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viernes, 24 de marzo de 2023

Mienten: el sistema bancario no es sólido. Los bancos están quebrados y bajo una regulación defectuosa

Las autoridades de Estados Unidos y Europa no paran de repetir en los últimos días que el sistema bancario es sólido y que no hay que preocuparse porque están preparadas para evitar que pueda tener problemas.

Es mentira.
Los bancos de todo el mundo están quebrados por definición. Es materialmente imposible que puedan devolver a sus clientes el dinero que estos tienen depositado en sus cuentas por la sencilla razón de que no lo tienen. Si los bancos no caen es porque consiguen hacer creer a sus clientes que pueden tener confianza en ellos y no ir rápidamente a retirar su dinero. Cuando la pierden, como ha pasado últimamente con varios bancos de Estados Unidos o con el Credit Suisse, enseguida se vienen abajo.

Pero ni siquiera eso es lo peor.
Como añadidura, las inversiones que los bancos llevan a cabo con el dinero de sus clientes son cada día más arriesgadas. Lo colocan (sin informarles, en la inmensa mayoría de las ocasiones) en negocios puramente especulativos y, una buena parte de ellos, incluso en la sombra; es decir, al margen de todo tipo de control. Tanto, que ni siquiera los incluyen en sus balances, tal y como reconoció el Banco Internacional de Pagos en un informe reciente en el que señalaba que los bancos tienen deuda oculta por valor diez veces mayor que el de su capital.

En concreto, la banca internacional realiza la mayor parte de su inversión en los llamados derivados. Dicho de la manera más sencilla y clara, estos son simplemente unos productos financieros concebidos para apostar tomando préstamos porque, efectivamente, el sistema financiero se ha convertido en un inmenso casino, tal y como lo definió el premio de Economía del Banco de Suecia Maurice Allais.

Aunque es muy difícil saber exactamente la cifra de ese negocio, pues la mayoría de los intercambios se realiza de forma privada, las estimaciones van desde los 600 billones (millones de millones) de dólares del Banco Internacional de Pagos, hasta los 1.000 billones. Esta es la auténtica bomba de relojería sobre la que está sentada la banca internacional. La que aún no ha explotado pero que explotará irremisiblemente y con consecuencias difíciles de imaginar si los gobiernos y bancos centrales siguen permitiendo ese negocio, como hasta ahora.

Supuestamente, quienes operan con derivados lo hacen para defenderse ante el cambio en algún tipo de circunstancia (tipo de interés, prima de riesgo, quiebra, incumplimiento de pago…). La realidad, sin embargo, es que se utilizan para especular, aprovechando los cambios en esas mismas circunstancias que los grandes operadores pueden provocar a su conveniencia. Y eso es lo que puede dar lugar a gravísimos problemas si el riesgo inherente a esas operaciones se desajusta en algún momento y perjudica al mismo tiempo a varios operadores. Algo que ocurrirá antes o después necesariamente, por ley de los grandes números y por la naturaleza intrínseca del negocio: si alguien pide prestado para comprar un seguro (un derivado) por el cual cobrará si arde la casa de su vecino y, puesto que la casa no es suya, le interesa que arda cuanto antes para cobrarlo. Y de ahí a que sea él mismo quien la incendie puede haber muy poca distancia.

Todos los bancos del mundo están involucrados en este tipo de operaciones (por no hablar del tráfico de armas o de personas o del lavado de dinero que para ellos es peccata minuta o calderilla) y eso quiere decir que unos alimentan constantemente el riesgo que afecta a los demás. Antes o después, cuando se vea afectado uno de los grandes bancos, el sistema comenzará a arder en mucha mayor medida en que ya lo hizo en 2007-2008. Créanme, lo que han visto hasta ahora no es nada en relación con lo que, antes o después, va a producirse.

El riesgo diario de crisis bancaria tiene también que ver con la naturaleza del negocio bancario.

La gente cree que los bancos ganan dinero aceptando depósitos de sus clientes, pero eso no es así. El negocio de la banca es dar préstamos y la clave está en que eso puede hacerlo sin disponer de recursos previos: el dinero que prestan a sus clientes lo crean de la nada, mediante simples anotaciones contables.

Es verdad que los bancos centrales les obligan a mantener en sus cajas una parte de los depósitos o del capital, pero es un porcentaje no mayor del 1% en Europa, es decir, insignificante. Y, además, pueden disponer de él una vez que ya han dado los préstamos, simplemente pidiendo prestado a los bancos centrales.

Ese privilegio es el que hace que la economía mundial descanse (si es que se puede utilizar esta palabra en este caso) sobre otra bomba: la de la deuda.

¿Qué banco va a renunciar a hacer negocio haciendo crecer la deuda si puede obtener el dinero para ganar dinero con ella sin coste alguno?

La consecuencia es doble. Una, que los bancos influyen para que las políticas económicas frenen la generación de ingreso y obliguen a gobiernos, empresas y hogares a endeudarse sin parar, lo cual frena la economía y hace que siempre vaya a trompicones. Otra, que la deuda, gracias al tipo de interés compuesto, crece exponencialmente (una deuda al 4% se duplica en 18 años y al 7% en 10), mientras que la economía normal, la productiva, no puede crecer así, sino más lentamente y con altos y bajos. Eso produce algo que sabemos desde los códigos babilónicos: periódicamente las deudas estallan, es imposible pagarlas y todo se viene abajo, salvo que se anulen por completo.

Y, para terminar, hay un último problema. 
Funcionando sobre estas bases que acabo de señalar, los bancos se han convertido en el principal factor de perturbación y crisis de las economías modernas. Las autoridades lo saben perfectamente y tratan de establecer controles y normas que impidan que se salgan de madre cada dos por tres a base de inversiones arriesgadas, deuda incontrolable o sencillamente de estafas, como las que provocaron la crisis de 2007. Pero los bancos son las instituciones más poderosas del planeta y no se dejan atar fácilmente.

En Estados Unidos son copropietarios de la Reserva Federal, es decir, participan en la toma de las decisiones, de modo que pueden evitar fácilmente que se adopten las que no les conviene o reducen sus beneficios. En Europa, el Banco Central Europeo está dirigido por exdirectivos de los grandes bancos y quienes no lo han sido saben que pueden terminar en ellos una vez que concluyan allí su actividad (véanse los consejos de administración privados en donde han acabado los antiguos gobernadores del Banco de España, sin ir más lejos).

Sirva un solo ejemplo de lo que digo: para evitar que la quiebra de hecho de los bancos se refleje claramente, se les permite que valoren sus activos, en sus balances o a la hora de pedir préstamos o ayudas, a los precios que más les convengan y no a los actuales, los de mercado. Una práctica fraudulenta que obviamente no se permitiría a ninguna empresa o persona individual.

Gracias al poder que tiene, la banca actúa sabiendo que cualquiera que sea su mala práctica recibirá la ayuda necesaria cuando, por su causa, se encuentre en dificultades. Ayuda que, naturalmente, se le da siempre a cuenta del resto de contribuyentes.

Y el poder absoluto del que goza le permite, además, poner a su disposición a las auditoras, medios de comunicación, políticos y académicos en todo el mundo con el único fin de tapar su praxis peligrosa y fraudulenta y el riesgo que constantemente genera al resto de la economía.

No exagero: la auditora KPMG dio su visto bueno a las cuentas de los bancos Silicon Valley Bank y Signature solo dos semanas antes de su caída; la revista Forbes acababa de incluir a Silicon Valley entre los mejores bancos del planeta, y los más grandes del mundo (Deutsche Bank, HSBC, Santander, Citibank…) han sido condenados y multados en numerosas ocasiones (eso sí, con cantidades irrisorias) por lavado de dinero, fraude fiscal, fraudes bancarios, obstrucción a la justicia, mal asesoramiento a sus clientes, manipulación de tipos de interés… o han sido considerados responsables de la crisis de 2007-2008, sin que nada les haya pasado después.

Las reformas legales que se debían haber puesto en marcha después de esa última crisis y que las autoridades anunciaron a bombo y platillo o no se han aplicado o se han aplicado con alcance muy insuficiente. Los bancos pueden más que los gobiernos y les obligan a dejarlos actuar bajo una regulación defectuosa, porque les permite actuar como he explicado. Sabemos que, hasta ahora, los han dejado actuar prácticamente a sus anchas. La incógnita es si, cuando todo estalle, van a disponer de agua suficiente para aplacar el incendio. Lagarde dijo ayer que sí pero sabe perfectamente que si la crisis proviene de los derivados será materialmente imposible apagar el fuego.

Sólo los ingenuos y mal informados pueden creerse lo que nos están diciendo los irresponsables dirigentes de los gobiernos y bancos centrales: el sistema bancario no es sólido sino una bomba que va a explotar, lo malo de la crisis bancaria está por llegar, es inevitable si persisten en las medidas que están tomando y, como explico en mi último libro Más difícil todavía, lo malo es que no solo será bancaria sino que afectará a todas las empresas y al conjunto de la economía.

Infórmense bien, lean, descubran las numerosas alternativas que los economistas críticos ofrecen para que el sistema bancario sea estable, seguro y accesible, y no dejen que les quiten su dinero delante de sus narices.

Juan Torres López.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Qué ocurre con la banca mundial y cuán preocupante es la situación

Grandes corporaciones financieras en aprietos, bancos centrales que acuden al rescate y alta volatilidad en la bolsa. ¿Te suena de algo?

La situación actual ha llevado a muchos a preguntarse si estamos en el comienzo de una crisis como la desatada en 2008.

Las autoridades políticas y los bancos centrales de Estados Unidos y Europa aseguran que el sistema financiero es sólido y estable.

Sin embargo, en los últimos días hemos visto ráfagas de euforia y pánico entre los inversores que han hecho fluctuar agresivamente las acciones -sobre todo las del sector bancario- en las principales bolsas de valores del mundo.

Entonces, ¿cuán grave es la situación? Y, ¿cómo te puede afectar?

Qué ocurre con los bancos
Con el aval del gobierno suizo, UBS absorbió a Credit Suisse el domingo.

Ambas son grandes corporaciones bancarias con operaciones de inversión en todo el mundo.

UBS compró Credit Suisse por US$3.200 millones de dólares en acciones, menos de un 40% de su valor al cierre del viernes.

La banca suiza es conocida por su estabilidad financiera, por lo que el desplome de Credit Suisse y su matrimonio forzoso con UBS ha causado conmoción dentro y fuera del país europeo.

Más aún después de que dos bancos estadounidenses se hundieran días antes: Silicon Valley Bank (SVB) y Signature Bank, ambos especializados en el sector tecnológico.

Y, si bien se trata de las mayores quiebras bancarias en EE.UU. desde 2008, ninguno de los dos se acercaba al tamaño de Credit Suisse, uno de los 30 mayores bancos del mundo.

Aunque no han colapsado más entidades aparte de las mencionadas, se encendieron las señales de alerta en los bancos centrales.

Estos anunciaron nuevas medidas para aportarliquidez adicional que garantice el normal funcionamiento de las transacciones financieras.

Solo habían hecho esto dos veces en lo que llevamos de siglo: en la crisis financiera de 2008 y al comienzo de la pandemia.

Su objetivo es reforzar la confianza de la gente y asegurarse de que los bancos aún puedan otorgar préstamos y pagar a los clientes que deseen retirar su dinero.

¿Por qué sucede esto ahora?
Los problemas de Credit Suisse vienen de largo, desde errores en la gestión de riesgos durante años hasta escándalos -como el lavado de dinero- y unas pronunciadas pérdidas el año pasado que dilapidaron los beneficios acumulados en ejercicios anteriores.

Pero la semana pasada fue crucial: el banco se vio involucrado en una repentina espiral descendente pese a la línea de emergencia de US$50.000 millones que le aportó el Banco Nacional de Suiza, y sus clientes comenzaron a transferir sus fondos a otros bancos.

