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jueves, 26 de junio de 2025

Entrevista al Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz «Trump quiere ser un dictador»

Fuentes: El diario


El premio Nobel de Economía vino a España para dar una conferencia sobre los peligros de la desinformación, organizada por el Observatorio de Medios, en la que también participó elDiario.es

“La libertad de llevar un fusil AK-47 para algunos es la pérdida de libertad por el miedo de otros”. Con este ejemplo fácil de entender, el Nobel de Economía de 2001 Joseph E. Stiglitz (Estados Unidos, 1943) tumba los argumentos falsos de una derecha entregada a un concepto falso de libertad que, al final, se traduce en la ley de la selva. Defensor acérrimo de un capitalismo progresista donde la regulación debe ordenar las finanzas para acabar con las desigualdades, argumenta que “los mercados sin restricciones no serían libres, acabarían en monopolios”. Stiglitz defiende en su libro Camino de libertad (Editorial Taurus) que “la idea de que deberías ser libre de hacer lo que quieras para construir algo suena bien hasta que te das cuenta de que a menudo es más fácil ganar dinero explotando a otros. Sin embargo, si restringes que alguien pueda explotar a los demás, canalizas las energías de la sociedad hacia formas constructivas para conseguir una economía mejor”.

Este economista no esconde que “hay un miedo abrumador en Estados Unidos” con el presidente Donald Trump, que está conduciendo al país a “un tipo diferente de autoritarismo”. “Lo que está sucediendo hoy en Estados Unidos con Trump es el debilitamiento total de la democracia”, reitera. Y lanza un aviso: “Esperemos que lo que está sucediendo en Estados Unidos sea una llamada de atención para Europa, porque podría ocurrir en cualquier lugar”.

Su libro se titula Camino de libertad. ¿Podría ser el concepto de libertad el más utilizado para destruir la libertad de millones de personas en un sistema como el capitalismo neoliberal que nos tiene secuestrados en una falsa libertad?

El motivo por el que escribí el libro es el abuso del término “libertad”. En Estados Unidos, el grupo de derecha del Partido Republicano llamado Freedom Caucus hace un abuso constante del término: libertad económica, libre empresa, mercados libres. Lo que intento señalar es que en la derecha no se dan cuenta de cómo somos interdependientes en la sociedad. De manera que la libertad de una persona puede quitarle la libertad a otra. Por ejemplo, la libertad de portar un AK-47 te puede quitar la libertad de vivir. En Estados Unidos, tenemos contantemente asesinatos, muchos de ellos en escuelas. Los padres se preocupan por si sus hijos volverán a casa, han perdido la libertad por el miedo. Así que la libertad de llevar un fusil AK-47 para algunos es la pérdida de libertad por el miedo de otros. La libertad de no llevar mascarilla durante la COVID-19 significaba que otras personas iban a morir o la libre empresa y su libertad para contaminar va a incrementar las consecuencias del cambio climático. La derecha asegura que la regulación es perjudicial porque limita la libertad. Pero una simple normativa da más libertad a todo el mundo. Así que restringir la libertad de alguna manera puede ampliarla de una forma más significativa.

Usted escribe en su libro que “resulta sorprendente que, a pesar de todos los fallos y las desigualdades del sistema actual, tanta gente siga defendiendo la economía del libre mercado”. ¿Cómo han conseguido engañar a la gente?

En primer lugar, el sistema económico es muy complicado. Entender cómo encajan todas las piezas es muy difícil. Además, hay un concepto muy atractivo en la idea de espíritu libre, de poder hacer lo que uno quiere. Suena bien, pero todos los juegos requieren reglas y normas. Si no, sería un caos. Los economistas ya han estudiado ese impacto: los mercados sin restricciones no serían libres, acabarían en monopolios. Una de las cosas que le dije a Milton Friedman cuando escribió un libro titulado Libre para elegir fue que el libro realmente debería haberse titulado Libre para explotar. Los mercados no funcionan bien cuando alguien se aprovecha de las personas. Por ejemplo, en 2008, los bancos estadounidenses se dedicaron a conceder préstamos abusivos, con tipos de interés muy elevados, que las personas realmente no tenían capacidad de pagarlos. El resultado fue una gran crisis financiera, todo habría colapsado si el Gobierno no hubiera intervenido para rescatarlos.

Escribí este libro es para intentar explicar de forma sencilla que la idea de que deberías ser libre de hacer lo que quieras para construir algo suena bien hasta que te das cuenta de que a menudo es más fácil ganar dinero explotando a otros. Sin embargo, si restringes que alguien pueda explotar a los demás, canalizas las energías de la sociedad hacia formas constructivas para conseguir una economía mejor. Hay gente que pensaba que el afán de lucro impulsa a las personas a fabricar mejores productos, pero lo cierto es que sin regulaciones, tendrán un incentivo para aprovecharse de otras personas.

Cuando lo entrevisté en 2020, le pregunté qué se puede hacer con ese 1% de ricos que usted apuntaba que en EEUU “iba evolucionando hacia una economía y una democracia del 1%, para el 1% y por el 1%”. Su respuesta fue “frenar su poder político”. Con el resultado de las últimas elecciones en EEUU parece claro que no ha sido suficiente.

¿Quién hubiera pensado que el mundo estaría hablando de oligarcas estadounidenses? Antes hablábamos de los oligarcas rusos como símbolo de lo que había fallado en la sociedad rusa. Creo que lo que ha salido mal es que durante 40 años no prestamos suficiente atención a la desigualdad. Creíamos que liberar el mercado conduciría a un mayor crecimiento y el goteo económico garantizaría que a todos llegarían los beneficios. Pero lo que obtuvimos fue un débil crecimiento y solo se beneficiaron los más ricos. No funcionó. Pero el neoliberalismo fue la religión económica del momento, no basada en la ciencia económica. Varios economistas, entre los que me encuentro, ya habíamos explicado que el neoliberalismo no funcionaría. Pero con la política de la persuasión, Milton Friedman, que era un gran retórico, al igual que Ronald Reagan, convencieron a los estadounidenses y a buena parte de los europeos. Se tragaron la historia, siguieron esperando a que se produjera el goteo de la riqueza pero no se produjo, lo que dio lugar al descontento. Esta desilusión y descontento hizo que muchos ciudadanos se volvieran antisistemas y antigubernamentales, aunque sin el gobierno iban a estar aún menos protegidos.

Es una especie de círculo vicioso donde la desigualdad hace que los populistas neoliberales ganen elecciones que ponen en marcha políticas que acrecentan esa desigualdad, que los progresistas no terminan de solucionar cuando están en el Gobierno, que hace que los neoliberales vuelvan a ganar y la desigualdad no para de crecer.

Totalmente de acuerdo. Lo que está sucediendo hoy en Estados Unidos con Trump es el debilitamiento total de la democracia. En cierta manera, Donald Trump es la conclusión lógica de este círculo vicioso. Lo más decepcionante es que los ciudadanos están tan desilusionados que dicen que la democracia no es tan importante. Así que no les molesta que Trump haya violado el estado de derecho o los principios básicos de la democracia. Creen que lo importante es asegurar que se escuche su voz, porque piensan que nadie les ha escuchado durante 40 años. Esperemos que lo que está sucediendo en Estados Unidos sea una llamada de atención para Europa, porque podría ocurrir en cualquier lugar.

Parecía que el debate de la austeridad estaba definitivamente enterrado, que las lecciones de la crisis de 2008 habían enseñado cómo la austeridad solo acentuó el desastre económico y agravó la situación para millones de personas. Sin embargo, el paso por la Administración estadounidense de un personaje como Elon Musk solo ha sido para hacer recortes.

Es diferente. No se puede describir como austeridad lo que está haciendo Trump, aunque tiene cosas en común. Hay muchos recortes presupuestarios en áreas que son muy importantes para el crecimiento, socavando la investigación científica o las universidades, que son una de las bases de la fortaleza de Estados Unidos. Así que está matando explícitamente a la economía de una manera peor que en Europa. La austeridad europea se basaba en la creencia de querer reducir el déficit, pero Trump solo ha conseguido un aumento del déficit. Está destruyendo áreas de inversión pública para dar más dinero a los oligarcas o para tener más margen para reducir los impuestos a los ricos.

Trump solo ha conseguido un aumento del déficit. Está destruyendo áreas de inversión pública para dar más dinero a los oligarcas o para tener más margen para reducir los impuestos a los ricos

Usted destaca el papel de la educación liberal como fórmula para crear sociedades más justas. Se entienden así los ataques de Trump a una universidad como Harvard.

Las sociedades democráticas necesitan controles y contrapesos, no solo en el gobierno, también en la sociedad. No se puede permitir la concentración de poder, ya sea económico o mediático. Ahora hay demasiado poder en manos de unas pocas personas, los oligarcas. Trump se opone a cualquier cosa que interfiera con lo que él quiere hacer, quiere ser un dictador. Acusa a la prensa de ser enemiga del pueblo por publicar las ilegalidades que comete. Con la libertad académica ocurre más o menos lo mismo. La sociedad crea estas instituciones educativas para seguir desarrollando ideas. Trump odia las universidades porque no quiere ideas que desafíen sus teorías erróneas.

Pero hay otra razón por la que Trump y muchos en la derecha detestan las universidades. Ven a los jóvenes que salen de las universidades pensando de una manera diferente a como él piensa ahora. En parte es porque los jóvenes deben pensar por sí mismos, y Trump culpa a las universidades, no quiere que la gente piense con rigor. Por eso tiene tanta animadversión y tanta ira hacia nuestras universidades, pero atacando a las universidades está destruyendo el activo más importante de Estados Unidos.

Trump odia las universidades porque no quiere ideas que desafíen sus teorías erróneas

La derecha en España no tiene otra política económica que bajar impuestos. Usted diferencia claramente entre los ingresos del mercado, que carecen de legitimidad moral, frente a los impuestos, que son un acto moral. ¿Lo podría explicar?

Una de las afirmaciones de la derecha es que tienes derecho a todos los ingresos que ganas, sin tener que pagar impuestos. Pero la realidad es que no habrías podido ganar esos ingresos si no se hubiera construido una sociedad sobre los impuestos que ofrezca educación, infraestructuras, seguridad, etc. Es un acto moral pagar impuestos. En segundo lugar, los salarios, los tipos de interés y los precios surgen en una economía de mercado que reflejan la distribución de la riqueza y el poder en la sociedad, aunque no tenga legitimidad moral. Por ejemplo, si tenemos una sociedad en la que la mayor parte de los ingresos están en manos de personas que explotan a otras, serán ellas las que determinen los salarios, independientemente de que alguien reciba un salario alto o bajo. En Estados Unidos, está muy claro que gran parte de la riqueza se remonta a la esclavitud, al poder de mercado, al tráfico de drogas o al comercio de opio con China, que no es que tengan una legitimidad moral.

Otra parte muy interesante de su libro es cuando explica que el derecho de la propiedad es una construcción social. En España tenemos un grave problema de acceso a la vivienda. Las personas con rentas bajas o los jóvenes tienen serios problemas para acceder a una vivienda mientras que los más ricos o los fondos de inversión acaparan cientos y miles de viviendas en propiedad. ¿Sería legítimamente moral limitar el derecho a la propiedad para asegurar el derecho a una vivienda?

