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lunes, 24 de septiembre de 2018

_- Wisconsin: de laboratorio de la democracia a laboratorio de su destrucción. El periodista Dan Kaufman narra la demolición sistemática de un bastión de la izquierda norteamericana

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Donald Trump nunca se cansa de recordar sus hazañas, sean verdaderas o imaginadas. “¡Gané… hasta en Wisconsin!” dijo, orgulloso, a comienzos de julio, refiriéndose a las elecciones presidenciales de 2016. Esta vez, para variar, no mentía.

Wisconsin, estado por antonomasia del Midwest, también es la cuna del progresismo norteamericano. Fue allí donde, en 1854, se fundó el Partido Republicano, entonces a la izquierda de los Demócratas. Y fue allí donde se creó por primera vez un seguro social que protegía a los obreros contra el desempleo o los accidentes laborales. El estado también fue pionero en la protección del medio ambiente; y Milwaukee, la ciudad más grande del estado, tuvo un ayuntamiento socialista de forma casi continua desde 1910 a 1960. Cuando Franklin D. Roosevelt diseñó el New Deal como respuesta progresista a la Gran Depresión, trajo a muchos de sus arquitectos de la Universidad estatal en Madison, regida desde su fundación por la filosofía de la “Wisconsin Idea”, que pone el conocimiento académico al servicio de la ciudadanía.

No sorprende, pues, que Wisconsin se haya encontrado en la diana de la derecha estadounidense, empeñada en destruir de una vez por todas el poder de los sindicatos y toda posibilidad de una hegemonía de la izquierda. El ataque ha tenido éxito. En años recientes, Wisconsin ha sufrido “una traumática transformación”, explica el periodista Dan Kaufman en su libro The Fall of Wisconsin: The Conservative Conquest of a Progressive Bastion and the Future of American Politics (La caída de Wisconsin. La conquista conservadora de un bastión progresista y el futuro de la política norteamericana). Desde 2011, cuando el republicano Scott Walker asumió el puesto de gobernador, escribe Kaufman, Wisconsin “ha vivido una de las mayores decaídas del país de la clase media, mientras que su tasa de pobreza ha llegado al nivel más alto en treinta años … y un once por ciento de la población se ha visto disuadida de ejercer su derecho al voto”.

Walker se ha dedicado a minar el sector público. Entre 2011 y 2017, por ejemplo, recortó más de mil millones de dólares en la partida de escuelas y universidades. Pero su enemigo más acérrimo ha sido el movimiento sindical. El mismo año que entró a la casa del gobernador, quiso destruir el poder de los sindicatos de los funcionarios mediante una ley que pretendía ser presupuestaria (Act 10). Acto seguido se desataron protestas masivas cuyo espíritu se llegó a asociar con la Primavera Árabe, el 15M español y Occupy Wall Street. A pesar de las protestas, la ley se adoptó en marzo de ese mismo año. Así fue cómo Wisconsin pasó de laboratorio de la democracia a ser un laboratorio de su sistemática destrucción a manos de un movimiento conservador todopoderoso.

Hablo con Kaufman un fin de semana en su casa de Brooklyn, donde vive con su mujer e hijo. Además de periodista, es músico: este verano pasó por Pontevedra con su banda, Barbez, para presentar su nuevo disco de canciones de la Guerra Civil Española (For Those Who Came After, Para los que vinieron después). Kaufman (1970) se crio en la capital de Wisconsin, Madison, aunque lleva más de un cuarto de siglo en Nueva York. Escribe para el New York Times y la revista The New Yorker.

En el epílogo a su libro, cuenta que su proyecto empezó con un largo correo que recibió en 2011 de su madre, que acababa de participar en las protestas contra el Act 10.

Muchas de las más de 100.000 personas que en 2011 viajaron a la capital para protestar contra el Act 10 no eran sindicalistas, eran personas mayores que creían en una democracia impulsada por el activismo ciudadano

Mis padres, que emigraron a Madison de jóvenes, pertenecían a un ambiente judío progresista y fueron muy activos en el movimiento por los derechos civiles. Mi tío, un filósofo político en Michigan, fue profesor de varios de los líderes del movimiento estudiantil radical de los años sesenta, como Tom Hayden. Mis padres creían en los ideales de la democracia norteamericana, que en Wisconsin eran más prominentes que en muchos otros lugares. Había una proximidad poco común entre los ciudadanos y el gobierno estatal y durante mucho tiempo la política fue extraordinariamente limpia. Políticos republicanos tanto como demócratas se ufanaban de que sus campañas apenas costaban nada. De ahí también que fuera posible implementar tantas reformas pragmáticamente progresistas. Aquellas semanas, Wisconsin captó la atención del mundo entero. Fue una de las manifestaciones más grandes a favor de los derechos laborales desde que el Presidente Reagan derrotó al movimiento sindical en la huelga de los controladores aéreos, en los años 80.

