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jueves, 29 de septiembre de 2022

_-Qué fue la República de las Letras, la red social de las más grandes mentes de siglos pasados


_-Una comunidad humanística internacional de eruditos, que operaba a través de correspondencia y reuniones personales.

Era una extraña tierra real e imaginaria, invisible pero no clandestina, cuya ley era cultivar el saber.

Un lugar circundado por un foso con el licor oscuro de la tinta y defendido por cañones que disparan balas de papel, como la ciudad que describe Diego de Saavedra Fajardo en "República Literaria" (1655).

Aunque algunos investigadores fijan sus orígenes en los tiempos de Platón, la mención más temprana encontrada brotó de la pluma de uno de los discípulos de Petrarca, el veneciano Francesco Barbaro (1390-1459).

En 1417, le agradeció al toscano Poggio Bracciolini, "en nombre de todos los hombres de letras actuales y futuros, el don ofrecido a la Respublica Literarum para el progreso de la humanidad y de la cultura", por enviarle unos manuscritos antiguos que había descubierto en bibliotecas monásticas, tarea a la que se dedicaban los humanistas siguiendo los pasos de su maestro.

Pero no fue sino hasta el siglo XVI que la expresión se convirtió en lugar común, y letrados como el monje francés Noël Argonne la describieron. "La República de las Letras tiene un origen muy antiguo. Abarca al mundo entero y está compuesto por todas las nacionalidades, todas las clases sociales, todas las edades y ambos sexos.

"Se hablan todos los idiomas, tanto antiguos como modernos. Las artes van unidas a las letras, y en ella también tienen cabida los artesanos. "La alabanza y el honor son otorgados por la aclamación popular", escribió en 1699.

Erasmo escribiendo una carta FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

El espacio social la República de las Letras les permitió a Erasmus y los humanistas erasmistas una considerable medida de independencia. ('Erasmus de Róterdam', 1523. Artista: Hans Holbein el Joven)

Efectivamente, en un mundo de jerarquías sociales bien definidas y en el que las divisiones políticas y religiosas eran tan profundas que a menudo desembocaban en guerras, sus ciudadanos insistían en que todos eran iguales y en que cualquier argumento que impulsara el saber era valioso.

No había una ciudadanía formal: las investigaciones, publicaciones y escritos eran la tarjeta de identidad.

Empezó siendo muy europea pero hacia el siglo XVIII, la República se había expandido a lugares como Batavia (hoy Yakarta), Calcuta, Ciudad de México, Lima, Boston, Filadelfia y Río de Janeiro.

Los habitantes de esa república eran muchos pero para que te des una idea, piensa en el italiano Galileo Galilei, el inglés John Locke, el neerlandés Erasmo de Róterdam, el francés Voltaire y el estadounidense Benjamín Franklin.

La ciudadanas eran menos, pero sólo en cantidad.
Mujeres como Anna Maria van Schurman, la princesa Isabel de Bohemia, Marie de Gournay, Marie du Moulin, Dorothy Moore, Bathsua Makin, Katherine Jones y Lady Ranelagh, por ejemplo, fueron miembros activos de la república de las letras del siglo XVII.

Eran filósofas, maestras, reformadoras y matemáticas de Inglaterra, Irlanda, Alemania, Francia y los Países Bajos, y con pares masculinos como René Descartes, Christiaan Huygens, Samuel Hartlib y Michel de Montaigne representaban el espectro de los enfoques contemporáneos de la ciencia, la fe, la política y el avance del aprendizaje.

Esas Letras Carta de Issac Newton a William Briggs, de 1682, elogiando su Nueva teoría de la visión pero discrepando de algunas de sus conclusiones. FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

Carta de Issac Newton a William Briggs, de 1682, elogiando su Nueva teoría de la visión pero discrepando de algunas de sus conclusiones.

La República de las Letras, o República Literaria, nació y creció antes de que el conocimiento se atomizara, cuando todos los que se dedicaban a cultivar el intelecto eran literalmente "filósofos" -etimológicamente "amigos del saber"-, sin distinciones entre disciplinas académicas o divisiones como "ciencias" y "humanidades".

Existían especialistas, pero todos solían estudiar latín y griego, así como historia, lógica y otros saberes, por lo cual no era raro que, por ejemplo, un matemático como Isaac Newton dedicara años a experimentos alquímicos y a reelaborar la historia del mundo antiguo.

Así que al decir "Letras" e incluso "Literaria" se abarcaba todo; los matemáticos, naturalistas, astrónomos y médicos se identificaban plenamente con la denominación.

Pero el nombre también encerraba un sentido de aprendizaje, de búsqueda de saber; era una mancomunidad de estudiosos, una fraternidad de curiosos. Tenían una lengua franca, el latín, el idioma de todos los eruditos hasta 1650 y que siguió desempeñando un papel destacado, aunque el griego o el hebreo también era útiles.

Y desde el siglo XV, el auge del uso culto de las lenguas vernáculas hizo posible un nuevo discurso más inclusivo.

Palabra escrita 'Un filósofo con su pluma en mano', 1502-1505. Artista: Vittore Carpaccio FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

"Un filósofo con su pluma en mano", 1502-1505. Artista: Vittore Carpaccio

En el corazón de esa vida intelectual estaba la escritura de cartas.

Aunque la imprenta contribuyó enormemente al auge de la cultura intelectual desde el Renacimiento, los libros todavía eran raros y caros.

Las cartas llenaban el vacío permitiendo comentarios, consultas, exposición de ideas y debates, por lo que los llamados hombres de letras dedicaban mucho tiempo y reflexión a todas las que escribían o recibían.

No en vano los escritorios solían ser algunos de los muebles más elaborados y exquisitos jamás diseñados.

Y "los secretarios eran indispensables, pues si eras un erudito famoso, la correspondencia era tanta que necesitabas ayuda", apuntó el historiador Peter Burke, en conversación con BBC Mundo.

En esa red social, como en las de hoy, los escritos cubrían el más amplio de los espectros: de discusiones sobre historia, política, filosofía, investigación científica y educación a noticias, chismes, chistes, poemas, experiencias personales y demás.

En ocasiones, eran disertaciones completas sobre un tema científico, reseñas de libros recién publicados o recopilaciones de escritos o copias de inscripciones, así que la única manera de reconocerlas como cartas era mirando el principio y el final del documento.

El suizo Johann Kaspar Lavater (1741-1801), autor del tratado "Fisonomía", retratado en su escritorio. FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

El suizo Johann Kaspar Lavater (1741-1801), autor del tratado "Fisonomía", retratado en su escritorio.

Cartas escritas con tal esmero y con un contenido a menudo valioso por norma no se tiraban sino que se preservaban.

Esa inmensa herencia cultural -que cuenta, por ejemplo, con unas 20.000 de Voltaire y 13.600 del médico y naturalista italiano Antonio Vallisneri- se han ido digitalizando en grandes proyectos que le hacen eco a las aspiraciones de la República de las Letras.

No sólo eso, se han usado para mapear la República misma, dándole una dimensión visual al metafórico lugar.

Reglas tácitas
Todo ciudadano tenía que participar en el intercambio de información.

Así como la descendencia social no era impedimento para formar parte, la distancia no era obstáculo.

Las numerosas cartas generadas por la República eran enviadas por correo o entregadas a amigos, comerciantes o diplomáticos para ser llevadas personalmente. Una vez recibida la carta, se esperaba que el destinatario la hiciera circular, pues el objetivo primordial siempre era la difusión de la información, el desarrollo y la expansión del conocimiento.

Ni siquiera los libros y manuscritos que a menudo llegaban por esta red debían quedarse en las manos de una sola persona.

Era bien visto que quien los recibiera, lo agradeciera por medio de un antidoron (un 'regalo de vuelta').

La palabra hablada
Borrador de la dedicación de Albrecht Durer a Bilibald Pirckheimer, c1523. FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

Borrador de la dedicación de Albrecht Durer a Bilibald Pirckheimer, c1523.

A menudo, los portadores de esas cartas eran jóvenes que estaban haciendo su "Grand Tour", un tradicional viaje por Europa que era parte de la educación de quienes tenían los medios para hacerlo.

Pero muchos otros ciudadanos de la República de las Letras deambulaban por el continente, portando cartas de recomendación, y eran acogidos en bibliotecas, archivos, colecciones de antigüedades grecorromanas o de especies raras.

Ese aspecto ritualizado y estudioso era conocido como peregrinatio academica, e incluía una oportunidad sin igual: visitar y conversar con los eruditos locales.

Y es que la conversación culta era otro ideal popular de esa red transnacional, y no sólo en esos encuentros más íntimos con los sabios.

La ilusión de un puñado de amigos reunidos alrededor de una mesa en alguna villa campestre recordaba el antiguo simposio filosófico griego.

Se tradujo en la cultura del salón, eventos privados realizados en casas con una lista selecta de invitados, y en la cultura de los cafés, donde llegaban ciudadanos de la República a charlar sobre los temas que rondaban en sus mentes.

El principio del fin
A un nivel más institucional, la conversación encontró otra sede en el siglo XVII con la fundación de academias y sociedades, como la Royal Society de Londres y la Academia Francesa de Ciencias.

Composición alegórica del Colegio Invisible Pie de foto,
El Colegio Invisible, una comunidad de filósofos de la naturaleza, fue el precursor de la "Royal Society" de Londres.

De cierta manera eran versiones más oficiales de la red de cartas, pues ofrecían un lugar donde se podían realizar conferencias, experimentos y demostraciones en vivo, comunicándole de una vez a muchos lo que tomaría más tiempo por correo.

Y aquí retornamos a la palabra impresa (aunque nunca la habíamos abandonado del todo: los libros fueron parte esencial de la República de las Letras, muchos de ellos bellamente ilustrados, haciendo de los artistas ciudadanos).

Esas academias publicaban revistas, como la famosa "Nouvelles de la République des Lettres", que encapsulaban la información y la difundían a sociedades en diferentes países.

Esas academias y sociedades literarias empezaron a asumir algunas actividades de la erudición.

Y, paso a paso, la República de las Letras fue desvaneciéndose, según algunos historiadores.

Su desintegración, señalan, se debió a cambios sociales y tecnológicos.

Globo de aire caliente en el patio de Burlington House, Piccadilly, Westminster, London, 1814. Artista: James Gillray FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

La Royal Society de Londres para Avanzar el Conocimiento Natural fue fundada en Burlington House en 1660.

Inventos como el telégrafo y mejoras en el transporte, como el ferrocarril y los barcos a vapor, facilitaron las comunicaciones.

La impresión se volvió mejor y más barata, permitiendo que las noticias y las opiniones se distribuyeran más ampliamente.

Pero otros intelectuales aseguran que la República de las Letras nunca desapareció.

De caballos a la web
Uno de ellos es Peter Burke, profesor emérito de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge y autor de una gran cantidad de libros sobre historia cultural e intelectual.

"Desde mi punto de vista, lo único que cambió fue el modo de comunicación", le dijo a BBC Mundo

"Es por eso que contrasto lo que yo llamo 'la república halada por caballos', que es la tradicional de la que todos escriben, con la 'república a vapor', que llegó después, cuando los ferrocarriles dieron paso a la invención de conferencias académicas internacionales en la segunda mitad del siglo XIX, y los barcos a vapor permitieron que algunos académicos -como Max Webber- dieran conferencias en EE.UU.

"Después de la de vapor, surgió la 'república del jet', cuando se podía ir por todo el mundo a intercambiar conocimientos.

"Y, finalmente, la 'república virtual', en la que se puede colaborar via email", explicó, trayendo al presente la fraternidad, una de la que quizás tú ahora eres miembro.

