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domingo, 26 de enero de 2025

La pasajera 2.388 del Stanbrook, el último barco en huir de Franco: «Hubo gente que se suicidó por no poder subir»

María Egea Muñoz de Zafra tiene 90 años, pero tenía cinco cuando embarcó a bordo del carguero británico que transportó hacia el exilio a republicanos españoles al final de la Guerra Civil en una hazaña que pasaría a la historia.

La primera vez que María Egea Muñoz de Zafra volvió a pisar España habían pasado 18 años desde que la abandonó. Regresó para conocer a su familia, a sus tíos y sus primos, a los que no recordaba porque con solo cinco años, esta mujer que hoy tiene 90, partió del puerto de Alicante junto a sus padres y su hermano hacia el exilio en el famoso carguero británico Stanbrook. Dejaban atrás su Cartagena natal, sus vidas, sus anhelos y a su gente querida. Y lo hacían porque la militancia socialista y republicana de su familia los ponía en peligro ante lo que se venía: la implacable y violenta represión franquista.

Faltaban solo cuatro días para el final de la Guerra Civil, cuando en la tarde del 28 de marzo de 1939 el Stanbrook se convirtió en el último barco en trasladar fuera del país a republicanos españoles antes de que las tropas sublevadas entraran en el puerto. La hazaña de su capitán, el galés Archibald Dickson, que en vez de cargar las naranjas y el azafrán que iba a buscar –el buque se dedicaba al comercio de mercancías con la República– decidió subir a bordo a todos los civiles que pudo, en total, 2.645 adultos y niños que huían del avance de los franquistas.

Entre ellos estaba María Egea, que ha hecho esta semana una visita fugaz a Madrid desde París, donde vive desde 1996, para recibir del Gobierno una declaración de reparación que reconoce su historia y la de su familia como víctimas del franquismo. Con su hermano Pedro y sus padres Mateo Egea, que fue concejal del PSOE en Catagena, y María Josefa Muñoz, también socialista, hicieron la travesía de 22 horas rumbo a la ciudad argelina de Orán completamente hacinados en los 70 metros de largo y diez de ancho de la cubierta. “No cabía un alfiler”, señala María Egea, que tenía el número de pasajera 2.388. Reconoce que sus recuerdos “son difusos” debido a su corta edad, pero en casa escuchó después innumerables veces lo que fue aquello. 

María Egea Muñoz de Zafra recibe del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la declaración de reconocimiento y reparación. Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática.
“Era un auténtico caos, había muchísima precipitación y tumulto, yo iba de la mano de mi madre y creo que mi padre entró antes que nosotros. Alicante era el último punto al que podíamos ir, es difícil imaginar lo que fue aquella huida”. El Stanbrook se convertiría así en un símbolo de la derrota republicana, del miedo y la desesperación que asoló a quienes sabían que su futuro en España estaría marcado por la persecución. La caída de Catalunya, la descomposición de la resistencia republicana y la toma de Madrid hicieron inminente la victoria franquista y desde hacía días circulaban rumores de que buques ingleses, rusos y franceses iban a sacarles del país, así que el puerto se convirtió rápidamente en un hervidero de gente.

Los que se quedaron
Varios miles de personas se agolpaban en los muelles y llegaban en riadas sucesivas dejando todo atrás y con la esperanza de poder salvar la vida. Otros muchos barcos habían partido de las costas españolas con anterioridad, pero solo el Maritime, que pudo embarcar a muy pocas personas, y el Stanbrook salieron de Alicante. Al carguero finalmente solo subió una pequeña parte de todos los que lo anhelaban y miles de personas quedaron en tierra sumidos en la angustia y el pánico. Muchos fueron capturados por las tropas sublevadas y trasladados a campos de concentración como el de Albatera o Los Almendros. 
 
Exiliados españoles cumpliendo cuarentena a bordo del Stanbrook en 0rán (Argelia), en abril de 1939. Cedida por Casa Árabe
“Todos intentaban subir a bordo, pero la mayoría no pudo. Hubo gente que prefirió tirarse al agua y suicidarse porque no querían que los nacionales los cogieran”, relata María Egea. Su familia fue afortunada y consiguió entrar en el barco al completo. Cree que en ello pudo influir que sus tíos eran Julia Álvarez Resalo y Amancio Muñoz de Zafra, que habían sido diputados socialistas del Frente Popular. Él falleció en la guerra a causa de una enfermedad y ella siguió teniendo un papel activo en la contienda, durante la que fue nombrada gobernadora civil de Ciudad Real, convirtiéndose en la primera mujer española en desempeñar tal cargo.

El viaje a bordo, explica María Egea, fue “muy duro”. Navegaron durante toda la noche con las luces apagadas y en completa oscuridad para evitar ser alcanzados por la aviación y los buques franquistas intentando mantener con extrema dificultad la estabilidad del barco debido al peso de tantísimas personas. Según cuenta la mujer, aún así sufrieron bombardeos durante la travesía, pero “las maniobras del capitán lograron mantener el buque a flote”, esgrime. Así llegaron a tierra africana, a Orán, entonces colonia francesa.

El periplo argelino
Allí empezaría un segundo periplo para María Egea y su familia y para la inmensa mayoría de protagonistas de este exilio masivo. El Stanbrook no tenía permiso para amarrar en el muelle y desembarcar y, mientras Archibal Dickson negociaba con las autoridades oranesas, los embarcados fueron obligados a mantenerse en el carguero hacinados. A los días, mujeres y niños pudieron salir, pero los hombres fueron obligados a quedarse algunas semanas hasta que Orán autorizó su desembarco por cuestiones de salubridad, explica la mujer, que recuerda que fueron tratados “como si portáramos un virus mortal”. 

María Egea y su madre, María Josefa. Foto cedida
Ya en tierra, su familia fue separada. Ella, su hermana y su madre fueron trasladadas a la prisión civil de Orán y los hombres jóvenes como su padre a un campo de trabajo forzado en Relizane y posteriormente a otros del sur del país. Fue el destino de muchos exiliados españoles, que tras huir de Franco tuvieron que afrontar el encierro en duras condiciones hasta que en 1943 los campos fueron liberados por parte del ejército estadounidense. Entre los trabajos que Mateo tuvo que realizar estuvo la construcción del ferrocarril transahariano, un ambicioso proyecto que buscaba conectar el Mediterráneo con el Atlántico a través del desierto del Sahara y que nunca llegó a completarse.

Mientras tanto, en la cárcel civil de Orán, mujeres y niños se organizaban como podían. “Con el paso de las semanas comenzamos a poder salir, aunque siempre vigilados, y mi madre encontró un trabajo cosiendo. Al año fuimos liberados y ella comenzó a trabajar de portera. Vivíamos en una habitación de 2 por 2,5 metros y empezamos a hacer vida allí, a ir al colegio…”, recuerda María. Este fue el camino que tomaron parte de los exiliados españoles, otros pasarían a engrosar las filas de la Legión Extranjera Francesa para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Entre ellos, los integrantes de La Nueve, la unidad de españoles que liberó París.

La familia Muñoz de Zafra acabaría reuniéndose y viviendo en distintos puntos de Argelia al tiempo que a su padre, que había trabajado en el ferrocarril en España, le fueron destinando a diferentes estaciones. Así vivieron, juntos, hasta que sus padres en 1975 decidieron emigrar a París. Ella vivió en Argel, donde trabajó dando clase de español y francés hasta su jubilación, cuando se trasladó también a París. “Mi padre siempre nos contaba cosas sobre España, era muy patriota y nos dio ese amor por el país que yo llevo en el corazón”, dice a pesar de que nunca volvió a vivir en él.

Ahora, a sus 90 años y reconocida por el Estado español como víctima del exilio, echa la vista atrás y ve mucho sufrimiento y también gratitud. En su memoria y en su cuerpo está todavía presente la sensación infantil “de humillación” que vivió al llegar a Argelia “porque nadie quería a los rojos, era como si fuéramos monstruos o delincuentes”, pero también hay agradecimiento y “una deuda eterna” con el capitán del Stanbrook, Archibald Dickson, cuyo nombre nunca se le ha olvidado. Ni a ella ni a ninguno de los pasajeros. Su figura, de hecho, ha sido en los últimos años rescatada del olvido y en el puerto de Alicante su busto, que ha sido vandalizado en varias ocasiones, recuerda su hazaña. “Todos los que embarcamos le debemos la vida”, zanja María Egea.

Fuente: 

viernes, 24 de enero de 2025

_- El bibliocausto extremeño: quema y destrucción de libros en Extremadura durante la Guerra Civil (1936-1939)

_- Fuentes: El Salto [Foto: Hoguera de libros en el patio de la Universidad Central de Madrid, abril de 1939]



La destrucción de libros y la censura fueron dos características esenciales del franquismo. En Extremadura, bibliotecas y kioscos de prensa fueron arrasados por una hueste brutal interesada en borrar cualquier vestigio cultural de la República.

¿Adónde iría a parar el maletín cargado de papeles y libros que Antonio Machado tuvo que abandonar en su huida desde Barcelona hacia la frontera francesa de Port Bou? Tal vez algún refugiado lo encontró e hizo con él, con su contenido, una fogata con la que calentarse en aquellos fríos y lluviosos días de febrero de 1939, o tal vez los papeles y libros de aquel poeta que habría de morir apenas unos días más tarde, lejos de su tierra, ligero de equipaje, estuvieran tan mojados que ni siquiera sirvieran ya para arder. Sea como fuere, siguieron el mismo curso que muchos otros documentos y libros durante la Guerra Civil: la destrucción y el olvido.