Cuando digo que los derechos de propiedad son una construcción social, es como las leyes. Los decidimos como sociedad a través de procesos democráticos. Las sociedades pueden decidir cómo organizar sus derechos de propiedad, aunque ahora la forma en que lo hacemos es ineficiente. Tenemos que crear comunidades en las que todos puedan convivir y disponer de vivienda es fundamental para el funcionamiento de la sociedad.

Se puede limitar la propiedad o su disponibilidad de varias maneras. Por ejemplo, a través de las infraestructuras y el transporte público. De este modo, la gente puede vivir más lejos y desplazarse, ya que el suelo es muy escaso en el centro. Es más barato vivir más lejos. Si se dispusiera de un buen transporte público, la gente estaría dispuesta a vivir más lejos. Por lo tanto, la vivienda no sería un problema tan grave si se dispusiera de buenas infraestructuras. Otro ejemplo, en el centro de la ciudad de Nueva York, que tiene los inmuebles más caros del mundo, hay muchos apartamentos vacíos, que son de oligarcas rusos o chinos ricos. Quieren tener inmuebles en Estados Unidos tanto para blanquear dinero como para tener un refugio seguro. Creo que deberíamos gravar los apartamentos vacíos con impuestos muy altos para desincentivar que sigan vacíos, pero si permanecen vacíos, al menos se pueden utilizar los ingresos para construir viviendas a precios asequibles.

Deberíamos gravar los apartamentos vacíos con impuestos muy altos para desincentivar que sigan vacíos, pero si permanecen vacíos, al menos se pueden utilizar los ingresos para construir viviendas a precios asequibles

Usted también apunta a las cadenas de la deuda, y señala que para resolver esta crisis, basándose en el principio de que la sostenibilidad de la deuda no debe lograrse a costa del desarrollo humano, ya que las actuales políticas de deuda en muchos países en desarrollo están al servicio de los mercados financieros, no de las personas. ¿Cómo solventamos el problema de la deuda?

Hay dos partes: cómo se evita que se acumule un exceso de deuda y qué ocurre cuando ya hay un exceso de deuda. Todos los países tienen una ley de quiebras que reconoce que a veces las personas se endeudan en exceso. Es tanto un problema del prestamista como del prestatario. Reconocer que la gente a veces no puede pagar es la razón por la que existe la quiebra. Es necesario un sistema de quiebras más humano, que permita a la gente saldar su deuda sin abusos. ¿Qué hacemos con el exceso de deuda cuando se produce ex ante? Un buen sistema de quiebra desincentiva el exceso de préstamos. Pero aun así es necesario contar con una buena normativa para disuadir a las entidades financieras que concedan préstamos abusivos. Hay que promulgar leyes que aumenten la transparencia para que se sepa claramente la deuda en la que se mete la gente… No se puede impedir del todo, pero sí desalentar los créditos abusivos.

Usted ha cuestionado varias veces el compromiso con la democracia de economistas como Friedrich Hayek o Milton Friedman. Ambos ganaron el Nobel de Economía. ¿No es un mensaje aterrador que personas que no defiendan la democracia puedan ganar este premio y, en definitiva, ser referentes para la sociedad?

Se tendría que haber discutido más. Las políticas que defendían no eran muy democráticas. Por ejemplo, Milton Friedman estuvo muy vinculado al dictador chileno Augusto Pinochet. Friedman no tuvo reparos en utilizar a este dictador para imponer políticas de libre mercado y sin utilizar medios democráticos, lo que resultó ser un desastre para Chile…. Friedman y Hayek trataron de hacer un argumento moral a favor de los mercados libres y un argumento de que la libertad económica era necesaria e imperativa para la libertad política, pero no estaban realmente comprometidos con la libertad política.

Usted escribe en su libro que “los mercados libres y desatados defendidos por Hayek, Friedman y tantos otros representantes de la derecha nos han puesto en el camino del fascismo”. ¿Cuánto de cerca estamos realmente de sucumbir a este nuevo fascismo?

Creo que en Estados Unidos estamos muy cerca. No es lo mismo que el fascismo del siglo XX en Italia, España o Alemania. El trumpismo es un tipo diferente del autoritarismo. Estamos hablando mucho sobre si los tribunales serán capaces de frenar a Trump, pero hay un miedo abrumador sobre hacia dónde vamos. En la última semana ha enviado a la Guardia Nacional y a los militares por las manifestaciones contra las deportaciones. El miedo es enorme.

La globalización supuso una integración de los mercados aunque la gobernanza de esos mercados era muy débil. ¿Hacia dónde nos dirigimos ahora?

Vamos a redefinir la globalización en el mundo después de Trump porque ya ha destruido el derecho internacional. Europa y a otros países se tienen que dar cuenta de que las fronteras nacionales importan, ya no es como después de la Segunda Guerra Mundial, cuando trabajábamos por un mundo sin fronteras. Estamos abandonando la ambición de un mundo sin fronteras y con reglas globales que gobernaran a todo el mundo. Tendremos que trabajar más para crear normas donde sea más importante, será una globalización más centrada en asuntos importantes, con instituciones multilaterales para el cambio climático, la cooperación para las pandemias del cambio climático y organizar el comercio, pero reduciremos nuestra ambición respecto a lo que ha dominado la agenda multilateral los últimos 80 años. 

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miércoles, 25 de junio de 2025

Hay que acabar con los hijos de puta socialistas de mierda»: hablaron los liberales

El pasado domingo se celebró en Madrid un encuentro de economistas y políticos liberales. En realidad, de ultraliberales, libertarios o anarcocapitalistas, como ellos mismos se autodenominan, y entre los que se encontró como artista invitada el inefable presidente argentino Javier Milei.
Lo que más me gusta de estos personajes es lo sinceros y aguerridos que son: se necesitan agallas para ir por medio mundo proponiendo acabar con los hijos de puta de mierda que no piensan como ellos en nombre de la libertad. En las SS no hubieran desentonado.

Y me maravilla también lo cómodos y naturales que se muestran haciendo cosas que a cualquier persona con un mínimo de educación y respeto a los demás le produciría vergüenza ajena, como poco.

Según informan diferentes medios de comunicación, en el Madrid Economic Forum, como se denominó el evento, se gritó fuerte y a menudo. Algo, por cierto, que también delata que estas gentes son mucho más fanáticas que reflexivas. Siempre que habla de economía, Milei lo hace a gritos y con insultos. Y lo mismo hicieron en el Forum madrileño los 7.000 asistentes en varias ocasiones: «Pedro Sánchez, hijo de puta», «Pedro Sánchez, hijo de puta», «Pedro Sánchez, hijo de puta», clamaban a grito pelado los liberales. La versión libertaria de los teoremas de la micro y la macroeconomía. Unos lumbreras.

Debió de ser orgásmico contemplar a personas como el antiguo dirigente de Ciudadanos Albert Rivera, el exvicepresidente de Coca Cola Marcos de Quinto, la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre y la actual Isabel Díaz Ayuso, el periodista Iker Jiménez, o economistas tan mediáticos como Daniel Lacalle o Juan Ramon Rallo desgañitarse para llamar a grito pelado hijo de puta a Pedro Sánchez. Con todas las palabras y sin cobardear, como Ayuso cuando dice que le gusta la fruta.

El argentino ofreció su apoyo, inestimable sin duda, a los liberales españoles para «zurrar a los bandidos», entre los que me encuentro, como modesto economista y ciudadano que no comparte sus ideas. Y, por supuesto, para acabar con «los socialistas de mierda». Aunque no formo parte de ningún partido y no me gusta aplicarme, ni me aplico a mí mismo etiqueta alguna, no me importa ahora, por pura solidaridad, sentirme un socialista más. Si alguien tan inhumano, grosero y mal encarado como Milei considera que los socialistas españoles son unos mierdas, tiro de empatía y me uno a ellos porque, en su boca, los insultos son más bien un reconocimiento que honra a quien lo recibe.

Milei llamó a «pelearse a cara de perro con los políticos corruptos». Sí, lo dijo él, el político que formó parte de una asociación que estafó con la criptomoneda libra, quien se abraza, defiende y admira al convicto y vicioso Donald Trump y a Isabel Díaz Ayuso, la discípula de la liberal Esperanza Aguirre que también se encontraba entre los asistentes (luchando contra la corrupción y la casta, of course).

Por supuesto, los liberales asistentes aprovecharon el encuentro para gritar contra los impuestos. Faltaría más: es de lo que se trata ¡Qué interesante hubiera sido conocer los millones de patrimonio que se acumularon en el Forum y en qué porcentaje provienen de herencias y no del esfuerzo propio! Aunque lo más lamentable de todo eso es que de todos los 7.000 asistentes, una buena parte serían seguramente personas de buena fe que llegan con dificultades a fin de mes. La verdad es que como trileros estos libertarios tienen muchísimo mérito. Casi tanto como Milei de interlocutor con el más allá cuando habla con el alma de sus perros muertos.

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jueves, 10 de abril de 2025

¿Y si lo de Trump no es una simple locura personal?

La opinión que más escucho cuando oigo hablar de Donald Trump, incluso en boca de académicos o gente bien informada, es que está loco.

Es cierto que su comportamiento, tan diferente al de quienes nos hemos acostumbrado a ver como dirigentes y líderes mundiales, induce a pensar así. Es errático, estrambótico, grosero, inculto, mentiroso compulsivo, desvergonzado y chulo, carece de la más mínima empatía con los débiles y alardea de gobernar al país más poderoso del mundo como si fuese su inmobiliaria. Ha reconocido que desea ser un dictador, se salta las decisiones judiciales en su contra, insulta a sus adversarios sin compasión ni mesura y los amenaza, e incluso desprecia y humilla a sus propios socios. Sus ideas son extremistas, presume de religiosidad y valores morales cuando es conocida su relación con prostitutas y antros de todo tipo. Su trayectoria vital y comercial es la de un personaje sin principios ni límites, obsesionado por ganar a cualquiera que se le ponga por delante. Numerosas biografías y documentales lo han puesto de manifiesto y basta verlo en acción para comprobar su forma de ser, y cómo actúa y trata al resto de la gente.

Sin embargo, me temo que es erróneo pensar que lo que está haciendo y lo que hará más adelante es la simple expresión de una locura, de un comportamiento personal aberrante y reaccionario. Puede ser que Trump sea efectivamente un loco, un multimillonario que se puede permitir cualquier capricho y presumir como un pavo real del poder que tiene, siendo, como es, tan ignorante.

Yo tiendo a pensar que lo que está haciendo Donald Trump es mucho más que un comportamiento personal y la mejor prueba de ello es que las acciones que lleva a cabo vienen de lejos, antes de que él incluso aspirase a ser presidente.

He escrito con detalle sobre lo que creo que está ocurriendo y el por qué Trump hace lo que hace en mis dos últimos libros, Más difícil todavía (Deusto 2023) y Para que haya futuro (Deusto 2024), así que resumiré aquí muy brevemente lo que pienso.

Tiendo a pensar, en primer lugar, que Trump no es sino una pieza más de un proceso que viene de más lejos encaminado a desmantelar las democracias y los sistemas de legitimación que, desde los años ochenta del siglo pasado, habían generado la aceptación, por las clases sociales empobrecidas, de los procesos que las han desposeído. La razón o necesidad de hacerlo es sencilla: el nivel de concentración de riqueza y desigualdad alcanzado es tan extraordinario que ya resulta incompatible con la democracia representativa y el debate social transparente. Alguien tan poco sospechoso de izquierdismo como Martin Wolf lo ha explicado y documentado perfectamente en su libro La crisis del capitalismo democrático (Deusto, 2023).