Su libro describe en detalle cómo el plan para destruir la tradición progresista de Wisconsin ha seguido varias estrategias simultáneas que se refuerzan mutuamente. Van desde el rediseño de mapas electorales para garantizar victorias de derechas hasta la adopción de leyes que relajan las normativas medioambientales, dificultan el acceso al voto o limitan el poder de los sindicatos. Todo está impulsado por una amplísima infraestructura nacional que cuenta con sus propios think tanks y miles de millones de financiación por magnates industriales como los Hermanos Koch. Pero además señala que este plan lleva mucho tiempo en vigor: nace al menos cuarenta años antes de que Scott Walker asuma el puesto de gobernador. ¿Ha habido algún esfuerzo paralelo, comparable, de la izquierda durante estas casi cinco décadas?

Para nada. De hecho, los orígenes filosóficos de este proyecto de derechas se remontan hasta los años treinta, cuando las políticas del mismo Roosevelt despertaron la suspicacia de grandes magnates que nunca aceptaron el New Deal –con su Seguridad Social, sus políticas de empleo, sus leyes bancarias o sus inversiones públicas en infraestructura, educación y en las artes–. Desde entonces se han opuesto ferozmente a toda política que, a sus ojos, restringe la libertad empresarial.

Lo que es especialmente pernicioso es que esa supuesta libertad se vincula al espíritu de la frontera que es un elemento esencial en la mitología fundacional de este país. Hay políticos wisconsinianos como Paul Ryan de Janesville, actual líder de los Republicanos en la Casa de los Representantes, que se presentan como self-made man (hombre que se ha hecho a sí mismo) aunque en realidad viene de una familia muy acomodada. En Estados Unidos, esta ideología ha cundido entre los obreros. Como dijo el novelista John Steinbeck, aquí nunca ha habido un proletariado que se haya visto como tal: “Todos han sido capitalistas temporalmente avergonzados”.

En realidad, el único aparato capaz de contrarrestar esta ofensiva masiva de la derecha ha sido el movimiento sindical. Pero ha salido muy debilitado de las luchas de las últimas décadas. Hoy, poco más que un diez por ciento de los trabajadores pertenece a un sindicato. En los ochenta, era el doble. Por desgracia, este debilitamiento contribuye a un ciclo vicioso que refuerza a la derecha: se ha demostrado que el mero hecho de pertenecer a un sindicato moldea la conciencia política y reduce la atracción a los partidos autoritarios de extrema derecha. El ocaso de los sindicatos como espacios de socialización ha contribuido a la victoria de Trump.

La infraestructura que ha construido la derecha es fortísima. Y está hecha para durar. Aunque los Demócratas ganen escaños en el Senado y la Cámara de Representantes en las elecciones mid-term en noviembre, será una victoria pírrica mientras los republicanos sigan teniendo esa enorme ventaja infraestructural y mientras no se contrarreste la influencia del dinero en la política norteamericana. De hecho, es probable que su ventaja se incremente aún más mientras continúe la redistribución de la riqueza hacia el uno por ciento más rico de la población y mientras se sigan liberalizando las leyes que rigen el poder del dinero en los procesos electorales, como en la decisión Citizens United del Tribunal Supremo.

Además, la derecha es mucho más disciplinada que la izquierda. Para dar un solo ejemplo: ALEC, el American Legislative Exchange Council, es una organización fundada en los años 70 y financiada, entre otros, por los Hermanos Koch. Entre otras cosas, diseña leyes estatales que ayudan a erosionar el movimiento sindical, la protección medioambiental o el sistema de educación pública. He asistido a varias de sus reuniones. Hay muy poco desacuerdo. Ves a un lobista de Exxon-Mobil al lado de un joven libertario del Instituto Goldwater, reunidos con políticos, diseñando leyes que después son adoptadas masivamente por aquellos estados donde gobierna el Partido Republicano. Aunque no son medidas diseñadas en aquellos estados —o deseadas por sus ciudadanos— logran venderlas al electorado mediante toda una red adicional, con cantidades infinitas de dinero, que se ocupa del framing del debate público.