Es sabido el interés del franquismo por acabar con cualquier vestigio de memoria de la República española. A partir del 18 de julio de 1936, mientras las tropas sublevadas avanzaban o los grupos fascistas se hacían con el control de pueblos y ciudades, el asesinato de personas se simultaneaba con la eliminación de una profusa obra cultural escrita, mediante el expolio y la destrucción a través de diversos medios, preferentemente el fuego, con tal de no dejar rastro de la huella cultural del régimen democrático. Intelectuales y personas amantes de la cultura que lograron huir antes de caer en manos de esta hueste brutal y sanguinaria supieron desde el exilio del incendio o expolio que sufrieron sus queridos libros, como fue el caso de Juan Ramón Jiménez, quien denunció el saqueo de la biblioteca de su casa en la calle Padilla, número 38, de Madrid, donde había vivido junto a su esposa Zenobia Camprubí.

Un día de abril de 1939, recién ocupada la capital por los fascistas, tres falangistas se presentaron con una furgoneta a las puertas de la casa abandonada de Juan Ramón y cargaron con sus libros, repartiéndoselos entre ellos y con otros de su misma camada. Se autotitulaban intelectuales de Falange Española, y a la cabeza estaba Carlos Sentís, quien después fuera diputado con la UCD durante el Gobierno de Adolfo Suárez. Los otros dos falangistas eran Carlos Martínez Barbeito y Félix Ros. Juan Ramón denunció hasta su muerte este expolio y reclamó el botín a través de intermediarios como José María Pemán y Rafael Sánchez Mazas, sin que jamás recuperara nada de lo robado. Como producto del saqueo desapareció, también, el retrato que el pintor Daniel Vázquez-Díaz hizo de la cabeza del poeta en 1916, hoy día todavía en paradero desconocido.

El expolio de libros, el saqueo de las bibliotecas públicas y particulares, la condena al fuego de miles de volúmenes durante la guerra civil y la larga noche del franquismo gozan de pocos estudios en comparación con los destinados a la represión generalizada durante ese período de nuestro tiempo reciente que podríamos definir, parafraseando a Chaplin en El Gran Dictador, como un disparate de la Historia. Poco a poco se abre camino el estudio documental de este aspecto de la represión franquista, en el que destaca la revista Represura. Revista de Historia Contemporánea española en torno a la represión y la censura aplicadas al libro, editada por el Área de Literatura Española de la Universidad de Alcalá desde el año 2006. En esas fuentes bebe, en gran medida, el trabajo del historiador Francesc Tur El bibliocausto en la España de Franco (1936-1939), disponible en el portal de divulgación Ser Histórico y editado de modo gráfico por la editorial Piedra Papel Libros.

Extremadura no fue una excepción a ese bibliocausto. Pocos días después de entrar las tropas de Yagüe en Badajoz, el 14 de agosto de 1936, se generalizó el saqueo de librerías y bibliotecas. Así informaba el Jefe de la Biblioteca Provincial de Badajoz (JBP) a Javier Lasso de la Vega, encargado de la Jefatura de Archivos y Bibliotecas, organismo del Ministerio de Educación Nacional creado por los rebeldes a finales de 1938, en circular telegráfica de 28/03/1938 cursada sobre “la recogida de libros contrarios al movimiento nacional”.

El informe de la JBP de Badajoz decía, textualmente, “pocos días después de conquistada esta capital por las tropas nacionales, se realizó, por elementos hetereogéneos afectos al movimiento, una visita de inspección y requisa por todas las librerías y kioscos en los que se recogieron cuantos libros de carácter extremista y pornográfico fueron hallados y se reunieron en la Oficina de Censura Militar donde una vez comprobada su tendencia perniciosa fueron condenados al fuego” (citado en José Andrés de Blas, La Guerra Civil española y el mundo del libro, Madrid, 2004).

La información de la requisa y posterior destrucción mediante quema de la literatura “pornográfica” recogida en Badajoz, respondía a una Orden de 23/12/1936. Sin embargo, ya mucho antes, desde el inicio del golpe militar, se sucedieron diversas órdenes y circulares en este mismo sentido. En el periódico La Falange de Cáceres (órgano en Extremadura de Falange Española de las J.O.N.S.), del 3 de octubre de 1936, dirigido por Antonio Floriano Cumbreño, se publica la primera, la Orden del 4 de septiembre de 1936 (por un error tipográfico aparece 1636), en la que se da noticia de la “incautación y destrucción de obras socialistas y comunistas”.

Dicha destrucción se justificaba por la gestión durante los últimos años del Ministerio de Instrucción Pública, y especialmente de la Dirección General de Primera Enseñanza (órganos republicanos), la cual se califica como “perturbadora para la infancia”. Textualmente se dice de esa gestión republicana que “cubriéndola con un falso amor a la cultura, ha apoyado la publicación de obras de carácter marxista o comunista, con las que ha organizado bibliotecas ambulantes y de las que ha inundado las escuelas a costa del Tesoro público, constituyendo una labor funesta para la educación de la niñez”.

En la orden dictada se define como “un caso de salud pública hacer desaparecer todas esas publicaciones”, para lo cual y siempre siguiendo lo determinado por la Junta de Defensa Nacional, se acuerda que los gobernadores civiles, alcaldes y delegados gubernativos procedan de modo urgente y riguroso a la incautación “de cuantas obras de matiz socialista o comunista se hallen en bibliotecas ambulantes y escuelas”.

Muchas de esas obras acabarían alimentando, por los pueblos de la geografía española, las fogatas con los que se abrían o cerraban los actos de exaltación de Falange o algunas celebraciones religiosas.

Apenas unos días después, en la edición de La Falange de Cáceres del 6 de octubre de 1936, Rafael Sánchez Mazas publicaba un artículo en su primera página que, bajo el título de “Lo universitario y lo popular”, decía: “En línea de máxima necesitamos arrasar la cultura burguesa y volver a crear una cultura jerárquica y a la vez popular”.

Este periódico, La Falange de Cáceres, donde se publicaban artículos y poesías de intelectuales como Manuel Machado, da a conocer en su edición de 23 de octubre de 1936 una circular del Gobernador Civil, Fernando Vázquez, del 16 del mismo mes, “contra la pornografía y la blasfemia”, en la que se anuncia que la autoridad “no omitirá ninguno de los medios que tenga a su alcance, imponiendo sanciones a cuantos tengan en su poder libros o folletos que, sobre atentar al buen gusto, puedan servir como estrago de inteligencias que empiezan a formarse”, y llama a los alcaldes y agentes a sus órdenes, entre quienes se encontraban los maestros, “a reprimir de una manera enérgica y constante la tenencia de folletos o grabados a que hago referencia”.

Por último, en la cuarta página del número 77 de La Falange de Cáceres del 27 de noviembre de 1936, el SEU (Sindicato Español Universitario, de carácter fascista), envía un mensaje al camarada obrero: “En estos días habrás oído hablar de purificación de bibliotecas, de selección de lecturas; eso, camarada obrero, no lo necesitábamos nosotros, sino tú”.

Como afirma Ana Martínez Rus en Expolios, hogueras, infiernos, La represión del libro (1936-1951), “había que limpiar, purificar el país de las ideas subversivas que habían adulterado las esencias españolas. Se trataba de suprimir el pensamiento de los vencidos e imponer el de los vencedores” (revista Represura, Nº 8, febrero de 2013).

En Herrera de Alcántara (Cáceres) también se quemaron libros de la Biblioteca municipal durante los primeros días de la guerra. Francesc Tur (El bibliocausto en la España de Franco, 1936-1939), da noticia de la cita referida en el artículo de José Andrés de Blas ya mencionado. En un informe remitido el 29 de abril de 1938 por el Ayuntamiento de Herrera de Alcántara a la jefatura de Archivos y Bibliotecas, se dice textualmente: “Adjunto me complazco en remitirle relación nominal de las obras que hoy figuran en esta Biblioteca Municipal, después de una expurga (sic) verificada en los primeros días del Movimiento Glorioso, que se inutilizaron quemándolos”.

Andrés de Blas también deja constancia del expurgo de la Biblioteca de Alcántara (Cáceres), que contaba con fondos enviados por el Patronato de las Misiones Pedagógicas. En Informe remitido por la Comandancia de la Guardia Civil el 13 de diciembre de 1938, se dice de dicha Biblioteca que “al principio del Glorioso Movimiento Salvador de España se practicó una minuciosa revisión por orden de la autoridad local y fueron retirados e inutilizados algunos libros que procedían del mencionado patronato”.

Como práctica acostumbrada, cuando las tropas rebeldes entraban en una localidad prendían a su paso fuego a los kioscos, ayudados por falangistas y otros paramilitares. Los kioscos se habían convertido en lugar habitual de reunión de obreros y gente humilde, donde en corrillo se discutían las noticias que traían las primeras planas de los periódicos y revistas, expuestas al aire libre, a disposición del público. Aparte de ello, ofrecían a la venta una literatura más asequible a la clase obrera, de carácter revolucionario, tal y como expresó en su libro sobre este tipo de establecimientos Gonzalo Santoja, La novela revolucionaria de kiosco (1905-1939), Ediciones Sial, 2000.