En segundo lugar, creo que la nueva presidencia de Trump es un momento más de un proceso de desglobalización y proteccionismo que viene de atrás, aunque ahora se produzca, ciertamente, de un modo más exagerado y radical,. Contabilizadas en su sentido más amplio, en el Global Trade Alert se registran casi 59.000 medidas restrictivas del comercio en todo el mundo desde 2009.

Como acabo de recordar en un artículo reciente, Obama ya fue calificado por The Wall Street Journal, como «un presidente proteccionista». Biden no sólo no rectificó las medidas que había adoptado Trump en su primer mandato, sino que incluso las aumentó en algunos casos y, sobre todo, con China. De él se escribió que practicaba «proteccionismo cortés» y «educado» y que su política comercial era «trumpismo con rostro humano», sin «tuits furiosos ni afirmaciones absurdas, pero con aranceles de seguridad nacional».

Es verdad que Trump ha exacerbado la política proteccionista (está por ver hasta dónde llega) pero es un error creer que es sólo «cosa suya».

Me parece que hay que leer bien lo que está haciendo ahora Donald Trump. Cuando muestra pomposamente al mundo que impone aranceles incluso a una isla en donde sólo habitan pingüinos o a países con los que Estados Unidos apenas tiene intercambios, no lo hace porque esté poniendo en marcha una nueva política comercial, sino para mostrar la forma diferente con la que esa potencia con voluntad de seguir siendo imperial va a dirigirse a partir de ahora al mundo. O, mejor dicho, al universo, pues habla de «arancel universal», un término quizá nada casual cuando los grandes capitales tecnológicos están planificando apropiarse del espacio, de otros astros y asteroides, para hacer negocio.

En tercer lugar, lo que más claramente está haciendo Trump es exonerar al capital, en la mayor medida de lo posible, de los costes que inevitablemente va a tener el cambio climático y la desigualdad exagerada que se ha generado en las últimas décadas. Sus declaraciones al respecto pueden parecer rimbombantes, exageradas, increíblemente negacionistas e incluso inhumanas, dado el desprecio con el habla de la pobreza o las medidas que ha tomado en materia medio ambiental, sanitaria y social. Sin embargo, ¿cuánto han tardado las grandes empresas en suspender sus programas de diversidad e inclusión? ¿qué grandes dirigentes empresariales han manifestado su oposición a las medidas de Trump? ¿dónde están las corporaciones que hablaban de capitalismo responsable y con rostro humano? ¿cómo se explica que, sobre la marcha, se estén eliminando todas las buenas intenciones y programas de inversión que hasta hace unos días tenían para combatir el cambio climático? ¿Cómo es posible o se explica que hayan bastado unas cuantas declaraciones y alguna orden ejecutiva de Trump para que ya no lo consideren una amenaza?

Finalmente, también creo que lo que está haciendo Trump se parece mucho, por no decir que es lo mismo, a lo que ya habían comenzado a hacer otros presidentes anteriores y especialmente Biden para hacer frente al declive del imperio estadounidense, aunque es verdad que ahora con estruendo y en medio de insultos y amenazas. No se olvide que fue Biden quien saboteó el gaseoducto Nord Stream, una infraestructura vital para uno de sus grandes aliados, cometiendo un acto que, de haberlo hecho otros, hubiera sido perseguido como terrorista,

Lo que estamos comenzando a ver (cada día con más nitidez y abiertamente) es cómo Estados Unidos trata de salvar sus muebles cuando se agota el modelo que, desde los años ochenta del siglo pasado, le ha permitido vivir endeudándose gratuitamente ante el resto del mundo.

Es patético y daría risa, si no fuese por el sufrimiento humano que viene detrás, ver cómo el gobierno de Estados Unidos hace trampa al contabilizar los saldos exteriores, registrando sólo los comerciales y dejando a un lado los de servicios y capitales, que es donde está hoy día el meollo del comercio internacional. U olvidando que si tiene déficits comerciales con muchos países no es por culpa de estos, como dice Trump, sino porque empresas estadounidenses se fueron a terceros países para ganar más dinero y desde allí exportan lo que podría haber computado como ingresos de exportación de Estados Unidos si se hubieran quedado en su país.

Al acabar la II Guerra Mundial, Estados Unidos tenía más del 80 por ciento del oro que había en el planeta, su PIB era la mitad del conjunto de todos los países, y controlaba el 60 por ciento del comercio mundial y casi el 50 por ciento de las inversiones directas de todo el mundo. Le fue fácil que se aceptara que su moneda actuase de reserva y se pudo garantizar sin problemas su plena convertibilidad en oro.

Con el paso del tiempo, sin embargo, los países que habían sido casi totalmente destruidos en la guerra comenzaron a resurgir y sus industrias se hicieron potentes, expandiendo su producción y exportaciones. El dólar se vino abajo y, como ha recordado Yanis Varoufakis en un artículo reciente, Nixon dio un golpe de mano brutal en 1971. A mi juicio, muchísimo más duro y dañino que el que estos días está dando Trump y que tanta gente está calificando como «el mayor golpe de la historia al comercio internacional».

Nixon devaluó primero el dólar y luego acabó con su convertibilidad en oro, obligando así a que su moneda se utilizara sin necesidad de que la economía de Estados Unidos lo respaldase, no ya con el metal precioso, sino con producción o inversiones. ¿Se imaginan que tuvieran en su casa una máquina que emitiera un billete verde que casi todo el mundo quisiera tener en sus manos para comerciar? ¿Quién sería capaz de resistirse a semejante privilegio y no endeudarse constantemente, mientras pudiera imprimirlo sin limitación alguna? Por eso cuentan que los dirigentes de Estado Unidos decían a los demás países: el dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema.

A pesar de ello, ni siquiera así se pudo resolver la crisis estructural que se venía produciendo y que constituía un peligro existencial para el capitalismo (entre otras razones, por la existencia alternativa y amenazante de la antigua Unión Soviética). Los conflictos se multiplicaban, los trabajadores tenían cada vez más fuerza y los salarios se disparaban, la producción en masa ya no se vendía, la inflación subía y el beneficio caía … Se venía abajo el edificio que había permitido que Estados Unidos se consolidara como la gran potencia que dominaba el mundo.

Otro presidente republicano, Ronald Reagan, se encargó de tomar medidas y adoptó otra también mucho más brutal y lesiva para el resto de las economías que las actuales de Donald Trump: la Reserva Federal disparó los tipos de interés (llegaron al 20 por ciento en1981), hundiendo la producción, multiplicándose el desempleo y la deuda, y provocando deliberadamente una crisis generalizada.

Una vez más, Estados Unidos se sacudió el polvo de su espalda y descargó sobre los demás todo el peso de los problemas que había producido el régimen sobre el que se basaba su poderío, para conservarlo a partir de entonces de otro modo.

Repito que la bravuconería vacía de Trump, sus declaraciones tan burdas, la forma tan científicamente inconsistente de hacer las propuestas y la renuncia a tener presente ni uno solo de sus potenciales efectos adversos, puede llevar a considerar que nos encontramos ante un histrión cuya locura se ha desatado. Yo mismo tengo a veces la tentación de simplificar mi pensamiento y creer que es eso lo único que tengo por delante.

Hoy mismo leo a un comentarista brillantísimo de la política estadounidense, Roger Senserrich, afirmar que «las élites económicas de Estados Unidos estaban atónitas ante la escala del desastre».

Es posible que lleve razón, pero me cuesta mucho trabajo creer que todo lo que hace Trump se pueda llevar a cabo en contra del poder económico. Lo que veo, más bien, es que a su alrededor han estado y están las personas más ricas del mundo, las que han permitido con su financiación extraordinariamente generosa que llegue a presidente. Las mismas que pusieron el dinero para que la Fundación Heritage elaborase el Proyecto de Transición Presidencial 2025 que Trump está llevando a cabo casi letra a letra y que comenté justo hace un año en un artículo que titulé La extrema derecha viene para quedarse.

Puede ser que yo me esté equivocando y vea más cosas de las que hay, pero lo que me dicen los análisis que vengo realizando desde hace años es que nos encontramos ante un fenómeno de largo alcance. A mi juicio, lo que sucede es que Estados Unidos está tratando de reasentarse para enfrentarse a un planeta al que sabe que ya no va a poder dominar como exclusiva potencia imperial. Se asume que el poderío creciente e imparable de China va a conformar un mundo nuevamente bipolar y Estados Unidos va a romper violentamente el tablero, una vez más, para obligar a que las economías y sus gobiernos reasignen posiciones estratégicas a su alrededor en la condición más debilitada posible y en beneficio estadounidense. Una estrategia que, en lo económico, debería concluir con un proceso generalizado de reubicación de capitales e industrias en Estados Unidos, como única forma de asegurar su hegemonía.

En principio, yo no veo obstáculos insalvables para que eso pueda producirse, siempre y cuando:

a) Aisle lo más posible a China y al bloque que inevitablemente se formará en su entorno, y los obligue a iniciar una escalada armamentista que deteriore sus capacidad tecnológica e industrial.

b) Debilite hasta el extremo a Europa y la haga desaparecer aún más del mapa como operador estratégico y competidor comercial.

c) Mantenga suficientemente a raya a Rusia, y

d) Si encuentra (de ahí Panamá o Groenlandia) nuevas fuentes de ventaja competitiva y geoestratégica.

Dicho eso, creo que hay que señalar también las grandes dificultades a las que se enfrenta hoy día el intento de salvaguardar la supremacía de Estados Unidos. Entre otras:

a) Es un proceso que necesita medio plazo para dar resultados y a corto puede ser tan traumático que puede producir perturbaciones globales inusitadas, con daños tan grandes que ni siquiera Estados Unidos pueda evitar.

b) Llevar este proceso de reajuste de la mano de la extrema derecha para avanzar en el desmantelamiento de las democracias que se extiende por todo el mundo es un arma de doble filo, una auténtica bomba de efecto perverso y retardado de consecuencias muy peligrosas. Al fin y al cabo, las democracias son un elemento de contención del conflicto. El totalitarismo, por el contrario, lo crea y la polarización generalizada puede estallar, con consecuencias incalculables, antes de que Estados Unidos logre redefinir el terreno de juego que más le conviene y reforzar suficientemente su economía.

c) La situación interna de Estados Unidos puede hacerse explosiva y cualquier cosa puede suceder allí en cualquier momento.

d) Estados Unidos cada vez tiene menos posibilidad de imponerse sobre China en términos económicos o tecnológicos y, seguramente, también en financieros. La opción que le queda es la militar, y no hay que decir mucho sobre los riesgos que eso conlleva cuando se está hablando de potencias nucleares.

En resumen, si lo que estamos viendo es el comportamiento de un loco que se enfrenta a todos, lo más posible es que antes o después se revierta la situación; al menos, lo suficiente como para evitar la crisis inevitable que llevaría consigo la guerra comercial y el desmoronamiento económico que se producirá si no se frena cuanto antes a Trump.

Si mi hipótesis es acertada, lo que vamos a ver será algo más y mucho peor. Será lo mismo que ya se produjo en ocasiones anteriores: una tabula rasa, la generación deliberada de una gran crisis económica y de la democracia que permita que todo cambie para que no se modifique lo que se busca preservar, el dominio de una potencia en declive acelerado, e incluso en riesgo de extinción si no reacciona, ante un bloque rival en ascenso y con fortaleza creciente. Tengo dudas, pero si tuviera que apostar lo haría por esta segunda hipótesis.

