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jueves, 20 de abril de 2023

DIVORCIO. Rocío López, terapeuta: “Muchas parejas se mantienen juntas por los niños, lo que es cargarles con la responsabilidad de ser hijos pegamento”

La también periodista publica ‘Separada’, un manual coescrito con Miguel Ángel Corrales, su marido y pedagogo, para ayudar a padres y madres en proceso de separación a gestionar la situación sin perder de vista lo primordial: las necesidades de los menores que dependen de ellos Los niños y adolescentes no requieren que sus padres sean pareja, sino que sus necesidades afectivas y emocionales estén cubiertas.

Según datos del INE, durante el año 2021 se produjeron en España 90.582 casos de nulidad, separación y divorcio (un 13,2% más que en 2020). En casi uno de cada dos casos había hijos menores de por medio; hijos que, en muchas ocasiones, acaban atrapados en el conflicto desatado entre sus progenitores. “Solemos cuidar muchos los inicios de las relaciones, muy poquito los procesos y nada los finales. Y el final es tan importante como el inicio, puesto que va a marcar las bases de una nueva etapa como familia”, asegura Rocío López de la Chica (Sevilla, 36 años), terapeuta Gestalt —terapia que integra las conductas, sentimientos y pensamientos del paciente—, periodista y con un máster en Educación Emocional.

De su propia experiencia profesional parte Separada: un acto de amor hacia ti y tus peques (Destino), un libro coescrito junto a su actual pareja, el pedagogo Miguel Ángel Corrales. Con él también comparte el proyecto Creada, a través del cual ayudan a padres y madres en proceso de separación a gestionar la situación sin perder de vista lo primordial: las necesidades de los hijos.

PREGUNTA. En las páginas de Separada defienden que cuando una pareja con hijos se rompe, la familia no se rompe, sino que cambia de molde.
RESPUESTA. Los padres podemos dejar de ser pareja, pero la responsabilidad paternal va a permanecer de por vida. Por eso nosotros creemos que la familia es algo que debemos cuidar, porque el vínculo va a permanecer siempre al haber unos hijos en común. Otra cosa es cómo va a ser ese vínculo, si fuerte o débil, pero nunca va a dejar de existir.

P. Dicen que se sienten más cómodos con el concepto de trasformación familiar que con el de separación, ¿el divorcio sigue estigmatizado?
R. Por desgracia sí. Las cifras de separaciones no dejan de aumentar, pero no podemos olvidar la corta historia de vida que tiene el divorcio legal en España. Hasta el año 1981 era algo ilegal. Partiendo de esa base, a nivel social e ideológico todavía entendemos que la familia, si no está formada por un papá, una mamá y unos hijos, no es tan válida. Todos queremos llegar a ese ideal de familia; y todo lo que esté por debajo de eso se considera en cierto modo un fracaso. Por eso, una de las mayores resistencias a la hora de afrontar una separación con hijos es ese duelo por la familia ideal y estándar que ya no vamos a ser.

P. ¿Ese ideal hace que muchas parejas mantengan su relación pese a todo?
R. Arrastramos la idea de que hay que aguantar por los hijos, creyéndonos que los hijos lo que necesitan es una convivencia perenne con sus padres. Pero nosotros defendemos que no sea a costa de la salud mental. Muchas veces se mantienen parejas que están juntas, pero no unidas; y se mantienen juntas por los niños, lo que es cargar a estos con la responsabilidad de ser hijos pegamento. Al final lo que los hijos aprenden es que una relación amorosa es eso. Tenemos que ser un modelo para nuestros hijos. No se trata de mantener una relación de pareja a toda costa, ni de separarnos haciendo una apología de la separación, sino de entender que lo que daña y lo que beneficia no es el molde de la relación, sino la gestión de la misma. Al fin y al cabo, nuestros hijos nos necesitan felices, no conviviendo a toda costa; y no requieren que seamos pareja, requieren que sus necesidades afectivas y emocionales sean cubiertas, seamos o no pareja.

Rocío López de la Chica, terapeuta Gestalt, periodista y máster en Educación Emocional.

R. L. P. ¿Pueden acabar siendo los hijos unas víctimas perfectas de estos procesos de separación?
R. Por desgracia sí. La forma tradicional de separación suele ser muy beligerante y los niños no son tenidos en cuenta e, incluso, muchas veces son utilizados como moneda de cambio.

P. Del caso Shakira y Piqué entonces ni hablamos.
R. (Risas) Ahí me falta mucha información, pero sí que hay algo por lo que nosotros abogamos y es no hablar mal del otro progenitor delante de nuestros hijos, porque esa persona ocupa un lugar sagrado en su corazón. Es muy importante que distingamos el rol que ocupa la otra persona como hombre o mujer del rol que ocupa como padre o madre. Para nuestras criaturas somos su dios y su diosa, incluso en la adolescencia, así que es fundamental que respetemos ese lugar sagrado que la otra persona ocupa en la vida de nuestros hijos.

P. Además de hablar mal del otro, ¿cuáles son los errores más habituales que suelen cometer madres y padres al divorciarse en relación con sus hijos?
R. Otro de los errores habituales es el de entrar en la comparación y en la competición con el otro para ser mejor madre o padre. Entrar en esa competición es perdernos, es desconectarnos de nuestros hijos. En la medida en la que entramos a mirar qué hace o no la otra parte, dejamos de mirar a los niños, ponemos la atención fuera. Y es muy importante que en este proceso se tengan en cuenta las necesidades de los hijos para que este cambio que genera mucha inseguridad en ellos lo puedan vivir de una forma ordenada, integrando lo que están viviendo como cualquier otro cambio de su vida.

P. Rafa Guerrero explica en el prólogo que, aunque la separación no sea la muerte de la familia sino una transformación, los niños necesitan un periodo de duelo para aceptar la nueva realidad. ¿Qué dirían que es fundamental cuidar de cara a los hijos en ese periodo de duelo?
R. Lo primero y más importante es cuidar la necesidad de pertenencia. Es la primera necesidad básica que se pone al descubierto cuando dejamos de ser pareja, porque “si papá y mamá, que son mi estructura, dejan de ser pareja, ¿dónde quedo yo?”. Y “si mis padres no se quieren como hasta ahora, ¿yo qué tengo que hacer, elegir entre ellos?”. Eso es lo primero que hay que cuidar, hacerles saber desde lo que decimos,y desde cómo actuamos, que dejamos de ser pareja, pero que siempre seremos una familia. Y la siguiente necesidad es la de sentirse vistos. Por eso es muy importante no entrar en la batalla de egos, porque entonces se quedan huérfanos emocionalmente en el proceso y la adaptación no la pueden lograr.

P. ¿De las separaciones, se sale?
R. (Risas) Se sale e, incluso, muchas veces son una oportunidad para una vida mejor. Si hacemos una separación consciente, esta va inevitablemente unida a un crecimiento personal. Y una separación consciente no tiene por qué darse con los dos progenitores disponibles. La mayoría de las veces ocurre sin que uno de los dos esté disponible para ella. Pero sí, hay vida más allá de la separación y muchas veces es una vida con mucha más luz.

miércoles, 4 de enero de 2023

MODERN LOVE. Así no se pelea, querido. A veces cuando tu marido te dice que ya no te ama lo que tienes que hacer es no tomártelo personal.

