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domingo, 15 de diciembre de 2024

Sobre el embargo a Cuba. Juan Torres López.

Fuentes: Ganas de escribir


El embargo que Estados Unidos ha impuesto por décadas sobre Cuba es un caso único. Por su duración y efectos, ha sido la medida más cruel e inhumana jamás tomada contra un pueblo en la historia.

Formalmente, EE.UU. justifica el embargo al juzgar que en la isla no hay democracia y que el Gobierno es enemigo del pueblo. Además, desde 1982, bajo la presidencia de Reagan considera a Cuba como un país «patrocinador del terrorismo».

Tanto el embargo como las sanciones no sólo son inhumanos sino injustos, y sin otro fundamento que el deseo de castigar a la población cubana porque el país eligió una vía de desarrollo que genera rechazo por razones ideológicas y de interés económico.

Estados Unidos no defiende ni busca instaurar la democracia

Incluso aceptando que en la isla no hay una democracia al estilo occidental, es una evidencia clamorosa que Cuba no es el único país del mundo en el que eso ocurre. Su Gobierno tampoco es el más cruel ni actúa en contra de los intereses de su pueblo, como se desprende de la actuación de Estados Unidos.

Es falso que la gran potencia estadounidense sancione a Cuba porque su intención sea defender la democracia. Así lo demuestra un hecho perfecta y ampliamente contrastado durante más de un siglo: Washington ha apoyado y apoya, protege y financia a muchos regímenes políticos sin democracia en todo el mundo, y ha ayudado directa o indirectamente con docenas de golpes de Estado para acabar con ella en todos los continentes.

Investigaciones académicas demuestran que, sólo desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos ha buscado derrocar gobiernos en varias ocasiones. Según un informe de la Universidad Carnegie Mellon, entre 1946 y 2000 hubo 81 operaciones de influencia electoral, tanto abiertas como encubiertas de Estados Unidos. Y en la mayoría de intervenciones el resultado fue la promoción de dictaduras.

Sólo el golpe que Washington indujo y apoyó activamente en Guatemala, en 1954, causó la muerte o desaparición de 200.000 personas. Allí, como en otras ocasiones en las que intervino, fueron sus fuerzas militares las que cometieron la mayoría de las atrocidades.

Por otro lado, de los 24 golpes de Estado militares que se dieron en todo el mundo de 2009 a 2023, la mitad no han recibido una condena formal del Gobierno de EE.UU.

Guste o no oírlo, Estados Unidos ha sido y sigue siendo el país que en más ocasiones ha derrocado o ayudado a derrocar regímenes políticos democráticos.

Estados Unidos ha organizado y financiado a grupos terroristas

Incluir a Cuba entre los países que promueven el terrorismo es, sencillamente, una maldad que incluso algunos dirigentes estadounidenses han negado. El propio presidente Barack Obama en 2015 dejó de considerar a Cuba “Estado promotor del terrorismo”. Según señaló Ben Rhodes, exviceconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, por una sencilla razón: «En pocas palabras, Cuba no es un Estado patrocinador del terrorismo».

La acusación de Estados Unidos contra Cuba acerca de promover el terrorismo es especialmente malintencionada e injusta viniendo precisamente de esa potencia. Ha sido documentado que la Casa Blanca financió, protegió y alentó a un gran número de grupos y organizaciones terroristas en diversos países que incluyen, entre ellos, el DAESH (también conocido como ISIS), Al-Qaeda, Boko Haram en Nigeria y Al Shabab en Somalia.

Por no hablar del apoyo a actos terroristas aislados que sus propios documentos desclasificados han puesto de manifiesto. Las propias instituciones de Estados Unidos han reconocido su apoyo o haber estado involucradas en intentos de asesinato o asesinatos cometidos contra líderes políticos extranjeros.

¿Quién es, de verdad, enemigo de su pueblo?

Finalmente, el Gobierno de Estados Unidos acusa al de Cuba de ser enemigo de su pueblo y de maltratarlo. Lo cierto es, sin embargo, que en muchos territorios y grupos de población estadounidenses hay niveles de malestar peores que en Cuba. Así, según los datos que proporciona la CIA, la mortalidad infantil estimada para 2024 en Estados Unidos es de 5,1 infantes por cada 1.000, y de 4 en la isla, a pesar de las difíciles condiciones que impone el embargo.

Según la misma fuente, la población de ambos países tiene la misma esperanza de vida (80,9 en Estados Unidos y 80,1 en Cuba, pese a la enorme diferencia de recursos. Ambos indicadores son bastante mejores en la isla que en un buen número de estados o territorios de Estados Unidos. A los dirigentes de EE.UU. se les debería caer la cara de vergüenza cuando la Cuba injusta e inhumanamente empobrecida les aventaja en estos indicadores, según los datos de Naciones Unidas o el Banco Mundial.