En Montijo (Badajoz), nada más tomar el pueblo los fascistas el 13 de agosto de 1936, destruyeron el kiosco de Juan Rodríguez Pérez, que estaba en la Plaza de la República (hoy de España) y cuya foto acompaña a este artículo, tomada junto a los datos del libro de Juan Carlos Molano Gragera, Introducción a la historia del movimiento obrero en Montijo, editado por la Agrupación del Partido Comunista de España en 1982.
 
kiosko Montijo
Foto: Kiosko de Juan Rodríguez en la Plaza de la República de Montijo.
En la fotografía, entre las revistas colgadas se pueden ver las de Democracia, La verdad social, Claridad, El socialista y otras publicaciones de izquierda. En torno a este establecimiento se juntaban los obreros del pueblo “a echá un rato”, a comentar sus cosas mientras se instruían leyendo las primeras páginas de los periódicos y revistas colgadas.

Juan Rodríguez Pérez, el dueño del kiosco, se había significado políticamente como elemento de izquierdas. Fue detenido durante la huelga de campesinos de 1934, en cuyas movilizaciones Montijo destacó. El periódico Hoy del 3 de junio de ese año daba la noticia de la detención de Pedro Izquierdo y de Juan Rodríguez, ambos de Montijo. El primero, que era impresor, por haber hecho imprimir los manifiestos en sus talleres; el segundo, que era corresponsal de los periódicos de izquierdas, por recoger tales manifiestos “y guardarlos con intención, sin duda, de hacerlos repartir” (extraído de Juan Carlos Molano Gragera, Miguel Merino Rodríguez, dirigente obrero y alcalde de Montijo, 1893-1936, Diputación de Badajoz, 2002).

Juan Rodríguez Pérez, después de haber sido destruido su kiosco, fue asesinado a raíz de la represión que se sucedió en Montijo a partir de finales de agosto de 1936 y que dio comienzo con la festividad de su patrona. Echados sus restos en una fosa común, aún no han sido identificados.

En Montijo no solo se destruyó este kiosco. También se ejerció el expolio, expurgo y destrucción de bibliotecas. En un artículo publicado por Antonia Gómez Quintana (actualmente archivera municipal y anteriormente bibliotecaria) en la Revista de Ferias del año 2003, editada por el Ayuntamiento de Montijo, con el título “Caute legendo. La censura en la Biblioteca del Círculo de Artesanos El Progreso durante los años de la represión franquista”, se da constancia de la relación de libros de tendencias socialistas y comunistas, disponibles en los fondos bibliotecarios de los grupos escolares Giner de los Ríos y 14 de abril (hoy día aún con los nombres dados por el franquismo, Colegio Público Padre Manjón y CP Virgen de Barbaño), enviada al ayuntamiento por el Consejo Local de Primera Enseñanza en atención a la Orden del 4 de septiembre de 1936.

Durante los últimos meses de ese año se recogen en el libro de registro del Ayuntamiento la entrada de tales libros “para su destrucción”, procedentes de los grupos escolares y del Círculo de Artesanos El Progreso. Cabe decir que este Círculo de Artesanos había sido creado siguiendo el espíritu liberal de principios del siglo XX, por artesanos del pueblo, entre quienes se encontraban muchos republicanos y masones. En los primeros días de la guerra este Círculo (hoy día El Casino de la plaza), fue ocupado por los falangistas y utilizado como cuartel general. En él se elaboraban las listas negras que determinaban quiénes debían morir asesinados en las tapias del cementerio.

Según lo expresado en el artículo de Gómez Quintana, en un escrito enviado con fecha de 30 de septiembre de 1936 por el alcalde de Montijo al nuevo presidente del Círculo de Artesanos, le comunica que de la relación de obras de dicho Círculo El Progreso han sido inutilizadas las siguientes: El capital, de Carlos Marx; El derecho de asociación en España, anónimo; Raíz y decoro de España, de Gregorio Marañón; Amor, conveniencia y eugenesia, también de Gregorio Marañón; La persona social, de Giner de los Ríos; Constitución de la República española, de Fernández de Asúa; El Tratado social, de Juan Jacobo Rousseau. Posteriormente, en noviembre, se destruirán también las obras Viaje en vuelo España-América, de Miguel España, y El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca.

La destrucción de los libros mediante el fuego iba más allá del acto como ejercicio de purificación: cualquiera que los poseyera o hubiera poseído y leído era sospechoso y, por tanto, candidato a morir asesinado en una cuneta. Fue lo que le pasó al maestro de Jaraíz de la Vera Severiano Núñez García.

Según relatan Mariano Boza Puerta y Miguel Ángel Sánchez Herrador en El martirio de los libros: una aproximación a la destrucción bibliográfica durante la Guerra Civil, publicado en Boletín de la Asociación Andaluza de Bibliotecarios, Nº 86-87, 2007, este maestro de Jaraíz de la Vera (Cáceres) contaba con una pequeña biblioteca de carácter liberal y progresista que fue incautada por la Guardia Civil cuando la CEDA ganó las elecciones en 1934. Posteriormente, cuando el Frente Popular ganó las de febrero de 1936, el maestro reclamó sus libros, que le fueron devueltos, pero con motivo del golpe de estado de julio de ese año él mismo los destruyó, junto a revistas comprometedoras. Sin embargo, ya era demasiado tarde pues se había significado políticamente al reclamar la devolución de los libros, por lo que fue apresado por falangistas y guardias civiles y asesinado el 16 de septiembre de 1936 frente a las tapias del cementerio de Plasencia. Su cuerpo, en el que se encontraron 20 impactos de bala, fue echado en una fosa común donde se descubrieron evidencias de 85 cadáveres. Hoy día Severiano Núñez García, maestro amante de los libros, cuenta a modo de homenaje con su nombre dado a una calle en su pueblo natal, Barrado.

La destrucción de libros y bibliotecas enteras continuó durante toda la guerra civil, como signo de un régimen totalitario que reducía a cenizas todo pasado comprometedor. El colofón lo puso el bibliocausto del domingo 30 de abril de 1939, apenas un mes después de terminada la guerra, organizado por el SEU de Falange Española en el patio de la Universidad Central de Madrid para celebrar el Día del libro del primer año de La Victoria. Allí el catedrático de Derecho Antonio de Luna abrió un acto donde ardieron, en una inmensa hoguera, cientos de libros, revistas y periódicos. Antonio de Luna, según la información publicada por diversos diarios el 2 de mayo, leyó pasajes de El Quijote mientras los libros ardían, recitando el índice de los autores herejes condenados a la hoguera: Sabino Arana, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Maximo Gorki, Remarque, Freud, Heraldo de Madrid…

Manuel Rivas escribió una excelente novela (Los libros arden mal) que parte del hecho real de la quema de libros en A Coruña, a principios de la guerra. En este relato se narra las vicisitudes que corrieron diversas bibliotecas a partir del golpe de estado, entre ellas el expolio de la que fuera del presidente del Consejo de Ministros de la República, Santiago Casares Quiroga, o de las bibliotecas libertarias de los ateneos populares. Hacia el final de la obra, uno de los personajes que asistió a la hoguera de aquel 19 de agosto de 1936 frente al Club Náutico, orquestada por los falangistas de la ciudad, afirma que los libros ardieron durante dos días enteros. Preguntado por aquella hecatombe cultural, el personaje responde:

-Los restos. Los despojos de los libros. Desprendían un olor a carne muerta.

Fuente:

martes, 12 de noviembre de 2024

Los brigadistas internacionales en la Guerra Civil: “Voy a luchar contra el fascismo, no a meterme en política”

Morandi, en primer plano, con el jefe del sector del norte de Córdoba, Joaquín Pérez Salas, al teléfono.
Morandi, en primer plano, con el jefe del sector del norte de Córdoba, Joaquín Pérez Salas, al teléfono.
Un libro recupera el diario del militar italiano Aldo Morandi durante su paso por el frente republicano en 1936

Más de 40.000 brigadistas procedentes de 53 países llegaron en 1936 a España para enrolarse en la lucha contra el fascismo, algo que muchos de ellos ya venían padeciendo, como exiliados, debido a la deriva de países como Italia, Alemania o Austria. Entre ellos estaba Aldo Morandi, un veterano de la I Guerra Mundial que salió de París junto a otros 50 compañeros italianos a finales de noviembre de 1936 con destino al frente de Andalucía en la Guerra Civil.

El teniente coronel Morandi, que es descrito como un antifascista indómito por sus biógrafos, recogió en un diario su lucha en los frentes del ejército republicano, tanto en Andalucía como en Las Rozas (Madrid), el Jarama y el Bajo Aragón. El original mecanografiado de ese diario, titulado Guardando il Passato. Un Diario della guerra di Spagna (1936-1939) —Mirando el pasado. Un Diario de la guerra de España— de unos 400 folios, fue cedido recientemente por la familia del militar al historiador español Francisco Moreno Gómez, quien, tras un laborioso trabajo de catalogación, ha publicado el libro Brigadistas Internacionales en la España democrática (Utopía Libros). Junto al diario, Moreno recibió casi un centenar de fotografías que aportan una visión y un testimonio hasta ahora inédito del papel que jugaron los brigadistas internacionales en la Guerra Civil. Se estima que más de 9.000 de estos perdieron su vida luchando contra el fascismo en España.