Sobre cómo se podría actuar ante todo esto, especialmente en Europa, trataré de escribir en los próximos días.

jueves, 13 de marzo de 2025

Hay esperanza para Europa, pero no está en las armas

Los dirigentes europeos, con el eco de todos los grandes medios de comunicación y del poder financiero, se empeñan en decirnos que Europa debe multiplicar sus presupuestos para gastos militares como única forma de tener seguridad y autonomía y, además, que eso ha de hacerse reduciendo el Estado de Bienestar.

A mi juicio, están completamente equivocados por tres razones principales.

Europa también ha generado inseguridad para sí misma

En primer lugar, porque confunden, o engañan, cuando hablan sobre el origen de la inseguridad y la naturaleza de las amenazas. Los dirigentes europeos no hacen un balance autocrítico de lo que ha ocurrido en los últimos años. Se empeñan en culpar a Rusia de la situación actual, cuando la propia Unión Europea y Estados Unidos han contribuido a provocarla, incumpliendo sus compromisos de no expansión de la OTAN y generando una verdadera e innecesaria amenaza existencial para Rusia. Producirían risa, si no fuesen por lo dramático de la situación en la que estamos, las declaraciones de Macron advirtiendo de que Putin se propone invadir a toda Europa (cuando no han parado de decir que Rusia que su derrota militar ante Ucrania no sólo era posible, sino segura; incluso diciendo que había tenido que sustituir los carros de combate por burros).

No voy a negar que Europa se enfrenta a amenazas exteriores, pero no son todas las que nos ponen en peligro. La política insensata, belicista, antieuropea, seguidista frente a Estados Unidos, provocadora y pirómana que han seguido sus dirigentes también ha creado enemigos y se ha convertido en un riesgo para la propia Unión Europea.

Más gasto militar no asegura más defensa ni autonomía estratégica

En segundo lugar, los dirigentes europeos se equivocan porque es materialmente imposible que Europa pueda lograr seguridad y autonomía por la vía de aumentar sus presupuestos militares.

En un artículo que acabo de publicar señalo las razones que justifican mi opinión.

– Para disponer de un ejército capaz de enfrentarse hoy día a cualquier amenaza bélica hace falta disponer de una base industrial potente y un sistema de investigación, innovación y desarrollo avanzado e independiente. Europa no los tiene, en el grado necesario, porque las políticas neoliberales que ha aplicado en los últimos años han desmantelado su industria y la han dejado en situación de gran dependencia.

– Para tener garantías militares de disuasión y defensa suficientes frente a sus supuestos enemigos militares, Europa necesitaría un presupuesto militar mucho más elevado, no ya del que ahora tiene, sino del extraordinario que sus dirigentes afirman que van a disponer en un futuro inmediato. Sobre todo, cuando lo previsto es que este último lo pongan en marcha los diferentes países y no la Unión Europea en su conjunto.

– En cualquier caso, para garantizar su seguridad y disponer de autonomía estratégica, lo que necesita Europa no es más dinero para presupuesto militar. Si fuera un solo país, sería la segunda potencia militar mundial, tras Estados Unidos y con 3,5 veces más gasto militar per capita que China. Sin embargo, ese ya elevado presupuesto militar conjunto (aumentado en un 30% en los últimos tres años) más el de Estados Unidos (entre ambos, casi el 55% del total mundial en 2023, según SIPRI) no ha sido capaz de rebajar la inseguridad y el peligro. Por el contrario, los ha aumentado, según reconocen los propios dirigentes europeos cuando afirman que ahora estamos más en peligro que nunca.

Si de fuerza militar se tratara, lo que necesitaría Europa, en todo caso, serían sinergias, más cooperación, vertebración e integración cuando hicieran falta, inversiones coordinadas y complementarias… En suma, un Ejército europeo y no una suma de milicias.

– Para que un ejército sea efectivo como instrumento de defensa frente a un enemigo exterior es necesario que tenga una única bandera, que responda a intereses colectivos que lo respaldan y apoyan, que exista un fuerte lazo nacional y de pertenencia entre la ciudadanía y las instituciones que la lleve a sentirse protegida por un ejército al que considera suyo, al que apoya y está dispuesta a financiar con su esfuerzo y sacrificio. Europa no tiene nada de eso porque las políticas neoliberales que ha aplicado han producido desafecto, alejamiento y rechazo de la ciudadanía a sus instituciones, como demuestra el avance de las fuerzas de extrema derecha, nutridas, precisamente, de la inseguridad y descontento que eso genera.

– Es un auténtico despropósito y un insulto a la razón y a la inteligencia de la ciudadanía europea que sus dirigentes afirmen que Europa gozará de seguridad y autonomía defensiva aumentando su gasto militar mientras permiten que en nuestro suelo haya 38 bases militares de Estados Unidos con más de cien ojivas nucleares (en realidad, es muy posible que muchas más) que pueden destruir varias veces a todas las naciones europeas si se aprieta un botón en Washington.

O la Unión Europea apuesta por seguir arrendando su defensa a Estados Unidos y entonces se somete a sus dictados (como reclama con razón Donald Trump), o quiere ser de verdad autónoma militarmente y entonces no se permite que el presidente de Estados Unidos siga teniendo la llave del destino no ya militar, sino existencial de toda Europa.

No es verdad que el mayor gasto militar requiera desmantelar el Estado de Bienestar

Diferentes políticos, economistas, periodistas y líderes de opinión vienen diciendo en los últimos días que, para financiar el necesario rearme europeo, es preciso reducir el gasto social: «recortar el Estado de bienestar para construir un Estado de guerra», según decía un artículo reciente de Financial Times.

Esa afirmación es, sencillamente hablando, un engaño que desmienten la teoría económica, los hechos y la historia.

Desgraciadamente, la historia humana está plagada de escaladas armamentistas y guerras, hoy día muy bien documentadas, y, por tanto, es fácil conocer cómo se financiaron y cuál fue el resultado de las diferentes vías utilizadas para ello. Como también se saben perfectamente las desventajas económicas de todo tipo que tiene el gasto militar frente al civil.

En la historia contemporánea, casi siempre han sido financiadas con una combinación de fuentes: impuestos, deuda, ayuda exterior, sobreexplotación de recursos naturales, aportaciones del gran capital privado, o mediante comercio ilegal o mafioso. De entre ellas, sobresalen los impuestos y la deuda y por eso se puede decir que ningún rearme ni guerra tienen buenos resultados económicos (salvo, claro está, para los ganadores si se aprovechan de su victoria para saquear a los vencidos y compensar sus costes).

Por el contrario, reducir el gasto para financiar la defensa o la guerra, en detrimento de los impuestos o la deuda, es un despropósito económico, político y social.

No conviene económicamente porque a menor gasto (por supuesto, incluido el social) hay menos demanda productiva y eso debilita a la economía, cuya fortaleza es fundamental para soportar el gasto militar y el esfuerzo bélico, si la guerra llega a producirse. Es una rémora política porque la menor producción de bienes y servicios civiles merma el apoyo ciudadano y deslegitima a los gobiernos que deben llevar a cabo la escala armamentista. Y reducir el gasto social es también un pesadísimo lastre social en momentos de amenaza o conflictos bélicos porque crea pobreza, exclusión, descontento y rechazo al sacrificio y al patriotismo, cuando se comprueba que estos se hacen recaer desigualmente sobre la población.

Cuando se oye hablar de financiar a los ejércitos conviene informarse para no dejarse engañar. Y quizá no hay mejor vía para ello que conocer lo que hizo el presidente Roosevelt cuando tuvo que declarar el estado de guerra ante la amenaza nazi y el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941: introdujo un impuesto general sobre la renta con un tipo que en 1944 fue del 91%, pidió préstamos masivos y multiplicó el gasto público por diez. En solo cuatro años gastó más dinero (en dólares de aquel momento) que desde que se fundó su país, 152 años atrás.

Naturalmente, un estado de guerra que obligó a multiplicar por cuarenta y dos el gasto militar produjo grandes sufrimientos a la población. Pero, al revés de lo que se proponen hacer los dirigentes europeos, los repartió equitativamente y no sólo no detuvo sino que siguió llevando a cabo políticas de bienestar: aumentó el salario mínimo y prohibió el trabajo infantil, comenzaron a pagarse cheques de jubilación y aumentó la cobertura de las ayudas por desempleo y a la pobreza, se multiplicó la construcción de viviendas públicas asequibles, se tomaron medidas contra la discriminación racial en el trabajo, se racionaron alimentos y combustibles para asegurar el suministro a toda la población, se impulsaron las ayudas para educación o vivienda a veteranos de guerra… En lugar de disminuir la fuerza del New Deal que puso en marcha frente a la Gran Depresión de 1929, lo continuó y fortaleció. Todo eso hizo posible que la pobreza bajara entre 15 y 20 puntos porcentuales de 1940 a 1944, justo en esos años dramáticos de guerra e ingente gasto militar.

No trato de hacer, ni mucho menos, una defensa de estos últimos como motores de las economías (el PIB de Estados Unidos se duplicó en ese periodo y el programa de gasto masivo de Roosevelt fue la base de su inmenso poder imperial en la posguerra). Simplemente, quiero señalar que afrontar una escalada de gasto militar como la que pretenden los dirigentes europeos, sin reforzar la equidad y dinamitando la cohesión social y el bienestar es una vía suicida que traerá la consolidación de la extrema derecha y mucha más inseguridad y quizá nuevas guerras en Europa.

La Unión Europea está haciendo el ridículo y paga los platos rotos

El discurso de las dirigentes europeos es mentiroso, catastrofista y amenazante. Busca generar miedo en la población, exagerando las amenazas y mintiendo, como he dicho, sobre su verdadera naturaleza, para que se acepten sin rechistar sus propuestas. Ya lo hicieron en la crisis originada a partir de 2007-2008. Amenazaban con el colapso total de las economías si no se aplicaban cuantiosos recortes del gasto social y resultó, como muchos advertimos, que fueron sus políticas de austeridad las que, en realidad, provocaron su derrumbe. Decían que no había dinero para bienestar, cuando lo hubo y dieron sin límite billones de euros a los bancos privados y a las grandes empresas. Ahora tratan de hacer lo mismo.

Europa no se puede dejar envolver por el discurso de sus dirigentes. Hay razones de sobra para mostrar que se han equivocado provocando a Rusia y luego creyendo que sería posible vencerla militarmente y mediante sanciones económicas. Una estrategia que ha hundido en la miseria y en el dolor a Ucrania y que ha tenido dos vencedores, el país invasor y Estados Unidos, en detrimento de Europa que es quien está pagando de verdad los platos rotos. Es normal que Trump y Putin se esté mofando de todos ellos en su propia cara.

Hay esperanza si se apuesta por la paz

No es verdad, como dicen los dirigentes europeos, que nuestra alternativa sea involucrarnos cada día más en la política de amenazas, dejarnos llevar por el cántico de los belicistas, aumentar el gasto militar y prepararnos para la guerra.

La Unión Europea puede ser, por el contrario, un bastión de sensatez y de luz en los tiempos de oscuridad en los que vivimos si asumiera otros principios fundamentales, quizá como los siguientes:

– La tregua y el fin de la guerra es el objetivo primordial cuando ya se ha desatado. La Unión Europea debe apoyar el camino que lleve a conseguirlos, vengan de donde vengan y lo antes posible.