Como todo un ciudadano de la República de las Letras, Burke añadió: "Yo no rechazo ninguno de esos modos de comunicación que han ayudado a los estudiosos a asistirse y colaborar, lo que no significa que siempre lo hicieron pero al menos que existía una ética de cooperación".

He ahí la médula de esa excepcional república: esa ética de colaboración en pos del saber a pesar de cualquier obstáculo.

Y sí, es cierto que la República de las Letras a la que por siglos sus ciudadanos juraron lealtad es un lugar que sólo existe en la mente... pero, ¿no es eso de alguna manera cierto en el caso de todas las repúblicas?

Presentational grey line FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

John Wilkins y su carruaje espacial para ir a la Luna, interpretado por el propio historiador Allan Chapman.

El ambicioso plan de hace 400 años para viajar a la Luna en una carroza voladora

Galileo
La carta perdida de Galileo que cuestiona lo heroico que fue su desafío contra la Iglesia católica



jueves, 30 de noviembre de 2017

Frases célebre sobre viajes

1. Cuando los hombres buscan la diversidad, viajan.
- Wenceslao Fernández Floréz, escritor, periodista y humorista

2. Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.
- Lao-Tsé, filósofo

3. Viajar vuelve a los hombres discretos.
- Miguel de Cervantes, escritor

4. No sé viajar por viajar, sino por haber viajado.
- Jean Baptiste Alphonse Karr, periodista y novelista Travel writer

5. Viajar es como flirtear con la vida. Es como decir, “Me quedaría y te querría, pero me tengo que ir: esta es mi estación”.
- Lisa St. Aubin de Teran, escritora

6. La persona inteligente viaja para enriquecer después su vida en los días sedentarios, que son más numerosos.
- Enrique Larreta, escritor

7. He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él.
- Mark Twain, escritor

8. Viajar permite huir de la rutina diaria, del miedo al futuro.
- Graham Greene, escritor

9. No hay hombre más completo que aquel que ha viajado mucho, que ha cambiado veinte veces de forma de pensar y de vivir.
- Alphonse Lamartine, escritor, poeta y político

10. El Jet lag es para aficionados.
- Dick Clark, empresario y presentador estadounidense

11. El que emplea demasiado tiempo en viajar acaba por tornarse extranjero en su propio país.
- René Descartes, filósofo

12. El verdadero viaje de descubrimiento no es buscar nuevas tierras, sino mirarlas con nuevos ojos.
- Voltaire, escritor, historiador y filósofo

13. Se puede saber mucho de una ciudad por la manera en que trata a sus visitantes.
- Mary Knight Potter, escritora

14. Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.
- José Vasconcelos, escritor y filósofo

15. Como todo lo que importa en la vida, un gran viaje es una obra de arte.
- André Suarès, escritor y poeta

16. Un viaje es como un matrimonio. La manera correcta de equivocarte es pensar que lo controlas.
- John Steinbeck, escritor

17. La aventura de viajar consiste en ser capaz de vivir como un evento extraordinario la vida cotidiana de otras gentes en parajes lejanos a tu hogar.
- Javier Reverte, escritor, viajero y periodista 

18. Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos hace olvidar el anterior.
- Lito Nebbia, cantante y compositor

19. Los que atraviesan los mares cambian de cielo pero no de condición.
- Quinto Horacio Flaco, poeta lírico y satírico

20. Viajar es imprescindible y la sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia.
- Enrique Jardiel Poncela, escritor y dramaturgo

21. La mitad del romanticismo del viaje no es otra cosa que una espera de la aventura. Travel writing - Herman Hesse, escritor, poeta, novelista y pintor

22. Uno cree que va a hacer un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace a él.
- Nicolás Bouvier, escritor, viajero y fotógrafo

23. Viajar es descubrir que todo el mundo se equivoca en sus ideas sobre otros países.
- Aldous Huxley, escritor

24. No me digas lo viejo que eres, o lo bien educado que estás, dime cuanto has viajado y te diré cuánto sabes.
- Mahoma, profeta

25. El viajar es malo para el prejuicio, la intolerancia y la estrechez de mente.
- Mark Twain, escritor 

26. Lo ideal es sentirte en casa en cualquier lugar.
- Geoff Dyer, escritor

27. A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco.
- Michel Eyquem de Montaigne, filósofo, escritor, humanista y político

28. Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas.
- Henry Miller, novelista

29. Siempre llegamos al sitio donde nos esperaban.
- José Saramago, escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués.

30. Los viajes son la parte frívola de la vida de la gente seria, y la parte seria de la gente frívola.
- Anne-Sophie Swetchine, escritora

31. Viajar es vivir.
- Hans Christian Andersen, escritor y poeta

32. Nada desarrolla tanto la inteligencia como viajar.
- Emile Zola, escritor

33. Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.
- Miguel de Unamuno, escritor y filósofo

34. Un buen viajero no tiene planes fijos ni la intención de llegar.
- Lao-Tsé, filosofo

35. Viajar enseña tolerancia.
- Benjamín Disraeli, político y escritor

36. Dar media vuelta es una mala manera de proseguir el viaje.
- Per Olof Sundman, escitor y político

37. Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos hace olvidar el anterior.
- Lito Nebbia, cantante y compositor

38. El mundo es un libro y aquellos que no viajan, solo leen una página.
- San Agustín, filósofo y teólogo

39. Un viaje es una nueva vida, con un nacimiento, un crecimiento y una muerte, que nos es ofrecida en el interior de la otra. Aprovechémoslo.
- Paul Morand, novelista, dramaturgo y poeta

40. Los viajes son en la juventud una parte de educación y, en la vejez, una parte de experiencia.
- Sir Francis Bacon, filósofo y escritor

41. Aquel que quiere viajar feliz, debe viajar ligero.
- Antoine de Saint-Exupery, escritor

42. El hombre debe primero aprender a leer, y después viajar para poder rectificar.
- Giacomo Casanova, aventurero, escrito y diplomático

43. El turista no sabe dónde ha estado. El viajero no sabe dónde irá.
- Paul Theroux, escritor

44. Más importante que el viaje en sí es lo que queda en el espíritu del viajero. 
- Miguel de la Quadra-Salcedo, reportero y deportista

45. El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día.
- Paulo Coelho, novelista, dramaturgo y letrista

46. No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte cuenta cuánto has cambiado tú.
- Nelson Mandela, político y abogado

47. Si fuera cierto que el viajar enseña, los revisores de billetes serían los hombres más sabios del mundo.
- Santiago Rusiñol, artista, escritor e intelectual

48. Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela sin relación con el lugar en el que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo.
- Paul Theroux, escritor

49. El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios.
- Carlo Goldoni, dramaturgo

50. Sólo viajar es vivir, al igual que, al contrario, la vida es viajar.
- Jean Paul, escritor

sábado, 1 de julio de 2017

El exilio español de la A a la Z. Un grupo de investigadores publica un monumental diccionario en el que han trabajado durante veinte años y que rescata a los escritores desterrados tras la Guerra Civil.

El “viento sucio de la Historia”, como decía Salinas, los arrojó al otro lado del mundo. Tenían la maleta detrás de la puerta, no compraban muebles en sus casas de desterrados porque eso sería renunciar al regreso a España cuando muriera Franco. Pero Franco no se moría. Y ellos comenzaron a habitar en los cementerios del exilio.

¿Qué fue de los desterrados españoles? ¿Dónde se guarda su memoria? Un grupo de investigadores lleva veinte años trabajando en una obra que es un monumento a esa memoria olvidada y que ahora sale a la luz. El Diccionario Biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, publicado por la editorial sevillana Renacimiento, es la propuesta para viajar por esos recuerdos del exilio intelectual, el atlas de los mapas del destierro. Casi 1.500 entradas que se adentran en la vida y la obra de 1.191 autores españoles que tuvieron que huir de España tras la Guerra Civil.

El libro, que se presentará hoy en el Ayuntamiento de Sevilla con el respaldo del Centro de Estudios Históricos de Andalucía aprovechando el Día de la Memoria, es un trabajo colectivo del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL), adscrito a la Universitat Autònoma de Barcelona. Un total de 102 investigadores que participan en un ambicioso proyecto editorial del que ya han salido interesantes trabajos de rescate de la obra perdida de estos escritores.

Deuda moral
El grupo GEXEL se creó en 1993 para reconstruir la memoria cultural del exilio republicano de 1939. Era un proyecto de intención académica pero que también tenía implicaciones éticas y políticas al considerar que España tenía que saldar una deuda moral con “aquellos españoles que pagaron con el destierro forzoso su fidelidad a la legalidad democrática republicana”, según argumentaban en el manifiesto de creación.

La mayor parte del exilio intelectual no ha sido incorporado de forma natural al patrimonio español. Salvo el caso de los desterrados de primera fila como Luis Cernuda, Rafael Alberti, María Zambrano, Pedro Salinas o Francisco Ayala, el resto vive aún en el exilio puesto que es imposible encontrar sus libros en España, así en el franquismo como en la democracia. “Las obras que mencionamos en el capítulo de Creación debieran ser obras presentes en el catálogo de la Biblioteca Nacional de Madrid a disposición de cualquier lector. Son parte de nuestro patrimonio literario e intelectual, sin cuyo conocimiento nunca estará completa la historia de la cultura”, asegura Manuel Aznar Soler, catedrático de Literatura Española Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona, director del GEXEL y coordinador del libro junto al profesor José Ramón López García. “La recuperación de esta biblioteca del exilio y de la historia de nuestro exilio republicano de 1939 debería haber sido un tema prioritario de la política cultural de Estado y sigue siendo una asignatura pendiente”, añade.

Cada entrada del diccionario es un viaje en el tiempo hacia esas biografías del exilio y también un recorrido por la España del destierro, la que crearon los exiliados, como tantas veces relató Max Aub. En México DF se reunían en cafés como el Papillón, en la antigua calle Madero, que les recordaba la Carrera de San Jerónimo de Madrid, o el Ambassadeurs del Paseo de la Reforma que les evocaba el restaurante Lhardy. Con Francisco Ayala se viaja a Buenos Aires: allí frecuentaban los cafés de la Avenida de Mayo, que era como la calle de Alcalá trasplantada al otro lado del mundo.

En los mapas del exilio que ahora se descubren con este diccionario surgen otras ciudades-refugio para aquella España peregrina como París, Toulouse, La Habana, Nueva York, Montevideo o Londres. En Inglaterra, el autor malagueño Salazar Chapela, que llamaban el “tío de Londres”, recibía en La Bretagne, un restaurante en South Kensington y luego se iba a la sala de pintura española de la National Gallery. Así veían pasar el tiempo y la Historia de la que ya no formaban parte.

“Si terrible es el olvido de los exiliados, aún lo ha sido más para las mujeres. En este diccionario aparecen historias sorprendentes como la de Victoria Kent, la política republicana, escondida en un pequeño apartamento con nombre falso en el París de los nazis y cuyo sufrimiento relató en el libro Cuatro años en París; la historia de la poeta Concha Méndez, o de María Lejárraga, que había sido esposa de Gregorio Martínez Sierra y desde el exilio tuvo que reivindicar la autoría de los textos que firmó con el nombre de él.

Algunos de aquellos exiliados se adaptaron sin problemas, o sobrevivieron pero jamás lograron adaptarse, otros idealizaron España hasta confundir sus recuerdos y la realidad, otros murieron antes de regresar a un país que ya no era el que recordaban como subrayó desolado Max Aub en La gallina ciega.

