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domingo, 11 de febrero de 2024

Bancos avarientos que destruyen economías y democracias



Ha querido al azar que hayan coincidido dos hechos que merece la pena comentar. El primero, el anuncio de que sólo los cinco mayores bancos españoles ganaron 26.088,1 millones de euros en 2023, un 25,96 % más que el año anterior. El segundo, la publicación de un nuevo libro del economista Gerald Epstein sobre el papel de los bancos en las economías contemporáneas.

Epstein es catedrático de Economía en la Universidad de Massachusetts Amhers y este libro es el resultado, según él mismo ha comentado, de varias décadas de investigación. En esta obra demuestra, con multitud de datos y documentos, que existe lo que llama un auténtico “Club de banqueros” formado por políticos, funcionarios, directores ejecutivos de empresas no financieras, dirigentes de los bancos centrales, abogados y economistas que unen sus fuerzas para defender los intereses de la banca privada y hacer que las leyes le favorezcan.

Gracias a ello, se ha podido imponer una libertad de acción generalizada que permite a la banca desentenderse de la economía real para dedicarse a la especulación financiera llevando a cabo inversiones muy rentables, pero sumamente arriesgadas. Así ha obtenido cada vez más ganancias y poder, aunque produciendo al mismo tiempo la mayor intensidad de crisis financieras de la historia de la humanidad.

Prueba de ello es que no más del 15% de la actividad financiera global se dirige a financiar a la que realizan empresas y consumidores para crear bienes y servicios o consumirlos. El resto, pura especulación improductiva.

Y no sólo eso, es cada día más evidente que la banca de nuestro tiempo es la fuente de donde mana el dinero sucio que utilizan los delincuentes que cometen los delitos internacionales más aberrantes y sostienen el crimen organizado, y que son los propios bancos quienes corrompen y financian la corrupción de la vida social y económica, habiendo sido condenados por ello en docenas de ocasiones, a pesar de la influencia directa que, en todos los países, tienen sobre la administración de justicia. Basta consultar en cualquier buscador de internet para encontrar multitud de noticias, estudios e informes sobre ello y comprobarlo

Los más de 26.000 millones de euros de beneficios de la banca española son una manifestación más de la degeneración del sistema financiero actual. No son el resultado de una actividad que ayude a las empresas y cree riqueza. Son, en realidad, una autentica regalía, el resultado de un privilegio. El que concede el Banco Central Europeo a los bancos cuando lleva a cabo una política monetaria que sólo sirve para aumentar sus ganancias. Les deja que transmitan las subidas de tipos al crédito sin apenas aumentar la retribución de los depósitos que reciben, mientras que les paga más por los que la banca hace en el banco central. Lo cual, además, genera pérdidas en los bancos centrales que tendrán que pagar los gobiernos, es decir, el conjunto de la ciudadanía.

Los beneficios que vienen obteniendo los bancos españoles sólo pueden calificarse como obscenos e insultantes, no sólo por su cuantía exagerada, cuando las empresas y familias pasan tantas dificultades para salir adelante; sino también por ese origen mencionado y porque muestran que la banca actual, como señala Epstein en su libro, ha perdido su función tradicional, la de administrar el ahorro y financiar a quien necesita recursos para crear riqueza y satisfacer necesidades.

El negocio bancario de nuestros días no contribuye a que funcione la economía. Por el contrario, le pone palos en las ruedas, es corrupto, provoca crisis que pagan los ciudadanos y las ganancias ingentes que obtienen dan a los banqueros un poder político y mediático que destroza las democracias, porque su libertad para ganar dinero sin descanso, sin límites y sin miramientos es, por definición, incompatible con la del resto de las personas.

Si viviéramos en un mundo decente no se permitiría que todo esto ocurriera. La actividad bancaria se consideraría un servicio público esencial para la economía y los bancos estarían obligados a proporcionar recursos a empresas y familias solventes, sin poder provocar su escasez artificial. Habría una banca pública para encargarse de la financiación no necesariamente rentable pero imprescindible, y la privada tendría que someterse a ese principio, ser transparente y rendir cuentas; exactamente lo mismo que los bancos centrales que no pueden seguir siendo meros instrumentos al servicio del interés privado.

Lo que hay tras el vergonzoso beneficio de la banca es sólo avaricia y lo que esta esconde lo descubre a la perfección el saber popular: en el arca del avariento, el diablo yace dentro.

Fuente: 

martes, 30 de enero de 2024

Se estanca el progreso social

El capitalismo ha traído consigo los avances más extraordinarios de la historia de la humanidad. Es una evidencia que ya reconocieron Marx y Engels en las primeras páginas de su Manifiesto Comunista. Sin embargo, hay otra quizá más relevante aún e igual de indiscutible: una muy gran parte del mundo capitalista no disfruta de esos avances. Hoy día, cuando disponemos de más recursos y dinero que nunca en la historia humana para poder evitarlo, la mitad de la población mundial no tiene acceso a saneamiento seguro, y cada día mueren 1.000 niños y niñas por falta de agua y unas 25.000 personas por desnutrición.

En las últimas décadas podría decirse que el capitalismo ha sido más capitalismo que nunca, puesto que se ha dado plena libertad de movimientos al capital y se han liberalizado todos los mercados, para que las grandes corporaciones no tengan prácticamente ninguna atadura a la hora de obtener más beneficio. Pero, justo entonces, ha sido cuando más crisis económicas ha habido (más de 400 desde 1970), menos crecimiento económico, peor empleo y menos inversión productiva. El capitalismo de nuestros días solo ha funcionado bien para hacer que los ya de por sí más ricos lo sean cada vez más. Y el progreso social, entendido como la mejora general de las condiciones de vida de la población, se detiene o incluso se deteriora.

Esto último es lo que señala un informe que acaba de publicarse hace unos días en Estados Unidos sobre el progresos social analizado con 12 componentes y 57 indicadores en 170 países. De todos estos, 61 registraron una disminución significativa en 2023, 77 se estancaron y sólo 32 mejoraron.

Es muy significativo que de los cuatro países que han reducido su índice de progreso social desde 2011 dos hayan sido las grandes potencias del capitalismo, Estados Unidos y Reino (junto a Venezuela y Siria). En general, el informe refleja que cuatro de cada cinco personas de todo el mundo viven en países cuyo progreso social se estanca o disminuye.

Estos datos se registran al mismo tiempo que la fortuna de los grandes milmillonarios del planeta se multiplica, tal y como acaba de indicar el último informe sobre la desigualdad global de Oxfam internacional: la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado en los dos últimos años y los beneficios de las mayores empresas aumentaron el 89 %, mientras que la riqueza de las 5.000 millones más pobres se ha reducido.

Vivimos en una economía capitalista, así que no se puede responsabilizar a otro sistema de esta desigualdad a la hora de repartir los frutos del progreso y de provocar la inestabilidad y el mal rendimiento económico que todo eso lleva consigo. Lo que sorprende es que las fuerzas políticas que dicen enfrentarse a estas situaciones no pongan en cuestión las bases del capitalismo ni diseñen un relato de largo plazo alternativo. Entre nosotros, en España, no lo hace el PSOE, a pesar de su nombre, cuyos documentos ideológicos apuntan, si acaso, a “otro capitalismo; ni tampoco las nuevas formaciones de izquierda, como Sumar.

Sin abordar la causa profunda y real de los problemas, y sin luces largas para pensar en el futuro y ofrecer a la gente una propuesta de sociedad diferente, no se podrá avanzar mucho. En realidad, eso es lo que estamos viendo que le ocurre a las izquierdas de todo el mundo en las últimas décadas, demasiado presentismo y mucha superficialidad que las hace incapaces de propulsar cambios sociales de envergadura y las deja impotentes ante la ofensiva de las derechas que hacen política en beneficio de quien más tiene.

domingo, 24 de diciembre de 2023

«El país se hunde»

Me escribe un amigo un mensaje por whatsapp con reflexiones sobre la España de estos días que me parece refleja perfectamente lo que nos viene pasando. O, mejor dicho, lo que viene pasando a una parte de España. Entristece leerlo, pero creo que vale la pena hacerlo y lo difundo con su permiso, aunque sin dar su nombre. 


 Tomado de Juan Torres López.

viernes, 22 de diciembre de 2023

_- Una estafa con nombre decente

_- Larry Fink no se encuentra en el top de las personas más ricas del mundo. Ocupa el puesto 2.478 en la lista que todos los años publica la revista Forbes, pues ”sólo” tiene un patrimonio de 1.100 millones de dólares (200 veces menos que el más rico, Bernard Arnault). Sin embargo, Fink es el consejero delegado de Blackrock, el mayor fondo de inversión del mundo que maneja unos 10 billones de dólares, casi tanto como toda la riqueza de América Latina, el doble de la de Africa, o más de seis veces el PIB de España y sólo superados por el de Estados Unidos y China.

Junto a otros tres o cuatro grandes fondos de inversión, se podría decir que el fondo de Fink es el dueño efectivo en España, como en otros muchos países, de la banca, las compañías de seguros, constructoras, un buen número de grandes empresas industriales, transporte o comerciales, fabricas de armas… y, por supuesto, de los medios de comunicación más influyentes.

Sus inversiones sólo tienen un objetivo: aumentar continuamente sus beneficios a costa de lo que sea. Y ese “lo que sea” significa generalmente que lo que menos importa es mantener viva a medio o largo plazo la actividad de las empresas que adquiere o controla.

Y si les importa poco la vida de las empresas que adquieren, mucho menos les afecta lo que pase con la naturaleza a la hora de ganar dinero.

En 2020, Larry Fink afirmó que “el riesgo climático es riesgo de inversión” y que, por lo tanto, Blackrock iba a vigilar el comportamiento ambiental de las empresas en las que participaba para no invertir en las contaminantes. Pero esa idea no le duró mucho y pronto volvieron a las andadas, invirtiendo allí donde hubiera ganancias, con independencia de la contaminación que se produjera.

Blackrock, Vanguard, State Street y algunos otros fondos más, controlan la principal cartera de inversiones en combustibles fósiles más contaminantes del mundo y diversos estudios han mostrado que es habitual que utilicen su influencia en los consejos de administración en los miles de empresas en donde participan para evitar que se tomen medidas que podrían frenar el cambio climático.

Por si hacía falta algo que confirmara su total ausencia de compromiso climático y que tan sólo buscan el beneficio inmediato, Larry Fink anunció hace unos días que creará un fondo que incluirá inversiones en criptomonedas.

El destrozo ambiental que hace la producción de estas últimas es brutal. Según un estudio reciente de Naciones Unidas, para producir bitcoins que sirven básicamente como activos para la especulación, ha sido necesario utilizar la energía eléctrica que gasta un país de 230 millones de personas, como Pakistán. Para compensar la huella de carbono que generó sería necesario plantar 3.900 millones de árboles, en una superficie equivalente a la de Países Bajos, Suiza o Dinamarca; y el gasto de agua realizado con ese exclusivo fin de especular equivale al necesario para satisfacer las necesidades actuales de agua doméstica de más de 300 millones de personas en las zonas rurales del África subsahariana (di más datos sobre lo que “cuestan” realmente las criptomonedas y su verdadera utilidad aquí).

Para hacer todo eso, incluso recurren al fraude. En 2021 se descubrió que Blackrock y otros fondos encargan la evaluación ambiental de sus inversiones a auditoras que utilizan métricas engañosas para disimular el daño climático real que producen.

