_- Una de mis citas favoritas es del matemático John Allen Paulos: “Nadie dijo en 1900: ‘Ya solo faltan cinco años para que se descubra la teoría de la relatividad”. Allen Paulos reflexionaba entonces sobre las Bolsas, entre otras cosas porque había perdido todos sus ahorros al estallar la burbuja tecnológica de los noventa. Su frase revela en un destello en qué consiste el gran problema de la teoría del mercado eficiente, donde se supone que las virtudes y carencias de las empresas ya están descontadas en el valor bursátil de sus acciones. El problema es que las verdaderas novedades son por definición impredecibles. Nadie dijo en 1900 que ya solo faltaban cinco años para que Einstein descubriera la relatividad. Y nadie predijo hace tres meses la pandemia de coronavirus. Lo predecible, en efecto, ya está descontado por los mercados, así que lo único que verdaderamente altera la economía financiera es lo que nadie ha predicho. El virus más famoso de nuestro tiempo, el SARS-CoV-2, es el ejemplo perfecto.
Estoy revisando las predicciones más solventes para 2020 que se hicieron en diciembre. El año iba a estar dominado por la elección presidencial en Estados Unidos que debía decidir si Trump aguanta una segunda legislatura. La guerra comercial, e incluso cultural, entre China y Norteamérica decidiría el futuro de la tecnología y el comercio mundial. El destino de Irán y Oriente Próximo iba a depender por completo de la reconstrucción de los tratados antinucleares internacionales que la Casa Blanca se había cargado en los meses y años anteriores. La amenaza de una nueva recesión iba a venir de la reacción nacionalista a los tratados globales de comercio. Beber alcohol se pasaría de moda un siglo después de la Ley Seca y Al Capone. Los mayores de 65 iban a vivir una edad dorada en que su edad ya no sería un impedimento para seguir contribuyendo a la sociedad. Las grandes ambiciones europeas de Ursula von der Leyen, la crisis de popularidad de Emmanuel Macron, el frenazo de la economía alemana, todo se ha disipado como un suspiro en la tormenta al llegar lo único que los mercados no tenían descontado. El coronavirus. Lo imprevisible.
Sabemos ahora que esa minúscula entidad biológica que hemos importado de algún animal desde un mercado vivo de Wuhan ha puesto patas arriba medio planeta y pronto colonizará el otro medio. Cuando apunte el verano, la economía mundial –tú y yo, desocupado lector— habrá sufrido un hachazo del 10% del PIB (producto interior bruto, una medida de la riqueza de cada país) en el primer cuatrimestre. La gente llevará meses confinada y acusará los daños psicológicos de esa situación, como ansiedad, depresión, irritabilidad y estrés postraumático. Muchos habrán muerto, y muchos más regresarán a una penuria que ni siquiera habían abandonado del todo, la inversión se congelará y el paro juvenil se agravará. El futuro era esto.
https://elpais.com/ciencia/2020-04-03/el-futuro-era-esto.html
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domingo, 5 de abril de 2020
_- El futuro era esto. Las predicciones para 2020 están en la papelera. La pandemia lo ha cambiado todo a peor
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lunes, 26 de noviembre de 2018
Un semáforo francés en ámbar
Si en Francia no pasa nada, entonces no pasará nada fundamental de signo liberador y progresista a medio plazo en Europa.
El sábado 300.000 personas expresaron su activa protesta organizando más de 2000 bloqueos de carreteras y peajes en toda Francia. Hay que seguir de cerca este fenómeno de los chalecos amarillos, movimiento auto(des)organizado a través de las redes sociales, popular e imprevisible. La jornada del sábado continuó el domingo y más allá. Ahora el movimiento llama a bloquear París el sábado 24… Todo esto pone muy nervioso al establishment mediático y político europeo.
El ministro del interior francés, Christophe Castaner constató, el martes, la “degeneración total de una protesta que en general mantuvo el sábado buena conducta”. “Asistimos a una radicalización con reivindicaciones que ya no son coherentes, que van en todas direcciones”, ha dicho. La CGT, el sindicato francés menos manso, se ha desmarcado pero hasta tres de cada cuatro franceses han expresado según las encuestas su apoyo a esta manifestación en la que se escuchan llamadas a la dimisión del “presidente de los ricos”.
La chispa ha sido la subida de los impuestos a los carburantes. Eso ha llevado a declarar a una ex ministra socialista de medio ambiente, Delphine Batho, típica representante de la izquierda-caviar, que la protesta es una, “acción de solidaridad con el lobby petrolero”. Pero tras la fiscalidad al diesel se esconde una clara cuestión de clase, una injusticia fiscal que grava a la gente del extrarradio, la más encadenada al uso del coche para ir al trabajo, o que trabaja con él (transportistas, agricultores), dibujando toda la geografía de la Francia periférica de las zonas rurales y los extrarradios urbanos. Hay en su protesta un agravio comparativo hacia el trato fiscal que reciben los ricos, con la eliminación del impuesto a las grandes fortunas, y una indignación y hartazgo con las despreciativas declaraciones del Júpiter Macron que cada mes evidencia su mentalidad elitista. Es esta fractura de clase la que asusta: desorganizada, radical e imprevisible.
De repente, como se lee en la prensa alemana, se advierte el peligro provocado por lo que antes se consideraba éxito y victoria: el descabezamiento y la integración de las organizaciones sindicales que todavía defendían intereses de clase. La paradoja del resultado de décadas de políticas encaminadas a descafeinar a los sindicatos es que desemboca en una preocupación ante el peligro que supone la ausencia de interlocutores (sindicales) corruptos con los que negociar cabreos como este.
En unos momentos en los que por toda Europa surgen populismos de signo conservador o reaccionario con los que la derecha capitaliza y canaliza los ríos de descontento y sufrimiento social suscitados por la crisis, hay que estar atento a cualquier manifestación de un movimiento que huele a algo de clase, aunque acabe en agua de borrajas. Si en Europa llegara a formarse algo parecido a un bloque popular-ciudadano antiburgués bien podría ser a partir de este tipo de chispas. Con la actual configuración capitalista de los espacios y geografías, el precio del carburante desempeña un papel no muy diferente al del pan en los motines de antaño. Afortunadamente, tras no pocos titubeos, la France Insoumise de Jean-Luc Melenchon se ha dado cuenta de eso y ha expresado su apoyo a esta protesta. Y el lugar es Francia.
Hace tiempo que modestamente sostengo que si en Francia no pasa nada, es decir que si lo que queda de la mayor tradición social y republicana del continente se demuestra incapaz de reaccionar a esta crisis que incrementa la desigualdad social y arrasa con derechos costosamente adquiridos, entonces no pasará nada fundamental de signo liberador y progresista a medio plazo en esta parte del mundo.
Lo último de Macron es aplicar la directiva europea de reducir las pensiones en un país en el que apenas hay jubilados pobres, como es el caso de Alemania donde ese cepillado se hizo hace años. Macrón expresó la semana pasada todo el delirio narcisista que acompaña al “europeísmo” establecido al decir en Berlín que Europa y el eje franco-alemán tienen, “la responsabilidad de que el mundo no se deslice hacia el caos y sea acompañado en el camino de la paz”. La simple realidad es que es la acción de ese eje, que en Francia se vive crecientemente como mera subordinación a Alemania, la que está creando el caos en la propia Unión Europea con una política neoliberal que excita todo aquello que disuelve y desintegra al “europeísmo”.
(P.S. La visita de Macron a Berlín, en la que obtuvo apoyos a su propuesta de ejército europeo, incluyó ofrenda floral en la Neue Wache, el templete de la avenida Unter den Linden. En tiempos de la RDA, la Alemania comunista, aquello era un memorial a las “víctimas del fascismo y el militarismo”. En los años noventa, tras la reunificación, el memorial fue remodelado a las “victimas de la guerra y la tiranía”, concepto éste último que abraza tanto al nazismo como al comunismo. La remodelación regresó así a la línea de la doctrina establecida por los ex nazis que gobernaron la Alemania occidental en la posguerra y que buscaban su redención en la guerra fría bajo el manto general del “totalitarismo”. La unificación conceptual presentaba al comunismo y al estalinismo como hermanos gemelos del nazismo y el fascismo, ignorando la diferencia ideológica fundamental; que no puede haber un “buen” nazismo, contrario a todo planteamiento humanista, pero sí un “buen” socialismo que desarrolle ideales humanistas radicalmente antagónicos con el antihumanismo estalinista. Hoy el templete incluye una placa que menciona entre las víctimas de la tiranía a los alemanes expulsados de sus hogares en Europa central y oriental tras la derrota de 1945 y a los represaliados por el régimen de Alemania Oriental. Una nueva historia nacional a la carta para unos nuevos tiempos).
(Publicado en Ctxt)
https://rafaelpoch.com/2018/11/21/un-semaforo-frances-en-ambar/
El sábado 300.000 personas expresaron su activa protesta organizando más de 2000 bloqueos de carreteras y peajes en toda Francia. Hay que seguir de cerca este fenómeno de los chalecos amarillos, movimiento auto(des)organizado a través de las redes sociales, popular e imprevisible. La jornada del sábado continuó el domingo y más allá. Ahora el movimiento llama a bloquear París el sábado 24… Todo esto pone muy nervioso al establishment mediático y político europeo.
El ministro del interior francés, Christophe Castaner constató, el martes, la “degeneración total de una protesta que en general mantuvo el sábado buena conducta”. “Asistimos a una radicalización con reivindicaciones que ya no son coherentes, que van en todas direcciones”, ha dicho. La CGT, el sindicato francés menos manso, se ha desmarcado pero hasta tres de cada cuatro franceses han expresado según las encuestas su apoyo a esta manifestación en la que se escuchan llamadas a la dimisión del “presidente de los ricos”.
La chispa ha sido la subida de los impuestos a los carburantes. Eso ha llevado a declarar a una ex ministra socialista de medio ambiente, Delphine Batho, típica representante de la izquierda-caviar, que la protesta es una, “acción de solidaridad con el lobby petrolero”. Pero tras la fiscalidad al diesel se esconde una clara cuestión de clase, una injusticia fiscal que grava a la gente del extrarradio, la más encadenada al uso del coche para ir al trabajo, o que trabaja con él (transportistas, agricultores), dibujando toda la geografía de la Francia periférica de las zonas rurales y los extrarradios urbanos. Hay en su protesta un agravio comparativo hacia el trato fiscal que reciben los ricos, con la eliminación del impuesto a las grandes fortunas, y una indignación y hartazgo con las despreciativas declaraciones del Júpiter Macron que cada mes evidencia su mentalidad elitista. Es esta fractura de clase la que asusta: desorganizada, radical e imprevisible.
De repente, como se lee en la prensa alemana, se advierte el peligro provocado por lo que antes se consideraba éxito y victoria: el descabezamiento y la integración de las organizaciones sindicales que todavía defendían intereses de clase. La paradoja del resultado de décadas de políticas encaminadas a descafeinar a los sindicatos es que desemboca en una preocupación ante el peligro que supone la ausencia de interlocutores (sindicales) corruptos con los que negociar cabreos como este.