¿Qué es lo que mueve a la derecha? ¿Cuánto hay en su empeño de ideología –conceptos, digamos, genuinos sobre el individuo, la economía o la libertad– y cuánto de interés puro y duro?

Para mí, mucho de lo que parece ideología no deja de ser una máscara para la codicia más desnuda, por más que los propios políticos han llegado a confundir la máscara con lo que esconde. Nacieron con ciertos privilegios que ahora se empeñan en proteger. En Wisconsin, durante mucho tiempo el sistema de educación pública realmente garantizaba cierta igualdad de oportunidades –precisamente porque el Estado garantizaba que toda persona pudiera “hacerse a sí misma”–. La erosión de ese sistema, junto con el debilitamiento de los sindicatos, incrementa la desigualdad.

Su libro resalta los errores tácticos cometidos en Wisconsin por la campaña de Clinton y por el propio Obama, que dijo apoyar las protestas contra la ofensiva antisindical de Walker pero que después nunca apareció. Clinton no visitó el estado y no compró anuncios en Wisconsin hasta una semana antes de las elecciones. Acabó perdiendo por 22.000 votos.

Para mí, esos errores garrafales nacieron de la enorme distancia que existe estos días entre el liderazgo del Partido Demócrata y el movimiento obrero. En cierto sentido, el Partido obedece simplemente a sus donantes principales, que son empresariales y bancarios. No hay que olvidar que los Hermanos Koch también donan a los demócratas. Cierto, el Partido tiene un mensaje claramente progresista en cuestiones sociales y raciales. Pero en lo económico es mucho más confuso. Clinton, por ejemplo, decía públicamente que rechazaba un tratado de libre comercio cuando en privado trabajaba por que se aprobara.

La actitud pasiva del Partido Demócrata durante el movimiento contra Act 10 dejó un mal sabor en muchas bocas y un resentimiento que aún persiste

Cuando Obama no quiso personarse en Wisconsin durante la protesta sindical, señaló no solo al movimiento que no le importaba lo que estaban haciendo, sino que mandó una clara señal a Walker y compañía que no iba a luchar por lo que, al fin y al cabo, es el núcleo electoral de los demócratas: enfermeras, maestras, profesoras, gente trabajadora. Y aunque la densidad sindical en Estados Unidos hoy es más bien baja, el papel político de los obreros sindicalizados es crucial, dada su cohesión y su capacidad de activismo y movilización.

La ausencia de Hillary durante la campaña fue un eco de la ausencia de Obama durante la protesta. Clinton adoptó un método muy top-down, dirigido por las encuestas, con muy poca comprensión de la dinámica comunitaria local. La actitud pasiva del Partido Demócrata durante el movimiento contra Act 10 dejó un mal sabor en muchas bocas y un resentimiento que aún persiste. Hillary no perdió en Wisconsin porque hubiera mucha gente que pasó de un campo a otro: Trump ganó seis mil votos menos que Romney cuatro años antes. No, lo que pasó fue que muchos demócratas se quedaron en casa.

La cúpula del Partido Demócrata adoptó, por un lado, una actitud demasiado calculadora; pero, por otro, también calculó mal.

Calcularon mal y pecaron de arrogantes. Supusieron que Wisconsin era un estado sólidamente demócrata. Pero cualquiera sabe que nunca lo ha sido. Kerry lo ganó por los pelos en 2004. Hay un conservadurismo muy fuerte. También es el estado que produjo al Senador Joseph McCarthy, el cazador de comunistas. Trump supo aprovechar esa vena. Los demócratas, por su parte, no entendieron hasta qué punto los pueblos de Wisconsin se han quedado huecos, agotados. Son guetos rurales. Wisconsin fue uno de los pocos estados que tenía zonas campesinas de tradición progresista. Hoy la mecanización e industrialización de la agricultura los ha dejado diezmados, fantasmales. Las tasas de suicidio entre los agricultores son muy altas. Ahora bien, en estos pueblos empobrecidos, es probable que la maestra de escuela sea la única que tiene sanidad, gracias a su contrato sindical. Pero esa desigualdad es un caldo de cultivo para el resentimiento. En esas zonas, quizá inesperadamente, Sanders ejercía una gran atracción. En las primarias, le ganó 71 de los 72 condados a Clinton. Cuando él quedó fuera, esos votantes se pasaron a Trump que, como Sanders, criticaba al establishment. Y mientras Trump azuzaba sentimientos nativistas y raciales, también enfatizaba políticas tradicionalmente demócratas como la creación de empleo y la protección de la Seguridad Social y la sanidad.

