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domingo, 11 de febrero de 2024

Bancos avarientos que destruyen economías y democracias



Ha querido al azar que hayan coincidido dos hechos que merece la pena comentar. El primero, el anuncio de que sólo los cinco mayores bancos españoles ganaron 26.088,1 millones de euros en 2023, un 25,96 % más que el año anterior. El segundo, la publicación de un nuevo libro del economista Gerald Epstein sobre el papel de los bancos en las economías contemporáneas.

Epstein es catedrático de Economía en la Universidad de Massachusetts Amhers y este libro es el resultado, según él mismo ha comentado, de varias décadas de investigación. En esta obra demuestra, con multitud de datos y documentos, que existe lo que llama un auténtico “Club de banqueros” formado por políticos, funcionarios, directores ejecutivos de empresas no financieras, dirigentes de los bancos centrales, abogados y economistas que unen sus fuerzas para defender los intereses de la banca privada y hacer que las leyes le favorezcan.

Gracias a ello, se ha podido imponer una libertad de acción generalizada que permite a la banca desentenderse de la economía real para dedicarse a la especulación financiera llevando a cabo inversiones muy rentables, pero sumamente arriesgadas. Así ha obtenido cada vez más ganancias y poder, aunque produciendo al mismo tiempo la mayor intensidad de crisis financieras de la historia de la humanidad.

Prueba de ello es que no más del 15% de la actividad financiera global se dirige a financiar a la que realizan empresas y consumidores para crear bienes y servicios o consumirlos. El resto, pura especulación improductiva.

Y no sólo eso, es cada día más evidente que la banca de nuestro tiempo es la fuente de donde mana el dinero sucio que utilizan los delincuentes que cometen los delitos internacionales más aberrantes y sostienen el crimen organizado, y que son los propios bancos quienes corrompen y financian la corrupción de la vida social y económica, habiendo sido condenados por ello en docenas de ocasiones, a pesar de la influencia directa que, en todos los países, tienen sobre la administración de justicia. Basta consultar en cualquier buscador de internet para encontrar multitud de noticias, estudios e informes sobre ello y comprobarlo

Los más de 26.000 millones de euros de beneficios de la banca española son una manifestación más de la degeneración del sistema financiero actual. No son el resultado de una actividad que ayude a las empresas y cree riqueza. Son, en realidad, una autentica regalía, el resultado de un privilegio. El que concede el Banco Central Europeo a los bancos cuando lleva a cabo una política monetaria que sólo sirve para aumentar sus ganancias. Les deja que transmitan las subidas de tipos al crédito sin apenas aumentar la retribución de los depósitos que reciben, mientras que les paga más por los que la banca hace en el banco central. Lo cual, además, genera pérdidas en los bancos centrales que tendrán que pagar los gobiernos, es decir, el conjunto de la ciudadanía.

Los beneficios que vienen obteniendo los bancos españoles sólo pueden calificarse como obscenos e insultantes, no sólo por su cuantía exagerada, cuando las empresas y familias pasan tantas dificultades para salir adelante; sino también por ese origen mencionado y porque muestran que la banca actual, como señala Epstein en su libro, ha perdido su función tradicional, la de administrar el ahorro y financiar a quien necesita recursos para crear riqueza y satisfacer necesidades.

El negocio bancario de nuestros días no contribuye a que funcione la economía. Por el contrario, le pone palos en las ruedas, es corrupto, provoca crisis que pagan los ciudadanos y las ganancias ingentes que obtienen dan a los banqueros un poder político y mediático que destroza las democracias, porque su libertad para ganar dinero sin descanso, sin límites y sin miramientos es, por definición, incompatible con la del resto de las personas.

Si viviéramos en un mundo decente no se permitiría que todo esto ocurriera. La actividad bancaria se consideraría un servicio público esencial para la economía y los bancos estarían obligados a proporcionar recursos a empresas y familias solventes, sin poder provocar su escasez artificial. Habría una banca pública para encargarse de la financiación no necesariamente rentable pero imprescindible, y la privada tendría que someterse a ese principio, ser transparente y rendir cuentas; exactamente lo mismo que los bancos centrales que no pueden seguir siendo meros instrumentos al servicio del interés privado.

Lo que hay tras el vergonzoso beneficio de la banca es sólo avaricia y lo que esta esconde lo descubre a la perfección el saber popular: en el arca del avariento, el diablo yace dentro.

Fuente: 

martes, 30 de enero de 2024

Se estanca el progreso social

El capitalismo ha traído consigo los avances más extraordinarios de la historia de la humanidad. Es una evidencia que ya reconocieron Marx y Engels en las primeras páginas de su Manifiesto Comunista. Sin embargo, hay otra quizá más relevante aún e igual de indiscutible: una muy gran parte del mundo capitalista no disfruta de esos avances. Hoy día, cuando disponemos de más recursos y dinero que nunca en la historia humana para poder evitarlo, la mitad de la población mundial no tiene acceso a saneamiento seguro, y cada día mueren 1.000 niños y niñas por falta de agua y unas 25.000 personas por desnutrición.

En las últimas décadas podría decirse que el capitalismo ha sido más capitalismo que nunca, puesto que se ha dado plena libertad de movimientos al capital y se han liberalizado todos los mercados, para que las grandes corporaciones no tengan prácticamente ninguna atadura a la hora de obtener más beneficio. Pero, justo entonces, ha sido cuando más crisis económicas ha habido (más de 400 desde 1970), menos crecimiento económico, peor empleo y menos inversión productiva. El capitalismo de nuestros días solo ha funcionado bien para hacer que los ya de por sí más ricos lo sean cada vez más. Y el progreso social, entendido como la mejora general de las condiciones de vida de la población, se detiene o incluso se deteriora.

Esto último es lo que señala un informe que acaba de publicarse hace unos días en Estados Unidos sobre el progresos social analizado con 12 componentes y 57 indicadores en 170 países. De todos estos, 61 registraron una disminución significativa en 2023, 77 se estancaron y sólo 32 mejoraron.

Es muy significativo que de los cuatro países que han reducido su índice de progreso social desde 2011 dos hayan sido las grandes potencias del capitalismo, Estados Unidos y Reino (junto a Venezuela y Siria). En general, el informe refleja que cuatro de cada cinco personas de todo el mundo viven en países cuyo progreso social se estanca o disminuye.

Estos datos se registran al mismo tiempo que la fortuna de los grandes milmillonarios del planeta se multiplica, tal y como acaba de indicar el último informe sobre la desigualdad global de Oxfam internacional: la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado en los dos últimos años y los beneficios de las mayores empresas aumentaron el 89 %, mientras que la riqueza de las 5.000 millones más pobres se ha reducido.

Vivimos en una economía capitalista, así que no se puede responsabilizar a otro sistema de esta desigualdad a la hora de repartir los frutos del progreso y de provocar la inestabilidad y el mal rendimiento económico que todo eso lleva consigo. Lo que sorprende es que las fuerzas políticas que dicen enfrentarse a estas situaciones no pongan en cuestión las bases del capitalismo ni diseñen un relato de largo plazo alternativo. Entre nosotros, en España, no lo hace el PSOE, a pesar de su nombre, cuyos documentos ideológicos apuntan, si acaso, a “otro capitalismo; ni tampoco las nuevas formaciones de izquierda, como Sumar.

Sin abordar la causa profunda y real de los problemas, y sin luces largas para pensar en el futuro y ofrecer a la gente una propuesta de sociedad diferente, no se podrá avanzar mucho. En realidad, eso es lo que estamos viendo que le ocurre a las izquierdas de todo el mundo en las últimas décadas, demasiado presentismo y mucha superficialidad que las hace incapaces de propulsar cambios sociales de envergadura y las deja impotentes ante la ofensiva de las derechas que hacen política en beneficio de quien más tiene.

lunes, 1 de enero de 2024

Caso Neurona: A Podemos tampoco le pedirán perdón

Como bien sabe quien me lea, no sólo mantengo bastantes discrepancias con Podemos por sus posiciones políticas. También, porque creo que quien dirige una formación política debe cuidar y querer a la gente y yo no me sentí así cuando elaboré el famoso documento de debate para su programa económico. Sin embargo, me siento en la obligación moral de manifestar mi solidaridad con sus dirigentes tras la cacería judicial y mediática a la que han sido sometidos y, muy en particular, en estos últimos días.

En otros artículos he escrito el efecto que siempre tiene la utilización que la derecha política y mediática hace de la administración de justicia como instrumento de combate contra sus adversarios: se lanzan acusaciones y demandas, los procesos duran años y al final, cuando quedan en nada, ya nadie devuelve el honor mancillado.

Es una estrategia que en España han sufrido dirigentes del PSOE (quizá la primera víctima fue Demetrio Madrid, como consecuencia del infame comportamiento que tuvo José María Aznar para acabar con él), de Izquierda Unida, de Podemos, en mucha mayor medida, y de otros partidos que se han enfrentado al poder.

Según he leído, han sido más de 20 las causas, denuncias o investigaciones judiciales abiertas contra Podemos o sus dirigentes que han sido archivadas, sin que se haya demostrado su financiación ilegal o los demás delitos que los medios daban por hecho que habían cometido. Por cierto, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras ocasiones con otras formaciones políticas.

El último de los procesos cerrado sin indicio de delito por parte de Podemos ha sido el conocido como Caso Neurona. Un proceso bastante especial porque en él se habían abierto hasta diez líneas de investigación para tratar de involucrar a ese partido en actos delictivos de todo tipo.

Por supuesto, los medios, tertulianos, periodistas, políticos o partidos que lanzaron las acusaciones o se aprovecharon políticamente de ellas no están pidiendo perdón a los dirigentes a los que acusaron sin pruebas, ahora que han sido separados de la causa. En muchos casos, ni siquiera informan de ello. Forma parte de su protocolo y estrategia, como he dicho al principio, y nadie se puede extrañar.

Lo que me sorprende es el silencio prácticamente generalizado de los dirigentes de otras fuerzas de izquierdas, del PSOE, Sumar o Izquierda Unida. Me sorprende, porque han sufrido en sus carnes ese mismo tipo de antidemocráticos ataques y porque hay que ser muy ingenuo para creer que no los volverán a sufrir igualmente en el futuro. Hasta el propio Juan Luis Cebrián lo dejó caer en las páginas de El País el pasado 12 de diciembre: «Algunos opinan que (una alianza con los independentistas catalanes) es ni más ni menos que un acto de complicidad con una organización delictiva, por lo que se podría pedir responsabilidad jurídica, y no solo política, al Gobierno y su presidente». No olviden esto, no lo olviden, y recuerden siempre la vieja sentencia de Edmund Burke: «Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada».

