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viernes, 31 de julio de 2020

Un Tribunal Supremo maoísta

Javier Pérez Royo 26/07/2020

Los presos nacionalistas catalanes en prisión, como los ciudadanos chinos de los “campos de reeducación”, tienen que reconocer primero la justicia de la decisión del Supremo que los ha privado de libertad.

La "reeducación política" de los condenados mediante sentencia judicial fue práctica frecuente durante los años de la Revolución Cultural en China. No era suficiente la privación de libertad, sino que el Régimen maoísta exigía la "conformidad expresa" de los condenados con la sanción que se les había impuesto. Hemos sido condenados porque nos hemos desviado del pensamiento correcto y no hemos respetado la ley. Esta confesión era la premisa indispensable que se exigía para que se pudiera poner fin a la privación de libertad. Primero la humillación y después la libertad. Sin humillación autoimpuesta no hay libertad. Ese es el precio que tenéis que pagar para que podamos empezar a fiarnos de vosotros y os podáis reintegrar a la vida civil.

Cuando España se constituyó en un Estado social y democrático de derecho en 1978, jamás se pasó por la cabeza que el Ministerio Fiscal y el Tribunal Supremo acabarían haciendo suyas esta doctrina puesta en práctica durante la Revolución Cultural. Jamás se me pasó por la cabeza que el objetivo de la "reinserción" del artículo 25 de la Constitución, desarrollado por la Ley General Penitenciaria, que fue la primera Ley Orgánica de la democracia española, la primera Ley Orgánica aprobada por las primeras Cortes Constitucionales, acabaría convirtiéndose para los políticos nacionalistas catalanes en una exigencia de "reeducación" con el objetivo de que "aprendan a respetar la ley".

Y sin embargo, eso exactamente es lo que ha ocurrido. Las Juntas de Tratamiento de diversas prisiones catalanas así como varios Jueces de Vigilancia Penitenciaria de Catalunya no habían considerado imprescindible que los dirigentes nacionalistas catalanes condenados por el Tribunal Supremo como autores de un delito de sedición, tuvieran que someterse a un programa de "reeducación" para que les fuera de aplicación el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario, que les permite salir de la cárcel para trabajar, para cuidad de la madre o por cualquiera otra de las circunstancias previstas en el ordenamiento.

La necesidad de que los políticos presos catalanes se sometieran a este programa de "reeducación" ha venido siendo exigida de manera ininterrumpida por el Ministerio Fiscal y rechazada hasta por siete jueces catalanes con el argumento de que el "programa específico de educación planteado por la Fiscalía buscaba cambiar o modificar la ideología política de los internos, algo proscrito por la Constitución y que atenta contra los más elementales derechos fundamentales" (palabras del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria 5 de Catalunya).

El Tribunal Supremo, sin embargo, ha hecho suya la tesis "maoísta" de la Fiscalía y considera imprescindible que los condenados acepten asistir a un programa de "reeducación", en el que se les enseñe y aprendan que "hay que cumplir la ley" y que la Constitución únicamente puede ser reformada mediante los procedimientos de reforma previstos en los artículos 167 y 168 de la misma. Una vez que se hayan sometido a ese "programa de reeducación" y hayan "interiorizado" la "justicia" de la condena que les fue impuesta y hayan aprendido a comportarse como deben hacerlo los ciudadanos en una sociedad democrática, estarán en condiciones de salir de la cárcel en los términos previstos en el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario.

Los presos nacionalistas catalanes en prisión, como los ciudadanos chinos de los "campos de reeducación", tienen que reconocer primero la justicia de la decisión del Supremo que los ha privado de libertad. Una vez que la hayan reconocido, el Supremo podrá ser magnánimo y aceptar las decisiones que las Juntas de Tratamiento de las prisiones y los Jueces de Vigilancia Penitenciaria puedan dictar en aplicación del artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario.

Primero la humillación. Después, ya veremos. Esta es la administración de justicia para los nacionalistas catalanes condenados por el Supremo. Acepten la humillación de que se les tiene que "enseñar" que la ley hay que cumplirla y que la Constitución solamente puede ser reformada de la forma en ella misma prevista. No sé si se les exigirá además que acrediten mediante un examen que han asimilado las "enseñanzas" que se les han trasmitido. En eso ha acabado el derecho a la tutela judicial efectiva reconocido en los artículos 24 y 25 de la Constitución.

¿En qué país nos estamos convirtiendo? ¿Cómo es posible que fiscales y jueces del Supremo se puedan faltar el respeto a sí mismos de esta manera?

Esto no puede acabar bien nunca.

Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla

Fuente: https://www.eldiario.es/contracorriente/tribunal-supremo-maoista_129_6126752.html

martes, 23 de mayo de 2017

Liberales: Defienden el mercado, (sobre todo sus mercados) pero no la libertad.



La última salida de la política de Esperanza Aguirre permite reflexionar también sobre el sentido y el significado real que tiene el liberalismo económico contemporáneo, y no sólo en nuestro país.

Esperanza Aguirre, y quienes la han rodeado, se presentaba a sí misma como la expresión de la política liberal más auténtica, como una Thatcher española capaz de darle la vuelta a la sociedad y a la ideología dominantes. Y a su alrededor se han cobijado en los años en que ha estado en el poder los liberales más preclaros de la vida social española, intelectuales, catedráticos, inversores, grandes empresarios y jóvenes delfines, todos ellos predicadores de la “libertad de mercado” y enemigos acérrimos de todo tipo de intervencionismo público y estatal (del cual, por cierto, obtienen buenas rentas la inmensa mayoría de ellos).