A veces cuando tu marido te dice que ya no te ama lo que tienes que hacer es no tomártelo personal.

Supongamos que crees vivir un matrimonio sano. Después de haber pasado más de la mitad de su vida juntos siguen siendo amigos y amantes. Los sueños que se propusieron conseguir a los 20 años —cuando estaban solteros y delgados, y se miraban a los ojos, iluminados por la luz de las velas, en los bares de la ciudad— se han hecho realidad en gran parte.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Dos décadas después, tienen ocho hectáreas de tierra, una granja, hijos, perros y caballos. Son los padres que dijeron que serían, llenos de amor y orientación. Lo han hecho todo: ir a Disneylandia, a acampar, a Hawái, México, vivir en la ciudad, observar las estrellas.

Seguro que tienen sus problemas matrimoniales, pero en general se sienten tan satisfechos por cómo han funcionado las cosas, tanto que nunca, ni en sus más locas pesadillas, pensarías escuchar estas palabras del marido un buen día de verano: “Ya no te quiero. No estoy seguro de haberte querido alguna vez. Me mudaré. Los niños lo entenderán. Querrán que sea feliz”.

Pero espera. Esta no es la historia de divorcio que crees. Tampoco es una historia en la que le ruego que se quede. Es una historia sobre escuchar a tu marido decir “ya no te amo” y decidir no creerle. Y lo que puede ocurrir como resultado.

He aquí una imagen: un niño hace berrinche. Intenta golpear a su madre. Pero la madre no le devuelve el golpe, ni le da un sermón, ni lo castiga. En cambio, lo esquiva. Luego intenta seguir con sus asuntos como si la rabieta no hubiera ocurrido. No “premia” el berrinche. En realidad no se toma la rabieta como algo personal porque, al fin y al cabo, no se trata de ella.

Que quede claro: no estoy diciendo que mi marido estuviera haciendo una rabieta infantil. No. Estaba atrapado por algo más: una crisis profunda y mucho más preocupante que no se produce en la infancia, sino en la mediana edad, cuando percibimos que nuestra trayectoria personal ya no dibuja una curva ascendente estable como antes. Pero decidí responder de la misma manera que había respondido a las rabietas de mis hijos. Y seguí respondiendo así. Durante cuatro meses.

“Ya no te quiero. No estoy seguro de haberte querido alguna vez”.

Sus palabras me sacudieron como un golpe repentino, como un puñetazo por la espalda, pero de alguna manera en ese momento fui capaz de esquivarlas. Y una vez que me recuperé y me recompuse, logré decir: “No te creo”. Porque no lo creía.

Él retrocedió sorprendido. Al parecer, esperaba que rompiera a llorar, que me enfadara con él, que lo amenazara con una batalla por la custodia de nuestros hijos. O que le rogara que cambiara de parecer.

Así que se volvió cruel. “No me gusta en lo que te has convertido”.

Pausa desgarradora. ¿Cómo pudo decir algo así? Fue entonces cuando realmente quise luchar. Enfurecerme. Llorar. Pero no lo hice.

En cambio, un manto de calma me envolvió, y repetí esas palabras: “No te creo”.

Hacía poco me había comprometido conmigo misma a un acuerdo no negociable. Me había comprometido con “El fin del sufrimiento”. Por fin había conseguido desterrar las voces de mi cabeza que me decían que mi felicidad personal solo era tan buena como mi éxito exterior, arraigado en cosas que a menudo estaban fuera de mi control. Había visto la locura de esa ecuación y decidí asumir la responsabilidad de mi propia felicidad. Y me refiero a toda ella.

Mi marido aún no había llegado a ese acuerdo consigo mismo. Había disfrutado de muchos años de trabajo duro, y sus recompensas habían mantenido a nuestra familia de cuatro todo el tiempo. Pero su nuevo emprendimiento no había salido muy bien, y su capacidad para ser el sostén de la familia estaba disminuyendo con rapidez. Se sentía miserable, inútil, se estaba perdiendo en sus emociones y descuidando su cuerpo. Y ahora quería terminar con nuestro matrimonio; acabar con nuestra familia.

Pero yo no me lo creía.

Le dije: “No es apropiado para nuestra edad esperar que los hijos se preocupen por la felicidad de sus padres. No, a menos que quieras crear personas codependientes que se pasen la vida en malas relaciones y en terapia. Hay momentos en toda relación en los que las partes implicadas necesitan un descanso. ¿Qué podemos hacer para darte la distancia que necesitas, sin dañar a la familia?”.

“¿Eh?”, dijo.

“Hacer senderismo en Nepal. Construir una yurta en el prado de atrás. Convertir el garaje en tu refugio. Compra esa batería que siempre has querido. Cualquier cosa menos hacernos daño a los niños y a mí con una imprudencia como la que planteas”.

Entonces repetí mi frase: “¿Qué podemos hacer para darte la distancia que necesitas, sin dañar a la familia?”.

“¿Eh?”.

“¿Cómo podemos tener una distancia responsable?”.

“No quiero distancia”, dijo. “Quiero mudarme”.

Mi mente se agitó. ¿Era otra mujer? ¿Drogas? ¿Secretos inconfesables? Pero me detuve. Decidí que no iba a sufrir.

En vez de eso, me dirigí a mi escritorio, busqué en Google “separación responsable” y obtuve una lista. Incluía cosas como: ¿Quién puede usar qué tarjetas de crédito? ¿Con quién se permite ver a los niños en la ciudad? ¿A quién se le permiten las llaves de qué?

Revisé la lista y se la pasé.

Su respuesta: “¿Llaves? Ni siquiera tenemos llaves de nuestra casa”.

Permanecí estoica. Pude ver el dolor en sus ojos, un dolor que reconocí.

“Ah, ya veo lo que estás haciendo”, dijo. “Vas a hacer que vaya a terapia. No vas a dejar que me mude. Vas a usar a los niños en mi contra”.

“Nunca dije eso. Solo pregunté: ¿Qué podemos hacer para darte la distancia que necesitas…”.

“¡Deja de decir eso!”.

Pues no se mudó.

En cambio, pasó el verano comportándose como una persona poco fiable. Dejó de venir a casa a las seis de la tarde como de costumbre. Se quedaba fuera hasta tarde y no llamaba. Se saltó todo el 4 de julio —el desfile, el asado, los fuegos artificiales— para ir a la fiesta de otra persona. Cuando estaba en casa, estaba distante. No me miraba a los ojos. Ni siquiera me deseó un feliz cumpleaños.

Pero no le di importancia. Seguí en mi línea. Les dije a los niños: “Papá está pasando por un mal momento, como les suele pasar los adultos. Pero somos una familia, pase lo que pase”. No iba a sufrir. Y ellos tampoco.

Mis amigos de confianza se enfurecieron en mi nombre. “¿Cómo puedes quedarte de brazos cruzados y aceptar ese comportamiento? ¡Échalo de la casa! Contrata a un abogado”.

Tampoco me doblegué ante ellos. Mi esposo estaba sufriendo, pero yo no podía resolver su problema. De hecho, tenía que apartarme de su camino para que él pudiera resolverlo.