Ponerse de perfil, como si Podemos fuera una organización apestada, en lugar de mostrar solidaridad y hacer pedagogía para que la gente sepa que la derecha española practica la cacería política, mediática y judicial contra sus adversarios es un error que se pagará caro.

En su Divina Comedia, Dante le pregunta a Virgilio: ¿Qué son esos suspiros, gritos y llantos que retumban en el aire sin estrellas? «Vienen del Antiinfierno -le responde- donde son castigadas las tristes almas que vivieron sin infamia y sin honor. Son los ignavos, almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal, por su elección de cobardía».

jueves, 28 de diciembre de 2023

Países Bajos: tenía que pasar

La reciente victoria de la extrema derecha en las elecciones generales de Países Bajos sólo ha podido sorprender a quienes hayan sido ajenos a lo que ha venido pasando en ese país en los últimos trece años.

Desde entonces, viene gobernando la derecha liberal, liderada por Mark Rutte, que no ha parado de llevar a cabo bajadas de impuestos para los más ricos, privatizaciones y recortes en el gasto y las ayudas sociales.

Países Bajos, por ejemplo, tiene uno de los sistemas fiscales más regresivos de Europa: el porcentaje de ingresos dedicado a pagar impuestos en la mayoría de los grupos de renta es de alrededor del 40%, pero sólo el 20% en el 1% más rico de la población.

Los sucesivos gobiernos liberales han hecho una política de vivienda proclive al mercado que ha incrementado la dificultad de acceso a las clases medias, sin mejorar las de ingreso más bajo, y que ha provocado un gran aumento de los precios.

Mark Rutte dijo al principio de su mandato que había que acabar con la idea que, según él, tenían sus compatriotas del Estado: “una maquinita de la felicidad”. Para lograrlo, ha recortado la inversión y el gasto, provocando el empeoramiento de los servicios públicos de salud, transporte, educación, o cuidados (en 2015, se estableció que el de ancianos y dependientes pasaba a ser una “obligación” familiar). La directora de UNICEF en Países Bajos denunció en 2018 que en ese país tan próspero se dejaran de lado los derechos de grupos de niños y niñas vulnerables.

En estos últimos trece años, los sucesivos gobiernos liberales han llevado a cabo una auténtica desposesión de ingresos y derechos de las clases de renta media y baja, al mismo tiempo que han convertido a su país en el paraíso fiscal más agresivo de Europa, concediendo todo tipo de favores fiscales y financieros a las grandes empresas.

Quizá la prueba más evidente de esa desposesión es que las familias de Países Bajos son las que tienen el endeudamiento más elevado respecto a su renta bruta disponible de Europa: 187,03% en el primer trimestre de este año, el doble que las españolas (89,4%).

La estrategia seguida por los liberales holandeses (como los de otros países) para que esa desposesión no se tradujera en una revuelta social ha sido doble. Por un lado, culpar a las clases trabajadoras de derrochar el dinero público y, por otro, hacer responsable a la inmigración de todo lo malo que les estaba ocurriendo.

Lo primero alcanzó su cima más vergonzosa en 2021: hasta el gobierno tuvo que dimitir cuando se descubrió que había acusado de fraude en las ayudas sociales a más de 30.000 familias de bajos ingresos, sin fundamento ninguno. Unos 70.000 niños y niñas sufrieron principalmente la falsa acusación y 1.115 terminaron en instituciones de tutela por esa causa. El discurso contra la inmigración no ha dejado de darse y se ha hecho cada vez más fuerte, justo a medida que crecía la desposesión, cuando la realidad es que los trabajadores inmigrantes se ocupan de los empleos de muy bajo salario y más precarios y que los problemas asociados a la inmigración tienen que ver, sobre todo, con el debilitamiento de los servicios públicos y sociales que he señalado.

A diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, la derecha liberal no oculta la desposesión que se produce cuando gobierna. Ahora la reconoce, pero culpando de ella a la inmigración o a los propios desposeídos (como dicen mis colegas economistas liberales, porque no invierten lo suficiente en ellos mismos).

Es ahí cuando aparece la extrema derecha ofreciendo ayuda (soberanía, seguridad, valores tradicionales, defensa de la nación…) y protección frente al enemigo que viene a quitarnos “lo nuestro”.

Ahora bien, aparece la extrema derecha porque al mismo tiempo las izquierdas desaparecen o pierden el norte. En lugar de centrarse en las cuestiones socioeconómicas que condicionan realmente la vida de la gente con un discurso ecuménico, dirigido a las grandes mayorías sociales para protegerlas desde la transversalidad y el sentido común, se dividen y fragmentan para identificarse con los intereses de pequeños segmentos o grupos minoritarios de la población, y dando prioridad a cuestiones identitarias y territoriales o a decirle a la sociedad lo que es o no políticamente correcto. Sin ser capaces de frenar lo que se nos viene encima.

domingo, 24 de diciembre de 2023

«El país se hunde»

Me escribe un amigo un mensaje por whatsapp con reflexiones sobre la España de estos días que me parece refleja perfectamente lo que nos viene pasando. O, mejor dicho, lo que viene pasando a una parte de España. Entristece leerlo, pero creo que vale la pena hacerlo y lo difundo con su permiso, aunque sin dar su nombre. 


 Tomado de Juan Torres López.

viernes, 22 de diciembre de 2023

_- Una estafa con nombre decente

_- Larry Fink no se encuentra en el top de las personas más ricas del mundo. Ocupa el puesto 2.478 en la lista que todos los años publica la revista Forbes, pues ”sólo” tiene un patrimonio de 1.100 millones de dólares (200 veces menos que el más rico, Bernard Arnault). Sin embargo, Fink es el consejero delegado de Blackrock, el mayor fondo de inversión del mundo que maneja unos 10 billones de dólares, casi tanto como toda la riqueza de América Latina, el doble de la de Africa, o más de seis veces el PIB de España y sólo superados por el de Estados Unidos y China.

Junto a otros tres o cuatro grandes fondos de inversión, se podría decir que el fondo de Fink es el dueño efectivo en España, como en otros muchos países, de la banca, las compañías de seguros, constructoras, un buen número de grandes empresas industriales, transporte o comerciales, fabricas de armas… y, por supuesto, de los medios de comunicación más influyentes.

Sus inversiones sólo tienen un objetivo: aumentar continuamente sus beneficios a costa de lo que sea. Y ese “lo que sea” significa generalmente que lo que menos importa es mantener viva a medio o largo plazo la actividad de las empresas que adquiere o controla.

Y si les importa poco la vida de las empresas que adquieren, mucho menos les afecta lo que pase con la naturaleza a la hora de ganar dinero.

En 2020, Larry Fink afirmó que “el riesgo climático es riesgo de inversión” y que, por lo tanto, Blackrock iba a vigilar el comportamiento ambiental de las empresas en las que participaba para no invertir en las contaminantes. Pero esa idea no le duró mucho y pronto volvieron a las andadas, invirtiendo allí donde hubiera ganancias, con independencia de la contaminación que se produjera.

Blackrock, Vanguard, State Street y algunos otros fondos más, controlan la principal cartera de inversiones en combustibles fósiles más contaminantes del mundo y diversos estudios han mostrado que es habitual que utilicen su influencia en los consejos de administración en los miles de empresas en donde participan para evitar que se tomen medidas que podrían frenar el cambio climático.

Por si hacía falta algo que confirmara su total ausencia de compromiso climático y que tan sólo buscan el beneficio inmediato, Larry Fink anunció hace unos días que creará un fondo que incluirá inversiones en criptomonedas.

El destrozo ambiental que hace la producción de estas últimas es brutal. Según un estudio reciente de Naciones Unidas, para producir bitcoins que sirven básicamente como activos para la especulación, ha sido necesario utilizar la energía eléctrica que gasta un país de 230 millones de personas, como Pakistán. Para compensar la huella de carbono que generó sería necesario plantar 3.900 millones de árboles, en una superficie equivalente a la de Países Bajos, Suiza o Dinamarca; y el gasto de agua realizado con ese exclusivo fin de especular equivale al necesario para satisfacer las necesidades actuales de agua doméstica de más de 300 millones de personas en las zonas rurales del África subsahariana (di más datos sobre lo que “cuestan” realmente las criptomonedas y su verdadera utilidad aquí).

Para hacer todo eso, incluso recurren al fraude. En 2021 se descubrió que Blackrock y otros fondos encargan la evaluación ambiental de sus inversiones a auditoras que utilizan métricas engañosas para disimular el daño climático real que producen.

Los causantes del extraordinario peligro ambiental al que nos enfrentamos y del destrozo de la naturaleza tienen nombres y apellidos y se sabe perfectamente cómo lo hacen. Lo sorprendente es que, en lugar de ponerlos en evidencia y detener a quienes lo provocan, se les permita controlar los medios de comunicación desde los que nos quieren hacer creer que sólo gracias a ellos podremos solucionar el problema.

Comentario de Wenceslao.

Al capitalismo de nuestros días, revestido de conceptos como libertad de empresa, competencia, responsabilidad social, emprendimiento, progreso… se le podría aplicar lo que decía Ramón Pérez de Ayala sobre las estafas: «cuando ya son enormes, toman nombrDefine la RAE hipocresía como “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” y tenemos también en la forma de proceder lo que llamamos “doble rasero”, diferente modo de juzgar a personas o grupos de personas, por el cual unos reciben un mayor castigo o reprobación que otros por los mismos hechos. Bien partiendo de estas premisas, todo lo que se muestre por estos “sensibles” periodistas es pura hipocresía, está más que demostrado, USA_OTAN asesinó sólo en su invasión de Irak más de 500.000 personas, vimos sus carnicerías vía Wikileaks y clama al cielo que todo ciudadano con dignidad debería de denunciar y que no es otra cosa que si USA ordena a la OTAN taparse la nariz, la OTAN se tapa la nariz y punto, SOLO el día que Europa deje de estar subyugada a USA_ISRAEL, ese día la “denuncia” que se muestra en ese video tal vez tenga algo de repercusión, en la actualidad eso sólo sirve para “hacer” llorar a algunos y el resto se tapará la nariz no sea que el “jefe” se enfade , ya lo dijo Biden hace muchos años, en 1986, el actual presidente de Estados Unidos Joe Biden confesó que la mejor inversión para defender sus intereses en Medio Oriente es en Israel, y en el caso de que ese país no existiera, Estados Unidos inventaría uno, pero es más USA con más de 750 bases militares por todo el mundo, con más de 250 intervenciones militares en terceros países desde 1945 no respeta ni respetará el derecho de los pueblos como reza en la carta de la ONU y Europa asiente esa actitud de su “jefe” sumisamente incluso en contra de su economía y estatus mundial, de la que China, Rusia, India, Irán, Brasil, Arabia Saudí, etc., están tomando buena nota y crean al Brics+, dice el dicho que “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”, esos países han visto lo que le ha hecho USA a Rusia a la que quieren robarle Siberia y no han dudado en unirse para hacer frente al latrocinio de USA y sus súbditos.Europa, la OTAN, es vasalla de USA_Israel, antes y ahora calla ante sus atrocidades, no es la OTAN y su jefe USA ejemplo de nada, son ejemplo de cómo someter por la fuerza a los que no se dejan robar. Buen día. RESPONDER

jueves, 14 de diciembre de 2023

¿Forzar a los mercados o ir más allá de ellos?