Los seguidores de Esperanza Aguirre y ella misma han sido los más vibrantes defensores del mercado como mecanismo supremo de solución de todos los problemas económicos. Y lo curioso es que esa defensa exacerbada del mercado se ha conseguido equiparar (es verdad que no sólo en España y en el entorno de Esperanza Aguirre) con la defensa de lo eficiente, de la máxima competencia y, lo que todavía resulta más increíble, de la libertad. En contra de esa retórica liberal que entroniza al mercado, lo que el gobierno de una liberal como Esperanza Aguirre ha supuesto en la práctica está bien claro: una conspiración constante para disponer del poder público suficiente que permita acumular la mayor cantidad posible de riqueza pública en manos privadas. Una conspiración a veces tan enfermiza y acentuada que ha terminado convirtiéndose, según se va descubriendo, en el origen de una auténtica organización criminal dirigida a vaciar a manos llenas las arcas del Estado.

La eficiencia de las políticas liberales que ha llevado a cabo Esperanza Aguirre está igualmente clara cuando se comprueba que las privatizaciones efectuadas sólo han servido para poner recursos hasta entonces públicos en manos privadas, pero no para generar menores costes o más eficiencia. La privatización de amplios sectores de la sanidad o la educación no ha creado servicios mejores, más eficientes, más transparentes o más baratos, sino que, por el contrario, ha generado mayor gasto, aunque, eso sí, ahora destinado a colmar los bolsillos privados. Y es normal que eso haya sido lo que ha ocurrido porque la identificación automática entre mercado y competencia, eficiencia o libertad no es sino un gran mito sin ningún fundamento objetivo o científico.

Defender el mercado sin ningún otro matiz, como suelen hacer los liberales, es una simpleza porque en realidad no existe “el” mercado. Mercados hay muchos, con naturaleza y efectos muy variados, y para que se pueda decir que un mercado es plenamente eficiente o mejor que una buena decisión pública, a la hora de asignar recursos, deben darse una serie de condiciones y requisitos muy estrictos (por ejemplo, información perfecta y gratuita a disposición de todos los sujetos, plena homogeneidad de los productos y ausencia total de barreras de entrada a los mercados) que es casi, por no decir que totalmente, imposible que se den en la realidad.

La competencia, lejos de ser una condición innata o consustancial a los mercados, es desgraciadamente lo primero que se quiebra cuando los mercados se pone a funcionar si éstos no están convenientemente regulados, es decir, si no hay un buen anillo de derechos de propiedad que proteja a los mercados de sí mismos, de las fuerzas auto destructoras que genera el afán de lucro desmedido, la concentración de la riqueza y la vía libre para los más poderosos, condiciones que son las que suelen predominar en los mercados contemporáneos. No hay forma posible de hacer que los mercados se acerquen al ideal de la eficiencia y la competencia que no sea la de una buena regulación, el establecimiento de un adecuado sistema de normas. Y eso sólo puede garantizarse justamente cuando hay un Estado que funciona correctamente y, sobre todo, no sometido a los dictados del propio poder de mercado del que disponen quienes tienen privilegios en su seno. ¿Acaso privatizar para destinar más recursos, más servicios o más obras, más negocio, a los grandes promotores y constructores que dominan en condiciones de oligopolio el mercado tiene algo que ver con la competencia perfecta y con la mayor eficiencia? Debilitar al Estado, como hacen los liberales cuando gobiernan, es lo contrario de lo que se precisa para fortalecer la competencia y la eficiencia, y justo lo que desean quienes ya tienen gran poder de mercado para aumentarlo.

Los mercados de hoy día, los que han contribuido a diseñar y a proteger las políticas liberales de nuestro tiempo, son mucho más imperfectos que nunca y, por tanto, más ineficientes. Es una quimera, por no decir que un miserable engaño, decir que en ellos predominan la competencia o que sólo allí es donde la eficiencia va a alcanzar su máxima expresión. Ocurre todo lo contrario: lo que han conseguido las políticas liberales como las que han puesto en marcha los gobiernos de la liberal Esperanza Aguirre ha sido erradicar todavía más la competencia, oligopolizar los mercados y hacerlos, en consecuencia, mucho más ineficientes, y mucho más onerosos para la inmensa mayoría la población.

Pero si hay un mito singularmente exagerado en relación con el liberalismo es el que hace creer que al defender los mercados se defiende la libertad en su sentido prístino, en su más auténtica expresión. Es un mito porque lo que hacen las políticas liberales con el pretexto de dar libertad a los mercados es simplemente aumentar la de quienes los dominan en su exclusivo beneficio. La libertad en el mercado es una auténtica quimera cuando los derechos, o quizá mejor dicho los poderes de apropiación están definidos de una manera tan desigual y asimétrica como hoy día lo están. En las condiciones de funcionamiento de los mercados que imponen las políticas liberales, que en España no son otras que las que benefician a las más grandes empresas, la libertad que puede alcanzarse solo es la misma que Anatole France decía irónicamente que proporcionaba el derecho en nuestras sociedades: “La Ley -decía-, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”.

De hecho, la paradoja más grande que tienen los mercados es que, incluso si se dieran las condiciones que les permitieran ser completamente eficientes con carácter general, es decir, en todos los ámbitos de la economía, se necesitaría una autoridad central, o hablando en plata un dictador, que distribuyera satisfactoriamente la renta.

La razón es sencilla y la explico con más detalle en mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas (Ediciones Deusto): de ser eficientes (lo que ya de por sí es dudoso), los mercados solo lo serían logrando que los sujetos económicos adquieran los bienes y servicios en su uso más valioso o más barato. Pero es evidente que para que los sujetos puedan adquirir (eficientemente) esos bienes y servicios deben de haber dispuesto ya de ingresos. Y también lo es que, una vez adquiridos los bienes, la distribución de esos ingresos ya es diferente a como lo era antes del intercambio realizado. Por tanto, para que se pueda decir que los intercambios llevados a cabo en los mercados proporcionan a todos los sujetos (a la sociedad en general) la máxima satisfacción o bienestar, es imprescindible que todos los sujetos estén satisfechos con la distribución de la riqueza inicial y con la resultante. Y como esa satisfacción no la puede dar por definición el mercado ha de darla una autoridad central, el dictador. Un significativo detalle que se le olvida mencionar a los liberales cuando nos quieren hacer creer que al defender el mercado defienden la libertad.