Sé lo que estás pensando: soy una persona fácil de convencer. Soy débil y asustadiza y soportaría cualquier cosa con el fin de mantener a la familia unida. Quizás soy una de esas mujeres que soportaría el abuso físico. Pero te puedo asegurar que no lo soy. Cargué caballos de 680 kilos en remolques y galopé por las tierras altas de Montana todo el verano. Pasé por un parto natural inducido por Pitocin. Y una cesárea sin medicamentos posteriores. Soy hábil con la motosierra.

Simplemente había llegado a comprender que yo no era la raíz del problema de mi marido. Él lo era. Si él podía convertir su problema en una pelea marital, podía hacer que se tratara de nosotros. Tenía que quitarme de en medio para que eso no ocurriera.

En privado, decidí darle tiempo. Seis meses.

Tuve días buenos y días malos. En los días buenos, tomé el camino correcto. Ignoré sus ataques, sus despiadados golpes. En los días malos, me enconaba bajo el sol de agosto mientras los niños corrían por los aspersores, enfureciéndome con él mentalmente. Pero nunca vacilé. Aunque pueda parecer ridículo decir “no te lo tomes personal” cuando tu marido te dice que ya no te ama, a veces eso es exactamente lo que debes hacer.

En lugar de dar un ultimátum, gritar, llorar o suplicar, le presenté opciones. Creé un verano de diversión para nuestra familia y lo invité a participar en él o no, era su decisión. Si elegía no venir, lo extrañaríamos, pero estaríamos bien, muchas gracias. Y así fue.

Y, sí, obviamente quería sentarlo y convencerlo de que se quedara, de que me amara. De luchar por lo que creamos. Claro que quería hacerlo.

Pero no lo hice.

Hice una parrillada. Hice limonada. Puse la mesa para cuatro. Lo amé desde lejos.

Y un día, allí estaba, temprano en casa después del trabajo, cortando el césped. Un hombre no corta el césped si se va a mudar, él no. Luego arregló una puerta que llevaba ocho años descompuesta. Hizo un comentario sobre nuestro porche delantero porque había que pintarlo. Dijo nuestro porche delantero. Mencionó que necesitaba madera para el próximo invierno. Habló del futuro. Poco a poco, empezó a hablar del futuro.

Fue la cena de Acción de Gracias la que confirmó todo. Mi marido inclinó la cabeza con humildad y dijo: “Estoy agradecido por mi familia”.

Había vuelto.

Y vi lo que le faltaba: orgullo. Había perdido el orgullo de sí mismo. Tal vez eso es lo que sucede cuando nuestros egos reciben un golpe en la mediana edad y nos damos cuenta de que ya no somos tan jóvenes ni lozanos.

Cuando la vida nos golpea y nuestros mitos de la infancia se revelan como lo que son, la verdad se siente como el mayor golpe de gracia de todos: no es un cónyuge, ni una tierra, ni un trabajo, ni el dinero lo que nos da la felicidad. Esos logros, esas relaciones, pueden aumentar nuestra felicidad, sí, pero la felicidad tiene que empezar desde dentro. Confiar en cualquier otra ecuación puede ser letal.

Mi marido se había perdido en el mito. Pero encontró la manera de salir. Desde entonces, hemos tenido conversaciones difíciles. De hecho, me animó a escribir sobre nuestra odisea para ayudar a otras parejas que llegan a esta coyuntura en la vida, personas que se sienten asustadas y atascadas, personas que creen que sus sentimientos temporales son permanentes, que ven una salida fácil y creen que pueden escapar.

Mi marido trató de cobrar una apuesta, de culparme por su dolor, de descargar sus sentimientos de desgracia personal en mí.

Pero soporté la situación y esperé. Y funcionó.

Laura A. Munson es una escritora que vive en Whitefish, Montana.

https://www.nytimes.com/es/2021/10/17/espanol/divorcio-modern-love.html

domingo, 17 de julio de 2022

_- Olympe de Gouges, la revolucionaria francesa ejecutada en la guillotina por defender los derechos de todos

 



_- A las 6 de la mañana del 6 de octubre de 1789 María Antonieta, la reina consorte de Francia y Navarra, salió despavorida de sus aposentos en el palacio, corriendo por los pasillos aún en su ropa de cama, hasta llegar a la habitación del rey.

Golpeó desesperadamente la puerta, suplicando que lo dejaran entrar, pero tardaron en escucharla debido al estruendo de una proverbial turba enardecida que estaba asaltando Versalles.

Todo había empezado el día anterior cuando mujeres en los mercados de París, desesperadas por la falta de comida y furiosas por rumores de que se estaba acaparando el pan, se rebelaron y decidieron tomar el asunto en sus propias manos de una manera impactante y violenta.

Junto con otros miles de parisinos, marcharon horas bajo la lluvia, arrastrando cañones, cargando mosquetes, horquillas, cuchillos.
Hasta entonces, Louis el XVl se había negado a firmar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, temiendo que llevara al fin de la monarquía.

Ahora era el rey quien estaba sujeto a los designios del pueblo, y de repente un futuro democrático parecía posible.

Pero ya no tenía opción.

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

"Sin el catalizador de la toma de Versalles propiciado por las mujeres de París, ¿Quién dice que la habría firmado?", cuestiona la historiadora Amanda Foreman en el documental de la BBC "El ascenso de la mujer".

"Había estado buscando una salida cuando las mujeres pusieron su mundo patas arriba".

La declaración
El radical documento ofrecía una nueva visión audaz para Francia, que garantizaba plenos derechos sociales y políticos... para algunos.

Las mujeres pronto descubrieron que ser ciudadanas no las hacía iguales a los ojos de la ley.

En esa época de la Ilustración, cuando la lógica y la razón supuestamente prevalecían, al filósofo Jean-Jacques Rousseau, cuyos escritos ayudaron a inspirar la revolución, no le pareció ilógico afirmar que "el hombre debe ser fuerte y activo, la mujer, débil y pasiva".

Aquello de "Liberté, égalité, fraternité" era libertad e igualdad sólo para la fraternidad, no la sororidad.

Pero hubo alguien que tuvo el coraje y la convicción de denunciar por escrito que la Declaración de los Derechos del Hombre estaba incompleta sin los derechos de la mujer: Olympe de Gauges.

Retrato anónimo de Olympe de Gouges, 1784. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto, Retrato anónimo de Olympe de Gouges, 1784.

En 1791, expuso el sesgo que sustentaba ese documento publicando su propia Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.

La otra declaración
"Considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobernantes...", empieza diciendo en el preámbulo del documento que, como su par, se compone de 17 artículos.

"La revolución francesa había prometido darle la espalda al despotismo y la religión haciendo hincapié en la razón y la naturaleza", explica su biógrafo Olivier Blanc.

"Esas dos nociones son esenciales en el siglo XVIII, y Olympe se basa en ellas".

Artículo IV
"La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que le pertenece al otro; así el ejercicio de los derechos naturales de la mujer no tienen más límites que la tiranía perpetua que el hombre le impone. Esos límites deben de ser reformados por las leyes de la naturaleza y de la razón".

Además hablaba de que la libertad y la justicia son el motor impulsor de los derechos de las mujeres.