En su libro nos presenta a Randy Bryce, el obrero siderúrgico sindicalista de Milwaukee que en noviembre será el candidato demócrata a la Cámara de Representantes en el distrito que vota desde 1999 al republicano Paul Ryan, mientras que Ryan ha anunciado que se retira. Bryce, como obrero y veterano militar, sí que tiene esa cercanía al electorado que le faltaba a Hillary. Pero ¿podrá contra el aparato republicano y sus millones de dólares, y en un contexto tan viciado en su contra por el rediseño de los mapas electorales, la restricción del derecho al voto, etcétera?

La imagen populachera también la invocan los republicanos. Hasta Trump, con todos sus millones, proyecta un talante obrero

La imagen populachera también la invocan los republicanos. Hasta Trump, con todos sus millones, proyecta un talante obrero. Pero Bryce lo encarna de verdad. Cuando empecé a seguirle, le costaba llegar a fin de mes, porque el trabajo siderúrgico depende mucho de las temporadas y apenas hay en los inviernos. Figuras como Bryce en Wisconsin, Beto O’Rourke en Tejas o Alexandria Ocasio-Cortez en Nueva York representan una nueva apuesta por la participación ciudadana: la idea, muy propia del socialismo de Wisconsin, de que los que nos representan sea gente común. Esa idea no ha perdido su poder movilizador. Sanders tenía razón en enfatizar la importancia de las multitudes y el entusiasmo. Es la única arma que tienen los demócratas contra las arcas sin fondo de los republicanos. Los medios que cubren las luchas políticas enfocan muchas veces en los aspectos más sensacionales y superficiales. Pero creo que, en realidad, entre los ciudadanos hay un hambre por contenidos políticos más sustanciales. Los problemas con que se enfrentan también lo son.

Algunas elecciones recientes en Wisconsin indican que hay bastante decepción entre los que votaron a Trump en 2016. Pero ¿la izquierda ha aprendido de sus fracasos? En agosto, usted publicó una pieza en el New Yorker sobre el nuevo candidato demócrata a gobernador, Tony Evers, actual inspector general de Educación. ¿Podrá impedir que Walker gane por tercera vez?

Por ahora, Evers le está ganando a Walker en las encuestas. Es un político winconsiniano muy de vieja estampa. Hombre ya mayor, lleva toda su vida trabajando en el sistema educativo público. Y la gran mayoría de la gente de Wisconsin sigue creyendo en lo público, sean escuelas o carreteras. Bajo Walker, las cosas han empeorado tanto que hasta la derecha está alarmada. En este contexto, Evers es una figura interesante. Es pragmático, muy templado, pero también cree en el compromiso con la justicia social. Su padre era médico en un sanatorio que trataba a obreros de una fábrica de porcelana que se habían enfermado por silicosis.

La gente de Wisconsin es compasiva, como lo son la mayoría de los norteamericanos. Las políticas económicas y sociales de Walker carecen de toda compasión, como la política migratoria de Trump, que separa a hijos de padres y los encierra en jaulas. Es una cuestión de empatía, de simple decencia. Puede que la derecha se haya pasado de rosca.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20180905/Politica/21482/Sebastiaan-Faber-entrevista-EEUU-movimiento-sindical-izquierda-politica-Dan-Kaufman.htm

jueves, 11 de agosto de 2016

Marx llevaba bastante razón

Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía. Universidad de Barcelona