En unos momentos en los que por toda Europa surgen populismos de signo conservador o reaccionario con los que la derecha capitaliza y canaliza los ríos de descontento y sufrimiento social suscitados por la crisis, hay que estar atento a cualquier manifestación de un movimiento que huele a algo de clase, aunque acabe en agua de borrajas. Si en Europa llegara a formarse algo parecido a un bloque popular-ciudadano antiburgués bien podría ser a partir de este tipo de chispas. Con la actual configuración capitalista de los espacios y geografías, el precio del carburante desempeña un papel no muy diferente al del pan en los motines de antaño. Afortunadamente, tras no pocos titubeos, la France Insoumise de Jean-Luc Melenchon se ha dado cuenta de eso y ha expresado su apoyo a esta protesta. Y el lugar es Francia.
Hace tiempo que modestamente sostengo que si en Francia no pasa nada, es decir que si lo que queda de la mayor tradición social y republicana del continente se demuestra incapaz de reaccionar a esta crisis que incrementa la desigualdad social y arrasa con derechos costosamente adquiridos, entonces no pasará nada fundamental de signo liberador y progresista a medio plazo en esta parte del mundo.
Lo último de Macron es aplicar la directiva europea de reducir las pensiones en un país en el que apenas hay jubilados pobres, como es el caso de Alemania donde ese cepillado se hizo hace años. Macrón expresó la semana pasada todo el delirio narcisista que acompaña al “europeísmo” establecido al decir en Berlín que Europa y el eje franco-alemán tienen, “la responsabilidad de que el mundo no se deslice hacia el caos y sea acompañado en el camino de la paz”. La simple realidad es que es la acción de ese eje, que en Francia se vive crecientemente como mera subordinación a Alemania, la que está creando el caos en la propia Unión Europea con una política neoliberal que excita todo aquello que disuelve y desintegra al “europeísmo”.
(P.S. La visita de Macron a Berlín, en la que obtuvo apoyos a su propuesta de ejército europeo, incluyó ofrenda floral en la Neue Wache, el templete de la avenida Unter den Linden. En tiempos de la RDA, la Alemania comunista, aquello era un memorial a las “víctimas del fascismo y el militarismo”. En los años noventa, tras la reunificación, el memorial fue remodelado a las “victimas de la guerra y la tiranía”, concepto éste último que abraza tanto al nazismo como al comunismo. La remodelación regresó así a la línea de la doctrina establecida por los ex nazis que gobernaron la Alemania occidental en la posguerra y que buscaban su redención en la guerra fría bajo el manto general del “totalitarismo”. La unificación conceptual presentaba al comunismo y al estalinismo como hermanos gemelos del nazismo y el fascismo, ignorando la diferencia ideológica fundamental; que no puede haber un “buen” nazismo, contrario a todo planteamiento humanista, pero sí un “buen” socialismo que desarrolle ideales humanistas radicalmente antagónicos con el antihumanismo estalinista. Hoy el templete incluye una placa que menciona entre las víctimas de la tiranía a los alemanes expulsados de sus hogares en Europa central y oriental tras la derrota de 1945 y a los represaliados por el régimen de Alemania Oriental. Una nueva historia nacional a la carta para unos nuevos tiempos).
(Publicado en Ctxt)
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viernes, 4 de mayo de 2018
_- Manuel Valls se separa y 24 horas después presenta a su nueva novia. El exprimer ministro francés anunció el miércoles su divorcio de la violinista Anne Gravoin y horas después que vive con una diputada del partido de Macron
_- En solo 24 horas Manuel Valls, el que fue primer ministro de Francia con François Hollande como presidente, ha anunciado su divorcio de la violista Anne Gravoin y que ya vive con su nueva pareja, Olivia Gregoire, portavoz de La República en Marcha, el partido del presidente Emmanuel Macron, en la Asamblea Nacional francesa.
Ambas revelaciones las ha realizado con toda naturalidad y solo con unas horas de diferencia en dos escenarios distintos. El miércoles, Valls declaraba en la revista Paris Match: “Una página pasa tras doce bellos años de vida en común”. Y de esta forma daba por finalizada su relación con la violinista francesa Anne Gravoin, con quien ha mantenido una relación sentimental durante 12 años, aunque se casaron en 2010. Al día siguiente, el exjefe de Gobierno socialista, de 55 años, hablaba de una nueva relación durante un debate organizado por la agencia Efe, en el que también se le preguntó sobre su cambio político desde las filas socialistas hacía posiciones de centro.
"Estoy viviendo con una diputada de la derecha", dijo de forma desenfadada. Valls, que también fue ministro del Interior entre marzo de 2014 y diciembre de 2016, no mencionó el nombre de su nueva pareja en este encuentro, pero todos los medios franceses señalan que se trata de Olivia Gregoire, de 39 años y portavoz de República en Marcha en la Asamblea Nacional francesa.
Durante el citado debate, que se celebró en Madrid, el político se definió como "un hombre de izquierdas pero ante todo patriota francés" y en varias ocasiones defendió el centrismo en política como arma para vencer a los populismos de derechas e izquierdas. Una postura que parece también aplica a su vida personal: "Ahora vivo con una diputada que viene de la derecha”, dijo Valls. “Mi vida es lo que es, la contradicción o la suma de lo que es hoy la política".
Cuando anunció el pasado miércoles su ruptura con Gravoin, el político francés declaró que “una separación siempre es un acto doloroso" y pidió respeto a la vida privada de ambos, además de anunciar que sería el único comentario que haría al respecto.
Hace solo un par de meses, en febrero, el exprimer ministro socialista contaba con cariño en un programa de televisión dirigido a los niños, que había conocido a su esposa cuando estaba en la veintena, “después nuestras historias se separaron, yo hice mi vida, tuve cuatro hijos con Nathalie Solulié. Y luego, porque la vida es así, nos separamos, y después me encontré con Anne y hemos tenido una bella historia de amor”.
La historia de amor de esta pareja volvió a tener un segundo final este año, precisamente en el que ha sido el más difícil de la carrera política de Manuel Valls. El momento en el que pasó de ser aspirante presidencial a encontrarse sin partido y lograr de forma casi agónica su puesto como diputado sin partido en la Asamblea Nacional francesa. Una pasión política que parece compartir con su nueva compañera de vida, a quien también se acerca ideológicamente desde que dejó el partido socialista en junio del año pasado y coqueteo con el movimiento conservador, En Marcha!, del actual presidente Emmanuel Macron, partido al que también pertenece su actual pareja.
https://elpais.com/elpais/2018/04/19/gente/1524147671_351078.html
Ambas revelaciones las ha realizado con toda naturalidad y solo con unas horas de diferencia en dos escenarios distintos. El miércoles, Valls declaraba en la revista Paris Match: “Una página pasa tras doce bellos años de vida en común”. Y de esta forma daba por finalizada su relación con la violinista francesa Anne Gravoin, con quien ha mantenido una relación sentimental durante 12 años, aunque se casaron en 2010. Al día siguiente, el exjefe de Gobierno socialista, de 55 años, hablaba de una nueva relación durante un debate organizado por la agencia Efe, en el que también se le preguntó sobre su cambio político desde las filas socialistas hacía posiciones de centro.
"Estoy viviendo con una diputada de la derecha", dijo de forma desenfadada. Valls, que también fue ministro del Interior entre marzo de 2014 y diciembre de 2016, no mencionó el nombre de su nueva pareja en este encuentro, pero todos los medios franceses señalan que se trata de Olivia Gregoire, de 39 años y portavoz de República en Marcha en la Asamblea Nacional francesa.
Durante el citado debate, que se celebró en Madrid, el político se definió como "un hombre de izquierdas pero ante todo patriota francés" y en varias ocasiones defendió el centrismo en política como arma para vencer a los populismos de derechas e izquierdas. Una postura que parece también aplica a su vida personal: "Ahora vivo con una diputada que viene de la derecha”, dijo Valls. “Mi vida es lo que es, la contradicción o la suma de lo que es hoy la política".
Cuando anunció el pasado miércoles su ruptura con Gravoin, el político francés declaró que “una separación siempre es un acto doloroso" y pidió respeto a la vida privada de ambos, además de anunciar que sería el único comentario que haría al respecto.
Hace solo un par de meses, en febrero, el exprimer ministro socialista contaba con cariño en un programa de televisión dirigido a los niños, que había conocido a su esposa cuando estaba en la veintena, “después nuestras historias se separaron, yo hice mi vida, tuve cuatro hijos con Nathalie Solulié. Y luego, porque la vida es así, nos separamos, y después me encontré con Anne y hemos tenido una bella historia de amor”.
La historia de amor de esta pareja volvió a tener un segundo final este año, precisamente en el que ha sido el más difícil de la carrera política de Manuel Valls. El momento en el que pasó de ser aspirante presidencial a encontrarse sin partido y lograr de forma casi agónica su puesto como diputado sin partido en la Asamblea Nacional francesa. Una pasión política que parece compartir con su nueva compañera de vida, a quien también se acerca ideológicamente desde que dejó el partido socialista en junio del año pasado y coqueteo con el movimiento conservador, En Marcha!, del actual presidente Emmanuel Macron, partido al que también pertenece su actual pareja.
https://elpais.com/elpais/2018/04/19/gente/1524147671_351078.html
sábado, 27 de enero de 2018
_- Macron y el momento de Hegel. Carrère ha trazado un agudo retrato del primer presidente culto de Francia en mucho tiempo.
_- Cuenta Emmanuel Carrère que, en relación con la Unión Europea, Macron quiere situarse en la línea de los visionarios y no de los gestores, de los filósofos y no de los burócratas. En Atenas, este septiembre, en la colina de Pnyx, alcanzó este punto alto de su oratoria: “Miren el tiempo que vivimos: es el momento del que hablaba Hegel, el momento en que la noche cae y donde la lechuza de Minerva levanta el vuelo”.
Macron, primer presidente culto de Francia en mucho tiempo, habló al atardecer con la Acrópolis al fondo. Era esencial ir a Atenas, dijo, porque significaba regresar a las fuentes para hablar de la democracia. Habló en la misma colina de los oradores en la que, sesenta años antes, Malraux pronunciara un discurso memorable. Y estuvo a la altura de las circunstancias, aunque la cita de Hegel quizás sobrevaloró la cultura filosófica de sus oyentes, porque no explicó la metáfora: Minerva es la diosa de la sabiduría, la lechuza su atributo y esta lechuza, decía Hegel, espera la noche para sobrevolar el gran campo de batalla de la historia. Dicho de otro modo, la filosofía llega después de la acción y con cierto retraso. Sí explicó, en cambio, Macron que la lechuza trae la sabiduría, aunque siempre mira hacia atrás “porque es más fácil y tranquilizador mirar lo que tenemos, lo que conocemos, más que lo desconocido...”.
El agudo retrato que de él ha realizado Carrère en Una semana con Macron es una nueva demostración del talento del autor de Limonov, al servicio en esta ocasión de la búsqueda de las virtudes y contradicciones de un político brillante que por ahora parece distinto de los demás. Su retrato de Macron es la clase de documento periodístico-literario que tantas veces se echa a faltar en la prensa internacional. Carrère, por cierto, escribe sin los prejuicios tan corrientes entre nosotros a la hora de abordar a una personalidad de posible genio; prejuicios que aumentan si para colmo percibimos que no es exactamente uno de esos perdedores de poca monta que tanto nos agradan. No sé, pero es como si no pudiéramos acercarnos a analizar el brillo o la inteligencia y solo pudiéramos especializarnos en aquellas “pasiones tristes” que despertaban tanto desdén en Spinoza: la amargura, el resentimiento, el derrotismo: esas pasiones a las que alguien como Macron no parece, por el momento, proclive precisamente.