“Esta publicación es un ejercicio de historia y de memoria democrática y también el cumplimiento del compromiso contraído con la familia de Aldo Morandi, en concreto con Miuccia Gigante, su nieta, y con Pietro Ramella, el tutor de su documentación”, señala el historiador. 

Miembros del ejército republicano, en un tanque ruso T-26 en el norte de Córdoba.Miembros del ejército republicano, en un tanque ruso T-26 en el norte de Córdoba

 Utopía Libros

El libro arranca con la salida de París de Morandi a finales de noviembre de 1936, su formación en la base de Albacete y su llegada al frente de Andalucía, sobre todo Lopera (Jaén), en la Navidad de 1936, bajo la XIV Brigada Internacional, con el general Walter como jefe y con el propio Morandi como capitán jefe de Estado Mayor.

El diario del italiano aporta una versión nueva y detallada de la tragedia del 9º Batallón de esta Brigada, con enormes pérdidas, en el choque inesperado con los franquistas en un cerrillo entre Villa del Río y Bujalance, en el norte de Córdoba. “Hubo masacrados, prisioneros, fusilamientos a cargo de los requetés del teniente coronel Luis Redondo, pero más de la mitad del 9º Batallón logró romper el cerco por la noche, hasta verse frenados por el río Guadalquivir. Era la Nochebuena de 1936″, expone el historiador andaluz.

Morandi, ascendido a mayor el 6 de enero de 1937, se traslada con la Brigada y participa en la batalla de Las Rozas. Después narra su paso por la batalla del Jarama, hasta que aparece, con su 20º Batallón Internacional, en la batalla de Pozoblanco, el 17 de marzo de 1937. Después, ascendido a teniente coronel, mandará la 86ª Brigada Mixta, desde el 8 de abril de 1937. Un año completo estará Morandi en el norte de Córdoba, donde relata un sinfín de luchas, fatigas y peligros y se posiciona en el flanco republicano contra la Peñarroya franquista. 
Morandi, en los días de la Batalla de Lopera (Jaén).

Morandi, en los días de la Batalla de Lopera (Jaén)

 Utopía Libros 

Por otra parte, Morandi ofrece muchísimas referencias del llamado “hospital americano”, dirigido por el doctor Friedman, instalado primero en Valsequillo y, a finales de junio de 1937, en un colegio de Belalcázar. Más adelante se pone al frente de la 63 División, con puesto de mando en Villanueva de Córdoba. Allí, discutiendo un día con el gobernador civil, expresa el objetivo de su vida: “Yo he venido voluntario a España a luchar contra el fascismo y no a meterme en política”. “Este era, en realidad, el lema de los brigadistas internacionales y no otros tópicos que se vienen repitiendo sin fundamento”, señala Moreno.

El libro se detiene más adelante en el paso de Aldo Morandi por El Maestrazgo, en el Bajo Aragón, y al frente de la División de Maniobras de Extremadura. Aterrizan en Villafranca del Cid (Castellón), con el objetivo de reconquistar Alcañiz (Teruel), que no consiguen. En realidad, sufren una penosa retirada constante, frente a las tropas franquistas, que avanzan enloquecidas hacia el mar, objetivo que consiguen el 15 de abril de 1938, por Vinaroz (Castellón). “Morandi sufre una depresión y una recaída en su enfermedad crónica de malaria y se da de baja durante el verano de 1938″, apunta Moreno. 
De izquierda a derecha, el comandante Hans Kahle, Luigi Longo y Aldo Morandi.
De izquierda a derecha, el comandante Hans Kahle, Luigi Longo y Aldo Morandi.
Utopía Libros

Otro momento emotivo del libro se refiere a la retirada de los brigadistas internacionales, la despedida en Barcelona, el 28 de octubre de 1938, y el largo camino hacia la frontera, a pie, por Le Pertus, hasta que pasan, “doliéndose de la tragedia de España”, el 7 de febrero de 1939, todos los italianos juntos, los del Batallón Garibaldi, al mando de Morandi. Durante ese mes de febrero sufren el campo de concentración de Saint Cyprien, con testimonios desgarradores. A finales de ese mes, Morandi consigue, a través de un diputado francés, salir del campo y reunirse con su compañera, Vincenzina Fonti. La II Guerra Mundial la pasan en Suiza. La angustia vital de Morandi termina con su muerte en Milán, en 1975. Veinte años después, le seguirá Vincenzina.

Moreno conoció a la familia de Morandi en 2013, cuando publicó su libro Trincheras de la República. A partir de ahí empezaron a enviarle fotografías con las que llegó a organizar una exposición. “Al final ha merecido la pena: la lucha de Aldo Morandi, de sus internacionales y de sus compañeros españoles no ha quedado en el olvido. Siguen viviendo en los que quieren leer y quieren saber”.

Del bisnieto de Darwin a Robert Capa o Hemingway
Centenares de brigadistas internacionales murieron en la Navidad de 1936, durante la batalla de Lopera (Jaén). Ingleses, franceses y alemanes llegaron voluntarios para luchar contra el fascismo. Entre aquellas milicias, se encontraban los poetas Ralph Fox y John Cornford, este último bisnieto del célebre naturalista Charles Darwin y poeta revolucionario en la Inglaterra de principios del siglo XX. El diario de Aldo Morandi destaca el “heroísmo” de estos intelectuales británicos, caídos frente a la cota 320, a la vista de Lopera. Los mandaba otro excepcional capitán inglés, Georges Nathan, caído luego en la batalla de Brunete.

Junto a la zona conocida como barranco del Setal, en Lopera, pervive enterrada en una olvidada fosa la memoria de los jóvenes brigadistas. En 2016, coincidiendo con el 80º aniversario de la batalla de Lopera, se homenajeó a los brigadistas con la presencia de colectivos llegados desde Irlanda, Gran Bretaña o Francia.

Morandi también relata en su diario las visitas de personalidades al frente del norte de Córdoba, como los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro, además de los escritores Simone Weil o Hemingway, a quien le gustaba pasar horas y horas con la unidad de guerrilleros republicanos.

martes, 17 de septiembre de 2024

Nehru, sobre la República española: “Estoy plenamente convencido de que la victoria ha de ser vuestra”

Juan Negrín, durante una visita al frente del Ebro en 1938. Archivo Fundación Juan Negrín.
Juan Negrín, durante una visita al frente del Ebro en 1938. Archivo Fundación Juan Negrín.

Una carta inédita de Nehru revela la fascinación del movimiento anticolonial de la India con el bando republicano español, al que ayudó con comida, dinero, propaganda y una misión médica para defender la democracia.

Esta es la historia de otro mundo y de otro tiempo condensada en una carta de dos párrafos; una misiva mecanografiada que ha salido a la luz tras seis décadas dormida. La firma de puño y letra Jawaharlal Nehru: el histórico líder que liberó a la India de las cadenas británicas, que articuló la resistencia anticolonial impulsada por Gandhi –a base de desobediencia civil– y que unió y dirigió el país desde 1947 hasta su muerte, en 1964. La carta va dirigida al hijo mayor de Juan Negrín y está fechada el 31 de marzo de 1963, más de seis años después del fallecimiento en su exilio parisino del último presidente de Gobierno de la Segunda República Española. Es la historia cruzada del político que resistió sin vencer (al fascismo) y del político que venció resistiendo (al colonialismo).

En esa carta, desconocida hasta ahora, Nehru recuerda algo sucedido un cuarto de siglo antes. Corría el verano de 1938 y la Guerra Civil española se adentraba en su fase más cruenta. Con los sanguinarios bombardeos italianos al Mercado de Alicante y a la ciudad de Granollers (unos 500 muertos en total). Con la agónica resistencia republicana de la Bolsa de Bielsa. Con las tropas franquistas avanzando hacia Valencia y acorralando al Gobierno. Entonces la India era una colonia sojuzgada por el imperio británico. Europa sufría la zarpa del fascismo. Y en el tablero español se estaba jugando el futuro del mundo libre. Y Nehru, que ansiaba la libertad, quiso estar allí. En la Barcelona republicana.

MÁS INFORMACIÓN Nehru y la guerra de España

“Mientras estaba en Barcelona –teclea Nehru en su carta– tuve la primera experiencia en presenciar el bombardeo nocturno de una ciudad”. En aquellos cinco días, con sus cinco noches de bombardeos oídos desde el Hotel Majestic, Nehru vio con indignación que la misma Gran Bretaña que no concedía la independencia al pueblo indio tampoco intervenía en España para defender la democracia. Italia y Alemania sí que apoyaban militarmente a Franco. Pero Gran Bretaña no defendía al Gobierno legítimo de la República. Y fue así como Nehru unió la causa del pueblo indio a la defensa de la República española: una alianza hoy desconocida que desprende el halo romántico de otro mundo, de otro tiempo.

La carta ha aparecido en el Archivo Negrín. El presidente de la Fundación Juan Negrín, José Medina Jiménez, asegura que nunca antes había sido publicada ni se ha mencionado en ningún libro. En su opinión, simboliza la alianza de “dos luchadores en defensa del mundo libre y democrático: Nehru luchando por la descolonización de la India, y Negrín luchando por la República, convencido de que los nazis y los fascistas, si ganaban la guerra, someterían a España y Europa”.
Carta de Nehru, firmada el 31 de marzo de 1963.
 

