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miércoles, 26 de abril de 2017

No me llames letrasado. No hay carreras con más salidas que otras, aún menos en un mercado laboral tan enclenque.

Leo El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, y pienso que esta pequeña historia situada en una ciudad industrial de Georgia y publicada en 1940 me está contando, a través de una prosa deslumbrante y una gran perspicacia psicológica, la raíz de la herida del racismo en los Estados Unidos y la relación entre dos categorías de pobres, los negros y los blancos. Escucho Strange Fruit, por  Billie Holidaycompuesta en 1939, y siento que en su letra, en sus notas, está contenida la lucha de los derechos civiles y se hace visible el más vergonzoso pecado americano: los linchamientos del  Ku Klux Klan con el aplauso de la buena gente del sur. Veo las fotos sobre la negritud de  Sally Manno leo sus memorias, y agradezco esa sinceridad con la que confiesa que de niña nunca se preguntó por qué la nanny se quedaba en el coche esperando mientras la familia comía en un diner. Leo Americanah, de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, y entiendo al fin por qué una africana se convierte en negra cuando pisa los Estados Unidos. Veo el documental  el documental I Am Not Your Negrosobre el compromiso del novelista James Baldwin con la causa de los derechos civiles, y me acerco a comprender, a través del  Samuel L. Jackson, que presta su voz a los ensayos del escritor de Harlem, qué suponía en los 50 y 60 andar por la vida con la conciencia de que tus actos serán sobreinterpretados o malinterpretados a cuenta del color de tu piel. Y de lo que ahora supone ser negro puedo hacerme una idea leyendo a un honroso heredero de Baldwin, el periodista, Ta-Nehisi Coatescon su ensayo Entre el mundo y yo.

Literatura, música, ensayo, periodismo, fotografía, cine. ¿Cuánto hacen estas artes y estos oficios por que comprendamos mejor a nuestros semejantes, los que nos precedieron y los coetáneos? Según el Ministerio de Educación poco ya que la asignatura de Literatura Universal ha sido retirada del segundo curso de bachillerato para moverla a primero. Segundo es el curso en el que, según los expertos, los alumnos están más preparados, más maduros, para sumergirse en profundidad en las novelas que nos dan una perspectiva amplia del mundo. No importa, fuera entonces de la Selectividad. La idea de que deben prevalecer aquellas materias que tengan una relación directa con el mercado laboral cunde. La impone el ministerio pero la secundamos socialmente. En cuanto hay un estudiante con un expediente brillante se activa, con bastante frecuencia, una alianza entre orientadores, padres y profesores para que el alumno o la alumna no desperdicie sus notas en algo que es como un hobby, que no merece la pena. Aquel viejo dicho de “el que vale, vale, y el que no pa' letras” se ha actualizado: en los institutos el término “letrasado” se ha hecho tristemente popular. Y todo parte de una gran falacia que el profesor de Historia Moderna Fernando Manzano Ledesma se empeña tozudo cada año en desmontar. Porque este joven vicedecano de estudiantes y comunicación de la Facultad de Filosofía y Letras de Oviedo era un cerebrín en sus tiempos de instituto y también sintió la presión de los que pensaban que malgastaría su brillante expediente si se matriculaba en Historia. Hace unos años, Manzano Ledesma comenzó a dar charlas en los centros de enseñanza media de Asturias para explicar a los estudiantes cuáles eran las diferentes ramas dentro de la historia, la filología y la filosofía. Se trataba de un encuentro sumario, informativo, pero fue apreciando que lo que necesitaban aquellos estudiantes era un subidón de una autoestima que, tanto el sistema educativo como algunos compañeros, se esmeraban en que fuera lo más baja posible. Lo que transmite este profesor es que la pasión puede más que las supuestas necesidades del mercado: no hay carreras con más salidas que otras, aún menos en un mercado laboral tan enclenque; actualmente, tiene más peso una voluntad empecinada. Les habla Manzano de lo que supone para el no adocenamiento de la sociedad el espíritu crítico, del valor de la belleza y del arte. Les cuenta cómo los estudiantes de Humanidades son los más preparados para discernir dónde está la verdad y dónde el camelo y cómo serán por lógica los que pongan orden en el caótico contenido audiovisual. De hecho, cuenta, la empresa asturiana Touchvie contrata ya a licenciados en Humanidades como catalogadores de su productos en la red.

Si el Ministerio de Educación está decidido desde hace años a borrar del mapa a los futuros pensadores y creadores, debiéramos nosotros rebelarnos, defender convencidos las materias que tan estrechamente ligadas están a nuestra libertad de pensamiento. El profesor Manzano Ledesma acaba siempre sus charlas con una cita de  Baltasar Gracián"Gastan algunos mucho estudio en averiguar las propiedades de las hierbas: ¡cuánto más importaría conocer las de los hombres, con quienes se ha de vivir o morir!". Y lo que ocurre con las personas entusiastas y trabajadoras es que desatan en ti las ganas de actuar, de convertirte en activista de aquello en lo que tan fervientemente crees.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/04/21/actualidad/1492782903_418507.html

lunes, 27 de febrero de 2017

Conversación entre Luis García Montero y Juan Torres. Con motivo de la publicación del libro, Economía para no dejarse engañar por los economistas