– La paz sólo puede basarse en la ausencia de amenazas. Europa tendría que asumir sus errores pasados, entender que los acuerdos deben respetarse y que no se puede acosar a ningún país. La mejor contribución que la Unión Europea puede hacer ahora a la paz es reconocer que contribuyó a quebrarla, tal y como hoy día es sabido a través de multitud de testimonios de líderes políticos o diplomáticos.

– Hay que poner sobre la mesa nuevos acuerdos de desmilitarización permanente. Europa debería liderar la apuesta por suscribir los que impulsen la desmilitarización y pongan freno al incremento salvaje del gasto militar. Empezando por la necesaria reconsideración del papel de la OTAN que ha actuado como detonante y aceleradora de conflictos más que como instrumento de la paz.

– La paz a la que aspiremos no puede ser la de los cementerios ni podemos creer que será completa. La paz siempre es imperfecta y seguramente limitada, el resultado de acuerdos frágiles, difíciles y casi siempre en la cuerda floja. Por ello, lo mejor que hay que hacer para alcanzarla y asegurarla es sostener los principios que la rijan sobre una base de respeto mutuo, bienestar y progreso de los pueblos.

– La mejor forma de fortalecer a la Unión Europea y de garantizar su seguridad es lo que hasta ahora no viene sucediendo: la prioridad de sus instituciones debe ser proporcionar mejores niveles de vida a su ciudadanía y reforzar la democracia, liberándose de la influencia de los grupos de interés y de los poderes en la sombra que antidemocráticamente dictan sus decisiones. Hay que impulsar una revisión de los tratados europeos que impulsan las políticas que mantienen a «Europa encadenada», como ha escrito Sami Naïr en su último libro.

– La Unión Europea debe ser realista, pragmática e inteligente. Debería darse cuenta de lo que realmente está ocurriendo en el mundo: el ocaso del imperio estadounidense que sustituyó al británico. Por eso, el haberse dejado caer ciegamente en brazos de los Estados Unidos de Biden (y antes de otros presidentes, aunque ahora en medio de una guerra) ha sido un gravísimo error histórico. Donald Trump no es un loco, ni un pollo sin cabeza, como ingenuamente se quiere hacer creer. Lidera, con mucha más decisión, aunque de forma más desvergonzada, inhumana e ilegal, eso sí, la misma estrategia que Biden: lograr retrasar lo más posible ese colapso creando condiciones que favorezcan la reindustrialización de su economía, incentiven la vuelta de miles de empresas actualmente deslocalizadas y permitan que el dólar siga siendo la moneda de referencia mundial. Cuanto más desconcierto genere, mayor sea la incertidumbre y más debilite al resto de las economías, más fácilmente podría lograr su objetivo.

Por eso, la seguridad y autonomía que debe buscar la Unión Europea no es la militar, sino la económica y la política. Justo las que perderá si apuesta sólo por el rearme

Europa está a tiempo y tiene ante sí una oportunidad única. Salvo un milagro impensable a estas alturas, sus actuales dirigentes no van a saber aprovecharla, suponiendo que tuvieran voluntad de ello y no fueran meros empleados de la industria militar y financiera donde están los únicos beneficiarios de la estrategia de rearme que están defendiendo.

Europa necesita otros principios y también otra clase dirigente. No caerán del cielo, sino que vendrán de donde ha venido siempre el impulso que ha traído paz, democracia, libertad y progreso a las sociedades modernas, de la ciudadanía, de la gente corriente.

Sí, efectivamente; he dicho que vendrán porque tengo la completa seguridad de que, antes o después, la razón de la paz se impondrá sobre la brutalidad de la guerra. Y si logramos que eso sea un empeño generalizado y vibrante, también estoy seguro de que eso ocurriría más pronto que tarde.

domingo, 9 de marzo de 2025

_- El salario mínimo y la riqueza del empresario más rico de España: una comparación

_- Pensemos en el salario mínimo de España en 2025: 9,26 euros por hora.

Imaginemos una persona que hubiese vivido desde que existe nuestra especie, hace unos 250.000 años.

Imaginemos que esa persona fuese inmortal y que, además, no hubiese hecho nada más que trabajar, sin dormir, ni descansar, durante las 24 horas del día de todos los años desde entonces.

Hasta el día de hoy habría acumulado unos 20.300 millones de euros cobrando ese salario mínimo.

Esa cantidad representa el 18,5 % de la riqueza actual de Amancio Ortega, la persona más rica de España.

Para alcanzar la riqueza que ahora tiene el propietario de Inditex (122.500 millones de dólares, según la revista Forbes) la persona de. nuestra historia tendría que seguir trabajando todas las horas de todos los días de 1,2 millones de años más.

Dicho de otro modo, una persona que ganase el salario mínimo español actual y trabajara a cambio de él todas las horas del día de todos los años, sin dormir, ni descansar, ni comer, ni hacer otra cosa, necesitaría vivir así durante 1,45 millones de años para acumular la riqueza del empresario más rico de España.

No pongo en cuestión, ni critico la riqueza de Ortega, ni su origen, ni su mérito. Eso es otro debate, y la comparación que hago es un simple recurso que utilizo por si a alguien, como a mí, le hace pensar.

(He tomado la idea de hacer esta comparación con datos de España del interesante libro del profesor de la London School of Economics Michael Muthukrishna A Theory of Everyone. The New Science of Who We Are, How We Got Here, and Where We’re Going, (Una teoría de todos. La nueva ciencia de quiénes somos, cómo llegamos aquí y hacia dónde vamos.) The MIT Press, 2023, p. 266. Se puede leer en línea aquí) .

Fuente: 


domingo, 2 de marzo de 2025

Los efectos de la retirada de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud

Una de las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue la retirada de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una decisión que poco después secundó el presidente de Argentina, Javier Milei. Esta medida tendrá efectos críticos en la salud global, en especial en los países más pobres, pero también en Estados Unidos y en Argentina, si no se revierte en los 12 meses que quedan para que se haga efectiva.

La orden dictada por el presidente estadounidense es difícil de calificar. Cuesta determinar si es un acto de profunda crueldad o una muestra más de la impresionante ignorancia de la que presume la legión de negacionistas, antivacunas o terraplanistas que, a base de mentiras, se multiplican como las setas en todo el mundo.

Una organización esencial para el planeta

La OMS, fundada en 1948, es una organización internacional que cuenta actualmente con 194 países miembros, lo que representa prácticamente la totalidad de los Estados reconocidos a nivel global. Sus funciones son esenciales para la promoción de la salud en todo el planeta: evalúa, monitorea, proporciona información, asesora y establece estándares internacionales, presta ayuda a los países más pobres y actúa ante epidemias o desastres.

Su intervención ha sido decisiva para erradicar la viruela, reducir casos de polio en todo el mundo en un 99%, o la prevalencia de la malaria y el tracoma. Sin la OMS, hubiera sido imposible lograr avances en materia de salud, así como igualdad en el acceso a servicios sanitarios en casi todos los países.

Estados Unidos ha ejercido un papel fundamental para la organización desde sus inicios. No solo por ser su mayor contribuyente financiero, tanto en aportes obligatorios como en donaciones voluntarias de diversas fuentes, sino también por su capacidad operativa a la hora de brindar asistencia y por la valiosa contribución de su sistema de información e investigación. Muchos analistas internacionales señalan que la OMS proporcionó también a Washington mucho prestigio e influencia, además de abrirle las puertas para obtener otros beneficios complementarios. Y, por ello, la medida que ahora propone el presidente Trump implica renunciar a su propio legado como potencia sanitaria global. Y es seguro que tendrá un efecto contrario al que aparentemente busca.

Su orden se justifica afirmando que la OMS depende de la política de algunos países. Sin embargo, lo que paradójicamente ocurrirá, si finalmente Estados Unidos se retira, renunciando a su liderazgo, será que otros países, encabezados por China, tomarán el relevo y aumentarán su influencia global.

Una medida inhumana y cruel

La retirada de EE.UU. y de otros países, como Argentina, supondrá que esta organización dispondrá de casi un 20% menos de presupuesto. Un recorte significativo que, si no se compensa con aportes más cuantiosos de otros miembros, causará un gran daño para la salud mundial.

Todos los países, sin excepción, van a sufrir los efectos de la menor capacidad de esta organización para evaluar, prever, asesorar, coordinar, actuar o ayudar frente a enfermedades, pandemias o catástrofes sanitarias. Pero es lógico y será inevitable que el perjuicio sea mucho mayor en los más pobres, en donde los sistemas nacionales de salud son más débiles y con mayor dependencia exterior.

Claramente, la decisión que han tomado Trump o Milei podría llevar a la enfermedad o a la muerte a cientos de miles de seres humanos.

Ahora bien, la medida de ambos presidentes es doblemente cruel porque perjudica incluso a sus propias naciones. Hay que ser muy ignorante para no darse cuenta de que Estados Unidos o Argentina también sufrirán las consecuencias de esta decisión.

Las epidemias, infecciones o enfermedades que la OMS ayuda a combatir no entienden de fronteras, como ha demostrado el Covid-19. Por lo tanto, cuanto más se expandan fuera de un país, más riesgo tendrán de sufrirlas también los que hayan abandonado la organización. Retirarse de ella limita la experiencia y capacidad de monitoreo del sistema de salud, retrasa las respuestas y, sin la cooperación activa de una organización global, se tendrá más dificultades para hacer frente a riesgos sanitarios, como la gripe aviar o brotes de sarampión, que ya han empezado a manifestarse, o a otros que puedan venir en el futuro.

Así lo advierten especialistas como Jesse Bump, profesor de políticas de salud global y director ejecutivo del Programa Takemi en Salud Internacional, quien recientemente declaró que en Estados Unidos serían “más vulnerables a la importación de enfermedades que se propagarían a otros lugares (…) Con la disminución de la inmunización contra las enfermedades infantiles, es más probable que tengamos brotes de polio, sarampión y similares”.

En un mundo tan interconectado como el actual, aislarse de organismos cuyo objetivo es combatir enfermedades globales –ya sea por razones financieras, como dice Trump, o por autonomía, como sostiene Milei– recuerda a la tremenda insensatez de los ricos que, hace más de cien años, protestaban cuando tenían que pagar el saneamiento de los barrios populares de sus ciudades. Sin entender que cualquier tipo de enfermedad, desatada por falta de saneamiento, se propagaría sin remedio y llegaría también a sus casas.

Mentiras y negacionismo de la ciencia

Tanto Trump como Milei, junto a los equipos de oligarcas multimillonarios que los acompañan, han tomado esa decisión mintiendo a sus compatriotas.

El mandatario de EE.UU. se queja del coste financiero de la contribución obligatoria de su país, sin mencionar que esta se fija objetivamente en función de la población y el Producto Interno Bruto. Y sin considerar los beneficios que le producciones. Como también acusa sin pruebas a la OMS de dependencia política, cuando su país es el más influyente de todos.

Por su parte, Milei afirma que toma esta decisión para tener «más flexibilidad para adoptar políticas» y para que ningún «organismo internacional intervenga en nuestra soberanía». Pero oculta que esta organización no dicta ni impone políticas, sino que, a lo sumo, hace recomendaciones que pueden seguirse o no.

La OMS pudo haber tenido retrasos e incluso haber cometido errores en la última pandemia de Covid-19, pero en ningún caso esto justifica que algún país la abandone por esa razón. Por el contrario, debería impulsarlos a fortalecerla.