Los dos bancos estadounidenses, por su parte, tenían problemas diferentes.

El desplome de SVB el pasado 9 de marzo dio inicio a la crisis.

Paradójicamente, el activo que ha causado graves problemas a SVB es uno de los considerados más seguros.

Aprovechando los años de bajos tipos de interés, la entidad había comprado masivamente bonos del tesoro de Estados Unidos.

La abrupta subida del precio del dinero decretada en los últimos meses por la Reserva Federal (Fed, el banco central estadounidense) redujo el valor de los bonos.

Y el banco, obligado a adquirir liquidez para garantizar las retiradas de dinero de sus clientes -sobre todo empresas tecnológicas afectadas por la crisis del sector tras la burbuja de 2021-, tuvo que vender buena parte de sus bonos a pérdida y antes de su fecha de vencimiento.

Signature Bank, por su parte, se vio afectado por las recientes caídas en el valor de las criptomonedas.

Los dos bancos estadounidenses descubrieron que sus balances no eran lo suficientemente sólidos para hacer frente a una retirada masiva de depósitos por parte de sus clientes.

Pero hay un factor común que afecta a las tres entidades -incluido Credit Suisse- y al sector bancario en general: el fuerte aumento de los tipos de interés.

En solo un año los tipos de interés en EE.UU. han aumentado del 0,25% al 4,75% actual.

Los bancos centrales de todo el mundo han elevado el precio del dinero para tratar de reducir la imparable inflación, que aumentó a sus mayores niveles en décadas con cifras de doble dígito en muchos países.

Tras años de tipos de interés bajos, este aumento ha provocado todo un shock.

Los bancos que poseen bonos del gobierno -cuyo precio baja cuando suben las tasas de interés- de repente han descubierto que sus activos valen menos.

La subida de tipos "ha golpeado el valor de incluso las inversiones seguras en las que los bancos guardan parte de su dinero. Eso ha asustado a los inversores y ha hecho caer los precios de las acciones de todos los bancos, afectando en mayor grado a los que se consideran más débiles", explicó Simon Jack, editor de finanzas de la BBC.

Las mayores corporaciones bancarias de Wall Street tuvieron que aportar liquidez para el rescate de otro banco especializado en el sector tecnológico, First Republic, con sede en San Francisco.

Y la Reserva Federal admitió que hubo un aumento en los préstamos de emergencia a los bancos de EE.UU. en general.

¿Es una crisis bancaria?
Los analistas coinciden en que hoy no existe el mismo problema que afectó a todo el sistema bancario en 2008.

En aquel momento, bancos de todo el mundo descubrieron repentinamente que estaban expuestos a inversiones fallidas en el mercado inmobiliario de EE.UU.

Eso condujo a enormes rescates gubernamentales, crisis financiera y una recesión económica mundial.

Desde entonces se han impuesto regulaciones para obligar a los bancos a poseer más liquidez y limitar su exposición al riesgo.

La mayoría de los expertos creen que los problemas actuales tendrán un impacto limitado.

"SVB no es Lehman y 2023 no es 2008. Probablemente no estamos viendo una crisis financiera sistémica", opinó en una columna esta semana el premio Nobel de Economía Paul Krugman, en referencia a la devastadora crisis financiera desatada tras la bancarrota del banco estadounidense Lehman Brothers hace 15 años.

Aún así, el mundo de la banca es extremadamente complejo y es difícil identificar las nuevas debilidades del sistema hasta que este se ponga bajo presión, como en la actual situación de elevados tipos de interés y altibajos en la confianza de los inversores.

Además, el nerviosismo sobre la salud de los bancos suele ser contagioso y, si los clientes comienzan a preocuparse por sus depósitos, pueden retirarlos en solo unos segundos en la página web o la aplicación de su banco.

Aun sin producirse el colapso total de la confianza que caracteriza a las crisis financieras, podríamos ver cómo los reguladores endurecen aún más las normas y los bancos se muestran menos dispuestos a prestar dinero.

Eso podría ralentizar la economía global en un momento especialmente delicado, en el que el aumento de los precios está causando una presión extra sobre el bolsillo de los consumidores.

¿Qué pasará con mi dinero?
Al menos en Estados Unidos y en Europa, los ciudadanos no deberían temer por sus ahorros.

Aún en el inusual escenario de que colapsara un banco o una sociedad de crédito hipotecario, existe la protección de depósitos.

El gobierno de EE.UU. garantiza la devolución de todos los depósitos bancarios de hasta US$250.000.

La protección de activos de este país cubre diversos productos, desde cuentas corrientes y de ahorro hasta tarjetas de prepago y certificados de depósito.

En los casos de SVB y Signature Bank, el gobierno de EE.UU. fue un paso más allá y garantizó los depósitos de los clientes en su totalidad, por encima del límite de US$250.000, si bien esto no garantiza que lo vuelva a hacer si cae otro banco en el futuro.

En la Unión Europea la protección de depósitos asciende hasta 100.000 euros (US$107.000) y en Reino Unido 85.000 libras (US$104.000).

Por otro lado, muchos analistas creen que la actual crisis podría tener otras implicaciones no tan negativas.

"Las consecuencias del nerviosismo en el mercado podrían suavizar el impacto del aumento del costo de la vida", indica Dharshini David, corresponsal de comercio mundial de la BBC.

David menciona, en específico, la reducción de los precios del petróleo y el gas que se ha observado durante la turbulencia de las últimas semanas y que aporta un ligero alivio a las billeteras de los consumidores.

viernes, 18 de febrero de 2022

_- El divorcio es duro. Así puedes ayudar a quien atraviesa uno.

_- Hay varias maneras de mostrar tu apoyo a los amigos que están pasando por una separación, desde grandes gestos hasta pequeños actos de amabilidad.


Enfrentarse a un divorcio, a veces, es una sorpresa
Mette Harrison, una novelista que también trabaja en el sector financiero, recibió una desagradable sorpresa en 2020 cuando su marido de 30 años le pidió el divorcio. Harrison, madre de seis hijos, calcula que, entre los que dejaron de hablarle y los que expresaron su opinión sobre la ruptura, también perdió a la mitad de sus amigos.

Según un estudio de 2013 dirigido por Rose McDermott, académica de la Universidad de Brown, si las personas de tu red social cercana se divorcian, el riesgo de que tu matrimonio termine aumenta de manera considerable. En parte, esto puede explicar por qué quienes se encuentran en crisis matrimoniales se ven abandonados por las personas más cercanas y queridas. Sin embargo, la desaparición de los seres queridos también puede deberse a que simplemente no saben cómo ayudar.

Además de la pérdida de su matrimonio, perder a los amigos fue casi demasiado, dice Harrison, que ahora tiene 51 años. No obstante, cuando los que se quedaron a su lado le ofrecieron ayuda, también quedó desconcertada. “No sabía qué necesitaba, ni siquiera cuando la gente me lo preguntaba”, aseguró.

Un cuestionario guía  ¿Crees
que debes divorciarte? Hazte estas 11 preguntas primero

La importante ayuda de los amigos y la familia
Una amiga le ofreció un lugar donde dormir hasta que pudiera encontrar un departamento; otro la guio gentilmente para que hiciera una evaluación honesta de su situación financiera. Una tercera persona le envió mensajes de texto todos los días durante un año, un simple intercambio que, según Harrison, la ayudó a calmar el pánico de los primeros meses. Su hermano mayor, Mark Ivie, estableció un pago mensual recurrente para la renta y la comida, además de una lista de artículos deseados en Amazon, que compartió con otros miembros de la familia.

“De ninguna manera lo habría logrado sin su ayuda”, comentó Harrison.

Los expertos dicen que hay muchas maneras de ayudar a quienes se ven afectados por la vergüenza, la conmoción y el pánico económico de una separación o un divorcio, desde grandes gestos hasta pequeños actos de amabilidad.

Escuchar… una y otra vez
Aunque a menudo se asume que quienes se encuentran en una separación inicial necesitan espacio, Ashley Mead, una psicoterapeuta que trabaja en Nueva York y que se especializa en divorcios, recomienda la conexión. No obstante, escuchar y atender esas situaciones requiere delicadeza.

“Los divorciados están perdiendo a la persona con la que más han estado conectados en toda su vida”, explicó Mead mediante un correo electrónico. “A menudo están desesperados y sienten una vergüenza increíble”.

“Preséntate”, agregó Mead, quien recomienda abstenerse de ofrecer consejos, sugerencias o cualquier frase que pueda expresar algo así como “te lo dije”. 

Si no sabes qué decir, intenta esto: “Sé que no puedo solucionarlo, pero estoy aquí para ayudarte”, aconsejó. “Tenemos una tendencia a querer arreglar las situaciones negativas que viven nuestros amigos, pero intentar animar a alguien a menudo lo que busca es calmar nuestra propia incomodidad y no ayuda a quienes necesitan aliviar las emociones difíciles”.

Erika Anne Englund, mediadora de divorcios que trabaja en Sacramento, California, dice que debemos “ser el tipo de oyente que ayuda a la gente a llegar a sus propias conclusiones: Asegúrate de que tu amigo tenga un lugar donde desahogarse, llorar, reír y pensar en voz alta”.

“No dejes de invitar a tus amigos divorciados a fiestas solo porque estén sin una pareja, y llámalos en época de festividades incluso años después de que el divorcio haya terminado”, dijo Englund.

Cuando Amy Armstrong, terapeuta familiar en Columbus, Ohio, pasó por su propio divorcio, encontrar amigos que pudieran escucharla sin convertir su historia en un drama —o en un chisme— fue un salvavidas. “Una persona que te apoya, que te ayuda a visualizarte en un próximo capítulo alegre, no alguien que te insta a quejarte o a quedarte en actitud de víctima”, dijo.

Stéphane Jutras, que vive en Canadá y presenta el podcast Divorced Dad Diaries, se divorció en 2018. Cuando habló del tema con sus amigos, notó que se volvieron más cercanos y se abrieron a temas de la relación que antes habían mantenido guardados. “A medida que les hacía confidencias, se sentían seguros para hablar de sus problemas matrimoniales”, dijo Jutras.

Un Equipo de apoyo
A la hora de buscar un equipo de apoyo, Susan Pease Gadoua, terapeuta del condado de Sonoma, California, que también dirige grupos de apoyo para divorciados, recomienda recurrir a personas que no tengan miedo a los sentimientos fuertes o al tiempo que pueda llevar procesarlos. “La gente tiene un ancho de banda de dos a cuatro meses para lidiar con el dolor ajeno, pero recuperarse del divorcio en menos de seis meses se considera muy pronto”, aseguró.

Para aquellos que cuestionan sus habilidades de conversación, ser un buen oyente no requiere charlar sin parar. Ver una película juntos puede ser muy reconfortante, al igual que hablar mientras caminan. “No hables mal de nadie, no trates de animar demasiado ni intentes resolver problemas”, señaló Abby Medcalf, psicóloga en Berkeley, California, y fundadora del podcast Relationships Made Easy.

“Conéctate con el sentimiento, no con la situación”, comentó Medcalf. “Pregunta, ¿Qué es lo que te pone más triste, más enojado, más temeroso?”.

“Entonces, escucha bien, con toda tu atención”, agregó.

Ofrecer ayuda, o simplemente validar
El divorcio a menudo significa que conducir un auto compartido, pagar las cuentas y muchos otros requisitos de la vida diaria ahora recaen sobre una sola persona, no sobre dos.

“El divorcio es una gran transformación en la vida. Ayudar con detalles puede tener un impacto duradero”, opinó Mandy Walker, asesora de divorcios y mediadora en Boulder, Colorado.

