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martes, 17 de diciembre de 2024

Más principios a la papelera: los socialistas gobiernan con la extrema derecha

El Parlamento Europeo ha dado por fin el visto bueno a la nueva Comisión que debe dirigir la política europea durante los próximos cinco años.

El trabajo sucio del Partido Popular de Núñez Feijóo y un nuevo cambio de principios de los socialistas que lidera Pedro Sánchez han dado como fruto que la extrema derecha se naturalice y forme parte ya del gobierno de la Unión Europea.

Por eso, aunque algunos medios dicen que Feijóo ha hecho el ridículo en Europa, yo creo que, en realidad, ha desarrollado una jugada maestra. En beneficio propio, eso sí, y sin tener en cuenta los intereses y el prestigio de España.

Los populares españoles vetaron a Teresa Ribera sabiendo que Von der Leyen no podría formar su Ejecutivo sin el apoyo de la mayoría del grupo socialista europeo que depende de los eurodiputados españoles; y, al mismo tiempo, que Pedro Sánchez no permitiría que su candidata a vicepresidenta quedara fuera de la Comisión. El resultado ha sido el fácilmente previsto: a cambio de que los populares europeos aceptaran a la española, los socialistas españoles daban su visto bueno para que formen parte de la Comisión Raffaele Fitto, del partido de extrema derecha de la italiana Giorgia Meloni, y Olivér Várhelyi, aliado del húngaro Viktor Orban. De este último ha dicho Donald Trump que «no hay nadie mejor, más inteligente o mejor líder (…) Es fantástico”.

Lo que perseguía el PP de Feijóo no era realmente que Ribera se cayera de la Comisión. No son tontos y sabían que no lo iban a conseguir. Buscaban despejar su espacio político en España haciendo ver que los pactos con la extrema derecha que necesita para gobernar están aceptados sin problemas en Europa, incluso por su principal rival, el PSOE.

La trascendencia de esta jugada y del paso que han dado los socialistas españoles se manifiesta en la división que han provocado entre los miembros de su propio grupo parlamentario: 25 han votado en contra y 18 se han abstenido.

Hasta hace unos días, los socialistas españoles mantenían que la alianza con la extrema derecha es un peligro para la democracia y han condenado al Partido Popular por gobernar con ella en diversas comunidades autónomas y ayuntamientos españoles. A partir de ahora, no podrán criticar los acuerdos entre el PP y Vox para gobernar. O, quién sabe, lo mismo vuelven a hacerlo, aunque ellos mismos gobiernen con la extrema derecha en Europa.

No critico por criticar, ni yo establecí el criterio que los socialistas han venido defendiendo y que ahora han tirado a la papelera. Han sido ellos mismos quienes han mostrado una vez más que sus principios morales son de quita y pon.

De hecho, yo creo que la expresión y la práctica del llamado «cordón sanitario» que se suele utilizar para dejar fuera de los pactos democráticos a la extrema derecha son desafortunadas. Creo que los acuerdos deben establecerse sobre cuestiones sustantivas y concretas y no sobre calificaciones apriorísticas. Si algo es bueno, justo y mejora las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad, me parecería bien que se suscriba mediante pactos entre cualquier tipo de formación política. No creo en la descalificación por principio a la hora de llegar a acuerdos. Lo que me parece importante es su contenido, no entre quién se acuerda. De hecho, lo que yo critico a la extrema derecha es su totalitarismo, que actúe justamente así, condenando por principio y considerando enemigo a destruir a quien no comparte sus ideas o intereses. No puedo defender que otros hagan lo mismo.

Por esa razón, yo ni siquiera estaría en contra de que se llegue a pactos con la extrema derecha si lo que se pacta es, como digo, democrático, justo y beneficioso. Y hasta podría entender a quien defienda que, dada la forma en que funciona la Unión Europea, no hay otro tipo posible de gobernanza. Lo que no puedo entender es lo que vienen haciendo los socialistas españoles liderados por Pedro Sánchez: defender una cosa y su contraria como si fuesen lo mismo, cada vez que les conviene. No se puede decir que gobernar con la extrema derecha es malo si lo hace el otro y bueno si lo hace uno.

Yo creo que la gente puede entender y perdonar que un partido o gobierno no alcance los objetivos que se había propuesto. Lo que resulta inaceptable es la falta de coherencia y la traición a los principios que se dice defender.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Con luces largas, alumbrando un nuevo horizonte. Reseña de Para que haya futuro. Una hoja de ruta para cambiar el mundo (Deusto, 2024), de Juan Torres López




[Imagen: El faro de la Torre de Hércules (A Coruña) ilumina con luces largas el horizonte ártabro.

He escrito este libro, Para que haya futuro, señala Juan Torres López [JTL], porque “me duele el mundo en el que vivo”. Uno de los motivos de ese malestar: en septiembre de 2023, un equipo de científicos mostró que la Humanidad ha cruzado seis de los nueve procesos que la amenazan.

De ese dolor ha surgido uno de los ensayos más filosóficos y políticos del autor (en la línea de las tesis marxianas sobre Feuerbach: “Comprender tal cual es en verdad la realidad que se desea cambiar resulta, por tanto, fundamental para generar procesos efectivos de transformación”), también poético (cada capítulo se abre con un breve poema: Belli, Benedetti, Ángel González,..), escrito desde unas coordenadas densamente humanistas y cooperativas (Humberto Maturana: “los seres humanos somos seres adictos al amor, y dependemos para la armonía biológica de nuestro vivir de la cooperación y la sensualidad, no de la competencia y la lucha” (171)), de izquierda crítica y autocrítica (y con mucha arista ecosocialista), de uno de nuestros grandes (más que) economistas, un autor con manifiesta y demostrada vocación político-didáctica que no necesita presentación (Recuerdo sus tres últimos libros: La renta básica (2019), Econofakes (2021) y Más dificil todavía (2023)).
Forman Para que haya futuro la introducción, seis capítulos, el epílogo (“Diez tareas prioritarias y una inaplazable”), un resumen y las conclusiones, agradecimientos y bibliografía.

Los seis capítulos:
1. “No es lo que parece: la otra cara del capitalismo”.
2. “¿Cómo se ha llegado hasta aquí?”
3. “La legitimación del capitalismo contemporáneo: del consenso a la posverdad”.
4. “¿A qué podemos aspirar?”
5. “¿Qué se necesita para cambiar el mundo?”
6. “¿Qué ofrecer, cómo actuar y qué ser?”

Cada capítulo se subdivide en apartados, generalmente breves, todos ellos sustantivos, de temática económica (“Progreso extraordinario, para gran parte inalcanzable”, “Concentración de la riqueza y monopolio del poder”), política (“Muchas democracias, poco poder de los pueblos”, “El vaciamiento de la democracia representativa”), científica (“Lo que dice la ciencia sobre la evolución humana y los cambios sociales”, “Miembros de una misma especie”), filosófica (“El Homo neoliberalus”, “La tecnología puede rehumanizar al ser humano”, “Cuidarse y cuidar: ser humanos”), gnoseológica (“Pensar críticamente y desvelar”, “La información más abundante, con más mentira y confusión”, “Hay espacios de complejidad más gobernables que otros”) y programática (“Dar prioridad a lo prioritario”, “Crear sociedad, dialogar e influirse mutuamente”).

Para seminarios que tomen Para que haya futuro como base: un apartado por sesión. Mucho se aprenderá, muchas teclas podrán afinarse.

Las diez tareas prioritarias y una inaplazable (el apartado se abre con unos hermosísimos versos de Ángel González: “Pero el futuro es otra cosa, pienso:/ tiempo de verbo en marcha, acción, combate,…”):

1. Prepararse frente a una previsible sucesión de tensiones y catástrofes.

2. Educar, denunciar y difundir con autonomía.

3. Forjar consensos progresistas.

4. Poner en marcha otra economía y generar riqueza dando ejemplo.

5. Aflorar más y mejor democracia en todos los rincones de la sociedad.

6. Crear espacios de encuentro y convivencia.

7. Organizarse desde abajo para influir arriba.

8. Prepararse para administrar y gobernar.

9. Reforzar el Estado y recobrar soberanía nacional.

10. Reivindicar la paz y practicar la no violencia coherente. Lo inaplazable (con nítida arista ecologista): frenar el cambio climático de la única forma en que puede frenarse.

No les adelanto nada, pero los títulos citados dan muchas (y buenas) pistas de los contenidos.

Una de las tesis de mayor alcance, una de las convicciones profundas del autor: para JTL, el éxito del neoliberalismo no se debió simplemente a que además de favorecer un universo financiero extraordinariamente rentable, fuera capaz de reforzar al máximo los mercados, sino porque “se intervino también en las relaciones sociales, en los modos de vida y convivencia que conforman diferentes formas de socialización. Y también en las instituciones y sistemas de mediación social para generar nuevos valores, preferencias, creencias, visiones del mundo y aspiraciones” (161). Se creó un nuevo tipo social, que JTL llama el Homo neoliberalus, un ser humano que “hace suyo, desea, reclama, aspira y da por bueno aquello que lo está desposeyendo”.

Otra importante idea-fuerza que se nutre del esperancismo que corre (para bien) por las venas y arterias de JTL: “¿Existe la posibilidad de encontrar algún punto en común de toda la especie a la hora de organizar la vida social y satisfacer las necesidades, con independencia de la diversidad que reflejan la multitud de culturas, creencias o preferencias que la conforman?” (188). ¿Hay unos principios de acción generalizables? Los hay en su opinión y nos da cuenta de ellos con un hermosísimo relato mitológico que toma a las tres hijas -Eirene, Diké y Eunomia- de Zeus y Themis como protagonistas: paz, justicia y mesura (lo opuesto a la hybris, a la desmesura, de la que hace muchos años también nos habló Manuel Sacristán).

Un breve apunte sobre algunas de las críticas vertidas por el autor a las izquierdas:

La izquierda ha creído que los sujetos que cambian la historia son los colectivos, los grupos o clases sociales a los que el individuo se incorpora anónimamente y ha considerado que el individuo es como un simple contenido, “un elemento o componente pasivo de los grupos y que son estos los que generan relaciones sociales y actúan como motor y sujeto de la transformación social” (169). Para JTL, al actuar sin considerar que el ser humano en singular es el centro de la historia, “las izquierdas no se han visto en la obligación de mirarlo a los ojos como ser concreto, ni de dialogar de tú a tú con él para producir la acción que, a partir de ahí y a través de la interrelación, se convierta, ahora sí, en acción colectiva” (170).