Los causantes del extraordinario peligro ambiental al que nos enfrentamos y del destrozo de la naturaleza tienen nombres y apellidos y se sabe perfectamente cómo lo hacen. Lo sorprendente es que, en lugar de ponerlos en evidencia y detener a quienes lo provocan, se les permita controlar los medios de comunicación desde los que nos quieren hacer creer que sólo gracias a ellos podremos solucionar el problema.

Comentario de Wenceslao.

Al capitalismo de nuestros días, revestido de conceptos como libertad de empresa, competencia, responsabilidad social, emprendimiento, progreso… se le podría aplicar lo que decía Ramón Pérez de Ayala sobre las estafas: «cuando ya son enormes, toman nombrDefine la RAE hipocresía como “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” y tenemos también en la forma de proceder lo que llamamos “doble rasero”, diferente modo de juzgar a personas o grupos de personas, por el cual unos reciben un mayor castigo o reprobación que otros por los mismos hechos. Bien partiendo de estas premisas, todo lo que se muestre por estos “sensibles” periodistas es pura hipocresía, está más que demostrado, USA_OTAN asesinó sólo en su invasión de Irak más de 500.000 personas, vimos sus carnicerías vía Wikileaks y clama al cielo que todo ciudadano con dignidad debería de denunciar y que no es otra cosa que si USA ordena a la OTAN taparse la nariz, la OTAN se tapa la nariz y punto, SOLO el día que Europa deje de estar subyugada a USA_ISRAEL, ese día la “denuncia” que se muestra en ese video tal vez tenga algo de repercusión, en la actualidad eso sólo sirve para “hacer” llorar a algunos y el resto se tapará la nariz no sea que el “jefe” se enfade , ya lo dijo Biden hace muchos años, en 1986, el actual presidente de Estados Unidos Joe Biden confesó que la mejor inversión para defender sus intereses en Medio Oriente es en Israel, y en el caso de que ese país no existiera, Estados Unidos inventaría uno, pero es más USA con más de 750 bases militares por todo el mundo, con más de 250 intervenciones militares en terceros países desde 1945 no respeta ni respetará el derecho de los pueblos como reza en la carta de la ONU y Europa asiente esa actitud de su “jefe” sumisamente incluso en contra de su economía y estatus mundial, de la que China, Rusia, India, Irán, Brasil, Arabia Saudí, etc., están tomando buena nota y crean al Brics+, dice el dicho que “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”, esos países han visto lo que le ha hecho USA a Rusia a la que quieren robarle Siberia y no han dudado en unirse para hacer frente al latrocinio de USA y sus súbditos.Europa, la OTAN, es vasalla de USA_Israel, antes y ahora calla ante sus atrocidades, no es la OTAN y su jefe USA ejemplo de nada, son ejemplo de cómo someter por la fuerza a los que no se dejan robar. Buen día. RESPONDER

viernes, 27 de octubre de 2023

¿La mano invisible del mercado o un puño oculto de acero?

Fuentes: Ganas de escribir

Uno de los mitos más extendidos en nuestra sociedad es que la economía capitalista en la que vivimos funciona o puede funcionar guiada tan sólo por una mano invisible que, a partir de la simple iniciativa individual, organiza todo el orden económico garantizando -automáticamente y sin necesidad de ninguna otra intervención- estabilidad y plena satisfacción de los intereses generales.

Es un mito porque la realidad muestra constantemente que las cosas funcionan de otro modo. La economía capitalista no es de libre competencia, sino que provoca una enorme concentración del capital y de la riqueza, de modo que el poder, la capacidad de decisión, también termina estando en muy pocas manos. Y, como consecuencia de ello, tampoco es cierto que todos los individuos disfruten del mismo grado de libertad en el capitalismo. Salvo en el sentido irónico de Anatole France: «Los pobres han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan»

En junio pasado, la revista Forbes publicó su conocido análisis de las 2.000 mayores empresas del planeta. Según sus datos, todas ellas acumulan riqueza por valor de 231 billones de dólares y 538 financieras poseen 171 billones de dólares. Teniendo en cuenta que la riqueza total que hay en el planeta es de 454,4 billones de dólares, según Credit Suisse, resulta que sólo esas 2.000 grandes empresas tienen la mitad de la riqueza mundial y las grandes financieras el 37%.

No es una mano invisible lo que mueve el mundo, sino esas grandes corporaciones que, disponiendo de esa inmensa riqueza, pueden comprar medios de comunicación, universidades, partidos, fundaciones, ong’s… y mantener en nómina a miles de periodistas, académicos, militares y políticos para que difundan la ideología y los mitos que permiten fortalecer su poder, como ese de la mano invisible.

El periodista estadounidense Thomas Friedman, tres veces ganador del Premio Pulitzer y columnista durante mucho tiempo de The New York Times, escribió un artículo en ese diario el 28 de marzo de 1999 en el que lo decía muy claramente, sin perder actualidad: «La mano oculta del mercado nunca funcionará sin un puño oculto: McDonald’s no puede prosperar sin McDonnell Douglas, el constructor del F-15. Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea, Armada y Cuerpo de Marines de los Estados Unidos».

Esa es la realidad. No hay mano invisible sino un puño de acero que se oculta para defender los intereses de las grandes corporaciones. Eso es lo que hay, así se gobierna el mundo y eso es lo que explica el vasallaje de la Unión Europea y de los gobiernos en general ante el poder imperial de Estados Unidos. El gasto militar billonario (un negocio en sí mismo), los conflictos bélicos y la violencia no se producen en defensa de nuestras patrias, ni para defender a la gente corriente y hacerla más libre, como dicen. No es nuestra libertad la que defienden sino la de quien acumula riqueza y poder. A los ingenuos que no se dan cuenta de ello se les pueden aplicar las palabras de Goethe: «Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo».


martes, 24 de octubre de 2023

OPINIÓN. Desigualdad y democracia. JOSEPH E. STIGLITZ

Para mejorar con justicia el bienestar de toda la ciudadanía hay que dejar atrás el capitalismo neoliberal

Estos últimos años hubo mucha preocupación por la retirada de la democracia y el ascenso del autoritarismo, y con buenas razones. Del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, a los expresidentes de Brasil Jair Bolsonaro y de Estados Unidos Donald Trump, tenemos una lista cada vez más larga de autoritarios y aspirantes a autócratas que canalizan una forma curiosa de populismo de derecha: mientras prometen proteger a la ciudadanía ordinaria y preservar viejos valores nacionales, aplican políticas que protegen a los poderosos y echan a la basura viejas normas. Y nos dejan a los demás tratando de explicar en qué radica su atractivo.

Explicaciones hay muchas, pero una que se destaca es el aumento de la desigualdad, un problema derivado del capitalismo neoliberal moderno, al que también se le pueden hallar muchos vínculos con la erosión de la democracia. La desigualdad económica tiene como resultado inevitable la desigualdad política, aunque con diversos grados según el país. En uno como Estados Unidos, donde las donaciones a partidos en las elecciones no están sujetas a casi ningún control, el principio de “una persona, un voto” se ha transformado en “un dólar, un voto”.

Esta desigualdad política se retroalimenta, y eso produce medidas de gobierno que afianzan todavía más la desigualdad económica. Políticas tributarias que favorecen a los ricos, un sistema educativo que beneficia a los ya privilegiados y una regulación de defensa de la competencia mal diseñada y mal fiscalizada que tiende a dar a las corporaciones vía libre para acumular poder de mercado y explotarlo. Además, como los medios están dominados por empresas privadas, propiedad de plutócratas como Rupert Murdoch, el discurso dominante refuerza en general las mismas tendencias. Hace mucho que a los consumidores de noticias se les dice que cobrar impuestos a los ricos daña el crecimiento económico, que los impuestos a la herencia son gravámenes a la muerte, etcétera.

En tiempos más recientes, a los medios tradicionales controlados por los superricos se les han sumado empresas de redes sociales controladas por los superricos; la única diferencia es que las segundas tienen incluso más libertad para difundir desinformación. Gracias a la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones de 1996, las empresas con sede en Estados Unidos no tienen responsabilidad por lo que publiquen terceros en sus plataformas, ni por la mayoría de los otros daños sociales que causan (por ejemplo, a las adolescentes).

En este contexto de capitalismo sin rendición de cuentas, a nadie debería sorprender que tanta gente recele de la creciente concentración de riqueza o crea que el sistema está arreglado. La difundida sensación de que la democracia ha generado resultados injustos debilitó la confianza en ella, y llevó a algunos a concluir que sistemas alternativos podrían ser más eficaces.

Este debate no es nuevo. Hace 75 años, muchos se preguntaban si las democracias podían crecer tan rápido como los regímenes autoritarios. Ahora muchos se preguntan cuál de los sistemas produce más justicia. Pero este debate se desarrolla en un mundo en el que los muy ricos tienen herramientas para moldear el pensamiento tanto en sus propios países como en el exterior, a veces con mentiras lisas y llanas (“¡Nos robaron la elección!”, “¡Las máquinas de votación estaban amañadas!”; una falsedad que le costó a Fox News 787 millones de dólares).

Uno de los resultados ha sido una polarización cada vez más profunda, que obstaculiza el funcionamiento de la democracia, especialmente en países como Estados Unidos con sistemas de escrutinio uninominal por mayoría simple (donde “el ganador se lleva todo”). Cuando Trump fue elegido presidente en 2016 con una minoría del voto popular, la política estadounidense, que en otros tiempos alentaba a resolver los problemas con la búsqueda de acuerdos, ya se había convertido en una competencia desvergonzada por el poder, un torneo de lucha libre donde al menos uno de los lados parece creer que no tiene que haber reglas.

En un contexto de polarización tan excesiva, puede parecer que hay demasiado en juego como para hacer concesiones. En vez de buscar puntos de acuerdo, quienes tengan el poder usarán todos los medios a su disposición para conservarlo (como han hecho abiertamente los republicanos mediante la manipulación del trazado de distritos electorales y medidas para suprimir la participación de votantes).

Las democracias funcionan mejor cuando lo que está en juego no parece ni demasiado ni demasiado poco (en el segundo caso, la gente no sentirá mucha necesidad de participar en el proceso democrático). Hay opciones de diseño que las democracias pueden hacer para mejorar las chances de encontrar este feliz término medio. Los sistemas parlamentarios, por ejemplo, alientan la formación de coaliciones y suelen dar el poder al centro en vez de a los extremos. Otras soluciones que han demostrado ser útiles son el voto obligatorio y por orden de preferencia, lo mismo que la existencia de un funcionariado de carrera dedicado y protegido.

Estados Unidos suele presentarse como un faro de la democracia. Aunque siempre hubo hipocresía (desde la benevolencia de Ronald Reagan hacia Augusto Pinochet hasta el hecho de que Joe Biden no se haya distanciado de Arabia Saudí ni denunciado el fanatismo antimusulmán del Gobierno del primer ministro indio, Narendra Modi), al menos Estados Unidos encarnaba un conjunto compartido de valores políticos.

Pero ahora, la desigualdad económica y política se ha vuelto tan extrema que muchos rechazan la democracia. Es terreno fértil para el autoritarismo, sobre todo la clase de populismo de derecha que representan Trump, Bolsonaro y el resto. Pero ya está claro que estos dirigentes no tienen ninguna de las respuestas que buscan los votantes descontentos. Por el contrario, las políticas que aplican cuando se les da el poder sólo empeoran las cosas.