Para la Unión Europea, para ese “último bastión” como la llama Marías, podría resultar crucial, cuando tantos y tan diferentes monstruos la quieren borrar del mapa, que aún queden gentes con arrestos como Macron que piensen que en algún momento Minerva levantará el vuelo y sabrá recordarnos que, a pesar de que no paramos de retroceder hacia lo irracional, el fin último de la historia es un fin universal y conduce al desarrollo pleno del saber. No nos queda otra salida que reencontrar la constancia de la razón y buscar con fuerza un renacimiento de Europa. Ha llegado el momento del coraje y de la sensatez y de tomar decisiones que encaucen el gran camino de la Unión.
https://elpais.com/cultura/2018/01/08/actualidad/1515406833_442352.html
P.D.:
Europa, la UE, tiene un sistema monetario que ayuda a los grandes, y en concreto, a Alemania. La UE no coordina ni intenta unificar los impuestos, ni los salarios. La desigualdad es enorme entre unos países y otros. Y en vez de intentar acortar esas diferencias con políticas que ayuden, vemos todo lo contrario, a Grecia, se le está maltratando injusta e impunemente. De hecho la UE funciona como un gran mercado para los negocios de los poderosos. El R.U. ha votado separarse, mientras que ingresan países del Este con unas economías destrozadas, arrasadas, en quiebra, condiciones que facilitan adueñarse de ella a los mismos países poderosos que dominan la economía y la política de la UE. Los derechos sociales y laborales siguen disminuyendo, las desigualdades y la pobreza sigue aumentando. En ese contexto es donde crece la extrema derecha y gobierna ya en Polonia, Hungría, algunas antiguas regiones del Baltico y en Ucrania con ayuda de occidente.
En esas condiciones tan poco esperanzadoras, vemos caer la noche, sí, pero Minerva no aparece y la lechuza de la sabiduría no levanta el vuelo. Los que levantan el vuelo son aviones supersónicos porque parece que no podemos fiarnos de Rusia y en vez se construir puentes y diálogos para mejorar las relaciones de vecinos, aumentamos el gasto militar atribuyendo a otros su necesidad y no sólo eso sino que bombardeamos países como Irak, Siria, Libia, Afganistán, haciendo la guerra sin declararla, o sea ilegalmente, y destrozamos sus ciudades matando a sus habitantes impunemente bajo el increíble pretexto de imponer a sangre y fuego nuestra "democracia".
Que un presidente francés, antiguo miembro del gobierno socialista, sea culto (*) no sirve de nada de cara a los grandes problemas pendientes. Esa sabiduría es una forma más de camuflar sus verdaderos objetivos y disfrazar su política antipopular. Al contrario, por lo que anuncia, viene a implantar en Francia más neoliberalismo, es decir a desmontar la normativa de protección social y laboral construida desde la II G M a base de luchas de los trabajadores, su objetivo es imponer la "TINA", (There Is No Alternative) el "no hay alternativas" de la Thatcher, a esta política neoliberal que enriquece a unos pocos escandalosamente y empobrece a la mayoría. Más privatizaciones, más precariedad, más desigualdad, más pobreza, más paro, menos salida para los jóvenes, menos democracia, más intento de desmovilización social, acabar con las jubilaciones públicas, etc. En esa tesitura, como no va a aumentar "la amargura y el derrotismo", aunque se tergiverse una cita del gran filósofo Spinoza quien padeció la persecución y expulsión de su ciudad, por defender el conocimiento contra el oscurantismo, el saber contra la ignorancia, la justicia contra la iniquidad. Si aumenta la pobreza y la desigualdad, si se enriquece un 1% y se empobrece la mayoría, ¿qué nos queda? Un juego diabólico dominado por el miedo, entre votáis a la extrema derecha o me votáis a mi, que represento y hago también política para los grandes grupos financieros e industriales. Con este panorama, apelar a la cultura destacada del citado presidente no sirve de mucho. Cuando se den cuenta de la realidad de su política, es posible que sea demasiado tarde,... Y a esa Europa ideal de las libertades y los derechos humanos políticos y sociales, no la defenderá ya nadie, pues nadie creerá en ella.
(*) Entendiendo por culto que conoce la mitología griega y la filosofía.
Macron, primer presidente culto de Francia en mucho tiempo, habló al atardecer con la Acrópolis al fondo. Era esencial ir a Atenas, dijo, porque significaba regresar a las fuentes para hablar de la democracia. Habló en la misma colina de los oradores en la que, sesenta años antes, Malraux pronunciara un discurso memorable. Y estuvo a la altura de las circunstancias, aunque la cita de Hegel quizás sobrevaloró la cultura filosófica de sus oyentes, porque no explicó la metáfora: Minerva es la diosa de la sabiduría, la lechuza su atributo y esta lechuza, decía Hegel, espera la noche para sobrevolar el gran campo de batalla de la historia. Dicho de otro modo, la filosofía llega después de la acción y con cierto retraso. Sí explicó, en cambio, Macron que la lechuza trae la sabiduría, aunque siempre mira hacia atrás “porque es más fácil y tranquilizador mirar lo que tenemos, lo que conocemos, más que lo desconocido...”.
El agudo retrato que de él ha realizado Carrère en Una semana con Macron es una nueva demostración del talento del autor de Limonov, al servicio en esta ocasión de la búsqueda de las virtudes y contradicciones de un político brillante que por ahora parece distinto de los demás. Su retrato de Macron es la clase de documento periodístico-literario que tantas veces se echa a faltar en la prensa internacional. Carrère, por cierto, escribe sin los prejuicios tan corrientes entre nosotros a la hora de abordar a una personalidad de posible genio; prejuicios que aumentan si para colmo percibimos que no es exactamente uno de esos perdedores de poca monta que tanto nos agradan. No sé, pero es como si no pudiéramos acercarnos a analizar el brillo o la inteligencia y solo pudiéramos especializarnos en aquellas “pasiones tristes” que despertaban tanto desdén en Spinoza: la amargura, el resentimiento, el derrotismo: esas pasiones a las que alguien como Macron no parece, por el momento, proclive precisamente.
Para la Unión Europea, para ese “último bastión” como la llama Marías, podría resultar crucial, cuando tantos y tan diferentes monstruos la quieren borrar del mapa, que aún queden gentes con arrestos como Macron que piensen que en algún momento Minerva levantará el vuelo y sabrá recordarnos que, a pesar de que no paramos de retroceder hacia lo irracional, el fin último de la historia es un fin universal y conduce al desarrollo pleno del saber. No nos queda otra salida que reencontrar la constancia de la razón y buscar con fuerza un renacimiento de Europa. Ha llegado el momento del coraje y de la sensatez y de tomar decisiones que encaucen el gran camino de la Unión.
https://elpais.com/cultura/2018/01/08/actualidad/1515406833_442352.html
P.D.:
Europa, la UE, tiene un sistema monetario que ayuda a los grandes, y en concreto, a Alemania. La UE no coordina ni intenta unificar los impuestos, ni los salarios. La desigualdad es enorme entre unos países y otros. Y en vez de intentar acortar esas diferencias con políticas que ayuden, vemos todo lo contrario, a Grecia, se le está maltratando injusta e impunemente. De hecho la UE funciona como un gran mercado para los negocios de los poderosos. El R.U. ha votado separarse, mientras que ingresan países del Este con unas economías destrozadas, arrasadas, en quiebra, condiciones que facilitan adueñarse de ella a los mismos países poderosos que dominan la economía y la política de la UE. Los derechos sociales y laborales siguen disminuyendo, las desigualdades y la pobreza sigue aumentando. En ese contexto es donde crece la extrema derecha y gobierna ya en Polonia, Hungría, algunas antiguas regiones del Baltico y en Ucrania con ayuda de occidente.
En esas condiciones tan poco esperanzadoras, vemos caer la noche, sí, pero Minerva no aparece y la lechuza de la sabiduría no levanta el vuelo. Los que levantan el vuelo son aviones supersónicos porque parece que no podemos fiarnos de Rusia y en vez se construir puentes y diálogos para mejorar las relaciones de vecinos, aumentamos el gasto militar atribuyendo a otros su necesidad y no sólo eso sino que bombardeamos países como Irak, Siria, Libia, Afganistán, haciendo la guerra sin declararla, o sea ilegalmente, y destrozamos sus ciudades matando a sus habitantes impunemente bajo el increíble pretexto de imponer a sangre y fuego nuestra "democracia".
Que un presidente francés, antiguo miembro del gobierno socialista, sea culto (*) no sirve de nada de cara a los grandes problemas pendientes. Esa sabiduría es una forma más de camuflar sus verdaderos objetivos y disfrazar su política antipopular. Al contrario, por lo que anuncia, viene a implantar en Francia más neoliberalismo, es decir a desmontar la normativa de protección social y laboral construida desde la II G M a base de luchas de los trabajadores, su objetivo es imponer la "TINA", (There Is No Alternative) el "no hay alternativas" de la Thatcher, a esta política neoliberal que enriquece a unos pocos escandalosamente y empobrece a la mayoría. Más privatizaciones, más precariedad, más desigualdad, más pobreza, más paro, menos salida para los jóvenes, menos democracia, más intento de desmovilización social, acabar con las jubilaciones públicas, etc. En esa tesitura, como no va a aumentar "la amargura y el derrotismo", aunque se tergiverse una cita del gran filósofo Spinoza quien padeció la persecución y expulsión de su ciudad, por defender el conocimiento contra el oscurantismo, el saber contra la ignorancia, la justicia contra la iniquidad. Si aumenta la pobreza y la desigualdad, si se enriquece un 1% y se empobrece la mayoría, ¿qué nos queda? Un juego diabólico dominado por el miedo, entre votáis a la extrema derecha o me votáis a mi, que represento y hago también política para los grandes grupos financieros e industriales. Con este panorama, apelar a la cultura destacada del citado presidente no sirve de mucho. Cuando se den cuenta de la realidad de su política, es posible que sea demasiado tarde,... Y a esa Europa ideal de las libertades y los derechos humanos políticos y sociales, no la defenderá ya nadie, pues nadie creerá en ella.
(*) Entendiendo por culto que conoce la mitología griega y la filosofía.
viernes, 24 de noviembre de 2017
_- Francia. Las fuentes del macronismo
A l´encontre
En el fondo, el proyecto del macronismo trata de recuperar el tiempo perdido y hacer las reformas que sus predecesores no lograron imponer. Así que no es sorprendente constatar que encuentra sus fuentes de inspiración en programas que tienen más de veinte años.