Para cambiar el mundo hay que revertir la desnaturalización del ser humano que ha generado el neoliberalismo al anular su ser social. Pero, esa es la posición humanista de izquierdas de JTL, “no se puede hacer diluyendo su personalidad, sino reforzándola, como lo que es en realidad, un ser singular, efectivamente, pero al mismo tiempo social” (171). Hay que lograr, esa es la tarea de la hora, que la diversidad y la singularidad de cada ser humano se conviertan en una fuerza social que lo sitúe “en una especie de estadio superior sin perder su peculiaridad”. Para cambiar este estado de cosas, insiste JTL, “hay que comenzar por incrementar la sociabilidad para regenerar al ser humano como especie y devolverle su carácter social original y auténtico” (171). Es preciso humanizarlo, concluye nuestro economista-filósofo.

Para futuras reediciones: incluir un índice onomástico y conceptual, corregir la portada (el subtítulo debajo del título, no arriba), y ahondar algo más, si es posible, en temas de política internacional.

jueves, 24 de octubre de 2024

_- El comercio internacional como arma de guerra

_- La relación entre el comercio y la guerra es bien conocida. No hace falta ser experto en historia de la humanidad para saber que, quizá junto a las motivaciones religiosas, los conflictos por la distribución de la riqueza y la búsqueda de ventajas comerciales han sido las principales causas de enfrentamientos bélicos entre los grupos de población y las naciones.

En esta nota, sin embargo, no me referiré a la relación tradicional entre ambas, sino al uso del comercio como un arma de guerra. En concreto, a través de las sanciones económicas y mediante las normas tan injustas que gobiernan el comercio internacional

Un «remedio terrible»
Las sanciones se consideran una herramienta de política internacional orientada a conseguir que un Estado se comporte de una determinada forma o deje de actuar como lo venga haciendo. Pueden ir desde el no reconocimiento diplomático hasta el boicot en cualquier tipo de actividad, pasando por la confiscación de propiedades de personas del país sancionado. Y las específicamente económicas consisten en cualquier tipo de medida que limite el comercio, los flujos financieros o el movimiento de personas del país o con el país al que se quiere sancionar.

En principio, cabe pensar que la utilización de este tipo de medidas comerciales o financieras para castigar o tratar de corregir el comportamiento de otros Estados es muy eficaz e incluso definitiva. Así lo creía el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, quien afirmó en 2019: «Aplique este remedio económico, pacífico, silencioso y mortal y no habrá necesidad de la fuerza. Es un remedio terrible. No cuesta una vida fuera de la nación boicoteada, pero ejerce presión sobre esa nación».

La realidad ha demostrado que no es exactamente así. Los estudios que se han realizado sobre la aplicación de sanciones muestran que su eficacia es bastante limitada a la hora de alcanzar el objetivo pretendido, mientras que produce efectos perversos muy peligrosos.

Efectos colaterales
Un estudio del Peterson Institute for International Economics mostró que sólo un 13 por ciento de los casos de sanciones impuestas unilateralmente por Estados Unidos desde 1970 a 1997 lograron sus objetivos de política exterior y que sólo el 35% de las impuestas desde la Primera Guerra Mundial tuvieron «al menos un éxito parcial».

Esa ineficacia contrasta con otros daños que, en principio, deberían ser no deseados. Por un lado, la población civil es quien principalmente sufre las consecuencias de las sanciones en forma de hambrunas, enfermedades o colapso social. Por otro, las sanciones no sólo hacen daño a los países sancionados sino a quienes las imponen, tal y como el Instituto antes citado ha demostrado en el caso de Estados Unidos, o como se está comprobando que ha ocurrido en Europa tras la aplicación de sanciones a Rusia en los últimos años.

Privilegio imperial
Hoy día, se calcula que más de un tercio de la población mundial vive bajo los efectos de sanciones económicas que, además, son cada vez más numerosas. Mientras que en el período 1950-2019 se registraron 1101 casos, sólo entre 2019 y 2022 hubo 217 nuevos.

Además de por su gran aumento reciente, la imposición de sanciones económicas se caracteriza porque la inmensa mayoría proviene de tres grandes centros de poder: Estados Unidos (entre el 40 y el 50 por ciento de todas ellas, Unión Europea (entre el 25 y el 30 por ciento) y Reino Unido (entre el 5 y el 10 por cierto). Las que ha impuesto China no llegan al 5 por ciento del total.

El carácter unilateral de la inmensa mayoría de las sanciones económicas y esa extraordinaria concentración en los países que las imponen muestran que son, en realidad, un instrumento de guerra no declarada que utilizan las grandes potencias del mundo capitalista. Un instrumento en la mayoría de las ocasiones contrario a las leyes internacionales y al derecho humanitario. Por ejemplo, cuando provocan deliberadamente hambre o enfermedad en la población civil, al ser aplicadas incluso en medio de una pandemia; o, sobre todo, cuando responden tan sólo a intereses o problemas no reconocidos como tales por organismos multilaterales de decisión.

Reglas de doble moral
El uso del comercio como arma de guerra no acaba con las sanciones. Hay otra forma de hacer la guerra mediante el comercio del que no se habla como tal y que, sin embargo, quizá ha provocado tantas o más muertas y destrozo de naciones que las intervenciones militares.

Mientras que Estados Unidos y las demás potencias reclaman e imponen a las demás la práctica del libre cambio, prohibiendo que protejan sus intereses comerciales nacionales, ellas recurren a todo tipo de medidas proteccionistas. Sólo desde 2008 hasta el presente, los registros internacionales han contabilizado más de 58.000 en todo el mundo y es muy fácil comprobar que no las aplican los países empobrecidos y con más necesidad de protección, sino los más ricos. Las de Estados Unidos han representado entre un 30 y un 50 por ciento del total y las de China entre el 20 y el 40 por ciento, según diversas estimaciones y periodos de tiempo.

Justicia y paz frente a la asimetría y los privilegios
El comercio internacional está regido desde hace décadas por los dos principios de comportamiento más injustos que puedan existir: tratar igual a los desiguales y permitir que los más fuertes desacaten la norma cuando les conviene.

Las reglas librecambistas de la Organización Mundial del Comercio se imponen sobre todo tipo de países, a pesar de que la desigual potencia y situación de cada uno debería requerir medidas bien diferentes. Y, como acabo de señalar, los más poderosos se las pueden saltar cuando les conviene estableciendo aranceles o subsidios que están vedados a los más débiles y empobrecidos.

Es cierto que esto último lo hacen países como China, India o Rusia, pero estos no son quienes se dedican a proclamar las virtudes del libre comercio, como tampoco son las potencias que, incumpliendo la norma, castigan a los países más pobres que tratan de protegerse, como hacen Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente.

El comercio internacional puede ser un factor decisivo de progreso, pero no de cualquier forma. Hay que exigir a las grandes potencias que renuncien a sus ansias de dominio imperial y entiendan que el bienestar y la libertad han de ser bienes comunes e incompatibles con el privilegio y la desigualdad. Y esa aspiración irrenunciable está estrechamente vinculada a renunciar a practicar el comercio como un arma de guerra.

Son imprescindibles acuerdos internacionales que garanticen el equilibrio, la asimetría, la satisfacción de las necesidades humanas en todos los rincones del planeta y la paz entendida como diálogo y negociación permanentes.

sábado, 21 de septiembre de 2024

_- Demasiado ricos y egoístas para que el mundo vaya bien

_- La confederación de organizaciones no gubernamentales Oxfam Internacional acaba de publicar otro informe demoledor sobre la concentración de la riqueza en el mundo que, además, pone de relieve la injusticia que lleva consigo y el profundo egoísmo de los sujetos más ricos del planeta.

Según las estimaciones de Oxfam, el tipo impositivo máximo del impuesto sobre la renta de las personas físicas más ricas de la Unión Europea cayó del 44,8 al 37,9 por ciento, entre 2020 y 2023, y el pagado por las mayores corporaciones del 32,1 al 21,2 por ciento.

Por el contrario, los tipos que principalmente recaen sobre la gente común han aumentado: del 33,3 al 34,8 por ciento el del trabajo y del 17,7 al 18,7 por ciento el que recae sobre el consumo.

Los impuestos sobre el trabajo proporcionaron 3,23 billones de euros, tres veces más que los que proporcionan los impuestos sobre ganancias del capital (1,03 billones) y casi nueve veces más que los establecidos sobre el capital social (374.000 millones).

Eso quiere decir que la política impositiva europea, en lugar de mejorar la distribución de la renta, la empeora. Algo que es muy grave porque la concentración del ingreso y la desigualdad son ya de por sí muy elevadas.

Según Oxfam, el 1% de la población más rica de la Unión Europea acumulaba el 25% de la riqueza. Una concentración extraordinaria que no sólo se da en Europa.

La misma organización ha mostrado en otro informe que en los 20 países más ricos que conforman el llamado G-20, solamente 8 céntimos de cada dólar recaudado por impuestos provienen de los que gravan la riqueza.

Mientras que la proporción de la renta nacional que se destina al 1% de los que más ganan en los países del G20 ha aumentado un 45% en los últimos 40 años, la tasa impositiva máxima que se aplica a sus ingresos ha bajado del 60% en 1980 al 40% en 2022.

No es de extrañar, así, que el aumento en la última década del patrimonio medio neto del 1% más rico del mundo (400.000 dólares) sea 1.200 veces mayor que el de la mitad de la población más pobre (335 dólares), según los informes de Oxfam.

Esta organización estima que un impuesto sobre la riqueza del 5% para los multimillonarios y billonarios del G20 podría recaudar casi 1,5 billones de dólares al año. Con esa cantidad se podría acabar con el hambre mundial que provoca más de 20.000 muertes cada día del año, ayudar a los países de ingresos bajos y medios a adaptarse al cambio climático y empezar a cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Aun así, sobrarían más de 500.000 millones de dólares para que los países ricos invirtieran en servicios públicos que eliminen la desigualdad y los efectos del cambio climático.