Luis García Montero y Juan Torres se encuentran en el improbable terreno común entre poesía y economía con el nuevo libro del segundo como pretexto. Los granadinos se preguntan sobre la representación del mundo que construye el neoliberalismo, la mercantilización del ser humano y el olvido de los cuidados


Si uno se pregunta cuál es el opuesto de la poesía, sería posible que se respondiera "la economía". La asociación de esta ciencia social con lo inhumano, lo frío, e incluso lo despiadado se ha agudizado con los duros años de la crisis y el panorama que esta deja. Pero ni el poeta Luis García Montero (Granada, 1958) ni el economista Juan Torres (Granada, 1954) lo tienen tan claro. Con el libro Economía para no dejarse engañar por los economistas, firmado por el segundo, como pretexto, deciden encontrarse en un no tan improbable terreno común.

Luis García Montero. Aunque sea raro, he leído tu libro con ojos de poeta. Quizás sea que me interesa como poeta acercarme a la realidad, quizá sea que como ciudadano me gustaría que los números de los economistas no olviden la parte de poesía, de vínculo con el corazón humano, que tienen sus cuentas. Quizá es también que me ha llamado la atención el título de tu libro. Siempre digo que el trabajo de un poeta es preguntarse qué estamos diciendo cuando decimos "soy yo". En tu libro ha advertido una pregunta latente: ¿Qué digo cuando digo "soy economista"? ¿Es así?

Juan Torres. Creo que sí. Tengo la impresión de que cada vez es más necesario aclarar qué se es realmente cuando alguien dice "soy economista". Si lo dice un médico parece claro que se refiere a alguien que va a tratar de curarte, lo pueda conseguir o no. Y lo mismo pasa por lo general con la mayoría de las profesiones, desde la de un bombero a un ingeniero electrónico... Pero un economista puede hacerte un roto, un descosido o un buen zurzido y lo cierto es que la gente no suele saber de antemano lo que le va a ocurrir cuando un economista le dice lo que se debe hacer. Lo que he tratado de hacer es proporcionar los elementos de juicio que permiten que la gente sepa qué puede resolverle o qué puede estroperarle de su vida un economista cuando le habla.

L.G.M. Quizá por eso hay algunas palabras que son decisivas. La mirada de los seres humanos es siempre una cuestión de palabras. ¿Es la palabra depende una de las más importantes de tu libro?

J. T. Sin duda. Es lo primero que les digo a mis alumnos. Prácticamente cualquier pregunta que nos hagamos en materia económica tiene como respuesta, debe tener como respuesta, el depende . Porque, efectivamente, las respuestas dependen de cómo queramos que se resuelva la consecuencia distributiva que lleva consigo cada una de las posibles. Y también porque casi con toda seguridad dependan de las hipótesis de partida que asumamos (que no son indiferentes a lo anterior, lógicamente).

L. G. M. Preguntarse qué digo cuando digo "soy yo", supone una puesta en duda de las esencias, los dogmas y las leyes objetivas en todo lo que tiene que ver con la historia. La subjetividad se produce. He repetido muchas veces como poeta, al indagar en la raíz de los sentimientos, una frase de Carlos Marx : "La producción no produce un objeto como sujeto, sino un sujeto para el objeto". Tú citas esa frase en tu libro. ¿La economía produce una manera determinada de subjetividad o de cultura? ¿Los economistas neoliberales son conscientes de eso y buscan la extensión de una determinada cultura?

J. T. Estoy seguro de que es así. No puede serlo de otro modo. ¿Cómo no va a producir una subjetividad determinada o una cultura el hecho de que una parte de nuestras vidas, y por tanto nuestra vida como tal, se haya convertido en una mercancía? Los neoliberales lo sabían y por eso Margaret Thatcher decía con toda sabiduría que lo importante no es la economía, lo prioritario —decía— es cambiar el corazón, el alma. No se puede entender lo que está pasando en los últimos cuarenta años, las políticas neoliberales, sin entender el cambio cultural y de subjetividad, civilizatorio, antropológico, que se ha conseguido impulsar e imponer.

L. G. M. La cultura de una economía de mercado rotunda, sin límites éticos, tiende a la mercantilización del todo. ¿Acabamos los seres humanos convertidos en una mercancía? ¿Podemos llegar a autoconcebirnos como mercancía?

J. T. La primera pregunta tiene como respuesta un sí claro. Pero tengo dudas sobre la segunda pregunta. ¿Nos autoconcebimos como mercancía? Ya no lo sé con seguridad. Creo que se produce una especie de distorsión cognitiva sobre nuestra propia expresión humana. ¿Cómo nos vemos, o cómo han conseguido que nos veamos? No sé contestar con seguridad. Sí creo que han logrado que nos "ensimismemos" (no sé si esta palabra existe), que nos veamos como átomos, como individuos ("No hay sociedad, hay individuos", de nuevo Tatcher), que no seamos capaces de percibir que lo que nos sucede le sucede también a quien tenemos a nuestro lado, justo para que no nos unamos, para que no descubramos que sufrimos problemas comunes, para que no busquemos al otro o a la otra y para que no necesitemos su presencia y su contacto, su ayuda. Nos han convencido de que no tenemos empleo porque no tenemos empleabilidad, porque no hemos invertido lo suficiente en nosotros mismos... y no porque hay determinadas políticas que lo provocan y que, por tanto, son las que hay que cambiar, no actuando individualmente sino colectivamente. Por eso el neoliberalismo es, sobre todo, soledad, diferencia, silencio, incomunicación.