En 1994, justo después de la brutal recesión que llevó a un fuerte aumento de la tasa de paro, la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos) publicó su “estudio del empleo” 1/ sobre la que se basa la estrategia para el empleo. El texto en sí es bastante impactante y merece la pena volver sobre él ya que es una verdadera hoja de ruta para las políticas neoliberales contemporáneas. En él se encuentra la suma de los fundamentos filosóficos del macronismo: cada una de las propuestas de la estrategia recuerda irresistiblemente cada una de las reformas llevadas a la práctica o programadas. ¡Viva el cambio!
L’OCDE comienza a desbrozar el terreno rechazando las explicaciones sobre el paro basadas en las transformaciones tecnológicas, la globalización o la intensificación de la competencia. Para la OCDE, estos factores solo juegan un papel secundario, es decir, sin importancia. La verdadera causa del paro reside más bien en la débil capacidad de las sociedades para adaptarse al cambio: hay que reforzar esta capacidad antes que “intentar disminuir el ritmo del cambio”. Esta propuesta resume ella sola la filosofía del macronismo: hay un cambio y hay que adaptarse a él. Además, la sociedad no tiene asidero en este “cambio”, verdadero deus ex machina, que presenta una forma unívoca imponiéndose a las opciones sociales. Lo verdaderamente real es que la sociedad ya no tiene capacidad de dirigir su propia trayectoria puesto que es guiada desde un más allá indeterminado.
Sin embargo, al texto de la OCDE le falta sutileza y no hace su trabajo cuando se trata de identificar los motores del cambio. Se constata que este famoso cambio no cae del cielo puesto que es el resultado de las oleadas de liberalización y de desregularización de los años 80 del siglo XX, que han “mejorado considerablemente la eficacia potencial de las economías de la OCDE” y “acelerado el ritmo del cambio”. Este fragmento es suficiente para desvelar el procedimiento retórico que consiste en presentar el cambio como un proceso inexorable al que no hay otra opción que adaptarse. Por otra parte, la OCDE se hace un poco más lío cuando señala que los cambios tecnológicos y la globalización han reforzado la necesidad de adaptarse mientras que estos factores eran presentados un poco antes como muy secundarios. Pero incluso en esto, estos dos procesos -cambios tecnológicos y globalización – se conciben como independientes de las políticas puestas en práctica por los poderes establecidos. Toda esta presentación apunta a un único objetivo: no relacionar los procesos desarrollados (y sus efectos sociales, en este caso, el paro masivo) con la acción consciente de los poderosos.
¡Fuego a la “rigidez”! (social)
Los factores que se oponen al ajuste necesario para el cambio se identifican claramente: como cabía esperar, son las “prácticas que han hecho rígida la economía”. Estas prácticas, “progresivamente adoptadas por los gobiernos, los sindicatos y las empresas”, ciertamente eran bienintencionadas puesto que intentaban proteger a la gente al menos de las peores vicisitudes económicas”. De hecho, alcanzaron sus objetivos pero, desgraciadamente, era una política de tontos de remate. Pues sus medidas tuvieron como “efecto secundario reducir, sin que nadie lo haya querido -y en proporciones crecientes- la capacidad de adaptación de la economía y a veces también, la voluntad de adaptación de la sociedad”.
Suena una musiquilla de fondo bastante siniestra: “ para conseguir los objetivos sociales, hemos seguido políticas que han tenido como consecuencia involuntaria acentuar la rigidez de los mercados, incluyendo el mercado laboral”. Con otras palabras, para la OCDE, existe una relación entre las medidas que intentan “proteger a la gente” y la necesaria adaptación al cambio. La OCDE utiliza una fórmula extraordinaria cuando habla de un “periodo agitado en el que las fuerzas ponen a prueba la flexibilidad de las economías”. Todo se presenta como si la economía fuera una frágil barquilla expuesta a las “fuerzas” del cambio y que tiene que reducir el velamen social. Incluso si la OCDE esparce su discurso de cláusulas intentando “al mismo tiempo” atenuar su discurso, el imperativo de la flexibilidad aparece como lo que es, la invitación a ir hacia una sociedad en la que se reduzca la protección de la “gente”.
El mensaje fundamental es claro: “frente a un nivel elevado de paro, la solución no es intentar disminuir el ritmo de cambio sino de restablecer la capacidad de las economías y de las sociedades de adaptarse al cambio”. Pero la OCDE va todavía más lejos cuando menciona, más allá de la capacidad de adaptación, una “voluntad de adaptación” debilitada. Esta diatriba implícita hace pensar irresistiblemente en la famosa declaración del presidente Macron (“Los franceses y las francesas detestan las reformas, es un pueblo que detesta eso”) que acompañaba con un gesto de su mano despectivo 2/. Así que es necesario, concluía, “explicar al pueblo hacia dónde vamos, proponerle transformarse en profundidad”. Sin duda, el pueblo es el principal obstáculo para el cambio, al que tendrá que adaptarse.
En aquella época, en una breve recensión 3/ del estudio de la OCDE, nos considerábamos presos de “una especie de loca risa nerviosa” ante esta “acumulación de propuestas reaccionarias”. Con el paso del tiempo, el catálogo de la OCDE lleva a esta constatación: ha inspirado todas las políticas neoliberales llevadas a cabo desde hace cerca de un cuarto de siglo, solo se ha puesto en práctica parcialmente (al menos, en Francia) y el proyecto de Macron aparece como una tentativa de inscribirlo plenamente en la realidad. Esto justifica algunas citas más extensas que confirman el paralelismo chocante con las grandes orientaciones del macronismo. Hay para todos los gustos.
¡Fuego la incompetencia de los asalariados!
El canto a la formación ocupa un gran espacio en el discurso macroniano. Ya en1994, la OCDE hacía recaer sobre los asalariados la responsabilidad de la precariedad: como “no poseen las competencias solicitadas para ejercer empleos mejor remunerados (ocurre) que, a menudo, los trabajadores solo tenían la opción de aceptar una remuneración escasa, condiciones precarias y pocas garantías en el seguro de enfermedad. Pero a pesar de todo, era un mal menor pues “por otro lado, las dificultades sociales que encontraban muchos de estos trabajadores, sin duda, habrían sido peores, si debido a la rigidez del mercado laboral, hubieran sido privados incluso de estos empleos”. Este brillante cinismo es el mismo que el de Macron, que trata a los trabajadores de alcohólicos e ignorantes.
¡Fuego al gasto público!
Partiendo del principio absoluto según el cual el gasto público es excesivo, la OCDE hace suyo el principio “hacer más con menos”. Es necesario “optimizar la eficacia” del gasto público y de la fiscalidad. Claro que es una “tarea ardua y laboriosa” pero que puede “tener unos efectos benéficos muy importantes”. El sector público también es estigmatizado debido a su “importante crecimiento como empleador”. Le sigue un razonamiento sobre el que hay que reflexionar: “En numerosos países europeos (…), el empleo en el sector público se ha desarrollado a medida que se multiplicaban los obstáculos a la contratación en el sector privado, lo que disminuía el estímulo a aceptar un empleo -especialmente, el empleo mal pagado y precario – y que la sociedad exigía muchos más servicios públicos”.
Esta declaración de principios es vertiginosa. La OCDE no se contenta con reprochar al empleo público haber eliminado empleo privado: se trata de una vieja tesis liberal muy difícil de demostrar. Va más lejos, incriminando a la progresión de empleos públicos (dignos) el frenar la de los empleos precarios privados. Y peor aún, la organización traslada la responsabilidad a la “sociedad”, acusada de querer siempre más servicios públicos. Es en estas demostraciones donde se manifiesta el inconsciente burgués para el que, en el fondo, la satisfacción de las necesidades sociales es una carga para la economía, cuando no pasa por la mercantilización privada. En la práctica macroniana, esto se traduce de forma coherente en la reducción de los efectivos del funcionariado, el retroceso de su poder de compra y el canto a la colaboración publico-privada.
¡Fuego al derecho laboral!
Las propuestas de la OCDE sobre la legislación laboral parece ser, antes que nada, el informe de los motivos de las leyes laborales puestas en práctica por Hollande y Macron. Aquí se alcanza una nueva cima de cinismo cuando la OCDE propone “flexibilizar las limitaciones en materia de despidos previstas por la ley en los países donde las disposiciones actuales parecen comprometer gravemente la reestructuración económica y las posibilidades de acceso al empleo de los recién llegados al mercado laboral”. ¿Cómo se puede decir más claramente que la protección de las personas asalariadas se opone no solo a las necesarias “reestructuraciones” sino también a los nuevos contratos? Y encontramos ya el argumento mazazo repetido machaconamente hoy: “La legislación protectora del empleo intenta desanimar los despidos haciéndolos más costosos para los empleadores. Pero ella también puede hacer dudar a estos últimos a la hora de contratar nuevo personal”.
En consecuencia, hay que “permitir la oferta de contratos de duración limitada” y más ampliamente hacerse a la idea de que el cambio va ligado a la precariedad. La OCDE no tiene miedo de anunciar que es probable que “muchos de los nuevos empleos serán empleos de baja productividad y bajo salario”. Ya estamos prevenidos.
Así que la OCDE tiene su propia idea de las negociaciones salariales; sería necesario orientarse hacia los acuerdos marco que “den libertad a las empresas para actuar con agilidad ante la evolución del mercado” y “renuncien progresivamente a la práctica de la extensión administrativa de los acuerdos que imponen normas rígidas”. Y, cada vez con más fuerza, se lanza la idea de cláusulas que permitan “renegociar a un nivel inferior los convenios colectivos acordados a un nivel superior!” Parece que estamos leyendo un artículo del código del trabajo de Macron.
¡Fuego a los parados “de lujo”!
También se señala el exceso de “generosidad” de la indemnización del paro: las prestaciones “han acabado por constituir una garantía de sueldo casi permanente en muchos países, lo que incita a no trabajar”. Lógicamente hay que “limitar la duración del cobro de las prestaciones de desempleo en los países en los que es especialmente larga, a un periodo durante el cual la persona parada busque activamente un empleo y tenga posibilidades de encontrar rápidamente trabajo”. En el momento en que se publicó el informe de la OCDE, Michel Bon, el director de la ANPE (que se convertiría más tarde en un Polo-empleo después de su fusión con Unedic [Unión Interprofesional para el empleo en la Industria y el Comercio. NdT]) hablaba de “parados de lujo”. Así pues, cuando el ministro Christophe Castaner denuncia hoy a quienes eligen “beneficiarse de las prestaciones del paro para marcharse dos años de vacaciones” 4/, está en el buen camino.
¡Fuego a la reducción de la jornada laboral!
La OCDE desliza algunos consejos dignos de Perogrullo, el más gracioso sin duda, este docto precepto: “la respuesta a los problemas de empelo pasa fundamentalmente por la creación del mayor número de empleos”. Sin embargo, la recomendación de la regulación de la demanda global tampoco está mal: es necesario que “el crecimiento no sea ni demasiado rápido, lo que podría tener consecuencias inflacionistas, ni demasiado lento, lo que correría el riesgo de conducir a la deflación”.
