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miércoles, 14 de abril de 2021

Perdón, imposible

Acabo de leer el documento que la recién nombrada Consejera de Educación y Cultura de la Comunidad Autónoma de Murcia, Mabel Campuzano, ha escrito para explicitar sus planteamientos programáticos sobre la parcela que le han encargado dirigir dentro del gobierno autonómico.

Antes de entrar en el análisis del documento, pongo en antecedentes al lector o lectora que no esté al tanto de la política de mi país sobre el acceso de esta mujer al gobierno de la Comunidad uniprovincial de la región de Murcia. El Partico Socialista y Ciudadanos plantearon una moción de censura al Presidente del Parlamento (Partido Popular) de la región murciana por asuntos de corrupción. El Partido Popular, en una maniobra que considero deleznable, consiguió que tres de los seis diputados de Ciudadanos que habían firmado la moción de censura, practicasen el más descarado transfuguismo abandonando su partido y pasando al PP, se retractasen de la decisión tomada y aceptasen, a cambio de su apoyo, cargos en el gobierno. La moción de censura quedó abortada.

Las tránsfugas no han dado explicaciones a sus electores y electoras (que les votaron por estar en un partido con un programa electoral y no por su cara bonita) de por qué los han traicionado. Si sus votantes hubiesen querido votar al PP, lo habrían hecho. Pero no lo hicieron. Votaron a Ciudadanos. Estas personas han decidido fraudulentamente que aquellos votos cambien ahora de signo. Para justificar su voto negativo a la moción de censura dijeron que se debían al pueblo murciano, pero no escuché ninguna explicación a sus votantes del porqué habían cambiado de chaqueta. Alguien dijo (no recuerdo ahora quién): No me molesta el cambio de chaqueta, pero me preocupa que se produzca justo en el momento en el que empieza a ser rentable.

Para conseguir el fracaso de la moción de censura se necesitó el apoyo de dos parlamentarios expulsados de Vox, una de ellos Mabel Campuzano, autora del escrito en cuestión. Su apoyo al PP le supuso la recompensa de una Consejería. Precisamente la de Educación y Cultura.

Pues bien, a los pocos días de asumir el cargo, la nueva Consejera redactó un documento que se ha convertido en un escándalo lingüístico. El documento está fechado y firmado el día 3 de abril de 2021 y pretende exponer, según las propias palabras de Mabel Campuzano, “un resumen de las líneas principales de mi acción política”. El documento circula por la red, después de ser corregido por un grupo de “Docentes Unidos”. Está plagado de incorrecciones. Avergüenza ver cómo en cada párrafo los correctores han tenido que señalar alguna deficiencia lingüística, ortográfica, sintáctica o gramatical. Ni un escolar desatento comete tantos errores. Veamos algunos.

La palabra Consejería aparece escrita con minúscula.
No hay una coma bien puesta. O falta donde conviene o se coloca donde no procede.
Parece que los signos de puntuación han sido esparcidos al azar después de redactar el documento. Hay un punto seguido donde procede un punto y aparte. Y a la inversa. No se utilizan los dos puntos cuando es necesario.
Aparecen varias construcciones gramaticales incorrectas.
Hay expresiones no recomendables que estoy harto de corregir a mis alumnos y alumnas: “a nivel de…”, “en base a…”.
Hay puntos suspensivos seguidos de un etc., cuando no se deben colocar juntos.
Faltan tildes en varias palabras que la exigen.
En un documento oficial aparecen expresiones coloquiales, como “ley Celaá” en lugar de LOMLOE.

He estado tentado de enviar a la Consejera un librito de José Antonio Millán titulado “Perdón, imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente”. El título del libro hace referencia a una famosa anécdota atribuida a Carlos V (la he visto en otras ocasiones referida a otros reyes o príncipes) en la que se cuenta que se le pasó a la firma al emperador una sentencia que decía así:

Perdón imposible, que cumpla la sentencia.
Al monarca le ganó la magnanimidad y antes de firmar, movió la coma de sitio, de modo que la redacción fue la siguiente:

– Perdón, imposible que cumpla la sentencia.