Y exigía tanto derechos políticos como civiles.

Artículo VI
"(...) todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, siendo iguales ante sus ojos (de la ley), deben de ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades, y sin otras distinciones que aquellas de sus virtudes y sus talentos".

Pero además de derechos, las mujeres debían tener deberes, los mismos que los de los hombres, como lo expresó en el artículo que más famoso se haría, por la frase que vaticinaría su futuro:

Artículo X
"Nadie debe ser molestado por sus opiniones, incluso fundamentales. Si la mujer tiene el derecho de subir al patíbulo, ella debe tener igualmente, el derecho de subir a la tribuna; mientras que sus manifestaciones no alteren el orden establecido por la ley".

No sólo eso
"La Libertad guiando al pueblo", Eugène Delacroix en 1830 FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

La libertad a veces tuvo cara de mujer, pero la Revolución no. ("La Libertad guiando al pueblo", Eugène Delacroix en 1830).

Parte de otro artículo, el XI, deja entrever una de las causas que defendió, por experiencia propia.

"Toda ciudadana puede en consecuencia decir libremente, soy madre de un hijo que le pertenece, sin que un prejuicio bárbaro la forcé a disimular la verdad".

En su certificado de nacimiento decía que había nacido en Montauban en 1748, que su nombre era Marie Gouze y que su padre era un carnicero.

Pero ella dijo que siempre supo que realmente era hija ilegítima del marqués Jean-Jacques Lefranc de Pompignan, un reconocido magistrado y escritor que había sido amigo de su madre.

A los 17 años la casaron contra su voluntad con un comerciante, quien murió tres años más tarde dejándole un hijo, al que adoraba, y la privilegiada posición de viuda a la que nunca renunció, pues no sólo repudiaba el matrimonio sino que le permitía una libertad que no estaba al alcance de las mujeres solteras o casadas.

Pero en vez de identificarse como "la viuda de...", como dictaban las normas sociales, adoptó el nombre de Olympe de Gouges.

Cuando se enamoró del rico empresario Jacques Biétix de Rosières se fue con él a París y, aunque no contaba con una educación formal, se fue haciendo un nombre en el mundo literario y político particularmente por los temas que abordaba.

Retrato de Olympe de Gouges (Detalle), finales del siglo XVIII. Artista: Alexandre Kucharski. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Retrato de Olympe de Gouges (Detalle), finales del siglo XVIII. Artista: Alexandre Kucharski.

Luchó por los bastardos, alegando que los hijos ilegítimos debían tener las mismas protecciones que los legítimos.

Abogó por la instauración del divorcio y propuso para los cónyuges un contrato anual renovable.

Criticó la falta de universalidad de la Constitución de la nueva Francia, que sólo le concedió el sufragio a hombres blancos propietarios de tierra, dejando a gran parte de la población sin voz ni voto.

Y fue una abolicionista comprometida cuando no muchos lo eran.

Escribió una obra teatral que giraba en torno a la igualdad racial y dejaba hablar a los esclavos.

"Nos usan en estos climas como usan animales en los suyos. Vinieron aquí, se apoderaron de nuestra tierra, nuestra riqueza y nos esclavizaron en recompensa por las fortunas que nos robaron.

"Los campos que cosechan están sembrados de cadáveres de nativos y se riegan con nuestro sudor y nuestras lágrimas", dice Zamor, uno de los personajes principales.

Colonización francesa: venta de un esclavo en el siglo XVIII. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Colonización francesa: venta de un esclavo en el siglo XVIII.

"La esclavitud de los negros" fue aceptada por la Comédie Française -un gran logro en la época- y puesta en escena en 1792.

Cuando el lobby colonial, muy rico y patrocinador del teatro, vio en el escenario a hombres como los que mantenían en grilletes representados como seres sintientes, se aseguró de que las funciones se suspendieran tres días después del estreno.

Oídos sordos
Su declaración de los derechos de la mujer tampoco tuvo el efecto deseado en su momento, a pesar de que "siempre enviaba sus escritos políticos al presidente y a varios diputados de la Asamblea Nacional, y también a los directores de los periódicos y a todos los clubes políticos", como cuenta Blanc.

"Quería al menos que se debatieran los derechos de las mujeres en la Asamblea, pero nunca se incluyó en la agenda".

De hecho, en 1793, todo debate se cerraría, con el comienzo del período de El Terror, que buscó reprimir actividades contrarrevolucionarias y durante el cual hubo centenares de ejecuciones.

Entre las medidas que se tomaron, se les prohibió a las mujeres reunirse con grupos de cinco o más, no fuera que repitieran algo como la Marcha de Versalles.

La revolución pasó de ser un medio de liberación para ellas a un instrumento de su opresión.

Sin defensa
Pronto, la marea política se volvió contra moderados como Olympe.

Cuando los jacobinos prohibieron las expresiones de disidencia, ella se negó a permanecer en silencio, arriesgando su vida.

No sólo llamó a rechazar la violencia, sino que distribuyó un cartel incendiario llamado "Las tres urnas" que instaba a los franceses a votar para decidir por sí mismos cuál forma de gobierno les favorecía más: una república unitaria, un sistema federal o una monarquía constitucional.

"Las tres urnas". Pie de foto, "Las tres urnas", el documento que la condenó.

Fue un acto suicida, señalan los versados, pues seguramente sabía que la Convención Nacional no admitía desafíos a su poder soberano y que su facción dominante, los jacobinos, dejaba claro en cada decreto que la estructura ideológica de su Estado no era negociable: la República, era una e indivisible.

Las autoridades la arrestaron bajo cargos de sedición, y el tribunal revolucionario la condenó a muerte.

En su expediente consta que todo se basó en acusaciones: únicamente hubo testigos en su contra.

Tampoco tuvo abogado, pues el tribunal dictaminó que se podía defender sola.

El 3 de noviembre de 1793, a los 45 años de edad, la vida de Olympe terminó de la misma forma que la de María Antonieta dos semanas antes.

La "virago"
Pocos días después, La Feuille du Salut Public, el diario oficial de los revolucionarios, reportó su condena diciendo:

"Olympe de Gouges, nacida con una imaginación exaltada, tomó su delirio por una inspiración de la naturaleza.

"Empezó diciendo tonterías y acabó adoptando el proyecto de los pérfidos que quieren dividir Francia: quería ser estadista y parece que la ley castigó a esta conspiradora por haber olvidado las virtudes propias de su sexo".

Grabado de Olympe de Gouges. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto, Grabado de Olympe de Gouges.

Ese mismo día, el presidente de la Comuna de París, Pierre-Gaspard Chaumette, uno de los arquitectos de El Terror, puso como ejemplo a Olympe como advertencia a las mujeres "desnaturalizadas" que quisieran "ir a los lugares públicos, a las galerías a escuchar discursos, al bar del senado".

"Acuérdense de esa virago, de esa mujer-hombre, de la Olympe de Gouges desvergonzada que abandonó todos los cuidados domésticos, para involucrarse en la República […] Este olvido de las virtudes de su sexo la llevó al patíbulo".

"Es una terrible ironía que una de los revolucionarias más elocuentes del siglo XVIII haya sido ejecutada en la plaza de la Concordia por ser una supuesta traidora a la revolución, y la pregunta es por qué", declara la historiadora Amanda Foreman.