Como consecuencia del enorme dominio que las fuerzas conservadoras tienen en los mayores medios de difusión y comunicación, incluso académicos, en España (incluyendo Catalunya), el grado de desconocimiento de las distintas teorías económicas derivadas de los escritos de Karl Marx en estos medios es abrumador. Por ejemplo, si alguien sugiere que para salir de la Gran Recesión se necesita estimular la demanda, inmediatamente le ponen a uno la etiqueta de ser un keynesiano, neo-keynesiano o “lo que fuera” keynesiano. En realidad, tal medida pertenece no tanto a Keynes, sino a las teorías de Kalecki, el gran pensador polaco, claramente enraizado en la tradición marxista, que, según el economista keynesiano más conocido hoy en el mundo, Paul Krugman, es el pensador que ha analizado y predicho mejor el capitalismo, y cuyos trabajos sirven mejor para entender no solo la Gran Depresión, sino también la Gran Recesión.
En realidad, según Joan Robinson, profesora de Economía en la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, y discípula predilecta de Keynes, este conocía y, según Robinson, fue influenciado en gran medida por los trabajos de Kalecki.

Ahora bien, como Keynes es más tolerado que Marx en el mundo académico universitario, a muchos académicos les asusta estar o ser percibidos como marxistas y prefieren camuflarse bajo el término de keynesianos. El camuflaje es una forma de lucha por la supervivencia en ambientes tan profundamente derechistas, como ocurre en España, incluyendo Catalunya, donde cuarenta años de dictadura fascista y otros tantos de democracia supervisada por los poderes fácticos de siempre han dejado su marca.

Al lector que se crea que exagero le invito a la siguiente reflexión. Suponga que yo, en una entrevista televisiva (que es más que improbable que ocurra en los medios altamente controlados que nos rodean), dijera que “la lucha de clases, con la victoria de la clase capitalista sobre la clase trabajadora, es esencial para entender la situación social y económica en España y en Catalunya”; es más que probable que el entrevistador y el oyente me mirasen con cara de incredulidad, pensando que lo que estaría diciendo sería tan anticuado que sería penoso que yo todavía estuviera diciendo tales sandeces. Ahora bien, en el lenguaje del establishment español (incluyendo el catalán) se suele confundir antiguo con anticuado, sin darse cuenta de que una idea o un principio pueden ser muy antiguos, pero no necesariamente anticuados. La ley de la gravedad es muy, pero que muy antigua, y sin embargo, no es anticuada. Si no se lo cree, salte de un cuarto piso y lo verá.

La lucha de clases existe
Pues bien, la existencia de clases es un principio muy antiguo en todas las tradiciones analíticas sociológicas. Repito, en todas. Y lo mismo en cuanto al conflicto de clases. Todos, repito, todos los mayores pensadores que han analizado la estructura social de nuestras sociedades –desde Weber a Marx- hablan de lucha de clases. La única diferencia entre Weber y Marx es que, mientras que en Weber el conflicto entre clases es coyuntural, en Marx, en cambio, es estructural, y es intrínseco a la existencia del capitalismo. En otras palabras, mientras Weber habla de dominio de una clase por la otra, Marx habla de explotación. Un agente (sea una clase, una raza, un género o una nación) explota a otro cuando vive mejor a costa de que el otro viva peor. Es todo un reto negar que haya enormes explotaciones en las sociedades en las que vivimos. Pero decir que hay lucha de clases no quiere decir que uno sea o deje de ser marxista. Todas las tradiciones sociológicas sostienen su existencia.

Las teorías de Kalecki
Kalecki es el que indicó que, como señaló Marx, la propia dinámica del conflicto Capital-Trabajo lleva a la situación que creó la Gran Depresión, pues la victoria del capital lleva a una reducción de las rentas del trabajo que crea graves problemas de demanda. No soy muy favorable a la cultura talmúdica de recurrir a citas de los grandes textos, pero me veo en la necesidad de hacerlo en esta ocasión.

Marx escribió en El Capital lo siguiente: “Los trabajadores son importantes para los mercados como compradores de bienes y servicios. Ahora bien, la dinámica del capitalismo lleva a que los salarios –el precio de un trabajo- bajen cada vez más, motivo por el que se crea un problema de falta de demanda de aquellos bienes y servicios producidos por el sistema capitalista, con lo cual hay un problema, no solo en la producción, sino en la realización de los bienes y servicios. Y este es el problema fundamental en la dinámica capitalista que lleva a un empobrecimiento de la población, que obstaculiza a la vez la realización de la producción y su realización”. Más claro, el agua.