Este bloqueo y los cientos de sanciones adicionales no sólo minan la economía cubana y le impiden obtener ingresos, o incluso recibir pagos a través del sistema financiero. Suponen un ataque directo a la salud de la población puesto que implican que Cuba no pueda adquirir medicinas y otros recursos sanitarios básicos, como ocurrió incluso en medio de la pandemia de la COVID-19. Además, por supuesto, de otros productos esenciales para su economía, como semillas, fertilizantes o tecnología.

Es cierto que la situación económica, social, educativa, sanitaria y, en general, las condiciones de vida en Cuba están muy deteriorada. Pero ¿sería lo mismo sin las sanciones y el bloqueo? También es una evidencia que, a pesar del enorme costo y las dificultades que las medidas han implicado desde 1960, las condiciones de vida de los cubanos son mejores que las imperantes en otros muchos países incluso más ricos.

Matar de hambre es un crimen de lesa humanidad

El embargo a Cuba y las sanciones que se le imponen deberían considerarse un crimen de lesa humanidad porque su intención y efectos son los que definen a este tipo de delitos internacionales: causar grandes sufrimientos o atentar gravemente contra la integridad de las víctimas. Y eso es justamente lo que reconocía Estados Unidos que buscaba con el embargo en un memorándum del subsecretario adjunto de Estado para Asuntos Interamericanos fechado el 6 de abril de 1960: «Negar dinero y suministros a Cuba, reducir los salarios monetarios y reales, provocar hambre, desesperación y derrocamiento del Gobierno».

Quienes más injusticias y crímenes cometen son hoy los que imponen las normas. Vivimos en el mundo del revés. Es hora de acabar con esto.

Publicado en trtespanol.com en diciembre de 2024 
Fuente: 



viernes, 8 de noviembre de 2024

Con luces largas, alumbrando un nuevo horizonte. Reseña de Para que haya futuro. Una hoja de ruta para cambiar el mundo (Deusto, 2024), de Juan Torres López




[Imagen: El faro de la Torre de Hércules (A Coruña) ilumina con luces largas el horizonte ártabro.

He escrito este libro, Para que haya futuro, señala Juan Torres López [JTL], porque “me duele el mundo en el que vivo”. Uno de los motivos de ese malestar: en septiembre de 2023, un equipo de científicos mostró que la Humanidad ha cruzado seis de los nueve procesos que la amenazan.

De ese dolor ha surgido uno de los ensayos más filosóficos y políticos del autor (en la línea de las tesis marxianas sobre Feuerbach: “Comprender tal cual es en verdad la realidad que se desea cambiar resulta, por tanto, fundamental para generar procesos efectivos de transformación”), también poético (cada capítulo se abre con un breve poema: Belli, Benedetti, Ángel González,..), escrito desde unas coordenadas densamente humanistas y cooperativas (Humberto Maturana: “los seres humanos somos seres adictos al amor, y dependemos para la armonía biológica de nuestro vivir de la cooperación y la sensualidad, no de la competencia y la lucha” (171)), de izquierda crítica y autocrítica (y con mucha arista ecosocialista), de uno de nuestros grandes (más que) economistas, un autor con manifiesta y demostrada vocación político-didáctica que no necesita presentación (Recuerdo sus tres últimos libros: La renta básica (2019), Econofakes (2021) y Más dificil todavía (2023)).
Forman Para que haya futuro la introducción, seis capítulos, el epílogo (“Diez tareas prioritarias y una inaplazable”), un resumen y las conclusiones, agradecimientos y bibliografía.

Los seis capítulos:
1. “No es lo que parece: la otra cara del capitalismo”.
2. “¿Cómo se ha llegado hasta aquí?”
3. “La legitimación del capitalismo contemporáneo: del consenso a la posverdad”.
4. “¿A qué podemos aspirar?”
5. “¿Qué se necesita para cambiar el mundo?”
6. “¿Qué ofrecer, cómo actuar y qué ser?”

Cada capítulo se subdivide en apartados, generalmente breves, todos ellos sustantivos, de temática económica (“Progreso extraordinario, para gran parte inalcanzable”, “Concentración de la riqueza y monopolio del poder”), política (“Muchas democracias, poco poder de los pueblos”, “El vaciamiento de la democracia representativa”), científica (“Lo que dice la ciencia sobre la evolución humana y los cambios sociales”, “Miembros de una misma especie”), filosófica (“El Homo neoliberalus”, “La tecnología puede rehumanizar al ser humano”, “Cuidarse y cuidar: ser humanos”), gnoseológica (“Pensar críticamente y desvelar”, “La información más abundante, con más mentira y confusión”, “Hay espacios de complejidad más gobernables que otros”) y programática (“Dar prioridad a lo prioritario”, “Crear sociedad, dialogar e influirse mutuamente”).