Pero la institución es mucho más precisa sobre “lo que no hay que hacer”: es el título de un cuadro que advierte sobre las dos mayores errores que no hay que cometer. Son, por una parte, el proteccionismo y, por otra, un “reparto del trabajo vía legislativa”. Esto se convertiría, según la OCDE, en “querer arreglar el problema del paro no aumentando el número de empleos mediante un relanzamiento de la actividad económica, sino racionando el trabajo remunerado” Este tipo de reparto obligatorio del trabajo, “nunca ha logrado hacer retroceder al paro, especialmente, a causa del rechazo de los trabajadores a una rebaja de sus salarios”.
Acérrimo defensor de los derechos de los trabajadores, la OCDE propone “ajustes flexibles del tiempo de trabajo, susceptibles de reducir los costes y de hacer progresar el empleo”. En el espíritu de la OCDE, esto quiere decir “aumento de la flexibilidad del tiempo de trabajo” y favorecer el “desarrollo del trabajo parcial voluntario (sic)”. Para esto es suficiente “suprimir los obstáculos que en la legislación laboral impiden un arreglo más flexible del tiempo de trabajo y favorecer la negociación entre empleadores y asalariados sobre horarios flexibles y trabajo a tiempo parcial”.
La OCDE rechaza de paso otras propuestas que le parecen peligrosas porque tendrían el efecto de “atenuar la vivacidad de la competencia”. Se trata, por ejemplo, de la adopción de medidas antidumping, la regulación de las fusiones, el establecimiento de regulaciones financieras y la creación de dispositivos que garanticen la seguridad en el empleo”. Estas negativas son la marca de un programa muy claro a favor de la competencia totalmente desregulada. Adquieren todo su interés después de la crisis de 2008. Si hubieran estado implantadas las medidas que la OCDE rechazaba en 1994, sin duda, habrían contribuido a atenuar un poco la amplitud de esta crisis.
¡Fuego al salario mínimo!
La OCDE no olvida denunciar el salario mínimo legal. Claro que la intención era loable (“evitar la pobreza a causa de fijar un salario suelo”) pero también en eso, los efectos perversos han acabado por llevárselo por delante y ese salario mínimo legal “a fin de cuentas, a menudo tiene el efecto de limitar las posibilidades de empleo para la mano de obra no cualificada”. La OCDE sugiere pues, “reevaluar el papel” que el salario mínimo o, al menos (si la resistencia social es demasiado fuerte), de “minimizar los efectos negativos para el empleo”. Más exactamente, la OCDE propone indexar el salario mínimo “a los precios más que a las sueldos medios” (lo que prohíbe cualquier nueva progresión de su poder de compra) y modularlo “suficientemente” según la edad, para evitar que sea “obstáculo para la contratación de jóvenes” y según las regiones.
En la misma época, un argumento semejante fue avanzado por el informe Mattéoli de julio de 1993 para quien el Smic (Salario Mínimo Interprofesional para el Crecimiento. NdT.) funciona como un “obstáculo para la entrada en el empleo poco cualificado” o por el informe Maarek, que estimaba que el Smic “se ha vuelto contra los que intentaba proteger” 5/. Más cerca en el tiempo, estas mismas ideas serán transmitidas por un informe del Consejo de análisis económico 6/ que recupera su actualidad con el “nuevo grupo de expertos sobre el Smic” portador de una futura reforma radical del Smic 7/.
De un informe a otro 8/
Los informes se suceden con, por ejemplo, el de Camdessus 9/ que será el libro de cabecera de Nicolas Sarkozy. El antiguo director del FMI insiste en él, especialmente, en los estragos del contrato de trabajo indefinido que impide a las empresas “desprenderse del asalariado que ya no le conviene”.
Por supuesto, también están los dos informes de la “comisión para la liberalización del crecimiento francés” creada por Nicolas Sarkozy y presidida por Jacques Attali. El primero de estos informes fue remitido en enero de 2008 10/ y enumera 316 propuestas. No es baladí recordar aquí que el relator general adjunto se llamaba Emmanuel Macron 11/. Esto es suficiente para establecer la continuidad entre el primer conjunto de informes de comienzos de los años 90 del siglo pasado y las reformas impulsadas hoy por Macron. De nuevo se podría establecer un paralelismo entre las sucesivas propuestas, y como ejemplo es suficiente citar aquí que el informe Attali proponía (era su “decisión fundamental”, la nº 11) “reducir el coste del trabajo para todas las empresas transfiriendo una parte de las cotizaciones sociales hacia la CSG” (Contribución Social Generalizada. NdT). De forma significativa, el informe ya se reivindicaba “ni de izquierda ni de derecha” presentándose como un “forma de empleo para las reformas urgentes y básicas (que) no es ni partidista , ni bipartidista: es no partidista”.
Discordancia temporal
La ironía de la historia es que la OCDE jamás ha sido capaz de hacer un balance positivo de la puesta en práctica de su programa, al menos parcialmente, en numerosos países. En 2006, la organización procedió a una evaluación de su estrategia 12/ que, sin cuestionarla, contiene varios elementos de autocrítica. Sin duda, el más significativo es la afirmación de su secretario general, Angel Gurría, que admite que “no hay una única vía real para mejorar las actuaciones en el mercado de trabajo” lo que es una auténtica contradicción con la ambición de la OCDE de proponer una hoja de ruta universal.
De hecho, el documento constata que “coexisten varios modelos de éxito en los que se pueden inspirar adaptándolos a las circunstancias nacionales específicas y a la propia historia de cada país”. Un primer enfoque pone el acento sobre la “flexibilidad del mercado de productos y del trabajo” pero esto conduce a una “disparidad de sueldos relativamente importantes”. Pero existe otro enfoque en los países “que se caracterizan por un amplio recurso a la negociación colectiva y al diálogo social así como por las prestaciones sociales generosas” y en los que “los niveles de empleo son elevados y la disparidad de sueldos es pequeña pero los costes presupuestarios inducidos son importantes”.
En sus Perspectivas de empleo 13/ aparecidas ese mismo año, la OCDE hace otra importante concesión admitiendo que “el salario mínimo no tiene un impacto claro en el paro”. Es el resultado de un análisis econométrico 14/ que intenta explicar el paro a partir de una batería de indicadores inaugurando así una nueva técnica, por otra parte muy discutible, pues razona de hecho sobre un “país medio” 15/. El documento constata que “el análisis no permite concluir que el salario mínimo tenga un impacto significativo en el paro global”, pero no evita añadir que “ciertos índices (sic) sin embargo, dan para pensar (sic) que las tasas de empleo de los jóvenes son más bajas cuando el nivel del salario mínimo es más elevado”.
Es irónico constatar que la acción de Macron se inspira ampliamente en una estrategia concebida hace un cuarto de siglo y cuya puesta en práctica tuvo por resultado destacado la concentración de la riqueza . En cuanto al paro masivo, solo ha retrocedido gracias al aumento de los trabajos precarios.
La única novedad de la concepción macroniana de la economía es la referencia a la “destrucción creadora” inspirada especialmente en los trabajos de Philippe Aghion. Sobre este punto, se alinea con la OCDE que está elaborando una nueva “estrategia para el empleo” 16/. Al parecer, esta sí debería, basarse en la hipótesis según la cual la eliminación de “empresas zombis” permitiría restablecer el aumento de la productividad y rechazar la sombra de la “estancamiento secular”. Incluso si no son considerados como responsables de estas rigideces, las personas asalariadas empleadas por empresarios poco eficientes evidentemente, tendrán que pagar los gastos de las estructuraciones necesarias para restablecer un progreso fuerte; en resumen, adaptarse al cambio.
Sin embargo, las recientes decisiones presupuestarias tomadas en Francia, hacen dudar de la implicación “schumpeteriana” de Macron. Parafraseando el vocabulario consagrado en materia de políticas de empleo, de hecho, se podría decir que se trata de regalos “pasivos” sin contrapartida, que hacen una apuesta –perdida de antemano – de que las empresas, espontáneamente, van a restablecer la inversión y la innovación. Más allá del discurso, hay en Macron una profunda incomprensión del capitalismo contemporáneo y del capitalismo francés en particular. Pero esto no es grave si continua sirviéndole.
Notas
1/ L’Etude de l’OCDE sur l’emploi, OCDE, 1994.
2/ Emmanuel Macron, discurso de Bucarest, 24 de agosto de 2017.
3/ Christian Barsoc, “Rire aux larmes avec l’OCDE”, Rouge n°1596, 30 junio de 1994.
4/ “Gattaz et Castaner sur le contrôle des chômeurs”, note hussonet n°109, 18 de octubre de 2017.
5/ Jean Mattéoli, Rapport au Premier Ministre sur les obstacles structurels à l’emploi, septembre 1993; Gérard Maarek, Pierre Joly, Coût du travail et emploi, une nouvelle donne, 1994.
6/ Pierre Cahuc, Gilbert Cette et André Zylberberg, Salaire minimum et bas revenus. Comment concilier justice sociale et efficacité économique?, Informe del CAE n° 79, La Documentation française, 2008.
7/ Michel Husson, “Smic : vers une réforme libérale radicale”Alternatives économiques, 31 de agosto de 2017.
8/ Para un tipo de empleo, ver: Michel Husson, “Comment rédiger un rapport”, Regards, octubre de 2007.
9/ Le sursaut. Vers une nouvelle croissance pour la France, Informe Camdessus, 2004.
10/ Commission pour la libération de la croissance française, 300 décisions pour changer la France, enenro de 2008. Un segundo informe será publicado en octubre de 2010: Une ambition pour dix ans, octubre de 2010.
11/ La relatora general era Josseline de Clausade, una enarca, consejera de estado que continuó su carrera en Areva, después en el grupo Casino.
12/ Stimuler l’emploi et les revenus. Les leçons à tirer de la réévaluation de la stratégie de l’OCDE pour l’emploi, OCDE, 2006.
13/ OCDE, Perspectives de l’emploi de l’OCDE, 2006.
14/ Andrea Bassanini and Romain Duval, “Employment Patterns in OECD Countries: re-assessing the role of policies and institutions”, Documento de trabajo de l’OCDE, 2006.
15/ Sobre este punto, ver: Edmond Malinvaud, “La réévaluation de la Stratégie de l’OCDE pour l’emplo : deux pistes d’amélioration”, Travail et Emploi n° 118, abril-junio de 2009,
16/ Ver: Michel Husson, “Optimisme structurel à l’OCDE”, Alternatives économiques, 9 mars 2017,; et Ronald Janssen, “Stratégie pour l’emploi en temps de crise : un tournant pour l’OCDE?”, Chronique internationale de l’IRES n°155, febrero de 2017.
http://alencontre.org/
Traducción de Viento Sur
http://www.vientosur.info/
jueves, 19 de octubre de 2017
_- Francia. Los recortes de Macron logran la primera unidad sindical en diez años
_- Rafael Poch
La Vanguardia
Varios centenares de miles de funcionarios pararon o salieron a la calle en protesta en Francia contra la degradación de la función pública, en un momento en el que el Gobierno del joven y voluntarioso presidente Emmanuel Macron se dispone a aplicar nuevos recortes.
El cuchillo del recorte social neoliberal corta muy fino en Francia pero el suyo es un corte constante: desde hace treinta años, una generación. Y parece que empieza a tocar hueso. Basta con conversar con cualquier funcionario del sistema hospitalario o enseñante del sistema de la educación nacional. Siempre la misma descripción: profesionales agotados, centros en estrés y frustración, mucha frustración, sobre todo entre los funcionarios veteranos que tienen una perspectiva biográfica de la lenta degradación.
lunes, 3 de julio de 2017
Hay poco triunfalismo, mucha expectación y algunas profecías de consuelo. La victoria de Macron sobre fondo de abstención intriga a Francia.