En vez de buscar alternativas en otra parte, tenemos que reflexionar sobre nuestro propio sistema. Con las reformas adecuadas, las democracias pueden volverse más inclusivas, más responsables ante la ciudadanía y menos responsables ante las corporaciones y los ricos que hoy controlan la billetera mundial. Pero para salvar la política también se necesitan reformas económicas igual de drásticas. El único modo de empezar a mejorar con justicia el bienestar de toda la ciudadanía (y desinflar la ola populista) es dejar atrás el capitalismo neoliberal y cumplir mejor la promesa de prosperidad compartida de la que tanto hablamos.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor distinguido en la Universidad de Columbia y copresidente de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.

jueves, 12 de octubre de 2023

¿Qué es progresista hoy día en España?

La falta de modelo territorial en el PSOE, un partido que se presenta a sí mismo como «de Estado» pero que no tiene clara su configuración territorial y funcional, la deriva soberanista de los dirigentes más influyentes de Sumar, y el papel determinante para conformar mayorías que tiene el nacionalismo supremacista y neoliberal de Junts se están convirtiendo en una mezcla explosiva.

No voy a debatir ahora si el tema de las lenguas es prioritario o no, la constitucionalidad de la amnistía, o si conviene celebrar una consulta en Cataluña. Yo creo que el plurilingüismo enriquece a una nación; siempre he pensado que vencer y perdonar es vencer dos veces, como escribió Calderón de la Barca; y soy partidario de que los pueblos puedan decidir por sí mismos su futuro, así que nada mejor que una consulta, algo -por cierto- que hasta el propio Rajoy reclamó formalmente a Zapatero para Cataluña el 25 de abril de 2006 en el Congreso de los Diputados.

Lo que me parece que el PSOE y Sumar están haciendo mal en la presente coyuntura son dos cosas. Una, permitir que el independentismo establezca el orden de prioridades, haciendo que el debate político y social gire en torno a cuestiones (como la amnistía) que no son las fundamentales para lo que a mí me parece que es el cogollo de la política progresista: mejorar las condiciones de vida de los grupos sociales más desfavorecidos. Y otra, dejarse llevar por la lógica del independentismo y el soberanismo que (lógica e incluso legítimamente) implica debilitar la fortaleza del Estado del que quieren separarse.

Este último me parece un error garrafal porque, sin un Estado fuerte y que funcione bien, es imposible llevar a cabo políticas progresistas. Máxime, cuando además formamos parte de un entramado supranacional que ya disminuye por su cuenta nuestra capacidad de decisión y maniobra, y no siempre en beneficio de ese tipo de políticas.

Pondré cuatro ejemplos para que se entienda mejor mi preocupación y lo que quiero señalar. a) Según acaba de demostrar Funcas, la carencia material severa de los españoles más pobres no ha dejado de subir desde 2019. b) Más del 60% de las familias que debían recibir el Ingreso Mínimo Vital que aprobó el gobierno progresista no lo han recibido y sólo ha llegado a la quinta parte de la población bajo el umbral de pobreza. c) La desigualdad ha aumentado en España en los últimos años de gobierno progresista. d) También se ha incrementado la violencia de género.

Si ha habido quizá más voluntad que nunca para resolver esos problemas y se ha dado prioridad a los recursos destinados a ello, algo debe estar fallando, y yo me planteo una hipótesis de la que tengo la impresión de que no se quiere hablar en los medios progresistas: ¿no podría ser que tengamos una organización territorial y funcional del Estado inadecuada, con una central y 17 autonómicas ineficientes que, en conjunto, no están funcionando como debieran?

No soy partidario del Estado centralista y menos en una España tan diversa y plurinacional como reconocen la propia Constitución y los diferentes estatutos de autonomía. Pero eso es una cosa y otra no entender que, si se quiere hacer política progresista, se necesita un Estado fuerte, equilibrador y eficiente, y no débil. Lo contrario de lo que resulta cuando se cede permanentemente ante las demandas y prioridades del nacionalismo del privilegio y del independentismo.

miércoles, 11 de octubre de 2023

Arruinando la economía desde 1970

La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder

 (Eduardo Galeano)


La economía capitalista desde 1974 en adelante, solo para poner un año de referencia, se asemeja mucho a la leyenda japonesa del espíritu Aka-Manto, un espectro que aparece en lugares públicos para darle a elegir a sus víctimas entre dos papeles: uno azul y otro rojo. Si la víctima selecciona el papel rojo, Aka-Manto procederá a cortarle el cuello con un cuchillo hasta teñir su ropa de rojo con la sangre de la víctima. Si se elige el color azul, el espíritu lo estrangulará hasta la muerte, logrando con ello que su rostro y piel adquieran la misma coloración azul del papel. El mundo no ha podido escoger otro color, y cuando tímidamente lo hizo entre tenues gamas de grises, la consecuencia fueron las mismas, la muerte. Al parecer la única posibilidad de sobrevivir sería indicarle al fantasma que en economía no se necesita papel alguno para el juego, se puede elegir otro pasatiempo donde no siempre los trabajadores y los pobres sean víctima o mártires.

Casi todos los indicadores desde 1974 a la fecha tienen la misma lógica que la comparación entre productividad y salario real de Estados Unidos mostrada en el cuadro. Desde 1979 a 2022 la productividad creció un 69.6%, mientras que los salarios por hora lo hicieron en un 11.3%, es decir, 6.15 veces menos que la productividad. ¿Quién se quedó con la diferencia? Si el indicador fuera el salario real, (descontándole la inflación) el salario ha estado más congelado que Wall Disney durante los últimos 43 años.

La productividad mide cuánto ingreso total se genera en toda la economía. El salario se define como la compensación promedio de los trabajadores, la referencia apropiada sería el “salario medio de los trabajadores”, aproximadamente el 80% de la fuerza laboral estadounidense. Como muestra la figura, los salarios de estos trabajadores aumentaron junto con la productividad desde 1948 hasta finales de los años setenta. Pero eso no sucedió por casualidad, ocurrió porque se adoptaron políticas específicas con el objetivo intencional de distribuir ampliamente los beneficios del crecimiento entre las clases capitalista y los trabajadores. Cuando se abandonó estos objetivos político intencionales, a finales de los años 1970 y después, los salarios y la productividad divergieron.

La coyuntura actual se parece a la de los años setenta, pero se ha desmejorado de manera inhumana desde entonces. La economía está saliendo de dos crisis, 2008 y la pandemia de 2020, como lo hizo durante la estanflación (recesión con inflación) de los años setenta, idéntica definición en la actualidad. Pero si bien la inflación se aceleró, ha sido notoriamente menor a la crisis del petróleo de mediados de setenta, como muestra el cuadro, aunque el crecimiento ha sido peor. La energía si tuvo un fuerte aumento como muestra el gráfico, pero a diferencia de los setenta, la eficiencia en su gasto, apoyada en terribles políticas energéticas de austeridad, incrementos de la tasa de interés que congelaron la demanda, llevó a que los efectos fueran menores a las de los años setenta.

Evolución precio del barril de petróleo a valores 2010
Otro punto a tener en cuenta por su similitud con la actualidad es que la estanflación de los setenta coincidió con la primer ola global de deuda. Entre 1960 y 2020 hubo cinco recesiones globales, 1975, 1982, 1991, 2009 y 2020, según los estudios del Banco Mundial (véase Recesiones Globales), la deuda pública aumentó entre 4 y 15 puntos porcentuales del PBI durante los cinco años posteriores a estos eventos. Es decir, las deudas estatales aumentaron un 4% del PBI entre 1975-1980, en 15% entre 1982-1987, 9% entre 1991-1996 y 4% entre 2009 y 2014, para cerrar con un 100% en un año para el 2020. Pero lo importante es que durante el fin de los años setenta y los ochenta, los niveles de deuda de América Latina explotaron, condenándola para el futuro en un sistema de endeudamiento perfectamente diseñado. A cada recesión la caída fue mayor, la salida más tardía y las perdidas más intensas y sostenidas, y la concentración del ingreso más notoria. Esta lógica llevó a la recomposición de esta extraña ecuación donde, desde los años sesenta en adelante, los salarios se estancaron, la inflación se elevó, la pobreza aumentó y la riqueza se concentró de manera desmedida.

Todo va de la mano. Las bajas tasas de interés permitieron que los petrodólares fueran prestados como deuda a economías en vías de desarrollo en la primera ola de deuda, que se aceleró en 2010 con la cuarta ola que, hasta antes del 2020, significó el más amplio y rápido aumento de deuda de las economías de mercados emergentes de los últimos 50 años, especialmente en América Latina y los países de bajos ingresos. Si bien las similitudes son preocupantes, las diferencias llaman más la atención que las semejanzas. En el trascurso de estos 43 años sucedió algo que modifico la ecuación. Las materias primas subieron menos que en los setenta, pero deberían de haber alentado a los países exportadores de petróleo y alimentos del sur global a tener un mejor pasar, y no lo hicieron. Deuda, inflación, congelamiento salarial, beneficios por productividad y concentración del ingreso aumentaron la degradación económica de las sociedades.

A partir de finales de la década de 1970, los formuladores de políticas comenzaron a desmantelar todos los baluartes políticos que ayudaban a garantizar que los salarios de los trabajadores crecieran con la productividad. Se toleró el exceso de desempleo, disciplinando los salarios para mantener bajo control cualquier posibilidad de inflación. Los aumentos del salario mínimo se hicieron cada vez más pequeños y raros, y en algunos casos completamente desfasados. La legislación laboral no logró seguir el ritmo de la creciente hostilidad de los empleadores hacia los sindicatos. Se redujeron las tasas impositivas sobre los ingresos más altos, y fueron eliminadas políticas fiscales progresivas, como quienes más ganan, pagan más. Desregulaciones contra los trabajadores –desde la desregulación de las industrias del transporte por carretera y de las aerolíneas hasta el retroceso de la política antimonopolio, el desmantelamiento de las regulaciones financieras y más – tuvieron éxito una y otra vez.

En esencia, las decisiones políticas adoptadas para suprimir el crecimiento salarial impidieron que  el crecimiento salarial potencial,  impulsado por el aumento de la productividad, se tradujera en un  crecimiento salarial real para la mayoría de los trabajadores. El resultado de este cambio de política fue la marcada divergencia entre la productividad y el salario medio de los trabajadores que se muestra en el gráfico. Una aumenta de manera desmedida mientras la otra se mantiene estable.

Después de 1979, la productividad creció a un ritmo significativamente más lento en comparación con décadas anteriores. Pero como el crecimiento salarial del trabajador medio se desaceleró aún más, surgió una gran brecha entre productividad y salario. La creciente fisura en medio de una desaceleración del crecimiento de la productividad nos dice que, el mismo conjunto de políticas que suprimieron el crecimiento salarial para la gran mayoría de los trabajadores durante los últimos 43 años, también estuvieron asociadas con una desaceleración del crecimiento económico general. En resumen, el crecimiento económico se volvió más lento y más radicalmente desigual.

Una cosa es clara, si los costos están congelados y los precios aumentan, quien se queda con los beneficios son quienes obtuvieron las mayores ganancias desde la década de 1980. Se llama rentabilidad. Costos laborales estables, costos estables de los bienes intermedios y precios de los productos exorbitantes, la diferencia está en los beneficios. Pero esta idea se ha ido madurando durante todos estos años. Pérdidas de beneficios, flexibilización laboral, pérdida del poder de compra, hace que en la actualidad el desempleo no sea un problema, sino el valor del salario. Los asalariados son pobres.

Las políticas monetarias apuntan a bajar la inflación y reconstruir reservas ante la falta de crédito por el ahogo de la deuda dado los aumentos de la tasa de interés. Las políticas fiscales son presas de la austeridad para bajar subsidios y beneficios y no brindar incentivos a la producción, sólo pagar las deudas. El mundo se acostumbró a que los pobres sigan pobres y los ricos tengas facilidades crediticias y fiscales para poder generar trabajos con menores sueldos, más flexibles, sin aportes, o directamente marginales.