Y de ese modo, una coma cambió la suerte de un condenado a muerte.

Recuerdo que, siendo estudiante de bachillerato, un profesor de literatura tenía la costumbre de escribir cada semana una máxima en el encerado. En una ocasión, escribió: “Lo mejor y lo primero, para mi compañero”. Un descarado estudiante cambió la coma de lugar. Y la frase quedó así: “Lo mejor y lo primero para mí, compañero”.

El capítulo primero del libro de Millán cuenta la historia de la carta asesina.. En un pueblo se recibió una carta, acontecimiento extraño y poco frecuente. Enseguida fue entregada a su destinatario, quien empezó a leerla para sí, rodeado por el círculo atento de sus paisanos, situados a una distancia respetuosa para no oír sus palabras. De pronto, el lector cayó al suelo, como fulminado por un rayo.

¡- Está muerto!, dijo uno.

¿Qué horrible mensaje contendría la carta? Inmediatamente un pariente se acercó, recogió la carta del suelo y comenzó a mover los labios en lectura. Al cabo de pocos minutos caía también muerto al suelo. Igual suerte corrió el tercero que intentó el arriesgado experimento….

– Un momento, un momento, exclamó el alguacil. Tenemos que aclarar este misterio: yo empezaré a leer la carta y, en cuanto lleve un minuto, dijo señalando a su ayudante, me la quitas de las manos.

En efecto: comenzó el alguacil la lectura y su semblante se fue demudando a medida que avanzaba, hasta que le arrebataron el papel de las manos.

– ¿Qué pasa?, ¿Qué pasa,? preguntaron todos.

– Horrible, espantoso, jadeó el alguacil, y siguió con la voz entrecortada: ¡la carta no tenia punto ni comas.

Con toda su carga de exageración, esta historia nos recuerda una de las funciones de la puntuación: crear pausas en la lectura.

La señora Consejera no conoce la importancia de lo signos de puntuación. Y por eso los reparte donde le viene en gana y no donde el sentido de las frases los hace necesarios.

Me imagino a los profesores y profesoras de Lengua (querido Carlos Arconada, sé la indignación que has sentido al conocer el escrito) leyendo este documento de la máxima responsable en educación y cultura de una Comunidad Autónoma. Y veo el desaliento en sus caras. La decepción. La rabia.

¿Para que nos esforzamos tanto si quien tiene que dar ejemplo muestra esta incompetencia lingüística tan abrumadora? Porque lo lógico, después de leer este escrito, es que se acabe pensando que eso de la escritura es un entretenimiento inútil que se realiza en las aulas pero que nada tiene que ver con la vida.

Dice José Antonio Millán en la introducción de su libro: “Una persona culta no puede permitirse puntuar mal un escrito… Puntuar un texto siempre tendrá mucho de arte, de toma de decisiones con frecuencia sutiles y en caso de duda no habrá diccionario ni programa de ordenador que pueda darnos la solución correcta. Pensemos que hoy en día los procesadores de textos más usados informan al escritor descuidado de que ha escrito uelga o esdrujula. Pero ningún programa avisará de un párrafo mal puntuado…”.

Me preocupa sobremanera que una persona con la más alta responsabilidad educativa de una Comunidad Autónoma haga público un documento plagado de incorreciones. En cada párrafo existen varias llamadas de atención sobre signos de puntuación ausentes o mal colocados. La señora Consejera podría anunciar en su Comunidad: Aquí se dan clases de ortografía.

Y eso me lleva a preguntar por los criterios que conducen a efectuar nombramientos. ¿Tienen que ver con la preparación, con la competencia, con la capacidad profesional o dependen, más bien, de los trapicheos políticos? Y no entro a analizar el contenido del documento. Porque no acabaría nunca este ya largo artículo.