Mercado y libertad son dos conceptos que, en realidad, no tienen por qué coincidir y que, en las condiciones de mercados imperfectos que crean las políticas liberales, es cuando menos coinciden. Los liberales defienden el mercado que les conviene a los grandes oligopolios pero de esa forma no defienden ni la competencia, ni la eficiencia ni, por supuesto, la libertad.

Fuente:
http://www.juantorreslopez.com/liberales-defienden-el-mercado-pero-no-la-libertad/#more-7858

martes, 28 de febrero de 2017

Liturgias reformistas para democratizar la pobreza

Cuando los resortes del poder nacen de la cima de las élites, hablamos de monarquía o dictadura. Si la iniciativa viene de abajo, de la conciencia colectiva de la muchedumbre, podemos estar ante una explosión revolucionaria. También existe un interregno donde el conflicto se atenúa a través de canales de compromiso o reforma, aunque siempre bajo la dirección tácita de la clase dominante. Todas las fórmulas apuntadas son susceptibles de parlamentarismo o democracia más o menos digna de tal nombre. El reformismo actual, quizá desde los albores de la sociedad como lugar de convivencia donde se dirimen las cuestiones políticas, se atiene a la máxima de Lampedusa, autor de El gatopardo, de que algo debe cambiar para que todo siga igual.

En el fondo se trata de un procedimiento en el que el orden establecido se empodera de sí mismo mediante concesiones menores hacia la inmensa mayoría (las clases populares), muchas de ellas solamente a nivel de discurso ideológico, apuntalando la categoría clase media (para crear complejidad ficticia a su favor), esa tierra de nadie que pretende emular a los de arriba (sin llegar nunca a alcanzar su estatus) al tiempo que denosta sus raíces familiares, a la gente de abajo, con la que guarda semejanzas sociales incuestionables debidamente distorsionadas por la publicidad y la propaganda con el fin último de ser usada como aliada de ocasión contra sus propios orígenes e intereses de clase.

En ese contexto social de incidencia mundial, de desigualdad creciente y afectación aguda de la crisis neoliberal del capitalismo a capas situadas estéticamente en la mitad de la pirámide social, crecen ideas extremistas de corte fascista junto a reivindicaciones populares de izquierda que manifiestan un hondo malestar a escala internacional. Las élites se defienden etiquetando como populismo a todo lo que se mueve contra la casta de arriba y los poderes hegemónicos. Se trata de una estrategia para mantener la virtud o verdad media en sus alforjas ideológicas.

No obstante lo dicho, el fascismo no es más que una opción más en tiempos de zozobra, caos y confusión económica y política de eso que hoy se llama, tal vez no de forma muy certera, la casta, los de arriba, ese uno por ciento maquiavélico de la cumbre social. Los fascismos y las izquierdas emergentes nacidas en el fragor de la crisis compiten por un mismo electorado, la defenestrada clase media. Sin embargo, no seamos ilusos: el establishment nos engaña a propósito cuando critica bajo cuerda las ideas de ultraderecha, que siempre preferirá antes que una victoria democrática de Bernie Sanders en EE.UU. o Podemos en España, solo por citar dos casos paradigmáticos de Occidente.

Trump o Le Pen son alternativas de urgencia de las multinacionales y el capitalismo para que los apestados de la sociedad (inmigrantes, mujeres, parados, desahuciados, rebeldes) no consigan tomar las riendas gubernamentales en ningún país. Igual que Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet o Videla: si la cosa se pone cruda, estas figuras y sus émulos jamás pondrán en cuestión el beneficio empresarial y la explotación laboral. De ahí, que el reformismo sea una vía que busca la estabilidad o equilibrio inestable a toda costa, pintando fachadas de colores sin acometer obras en profundidad en las estructuras que sostienen el régimen vertical capital-trabajo.

Ser reformista es un comportamiento, en apariencia moderado, que juega las bazas de la tibieza y la equidistancia con el objetivo de calmar las expectativas de cambio de las mayorías sumidas en la pobreza, la marginación o la precariedad laboral, ese grupo heterogéneo de frikis sociales que levantan oleadas de emoción puntual en las gentes de bien, pero que en resumidas cuentas representan un peligro del que la clase media quiere huir sea como fuere.

Ese instante mental de duda interna que suele aparecer por generación espontánea, odiar al marginal o solidarizarme con él, puede decantar la alternativa de la mayoría silenciosa en un sentido reaccionario o progresista. Por eso, el reformismo usa de liturgias y discursos que intentan crear confusión deliberada en las masas y en la conciencia personal para que la toma de decisión última esté casi determinada y se decante a favor de la justa virtud media de la tradición moral y el statu quo. Ni populistas radicales de derecha o izquierda, mejor lo malo conocido (el sentido común de la sensatez centrista conservadora) que lo hipotéticamente bueno por conocer.

La liturgia reformista dibuja en su proceder los siguientes pasos. Primero se trata de sentir el suceso social como una manifestación natural imprevisible. La crisis afecta a todos sin distinción alguna y fue materialmente imposible atajarla. El primer consenso ya estaba en marcha: todos somos iguales en la crisis.

El segundo escalón nos llevaría a la comprensión de la situación creada. Hay que buscar culpables: los mercados, la avaricia de algunos delincuentes aislados. Con esta interpretación de los hechos, entra lo naturalizado y la maldad de unos pocos desalmados, se crea un estado de opinión fatalista que deja en las manos del discurso hegemónico la capacidad de tomar medidas excepcionales para erradicar la enfermedad como mejor entiendan los expertos que deba llevarse a cabo.