Nos dicen constantemente que no hay recursos, que no hay dinero suficiente y es mentira. Lo que sucede es que sobra egoísmo y avaricia, y que un puñado de seres auténticamente inhumanos no tiene otro objetivo que ganar dinero sin cesar y sin pararse a considerar los efectos que su comportamiento tiene sobre el resto de la humanidad y sobre la naturaleza.

Todo lo anterior no sólo provoca un problema económico, sino también político y social.

Acumular riqueza de ese modo tan brutal y exagerado es incompatible con la democracia porque el enriquecimiento de unos se hace inevitablemente a costa de otros.

La fortuna de las cinco personas más ricas del mundo viene aumentando a un ritmo de 14 millones de dólares por hora, desde 2020, más de 122.000 millones cada año, justo cuando 5.000 millones de personas de todo el mundo se han empobrecido.

No puede ser de otro modo. El enriquecimiento de unos se hace a costa de los otros y, cuando ese proceso no tiene límites y produce tantos efectos desastrosos y tanta frustración e insatisfacción, no se puede dejar que sean libres y tomen decisiones por sí mismos y democráticas los seres que los padecen.

La desigualdad tan exagerada y su crecimiento sin freno en todo el planeta es la auténtica razón del deterioro de la democracia, lo que explica que se difunda constantemente el odio y se genere artificialmente el enfrentamiento y la polarización, para que así resulte imposible la deliberación y el entendimiento entre las personas. O acabamos con la concentración tan extrema de la riqueza y del poder de decisión y se pone coto a la avaricia antidemocrática de los ultrarricos que dominan el mundo, o acabarán destruyendo la civilización. El desequilibrio y sus consecuencias ya no se pueden disimular y comienzan a ser insostenibles.

Fuente: 

lunes, 20 de mayo de 2024

Ayudar a que terminen los embarazos, pero no a que los nacidos vivan bien y sean felices: la extrema derecha.

El Parlamento de Andalucía acaba de aprobar, a propuesta del partido de extrema derecha Vox, una iniciativa para crear un servicio de protección a las mujeres para que estas puedan llevar a término su embarazo.

A mí me parece perfecto, pero choca que el fervor para proteger el nacimiento de nuevos seres humanos y a las mujeres que los traen al mundo desaparezca una vez que han nacido.

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y luego negarle ingresos garantizados a las que no tienen suficientes para criarlos?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y desentenderse, sin embargo, de las que se han visto obligadas a inmigrar, no por gusto, sino precisamente para sacar adelante a sus otros hijos o hijas, a sus madres, padres o madres?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y al mismo tiempo reclamar que se reduzca el dinero destinado a crear escuelas en donde puedan educarse todas las niñas y niños sin distinción, o a conceder becas a quienes no tienen dinero para pagarse sus estudios?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y al mismo tiempo restringir los presupuestos de la sanidad pública que permite disminuir la mortalidad infantil y mejorar la salud de millones niñas y niños?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y al mismo tiempo reducir los presupuestos de ayudas a las familias diciendo que son «ayuditas» para fomentar la vagancia?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y negarse a que haya salarios mínimos que está demostrado que disminuyen la pobreza y el empleo que no proporciona ingresos suficientes para cubrir siquiera las necesidades más básicas?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y oponerse a las políticas que buscan garantizar vivienda o alquileres más bajos a las madres sin ingresos de esos bebés cuyo nacimiento se alienta?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y luego despreciar, odiar, perseguir y condenar a las que no sean de nuestro color, etnia, procedencia, creencia religiosa o ideología?

¿Es lógico, sincero y coherente proteger a las madres que están embarazadas para que den a luz y luego condenar a la pobreza a las abuelas y abuelos de sus bebés acabando con las pensiones públicas?

Pura farsa y cinismo. Un teatro dramático y cruel para despistar y ayudar a que unos pocos se queden con todo.

domingo, 12 de mayo de 2024

El inversor más poderoso del mundo engaña a la gente para quedarse con su dinero

En 2008, José Saramago escribió: «Vivimos en el tiempo de la mentira universal. Nunca se mintió tanto». Los hechos le dan la razón constantemente y hace unos días lo hemos vuelto a comprobar en la última carta anual a los inversores de Larry Fink, presidente del fondo BlackRock. Con este moviliza más de 10 billones de dólares en todo el mundo y sólo en Estados Unidos controla el 88% de las acciones de sus 500 más grandes empresas .

La idea central de la misiva de este año es que, ante los desafíos globales que plantean la infraestructura, la deuda y la jubilación, «vamos a necesitar el poder del capitalismo para resolverlos».

En concreto, la carta es una constante reivindicación del papel privilegiado que se ha de conceder al capital privado y una llamada para que los más jóvenes ahorren para poder tener pensiones cuando ya no puedan seguir trabajando.

No voy a entrar aquí en un debate que necesitaría más espacio y que he desarrollado en algunos de mis libros, como Economía para no dejarse engañar por los economistas o Econofakes. Me limito a señalar que es un hecho que las más grandes infraestructuras del planeta no se han podido crear sin capital o impulso público, que la deuda, lejos de ser algo que pueda resolver el capital privado, es justamente lo que cada día crece más porque es el negocio que hace crecer a conciencia y sin cesar la poderosa banca privada y, por último, que los fondos de pensiones privados no sólo no son rentables sino que han quebrado frecuentemente y han debido de ser rescatados innumerables veces con dinero del Estado.

Lo que brevemente quiero señalar hoy es un detalle concreto de esa carta, un hecho incierto que menciona Larry Fink y que muestra sin posible discusión que el inversor más poderoso e influyente del mundo se inventa la historia para demandar unos privilegios legales y financieros que no se merece ni están justificados.

Insistiendo en esa idea central del poder del capital privado para resolver los grandes desafíos, dice Fink que, tras la crisis de 2008, Estados Unidos pudo recuperarse más rápidamente que Europa porque tenía una reserva de dinero, un mercado de capitales, de mayor solidez.

¿Cómo se puede tener la cara dura de decir eso para defender al capitalismo cuando lo que precisamente hundió a la economía de casi todo el planeta fueron la volatilidad, la fragilidad, los fraudes y la bancarrota subsiguiente de los mercados de capitales y de todo el sector financiero?

¿Cómo se puede tener la desfachatez de decir que fue la solidez del capitalismo lo que permitió recuperar a Estados Unidos cuando la Reserva Federal tuvo que inyectar 29 billones de dólares de dinero público para rescatar a la banca y a los fondos de capital que habían provocado la crisis? Una cantidad de dinero asombrosa, el doble del PIB de Estados Unidos en 2009, la mitad del mundial y, además, concedida la mayor parte en secreto, como después se supo.

Los mercados de capitales, el capitalismo que defiende Fink y los fondos de inversión como el suyo, no son la solución para los problemas de la economía mundial. Son, justamente, sus causantes. La verdad indiscutible es que viven del dinero público, bien por las ayudas y privilegios de los que gozan, bien porque cada dos por tres hay que rescatarlos con billones y billones del dinero del que debería disfrutar las empresas que crean riqueza y la gente corriente.

En una escena de la película Ray, el actor que interpreta a Ray Charles, Jammie Fox, dice: «Rasca en un mentiroso y encontrarás a un ladrón». Pues eso.

Juan Torres López, Ganas de escribir.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Pedro Sánchez frente al desprecio

«Toda forma de desprecio, si interviene en la política, prepara o instaura el fascismo» 
(Albert Camus)


Las críticas que la derecha está dedicando a la carta que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ha escrito a la ciudadanía tienen casi siempre tres variantes de un rasgo común -el desprecio- que muestran mejor que nada la naturaleza de la sociedad capitalista en la que vivimos.

La primera es basarse en juicios de intenciones. Se afirma generalizadamente, como si de un coro perfectamente orquestado se tratara, que el presidente no la ha escrito con sentimientos sinceros sino como una artimaña para volver con más fuerza a sus actividades a partir del lunes.

Es cierto, por un lado, que esa respuesta es lógica cuando viene de un adversario. Sin decirlo, trata de provocar el efecto que se desea que ocurra. En este caso, que Pedro Sánchez se vaya y no refuerce su posición política gozando de más simpatía, apoyo y movilización por parte de su electorado si finalmente no dimitiera. Lo que muestra, en realidad, esta reacción de la derecha política y mediática, pronunciándose como si supiera a ciencia cierta lo que hay en el cerebro y el corazón de Pedro Sánchez, es un miedo profundo a que finalmente no se vaya.

Sin embargo, recurrir al juicio de intenciones frente a los adversarios políticos es una práctica mucho más grave y deleznable. Es una de la más grandes muestras de desprecio a un ser humano porque con ella se consigue que nadie pueda defenderse de la infamia y la calumnia. Algo fundamental en esta época en la que vivimos, en la que la polarización, la promoción del odio y el rechazo de cualquier ser humano que no sea idéntico a nosotros se ha convertido en la lógica que gobierna las relaciones sociales. Una estrategia ahora esencial para conservar los privilegios, tal y como explico en un nuevo libro que estará en librería el próximo 15 de mayo y que ya se puede reservar.

La segunda característica de la reacción de la derecha ante la carta de Sánchez es la falta de piedad, el desprecio al dolor ajeno. Algo que tampoco es nuevo sino también una constante de la política de nuestros días.

Al margen de su sentido religioso, la piedad viene a ser el sentimiento humano que nos lleva a cuidar, ayudar, perdonar, comprender o asistir a quien padece sufrimiento o angustia. Una virtud de la que también hoy día carecen quienes dominan el mundo. Si no fuese así, se habría evitado ya hace mucho tiempo -porque hay recursos de sobra para ello- el hambre y la miseria en la que viven cientos de millones de personas. No habría terrorismo, ni los conflictos entre naciones se resolverían con matanzas de población y genocidios, ni mediante las guerras tan crueles que estamos viviendo.

Finalmente, la derecha mediática y política desprecia o incluso se ríe a tumba abierta de las alusiones al amor que Pedro Sánchez hace en su carta.