Publicado en Alternativas Económicas nº 118, noviembre 2023

Cuando se empieza a discutir la posible formación de un nuevo gobierno de coalición progresista en España vuelve a hablarse de medidas económicas que suelen concitar bastante desacuerdo entre economistas.

Con los precios de muchos bienes y servicios básicos, como los alimentos o la vivienda, todavía subiendo, aunque el índice general se haya frenado, desde la izquierda se proponen controlarlos legalmente. Para mejorar las condiciones del empleo se reclama que suba de nuevo el salario mínimo y, cuando se ha comprobado el aumento extraordinario de márgenes en algunas empresas y de los grandes patrimonios, se proponen aumentos impositivos para compensar el enriquecimiento tan desigual que se viene produciendo.

Son propuestas que la izquierda defiende por razones fundamentalmente de equidad, aunque no sólo por ellas, sino considerando además que la desigualdad es también un freno para el crecimiento económico. Y medidas, por otra parte, que los economistas liberales o más ortodoxos critican porque consideran que atentan contra las leyes de la oferta y la demanda, en el caso de los controles, provocando así problemas más graves que los que se desea resolver; o, cuando se trata de medidas fiscales redistributivas, porque creen que expulsan la inversión y destruyen empleo, pues disminuyen los beneficios empresariales.

Estas últimas críticas liberales no tienen demasiado fundamento, ni desde el punto de vista teórico ni tomando en consideración la evidencia empírica.

En el caso de los topes a los precios o de la fijación de salarios mínimos el argumento liberal se basa en afirmar que, si los gobiernos establecen precios por encima (salario mínimo) o por debajo (precios máximos) del precio de equilibrio, lo que ocurrirá será que haya exceso de oferta (paro) o de demanda (escasez de bienes).

Se trata de una argumentación que no puede tomarse del todo en serio por una razón muy sencilla, aunque sorprendentemente muy desconocida, incluso entre los propios economistas, acostumbrados a que los manuales de economía y muchas investigaciones la oculten utilizando razonamientos, intelectualmente hablando, del todo fraudulentos.

En realidad, es material y matemáticamente imposible determinar una sola función de oferta y otra de demanda en un mercado y, por tanto, no es posible establecer que haya «un» precio de equilibrio que pueda ser «violentado» por esos topes máximos o salarios mínimos.

Se trata de algo que Sonnenschein, Mantel y Debreu demostraron en 1972 y 1973, pero que se oculta en la inmensa mayoría de los manuales de economía en donde supuestamente aprendemos los economistas: no se puede obtener una función de demanda de todo el mercado agregando las individuales.

Incluso se podría ir más allá. Es también prácticamente imposible determinar una función de demanda individual real. Como es sabido, esta es la que indica la cantidad de un bien o servicio que un consumidor está dispuesto a adquirir a los diferentes precios del mercado, suponiendo que no varían otros factores que, sin embargo, sabemos con toda seguridad que sí influyen en su decisión, como su renta, sus preferencias o gustos y el precio de otros bienes vinculados con el consumo del que desea adquirir.

La mejor prueba de lo que acabo de señalar es que resulta imposible encontrar un solo libro de economía en cualquier biblioteca del mundo que muestre una función de demanda real, no ya de mercado sino incluso de un solo individuo, que tenga la forma que dicen los manuales que ha de tener.

La conclusión de todo esto, por tanto, es que el efecto de ese tipo de medidas mencionadas es, en la realidad, indeterminado. Y, de hecho, eso es lo que se descubre cuando se realizan análisis empíricos a posteriori para saber qué ha ocurrido tras haberse establecido topes máximos a los precios en algunos mercados o cuando se han fijado salarios mínimos.

Las investigaciones dedicadas a analizar este último caso, empezando por las pioneras de David Card y Alan Krueger en Estados Unidos, han mostrado que no es cierto que la fijación de un salario mínimo traiga necesariamente consigo aumento del desempleo, tal y como pontifican los economistas liberales. Cuando se han analizado los efectos de controles sobre los precios en diferentes tipos de mercados se ha concluido lo mismo: en unos casos, se han contenido sin mayores problemas; en otros, sólo a corto plazo o no han tenido efecto; en algunos, se ha reducido la oferta, provocando escasez, aunque eso no ha ocurrido en todas las experiencias. Y algo parecido sucede en el caso de las subidas de impuestos. También es sencillamente incierto que cualquier subida (y menos cuando se ha tratado de aumentos en circunstancias extraordinarias) haya provocado siempre los indeseables efectos sobre la inversión y el empleo que aseguran los liberales que en cualquier ocasión se producen. Es más, ni siquiera tienen por qué provocar disminución de beneficios, puesto que las empresas pueden reaccionar aumentando la productividad o ampliando su mercado y sus ventas, como de hecho ha ocurrido en diferentes etapas históricas y, generalmente, en las economías más avanzadas; las que lo son, precisamente, porque han sido capaces de reducir la desigualdad en mayor medida con políticas fiscales progresivas.

¿Quiere decir todo lo anterior que las medidas de control y de redistribución que propone la izquierda son las más adecuadas?

La respuesta es clara, por las mismas razones que acabo de señalar para rechazar la crítica liberal. Pueden tener efectos positivos, pero igualmente pueden ser negativos, en función de las circunstancias, los tipos de mercado, el plazo considerado o la forma de implementarlas.

Quizá podría decirse, en general, que estas medidas pueden estar tanto más justificadas cuanto más excepcional sea la situación, si bien tampoco se puede descartar que esta excepcionalidad provoque un efecto perverso más potente. La realidad es que no se sabe de antemano qué efecto van a tener. No se puede, pues, generalizar, sino que parece obligado analizar cada caso con ponderación, detenimiento y rigor. El infierno, como es sabido, está lleno de buenas intenciones.

Lo que sí me parece que constituye un error importante de las políticas económicas que tradicionalmente han defendido las izquierdas es confiar en tan gran medida y tan permanentemente en la redistribución y en el control de los mercados.

Estos últimos son instituciones anteriores al capitalismo y que seguirán existiendo si este es alguna vez sustituido por otro sistema económico, y lo que a mi juicio deberían hacer las políticas progresistas no es intentar forzarlos sino, por un lado, procurar que funcionen siempre con la máxima competencia y tratar de establecer derechos o poderes de apropiación que eviten el gran número de imperfecciones que provoca el ilimitado afán de lucro que los guía en el capitalismo; por otro, que no dependa de los mercados el uso de recursos que no han sido creados para convertirse en mercancías. Y, con respecto a la distribución del ingreso y la riqueza, me parece que lo que debería hacerse es procurar que los procesos de producción no se lleven a cabo generando la gran desigualdad que hoy día generan. Es decir, no confiar tan ciegamente en que cualquier distribución primaria puede resolverse a través de medidas redistributivas.

Naturalmente, esto último es mucho más difícil que establecer por decreto un control de precios, conceder un subsidio o aumentar los impuestos. Pero, por muy complicado que sea, me parece que es el reto al que deben enfrentarse las políticas progresistas de nuestro tiempo si quieren salir adelante ante la exagerada desigualdad y la extraordinaria concentración del poder y la riqueza hoy día existentes. Y, sobre todo, si lo que se busca es transformar el sistema económico y no limitarse a parchearlo cuando hace aguas por todas partes.

Es imprescindible avanzar en la desmercantilización de actividades que, en el seno del mercado, generan ineficiencias, costes exagerados, externalidades insoportables e injusticias por doquier. Se debe promover la creación de empresas basadas en la cooperación para poder fomentar y expandir nuevas formas de producción, distribución comercial y consumo al margen de los mercados que dominan los grandes capitales o, lo que es peor, grupos financieros con objetivos no productivos, sino meramente especulativos.

En especial, habría que diseñar y apoyar estrategias para sacar de estos circuitos a los medios de pago, el crédito y los recursos naturales, garantizando que su uso social responda a su naturaleza de bienes comunes y de interés público (lo que, por cierto, no tiene nada que ver con ser gratuitos). Para poder impulsar una deseable economía del cuidado y la austeridad en su sentido auténtico, circular, sostenible y eficiente es imprescindible crear formas y medios de pago descentralizados, sistema de crédito sin interés, mecanismos efectivos para internalizar todo tipo de externalidades, incluidas las que suponen inequidad y sufrimiento humano y, por supuesto, la medioambientales, además de mecanismos que garanticen rentas mínimas y protección a toda la población, sin depender del mercado que sólo busca el beneficio privado.

Las izquierdas han actuado y actúan casi siempre considerando que la intervención del Estado es por sí sola suficiente, y que los enemigos del progreso y el bienestar son el capital y las empresas, ignorando que ambos son imprescindibles en cualquier tipo de sistema económico mínimamente avanzado. Lo que produce miseria, despilfarro, insatisfacción o destrucción del medio ambiente… no es ni el capital ni las empresas, sino el permitir su apropiación y uso sin más objetivo que el lucro privado, sin considerar su efecto sobre terceros y dejar que actúen al margen de cualquier responsabilidad o criterio ético. Y también, no se olvide, una mala intervención pública.

La respuesta a los problemas que produce el mal funcionamiento de los mercados en la economía capitalista no puede ser la ingenua de querer forzarlos, sino ir más allá y poner en marcha nuevas formas de producción de la riqueza y relaciones sociales basadas en la cooperación y la solidaridad que den prioridad al uso de los recursos que satisfaga las necesidades humanas y garantice la vida presente y futura en el planeta.

Juan Tottes López,

viernes, 27 de octubre de 2023

¿La mano invisible del mercado o un puño oculto de acero?

Fuentes: Ganas de escribir

Uno de los mitos más extendidos en nuestra sociedad es que la economía capitalista en la que vivimos funciona o puede funcionar guiada tan sólo por una mano invisible que, a partir de la simple iniciativa individual, organiza todo el orden económico garantizando -automáticamente y sin necesidad de ninguna otra intervención- estabilidad y plena satisfacción de los intereses generales.