Hay momentos especialmente trágicos al repasar las entradas biográficas de los exiliados que nunca lograron adaptarse como Pedro Garfias al que solían ver platicar con fantasmas en las tabernas de México. Garfias es uno de los símbolos derrotados del exilio con su cátedra de cantinas y emérito del pulque. El poeta se bebió la vida dejando sus versos abandonados en servilletas de las tabernas. Parecía el más alegre, pero fue el que nunca asumió la derrota. Este diccionario cuenta su historia y la de más de un millar de aquellos expulsados a los que al morir, como decía el verso de Juan Rejano, “les hallaron España en el pecho”.

EDITORIALES PARA LA SUBSISTENCIA
Este diccionario revisa, supera y amplía la obra mítica que en 1976 editó Taurus y que dirigió José Luis Abellán: El exilio español de 1939, en la que participaron autores desterrados como Manuel Andújar, Aurora de Albornoz, Tuñón de Lara o Juan Marichal. Abordaba el exilio desde la literatura, el teatro, el cine, la ciencia o el pensamiento. Y trataba un elemento fundamental en el que también incide el diccionario: la importancia de las revistas y las editoriales en los países de acogida, fundamentales para la subsistencia con el encargo de traducciones, correcciones, ilustraciones... Es el caso del Fondo de Cultura Económica de México o la bonaerense Losada.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/13/actualidad/1497374517_678085.html?rel=lom

martes, 7 de marzo de 2017

¿Quiénes escriben los discursos de los políticos?

Negros. ‘Logógrafos’. Escritores fantasma. Creadores de frases para la historia. Están detrás de las consignas de Kennedy, Churchill y Luther King. Dan forma y emoción a las palabras de líderes que no tienen tiempo para redactarlas o cualidades para afrontar la hoja en blanco. Al contrario de lo que sucede en el mundo anglosajón, en España viven bajo la sombra del anonimato.

DETRÁS DE las grandes figuras políticas, hay orfebres de las palabras, albañiles de discursos, forjadores de conceptos, fabricantes de revestimientos intelectuales que, en ocasiones, llegan a acuñar ideas-fuerza o imágenes poderosas llamadas a perdurar. Y es que no todas las palabras de los discursos, mítines y conferencias políticas se las lleva el viento de la historia; algunas continúan en nuestra memoria porque crearon huella en contextos singulares y conservan el sentido decenios después. Ahí está la ensoñación de Martin Luther King: “Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación donde serán juzgados no por el color de su piel, sino por su carácter”; la descarnada confesión de Winston Churchill ante el Parlamento británico: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”; la reconvención de John F. Kennedy: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”; la exhortación de Ronald Reagan a Mijaíl Gorbachov ante la puerta de Brandeburgo: “Derribe ese muro”.

Son frases-sentencia que han quedado indefectiblemente asociadas a quienes las pronunciaron. Aunque, en realidad, casi ninguna de ellas nació de sus mentes ni cobró forma en sus manos. Ennoblecieron y encumbraron a esas personalidades, a veces de forma inmerecida, pero fueron creadas por escritores especializados en discursos. Las imágenes de la serie House of Cards que muestran a Frank Underwood (Kevin Spacey) construyendo laboriosamente su arenga presidencial resultan improbables dado que las celebridades políticas carecen del tiempo material suficiente para hacer frente a sus múltiples compromisos discursivos y, a menudo, tampoco poseen las cualidades necesarias. Eso no significa que carezcan de talla política. Hay buenos políticos poco cultivados y torpes de expresión, de la misma manera que existen pésimos gobernantes que disponen del “poder retórico”. De hecho, ni Adolfo Suárez escribía –sus mejores frases salieron de la pluma de Fernando Ónega– ni tampoco lo hacía John F. Kennedy.

Pensemos en nuestro país y en las intervenciones públicas del Rey, el presidente del Gobierno, los ministros y altos cargos institucionales, los líderes políticos y hasta los alcaldes de los grandes municipios. Lo habitual es que supervisen los borradores que les presentan y, en todo caso, efectúen algún retoque o modificación. ¿Saben los españoles que ninguno, prácticamente, de los discursos y manifestaciones políticas de alcance que han escuchado a lo largo de su vida fueron construidos por quienes los pronunciaron? Desde el “Puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez en la Transición hasta el último discurso de Navidad del rey Felipe, pasando por “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir” del rey Juan Carlos tras su cacería en Botsuana; el “Váyase, señor González”, “España va bien” de José María Aznar; “No estamos tan mal” de Rodríguez Zapatero en el congreso del partido que le aupó a la secretaría general del PSOE; “la niña de Rajoy”, y “asaltar los cielos” de Pablo Iglesias.

¿Quiénes son estos escritores, denominados negros, en el argot literario español, logógrafos, como prefieren ser llamados los actuales fabricantes de discursos, ghostwriter (escritor fantasma) o speechwriter (escritor de discursos) en el habla anglosajona, que adaptan su talento y genio creativo para ponerse en la piel de los dirigentes políticos y mimetizarse en sus pensamientos? ¿Y quién es el verdadero creador del discurso? ¿El que lo escribe o el que lo pronuncia con ligeras modificaciones o sin ellas? Aunque se trata de un secreto a voces, muchos de los políticos de nuestro país, y de latitudes geográficas o culturales-lingüísticas cercanas, reaccionan con aprensión ante la posibilidad de que se conozca a sus suministradores de palabras.

“Si le indicara para qué políticos he trabajado, dejarían de solicitar mis servicios”, señala el asesor de comunicación David Redoli. “Prefiero no hablar. A los políticos para los que he trabajado les molestaría que se supiera que ellos no escribían sus discursos”, indica otro logógrafo en activo. El tabú persiste, como si admitir estas ayudas resultara vergonzante, algo que conviene mantener en la penumbra, no vaya a socavar el crédito, la capacidad y posición del personaje. Al contrario de lo que ocurre en el mundo anglosajón, estos asesores viven entre nosotros bajo la sombra del anonimato, sin aplauso ni reconocimiento público y hasta negados en su existencia.

¿Alguien conoce al escritor de discursos de Felipe VI que más se prodiga en las intervenciones ordinarias? Se llama Frigdiano Álvaro Durántez Prados, tiene 47 años, es doctor en Ciencias Políticas y autor de varios trabajos sobre la creación de un espacio de “paniberismo” multinacional de los países de lenguas ibéricas u originarias de la península Ibérica. En La Moncloa, donde se supervisan previamente los textos que lee el Monarca, se elogian los escritos que envía La Zarzuela, pero se niegan a desvelar la identidad del “joven y cultivado” asesor del Rey. “Los textos de la Casa Real suelen estar impecablemente escritos”, afirma Jorge Moragas, director del Gabinete de Presidencia del Gobierno. “Casi nunca requieren de enmiendas, solo en contadas ocasiones les hacemos alguna sugerencia”. Frigdiano Álvaro Durántez apunta: “Solo soy un asesor más, este es un trabajo de equipo. El Rey es un hombre extraordinario, con conciencia y amplios conocimientos. Los discursos son suyos, él no necesitaría que se los elaboraran”.

En Estados Unidos es bien sabido que el actual guionista de Hollywood Jon Favreau ha sido uno de los colaboradores más preciados de Barack Obama. Nadie duda de que el historiador y filósofo Arthur Schlesinger y el abogado Ted Sorensen agrandaron la figura de John Fitzgerald Kennedy. Y que la periodista británica Charlie Fern escribió para George W. Bush esta promesa incumplida: “Lean mis labios; no más impuestos”. A nadie se le escapa al otro lado del charco que la también periodista Margaret Ellen Noonan, Peggy, dio a Ronald Reagan los párrafos más notables de sus intervenciones. Y en latitudes más cercanas, Philip Collins, periodista y ejecutivo de banca, cuenta en conferencias sus años como asesor de discursos del expremier británico Tony Blair; es de dominio público que Michael Dobbs, el autor de House of Cards, escribió precisamente para Margaret Thatcher discursos que la Dama de Hierro no siempre apreció; o que el diputado Henri Guaino es el autor de la polémica frase “África no ha entrado en la historia” que el expresidente de la República Francesa Nicolas Sarkozy pronunció en Dakar.

Guaino no ha sido el único asesor capaz de arruinar un discurso político. Basta recordar los “miembros y miembras” de Bibiana Aído y los “hilitos con aspecto de plastilina” que según Mariano Rajoy, entonces portavoz del Gobierno, salían del petrolero Prestige cuando se hundió en 2002 tras partirse en dos frente a la costa gallega. Los desaciertos y errores parecen avalar la tesis de que el autor último del discurso es quien lo asume como propio y lo pronuncia a riesgo de ser penalizado con el descrédito.

“No soy el autor del optimismo antropológico de ZP [José Luis Ro­dríguez Zapatero, expresidente del Gobierno]: hay crímenes que cometen los negros y otros que cometen los jefes de los negros”, bromea el diputado José Andrés Torres Mora. “El código de los negros establecido en España nos impide aparecer. Está muy mal visto que hablemos. Si lo haces, te machacan llamándote engreído y vanidoso, mientras que el negro de Bill Clinton publica un libro con sus discursos y a todo el mundo le parece normal. Aquí se supone que los políticos tienen que saber y hacer de todo”. A juicio de Torres Mora, está claro a quién corresponde la autoría del discurso: “Yo no puedo cargar con la gloria ajena. José Luis dijo que yo le había ayudado en los discursos sobre la guerra de Irak, pero eran suyos porque las emociones eran suyas y el que se la jugaba era él”.

Todos los presidentes del Gobierno han contado con escritores, aunque en el caso de Felipe González podía muy bien ocurrir que, fiándose de su facilidad para la oratoria y la improvisación, se limitara a ojear los borradores que le preparaban los politólogos del partido José Enrique Serrano, Julio Feo, Enrique Guerrero o el mismo Jorge Moragas, entonces asesor de protocolo de La Moncloa y ya iniciado en el campo del discurso. José María Aznar contó con los oficios del diputado Carlos Aragonés; del entonces secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos; del diputado Gabriel Elorriaga; del politólogo Pedro Arriola y del propio Jorge Moragas. “En uno de los discursos de Aznar sobre la situación vasca, nos inspiramos en la película El Padrino III y pusimos en boca del presidente algo así como: “Tienen un concepto de la política como la del Padrino: piensan que la política es saber cuándo hay que apretar el gatillo”, recuerda Moragas. Al asesoramiento de los politólogos del PSOE, Zapatero sumó al experto en comunicación Miguel Barroso, a su primo y profesor de Derecho José Miguel Vidal Zapatero y a José Andrés Torres Mora, entre otros.

... “Aplicamos el método teatral: dos o tres actos, cuatro máximo, y jugamos con las anáforas, las aliteraciones, las antítesis y las listas de tres –al modo ‘Dios, patria, justicia’– que ya practicaban los antiguos griegos. Esto es un arte. No se improvisa”.

....

“La expresión ‘asaltar los cielos’ es de Carlos Marx y la frase ‘hay que creer en nuestros sueños con la obligación de llevarlos a cabo’ está tomada de la Revolución Francesa.

... la aseveración de que el problema de ETA no era un problema de España contra Euskadi, sino “de vascos y entre vascos”; así como la declaración “de ETA nos separan no solo los medios, sino también los fines” que abrió paso al Pacto de Ajuria Enea.

El exlehendakari figura en la selección de los 100 discursos más interesantes de la historia realizada por el historiador Antonio Rivera porque ante la Asamblea General del PNV y en el contexto del Pacto de Lizarra explicó que el terrorismo de ETA no era el resultado de ningún conflicto, sino el fruto de una mentalidad totalitaria. Aquello suponía atacar la buscada comunión entre el PNV y el abertzalismo violento. La trayectoria de Zubizarreta viene a avalar la trascendencia de los contenidos por encima del marketing.