También me obliga a preguntar por el grado de conciencia que tiene una persona de sus limitaciones. Si alguien es sabedor (sabedora, en este caso) de su incapacidad para redactar, deberá pedir ayuda a alguien antes de someterse a este ridículo. Los documentos que se manejan en la política deberían ser impecables.

En último lugar, quiero referirme al valor de la ejemplaridad. ¿Cómo puede instar esta Consejera a que los alumnos y alumnas de su Comunidad se esfuercen por escribir correctamente?

Mientras redacto estas líneas me llega la noticia de que la señora Mabel Campuzano ha anunciado que ella no se vacunará. Me ha facilitado un punto final que yo no podría haber puesto con más contundencia. Qué pésimo ejemplo de ciudadanía. ¿Y si todos hiciésemos lo mismo?

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/04/10/perdon-imposible/
 
El Adarve.

martes, 9 de mayo de 2017

La carrera hacia el Elíseo. "Quince años nos contemplan"

Rafael Poch
La Vanguardia

A diferencia de la final del 2002, la clasificación del Frente Nacional para la presidencial ya no es seísmo en Francia

“Franceses, quince años nos contemplan”, podría decir hoy Napoleón bajo la pirámide del Louvre. Fue hace quince años, el 21 de abril del 2002, cuando el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen se clasificó por primera vez para una final de las presidenciales francesas. Le Pen, padre de la actual candidata del mismo partido ultraderechista, obtuvo entonces el 16,8% de los votos. Fue un seísmo político con crujir de dientes y general rasgadura de vestimentas.

La gente salió a la calle embargada por una mezcla de vergüenza nacional e indignación: era increí­ble que la ultraderecha se hubiera clasificado contra Jacques Chirac para la final. Aquella misma noche hubo manifestaciones espontáneas en todo el país; 2.000 personas en Rennes, 10.000 en Estrasburgo y Lyon, al día siguiente, banderas y pancartas en las calles de Toulouse, manifestaciones “contra el fascismo” en Marsella y para “parar a Le Pen” en París. Tres días después 2.000 bachilleres se manifestaban en Toulon, 3.000 en Cannes. Los diarios dedicaban sus portadas y las procesiones laborales del Primero de Mayo estuvieron marcadas por el evento. Nadie se lo esperaba. La movilización general del frente republicano, la unión sagrada contra el Frente Nacional, resultó en una aplastante victoria del candidato conservador, Jacques Chirac: elegido por el 82,2 % del voto contra el 17,7 % de Le Pen.

Quince años después, la situación es mucho más grave: Marine Le Pen se ha clasificado con el 21,3 % del voto. La única sorpresa es que no ha sido la primera clasificada (como auguraban todos los sondeos), sino la segunda. Le Pen será derrotada el 7 de mayo no por los 60 puntos de ventaja de Chirac, sino por unos 20 puntos, indican los sondeos. A los franceses ese avance ya no les sorprende.

Muchos electores de la derecha, alrededor de un 20% de los votantes de François Fillon, se abstendrán en la segunda vuelta del 7 de mayo. Alrededor del 50% votarán por el otro finalista, Emmanuel Macron. Otros de la izquierda tampoco votarán, o lo harán en blanco. Algunos de la derecha, alrededor del 30% de los fillonistas, votarán incluso por Le Pen. El voto de la izquierda melenchonista a Le Pen será nulo o insignificante. Algunos de ellos votarán a Macron, aunque sea tapándose la nariz. Pero lo verdaderamente grave no es este cambio de actitudes, sino la ausencia de un diagnóstico realista sobre el enredo que rodea a estas elecciones y que se proyecta hacia el futuro.

En París, Bruselas, Berlín y Madrid, legiones de comentaristas miopes respiran con el candidato liberal­ europeísta Macron, el caballo blanco que encarna, en palabras del portavoz de Jean­Claude Juncker, “la alternativa a la destrucción de Europa”. Tras las elecciones en Austria, Holanda y lo que se espera en Francia, “se ha roto la ola populista de derechas”, dice un diario alemán. Se ignora que en los tres países la ultraderecha no sólo ha obtenido más votos que nunca, pese a no ganar, sino que en muchos casos, en Holanda y Austria, los partidos “europeístas” han integrado parte de sus ideas.