Esto no es Keynes, es Karl Marx. De ahí la necesidad de trascender el capitalismo estableciendo una dinámica opuesta en la que la producción respondiera a una lógica distinta, en realidad, opuesta, encaminada a satisfacer las necesidades de la población, determinadas no por el mercado y por la acumulación del capital, sino por la voluntad política de los trabajadores.

De ahí se derivan varios principios. Uno de ellos, revertir las políticas derivadas del domino del capital (tema sobre el cual Keynes no habla nada), aumentando los salarios, en lugar de reducirlos, a fin de crear un aumento de la demanda (de lo cual Keynes sí que habla) a través del aumento de las rentas del trabajo, vía crecimiento de los salarios o del gasto público social, que incluye el Estado del bienestar y la protección social que Kalecki define como el salario social.

Mirando los datos se ve claramente que hoy las políticas neoliberales realizadas para el beneficio del capital han sido responsables de que desde los años ochenta las rentas del capital hayan aumentado a costa de disminuir las rentas del trabajo (ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual” en Le Monde Diplomatique, julio 2013), lo cual ha creado un grave problema de demanda, que tardó en expresarse en forma de crisis debido al enorme endeudamiento de la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares (y de las pequeñas y medianas empresas).

Tal endeudamiento creó la gran expansión del capital financiero (la banca), la cual invirtió en actividades especulativas, pues sus inversiones financieras en las áreas de la economía productiva (donde se producen los bienes y servicios de consumo) eran de baja rentabilidad precisamente como consecuencia de la escasa demanda. Las inversiones especulativas crearon las burbujas que, al estallar, crearon la crisis actual conocida como la Gran Depresión. Esta es la evidencia de lo que ha estado ocurriendo (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015)

De ahí que la salida de la Gran Crisis (en la que todavía estamos inmersos) pase por una reversión de tales políticas, empoderando a las rentas del trabajo a costa de las rentas del capital. Esta es la gran contribución de Kalecki, que muestra no solo lo que está pasando, sino por dónde deberían orientar las fuerzas progresistas sus propuestas de salida de esta crisis, y que requieren un gran cambio en las relaciones de fuerza Capital-Trabajo en cada país. El hecho de que no se hable mucho de ello responde a que las fuerzas conservadoras dominan el mundo del pensamiento económico y no permiten la exposición de visiones alternativas. Y así estamos, yendo de mal en peor. Las cifras económicas últimas son las peores que hemos visto últimamente.

http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2016/08/01/marx-llevaba-bastante-razon/

sábado, 3 de septiembre de 2011

Una comparación entre dos depresiones

Después de la bancarrota de varios gigantes financieros, tanto Bush como Obama rescataron a los grandes bancos. Roosevelt, en cambio, decidió que el desempleo masivo era el problema más importante a resolver