Es curioso, penosamente curioso, que las dos acciones que quizá pueden propiciar más bienestar al ser humano, la política y el amor, estén hoy día tan despreciadas. En la Grecia clásica se llamaba idiotas a quienes se despreocupaban de los asuntos públicos, de la política. En nuestros días, a base de convertirla en fango sucio, hay posiblemente más idiotas que nunca. Nos tenemos que hacer idiotas para no morirnos de asco. Y quizá sea porque los idiotas tampoco analizan ni razonan por lo que no apreciamos el amor y lo banalizamos. Porque, como escribió el filósofo y literato francés Alain Badiou en su Elogio del amor, «amar es una forma de pensar».

No es difícil deducir que el desprecio como rasgo común brota, en suma, de una poderosa raíz: la inhumanidad.

¿La reforzamos o, por el contrario, nos congraciarnos con nuestra auténtica naturaleza de seres adictos al amor que «dependemos, para la armonía biológica de nuestro vivir, de la cooperación y la sensualidad, y no de la competencia y la lucha,» como escribió el biólogo chileno Humberto Maturana? Esa, creo yo, es la cuestión.

https://juantorreslopez.com/pedro-sanchez-frente-al-desprecio-y-la-inhumanidad/

domingo, 31 de marzo de 2024

Hace ahora 4 años...

Hace ahora cuatro años se declaraba en España, como en casi todo el mundo, el estado de alerta y se cerraba una gran parte de la actividad económica por la expansión de un coronavirus que comenzaba a provocar docenas de miles de muertos.

Hace ahora cuatro años, la oposición de derechas decía que en España gobernaba “el peor gobierno de la historia democrática”.

Hace ahora cuatro años, desde el primer momento de la pandemia, el Partido Popular calificó al gobierno progresista de “negligente”, lo acusó de “hundir a España” por su gestión y aventuró que Pedro Sánchez dejaría a España en la ruina cuando abandonara el gobierno.

Hace ahora cuatro años, el entonces secretario general del PP, Pablo Casado, acusaba al Gobierno de improvisar e ir detrás de los acontecimientos y, al final de 2020, de provocar una crisis económica marcada por sietes letras D: “depresión, déficit, deuda, desempleo, despilfarro, desigualdad, y disparando los impuestos a todos los españoles”.

Hace ahora cuatro años, los ideólogos al servicio de la derecha azuzaban esa ofensiva y el economista Daniel Lacalle decía:

– “Va a ser muy difícil que se recupere al menos un 40% del Producto Interior Bruto de España a los niveles previos de la crisis.”

– “El crecimiento será cero o de hasta el 2% en 2021”.

– “El déficit público puede alcanzar el 20%”

– “España va a aumentar el desempleo mucho más que en otros países”.

– “A este paso, el paro llegará al 35% y 900.000 empresas no llegarán a 2021″.

Ahora, cuatro años después de todo eso, sabemos lo que de verdad ocurrió y que esos augurios no tenían otro fundamento que el de tratar de acabar con el gobierno legítimo de España destruyendo de cualquier modo al adversario político:

– El PIB previo a la pandemia se recuperó en 2022.

– En 2021, el PIB español ya creció el 6,4%. Ahora, nuestra economía es la que más crece de la Unión Europea.

– Nuestro déficit público fue del 10,12% en 2021 y, cuando se publiquen los datos oficiales, sabremos que el de 2023 habrá sido de alrededor del 4%. La deuda pública que subió al 120% en 2020 para salvar la economía ya ha bajado casi 13 puntos desde entonces.

– En 2020 no se perdieron 900.000 empresas en España, sino unas 200.000 y la actividad de 323.000 autónomos, aunque sólo en la primera mitad de 2021 ya había aumentado un 51% la creación de otras nuevas. En junio de 2023 ya se había recuperado el número que había antes de la pandemia.

– La tasa de paro más alta por la pandemia fue del 16,2 y no ha dejado de bajar hasta el 11,7 de final del año pasado, 3,6 puntos más baja que la de Rajoy cuando dejó el gobierno o la de hace cuatro años.

– España crea más empleo que Alemania, Francia e Italia juntas. Ahora hay 1,6 millones más de empleos que hace cuatro años y 2,4 millones más que cuando Rajoy dejó de gobernar

– El Comisario europeo de Economía, Paolo Gentiloni, declaraba ayer mismo que «España está en mejor forma que el resto de la UE».

¿Todo lo que ha hecho el gobierno de Pedro Sánchez en materia económica en estos cuatro años tan difíciles está bien? ¿Todas las medidas que ha adoptado han mejorado la vida de las empresas y el bienestar de todas las personas? Por supuesto que no, y yo mismo he criticado muchas de ellas. Pero hay algo que es obvio e indiscutible: la derecha se ha equivocado en todas y cada una de las predicciones catastróficas que ha hecho sobre la evolución de la economía dirigida por el gobierno de Pedro Sánchez. En todas.

Es más, lo que habría que preguntarse es si los resultados económicos que hemos obtenido, mucho mejores que los que hasta la persona más optimista podía esperar hace ahora cuatro años, no habrían sido incluso mucho más favorables para todos los españoles si el Partido Popular y Vox hubieran actuado de otra forma. Si no hubieran generado tanta desconfianza y hubieran aceptado con lealtad y patriotismo los resultados electorales, entendiendo que los españoles nos necesitamos todos unos a otros para salir adelante y, sobre todo, que no es sólo la derecha quien tiene derecho a gobernar en nuestro país y a imponer sus preferencias o los intereses que defiende al resto de los españoles. Aunque, por lo que se puede ver día a día, eso es como pedir peras al olmo.



Juan Torres López 20 de marzo de 2024,

domingo, 11 de febrero de 2024

Bancos avarientos que destruyen economías y democracias



Ha querido al azar que hayan coincidido dos hechos que merece la pena comentar. El primero, el anuncio de que sólo los cinco mayores bancos españoles ganaron 26.088,1 millones de euros en 2023, un 25,96 % más que el año anterior. El segundo, la publicación de un nuevo libro del economista Gerald Epstein sobre el papel de los bancos en las economías contemporáneas.

Epstein es catedrático de Economía en la Universidad de Massachusetts Amhers y este libro es el resultado, según él mismo ha comentado, de varias décadas de investigación. En esta obra demuestra, con multitud de datos y documentos, que existe lo que llama un auténtico “Club de banqueros” formado por políticos, funcionarios, directores ejecutivos de empresas no financieras, dirigentes de los bancos centrales, abogados y economistas que unen sus fuerzas para defender los intereses de la banca privada y hacer que las leyes le favorezcan.

Gracias a ello, se ha podido imponer una libertad de acción generalizada que permite a la banca desentenderse de la economía real para dedicarse a la especulación financiera llevando a cabo inversiones muy rentables, pero sumamente arriesgadas. Así ha obtenido cada vez más ganancias y poder, aunque produciendo al mismo tiempo la mayor intensidad de crisis financieras de la historia de la humanidad.

Prueba de ello es que no más del 15% de la actividad financiera global se dirige a financiar a la que realizan empresas y consumidores para crear bienes y servicios o consumirlos. El resto, pura especulación improductiva.

Y no sólo eso, es cada día más evidente que la banca de nuestro tiempo es la fuente de donde mana el dinero sucio que utilizan los delincuentes que cometen los delitos internacionales más aberrantes y sostienen el crimen organizado, y que son los propios bancos quienes corrompen y financian la corrupción de la vida social y económica, habiendo sido condenados por ello en docenas de ocasiones, a pesar de la influencia directa que, en todos los países, tienen sobre la administración de justicia. Basta consultar en cualquier buscador de internet para encontrar multitud de noticias, estudios e informes sobre ello y comprobarlo

Los más de 26.000 millones de euros de beneficios de la banca española son una manifestación más de la degeneración del sistema financiero actual. No son el resultado de una actividad que ayude a las empresas y cree riqueza. Son, en realidad, una autentica regalía, el resultado de un privilegio. El que concede el Banco Central Europeo a los bancos cuando lleva a cabo una política monetaria que sólo sirve para aumentar sus ganancias. Les deja que transmitan las subidas de tipos al crédito sin apenas aumentar la retribución de los depósitos que reciben, mientras que les paga más por los que la banca hace en el banco central. Lo cual, además, genera pérdidas en los bancos centrales que tendrán que pagar los gobiernos, es decir, el conjunto de la ciudadanía.

Los beneficios que vienen obteniendo los bancos españoles sólo pueden calificarse como obscenos e insultantes, no sólo por su cuantía exagerada, cuando las empresas y familias pasan tantas dificultades para salir adelante; sino también por ese origen mencionado y porque muestran que la banca actual, como señala Epstein en su libro, ha perdido su función tradicional, la de administrar el ahorro y financiar a quien necesita recursos para crear riqueza y satisfacer necesidades.

El negocio bancario de nuestros días no contribuye a que funcione la economía. Por el contrario, le pone palos en las ruedas, es corrupto, provoca crisis que pagan los ciudadanos y las ganancias ingentes que obtienen dan a los banqueros un poder político y mediático que destroza las democracias, porque su libertad para ganar dinero sin descanso, sin límites y sin miramientos es, por definición, incompatible con la del resto de las personas.

Si viviéramos en un mundo decente no se permitiría que todo esto ocurriera. La actividad bancaria se consideraría un servicio público esencial para la economía y los bancos estarían obligados a proporcionar recursos a empresas y familias solventes, sin poder provocar su escasez artificial. Habría una banca pública para encargarse de la financiación no necesariamente rentable pero imprescindible, y la privada tendría que someterse a ese principio, ser transparente y rendir cuentas; exactamente lo mismo que los bancos centrales que no pueden seguir siendo meros instrumentos al servicio del interés privado.

Lo que hay tras el vergonzoso beneficio de la banca es sólo avaricia y lo que esta esconde lo descubre a la perfección el saber popular: en el arca del avariento, el diablo yace dentro.

Fuente: 

martes, 30 de enero de 2024

Se estanca el progreso social

El capitalismo ha traído consigo los avances más extraordinarios de la historia de la humanidad. Es una evidencia que ya reconocieron Marx y Engels en las primeras páginas de su Manifiesto Comunista. Sin embargo, hay otra quizá más relevante aún e igual de indiscutible: una muy gran parte del mundo capitalista no disfruta de esos avances. Hoy día, cuando disponemos de más recursos y dinero que nunca en la historia humana para poder evitarlo, la mitad de la población mundial no tiene acceso a saneamiento seguro, y cada día mueren 1.000 niños y niñas por falta de agua y unas 25.000 personas por desnutrición.