"Yo creo que es porque, siendo mujer, irrumpió la esfera de la política y utilizó las herramientas supuestamente masculinas de la razón, el ingenio y la lógica para promover una agenda feminista".

En reversa
La ejecución de Olympe marcó el comienzo de una reacción política contra las mujeres.

Mujeres disfrazadas llevando carteles con la imagen de Olympe de Gouges, en el Día Internacional de la Mujer 2021 en Valencia, España. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Olympe de Gouges presente en el Día Internacional de la Mujer 2021 en Valencia, España.

En 1795 se les prohibió la entrada a la Asamblea Nacional, se les ordenó que se quedaran en casa y se abstuvieran de tener opiniones propias.

Cuando Napoleón se convirtió en emperador instituyó el Código Napoleónico, que le dio a los padres y maridos el poder supremo sobre sus hijas y esposas.

En 1804 las mujeres eran tan impotentes, si no más, como las que habían antecedido a las que marcharon a Versalles en 1789.

Para las francesas, el Código fue el legado más perdurable de la revolución, pues rigió sus vidas hasta mediados del siglo XX.

Sólo obtuvieron el voto en 1946 y pasaron otros veinte años antes de que pudieran trabajar sin permiso de sus maridos.

"Pero las batallas de la revolución francesa no fueron irrelevantes", subraya Foreman.

"Mujeres como Olympe de Gauges encendieron las llamas del feminismo moderno y una vez que prendidas, no había marcha atrás".

El legado de Olympe empezó a redescubrirse en el siglo XX, tras casi dos siglos de olvido.

Su Declaración de los Derechos de la Mujer y Ciudadana encontró su lugar -y, finalmente, su tiempo- entre los textos fundamentales de la emancipación femenina.

Hoy, según le dijo a la BBC la historiadora y autora Catherine Marand-Fouquet, "es reconocida en todo el mundo como un brillante ejemplo de la defensa de los derechos humanos".

martes, 1 de marzo de 2022

¿Crees que debes divorciarte? Hazte estas preguntas primero

El sentido común sugiere que hacerse las preguntas correctas antes de casarse puede conducir a una mejor unión, pero es raro que se analice el otro lado de la moneda.

Eso puede deberse a que, para cuando surge la posibilidad de divorciarse, los cónyuges quizá ya estén mentalmente estresados y sin humor para hacerse preguntas entre sí.

Es un error, señala Nancy Colier, psicoterapeuta que vive en Manhattan. Incluso si la decisión final es disolver el matrimonio, puede valer la pena hacerse las preguntas correctas, quizá con la ayuda de un terapeuta familiar, antes de contactar a un abogado o mediador.

The New York Times le pidió a algunas personas versadas en los desafíos y las dificultades del matrimonio y el divorcio que sugirieran preguntas que puedan hacer que una separación sea más amable o, incluso, salvar la relación. He aquí once de sus ideas:


1. ¿Has dejado claro lo que te molesta de la relación?
“Tú puedes pensar que te has comunicado, pero es posible que tu pareja en realidad no haya escuchado”, dijo Sherry Amatenstein, terapeuta de parejas y autora de libros sobre relaciones.

“Las investigaciones demuestran que las personas solo escuchan entre el 30 y el 35 por ciento de lo que les dicen”, señaló, “porque mientras estamos pensando: ‘Esto es lo que le voy a decir al otro’”.

Si, por ejemplo, crees que tu cónyuge no te considera una prioridad y no pasa tiempo contigo, este comportamiento no podrá cambiar a menos que él o ella estén conscientes de tu inquietud.

“Es bueno asegurarte de que has hecho lo que está en tus manos en términos de hablar honestamente con tu pareja”, indicó Colier. Eso podría ayudar a sanar si el matrimonio se disuelve, dijo, porque sabrás que hiciste todo lo posible para hacer que la relación funcionara.

2. ¿Tú y tu cónyuge han dejado claras sus expectativas acerca del papel de cada uno en la relación?
“A veces el problema puede ser tan simple como no entender de qué manera espera tu pareja que te portes”, dice Hope Adair, quien junto con su exesposo participó en una columna de The New York Times que analizaba matrimonios fallidos. “Es algo como: ‘Esto es lo que los esposos o las esposas hacen, y tú no lo estás haciendo’”

Si, por ejemplo, una persona espera que la otra se haga cargo de las finanzas y ella o él preferirían no hacerlo, pueden surgir problemas.

3. Si hubiera una manera de salvar el matrimonio, ¿Cuál sería? 
El reverendo Kevin Wright, de la iglesia Riverside, de Manhattan, sugiere realizar este ejercicio: en un lado de una hoja de papel o en un documento digital, haz una lista de lo que crees que necesitas para salvar el matrimonio y del otro apunta lo que debe hacer tu cónyuge. Asegúrate de que este haga lo mismo. Es muy importante que los dos hagan el ejercicio. De otra manera, señaló: “Esto puede convertirse con facilidad en una cuestión sobre lo que la otra persona debe hacer”.

4. ¿Realmente serías más feliz sin tu pareja?
“Tienes que considerar con valentía y realismo si lo que estás obteniendo de la relación compensa lo que estás dejando”, mencionó Colier. “Tal vez tu cónyuge ya no te interesa como pareja sexual tanto como te gustaría, pero quizá sus habilidades como padre o madre, su disposición a ayudar con las tareas diarias o el compañerismo pueden compensar lo negativo y hacer que el sacrificio valga la pena”.

Tener una idea clara de lo que es más importante en tu vida puede tornar la decisión de quedarte o no en el matrimonio menos abrumadora.

5. ¿Todavía sientes amor?
Incluso si tu respuesta es sí, el divorcio puede ser el camino indicado. “Hay muchas razones por las que la gente decide que ya no puede seguir casada, pero nuestras emociones no tienen un interruptor de encendido/apagado”, dice Wendy Paris, escritora especializada en relaciones. “Buena parte del enojo que vemos en los divorcios surge del hecho de que todavía amamos a esa persona, y podemos sentirnos lastimados, faltos de amor recíproco o infravalorados”.

6.¿Cuál es tu mayor miedo si se termina la relación?
“Para algunas personas, puede ser el miedo de ser solteras de nuevo: el miedo de quedarse solas por el resto de su vida”, apunta Colier. “Para otros, se trata del miedo de perder la intimidad física”. Comprender cuáles son esos miedos puede ayudarte a decidir si el divorcio es la mejor manera de proseguir, señala.

7. ¿Estás dejando que la posibilidad del divorcio arruine la imagen que tienes de ti mismo?
Darse cuenta de que el divorcio puede estar en puerta a menudo hace que la gente se sienta fracasada, sostiene Wendy Paris. En lugar de obsesionarte con las maneras en las que quizás te equivocaste, ve el final de la relación “de manera que te empodere más”, sugiere, concentrándote en lo que hiciste bien.

Por ejemplo: “Realmente intenté que funcionara la intimidad”, o: “Estoy buscando distintas opciones para descubrir lo que es mejor para todos”.