¿Estás buscando formas creativas de ofrecer apoyo? Considera qué habilidades sociales podrías tener. ¿Puedes cuidar niños una noche a la semana? ¿Puedes editar un currículum? ¿Sabes algo sobre reparación de automóviles? ¿Eres habilidoso? Si no puedes ofrecer tus propias habilidades, quizá sea útil crear una lista de personas que sabes que pueden ayudar.

Los sentimientos de dolor y pérdida después de una separación o divorcio son parte normal del proceso de curación. Hay una línea de tiempo para la recuperación del divorcio, comentó Medcalf, y hacer un seguimiento de los cambios graduales en los sentimientos puede ser útil si un amigo o familiar divorciado está demasiado angustiado como para ver que mejora. “Lo más generoso que puedes hacer es dejar de lado tu propio miedo a los sentimientos fuertes y alejar poco a poco a las personas de la desesperación”, señaló.

Cuando Shawna Hein, de 37 años, finalizó su divorcio en 2020, dijo que los amigos que no impusieron sus sentimientos sobre la situación fueron sus salvadores. “Me encantó cuando le dije a la gente que me estaba divorciando y dijeron: ‘Genial’”, dijo Hein, una diseñadora principal de Ad Hoc que vive en Nevada City, California. “Para mí eso fue un reconocimiento de que estaba siendo valiente y de que la vida iba a mejorar”.

Pease dijo que “la terminología en torno al divorcio gira en torno al fracaso, pero a veces es una victoria que puede ayudar a la gente a hacer el cambio necesario. Permitir las emociones negativas a lo largo del viaje allana el camino para las emociones positivas en el futuro”.

El dinero puede ayudar, más de lo que piensas
El impacto económico de casi todos los divorcios golpea fuerte; los estudios muestran que los ingresos muchas veces decrecen, sobre todo para las mujeres. Los detalles sobre la manutención del cónyuge y de los hijos tardan meses y a veces años en resolverse. Incluso si se otorga, no hay garantía de que se tendrán esos pagos. Según un informe del censo de Estados Unidos de 2018, menos de la mitad de los padres con custodia a los que se les debe manutención infantil reciben lo que se les otorga, y hay pocos recursos para la mayoría en estas situaciones.

Sydney Petite se divorció en julio de 2018 con tres hijos, entre ellos mellizos de 3 meses. Ahora es la única progenitora con la custodia, se le concedió que su exmarido le pagara la manutención, pero no recibió ningún pago durante casi tres años.

“Aprendí —de forma torpe y rápida— a pedir ayuda”, afirmó Petite, de 30 años, que dirige una empresa de relaciones públicas en Mobile, Alabama. Una amiga le prestó dinero para contratar a un abogado, un colegio privado le ofreció la colegiatura gratuita de su hijo mayor y una niñera que había contratado para ayudar con los niños aplazó el pago hasta que Petite se recuperó económicamente. Desde que se divorció, la ex ama de casa pagó todos sus préstamos. “Hoy en día, estoy donde estoy gracias a un apoyo inesperado”, concluyó.

​​Otras vías de apoyo pueden ser reunir a los amigos para pagar unas horas de un abogado u organizar el reparto de comidas. “Puede llevar años volver a una situación financiera estable”, dijo Alex Beattie, cofundadora de Divide and Thrive, una herramienta financiera descargable para ayudar con el divorcio. “Llevar unas comidas o unas entradas de cine puede aligerar el ánimo de alguien sin que cueste mucho”.

https://www.nytimes.com/es/2022/02/05/espanol/ayuda-divorcio.html

Preguntas antes del matrimonio.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Hacia una crisis de misiles nucleares en Europa.

Mientras se incuban los mayores peligros militares, nos arrullan con los desmanes de Putin

“Cuando le señalan la Luna, el necio mira el dedo", reza la conocida máxima atribuida a Confucio. Su contenido es muy simple: ajenos a lo crucial, nos centramos en tonterías. Y lo crucial es el enorme peligro de repetir en Europa algo parecido a una “crisis de los misiles de Caribe” de 1962, ahora con Ucrania en el centro.

Desde hace años la potencia militar más fuerte y agresiva del mundo, Estados Unidos, está rodeando militarmente a Rusia y a China. Como esos dos países son grandes potencias nucleares de vocación imperial, los peligros de la operación son obvios para cualquiera con sentido común. No lo hay en Bruselas, ni en las mentes de nuestros disciplinados políticos, expertos y periodistas “atlantistas”.

Una buena muestra es la respuesta del redomado irresponsable secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a los tímidos coqueteos de algunos socialdemócratas alemanes de que convendría acabar con la presencia de las armas nucleares de Estados Unidos en suelo alemán: “Por supuesto, Alemania puede decidir si deja de albergar armas nucleares, pero la alternativa es que acabaríamos teniéndolas en otros países de Europa, más al este de Alemania”.

Utilizando una “lógica poscolonial” y reclamando su “esfera de interés vital”, Rusia se considera “legitimada para controlar esa área y los países postsoviéticos europeos que no pueden elegir otro destino” ni “emanciparse de la condición geopolítica que les impone Moscú”, señala Carmen Claudín, analista del CIDOB. “No puede haber un Yalta.2”, dice el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. “Es la propia política del Kremlin la que ha antagonizado a sus vecinos postsoviéticos, multiplicando los sentimientos antirrusos”, sentencia Claudín. Pero esta última verdad cambia poco lo esencial.

Negando el “derecho” de Rusia a oponerse a la ampliación de una alianza militar hostil junto a sus fronteras, Washington y sus defensores atlantistas europeos, ignoran doscientos años de la propia historia de Estados Unidos, reclamando e imponiendo su esfera de influencia en el hemisferio occidental. Claro que Ucrania, o Georgia, tienen derecho a pedir su ingreso en la OTAN y el estacionamiento de bases y armas en su territorio. En 1962, también la República de Cuba tenía derecho a reclamar el estacionamiento de misiles soviéticos a 170 kilómetros de territorio estadounidense. Washington se había ganado a pulso el “sentimiento antiamericano” de todo el subcontinente con sus invasiones, golpes de estado e implacable dominio del que Cuba había conseguido liberarse. Y por supuesto, también la URSS, amenazada por misiles nucleares estacionados en Turquía, tenía derecho a estacionarlos en Cuba. Pero es que en aquel caso, como en el actual, no era una cuestión de derechos, sino de medir las consecuencias. Como ahora la situación en Europa, la crisis de los misiles de Cuba fue extremadamente peligrosa. Estados Unidos advirtió que el asunto era casus belli: llevando hasta el extremo aquellos derechos, se habría destruido el planeta. Como dice con raro buen sentido Jack Matlock, ex embajador de Estados Unidos en Moscú, “como nuestro Congreso nunca aprobó una ley de la gravedad, ¿podemos ignorarla?”.

Ante esta situación, los políticos, expertos y periodistas “atlantistas” europeos, prefieren mirar el dedo: la “agresividad” de Putin y los nefastos abusos, fechorías y crímenes del régimen ruso. No son tonterías para los rusos que algún día deberán resolverlas, pero sí lo son para nosotros, en la situación concreta y actual que nos afecta.

Es obvio que existe una relación entre la política exterior rusa y la política interior del régimen ruso. La amenaza exterior tiene una gran funcionalidad para acallar a la oposición como “agente extranjero”, incluida la barbaridad cometida con la sociedad “Memorial”, por ejemplo. Pero es que, ¿acaso esa relación solo existe en Rusia? En Estados Unidos observamos incluso una relación aún más decisiva entre la economía, el dictado del complejo militar industrial sobre las decisiones del Congreso, y la política exterior de guerra eterna. Los misiles contra Sudan intentaron resolver el “caso Lewinski”, la leyenda de la intervención rusa en las elecciones de Estados Unidos ha sido arma en la pelea interna que divide al establishment norteamericano en un ambiente de manifiesto macartismo. Los atentados del 11 de septiembre neoyorquino se usaron para desencadenar una nueva catástrofe alrededor de los recursos de Irak… No solo hay disidentes, y tortura, en China y Rusia, ahí están Guantánamo y Assange, y también hay “agentes extranjeros” entre nosotros.

Bajo cada video que el canal ruso de televisión RT sube en YouTube, aparece el mensaje: “RT está financiada, total o parcialmente por la administración pública rusa”. “Medio controlado por el estado de Rusia”, reza el mensaje que sale en la página de RT en Instagram, propiedad de Facebook y que podría aplicarse exactamente igual a la Deutsche Welle, Voice of America, BBC, etc., etc. La versión alemana de RT, el único canal en el que los críticos de la ampliación de la OTAN podían expresarse y que cuestionaba la versión atlantista de la “revolución ucraniana” de 2014, los claroscuros del caso Skripal o los dudosos ataques con gas venenoso atribuidos a el Assad en Siria, ha resultado ser demasiado efectiva (quinto puesto en el ámbito “noticias” y “política” entre los canales vistos en Alemania) y se le ha negado la licencia de emisión, con lo que se limita a la transmisión por satélite. En septiembre el canal de video de RT-Alemania, que tenía más de 600.000 abonados y registraba más de 547 millones de consultas, fue borrado de YouTube. Mientras en Occidente, las democracias de baja intensidad no cesan de perder sustancia, los monopolios digitales de Estados Unidos, directamente sometidos al Big Brother de la NSA y otros servicios, como demostró Snowden, nos protegen así ante la propaganda rusa con el paternal mensaje: “Esta no es la propaganda que deberías consumir, consume la buena: CNN/ BBC/MSNBC, etc.” y nuestros periodistas y expertos nos arrullan mirando el dedo de los desmanes de Putin.

Tras ser ignorada durante décadas, Rusia ha presentado propuestas de acuerdos bilaterales con garantías de seguridad firmes, lejos de las promesas que no se cumplieron a lo largo de los últimos treinta años. Garantías de que Ucrania no ingresará en la OTAN, y que no se colocarán armas contra ella en su entorno inmediato.

“Esperamos conversaciones constructivas con un resultado final claro en los términos que garanticen una seguridad igual para todos” “Han llegado hasta el umbral de nuestra casa. ¿Creen que somos tan ilusos como para ignorar las amenazas planteadas a Rusia?. Ese es el problema: simplemente ya no tenemos terreno para retroceder”, ha dicho.

El sujeto de su reclamación no es la Unión Europea, ni la OTAN, sino que se ha dirigido directamente a quien manda en este asunto: Estados Unidos. Quiere acuerdos bilaterales con Washingtion y en segundo término con Berlín y París. El 21 de diciembre, el presidente ruso habló con el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, y con el presidente francés, Emmanuel Macron. La apuesta de Rusia es enérgica. Entre el 10 y el 13 de enero tendrán lugar las conversaciones, ¿qué pasará si no llegan a buen puerto?

Ante el Colegio del Ministerio Ruso de Defensa, una audiencia de generalotes, Putin dijo a finales de diciembre que si las conversaciones no logran resultados, Rusia adoptará “medidas militares apropiadas” de respuesta. Nuestros papagayos se preguntan por el contenido de tales “medidas”y han lanzado la voz de alerta ante la fantasmagórica “invasión de Ucrania”, un escenario fuera de toda realidad. La respuesta del Kremlin será otra: el despliegue de misiles nucleares tácticos en Bielorrusia y Kaliningrado. Con su estupidez, la Unión Europea regresa al continente a los principios de los ochenta, la crisis de los euromisiles. La unilateral retirada de Estados Unidos del acuerdo INF ha hecho posible esta locura.

No habrá seguridad europea que no sea común e integre los intereses de todos los países europeos, no la habrá sin Rusia, y desde luego no la habrá contra Rusia. Pese a los esfuerzos de nuestros políticos, expertos y periodistas.