L. G. M. ¿Y el tiempo? Tengo la impresión de que vivimos en un tiempo de usar y tirar. Se pierde la memoria, se practica el olvido, se exalta el instante, triunfan los sentimientos adánicos, los líderes se presentan como los únicos inventores de un mundo nuevo, se pierde el compromiso con el futuro sostenible del mundo. ¿Es posible mercantilizar el concepto del tiempo hasta convertirlo en un objeto de usar y tirar?

J. T. Acabo de publicar un artículo sobre este asunto en el que recuerdo la tesis de la sociedad del espectáculo de Guy Debord . Nos han convertido la existencia en un espectáculo que en realidad es una relación social enajenada que nos lleva a vivir en un estado de falsedad sin réplica y sin futuro posible, en un constante presente. El tiempo, como transcurso sobre el que los seres humanos podemos actuar para transformar las condiciones de nuestra existencia ha desparecido.

L. G. M. Considero que la literatura es uno de los mayores refugios contra la mercantilización del ser humano y de la ideo del tiempo. La dimensión narrativa, la poesía como memoria, mantiene el peso de la historia en nuestra conciencia. Eso está relacionado también con el peso de la ética y de la compasión a la hora de comprender que el otro no es un objeto de usar y tirar. ¿Te ha ayudado la literatura en tu trabajo? ¿Forman parte de tu formación como economista las lecturas de novelas, libros de poemas, el gusto por el teatro o el cine?

J. T. La literatura también se ha mercantilizado y nos llevaría lejos el debate de si ha sido para bien o para mal. Pero llevas razón en que, con independencia de ello, la narración, la memoria que se escribe o se canta, el testimonio de la vida sentida que es la literatura es una fuente, también, de conocimiento, o una referencia inexcusable para que éste sea auténtico, lo que equivale a decir, creo yo, humano. Yo, desgraciadamente para mí, no he podido ser un buen lector de literatura porque he tenido que leer mucha información profesional y, además, dedicarle tiempo a escribir. Pero, al menos, siempre me ha gustado dejar testimonio precisamente de que la literatura es un refugio, por utilizar tu término que me parece tan apropiado. En mi manual de economía ( Economía Política, Pirámide, 2015) que es donde posiblemente he plasmado mejor lo que sé (que es poco) cada capítulo comienza con una cita literaria, de Mutis , Ana María Matute, Luis Sepúlveda, Joseph Conrad, Cervantes, Neruda ... Vienen tan a propósito de los farragosos asuntos económicos de los que trato que algunas personas me han asegurado que yo me inventaba las citas, de tan ajustadas como resultan. Pero no es verdad, son completamente fieles, literales. El capítulo en el que explico cómo es la actividad económica, cómo funciona la distribución y qué problemas provoca, lo empiezo con un párrafo de La torre vigía en el que Ana María Matute habla del reparto de los muslos y alones entre muchachos que "opinaban de muy distinta manera sobre la equidad requerida en estos casos y por tal motivo sus divergencias subían rápidamente de tono y llegaban a límites peligrosos". Y el último capítulo, dedicado a las políticas económicas contemporáneas, comienza con una cita de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza : "Cada uno puede sustentar la teoría económica que más le plazca, dijo, pero lo que hay que hacer es lo que hay que hacer". No lo dice el economista, es la vida plasmada en las novelas o en la poesía.

L. G. M. De aquí paso a la importancia de los cuidados. Kenzaburo Oé me hizo meditar sobre la relación entre la literatura y los cuidados. Tuvo un hijo con una deficiencia grave y aprendió a cuidar mucho las palabras para entenderse con él. Eso marcó su literatura. Una de las mejores reivindicaciones de la economía alternativa, que está muy presente en tu libro, es la de valorar los cuidados, ese sostén social que no se cuantifica en el PIB. Me interesa este aspecto por una doble cuestión. La desconsideración de los cuidados es uno de los motivos principales de la desigualdad. Y además, pienso que deberíamos ser capaces de fundar un discurso basado no en la ley del más fuerte, sino en el reconocimiento de nuestras debilidades como seres humanos y sujetos sociales. ¿Es posible una economía del amor?

J. T. Si la economía es, como yo creo que debe ser, la del oikos, la que nos proporciona el sustento y la que nos permite ser más o menos felices, no puede ser otra que una economía del amor. Vivimos, por el contrario, en una economía de la muerte, lo dice el propio papa Francisco : la economía liberal mata. Se crea escasez o desempleo de modo artificial, premeditado. El capitalismo fabrica el sufrimiento y necesitamos vivir del amor.