En las últimas décadas podría decirse que el capitalismo ha sido más capitalismo que nunca, puesto que se ha dado plena libertad de movimientos al capital y se han liberalizado todos los mercados, para que las grandes corporaciones no tengan prácticamente ninguna atadura a la hora de obtener más beneficio. Pero, justo entonces, ha sido cuando más crisis económicas ha habido (más de 400 desde 1970), menos crecimiento económico, peor empleo y menos inversión productiva. El capitalismo de nuestros días solo ha funcionado bien para hacer que los ya de por sí más ricos lo sean cada vez más. Y el progreso social, entendido como la mejora general de las condiciones de vida de la población, se detiene o incluso se deteriora.

Esto último es lo que señala un informe que acaba de publicarse hace unos días en Estados Unidos sobre el progresos social analizado con 12 componentes y 57 indicadores en 170 países. De todos estos, 61 registraron una disminución significativa en 2023, 77 se estancaron y sólo 32 mejoraron.

Es muy significativo que de los cuatro países que han reducido su índice de progreso social desde 2011 dos hayan sido las grandes potencias del capitalismo, Estados Unidos y Reino (junto a Venezuela y Siria). En general, el informe refleja que cuatro de cada cinco personas de todo el mundo viven en países cuyo progreso social se estanca o disminuye.

Estos datos se registran al mismo tiempo que la fortuna de los grandes milmillonarios del planeta se multiplica, tal y como acaba de indicar el último informe sobre la desigualdad global de Oxfam internacional: la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado en los dos últimos años y los beneficios de las mayores empresas aumentaron el 89 %, mientras que la riqueza de las 5.000 millones más pobres se ha reducido.

Vivimos en una economía capitalista, así que no se puede responsabilizar a otro sistema de esta desigualdad a la hora de repartir los frutos del progreso y de provocar la inestabilidad y el mal rendimiento económico que todo eso lleva consigo. Lo que sorprende es que las fuerzas políticas que dicen enfrentarse a estas situaciones no pongan en cuestión las bases del capitalismo ni diseñen un relato de largo plazo alternativo. Entre nosotros, en España, no lo hace el PSOE, a pesar de su nombre, cuyos documentos ideológicos apuntan, si acaso, a “otro capitalismo; ni tampoco las nuevas formaciones de izquierda, como Sumar.

Sin abordar la causa profunda y real de los problemas, y sin luces largas para pensar en el futuro y ofrecer a la gente una propuesta de sociedad diferente, no se podrá avanzar mucho. En realidad, eso es lo que estamos viendo que le ocurre a las izquierdas de todo el mundo en las últimas décadas, demasiado presentismo y mucha superficialidad que las hace incapaces de propulsar cambios sociales de envergadura y las deja impotentes ante la ofensiva de las derechas que hacen política en beneficio de quien más tiene.

lunes, 1 de enero de 2024

Caso Neurona: A Podemos tampoco le pedirán perdón

Como bien sabe quien me lea, no sólo mantengo bastantes discrepancias con Podemos por sus posiciones políticas. También, porque creo que quien dirige una formación política debe cuidar y querer a la gente y yo no me sentí así cuando elaboré el famoso documento de debate para su programa económico. Sin embargo, me siento en la obligación moral de manifestar mi solidaridad con sus dirigentes tras la cacería judicial y mediática a la que han sido sometidos y, muy en particular, en estos últimos días.

En otros artículos he escrito el efecto que siempre tiene la utilización que la derecha política y mediática hace de la administración de justicia como instrumento de combate contra sus adversarios: se lanzan acusaciones y demandas, los procesos duran años y al final, cuando quedan en nada, ya nadie devuelve el honor mancillado.

Es una estrategia que en España han sufrido dirigentes del PSOE (quizá la primera víctima fue Demetrio Madrid, como consecuencia del infame comportamiento que tuvo José María Aznar para acabar con él), de Izquierda Unida, de Podemos, en mucha mayor medida, y de otros partidos que se han enfrentado al poder.

Según he leído, han sido más de 20 las causas, denuncias o investigaciones judiciales abiertas contra Podemos o sus dirigentes que han sido archivadas, sin que se haya demostrado su financiación ilegal o los demás delitos que los medios daban por hecho que habían cometido. Por cierto, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras ocasiones con otras formaciones políticas.

El último de los procesos cerrado sin indicio de delito por parte de Podemos ha sido el conocido como Caso Neurona. Un proceso bastante especial porque en él se habían abierto hasta diez líneas de investigación para tratar de involucrar a ese partido en actos delictivos de todo tipo.

Por supuesto, los medios, tertulianos, periodistas, políticos o partidos que lanzaron las acusaciones o se aprovecharon políticamente de ellas no están pidiendo perdón a los dirigentes a los que acusaron sin pruebas, ahora que han sido separados de la causa. En muchos casos, ni siquiera informan de ello. Forma parte de su protocolo y estrategia, como he dicho al principio, y nadie se puede extrañar.

Lo que me sorprende es el silencio prácticamente generalizado de los dirigentes de otras fuerzas de izquierdas, del PSOE, Sumar o Izquierda Unida. Me sorprende, porque han sufrido en sus carnes ese mismo tipo de antidemocráticos ataques y porque hay que ser muy ingenuo para creer que no los volverán a sufrir igualmente en el futuro. Hasta el propio Juan Luis Cebrián lo dejó caer en las páginas de El País el pasado 12 de diciembre: «Algunos opinan que (una alianza con los independentistas catalanes) es ni más ni menos que un acto de complicidad con una organización delictiva, por lo que se podría pedir responsabilidad jurídica, y no solo política, al Gobierno y su presidente». No olviden esto, no lo olviden, y recuerden siempre la vieja sentencia de Edmund Burke: «Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada».

Ponerse de perfil, como si Podemos fuera una organización apestada, en lugar de mostrar solidaridad y hacer pedagogía para que la gente sepa que la derecha española practica la cacería política, mediática y judicial contra sus adversarios es un error que se pagará caro.

En su Divina Comedia, Dante le pregunta a Virgilio: ¿Qué son esos suspiros, gritos y llantos que retumban en el aire sin estrellas? «Vienen del Antiinfierno -le responde- donde son castigadas las tristes almas que vivieron sin infamia y sin honor. Son los ignavos, almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal, por su elección de cobardía».

jueves, 28 de diciembre de 2023

Países Bajos: tenía que pasar

La reciente victoria de la extrema derecha en las elecciones generales de Países Bajos sólo ha podido sorprender a quienes hayan sido ajenos a lo que ha venido pasando en ese país en los últimos trece años.

Desde entonces, viene gobernando la derecha liberal, liderada por Mark Rutte, que no ha parado de llevar a cabo bajadas de impuestos para los más ricos, privatizaciones y recortes en el gasto y las ayudas sociales.

Países Bajos, por ejemplo, tiene uno de los sistemas fiscales más regresivos de Europa: el porcentaje de ingresos dedicado a pagar impuestos en la mayoría de los grupos de renta es de alrededor del 40%, pero sólo el 20% en el 1% más rico de la población.

Los sucesivos gobiernos liberales han hecho una política de vivienda proclive al mercado que ha incrementado la dificultad de acceso a las clases medias, sin mejorar las de ingreso más bajo, y que ha provocado un gran aumento de los precios.

Mark Rutte dijo al principio de su mandato que había que acabar con la idea que, según él, tenían sus compatriotas del Estado: “una maquinita de la felicidad”. Para lograrlo, ha recortado la inversión y el gasto, provocando el empeoramiento de los servicios públicos de salud, transporte, educación, o cuidados (en 2015, se estableció que el de ancianos y dependientes pasaba a ser una “obligación” familiar). La directora de UNICEF en Países Bajos denunció en 2018 que en ese país tan próspero se dejaran de lado los derechos de grupos de niños y niñas vulnerables.

En estos últimos trece años, los sucesivos gobiernos liberales han llevado a cabo una auténtica desposesión de ingresos y derechos de las clases de renta media y baja, al mismo tiempo que han convertido a su país en el paraíso fiscal más agresivo de Europa, concediendo todo tipo de favores fiscales y financieros a las grandes empresas.

Quizá la prueba más evidente de esa desposesión es que las familias de Países Bajos son las que tienen el endeudamiento más elevado respecto a su renta bruta disponible de Europa: 187,03% en el primer trimestre de este año, el doble que las españolas (89,4%).

La estrategia seguida por los liberales holandeses (como los de otros países) para que esa desposesión no se tradujera en una revuelta social ha sido doble. Por un lado, culpar a las clases trabajadoras de derrochar el dinero público y, por otro, hacer responsable a la inmigración de todo lo malo que les estaba ocurriendo.

Lo primero alcanzó su cima más vergonzosa en 2021: hasta el gobierno tuvo que dimitir cuando se descubrió que había acusado de fraude en las ayudas sociales a más de 30.000 familias de bajos ingresos, sin fundamento ninguno. Unos 70.000 niños y niñas sufrieron principalmente la falsa acusación y 1.115 terminaron en instituciones de tutela por esa causa. El discurso contra la inmigración no ha dejado de darse y se ha hecho cada vez más fuerte, justo a medida que crecía la desposesión, cuando la realidad es que los trabajadores inmigrantes se ocupan de los empleos de muy bajo salario y más precarios y que los problemas asociados a la inmigración tienen que ver, sobre todo, con el debilitamiento de los servicios públicos y sociales que he señalado.

A diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, la derecha liberal no oculta la desposesión que se produce cuando gobierna. Ahora la reconoce, pero culpando de ella a la inmigración o a los propios desposeídos (como dicen mis colegas economistas liberales, porque no invierten lo suficiente en ellos mismos).

Es ahí cuando aparece la extrema derecha ofreciendo ayuda (soberanía, seguridad, valores tradicionales, defensa de la nación…) y protección frente al enemigo que viene a quitarnos “lo nuestro”.