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/discursos-politicos/?por=mosaico

martes, 14 de febrero de 2017

_-‘Resetear’ el expresionismo abstracto. El Guggenheim de Bilbao acoge las grandes obras de los maestros estadounidenses que marcaron el arte de posguerra. La muestra rescata el papel de las mujeres y la importancia de la escultura y la fotografía.

_-Sería desastroso ponernos un nombre”, avisó Willem de Kooning a sus compañeros en 1950, el año en que participó en la Bienal de Venecia junto a Jackson Pollock y Arshile Gorky. Cuatro años antes un crítico de The New York Times había acuñado una etiqueta para calificar la obra de Hans Hofmann:  Expresionismo abstracto. La advertencia de De Kooning no evitó el éxito de la fórmula ni el de un movimiento que terminó pasando a la historia como un fenómeno puramente estadounidense integrado por hombres blancos ajenos a la tradición europea que se dedicaban a la pintura de acción o a convertir sus lienzos en monumentales campos de color.

Medio siglo después de la última gran exposición dedicada en Europa a los creadores que marcaron el rumbo del arte mundial de la posguerra y certificaron el trasvase de poderes de París a Nueva York, el Museo Guggenheim de Bilbao acoge hasta el 4 de junio la muestra  Expresionismo abstracto. Procedente de la Royal Academy de Londres, no faltan en ella ninguno de los grandes nombres. Eso sí, se les han añadido artistas y géneros decisivos para el nacimiento de la nueva estética pero condenados por los manuales al papel de figurantes. Un paseo por las salas del museo bilbaíno -que despliega más de 130 obras de una treintena de autores-, demuestra que el primer gran rescate es el de la escultura. Los bronces y aceros de David Smith salpican el recorrido dialogando con lienzos y papeles, algo que el montaje hace muchas veces explícito. Así, el famoso Mural de seis metros pintado por Pollock en 1943 por encargo de Peggy Guggeheim –y que hace meses  pudo verse en el Museo Picasso de Málaga- convive en la misma sala con el Tanque tótem III con el que Smith le dio réplica diez años más tarde. Algo que también hicieron Robert Motherwell y Lee Krasner, esposa de Pollock, en sendas telas que pueden verse a unos metros de la obra que les sirvió de inspiración: las monumentales Elegía a la República Española, nº 126 y El ojo es el primer círculo.

Si el protagonismo de Smith demuestra que no todo era pintura en el expresionismo abstracto, la sala dedicada a las instantáneas de Harry Callahan, Herbert Matter o Aaron Siskind subraya que los fotógrafos hicieron algo más que retratar a Pollock pintando a brochazos en el suelo de su estudio de Long Island (aunque tampoco falta en Bilbao la famosa imagen tomada por Hans Namuth en aquel mítico año 50). Se trataba de “traer a la luz un expresionismo abstracto para el siglo XXI”, afirma David Anfam, comisario de la muestra junto a Edith Devaney y Lucía Agirre. Siguiendo el discurso de Anfam, la exposición desmantela uno a uno los lugares comunes asociados a algo que él prefiere llamar “fenómeno” y no movimiento: “nunca estuvo formado por un colectivo reducido ni cohesionado de artistas” y nunca publicó manifiestos programáticos. En el “grupo” la búsqueda de lo sublime (Clyfford Still) convivía con el erotismo (De Kooning), el lirismo (Hofmann) con los himnos (Franz Kline), la hiperactividad (Pollock) con la meditación (Philip Guston) y la caligrafía (Gorky) con el imperio del color (Mark Rothko).

Aunque Pollock con 13 lienzos, Rothko con 8 y Still con 12 –nueve de ellos salidos por primera vez de la pinacoteca que atesora su legado en Denver- siguen siendo los grandes protagonistas del recorrido, la visita es una enmienda a la historia tal y como nos la habían contado. Ni eran solo pintores ni fueron solo hombres (ahí están Lee Krasner, Janet Sobel, Joan Mitchell o Barbara Morgan) ni solo blancos (Norman Lewis cobra cada vez más protagonismo) ni solo neoyorquinos (Pollock no habría sido el mismo sin Wyoming ni Rothko sin San Francisco). Ni siquiera eran todos norteamericanos (Gorky nació en Armenia; De Kooning mantuvo la nacionalidad holandesa hasta 1962, y el propio Rothko, nacido Marcus Rothkowitz, era de origen letón). Esa es la gran lección de una colectiva que subraya además el origen figurativo de los futuros campeones de la abstracción al tiempo que desmiente el mayor de los tópicos: su absoluta independencia de tradiciones que no fueran la estadounidense. Amén de que muchos tenían sus raíces biográficas en el viejo continente, la monumentalidad de su obra no habría sido del mismo tamaño sin la influencia de los muralistas mexicanos o sin la llegada del Guernica de Picasso a Nueva York en 1939. Por no hablar de la influencia de la arquitectura renacentista en las “fachadas” –así llamaba a sus cuadros- de Rothko o del hecho de que el artista favorito de Pollock –“el más grande desde Miró” según el crítico Clement Greenberg- fuera El Greco.

Jackson Pollock, como David Smith, murió en un accidente de tráfico. Rothko, como Gorky, se suicidó. Kline fue víctima del alcohol. Sucedió entre 1948 y 1970. Todos vivieron para conocer la gloria. Cuando De Kooning murió en 1997 era el pintor vivo más cotizado. Hace un año, en febrero de 2016, se pagaron 277 millones de euros por un cuadro suyo. Tal vez fuera “desastroso” para ellos ponerse un nombre, pero seguro que ha sido un buen negocio.

LA CIA TAMBIÉN PINTABA MUCHO

La última gran exposición del expresionismo abstracto antes de la que ahora puede verse en Bilbao recorrió Europa entre 1958 y 1959. Supuso la consagración mundial de una estética que desde el Gobierno de Estados Unidos se promovió como punta de lanza contra el realismo socialista defendido por la Unión Soviética. Dado que algunos congresistas desconfiaban de las veleidades comunistas de aquellos “chiflados modernos” hasta el punto de ver en sus “garabatos” mapas en clave que señalaban las defensas militares de EEUU, fue la CIA la encargada de patrocinar, sin el conocimiento de los artistas, aquella triunfal gira europea.

Como recuerda la historiadora Frances Stonor Saunders en su ensayo de 1999 La CIA y la guerra fría cultural (publicado por Debate en traducción de Rafael Fontes), todo se hizo con la bendición de la institución que dictó la historia del arte del siglo XX: el MoMA, fundado en 1929 por un grupo de millonarios entre los que estaba la madre de Nelson Rockefeller, que llegó a afirmar que los americanos comunistas dejarían de serlo “si valorásemos su méritos artísticos”. Convertido en gran mecenas, su hijo Nelson hablaba de la todopoderosa pinacotea como de “el museo de mamá” y del expresionismo abstracto como “pintura de la libre empresa”. La muestra del Guggeheim está patrocinada por la Fundación BBVA.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/02/actualidad/1486060673_516486.html

lunes, 23 de junio de 2014

El mágico poder de escribir

Pone en orden los pensamientos, reduce la ansiedad y ayuda a comunicarse con los demás


Gracias a la lectura, nuestro mundo personal se enriquece con otros mundos, se ensancha nuestra vida con otras vidas.

Leer, sin lugar a dudas, es crucial en el crecimiento y desarrollo de los individuos y de la sociedad. Tanto es así que desde distintos sectores se trabaja para elevar los índices de lectura en la población. Nos hemos dado cuenta de ello. De lo que aún no nos hemos percatado es del poder mágico y transformador que tiene la otra cara de la moneda: escribir. Tal vez para muchos esta actividad está reservada para “aquellos que saben escribir”. La mayoría de nosotros nos sentimos excluidos del olimpo de las letras, reduciendo nuestros actos en este sentido a un puñado de correos electrónicos, listados de la compra o redundantes mensajes en las redes sociales. Pero pensar que esta actividad está reservada a los grandes literatos sería tan estúpido como creer que no podemos salir a correr porque no somos Usain Bolt. Del mismo modo que para realizar este deporte solamente se necesita dar un paso tras otro, para escribir, como decía Oscar Wilde, solamente hay dos reglas: tener algo que decir y decirlo. Y todos tenemos cosas que contar, como mínimo a nosotros mismos. Repasemos tres géneros que nos abrirán la puerta a sorprendentes beneficios para nuestro progreso personal e incluso para nuestra salud, tanto emocional como física. Aprovechemos un poder que, literalmente, está en nuestras manos.

El diario personal es una de las herramientas más usadas por los psicólogos para reordenar las emociones de los pacientes. Sus beneficios son muchos; incluso, según un estudio llevado a cabo en Nueva Zelanda y publicado en la revista Time, la gente que lleva un diario personal cicatriza antes sus heridas, y no hablamos de las emocionales, sino de las físicas. Sin embargo, al margen de la terapia, también puede servirnos para crecer, progresar, conocernos mejor. Solamente necesitamos un bolígrafo, un cuaderno y 15 minutos de tranquilidad antes de ir a dormir. De este modo:

Reflexionaremos nuestro día. El diario nos obliga a organizar lo que hemos vivido y a ponerlo en relación con nuestros sentimientos. Volvemos, por así decirlo, a vivir y sentir lo más importante del día.

Evaluaremos nuestras respuestas emocionales. La reflexión nos conduce a la evaluación. ¿Hemos actuado correctamente? ¿Nos hemos dejado llevar por los sentimientos? ¿Volveríamos a actuar de esta manera? Estas preguntas nos permiten mejorar o reforzar nuestra conducta, y así crecer en confianza y autoestima.

Pondremos en perspectiva las situaciones. Porque podremos repasar las páginas escritas y darnos cuenta de que esto que tanto nos preocupaba, con el paso del tiempo, resulta que no tenía tanta importancia. O que aquel problema que pensábamos que no tenía solución, resultó tenerla.

Liberaremos estrés. Escribir de lo que nos pasa es una manera inigualable de exteriorizar emociones. De airear sentimientos. O, incluso, de dar rienda suelta a fantasías. Y ya sean emociones, sentimientos o fantasías, es importante que no se retroalimenten en nuestra cabeza enrareciendo nuestro ambiente emocional.

Dormiremos mejor. Todo lo que hemos mencionado provoca que aligeremos carga antes de ir a dormir. Que estemos más relajados y con más seguridad para afrontar el nuevo día, lo que facilita que durmamos mejor y descansemos profundamente, y así al día siguiente estaremos más despiertos. En todos los sentidos.

Esta técnica nació principalmente para la superación de situaciones traumáticas y dolorosas. Sin embargo, hoy es de uso común para todas aquellas personas que quieran conocerse mejor y tener un mayor control sobre sus emociones. La escritura expresiva se basa en no pensar. En dejarse llevar por la palabra. De esta manera conseguimos asomarnos a nuestro inconsciente y conectar con realidades interiores que de otra manera seguirían bloqueadas y ocultas. James Pennebaker, psicólogo de la Universidad de Texas, estudia sus beneficios desde hace más de tres décadas y asegura que “estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial y reduce el consumo de alcohol y fármacos”. Si queremos empezar este viaje interior, solamente debemos:

Escoge un tema que te preocupe, por ejemplo, por qué no me llevo bien con esta persona, o por qué me siento mal en esta situación, o por qué no consigo hacer esto que me propongo… Lo que sea, pero que tenga relevancia para nosotros.