La Unión Europea sigue con el “más de lo mismo”. En su última cumbre de Roma se propuso convertirse en un puntal social, pero no sólo no va a tocar asuntos fundamentales como el salario mínimo o la protección del empleo, sino que su único avance propuesto es establecer el permiso de paternidad para los padres en un mínimo de cuatro meses.

No hay diagnóstico. El necio mira al dedo en lugar de a la luna hacia la que se apunta. Y hay luna llena.

No es la extrema derecha ni el populismo los que se están cargando la UE, sino la actual política socioeconómica. Los políticos tranquilizadores del “más de lo mismo” son el problema que causa esta enfermedad degenerativa. Tener que elegir entre el candidato de las finanzas y la sembradora de odio es el enredo francés que estas elecciones proyectan hacia el futuro. “Quince años nos contemplan”, diría Napoleón bajo la pirámide del Louvre.

Fuente:
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170426/422050514865/quince-anos-nos-contemplan.html

martes, 28 de febrero de 2017

Liturgias reformistas para democratizar la pobreza

Cuando los resortes del poder nacen de la cima de las élites, hablamos de monarquía o dictadura. Si la iniciativa viene de abajo, de la conciencia colectiva de la muchedumbre, podemos estar ante una explosión revolucionaria. También existe un interregno donde el conflicto se atenúa a través de canales de compromiso o reforma, aunque siempre bajo la dirección tácita de la clase dominante. Todas las fórmulas apuntadas son susceptibles de parlamentarismo o democracia más o menos digna de tal nombre. El reformismo actual, quizá desde los albores de la sociedad como lugar de convivencia donde se dirimen las cuestiones políticas, se atiene a la máxima de Lampedusa, autor de El gatopardo, de que algo debe cambiar para que todo siga igual.

En el fondo se trata de un procedimiento en el que el orden establecido se empodera de sí mismo mediante concesiones menores hacia la inmensa mayoría (las clases populares), muchas de ellas solamente a nivel de discurso ideológico, apuntalando la categoría clase media (para crear complejidad ficticia a su favor), esa tierra de nadie que pretende emular a los de arriba (sin llegar nunca a alcanzar su estatus) al tiempo que denosta sus raíces familiares, a la gente de abajo, con la que guarda semejanzas sociales incuestionables debidamente distorsionadas por la publicidad y la propaganda con el fin último de ser usada como aliada de ocasión contra sus propios orígenes e intereses de clase.

En ese contexto social de incidencia mundial, de desigualdad creciente y afectación aguda de la crisis neoliberal del capitalismo a capas situadas estéticamente en la mitad de la pirámide social, crecen ideas extremistas de corte fascista junto a reivindicaciones populares de izquierda que manifiestan un hondo malestar a escala internacional. Las élites se defienden etiquetando como populismo a todo lo que se mueve contra la casta de arriba y los poderes hegemónicos. Se trata de una estrategia para mantener la virtud o verdad media en sus alforjas ideológicas.

No obstante lo dicho, el fascismo no es más que una opción más en tiempos de zozobra, caos y confusión económica y política de eso que hoy se llama, tal vez no de forma muy certera, la casta, los de arriba, ese uno por ciento maquiavélico de la cumbre social. Los fascismos y las izquierdas emergentes nacidas en el fragor de la crisis compiten por un mismo electorado, la defenestrada clase media. Sin embargo, no seamos ilusos: el establishment nos engaña a propósito cuando critica bajo cuerda las ideas de ultraderecha, que siempre preferirá antes que una victoria democrática de Bernie Sanders en EE.UU. o Podemos en España, solo por citar dos casos paradigmáticos de Occidente.