L. G. M . Los poetas utilizaron la metáfora durante mucho tiempo como una operación de audacia para crear un mundo estético abstracto, separado del mundo real. Cada vez me identifico más con un posible camino de vuelta, con la búsqueda de metáforas que ayuden a mirar la realidad de carne y hueso que late bajo las realidades virtuales. ¿Eso es posible en la economía? Sin llegar al trueque primitivo o al simple valor de uso, ¿es posible acercar la economía a lo real, a la producción real de riqueza, limitando el campo infinito de las especulaciones abstractas? En cualquier caso, recuerdo contigo los versos de Machado : "sólo el necio / confunde valor y precio".

J. T. Es una interesante idea. Tus palabras me hacen preguntarme si el modelo de competencia perfecta, por ejemplo, no es sino una simple metáfora concebida justamente para separarnos del mundo real. La economía convencional es efectivamente una especie de cuento: no es real el homo oeconomicus , ni el mercado de competencia perfecta (en el que la información es perfecta y gratuita para todos los que intervienen en él), los indicadores al uso sólo reflejan una parte de la vida económica, la mayoría de los economistas no aspiran a reflejar la realidad en sus modelos... Sin embargo, se abre paso una concepción de la economía que yo creo que precisamente se caracteriza por tratar de situarse en la epidermis de los seres humanos por decirlo de alguna manera, en su piel, alrededor de los problemas que sufren. Cada vez cuesta menos entender que la economía es lo que tiene que garantizar la vida, el bienestar de la gente, la felicidad.

L. G. M. En las ideas dominantes sobre la poesía, las modas tecnocráticas han intentado imponer algunos descréditos: el descrédito de los sentimientos, el descrédito de la política, el descrédito de la voluntad de comunicación y diálogo con los lectores. No sé si eso afecta también a la economía. ¿Hay intereses en hacernos olvidar que la economía es un discurso político, en el que deben tenerse en cuenta los sentimientos humanos y la opinión de la ciudadanía?

J. T. Hace tiempo que eso ocurrió. La economía era Economia Política y pasó a ser Economics, un término que de traducirse correctamente debería ser "lo económico", es decir, un mundo neutro, abstracto, aislado, en donde hay seres que en son meros agentes maximizadores, homo oeconomucis pero no homo sapiens , individuos que se limitan a elegir... y, por supuesto, donde no está la política entendida como el espacio común, ni el poder, ni la sociedad, ni los otros. Claro que interesa que eso sea así. La batalla más importante que tenemos por delante es hacer ver a la gente que las cuestiones económicas se resuelven mediante decisiones políticas y que, por tanto, debemos tomarla entre todos. O, dicho de otro modo, lograr que la democracia alcance también a las cuestiones económicas. El camino en el que estamos, sin embargo, es el contrario: para evitarlo lo que están haciendo es justamente desmantelarla.

L. G. M. Creo que el primer ámbito de compromiso de un ciudadano es su oficio. Este libro tuyo es un ejemplo de que comprometerse socialmente es darle un valor social a nuestros oficios. ¿Es tan importante saber estar como saber levantarse de una silla o saber bajarse a tiempo de una embarcación trucada? ¿El ser cívico es una decisión sobre el estar?

J. T. Yo me salí del barco hace tiempo. He escrito, creo que literalmente hablando, cientos, igual miles de páginas sobre la crisis económica, he analizado lo que ha pasado en la economía mundial y en la española en los últimos decenios, lo que he escrito lo han leído docenas de miles de personas y creo haber influido en lo que ha pasado a mi alrededor con ese pensamiento (tengo en mi despacho la foto de jóvenes del 15M manifestándose levantando en sus manos mi libro Hay alternativas ) pero nada de eso tiene el más mínimo valor (¿o tendría que decir precio?) en el ámbito académico. Desde el punto de vista de los parámetros que se usan para valorar la productividad y la excelencia académicas lo que yo hago y escribo no sirve absolutamente para nada. Si fuese un joven empezando la carrera universitaria no tendría futuro ninguno. Yo me bajé del barco porque no me interesa escribir para que nadie me lea y porque creo que, aunque no me valoren nada lo que hago, es más, aunque me penalicen por hacerlo, tiene utilidad social. Por hacer lo que hago tengo que dar más horas de clase (como si eso fuese un castigo), no puedo estar en los tribunales que seleccionan a los catedráticos y dentro de poco seré un marginado en la carrera académica. Pero me compensa hacer estas otras cosas. Para mí, estar aquí donde estoy y hacer esto que hago es un imperativo moral. Y además disfruto haciéndolo.

L. G. M. Y unas preguntas finales. Después de leer tu libro, de recordar la situación miserable del mundo, la acumulación de riquezas en manos de una minoría, ¿por qué nos dejamos manipular políticamente? ¿Cómo se comulga con tantas ruedas de molino? ¿Es posible unir los sueños de la poesía a una actitud política que permita tomar decisiones económicas al servicio de las mayorías? ¿Es posible que lo poético deje de ser una algarabía utópica en manos de solitarios, iluminados o profetas? ¿Es posible una poética de lo real?