Rafael Poch de Feliu

[Fuente: Ctxt]

jueves, 8 de julio de 2021

_- Europa pierde el norte y los responsables tienen nombre y apellidos

_- El anuncio de un nuevo paquete de inversiones en Estados Unidos por valor de 1,8 billones dólares y el de la posibilidad de que su gobierno suspenda temporalmente las patentes de las vacunas contra el coronavirus vuelve a mostrar que Europa ha perdido el norte y que se queda definitivamente atrás.

El nuevo plan que se acaba de anunciar, un mes después de otro de 2 billones de dólares dedicados a infraestructuras, se dedicará ahora a desarrollar el cuidado infantil de alta calidad permitiendo que las familias paguen solo una cantidad en función de sus ingresos, a financiar bajas médicas remuneradas, establecer la pre-escolaridad universal y gratuita y a satisfacer necesidades alimentarias de niños de bajo ingreso, entre otros objetivos de política familiar. Una nueva inyección de gasto que se sumaría a los 4,3 billones de dólares que se llevan ya desembolsados entre acciones legislativas (3,8 billones) y administrativas (0,5) de los 6,8 billones comprometidos y a los 2,9 billones (de los 6 comprometidos) de la Reserva Federal (https://www.covidmoneytracker.org/). Y ni siquiera se puede pensar que se haya acabado el estímulo si se tiene en cuenta que, según David M. Cutler y Lawrence H. Summers, el coste total de la pandemia en Estados Unidos sería de unos 16 billones de dólares (The COVID-19 Pandemic and the $16 Trillion Virus).

No hay comparación posible con lo que está haciendo la Unión Europea. Aquí nos hemos quedado atrás, no sólo en la cantidad de los estímulos aprobados frente a la crisis, sino también en la agilidad a la hora de ponerlos en práctica y en los principios que mueven la actuación de los responsables políticos, como muestra que la administración Biden se plantee suspender las patentes de vacunas cuando aquí los grandes partidos apuestan por todo lo contrario.

No se puede decir que Europa no haya adoptado medidas excepcionales porque sí que las ha tomado pero lo ha hecho con tal conservadurismo y lentitud que apenas han comenzado a ser efectivas. Y, lo que es peor, las ha diseñado y se dispone a ponerlas en marcha sin apartar la mirada del espejo retrovisor, es de decir, sin perder de vista el fundamentalismo presupuestario que tanto daño ha hecho en otras crisis, e incluso en los periodos de bonanza y crecimiento.

La Unión Europea ya fracasó en la anterior crisis de 2007-2008, cuando estableció medidas de ajuste y recortes depresivas en medio de la recesión, provocando torpemente una segunda recaída de la actividad y el empleo y el descontrol de la deuda, y no parece que sus responsables hayan aprendido nada de aquello, a pesar de tantos análisis como han demostrado que se actuó sin base científica, influido por sesgos ideológicos e interpretando mal los datos que se tenían delante.

La pertinaz insistencia en el error que viene caracterizando a los responsables de la Unión Europea es el resultado de una percepción ideologizada de los problemas económicos al servicio de los grandes intereses económicos que ha consolidado unas instituciones que impiden o hacen muy difícil salir del bucle en el que se encuentran. Es como si, a base de tanto servilismo, la Unión Europea se hubiera inmunizado al revés: haciendo imposible que surjan los anticuerpos que permitan cambios de rumbo y ... seguir aquí,

https://juantorreslopez.com/europa-pierde-el-norte-y-los-responsables-tienen-nombre-y-apellidos/

sábado, 19 de junio de 2021

Covid-19 y desigualdad de género: diferencias con otras crisis

En los últimos años se han estudiado con gran número de datos y mucho rigor los efectos muy desiguales de las crisis y recesiones económicas sobre las mujeres y los hombres. Todas esas investigaciones, entre las que destacaría las realizadas en España por las profesoras Lina Gálvez y Paula Rodríguez, muestran conclusiones muy semejantes: se destruyen más empleos ocupados por hombres pero las mujeres pierden más ingreso, un gran número de ellas cae en la pobreza y, además, se ven afectadas por otras consecuencias negativas, desde la exclusión financiera a la intensificación en los horarios de trabajo doméstico, pasando por la violencia machista o el mayor número de problemas psicológicos o de salud en general. Unos peores efectos que se agravan a medida que las mujeres forman parte de clases sociales de menor ingreso o de grupos discriminados por razones de raza o nacionalidad.

La pandemia de la Covid-19 ha producido una nueva crisis que vuelve a tener esos efectos muy desiguales sobre mujeres y hombres aunque, en este caso, tiene diferencias relevantes respecto a las anteriores que es muy importante tomar en consideración para poder adoptar políticas que avancen hacia la igualdad y el bienestar de todos los seres humanos sin distinción.

Aunque todavía es pronto para saber con certeza si estos procesos diferentes a los que se han dado en otras crisis anteriores se van a consolidar o no, vale la pena comentarlos para poder tenerlos en cuenta desde el principio.

La primera diferencia es que la crisis provocada por la pandemia produce una mayor caída en el empleo femenino.

Hasta ahora, lo normal había sido lo contrario porque el empleo de los hombres ha estado y está vinculado en mayor medida a sectores de actividad más afectados por el ciclo (actividades industriales o construcción, por ejemplo). Por el contrario, el de las mujeres suele predominar en sectores menos cíclicos, a cuya actividad habían afectado menos las idas y venidas de economía.

Sin embargo, la crisis de la Covid-19 ha producido un efecto contrario por dos razones y las mujeres han tenido un 19% más de riesgo de perder el empleo que los hombres

En primer lugar, porque se ha reducido la actividad en un gran número de actividades de empleo «feminizado» (hostelería, turismo, pequeño comercio…), en la economía informal o el autoempleo, en donde predominan las mujeres. En segundo lugar, porque la progresiva incorporación de las mujeres a la actividad laboral durante los últimos años ha ido disminuyendo esa diferencia, dando lugar a que cada vez más empleos ocupados por mujeres sean de los que se ven más afectados por el ciclo, es decir, los que tradicionalmente ocupaban los hombres.

Esta mayor pérdida de empleos femeninos en la crisis actual puede tener efectos muy negativos si la actividad no se recupera pronto. Sabemos por otras crisis que el empleo y el ingreso perdido en las recesiones y, sobre todo, el de quienes lo pierden después de haber accedido por primera vez al mercado laboral, se recupera con mucha más dificultad que el perdido en etapas de expansión.

Una segunda diferencia de esta crisis respecto a otras anteriores, en relación con la desigualdad de género, es que en esta se ha incrementado en mucha mayor medida la demanda de trabajo doméstico no remunerado.

Esto es algo que casi siempre ocurre en las crisis, pues suelen venir acompañadas de menos gasto de mercado en cuidados o enseñanza infantil. Pero en la provocada por la pandemia se ha producido en mucha mayor medida por el cierre total o parcial de las escuelas y porque el distanciamiento o la enfermedad han hecho más difícil el recurso a las redes familiares.

Como es sabido, el patrón de reparto del trabajo doméstico en muy desigual, pues lo realizan las mujeres en mucha mayor medida (72% de media en el mundo). Y está claramente comprobado que en estos casos se intensifica su dedicación horaria, algo que de nuevo a vuelto a ocurrir en esta crisis, incluso cuando los hombres han estado también confinados o teletrabajando.

En concreto, se ha podido comprobar que la extensión del teletrabajo no ha producido efectos benefactores semejantes entre mujeres y hombres pues, además de esa intensificación de horarios, ha alterado la distribución del tiempo entre el trabajo y el ocio e incluso ha desempoderado a muchas mujeres en el espacio del hogar, al relegarlas a los lugares más incómodos a la hora de llevar a cabo su trabajo profesional.

Además, y para un gran número de mujeres, el tiempo de confinamiento total o parcial, de actividad limitada y cambio en el empleo o en los hábitos domésticos, puede haber supuesto un hándicap de efectos muy duraderos para sus carreras profesionales. Sobre todo, porque esas mismas condiciones han supuesto un empuje extraordinario para las personas (hombres en su gran mayoría y otras mujeres) que no han tenido que hacer frente a la pandemia con sobrecarga de trabajo. Están por ver los efectos a medio plazo de esta crisis sobre la carrera profesional o la salud de millones de mujeres.

Esas son diferencias con crisis anteriores que no cambian, sin embargo, lo fundamental: su daño sobre las mujeres es mayor que sobre los hombres y eso es, precisamente, lo que indica que promover la igualdad y diseñar las políticas contra la crisis con perspectiva de género es un requisito indispensable para hacerles frente con éxito desde el punto de vista económico y con más democracia, justicia y libertad.

Ahora bien, junto a estas diferencias negativas para las mujeres de la crisis provocada por la Covid, hay que considerar otras que podríamos decir que responden a procesos que sirven como fuerzas compensadoras o, incluso, me atrevería a decir que liberadoras y que es muy importante tener presentes para poderlos reforzar en la mayor medida de lo posible.

El primero de ellos es que cada vez más empresas y los responsables de las administraciones públicas empiezan a ser conscientes de las ventajas que lleva consigo la flexibilidad y la organización del trabajo que permiten una mejor combinación entre las tareas profesionales y las personales. Es cierto que no se trata, ni mucho menos, de una tendencia generalizada pero sí me parece un proceso ya en curso, que se abre paso con fuerza y que podría ser irreversible si se alienta e incentiva y si se dispone de la ayuda necesaria para consolidarlo con eficiencia y equidad. Algo muy importante para combatir la discriminación laboral y personal que sufren las mujeres.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que han sido mucho más hombres que mujeres (33% frente al 23% en España) los que han podido recurrir al teletrabajo y que muchos de ellos lo han hecho mientras que las mujeres mantenían el empleo presencial, es decir, teniendo que hacerse cargo del trabajo doméstico. Aunque aún no se dispone de evidencias suficientes, algunas investigaciones iniciales comienzan a mostrar que esto puede haber ayudado muy significativa y positivamente a cambiar las pautas de distribución del tiempo de trabajo no remunerado en el hogar, disminuyendo así la enorme brecha de corresponsabilidad que se da entre mujeres y hombres.

Es pronto para saber si eso va a abrir un proceso perdurable de cambio pero, ante esa incertidumbre, lo que hay que hacer es justamente ayudar a que se consolide esa tendencia, no solo con políticas económicas como las actuales, tendentes a asegurar el empleo remunerado femenino, sino también con otras más bien culturales que fomenten la conciencia, la necesidad de cooperación y el cambio de valores sociales.

Se ha comprobado, por ejemplo, que la incorporación de las mujeres a la actividad laboral en la segunda guerra mundial, en los empleos de todo tipo que dejaban vacantes los hombres que iban al frente, fue contingente, pues al acabar la guerra volvieron a «sus» tareas domésticas. Pero sabemos, sin embargo, que esa experiencia fue decisiva como impulso a medio y largo plazo de los cambios que llevaron a aumentar definitivamente la presencia de las mujeres en el empleo remunerado.

Se trata, pues, de una tendencia, ahora quizá solo naciente, pero cuyo brote inicial también hay que reforzar.

Una tercera diferencia positiva respecto a otras crisis es que, hasta ahora, lo normal era que, cuando las cosas se ponían feas, lo primero que se dejaba de lado eran las medidas de promoción de la igualdad. Lo vimos, sin ir más lejos, en la España de la crisis de 2008, cuando inmediatamente se dejó de aplicar la Ley de Igualdad que se había aprobado meses antes.

Ahora, sin embargo, se está produciendo un fenómeno contrario muy positivo. Precisamente como consecuencia de las demandas y luchas feministas de los últimos años, se ha conseguido que la preocupación por la desigualdad de género esté presente, casi sin excepción, en los programas de actuación que llevan a cabo los gobiernos frente a la pandemia.,

Tampoco se puede decir que se esté haciendo a la perfección, en la suficiente o deseada medida y con el éxito que debiera ser necesario para reducir todas las brechas existentes. Es cierto. Pero, si se compara con lo ocurrido en crisis anteriores en las que sencillamente se anulaban las pocas normas existentes, la cantidad de medidas de contención de la discriminación y de promoción de la igualdad que se están adoptando supone un cambio sin precedentes.