Al sostener que sus decisiones responden a ideologías o preferencias políticas y no de conclusiones científicas, lo que hacen Trump, Milei y su cohorte de oligarcas es precisamente destruir la confianza en el soporte más potente que ha tenido el progreso de la humanidad a lo largo de la historia: la ciencia.

Lo hacen porque saben perfectamente que la única forma de consolidar su estrategia de dominio imperial es engañar y mantener a los pueblos en la ignorancia y la confusión. Ya lo dijo el libertador latinoamericano Simón Bolívar ante el Segundo Congreso de Venezuela en 1819: “La esclavitud es hija de las tinieblas y un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción.”

Esperemos que haya presión social y se imponga la sensatez. Las consecuencias de esta decisión irresponsable, si no se revierte, serían dramáticas.

Juan Torres López

miércoles, 26 de febrero de 2025

Dolor, mucha pena y rabia seca

Cuando era pequeño y vivía en Jaén, debía tener siete u ocho años, entre los niños que entonces eran mis amigos y vecinos se decía que cerca de nuestra casa vivían «los judíos», un matrimonio a quien, según ordenaban los mayores, no se debía visitar. Eran años en los que la dictadura consideraba que los comunistas, masones y judíos eran los enemigos de España.

Un día, el mejor de mis amigos de entonces y yo nos acercamos al piso donde vivían «los judíos». Se había corrido la voz de que tenían televisión, un aparato que ninguno de nosotros había visto nunca, y allí nos presentamos. Nos abrieron sin preguntar y nos acomodaron. Ahora creo que sabían perfectamente a lo que íbamos porque nada más entrar y sin apenas decirnos nada nos sentaron justo enfrente de la pantalla. No recuerdo con precisión qué fue lo que vi la primera vez que contemplé un televisor. Juraría que era una película «del Oeste», como se decía entonces. Con nitidez, sólo recuerdo que, para disimular el blanco y negro, tenía una especie de hoja de plástico que le daba algunos tonos que podrían pasar por coloridos. No recuerdo las imágenes porque dediqué preferentemente mi atención a tratar de descubrir en qué se diferenciaban esas personas, «los judíos», de nosotros o de mis padres y demás conocidos de entonces. Naturalmente, no encontré disparidad alguna, salvando que el marido llevaba lo que más tarde supe que era la kipá. Mi memoria no me da para recordar su color, como tampoco sus facciones, ni las de su mujer. Permanece en mi mente, eso sí, su sonrisa de agrado y acogedora.

Se que fuimos varios días más, pero sólo conservo bien el recuerdo del primero. Y me viene ahora también a la memoria que, por aquellos días, el gran amigo que me había acompañado a casa de «los judíos» me dejó de hablar durante bastante tiempo porque mantuve una breve conversación en el parque con un chico gitano que jugueteaba entre nosotros con su bicicleta. «Con los gitanos no se habla», me dijo, y yo no le hice caso. Pronto fue también cuando descubrí que había algo peor que ser judío en la España patriótica y católica de mi infancia. Y pronto comencé a ser libre y a llevar mi vida por donde yo creía que debía ir y no por donde se me dijera. Una conducta que me ha dado algún que otro disgusto pero que repetiría mil veces, si mil veces volviese a nacer.

Más tarde, conocí, no sabría decir si más a través de novelas que por libros de historia, el devenir doloroso del pueblo judío, los avatares trágicos de su expulsión en España, la persecución en tantos lugares y, por fin, el Holocausto.

Todo eso, el haber comprobado desde pequeño que no había razón alguna para demonizar a quien generosamente me ofrecía su casa y lo que pude aprender de tantos otros testimonios, me llevó a sentir siempre un afecto especial por el pueblo judío, admiración por su herencia de esfuerzo y tesón, y un respeto singular por el dolor acumulado por tantas generaciones perseguidas y asesinadas.

Durante muchos años, cuando pensaba en ese pueblo me venían a la mente frases como la que leí, no se bien cuándo, de Santiago Kovadloff, un gran filósofo argentino: «Pertenezco a un pueblo y a una cultura que no se ha resignado a darle la última palabra al dolor y ha convertido sus pesares en materia de esperanza». O en el testimonio de Mauricio Wiesenthal: «La cultura judía no es un gueto sino un firmamento de fe y de vida, de oración, de memoria y de libertad (…). El judaísmo es el fundamento de la civilización europea».

En los últimos años y sobre todo desde sus crímenes recientes contra el pueblo palestino, contemplo a Israel y al pueblo judío de otro modo. ¿Qué diferencia hay entre lo que hace su gobierno en Gaza y lo que el nazismo hizo con millones de judíos inocentes? ¿Cómo puede llevar a cabo una auténtica limpieza étnica con otro pueblo el que tantas persecuciones ha sufrido? ¿Cómo puede generar tanto dolor injusto el pueblo que tanto ha llorado sufriendo injusticias?

Cada declaración de Netanyahu o sus aliados sube de tono respecto a la anterior. A un crimen sigue otro más inhumano, detrás de cada agresión viene otra más sangrante. ¿Cómo es posible que se haya producido esa mutación?

¿Dormirán serenos su sueño eterno los judíos víctimas inocentes del nazismo cuando sepan que el pueblo al que con orgullo pertenecieron lleva a cabo un genocidio en suelo palestino, lleno ahora, como entonces, de la sangre inocente de miles de mujeres, hombres y menores?

Siento dolor y pena. Y rabia también. No sólo cuando oigo a Netanyahu bramar de odio y a Donald Trump decir que expulsará a los palestinos de su tierra para construir hoteles y residencias de lujo, sino aún más cuando retruena en mis oídos el silencio cobarde y cómplice de tantas autoridades y líderes mundiales. Sin el cual, no estaría ocurriendo lo que ocurre.

Publiqué el año pasado un libro que titulé Para que haya futuro con el que quería transmitir esperanza y mi íntima y fuerte convicción en que la bondad y la inteligencia de los seres humanos permite construir un mundo de libertades y en paz.

No puedo negar que al levantarme cada día pienso en lo difícil que me resulta mantener ese convencimiento. Pero no me voy a dejar vencer. No voy a arrodillarme ante el mal, ni me va a doblegar la inhumanidad. Es verdad que puedo hacer muy poco, casi nada; sólo, si acaso, no callarme y unirme a quienes no se callan. Y no me callaré. Hago lo poco puedo, transmitir a quien quiera leerme mi demanda, mi grito doloroso, aunque siempre esperanzado: ¡Dejen ya de matar y abandonen la violencia como único lenguaje! ¡Basta ya!

Juan Torres López

domingo, 22 de diciembre de 2024

_- Los ultraliberales se retratan apoyando a Donald Trump

_- La composición del voto que ha recibido Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos es una buena muestra de que el mundo de nuestros días ha perdido la cabeza o, como decía Eduardo Galeano, de que está patas arriba.

Un estudio reciente muestra que casi la tercera parte de sus votantes (31%) son «conservadores acérrimos», defienden el tradicionalismo moral y que ser cristiano es un componente muy o bastante importante para ser un verdadero estadounidense. Otro 20% de sus votantes está formado por lo que podría traducirse como «conservacionistas» de lo americano. Es el grupo más propenso a decir que la religión es “muy importante” y que su identidad cristiana también lo es para ellos personalmente. Prácticamente el mismo porcentaje (19%) son «anti-élites» y finalmente, aunque siendo el segundo porcentaje más elevado, se encontrarían los defensores del mercado y el libre comercio (25%).

En resumen, casi la mitad de las personas que han votado a Trump se consideran cristianas, portadoras de altos valores morales y creen que esto es lo que caracteriza o debe tener un buen americano. A pesar de ello, han votado a un candidato que ha sido condenado en firme por cometer 34 delitos, entre otros, falsificación de documentos o pagar a una actriz porno con la que tuvo relaciones sexuales estando casado para que guardase silencio. Un candidato que, para definir a su primera esposa, Marla Maples, no se le ocurrió otra cosa que decir: «Un diez en tetas y un cero en cerebro». De moral intachable.

Por otro lado, una quinta parte de los votantes de Trump son anti-élites, a pesar de que su principal apoyo ha sido el hombre más rico del mundo o que financiaba su campaña con cenas organizadas por millonarios en las que había que pagar hasta 250.000 dólares para poder asistir.

Sin embargo, los apoyos más surrealistas son los de ese 25% de sus votantes que se consideran defensores de la economía de libre mercado y del libre comercio. Digo que son los más surrealistas porque, en ese caso, no hay que incluir tan sólo a gente de la calle que pudiera pensarse que no esté bien informada. En ese grupo están -votando si viven en Estados Unidos o reconociendo a Trump como su líder- miles de economistas de prestigio mediático y personajes relevantes de todo el mundo que proclaman su fe liberal como si fuera una verdad científica.

Es ciertamente surrealista comprobar que los ultra-mega-hiper-liberales como Milei de todo el planeta se hayan encandilado con Trump. O, mejor que surrealista, una auténtica confesión de parte. Un verdadero autorretrato.

Quienes dicen defender las virtudes de la competencia, del mercado libre y el librecambismo en el comercio internacional votan y ensalzan como líder a quien ya ha demostrado ser, en sus anteriores cuatro años de mandato presidencial, un gobernante hiperintervencionista, destructor del libre comercio y firme partidario de utilizar la política fiscal, aunque para distribuir a favor de sus grupos de interés y saltándose a la torera cualquier principio que suponga promover la igualdad de oportunidades que garantiza el efectivo ejercicio de la libertad. El mismo que ahora vuelve a asegurar que subirá los aranceles para proteger a unos cuantos negocios (a costa de una inevitable subida de precios y de pérdida de ineficiencia general) en cuanto comience a gobernar.

Los ultraliberales que preconizan la disminución del Estado y la deuda pública han votado, apoyan y arropan como su líder, dentro y fuera de Estados Unidos, a quien ha sido el mayor fabricante de deuda pública de los últimos tiempos: durante su mandato de 2016 a 2020 aprobó 8,8 billones de dólares de nuevo endeudamiento bruto y redujo el déficit en 443.000 millones de dólares; a diferencia de lo ocurrido con Biden, quien aumentó la deuda en 2,6 millones menos (8,2 6,2 millones) y logró una reducción del déficit 4,2 veces mayor (1,9 billones).

El apoyo a un intervencionista como Trump, a quien utiliza sin descanso los resortes del Estado para beneficiar a unos pocos, por quienes se autoproclaman defensores acérrimos de la libertad, la competencia de mercado, el libre comercio y enemigos del Estado es la mejor prueba que pueda encontrarse del fraude intelectual, del cinismo y la miseria moral que esconde su ideología.

Detrás de Trump, Milei y de quienes defienden sus mismas ideas anti-Estado sólo hay una enorme y cada vez más patente falsedad. No buscan realmente lo que dicen, sino favorecer a la parte ya de por sí más favorecida de la sociedad. Los ingresos del 95% por ciento de la población se mantuvieron, en promedio, prácticamente constantes de 2016 a 2019, en el primer mandato de Trump, mientras que los del 5% más rico aumentaron un 17%. Esa es la realidad del «liberalismo» que pregonan. El editor de economía de Financial Times, Martin Wolf, la denomina «plutopopulismo», el populismo de los ricos; en realidad, de los muy, muy ricos, para quedarse con la riqueza de todos los demás.