Trump o Le Pen son alternativas de urgencia de las multinacionales y el capitalismo para que los apestados de la sociedad (inmigrantes, mujeres, parados, desahuciados, rebeldes) no consigan tomar las riendas gubernamentales en ningún país. Igual que Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet o Videla: si la cosa se pone cruda, estas figuras y sus émulos jamás pondrán en cuestión el beneficio empresarial y la explotación laboral. De ahí, que el reformismo sea una vía que busca la estabilidad o equilibrio inestable a toda costa, pintando fachadas de colores sin acometer obras en profundidad en las estructuras que sostienen el régimen vertical capital-trabajo.

Ser reformista es un comportamiento, en apariencia moderado, que juega las bazas de la tibieza y la equidistancia con el objetivo de calmar las expectativas de cambio de las mayorías sumidas en la pobreza, la marginación o la precariedad laboral, ese grupo heterogéneo de frikis sociales que levantan oleadas de emoción puntual en las gentes de bien, pero que en resumidas cuentas representan un peligro del que la clase media quiere huir sea como fuere.

Ese instante mental de duda interna que suele aparecer por generación espontánea, odiar al marginal o solidarizarme con él, puede decantar la alternativa de la mayoría silenciosa en un sentido reaccionario o progresista. Por eso, el reformismo usa de liturgias y discursos que intentan crear confusión deliberada en las masas y en la conciencia personal para que la toma de decisión última esté casi determinada y se decante a favor de la justa virtud media de la tradición moral y el statu quo. Ni populistas radicales de derecha o izquierda, mejor lo malo conocido (el sentido común de la sensatez centrista conservadora) que lo hipotéticamente bueno por conocer.

La liturgia reformista dibuja en su proceder los siguientes pasos. Primero se trata de sentir el suceso social como una manifestación natural imprevisible. La crisis afecta a todos sin distinción alguna y fue materialmente imposible atajarla. El primer consenso ya estaba en marcha: todos somos iguales en la crisis.

El segundo escalón nos llevaría a la comprensión de la situación creada. Hay que buscar culpables: los mercados, la avaricia de algunos delincuentes aislados. Con esta interpretación de los hechos, entra lo naturalizado y la maldad de unos pocos desalmados, se crea un estado de opinión fatalista que deja en las manos del discurso hegemónico la capacidad de tomar medidas excepcionales para erradicar la enfermedad como mejor entiendan los expertos que deba llevarse a cabo.

El tercer momento, el que ahora estamos viviendo o sufriendo en propia carne, es el de la activación de resoluciones y medidas para restablecer el orden y recuperar el impulso social. Cabría sopesar dos caminos muy alejados uno del otro, la vereda moral de la costumbre apegada a principios petrificados en los usos habituales o intentar una alternativa ética novedosa, postular colectivamente lo que se debe hacer no siguiendo los dictados de lo consabido. El reformismo siempre escoge la moral consuetudinaria, esto es, no moverse un ápice de las recetas que predican los valores de permanecer unidos (Dios, patria o rey y sus derivados semánticos) en el mejor de los mundos posibles, su mundo fetichizado y mercantilizado, sus beneficios y privilegios, su perspectiva clasista de la sociedad (siempre habrá ricos y pobres, buenos y malos, blancos y negros, mujeres y hombres, etc.).

Por esa razón, las respuestas a la crisis son quirúrgicas: cortar por lo sano, o sea, sajar derechos y libertades, poner fronteras al pobre, disparar al rebelde ético. La metáfora sanitaria entra por los ojos de todos los damnificados: eliminar la manzana podrida tiene buena prensa moral. Yo no soy una manzana pocha es el grito de cada cual: todos precisamos de la autojustificación para salir adelante. El demonio siempre es el otro.