8. ¿Cómo pueden manejar el divorcio para minimizar el daño a los hijos?
“Si realmente son infelices juntos, divorciarse es lo mejor que pueden hacer”, aseveró Amatenstein. “Pero siempre serán padres de sus hijos. Van a seguir estando en la vida del otro. Deben pensar en cómo harán esto y evitar usar a los hijos como carne de cañón”.

9. ¿Estás preparado para las tensiones económicas que puede conllevar un divorcio?
“Lo que le recomiendo a la gente es que comience a pensar en la cuestión económica tan pronto como sea posible durante el proceso”, señaló Colier. “Es decir: si puedes hacerlo, hablar con un consultor financiero y abogados, y escribir cuánto va a costar. Hay muchas cosas que van a cambiar… y también mucho que temer. Es importante que te sientas sostenido en tantos hechos financieros como te sea posible. Así te sentirás más seguro”.

10. ¿Estoy listo para solucionar los detalles del día a día de los que se hacía cargo mi cónyuge?
“Nos preparamos para la mayoría de las demás transiciones importantes, pero el divorcio puede parecer la erupción de un volcán”, afirmó Paris, “y nuestra falta de preparación es un aspecto más del caos”.

Debes comprender que posiblemente ahora tengas que pagar cuentas o ser el que va a las reuniones de padres y maestros por primera vez en años. Si tienen hijos, ¿Quién será el responsable de hacer que sigan su calendario de actividades?

11. ¿Cómo evito cometer el mismo error en el futuro?
Ten conciencia de que el problema puedes ser tú, no ese matrimonio en particular. Si estás aburrido en una relación, puede que te pase lo mismo en otra también, dice Erika Doukas, una psicóloga en Manhattan.

Si peleas con tu cónyuge respecto a qué familia visitar durante las vacaciones, el mismo conflicto puede reaparecer en un matrimonio futuro. La Dra. Doukas señala que los cónyuges capaces de darse cuenta de su contribución a los problemas maritales en ocasiones pueden cambiar el rumbo y posiblemente salvar la relación o, si no es así, hacer que la próxima dure más tiempo.

Por Eric V. Copage

https://www.nytimes.com/es/2017/05/24/espanol/cultura/once-preguntas-divorcio.html?action=click&module=RelatedLinks&pgtype=Article


viernes, 18 de febrero de 2022

_- El divorcio es duro. Así puedes ayudar a quien atraviesa uno.

_- Hay varias maneras de mostrar tu apoyo a los amigos que están pasando por una separación, desde grandes gestos hasta pequeños actos de amabilidad.


Enfrentarse a un divorcio, a veces, es una sorpresa
Mette Harrison, una novelista que también trabaja en el sector financiero, recibió una desagradable sorpresa en 2020 cuando su marido de 30 años le pidió el divorcio. Harrison, madre de seis hijos, calcula que, entre los que dejaron de hablarle y los que expresaron su opinión sobre la ruptura, también perdió a la mitad de sus amigos.

Según un estudio de 2013 dirigido por Rose McDermott, académica de la Universidad de Brown, si las personas de tu red social cercana se divorcian, el riesgo de que tu matrimonio termine aumenta de manera considerable. En parte, esto puede explicar por qué quienes se encuentran en crisis matrimoniales se ven abandonados por las personas más cercanas y queridas. Sin embargo, la desaparición de los seres queridos también puede deberse a que simplemente no saben cómo ayudar.

Además de la pérdida de su matrimonio, perder a los amigos fue casi demasiado, dice Harrison, que ahora tiene 51 años. No obstante, cuando los que se quedaron a su lado le ofrecieron ayuda, también quedó desconcertada. “No sabía qué necesitaba, ni siquiera cuando la gente me lo preguntaba”, aseguró.

Un cuestionario guía  ¿Crees
que debes divorciarte? Hazte estas 11 preguntas primero

La importante ayuda de los amigos y la familia
Una amiga le ofreció un lugar donde dormir hasta que pudiera encontrar un departamento; otro la guio gentilmente para que hiciera una evaluación honesta de su situación financiera. Una tercera persona le envió mensajes de texto todos los días durante un año, un simple intercambio que, según Harrison, la ayudó a calmar el pánico de los primeros meses. Su hermano mayor, Mark Ivie, estableció un pago mensual recurrente para la renta y la comida, además de una lista de artículos deseados en Amazon, que compartió con otros miembros de la familia.

“De ninguna manera lo habría logrado sin su ayuda”, comentó Harrison.

Los expertos dicen que hay muchas maneras de ayudar a quienes se ven afectados por la vergüenza, la conmoción y el pánico económico de una separación o un divorcio, desde grandes gestos hasta pequeños actos de amabilidad.

Escuchar… una y otra vez
Aunque a menudo se asume que quienes se encuentran en una separación inicial necesitan espacio, Ashley Mead, una psicoterapeuta que trabaja en Nueva York y que se especializa en divorcios, recomienda la conexión. No obstante, escuchar y atender esas situaciones requiere delicadeza.

“Los divorciados están perdiendo a la persona con la que más han estado conectados en toda su vida”, explicó Mead mediante un correo electrónico. “A menudo están desesperados y sienten una vergüenza increíble”.

“Preséntate”, agregó Mead, quien recomienda abstenerse de ofrecer consejos, sugerencias o cualquier frase que pueda expresar algo así como “te lo dije”. 

Si no sabes qué decir, intenta esto: “Sé que no puedo solucionarlo, pero estoy aquí para ayudarte”, aconsejó. “Tenemos una tendencia a querer arreglar las situaciones negativas que viven nuestros amigos, pero intentar animar a alguien a menudo lo que busca es calmar nuestra propia incomodidad y no ayuda a quienes necesitan aliviar las emociones difíciles”.

Erika Anne Englund, mediadora de divorcios que trabaja en Sacramento, California, dice que debemos “ser el tipo de oyente que ayuda a la gente a llegar a sus propias conclusiones: Asegúrate de que tu amigo tenga un lugar donde desahogarse, llorar, reír y pensar en voz alta”.

“No dejes de invitar a tus amigos divorciados a fiestas solo porque estén sin una pareja, y llámalos en época de festividades incluso años después de que el divorcio haya terminado”, dijo Englund.

Cuando Amy Armstrong, terapeuta familiar en Columbus, Ohio, pasó por su propio divorcio, encontrar amigos que pudieran escucharla sin convertir su historia en un drama —o en un chisme— fue un salvavidas. “Una persona que te apoya, que te ayuda a visualizarte en un próximo capítulo alegre, no alguien que te insta a quejarte o a quedarte en actitud de víctima”, dijo.

Stéphane Jutras, que vive en Canadá y presenta el podcast Divorced Dad Diaries, se divorció en 2018. Cuando habló del tema con sus amigos, notó que se volvieron más cercanos y se abrieron a temas de la relación que antes habían mantenido guardados. “A medida que les hacía confidencias, se sentían seguros para hablar de sus problemas matrimoniales”, dijo Jutras.

Un Equipo de apoyo
A la hora de buscar un equipo de apoyo, Susan Pease Gadoua, terapeuta del condado de Sonoma, California, que también dirige grupos de apoyo para divorciados, recomienda recurrir a personas que no tengan miedo a los sentimientos fuertes o al tiempo que pueda llevar procesarlos. “La gente tiene un ancho de banda de dos a cuatro meses para lidiar con el dolor ajeno, pero recuperarse del divorcio en menos de seis meses se considera muy pronto”, aseguró.