Rafael Poch
La Vanguardia
Más allá del hecho, claro y bien medido, de la histórica derrota de los “sectores populares” y del soberanismo nacional en las instituciones francesas, la interpretación de la victoria del macronismo en el último ciclo electoral francés (presidenciales seguidas de legislativas) intriga al país.
El único matiz de esa derrota es la abstención, el hecho de que la mayoría de los franceses no han participado en las elecciones (57% sin contar 9,5 millones de ausentes del censo) y que la base real del nuevo poder triunfante -dotado de plenos poderes y con mayorías en las instituciones- ronda el 16% y brilla en su base social por la ausencia de los llamados “sectores populares”, la Francia de los de abajo. Pero, a partir de ahí ¿qué conclusiones?
¿Hay una espera entre curiosa e indulgente rodeando al macronismo y su pretendida “renovación” neoliberal, a la vez de izquierdas y de derechas, o toda esa abstención que supera en diez millones de almas al voto al partido presidencial es un gruñido social presto a explosionar?
Esta segunda interpretación es la preferida por la izquierda, que tras su éxito de abril (19% del voto) se encuentra ahora con 27 míseros diputados (sobre 577) y contenta de haber logrado grupo parlamentario. Sin embargo, lo menos que puede decirse es que si el nuevo poder es frágil, a la abstención de 6 de cada 10 franceses tampoco le falta ambiguedad.
El líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que en 2014 ya profetizó que “las de 2017 no serán unas elecciones, será una insurrección”, dice ahora que la abstención está cargada de “contenido político ofensivo” y que es una “huelga general cívica”, pero la simple realidad es que al día de hoy, y encuestas en mano, la abstención puede también interpretarse como quietismo conformista.
Mélenchon profetiza ahora, “un choque social terrible” y espera “el acontecimiento”, una chispa (en ruso iskra, así se llamaba la revista de Lenin) que encienda el panorama, como sucedió en Túnez con el suicidio de un joven que desencadenó la revolución ciudadana. “No se sabe qué será lo que prenderá la mecha, pero ya está encendida”, ha dicho en una entrevista con el semanario Society.
Todo eso es conjetura. En la propia circunscripción marsellesa de Mélenchon la abstención ha sido superior al 64%, siete puntos por encima de la media nacional. Y el electorado de la izquierda, 7 millones el pasado 23 de abril, se ha quedado en un 60% en casa en las legislativas. La situación es enormemente ambigua, para todos, y a nadie se le escapa.
“Mayoría absoluta, victoria relativa”, titula el muy macronista Le Monde en su edición de hoy. “Nunca una mayoría tan imponente se ha producido con tan pocos electores, jamás un poder presidencial tan fuerte había reposado sobre una base tan exigua”, señala la editorial del conservador Le Figaro. Si la expectativa de la izquierda tiene algo de tomar deseos por realidad y de obviar la incontestable derrota popular en las instituciones, la derecha no las tiene todas consigo. La victoria, “no ha suscitado ningún movimiento de entusiasmo alrededor de la persona, ni de sus candidatos, ni de su proyecto. Domina la expectación”, constata Le Figaro. La Francia plebeya se ha retirado pero en algún momento puede girarse con formas difícilmente controlables, observa el diario conservador.
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170620/423516687149/la-victoria-de-macron-sobre-fondo-de-abstencion-intriga-a-francia.html
La Vanguardia
Más allá del hecho, claro y bien medido, de la histórica derrota de los “sectores populares” y del soberanismo nacional en las instituciones francesas, la interpretación de la victoria del macronismo en el último ciclo electoral francés (presidenciales seguidas de legislativas) intriga al país.
El único matiz de esa derrota es la abstención, el hecho de que la mayoría de los franceses no han participado en las elecciones (57% sin contar 9,5 millones de ausentes del censo) y que la base real del nuevo poder triunfante -dotado de plenos poderes y con mayorías en las instituciones- ronda el 16% y brilla en su base social por la ausencia de los llamados “sectores populares”, la Francia de los de abajo. Pero, a partir de ahí ¿qué conclusiones?
¿Hay una espera entre curiosa e indulgente rodeando al macronismo y su pretendida “renovación” neoliberal, a la vez de izquierdas y de derechas, o toda esa abstención que supera en diez millones de almas al voto al partido presidencial es un gruñido social presto a explosionar?
Esta segunda interpretación es la preferida por la izquierda, que tras su éxito de abril (19% del voto) se encuentra ahora con 27 míseros diputados (sobre 577) y contenta de haber logrado grupo parlamentario. Sin embargo, lo menos que puede decirse es que si el nuevo poder es frágil, a la abstención de 6 de cada 10 franceses tampoco le falta ambiguedad.
El líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que en 2014 ya profetizó que “las de 2017 no serán unas elecciones, será una insurrección”, dice ahora que la abstención está cargada de “contenido político ofensivo” y que es una “huelga general cívica”, pero la simple realidad es que al día de hoy, y encuestas en mano, la abstención puede también interpretarse como quietismo conformista.
Mélenchon profetiza ahora, “un choque social terrible” y espera “el acontecimiento”, una chispa (en ruso iskra, así se llamaba la revista de Lenin) que encienda el panorama, como sucedió en Túnez con el suicidio de un joven que desencadenó la revolución ciudadana. “No se sabe qué será lo que prenderá la mecha, pero ya está encendida”, ha dicho en una entrevista con el semanario Society.
Todo eso es conjetura. En la propia circunscripción marsellesa de Mélenchon la abstención ha sido superior al 64%, siete puntos por encima de la media nacional. Y el electorado de la izquierda, 7 millones el pasado 23 de abril, se ha quedado en un 60% en casa en las legislativas. La situación es enormemente ambigua, para todos, y a nadie se le escapa.
“Mayoría absoluta, victoria relativa”, titula el muy macronista Le Monde en su edición de hoy. “Nunca una mayoría tan imponente se ha producido con tan pocos electores, jamás un poder presidencial tan fuerte había reposado sobre una base tan exigua”, señala la editorial del conservador Le Figaro. Si la expectativa de la izquierda tiene algo de tomar deseos por realidad y de obviar la incontestable derrota popular en las instituciones, la derecha no las tiene todas consigo. La victoria, “no ha suscitado ningún movimiento de entusiasmo alrededor de la persona, ni de sus candidatos, ni de su proyecto. Domina la expectación”, constata Le Figaro. La Francia plebeya se ha retirado pero en algún momento puede girarse con formas difícilmente controlables, observa el diario conservador.
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170620/423516687149/la-victoria-de-macron-sobre-fondo-de-abstencion-intriga-a-francia.html
domingo, 25 de junio de 2017
Francia: ¿Cómo se puede no ser progresista?
Decididamente, el siglo XVI fue de una creatividad formidable. No sólo se agitó con furor sino que no dejó de inventar conceptos que todavía nos inspiran: Thomas More forjó la utopía en 1516, el alemán Lutero proclamó en 1517 la Reforma, que suponía de hecho una verdadera revolución de los espíritus, y Rabelais hizo nacer la palabra “progreso” en su Tiers Livre en 1546. Hermoso hallazgo del padre de Pantagruel… que nos vuelve en la era Macron como base conceptual del nuevo régimen. Paso a los jóvenes, paso al optimismo y, sobre todo, paso al progresismo, nos dice el presidente ahora elegido, que el 4 de enero, en el Journal du Dimanche, marcaba su territorio ideológico: “Hoy, la verdadera divisoria se sitúa entre progresistas y conservadores. Yo digo: ya hay una casa de progresistas y se llama En Marcha”.
Seamos justos: Emmanuel Macron no pretende haber inventado la etiqueta, que se ha registrado muchas veces. Por parte de Robert Hue, en 2008, con su Movimiento de los Progresistas. En febrero de 2016, Martine Aubry se la disputaba a Manuel Valls con ocasión de la ley El Khomri: “La izquierda moderna, la izquierda progresista, somos nosotros”.
Y además, en Francia los precursores se remontan a muy atrás: Condorcet y Diderot trabajaban para “el progreso de los conocimientos humanos” como herramienta de liberación de los espíritus; Robespierre, a su vez, veía en “el progreso de la razón humana” la causa y el motor de la Revolución Francesa. El progreso encontró inmediatamente a sus enemigos, los reaccionarios, de Joseph de Maistre a Charles Maurras, que estimaban por su parte, que el progreso desligaba al hombre de sus marcos “naturales” –Dios, la Iglesia, el Rey, la familia- y hasta le reducía al rango de animal. Era la época en que la filosofía o política parecía simple: la izquierda estaba a favor de la República, la democracia, el libre albedrío, el progreso; y la derecha, su reflejo invertido. “A lo largo de todo el siglo XIX y de una gran parte del siglo XX, es así cómo se ha definido la izquierda: el progreso técnico de la ciencia y de la industria debía ir de la mano de la mejora de la situación de las clases populares. Durante mucho tiempo, la izquierda ha vivido con esta idea de que el progreso seguía obligadamente el rumbo de la justicia, conforme a la filosofía de la Historia”, recuerda nuestro colaborador Jacques Juilliard, autor de Gauches françaises (Flammarion, 2012).
Deslizamiento del terreno
Evidentemente, el progreso ha conocido desde entonces algunos desgarrones: la Gran Guerra, el exterminio de los judíos por los nazis y las bombas atómicas norteamericanas sobre Japón han devaluado trágicamente sus buenas acciones. Y luego el progresismo cambió de sentido. “Se calificaba como progresistas por parte del PCF a todos los que participaban en la defensa de la URSS frente al campo capitalista”, recuerda el historiador Marc Lazar, autor de Communisme, une passion française. En los años 60, el término designa a “la gente de izquierdas” y lo utilizan los socialistas en su oposición a la derecha y al gaullismo triunfante. Para decirlo a lo Macron, el progresismo era “al mismo tiempo” ¡de izquierda y de extrema izquierda!
Más recientemente, el progresismo ha servido de bote de salvamento durante la gran tempestad ideológica que siguió a la caída del muro de Berlín y luego a la globalización. Manuel Valls, partidario durante mucho tiempo de cambiar el nombre del PS a “Partido Demócrata”, ha adoptado también el progresismo, para dar su adiós a la socialdemocracia de Michel Rocard y blandir la bandera de la República en marcha, con bastantes dificultades. Robert Hue reconoce que le echó el guante al concepto para cubrir su ruptura violenta con el Partido Comunista francés que él mismo había presidido: “He creado una asociación denominada Nuevo Espacio Progresista (NEP). Mi análisis era que las viejas construcciones ideológicas del siglo XX, el comunismo soviético y la socialdemocracia, iban a marchitarse. Hacía falta proceder a una vuelta a la Ilustración”. El NEP se ha convertido en Movimiento de los Progresistas. Su manifiesto define el progresismo como “lo que Péguy decía en su tiempo del socialismo: “Es un sistema de justicia, de verdad, de salud económica y social”. Así la economía y la política tendrán en el futuro que subordinarse al hombre, y no a la inversa”.