El mayor enemigo de la liturgia reformista es la ética politizada de lo que debe ser, un salto cualitativo que saca la moral de su oscuro refugio reaccionario. Lo que debe ser casi nunca coincide con lo que es: provoca reflexión, duda, empatía, diálogo. Y todo ello es lo que quieren evitar las elites instaladas en la cúspide. ¿Diálogo con la chusma? No gracias, mucho mejor democratizar la pobreza: todos podemos ser pobres por infortunios de la vida. ¡Toma igualdad! Y si esta táctica falla, para eso están Trump o Le Pen. Y tantos otros liderazgos de la desesperación que se están incubando ahora mismo. Por si acaso, que jamás se puede domeñar con total seguridad a las masas hambrientas y sedientas a base de fútbol, telenovelas y consumismo barato. El monstruo puede despertar en cualquier instante.

Armando B. Ginés

sábado, 23 de enero de 2016

“La historia oficial de Franco minimizó el nazismo”. El historiador Pierpaolo Barbieri hurga en su nuevo libro en el interés económico de Hitler sobre España durante la Guerra Civil

Pierpaolo Barbieri es un joven investigador que ha hurgado en el interés económico, más que político, que tuvo la Alemania de Hitler por la España de Franco durante la guerra civil. El propio Franco y sus historiadores minimizaron luego la realidad de esa relación con el nazismo y con el fascismo italiano para que el dictador “moldeara su ideología” para buscar así alianzas que le fueran más propicias.

Barbieri, de origen argentino, colabora en EL PAÍS y en otros medios internacionales. Estudió en Harvard y enseña en Italia y en Estados Unidos. Cuenta aquella conclusión sobre la intervención nazi en la Guerra Civil en su libro La sombra de Hitler. El imperio económico nazi y la Guerra Civil española (Taurus, 2015).

Su colega Niall Ferguson saludó esta contribución de Barbieri como “brillante debut” en el que el joven historiador “muestra que el imperialismo informal desempeña un papel más importante que la ideología fascista en el modo en que Berlín miró al conflicto”. Barbieri vino a Madrid a presentar su libro.

Pregunta. ¿Qué intentó hacer?
Respuesta. Quise entender la influencia de Hitler y del poderío económico alemán no sólo en la guerra civil española, donde fueron determinantes, sino también en el emergente régimen de Franco y lo que ellos planeaban hacer con su influencia sobre la nueva España.

P. ¿Y qué ha descubierto de nuevo?
R. Una nueva manera de mirar esa relación económica. En vez de pensar en los conflictos de manera nacional, el libro trata de plantearlos en el contexto de Europa. Cambia el foco del análisis. De esa manera podemos ver algo que quizá no había sido apreciado antes: la estrategia económica de los alemanes en España da frutos mucho más claros que la inversión italiana. Y Alemania logra una hegemonía que sólo se puede describir desde la perspectiva de lo que constituye un imperio informal. Porque los españoles les conceden a los alemanes todo lo que éstos piden. En España se impuso luego la idea de que todo lo que intentó Hitler con Franco fue un fracaso, pero es que todo lo que intentó Alemania de 1936 a 1945 fue un fracaso, porque pierde la guerra. Pero el proyecto alemán de dominación, que nace de la decisión de intervenir en la guerra española, fue un gran éxito. Logra aquí una hegemonía que antes se pensaba imposible.

P. ¿Por qué fracaso al fin esa intención de dominio económico?
R. Porque el imperio informal es más frágil que el imperio formal. El imperio formal no requiere la presencia militar, el gasto de dominación, y el sistema ideológico de controlar otro territorio. Pero sí requiere mantener la hegemonía. Y cuando Hitler lanza su gran apuesta por el imperio formal destruye el dominio económico y geoestratégico que mantiene con España; pasa también con los Balcanes o con Latinoamérica, donde la ambición estratégica alemana consistía en lograr más proyección económica en países subdesarrollados para poder dominarlos con el comercio.