De entrada, me parece ya muy significativo y de una importancia extraordinaria que algunos organismos internacionales comiencen a elaborar rastreadores para hacer un seguimiento en tiempo real de las medidas con perspectiva de género que adoptan los gobiernos. Las cifras que proporciona el de Naciones Unidas, por ejemplo, indican que en esta crisis se está llegando mucho más lejos que nunca en estos campos (aquí). Hasta la fecha, de las 3.112 medidas gubernamentales adoptadas contra la pandemia en todo el mundo, 1.299 son sensibles al género, es decir, apoyan directamente la seguridad económica de las mujeres (287), protegen el cuidado no remunerado para evitar la discriminación (180) o abordan o combaten la violencia machista (832).

Vuelvo a decir que ni esto es aún suficiente ni algo plenamente generalizado (basta ver en ese mismo rastreador las enormes diferencias por países) pero es innegable que representa un cambio sustancial frente a lo que ocurría en crisis anteriores, cuando ni siquiera se contaba con esta preocupación.

Finalmente, no se puede olvidar algo fundamental: nunca antes en la historia se había vivido una crisis con un número tan elevado de mujeres (aunque todavía sea insuficiente) a cargo de las más altas responsabilidades en el gobierno o las empresas.

También es pronto para comprobar si su presencia ha sido o no decisiva para darle un giro a las políticas. Para lograr que la gestión de los problemas sociales o empresariales responda a principios distintos a los que imprimen los hombres que llevamos cientos o incluso miles de años imponiendo los valores de la espada frente a los femeninos del cáliz, por utilizar los términos del magnifico libro de Riane Eisler (El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales) que acaba de publicar la editorial Capitán Swing.

Lo que está claro, en todo caso, es que sigue siendo fundamental tener presente que la crisis afecta de modo desigual a mujeres y hombres, que es muy injusto tratar igual a los desiguales, y que es imprescindible tener en cuenta las diferencias con las anteriores crisis y los nuevos procesos que se abren paso a la hora de diseñar las (imprescindibles) políticas de igualdad.

Fuente: Blog de Juan Torres López

miércoles, 31 de marzo de 2021

¿Existe un proyecto de Europa social?


“Contra los gobiernos de izquierdas, en los países débiles y dependientes de la zona euro, la táctica de la presión financiera resultó eficaz. El proyecto del Eurogrupo basado en la disciplina económica y política, se impuso” (Adam Tooze, 2018) [i]

Las cúpulas sindicales europeas habían asistido, desarmadas y desunidas, al sacrificio ritual del gobierno y el pueblo griego[ii]. Nada podían sacar los trabajadores europeos del triunfo de la Austeridad, y parecía demostrarse que la Confederación de Sindicatos Europeos estaba perdiendo la capacidad de influir en Bruselas. En 2016, el Observatorio Social Europeo, en el marco del proyecto “Fiscal Austerity and Welfare Reforms”, promovió un estudio sobre el impacto de las políticas de austeridad en cinco países de la UE, Irlanda, Italia, Finlandia, Alemania y la República Checa, representativos de los diversos tipos de capitalismo existentes en la Unión Europea: anglosajón, bienestar meridional, socialdemocracia nórdica, corporativismo del bienestar, neoliberalismo con apoyo popular. Varios en el seno del euro (3) y otros no asociados al euro (2)[iii].

Las conclusiones del estudio confirmaban las aprensiones sindicales. Los dos países bajo sospecha, por la magnitud de su crisis bancaria, Irlanda e Italia, fueron sometidos a una fuerte devaluación salarial y de sus estándares de bienestar. La República Checa, fuera del euro, se libró por la devaluación monetaria, con menos cifras de desempleo alcanzó idénticas consecuencias. Descontando Finlandia, los países habían abandonado la negociación laboral colectiva, excepto Alemania, donde la unificación de los dos estados ya había provocado, en 2003, una devaluación salarial y del bienestar.

Como dijo Philip Lambert, del Grupo Verde Europeo, el problema con la doctrina económica oficial es que nos enfrenta con una religión[iv]. Es difícil rebatir a los funcionarios de Bruselas, porque presentan sus dictámenes como si fueran dogmas. Además, como todas las religiones oficializadas, procura adaptarse al poder dominante: los salarios deben soportar los gastos de bienestar, vía impuestos indirectos y sobre las rentas del trabajo, porque son sus beneficiarios. La devaluación salarial, beneficia al país porque aumentan las exportaciones; una reflexión mercantilista que favorece la acumulación de riqueza. Pero ignora la pobreza, que es su contrapartida, pues deprime la demanda de consumo; aumenta las cifras del desempleo y las del paro juvenil, y, además, la austeridad amplía la deuda pública. El mercantilismo, además, favorece a países insolidarios, como Irlanda, que son pequeños y practican el dumping fiscal, manteniendo su deuda en niveles manejables porque atraen los impuestos de las grandes corporaciones, y a Finlandia, Alemania y otros estados del norte, que se han afirmado como acreedores. Conclusión, la crisis financiera dañó la solidaridad inter-europea, repercutiendo, además, en la unidad y solidaridad entre los trabajadores y los sindicatos de la Unión.

El nacionalismo sindical acaba dañando incluso a sus defensores.
A partir de 2016, aprovechando que la Comisión había iniciado en 2015, conversaciones para proponer un acuerdo-declaración del “Pilar Europeo de los derechos sociales”, los sindicatos volvieron a presentarse, unidos, a las conversaciones con Bruselas. El Brexit facilitó la aprobación del “Pilar” en enero de 2017, y éste fue proclamado el 17 de noviembre del mismo año. El European Trade Union Council (ETUC) retomó la unidad de acción y encargó a su Instituto (ETUI) la celebración de una conferencia, cuya finalidad era actualizar la estrategia sindical, para hacer frente a una recuperación de la recesión que no creaba empleo.

Durante tres días de junio de 2018 se discutieron cuatro conjuntos de temas correlacionados, que la dirección de la ETUC consideraba prioritario presentar en las negociaciones con la Unión, los gobiernos que la integran y las empresas de sus países: a) el libre movimiento de capitales y sus consecuencias sobre los mercados y el empleo; b) el cambio climático y la transición energética; c) la transición demográfica y los sistemas de seguridad social; y, por último, d) la digitalización de la economía y sus efectos disruptivos sobre los procesos de producción y el empleo.

En el discurso inaugural, el director de ETUI advertía a los convocados la complejidad del reto: “Tenemos solo un futuro juntos, por lo tanto, no tiene sentido afrontar por separado los cuatro ejes de este futuro, e ignorar sus interrelaciones. Todos los temas en discusión están conectados”. Luca Visentini, secretario general de la ETUC, señaló el entramado de instituciones que, desde su punto de vista, deben construir el futuro de Europa: los sindicatos, la sociedad civil y las instituciones de la Unión Europea. Y añadía, los sindicatos “no podemos oponernos al cambio, debemos tener una estrategia para ponerlo al servicio de la mejora de la vida de los ciudadanos. No podemos caer en la trampa de convertirnos en un movimiento de oposición al cambio” [v].

Los líderes políticos y sindicales intervinientes invocaron el “Pilar Social” de 2017, como base de las negociaciones con Bruselas. Los representantes de la “International Trade Union Confederation” (ITUC), saludaron los tópicos de la conferencia: “Los sindicatos estamos llamando a una transición justa, lo que incluye pensiones seguras, ingresos que soporten el nivel de vida, e inversión que crea empleos.[vi]”. E insistieron en que el mundo necesita el compromiso de Europa con el “Pilar europeo de derechos sociales”, integrándolo en el pacto de la UE. Resaltando la importancia que se concede al bienestar europeo en el mundo sindical global, como ejemplo de convivencia social.

El representante de la Comisión, Andrus Ansip, se dirigió a los sindicatos europeos, recalcando la necesidad de ver en la automatización una herramienta de ayuda al trabajo: “La innovación digital es una herramienta clave para la promoción del avance socioeconómico, y para el desarrollo de los países emergentes. El avance tecnológico continuará con o sin nosotros (la UE), aunque las personas que corren el riesgo de perder su empleo a causa de la digitalización necesitan y les debemos nuestra ayuda”. La respuesta corrió a cargo de los conferenciantes jóvenes, que reprocharon al comisario la ausencia de programas de formación y recualificación, y denunciaron la falta de congruencia entre los problemas concretos, y las herramientas disponibles en la mayoría de los países europeos y en los programas de ayudas de la Unión Europea.

La digitalización impregnó los debates, con las habilidades de adaptación al cambio: “Las habilidades digitales son esenciales para entrar y afirmarse en el mercado laboral y en la vida diaria, y si no asumimos el problema las personas se convierten en marginales digitales, tanto en el mercado laboral como en la sociedad”[vii].

Al cierre, la Sra. Jacki Davis, resumió la conferencia en cinco mensajes:
1) Los sindicatos tienen, lo primero, que imaginar el futuro, y considerar lo que realmente está ocurriendo; no trazar límites entre cada uno de los problemas, y valorar, al mismo tiempo, cómo afectan a los viejos derechos que siempre se han defendido.

2) Encauzar el reto de la diversidad y fragmentación, no conocida anteriormente, de la fuerza de trabajo. Ya no hay un mundo del trabajo, hay mundos del trabajo.

3) Entender cómo cambian los términos de la negociación laboral a causa de las trasformaciones en los mundos del trabajo, enfocarlos a nivel local, nacional y europeo, y saber qué tópicos enfrentan desde cada nivel. Sabiendo cuan trascendente es para el futuro social de todos los europeos la concertación entre los sindicatos de la Unión.

4) Identificar las interconexiones entre los problemas, en cada negociación. “Las cuestiones de gobernanza, políticas sociales e industriales, políticas familiares y del mercado laboral, deben ser discutidas conjuntamente”. La experiencia de las derrotas que han llevado al debilitamiento sindical actual, lo confirman sin ninguna duda.

5) Desmitificar los tópicos, como: una política solo de cualificación de los trabajadores, y que proporcione nuevos empleos digitales o verdes, resolverá todos los problemas, o que la innovación beneficia a todo el mundo. Aprender y afirmar las verdades que, dolorosamente, se han aprendido en la recesión: “la formación para mejorar las habilidades es solo parte de la respuesta”. “No todos los empleos verdes y digitales son buenos empleos”. “La educación y la capacitación son clave, pero no suficiente”. “La digitalización proporciona nuevas oportunidades, pero no a todo el mundo.”

Cerró la Conferencia con la siguiente reflexión: “Necesitamos evitar que nos lleven a la aceptación de soluciones simplistas que no contemplan los riesgos reales y los desafíos que los trabajadores de hoy deben afrontar” (p. 56).
Más Europa. El papel de los sindicatos europeos en la construcción de la Unión
Como esperaban los dirigentes sindicales europeos, la Comisión europea no atendió las demandas de la Conferencia de la ETUC, por la sencilla razón de la debilidad sindical demostrada en 2010 y 2015. Como dice un comunicado sindical de 2017, la retórica europeísta del “Pilar europeo de derechos sociales” no es suficiente, y el gobierno de Jean-Claude Junker no ha realizado ningún esfuerzo por ir más allá de lo declarativo. Los sindicatos son conscientes de que para influir en la Comisión necesitan reponer sus fuerzas debilitadas, lo cual es muy difícil, sin neutralizar la competencia entre empresas que se apoyan en el dumping fiscal y social. La clave está en conseguir que la legislación comunitaria armonice los impuestos y los derechos sociales. Para promover esos fines, se necesita una estrategia de democracia en el trabajo, que rompa el círculo vicioso que impide llegar a la Comisión con la opinión sindical. La extensión al conjunto de Europa de la cogestión alemana, bien argumentada, aportaría el potencial movilizador necesario.