J. T. Desde el momento mismo en que me lo estás preguntando y hablamos de esto ya lo estamos haciendo posible. ¿Cómo se podría haber acabado con la esclavitud sin los primeros esclavos que, ateridos de miedo, no hacían nada más que pensar, tirados en su jergón y sin ni siquiera abrir sus ojos, que ellos no querían ser esclavos? Quizá no hicieron nada más que eso, llorar en silencio sin atreverse a decir en voz alta ni a nadie lo que pensaban. Pero ahí estaba el germen de todo lo que vino después. Quienes dominan el mundo dedican mucho tiempo, recursos y atención a lograr que esa dominación se mantenga. Es normal que consigan que se comulgue con ruedas de molino. Y creo que lo consiguen porque en el otro lado no hay una conciencia semejante de que hay que convertirse en motores del cambio.

* Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro, Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016).

Fuente: http://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2017/02/17/conversacion_entre_luis_garcia_montero_juan_torres_61267_1821.html

lunes, 16 de enero de 2017

John Berger. Dónde hallar nuestro lugar. Diez comunicados

1
Alguien pregunta: ¿todavía eres marxista? Nunca antes ha sido tan extensa como hoy la devastación ocasionada por la búsqueda de la ganancia, según la define el capitalismo. Casi todo mundo lo sabe. Cómo entonces es posible no hacerle caso a Marx, quien profetizó y analizó tal devastación. La respuesta sería que la gente, mucha gente, ha perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben a dónde se dirigen.

2
Todos los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino a un destino elegido. Señales carreteras, señales de embarque en algún aeropuerto, avisos en las terminales. Algunos hacen sus viajes por placer, otros por negocios, muchos motivados por la pérdida o la desesperación. Al llegar, terminan por darse cuenta que no están en el sitio indicado por la señales que siguieron. Donde se encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo local y la moneda correctos, y no obstante no tiene la gravedad específica del destino que escogieron.

Se hallan junto al lugar al que escogieron llegar. La distancia que los separa de éste es incalculable. Puede ser únicamente la anchura de un vía pública, puede estar a un mundo de distancia. El sitio ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha perdido su territorio de experiencia.

Algunas veces algunos cuantos de estos viajeros emprenden un viaje privado y hallan el lugar que anhelaban alcanzar, que a veces es más rudo de lo que imaginaban, aunque lo descubren con alivio sin límites. Muchos nunca lo logran. Aceptan los signos que siguieron y es como si no viajaran, como si se quedaran siempre donde ya estaban.

...

9
A un kilómetro de distancia de donde escribo, hay un campo donde pastan cuatro burros, dos hembras y dos burritos. Son de una especie particularmente pequeña. Cuando las madres aguzan sus orejas ribeteadas de negro, me llegan a la altura del mentón. Los burritos, de unas cuantas semanas de edad, son del tamaño de unos perros terrier grandes, con la diferencia de que sus cabezas son casi tan grandes como sus costados.

Me brinco la barda y me siento en el campo apoyando la espalda en el tronco de un manzano. Ya tienen sus rutas propias por todo el campo y pasan por debajo de ramas tan bajas que yo tendría que ir a gatas. Me observan. Hay dos áreas en donde no hay pasto alguno, sólo tierra rojiza, y es en uno de estos anillos a donde vienen varias veces en el día a rodarse sobre su lomo. Primero las madres, luego los burritos. Éstos tienen ya una franja negra en los lomos.

Ahora se aproximan. El olor de los burros y el salvado --no el de los caballos, que es más discreto. Las madres rozan mi cabeza con sus quijadas. Son blancos sus hocicos. Alrededor de sus ojos hay moscas, mucho más agitadas que sus propias miradas interrogantes.

Cuando se quedan a la sombra, en el lindero del bosque, las moscas se marchan y pueden quedarse casi inmóviles por media hora. En la sombra del medio día, el tiempo se alenta. Cuando uno de los burritos mama (la leche de burra es la más semejante a la humana), las orejas de la madre se echan hacia atrás y apuntan a la cola.

Rodeado de los cuatro burros en la luz del día, mi atención se fija en sus patas, dieciséis de ellas. Son esbeltas, contundentes, contienen concentración, seguridad. (Las patas de los caballos parecen histéricas en comparación.). Estas son patas para cruzar montañas que ningún caballo se atrevería, patas para soportar cargas inimaginables si se consideran tan sólo las rodillas, las espinillas, las cernejas, los jarretes, las canillas, los cuartos, las pezuñas. Patas de burro.

Deambulan, con la cabeza baja, pastando, mientras sus orejas no se pierden de nada; los observo, con sus ojos cubiertos de piel. En nuestros intercambios, tal como ocurren, en la compañía de mediodía que nos ofrecemos ellos y yo, hay un sustrato de algo que sólo puedo describir como gratitud. Cuatro burros en un campo, mes de junio, año 2005.