Es un mito porque la realidad muestra constantemente que las cosas funcionan de otro modo. La economía capitalista no es de libre competencia, sino que provoca una enorme concentración del capital y de la riqueza, de modo que el poder, la capacidad de decisión, también termina estando en muy pocas manos. Y, como consecuencia de ello, tampoco es cierto que todos los individuos disfruten del mismo grado de libertad en el capitalismo. Salvo en el sentido irónico de Anatole France: «Los pobres han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan»

En junio pasado, la revista Forbes publicó su conocido análisis de las 2.000 mayores empresas del planeta. Según sus datos, todas ellas acumulan riqueza por valor de 231 billones de dólares y 538 financieras poseen 171 billones de dólares. Teniendo en cuenta que la riqueza total que hay en el planeta es de 454,4 billones de dólares, según Credit Suisse, resulta que sólo esas 2.000 grandes empresas tienen la mitad de la riqueza mundial y las grandes financieras el 37%.

No es una mano invisible lo que mueve el mundo, sino esas grandes corporaciones que, disponiendo de esa inmensa riqueza, pueden comprar medios de comunicación, universidades, partidos, fundaciones, ong’s… y mantener en nómina a miles de periodistas, académicos, militares y políticos para que difundan la ideología y los mitos que permiten fortalecer su poder, como ese de la mano invisible.

El periodista estadounidense Thomas Friedman, tres veces ganador del Premio Pulitzer y columnista durante mucho tiempo de The New York Times, escribió un artículo en ese diario el 28 de marzo de 1999 en el que lo decía muy claramente, sin perder actualidad: «La mano oculta del mercado nunca funcionará sin un puño oculto: McDonald’s no puede prosperar sin McDonnell Douglas, el constructor del F-15. Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea, Armada y Cuerpo de Marines de los Estados Unidos».

Esa es la realidad. No hay mano invisible sino un puño de acero que se oculta para defender los intereses de las grandes corporaciones. Eso es lo que hay, así se gobierna el mundo y eso es lo que explica el vasallaje de la Unión Europea y de los gobiernos en general ante el poder imperial de Estados Unidos. El gasto militar billonario (un negocio en sí mismo), los conflictos bélicos y la violencia no se producen en defensa de nuestras patrias, ni para defender a la gente corriente y hacerla más libre, como dicen. No es nuestra libertad la que defienden sino la de quien acumula riqueza y poder. A los ingenuos que no se dan cuenta de ello se les pueden aplicar las palabras de Goethe: «Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo».


jueves, 12 de octubre de 2023

¿Qué es progresista hoy día en España?

La falta de modelo territorial en el PSOE, un partido que se presenta a sí mismo como «de Estado» pero que no tiene clara su configuración territorial y funcional, la deriva soberanista de los dirigentes más influyentes de Sumar, y el papel determinante para conformar mayorías que tiene el nacionalismo supremacista y neoliberal de Junts se están convirtiendo en una mezcla explosiva.

No voy a debatir ahora si el tema de las lenguas es prioritario o no, la constitucionalidad de la amnistía, o si conviene celebrar una consulta en Cataluña. Yo creo que el plurilingüismo enriquece a una nación; siempre he pensado que vencer y perdonar es vencer dos veces, como escribió Calderón de la Barca; y soy partidario de que los pueblos puedan decidir por sí mismos su futuro, así que nada mejor que una consulta, algo -por cierto- que hasta el propio Rajoy reclamó formalmente a Zapatero para Cataluña el 25 de abril de 2006 en el Congreso de los Diputados.

Lo que me parece que el PSOE y Sumar están haciendo mal en la presente coyuntura son dos cosas. Una, permitir que el independentismo establezca el orden de prioridades, haciendo que el debate político y social gire en torno a cuestiones (como la amnistía) que no son las fundamentales para lo que a mí me parece que es el cogollo de la política progresista: mejorar las condiciones de vida de los grupos sociales más desfavorecidos. Y otra, dejarse llevar por la lógica del independentismo y el soberanismo que (lógica e incluso legítimamente) implica debilitar la fortaleza del Estado del que quieren separarse.

Este último me parece un error garrafal porque, sin un Estado fuerte y que funcione bien, es imposible llevar a cabo políticas progresistas. Máxime, cuando además formamos parte de un entramado supranacional que ya disminuye por su cuenta nuestra capacidad de decisión y maniobra, y no siempre en beneficio de ese tipo de políticas.

Pondré cuatro ejemplos para que se entienda mejor mi preocupación y lo que quiero señalar. a) Según acaba de demostrar Funcas, la carencia material severa de los españoles más pobres no ha dejado de subir desde 2019. b) Más del 60% de las familias que debían recibir el Ingreso Mínimo Vital que aprobó el gobierno progresista no lo han recibido y sólo ha llegado a la quinta parte de la población bajo el umbral de pobreza. c) La desigualdad ha aumentado en España en los últimos años de gobierno progresista. d) También se ha incrementado la violencia de género.

Si ha habido quizá más voluntad que nunca para resolver esos problemas y se ha dado prioridad a los recursos destinados a ello, algo debe estar fallando, y yo me planteo una hipótesis de la que tengo la impresión de que no se quiere hablar en los medios progresistas: ¿no podría ser que tengamos una organización territorial y funcional del Estado inadecuada, con una central y 17 autonómicas ineficientes que, en conjunto, no están funcionando como debieran?

No soy partidario del Estado centralista y menos en una España tan diversa y plurinacional como reconocen la propia Constitución y los diferentes estatutos de autonomía. Pero eso es una cosa y otra no entender que, si se quiere hacer política progresista, se necesita un Estado fuerte, equilibrador y eficiente, y no débil. Lo contrario de lo que resulta cuando se cede permanentemente ante las demandas y prioridades del nacionalismo del privilegio y del independentismo.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

El responsable de economía del PP no tiene idea de economía

El vicesecretario y responsable de economía del Partido Popular, Juan Bravo Laguna, acaba de publicar un video (aquí) en el que demuestra que no tiene ni idea de economía. No se pueden decir más barbaridades en menos tiempo.

Dice Juan Bravo: «Debemos aplicar esa sabiduría popular, eso que todos hacemos en nuestras casas, a las cuentas públicas… no gastar lo que no se tiene».

Es una barbaridad porque la naturaleza y la función económica de los hogares y las del Estado de ninguna manera se pueden comparar. Las diferencias principales son muy fáciles de entender y las sabe cualquiera que haya estudiado primero de economía: el Estado se puede endeudar a eternidad, algo que nunca podrá hacer una familia; un Estado puede disponer de su propia moneda, de modo que se podría endeudar consigo mismo, lo cual no supone el mismo problema que hacerlo con un tercero; cuando el Estado gasta, crea sus propios ingresos; el gasto que realiza el Estado se convierte automáticamente en una cantidad mayor de renta para el resto de la economía… En contra de lo que dice Juan Bravo, aplicar el criterio del gasto familiar al Estado llevaría a la ruina de cualquier economía.

Es también una barbaridad promover la reducción de todo tipo de gasto del Estado. El que realiza en inversión es imprescindible, literalmente imprescindible, para que haya inversión y beneficio privados. Prácticamente ni una sola empresa privada obtendría ganancias sin inversión pública y sin el gasto del Estado en bienes y servicios públicos. La barbaridad no es que el Estado se endeude, como dice Bravo, sino que deje de hacerlo y que, por esa causa, no se cree el capital necesario para que la economía funcione. La barbaridad sería no endeudarse y financiar gastos o inversiones que van a crear riqueza durante un largo plazo con dinero actual.

Por todo ello, son las políticas de recortes que el PP defiende las que más deuda han generado siempre y siguen generando.

Por otro lado, el responsable de economía del PP demuestra ser muy ignorante o muy cínico cuando achaca la deuda pública española a la izquierda. Su peso en el PIB aumentó una media anual de 2,4 puntos porcentuales con los gobiernos de Felipe González, 3 con Zapatero y 4,4 con los de Rajoy. Es verdad que bajó casi 14 puntos con Aznar, pero no por gastar menos, sino por computar en esos años los ingresos por la venta de las grandes empresas públicas españolas. ¿Y acaso le parece mal que el de Pedro Sánchez se endeudara en mayor medida para hacer frente a la pandemia, como hicieron todos los gobiernos del planeta? ¿Qué hubiera hecho el PP, dejar que se hundieran miles de empresas españolas?

Olvida Bravo otra realidad: han sido municipios de derechas los que más han aumentado la deuda en España, mientras que los de izquierdas han tenido que reducirla. Deja también a un lado algo fundamental: la deuda no es un gusto de quien pide prestado, sino un negocio de la banca que aumenta por la influencia que esta última tiene y que se convierte en una esclavitud para los endeudados.

También se equivoca o miente Bravo con otra cuestión: achaca a Pedro Sánchez el mayor crecimiento de la deuda de la Seguridad Social cuando lo cierto es que en los dos últimos años de Rajoy se multiplicó por 2 y por 1,4 en los dos primeros del socialista, hasta que la pandemia provocó la crisis. Y engaña Bravo de una manera vergonzosa cuando, hablando de esto último, dice «no nos han dado nada. Todo está en deuda». ¿Las pensiones y las demás prestaciones que proporciona la Seguridad Social a los españoles son «nada»? Es cierto que el conjunto de los españoles se ha endeudado para financiar todo ello, pero eso no es despilfarro, se llama solidaridad. Lo que hay que hacer es encontrar más ingresos, no acabar con las pensiones o la sanidad pública y las prestaciones sociales, como hace el Partido Popular, por cierto, sin decírselo claramente a la gente.

A la ignorancia de Bravo se une la demagogia y critica que Pedro Sánchez viaje acompañado de asesores a las cumbres internacionales. ¿Dejaría el PP que Feijóo, que ni siquiera sabe expresarse en inglés, fuese solo a esas reuniones? ¿Viajan solos otros líderes internacionales, o van acompañados de más gente cuanto más poderosos o influyentes son?


Ignorancia, demagogia y engaño a los españoles. El cóctel explosivo de quienes alardean de honestos y patriotas.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Intereses bancarios: aberración económica y espada de Damocles 20 de septiembre de 2023


Casi el 15% del producto mundial dedicaron las empresa, hogares y gobiernos en 2022 a pagar intereses: 13 billones de dólares que se metieron los bancos en sus carteras prestando el dinero que crean de la nada.

Casi el 15% del producto mundial dedicaron las empresa, hogares y gobiernos en 2022 a pagar intereses: 13 billones de dólares que se metieron los bancos en sus carteras prestando el dinero que crean de la nada.

El semanario The Economics calculó en un informe publicado el pasado mes de febrero que las empresas, hogares y gobiernos de 58 países que en conjunto representan el 90% del PIB mundial pagaron en 2022 un total de 13 billones de dólares en intereses a las entidades financieras, 2,6 billones más que en 2021. Casi lo mismo que el dinero destinado a salud y educación en todo el mundo.

Los intereses que se pagan a los bancos constituyen una losa brutal para hogares, empresas y gobiernos pues dificultan o incluso impiden el ahorro, la inversión y el desarrollo adecuado de la actividad productiva que satisface necesidades humanas. Sirvan un par de ejemplos.