Los sindicatos europeos han vivido los dos años posteriores a la conferencia continental, hasta la llegada de los acontecimientos dramáticos de la pandemia, con un sentimiento de frustración, que no solo proviene de la escasa atención otorgada a sus demandas. Una vez finalizados los discursos de julio de 2018, cada central nacional volvió a sus cuarteles, negociado con sus gobiernos, defendido la viabilidad de sus empresas nacionales, e intentado que los vientos de recuperación de finales de la década tuvieran un reflejo en lo social. Especialmente duros, fueron los recortes al bienestar europeo provocados por la racionalización capitalista de las entidades bancarias, han dañado la cobertura social para los trabajadores desplazados por la crisis; provocado la reestructuración de los sistemas de pensiones de los mayores y el abandono de los jóvenes a la precariedad de los nuevos empleos en plataformas (Kowalsky, 2019).

Agobiados por la baja afiliación sindical, las cúpulas nacionales han dejado que se deteriorara la calidad de la negociación con el poder político principal, la Comisión[viii]. Una de las políticas sindicales estrella, diseñada para Europa, la democracia en el trabajo, más concretamente, la ampliación de los derechos de cogestión al conjunto de los países de la Unión, y su obligatoriedad, ha quedado relegada a simples peticiones, en pliegos redactados por el grupo de delegados y técnicos del ETUC en Bruselas. En esta cuestión, perciben el estancamiento de Europa, ensimismada en su autocomplacencia y perpleja por el Brexit. La nueva Ley de Sociedades europea, que se quería negociar junto a la democracia en el trabajo, ha pasado por Bruselas, sin mención a la cogestión obrera.

El capitalismo, como es lógico, no tiene interés en la democracia del trabajo, al contrario, su preocupación es evitarla y, si puede, revertir las islas existentes en Alemania y los países nórdicos. Los asesores y líderes sindicales, presentes en Bruselas, temen que el capitalismo autoritario conquiste a los países del este. Ven el repliegue en el frente nacional de los sindicatos, en esas circunstancias, muy peligroso. Mientras Bruselas favorece los contratos basura y el desarrollo empresarial de plataformas de subcontratación de falsos autónomos, lo cual, para ellos, es incompatible con la democracia. La competencia de China, junto a la falta de respuesta social europea, fortalece el Thatcherismo del “no hay alternativa”. Al mismo tiempo, vemos que la reacción a la pérdida de derechos alimenta el populismo, haciendo que el proyecto europeo sea cada vez más estrecho y falto de sentido social. (Kowalsky, 2019).

Los poderes europeos crecen, pero se alejan de la democracia, y se dirigen hacia áreas donde no hay posibilidad de interferencia democrática. El poder de la Comisión creció en 2011, y las elites tecnocráticas no dejan margen a las fuerzas pro-europeas para hacer oír su voz en temas controvertidos. No discuten, evaden el discurso sindical, que proclama en el vacío, que el principal problema para el avance de la democracia es la falta de democracia en el trabajo. Un asunto que aparece en varias directivas, todas ellas anteriores a la austeridad de 2010:

Directiva 2002/14/EC (European Community): procedimientos de consulta e información a los representantes de los trabajadores. Recast Directive 2009/38/EC sobre derecho a la consulta e información en las compañías trasnacionales europeas. Directiva 2001/86EC sobre representación de los trabajadores en el comité de dirección de las compañías europeas y Directiva 2005/56/EU sobre absorción europea de compañías y respeto a los derechos de información, consulta y representación de los trabajadores.

Todas esas directivas, junto a la Creación del European Works Council en 1994, debían haber sido incorporadas en 2018 a la revisión de la normativa de la compañía europea, pero tal cosa no ocurrió. Las grandes empresas europeas han encontrado un territorio de ambigüedad suficiente para burlar las normas, por medio de adquisiciones, absorciones o, simplemente, convirtiendo las empresas nacionales que ya son continentales en compañías europeas. De esta forma, Bruselas ha cerrado la ventana de oportunidad, de la revisión legal de la compañía europea, y los sindicatos asisten impotentes al frenazo de los avances, negociados en la primera década del siglo por la EC y ETUC: no existe la tasa sobre transacciones financieras, ni la Agencia de rating europea, ni los impuestos sobre los oligopolios digitales[ix]. Tampoco se avanza en la participación de los trabajadores en los comités de dirección de las compañías europeas.

Tampoco avanza la democracia parlamentaria europea. La discrepancia entre los procedimientos de los Estados y los de la Unión es “chocante”. La Comisión no responde ante el Parlamento Europeo, y éste no legisla, solo recomienda. En enero de 2013, el Parlamento europeo aprobó una resolución de recomendación para la Comisión, sobre la obligación de consulta e información a los trabajadores, previa a los acuerdos empresariales de reestructuración: En 2016, la ETUC presentaba su propuesta de participación en los comités de dirección de las empresas, cuyo fin era ampliar al conjunto de la Unión Europea el derecho de cogestión. Dejaba claro, en primer lugar, que los derechos reclamados son de control y supervisión, cuyo ámbito alcanza a la formulación estratégica y al derecho de veto sobre las decisiones que dañen los derechos de los trabajadores. En ningún caso se solicita la participación en las decisiones del día a día de los negocios, y se mantiene el comité de empresa para la negociación laboral.

La propuesta de modificación de la ley de sociedades, presentaba una composición de participación en el comité directivo, basada en el tamaño de las empresas: Pequeñas empresas (50-250 empleados), dos o tres representantes; medianas (250 a mil empleados), participación sindical de un tercio de los miembros del comité; grandes compañías con más de mil empleados, paridad entre la representación laboral y la de los accionistas.

En marzo de 2018, se reunió la conferencia de expertos de la UE sobre legislación y derechos laborales (ECE), sin que se llegara a ningún acuerdo. Ni tan siquiera se discutió la homologación de derechos laborales entre los estados de la Unión. La posición expresada por los principales partidos de la Unión fue un conjunto de propósitos, vacíos de contenido sustancial (ETUC 2018). La Comisión no ha hecho ningún esfuerzo, desde la aprobación del Pilar Social Europeo, para avanzar en la democracia económica. El resultado es que “las propuestas legislativas concernientes a empresas y negocios son genuinamente europeas”. “Sin embargo, las propuestas relacionadas con los derechos de los trabajadores son meras extensiones de las normas nacionales”, el país de origen marca el derecho a la democracia en las empresas. El resultado es una presión creciente para dejarlo reducidos al marco nacional, sin afectar a la actividad contratista de las empresas fuera de éste (Kowalsky, 2019). El no avance de la democracia europea, para los trabajadores y sus sindicatos, se convierte así en el corolario de la falta de progreso de la democracia económica en el continente, y en cada país. Así consta en la carta que el Comité del ETUC envió a la comisaria Thyssen y al presidente Junker en junio de 2018.

Claramente, el movimiento sindical europeo es muy débil para enfrentarse en solitario a una política que daña, irremediablemente, la percepción democrática de Europa. Cierto que algún líder, de uno de los grandes partidos europeos, apoya la posición marcada por ETUC, como Jéremy Corbin, pero el Brexit desdibuja la posición laborista. También la comparten Bernie Sander, Elizabeth Warren y Tammy Baldwin, pero todos ellos están en USA. En la actual Unión Europea, los Verdes de Alemania se manifestaron en 2019 a favor de ampliar los derechos de cogestión obrera en su país y defienden, además, que la democracia económica es la formula idónea para el desarrollo del Modelo Social Europeo. En enero de 2019, el Parlamento Europeo, a instancia de la ETUC, volvió a recomendar el paquete escalado (número de representantes laborales en la dirección, según tamaño de las compañías) para las Compañías europeas; pero la oposición de la Comisión y los Gobiernos fue suficiente. El rol de la ETUC es crítico para el logro de estas metas. Sin una acción coordinada de sindicatos y gobiernos de izquierdas, en toda Europa, las posiciones conquistadas por las fuerzas conservadoras durante la recesión no cederán, y aún así no será fácil. Por lo tanto, el principal reto para el movimiento sindical europeo es la consecución de la hegemonía suficiente, para la construcción de una visión alternativa y sostenible de la empresa y la democracia europea. Con ese objetivo, las centrales obreras necesitan ganar apoyos en la sociedad civil para el fortalecimiento de los derechos de representación laboral en la gobernanza de las empresas de Europa, en la perspectiva de la construcción de una democracia del trabajo, o económica.[x]

Notas:
[i] Tooze, A (2018) Crash, Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo. Critica-Planeta, Barcelona
[ii] J. Habermas, declaraciones a The Guardian 16 julio 2015.
[iii] “Balancing protection and investment: structural reforms in five countries” 2008-2014 (Agostini et als., 2016).
[iv] Lambert llamó a la Comisaria Malström, de Comercio, sacerdote neoliberal. The world(s) of work in transition (2018) ETUI Conference. ETUI, aisbl, Bruselas.
[v] The world(s) of work in transition (2018) ETUI Conference…
[vi] Sharan Burrow, secretaria ITUC, p. 11 The world(s) of work….(2018)
[vii] Zornitsa Roussinova, ministra de trabajo de Bulgaria, p. 25 The world(s) of work…
[viii] The world(s) of work in transition (2018) ETUI Conference… p. 49
[ix] Kowalsky (2019: p. 35)
[x] Kowalsky, 2019. Ver Sara Lafuente, https://fsc.ccoo.es/963338df0700e2a2215b2d177484bf32000050.pdf
José Candela Ochotorena, Doctor en Economía y en Historia Contemporánea, es miembro de Economistas Frente a la Crisis.

Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/existe-un-proyecto-de-europa-social/

viernes, 15 de enero de 2021

El futuro de la empresa española

El enorme protagonismo de los problemas sanitarios y humanos y el de los económicos y políticos más generales que ha provocado la Covid-19 está dejando en un segundo plano un drama que se avecina en España, aunque también en otros países de nuestro entorno. Me refiero al que se cierne sobre miles de negocios, sobre todo de pequeñas y medianas empresas o de empresarios individuales, que de momento están sobreviviendo pero que van a desaparecer sin remedio cuando, antes o después, se acaben las ayudas de Estado.

Los datos estadísticos son engañosos. Según los que proporciona la Seguridad Social, a finales de noviembre pasado había 31.000 empresas menos que enero de 2020. Un número elevado, sin duda, pero muy por debajo del que se habría registrado si muchas más no siguieran funcionando por pura inercia pero sin suficiente actividad ni ingresos, solo gracias a los avales, los ERTE o a la prórroga concedida por el gobierno para presentar obligatoriamente concursos de acreedores o de extinción cuando carecen de liquidez o son insolventes.

Las estimaciones del Banco de España son más preocupantes: una de cada cuatro empresas españolas estaría ya en quiebra técnica; cuatro de cada diez tendrían serios problemas de liquidez o insolvencia y no podrían hacer frente a sus costes financieros; la mitad (o casi tres cuartas partes en los sectores más afectados por la crisis) habrán cerrado 2020 con pérdidas; y entre un seis y un diez por ciento tendrían riesgo cierto de desaparecer. Una estimación esta última que incluso parece muy optimista considerando las anteriores.

Una encuesta europea reciente señalaba que sólo el 6% de las pequeñas y medianas empresas españolas había mejorado ingresos desde marzo pasado y que el 80% había empeorado su situación. Y, para que no nos dejemos llevar por el consuelo de los tontos creyendo que lo que nos pasa es mal de muchos, diré que el estudio indicaba también que nuestras pymes eran las que más problemas tenían para hacer frente a los alquileres, para mantener el empleo y las cadenas de suministro o para pagar los suministros de insumos esenciales en su respectiva actividad.