El tercer momento, el que ahora estamos viviendo o sufriendo en propia carne, es el de la activación de resoluciones y medidas para restablecer el orden y recuperar el impulso social. Cabría sopesar dos caminos muy alejados uno del otro, la vereda moral de la costumbre apegada a principios petrificados en los usos habituales o intentar una alternativa ética novedosa, postular colectivamente lo que se debe hacer no siguiendo los dictados de lo consabido. El reformismo siempre escoge la moral consuetudinaria, esto es, no moverse un ápice de las recetas que predican los valores de permanecer unidos (Dios, patria o rey y sus derivados semánticos) en el mejor de los mundos posibles, su mundo fetichizado y mercantilizado, sus beneficios y privilegios, su perspectiva clasista de la sociedad (siempre habrá ricos y pobres, buenos y malos, blancos y negros, mujeres y hombres, etc.).

Por esa razón, las respuestas a la crisis son quirúrgicas: cortar por lo sano, o sea, sajar derechos y libertades, poner fronteras al pobre, disparar al rebelde ético. La metáfora sanitaria entra por los ojos de todos los damnificados: eliminar la manzana podrida tiene buena prensa moral. Yo no soy una manzana pocha es el grito de cada cual: todos precisamos de la autojustificación para salir adelante. El demonio siempre es el otro.

El mayor enemigo de la liturgia reformista es la ética politizada de lo que debe ser, un salto cualitativo que saca la moral de su oscuro refugio reaccionario. Lo que debe ser casi nunca coincide con lo que es: provoca reflexión, duda, empatía, diálogo. Y todo ello es lo que quieren evitar las elites instaladas en la cúspide. ¿Diálogo con la chusma? No gracias, mucho mejor democratizar la pobreza: todos podemos ser pobres por infortunios de la vida. ¡Toma igualdad! Y si esta táctica falla, para eso están Trump o Le Pen. Y tantos otros liderazgos de la desesperación que se están incubando ahora mismo. Por si acaso, que jamás se puede domeñar con total seguridad a las masas hambrientas y sedientas a base de fútbol, telenovelas y consumismo barato. El monstruo puede despertar en cualquier instante.

Armando B. Ginés

lunes, 7 de diciembre de 2015

Baluarte

Se puede bombardear aquí y allá para vaciar todo el arsenal que depara la industria armamentística, pero al final la libertad solo se defiende ejerciéndola a toda costa

Ahora mismo en Francia puede ocurrir que si alguien llama a tu casa a las cuatro de la madrugada ya no sea el lechero, sino un policía que llega sin orden judicial dispuesto a derribar tu puerta de una patada si no le abres. Para que esto no pudiera suceder nunca fueron necesarios más de 2.000 años de una lucha tenaz por la libertad. ¿Vamos a renunciar a ella por miedo a otro atentado terrorista? La civilización europea arrancó con la victoria de los griegos en Salamina contra los persas en el siglo V antes de Cristo; nuestra cultura se sustenta en la filosofía griega, en el derecho romano, en el humanismo, en los valores de la razón que enarboló la Revolución Francesa, en la conquista de la ciencia frente al oscurantismo, en la resistencia contra el fascismo y la barbarie nazi. ¿Bastan unos chalecos explosivos y una docena de fusiles Kaláshnikov para echar por la borda nuestra historia? ¿Es comprensible que una simple alarma deje paralizada durante cuatro días Bruselas, la capital de Europa?
Se puede bombardear aquí y allá para vaciar todo el arsenal que depara la industria armamentística, pero al final la libertad solo se defiende ejerciéndola a toda costa. Ceder tus derechos individuales a la policía es la forma más rápida de perderlos. La señora Miniver era la protagonista de la famosa película de William Wyler. En 1942, en plena guerra en un pueblo al norte de Londres, la señora Miniver, pese a tener a sus hijos movilizados, estaba empeñada en que se celebrara con normalidad el concurso anual de flores mientras caían alrededor las bombas alemanas. Churchill dijo que si Inglaterra había ganado la guerra, más que a los aviones de la RAF, se debió a personas como la señora Miniver, que siguieron ejerciendo sin miedo su forma de vida, como un baluarte, en defensa de sus derechos conquistados a lo largo de 2.000 años.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Manifiesto | "No en nuestro nombre" "Nos negamos a participar en el falso mercadeo entre derechos y seguridad", dice un manifiesto contra la guerra que pide no intervenir en Siria tras los atentados del pasado 13 de noviembre en el centro de París

Llamamiento 'No en nuestro nombre'

Los brutales atentados perpetrados en París el pasado 13 de noviembre buscaban instaurar un clima y un régimen de terror entre la población, levantando muros de sospecha y odio entre vecinos, quebrando la vida en comunidad e instaurando la política del miedo en nuestro día a día. Si la respuesta a la barbarie pasa por suspender derechos, recortar libertades y encerrarnos en casa, la victoria del terrorismo será total. Si al dolor por las víctimas inocentes se responde provocando más dolor a otras también inocentes, la espiral será imparable. Si buscamos culpables entre nuestros vecinos y vecinas por el simple hecho de vestir o pensar diferente, si criminalizamos a quienes huyen precisamente de ese mismo horror, estaremos contribuyendo a apuntalar los mismos muros que el fanatismo quiere crear. No podemos permitirlo.

El fanatismo terrorista del Daesh (ISIS) es funcional y retroalimenta al fanatismo racista europeo, mientras nuestros Gobiernos practican recortes de derechos sociales y libertades fundamentales, xenofobia institucional y bombardeos indiscriminados, que se han demostrado ineficaces. Nos negamos a participar en el falso mercadeo entre derechos y seguridad. Aquí, en París, en Iraq o en Siria, son los pueblos los que ponen las muertes mientras unos y otros trafican con influencias, armas e intereses geoestratégicos. El odio fanático de unos no puede esgrimirse como justificación para nuevos odios. Nos negamos a ser rehenes del odio, el terror y la intolerancia, eso sería claudicar ante el terrorismo.