Escribe 20 minutos durante cuatro días seguidos. Es importante ser constante durante el proceso. Encontrar un momento de tranquilidad en el que sepamos que no seremos molestados. Apagar teléfonos, aislarse por un rato.

Solo escribe. Hacerlo sin pensar en el qué. Dejar que las palabras fluyan, que las frases salgan de nuestro interior. Sin atender al estilo ni a la corrección ortográfica. No juzgar; por sorprendente que sea lo que nos venga a la cabeza, escribámoslo. Sin miedo.

No leas hasta el final. Durante los cuatro días que dura este experimento personal es conveniente no repasar. No leer lo que hemos escrito para que no contamine la escritura del siguiente día. Una vez finalicemos, entonces sí hay que hacerlo para ver qué sentimientos tenemos ante esa fotografía interior. Y así, analizar en qué nos puede ayudar, qué hemos aprendido y cómo nos hace sentir.

En la prestigiosa Harvard Business Review apareció un artículo titulado ‘Los beneficios de la poesía para profesionales’. En él, John Coleman insistía en que todos los empresarios deberían escribir poesía. Que para ejercer cualquier puesto de responsabilidad era necesario tener visión de poeta y dejar a un lado los libros de management. Revolucionario e inesperado, el artículo de Coleman nos descubre algunos beneficios de escribir poesía que todos, seamos empresarios o no, tenemos a nuestro alcance. Y es que la poesía es la mejor medicina para:

Convierte en simple lo complejo. El limitado espacio de un poema nos obliga a sintetizar. A buscar metáforas, paralelismos que conviertan el caos en algo comprensible. La poesía es un ejercicio constante de encerrar lo inalcanzable en una imagen entendible.

Desarrolla la empatía. La poesía no solamente nos obliga a estar atentos a nuestros sentimientos, sino también a los de los demás. Una exploración con la que entendernos y conectarnos con el mundo que nos rodea.

Potencia la creatividad. La lucha constante por encontrar la palabra justa que consiga expresar aquello que queremos decir, la capacidad de asombro ante cualquier detalle o el trabajo de imaginación continuo son ejercicios creativos de primer orden.

Nos enseña a valorar la belleza. Cuando estamos conectados con nuestro yo poético, somos capaces de apreciar la belleza en un simple charco. La poesía nos conecta con un sentido estético de la vida.

Estos ejercicios toman la escritura como partida para el progreso emocional. Pero la palabra es magia, en general tanto cuando hablamos con los demás como cuando lo hacemos con nosotros mismos...

LIBROS
‘La magia de escribir’. José Antonio Marina y María de la Válgona (Debolsillo)
Es un manual lleno de entusiasmo y pasión por la palabra escrita, ya sea novela, poesía o no ficción.

‘Zen en el arte de escribir’. Ray Bradbury
Un compendio de artículos del genial escritor de ciencia-ficción acerca de todo lo que nos puede dar el mundo de la palabra.
Fuente: El País.
Psicología.
Nos puede inspirar, El Adarve.

domingo, 10 de noviembre de 2013

My Caribbean: 5 Vignettes



My Caribbean: 5 VignettesBy BERNICE L. McFADDEN, RAQUEL CEPEDA, EDWIDGE DANTICAT, COLIN CHANNER and ELIZABETH NUNEZ From NYT.

How do you define the Caribbean? Writers intimately acquainted with the islands answer with postcards from their ancestral homes.



1. BARBADOS

I was just 8 years old when my grandmother announced to my brother and me that she would be taking us to Barbados for the summer.

Where is that? I asked. Her response was, in the West Indies, but I had no idea where the West Indies was or what type of people inhabited such a place. Did they all look like my grandmother or something else?

I spent most of the hours on the Pan Am flight staring out into the darkness, wondering about this foreign land we were traveling to. From my dinner, I’d saved the dessert, a square slice of pineapple spongecake. It would be my offering to the great chief of the West Indians that no doubt would be meeting us at the airport.

After landing we walked out into the warm morning air, heavy with scents of sea salt and sugar cane. The sun was just beginning to glow, casting a soft light onto the surrounding pastures, dotted with grazing cows, hogs and goats.

Weeks before our departure my young mind had churned out visions of the West Indies in a dream that placed me shaking and scared in a tepee circled by Indians clutching bows and arrows. But my grandmother’s cousins looked nothing like what I had imagined, nor did they look like my grandmother; they were short and stout in stature, similar to the women depicted in Botero’s paintings.

Eric Payne
Bernice L. McFadden.

They embraced me, but I did not drop my guard, no matter how wonderful their fat arms felt wrapped around my slim body. I presented them with my gift, and they giggled.

My brother and I slid across the broad leather seat of a 1956 Fairlane as it sped down unpaved roads that snaked through hollowed-out mountains dripping with pink and white bougainvillea. The vast, unbelievably blue Caribbean was always to our left, bucking with exultation as the sun slipped over the horizon and sprinkled it with shimmering rays of confetti.

Their home was in Paynes Bay, St. James, an area known as the Gold Coast. They lived in a small brown and beige chattel house that rested on a foundation of quarry and sea stones. It shook and shivered when we walked across the thin wooden floor.

My first meal in that strange land was steamed fish and a molehill of something that looked like mashed potatoes, but was buttery in color, made of cornmeal and okra.

“What is this?”

“Barbados national dish, flying fish and coo-coo.”

Flying fish? Fish with wings?

I was intrigued.

In the weeks that followed, I became comfortable with barefoot living and the green lizards that watched me curiously from the windowsills and walls. I looked forward to dusk as I had become fascinated by the ruby-colored soldier crabs that climbed from earthen holes to begin their nightly scavenge for food. In Brooklyn, stars were scarce, but in Barbados, the night sky was littered with them.

Our playground was the sea, and most of our days were spent frolicking in it. We were thrilled when the Jolly Rogers, a party cruise boat, entered our playground waters. The soca and calypso music sailed our way and we would bump, grind and gyrate in the “wuk-up” style of dance that has come to be known as “twerking” — but has ancient African roots.

Every day I thought about the flying fish and secretly watched for them in the emerald-colored canopy of the breadfruit trees.

As the end of the summer approached, I promised myself that I would return again and again. Forty years later, I honor the promise at least once a year.

The day before we were set to return to the states, I fell into a deep melancholy because I did not want to leave and I had not caught a glimpse of the elusive flying fish. I was swimming, and the sun was just beginning to set when my aunt called us children in for dinner.

“One last time,” I screamed in response, sucked air into my lungs and dove deeper than I had the entire summer, so deep that my ears popped as I surged toward the creamy-colored sand beneath me.

When I resurfaced, gasping for air, I found myself turned around, my back to the beach and my vision fixed on the place where the ocean empties into the sky. Just an arm’s length away the water began to ripple and a school of flying fish burst from its depths and sailed through the air. The moment was magical, and I was struck with my first profound sense of awe.

BERNICE L. McFADDEN is the author of eight novels, including “Sugar, Nowhere Is a Place” and “Gathering of Waters.”

2. DOMINICAN REPUBLIC

The lobby of the upscale resort where I was staying in Santo Domingo in
late spring was a study in the colonial legacy of my mother country. There was a litter of mostly white men dressed in business casual and local women in every hue of brown feigning interest in them. The men cast knowing looks in my direction, undoubtedly mistaking me for a prostitute too.

It isn’t easy to place me. Although I was born in New York City, both of my parents are from here, and I lived nearby in Urbanización Paraíso with my maternal grandparents when I was a child. I may have been rolling sans suit, but I was in town on my own business, filming part of a documentary. While the rest of the small crew I was traveling with filed upstairs to unwind, this dominiyorkian was looking for a much-needed ice-cold bottle of Presidente beer, to reflect on my time there.

Heather Weston

Raquel Cepeda.
So I headed for the bar, passing by the seemingly endless hallway to the left, the one festooned with tawdry frames featuring pictures of the Dominican Republic’s one-time Führer Rafael Trujillo chilling there in his heyday. The images were a contrast to the current and mostly unreported proletarian awakening of African and indigenous consciousness, especially among younger folks.

The island’s real history is too complicated to frame and hang on a wall. The Dominican Republic is the place where Christopher Columbus set up his second settlement in the New World, nearby in the Zona Colonial. However, that part of colonial history wasn’t what we were in country to see. We had spent one day navigating dirt roads and unmarked turnoffs to the ruins of two former colonial sugar mills, Engombe and Boca de Nigua, with the Caribbean historian Frank Moya Pons as our guide. As we stood on that sacred ground, he told us that in 1796, 200 slaves at Boca de Nigua rose up against the Spanish, setting the sugar cane fields and surrounding buildings ablaze. I dug my hands into the earth, trying to imagine those events playing out around me as the cows peacefully grazed nearby.

The next morning we started out at the Cuevas de las Marravillas, an ancient Taino cave about two hours outside of Santo Domingo, near San Pedro de Macorís, where my father’s mother was born. Her mitochondrial DNA revealed a direct maternal connection to the indigenous people of the island. Those original inhabitants used the caves for religious and funeral rights, and for shelter against the forces of nature that sometimes ravaged the island. One petroglyph depicted what looked like a helmeted Spaniard, which made me shudder. And still, though we were literally enclosed in history, I felt something wasn’t quite right. The cave was so overly renovated it felt as if we were walking through an art installation in Williamsburg, Brooklyn. An employee, likely sensing my dissatisfaction, pointed me to Pomier, a less-gentrified cluster of 55 caves she said contained some of the oldest and finest pre-Columbian rock art in the Caribbean.

We made a dash for our bus and drove for what seemed like hours. After a long wait, the unofficial boss man arrived on the back of a rickety moped. The jefe was a tall and imposing older man decked out in a military-issued uniform. His grin was both wide and menacing at the same time. I’ve seen that face before, on sketchy policemen in Rio, Tangier and Freetown.

After begging him to let us film the cave, the jefe left without saying a word, and a tall young man from a nearby hood, dressed in a neon green YMCA Camp T-shirt, long plaid shorts and flip-flops, appeared in his stead. He carried two small flashlights and began the tour with the uninflected tone of someone who would have rather been anywhere else. But his knowledge of the caves was masterful and his love for them fierce. He recounted an epic saga between the community and the companies that have put these caves in danger by quarrying limestone nearby.

Seeing the depictions of life before the Western invasion — and right before the cave’s inevitable gentrification — was mind-blowing. But all along, I felt a chill, as if this may not end well. Different scenarios played out in my mind, all ending with the jefe robbing us, and maybe worse. We emerged safely, though, passing by what looked like a used condom at the cave’s entrance before heading back to the hotel.

Later, sipping my rimy beer, I was grateful. The universe had allowed us to retrace humankind’s historic footprints. As the breeze shrouded me in its warmth, I felt it was well worth those moments of uncertainty.

RAQUEL CEPEDA is a filmmaker and the author of “Bird of Paradise: How I Became Latina.”

3. HAITI

On the southern coast of Haiti, in a town called Jacmel, a group of film students dream and create,
surrounded by a super lush landscape that includes clusters of hibiscus, palm groves and birds of paradise. But the sea is never too far, crashing loudly against the cliffs and grottoes that surround Ciné Institute, Haiti’s only professional film school.

Jonathan Demme

Edwidge Danticat.

The day we arrived on campus, the school year was wrapping up and students were showing the short films that are their year-end projects. In one film, a local Lothario spends his days in a neighborhood gym plotting ways to seduce the girl he thinks he loves. In another a father is tempted to steal a bag of rice to feed his family. In yet another a young man becomes an unwilling apprentice to the town sorcerer. But in one of the simplest, a woman simply tells a story.