En España, el tipo de interés medio entre 2010 y 2022 de las tarjetas de crédito en las que el pago se aplaza automáticamente (revolving) fue del 20,14%. Bancos como el Sabadell o el BBVA han estado ofreciendo préstamos al consumo este verano al 19,09% o 15,6%, respectivamente. El resto, a una media del 10%, un tipo que hace que la deuda se duplique cada 7,2 años.

En la Eurozona, la deuda pública aumentó en 12,2 billones de euros desde 1995 a 2022 y los intereses en 7,2 billones. Es decir, 6 de cada 10 euros de aumento de la deuda pública europea en ese periodo vinieron del pago de intereses.

Pero los intereses no sólo no son una losa. Una de las grandes mentiras económicas que la gente se cree es la que dice que los bancos han de cobrar intereses porque arriesgan el dinero de sus clientes puesto que prestan sus depósitos. Es falso, como explico con claridad en mi libro Econofakes. En realidad, los bancos crean el dinero de la nada cuando dan préstamos, lo mismo que hacen los bancos centrales. Y lo crean, como decía el economista liberal francés Maurice Allais, gracias a una ficción: quien deposita el dinero en un banco cree que lo tiene disponible allí, pero el banco lo usa para prestar a mayor interés o para invertir, de modo que el dinero se multiplica.

Se pagan intereses a los bancos sin necesidad, porque se les ha concedido ese privilegio. De hecho, los bancos ni siquiera desempeñan hoy día su función económica natural, la de intermediar entre quienes ahorran y quienes invierten. Se han convertido ellos mismos en inversores del dinero ajeno, quedándose con las ganancias y trasladando a la economía el riesgo enorme y el gran coste que eso lleva consigo.

Si el dinero que prestan los bancos sale de la nada ¿por qué cobran intereses? ¿No bastaría, en todo caso, con realizar un pago en concepto de administración? Y lo que es peor ¿por qué se le da a los bancos la capacidad de cobrar, no un interés normal o natural, sino los leoninos que multiplican ad aeternum la deuda?

El sistema actual que permite a los bancos cobrar interés por proporcionar el dinero que no le cuesta nada obtener es un privilegio inmoral y una aberración económica que sobrecarga a hogares, empresas y gobiernos y provoca ruina y crisis económicas. Sólo para hacer bimillonarios a los banqueros.

El escritor italiano y superviviente del Holocausto Primo Levi escribió en su libro Los hundidos y los salvados sobre los campos de concentración nazis: «Es el deber de los hombres justos hacer la guerra a todos los privilegios inmerecidos». Para nuestra desgracia, quienes gobiernan el mundo y hacen las leyes no sólo no siguen este principio sino que son ellos mismos quienes conceden los privilegios y protegen a los privilegiados

jueves, 7 de septiembre de 2023

Sí, necesitan el desempleo y lo provocan deliberadamente

Han causado sorpresa unas recientes declaraciones de un promotor inmobiliario australiano Tim Gurner sobre el desempleo y se están comentando como si fuesen la simple salida de tono de un millonario excéntrico.

Ha dicho  en un congreso de su sector: «Necesitamos que aumente el desempleo (…) Tiene que aumentar un 40-50%. Necesitamos ver dolor en la economía. Necesitamos recordar a la gente que son ellos los que trabajan para el empresario y no al revés».

Las falsedades que los economistas convencionales y políticos conservadores vienen diciendo durante décadas sobre las causas del paro permiten que la opinión de Gurner pueda parecer, como he dicho, una excentricidad. La realidad es, sin embargo, que el desempleo es un problema económico provocado a propósito por quienes toman las decisiones económicas.

Los economistas ortodoxos y los bancos centrales dicen que hay que combatir en primer lugar la inflación y afirman haber descubierto una «tasa natural» de paro por encima de la cual sube los precios, de modo que no se puede reducir. Una teoría falsa que sólo sirve, precisamente, para mantener deliberadamente elevados los niveles de desempleo. El ex gobernador del Banco de España Mariano Rubio la defendía sin disimulo cuando dijo en 1992 que no sería bueno para la economía española que el paro bajase del 14% (nuestra supuesta «tasa natural» de entonces).

Podría traer el testimonio de muchos economistas de todas las corrientes ideológicas como demostración de la falsedad de esa teoría. Sin embargo, me parece que mi afirmación será mucho más creíble si la demuestro con declaraciones de los propios políticos que han tomado esas decisiones. Valgan estas dos.

Alan Budd, asesor económico jefe del Tesoro de Su Majestad, jefe del Servicio Económico del Gobierno, miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra y presidente fundador de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria afirmó en un documental de la BBC que puede verse fácilmente en las redes sociales: «Estas políticas se aplicaron por gente que nunca creyó ni por un momento que esa fuera la forma correcta de bajar la inflación. Sin embargo, vieron que sería una forma muy, muy buena de aumentar el desempleo».

Carlos Solchaga, ministro de Industria y Energía y de Economía y Hacienda en gobiernos de Felipe González, escribió en la página 183 de su libro El final de la edad dorada: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de opinión pública».

¿Por qué puede haber «grupos de interés» interesados en que el desempleo no baje?

Si doy la respuesta que dio Marx (el paro permite que los trabajadores acepten salarios más bajos y peores condiciones de trabajo), o la de un economista marxista como Kalecky (los empresarios ganarían más con pleno empleo pero tendrían que enfrentarse a clases trabajadoras con mayor poder político y de negociación), quizá me digan que son respuestas ideológicas. Recurriré, entonces, de nuevo a alguien tan poco sospechoso como el mencionado Budd: «Aumentar el desempleo era una forma extremadamente deseable de reducir la fuerza de las clases trabajadoras. Lo que se diseñó allí (se refiere al inicio de la políticas neoliberales de Thatcher) era una crisis del capitalismo que (…) ha permitido a los capitalistas obtener grandes ganancias desde entonces».

Crear desempleo y escasez deliberadamente es lo que vienen haciendo los gobiernos desde hace décadas para dar más poder a los ya más poderosos y más beneficios a los ya de por sí más ricos. Lo están haciendo ahora mismo, delante de sus narices,  cuando los bancos centrales suben los tipos de interés sabiendo que esa es una respuesta inadecuada para la inflación actual.

Ahora, el video de sus comentarios se volvió viral y atrajo más de 23 millones de visitas y fuertes críticas en línea.

Han causado sorpresa unas recientes declaraciones de un promotor inmobiliario australiano Tim Gurner sobre el desempleo y se están comentando como si fuesen la simple salida de tono de un millonario excéntrico.

Ha dicho Gurner en un congreso de su sector: «Necesitamos que aumente el desempleo (…) Tiene que aumentar un 40-50%. Necesitamos ver dolor en la economía. Necesitamos recordar a la gente que son ellos los que trabajan para el empresario y no al revés».

Las falsedades que los economistas convencionales y políticos conservadores vienen diciendo durante décadas sobre las causas del paro permiten que la opinión de Gurner pueda parecer, como he dicho, una excentricidad. La realidad es, sin embargo, que el desempleo es un problema económico provocado a propósito por quienes toman las decisiones económicas.

Los economistas ortodoxos y los bancos centrales dicen que hay que combatir en primer lugar la inflación y afirman haber descubierto una «tasa natural» de paro por encima de la cual sube los precios, de modo que no se puede reducir. Una teoría falsa que sólo sirve, precisamente, para mantener deliberadamente elevados los niveles de desempleo. El ex gobernador del Banco de España Mariano Rubio la defendía sin disimulo cuando dijo en 1992 que no sería bueno para la economía española que el paro bajase del 14% (nuestra supuesta «tasa natural» de entonces).

Podría traer el testimonio de muchos economistas de todas las corrientes ideológicas como demostración de la falsedad de esa teoría. Sin embargo, me parece que mi afirmación será mucho más creíble si la demuestro con declaraciones de los propios políticos que han tomado esas decisiones. Valgan estas dos.

Alan Budd, asesor económico jefe del Tesoro de Su Majestad, jefe del Servicio Económico del Gobierno, miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra y presidente fundador de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria afirmó en un documental de la BBC que puede verse fácilmente en las redes sociales: «Estas políticas se aplicaron por gente que nunca creyó ni por un momento que esa fuera la forma correcta de bajar la inflación. Sin embargo, vieron que sería una forma muy, muy buena de aumentar el desempleo».

Carlos Solchaga, ministro de Industria y Energía y de Economía y Hacienda en gobiernos de Felipe González, escribió en la página 183 de su libro El final de la edad dorada: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de opinión pública».

¿Por qué puede haber «grupos de interés» interesados en que el desempleo no baje?

Si doy la respuesta que dio Marx (el paro permite que los trabajadores acepten salarios más bajos y peores condiciones de trabajo), o la de un economista marxista como Kalecky (los empresarios ganarían más con pleno empleo pero tendrían que enfrentarse a clases trabajadoras con mayor poder político y de negociación), quizá me digan que son respuestas ideológicas. Recurriré, entonces, de nuevo a alguien tan poco sospechoso como el mencionado Budd: «Aumentar el desempleo era una forma extremadamente deseable de reducir la fuerza de las clases trabajadoras. Lo que se diseñó allí (se refiere al inicio de la políticas neoliberales de Thatcher) era una crisis del capitalismo que (…) ha permitido a los capitalistas obtener grandes ganancias desde entonces».

Crear desempleo y escasez deliberadamente es lo que vienen haciendo los gobiernos desde hace décadas para dar más poder a los ya más poderosos y más beneficios a los ya de por sí más ricos. Lo están haciendo ahora mismo, delante de sus narices, cuando los bancos centrales suben los tipos de interés sabiendo que esa es una respuesta inadecuada para la inflación actual.

Cuando los bancos centrales suben los tipos de interés sabiendo que esa es una respuesta inadecuada para la inflación actual.

miércoles, 7 de junio de 2023

Una gran oportunidad de España que no se aprovechará si gobierna la derecha trumpista o una izquierda torpe o cobarde

Actualmente hay cientos, quizá miles de empresas, a lo largo de todo el planeta, queriendo relocalizarse y, tras ellas, capitales multimillonarios buscando ponerse a salvo del fiasco que les ha supuesto la globalización de las últimas décadas y para tratar de acomodarse a los cambios productivos y tecnológicos que vienen como algo ineludible.

Lo que está sucediendo no es un efecto, como se suele creer, de la guerra de Ucrania o del confinamiento y ni siquiera del cambio climático. Es la consecuencia de que el modo en que se organiza la sociedad capitalista global sólo ha funcionado para proporcionar beneficio; y genera una crisis que, en realidad, ya empezó a manifestarse a lo largo de 2019. Así lo reconocieron, como he mostrado en mi último libro Más difícil todavía, los propios dirigentes de las grandes empresas y grupos bancarios, quienes reclamaban entonces un «reinicio» del sistema capitalista para salvarlo de su propia voracidad.