Carta de Nehru, firmada el 31 de marzo de 1963. FUNDACIÓN JUAN NEGRÍN

Lo cierto es que a Nehru, que llegaba a España para internacionalizar la lucha del Congreso Nacional Indio para la independencia, le conmovió aquella visita. Estuvo presente en los frentes de combate, departió con las Brigadas Internacionales, vio fábricas y talleres en Badalona y Barcelona y mantuvo encuentros políticos con Pasionaria, el president Companys, el general Enrique Líster o el alcalde de Barcelona Hilari Salvadó.

En otra carta enviada a Negrín cinco meses después de aquella estancia –cuando aún todo era posible– Nehru recordaba: “Nunca olvidaré las impresiones que adquirí durante mi visita a España. El valor y la determinación del pueblo español frente a todo género de privaciones es verdaderamente maravilloso e inspirador. Estoy plenamente convencido de que la victoria ha de ser vuestra (…) Será un día grande para la libertad y la democracia mundial aquel en que la República española salga triunfante de su prueba. Puedo asegurarle que el pueblo de la India sigue esta lucha con la mayor simpatía hacia el pueblo español”.

Sin embargo, aquel deseo no se cumplió. Resistir no fue vencer.

Carmen Negrín, nieta del último presidente de Gobierno de la República, detalla el origen de esta carta desconocida, datada en la residencia del primer ministro indio en Nueva Delhi y hoy conservada en el Archivo Negrín de Las Palmas de Gran Canaria. “La carta iba dirigida a mi tío Juan, hijo mayor de mi abuelo. Mi tío quería escribir un libro sobre su padre y pidió recuerdos a varias personas que habían conocido a mi abuelo. Uno de ellos fue Nehru. Aquel libro nunca se escribió, pero quedaron varias cartas interesantes como esta de Nehru”, cuenta. También enviaron cartas para ese volumen figuras relevantes como Vincent Auriol, primer presidente de la IV República francesa, el ministro galo Jules Moch, la intelectual feminista Isabel Oyarzábal o los corresponsales norteamericanos Jay Allen y Herbert Matthews, que contaron la guerra española para los grandes periódicos de Estados Unidos.

Todos recordaban a Negrín. Pero el testimonio de Nehru, rememora su nieta, es especial. “Mi abuelo lo apreciaba. Para él, el colonialismo era incompatible con la democracia, y en eso y en muchas otras cosas coincidía tanto con Nehru como con Gandhi, cuyo pacifismo admiraba”.
 
A la izquierda, Jawaharlal Nehru, primer ministro de India, en Londres en enero de 1950, con Lady Mountbatten. A la izquierda, Jawaharlal Nehru, primer ministro de India, en Londres en enero de 1950, con Lady Mountbatten. GETTY IMAGES

En la misma línea incide José María Ridao, escritor y actual embajador de España en la India. “Nehru rechazaba que la Guerra Civil fuera una lucha entre fascismo y comunismo. Según su análisis, era una agresión de dos potencias totalitarias, Alemania e Italia, contra un sistema democrático. Los comunistas ―recuerda Nehru en su autobiografía― eran una minoría en las Cortes republicanas, por lo que la lucha era, en realidad, entre el fascismo y la democracia española. Y esa guerra, convertida para Nehru en una ‘angustia personal’, contribuyó a afianzar su idea de que la lucha anticolonial debía considerarse parte de la lucha por la democracia, no por la revolución comunista”, explica Ridao.

Precisamente un artículo de José María Ridao en EL PAÍS (Nehru y la guerra de España) hizo aflorar esta carta inédita que reposaba en un archivo que ha sobrevivido a una guerra civil, a una guerra mundial y a varias mudanzas internacionales guardado en cajas de madera y en baúles polvorientos y que la familia Negrín custodió en el exilio durante décadas. La carta, en la que Nehru subraya que su visita a España y su encuentro con Negrín permanecen “como un tesoro en su memoria”, pone de relieve el papel de los líderes de la India anticolonial durante la Guerra Civil española.

Sobre esta materia, tan poco estudiada, ha investigado el profesor Michael P. Ortiz, historiador de la Universidad de Rhode Island. En un trabajo académico publicado en inglés bajo el título ¡España! ¿Por qué? Jawaharlal Nehru, la No-Intervención y la Guerra Civil española, el profesor Ortiz detalla que los anticolonialistas indios se comprometieron con la República española de formas distintas. Organizaron colectas de alimentos, publicaron propaganda antifranquista y visitaron la España devastada por la guerra. Entre todas estas acciones, recaudaron 50.000 rupias para enviar a la República española y hasta desplegaron una misión médica en Barcelona, encabezada por el doctor Madan Mohan Lal Atal, que incluía una ambulancia con el siguiente cartel: “Comité de Ayuda España-India: A los Valientes Demócratas Españoles, del Pueblo de la India”.

En aquellos días de bombas e ideales, Nehru quiso implicar al pueblo indio en la guerra española. Eso le valió algunas críticas hasta en su propio bando por quienes consideraban que se estaba alejando de la realidad de las calles indias. España, a 7.000 kilómetros de distancia, no era una prioridad para un pueblo dividido por credos, por renta, por clases, por castas.

No obstante, aquellas críticas no amilanaron a Nehru. El profesor Ortiz rescata unas líneas escritas por el líder indio en favor de la República española, en aquellos momentos de efervescencia ideológica, que decían así: “No somos indiferentes; no podemos ser indiferentes al coraje y al heroísmo en la causa de la libertad humana. No podemos olvidar que nuestros propios intereses están en juego, nuestra propia libertad por la que trabajamos está en juego. Somos gente pobre y hambrienta, pero aun en nuestra pobreza y miseria nos compadecemos de nuestros camaradas españoles y debemos prestarles la ayuda que podamos, por pequeña que sea”. Nehru prestó esa ayuda. Y siempre lamentó que Gran Bretaña no lo hiciera.

El último recuerdo del abuelo Juan
Han pasado 65 años, más de veinticuatro mil días sin el abuelo Juan. Pero Carmen Negrín, la nieta del último presidente de Gobierno republicano de España, mantiene vivo el recuerdo de aquel hombre con el que se crió lejos de España. En su memoria sigue “con una sonrisa tierna y una mirada clara, directa y alegre”. No quiso verlo muerto. Por eso, en su mente continúa vivo el recuerdo de los últimos momentos. “Sus últimas palabras, según me contaron su compañera durante treinta años, Feliciana López de don Pablo, y mi padre, Rómulo, fueron para mi hermano y para mí. Se preocupó por nuestro porvenir y pidió a Feli, como la llamábamos, que se encargara de nosotros y, en particular, de nuestra educación. Para él, la educación era lo más importante; el conocimiento era la base para cualquier cambio profundo y mejoría de la condición humana, incluyendo la igualdad entre hombres y mujeres. Antes, había pedido a mi padre que transmitiera al Estado español los famosos recibos del oro. Se respetó su voluntad. Y creo que esas dos voluntades últimas reflejan bien su personalidad: su interés por el más frágil (en este caso sus nietos), y su pasión por España y los españoles. En efecto, se hablaba en esos momentos de un posible acercamiento con la URSS y era importante que la URSS no pudiera reclamar nada a los españoles (independientemente de quién los gobernaba). Eso, desafortunadamente, no se entendió (empezando por sus propios compañeros políticos) y ayudó a reforzar su ‘leyenda negra’, como había pasado cuando pidió la aplicación en España del Plan Marshall, el cual, como decía, no hubiera aportado nada más a Franco, pero sí hubiera ayudado a los españoles”, explica Carmen Negrín.

viernes, 16 de agosto de 2024

_- La toma de Badajoz en agosto del 36

_- Fuentes: Ctxt [Foto: Yagüe (a la derecha) junto a Franco en unas maniobras militares en 1946 (Kutxa Fototeka)]





“El montón de muertos que fusilaron ahí llegaba a la ventana del Ayuntamiento de Badajoz. La sangre corría por la calle del Obispo abajo, por la calle Magdalena y por la calle Socorro. Ahora está muy alto porque hay adoquines en las calles, pero entonces estaba más bajo el pavimento y la sangre corría por la calle Magdalena para abajo como agua de lluvia. Y por la calle del Obispo abajo y toda la plaza estaba llena de sangre de los muertos que hubo allí”. Así lo relataba en el año 2006, María de la Luz Mejías Correa, extremeña de 90 años y antigua miliciana de la Juventud Socialista Unificada durante la Guerra Civil, en un libro de memorias editado por Renacimiento y dictado a su nieto. “No sé a cuántos mataron”, continuaba María de la Luz, “pero fueron muchos en toda la ciudad. Fusilaron allí, fusilaron en la plaza de toros y en las paredes del cementerio.

 Mi cuñada Antonia estuvo buscando el cuerpo de su marido y no dio con él. Al parecer, cargaban los muertos en camiones y carros, los llevaban al cementerio y los echaban en fosas comunes. Así fue como pasó esto”.

Durante una campaña de terror planificada, en la que las tropas del teniente coronel Juan Yagüe quebraron todas las normas de la guerra, Badajoz se convirtió en un matadero humano. La “columna de la muerte”, como la ha llamado el historiador Francisco Espinosa, desató una represión salvaje que buscaba paralizar a la población civil y mandar un mensaje al gobierno republicano. Cuando pasan 88 años de aquellos hechos, la masacre de Badajoz continúa sujeta a una intencionada política institucional de olvido. 