La creciente brecha entre la productividad y el salario típico de los trabajadores es que los ingresos van a todas partes excepto a los sueldos del 80% inferior de los trabajadores. Si no termina en los bolsillos de los trabajadores, ¿adónde se fue todo el crecimiento del ingreso que implica la línea de productividad creciente?

Los multimillonarios aumentaron su riqueza en 3,9 billones de dólares entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020, y los 10 más ricos experimentaron colectivamente un incremento de 540.000 millones de dólares, según Oxfam. Los multimillonarios han tenido una pandemia increíble, los diez más ricos duplicaron su patrimonio y 160 millones de personas han caído en la pobreza durante la COVID-19. Pero no fue la pandemia, sino el modelo creado desde fines de los setenta. El mismo que a cada paso, cada año, arroja una mayor pobreza sin dar solución alguna a los problemas sociales. Así nace, se reproduce y crece el tsunami fascista, si nadie da soluciones, ¿quizás ellos sí?

Lo extraño es que queda claro quien se quedó con la productividad de hacer un vaso. Y después de hacer 10 vasos con el mismo personal, o menos, y en menos tiempo, con el mismo salario, pero con un precio por vaso 10 veces mayor. Bienvenidos a la estanflación de los setenta, menos crecimiento, más inflación, deuda ilimitada, menos Estado, menos salarios y con el Estado del bienestar en franca desintegración. Todo este orden es aceptado y no cuestionado, todo sea por admitir las responsabilidades de los compromisos asumidos, aunque los hijos también son compromisos y quieren comer, pero eso es otro capítulo.
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miércoles, 27 de septiembre de 2023

El responsable de economía del PP no tiene idea de economía

El vicesecretario y responsable de economía del Partido Popular, Juan Bravo Laguna, acaba de publicar un video (aquí) en el que demuestra que no tiene ni idea de economía. No se pueden decir más barbaridades en menos tiempo.

Dice Juan Bravo: «Debemos aplicar esa sabiduría popular, eso que todos hacemos en nuestras casas, a las cuentas públicas… no gastar lo que no se tiene».

Es una barbaridad porque la naturaleza y la función económica de los hogares y las del Estado de ninguna manera se pueden comparar. Las diferencias principales son muy fáciles de entender y las sabe cualquiera que haya estudiado primero de economía: el Estado se puede endeudar a eternidad, algo que nunca podrá hacer una familia; un Estado puede disponer de su propia moneda, de modo que se podría endeudar consigo mismo, lo cual no supone el mismo problema que hacerlo con un tercero; cuando el Estado gasta, crea sus propios ingresos; el gasto que realiza el Estado se convierte automáticamente en una cantidad mayor de renta para el resto de la economía… En contra de lo que dice Juan Bravo, aplicar el criterio del gasto familiar al Estado llevaría a la ruina de cualquier economía.

Es también una barbaridad promover la reducción de todo tipo de gasto del Estado. El que realiza en inversión es imprescindible, literalmente imprescindible, para que haya inversión y beneficio privados. Prácticamente ni una sola empresa privada obtendría ganancias sin inversión pública y sin el gasto del Estado en bienes y servicios públicos. La barbaridad no es que el Estado se endeude, como dice Bravo, sino que deje de hacerlo y que, por esa causa, no se cree el capital necesario para que la economía funcione. La barbaridad sería no endeudarse y financiar gastos o inversiones que van a crear riqueza durante un largo plazo con dinero actual.

Por todo ello, son las políticas de recortes que el PP defiende las que más deuda han generado siempre y siguen generando.

Por otro lado, el responsable de economía del PP demuestra ser muy ignorante o muy cínico cuando achaca la deuda pública española a la izquierda. Su peso en el PIB aumentó una media anual de 2,4 puntos porcentuales con los gobiernos de Felipe González, 3 con Zapatero y 4,4 con los de Rajoy. Es verdad que bajó casi 14 puntos con Aznar, pero no por gastar menos, sino por computar en esos años los ingresos por la venta de las grandes empresas públicas españolas. ¿Y acaso le parece mal que el de Pedro Sánchez se endeudara en mayor medida para hacer frente a la pandemia, como hicieron todos los gobiernos del planeta? ¿Qué hubiera hecho el PP, dejar que se hundieran miles de empresas españolas?

Olvida Bravo otra realidad: han sido municipios de derechas los que más han aumentado la deuda en España, mientras que los de izquierdas han tenido que reducirla. Deja también a un lado algo fundamental: la deuda no es un gusto de quien pide prestado, sino un negocio de la banca que aumenta por la influencia que esta última tiene y que se convierte en una esclavitud para los endeudados.

También se equivoca o miente Bravo con otra cuestión: achaca a Pedro Sánchez el mayor crecimiento de la deuda de la Seguridad Social cuando lo cierto es que en los dos últimos años de Rajoy se multiplicó por 2 y por 1,4 en los dos primeros del socialista, hasta que la pandemia provocó la crisis. Y engaña Bravo de una manera vergonzosa cuando, hablando de esto último, dice «no nos han dado nada. Todo está en deuda». ¿Las pensiones y las demás prestaciones que proporciona la Seguridad Social a los españoles son «nada»? Es cierto que el conjunto de los españoles se ha endeudado para financiar todo ello, pero eso no es despilfarro, se llama solidaridad. Lo que hay que hacer es encontrar más ingresos, no acabar con las pensiones o la sanidad pública y las prestaciones sociales, como hace el Partido Popular, por cierto, sin decírselo claramente a la gente.

A la ignorancia de Bravo se une la demagogia y critica que Pedro Sánchez viaje acompañado de asesores a las cumbres internacionales. ¿Dejaría el PP que Feijóo, que ni siquiera sabe expresarse en inglés, fuese solo a esas reuniones? ¿Viajan solos otros líderes internacionales, o van acompañados de más gente cuanto más poderosos o influyentes son?


Ignorancia, demagogia y engaño a los españoles. El cóctel explosivo de quienes alardean de honestos y patriotas.

sábado, 22 de julio de 2023

_- Mazzucato: “Es un problema que muchos Gobiernos se muevan hacia el populismo”

_- La profesora de la UCL defiende un papel central del Estado y alaba la actitud del Ejecutivo español por haber sabido innovar pese a la coyuntura hostil

Es una de las economistas más brillantes del panorama internacional, tiene una prolífica producción literaria y ha asesorado a instituciones y Gobiernos a lo largo y ancho del globo. Hasta el Papa recomendó leer uno de sus libros, El valor de las cosas (Taurus, 2019). Mariana Mazzucato (Roma, 55 años), profesora de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres (UCL), defiende un Estado fuerte, ambicioso, que sea capaz de innovar y crear riqueza. En cambio, alerta sobre las políticas de austeridad —”no funcionan”— y la ultraderecha: “Es un problema que muchos Gobiernos se muevan hacia el populismo”, zanja durante una entrevista por Zoom.

Pregunta. ¿La pandemia y la crisis energética han reforzado el papel del Estado o se ha perdido una oportunidad?
Respuesta. En algunos países se ha perdido la oportunidad. En el Reino Unido, donde vivo, las ayudas a las empresas durante la covid no estaban condicionadas a que fueran buenas. En España, a las empresas que han recibido ayudas para mitigar el impacto de la inflación no se les permite despedir alegando un aumento del coste de la energía. Es parte integrante de la ayuda. Es como un dar y recibir, que yo llamo relación simbiótica, en oposición a la parasitaria. Así se van forjando buenas relaciones público-privadas.

P. Además de estas colaboraciones, ¿qué más hace falta para que el Estado no sea un simple regulador?
R. En mi reciente libro The Big Con (La gran estafa) digo que hay que invertir en la capacidad del Estado, forjar buenas alianzas público-privadas, fortalecer los sistemas de salud, darnos cuenta de que estamos todos juntos, por ejemplo en el cambio climático. El coste de la inacción es muy superior al de la acción. No sirve decir que todo apesta, que las empresas son malas, que el Gobierno es malo... Necesitamos entender dónde las políticas gubernamentales y comerciales inteligentes y el sector público-privado inteligente han fortalecido las economías. La tasa de inflación española ha bajado tanto en comparación con otros países en gran parte por el tope al precio del gas [para generación de electricidad, la llamada excepción ibérica], los límites a los aumentos de los alquileres de vivienda, la gratuidad del transporte público y, quizás lo más importante, la fiscalidad sobre los beneficios caídos del cielo. Ningún Ejecutivo es perfecto, pero me han impactado las políticas mesuradas de este: nada demasiado extremo, pero siempre pensando en qué se puede hacer para contener los costes para los ciudadanos, ayudar a las empresas, pero pidiéndoles algo a cambio, y fortalecer la capacidad del Gobierno.

P. Los Gobiernos suelen diseñar políticas de corto plazo, porque innovar puede llevar a cometer errores que luego suponen un castigo en las urnas.
R. Has metido el dedo en la llaga. Aceptamos la experimentación de las empresas. Admitimos que, por cada éxito, hay muchos fracasos. Pero en cuanto el sector público comete algún error está en la primera plana de los periódicos. No le permitimos experimentar. Por eso he estado proponiendo que se invierta en laboratorios gubernamentales. Chile tiene El laboratorio del Gobierno. Hacer las cosas bien no siempre es un proceso lineal. Es en parte por eso que los Ejecutivos subcontratan a empresas de consultoría, para que alguien más cometa el error. Pero la clave es aprender de los fracasos. No basta con fracasar. Y eso solo puedes hacerlo si inviertes en tus capacidades. Volviendo a España, creo que se han hecho muchas cosas bien. También cosas mal, como todo Gobierno.

P. ¿Es más importante redistribuir o crear valor?
R. Si solo se piensa en la redistribución no queda nada que crear. Hay que invertir lo suficiente en lo que crea valor, por ejemplo la I+D. El Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia de España está muy enfocado a la investigación y desarrollo. . Hay 50 millones para misiones de I+D en torno a la inteligencia artificial. Existe el programa RETECH IA, con 260 millones, y el PERTE de la nueva economía del lenguaje. Todo esto es crear valor.

P. Ha habido críticas a este Gobierno por dar ayudas generalizadas contra la inflación.
R. Los impuestos, por supuesto, tienen que ser progresivos. España tiene un gravamen solidario a la riqueza e impuestos sobre los beneficios caídos del cielo, que no perjudican a las pequeñas empresas. La pregunta es, ¿qué hacer con lo que se recaude? Ahí está la creación de riqueza. Se necesita de una tributación inteligente y progresiva que vaya a un fondo común para mejorar la vida de los ciudadanos, financiar el transporte público gratuito o reducir la factura energética. La creación de riqueza también es reinvertir ese dinero en políticas que aumentan la productividad.

P. ¿Estos impuestos deben mantenerse?
R. Depende. A escala mundial, las farmacéuticas siempre consiguen lo que yo definiría beneficios excesivos, porque cobran demasiado por los medicamentos aunque hayan recibido inversión pública. En ese caso, el cambio debe ser permanente. Es más bien asegurar que los precios son justos. Idealmente, se necesita un sistema en el que los beneficios de las empresas son los adecuados desde el principio. Eso requiere, como argumenté en mi libro El valor de las cosas, que los gobiernos comprendan mejor la diferencia entre ganancias y rentas. Es algo de lo que hablaron Adam Smith y David Ricardo. No es una noción marxista. Las empresas deben obtener beneficios. No se resuelve nada con la caridad. Pero necesitamos una teoría que nos diga si son demasiados.