Así expresado, dan ganas de decir: “Pero, ¿quién podría estar en contra?” Es la ventaja del concepto: se puede estar contra el socialismo en nombre de la libertad del individuo, puede uno oponerse al liberalismo en nombre de la igualdad entre los hombres. Pero como proclama el refrán popular: “No se puede parar el progreso”.
Son numerosos, sin embargo, los que ven una desviación del sentido: Christian Godin define el progresismo en su Dictionnaire de Philosophie (Fayard) como una concepción humanista de la Historia que comparte con el socialismo y el comunismo valores comunes sin por ello aceptar los presupuestos materialistas del marxismo”. Saca de ello la conclusión de que “el progresismo es bastante de izquierdas, se opone sobre todo al neoliberalismo… [pero] se ha convertido hoy en día en un vocablo compuesto que permite enmascarar la adhesión al social-liberalismo”. Marc-Olivier Padis, director de estudios de Terra Nova -la “fundación progresista” – evoca por su parte “una contraseña, más que un concepto”: “De hecho, es un buen candidato para describir la transgresión de la divisoria izquierda-derecha, para adoptar otras: abierto/cerrado, liberal/antiliberal, progresista/reaccionario, y desde este punto de vista aún más, pues cuando se analiza la semántica del Frente Nacional, llama la atención la utilización del vocabulario en “re”: restaurar, reafirmar, restablecer…”
Nueva frontera
Se aprecia bien el aspecto práctico del concepto: permite trazar un foso entre “nosotros” y “ellos”, designando estos últimos a los conservadores. La gran astucia de Macron hace rugir de rabia a la joven investigadora Laetitia Strauch-Bonart, autora de Vous avez dit conservateur? (éd du Cerf, 2016). “Macron remite a los conservadores al campo de los obscurantistas imbéciles, mientras subraya la superioridad moral de los progresistas de los que se quiere digno representante. Se trata también de dar a entender que los “conservadores” (entiéndase: los retrógrados) se encuentran, contrariamente a la vulgata que no los sitúa más que a la derecha, a la derecha lo mismo que a la izquierda...” El enemigo sería, pues, “de derechas y de izquierdas”: el Frente Nacional por un lado, pero también la CGT cuando se opone a la modernidad de las nuevas relaciones de fuerza sancionadas por la Ley El Khomry. De hecho, el progresismo de hoy se construye en primer lugar contra la izquierda, en este sentido de que combate para empezar a las fuerzas que se agarran a la defensa del Estado social construido tras la II Guerra Mundial y que representa la edad de oro de la socialdemocracia”, analiza Marc Lazar. Salvo que el campo de las fisuras de las fisuras de la sociedad francesa es bastante más grande y complejo, como demostraba nuestro reportaje consagrado a las fracturas francesas (Marianne, del 28 de abril de 2017): el centro contra la periferia, los titulados contra los no titulados, las categorías cómodas con la globalización, y sus víctimas.
Jacques Juilliard, en sus columnas de Marianne, en septiembre de 2016, cuestionaba el proyecto de Emmanuel Macron: “Cuando pretende ponerse a la cabeza de l progreso, olvida decir que es sólo de progreso económico de lo que se trata. ¿Es un progreso desregular todo el mercado de trabajo […] generalizar la precariedad del empleo […] destruir el estatus de la función pública?”.
Jean-François Kahn, partidario de larga data del “centrismo revolucionario” y del rebasamiento de las divisorias, se declara “en desacuerdo total con Macron cuando opone a conservadores y progresistas”: “Yo pienso que todo hombre sensato y equilibrado es conservador y progresista a la vez. El binarismo quiere hacer elegir entre libertad y seguridad, entre apertura y cierre, entre austeridad y laxismo financiero. Es absurdo…”
Habría que ponerle carne rápidamente al progresismo, tal como contempla Pascal Picq en una tribuna publicada por Le Monde al día siguiente de la segunda vuelta de las presidenciales: “se vuelve urgente construir no sólo el centro sino un verdadero partido progresista, empresarial y social con un verdadero proyecto político. […] Esto no puede limitarse a una coalición de circunstancias, so pena de volver a ver constituirse el paisaje irreconciliable izquierda-derecha”.
Para el senador Jean-Oierre Masseret (todavía socialista, pero ¿por cuánto tiempo?), que publica su Manifeste du progressisme (ed. Atlande): “Progresismo, un término que asocia valores, democracia, movimiento, reparto, eficacia, debe permitir transcender el bloqueo en que vivimos...”
Thierry Pech, director de la Fundación Terra Nova y “cercano” a Macron, había comenzado el trabajo en su libro Insoumissions. Portrait de la France qui vient (Seuil, enero 2017). Trata de definir un nuevo contrato social abarcador en torno a la “autonomía”: “El desplazamiento de la personalidad contemporánea pide un desplazamiento igualmente grande del Estado social”, declara a Marianne. Anticipándose en el proceso al liberalismo, afirma: “La política de la autonomía no es una política liberal sino una política social para tiempos liberales”.
Su equivalente de derechas, Dominique Reynié, que dirige la Fondapol, “liberal progresista y europea”, apunta los límites del macronismo: “Desde luego, las dos orientaciones del progresismo, de izquierda y de derecha, pueden eventualmente fusionarse, pero todo esto puede hacerse pedazos sobre dos debates que no se han resuelto durante las presidenciales: la relación con la inmigración y la laicidad, que pueden provocar una ruptura radical entre el país y las élites”.
El riesgo sería pues que el progresismo se convirtiera en la nueva denominación del pensamiento único, una suerte de tapadera puesta sobre la olla hirviendo, desagradable incluso para el gusto de los poderosos, de las aspiraciones populares. Alain Obadia, comunista y presidente de la Fundación Gabriel-Péri, siente ya llegar “Una forma sofisticada de populismo, que justifique la dominación de arriba debajo de la sociedad”. Falta hará, pues, que los franceses nos esforcemos aún más para ser verdaderamente progresistas.
Hervé Nathan es redactor jefe de Economía y Sociedad del semanario francés Marianne. Trabajó anteriormente para La Tribune y Libération, y es autor, junto a Nicolas Prissette, del Journal du Dimanche, del libro Les bobards économiques [Patrañas económicas].
Fuente: Marianne, 19-25 de mayo de 2017
http://www.sinpermiso.info/textos/francia-como-se-puede-no-ser-progresista
Seamos justos: Emmanuel Macron no pretende haber inventado la etiqueta, que se ha registrado muchas veces. Por parte de Robert Hue, en 2008, con su Movimiento de los Progresistas. En febrero de 2016, Martine Aubry se la disputaba a Manuel Valls con ocasión de la ley El Khomri: “La izquierda moderna, la izquierda progresista, somos nosotros”.
Y además, en Francia los precursores se remontan a muy atrás: Condorcet y Diderot trabajaban para “el progreso de los conocimientos humanos” como herramienta de liberación de los espíritus; Robespierre, a su vez, veía en “el progreso de la razón humana” la causa y el motor de la Revolución Francesa. El progreso encontró inmediatamente a sus enemigos, los reaccionarios, de Joseph de Maistre a Charles Maurras, que estimaban por su parte, que el progreso desligaba al hombre de sus marcos “naturales” –Dios, la Iglesia, el Rey, la familia- y hasta le reducía al rango de animal. Era la época en que la filosofía o política parecía simple: la izquierda estaba a favor de la República, la democracia, el libre albedrío, el progreso; y la derecha, su reflejo invertido. “A lo largo de todo el siglo XIX y de una gran parte del siglo XX, es así cómo se ha definido la izquierda: el progreso técnico de la ciencia y de la industria debía ir de la mano de la mejora de la situación de las clases populares. Durante mucho tiempo, la izquierda ha vivido con esta idea de que el progreso seguía obligadamente el rumbo de la justicia, conforme a la filosofía de la Historia”, recuerda nuestro colaborador Jacques Juilliard, autor de Gauches françaises (Flammarion, 2012).
Deslizamiento del terreno
Evidentemente, el progreso ha conocido desde entonces algunos desgarrones: la Gran Guerra, el exterminio de los judíos por los nazis y las bombas atómicas norteamericanas sobre Japón han devaluado trágicamente sus buenas acciones. Y luego el progresismo cambió de sentido. “Se calificaba como progresistas por parte del PCF a todos los que participaban en la defensa de la URSS frente al campo capitalista”, recuerda el historiador Marc Lazar, autor de Communisme, une passion française. En los años 60, el término designa a “la gente de izquierdas” y lo utilizan los socialistas en su oposición a la derecha y al gaullismo triunfante. Para decirlo a lo Macron, el progresismo era “al mismo tiempo” ¡de izquierda y de extrema izquierda!
Más recientemente, el progresismo ha servido de bote de salvamento durante la gran tempestad ideológica que siguió a la caída del muro de Berlín y luego a la globalización. Manuel Valls, partidario durante mucho tiempo de cambiar el nombre del PS a “Partido Demócrata”, ha adoptado también el progresismo, para dar su adiós a la socialdemocracia de Michel Rocard y blandir la bandera de la República en marcha, con bastantes dificultades. Robert Hue reconoce que le echó el guante al concepto para cubrir su ruptura violenta con el Partido Comunista francés que él mismo había presidido: “He creado una asociación denominada Nuevo Espacio Progresista (NEP). Mi análisis era que las viejas construcciones ideológicas del siglo XX, el comunismo soviético y la socialdemocracia, iban a marchitarse. Hacía falta proceder a una vuelta a la Ilustración”. El NEP se ha convertido en Movimiento de los Progresistas. Su manifiesto define el progresismo como “lo que Péguy decía en su tiempo del socialismo: “Es un sistema de justicia, de verdad, de salud económica y social”. Así la economía y la política tendrán en el futuro que subordinarse al hombre, y no a la inversa”.
Así expresado, dan ganas de decir: “Pero, ¿quién podría estar en contra?” Es la ventaja del concepto: se puede estar contra el socialismo en nombre de la libertad del individuo, puede uno oponerse al liberalismo en nombre de la igualdad entre los hombres. Pero como proclama el refrán popular: “No se puede parar el progreso”.