En agosto de 1936 fueron los corresponsales internacionales quienes burlaron la censura militar y pusieron ante los ojos del mundo el horror provocado por el carnicero Yagüe. En la actualidad, asociaciones e historiadores locales trabajan para conocer y divulgar lo ocurrido en aquellas jornadas y la represión que siguió en Extremadura tras el sangriento verano del 36.

Entre los proyectos ciudadanos que mejor acogida han recibido figuran los paseos por la memoria que, desde 2017, realiza la Asociación Extremeña de Comunicación Social (Aecos). Con motivo de su último ciclo de actividades “Badajoz: Somos la Memoria”, me entrevisto con José Manuel Rodríguez y Enrique González, profesores de secundaria de Geografía e Historia y encargados de la ruta por los escenarios de la masacre, un proyecto que da respuesta a la inacción, cuando no el negacionismo, de las instituciones extremeñas frente a una historia “por lo general silenciada, cuando no minusvalorada, tergiversada o manipulada”. La conversación tiene lugar por Zoom un día antes del 14 de agosto.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de la masacre de Badajoz? ¿De cuántos días estamos hablando? ¿Qué es lo que ocurre tras la entrada de las tropas de Yagüe?

Enrique González: Hay algo que debemos tener en cuenta. Yo siempre hablo del terror caliente, el de los primeros días. Ahí nos referimos al 14, 15, 16 de agosto principalmente. Más tarde, hay una represión que se extiende casi hasta finales de año. En esos meses, muchas personas huyeron por la frontera de Portugal, pero fueron detenidas y devueltas por las autoridades portuguesas y después fusiladas. Es el caso, por ejemplo, de Armengol Sampérez [gimnasta y político de Badajoz]. Incluso después de la guerra, hay asesinatos por parte de los vencedores hasta el año 45.

En total, las personas que tenemos registradas con nombre y apellido son 1.300. Pero ahí no están las que fueron inhumadas, sin registrar. Por tanto, la cifra real es mucho más alta. La represión se extiende mucho más allá de esos tres días de agosto.

Cuando hablamos de esos días, ¿qué es lo que convierte a Badajoz en un episodio tan impactante en cuanto a su crueldad?

José Manuel Rodríguez: Yo creo que, en Badajoz, la opinión pública mundial vio por primera vez la política sistemática de terror de las fuerzas franquistas. En toda la provincia de Badajoz la represión brutal que llevó a cabo la “columna de la muerte”, como la denominó en su libro el historiador extremeño Francisco Espinosa, fue terrible. Entraron a sangre y fuego en muchos pueblos y ciudades de Andalucía y de Extremadura, conforme avanzaban hacia el norte por la Vía de la Plata. 

¿Qué ocurre en Badajoz? Pues que mucha gente huye de las masacres en esos pueblos y busca refugio en la capital de la provincia. Lo que hace que la masacre sea conocida y haya quedado para la posteridad fue el trabajo de los corresponsales extranjeros, cuando periodistas internacionales cruzan la frontera y pueden relatar sin censura lo que está ocurriendo. Lo que pasó en Badajoz no es nuevo, pero aquí hubo testigos, hubo ojos, hubo corresponsales como Mario Neves y otros muchos, que relataron y contaron en sus medios lo que acababa de pasar. Sus noticias fueron portadas en sus periódicos y esas noticias se conocieron en Portugal, en Francia, en Estados Unidos y en medios europeos.

¿Por qué la violencia en Badajoz alcanza esa escala en agosto del 36?

J.M.R.: Badajoz es una de las provincias donde hay un mayor número de represaliados. El motivo es la fuerza que tenían las masas campesinas que habían osado levantarse, que estaban cansadas de esperar una reforma agraria que no llegó durante los años de la República y, cuando ganan las izquierdas en los días de febrero del 36, ante ese deseo que tienen de hacer una reforma agraria que les haga escapar de la pobreza, de la miseria, de la desigualdad, pues ya están hartas de esperar. El 25 de marzo se organizan y ocupan pacíficamente las tierras. Ese momento es algo que los latifundistas y las personas más vinculadas con las derechas políticas no perdonan. Después del golpe de Estado, lo que se pretende es castigar ese atrevimiento.

Aquí hay dos palabras clave, una es el “escarmiento”. Y por otro lado una idea de purificación, de limpieza, de exterminio, en la misma línea del lenguaje eugenésico que usa ya el fascismo italiano y el nazismo en los años treinta. ¿Cómo se combina eso en la visión de los militares sublevados?

E.G.: Ahondando en lo que ha dicho José Manuel, es necesario poner un foco más amplio. Es fundamental el problema de la tierra para explicar lo que sucede en la Guerra Civil en Extremadura. Hay una represión brutal contra una población que había osado levantarse reivindicando la tierra. Porque eso era lo que se quería: dar una lección. Y eso llega hasta hoy. Si analizamos, no sé, la sociedad extremeña hoy en día, hay una autopercepción, una autoconvencimiento, de que somos bastante apáticos, o pasivos. Esto tiene también raíces históricas. En los años treinta, Extremadura ve germinar movimientos sociales muy fuertes. Desde que comienza la Segunda República, cuando hay más libertades democráticas que permiten reivindicar, reclamar el derecho a la huelga y todas esas cosas, pues entonces los movimientos son mucho mayores, los movimientos de la masa campesina en muchas zonas rurales. 

Hay imágenes de todo eso. De los días del primero de mayo en pueblos de Extremadura en los años treinta. La represión se lleva a cabo para acabar con esas reivindicaciones y esa masa social. Pero luego continúa durante el franquismo. No se va a abogar ya por el reparto de la tierra, que era lo que se había reivindicado en los años treinta. Y eso va a provocar también mucha migración, gente que está en edad de trabajar y que se va a ir a otras comunidades. Esa masa social en otras comunidades, como Cataluña o el País vasco, después va a formar parte de los movimientos sociales y las reivindicaciones, pero Extremadura se queda también sin esa fuerza. Entonces, lo que hay es la intención de cortar de raíz cualquier tipo de levantamiento o de protesta, más allá de otros motivos.

Eran motivos políticos asociados a esa lucha campesina y obrera. Y luego, también, la represión fue brutal porque, más allá de esto, había todavía un grupo de tropas importantes de las que entran en Badajoz, que son los regulares marroquíes, que eran mercenarios de guerra y estaban acostumbrados, en la guerra de África, a utilizar una violencia de niveles extremos, a la rapiña y el saqueo.

También esa mentalidad viene del mando militar, de generales africanistas como los propios Franco y Yagüe, que ponen en práctica, primero en Asturias en el 34 y después a partir del levantamiento en el 36, lo que aprendieron en Marruecos.

E.G.: Esa mentalidad es fundamental en el ejército que se subleva contra la República. Es determinante en su manera de actuar, en su preparación y en su extrema crueldad y violencia, y también es determinante para el desenlace militar de la guerra. Eso está claro.
 
Retrato del general Juan Yagüe, hacia 1939. / Dominio público
Foto: Retrato del general Juan Yagüe, hacia 1939. / Dominio público 

¿Y qué hay en particular en Yagüe? Es decir, ¿quién es Juan Yagüe? ¿En qué medida es relevante su pertenencia temprana a Falange?

J.M.R.: Como Queipo de Llano y otros militares, Yagüe tiene la experiencia de ser un militar africanista que ha venido de las experiencias de las guerras del Rif. Después va a ser influido por la ideología de Falange de Primo de Rivera, que va a ser el molde ideológico del nuevo sistema político de la dictadura franquista. Es de los generales que establecen que hay que aniquilar al enemigo, acabar con esa España roja, como cortar de raíz la mala hierba, para crear así un Estado nuevo con sus principios ideológicos y sus intereses.

Todavía hoy la masacre de Badajoz es uno de los episodios más contestados de la Guerra Civil. Quizás es porque no hay un cuadro de Picasso como sí ocurrió en Gernika. También hay una frase que los periodistas usan a menudo como comodín para no mojarse y es la de “los historiadores no se ponen de acuerdo”. Es cierto que dar un número preciso de víctimas es imposible y va a haber disputas, pero la cuestión principal es: ¿qué es lo que se sabe, cómo puede saberse y por qué sigue habiendo una batalla ideológica tan marcada en torno a la matanza?

E.G.: Primero, porque nunca hubo un registro de las personas asesinadas. Eso da pie a que se hagan cábalas. Y al final, dentro de esas cábalas, hay intereses políticos, ideológicos y demás. Ese es el problema. De hecho, en la mitología franquista, sistemáticamente, lo que ha hecho ha sido negarlo. ¿Cómo podría resolverse eso? Seguramente, si se hubiesen exhumado las dos grandes fosas comunes que hay en el cementerio antiguo. Eso jamás se hizo, y habría permitido tener una aproximación mucho más fiable y más realista. A día de hoy, como explicamos en nuestra ruta, podemos hablar de los datos de las personas que están registradas, las víctimas de las que tenemos los nombres y apellidos.