A mediados de aquel año escribí varios artículos tratando de analizar lo que se estaba gestando y dos de ellos, en mayo y diciembre, los dediqué a mostrar que, en la crisis que venía, España iba a tener una gran oportunidad.

Sigo pensando lo mismo. En el proceso de reestructuración que se está llevando a cabo en todo el mundo, algunas economías van a perder mucho (como creo que le va a suceder a la alemana) y otras, por el contrario, pueden obtener enormes beneficios si saben aprovechar la oportunidad.

España dispone de recursos y de una situación estratégica inmejorable para atraer capitales y, sobre todo, para poner en marcha proyectos autóctonos que pueden constituirse en la punta de lanza del nuevo orden productivo global que está gestándose. Y eso podría conseguirse abriendo procesos muy novedosos y positivos no sólo para el mundo empresarial y el empleo, sino desde el punto de vista del cuidado del medio ambiente y del bienestar social y personal.

Sin embargo, España no podrá aprovechar esta oportunidad si el reto no se afronta como un proyecto nacional.


Esa es la razón que me lleva a pensar que es materialmente imposible que dirija con éxito un proceso de esa naturaleza una derecha nacionalista como la española, para quien sólo una parte de los españoles son «de bien» y auténticos españoles. Una derecha de este tipo, trumpista diríamos ahora, excluye a la mayor parte de la ciudadanía y siempre considera ilegítimo que gobierne la «otra» España que no es como ella. Y así es imposible liderar un proyecto nacional. Es decir, un proyecto que busca satisfacer el interés mayoritario y no el identitario, construido sobre valores que sólo comparte una proporción reducida de la población.

Por otro lado, ¿cómo va a colocar a España en la vanguardia de la economía digital y sostenible una derecha que destruyó la industria nacional de la energía renovable en nuestro país para proteger las rentas y privilegios del oligopolio eléctrico, y que allí donde gobierna permite la destrucción de los recursos naturales y la riqueza de territorio nacional para que ganen dinero unos pocos, como ha ocurrido y ocurre con el Partido Popular?

¿Cómo va a dirigir el proceso hacia una economía nacional más productiva y eficiente quien cree que una subida de 2,7 euros diarios en el salario mínimo supone la ruina de las empresas y la destrucción general de empleo, o quien hace reformas laborales que sólo se orientan a concentrar en una parte el poder de negociación, a costa de destruir demanda interna y crear empleos cada día más precarios? ¿Cómo va a conseguir que la economía nacional sea más potente en el proceso que viene, en el que será necesario un Estado fuertemente inversor y socio del capital privado, una derecha que sólo se preocupa de bajar impuestos a los grandes patrimonios, y que sólo utiliza el gobierno para que hagan negocios las grandes empresas destruyendo a las medianas y pequeñas? ¿Cómo va a poner en marcha un proyecto nacional quien ha regalado los mejores activos de la economía nacional al capital extranjero?

Sólo un gobierno de izquierda o progresista podría garantizar que España aproveche esta oportunidad, aunque es verdad que no cualquiera, ni gobernando de cualquier forma.

No se podrá aprovechar esta oportunidad si la izquierda es torpe y sigue sin asumir como prioridad el diseño de un proyecto nacional, la vertebración de España y la puesta en marcha de procesos que, de una vez por todas, corrijan nuestros defectos estructurales a la hora de utilizar los recursos.

No se podrá liderar un auténtico proceso de cambio en España si la izquierda sigue confiando principalmente en la redistribución como solución de todos los males y no incide, por el contrario, en las condiciones de las que depende la distribución originaria de los ingresos. Si, en lugar de impulsar la construcción de nuevos tipos de empresas y de uso de los recursos, cree que se puede forzar la inercia con la que actúa el capital que mueve los hilos de nuestra economía; o, peor todavía, si es cobarde y no se enfrenta a los intereses antinacionales de los oligopolios. Será imposible que España aproveche esta oportunidad si la izquierda no es capaz de defender y explicar que el crédito es un recurso y servicio público esencial, que no se puede dejar a miles de empresas o millones de hogares sin recursos porque los bancos privados hayan decidido dedicarse a la inversión especulativa y que, para promover un nuevo tipo de economía y atraer los capitales que ahora buscan su relocalización, hacen falta banca de servicio público y un Estado activo y con recursos suficientes para atraerlos y realizar las inversiones que es completamente imposible que lleve a cabo el capital privado.

No se podrá aprovechar la oportunidad si la izquierda no se atreve a reformar una administración pública que no permite gastar con eficacia los recursos disponibles, o un sistema fiscal que produce fugas, injusticias e ineficiencias; si sigue dando lugar a que el debate social se centre en cuestiones de segundo orden que provocan mucho ruido y poca transformación económica y social.

No se podrá aprovechar la oportunidad si la izquierda no se da cuenta de que lo imprescindible es conformar una especie de «mayoría nacional del sentido común» y de que no sirve de nada presentarse ante la sociedad como una izquierda justiciera y regañona. O, lo que es peor, en constante pelea consigo misma.

Y, desde luego, nada de eso será posible si la izquierda no aprende de verdad que gobernar es inútil y efímero, si no hace pedagogía, si no se logra complicidad social para llevar a cabo los cambios y sin dialogar constantemente con la gente.

Todo esto sonará ya a repetido pero me parece necesario volver a decirlo porque, al paso que vamos, España puede perder una gran oportunidad histórica. 

viernes, 26 de mayo de 2023

Elecciones el 28 de mayo. «Si no sirve para nada y todos son iguales, ¿para qué voy a votar?»

He oído la expresión con la que titulo este artículo docenas de veces, pero nunca en boca de alguien rico o con ideas de derechas. No digo que no haya ricos que digan eso, sino que a quien yo oigo decir que no vale la pena ir a votar es a gente que vive al día o malvive o que no es de derechas.

Los datos estadísticos indican claramente que no es una simple percepción mía, subjetiva. En mi tierra, Andalucía, la abstención en los barrios más pobres fue unos quince puntos más alta que la media en las últimas elecciones autonómicas y unos treinta por encima de la registrada en los barrios más ricos. En algunas mesas electorales de barrios pobres, la abstención fue del 90%. Si se toma el conjunto nacional, las diferencias son aún mayores, en los territorios y barrios más pobres puede haber el doble de abstención que en los más ricos.

¿Acaso son los pobres más listos y se dan cuenta de que votar no sirve para nada, mientras que los ricos son más ingenuos y votan en mayor proporción, a pesar de su inutilidad?

No parece que vayan por ahí las cosas. La evidencia histórica demuestra que el disfrute de cualquiera de nuestros derechos, políticos, laborales, ciudadanos… depende de quién gobierne. Se adelanta cuando gobiernan unos y se atrasa cuando lo hacen otros. Los gobiernos no son neutrales.

Poner a unos partidos u otros en los gobiernos sirve para que se reconozcan o no derechos como el del divorcio, el aborto, la negociación colectiva, el salario mínimo, o para que se disfrute en mayor o menor medida de la libertad de expresión, del derecho a la vivienda, a pensiones dignas o a la salud universal, entre otros.

Quien dispone de buena información, sabe qué le interesa y tiene influencia y poder (directamente o por delegación) está siempre interesado en que llegue al gobierno quien crea que más le conviene. Es decir, no renunciará nunca a votar. Sólo quien no es consciente de en qué medida tan grande le afecta que gobiernen unos u otros, renunciará al poder que le proporciona el voto. Un poder, desde luego, que no lo puede todo por sí solo pero que sí es una condición sine qua non, sin el que es imposible que se puedan defender los intereses propios en nuestras sociedades.

Eso explica que haya quien esté interesado en transmitir a quien está menos informado la idea de que votar no vale para nada, tratando de desmotivar su voto y haciendo que, justamente los más desheredados, quienes más necesitarían llevar a los gobiernos a quien pudiera defenderlos, sean justamente los que menos voten.


Por otro lado, también oigo muchas veces decir que no vale la pena votar a quienes se precian de saber muy bien lo que pasa, de estar bien informados y de no dejarse engañar: «son todos iguales», suelen decir.
Pero ¿son todos iguales, realmente?

Entre personas más a la izquierda suele oírse que el PSOE es igual que el PP, que Felipe González era de derechas, Zapatero un traidor y Sánchez un vendido a Estados Unidos.

No se puede negar que, en multitud de ocasiones, el PSOE ha tomado medidas idénticas a las que adopta la derecha, que votan juntos muchísimas iniciativas y que se a menudo se ponen de acuerdo para frenar otras que vienen de su izquierda. Eso es innegable, pero ¿son lo mismo?

Si Felipe González era de derechas, ¿cómo es posible que la derecha política, económica, mediática y religiosa se movilizara como se movilizó para atacarle y exigir que dejara el gobierno, al margen del resultado de las urnas? ¿O es que ya no nos acordamos lo que hacía la derecha y el PP en concreto cuando González presidía el gobierno?

¿La derecha habría tomado las medidas de avance social que se tomaron en los gobiernos socialistas? ¿No fue precisamente la derecha quien recurría constantemente las medidas más progresistas que tomaban? Ni siquiera en materia económica o fiscal, generalmente en manos de socialistas más liberales, se puede decir con objetividad que los gobiernos del PSOE hayan hecho lo mismo que han hecho los del PP. Mucho menos, y por muy conservadora que haya podido ser en estos campos, en materia sanitaria, educativa, laboral o de derechos de ciudadanía. ¿Y acaso el PSOE manipula, incumple la Constitución y boicotea las instituciones para protegerse y mantener sus privilegios, tal y como está haciendo ahora el PP?

¿Lo que dicen los dirigentes socialistas, ni siquiera sus «barones» más conservadores, es lo mismo que dicen Ayuso o Aznar? ¿Es acaso lo mismo lo que proponen en materia económica, social o de derechos en general el PSOE, Izquierda Unida y Podemos? ¿Seguro que estos últimos dicen y hacen lo mismo que PP o Vox?

¿Son iguales el PP, un partido con multitud de dirigentes y cargos públicos condenados por corrupción y financiación ilegal, que Podemos, en más de veinte ocasiones absuelto de acusaciones de esto último o con causas simplemente archivadas?

Es verdad que ha habido casos de corrupción incluso en Izquierda Unida y supongo que en Podemos, pero ¿en la misma proporción? Es muy fácil poner los nombres y los números sobre la mesa y comprobar que no es así, de ninguna manera. Incluso en el caso del PSOE, donde los ha habido en mayor número, la realidad es incomparable con la del PP. Ninguno de sus presidentes o gobiernos ha batido el récord de Aznar: de sus catorce ministros, doce resultaron imputados, implicados en tramas o en escándalos de sobresueldos y alguno incluso encarcelado. Y eso por no hablar de quién se hace rico y quién no en la política.