All the films make full use of the historic town of 40,000, which the original Taino settlers had named Yaquimel, or fertile land. The thatch-roofed open-air classroom, where the students assemble, looms so high over the sea that it could just as easily be the site of a lighthouse. The entire five-acre campus was once the site of the Indian Rock Hotel, which was made up of colorfully painted bungalows. The owners of the hotel were planning to turn it into a scuba diving center. Then came the January 2010 earthquake. The film school lost its location in the middle of town. The hotel owner got called elsewhere and allowed the film school to take the nonfunctioning hotel by the sea.

I had been on the campus before for the viewing of “Dix Gourdes films.” With a budget that was the equivalent of an American quarter, students produced short films on subjects ranging from neglectful fathers to the evils of smoking to the unintended consequences of practical jokes. The screenings happened to coincide with Carnival, which the town celebrates with its own particular flair, highlighting Jacmel’s signature papier-mâché masks and historically minded costumes. People come from near and far to Kanaval Jacmel, crowding the main thoroughfare, Barranquilla Avenue, following on foot, or dancing behind the packed floats of their favorite musical bands. There are even plans to build a carnival museum in Jacmel, which, after the 2010 earthquake, has been designated a Unesco World

Heritage site.

Jacmel has seen its share of worldly visitors. (In 1816, Simón Bolívar stopped by on his way to fight against the Spanish empire in Latin America.) Recently the town has hosted international fashion shoots and its papier-mâché masks have been featured in a music video by the Grammy-award winning indie rock sensation Arcade Fire, a video that has five million views, and counting, on You Tube. Still Jacmel’s charm remains homebound. Its beaches still feel like secrets, though they are packed on the weekends by visitors and locals alike. Jacmel’s French colonial houses and their wrought-iron balconies look stately even when worn down, as though the ghosts of the wealthy coffee planters, who transported them in fragments from Europe and pieced them together on the island, were still haunting their narrow halls.

These sites are all perfect for adventurous tourists’ cameras or for local film students’ sets. As is the Moulin Price, a rusty 19th-century steam engine scattered in pieces across a grassy plain that was once the site of a thriving sugar plantation. Or Bassin Bleu, a trio of turquoise pools beneath a magnificent waterfall. Or even the town cemetery with its houselike mausoleums.

But sometimes Jacmel tells its stories quietly. An older woman in town who is filmed for a series of short films called “Ti Koze Lakay,” or “A Little Chat at Home,” speaks of a young woman who passes over rich and flashy lovers for the poor, unassuming guy she truly loves. In many ways, Jacmel — along with the rest of Haiti — is a lot like that less flashy gentleman caller, who demands a closer look but is guaranteed to steal your heart.

EDWIDGE DANTICAT is the author, most recently, of the novel “Claire of the Sea Light.”

4. JAMAICA

I first saw the Pelican Bar in 2001, perhaps a week after it opened. I had gone to Jamaica to
pursue the reckless notion of directing a literary festival in Treasure Beach, a district of red dirt, blond sheep and hazel-eyed people on the wild south coast. I was traveling with my children: Addis, boy-haired and 6-ish; and her brother Makonnen, 4, who was calm except when seawater touched his feet.

Which was worse, I thought while lifting each into a fiberglass pirogue: taking children on open water without life vests? Or bringing them into a bar? But it wasn’t just a bar, I had been told by my friend Jason, it was a bar I had to see. Or so I thought. He had actually said, “A bar out in the sea.”

The Pelican is an idling spot on a sandbar about a quarter-mile off Jamaica’s southwest coast. In a sense it is an accidental version of a tiki hut reconceived in waist high water. Made of bamboo, driftwood and tree bark and covered by a slump by thatch, it’s saved from “coolness” by sincerity. It may look like a clever dive bar created for the in-the-know, but it isn’t. It’s too roots. It’s a bar where regulars make shallow dives from short, uneven ladders into warm, clear water; where they float over starfish in mind, if not in body; and where they can feel distant, far away and speckish, like grains of sand in the universe.

Makonnen Fouché-Channer

Colin Channer.

Since that time with the children, I have gone there many times with friends, writers mostly, leaving from Jakes Hotel, where I directed a book festival for 10 short years. The authors love the leaping, the way the long bright hulls separate from the ocean, then crash into the waves. They love the rumble tumble gray sand dunes. But most of all they like the bar for what it is. To see them settled there among the regulars, cup in hand, is to witness the peculiar comfort of artists settling into kinship with an architecture that has found its own voice. There is a way they pat the slatted wood, running their hands along it without fear of splinters. There’s a delight in using hands to pull their food.

The food there — lobster and fish served fried, grilled, curried or braised — is simple. But it is ready only if you call ahead. Water, soda, beer and rum are the only drinks for knocking back. And it’s not like the owner doesn’t know about martinis.

The best rum is Appleton, from a centuries-old estate in the nearby hills. The bar has no seating. It’s a joint where you cotch — lean in a slight squat to catch an edge of something with your bum. If you don’t have much bum, stand up. There’s always good music to rock, mostly 70s soul, dancehall from the ‘80s, and this being Jamaica, country and western in the mix.

Cowboy films have always been popular here. Sentimentalism travels well and has a long shelf life in places like my country, where basics are expensive. Living in Jamdown is serious business, hence the love of sentimental music. The mood at the Pelican is too blissed to have hipsters adopt it as an ironic accessory.

And this isn’t a place to be edgy, though the Edge from U2 and other famous music makers have dropped in. The regulars come to get the edge off with a sweet view and a drink. Fishermen bring their wives and bona fides. Residents of close districts hire boats and motor in with guests from villas and high-style small hotels.

When I left the Pelican that first time with my children, I asked Shabba the boat captain to go down the coast and up the Black River. I was too enraptured to go straight home.

In 15 minutes, we were cruising in a wide channel lined with water lilies and man-high grass. The views were long like those on continents, perhaps the one my ancestors called home. At a certain point the river made a wide S curve. We came out of it sweeping, slowed down, then crept toward a tunnel of mangroves. Their roots and limbs were silver, but their leaves were mostly white. Blossoms? My son shouted at a crocodile sunning on a log. The ibises went gushing in a fountain. I was more astounded than the birds.

On the way back to Jakes we cut between the shore and the Pelican, waving at the people looking out. Farther on the boat began to leap. My son complained about the water on his feet. My daughter shouted high above the engine, “Faster, go faster.” I sat quietly, contemplating what it meant to be home.

COLIN CHANNER is the father of Addis and Makonnen. He has written a few books.

5. TRINIDAD

When it first occurred to me to write “Prospero’s Daughter,” a novel based loosely on “The
Tempest,” Chacachacare, one of the largest of the offshore islands on the northwest coast of Trinidad, came immediately to mind, mirroring as it does the isolated island in Shakespeare’s play. Abandoned for more than half a century, Chacachacare was once a leper colony and an American military base. Today, still unpopulated, Chacachacare attracts “yachties” who dock yachts flying flags from around the world in the calm waters of its many coves.

I had never been to Chacachacare as a child — few Trinidadians have — and on that first trip to reassure myself that I picked the right setting for my novel, schools of silvery dolphins leapt and twirled next to my boat, accompanying me close to the pebble-strewn beach. I was awe-struck by the stunning vegetation: ancient trees, their branches stretching up to a brilliant blue sky, orange and lime trees, and the calcified stems of pigeon peas and tomato, relics from the time of the leper colony, and everywhere blasts of color, ripening fruit and wildflowers, red, orange, yellow, purple. There is a tall white lighthouse, ringed with wide black bands, on Chacachacare, and on the top, a metal door that opens to a narrow ledge where it seems you could touch the looming mountains of South America.

Leonid Knizhnik

Elizabeth Nunez.

Neither Chacachacare nor the rest of Trinidad has the blue seas typical of the Caribbean islands. The waters on the west of Trinidad are stained with silt from the Orinoco River; on the east roiling waves from the Atlantic erode the roots of coconut trees already bent low by the relentless trade winds. Yet Trinidad is the luckiest of the islands in the Caribbean archipelago. In just a three-hour ferry ride, I can be in Tobago, Trinidad’s sister island a few miles to the northeast, where the sand is white and rainbow-colored fish swim through forests of coral reefs. To me, though, Trinidad’s greatest stroke of luck is its situation in the Doldrums, that low-pressure area near the Equator, sparing the island from the devastating hurricanes that today pummel the other islands with regularity. Unusual for the Caribbean too are Trinidad’s flora and fauna — wild orchids and lilies my mother collected, deer and ocelots my father hunted. For Trinidad was once part of the Amazon rain forest, cut off from it in that great continental seismic shift many centuries ago. Once my father barely escaped being squeezed to death by a macajuel snake, our name for the Amazonian boa constrictor.

Trinidad is known for its Carnival and calypso as well as for the steelpan, one of the few musical instruments invented in the 20th century, but I am drawn to the gifts nature has given us. In my novels I write about the ribbons of red gracefully dipping and rising across the sky at sunset, the multitudes of scarlet ibis returning from Venezuela to roost in the mangrove in our Caroni swamp. I write too about our La Brea Tar Pits, the largest of the only three existing asphalt lakes in the world.

I grew up on the outskirts of the capital, Port of Spain, where the northern range rose dark blue and magnificent against a gold-tinged sunlit blue sky. Behind the mountains are the best beaches on the island, for years inaccessible until America built a road for us as a sort of compensation for appropriating miles of flat land near the capital for a Naval base.

Whenever I write stories about the immigrant’s longing for home I find myself writing about that road which leads to Maracas Bay where I spent some of my happiest days with my family on the beach. It is the narrowest of roads, on one side a wall of mountain, on the other plunging precipices that never fail to take my breath away: translucent mists floating among cottony clouds and sinking down to valley upon rolling valley where glistening trees of variegated greens cling precariously up the sides, and at the bottom the glorious Atlantic, big and powerful, slapping enormous waves against gigantic black rocks and pitching long, frothy white sprays high in the air. Each time I travel up that miraculous road, I press my face into the wind, I drink in the salt-filled air, I take snapshots in my mind’s eye of the trees, the flowers, the roaring ocean, and I am prepared once more for wintry days in the land I now call home.

< ELIZABETH NUNEZ is the author of eight novels and the memoir “Not For Everyday Use,” to be published in April.
Aquí en español.
¿Cómo define usted el Caribe?
Los escritores explican con detalle las islas responden con las postales de sus hogares ancestrales.

1. BARBADOS

Tenia sólo 8 años cuando mi abuela anunció a mi hermano y a mí que nos llevaría a Barbados en el verano.

¿Dónde está eso? Le pregunté. Su respuesta fue, en las Indias Occidentales, pero no tenía ni idea de dónde estaban las Indias Occidentales o qué tipo de personas habitaban ese lugar. ¿Todos ellos se parecen a mi abuela o algo no?

Pasé la mayor parte de las horas en el vuelo de Pan Am mirando hacia la oscuridad, preguntándome acerca de esta tierra extraña a la que viajábamos. Desde mi cena, me salvó el postre, un trozo cuadrado de bizcocho de piña. Sería mi ofrenda al gran jefe de los antillanos que sin duda nos reunirá en el aeropuerto.

Después de aterrizar salimos al aire caliente de la mañana, cargado de aromas de sal marina y de la caña de azúcar. El sol comenzaba a brillar, proyectando una luz suave en los pastos circundantes, salpicada de vacas pastando, cerdos y cabras.

Semanas antes de nuestra partida mi mente joven había logrado unas visiones de las Antillas en un sueño que me puse temblando y asustada en un tipi rodeada por indios sosteniendo arcos y flechas. Pero los primos de mi abuela no se parecían en nada a lo que había imaginado, ni se parecen a mi abuela, que era baja y robusta de estatura, similar a las mujeres representadas en las pinturas de Botero.