Los dirigentes empresariales, sobre todo en los sectores más afectados, piden continuamente ayudas y con más o menos dificultad o celeridad las están recibiendo por parte del Estado. Pero nos estamos engañando.

Para salvar a los miles de empresas españolas que se encuentran ahogadas, para que no se pierdan para siempre su patrimonio y el empleo que generan, no basta con mantenerlas vivas artificialmente, a base de ayudas y de incrementos de su deuda con los bancos, por muy rentable que sea para estos últimos seguir proporcionándole cada día nueva financiación, sabiendo que siempre los salva el Estado cuando prestan por encima de sus posibilidades.

La razón de por qué nos estamos engañando es muy sencilla. La Covid-19 no está provocando tan solo una interrupción en la actividad, no es un simple accidente en mitad de la carretera que nos obliga a detenernos durante un rato más o menos largo. Además de eso, que ya es mucho, la pandemia que vivimos ha reescrito las reglas y los procesos que mueven la economía de todos los países sin excepción. La de 2022 será muy diferente a la que había a finales de 2019 y quien se limite a esperar que se recobre la actividad anterior se estrellará sin remedio contra la realidad.

Incluso la reactivación tras el confinamiento ha causado problemas a las empresas que se han beneficiado de ella. Se ha producido una avalancha de lo que se están llamando «compras de venganza», es decir, como desquite por el sufrimiento que se ha pasado en los meses anteriores o para dar salida al ahorro acumulado. Producen un incremento muy grande en el consumo, en las ventas o en el empleo pero de forma tan acelerada y desproporcionada que han llegado a colapsar incluso a muchas grandes empresas porque en la normalidad anterior no estaban acostumbradas ni tenían medios de cambiar de escala en tan gran medida y a tan gran velocidad como se ha hecho necesario para aprovecharse del repunte.

Se está empezando ya a producir y seguirá cada vez con más fuerza, un incremento extraordinario de la productividad en casi todos los sectores que va a alterar las estrategias de competitividad y de posicionamiento en los mercados. Pero sólo se podrá disfrutar de la mayor productividad si se innovan los procesos, si se cambia la organización y si los recursos se utilizan de otro modo. No va a bastar, ni mucho menos, con la continua intensificación del tiempo de trabajo a la que viene recurriendo la empresa española gracias a la gran asimetría en el poder de negociación que consolidaron las últimas reformas laborales. Y el parasitismo tecnológico propio de la gran mayoría de nuestras empresas ya no será una vía de escape sino una autopista que llevará directamente a la extinción.

Los estudios que se vienen realizando muestran también que se están produciendo cambios en los comportamientos de los consumidores que cada día que pasa tienden a consolidarse con más fuerza como estructurales y no como simples respuestas momentáneas a la pandemia. Y en España deberíamos tener muy presente que se constata, además, que los cambios que tienden a consolidarse son mucho más fuertes y visibles en actividades de servicios personales, restauración u hostelería, es decir, en las que tienen mucho peso, como es bien sabido, en nuestra economía.

La Covid-19 trae consigo también una auténtica «bio-revolución» que algunos estudios señalan que va a modificar las formas y los procesos de producción y utilización del 60% de los insumos productivos. Y cada día se da más por sentado en los informes prospectivos que la «economía sin contacto» ha llegado para quedarse y no sólo en algunos sectores específicos de consumo social sino en el conjunto de las actividades económicas. O que a partir de ahora se va a primar la seguridad en los aprovisionamientos frente al ahorro de costes de la globalización.

A estos cambios directamente provocados por la pandemia hay que unir los que ya se habían ido abriendo paso en los años anteriores: la nueva revolución tecnológica, los que vienen de la mano de la digitalización, la automatización a gran escala o el big data, las nuevas formas de financiación y medios de pago… Y, por último, quizá el más sutil de todos ellos pero posiblemente el más determinante del comportamiento empresarial: la certeza de que entramos en una fase histórica en la que la excepcionalidad y lo extraordinario van a ser lo normal y, por tanto, en la que el peligro más grande al que se enfrentan los negocios es el derivado del conservadurismo, la inflexibilidad, la inercia y la uniformidad o especialización a ultranza.

En este panorama, me parece que el futuro de las empresas españolas es muy negro porque están cometiendo tres errores muy graves.

El primero es el de no haberse dado cuenta de que la prioridad debía haber sido desde el principio combatir la pandemia. Todos los estudios están demostrando que la adversidad para las empresas crece proporcionalmente al número de muertes y contagios y en la misma medida en que empeora la experiencia personal de la gente, es decir, cuanto más se alarga en el tiempo la pandemia. La inmensa mayoría de las empresas españolas y sus dirigentes han vuelto a caer en lo que Paul Samuelson, el economista más reconocido de la segunda mitad del siglo pasado, llamaba «la falacia de la composición»: creer que lo que es bueno para cada una de ellas es lo mejor para todas. Una falacia que lleva a promover políticas generales (como las de supeditar la lucha contra la pandemia al salvamento de la economía) que al final hunden a casi todos.

Si se quiere salvar a la empresa española, lo prioritario debe ser atajar cuanto antes y a cualquier precio la pandemia y mantener vivas a las empresas por cualquier medio pero solo a cambio de que se reinventen con planes de readaptación a una situación posterior que no va a tener mucho que ver con la que tenían antes de la Covid-19. Es una obviedad: las empresas que más ayudas necesitan son las de actividades más afectadas pero, precisamente por eso, las que más han de cambiar si no quieren desaparecer automáticamente a poco que la pandemia vaya desvaneciéndose.

El segundo error que lastra el futuro de la inmensa mayoría de las empresas españolas es el de haber asumido como suya la estrategia de las grandes empresas que disponen de clientelas y mercados cautivos y, sobre todo, de lo que realmente marca las diferencias en el mundo de los negocios: el poder, la influencia política y mediática. Su posición dominante les permite obtener beneficios extraordinarios en cualquiera que sea la situación de los mercados, y más concretamente en uno interno deprimido en donde una menor masa salarial global significa menos coste pero no menos ventas. Sin embargo, la inmensa mayoría de las empresas españolas que no disponen del poder de negociación y decisión ni de la influencia de las muy grandes, las que no tienen cautiva a una parte sustancial del mercado, necesitarían, por el contrario, una estrategia de fortalecimiento del mercado interno, aumentar «la tarta». Para ellas, a diferencia de lo que ocurre con las grandes y aunque no sepan a veces reconocerlo, menos masa salarial supone menos ventas y menor empuje e incentivo para innovar y, por tanto, peores condiciones de existencia y la necesidad de salir adelante atándose ellas mismas la soga al cuello, es decir, bajando aún más los salarios y renunciando a los incrementos de productividad.

El tercer error que hipoteca a las empresas españolas es el de creerse las tonterías que dicen los economistas de mayor influencia que proclaman la inutilidad del Estado y defienden su jibarización continuada, algo que solo beneficia justamente a las grandes empresas rentistas que promocionan y financian esos discursos.

En conclusión y por utilizar una expresión muy nuestra, si se quiere salvar a los miles de empresas que están en riesgo cierto de desaparecer en cuanto acabe el apoyo del Estado, se debería coger al toro por los cuernos. Hay que plantearse para qué sirve mantener artificialmente a las que con toda seguridad van a cerrar si no se reinventan con toda urgencia, tendrían que vincularse las ayudas que reciben a estrategias de readaptación sin escatimar recursos, incentivos y apoyos de todo tipo para que ese proceso se lleve a cabo de la forma más efectiva, más rápida y mejor posible.

En lugar de reclamar que el sector público dé pasos atrás, para que tan solo se beneficien de ello algunas grandes empresas oligopolistas, la inmensa mayoría de las empresas españolas tendrían que luchar por establecer un nuevo tipo de asociación público-privada que no puedo basarse en un Estado mínimo, por un lado, y en un oligopolio empresarial todopoderoso, por otro. El mejor clima para los negocios y el desarrollo de la actividad empresarial es el que fomenta el poder adquisitivo y no el que lo destruye, el que impulsa de verdad la competencia y combate la concentración del poder sobre el mercado, el que proporciona financiación sin crear empresas y hogares esclavos de la deuda, el que garantiza que el Estado proporcione los recursos y bienes públicos que los mercados no pueden proveer, y el que destina recursos suficientes para hacer frente a la incertidumbre, la excepcionalidad y la emergencia para que no solo puedan enfrentarlas con seguridad y éxito los más grandes y poderosos.

Lo que estamos viendo en las últimas semanas alrededor de la normativa que ya ha empezado a generar el gobierno para el reparto de los fondos para la reestructuración es lo mismo de siempre: toman posiciones de ventaja las grandes empresas de siempre, lo que equivale a decir el gran poder económico y financiero, pero no la inmensa mayoría de las empresas españolas, las más afectadas.

Las grandes que controlan los mercados e imponen sus privilegios e ineficiencias, no solo a los consumidores sino también al resto de las empresas, buscan la continuidad, la inercia, mantener las asimetrías e imperfección en los mercados, que no cambien el statu quo, que todo siga igual que siempre… Es decir, lo peor que puede pasarle en esta coyuntura a la gran mayoría de las empresas españolas y mucho más a las que han sido afectada en mayor medida por la pandemia.

O las empresas españolas siguen confiando en el paso que le marcan las más grandes que dominan las patronales y los foros y centros de decisión, creyendo con ingenuidad que se salvarán individualmente de la debacle que saben que se avecina para la generalidad, o hacen suya una estrategia diferente de refortalecimiento del mercado interno y de creación de nuevos tipos de negocios con la complicidad del sector público y de las clases trabajadoras y profesionales. Algo que solo puede ser posible en el marco de un nuevo contrato social que establezca nuevas condiciones de actividad y de reparto de los costes y beneficios, única forma de evitar la mediocridad o el fracaso seguro de la mayoría en la nueva era en la que ya estamos entrando.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/01/08/el-futuro-de-la-empresa-espanola/

sábado, 26 de diciembre de 2020

Nicolás Sartorius «La nueva anormalidad»: ¿y si no queremos volver a lo de antes?

Mantenga las distancias sociales

Reconozco que en esta época de confinamientos y aislamientos mi confusión ha aumentado. Toda la vida peleando para que se redujesen las distancias sociales y ahora me entero, con desolación, que es necesario mantenerlas por razones sanitario-epidemiológicas. ¿No se podría haber encontrado otra manera de expresar la conveniencia de guardar las separaciones físicas entre personas a fin de dificultar los contagios? Si la distancia social fuese el remedio más eficaz para hacer frente a la Covid-19, España sería el país de Europa mejor dotado para derrotarle. Porque es verdad que somos una nación de personas muy roceras, aficionadas a rozarnos, abrazarnos y besuquearnos a la mínima ocasión, pero también a marcar distancias oceánicas cuando se trata del reparto de los posibles o caudales, o de establecer criterios de igualdad. La prueba de ello es que cuando se dio por finiquitada —es un decir— la crisis de 2008-2009, España era uno de los países más desiguales de Europa. Es bien cierto que, según los informes de la OCDE, en la última década, la desigualdad se ha ensanchado en todos los países de Europa, lo que no es ningún consuelo, si tenemos en cuenta que esta brecha entre pobres y ricos es más grande en nuestro querido país.

Si empezamos nuestro recorrido por la desigualdad «primaria» entre hombres y mujeres, cuya «distancia social» se supone que debe ser la más estrecha, observamos que se han dado avances notables que conviene situar en su contexto. Es decir, si comparamos la actual desigualdad con la de los años de la dictadura, o incluso con el periodo de la Transición, la mejora es indiscutible. La creciente participación de la mujer en los diferentes ámbitos de la vida en sociedad es verificable y cuantificable. Quizá haya sido una de las mayores transformaciones de la sociedad española, por no decir la más relevante. 