¿Son la misma cosa los partidos que defienden o no condenan la dictadura franquista y su legado y quienes la sufrieron?

Los partidos y los políticos no son lo mismo. Es una evidencia que unos proponen leyes y medidas que otros recurren o derogan; a unos los financian gratis los bancos y grandes empresas y otros renuncian incluso a préstamos bancarios; y es fácil comprobar que la beligerancia, la exigencia y la crítica que hacen los medios de comunicación a unos partidos y otros no son las mismas en los mismos supuestos. Ni tampoco la difusión que dan a sus propuestas o escándalos.

Solo quien vea el mundo en blanco y negro, es decir, como no es en realidad, puede decir que PSOE, PP, Vox, Izquierda Unida o Podemos son lo mismo y que sus dirigentes se comportan de la misma forma.

Es verdad que cualquier persona de esas que no suelen ir a votar porque piensan que no vale la pena y que todos son lo mismo podrían tener otras razones para no hacerlo. La democracia de partidos es muy imperfecta y los partidos son una fuente constante de frustración porque incumplen promesas, hacen en muchas ocasiones lo contrario de lo que dicen y se olvidan a menudo de quien los vota. Pero, incluso así, se pierde mucho más no votando que yendo a votar a pesar de todo ello.

De hecho, esa idea de inutilidad y de rechazo, esa visión en negativo de la política se siembra a propósito porque se busca la abstención de quienes, por su situación económica, más necesitan gobiernos de izquierdas. La polarización, la zafiedad, la divulgación constante de bulos y mentiras… se promueven para eso. Aunque tampoco podemos engañarnos. Desgraciadamente, son los propios partidos de izquierdas (unos más que otros, también es verdad) quienes dan pie a que su electorado se abstenga en tan gran medida. Primero, porque no tienen una estrategia específica de acercamiento a la población que los necesita y se comportan como aparatos ajenos a la gente normal y corriente. Segundo, porque generan ellos mismos el desafecto y la lejanía cuando se empeñan en magnificar con malas formas las diferencias y los encontronazos entre sí, en lugar de subrayar lo que los une y la cooperación. Y, sobre todo, porque no se empeñan en poner en pie espacios de participación, organización y movilización que proporcionen poder real a la ciudadanía, sin el cual no se pueden llevar a cabo desde los gobiernos sus promesas más decisivas.

El próximo domingo tenemos una nueva oportunidad de mostrar si nos dejamos engañar una vez más o no; si nos dejamos llevar por el desaliento y el negativismo que tan sutilmente propagan la derecha y sus medios de comunicación, o si vamos a votar por quien, más o menos imperfectamente, sabemos que son los únicos que pueden defender los intereses de la que gente que menos tiene.


_- Hospitales y residencias como negocio financiero: más muertes y más gasto innecesario

_- La derecha española se empeña en hablar de ETA en campaña electoral, como si siguiera poniendo bombas, para que no se hable de los auténticos problemas de España. Por ejemplo, de lo que está pasando y va a pasar en los hospitales y las residencias de mayores en los que se está dejando que penetren cada día más los fondos de inversión llamados en inglés «private equity«.

Estos últimos son capitales que adquieren paquetes mayoritarios de empresas para hacerse con su control con el fin de venderlas en un plazo de entre cinco y diez años. Para ello, se recurre casi siempre al mismo procedimiento: se impone una nueva estrategia de dirección orientada a aumentar los ingresos y recortar al máximo los costes; se endeuda a la empresa, muchas veces con el propio fondo y con el solo objetivo de repartir dividendos más elevados; y se venden sus activos (edificios, locales, instalaciones…) incluso también al fondo, el cual cobra luego por alquilarlos a la empresa.

Lo característico de esta inversión es esa forma de gestión orientada a conseguir el máximo beneficio a corto plazo y, sobre todo, que está orientada a venderla en un plazo de tiempo muy corto. Es decir, no se invierte para consolidar una empresa y desarrollar aún más su actividad, sino para «ensillarlas con montañas de deuda y luego exprimirlas como si fueran naranjas”, en palabras de Bill Pascrell, presidente del Subcomité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes sobre Supervisión de Estados Unidos.

En su inicio, esta inversión se realizaba sobre todo tipo de empresas (fue la causante, por ejemplo, de la quiebra de la conocida tienda de juguetes ToysRUs) pero últimamente se están centrando en el sector de la salud y los cuidados, de modo que sus efectos son mucho más relevantes social y personalmente.

Aunque la presencia de estos fondos es relativamente reciente y su actividad es muy opaca, ya se dispone de multitud de investigaciones académicas, parlamentarias o de organizaciones profesionales que proporcionan evidencias abrumadoras sobre las consecuencias que tienen sobre la gestión de las empresas que capturan y, sobre todo, sobre la salud y las condiciones de vida de las personas.

Voy a resumir brevemente lo que sabemos que ha ocurrido en otros países para hacernos una idea de lo que va a pasar en España cuando se consolide la tendencia que ya ha comenzado a darse.

En el caso de las residencias, se puede decir, en general, que las que son propiedad de estos fondos generan peores resultados por «anteponer las ganancias a las personas», tal y como dice una Hoja Informativa de la Presidencia de Estados Unidos.

La American Medical Association descubrió que las personas que están en residencias propiedad de estos fondos tienen más probabilidades de acudir a urgencias o de ser hospitalizas por causas que podrían haber sido evitadas con una mejor atención. Y, sin embargo, que estas residencias salen más caras que el resto. Prácticamente lo mismo descubrió otro estudio de la Universidad de Pensilvania.

Un documento de trabajo de diversos académicos publicado en el National Bureau Of Economic Research en 2021 mostró que la gestión de este tipo de capital aumentó la probabilidad de muerte durante la estancia y los 90 días siguientes en un 10% y la prescripción de medicamentos antipsicóticos en un 50%; disminuyó las horas de personal de enfermería de primera línea y la movilidad de los residentes, y el gasto de los contribuyentes por residente en un 11%.

Otro estudio demostró que la tasa de infección por COVID-19 y la tasa de mortalidad de los hogares de personas mayores en residencias propiedad de estos fondos fue entre un 30 % y un 40 %, respectivamente, más elevada que en el conjunto de las residencias en Estados Unidos.

Un informe del Instituto Veblen ha demostrado que «la toma de control de grupos de residencias de ancianos va acompañada de reorganizaciones y arreglos financieros, que parecen sobre todo destinados a preparar una reventa rápida y no a establecer un modelo económico viable diseñado para el largo plazo»

En relación con la gestión de hospitales completos o de servicios concretos, las evidencias también son abrumadoras:

– La American Medical Association ha demostrado que los pacientes pagaron más cuando los servicios que se proporcionan están controlados por este tipo de capitales o que los médicos atendieron a más pacientes, lo que indica utilización innecesaria de servicios para aumentar los ingresos. Se ha comprobado que esto último ocurre incluso en el caso de la odontología infantil financiarizada, un servicio en el que en Estados Unidos se han detectado prácticas sin anestesia para incrementar beneficios, o que se califica a nacimientos normales como de emergencia para cobrar más.

– Para aumentar beneficios se reduce la oferta de servicios con menos margen y eso ha hecho, en concreto, que los private equity hayan cerrado hospitales rurales en Estados Unidos); se recorta personal; y se sustituyen a profesionales médicos por otros de menor formación, lo cual se ha demostrado que incrementa el gasto y la probabilidad de tener que volver a ser tratados.

– En los hospitales y servicios gestionados por estos fondos hubo mayor escasez de medios como mascarillas, ventiladores en la pandemia.

– Una investigación de la Universidad de Berkeley muestra que estos capitales ni siquiera mejoran la medicina privada suministrada por el mercado puesto que «amplifican y aceleran la concentración y las prácticas anticompetitivas». Y concluye que «este negocio es fundamentalmente incompatible con un sistema de salud estable y competitivo que sirva a los pacientes y promueva la salud y el bienestar de la población».

– En Estados Unidos, las llamadas «facturas sorpresa» que suponen gastos imprevistos y fraudulentos asociadas a los servicios de salud propiedad de estos fondos se han extendido tanto que hasta el presidente Trump dijo que estaba decidido a terminar con ellas.

– En multitud de casos se ha comprobado que estos servicios están asociados a comportamientos fraudulentos. Sólo para hacer frente a reclamaciones por presentación de facturas al gobierno estos fondos han gastado 500 millones de dólares desde 2013.

– Una fuente tan poco sospechosa de radicalismo como la revista Forbes asociaba a estos fondos con «recortes draconianos para apoyar al personal y/o intercambiar médicos por otros profesionales menos costosos como enfermeras», «presionar a los médicos para que brinden más atención médica (a menudo innecesaria)»; o «aumentar los precios sabiendo que las aseguradoras no tendrán más remedio que aceptar».

Es normal que la adquisición de hospitales completos, residencias o servicios concretos por este tipo de capitales tenga efectos como los que acabo de señalar (entre otros que es imposible señalar en un texto limitado como este). Se trata de inversiones que, como he dicho, no se llevan a cabo para consolidar la actividad en la que se invierte, sino para obtener altísimos beneficios al venderlas al poco tiempo y, mientras tanto, utilizando el control de la gestión para extraer todo tipo de rentas de la empresa adquirida. Es un procedimiento destructor de empresas, pues las deja exhaustas, endeudadas y con cargas inasumibles a medio y largo plazo y por ello muchas de ellas terminan quebrando. Pero, lógicamente, todo esto es mucho peor cuando lo que adquieren estos capitales son servicios sanitarios y de cuidados, hospitales o residencias de mayores. Como dice un amplio estudio realizado por Public Citizen también en Estados Unidos sobre su actividad en estos campos, de lo que estamos hablando es de «la diferencia entre la vida y la muerte».

Es un proceso que en España ha comenzado a darse y que va a extenderse cada día más, tal y como han mostrado, entre otros, el libro de Manuel Rico ¡Vergüenza! El escándalo de las residencias, o los artículos de Juan Pedro Velázquez-Gaztelu, El gran negocio de las residencias, y los aparecidos en Infolibre.

Por eso es muy urgente que se abra en nuestro país un debate amplio y riguroso y que se exija al gobierno central y a los autonómicos que legislen al respecto; al menos, como se ha comprometido a hacer para frenar los efectos que he mencionado, alguien tan poco sospechoso como el presidente Biden en Estados Unidos. Entre otras cosas, porque los inmensos beneficios que obtienen estos fondos a costa de suministrar peores servicios, de obligarnos a gastar más y provocando muertes innecesarias los pueden conseguir gracias a la opacidad de sus operaciones, a los privilegios fiscales de los que gozan y, en resumidas cuentas, porque, para colmo, se les está ayudando a que hagan todo eso con dinero público.

lunes, 22 de mayo de 2023

_- Juan Torres: “La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática”

_- “Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan”, señala el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, que ha publicado un nuevo libro: 'Más difícil todavía' Análisis — Los bancos centrales solo saben provocar recesiones.