Eric Payne

Bernice L. McFadden.

Ellos me abrazaron, pero no cayeron en guardia, no importa lo maravilloso que sentí sus brazos gordos envuelto alrededor de mi cuerpo delgado. Yo les presenté mi regalo, y reí.

Mi hermano y yo nos deslizamos por el amplio asiento de cuero de un Fairlane 1956, que aceleró por caminos de tierra que serpenteaban a través de ahuecadas montañas que goteaban con buganvillas de color rosa y blanco. El increíblemente azul del mar del Caribe fue siempre a nuestra izquierda, yendo con gran alegría cuando el sol cayó sobre el horizonte y la roció con brillantes rayos de confeti.

Su casa estaba en Paynes Bay, St. James, una zona conocida como la Costa de Oro. Vivían en una pequeña casa de color marrón y beige con mueble que descansaban sobre una base de cantera y piedras de mar. Se sacudió y tembló cuando entramos en el piso de madera fina.

Mi primera comida en esa tierra extraña fue pescado cocido al vapor pescado y un grano paecido a la arena en algo que parecía puré de patatas, pero era crujiente, hecha de color de la harina de maíz y okra.

"¿Qué es esto?"

"Plato nacional de Barbados, peces voladores y coo-coo".

Los peces voladores? Pescado con alas?

Yo estaba intrigado.
En las semanas que siguieron, disfruté con los lagartos verdes que me miraban con curiosidad desde las ventanas y paredes donde estaba descalzo. Yo esperaba a la noche ya que había quedado fascinado por los cangrejos soldados de color rubí que subían desde los orificios de tierra para comenzar su barrido nocturno de comida. En Brooklyn, las estrellas eran escasas, pero en Barbados, el cielo estaba lleno de ellas.

Nuestro patio era el mar, y la mayoría de los días los pasamos retozando en ella. Nos quedamos encantados cuando la Jolly Rogers, un barco de crucero de fiesta, entró en nuestras aguas de recreo. La soca y calipso navegado nuestro camino y nos lo golpee, moler y girar en el estilo "wuk -up" de la danza que ha llegado a ser conocido como "twerking"- pero tiene antiguas raíces africanas.

Todos los días pensaba en los peces voladores y secretamente visto por ellos en el dosel de color esmeralda de los árboles del pan.

A medida que el final del verano se acercaba, me prometí que volvería una y otra vez. Cuarenta años más tarde, me honro con la promesa, al menos, una vez al año.

El día antes de que nos fijamos para regresar a los Estados Unidos, que cayó en una profunda melancolía, porque yo no me quería ir y yo no había captado  ni un vistazo de los peces voladores difícil de alcanzar. Estaba nadando, y el sol estaba empezando a configurar cuando mi tía nos llama hijos a cenar.

"Por última vez," me gritó en respuesta, aspira el aire en mis pulmones y se zambulló más profundo de lo que tenía todo el verano, tan profundo que mis oídos aparecieron como yo surgí hacia la arena color crema debajo de mí.

Cuando resurgió, respirando con dificultad, me encontré a mí mismo me di la vuelta, de espaldas a la playa y mi visión fija en el lugar donde se une al mar con el cielo. Sólo a un brazo de distancia del agua comenzó a ondear y una escuela de peces voladores brotó de sus profundidades y navegó por el aire. El momento era mágico, y me llamó la atención con mi primer profundo sentido de respeto.

BERNICE L. McFADDEN Es autor de ocho novelas, entre ellas "Sugar, un lugar que está en ninguna parte" y "Encuentro de las Aguas".

2. REPÚBLICA DOMINICANA
El lobby del resort de lujo, donde me estaba quedando en Santo Domingo a finales de primavera fue un estudio de la herencia colonial de mi patria. Había una cama en su mayoría hombres blancos vestidos de las mujeres de negocios informales y locales en todos los colores de marrón fingiendo interés en ellos. Los hombres echaron miradas de complicidad hacia mí, sin duda, me confunde con una prostituta también.

No es fácil para mí otro. Aunque nací en la Ciudad de Nueva York, a mis padres son de aquí, y yo vivía cerca, en Urbanización Paraíso con mis abuelos maternos cuando yo era un niño. Puedo haber estado rodando traje sin, pero yo estaba en la ciudad en mi propio negocio, filmar parte de un documental. Mientras que el resto de la pequeña tripulación que viajaba con escaleras presentada para relajarse, este dominiyorkian buscaba una muy necesaria botella helada de cerveza Presidente, para reflexionar sobre mi estancia allí.

Heather Weston

Raquel Cepeda.

Así que me dirigí a la barra, pasando por el pasillo interminable a la izquierda, la adornada con cuadros de mal gusto con imágenes de la República Dominicana de una sola vez Führer Rafael Trujillo escalofriantes allí en sus buenos tiempos. Las imágenes eran un contraste con la corriente y en su mayoría no se denuncian despertar de la conciencia proletaria africana e indígena, especialmente entre los más jóvenes.

La verdadera historia de la isla es demasiado complicado para enmarcar y colgar en la pared. La República Dominicana es el lugar donde Cristóbal Colón estableció su segundo asentamiento en el Nuevo Mundo, en las inmediaciones de la Zona Colonial. Sin embargo, esa parte de la historia colonial no era lo que estábamos en el país para ver. Nos habíamos pasamos un día navegando caminos de tierra y desvíos sin marcar a las ruinas de dos antiguos molinos coloniales azúcar, Engombe y Boca de Nigua, con el Caribe historiador Frank Moya Pons como nuestra guía. Mientras estábamos en esa tierra sagrada, nos dijo que en 1796, 200 esclavos en Boca de Nigua se levantaron contra los españoles, el establecimiento de las plantaciones de caña de azúcar y los edificios circundantes en llamas. Saqué mis manos en la tierra, tratando de imaginar los acontecimientos que juega a mi alrededor como las vacas pastaban tranquilamente cerca.

A la mañana siguiente empezamos a Cuevas de las Marravillas, un antiguo Taino cueva cerca de dos horas las afueras de Santo Domingo, cerca de San Pedro de Macorís, donde nació la madre de mi padre. Su ADN mitocondrial reveló una conexión materna directa a la población indígena de la isla. Los habitantes originales utilizaron las cuevas de los derechos religiosos y funerarios, y en busca de refugio contra las fuerzas de la naturaleza que a veces asolaron la isla. Un petroglifo representa lo que parecía ser un español con casco, lo que me hizo estremecer. Y aún así, a pesar de que estábamos literalmente encerrados en la historia, sentí que algo no estaba bien. La cueva fue tan excesivamente renovado se sentía como si estuviéramos caminando a través de una instalación de arte en Williamsburg, Brooklyn. Un empleado, probablemente sintiendo mi descontento, me señaló a Pomier, un grupo menos aburguesado de 55 cuevas que dijo contenía algunas de las pinturas rupestres precolombinas más antiguas y más bellas del Caribe.

Hicimos un guión para nuestro autobús y nos llevaron por lo que parecieron horas. Después de una larga espera, el hombre jefe no oficial llegó a la parte trasera de una moto desvencijada. El jefe era un hombre alto e imponente mayor ataviado con un uniforme militar emitida. Su sonrisa era a la vez amplia y amenazador al mismo tiempo. Yo he visto esa cara antes, el policía incompletos en Rio, Tánger y Freetown.

Después de rogarle a dejarnos la película de la cueva, el jefe se fue sin decir una palabra, y un joven alto de una capilla cercana, vestido con un neón verde YMCA Camp camiseta , bermudas a cuadros y flip- flops, apareció en su lugar. Llevaba dos pequeñas linternas y comenzó la gira con el tono sin inflexiones de alguien que hubiera preferido estar en otro sitio . Pero su conocimiento de las cuevas fue maestro y su amor por ellos feroz. Relató una saga épica entre la comunidad y las empresas que han llevado a estas cuevas en peligro por la explotación de canteras de piedra caliza cerca.

Al ver las representaciones de la vida antes de la invasión occidental - y justo antes de inevitable aburguesamiento de la cueva - fue alucinante. Pero todo el tiempo, me sentí un escalofrío, como si esto no puede terminar bien. Diferentes escenarios jugado en mi mente, todo termina con el jefe nos roba, y tal vez peor. Salimos con seguridad, sin embargo, pasar por lo que parecía un condón usado en la entrada de la cueva antes de regresar al hotel.

Más tarde, bebiendo mi cerveza rimy, me alegré mucho. El universo se había permitido volver sobre las huellas históricas de la humanidad. A medida que la brisa me envolvía con su calor, sentí que valió la pena esos momentos de incertidumbre.

RAQUEL CEPEDA es un director de cine y autor de "Ave del paraíso: Cómo me convertí Latina."

3. HAITI
En la costa sur de Haití, en un pueblo llamado Jacmel, un grupo de estudiantes de cine de ensueño y crear, rodeado de un paisaje súper exuberante que incluye grupos de hibiscos, palmeras y aves del paraíso. Pero el mar no está demasiado lejos, chocando con fuerza contra los acantilados y grutas que rodean Ciné Institute, única escuela de cine profesional de Haití.

Jonathan Demme

Edwidge Danticat.

El día que llegamos en el campus, el año escolar estaba terminando y los estudiantes estaban mostrando los cortometrajes que son sus proyectos de fin de año. En una película, un Lotario local, pasa sus días en un gimnasio de barrio trazado maneras de seducir a la chica que piensa que él ama. En otro padre tiene la tentación de robar un saco de arroz para alimentar a su familia. En otro un joven se convierte en un aprendiz dispuesto a que el hechicero ciudad. Pero en una de las más simples , una mujer sólo cuenta una historia.

Todas las películas que hagan pleno uso de la histórica ciudad de 40.000, lo que los pobladores originales taínos habían llamado Yaquimel, o la tierra fértil. El salón de clases al aire libre con techo de paja, donde los estudiantes se reúnen, se vislumbra tan alto sobre el mar que podría ser tan fácilmente el sitio de un faro . El plantel completo de dos hectáreas fue una vez el sitio de la Rock Hotel india, que se compone de bungalows pintadas de colores. Los propietarios del hotel estaban planeando convertirlo en un centro de buceo. Luego vino el terremoto de enero de 2010. La escuela de cine perdió su ubicación en el centro de la ciudad. El dueño del hotel fue llamado en otro lugar y permitió que la escuela de cine para tomar el hotel que no funciona por el mar.

Yo había estado en la escuela antes de la visualización de "películas Dix Gourdes." Con un presupuesto que era el equivalente a un cuarto de América, los estudiantes producen cortometrajes sobre temas que van de padres negligentes a los males del tabaquismo a las consecuencias imprevistas de la práctica bromas. Las proyecciones coincidieron con el Carnaval, que la ciudad celebra con su propio estilo en particular, destacando la firma de Jacmel máscaras de papel maché y los trajes con perspectiva histórica. La gente viene de todas partes para Kanaval Jacmel, desplazando la calle principal, Avenida Barranquilla, siguiendo a pie o bailando detrás de las carrozas llenas de sus grupos musicales favoritos. Incluso hay planes para construir un museo de carnaval de Jacmel, que, después del terremoto de 2010 , ha sido designada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Jacmel ha visto su cuota de visitantes mundanos. (En 1816, Simón Bolívar se detuvo cerca en su manera de luchar contra el imperio español en América Latina.) Recientemente la ciudad ha sido sede de sesiones de moda internacionales y sus máscaras de papel maché se han presentado en un video musical por el indie ganadora del premio Grammy sensación del rock Arcade Fire, un vídeo que dispone de cinco millones de visitas, y contando, en You Tube. Aún así el encanto de Jacmel se mantiene confinado a su hogar. Sus playas aún se sienten como secretos , a pesar de que están llenos los fines de semana por los visitantes y lugareños por igual. Casas coloniales francesas de Jacmel y sus balcones de hierro forjado parecen majestuosa incluso cuando se lleva hacia abajo, como si los fantasmas de los cafetaleros ricos, quienes los transportan en fragmentos de Europa y les monté en la isla, seguían frecuentando sus estrechos pasillos.