Ahora bien, aparece la extrema derecha porque al mismo tiempo las izquierdas desaparecen o pierden el norte. En lugar de centrarse en las cuestiones socioeconómicas que condicionan realmente la vida de la gente con un discurso ecuménico, dirigido a las grandes mayorías sociales para protegerlas desde la transversalidad y el sentido común, se dividen y fragmentan para identificarse con los intereses de pequeños segmentos o grupos minoritarios de la población, y dando prioridad a cuestiones identitarias y territoriales o a decirle a la sociedad lo que es o no políticamente correcto. Sin ser capaces de frenar lo que se nos viene encima.

domingo, 24 de diciembre de 2023

«El país se hunde»

Me escribe un amigo un mensaje por whatsapp con reflexiones sobre la España de estos días que me parece refleja perfectamente lo que nos viene pasando. O, mejor dicho, lo que viene pasando a una parte de España. Entristece leerlo, pero creo que vale la pena hacerlo y lo difundo con su permiso, aunque sin dar su nombre. 


 Tomado de Juan Torres López.

viernes, 22 de diciembre de 2023

_- Una estafa con nombre decente

_- Larry Fink no se encuentra en el top de las personas más ricas del mundo. Ocupa el puesto 2.478 en la lista que todos los años publica la revista Forbes, pues ”sólo” tiene un patrimonio de 1.100 millones de dólares (200 veces menos que el más rico, Bernard Arnault). Sin embargo, Fink es el consejero delegado de Blackrock, el mayor fondo de inversión del mundo que maneja unos 10 billones de dólares, casi tanto como toda la riqueza de América Latina, el doble de la de Africa, o más de seis veces el PIB de España y sólo superados por el de Estados Unidos y China.

Junto a otros tres o cuatro grandes fondos de inversión, se podría decir que el fondo de Fink es el dueño efectivo en España, como en otros muchos países, de la banca, las compañías de seguros, constructoras, un buen número de grandes empresas industriales, transporte o comerciales, fabricas de armas… y, por supuesto, de los medios de comunicación más influyentes.

Sus inversiones sólo tienen un objetivo: aumentar continuamente sus beneficios a costa de lo que sea. Y ese “lo que sea” significa generalmente que lo que menos importa es mantener viva a medio o largo plazo la actividad de las empresas que adquiere o controla.

Y si les importa poco la vida de las empresas que adquieren, mucho menos les afecta lo que pase con la naturaleza a la hora de ganar dinero.

En 2020, Larry Fink afirmó que “el riesgo climático es riesgo de inversión” y que, por lo tanto, Blackrock iba a vigilar el comportamiento ambiental de las empresas en las que participaba para no invertir en las contaminantes. Pero esa idea no le duró mucho y pronto volvieron a las andadas, invirtiendo allí donde hubiera ganancias, con independencia de la contaminación que se produjera.

Blackrock, Vanguard, State Street y algunos otros fondos más, controlan la principal cartera de inversiones en combustibles fósiles más contaminantes del mundo y diversos estudios han mostrado que es habitual que utilicen su influencia en los consejos de administración en los miles de empresas en donde participan para evitar que se tomen medidas que podrían frenar el cambio climático.

Por si hacía falta algo que confirmara su total ausencia de compromiso climático y que tan sólo buscan el beneficio inmediato, Larry Fink anunció hace unos días que creará un fondo que incluirá inversiones en criptomonedas.

El destrozo ambiental que hace la producción de estas últimas es brutal. Según un estudio reciente de Naciones Unidas, para producir bitcoins que sirven básicamente como activos para la especulación, ha sido necesario utilizar la energía eléctrica que gasta un país de 230 millones de personas, como Pakistán. Para compensar la huella de carbono que generó sería necesario plantar 3.900 millones de árboles, en una superficie equivalente a la de Países Bajos, Suiza o Dinamarca; y el gasto de agua realizado con ese exclusivo fin de especular equivale al necesario para satisfacer las necesidades actuales de agua doméstica de más de 300 millones de personas en las zonas rurales del África subsahariana (di más datos sobre lo que “cuestan” realmente las criptomonedas y su verdadera utilidad aquí).

Para hacer todo eso, incluso recurren al fraude. En 2021 se descubrió que Blackrock y otros fondos encargan la evaluación ambiental de sus inversiones a auditoras que utilizan métricas engañosas para disimular el daño climático real que producen.

Los causantes del extraordinario peligro ambiental al que nos enfrentamos y del destrozo de la naturaleza tienen nombres y apellidos y se sabe perfectamente cómo lo hacen. Lo sorprendente es que, en lugar de ponerlos en evidencia y detener a quienes lo provocan, se les permita controlar los medios de comunicación desde los que nos quieren hacer creer que sólo gracias a ellos podremos solucionar el problema.

Comentario de Wenceslao.

Al capitalismo de nuestros días, revestido de conceptos como libertad de empresa, competencia, responsabilidad social, emprendimiento, progreso… se le podría aplicar lo que decía Ramón Pérez de Ayala sobre las estafas: «cuando ya son enormes, toman nombrDefine la RAE hipocresía como “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” y tenemos también en la forma de proceder lo que llamamos “doble rasero”, diferente modo de juzgar a personas o grupos de personas, por el cual unos reciben un mayor castigo o reprobación que otros por los mismos hechos. Bien partiendo de estas premisas, todo lo que se muestre por estos “sensibles” periodistas es pura hipocresía, está más que demostrado, USA_OTAN asesinó sólo en su invasión de Irak más de 500.000 personas, vimos sus carnicerías vía Wikileaks y clama al cielo que todo ciudadano con dignidad debería de denunciar y que no es otra cosa que si USA ordena a la OTAN taparse la nariz, la OTAN se tapa la nariz y punto, SOLO el día que Europa deje de estar subyugada a USA_ISRAEL, ese día la “denuncia” que se muestra en ese video tal vez tenga algo de repercusión, en la actualidad eso sólo sirve para “hacer” llorar a algunos y el resto se tapará la nariz no sea que el “jefe” se enfade , ya lo dijo Biden hace muchos años, en 1986, el actual presidente de Estados Unidos Joe Biden confesó que la mejor inversión para defender sus intereses en Medio Oriente es en Israel, y en el caso de que ese país no existiera, Estados Unidos inventaría uno, pero es más USA con más de 750 bases militares por todo el mundo, con más de 250 intervenciones militares en terceros países desde 1945 no respeta ni respetará el derecho de los pueblos como reza en la carta de la ONU y Europa asiente esa actitud de su “jefe” sumisamente incluso en contra de su economía y estatus mundial, de la que China, Rusia, India, Irán, Brasil, Arabia Saudí, etc., están tomando buena nota y crean al Brics+, dice el dicho que “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”, esos países han visto lo que le ha hecho USA a Rusia a la que quieren robarle Siberia y no han dudado en unirse para hacer frente al latrocinio de USA y sus súbditos.Europa, la OTAN, es vasalla de USA_Israel, antes y ahora calla ante sus atrocidades, no es la OTAN y su jefe USA ejemplo de nada, son ejemplo de cómo someter por la fuerza a los que no se dejan robar. Buen día. RESPONDER

jueves, 14 de diciembre de 2023

¿Forzar a los mercados o ir más allá de ellos?

Publicado en Alternativas Económicas nº 118, noviembre 2023

Cuando se empieza a discutir la posible formación de un nuevo gobierno de coalición progresista en España vuelve a hablarse de medidas económicas que suelen concitar bastante desacuerdo entre economistas.

Con los precios de muchos bienes y servicios básicos, como los alimentos o la vivienda, todavía subiendo, aunque el índice general se haya frenado, desde la izquierda se proponen controlarlos legalmente. Para mejorar las condiciones del empleo se reclama que suba de nuevo el salario mínimo y, cuando se ha comprobado el aumento extraordinario de márgenes en algunas empresas y de los grandes patrimonios, se proponen aumentos impositivos para compensar el enriquecimiento tan desigual que se viene produciendo.

Son propuestas que la izquierda defiende por razones fundamentalmente de equidad, aunque no sólo por ellas, sino considerando además que la desigualdad es también un freno para el crecimiento económico. Y medidas, por otra parte, que los economistas liberales o más ortodoxos critican porque consideran que atentan contra las leyes de la oferta y la demanda, en el caso de los controles, provocando así problemas más graves que los que se desea resolver; o, cuando se trata de medidas fiscales redistributivas, porque creen que expulsan la inversión y destruyen empleo, pues disminuyen los beneficios empresariales.

Estas últimas críticas liberales no tienen demasiado fundamento, ni desde el punto de vista teórico ni tomando en consideración la evidencia empírica.

En el caso de los topes a los precios o de la fijación de salarios mínimos el argumento liberal se basa en afirmar que, si los gobiernos establecen precios por encima (salario mínimo) o por debajo (precios máximos) del precio de equilibrio, lo que ocurrirá será que haya exceso de oferta (paro) o de demanda (escasez de bienes).

Se trata de una argumentación que no puede tomarse del todo en serio por una razón muy sencilla, aunque sorprendentemente muy desconocida, incluso entre los propios economistas, acostumbrados a que los manuales de economía y muchas investigaciones la oculten utilizando razonamientos, intelectualmente hablando, del todo fraudulentos.

En realidad, es material y matemáticamente imposible determinar una sola función de oferta y otra de demanda en un mercado y, por tanto, no es posible establecer que haya «un» precio de equilibrio que pueda ser «violentado» por esos topes máximos o salarios mínimos.

Se trata de algo que Sonnenschein, Mantel y Debreu demostraron en 1972 y 1973, pero que se oculta en la inmensa mayoría de los manuales de economía en donde supuestamente aprendemos los economistas: no se puede obtener una función de demanda de todo el mercado agregando las individuales.

Incluso se podría ir más allá. Es también prácticamente imposible determinar una función de demanda individual real. Como es sabido, esta es la que indica la cantidad de un bien o servicio que un consumidor está dispuesto a adquirir a los diferentes precios del mercado, suponiendo que no varían otros factores que, sin embargo, sabemos con toda seguridad que sí influyen en su decisión, como su renta, sus preferencias o gustos y el precio de otros bienes vinculados con el consumo del que desea adquirir.

La mejor prueba de lo que acabo de señalar es que resulta imposible encontrar un solo libro de economía en cualquier biblioteca del mundo que muestre una función de demanda real, no ya de mercado sino incluso de un solo individuo, que tenga la forma que dicen los manuales que ha de tener.