“Quienes toman las grandes decisiones económicas se están equivocando una vez más a la hora de prevenir los problemas, de reconocer su naturaleza y, como consecuencia de ello, cuando toman decisiones para tratar de resolverlos”. Juan Torres (Granada, 1954), catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, vuelve a poner el dedo en la llaga sobre las decisiones cortoplacistas de la economía más ortodoxa. En su nuevo libro 'Más difícil todavía' (Editorial Deusto), Torres explica que los orígenes de la inflación que golpea a la economía tiene más que ver con problemas mucho más profundos -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- que no se arreglan con decisiones a corto plazo como la subida de los tipos de interés por parte de los bancos centrales.

Usted explica que en su libro que la inflación no es el principal problema económico, sino que hay un conjunto mayor de amenazas mucho más graves. Sin embargo, la respuesta generalizada es volver a recetas del pasado para intentar solucionar los problemas mediante una política económica restrictiva. ¿Tiene sentido este incremento tan rápido de los tipos de interés como han hecho los bancos centrales?¿A qué responde?

Responde a una visión ideológica de los bancos centrales, que la experiencia y los datos han demostrado que es errónea: no soluciona los problemas de inflación cuando ésta se produce por circunstancias estructurales y de oferta. Responde a la idea que tienen los bancos centrales de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario y que lo que hay que hacer es reducir la demanda y el poder de compra. La experiencia también nos ha demostrado que la respuesta de subir los tipos de interés no ha sido buena porque la inflación subyacente no ha disminuido y han provocado un problema financiero grandísimo.

Entonces nos deberíamos plantear la autonomía de los bancos centrales o, dicho de otra manera, habría que replantear su objetivo de guardianes de la inflación.

Que haya dos autoridades, como son el Gobierno y el Banco Central, actuando con problemas que son concomitantes es un absurdo que atenta contra el sentido común. Primero, como hemos visto en los meses anteriores, el BCE ha estado tratando de restringir el gasto mientras que los gobiernos lo han ido aumentando. No hay nadie en su sano juicio que pueda entenderlo. En segundo lugar, la independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil para combatir los problemas para los que fueron creados. Por ejemplo, estamos viviendo la etapa más grande de la historia de inestabilidad financiera. Tampoco la independencia de los bancos centrales ha permitido que anticipen correctamente la inflación y que le den una respuesta adecuada.

Además, por definición, la independencia de los bancos centrales equivale a constituir un poder no democrático que socava la base del Estado democrático moderno. La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática.

Hasta el Banco de España ha avisado de que los márgenes de las empresas están funcionando como un estímulo evidente de la inflación, es decir, ya no es cuestión de salarios. ¿Existe alguna fórmula para frenar los beneficios tan exagerados de las empresas?

Debería haber mecanismos en situaciones normales, pero ahora en tiempos complejos es más difícil. Debería haber información más transparente, más fidedigna, sobre cómo se forman los precios en los mercados. Además, debería haber autoridades que verdaderamente combatieran las restricciones de la competencia que imponen las grandes empresas con su poder de mercado. Por otro lado, se deberían desarrollar políticas fiscales que supusieran un desincentivo a la obtención de márgenes muy altos. También una negociación colectiva que permitiera un reparto más equitativo del incremento de productividad. Si todos estos elementos funcionasen sí que se puede evitar que las grandes empresas con poder de mercado contribuyan como lo están haciendo a generar inflación.

También es necesaria una nueva regulación en algunos mercados específicos, como en en el caso de la electricidad. Durante muchos meses hemos estado sufriendo una presión originaria de los precios que luego se ha ido transmitiendo al resto de sectores. Y esto responde a una regulación diseñada para mantener los privilegios del oligopolio de las eléctricas.

Cuando la inflación se concentra en productos como los alimentos, ¿se debería tener mecanismos que reordenaran los precios, aunque sea de forma temporal?

Hacer negocio con el derecho humano básico de la alimentación es una inmoralidad, aunque sea legítimo y esté justificado. Es bueno que haya iniciativa privada, como es natural, en el suministro de bienes básicos y de alimentación, pero de ahí a permitir que haya un poder de mercado excesivo que impone restricciones artificiales y subidas de precios innecesarias hay un abismo. Los poderes públicos tienen el imperativo moral de garantizar el derecho humano básico a la alimentación y a la satisfacción de las necesidades primarias. Y también que la estabilidad económica no se ponga en peligro por una presión del oligopolio en esos mercados. La intervención pública en esos casos no es que esté justificada, es que es un imperativo moral. Además, desde el punto de vista económico es una cuestión esencial puesto que se trata de subidas de precios que tienen un efecto de arrastre extraordinariamente grave para el conjunto de la economía.

Usted propone la necesidad de alcanzar pactos de rentas y de reparto de las ganancias y la productividad, pero en nuestro país, por poner un ejemplo, la CEOE ha tardado meses en sentarse en la mesa de la negociación colectiva. Lo que usted en su libro comenta como “resistencia feroz”.

Desgraciadamente, el sector empresarial en España, tan importante en la economía, es un sector empresarial acostumbrado a dar pelotazos, a vivir de las rentas y de la influencia política. La patronal CEOE está contaminada, tiene unas propuestas ideológicas primitivas y equivocadas, que le hacen muchísimo daño a la inmensa mayoría de las empresas. La CEOE no representan los intereses del conjunto de las empresas españolas, sino los intereses de empresas muy grandes que tienen poder de mercado y que viven de aprovecharse de otras empresas. Si la CEOE fuera verdaderamente la defensora de los intereses del conjunto de las empresas no permitiría que las grandes compañías del Ibex se salten la ley y tengan una deuda tan grande con sus proveedores; o estaría reclamando límites a los privilegios de la banca que impone una serie de costes innecesarios a la mayoría de las empresas. Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad.

Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad

Cada crisis el sistema aporta como solución la desaparición de ciertas empresas de manera que el mercado queda cada vez en menos manos (ocurrió con las cajas en la anterior crisis financiera), al final se impone la destrucción creativa como el costo normal de hacer negocios aunque provoque un sufrimiento.

Lo más contrario al capitalismo de nuestros días es la competencia en su sentido estricto y auténtico. Las grandes empresas lo que buscan es acabar con la competencia y lograr posiciones de dominio de mercado, conseguir establecer oligopolios ejerciendo su influencia política, mediática y cultural. Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan. Las grandes empresas no saben vivir sin la protección del Estado, sin el privilegio político, lo acabamos de ver ahora en esta crisis bancaria. Frente a esta situación la única manera de responder es que la ciudadanía se dé cuenta y que el conjunto del empresariado, que se juega su patrimonio día a día y que no disfruta de esos privilegios, reaccione.

Usted avisa de un riesgo real de colapso económico por el cambio climático, las finanzas especulativas, una deuda en crecimiento acelerado y la desigualdad, que al entrar en conjunción pueden provocar un desastre. ¿Hay solución? ¿los objetivos 2030 van en la adecuada dirección?

Multitud de organismos internacionales independientes, muchos de ellos conservadores, están diciendo lo que hay que hacer frente a estos problemas estructurales desde hace muchos años. Lo que pasa es que no hay voluntad política y predomina el interés privado. Frente al cambio climático, el fondo BlackRock cambió su estrategia de inversión para hacer políticas favorables a la lucha contra el cambio climático. Un año después, cuando aparece la posibilidad de ganar más dinero se olvidan de esos objetivos. Prima la maximización del beneficio.

Los problemas grandísimos que tenemos hoy día en nuestro planeta -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- son el resultado de desnaturalizar la propia economía capitalista y darle una prioridad absolutamente injustificada a la búsqueda del beneficio por encima de cualquier otro objetivo.

Hace falta equilibrio y ver que es necesario avanzar para conseguir otros fines. No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales. Ya lo vimos en la última crisis bancaria, que fue el resultado de que los grandes bancos del mundo lograron que los gobiernos establecieran una regulación que provocó la crisis. Ganan más dinero así, pero recurrentemente provocan problemas. No hay dificultad en saber lo que hay que hacer, el problema es tener el poder suficiente para llevar a cabo las medidas.

No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales

Llevamos con tensiones recurrentes desde la crisis del petróleo de 1973 y parece que no hemos aprendido nada.

De la crisis del 73 nació un cambio de civilización, fue el germen de la revolución conservadora. Se aprendió, claro que se hizo, pero fueron los grandes capitales los que pusieron en marcha una estrategia que mantienen hoy para priorizar los beneficios. Pero han volcado tanto la carga hacia un lado que la economía que así no puede funcionar. Lo lamentable es que solamente las grandes empresas aprendieron lo que tenían que hacer para ganar más dinero, pero parece que no se ha aprendido demasiado en otro ámbito para tratar de imponer otras lógicas.

Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia parece que vamos a un nuevo mundo de bloques. No parece que haya un proyecto que tenga visos de convertirse en hegemónico. ¿Cree que vamos camino de acabar con la globalización? Que se va a cumplir la premisa de la fragmentación económica y comercial del mundo en bloques?
En el plano geoestratégico se va a ir a una dinámica más multipolar. En el plano económico, el poder de Estados Unidos empieza a tener contrapesos. No creo que se vaya a producir una globalización completa, pero lo que sí está ocurriendo es que las propias empresas globalizadas han comprobado que la lógica dominante en estos años les puede proporcionar un enorme beneficio, pero a costa de tener que soportar una incertidumbre, enormes riesgos y una casi nula resiliencia ante shocks y los impactos imprevistos. Hay miles de empresas que se están replanteando la lógica de la globalización, y están definiendo una política de localización y de estrategias comerciales, quizá menos rentables, pero más seguras y más sostenibles a la larga.

Por eso creo que España puede tener una posición bastante favorable. Espero que nuestro gobierno sea capaz de hacer las cosas bien y aprovechar esta coyuntura, porque puede ser muy favorable para una economía como la nuestra.

¿En qué sentido puede ser más favorable para España?
Se está produciendo una relocalización de mucho capital, que está tratando de encontrar nuevas ubicaciones. España tiene recursos que en estos momentos son estratégicamente muy importantes y una posición internacional que puede ser muy valiosa: vamos a sufrir menos deterioro de la economía productiva que Alemania. Tenemos una buena expectativa por delante de la que podemos obtener ventaja en los próximos años. Otra cosa es que la confrontación política permanente y absolutamente carente de sentido ponga en peligro esta posición.