Estos sitios son perfectos para cámaras o para estudiantes de cine locales, turistas aventureros sets. Como es el precio Moulin, una máquina de vapor del siglo 19 oxidada dispersada en piezas a través de una llanura cubierta de hierba que fue una vez el sitio de una próspera plantación de azúcar. O Bassin Bleu, un trío de piscinas de color turquesa debajo de una magnífica cascada. O incluso el cementerio de la ciudad , con sus mausoleos houselike.

Pero a veces Jacmel dice a sus historias en voz baja. Una mujer mayor en la ciudad que se filmó para una serie de cortos llamados "Ti Koze Lakay", o "una pequeña charla en el hogar," habla de una joven que pasa por encima de los amantes ricos y llamativos para los pobres, hombre modesto que realmente ama. En muchos sentidos, Jacmel -junto con el resto de Haití- se parece mucho a la persona que llama caballero menos llamativo, que exige una mirada más cercana, pero está garantizado para robar su corazón.

Edwidge Danticat es el autor, más recientemente, de la novela "Claire de la Luz del Mar".

4. JAMAICA
La primera vez que vi el Pelican Bar en 2001, tal vez una semana después de su inauguración. Yo había ido a Jamaica para perseguir la idea temeraria de dirigir un festival literario en Treasure Beach, una zona de tierra roja, ovejas rubio y los ojos castaños, en la costa sur salvaje. Yo estaba viajando con mis hijos: Addis, muchacho de pelo y 6-ish, y su hermano Makonnen, 4 que era tranquilo, excepto cuando el agua de mar se tocaron sus pies.

¿Qué era peor, pensé mientras levanta cada uno en una piragua de fibra de vidrio: llevar a los niños en aguas abiertas sin chalecos salvavidas ? O ponerlos en un bar? Pero no era más que un bar, me habían dicho por mi amigo Jason, que era un bar que tenía que ver. O eso creía yo. En realidad había dicho: "Un bar en el mar."

El pelícano es un lugar de marcha en vacío en un banco de arena cerca de un cuarto de milla de la costa suroeste de Jamaica. En cierto sentido, es una versión accidental de una choza tiki reconcebida en la cintura alta del agua. Hecho de bambú, madera flotante y corteza de árbol y cubierto por una caída por paja, se salvó de la "frialdad" de la sinceridad. Puede parecer un antro inteligente creado para el en-el-saber, pero no lo es. Es demasiado raíces. Es un bar donde los clientes habituales hacen inmersiones poco profundas de cortos, escaleras irregulares en agua caliente, claro, en el que flotan sobre las estrellas de mar en la mente, si no en cuerpo, y donde se puede sentir distante, lejano y speckish, como granos de arena en el universo.

Makonnen Fouché - Channer

Colin Channer.

Desde ese tiempo con los niños, he ido muchas veces con amigos, escritores sobre todo, dejando de Jakes Hotel, donde dirigí un festival del libro de apenas 10 años. Los autores les encanta el salto, la forma en que los largos cascos brillantes separadas del océano, entonces se estrellan las olas. Aman las tambor dunas de arena gris sonoras. Pero sobre todo les gusta el listón de lo que es. Para verlos se asentaron allí entre los clientes habituales, copa en mano, es ser testigo de la peculiar comodidad de artistas de sedimentación en el parentesco con una arquitectura que ha encontrado su propia voz. Hay una forma en que acarician listones de madera, corriendo la mano por ella sin temor a astillas. Hay un placer en el uso de las manos para tirar de su comida.

La comida -langosta y pescado servidos fritos, a la parrilla, curry o estofado- es simple. Pero es listo si te llama con antelación. Agua, refrescos, cerveza y ron son las únicas bebidas para golpear de nuevo. Y no es que el propietario no sabe nada de martinis.

El mejor ron Appleton es, desde una finca centenaria en las colinas cercanas. El bar no tiene asientos. Es una empresa en la que Cotch - se apoyan en una ligera posición en cuclillas para tomar una ventaja de algo con su culo. Si no es muy vago, ponerse de pie. Siempre hay buena música de rock, sobre todo 70s soul, dancehall de los años 80, y siendo Jamaica, país y occidental en la mezcla.

Películas de vaquero siempre han sido populares aquí. El sentimentalismo viaja bien y tiene una larga vida útil en lugares como mi país, donde los fundamentos son caros. Vivir en Jamdown es un asunto serio, por lo tanto el amor por la música sentimental. El estado de ánimo en el Pelican es demasiado blissed tener urbanitas que lo adopten como un accesorio irónico.

Y esto no es un lugar para estar nervioso, aunque el Edge de U2 y otros famosos creadores de música han caído pulg. Los regulares llegan a tener una ventaja en el campo con una visión dulce y una bebida. Los pescadores traen a sus esposas y buena fe. Los residentes de los distritos cercanos alquilar barcos de motor y con invitados de villas y hoteles pequeños de gran estilo.

Cuando salí del Pelican ese primer tiempo con mis hijos, me pregunté Shabba el capitán del barco para ir por la costa y el río Negro. Yo estaba demasiado extasiada para ir directamente a casa.

En 15 minutos, estábamos de crucero en un amplio canal bordeado de lirios de agua y el hombre la hierba alta. Las vistas eran largos como los de los continentes, tal vez el mis ancestros llamaron hogar. En un momento dado el río hace una curva S de ancho. Salimos de ella barrido, más lento, luego se deslizó hacia un túnel de manglares. Sus raíces y ramas eran de plata, pero sus hojas eran en su mayoría blancos. Flores? Mi hijo le gritó a un cocodrilo tomando el sol en un registro. Los ibis fueron brotando en una fuente. Yo estaba más sorprendido que los pájaros.

En el camino de vuelta a Jakes cortamos entre la costa y el pelícano, saludando a la gente mirando. Más adelante el barco empezó a saltar. Mi hijo se quejó de que el agua en sus pies. Mi hija gritó por encima del motor, "Más rápido, más rápido. "Me senté en silencio, contemplando lo que significaba estar en casa.

COLIN Channer es el padre de Addis y Makonnen . Ha escrito algunos libros .

5 . TRINIDAD
Cuando por primera vez se me ocurrió escribir "La hija de Próspero", una novela basada libremente en "La Tempestad", Chacachacare, una de las más grande de las islas de la costa noroeste de Trinidad, vino inmediatamente a la mente, reflejando como lo hace el isla aislada en la obra de Shakespeare. Abandonada desde hace más de medio siglo, Chacachacare fue una vez una colonia de leprosos y de una base militar estadounidense. Hoy en día, todavía despoblada, Chacachacare atrae "navegantes" que atracar yates con banderas de todo el mundo en las tranquilas aguas de sus calas.

Yo nunca había estado en Chacachacare como un niño -algunos trinitarios tienen- y en ese primer viaje a asegurarme de que he elegido la configuración correcta para mi novela, grupos de delfines de plata saltó y le dio vueltas al lado de mi barco, me acompaña cerca de la piedra playa sembrada. Yo estaba pasmado por la impresionante vegetación: árboles centenarios, sus ramas se extiende hasta un cielo azul brillante, naranja y limoneros, y los tallos calcificados de gandules y tomate, reliquias de la época de la colonia de leprosos, y en todas partes explosiones de color, la maduración de frutas y flores silvestres, rojo, naranja, amarillo, morado. Hay un faro blanco de altura, rodeada de bandas negras anchas en Chacachacare, y en la parte superior, una puerta metálica que se abre a un estrecho saliente en el que parece que podría tocar las montañas que asoman de América del Sur.

Leonid Knizhnik

Elizabeth Núñez.

Ni Chacachacare ni el resto de la Trinidad tiene los mares azules típicos de las islas del Caribe . Las aguas situadas en el oeste de Trinidad están manchadas de cieno del río Orinoco, en las olas turbulentas al este del Atlántico erosionar las raíces de los árboles de coco ya se inclinó por los vientos alisios implacables. Sin embargo, Trinidad es la más afortunada de las islas en el archipiélago caribeño. En tan sólo un viaje en ferry de tres horas, puedo estar en Tobago, la isla hermana de Trinidad a pocos kilómetros hacia el noreste, donde la arena es blanca y peces nadan colores del arco iris a través de los bosques de los arrecifes de coral. Para mí, sin embargo, el mayor golpe de suerte de la Trinidad es su situación en la crisis, esa zona de baja presión cerca de la línea ecuatorial, evitando la isla de los devastadores huracanes que hoy golpean las otras islas con regularidad. Inusual para el Caribe también son la flora y la fauna de Trinidad -orquídeas silvestres y lirios mi madre recogió, venados y tigrillos mi padre cazaba. Para Trinidad fue una vez parte de la selva amazónica, cortar de ella en ese gran movimiento sísmico continental hace muchos siglos. Una vez que mi padre apenas escapó de ser exprimido hasta la muerte por una serpiente macajuel, nuestro nombre para la boa amazónica.

Trinidad es conocida por su Carnaval y calypso, así como para el steelpan, uno de los pocos instrumentos musicales inventados en el siglo 20, pero me siento atraído por la naturaleza nos ha dado dones . En mis novelas que escribo sobre las cintas de color rojo con gracia inmersión y aumento a través del cielo al atardecer, la multitud de ibis escarlata que regresan de Venezuela a posarse en el manglar en nuestro pantano Caroni. Escribo demasiado sobre nuestros Brea Tar Pits La, la mayor de las únicas tres lagos de asfalto existentes en el mundo.

Yo me crié en las afueras de la capital, Puerto España, donde el rango norte aumentó azul oscuro y magnífica contra un oro teñido soleado cielo azul. Detrás de las montañas son las mejores playas de la isla, desde hace años inaccesibles hasta que Estados Unidos construyó un camino para nosotros como una especie de compensación por apropiarse de kilómetros de tierra plana cerca de la capital para una base naval.

Siempre que escribo historias de deseo de los inmigrantes para el hogar me encuentro escribiendo sobre ese camino que conduce a Maracas Bay, donde pasé algunos de mis días más felices con mi familia en la playa. Es el más estrecho de los caminos, en un lado de una pared de montaña, en los otros barrancos pronunciados que nunca dejan de tomar mi aliento : nieblas translúcidos flotando entre nubes de algodón y hundiéndose hacia el valle a rodar valle donde los árboles brillantes de verduras variadas aferran precariamente por los lados y en la parte inferior de la gloriosa Atlántico, grandes y poderosas, enormes olas golpeando contra las gigantescas rocas negras y pitcheo aerosoles largos y blancos, espumosos de alta en el aire. Cada vez que viajo a ese camino milagroso, prosigo mi cara en el viento, bebo en el aire lleno de sal, me tomo fotos en el ojo de la mente de los árboles, las flores, el mar rugiente, y yo estoy dispuesto, una vez más para días de invierno en la tierra es ahora mi hogar.

ELIZABETH NUÑEZ es la autora de nueve novelas y el libro de memorias "No es para el uso diario ", que se publicará en abril.