclo geopolítico cuya peligrosa característica ideológica principal –que vemos surgir por todas partes y en particular en Francia con Marine Le Pen– es el autoritarismo identitario. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo...

Nota:
[1] En su mitin del 13 de agosto, en Fairfield (Connecticut).

Fuente:
http://www.monde-diplomatique.es/?url=mostrar/pagLibre/?nodo=ad6ef6c2-7994-439c-9b14-4c7330df00e7