De agosto a diciembre de 1936 hay más de 600 personas, casi 700, si no me equivoco, de las que tenemos los datos. Y eso el historiador extremeño Francisco Espinosa lo pone en relación con la represión que también se lleva a cabo por la misma columna de la muerte en ciudades como Sevilla y Huelva. Hay un dato ahí que llama la atención. Sevilla es una ciudad que ahora es mucho más grande que Badajoz. Badajoz tenía por entonces 42.000 habitantes. En los casos de Sevilla y de Huelva, sí que se ha podido datar o constatar el hecho de que por cada persona fusilada de las que tenemos nombre y apellidos registrados, hay por lo menos una proporción de cinco o seis víctimas no registradas. En las fosas comunes de los cementerios se anotaba el número de cuerpos, pero no los nombres o apellidos. Eso en Sevilla y en Huelva ha permitido contar con una proyección más realista y más aproximada a la cifra real. 

En Badajoz no tenemos tampoco una forma de contabilizar los cuerpos porque las fosas no se exhumaron. Pero si hacemos una proyección similar, teniendo en cuenta que eran los mismos militares, con la misma filosofía y la misma forma de actuar, y hablamos de que a los represaliados en el 36 se añaden las víctimas entre el 37 y el 45, solo víctimas con nombres y apellidos salen más de 1.300, por lo que la cifra supera los 3.000, casi con total seguridad. Lo que pasa es que eso ya no puede saberse porque no se han llevado a cabo las exhumaciones y, aunque se hicieran ahora, los cadáveres se encuentran en un estado muy avanzado de descomposición. Pero todos los datos ya evidencian que ha sucedido algo mayor que en Sevilla o Huelva. Las cifras de los historiadores serios (Moradiellos, Preston, Thomas) oscilan entre los 2.000 y los 4.000.

J.M.R.: Otro aspecto que no se puede olvidar es que en Badajoz muere asesinada mucha gente que no era de la capital, gente que había huido de poblaciones aledañas y que se refugia allí. Tras los fusilamientos, nadie reclama sus cuerpos. Muchos padres y familiares no preguntan por miedo a las represalias. Eso también explica el baile de cifras.

Más allá de los números, ¿a quiénes se asesina y por qué se les asesina? ¿Cuál es el criterio para estas ejecuciones sumarias? Tanto en los reportajes de Mario Neves como en el de Jay Allen se menciona que las marcas en el hombro por haber llevado un fusil podían ser motivo suficiente para que te ejecutasen.

J.M.R.: Cualquier persona que hubiera militado en un partido de izquierdas o formara parte de un sindicato era un supuesto objetivo. También cualquier persona sospechosa de haber simpatizado con la República o, como ocurre en tiempos de guerra, cualquiera cuyo familiar lo fue, por efecto contagio. Muchas familias pusieron banderas blancas en sus puertas en señal de paz o dieron muestras de adopción al nuevo régimen. Es lo que se consigue con el terror. Pero también se fomenta cualquier sospecha de un vecino, o un conflicto familiar. Para eso estaban las figuras de los informantes y los delatores. Muchos eran miembros de Falange o simpatizan con Falange y señalan a supuestos sospechosos. Hablamos, por ejemplo, del caso de Manuel Carracedo, que era entonces guardia civil y que luego, con el tiempo, llegó a ser general y presidente de la Diputación de Badajoz. Él fue uno de esos informantes que señalaba a quienes debían rendir cuentas y ser fusilados. Eso hacía que cualquier persona pudiera estar en el punto de mira.

Un aspecto muy importante de vuestro recorrido es que visitáis muchos otros escenarios, además de la plaza de toros. De hecho, durante la Guerra Civil, y también por parte de la República, se enfatizó tanto en la imagen de la plaza de toros que hoy es casi una estrategia negacionista decir que tanta gente no pudo morir allí. Entonces, ¿cuáles son los escenarios que recorréis?

J.M.R.: La plaza de toros fue, sobre todo, un lugar de agrupamiento de personas, que acabó siendo un lugar de detención masiva. Hubo fusilamientos allí, pero también hubo fusilamientos en diferentes puntos de la ciudad. En los propios muros de la catedral de Badajoz y en otros puntos próximos a las murallas. Badajoz es una plaza fortificada. En muchas partes de las murallas había impactos de balas. Otro lugar muy icónico son las tapias del cementerio viejo de San Juan, como se puede ver en las imágenes grabadas por el francés René Brut, otro de los fotoperiodistas que acudió a Badajoz.

Ahora que mencionáis a René Brun, ¿qué papel juegan los periodistas en este momento de la Guerra Civil?

J.M.R.: Sobre el papel de la prensa extranjera merece la pena tener en cuenta varios factores. Primero, Badajoz es una ciudad fronteriza, por lo que la llegada de periodistas de otras nacionalidades es más o menos fácil, sobre todo de portugueses. El más conocido es Mario Neves, que entonces era un joven de 24 años, estudiante de Derecho, que trabajaba en Diario de Noticias en Lisboa, y que decide montarse en un tren, llegar a Elvas y allí, antes de cruzar la frontera, recoge los testimonios de masacres que se están produciendo en pueblos de Andalucía y Extremadura. Él fue uno de los que, junto a los franceses Marcel Dany y Jacques Berthet, entran en Badajoz el día después de la masacre y pueden contar lo que ven sin la censura de las autoridades militares. Las tropas franquistas todavía no habían activado los mecanismos de censura, y la masacre aparece narrada a través de esa prensa extranjera, en unos reportajes que, incluso hoy en día, siguen siendo desacreditados por fuerzas derechistas.

Pero hablando de censura, las imágenes más icónicas de lo que sucedió en Badajoz son del fotoperiodista francés René Brut. Se ven los cadáveres incinerados, de los que luego habló también Mario Neves, con esa columna de humo que se veía desde la frontera con Portugal, y también los cadáveres frente a las tapias del cementerio, con los agujeros de las balas, que prueban los fusilamientos.

A partir de la publicación de esas fotos y de la repercusión que tuvieron, el bando franquista empieza a tomar decisiones. Ahí entra en juego la figura de Luis Bolín, que había sido corresponsal de ABC en Londres y responsable de organizar el vuelo del avión Dragón Rapide que llevó a Franco de Canarias a Marruecos al inicio de la sublevación. Este mismo Luis Bolín es nombrado después jefe de prensa de Franco y en un bando ordenará que ningún periodista pueda entrar en una ciudad hasta que no pasen al menos 24 horas desde su conquista. Por eso, René Brut tuvo problemas por sus imágenes y acabó huyendo de España.
 
Portada del Diario de Lisboa el 16 de agosto de 1936.
Foto: Portada del Diario de Lisboa el 16 de agosto de 1936. 

 Para terminar, ¿qué se ha hecho en términos de memoria democrática en Badajoz y qué no se ha hecho todavía?

J.M.R.: Más bien qué no se ha hecho, que es la mayor parte. Si quieres encontrar algo que de verdad recuerde a las víctimas de la masacre en Badajoz, no hay prácticamente nada. Uno de esos escenarios, la vieja plaza de toros, se demolió y se construyó un palacio de congresos en el que, durante muchos años, no hubo mención de lo ocurrido. Simplemente una escultura que tiene un significado muy críptico, de Blanca Muñoz, en la que, supuestamente, cada 14 de agosto a las 12 de la mañana, el sol se proyecta sobre unos tubos de hierro, formando con las sombras una flor en homenaje a las víctimas. Pero no hay nada explícito; necesitas conocer el significado de la obra y es muy difícil de desentrañar; hablando claro, no hay ninguna placa, ningún monolito, ningún monumento que recuerde a las víctimas en la antigua plaza de toros. En el cementerio viejo, antiguamente, podían verse los impactos de bala, pero fueron borrados.

E.G.: Lo único que hay es en el palacio de congresos, la antigua plaza de toros. Lo que se hizo es bastante curioso: no hay nada por allí que te informe al respecto, pero hace algunos años se creó una pequeña exposición con algunos paneles relegados en el vestíbulo, ya en el interior del edificio. Para visitarla tienes que ir a algún acto que tenga lugar en el centro: algún concierto, alguna obra de teatro, algún evento institucional. Pero no es un espacio museístico abierto al público. Quien ve esos paneles, los encuentra de casualidad mientras está allí para otra cosa. Y, por otro lado, en el cementerio hay una pequeña inscripción que se colocó en 1986, 50 años después de la masacre, pero igualmente con una frase bastante ambigua, con mucha prudencia, llamando a que los hechos de la guerra no se vuelvan a repetir.

J.M.R.: Es muy significativo si lo comparas con cómo se recuerdan otros sucesos de la historia de la ciudad, por ejemplo, los escenarios de la guerra de independencia contra Francia. Eso ha sido una constante de quienes han gobernado el ayuntamiento de Badajoz y de quienes lo siguen haciendo ahora: se insiste en determinados períodos de la historia de la ciudad que se han querido divulgar y dar a conocer para promover una determinada gesta heroica y por otro lado, episodios más recientes, que apenas tienen espacios y que, por si acaso, no se han querido contar, o no se cuentan de la misma manera.

Fuente: 

El primer Gobierno de Franco creó desde Donostia rutas para que extranjeros visitasen la Gernika bombardeada

Fuentes: El Diario

Con prohibición de hacer fotografías, el recién creado Servicio Nacional de Turismo metió en 1938 a grupos en autobuses nuevos y se les mostraron escenarios simbólicos de la Guerra Civil como Irún, el cinturón de hierro o Durango con la contienda sin haber finalizado.