A lo largo de mi vida ha habido dos ocasiones (1929-1938 y 2007-?) en las que el mundo capitalista democrático ha sufrido una crisis económica catastrófica, acompañada de mucho sufrimiento y una inmensa incertidumbre sobre el futuro de las sociedades que disfrutaban de una democracia política (aunque no social). Durante la primera de esas dos depresiones, yo era adolescente, y recuerdo oír en la mesa las discusiones entre mi padre, socialista, y mi hermano mayor, comunista, en una época en la que yo empezaba a leer los periódicos. La depresión actual, de momento, ha ido de mis 86 a mis 90 años. En estos cuatro años, he leído mucha más literatura económica y me he sentido mucho más deprimido que nunca por la constante autodestrucción del mundo capitalista democrático que floreció en la segunda mitad del siglo XX.
En sus cuatro años de presidencia (1929-1933), el republicano moderado Herbert Hoover y su esposa orquestaron y dieron a conocer numerosos esfuerzos privados de ayuda. Creó la Corporación Financiera para la Reconstrucción con el fin de poner dinero a disposición de los bancos para que ellos, a su vez, pudieran hacer préstamos sustanciales a las empresas privadas y, de esa forma, ayudarles a superar la depresión.
Cuando la empresa privada no bastó para resolver la crisis de empleo, puso en marcha varios proyectos importantes de obras públicas como el puente del Golden Gate en San Francisco y la presa Hoover en Colorado. Pero tenía una forma de ser que le impidió conectar bien con la población. Hablaba de la importancia de la "confianza", prometía a las familias golpeadas por la pobreza "un pollo en cada cazuela" y, de vez en cuando, decía que la prosperidad estaba "a la vuelta de la esquina". Sin embargo, tres años después del derrumbe de la Bolsa en octubre de 1929, el paro era más alto que nunca, y, en las elecciones de noviembre de 1932, Franklin Roosevelt le derrotó por una mayoría abrumadora.
La diferencia inmediata y decisiva entre Hoover y Roosevelt no era ideológica, sino de personalidad. Roosevelt aunaba un carácter simpático y expresivo con el serio empeño de resolver los problemas concretos de la depresión y, además, mejorar las oportunidades económicas y el posible nivel de vida de las clases medias y trabajadoras. No pretendía ser experto en nada; empezó por decir que iba a probar distintos métodos y utilizar los que dieran resultados. Tenía una sonrisa de estrella de Hollywood y un gran sentido del humor que animaba sus explicaciones radiofónicas e impedía que pareciera condescendiente. Por ejemplo, hacía referencias ocasionales a los "consejos" que recibía de su fox terrier, Fala.
Comenzó su mandato proclamando una semana seguida de días no laborables. En realidad, el pánico financiero de las últimas semanas de la presidencia de Hoover ya había hecho que la mayoría de los bancos cerraran sus puertas. Pero esos cierres constituían la imagen de los fracasos de la Administración saliente; Roosevelt, por el contrario, aprovechó la oportunidad para transformar el pánico descontrolado en una iniciativa presidencial. En su discurso de toma de posesión, afirmó que "lo único a lo que debemos tener miedo es al propio miedo". Después de proclamar los días festivos, se reunió con docenas de responsables bancarios y asesores políticos y les pidió que dedicaran su atención a crear las condiciones necesarias para engendrar una auténtica recuperación económica. La primera ley nueva, elaborada durante esos días, fue la Ley de Ajuste Agrario, que mejoró el acceso al crédito y rebajó los intereses hipotecarios para millones de pequeños agricultores.
Una mención de algunas de las principales leyes que constituyeron el llamado New Deal dará al lector cierta idea de la inmensa variedad de aspectos que preocupaban a Roosevelt. El Cuerpo Civil de Conservación pagó la manutención de miles de jóvenes sin empleo que se dedicaron a reforestar bosques que las compañías madereras habían despojado, y luego abandonado, más de un siglo antes de la Gran Depresión. Una nueva Comisión del Mercado de Valores introdujo algo de transparencia en las operaciones de Bolsa. La Corporación Federal de Seguros de Depósitos garantizó, por primera vez, los ahorros de todos los clientes de los bancos en caso de olas de pánico como las que se habían producido entre 1929 y 1933. La Autoridad del Valle del Tennessee llevó electricidad, maquinaria agrícola, servicios educativos y líneas de teléfono a grandes zonas rurales semidesarrolladas en el sur del país. El Organismo de Desarrollo de Obras Públicas dio trabajo a millones de hombres en la construcción de carreteras, escuelas, oficinas de correos y otros edificios oficiales. La Ley de Recuperación Nacional y la Junta Nacional de Relaciones Laborales garantizaron el salario mínimo y protegieron los derechos de negociación de muchos tipos diferentes de trabajadores industriales. La Ley de Normas Justas de Trabajo de 1938 abolió el trabajo infantil en los sectores en los que aún existía... Leer el artículo aquí. GABRIEL JACKSON. El País, 02/09/2011