Muchas energéticas empezaron a ganar demasiado no porque fueran innovadoras, sino por un shock en el sistema global, y debemos gravar estos beneficios excesivos. Si estos impuestos tienen que ser permanentes depende de la capacidad de un gobierno para distinguir qué ganancias provienen de las inversiones de una compañía, de su innovación, y cuáles de una guerra u otra crisis internacional. Además, en este momento tenemos un problema en el mundo: hay muchos Gobiernos que se están moviendo en una dirección populista. En Italia también podemos decir fascista.

P. En España es probable que la extrema derecha entre en el Gobierno con Vox.
R. Es un problema enorme. Por eso hay que saber qué ha hecho un país. Lo que ha hecho en España el actual Gobierno es muy positivo comparado con lo que veo en muchos países. En el Reino Unido, después del Brexit no hay una fórmula para que lo público y lo privado trabajen juntos en la transición energética, la brecha digital, la salud. En Italia, mi otro país [aclara que tiene nacionalidad estadounidense, británica e italiana], se ha dejado de invertir en la administración pública. Falta un pacto sólido entre sindicatos, gobierno y empresas. Muchos trabajadores se han sentido engañados y han votado a la derecha. En la izquierda se han pelado entre ellos durante años y esto ha provocado que no haya tenido una actitud progresista como en España.

En España, este Gobierno ha desarrollado unas políticas muy importantes sobre energía, objetivos de desarrollo sostenible, pactos con empresas, trabajo… Creo que esto es el futuro del capitalismo. El siglo XXI necesita este tipo de actitud. También habrá cometido errores. El problema es si la gente siente que no puede llegar a fin de mes y por ello vota a una derecha que solo ataca a los inmigrantes, la burocracia, la criminalidad... Además de una manera insensata. La criminalidad no se lucha solo con más policía, sino invirtiendo en sus causas, que a menudo son socio-económicas. Un gobierno debe invertir en las personas con buena educación, prestaciones, políticas de vivienda... Pero no se hace o, si se hace sin contarlo, sin tener un relato, también es un problema.

La narrativa de la derecha siempre va contra alguien: los inmigrantes, el Gobierno, Europa… Lo he visto en todos los países. El Ejecutivo de Sánchez no ha sido uno necio que solo ha pensado en la redistribución. Ha usado una estrategia sostenible, ayudando a las empresas, promocionando a aquellas que invierten verde y a la vez ha desencentivado el exceso de ganancias, lo que no significa desincentivar los beneficios. Creo realmente en esa estrategia: crear riqueza, invertir en tecnología, salud, capacidad de las ciudades y tener impuestos progresivos.

P. Los países europeos, entre ellos España, han disparado su deuda con la pandemia. Bruselas está pidiendo recortes. ¿Habrá una vuelta a la austeridad?
R. Los recortes, como se hicieron después de la crisis financiera, con la austeridad, no han funcionado. Lo que importa más en la ratio deuda PIB son las inversiones, tanto públicas como privadas, que se hacen en el denominador. Hay que cortar donde hay despilfarro, siempre y no solo ahora, pero también invertir en lo que crea valor: educación, I+D, programas de IA aplicada a la salud, agricultura, energía. Solo recortar, esperando que la deuda baje, no funciona. Si el PIB no crece, si la productividad no crece, volvemos otra vez al punto de partida.

Es muy importante que no haya otra ola de austeridad. La inversión pública en el corto plazo puede elevar la deuda, pero en el largo la baja, porque crea la riqueza con la cual financiarla. Los países que solo aplican la austeridad no crean riqueza y la deuda sigue creciendo. También porque emergen problemas de salud, de criminalidad… La falta de buenos sistemas de salud y de educación pueden suponer un coste mayor al Estado que invertir más desde el principio.

P. Hay que hacer predistribución.

R. Exactamente.

jueves, 20 de julio de 2023

Elecciones en España: por qué los ciudadanos tienen una visión tan negativa de la economía del país si esta crece más que la de Alemania o Francia

Si se le pide a un español que valore la situación económica de su país seguramente la califique negativamente, a pesar de que cuenta con unos indicadores económicos que invitan al optimismo. ¿Por qué esta disonancia entre la percepción y los datos?

Con un Producto Interno Bruto (PIB) al alza y una inflación y desempleo a la baja, los institutos económicos y expertos consultados por BBC Mundo valoran la situación de la economía española en términos generales de forma positiva.

Sin embargo, en el reciente barómetro de junio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de España, un 43,1% de los ciudadanos calificó de “mala” la situación económica general y un 13,8% de “muy mala”.

Esta discrepancia entre percepción y realidad se ha visto intensificada aún más durante la campaña electoral de cara a las elecciones generales del 23 de julio, en la que los partidos políticos han usado las cifras en su beneficio, destacando los indicadores que más le convienen.

Mientras el presidente del gobierno y líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Pedro Sánchez, afirma que la economía española “va como una moto”, el presidente del conservador Partido Popular (PP) y líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, insiste en que “está estancada”.

España se prepara así para unas elecciones que tienen a la economía como uno de los temas centrales y en las que, según los sondeos, el PP se convertiría en el partido más votado, seguido del PSOE y en las que la clave para formar gobierno estará en los terceros partidos: el de extrema derecha Vox -que todo apunta a que gobernaría con el PP- o la recién estrenada coalición española de izquierdas Sumar, que se convertiría en socio del PSOE en un gobierno de coalición.

... seguir 

miércoles, 7 de junio de 2023

Una gran oportunidad de España que no se aprovechará si gobierna la derecha trumpista o una izquierda torpe o cobarde

Actualmente hay cientos, quizá miles de empresas, a lo largo de todo el planeta, queriendo relocalizarse y, tras ellas, capitales multimillonarios buscando ponerse a salvo del fiasco que les ha supuesto la globalización de las últimas décadas y para tratar de acomodarse a los cambios productivos y tecnológicos que vienen como algo ineludible.

Lo que está sucediendo no es un efecto, como se suele creer, de la guerra de Ucrania o del confinamiento y ni siquiera del cambio climático. Es la consecuencia de que el modo en que se organiza la sociedad capitalista global sólo ha funcionado para proporcionar beneficio; y genera una crisis que, en realidad, ya empezó a manifestarse a lo largo de 2019. Así lo reconocieron, como he mostrado en mi último libro Más difícil todavía, los propios dirigentes de las grandes empresas y grupos bancarios, quienes reclamaban entonces un «reinicio» del sistema capitalista para salvarlo de su propia voracidad.

A mediados de aquel año escribí varios artículos tratando de analizar lo que se estaba gestando y dos de ellos, en mayo y diciembre, los dediqué a mostrar que, en la crisis que venía, España iba a tener una gran oportunidad.

Sigo pensando lo mismo. En el proceso de reestructuración que se está llevando a cabo en todo el mundo, algunas economías van a perder mucho (como creo que le va a suceder a la alemana) y otras, por el contrario, pueden obtener enormes beneficios si saben aprovechar la oportunidad.

España dispone de recursos y de una situación estratégica inmejorable para atraer capitales y, sobre todo, para poner en marcha proyectos autóctonos que pueden constituirse en la punta de lanza del nuevo orden productivo global que está gestándose. Y eso podría conseguirse abriendo procesos muy novedosos y positivos no sólo para el mundo empresarial y el empleo, sino desde el punto de vista del cuidado del medio ambiente y del bienestar social y personal.

Sin embargo, España no podrá aprovechar esta oportunidad si el reto no se afronta como un proyecto nacional.


Esa es la razón que me lleva a pensar que es materialmente imposible que dirija con éxito un proceso de esa naturaleza una derecha nacionalista como la española, para quien sólo una parte de los españoles son «de bien» y auténticos españoles. Una derecha de este tipo, trumpista diríamos ahora, excluye a la mayor parte de la ciudadanía y siempre considera ilegítimo que gobierne la «otra» España que no es como ella. Y así es imposible liderar un proyecto nacional. Es decir, un proyecto que busca satisfacer el interés mayoritario y no el identitario, construido sobre valores que sólo comparte una proporción reducida de la población.

Por otro lado, ¿cómo va a colocar a España en la vanguardia de la economía digital y sostenible una derecha que destruyó la industria nacional de la energía renovable en nuestro país para proteger las rentas y privilegios del oligopolio eléctrico, y que allí donde gobierna permite la destrucción de los recursos naturales y la riqueza de territorio nacional para que ganen dinero unos pocos, como ha ocurrido y ocurre con el Partido Popular?

¿Cómo va a dirigir el proceso hacia una economía nacional más productiva y eficiente quien cree que una subida de 2,7 euros diarios en el salario mínimo supone la ruina de las empresas y la destrucción general de empleo, o quien hace reformas laborales que sólo se orientan a concentrar en una parte el poder de negociación, a costa de destruir demanda interna y crear empleos cada día más precarios? ¿Cómo va a conseguir que la economía nacional sea más potente en el proceso que viene, en el que será necesario un Estado fuertemente inversor y socio del capital privado, una derecha que sólo se preocupa de bajar impuestos a los grandes patrimonios, y que sólo utiliza el gobierno para que hagan negocios las grandes empresas destruyendo a las medianas y pequeñas? ¿Cómo va a poner en marcha un proyecto nacional quien ha regalado los mejores activos de la economía nacional al capital extranjero?

Sólo un gobierno de izquierda o progresista podría garantizar que España aproveche esta oportunidad, aunque es verdad que no cualquiera, ni gobernando de cualquier forma.

No se podrá aprovechar esta oportunidad si la izquierda es torpe y sigue sin asumir como prioridad el diseño de un proyecto nacional, la vertebración de España y la puesta en marcha de procesos que, de una vez por todas, corrijan nuestros defectos estructurales a la hora de utilizar los recursos.

No se podrá liderar un auténtico proceso de cambio en España si la izquierda sigue confiando principalmente en la redistribución como solución de todos los males y no incide, por el contrario, en las condiciones de las que depende la distribución originaria de los ingresos. Si, en lugar de impulsar la construcción de nuevos tipos de empresas y de uso de los recursos, cree que se puede forzar la inercia con la que actúa el capital que mueve los hilos de nuestra economía; o, peor todavía, si es cobarde y no se enfrenta a los intereses antinacionales de los oligopolios. Será imposible que España aproveche esta oportunidad si la izquierda no es capaz de defender y explicar que el crédito es un recurso y servicio público esencial, que no se puede dejar a miles de empresas o millones de hogares sin recursos porque los bancos privados hayan decidido dedicarse a la inversión especulativa y que, para promover un nuevo tipo de economía y atraer los capitales que ahora buscan su relocalización, hacen falta banca de servicio público y un Estado activo y con recursos suficientes para atraerlos y realizar las inversiones que es completamente imposible que lleve a cabo el capital privado.

No se podrá aprovechar la oportunidad si la izquierda no se atreve a reformar una administración pública que no permite gastar con eficacia los recursos disponibles, o un sistema fiscal que produce fugas, injusticias e ineficiencias; si sigue dando lugar a que el debate social se centre en cuestiones de segundo orden que provocan mucho ruido y poca transformación económica y social.

No se podrá aprovechar la oportunidad si la izquierda no se da cuenta de que lo imprescindible es conformar una especie de «mayoría nacional del sentido común» y de que no sirve de nada presentarse ante la sociedad como una izquierda justiciera y regañona. O, lo que es peor, en constante pelea consigo misma.