Cuando en 1937, en plena Guerra Civil pero con las provincias vascas ya conquistadas en su integridad, el bando sublevado constituyó un Gobierno no democrático y alternativo al legítimo de la II República con capital en Burgos, Vitoria acogió los relevantes ministerios de Justicia y Educación y Bilbao fue la sede del de Industria. Donostia pujó también por ese estatus, pero no le fue posible. Sin embargo, sí se instaló en la ciudad un relevante organismo, el Servicio Nacional de Turismo, entonces adscrito al Ministerio del Interior, cuyo titular era Ramón Serrano Suñer, cuñado de Francisco Franco y uno de los máximos ideólogos de la asimilación del franquismo al nazismo alemán y al fascismo italiano. Y desde Donostia se organizó en el verano de 1938 un plan para mostrar a turistas extranjeros las bondades del nuevo régimen en las zonas conquistadas cuando la guerra no había finalizado aún. Se crearon las “rutas nacionales de guerra” como paquetes de viaje ofrecidos fuera de España para visitar lugares simbólicos para los sublevados. La primera, la denominada “ruta del norte”, arrancó en Irún en julio de 1938, pasó por Donostia y Bilbao e incluso tuvo una parada para que los que se apuntaban, a los que se les prohibía tomar sus propias fotografías, vieran las ruinas de la Gernika bombardeada por nazis y fascistas unos meses atrás aunque la versión franquista culpara de su destrucción a los “rojos”. Después, el trayecto seguía a Cantabria y Asturias.

Foto: Folletos en francés o inglés de las «rutas de guerra» diseñadas por el franquismo en 1938. ELDIARIO.ES/EUSKADI

“La España Nacional se enorgullece de presentar su prosperidad a todo el mundo”, promocionaba la prensa controlada semanas antes del inicio de las visitas. Se vendían como las rutas “de la verdad” para explicar en el exterior la realidad sobre la “cruzada” frente a la versión de los “sóviets”. “Ellos mienten. Nosotros luchamos, vencemos y creamos”, se insistía. La ruta del norte, que fue la única que se pudo poner en marcha en primer término aquel tercer verano de la Guerra Civil, arrancó en Irún, en la frontera hispano-francesa en la que en 1940 se reunirían Francisco Franco y Adolf Hitler y en la que la presencia nazi fue muy corriente durante años. “Irún es el primer pueblo de la ruta de guerra del norte, ruta de la verdad que el Generalísimo abre al mundo para que experimenten todos los hombres de buena voluntad lo que fue el dominio de las hordas y lo que es la prosperidad y el orden del Gobierno de Franco”, se podía leer en el diario ‘Pensamiento Alavés’ junto a una fotografía del centro de la localidad fronteriza.

Seguía hacia Donostia, donde había convenidos tres hoteles para los turistas, el María Cristina, el Continental y el Londres. Precisamente donostiarra era una de las agencias de viaje que colaboró con el proyecto, Cafranga. Antes de Bilbao, donde los alojamientos eran los hoteles Carlton y Torrontegui, en la ruta estaban Zarautz, Zumaia, Mutriku, Deba, Elgoibar, Eibar, Durango, Ondarroa, Lekeitio, Amorebieta-Etxano y, desde luego, Gernika. Muchos de esos pueblos habían sido bombardeados duramente. En el folleto que se editó en varios idiomas se mostraba una fotografía aérea de la villa totalmente aniquilada, así como a dos requetés carlistas protegiendo el árbol símbolo de los fueros vascos. Previamente a pasar a Cantabria y Asturias, los viajeros veían también Balmaseda. En total, eran 1.101 kilómetros en nueve días incluido el regreso al punto de origen, la frontera francesa.
El plan estaba diseñado de modo tal que se editaron grandes folletos en idiomas como el inglés, el francés, el portugués, el italiano o el alemán. La versión anglosajona se titulaba “The path of war in Spain” y, además de las decenas de fotografías de los pueblos del camino y de prisioneros republicanos encarcelados o hacinados en campos de concentración como un reclamo más, venía un retrato de Franco y también de otros de los principales militares golpistas, incluido el ya fallecido Emilio Mola.

Se les comparaba a los turistas el paseo por Gernika y por otros lugares como una estancia “en las Termópilas, en Rocroi o en Waterloo”, escenarios de grandes gestas de la historia. Se citaban también recientes hitos de la I Guerra Mundial como Verdún. “Pero la España nacional es el primer país que ha organizado visitas en tiempo de guerra”, se jactaba el régimen. Se prometían hasta cuatro “rutas de guerra”, pero el 1 de julio de 1938, a nueves meses del final de la contienda todavía, el programa empezó en Irún con la del norte. “Los grupos serán acomodados en hoteles de primera clase dotados con todos los requerimientos modernos”, se les decía. Como facilidad adicional para los forasteros, se apuntaba como logro que la zona conquistada de España había “adoptado” el huso horario de Alemania (“cosa que la República había abolido”).

“Gipuzkoa es una tierra sonriente donde la civilización despliega sus más grandes victorias y recursos. Bizkaia destaca particularmente por su riqueza minera e industrial. […] San Sebastián es destino costero moderno y cosmopolita. Bilbao es considerada la ciudad más rica del mundo […]. Además de las capitales, hay puntos atractivos de la costa como Zarautz, Zumaia o Deba [o] románticos y pintorescos pueblos como Mutriku, Ondarroa, Lekeitio o Bermeo”, se podía leer en ese folleto, que también glosaba las bellezas de Cantabria y Asturias. Sin embargo, ni Vitoria, que fue el primer municipio en ser conquistado por los franquistas tras el 18 de julio de 1936, ni Álava eran parte del viaje.

El paquete turístico costaba al principio 8 libras esterlinas o su equivalente en francos franceses, liras italianas, marcos alemanes o escudos portugueses, lo que evidentemente no cubría todos los gastos particulares. Eran unas 850 pesetas según el tipo de cambio legítimo del momento, es decir, el republicano. Al cambio actual, aplicada la inflación, serían unos 2.300 euros. Eso sí, además de los lujosos hoteles, “para el transporte de los visitantes” se fletaron “autocares confortables y seguros” -de la marca Dodge y matriculados y “guías-intérpretes”. Luego pasó a nueve libras esterlinas en otras ediciones.
 

Los que entraban en Irún -en el archivo municipal de esta localidad constan agradecimientos a grupos de extranjeros que hicieron la ruta- tenían que seguir unas instrucciones muy precisas. El equipaje tenía que ser ligero, como mucho “una maleta corriente por persona” y quizás “un pequeño maletín o efecto de mano” como complemento. Se les recomendaba un “impermeable” a pesar de ser verano pero también un bañador, “pues habrá ocasión de poder tomar baños de mar”. El pasaporte tenía que estar visado por el consulado español en el país de origen. Se facilitaba a los viajeros que cambiaran sus divisas a pesetas, incluso en los propios hoteles, pero se les prohibía sacarlas del país después. En aquellos años había un auténtico caos monetario e incluso llegó a circular una peseta vasca. Los inscritos no podían meter en España mapas; solamente podían usar el folleto creado ‘ad hoc’ por el Servicio Nacional de Turismo. Y muy relevante: “Estará prohibida la entrada y salida de máquinas fotográficas”. Se les vendían postales ya editadas como recuerdo de la estancia.

Los autobuses Dodge fueron comprados ese mismo 1938, a tenor de sus matrículas correlativas emitidas en Bilbao. Iban identificados con una letra y, según las fotografías encargadas por el Ministerio del Interior a un conocido retratista de Donostia, Foto Marín, eran al menos siete, el A, el B, el C, el D, el E, el F y el G. Los extranjeros tuvieron especial interés en ver el cinturón de hierro diseñado para la defensa de Bilbao y se permitieron incluso fotografiarse haciendo el saludo fascista. También posaron en el exterior de la Casa de Juntas de Gernika, junto al viejo roble, uno de los pocos puntos no destruidos por el bombardeo. Esas imágenes muestran el gran cambio paisajístico que se produjo en pocos meses. El hotel Carlton, que fue la sede de la Presidencia vasca tras la constitución del primer Gobierno autonómico dirigido por José Antonio de Aguirre había pasado a tener varios ‘¡Arriba España!’ en su entrada.
Foto: Algunos de los autocares fletados. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Aunque Donostia era ya y siguió en el franquismo como un relevante destino turístico -era la residencia estival del dictador-, las rutas fueron un espejismo. Los años de la II Guerra Mundial supusieron una caída de las entradas de extranjeros. Según datos del Archivo Provincial de Gipuzkoa, en 1940 pernoctaron 1.838 hombres y 658 mujeres y en 1941 ya cayeron a 102 y 53, respectivamente. En 1945, último año de la contienda mundial, las cifras eran de apenas 71 y 54.

El hombre de Franco para poner en marcha en Donostia el Servicio Nacional de Turismo y las rutas fue un andaluz, Luis Antonio Bolín Bildwell. Periodista, con dominio del inglés, fue la persona encargada de organizar el traslado en avión de Franco a África para que se pusiera al frente del golpe de Estado en 1936. Fue máximo responsable turístico del nuevo régimen desde 1938 a 1952. Falleció en 1969. Constan intentos realizados por carta desde Donostia para organizar viajes para estudiantes al margen de las rutas abiertas al público, pero siempre con los mismos fines propagandísticos. 

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