Lo preocupante es que han acumulado mucho poder y que será muy costoso y complicado lograr que la gente salga del engaño y descubra la realidad.

martes, 17 de diciembre de 2024

Más principios a la papelera: los socialistas gobiernan con la extrema derecha

El Parlamento Europeo ha dado por fin el visto bueno a la nueva Comisión que debe dirigir la política europea durante los próximos cinco años.

El trabajo sucio del Partido Popular de Núñez Feijóo y un nuevo cambio de principios de los socialistas que lidera Pedro Sánchez han dado como fruto que la extrema derecha se naturalice y forme parte ya del gobierno de la Unión Europea.

Por eso, aunque algunos medios dicen que Feijóo ha hecho el ridículo en Europa, yo creo que, en realidad, ha desarrollado una jugada maestra. En beneficio propio, eso sí, y sin tener en cuenta los intereses y el prestigio de España.

Los populares españoles vetaron a Teresa Ribera sabiendo que Von der Leyen no podría formar su Ejecutivo sin el apoyo de la mayoría del grupo socialista europeo que depende de los eurodiputados españoles; y, al mismo tiempo, que Pedro Sánchez no permitiría que su candidata a vicepresidenta quedara fuera de la Comisión. El resultado ha sido el fácilmente previsto: a cambio de que los populares europeos aceptaran a la española, los socialistas españoles daban su visto bueno para que formen parte de la Comisión Raffaele Fitto, del partido de extrema derecha de la italiana Giorgia Meloni, y Olivér Várhelyi, aliado del húngaro Viktor Orban. De este último ha dicho Donald Trump que «no hay nadie mejor, más inteligente o mejor líder (…) Es fantástico”.

Lo que perseguía el PP de Feijóo no era realmente que Ribera se cayera de la Comisión. No son tontos y sabían que no lo iban a conseguir. Buscaban despejar su espacio político en España haciendo ver que los pactos con la extrema derecha que necesita para gobernar están aceptados sin problemas en Europa, incluso por su principal rival, el PSOE.

La trascendencia de esta jugada y del paso que han dado los socialistas españoles se manifiesta en la división que han provocado entre los miembros de su propio grupo parlamentario: 25 han votado en contra y 18 se han abstenido.

Hasta hace unos días, los socialistas españoles mantenían que la alianza con la extrema derecha es un peligro para la democracia y han condenado al Partido Popular por gobernar con ella en diversas comunidades autónomas y ayuntamientos españoles. A partir de ahora, no podrán criticar los acuerdos entre el PP y Vox para gobernar. O, quién sabe, lo mismo vuelven a hacerlo, aunque ellos mismos gobiernen con la extrema derecha en Europa.

No critico por criticar, ni yo establecí el criterio que los socialistas han venido defendiendo y que ahora han tirado a la papelera. Han sido ellos mismos quienes han mostrado una vez más que sus principios morales son de quita y pon.

De hecho, yo creo que la expresión y la práctica del llamado «cordón sanitario» que se suele utilizar para dejar fuera de los pactos democráticos a la extrema derecha son desafortunadas. Creo que los acuerdos deben establecerse sobre cuestiones sustantivas y concretas y no sobre calificaciones apriorísticas. Si algo es bueno, justo y mejora las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad, me parecería bien que se suscriba mediante pactos entre cualquier tipo de formación política. No creo en la descalificación por principio a la hora de llegar a acuerdos. Lo que me parece importante es su contenido, no entre quién se acuerda. De hecho, lo que yo critico a la extrema derecha es su totalitarismo, que actúe justamente así, condenando por principio y considerando enemigo a destruir a quien no comparte sus ideas o intereses. No puedo defender que otros hagan lo mismo.

Por esa razón, yo ni siquiera estaría en contra de que se llegue a pactos con la extrema derecha si lo que se pacta es, como digo, democrático, justo y beneficioso. Y hasta podría entender a quien defienda que, dada la forma en que funciona la Unión Europea, no hay otro tipo posible de gobernanza. Lo que no puedo entender es lo que vienen haciendo los socialistas españoles liderados por Pedro Sánchez: defender una cosa y su contraria como si fuesen lo mismo, cada vez que les conviene. No se puede decir que gobernar con la extrema derecha es malo si lo hace el otro y bueno si lo hace uno.

Yo creo que la gente puede entender y perdonar que un partido o gobierno no alcance los objetivos que se había propuesto. Lo que resulta inaceptable es la falta de coherencia y la traición a los principios que se dice defender.

domingo, 15 de diciembre de 2024

El Banco de España regala 12.000 millones a la banca y a la banca le parece mucho un impuesto por el que paga 1.695

Vuelvo a escribir sobre el mismo tema que comenté en un artículo del pasado mes de marzo y en otro de febrero de 2023 porque es fundamental que la gente sepa los regalos multimillonarios que el Banco de España y el Banco Central Europeo están haciendo a la banca privada con su dinero.

Lo hago de nuevo a partir de un artículo publicado en el diario económico Cinco Días por Carlos Arenillas, exvicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, y Jorge Pérez, exjefe de regulación contable del Banco de España.

Estos economistas han estimado que el Banco de España ha pagado unos 12.000 millones de euros a los bancos españoles, entre septiembre de 2023 y 2024, en concepto de intereses por los depósitos que mantienen en el banco central. Una cantidad que explica las pérdidas de unos 8.000 millones de euros que registró el Banco de España y que supone una merma de ingresos de ese mismo montante para el Tesoro.

Por ese concepto y al conjunto de la banca privada europea, estos economistas estiman que el Banco Central Europeo ha pagado 125.000 millones de euros en el mismo periodo.

Estas cifras son escandalosas, al menos, por tres razones.

En primer lugar, por su magnitud: los pagos por intereses del BCE a la banca privada representan casi el 75 por ciento de todos los gastos que realiza la Unión Europea a lo largo del año. En España equivale más o menos a un mes de gasto público en pensiones, un mes y medio de gasto en sanidad o a dos meses y medio en educación.

En segundo lugar, es escandaloso que esas cifras se mantengan en secreto. Arenillas y Pérez han tenido que estimarlas porque el Banco de España se niega expresamente a proporcionar la cantidad exacta que paga a cada banco, a pesar de que se trata de dinero público y de que sus directivos no paran de reclamar transparencia, austeridad y eficacia a los gastos que realizan las demás instituciones del Estado.

En tercer lugar, porque, como expliqué en el artículo de marzo, no está justificado de ningún modo que los bancos centrales tengan que pagar esos intereses a la banca. Es un regalo, un subsidio que no responde a ninguna necesidad, sino tan solo a un privilegio. Antes de 1999 no existía esa remuneración en Europa (salvo en Alemania) y sólo desde 2008 comenzó a darse en Estados Unidos. Como ha mostrado, entre otros, Paul de Grauwe, para evitar ese dispendio cuando los tipos de interés están subiendo, el banco central puede aumentar la cantidad de dinero que los bancos han de mantener en reservas no remuneradas o vender los bonos que los bancos centrales acumulan para retirar dinero del sistema bancario.

Mientras se produce este escandaloso regalo a la banca con dinero público, mis colegas economistas que ponen el grito en el cielo cuando aumenta el gasto del Estado para dar ayudas mucho menos generosas a las personas o empresas más necesitadas mantienen silencio. Se callan cuando la banca española recibe un subsidio privilegiado del Banco de España de 12.000 millones de euros, mientras que sólo las cinco mayores entidades tuvieron un beneficio de más de 25.000 millones en 2023, y cuando, a pesar de ello, rechazan un impuesto extraordinario por el que sólo tuvieron que pagar 1.695 millones de euros.

O, mejor dicho, no se callan. Los del Banco de España afirman que ese impuesto puede penalizar el crédito y los de Fedea que “desincentiva el crecimiento” de los bancos» y tiene “repercusiones negativas sobre su eficiencia”. Son los que dicen que no hay dinero para el sistema de pensiones públicas, pero les parece bien darle a la banca sin justificación ninguna el equivalente a lo que más o menos se ha gastado en pensiones en el pasado mes de noviembre.

Pónganles ustedes el calificativo que deseen a la situación y a quienes la justifican y defienden.

viernes, 8 de noviembre de 2024

_- Quienes no quieren impuestos para sostener al Estado, piden ahora que les ayude

_- La Comunidad Valenciana está sufriendo una desgracia que nos tiene conmocionados a todos los españoles. Además de sentirnos solidarios emocionalmente, muchas personas prestamos ayuda material de la manera en que podemos. Pero con ella no es suficiente. Ni tan siquiera con la que están proporcionando algunas empresas, organizaciones no gubernamentales, fundaciones o colectivos de todo tipo. Es imprescindible que el Estado intervenga y proporcione los recursos extraordinarios que precisa una catástrofe extraordinaria.

Así lo ha entendido el gobierno de la Generalitat valenciana que acaba de solicitar al central 31.402 millones de euros, más de lo que representa su presupuesto anual. Una cantidad enorme de dinero que incluso puede que ni siquiera sea suficiente para que se recupere allí la normalidad, la vida económica y el patrimonio que han perdido miles de valencianos.

Sin embargo, los dirigentes valencianos, como todos los de PP y Vox, no paran de decir que hay que reducir la financiación del Estado bajando los impuestos y poniendo en práctica esa idea allí donde gobiernan.

Y así es como se da una triste coincidencia. Bajo el mandato de quienes ahora reclaman al gobierno central la mayor ayuda solicitada en cualquier momento por una comunidad autónoma, la Comunidad Valenciana será la autonomía que más dinero deje de ingresar en 2024 por la reducción de impuestos como el tramo autonómico del IRPF o el de Sucesiones y Donaciones. En total, 495 millones de euros por esos conceptos, según la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef), y a los que hay que añadir los que también perderá por la reducción de otros impuestos, como el que recae sobre bienes inmuebles (IBI), o de algunas tasas municipales.

El gobierno de la derecha y extrema derecha valencianas que recurre ahora al Estado lleva meses desmantelándolo y quitándole recursos, porque el Estado no es sólo el gobierno central, sino también el conjunto de las administraciones territoriales y entre ellas las valencianas.

El PP y Vox piden ahora dinero al Estado a quien no desean financiar; solicitan militares, bomberos, policías, sanitarios, servicios y personal de emergencias… cuando están dedicando cada día que pasa menos recursos para mantener sus servicios o pagarles su sueldo. No se olvide: para la derecha y la extrema derecha valencianas una unidad de emergencias es «un chiringuito» que eliminaron, como primera medida, cuando comenzaron a gobernar.

Si la derecha y la extrema derecha hicieran todo esto, desmantelar servicios públicos esenciales, para ahorrar o por simple ignorancia o incompetencia hasta se les podría perdonar. Lo que no tiene perdón es que lo hagan para beneficiar a un puñado de grandes empresas privadas, a la banca y a las personas más ricas que son los únicos que, de verdad, se benefician cuando se bajan los impuestos y se deja de financiar al Estado en la medida de lo necesario para el conjunto de la sociedad

martes, 5 de noviembre de 2024

Vivienda: la izquierda se manifiesta contra sí misma

La presencia de dirigentes políticos de izquierdas que ocupan o han ocupado cargos en el gobierno en las manifestaciones por la vivienda que se llevaron a cabo hace unos días resulta un tanto surrealista.

Esas personas y sus organizaciones respectivas han sido responsables del deterioro que en los últimos años ha sufrido el ejercicio del derecho que reconoce el artículo 47 de la Constitución Española: «Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada».