10
Si, entre otras muchas cosas sigo siendo marxista.

John Berger

Fuente y leer más
http://www.sinpermiso.info/textos/dnde-hallar-nuestro-lugar-diez-comunicados

lunes, 7 de diciembre de 2015

Baluarte

Se puede bombardear aquí y allá para vaciar todo el arsenal que depara la industria armamentística, pero al final la libertad solo se defiende ejerciéndola a toda costa

Ahora mismo en Francia puede ocurrir que si alguien llama a tu casa a las cuatro de la madrugada ya no sea el lechero, sino un policía que llega sin orden judicial dispuesto a derribar tu puerta de una patada si no le abres. Para que esto no pudiera suceder nunca fueron necesarios más de 2.000 años de una lucha tenaz por la libertad. ¿Vamos a renunciar a ella por miedo a otro atentado terrorista? La civilización europea arrancó con la victoria de los griegos en Salamina contra los persas en el siglo V antes de Cristo; nuestra cultura se sustenta en la filosofía griega, en el derecho romano, en el humanismo, en los valores de la razón que enarboló la Revolución Francesa, en la conquista de la ciencia frente al oscurantismo, en la resistencia contra el fascismo y la barbarie nazi. ¿Bastan unos chalecos explosivos y una docena de fusiles Kaláshnikov para echar por la borda nuestra historia? ¿Es comprensible que una simple alarma deje paralizada durante cuatro días Bruselas, la capital de Europa?
Se puede bombardear aquí y allá para vaciar todo el arsenal que depara la industria armamentística, pero al final la libertad solo se defiende ejerciéndola a toda costa. Ceder tus derechos individuales a la policía es la forma más rápida de perderlos. La señora Miniver era la protagonista de la famosa película de William Wyler. En 1942, en plena guerra en un pueblo al norte de Londres, la señora Miniver, pese a tener a sus hijos movilizados, estaba empeñada en que se celebrara con normalidad el concurso anual de flores mientras caían alrededor las bombas alemanas. Churchill dijo que si Inglaterra había ganado la guerra, más que a los aviones de la RAF, se debió a personas como la señora Miniver, que siguieron ejerciendo sin miedo su forma de vida, como un baluarte, en defensa de sus derechos conquistados a lo largo de 2.000 años.

sábado, 15 de agosto de 2015

Los valores de la música. Hace ya mucho tiempo que nos hemos quedado sin diálogo. Hemos ido perdiendo progresivamente las facultades que lo hacían posible

“Cuando escucho la radio todo parece tremendamente comprimido y ruidoso, registrado sin más criterio que el de impresionar. Sin claridad, cuando no hay nada más misterioso que la claridad. La gente ya no se concentra en la música. La paciencia y la disciplina están en peligro. La escuela de la escucha está en peligro”. Manfred Eicher (Lindau, 1943) en “Viaje al final del sonido”, El País, 10 de diciembre de 2012, p. 34.

Estas declaraciones, hechas por el fundador del sello alemán de discos de jazz y música contemporánea ECM, son un certero diagnóstico de nuestra actualidad sonora. Y por extensión, de nuestra actualidad cultural. La poderosa tecnología de la imagen y el sonido y su inmediatez nos han desposeído del tiempo. Tiempo para ejercitar y desarrollar la capacidad de atención en nuestra vida. Nuestra condición y dignidad de personas vive debilitada por todo lo que sucede, deprisa, a nuestro alrededor. La verdadera crisis está en nosotros mismos, en nuestro aturdimiento, en nuestra incapacidad para ver, escuchar y procesar con claridad lo que está pasando. Las leyes del mercado nos mantienen convenientemente distraídos, la sobreinformación solo consigue nuestra domesticación.

Si para Boecio en el siglo VI, “cualquiera que llega al fondo de sí mismo, sabe lo que es la música” (De institutione música, Libro I), catorce siglos después, para el compositor alemán y pedagogo, Carl Orff, “la música comienza en el hombre, no en el instrumento, ni en el primer dedo ni en la primera posición, o en este o aquél acorde. Lo primero es el propio silencio, el escuchar hacia adentro, el estar abierto (preparado) para recibir la música, para escuchar el propio latido y la propia respiración” (Musik der Kindheit, 1932). En el fondo de estas dos declaraciones está la evidencia de un mundo interior que ha experimentado el misterio de la música, o, lo que es lo mismo, la claridad de ese misterio. Esto es, se han dado las condiciones para la verdadera escucha.

A lo largo de la Edad Media, recorrer los caminos de las siete artes liberales, es decir, del Trivium (Gramática, Dialéctica y Retórica) y del Quadrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música) era el ejercicio que desarrollaba entonces el mundo interior de un hombre libre. Hoy los espacios para recorrer son de otra naturaleza. Nuestra percepción está muy dispersa y la aventura del conocimiento ha quedado reducida a un trámite. Nuestra mente ha perdido la capacidad de inquirir, de descubrir, de asombrarse.

Hace ya mucho tiempo que nos hemos quedado sin diálogo. Hemos ido perdiendo progresivamente las facultades que lo hacían posible: escuchar, preguntar, pensar con un orden, argumentar, criticar para construir e iluminar lo que está oscuro y es confuso. La actitud dogmática simula protegernos con resultados y soluciones, a la vez que nos aleja de la verdadera actitud científica, donde nada se cierra porque siempre hay una nueva pregunta por hacer. El verdadero valor de la cultura se nos oculta tras una sucesión demasiado vertiginosa de sucesos, y nada nos puede hacer más libres y poderosos que ser cultos en su sentido profundo. Hace ya muchos siglos, Aristóteles proclamaba abiertamente en su Política: “Nada hay tan poderoso como el ritmo y el canto de la música, para imitar, aproximándose a la realidad tanto como sea posible, la cólera, la bondad, el valor, la misma prudencia, y todos los sentimientos del alma, como igualmente todos los opuestos a éstos” (Política, Libro VIII, 5).