Para aquellos que cuestionan sus habilidades de conversación, ser un buen oyente no requiere charlar sin parar. Ver una película juntos puede ser muy reconfortante, al igual que hablar mientras caminan. “No hables mal de nadie, no trates de animar demasiado ni intentes resolver problemas”, señaló Abby Medcalf, psicóloga en Berkeley, California, y fundadora del podcast Relationships Made Easy.

“Conéctate con el sentimiento, no con la situación”, comentó Medcalf. “Pregunta, ¿Qué es lo que te pone más triste, más enojado, más temeroso?”.

“Entonces, escucha bien, con toda tu atención”, agregó.

Ofrecer ayuda, o simplemente validar
El divorcio a menudo significa que conducir un auto compartido, pagar las cuentas y muchos otros requisitos de la vida diaria ahora recaen sobre una sola persona, no sobre dos.

“El divorcio es una gran transformación en la vida. Ayudar con detalles puede tener un impacto duradero”, opinó Mandy Walker, asesora de divorcios y mediadora en Boulder, Colorado.

¿Estás buscando formas creativas de ofrecer apoyo? Considera qué habilidades sociales podrías tener. ¿Puedes cuidar niños una noche a la semana? ¿Puedes editar un currículum? ¿Sabes algo sobre reparación de automóviles? ¿Eres habilidoso? Si no puedes ofrecer tus propias habilidades, quizá sea útil crear una lista de personas que sabes que pueden ayudar.

Los sentimientos de dolor y pérdida después de una separación o divorcio son parte normal del proceso de curación. Hay una línea de tiempo para la recuperación del divorcio, comentó Medcalf, y hacer un seguimiento de los cambios graduales en los sentimientos puede ser útil si un amigo o familiar divorciado está demasiado angustiado como para ver que mejora. “Lo más generoso que puedes hacer es dejar de lado tu propio miedo a los sentimientos fuertes y alejar poco a poco a las personas de la desesperación”, señaló.

Cuando Shawna Hein, de 37 años, finalizó su divorcio en 2020, dijo que los amigos que no impusieron sus sentimientos sobre la situación fueron sus salvadores. “Me encantó cuando le dije a la gente que me estaba divorciando y dijeron: ‘Genial’”, dijo Hein, una diseñadora principal de Ad Hoc que vive en Nevada City, California. “Para mí eso fue un reconocimiento de que estaba siendo valiente y de que la vida iba a mejorar”.

Pease dijo que “la terminología en torno al divorcio gira en torno al fracaso, pero a veces es una victoria que puede ayudar a la gente a hacer el cambio necesario. Permitir las emociones negativas a lo largo del viaje allana el camino para las emociones positivas en el futuro”.

El dinero puede ayudar, más de lo que piensas
El impacto económico de casi todos los divorcios golpea fuerte; los estudios muestran que los ingresos muchas veces decrecen, sobre todo para las mujeres. Los detalles sobre la manutención del cónyuge y de los hijos tardan meses y a veces años en resolverse. Incluso si se otorga, no hay garantía de que se tendrán esos pagos. Según un informe del censo de Estados Unidos de 2018, menos de la mitad de los padres con custodia a los que se les debe manutención infantil reciben lo que se les otorga, y hay pocos recursos para la mayoría en estas situaciones.

Sydney Petite se divorció en julio de 2018 con tres hijos, entre ellos mellizos de 3 meses. Ahora es la única progenitora con la custodia, se le concedió que su exmarido le pagara la manutención, pero no recibió ningún pago durante casi tres años.

“Aprendí —de forma torpe y rápida— a pedir ayuda”, afirmó Petite, de 30 años, que dirige una empresa de relaciones públicas en Mobile, Alabama. Una amiga le prestó dinero para contratar a un abogado, un colegio privado le ofreció la colegiatura gratuita de su hijo mayor y una niñera que había contratado para ayudar con los niños aplazó el pago hasta que Petite se recuperó económicamente. Desde que se divorció, la ex ama de casa pagó todos sus préstamos. “Hoy en día, estoy donde estoy gracias a un apoyo inesperado”, concluyó.

​​Otras vías de apoyo pueden ser reunir a los amigos para pagar unas horas de un abogado u organizar el reparto de comidas. “Puede llevar años volver a una situación financiera estable”, dijo Alex Beattie, cofundadora de Divide and Thrive, una herramienta financiera descargable para ayudar con el divorcio. “Llevar unas comidas o unas entradas de cine puede aligerar el ánimo de alguien sin que cueste mucho”.

https://www.nytimes.com/es/2022/02/05/espanol/ayuda-divorcio.html

Preguntas antes del matrimonio.

sábado, 25 de agosto de 2018

Sin ruido ni furia no hay matrimonio. Por LAURA PRITCHETT

Hace tres años, mi marido y yo nos separamos después de veinte años de matrimonio.

Desde entonces nuestro camino ha sido tan apacible que hemos desatado confusión y habladurías en nuestro pequeño poblado entre las montañas de Colorado. A veces, nuestros autos se encuentran estacionados uno junto al otro en la calle, comemos juntos con frecuencia y decidimos que era más fácil para nosotros, los adultos, cambiar de casa que para nuestros hijos.

Algunas veces, los vecinos no ven diferencias entre el antes y el después de la separación y sienten la necesidad de confirmarlo cuando me encuentran en la oficina de correos: Sí, así es, nos separamos.

Ahora, mi respuesta se ha vuelto un murmullo bien ensayado: siempre nos hemos querido y siempre lo haremos. Huimos del conflicto y tenemos un temperamento apacible. No es culpa de nadie. La relación (en mi opinión, por lo menos) había seguido su curso natural.

Les recuerdo que los rompimientos tienen un nuevo paradigma; no tienen que ser hostiles ni estar llenos de odio. Pueden ser conscientes, respetuosos. La humanidad ha evolucionado.

También les digo que estamos pensando en nuestros hijos, no solo por las razones obvias de que deben ser lo más importante para nosotros en los tiempos difíciles, sino porque en los últimos años ya han pasado por situaciones traumáticas que han estado fuera de su control: evacuados por incendios forestales, aislados por una inundación sin precedentes y expuestos a la pérdida y a la devastación.

Los vecinos asienten, conocen de sobra los varios desastres naturales por los que hemos pasado en esta región. Las sirenas, los helicópteros y los noticieros todavía parecen resonar en nuestros oídos; una razón más para que nuestro matrimonio llegue a su fin sin drama.

Sonrío a los vecinos y agito la mano para despedirme mientras suben a sus autos. No hablo del dolor punzante que todo esto me provoca.

No les cuento cómo hace poco me dejé caer de rodillas y reí de tristeza y alivio por una cosa: desde hace mucho, mi matrimonio se había convertido en un cliché de dos personas que comparten una casa y el hecho de haber pasado por un cambio como este sin todos los altibajos emocionales era revelador. De hecho, el silencio lo decía todo.