Las y los abajo firmantes creemos que la democracia, los Derechos Humanos y la aspiración a una paz con justicia no son un camino ni una moneda de cambio para nada, sino que constituyen en sí mismos el camino y el horizonte, además de la mejor respuesta contra quienes quieren acabar con ellos. Por eso nos oponemos drásticamente a cualquier respuesta al odio que implique más odio, más intolerancia, más muertes de inocentes y menos derechos y libertades.

Desde el convencimiento de que en estos momentos la ciudadanía no solo no puede esconderse, sino que debe ser protagonista y liderar la respuesta contra el terror, nos convocamos el sábado 28 de noviembre a las 12:00 en la Puerta del Sol de Madrid para mostrar nuestra repulsa a los ataques terroristas de París y Líbano, nuestra repulsa a los bombardeos contra la población civil siria, nuestra repulsa a recortes democráticos como ineficaces garantías de seguridad y nuestra repulsa a la política exterior belicista iniciada por el Trío de las Azores (Bush-Blair-Aznar). Invitamos al resto de municipios a sumarse a esta iniciativa impulsando convocatorias ciudadanas similares.

Contra el terrorismo, contra la islamofobia y contra sus guerras.

Ni los recortes de libertades ni los bombardeos nos traerán la seguridad y la paz.

NO en nuestro nombre.

Firmantes

Ada Colau - Alcaldesa Barcelona

Chechu Monzón “Wyoming” - presentador de TV
 Pilar Bardem – Actriz
 Alberto San Juan – Actor
 Yayo Herrero – Activista Ecologista
 Juan Diego Botto - Actor
 Pepe Viyuela – Actor
 Sukeina Aali-Taleb - Periodista y escritora saharaui
 Xulio Ferreiro - Alcalde de A Coruña
 Belen Gopegui – Escritora 
Pilar Manjón – Presidenta Asociación 11-M Afectados del Terrorismo
 Antonio Segura – Abogado Asociación 11-M Afectados del Terrorismo 
Carlos Bardem – Actor
 Aitana Sánchez Gijón - Actriz
 Jose María Gonzalez “Kichi” - Alcalde de Cádiz
 Emma Suárez - Actriz
 Enrique Villalobos – Presidente FRAVM (Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid)
 Pedro Santiesteve - Alcalde de Zaragoza
 Andrés Lima - Director de teatro
 Antonio de la Torre - Actor y periodista
 Amparo Climent – Actriz
 Pedro del Cura - Alcalde de Rivas
 Marta Sanz – Escritora
 Gerardo Pisarello - Jurista y activista de los derechos humanos
 Isaac Rosa – Escritor
 Saliha ahouari al-lal - Trabajadora social
 Montxo Armendáriz - Cineasta
 Daniel Bernabé – Escritor
 Eduardo Jover – Actor
 Rosana Torres Reinés – Periodista
 Bahia Mahmud Awah - Escritor saharaui
 Liman Boicha - Escritor saharaui
 Ali Salem Iselmu - Activista saharaui
 Mohamed Salem Abdelfatah - Activista saharaui
 Berta Ojea López – Actriz
 Mohamed Said Alilech - Presidente de la asociación jóvenes musulmanes de España
 Esther García - Productora ejecutiva de El deseo
 María Luz Olier Arenas – Actriz
 Mohamed Merabet - Activista
 Pablo Telatko – Trabajador ONCE
 Puy Oria – Productora
 Javier Ceballo – Médico
 Miguel Ángel Alcántara – Productor teatro
 Carlos Olalla – Actor
 Aquilina Blanco Huertas – Enfermera 
Jorge Montes Salguero – Historiador del Derecho UNED
 Marta Simón Alonso – Periodista
 Alejandro Pannocchia Alonso – Operador, Teatro Real
 Mª Pilar Cuesta – Actriz
 José Manuel Seda – Actor
 José María Alfaya – cantautor
 Daniel Martorell – Actor, Cantante, Músico
 José Sarrión – Profesor
 Javi Couso – Activista Anti Guerra
Justa Montero - Activista feminista
Pablo Moreno – Grimey Rafael Anguis – Grimey Orlis Pineda – Cantautor Eduardo Velasco Querino – Actor Raquel Varela Conde – Actriz Luciano Federico – Actor Alfonso Noval Sánchez – Actor Shangay Lily –Artivista, feminista, escritor Marisa Tejada – Directora La Fábrica Ángeles Ramírez - Profesora de la UAM Roberto Montoya - Escritor y periodista Cristina Maristany - Escritora Manolo Garí – Activista ecologista-pacifista María Eugenia Rodríguez Palop - Profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III Javier Laso - Corresponsal RTVE Pedro Ibarra - Catedrático jubilado de Ciencia Política UPV-EHU Natividad Corral - Psicoanalista Juan Domingo Sánchez Estop - Escritor y filósofo Lago Martínez - Editor de Luzes COLECTIVOS Asociacion marroquí de derechos humanos(AMDH) Asociacion de Refugiados palestinos en España Centro Amani Vía Democrática (marruecos) Frente Democrático para la liberacion de palestina Colectivo Paraguay Resiste

sábado, 19 de julio de 2014

La democracia y los poderes públicos.

“Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas: remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.”

Es el artículo 9,2 de nuestra Constitución, que recoge, suavizada, el artículo 3, párrafo segundo, de la Constitución italiana, la célebre cláusula de Lelio Basso. La realidad constitucional ha cambiado tanto que esto nos parece de otro mundo y sin embargo fue un elemento clave del constitucionalismo social fruto de la derrota del fascismo y del ascenso del movimiento obrero y de la izquierda.

miércoles, 1 de enero de 2014

50 años de la muerte de Catarina Eufemia

Razones Para Amar a una Mujer Revolucionaria.