viernes, 20 de noviembre de 2009

El hombre que puso el arcoiris en El Mago de Oz


Se aproxima el Día de Acción de Gracias y las familias se reunirán para comer juntas y quizás disfrutar de otra transmisión televisiva de El Mago de Oz. Esta película clásica de hace 70 años merece ser mirada con mayor atención este año, quizá más que en cualquier otro año, por el mensaje de sus canciones, escritas durante la gran depresión por el letrista ganador del Oscar E.Y. Harburg, conocido como Yip. El Espantapájaros y el Hombre de Hojalata son más complejos de lo que parece a simple vista, y el mensaje de Harburg tiene una nueva resonancia hoy, en medio de la mayor crisis financiera desde la depresión de los años 30.
Harburg se crió en el Lower East Side del bajo Manhattan, en Nueva York. En la secundaria le tocó sentarse, por orden alfabético, junto a Ira Gershwin y ambos comenzaron una amistad que se mantuvo durante toda su vida y que fue determinante para el desarrollo de la música y la cultura estadunidenses del siglo XX. Ernie Harburg, el hijo de Yip y coautor de la biografía ¿Quién puso el arcoiris en el Mago de Oz?, me dijo: “Yip conocía profundamente la pobreza y, citando a Bernard Shaw, decía que el escalofrío de la pobreza nunca deja de recorrerte los huesos. Y esa fue la base de su entendimiento de la vida como lucha”.
Harburg contrajo muchas deudas después de la crisis de Wall Street en 1929. Gershwin le sugirió que escribiera letras de canciones. Poco tiempo después Harburg escribió la canción que captó la esencia de la gran depresión, Hermano, ¿me das 10 centavos? Ernie dijo sobre la industria musical de ese entonces: “Sólo querían canciones de amor o de escape, entonces en 1929 tenías canciones como Volvieron los días felices y tenías todo ese tipo de canciones. No había una sola canción que tratara sobre la gran depresión, en la que todos estábamos viviendo”.
Hermano, ¿me das 10 centavos? se convirtió en un éxito a nivel nacional y continúa siendo una especie de himno de los malos tiempos, la avaricia empresarial y la dignidad de la clase trabajadora.
En la década del 30, Yip Harburg se convirtió en el letrista de El Mago de Oz. También agregó el arcoiris a la historia, que no aparece en el libro original de L. Frank Baum El maravilloso Mago de Oz, publicado en 1900. Esto permitió que Harburg escribiera la famosa canción Over the Rainbow (Sobre el Arcoiris), cantada por la entonces desconocida Judy Garland. Seguir aquí... (Amy Goodman, de Democracy Now)
La canción: "Brother, Can You Spare a Dime?" lyrics by Yip Harburg, music by Jay Gorney (1931).

They used to tell me I was building a dream, and so I followed the mob,
When there was earth to plow, or guns to bear, I was always there right on the job.
They used to tell me I was building a dream, with peace and glory ahead,

Why should I be standing in line, just waiting for bread?
Once I built a railroad, I made it run, made it race against time.

Once I built a railroad; now it's done. Brother, can you spare a dime?
Once I built a tower, up to the sun, brick, and rivet, and lime;
Once I built a tower, now it's done. Brother, can you spare a dime?

Once in khaki suits, gee we looked swell,
Full of that Yankee Doodly Dum,
Half a million boots went slogging through Hell,
And I was the kid with the drum!
Say, don't you remember, they called me Al; it was Al all the time.
Why don't you remember, I'm your pal? Buddy, can you spare a dime?
Once in khaki suits, gee we looked swell,
Full of that Yankee Doodly Dum,
Half a million boots went slogging through Hell,
And I was the kid with the drum!
Say, don't you remember, they called me Al; it was Al all the time.
Say, don't you remember, I'm your pal? Buddy, can you spare a dime?
Ellos solían decirme que yo construía un sueño, y entonces seguí la muchedumbre,
Cuando había tierra para arar, o arma para llevar, yo estaba siempre allí directamente en el trabajo.
Ellos solían decirme que yo construía un sueño, con paz y gloria delante,
¿Por qué debería yo estar de pie en la cola, sólo esperando el pan?
Una vez que construí un ferrocarril, lo hice correr, lo hicimos a la carrera contra reloj.
Una vez que construí un ferrocarril; ahora esta hecho. ¿Hermano, puede usted darme una moneda de diez centavos?
Una vez que construí una torre, hasta el sol, ladrillo, y remache, y cal;
Una vez que construí la torre, ahora esta hecha. ¿Hermano, puede usted darme una moneda de diez centavos?



Una vez en traje caqui, caramba parecíamos la marea,
Lleno de aquel Yanqui Doodly Dum,
Medio millón de botas fue afanándose por el Infierno,
¡Y yo era el niño con el tambor!
Diga, no lo recuerda, ellos me llamaron Al-; era Al-todo el tiempo.
¿Por qué no lo recuerda, soy su amigo? ¿Compañero, puede darme una moneda de diez centavos? (bis)




"Over the rainbow", de "El mago de Oz" (1939) Una canción que el American Film Institute ha elegido como el mejor tema musical cinematográfico de todos los tiempos.
Interpretada por Judy Garland. Y aquí una versión más actual de Eric Clapton.