La conclusión de todo esto, por tanto, es que el efecto de ese tipo de medidas mencionadas es, en la realidad, indeterminado. Y, de hecho, eso es lo que se descubre cuando se realizan análisis empíricos a posteriori para saber qué ha ocurrido tras haberse establecido topes máximos a los precios en algunos mercados o cuando se han fijado salarios mínimos.

Las investigaciones dedicadas a analizar este último caso, empezando por las pioneras de David Card y Alan Krueger en Estados Unidos, han mostrado que no es cierto que la fijación de un salario mínimo traiga necesariamente consigo aumento del desempleo, tal y como pontifican los economistas liberales. Cuando se han analizado los efectos de controles sobre los precios en diferentes tipos de mercados se ha concluido lo mismo: en unos casos, se han contenido sin mayores problemas; en otros, sólo a corto plazo o no han tenido efecto; en algunos, se ha reducido la oferta, provocando escasez, aunque eso no ha ocurrido en todas las experiencias. Y algo parecido sucede en el caso de las subidas de impuestos. También es sencillamente incierto que cualquier subida (y menos cuando se ha tratado de aumentos en circunstancias extraordinarias) haya provocado siempre los indeseables efectos sobre la inversión y el empleo que aseguran los liberales que en cualquier ocasión se producen. Es más, ni siquiera tienen por qué provocar disminución de beneficios, puesto que las empresas pueden reaccionar aumentando la productividad o ampliando su mercado y sus ventas, como de hecho ha ocurrido en diferentes etapas históricas y, generalmente, en las economías más avanzadas; las que lo son, precisamente, porque han sido capaces de reducir la desigualdad en mayor medida con políticas fiscales progresivas.

¿Quiere decir todo lo anterior que las medidas de control y de redistribución que propone la izquierda son las más adecuadas?

La respuesta es clara, por las mismas razones que acabo de señalar para rechazar la crítica liberal. Pueden tener efectos positivos, pero igualmente pueden ser negativos, en función de las circunstancias, los tipos de mercado, el plazo considerado o la forma de implementarlas.

Quizá podría decirse, en general, que estas medidas pueden estar tanto más justificadas cuanto más excepcional sea la situación, si bien tampoco se puede descartar que esta excepcionalidad provoque un efecto perverso más potente. La realidad es que no se sabe de antemano qué efecto van a tener. No se puede, pues, generalizar, sino que parece obligado analizar cada caso con ponderación, detenimiento y rigor. El infierno, como es sabido, está lleno de buenas intenciones.

Lo que sí me parece que constituye un error importante de las políticas económicas que tradicionalmente han defendido las izquierdas es confiar en tan gran medida y tan permanentemente en la redistribución y en el control de los mercados.

Estos últimos son instituciones anteriores al capitalismo y que seguirán existiendo si este es alguna vez sustituido por otro sistema económico, y lo que a mi juicio deberían hacer las políticas progresistas no es intentar forzarlos sino, por un lado, procurar que funcionen siempre con la máxima competencia y tratar de establecer derechos o poderes de apropiación que eviten el gran número de imperfecciones que provoca el ilimitado afán de lucro que los guía en el capitalismo; por otro, que no dependa de los mercados el uso de recursos que no han sido creados para convertirse en mercancías. Y, con respecto a la distribución del ingreso y la riqueza, me parece que lo que debería hacerse es procurar que los procesos de producción no se lleven a cabo generando la gran desigualdad que hoy día generan. Es decir, no confiar tan ciegamente en que cualquier distribución primaria puede resolverse a través de medidas redistributivas.

Naturalmente, esto último es mucho más difícil que establecer por decreto un control de precios, conceder un subsidio o aumentar los impuestos. Pero, por muy complicado que sea, me parece que es el reto al que deben enfrentarse las políticas progresistas de nuestro tiempo si quieren salir adelante ante la exagerada desigualdad y la extraordinaria concentración del poder y la riqueza hoy día existentes. Y, sobre todo, si lo que se busca es transformar el sistema económico y no limitarse a parchearlo cuando hace aguas por todas partes.

Es imprescindible avanzar en la desmercantilización de actividades que, en el seno del mercado, generan ineficiencias, costes exagerados, externalidades insoportables e injusticias por doquier. Se debe promover la creación de empresas basadas en la cooperación para poder fomentar y expandir nuevas formas de producción, distribución comercial y consumo al margen de los mercados que dominan los grandes capitales o, lo que es peor, grupos financieros con objetivos no productivos, sino meramente especulativos.

En especial, habría que diseñar y apoyar estrategias para sacar de estos circuitos a los medios de pago, el crédito y los recursos naturales, garantizando que su uso social responda a su naturaleza de bienes comunes y de interés público (lo que, por cierto, no tiene nada que ver con ser gratuitos). Para poder impulsar una deseable economía del cuidado y la austeridad en su sentido auténtico, circular, sostenible y eficiente es imprescindible crear formas y medios de pago descentralizados, sistema de crédito sin interés, mecanismos efectivos para internalizar todo tipo de externalidades, incluidas las que suponen inequidad y sufrimiento humano y, por supuesto, la medioambientales, además de mecanismos que garanticen rentas mínimas y protección a toda la población, sin depender del mercado que sólo busca el beneficio privado.

Las izquierdas han actuado y actúan casi siempre considerando que la intervención del Estado es por sí sola suficiente, y que los enemigos del progreso y el bienestar son el capital y las empresas, ignorando que ambos son imprescindibles en cualquier tipo de sistema económico mínimamente avanzado. Lo que produce miseria, despilfarro, insatisfacción o destrucción del medio ambiente… no es ni el capital ni las empresas, sino el permitir su apropiación y uso sin más objetivo que el lucro privado, sin considerar su efecto sobre terceros y dejar que actúen al margen de cualquier responsabilidad o criterio ético. Y también, no se olvide, una mala intervención pública.

La respuesta a los problemas que produce el mal funcionamiento de los mercados en la economía capitalista no puede ser la ingenua de querer forzarlos, sino ir más allá y poner en marcha nuevas formas de producción de la riqueza y relaciones sociales basadas en la cooperación y la solidaridad que den prioridad al uso de los recursos que satisfaga las necesidades humanas y garantice la vida presente y futura en el planeta.

Juan Tottes López,

viernes, 27 de octubre de 2023

¿La mano invisible del mercado o un puño oculto de acero?

Fuentes: Ganas de escribir

Uno de los mitos más extendidos en nuestra sociedad es que la economía capitalista en la que vivimos funciona o puede funcionar guiada tan sólo por una mano invisible que, a partir de la simple iniciativa individual, organiza todo el orden económico garantizando -automáticamente y sin necesidad de ninguna otra intervención- estabilidad y plena satisfacción de los intereses generales.

Es un mito porque la realidad muestra constantemente que las cosas funcionan de otro modo. La economía capitalista no es de libre competencia, sino que provoca una enorme concentración del capital y de la riqueza, de modo que el poder, la capacidad de decisión, también termina estando en muy pocas manos. Y, como consecuencia de ello, tampoco es cierto que todos los individuos disfruten del mismo grado de libertad en el capitalismo. Salvo en el sentido irónico de Anatole France: «Los pobres han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan»

En junio pasado, la revista Forbes publicó su conocido análisis de las 2.000 mayores empresas del planeta. Según sus datos, todas ellas acumulan riqueza por valor de 231 billones de dólares y 538 financieras poseen 171 billones de dólares. Teniendo en cuenta que la riqueza total que hay en el planeta es de 454,4 billones de dólares, según Credit Suisse, resulta que sólo esas 2.000 grandes empresas tienen la mitad de la riqueza mundial y las grandes financieras el 37%.

No es una mano invisible lo que mueve el mundo, sino esas grandes corporaciones que, disponiendo de esa inmensa riqueza, pueden comprar medios de comunicación, universidades, partidos, fundaciones, ong’s… y mantener en nómina a miles de periodistas, académicos, militares y políticos para que difundan la ideología y los mitos que permiten fortalecer su poder, como ese de la mano invisible.

El periodista estadounidense Thomas Friedman, tres veces ganador del Premio Pulitzer y columnista durante mucho tiempo de The New York Times, escribió un artículo en ese diario el 28 de marzo de 1999 en el que lo decía muy claramente, sin perder actualidad: «La mano oculta del mercado nunca funcionará sin un puño oculto: McDonald’s no puede prosperar sin McDonnell Douglas, el constructor del F-15. Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea, Armada y Cuerpo de Marines de los Estados Unidos».

Esa es la realidad. No hay mano invisible sino un puño de acero que se oculta para defender los intereses de las grandes corporaciones. Eso es lo que hay, así se gobierna el mundo y eso es lo que explica el vasallaje de la Unión Europea y de los gobiernos en general ante el poder imperial de Estados Unidos. El gasto militar billonario (un negocio en sí mismo), los conflictos bélicos y la violencia no se producen en defensa de nuestras patrias, ni para defender a la gente corriente y hacerla más libre, como dicen. No es nuestra libertad la que defienden sino la de quien acumula riqueza y poder. A los ingenuos que no se dan cuenta de ello se les pueden aplicar las palabras de Goethe: «Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo».


jueves, 12 de octubre de 2023

¿Qué es progresista hoy día en España?

La falta de modelo territorial en el PSOE, un partido que se presenta a sí mismo como «de Estado» pero que no tiene clara su configuración territorial y funcional, la deriva soberanista de los dirigentes más influyentes de Sumar, y el papel determinante para conformar mayorías que tiene el nacionalismo supremacista y neoliberal de Junts se están convirtiendo en una mezcla explosiva.

No voy a debatir ahora si el tema de las lenguas es prioritario o no, la constitucionalidad de la amnistía, o si conviene celebrar una consulta en Cataluña. Yo creo que el plurilingüismo enriquece a una nación; siempre he pensado que vencer y perdonar es vencer dos veces, como escribió Calderón de la Barca; y soy partidario de que los pueblos puedan decidir por sí mismos su futuro, así que nada mejor que una consulta, algo -por cierto- que hasta el propio Rajoy reclamó formalmente a Zapatero para Cataluña el 25 de abril de 2006 en el Congreso de los Diputados.