Y hoy el valor de la música sigue estando en la experiencia del ritmo, que es el orden en el movimiento, según el pensamiento clásico. En la armonía de los contrarios que es la sinfonía de sonidos, en el diálogo de la pregunta y la respuesta, en la capacidad de escucha, de concertar y respirar juntos, de desaparecer para sumar, de equilibrar nuestro pensamiento y nuestras emociones, de hacer silencio para pensar la primera nota y regresar al silencio después, cuando todo ha sido dicho y expresado. Todos podemos escuchar la música, la verdadera escucha nunca será un trámite. Gracias a ella podemos ser mejores, que es tanto como llegar a ser lo que realmente somos.

Y así, sólo desde la experiencia de la música podemos compartir esta certeza:
La lección más difícil para el ser humano – aprender a vivir con disciplina pero también con pasión, con libertad y al mismo tiempo con orden – es evidente en cualquier frase musical. (Daniel Barenboim, El sonido es vida, 2008, p. 34).

Alfredo Vicent es profesor de la UAM y Doctor en Historia y Ciencias de la Música. La Marea. http://www.lamarea.com/2015/08/10/los-valores-de-la-musica/

lunes, 2 de septiembre de 2013

CHRISTIAN FELBER: “Las empresas deben regirse por criterios de utilidad social”

El promotor del modelo de economía del bien común sostiene que el dinero no debe ser un fin sino un medio

Christian Felber tuvo una intuición: en los mercados financieros estaba lo gordo, pensó. Eso es lo que había que estudiar con detenimiento, ahí estaba la raíz del problema. Conciencia ecológica no le faltaba. De hecho, ya había pasado por Greenpeace. Pero el tomate estaba en la economía, una ciencia social que había que abordar teniendo en cuenta aspectos éticos, filosóficos, morales.

Tras investigar y reflexionar, adentrándose en estudios de Sociología y Ciencias Políticas, el joven filólogo y psicólogo austriaco, nacido en Salzburgo en 1972, convirtió su visión panorámica de las ciencias sociales en 50 propuestas para un mundo más justo, que publicó en 2006. El siguiente paso fue ponerse a indagar los valores en que se sustenta el sistema capitalista: competitividad, rendimiento, crecimiento, beneficio. “¡Qué valores son estos!”, pensó. ¿No hay otros? Empezó a estudiar algunos de los que rigen el comportamiento del ser humano en sociedad como la ayuda, la cooperación, la solidaridad. Y se encontró con que estos no estaban presentes en los mercados.

Pregunta. ¿El problema es que el dinero pasó de ser un medio a convertirse en un fin?
Respuesta. Sí. El dinero, el capital, el beneficio. Si una empresa puede obtener ese fin más fácilmente socavando la democracia y corrompiéndola, lo va a hacer; porque para una empresa la democracia es un fin menor, frente al incremento de sus beneficios y su patrimonio. Si el fin de la empresa fuera el bien común, no corrompería la democracia. Este es el núcleo.

Christian Felber pronuncia estas palabras en perfecto castellano en una terraza, en Barcelona, con un calor que derrite el asfalto. El profesor de Economía Alternativa de la Universidad de Viena pasó años de estudiante en Madrid. Explica que la definición de los valores, los objetivos y los medios le permitió poner de manifiesto que el sistema vive preso del medio: el dinero.

Convirtió sus reflexiones en un libro, Nuevos valores para la economía (2008), en el que diferenció valores, objetivos y medios del sistema capitalista. La claridad de su exposición hizo que varios empresarios austriacos se le acercaran. “Me dijeron que eso era lo que llevaban en las tripas, pero que nunca lo habían podido verbalizar de forma tan clara”. La interacción de Felber, portavoz en Austria de ATTAC (Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras y la Ayuda al Ciudadano), con una docena de empresarios produjo el modelo de la economía del bien común, que aúna ética y economía.

P. En La economía del bien común, usted ofrece datos que muestran que la diferencia de renta entre ejecutivos mejor pagados y operarios en las empresas ha pasado de una relación de 24 a 1, en 1965, a una de 325 a 1, en 2011. Propone usted que los sueldos no superen 20 veces el salario mínimo. ¿Cuáles serían las primeras medidas que se tomarían en una transición hacia una economía del bien común?
R. La limitación de la desigualdad podría ser una de las primeras medidas, ya se está haciendo en Suiza. Cuando por primera vez demandé esto, en 2006, y, por supuesto, no he sido el primero en hacerlo, me tachaban de comunista por proponer una limitación de la desigualdad. Yo me considero liberal. Para salvaguardar las libertades hay que poner límites, por motivos liberales. Pero la única libertad que no limitamos es la de la propiedad. Este año, el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, propuso en Davos la limitación de la renta en el factor 20, es decir, que los salarios más altos no sean veinte veces superiores al salario mínimo. Pero los medios de comunicación lo acallaron. En noviembre se va a hacer un referéndum en Suiza sobre la implementación del factor doce en las empresas. No es una propuesta comunista; ni, utópica; entra en la lógica de los propios líderes económicos, que saben que si seguimos así vamos a desembocar en una guerra civil. Esta no es una buena perspectiva para ellos tampoco, así que prefieren limitar la desigualdad a perderlo todo y perder la paz.