"Una mujer revolucionaria es capaz de sentir en lo más hondo, cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Una mujer revolucionaria se indigna con más frecuencia, concibe preguntas todos los días, grita más fuerte, llora más alto, desea con más ansias, quiere más resuelta, siente más profundo. Una mujer revolucionaria sabe mirar mas allá de la estética preconcebida por las revistas de moda y concursos de mercancías mujeriles, porque es más femenina que las determinaciones del mercado. Una mujer revolucionaria sale a parir las jornadas con sus botas de campaña, el segundo sexo en su espalda, la libertad en los labios, las razones debajo de sus cabellos. Una mujer revolucionaria es más hermosa que las muñecas de plástico, más atractiva que los destellos de los fugaces reflectores, más sensual que los caprichos tendenciales del momento. Una mujer revolucionaria huele a pólvora, gases lacrimógenos, tierra, montaña, río, flores silvestres, soles de inviernos, ecos del jardín, frutas del caribe. Una mujer revolucionaria siente más y gasta menos, sonríe desde los huesos, besa hasta el delirio, se entrega sin equipajes de mano ni reservas de divanes de cuero. Una mujer revolucionaria siempre está dispuesta al romance sin importar la incitación de los manuales de la familia y los hogares prominentemente seguros y a salvo. Una mujer revolucionaria hace el amor con el corazón puesto al lado izquierdo de la cama y su alma colgada sobre el dosel. Una mujer revolucionaria es el eslabón doblemente más alto de la especie humana, y no hacen falta muchas más razones para amarla hasta la locura, hasta el cosmos, hasta la muerte, hasta un millón de veces más allá del infinito. "
Adal Hernández
Más sobre Catarina aquí

domingo, 3 de noviembre de 2013

Entrevista a Susan George, presidenta del Transnational Institut “Van a por la democracia”

María Rodríguez Bajo Público.es

Lo promulga en cada conferencia: “Hay que dejar de ser tan educados y decirles a los políticos de la austeridad que estamos más que indignados”. La presidenta de la junta del ‘think tank’ Transnational Institute charla con Números Rojos sobre Europa, la crisis y cómo pasar a la acción.

Pocas personas disfrutan tanto como Susan George (Ohio, 1934) de desnudar el cinismo de las grandes corporaciones y los gobiernos al servicio del capital. George, quien no se despeina al declarar que no es economista sino activista y voz incómoda para las injusticias, retó a los poderosos con su blasfemo “Informe Lugano” que, junto con otros 13 títulos de los que es autora, sigue su lema de “estudia al rico, el pobre ya sabe qué va mal”.

Los líderes europeos han invocado la austeridad como el ‘hada madrina’ que solventará los problemas financieros. ¿Qué le parece esa tendencia?
¡Que no es nada más que una fantasía! Los alemanes lo llaman “austeridad expansiva”, algo totalmente absurdo porque, obviamente, la austeridad no puede conducir a una economía al crecimiento. Pero no creo que ese sea el problema esencial.

¿Cuál sería entonces?
Creo que hay un grupo, compuesto por el BusinessEurope, la Mesa Redonda Europea de Industriales y los mercados financieros, que ha decidido rejuvenecer el capitalismo deshaciéndose de muchas de las leyes y protecciones de los trabajadores, cosas por las que el modelo europeo y la gente han luchado durante décadas. Así que, si los dirigentes no hacen nada, seguirán yendo en la misma dirección. Por eso, hablar de crecimiento e inversión no nos beneficia, ya que puede que haya inversiones, pero estarán dedicadas más que nada a productos financieros. Quienes mueven los hilos de los mercados quieren libertad total y, hasta ahora, han sabido conservarla. Supongo que ya habrán empezado a especular sobre Grecia, porque lo que está pasando allí es totalmente desconocido. No veo cómo van a solucionarlo y solo espero que puedan hacerlo sin demasiadas pérdidas, y sin tener que recurrir a un ‘divorcio’ de Europa. Eso, además de arrastrar a otros gobiernos, podría repetir en la propia Grecia otra ‘Dictadura de los Coroneles’, cuando el ejército tomó el mando –en 1967– y, con él, los fascistas. ¿Quién sabe? Cosas así son de esperar, sobre todo después de ver a Aurora Dorada –partido de ultraderecha– en el Parlamento… Es un momento muy duro.

¿Puede llegar ese punto en el que los políticos supriman la democracia para sacar adelante las reformas que planean?
Está claro que van a por la democracia, a por los derechos humanos, a por todo lo que los trabajadores han conseguido. Va a ser un fascismo moderado o duro. Ahí es adonde nos quieren llevar si es necesario y si nosotros se lo permitimos. ¿Han prohibido ya las manifestaciones en España?
Aún no, pero quieren reformar el código penal para que la resistencia pacífica pueda ser penada con dos años de cárcel.
Bueno, eso es claramente un paso más hacia el fascismo. Si la resistencia pacífica se castiga con dos años de cárcel, estamos ante una clara violación de los derechos humanos. Incluso podría ser anticonstitucional, al menos en Estados Unidos o Francia.

¿Estamos probando ahora en Europa las recetas neocolonialistas que en los 70 y 80 aplicaron el FMI y el Banco Mundial en América Latina y África?
Pero no es la única razón por la que el sur tiene problemas, aunque es totalmente cierto que llevan sometidos a ajustes estructurales desde los 80. Se les obligó a aceptar programas de austeridad, mediante los cuales colegios y hospitales dejaron de ser gratis; tuvieron que exportar en lugar de concentrarse en la economía y producción locales; tuvieron que ganar dinero para pagar su deuda, ya que nadie, excepto el FMI, quería prestarles. Estamos básicamente ante la misma historia en la que los inocentes pagan y los culpables no. La diferencia es que en este caso en Europa se parte de una posición mucho más favorable que la del sur. Es una historia muy conocida, con la única diferencia de que ahora no hace falta encubrir nada y pueden llegar mucho más lejos debido a la crisis, porque la gente está asustada, porque los gobiernos no sirven para nada, porque los mercados financieros tienen tantísimo poder ahora mismo que pueden hacer lo que quieran, a no ser que les paremos los pies.