Lo que me parece que el PSOE y Sumar están haciendo mal en la presente coyuntura son dos cosas. Una, permitir que el independentismo establezca el orden de prioridades, haciendo que el debate político y social gire en torno a cuestiones (como la amnistía) que no son las fundamentales para lo que a mí me parece que es el cogollo de la política progresista: mejorar las condiciones de vida de los grupos sociales más desfavorecidos. Y otra, dejarse llevar por la lógica del independentismo y el soberanismo que (lógica e incluso legítimamente) implica debilitar la fortaleza del Estado del que quieren separarse.

Este último me parece un error garrafal porque, sin un Estado fuerte y que funcione bien, es imposible llevar a cabo políticas progresistas. Máxime, cuando además formamos parte de un entramado supranacional que ya disminuye por su cuenta nuestra capacidad de decisión y maniobra, y no siempre en beneficio de ese tipo de políticas.

Pondré cuatro ejemplos para que se entienda mejor mi preocupación y lo que quiero señalar. a) Según acaba de demostrar Funcas, la carencia material severa de los españoles más pobres no ha dejado de subir desde 2019. b) Más del 60% de las familias que debían recibir el Ingreso Mínimo Vital que aprobó el gobierno progresista no lo han recibido y sólo ha llegado a la quinta parte de la población bajo el umbral de pobreza. c) La desigualdad ha aumentado en España en los últimos años de gobierno progresista. d) También se ha incrementado la violencia de género.

Si ha habido quizá más voluntad que nunca para resolver esos problemas y se ha dado prioridad a los recursos destinados a ello, algo debe estar fallando, y yo me planteo una hipótesis de la que tengo la impresión de que no se quiere hablar en los medios progresistas: ¿no podría ser que tengamos una organización territorial y funcional del Estado inadecuada, con una central y 17 autonómicas ineficientes que, en conjunto, no están funcionando como debieran?

No soy partidario del Estado centralista y menos en una España tan diversa y plurinacional como reconocen la propia Constitución y los diferentes estatutos de autonomía. Pero eso es una cosa y otra no entender que, si se quiere hacer política progresista, se necesita un Estado fuerte, equilibrador y eficiente, y no débil. Lo contrario de lo que resulta cuando se cede permanentemente ante las demandas y prioridades del nacionalismo del privilegio y del independentismo.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

El responsable de economía del PP no tiene idea de economía

El vicesecretario y responsable de economía del Partido Popular, Juan Bravo Laguna, acaba de publicar un video (aquí) en el que demuestra que no tiene ni idea de economía. No se pueden decir más barbaridades en menos tiempo.

Dice Juan Bravo: «Debemos aplicar esa sabiduría popular, eso que todos hacemos en nuestras casas, a las cuentas públicas… no gastar lo que no se tiene».

Es una barbaridad porque la naturaleza y la función económica de los hogares y las del Estado de ninguna manera se pueden comparar. Las diferencias principales son muy fáciles de entender y las sabe cualquiera que haya estudiado primero de economía: el Estado se puede endeudar a eternidad, algo que nunca podrá hacer una familia; un Estado puede disponer de su propia moneda, de modo que se podría endeudar consigo mismo, lo cual no supone el mismo problema que hacerlo con un tercero; cuando el Estado gasta, crea sus propios ingresos; el gasto que realiza el Estado se convierte automáticamente en una cantidad mayor de renta para el resto de la economía… En contra de lo que dice Juan Bravo, aplicar el criterio del gasto familiar al Estado llevaría a la ruina de cualquier economía.

Es también una barbaridad promover la reducción de todo tipo de gasto del Estado. El que realiza en inversión es imprescindible, literalmente imprescindible, para que haya inversión y beneficio privados. Prácticamente ni una sola empresa privada obtendría ganancias sin inversión pública y sin el gasto del Estado en bienes y servicios públicos. La barbaridad no es que el Estado se endeude, como dice Bravo, sino que deje de hacerlo y que, por esa causa, no se cree el capital necesario para que la economía funcione. La barbaridad sería no endeudarse y financiar gastos o inversiones que van a crear riqueza durante un largo plazo con dinero actual.

Por todo ello, son las políticas de recortes que el PP defiende las que más deuda han generado siempre y siguen generando.

Por otro lado, el responsable de economía del PP demuestra ser muy ignorante o muy cínico cuando achaca la deuda pública española a la izquierda. Su peso en el PIB aumentó una media anual de 2,4 puntos porcentuales con los gobiernos de Felipe González, 3 con Zapatero y 4,4 con los de Rajoy. Es verdad que bajó casi 14 puntos con Aznar, pero no por gastar menos, sino por computar en esos años los ingresos por la venta de las grandes empresas públicas españolas. ¿Y acaso le parece mal que el de Pedro Sánchez se endeudara en mayor medida para hacer frente a la pandemia, como hicieron todos los gobiernos del planeta? ¿Qué hubiera hecho el PP, dejar que se hundieran miles de empresas españolas?

Olvida Bravo otra realidad: han sido municipios de derechas los que más han aumentado la deuda en España, mientras que los de izquierdas han tenido que reducirla. Deja también a un lado algo fundamental: la deuda no es un gusto de quien pide prestado, sino un negocio de la banca que aumenta por la influencia que esta última tiene y que se convierte en una esclavitud para los endeudados.

También se equivoca o miente Bravo con otra cuestión: achaca a Pedro Sánchez el mayor crecimiento de la deuda de la Seguridad Social cuando lo cierto es que en los dos últimos años de Rajoy se multiplicó por 2 y por 1,4 en los dos primeros del socialista, hasta que la pandemia provocó la crisis. Y engaña Bravo de una manera vergonzosa cuando, hablando de esto último, dice «no nos han dado nada. Todo está en deuda». ¿Las pensiones y las demás prestaciones que proporciona la Seguridad Social a los españoles son «nada»? Es cierto que el conjunto de los españoles se ha endeudado para financiar todo ello, pero eso no es despilfarro, se llama solidaridad. Lo que hay que hacer es encontrar más ingresos, no acabar con las pensiones o la sanidad pública y las prestaciones sociales, como hace el Partido Popular, por cierto, sin decírselo claramente a la gente.

A la ignorancia de Bravo se une la demagogia y critica que Pedro Sánchez viaje acompañado de asesores a las cumbres internacionales. ¿Dejaría el PP que Feijóo, que ni siquiera sabe expresarse en inglés, fuese solo a esas reuniones? ¿Viajan solos otros líderes internacionales, o van acompañados de más gente cuanto más poderosos o influyentes son?


Ignorancia, demagogia y engaño a los españoles. El cóctel explosivo de quienes alardean de honestos y patriotas.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Intereses bancarios: aberración económica y espada de Damocles 20 de septiembre de 2023


Casi el 15% del producto mundial dedicaron las empresa, hogares y gobiernos en 2022 a pagar intereses: 13 billones de dólares que se metieron los bancos en sus carteras prestando el dinero que crean de la nada.

Casi el 15% del producto mundial dedicaron las empresa, hogares y gobiernos en 2022 a pagar intereses: 13 billones de dólares que se metieron los bancos en sus carteras prestando el dinero que crean de la nada.

El semanario The Economics calculó en un informe publicado el pasado mes de febrero que las empresas, hogares y gobiernos de 58 países que en conjunto representan el 90% del PIB mundial pagaron en 2022 un total de 13 billones de dólares en intereses a las entidades financieras, 2,6 billones más que en 2021. Casi lo mismo que el dinero destinado a salud y educación en todo el mundo.

Los intereses que se pagan a los bancos constituyen una losa brutal para hogares, empresas y gobiernos pues dificultan o incluso impiden el ahorro, la inversión y el desarrollo adecuado de la actividad productiva que satisface necesidades humanas. Sirvan un par de ejemplos.

En España, el tipo de interés medio entre 2010 y 2022 de las tarjetas de crédito en las que el pago se aplaza automáticamente (revolving) fue del 20,14%. Bancos como el Sabadell o el BBVA han estado ofreciendo préstamos al consumo este verano al 19,09% o 15,6%, respectivamente. El resto, a una media del 10%, un tipo que hace que la deuda se duplique cada 7,2 años.

En la Eurozona, la deuda pública aumentó en 12,2 billones de euros desde 1995 a 2022 y los intereses en 7,2 billones. Es decir, 6 de cada 10 euros de aumento de la deuda pública europea en ese periodo vinieron del pago de intereses.

Pero los intereses no sólo no son una losa. Una de las grandes mentiras económicas que la gente se cree es la que dice que los bancos han de cobrar intereses porque arriesgan el dinero de sus clientes puesto que prestan sus depósitos. Es falso, como explico con claridad en mi libro Econofakes. En realidad, los bancos crean el dinero de la nada cuando dan préstamos, lo mismo que hacen los bancos centrales. Y lo crean, como decía el economista liberal francés Maurice Allais, gracias a una ficción: quien deposita el dinero en un banco cree que lo tiene disponible allí, pero el banco lo usa para prestar a mayor interés o para invertir, de modo que el dinero se multiplica.

Se pagan intereses a los bancos sin necesidad, porque se les ha concedido ese privilegio. De hecho, los bancos ni siquiera desempeñan hoy día su función económica natural, la de intermediar entre quienes ahorran y quienes invierten. Se han convertido ellos mismos en inversores del dinero ajeno, quedándose con las ganancias y trasladando a la economía el riesgo enorme y el gran coste que eso lleva consigo.

Si el dinero que prestan los bancos sale de la nada ¿por qué cobran intereses? ¿No bastaría, en todo caso, con realizar un pago en concepto de administración? Y lo que es peor ¿por qué se le da a los bancos la capacidad de cobrar, no un interés normal o natural, sino los leoninos que multiplican ad aeternum la deuda?

El sistema actual que permite a los bancos cobrar interés por proporcionar el dinero que no le cuesta nada obtener es un privilegio inmoral y una aberración económica que sobrecarga a hogares, empresas y gobiernos y provoca ruina y crisis económicas. Sólo para hacer bimillonarios a los banqueros.

El escritor italiano y superviviente del Holocausto Primo Levi escribió en su libro Los hundidos y los salvados sobre los campos de concentración nazis: «Es el deber de los hombres justos hacer la guerra a todos los privilegios inmerecidos». Para nuestra desgracia, quienes gobiernan el mundo y hacen las leyes no sólo no siguen este principio sino que son ellos mismos quienes conceden los privilegios y protegen a los privilegiados