Y, desde luego, nada de eso será posible si la izquierda no aprende de verdad que gobernar es inútil y efímero, si no hace pedagogía, si no se logra complicidad social para llevar a cabo los cambios y sin dialogar constantemente con la gente.

Todo esto sonará ya a repetido pero me parece necesario volver a decirlo porque, al paso que vamos, España puede perder una gran oportunidad histórica. 

viernes, 26 de mayo de 2023

_- Hospitales y residencias como negocio financiero: más muertes y más gasto innecesario

_- La derecha española se empeña en hablar de ETA en campaña electoral, como si siguiera poniendo bombas, para que no se hable de los auténticos problemas de España. Por ejemplo, de lo que está pasando y va a pasar en los hospitales y las residencias de mayores en los que se está dejando que penetren cada día más los fondos de inversión llamados en inglés «private equity«.

Estos últimos son capitales que adquieren paquetes mayoritarios de empresas para hacerse con su control con el fin de venderlas en un plazo de entre cinco y diez años. Para ello, se recurre casi siempre al mismo procedimiento: se impone una nueva estrategia de dirección orientada a aumentar los ingresos y recortar al máximo los costes; se endeuda a la empresa, muchas veces con el propio fondo y con el solo objetivo de repartir dividendos más elevados; y se venden sus activos (edificios, locales, instalaciones…) incluso también al fondo, el cual cobra luego por alquilarlos a la empresa.

Lo característico de esta inversión es esa forma de gestión orientada a conseguir el máximo beneficio a corto plazo y, sobre todo, que está orientada a venderla en un plazo de tiempo muy corto. Es decir, no se invierte para consolidar una empresa y desarrollar aún más su actividad, sino para «ensillarlas con montañas de deuda y luego exprimirlas como si fueran naranjas”, en palabras de Bill Pascrell, presidente del Subcomité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes sobre Supervisión de Estados Unidos.

En su inicio, esta inversión se realizaba sobre todo tipo de empresas (fue la causante, por ejemplo, de la quiebra de la conocida tienda de juguetes ToysRUs) pero últimamente se están centrando en el sector de la salud y los cuidados, de modo que sus efectos son mucho más relevantes social y personalmente.

Aunque la presencia de estos fondos es relativamente reciente y su actividad es muy opaca, ya se dispone de multitud de investigaciones académicas, parlamentarias o de organizaciones profesionales que proporcionan evidencias abrumadoras sobre las consecuencias que tienen sobre la gestión de las empresas que capturan y, sobre todo, sobre la salud y las condiciones de vida de las personas.

Voy a resumir brevemente lo que sabemos que ha ocurrido en otros países para hacernos una idea de lo que va a pasar en España cuando se consolide la tendencia que ya ha comenzado a darse.

En el caso de las residencias, se puede decir, en general, que las que son propiedad de estos fondos generan peores resultados por «anteponer las ganancias a las personas», tal y como dice una Hoja Informativa de la Presidencia de Estados Unidos.

La American Medical Association descubrió que las personas que están en residencias propiedad de estos fondos tienen más probabilidades de acudir a urgencias o de ser hospitalizas por causas que podrían haber sido evitadas con una mejor atención. Y, sin embargo, que estas residencias salen más caras que el resto. Prácticamente lo mismo descubrió otro estudio de la Universidad de Pensilvania.

Un documento de trabajo de diversos académicos publicado en el National Bureau Of Economic Research en 2021 mostró que la gestión de este tipo de capital aumentó la probabilidad de muerte durante la estancia y los 90 días siguientes en un 10% y la prescripción de medicamentos antipsicóticos en un 50%; disminuyó las horas de personal de enfermería de primera línea y la movilidad de los residentes, y el gasto de los contribuyentes por residente en un 11%.

Otro estudio demostró que la tasa de infección por COVID-19 y la tasa de mortalidad de los hogares de personas mayores en residencias propiedad de estos fondos fue entre un 30 % y un 40 %, respectivamente, más elevada que en el conjunto de las residencias en Estados Unidos.

Un informe del Instituto Veblen ha demostrado que «la toma de control de grupos de residencias de ancianos va acompañada de reorganizaciones y arreglos financieros, que parecen sobre todo destinados a preparar una reventa rápida y no a establecer un modelo económico viable diseñado para el largo plazo»

En relación con la gestión de hospitales completos o de servicios concretos, las evidencias también son abrumadoras:

– La American Medical Association ha demostrado que los pacientes pagaron más cuando los servicios que se proporcionan están controlados por este tipo de capitales o que los médicos atendieron a más pacientes, lo que indica utilización innecesaria de servicios para aumentar los ingresos. Se ha comprobado que esto último ocurre incluso en el caso de la odontología infantil financiarizada, un servicio en el que en Estados Unidos se han detectado prácticas sin anestesia para incrementar beneficios, o que se califica a nacimientos normales como de emergencia para cobrar más.

– Para aumentar beneficios se reduce la oferta de servicios con menos margen y eso ha hecho, en concreto, que los private equity hayan cerrado hospitales rurales en Estados Unidos); se recorta personal; y se sustituyen a profesionales médicos por otros de menor formación, lo cual se ha demostrado que incrementa el gasto y la probabilidad de tener que volver a ser tratados.

– En los hospitales y servicios gestionados por estos fondos hubo mayor escasez de medios como mascarillas, ventiladores en la pandemia.

– Una investigación de la Universidad de Berkeley muestra que estos capitales ni siquiera mejoran la medicina privada suministrada por el mercado puesto que «amplifican y aceleran la concentración y las prácticas anticompetitivas». Y concluye que «este negocio es fundamentalmente incompatible con un sistema de salud estable y competitivo que sirva a los pacientes y promueva la salud y el bienestar de la población».

– En Estados Unidos, las llamadas «facturas sorpresa» que suponen gastos imprevistos y fraudulentos asociadas a los servicios de salud propiedad de estos fondos se han extendido tanto que hasta el presidente Trump dijo que estaba decidido a terminar con ellas.

– En multitud de casos se ha comprobado que estos servicios están asociados a comportamientos fraudulentos. Sólo para hacer frente a reclamaciones por presentación de facturas al gobierno estos fondos han gastado 500 millones de dólares desde 2013.

– Una fuente tan poco sospechosa de radicalismo como la revista Forbes asociaba a estos fondos con «recortes draconianos para apoyar al personal y/o intercambiar médicos por otros profesionales menos costosos como enfermeras», «presionar a los médicos para que brinden más atención médica (a menudo innecesaria)»; o «aumentar los precios sabiendo que las aseguradoras no tendrán más remedio que aceptar».

Es normal que la adquisición de hospitales completos, residencias o servicios concretos por este tipo de capitales tenga efectos como los que acabo de señalar (entre otros que es imposible señalar en un texto limitado como este). Se trata de inversiones que, como he dicho, no se llevan a cabo para consolidar la actividad en la que se invierte, sino para obtener altísimos beneficios al venderlas al poco tiempo y, mientras tanto, utilizando el control de la gestión para extraer todo tipo de rentas de la empresa adquirida. Es un procedimiento destructor de empresas, pues las deja exhaustas, endeudadas y con cargas inasumibles a medio y largo plazo y por ello muchas de ellas terminan quebrando. Pero, lógicamente, todo esto es mucho peor cuando lo que adquieren estos capitales son servicios sanitarios y de cuidados, hospitales o residencias de mayores. Como dice un amplio estudio realizado por Public Citizen también en Estados Unidos sobre su actividad en estos campos, de lo que estamos hablando es de «la diferencia entre la vida y la muerte».

Es un proceso que en España ha comenzado a darse y que va a extenderse cada día más, tal y como han mostrado, entre otros, el libro de Manuel Rico ¡Vergüenza! El escándalo de las residencias, o los artículos de Juan Pedro Velázquez-Gaztelu, El gran negocio de las residencias, y los aparecidos en Infolibre.

Por eso es muy urgente que se abra en nuestro país un debate amplio y riguroso y que se exija al gobierno central y a los autonómicos que legislen al respecto; al menos, como se ha comprometido a hacer para frenar los efectos que he mencionado, alguien tan poco sospechoso como el presidente Biden en Estados Unidos. Entre otras cosas, porque los inmensos beneficios que obtienen estos fondos a costa de suministrar peores servicios, de obligarnos a gastar más y provocando muertes innecesarias los pueden conseguir gracias a la opacidad de sus operaciones, a los privilegios fiscales de los que gozan y, en resumidas cuentas, porque, para colmo, se les está ayudando a que hagan todo eso con dinero público.

lunes, 22 de mayo de 2023

_- Juan Torres: “La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática”

_- “Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan”, señala el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, que ha publicado un nuevo libro: 'Más difícil todavía' Análisis — Los bancos centrales solo saben provocar recesiones.

“Quienes toman las grandes decisiones económicas se están equivocando una vez más a la hora de prevenir los problemas, de reconocer su naturaleza y, como consecuencia de ello, cuando toman decisiones para tratar de resolverlos”. Juan Torres (Granada, 1954), catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, vuelve a poner el dedo en la llaga sobre las decisiones cortoplacistas de la economía más ortodoxa. En su nuevo libro 'Más difícil todavía' (Editorial Deusto), Torres explica que los orígenes de la inflación que golpea a la economía tiene más que ver con problemas mucho más profundos -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- que no se arreglan con decisiones a corto plazo como la subida de los tipos de interés por parte de los bancos centrales.

Usted explica que en su libro que la inflación no es el principal problema económico, sino que hay un conjunto mayor de amenazas mucho más graves. Sin embargo, la respuesta generalizada es volver a recetas del pasado para intentar solucionar los problemas mediante una política económica restrictiva. ¿Tiene sentido este incremento tan rápido de los tipos de interés como han hecho los bancos centrales?¿A qué responde?

Responde a una visión ideológica de los bancos centrales, que la experiencia y los datos han demostrado que es errónea: no soluciona los problemas de inflación cuando ésta se produce por circunstancias estructurales y de oferta. Responde a la idea que tienen los bancos centrales de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario y que lo que hay que hacer es reducir la demanda y el poder de compra. La experiencia también nos ha demostrado que la respuesta de subir los tipos de interés no ha sido buena porque la inflación subyacente no ha disminuido y han provocado un problema financiero grandísimo.

Entonces nos deberíamos plantear la autonomía de los bancos centrales o, dicho de otra manera, habría que replantear su objetivo de guardianes de la inflación.

Que haya dos autoridades, como son el Gobierno y el Banco Central, actuando con problemas que son concomitantes es un absurdo que atenta contra el sentido común. Primero, como hemos visto en los meses anteriores, el BCE ha estado tratando de restringir el gasto mientras que los gobiernos lo han ido aumentando. No hay nadie en su sano juicio que pueda entenderlo. En segundo lugar, la independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil para combatir los problemas para los que fueron creados. Por ejemplo, estamos viviendo la etapa más grande de la historia de inestabilidad financiera. Tampoco la independencia de los bancos centrales ha permitido que anticipen correctamente la inflación y que le den una respuesta adecuada.

Además, por definición, la independencia de los bancos centrales equivale a constituir un poder no democrático que socava la base del Estado democrático moderno. La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática.

Hasta el Banco de España ha avisado de que los márgenes de las empresas están funcionando como un estímulo evidente de la inflación, es decir, ya no es cuestión de salarios. ¿Existe alguna fórmula para frenar los beneficios tan exagerados de las empresas?