No digo que la cada vez mayor dificultad de acceso a la vivienda por los grupos de población de menos renta haya sido provocada por la izquierda que viene gobernando en España desde 2018, o en periodos anteriores con Rodríguez Zapatero. Entre otras cosas, porque lo mismo o peor ocurrió cuando gobernó el Partido Popular y, además, en otros muchos países del mundo, incluso en mayor medida.

Tampoco digo que me parezca mal que esos dirigentes promuevan, apoyen y asistan a las manifestaciones. Simplemente digo que eso representa manifestarse contra ellos mismos si, al mismo tiempo, no explican el por qué de su fracaso a la hora de mejorar el derecho de acceso a la vivienda.

Es ingenuo pedir que la izquierda pueda resolver cualquier problema mientras gobierna cuando los problemas son de extraordinaria magnitud, como en este caso, requieren disponer de un poder real que no se tiene, o mucho tiempo por delante para que las decisiones que se adopten den frutos positivos. Las barbaridades que durante tanto tiempo se han cometido en política de suelo y vivienda en España no se pueden revertir ni en una, ni quizá en dos o tres legislaturas. Pero sí se puede hacer algo más que es muy importante, puesto que es un inexcusable punto de partida para no errar en la inmediatez: diseñar estrategias y políticas adecuadas a medio y largo plazo, lograr acuerdos y alianzas sociales para poder llevarlas a cabo y, sobre todo, explicar a la población la naturaleza real del problema, sus causas, las dificultades o barreras que hay que superar para resolverlo y, quizá lo más importante, el por qué no se puede avanzar en la dirección deseada. Es decir, hacer pedagogía, informar, comunicar y lograr que la ciudadanía pueda ser partícipe, cooperadora y cómplice.

Casi todo esto último es lo que yo creo que no está haciendo la izquierda.

Se está equivocando en la estrategia. En el caso del POSE, de forma garrafal. Dedicarse a pedir solidaridad a los arrendadores o conceder bonos de alquiler que no van a bajar los precios sino quizá a subirlos, resulta no sólo frustrante, sino hasta patético.

A su izquierda, creo que se comete el error de empeñarse en corregir la actuación del mercado, cuando este es muy rígido a causa de la concentración, de la gran presencia de fondos de inversión especulativos y del tipo de vivienda que se ha construido. Y también, el de limitarse a hacer planteamientos puramente moralistas, como el que desarrollaba Alberto Garzón, máximo dirigente de Izquierda Unida hasta hace poco, en un reciente artículo periodístico.

La única estrategia que podrá permitir que se ejerza el derecho a la vivienda es su desmercantilización en las áreas o modalidades requeridas para satisfacer la necesidad de habitación de la población, dándole prioridad a ese derecho y construyendo las que hagan falta para ello, si hace falta, con la colaboración del sector privado. Dicho de otro modo: no se trata de enfrentarse a los molinos del mercado como quijotes, sino salirse de él, porque está demostrado que este, movido con el exclusivo motor del afán de lucro, no es capaz de satisfacer a la totalidad de la demanda social de un bien de primera necesidad.

Es imprescindible contar con un parque nacional del bien público de la vivienda. No hay otra. Y es muy urgente avanzar en esa línea porque lo que está sucediendo con la vivienda y que expliqué en un artículo anterior, va acompañado de la mercantilización de otros bienes y servicios básicos para la vida humana, como el agua y otros recursos naturales, el conocimiento, los remedios a la salud, la educación y muchos otros.

Se puede justificar la impotencia de la izquierda, pero es injustificable que no sea consciente de ello, no explique el por qué, o que actúe como si el problema que deja sin resolver no fuese con ella.

En este sentido y por último, no puedo dejar de mencionar una última responsabilidad (hoy no toca hablar de los promotores, bancos, y fondos de inversión que se hacen de oro especulando). También creo que la tienen las docenas de miles de personas afectadas que hasta ahora apenas se han dejado notar, no se informan bien, no salen constantemente a la calle para reclamar soluciones y que, para colmo, o no votan o votan a los partidos que aplican políticas que les impiden ejercer sus derechos constitucionales. Por tanto, bienvenidas sean estas movilizaciones que, en cualquier caso, son la condición previa para que dispongan de vivienda todas las personas que la necesiten.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Otro No-Premio Nobel de Economía que patina

Un año más, los medios de comunicación anuncian que la Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Economía, en esta ocasión a Daron Acemoglu, Simon Johnson, ambos profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos, y a James A. Robinson, de la Universidad de Chicago.

Los tres son extraordinarios académicos, de gran prestigio, y autores de obras de gran influencia, pero eso no quita que ese premio sea un fraude y que el modo en que se concede confunda a la gente, dando a entender que sus autores defienden tesis que deben considerarse científicas y fuera de duda.

Es un fraude porque no puede hacerse mención a Alfred Nobel. Como expliqué en mi libro Econofakes. Las 10 grandes mentiras económicas de nuestro tiempo y cómo condicionan nuestra vida, Nobel conocía perfectamente el desarrollo de la economía de su tiempo y no quiso que esa disciplina fuera honrada con el premio que instituyó. Con toda seguridad, porque era consciente de que se trataba de una rama del saber incapaz de proporcionar verdades científicas como las otras a las que quiso premiar legando para ello su gran fortuna.

El premio lo instauró el Banco de Suecia en 1968, precisamente cuando enfrentaba sus tesis neoliberales a las socialdemócratas del gobierno sueco, tal y como comenzaba a suceder en todos los demás países. Haciendo creer que se trataba de un Premio Nobel, lo que se buscaba era que la gente creyera que las tesis económicas en ascenso que se irían premiando eran verdades científicas que había que acatar como tales, y frente a las cuales, por tanto, no había alternativa.

Es cierto, no podía ser de otro modo si se quería tener algo de credibilidad, que también se ha concedido en varias ocasiones a economistas enfrentados con más o menos matices al paradigma neoliberal. Pero la inmensa mayoría de los premiados son economistas (muy en masculino, por cierto) que defienden las teorías y políticas que han beneficiado a las grandes corporaciones y a las finanzas, produciendo la mayor concentración de riqueza y poder en pocas manos de la historia humana.

El premio de este año se ha concedido a los tres economistas mencionados, según el Banco de Suecia, por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones, por haber demostrado su importancia para la prosperidad de los países, y cómo «las sociedades con un Estado de derecho deficiente e instituciones que explotan a la población no generan crecimiento ni cambios para mejor».

En sus diversas obras, estos tres economistas sostienen la idea de que hay instituciones buenas que son las que motivan a las personas a volverse productivas: la protección de sus derechos de propiedad privada, la aplicación predecible de sus contratos, las oportunidades de invertir y mantener el control de su dinero, el control de la inflación y el intercambio abierto de divisas. Aunque, sin embargo, afirman que no son esas instituciones económicas las fundamentales para determinar si un país es pobre o próspero, puesto que su existencia depende y viene determinada por la política y las instituciones políticas.

La tesis es, sin duda, fundamental, aunque no muy novedosa en realidad, puesto que ya fue intuida o incluso desarrollada por los grandes economistas clásicos, incluso del siglo XVIII, como Adam Smith. Y, desde luego, muy importante a la hora de formular políticas económicas.

¿Por qué dije al principio, entonces, que se trata de un premio que nuevamente vuelve a confundir a la gente, haciéndole creer que la Economía es una ciencia y que los economistas premiados defienden verdades indiscutibles?

Sencillamente, porque las principales tesis que han sostenido Acemoglu, Johnson y Robinson, así como sus resultados y conclusiones de política económica han sido ampliamente criticadas y puestas en duda por otros muchos economistas. Y galardonar a una sola de las interpretaciones da a entender que esa es la versión científica y, por tanto, la que se debería poner en práctica.

Cualquier persona que tenga interés en conocer esas críticas puede encontrarlas fácilmente en internet y yo no puedo dedicar este comentario, necesariamente breve y de actualidad, a desarrollarlas con detenimiento.

Me limitaré, pues, a señalar de la forma más sencilla posible las más importantes que se le han hecho, para que cualquier persona entienda que, efectivamente, las tesis de estos tres economistas no son, ni mucho menos, verdades absolutas.

Ha sido criticado que sus estudios se han centrado en las instituciones formales, dejando a un lado expresamente a las informales que tienen que ver con la cultura. De hecho, fue precisamente otro premiado por el Banco de Suecia, Douglas North, quien subrayó que estas últimas (“encarnadas en costumbres, tradiciones y códigos de conducta”) tienen un papel tanto o más importante que las formales para generar desarrollo económico.

Se critica también que estos tres autores establecen una relación de causa-efecto (buenas instituciones producen crecimiento y desarrollo económico) que no demuestran que se dé siempre en el mismo sentido. Se les critica que no presentan ningún argumento concluyente que permita sostener que los resultados finales se lograron porque los Estados establecieron primero derechos de propiedad estables y buena gobernanza, de los que luego brotó el desarrollo. Se les argumenta que las mismas evidencias que aportan podrían usarse para sostener que primero se dispuso de recursos y de ahí pudieron nacer las instituciones. Se ha dicho, por eso que Acemoglu, Johnson y Robinson elaboran su teoría como si las instituciones aparecieran al azar o de la nada.

Por el contrario, muchos economistas han mostrado que es más realista sostener que la relación entre las instituciones políticas y económicas es, en realidad, bidireccional.

También se pone en cuestión su tesis según la cual las instituciones son el resultado de la elección colectiva. Algún economista ha señalado que es difícil aceptar la suposición de que el orden institucional en los regímenes autoritarios, y especialmente en los totalitarios, lo sea.

Se critica también que los economistas premiados este año se hayan centrado casi exclusivamente en subrayar el fuerte impacto beneficioso de las instituciones del capitalismo, soslayando el papel de los fallos del mercado o el papel del sector público para resolverlos y promover el desarrollo, tergiversando en algún caso la historia de algunas economías. Se les ha criticado que sistemáticamente minimizan el papel de la política industrial y de un Estado activo como factor de despegue y progreso económico.

Las derivaciones de política económica de las tesis de estos recién galardonados también han sido cuestionadas. Y, sobre todo, no tener en cuenta que la trasposición de instituciones capitalistas a muchas economías atrasadas (como suelen recomendar el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial) no ha generado precisamente progreso, sino atraso, sufrimiento y miles de muertes innecesarias.

Para no extenderme en este aspecto, me referiré tan solo a la crítica del economista colombiano Guillermo Maya a las propuestas que el recién premiado James Robinson hizo para su país: mantener la propiedad latifundista de la tierra, renunciar a su reparto entre el campesinado para generar producción agraria y, en su lugar, promover su migración a las ciudades para educarse.

La supuesta defensa de las buenas instituciones, como la educación, se traduce en realidad, dice Maya, en mantener el gran latifundio, «la peor institución excluyente en Colombia, cuyos dueños se apropian de los recursos fiscales regionales, mientras pagan ínfimos impuestos, y se apropian de la plusvalía social que generan las obras de infraestructura, al mismo tiempo que “derraman” el costo social del latifundio, en forma de violencia, exclusión social y democracia limitada, sobre la sociedad toda».

No quiero decir, en ningún caso, que el reconocimiento a los tres galardonados sea inmerecido por su trabajo y su obra. Simplemente quiero señalar que, una vez más, el Banco de Suecia se comporta como una institución parcial, ideologizada y al servicio del poder dominante que tiene al mundo en la situación de gran inestabilidad y riesgo en la que está.