P. ¿Y por qué Franco lo rechaza?
R. No creo que lo rechace. Lo que Franco logra es tener una opción estratégica que antes no tenía. De 1936 a 1939 Franco depende absolutamente de Mussolini, pero quien más lo determina es Hitler. Después de 1939 a Franco se le abren otras opciones, y entre ellas estaba la de volver a una relación más estrecha con los ingleses, y eventualmente con los Estados Unidos, que después él destruye durante la guerra precisamente por comerciar con la Alemania nazi. La decisión de Roosevelt de aislar a España de las Naciones Unidas en la arquitectura económica mundial que emerge en la posguerra se basa en que Franco era un remanente anacrónico del periodo del nazismo. En ese contexto a Franco se le abren otras oportunidades que lo ayudan a mantenerse vivo.

P. Y lo aprovecha.
R. Logra moldear su ideología para ir saliendo del aislamiento. Para Franco fue conveniente olvidarse del rol de los nazis y de los fascistas italianos en su manera de llegar al poder. Por eso las historias oficiales del franquismo minimizan la dependencia de los nazis. Y eso es natural.

P. ¿Era tan astuto como dicen?
R. Hay mucho de mito en eso. Después de la famosa reunión de Hendaya los suyos crearon el mito de que Franco se le había plantado, cuando en realidad aquella había sido una negociación que no llega a buen puerto. Pero ante la eventualidad de que Hitler pierda la guerra, a ellos no les cuesta nada decir que Franco ya lo sabía. Y si uno lee los documentos de la época ve que muchos elementos del régimen franquista pensaban que Hitler la iba a ganar.

P. Las imágenes que dejó el encuentro, aparte de otras suposiciones, sí dibujaron a dos personajes ciertamente ridículos.
R. Fue la única vez que se vieron la cara. Pero Hitler le había pagado la guerra a Franco. Sin Hitler Franco jamás la hubiera ganado. Si nosotros pensamos en el comienzo de la Guerra Civil advertimos que la sublevación militar no logra destruir la República; esos días era claro que la República tenía la ventaja. Sin embargo, por medio de Hitler y Mussolini Franco consigue mantenerse vivo y luego liderar él la revuelta y el eventual gobierno. Sí, la verdad es que aquella reunión fue un desastre. Y Franco tuvo mucha fortuna (o estrategia) de no aliarse con Hitler. También hay que decir que a los alemanes les convenía cierta neutralidad proalemana de España por temas económicos y comerciales.

P. ¿Qué hay de nuevo en su investigación?
R. Primero, la mirada internacional sobre el hecho; luego, el análisis del proyecto económico alemán en el contexto de la intención imperialista alemana con respecto a España, y el rol de Hjalmar Schacht, el arquitecto de la estrategia alemana que se aplica en España; finalmente no la aplica él, sino su archienemigo Hermann Göring.

P. ¿Hitler quiso comprar España?
R. No en esos términos, pero sí la quiso dominar, hacerla parte de un imperio económico alemán que dictara las prioridades desde Berlín.

P. ¿Su propósito no fue político sino económico?
R. A Hitler no le importaban ni la economía ni las finanzas; al principio su propósito fue estratégico. Esa decisión fue tomada después de Wagner y de ópera, y en contra de todo lo que le dicen sus consejeros más cercanos. Él crea así, personalmente, la política exterior alemana. En contra de todos, decide él.

P. ¿Y por qué sabe que fue tras una noche de Wagner y ópera?
R. Porque Franco manda a buscarlo y no hubiera llegado a Führer si el servicio secreto alemán no lo localiza en Bayreuth, adonde va cada año, a escuchar a Wagner. Es ahí donde lo localizan los enviados de Franco, a los que recibe después de la ópera. Él tenía la costumbre de trabajar de noche, y ahí se toma esa decisión estratégica. Lo que el aparato alemán termina priorizando en España es la penetración económica. Los documentos, que están en este libro, explican que los alemanes se preocupan más por los réditos económicos y comerciales que España le pueda dar a Alemania que por la ideología del régimen franquista.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/10/actualidad/1452445564_609669.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/25/actualidad/1364234435_721208.html