Debería haber mecanismos en situaciones normales, pero ahora en tiempos complejos es más difícil. Debería haber información más transparente, más fidedigna, sobre cómo se forman los precios en los mercados. Además, debería haber autoridades que verdaderamente combatieran las restricciones de la competencia que imponen las grandes empresas con su poder de mercado. Por otro lado, se deberían desarrollar políticas fiscales que supusieran un desincentivo a la obtención de márgenes muy altos. También una negociación colectiva que permitiera un reparto más equitativo del incremento de productividad. Si todos estos elementos funcionasen sí que se puede evitar que las grandes empresas con poder de mercado contribuyan como lo están haciendo a generar inflación.

También es necesaria una nueva regulación en algunos mercados específicos, como en en el caso de la electricidad. Durante muchos meses hemos estado sufriendo una presión originaria de los precios que luego se ha ido transmitiendo al resto de sectores. Y esto responde a una regulación diseñada para mantener los privilegios del oligopolio de las eléctricas.

Cuando la inflación se concentra en productos como los alimentos, ¿se debería tener mecanismos que reordenaran los precios, aunque sea de forma temporal?

Hacer negocio con el derecho humano básico de la alimentación es una inmoralidad, aunque sea legítimo y esté justificado. Es bueno que haya iniciativa privada, como es natural, en el suministro de bienes básicos y de alimentación, pero de ahí a permitir que haya un poder de mercado excesivo que impone restricciones artificiales y subidas de precios innecesarias hay un abismo. Los poderes públicos tienen el imperativo moral de garantizar el derecho humano básico a la alimentación y a la satisfacción de las necesidades primarias. Y también que la estabilidad económica no se ponga en peligro por una presión del oligopolio en esos mercados. La intervención pública en esos casos no es que esté justificada, es que es un imperativo moral. Además, desde el punto de vista económico es una cuestión esencial puesto que se trata de subidas de precios que tienen un efecto de arrastre extraordinariamente grave para el conjunto de la economía.

Usted propone la necesidad de alcanzar pactos de rentas y de reparto de las ganancias y la productividad, pero en nuestro país, por poner un ejemplo, la CEOE ha tardado meses en sentarse en la mesa de la negociación colectiva. Lo que usted en su libro comenta como “resistencia feroz”.

Desgraciadamente, el sector empresarial en España, tan importante en la economía, es un sector empresarial acostumbrado a dar pelotazos, a vivir de las rentas y de la influencia política. La patronal CEOE está contaminada, tiene unas propuestas ideológicas primitivas y equivocadas, que le hacen muchísimo daño a la inmensa mayoría de las empresas. La CEOE no representan los intereses del conjunto de las empresas españolas, sino los intereses de empresas muy grandes que tienen poder de mercado y que viven de aprovecharse de otras empresas. Si la CEOE fuera verdaderamente la defensora de los intereses del conjunto de las empresas no permitiría que las grandes compañías del Ibex se salten la ley y tengan una deuda tan grande con sus proveedores; o estaría reclamando límites a los privilegios de la banca que impone una serie de costes innecesarios a la mayoría de las empresas. Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad.

Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad

Cada crisis el sistema aporta como solución la desaparición de ciertas empresas de manera que el mercado queda cada vez en menos manos (ocurrió con las cajas en la anterior crisis financiera), al final se impone la destrucción creativa como el costo normal de hacer negocios aunque provoque un sufrimiento.

Lo más contrario al capitalismo de nuestros días es la competencia en su sentido estricto y auténtico. Las grandes empresas lo que buscan es acabar con la competencia y lograr posiciones de dominio de mercado, conseguir establecer oligopolios ejerciendo su influencia política, mediática y cultural. Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan. Las grandes empresas no saben vivir sin la protección del Estado, sin el privilegio político, lo acabamos de ver ahora en esta crisis bancaria. Frente a esta situación la única manera de responder es que la ciudadanía se dé cuenta y que el conjunto del empresariado, que se juega su patrimonio día a día y que no disfruta de esos privilegios, reaccione.

Usted avisa de un riesgo real de colapso económico por el cambio climático, las finanzas especulativas, una deuda en crecimiento acelerado y la desigualdad, que al entrar en conjunción pueden provocar un desastre. ¿Hay solución? ¿los objetivos 2030 van en la adecuada dirección?

Multitud de organismos internacionales independientes, muchos de ellos conservadores, están diciendo lo que hay que hacer frente a estos problemas estructurales desde hace muchos años. Lo que pasa es que no hay voluntad política y predomina el interés privado. Frente al cambio climático, el fondo BlackRock cambió su estrategia de inversión para hacer políticas favorables a la lucha contra el cambio climático. Un año después, cuando aparece la posibilidad de ganar más dinero se olvidan de esos objetivos. Prima la maximización del beneficio.

Los problemas grandísimos que tenemos hoy día en nuestro planeta -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- son el resultado de desnaturalizar la propia economía capitalista y darle una prioridad absolutamente injustificada a la búsqueda del beneficio por encima de cualquier otro objetivo.

Hace falta equilibrio y ver que es necesario avanzar para conseguir otros fines. No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales. Ya lo vimos en la última crisis bancaria, que fue el resultado de que los grandes bancos del mundo lograron que los gobiernos establecieran una regulación que provocó la crisis. Ganan más dinero así, pero recurrentemente provocan problemas. No hay dificultad en saber lo que hay que hacer, el problema es tener el poder suficiente para llevar a cabo las medidas.

No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales

Llevamos con tensiones recurrentes desde la crisis del petróleo de 1973 y parece que no hemos aprendido nada.

De la crisis del 73 nació un cambio de civilización, fue el germen de la revolución conservadora. Se aprendió, claro que se hizo, pero fueron los grandes capitales los que pusieron en marcha una estrategia que mantienen hoy para priorizar los beneficios. Pero han volcado tanto la carga hacia un lado que la economía que así no puede funcionar. Lo lamentable es que solamente las grandes empresas aprendieron lo que tenían que hacer para ganar más dinero, pero parece que no se ha aprendido demasiado en otro ámbito para tratar de imponer otras lógicas.

Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia parece que vamos a un nuevo mundo de bloques. No parece que haya un proyecto que tenga visos de convertirse en hegemónico. ¿Cree que vamos camino de acabar con la globalización? Que se va a cumplir la premisa de la fragmentación económica y comercial del mundo en bloques?
En el plano geoestratégico se va a ir a una dinámica más multipolar. En el plano económico, el poder de Estados Unidos empieza a tener contrapesos. No creo que se vaya a producir una globalización completa, pero lo que sí está ocurriendo es que las propias empresas globalizadas han comprobado que la lógica dominante en estos años les puede proporcionar un enorme beneficio, pero a costa de tener que soportar una incertidumbre, enormes riesgos y una casi nula resiliencia ante shocks y los impactos imprevistos. Hay miles de empresas que se están replanteando la lógica de la globalización, y están definiendo una política de localización y de estrategias comerciales, quizá menos rentables, pero más seguras y más sostenibles a la larga.

Por eso creo que España puede tener una posición bastante favorable. Espero que nuestro gobierno sea capaz de hacer las cosas bien y aprovechar esta coyuntura, porque puede ser muy favorable para una economía como la nuestra.

¿En qué sentido puede ser más favorable para España?
Se está produciendo una relocalización de mucho capital, que está tratando de encontrar nuevas ubicaciones. España tiene recursos que en estos momentos son estratégicamente muy importantes y una posición internacional que puede ser muy valiosa: vamos a sufrir menos deterioro de la economía productiva que Alemania. Tenemos una buena expectativa por delante de la que podemos obtener ventaja en los próximos años. Otra cosa es que la confrontación política permanente y absolutamente carente de sentido ponga en peligro esta posición.

sábado, 20 de mayo de 2023

_- El gobernador del Banco de España engaña a los españoles cuando habla de pensiones

_- El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, dijo en enero de 2022 que la inflación en España se situaría a finales de ese año “por debajo del 2%”.

En realidad, en diciembre de ese año fue del 5,7%. El gobernador, o bien no tenía la más remota idea de lo que estaba pasando en la economía española o, si lo sabía y dijo otra cosa, engañó a los españoles.

Ambas posibilidades son vergonzosas. ¿Cuánto duraría en una empresa normal y corriente un directivo que se hubiera equivocado de esa forma a la hora de estimar la evolución de la variable más decisiva, la única de la que tuviera que estar pendiente y de la que dependiera el futuro inmediato del negocio?

En el caso del gobernador, su tarea fundamental es prevenir la inflación y frenarla, y a la vista está su desconocimiento, su despiste atroz, la fenomenal equivocación cometida.

¿Por qué nadie le pide cuentas? ¿Por qué no se le cesa? ¿Se dejaría que siguiera como capitán de un barco quien fuera tan incapaz de percatarse del peligro, quien tuviese una idea tan equivocada del rumbo y las condiciones en que se lleva a cabo la navegación?

Lo sorprendente ni siquiera es eso. Lo verdaderamente increíble es que Hernández de Cos siga haciendo creer a los españoles que conoce el futuro, lo que va a pasar, cuando se equivoca tan manifiestamente a la hora de percatarse de lo qué tiene delante.

Ahora, el gobernador carga contra el gobierno diciendo que la reforma propuesta en nuestro sistema de pensiones es insostenible, es decir, que no se podrá financiar en los próximos treinta o cuarenta años.

¿Se dan cuenta de la desfachatez que hay que tener para que una persona que se equivoca garrafalmente sobre la evolución en los próximos meses de la materia que es de su estricta competencia, en lo que se supone que es lo que tiene que saber, diga a las demás que sabe lo que va a suceder en las próximas décadas con asuntos que no le competen? ¿Cómo es posible que un conductor que no ve lo que tiene a un palmo de sus narices y choque constantemente con su vehículo le diga a los demás por dónde y cómo tienen que circular?

El gobernador del Banco de España no sólo se ha mostrado como manifiestamente incompetente a la hora de contemplar y resolver el problema cuya solución se le encomienda, las subidas de precios. Además, vuelve a engañar a los españoles haciéndoles creer que sabe que las pensiones públicas no se van a poder financiar en las próximas décadas.

Ni el Banco de España, ni los economistas que lo han intentado para justificar sus amenazas de insostenibilidad, han acertado nunca, es decir, ni una sola vez, en sus previsiones sobre la evolución a corto, medio o largo plazo de la población, la productividad, el empleo, el crecimiento del PIB o la distribución de la renta que son las variables de las que depende el equilibrio financiero de un sistema público de pensiones como el nuestro. Siempre que hablan lo hacen pontificando como si fuesen sabios dueños de la verdad, pero lo cierto es que todas las veces que han asegurado saber lo que iba a ocurrir en el futuro con las pensiones en España se han equivocado, exactamente lo mismo que pasó al gobernador el año pasado con la inflación.

Hernández de Cos es uno más de los economistas que, como bien ha dicho el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, llevan veinte años equivocándose en sus predicciones sobre las pensiones. No han acertado ni en uno solo de los escenarios que han diseñado en los distintos modelos que han elaborado siempre con un mismo fin: convencer a la gente de que las pensiones públicas son insostenibles y que, por tanto, hay que fomentar el ahorro privado en la banca. Justamente, quien ha financiado la elaboración de esos modelos y estudios.

El gobernador del Banco de España está engañando una vez más a los españoles haciéndoles creer que él, su institución o los economistas que vienen diciendo lo mismo, pueden saber qué ocurrirá con nuestras pensiones en las próximas décadas. Es un hecho que engaña por dos razones evidentes. La primera es que, como he dicho, para saberlo tendría que conocerse qué va a ocurrir con unas variables cuya evolución es materialmente imposible de predecir. No se ha podido conocer cuando se analiza sin prejuicios y mucho menos cuando se ha hecho partiendo de hipótesis sesgadas porque se tienen intereses inconfesables, como ocurre con los informes pagados por los bancos. Es un hecho que se puede comprobar fácilmente leyéndolos, en este último caso, o comprobando las enormes diferencias y errores de estimación que hay en las proyecciones de largo plazo realizadas incluso por los centros de investigación u oficinas estadísticas nacionales o internacionales más reconocidos.