Las palabras que no les digo a mis vecinos, las que se me quedan en la punta de la lengua son: ojalá hubieran escuchado una pelea. Desearía que nuestras voces hubieran sido lo suficientemente fuertes para llegar al otro lado del valle. Sí, tal vez teníamos libertad de expresión, pero no supimos cómo ejercer el derecho a la honestidad.

Shakespeare lo dijo bien: “[…] el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”. Nunca hablé del enojo en mi corazón ni de los crecientes resentimientos y dolores; él tampoco lo hizo. Nunca exigí atención ni cuidado; él tampoco. Por eso todo se acabó.

Lo que más duele no es la pérdida del matrimonio. Lo que más duele es que nuestra relación nunca haya sido, evidentemente, de esas por las que vale la pena alzar la voz.

Pero estoy aprendiendo a hacerlo. Ahora, observo a las parejas todo el tiempo (en las películas, las novelas y la vida real) y pongo atención a cómo enfrentan los conflictos. Me acerco a oír en los restaurantes. Me siento en una banca a la orilla del río donde dos personas hablan. Tras mis investigaciones furtivas he guardado algunas frases favoritas: “¿En serio? ¿Eso es todo lo que vas a decir?”.  O: “Eso no me parece suficiente”. O: “Cariño, estás muy equivocado”.

Básicamente, se trata de diálogos que provocan.

Quiero abrazar a esas parejas, decirles que sigan así.

La última vez que lancé una frase provocadora a mi esposo, fracasé. Y fue entonces cuando decidí dejarlo.

Era un día cualquiera, la casa estaba en calma y yo leía en el sillón. Él leía una revista de pie, en la cocina.

Siempre hacía eso, disfrutaba estar de pie luego de estar todo el día sentado en reuniones, y de repente me di cuenta de que había pasado una década desde que él y yo habíamos estado juntos en el mismo sillón. Tal vez nos habíamos sentado un instante mientras uno de los dos se ataba los zapatos o mientras nos poníamos de acuerdo con lo que íbamos a hacer, pero ¿para ver una película? ¿Hablar? ¿Hacer el amor? ¿Pelear? ¿Levantar la voz?

Una ira ardiente se fue apoderando de mi cuerpo y quise provocarlo con palabras: ¿Por qué no había aprendido a sentarse en el sillón conmigo? ¿Por qué nunca se lo había pedido? Pero lo más importante, ¿por qué carajos nunca nos habíamos peleado por eso?.

Después de unas sesiones de terapia no logramos avanzar en la resolución de nuestras diferencias respecto a cómo experimentábamos o recibíamos amor. Las habíamos identificado, o por lo menos yo lo había hecho: a él le disgustaba acariciar o acurrucarse; a mí, no. Él quería quedarse en casa por las noches y los fines de semana; yo quería salir. A él no le agradaba la sensación de estar cerca a otra persona; a mí, sí.

Todas estas diferencias se habían acentuado a lo largo de los años, a medida que nuestro verdadero yo había aflorado. Sin aspavientos. Algunas veces, yo abría la boca para decir algo sobre la creciente distancia. Tal vez él también.

Pero me reprimía. Mi mente repasaba la lista de razones para no decir nada: yo pasaría por irracional, fastidiosa o necesitada. Él estaba cansado. Los niños estaban en casa y no debían escucharnos pelear.

Aquél día en el sillón, lo observé mientras pasaba las páginas de su revista. Levantó la vista, nuestras miradas se encontraron y luego regresó a su lectura.

Dejé escapar un suspiro discreto. Observé como mi respiración exudaba la ira de mi cuerpo, haciendo que los ánimos de pelea se disiparan en mí.

Casi podía ver la agitación de emociones que exhalaba; parecía como si de mí emanara un resplandor, que se amontonaba en el piso. No estaba drogada, pero así me sentía. Bajo la luz del sol, aquel resplandor me pareció la cosa más dolorosamente hermosa que había visto. A mi alrededor flotaban partículas brillantes y silenciosas que tomaban una decisión.

Unos días más tarde, fui capaz de decirlo: me voy. Aunque nuestra amistad nos había mantenido juntos durante 20 años y había sido muy buena para ambos, yo quería más. Estaba segura de que podríamos manejar la separación que se avecinaba con respeto y dignidad. Estaba segura de que podríamos llevar a nuestros hijos por todo aquello con amor y dedicación.

Se sentó conmigo en el sillón cuando se lo dije. Mi voz sonaba temblorosa mientras buscaba las palabras que quería decir —decir lo que pensaba me parecía extraño y nuevo— pero logré pronunciarlas. Me quedé mirándolo y esperé una respuesta.

“¿Estás segura?”, dijo.

Asentí. Esperé. No estaba segura. Estaba esperando una reacción desmesurada, ya fuera suya o mía. Estaba esperando ver cómo se desarrollaría la conversación.

Fue como siempre: tranquila, razonable, sin enojo evidente ni voces agitadas.

Y así ha sido desde entonces. Sencillamente, no somos partidarios del ruido ni la furia, así lo había decidido.

Algunas veces me pregunto si nuestra incapacidad de arremeter contra el otro está arraigada en el amor que ambos sentimos. Porque, antes como ahora, nos amamos. Y ambos nos sentimos tan lastimados por nuestras infancias ruidosas y violentas que ahora nos refugiamos y regodeamos en el silencio.

Sin embargo, ese tipo de amor a menudo no sobrevive y a la larga, nuestro silencio estaba más motivado por la cobardía que por el respeto, el afecto o el amor. Él y yo éramos cómplices, ambos éramos culpables de guardarnos todo en lugar de dejarlo salir.

Y así es como hemos salido a flote con toda suavidad. Los niños se quedaron en la casa; él y yo vamos y venimos cordialmente. Las montañas reverdecieron de nuevo. No ha habido otro incendio importante en años.

A mi novio actual le encanta charlar. Habla todo el tiempo de ideas, películas, canciones, de cómo fue su día, de los malos conductores y de sus adorados caballos galopando en el campo. Le molesta que yo no avive la conversación con palabras o ideas. Para eso habla uno, argumenta.

Me río y participo. También tenemos desacuerdos grandes y enrevesados. Ya no me interesa el silencio.

A veces me río para mis adentros cuando escucho a alguien decir: “Soy una chica sin complicaciones”. Sé a lo que se refiere y valoro las formas pacíficas. Pero hay algo en esa frase que también me rompe el corazón.

Mi ex y yo damos caminatas para estar al día, ponernos de acuerdo o discutir asuntos relativos a nuestros hijos. En estas caminatas, a veces saco un tema de peso, solo para ver si podemos hacerlo mejor. No podemos. Prontamente, volvemos a hablar de vacaciones, eventos y planes: el Día de Acción de Gracias, el concierto de violín de nuestra hija, la reunión en el ayuntamiento.

En estas caminatas, los vecinos a veces nos detienen para ver cómo vamos. Nuestra conducta es tan tranquila y apacible que deben sentir la necesidad de que nuevamente les confirmemos nuestra separación. Nos felicitan por una separación tan bien ejecutada.

Y yo asiento, en silencio.

Laura Pritchett vive en Colorado y es autora de cuatro novelas, la más reciente se titula "Red Lightning".

https://www.nytimes.com/es/2016/05/28/el-ruido-la-furia-y-el-divorcio/

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