Pero, ¿cómo?
Quién sabe, quizás la única forma sea mediante una huelga general que dure semanas. Tal vez la política que llevamos –o llevo– haciendo durante años no sirva para nada. No sé, pero nos encontramos ante un momento muy serio.

Internet ha jugado un papel crucial en los movimientos sociales, ¿deberíamos tenerlo más en cuenta como herramienta?
Creo que cuando haya eventos importantes tendríamos que organizar acciones de soporte en los demás países. Tenemos que reforzar el sentido de ser europeo. Así, si hay una gran acción, debería haber un comité que informe a todo el mundo y otro que recoja ideas y cosas que se pueden hacer como, por ejemplo, reuniones delante del banco nacional de cada país y acciones mediáticas. No hace falta que haya miles de personas, pueden ser simplemente flashmobs, pero tienen que mostrar que sabemos lo que está pasando; informar a la población y decirles: “Mirad, todos somos europeos, estamos unidos”. Esto de coger aviones, como hago yo, para ir a las conferencias, no puede hacerlo todo el mundo. La gente tiene un trabajo y no puede permitírselo, por eso debemos contar con un sistema con el que podamos mostrar nuestra solidaridad con otra gente desde nuestros países.

¿Y eso se puede hacer eficientemente desde internet?
Es una buena herramienta, pero también creo que la gente solo es capaz de darse cuenta de lo que quiere cuando se encuentra cara a cara con los otros. Solo pueden programarse demandas en internet con gente a la que conoces muy bien, no con grupos enormes, y creo que la democracia directa no permite conseguir ninguna demanda cuando se aplica en grandes grupos como, por ejemplo, los ‘indignados’, u Occupy, en los que todo el mundo puede hablar y durante el tiempo que quiera.

¿Considera el decrecimiento como una alternativa viable?
Tiene buenas ideas pero, al igual que todos estos programas que dicen “yo sé qué es lo mejor para la sociedad y para el futuro, voy a contártelo y tienes que hacerlo”, no me parece el mejor punto de vista. Algunas cosas tienen que crecer, otras no y otras tienen que detenerse. Yo apoyo la economía de estado estable, que Herman Daly explicó muy bien en los 80, por lo que no necesito otra doctrina económica y los decrecentistas viven en un mundo bucólico, creen que podemos volver atrás y criar gallinas. Le tengo mucho cariño a algunos de sus defensores, como Serge Latouche, a quien conozco desde hace años, y creo que algunas de sus ideas son buenas, pero también pienso que muchas cosas tienen que crecer: el conocimiento y la ciencia, la democracia en la economía, etc.

Un estudio del Credit Suisse Institute dice que en 2050 el 70% de la población vivirá en ciudades. ¿Es sostenible esa perspectiva de vida?
Bueno, ya estamos al 50% y, a no ser que se tome una decisión consciente de proteger la agricultura local y detener el crecimiento de los enormes latifundios de monocultivos, la respuesta es que sí, que vamos a comer menos y peor, que casi todos lo haremos, aunque habrá mercados de lujo para la gente que pueda permitírselo. El proyecto de Bill Gates para África –que promueve el monocultivo de soja– va a echar a montones de pequeños agricultores de sus tierras que, probablemente, emigren a las afueras de las ciudades. En Estados Unidos ya hace mucho tiempo que se está echando a los agricultores y hoy solo un 2% de la población se dedica a trabajar la tierra. Lo mismo ha pasado en México, Indonesia, India, etc., a causa de la ‘Revolución verde’ –que fomenta el monocultivo–. Y lo mismo va a pasar en África, donde los agricultores van a tener que realizar grandes inversiones, con lo que solo los más prósperos sobrevivirán. Se han realizado algunos experimentos interesantes, como en Brasil, para intentar organizar enormes ciudades como São Paulo. Pero creo que decir que la gente vivirá en las ciudades es una forma de simplificar las cosas demasiado. La gente va a vivir en poblados chabolistas y habrá cantidades enormes de pobres. Los disturbios que se produjeron en 2008 debido a la subida del precio de la comida sucedieron en 30 países distintos porque se importa demasiada comida. Y estos disturbios, que estaban por todas partes, no sucedieron en las ciudades, sino en las afueras de las mismas, donde la gente es pobre y no puede pagar alimentos más caros.

Stephen King se sumó a Warren Buffet, el multimillonario que pidió a la Hacienda estadounidense que le subieran los impuestos. ¿Son necesarias más voces como estas que, dentro de los grupos de ricos, piden una mejor distribución de la riqueza?
Desde 1980 se han ido rebajando los impuestos a quienes más ganan. Se trata de una transferencia de valor, de riqueza, de abajo a arriba. No se aplican los mismos impuestos a los ingresos financieros que a los salarios y el trabajo. Si trabajas, recibes un salario por el que tendrás que pagar unos impuestos a un porcentaje determinado en Estados Unidos, pero si te dedicas a las inversiones, lo que haces es sentarte delante del ordenador, después vendes unas acciones y pagas menos impuestos por esos ingresos que por tu salario. Por eso la gente que, como Warren Buffet, saca su dinero del dinero, no paga los mismos impuestos que la gente que saca su dinero de su salario, trabajando de nueve a seis. Y todo esto forma parte del mismo patrón.

¿Ha llegado el momento de dejar de ser tan políticamente correctos con los responsables de todo esto?
Evidentemente, hay que controlar la parte violenta, pero realmente tenemos que estar más enfadados y decir lo que está pasando sin tapujos. Y cada vez que esta gente nos diga que la austeridad puede ayudar a crear empleo, simplemente tenemos que decirles que eso no son más que tonterías. Tenemos que manifestarnos, dejar muy clara nuestra posición. Los ‘indignados’ españoles forman parte de este movimiento, aunque no han dejado muy claro qué es lo que quieren, pero también entiendo que muchos son muy jóvenes, que para muchos de ellos esta es la primera vez que participan en algo y hay que darles un tiempo.