La segunda razón que muestra que el gobernador del Banco de España engaña a los españoles es que la sostenibilidad de las pensiones públicas no depende solamente del equilibrio financiero entre el gasto y los ingresos por cotizaciones sociales. Depende también de decisiones políticas, concretamente, de que se quieran financiar con impuestos adicionales a las cotizaciones sociales, o no. Algo que igualmente es completamente impredecible.

Si hubiera una auténtica democracia en España se le exigiría responsabilidad al gobernador y las fuerzas política no comprometidas con los intereses de la banca privada, a cuyo beneficio se pronuncia Hernández de Cos, deberían pedir su cese inmediato.

martes, 18 de abril de 2023

_- Thomas Piketty, azote de los ricos. Una década de verdades incómodas y pocos avances.

_- ‘El Capital en el Siglo XXI’, de Thomas Piketty, cumple 10 años. Pese a su enorme influencia intelectual y académica, una década después, la desigualdad sigue aumentando y el debate sobre la fiscalidad global continúa más abierto que nunca.


The poor stay poor, the rich get rich
That’s how it goes, everybody knows

Leonard Cohen

Hace exactamente diez años se publicaba en su versión en français lo que podríamos denominar como la biblia de la izquierda posmoderna: El Capital en el Siglo XXI, del por aquel entonces no tan conocido y hoy economista estrella, Thomas Piketty.

Para aquellos que habéis vivido debajo de una piedra, o mejor dicho, habéis podido disfrutar tranquilamente de la última década, dejadme que os resuma. Mr Piketty, haciendo un claro guiño a Mr. Marx (Karl) argumenta que el sistema capitalista tal y como está construido sólo puede dar lugar a un aumento constante de la desigualdad. Un alegato que claramente no fue comprado por las grandes fortunas mundiales.

Ochocientas dieciséis páginas de análisis económico y político que podemos resumir en una sola fórmula: r > g. Cuando el retorno de las inversiones en capital son mucho más rentables que los retornos del trabajo (durante un espacio de tiempo considerable) el capitalismo desencadena automática y perversamente un aumento espeluznante de la desigualdad. Y ello, a la postre, desincentiva la pocas ganas de trabajar que nos quedaban. ¿Les suena la gran dimisión?

En otras palabras: que dejes de hacer el idiota y te compres un piso en Chueca con la herencia de tu abuela (si es que eres de los afortunados que tienes abuela con piso) antes de ponerte a estudiar en ICADE. Trabajar está sobrevalorado y no da para mucho. Pero ser un hipster con piso propio que alquila a guiris en airbnb por un pastizal es una manera óptima de comprender el capitalismo. Aunque uno siempre haya sido de izquierdas. Y proclame que lo sigue siendo.

La cuestión es que desde su publicación en 2013 Mr Pikkety ha inundado no sólo las librerías, sino el discurso de la izquierda global. Y lo ha hecho en particular con una frase: Tax the Rich. Es tentador pensar que sólo ha sido un fenómeno fan entre estudiantes de economía y ciencia política, pero ha conseguido conquistar el discurso mainstream, llegando nada más y nada menos que a la Met Gala de la mano de Alexandra Ocasio-Cortez, la congresista más joven (y cool) de la historia de Estados Unidos.

Grosso modo, la propuesta consiste en imponer una tasa a la riqueza de los mega-ricos con el fin de recaudar y redistribuir esos millones entre el llamado precariado (otro concepto de moda entre la izquierda). Esta idea ya se ha traducido en propuestas concretas en España. Tras Yolanda Díaz, única invitada a la puesta de largo española del economista francés, Teresa Ribera ha sido una de las últimas en unirse a la ola Pikettiana sugiriendo una tasa climática a los más ricos para contribuir a los costes derivados de la lucha contra el desastre climático. La factura promete ser tan colosal como el desafío a costear.

Más allá del brillo intelectual de algunas de estas ideas y del buen estilo literario del autor (algo raro entre economistas), la pregunta relevante quizá sea: ¿Hemos aprendido algo o sólo hemos conseguido engordar, paradójicamente, la cuenta corriente y el ego de Monsieur Piketty? Aquí van unas reflexiones de una fan declarada y, a la postre, acaso poco agradecida.

Todos sabemos que a partir de septiembre del 2008 la desigualdad comenzó a escalar hacia niveles históricos y obscenos (y algunos aún no nos hemos recuperado, económica ni democráticamente). No hace falta acudir a ningún gráfico. Si tomamos el año 2013 como base y el índice Gini como referencia que mide de 0 a 1 cómo de desiguales son las sociedades (siendo el 0 el ideal de igualdad en riqueza) vemos que desde la publicación del aclamado libro no mucho ha cambiado sustancialmente. Al menos no a mejor.

Los niveles de desigualdad se encuentran hoy mundialmente cerca del 0,85 (en España 0,71), un nivel que se ha mantenido más o menos constante desde que vio la luz el bestseller que nos ocupa. A pesar de que la desigualdad no ha aumentado de forma estrepitosa (aunque sea escandalosa), eso no quiere decir que podamos abrir el champagne. Ni mucho menos, lo que esta tendencia refleja es algo muy triste: nos sigue resbalando la desigualdad.

Por supuesto, hay muchos factores que han hecho que esta desigualdad mantenga cifras espeluznantes, entre los que se encuentran la presidencia de Donald Trump, una pandemia, el desvarío de Putin y un mundial de fútbol en Catar. Son numerosos los gobiernos, políticos e influencers que han intentado aportar al debate con desigual suerte. Sin embargo, no hemos dado ni con la tecla ni con la fórmula. De hecho, diría que al revés, la hemos cagado bastante.

¿Estoy loca? Sin duda, pero:
Según el último informe de Tax Justice, se pierden más de 400.000 millones de euros al año en paraísos fiscales. O, lo que es lo mismo, el doble del PIB de Ucrania en 2021 antes de ser invadida; o el patrimonio familiar hipotético si Elon Musk y Jeff Bezos decidieran darse el sí quiero. Da que pensar. En España, los tax havens se llevan un 0,5% de nuestro PIB. No hace falta decir que hecha la norma, hecha la trampa. Parece poco apropiado decir que el discurso victimista y señalador hacia los ricos haya funcionado. Pregunta: ¿ha funcionado alguna vez demonizar a los ricos sin legitimar gobiernos decepcionantes en el nombre del pueblo? Está claro que la jugada no está siendo la ganadora, principalmente por tres razones:

Una. Nadie ha tenido la valentía (ni creo que la tenga) de impulsar y capitanear las negociaciones para establecer una tratado internacional (más allá de la UE) que establezca las bases del impuesto global sobre el patrimonio que Piketty plantea. En este sentido, su propuesta aunque loable, resulta obviamente idealista y peligrosamente contraproducente.

Dos. Lo que es un poco ridículo (e ingenuo) es querer imponer una tasa a los más ricos (y que estos la paguen alegremente) con un discurso que los criminaliza y los hace sentir como los villanos de una película (en la bastantes de ellos a menudo lo sean). Qué queréis que os diga. A nadie le gusta que le quiten pasta de su cuenta bancaria por muy capitalista, socialista o comunista que seas. Y por supuesto, esto a los mega-ricos que creen firmemente que su posición social no es cuestión de azar sino de mucho esfuerzo y sudor, les gusta aún menos.

Y tres. No hay nada de lo que disfrute más el top 1% que una cuenta de resultados positiva para seguir invirtiendo pasta. Y la cuenta de resultados del sistema redistributivo español deja mucho que desear. Según datos de 2020 del Observatorio social de La Caixa, la capacidad redistributiva del sistema de impuestos y transferencias español está entre las más bajas de la Unión Europea, con una reducción de 0,194 en el índice de Gini, algo que advirtieron ya en 2013 desde FUNCAS. La cosa es que si queremos convencer a los ricos (o realmente a cualquiera) de pagar impuestos, empecemos por ajustar y mejorar el sistema. Es hora de dejar de echar balones fuera y mirarnos un poco en el espejo.

Habiendo dicho todo esto, no es que no haya que imponer un impuesto a la riqueza del top ya sea el 1%, 5% o 10%. Ni mucho menos. Como una discípula (o groupie) más del economista francés, creo que no estamos entendiendo bien el problema de fondo que Mr Piketty plantea. Nuestro sistema económico está incentivando acumular capital en vez de promover el trabajo. Algo más que cobrarle a los ricos hay que hacer.

El problema principal, como yo lo veo, reside en que en una sociedad cansada, víctima del burnout y con trabajos miserables, el riesgo de fomentar esta contra-cultura demonizadora de la acumulación de capital es más delicado (y peligroso) que nunca. Una población que prefiere invertir el poco dinero que le queda en la cuenta bancaria en una casa de apuestas porque el trabajo ya no dignifica mínimamente la vida. Este es el problema. Si currar es de losers todo el castillo de naipes de la meritocracia se hunde.

Creo firmemente que si de verdad queremos conseguir luchar contra la desigualdad colectivamente, ya es hora de cambiar la narrativa, el discurso y la demagogia. Lo que no podemos pretender es hacer creer a la ciudadanía que con una tasa a los más ricos el problema se termina. Por supuesto que necesitamos un sistema fiscal más equitativo de lo que tenemos ahora, pero no pretendamos convencernos de que estamos así de mal sólo porque se nos fugan millones a paraísos fiscales. La cosa va mucho más allá de eso.

Para terminar ya, no podemos olvidar que la desigualdad se erradica si empezamos desde la cuna. Todo lo demás son parches. Por lo tanto, lo que es realmente necesario es implantar medidas pre-distributivas (que por lo general son más seductoras para todos los públicos) que estrechen aquellas fracturas antes de que perpetúen las brechas entre clases y entre generaciones. Por ejemplo, deberíamos empezar por una sanidad y una educación de calidad que ayude a no tener ciudadanos de primera y de segunda nada más nacer. Mi hija de dos meses fue a vacunarse la semana pasada y una vacuna que neutraliza las infecciones gastrointestinales (voluntaria claro, pero muy recomendable según el pediatra) cuesta 96 euros. Mi hija no tendrá tantos dolores de tripa como algún otro bebé a quién no puedan pagársela. A partir de ahí, comienza la condena de demasiados. Por supuesto, es fundamental un sistema fiscal que dote al Estado de capacidad de acción. Pero, por favor, dejemos de pensar que todos los políticos y las políticas son iguales.

Si no puedes con tu enemigo, únete a él. O eso dicen. Lo más inteligente sería dar un volantazo a la estrategia y, sobre todo, a la mentalidad proletaria y cuasi-revolucionaria que lleva con indisimulado orgullo desde hace mucho tiempo la izquierda. ¿Cómo hacerlo? Sinceridad, profesionalidad, desmitificación, abandonando dogmatismos, afrontando contradicciones y creando país. Y educando en todo, con todos, a todos. A ver si para el 20 aniversario puedo escribir otra cosa.

* Elsa Arnaiz Chico es burgalesa, graduada en Derecho y Relaciones Internacionales por la IE University y máster en Big Data por la IE Business School. Presidenta de Talento para el Futuro, el primer ‘lobby’ que trabaja para que la juventud tenga un futuro, preferiblemente mejor.