Si uno ha tenido la ocasión de conocer, por razón de edad, las condiciones de las mujeres durante las ominosas décadas de la dictadura, se atrevería a decir que se ha tratado de una auténtica revolución. Sin embargo, como la vida es así de dialéctica, todo es relativo y este nuevo panorama de la mujer española hay que compararlo con los países similares de Europa, que también han seguido mejorando en este asunto. Así, en el Índice de Desigualdad de Género (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, 2015), España ocupaba el puesto número quince por detrás de Dinamarca, Países Bajos o Alemania, pero por delante de Italia, Japón o Estados Unidos. 

Si tomamos otro índice del mismo organismo de Naciones Unidas sobre desarrollo de género, que en este caso se centra en tres aspectos —salud, conocimiento y desarrollo humano—, comprobaremos que entre 160 naciones analizadas España ocupa el lugar 36, lo que no está mal pero tampoco es como para tirar cohetes. [...]

La crisis económica de 2008-2009 y su nefasto tratamiento fueron devastadores desde la perspectiva de la igualdad y, sobre todo, de la cruda pobreza absoluta y relativa. Ya en el año 2007, España padecía una de las tasas más altas de indigencia entre los países de la Unión Europea para los diferentes grupos de edad: un 25,5% para la población infantil y un 19,7% para los de mayor edad. Durante la crisis, la situación empeoró todavía más, pues aumentó en más de trece puntos porcentuales, hasta situarnos en el 33,4% de la población en pobreza relativa. Lógicamente, en los tramos de mayor edad, la penuria disminuía debido al colchón que significaba el sistema de pensiones públicas. 

Ahora bien, ¿por qué en España es mayor la desigualdad y la pobreza que en la mayoría de los países de la Unión Europea? ¿Por qué tenemos esta cultura del abrazo, los golpes en la espalda, el besuqueo y el compadreo y luego somos tan poco igualitarios en lo fundamental, como son las condiciones de vida y de trabajo? ¿Es un punto de apariencia o cinismo u obedece a causas que convendría analizar y corregir? 

La desigualdad y la pobreza no son dos realidades iguales, pues un país puede ser pobre e igualitario o ser desigual y muy rico. Sin embargo, el origen de ambas lacras suele ser parecido y consiste, en unos casos, en generar insuficiente riqueza y, además, repartirla injustamente y, en otros, crear abundante riqueza y distribuirla pésimamente. Es lo que sucede en España en términos relativos en comparación con las naciones avanzadas de la Unión Europea. 

Como hemos dejado constancia en el capítulo dedicado a nuestro sistema productivo [...], España cuenta con un tejido empresarial cuya productividad es, en general, inferior a la de nuestros vecinos del Norte. Ligado a lo anterior, contamos con un mercado laboral de los más «flexibles» de Europa, en el sentido de que los empleos con contratos temporales, parciales y/o precarios abundan bastante más que en países como Francia, Alemania e Italia, con los que debemos compararnos. 

La prueba de lo que decimos es que, cuando la economía crece, somos de los que generamos más empleo y, cuando llegan las crisis, destruimos más puestos de trabajo que todos los demás. Esta circunstancia nos debería hacer reflexionar sobre las causas por las que nuestro país es, desde hace décadas, el que cuenta con cifras de paro más abultadas y, a veces, escandalosas. Es francamente complicado achicar distancias sociales cuando se tienen esas cifras tan abusivas y «asociales» de desempleo y de economía sumergida. No hay nada que contribuya más a la desigualdad y a la pobreza, sobre todo a esta última, que la falta de puestos de trabajo decentes, pues los indecentes, que abundan en demasía, tampoco ayudan a combatir ambas lacras.

El panorama se complica cuando analizamos la cantidad y la calidad de nuestro Estado de bienestar [...]. Las desigualdades y la pobreza «secundaria» se corrigen o atenúan por medio de una política fiscal más o menos redistributiva. Sin embargo, cuando se tiene una economía sumergida o informal —en torno al 20%—, casi el doble que la media europea, y la presión fiscal es más de 6 puntos inferior a la media de los países del euro, no se pueden hacer milagros ni tener un Estado social excelente. No me cansaré de repetir que con 80.000 o 100.000 millones de euros menos que las naciones de «nuestro entorno» es ilusorio pretender disfrutar de un Estado social equivalente al de esos socios y colegas del Norte. 

Bastante mérito ha tenido el levantar, prácticamente de la nada, nuestro Estado de bienestar, pero no pretendamos milagros que solo se producen, según se dice, en Lourdes, en Fátima o en Garabandal. Si de verdad deseamos reducir la desigualdad y la pobreza, afrontemos de verdad la cuestión de la propiedad de la riqueza, distribuyamos mejor las rentas, reformemos nuestro sistema fiscal y modernicemos nuestro sistema productivo. Lo demás suele ser literatura generalmente mala.

Porque lo que no podemos hacer es volver a caer en la trampa de que primero hay que crear la riqueza para después repartirla, idea que se plastifica en esa irritante metáfora de que hay que hornear un pastel más grande para que así haya para todos. Esa cantinela la conocemos muy bien los que alguna vez hemos debatido Presupuestos o negociado convenios colectivos. Claro que hay que crear la mayor riqueza que se pueda, garantizando la sostenibilidad, pero al mismo tiempo, y no después, hay que repartirla más y mejor. Entre otras cosas debe de hacerse así porque supone un error económico escindir la creación de riqueza de su reparto, como demuestran los países más avanzados del planeta. 

No hay más que comprobar cuáles son las naciones que mejor han aguantado las crisis y las pandemias. No precisamente los más desiguales y con estados sociales más débiles, sino todo lo contrario, los que tienen sistemas fiscales más potentes, menos pobreza y menos desigualdad. Por eso han sido positivas algunas de las medidas que se han tomado últimamente en España, como han sido la subida del salario mínimo, el crecimiento de las pensiones o la implantación del Ingreso Mínimo Vital. No se ha tratado de una panacea, pero ni se ha hundido el mundo, ni se ha extendido la pandemia más de lo que estaba y, sin embargo, quizá hemos conseguido reducir un poco la «distancia social». 

A más a más, en los casos de Europa y de España, el pastel, en lo esencial, ya está cocinado u horneado y cuando vimos el capítulo dedicado al reparto de la riqueza pudimos verificar que, precisamente durante la crisis, hubo quien acrecentó copiosamente sus caudales. Hay, pues, amplio margen para mejorar nuestra recaudación tributaria sin tener que esperar a ponerle una guinda al pastel. Debería saberse que las modificaciones de las normas fiscales no maduran su fruto de manera súbita, y si en este año fuésemos capaces de reformar nuestro sistema impositivo —que buena falta le hace— sus efectos para el contribuyente se manifestarían en el 2021-2022. Años en los que con suerte se prevén rebotes de la economía, no sé si en forma de V o de U alargada, siempre y cuando no surja un rebrote vírico causado por la mala cabeza de algunos.

Algún día, en fin, tendremos que comprobar si es verdad eso que se dice de que la Covid-19 ha atacado por igual a ricos y a pobres. No me convence que se saquen a pasear algunos casos individuales de personajes poderosos o famosos que han sido infectados. Mi impresión subjetiva —reconozco que no tengo datos— es que la inmensa mayoría de los infectados y fallecidos han pertenecido a las clases modestas y profesionales de la sanidad. En España, el 70% de las defunciones se han producido en las residencias de la tercera edad. Centros en los que, salvo excepciones, viven personas mayores de rentas escasas, pensionistas, viudas, etc., y esto ha sido así en otros países de Europa y no digamos en Estados Unidos, donde la razia se ha cebado entre la gente de color e hispanos. 

Cuando se analice, si es que se llega a analizar algún día, qué ha sucedido en las residencias de mayores o en ciertos barrios populares de algunas capitales, entre ellas Madrid o Barcelona, quizá podamos comprobar la relación existente entre pobreza y epidemia o, más precisamente, entre Covid-19 y mejor o peor Estado de bienestar, en su versión sanitaria. ¿O es que alguien cree que los tajos que se le metieron a la salud pública, en algunas Comunidades Autónomas, ya mencionadas, en los años de la crisis de 2008, no han influido en los desabastecimientos y colapsos que se sufrieron y se siguen padeciendo en los meses agónicos de la pandemia? Yo creo que sí, y así lo manifiesta el personal sanitario que ha estado en la primera línea de fuego, al que con toda justicia se le ha honrado con aplausos durante meses, pero no sé si al final haremos bueno ese refrán que dice: «mucho te quiero perrito, pero pan poquito». Porque tengo la sospecha de que, después de la traumática experiencia vivida, no se han tomado las medidas necesarias para que no se repitan aquellos momentos de angustia. Ya asoma su feo rostro una segunda ola de contagios y de nuevo se oyen quejas de falta de medios y de cierto desbarajuste en algunas Comunidades Autónomas.

[...]

Llegados aquí, conviene llamar la atención sobre las nuevas brechas que se pueden ir abriendo y su relación con la desigualdad. Me refiero a la inquietante cuestión de la «brecha digital», lo que algunos autores han llamado entre los «inforricos e infopobres». Porque en este asunto no se trata solamente de poseer una amplia y potente infraestructura digital, o contar con todo tipo de artefactos TIC (Tecnología de la Información y la Comunicación), si luego no se saben manejar correctamente y sacarles el rendimiento adecuado. Lo mismo sucede con el equipamiento. España ha logrado una progresión notable en los últimos quince años, pues en el acceso a internet ha pasado de un 30-50 %, según el tipo de hogar, al 70-80% en 2016, y similar proporción en la posesión de ordenadores. 

En lo referente al uso de internet, el avance ha sido igualmente considerable, aunque en este caso las diferencias entre colectivos son más acentuadas. Por ejemplo, un varón de 16 a 24 años usó internet un 98,4%; si tenía entre 65 y 74 años, lo utilizó un 34,7%. Si contaba con educación superior el uso fue del 97,8%, mientras que si tenía educación primaria la cifra descendía al 40,8%. [...] La tercera revolución industrial o digital no acabará por sí misma con la «separación social», con la pobreza y la desigualdad. Eso dependerá de la evolución política global, europea y nacional. En una palabra, de la relación de fuerzas sociales y el desarrollo de los acontecimientos, a los que ya hemos hecho referencia. La prueba de lo que decimos es que, en el año 1984, un estudio elaborado por Cáritas, y titulado «Pobreza y marginación», revelaba que unos ocho millones de personas, uno de cada cinco ciudadanos, obtenían ingresos por debajo del umbral de la pobreza. Pues bien, treinta años después, un 22% de la población, algo más de diez millones de personas, sigue teniendo rentas que no superan el referido umbral de penuria. 

Lo inquietante del asunto reside en que la referida indigencia no es mera consecuencia de la crisis, pues el examen de las tendencias previas muestra que la tasa relativa de pobreza se ha mantenido, invariablemente, en torno al 20%, incluso en los momentos de mayor crecimiento económico. Estamos, pues, ante un problema estructural (Jesús Ruiz-Huerta y Rosa Martínez, Tercer informe sobre la desigualdad en España, Fundación Alternativas, 2018).

Con estos datos a la vista, no parece muy atractivo el proyecto de regresar a la «nueva normalidad», si esta consiste en «volver a lo de antes», pero ahora conviviendo con la Covid-19. Reconozco que no sé muy bien qué quiere decir «con-vivir» con un virus, salvo que se trate de una metáfora. En mi opinión, la gran tarea consiste, por el contrario, en destruir el virus e ir construyendo una normalidad nueva, en la que se reduzca al máximo la distancia social, la brecha económico-social-digital y se erradique la pobreza.

http://www.mientrastanto.org/boletin-196/de-otras-fuentes/la-nueva-anormalidad-y-si-no-queremos-volver-a-lo-de-antes