Sin embargo, en España el movimiento 15M ha pasado a la acción en cuestiones concretas. Por ejemplo, ha evitado numerosos desahucios.
Muy bien, es el tipo de acción que estoy recomendando. Pero, dejando claro que no soy una experta en todo, no creo que los ‘indignados’ contasen con una lista, algo como: “Mira, estas son las diez cosas que queremos y las queremos ya”.
Fuente: http://blogs.publico.es/numeros-rojos/2013/10/30/susan-george-van-a-por-la-democracia/
Foto: Porto, marcha por el puente contra los recortes. BBC.

miércoles, 2 de octubre de 2013

¿Nadie llorará por los sindicatos? O cuando nos demos cuenta de lo que están haciendo con ellos y queramos reaccionar, ¿será demasiado tarde?

Isacc Rosa. Eldiario.es

Entre los derrumbes que nos rodean, está pasando desapercibido uno cuyas consecuencias aún no adivinamos: el desplome del modelo sindical que ha sido mayoritario durante casi cuatro décadas en España. El crepúsculo de CCOO y UGT parece a estas alturas tan imparable como irremediable: asfixiados económicamente por el cierre de sus fuentes de financiación, y faltos de cada vez más apoyo, su futuro no puede ser más negro. Pero no se oyen muchas voces que lo lamenten. ¿Nadie llorará por los sindicatos?

Sí, ya sé que CCOO y UGT no son los únicos sindicatos. Que los hayamos percibido así durante tanto tiempo es también parte del problema. Pero sin ignorar que hay otras organizaciones de trabajadores, y que algunas de ellas ofrecen un sindicalismo radicalmente diferente, me temo que el derrumbe de los dos grandes dejará un extenso terreno de ruinas y una polvareda que también cubrirá a esos otros sindicatos en mayor o menor medida.

Aunque muchos trabajadores hace tiempo que ya no cuentan con los sindicatos mayoritarios, y sé que hay quien bailará sobre su tumba, todavía hay quien los considera un activo en la protesta, y por eso días atrás me llegaba repetida una pregunta: “¿dónde están los sindicatos, qué hacen, por qué no se les oye?” Por ejemplo, con el último hachazo a las pensiones, ante el que CCOO y UGT no se han mostrado todo lo contundentes que la ocasión merece.

Sobre ambos sindicatos se ha formado una tormenta perfecta, que está descargando con furia sobre ellos. Una mezcla de errores propios y ajenos, estrategia equivocada, dependencias asfixiantes y falta de reacción cuando todavía estaban a tiempo, les ha convertido en presa fácil de quienes hace tiempo querían cobrarse su cabeza. El resultado, ya digo: la tormenta perfecta.

Es cierto que desde hace años hay una campaña de desprestigio contra ellos, recurriendo a métodos sucios si hace falta. Es cierto que la derecha política y mediática aceptó los sindicatos mientras le garantizaban la paz social, hasta que dejaron de serles útiles. Es cierto que el ataque a los trabajadores pasa también por arrasar toda forma de lucha colectiva, por descafeinada que sea. Y es verdad que los seis millones de parados y las dos reformas laborales últimas han destruido las bases de este sindicalismo, hundiendo la afiliación y dinamitando la negociación colectiva que les daba poder.

Pero también es cierto que estos sindicatos se lo han puesto muy fácil a sus enterradores. A nadie más que a ellos puede culparse de una vocación institucional que les ha llevado a fundirse con el sistema político que hoy se derrumba arrastrándolos en su caída (por ejemplo, en las antiguas cajas de ahorro). Solo ellos tienen la culpa de haber abandonado la calle y preferido los despachos del diálogo social, al que han seguido sentados cuando ya no había nada que dialogar, sentados ante el tablero y las fichas mientras la partida ya se jugaba en otra parte. Son ellos quienes han temido sumarse a movilizaciones más audaces, quienes han dudado cuando hacía falta ser contundentes, quienes no han sabido relacionarse con las nuevas formas de protesta ciudadana.

Son CCOO y UGT quienes han entregado su autonomía económica a un sistema de subvenciones y programas de financiación pública, que hacía posible su asfixia con solo cerrar el grifo, y que hoy los deja a merced de quien concede unos recursos que pueden mantenerlos un poco más con vida. Son también ellos quienes están despidiendo a sus propios trabajadores mediante ERE y aplicando incluso la reforma laboral que criticaban; o quienes no han sabido explicar su participación en la trama andaluza de los ERE o el caso actual de las facturas en Andalucía, aumentando la confusión en sus bases y el desprestigio entre los ciudadanos.

Sí, lo sé: en estos sindicatos, en CCOO y UGT, hay también gente muy valiosa, honesta, luchadora. No hace falta que me convenzan: conozco a muchos de ellos. Y también sé que, pese a su debilidad, todavía tienen fuerza en algunos sectores y empresas, donde no se puede plantear una acción colectiva sin contar con ellos. Pero nada de eso basta hoy, ante la tormenta perfecta que puede acabar ahogando por completo el modelo sindical mayoritario tal como lo conocíamos.

Como decía al principio, me pregunto quién llorará por estos sindicatos. Me pregunto quién siente hoy su ausencia, quién teme su desaparición. Y contesto: yo. Por mucho que me separe de ellos, por mucho que los sepa corresponsables de su propio hundimiento, lamentaré su pérdida. Por motivos históricos, porque ambos tienen detrás una historia de esperanzas colectivas y sacrificios individuales que no merece un final así. Pero sobre todo porque no tenemos un recambio. Todavía no tenemos con qué llenar un hueco tan grande. Y no están los tiempos para abandonar ni una sola trinchera, por vulnerable que nos parezca esta.

No, yo no bailaré sobre su tumba, mientras los cuervos ríen alrededor.
Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/sindicatos_CCOO_UGT_declive_6_180991915.html