El modelo de la economía del bien común desarrollado por Felber es eminentemente práctico. Las empresas en vez de regirse únicamente por sus resultados, lo hacen por criterios de utilidad social. Tan importante es que produzcan beneficios, como que respeten el medioambiente, remuneren igual a hombres y mujeres, no exploten a sus trabajadores, creen empleo… El instrumento, para las empresas, es el balance del bien común, en el que se evalúan todos esos factores. Lo mismo con los países: el indicador del producto interior bruto (PIB) es sustituido por el producto del bien común, un indicador que mide la calidad de la democracia, la política medioambiental, el justo reparto de los beneficios generados, la igualdad, entre otros factores.

Han transcurrido tres años desde la publicación, en agosto de 2010, de La economía del bien común (editado por Deusto). Más de 3.800 personas se han sumado a la causa, además de 159 asociaciones y 1.277 empresas (más de doscientas españolas).

P. En su modelo, las empresas que mejor velan por el bien común reciben incentivos, pero en este punto del proceso, ¿qué incentivos tienen las empresas para sumarse a esta idea?
R. El sentido es el más fuerte. A muchas empresas les importa saber por qué están haciendo lo que están haciendo y formar parte de un sistema que tenga sentido, no de un sistema que vaya en contra de nuestra ética. Se sienten pioneros de una economía al servicio del ser humano. El balance del bien común es para ellos un instrumento de desarrollo organizativo: la evaluación ética de lo que están haciendo les lleva a una metamorfosis. En la plataforma en la que operan, las empresas se prestan ayuda entre sí, incluida la financiera. Atraen a mano de obra ética y a clientes éticos.

P. Una de las claves de su modelo se basa en una apuesta por la democracia directa. Los ciudadanos son consultados más a menudo, intervienen en los anteproyectos de ley, por ejemplo, gracias a las posibilidades que brindan las tecnologías digitales.
R. A lo mejor esta es la primera clave. Todo es posible con otro tipo de democracia que combine democracia directa, democracia participativa y democracia económica. Los partidos están demasiado lejos del pueblo soberano. La cultura de la democracia directa está empezando, porque la gente se da cuenta de que los supuestos representantes no nos representan. Para mí la solución es democracia directa, referéndums, asambleas democráticas para ciertos temas como el sistema económico, monetario, los medios de comunicación…

P. Habla usted de un nuevo sistema democrático de la economía…
R. Sí, pero ¿por dónde empezamos? Por los municipios del bien común, que organizan los procesos de participación ciudadana. El primero es el desarrollo del índice de calidad de vida municipal, para saber cuál es la meta. Y, segundo, las asambleas económicas democráticas, donde la ciudadanía define el orden económico, según sus preferencias, necesidades y valores. La economía del bien común no es un modelo perfecto y acabado. Las cuestiones clave deben ser debatidas por los ciudadanos.

P. Y aboga por la denominada banca democrática, ¿cómo funcionarían los bancos?
R. Habría que empezar por descuartizar los bancos sistémicos, los que son demasiado grandes y que están muy interconectados, motivo por el que se les rescata. Con eso conseguiríamos que el mercado vuelva a ser mercado. Se ofrecería a los bancos la alternativa de orientarse al bien común, convirtiéndose en entidades sin ánimo de lucro, como eran al principio las cajas de ahorros, para que pudieran gozar de ventajas ante el Estado. Si optan por ser entidades con ánimo de lucro, se les retiran los apoyos del Estado, como, por ejemplo, el apoyo del banco europeo. El Estado no contrataría con ellos, ni garantizaría los ahorros depositados en ellos. Y si van a la bancarrota, el Estado no tiene por qué salvarlos. A largo plazo, la idea es que todos los bancos estén orientados al bien común, igual que los colegios, los institutos, las universidades.

P. Frente a la competencia usted propone cooperación. Frente a la desconfianza, la necesidad de control y el miedo, generosidad, altruismo y solidaridad. Más de una vez le habrán criticado por esta visión idílica y utópica de lo que pueden ser las cosas…
R. Sí, también me han dicho que van contra la naturaleza humana. La ciencia dice que la cooperación nos motiva de forma más fuerte que la competencia; que el ser humano tiene una sensación de justicia innata y la capacidad de compasión, empatía, y el impulso espontáneo de ayudar a otro, incluso los bebés de dos años lo tienen. El hecho de que hoy en día seamos tan egoístas es porque lo aprendemos, no es algo genético.

Cuatro ideas

¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? Teresa Forcades, monja española que clama contra el sistema. “Habla del capitalismo sin miedo, con lucidez, y está comprometida con la democracia directa”.

¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? “Democracia directa: referéndums y asambleas democráticas para definir un proceso constituyente”.

¿Un libro? No contest: The case against competition (no hay caso: el caso contra la competencia), de Alfie Kohn. “Nos abre los ojos acerca de la cuestión de la cooperación y la competencia”.

¿Una cita? “Una de Max Frisch: El problema del capitalismo es que el ser humano explota al ser humano. Y en el comunismo es exactamente al revés”.
Fuente: El País.