Para seminarios que tomen Para que haya futuro como base: un apartado por sesión. Mucho se aprenderá, muchas teclas podrán afinarse.

Las diez tareas prioritarias y una inaplazable (el apartado se abre con unos hermosísimos versos de Ángel González: “Pero el futuro es otra cosa, pienso:/ tiempo de verbo en marcha, acción, combate,…”):

1. Prepararse frente a una previsible sucesión de tensiones y catástrofes.

2. Educar, denunciar y difundir con autonomía.

3. Forjar consensos progresistas.

4. Poner en marcha otra economía y generar riqueza dando ejemplo.

5. Aflorar más y mejor democracia en todos los rincones de la sociedad.

6. Crear espacios de encuentro y convivencia.

7. Organizarse desde abajo para influir arriba.

8. Prepararse para administrar y gobernar.

9. Reforzar el Estado y recobrar soberanía nacional.

10. Reivindicar la paz y practicar la no violencia coherente. Lo inaplazable (con nítida arista ecologista): frenar el cambio climático de la única forma en que puede frenarse.

No les adelanto nada, pero los títulos citados dan muchas (y buenas) pistas de los contenidos.

Una de las tesis de mayor alcance, una de las convicciones profundas del autor: para JTL, el éxito del neoliberalismo no se debió simplemente a que además de favorecer un universo financiero extraordinariamente rentable, fuera capaz de reforzar al máximo los mercados, sino porque “se intervino también en las relaciones sociales, en los modos de vida y convivencia que conforman diferentes formas de socialización. Y también en las instituciones y sistemas de mediación social para generar nuevos valores, preferencias, creencias, visiones del mundo y aspiraciones” (161). Se creó un nuevo tipo social, que JTL llama el Homo neoliberalus, un ser humano que “hace suyo, desea, reclama, aspira y da por bueno aquello que lo está desposeyendo”.

Otra importante idea-fuerza que se nutre del esperancismo que corre (para bien) por las venas y arterias de JTL: “¿Existe la posibilidad de encontrar algún punto en común de toda la especie a la hora de organizar la vida social y satisfacer las necesidades, con independencia de la diversidad que reflejan la multitud de culturas, creencias o preferencias que la conforman?” (188). ¿Hay unos principios de acción generalizables? Los hay en su opinión y nos da cuenta de ellos con un hermosísimo relato mitológico que toma a las tres hijas -Eirene, Diké y Eunomia- de Zeus y Themis como protagonistas: paz, justicia y mesura (lo opuesto a la hybris, a la desmesura, de la que hace muchos años también nos habló Manuel Sacristán).

Un breve apunte sobre algunas de las críticas vertidas por el autor a las izquierdas:

La izquierda ha creído que los sujetos que cambian la historia son los colectivos, los grupos o clases sociales a los que el individuo se incorpora anónimamente y ha considerado que el individuo es como un simple contenido, “un elemento o componente pasivo de los grupos y que son estos los que generan relaciones sociales y actúan como motor y sujeto de la transformación social” (169). Para JTL, al actuar sin considerar que el ser humano en singular es el centro de la historia, “las izquierdas no se han visto en la obligación de mirarlo a los ojos como ser concreto, ni de dialogar de tú a tú con él para producir la acción que, a partir de ahí y a través de la interrelación, se convierta, ahora sí, en acción colectiva” (170).

Para cambiar el mundo hay que revertir la desnaturalización del ser humano que ha generado el neoliberalismo al anular su ser social. Pero, esa es la posición humanista de izquierdas de JTL, “no se puede hacer diluyendo su personalidad, sino reforzándola, como lo que es en realidad, un ser singular, efectivamente, pero al mismo tiempo social” (171). Hay que lograr, esa es la tarea de la hora, que la diversidad y la singularidad de cada ser humano se conviertan en una fuerza social que lo sitúe “en una especie de estadio superior sin perder su peculiaridad”. Para cambiar este estado de cosas, insiste JTL, “hay que comenzar por incrementar la sociabilidad para regenerar al ser humano como especie y devolverle su carácter social original y auténtico” (171). Es preciso humanizarlo, concluye nuestro economista-filósofo.

Para futuras reediciones: incluir un índice onomástico y conceptual, corregir la portada (el subtítulo debajo del título, no arriba), y ahondar algo más, si es posible, en temas de política internacional.