Son numerosos, sin embargo, los que ven una desviación del sentido: Christian Godin define el progresismo en su Dictionnaire de Philosophie (Fayard) como una concepción humanista de la Historia que comparte con el socialismo y el comunismo valores comunes sin por ello aceptar los presupuestos materialistas del marxismo”. Saca de ello la conclusión de que “el progresismo es bastante de izquierdas, se opone sobre todo al neoliberalismo… [pero] se ha convertido hoy en día en un vocablo compuesto que permite enmascarar la adhesión al social-liberalismo”. Marc-Olivier Padis, director de estudios de Terra Nova -la “fundación progresista” – evoca por su parte “una contraseña, más que un concepto”: “De hecho, es un buen candidato para describir la transgresión de la divisoria izquierda-derecha, para adoptar otras: abierto/cerrado, liberal/antiliberal, progresista/reaccionario, y desde este punto de vista aún más, pues cuando se analiza la semántica del Frente Nacional, llama la atención la utilización del vocabulario en “re”: restaurar, reafirmar, restablecer…”
Nueva frontera
Se aprecia bien el aspecto práctico del concepto: permite trazar un foso entre “nosotros” y “ellos”, designando estos últimos a los conservadores. La gran astucia de Macron hace rugir de rabia a la joven investigadora Laetitia Strauch-Bonart, autora de Vous avez dit conservateur? (éd du Cerf, 2016). “Macron remite a los conservadores al campo de los obscurantistas imbéciles, mientras subraya la superioridad moral de los progresistas de los que se quiere digno representante. Se trata también de dar a entender que los “conservadores” (entiéndase: los retrógrados) se encuentran, contrariamente a la vulgata que no los sitúa más que a la derecha, a la derecha lo mismo que a la izquierda...” El enemigo sería, pues, “de derechas y de izquierdas”: el Frente Nacional por un lado, pero también la CGT cuando se opone a la modernidad de las nuevas relaciones de fuerza sancionadas por la Ley El Khomry. De hecho, el progresismo de hoy se construye en primer lugar contra la izquierda, en este sentido de que combate para empezar a las fuerzas que se agarran a la defensa del Estado social construido tras la II Guerra Mundial y que representa la edad de oro de la socialdemocracia”, analiza Marc Lazar. Salvo que el campo de las fisuras de las fisuras de la sociedad francesa es bastante más grande y complejo, como demostraba nuestro reportaje consagrado a las fracturas francesas (Marianne, del 28 de abril de 2017): el centro contra la periferia, los titulados contra los no titulados, las categorías cómodas con la globalización, y sus víctimas.
Jacques Juilliard, en sus columnas de Marianne, en septiembre de 2016, cuestionaba el proyecto de Emmanuel Macron: “Cuando pretende ponerse a la cabeza de l progreso, olvida decir que es sólo de progreso económico de lo que se trata. ¿Es un progreso desregular todo el mercado de trabajo […] generalizar la precariedad del empleo […] destruir el estatus de la función pública?”.
Jean-François Kahn, partidario de larga data del “centrismo revolucionario” y del rebasamiento de las divisorias, se declara “en desacuerdo total con Macron cuando opone a conservadores y progresistas”: “Yo pienso que todo hombre sensato y equilibrado es conservador y progresista a la vez. El binarismo quiere hacer elegir entre libertad y seguridad, entre apertura y cierre, entre austeridad y laxismo financiero. Es absurdo…”
Habría que ponerle carne rápidamente al progresismo, tal como contempla Pascal Picq en una tribuna publicada por Le Monde al día siguiente de la segunda vuelta de las presidenciales: “se vuelve urgente construir no sólo el centro sino un verdadero partido progresista, empresarial y social con un verdadero proyecto político. […] Esto no puede limitarse a una coalición de circunstancias, so pena de volver a ver constituirse el paisaje irreconciliable izquierda-derecha”.
Para el senador Jean-Oierre Masseret (todavía socialista, pero ¿por cuánto tiempo?), que publica su Manifeste du progressisme (ed. Atlande): “Progresismo, un término que asocia valores, democracia, movimiento, reparto, eficacia, debe permitir transcender el bloqueo en que vivimos...”
Thierry Pech, director de la Fundación Terra Nova y “cercano” a Macron, había comenzado el trabajo en su libro Insoumissions. Portrait de la France qui vient (Seuil, enero 2017). Trata de definir un nuevo contrato social abarcador en torno a la “autonomía”: “El desplazamiento de la personalidad contemporánea pide un desplazamiento igualmente grande del Estado social”, declara a Marianne. Anticipándose en el proceso al liberalismo, afirma: “La política de la autonomía no es una política liberal sino una política social para tiempos liberales”.
Su equivalente de derechas, Dominique Reynié, que dirige la Fondapol, “liberal progresista y europea”, apunta los límites del macronismo: “Desde luego, las dos orientaciones del progresismo, de izquierda y de derecha, pueden eventualmente fusionarse, pero todo esto puede hacerse pedazos sobre dos debates que no se han resuelto durante las presidenciales: la relación con la inmigración y la laicidad, que pueden provocar una ruptura radical entre el país y las élites”.
El riesgo sería pues que el progresismo se convirtiera en la nueva denominación del pensamiento único, una suerte de tapadera puesta sobre la olla hirviendo, desagradable incluso para el gusto de los poderosos, de las aspiraciones populares. Alain Obadia, comunista y presidente de la Fundación Gabriel-Péri, siente ya llegar “Una forma sofisticada de populismo, que justifique la dominación de arriba debajo de la sociedad”. Falta hará, pues, que los franceses nos esforcemos aún más para ser verdaderamente progresistas.
Hervé Nathan es redactor jefe de Economía y Sociedad del semanario francés Marianne. Trabajó anteriormente para La Tribune y Libération, y es autor, junto a Nicolas Prissette, del Journal du Dimanche, del libro Les bobards économiques [Patrañas económicas].
Fuente: Marianne, 19-25 de mayo de 2017
http://www.sinpermiso.info/textos/francia-como-se-puede-no-ser-progresista
domingo, 21 de mayo de 2017
Entrevista a Henri Sterdyniak, especialista francés en sistemas de jubilación. “El plan es bajar un 20 % las pensiones”
"El sistema francés que Macron quiere reformar es generoso. Los jubilados franceses tienen el mismo nivel de vida que el conjunto de la población, entre ellos hay pocos pobres, muchos menos que en Alemania"
PARÍS - En Francia todavía hay grandes centros de estudios económicos independientes del interés privado. Casi una rareza europea. Creado en 1981 por el gobierno y vinculado a la universidad, el Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE) es uno de ellos. El economista Henri Sterdyniak es director de departamento del OFCE y uno de los mayores especialistas en sistemas de jubilación. En esta entrevista explica el funcionamiento del sistema francés y las propuestas para su reforma.
P- ¿Cuál es la especificidad del sistema de pensiones francés en el contexto europeo?
Que es completamente público y relativamente generoso, porque los jubilados tienen más o menos el mismo nivel de vida que el conjunto de la población y entre ellos hay un nivel de pobreza muy bajo. La peculiaridad de Francia para los trabajadores del sector privado es que hay un régimen general al que si se le suman los regimenes complementarios decididos por sindicatos y patronal en acuerdos de empresa, que son igualmente públicos y obligatorios, hace que, en general, las pensiones de jubilación sean satisfactorias.
P-¿Qué diferencia con los alemanes?
Que en Francia el nivel de vida de los jubilados es el mismo que el resto de la población mientras que en Alemania son mucho más pobres, con un nivel de vida que representa el 80% del resto de la población. Desde las reformas Hartz (2002, aplicadas entre 2003 y 2005 en la llamada "Agenda 2010" del canciller Schröder) se desarrolló un sistema privado, por capitalización, mientras que Francia se ha mantenido en un sistema completamente público y social.
P- ¿Esa diferencia explicaría la insistencia alemana en recuperar todas las deudas bancarias, porque, entre otras cosas, esas deudas contienen los dineros de las capitalizaciones de las pensiones que se invirtieron en ciertas aventuras…?
Sí, los franceses no pusieron las pensiones en el mercado financiero…
P- Además, hay otra tendencia demográfica…
Los franceses tienen dos niños por mujer por lo que tenemos una degradación demográfica mucho menor que otros países europeos como España y Alemania. Por eso tenemos una perspectiva de jubilación mejor que otros.
P- ¿O sea, que ese sistema que usted califica de "generoso" es, además, sostenible?
El sistema de pensiones tiene que adaptarse, en parte, a la evolución demográfica, pero además hay una opción social que consiste en decir cuánto hay que hacer pagar a los activos para pagar las pensiones. Cuando la población se mantiene estable es más fácil que cuando disminuye y en el caso francés se puede continuar pagando sin problemas. La opción social consiste en decidir que hay que continuar pagando para que la gente viva satisfactoriamente cuando se jubila.
P-¿Cuáles son las propuestas de cambio del sistema francés en esta campaña?
En Francia la edad de jubilación es de 62 años y para tenerla plena hay que haber trabajado 42 años. Le Pen, como antes Mélenchon, dice que hay que volver al sistema de 60 años tras 40 de trabajo, lo que es muy caro. El candidato de derechas, Fillon, decía que había que pasar rápido a la jubilación a los 65 años. El programa de Macron es reemplazar el actual sistema de cotizaciones por un sistema nacional de puntos. Es la reforma que se hizo en Italia y en Suecia. Se considera que acumulas un patrimonio y al jubilarte se valora tu esperanza de vida según tu fecha de nacimiento y se te da una pensión acorde al valor que acumulas. Se parece a un sistema por capitalización, pero es una capitalización nacional. Es una gran reforma para unificar el sistema. El problema es que hay un periodo transitorio muy complicado de administrar, porque si tienes 50 años has cotizado 25 en un sistema y hay que recalcular tus derechos en otro sistema. Además en el sistema francés hay muchos dispositivos llamados "de solidaridad" que dan derechos a las mujeres que tienen hijos, a los parados, a los enfermos, derechos suplementarios a quienes tuvieron salarios bajos, a los que comenzaron a trabajar muy jóvenes y a quienes tuvieron condiciones de trabajo particularmente duras… Así que hay que replantear todo eso, y ese es el motivo por el que Macron dice que habrá que pensarlo durante 5 años.
P-¿Es socialmente regresivo?
Seguramente sí, porque los mecanismos de solidaridad desaparecerán. Además, cuando llegas a los 60 años, tu esperanza de vida no es la misma si has sido obrero o cuadro. Eso se borra y se considera que a los 60 todos pueden seguir trabajando y si quieres jubilarte tendrás una pensión miserable por lo que hay un riesgo de que sea injusto.
P- Si el actual sistema con tantos matices funciona bien ¿Por qué cambiarlo?
Porque es caro y la idea es ahorrar con las pensiones. Supone el 15% del PIB, es decir más caro que en Alemania (11%), y que en España (11,5%). En Italia supone el 16,5% del PIB. La solución propuesta es bajar el nivel de las pensiones y de los salarios para ser más competitivos.
P-¿Cuál es la exigencia de la UE a este modelo francés?
Quieren que bajemos las pensiones alrededor de un 20% y que aumentemos la edad de jubilación a los 65 años y luego estirarla hasta los 67. Bajar el nivel de las pensiones para bajar las cotizaciones de las empresas a efectos de competitividad. No quieren que aumentemos las cotizaciones.
P-¿Está eso reflejado en el programa de Macron?
Sí, porque aunque él se mantiene en la jubilación a los 62 años, al pasar a su sistema de cuenta nacional, como poco a poco la gente llegará a la jubilación con una esperanza de vida mayor, eso hará bajar automáticamente el nivel de las pensiones. Como en Suecia, se le dirá a la gente: puedes optar por jubilarte entre los 60 y los 70 años. Pero si lo haces a los 60 te dicen que tienes una esperanza de vida de 28 años, así que tu pensión será muy baja y si la quieres alta tienes que trabajar hasta los 65 o 70 años. Es un sistema que obliga a la gente a elegir el momento de jubilarse.
P- Macron habla también del "seguro de paro universal" ¿Qué quiere decir?
Actualmente el seguro de paro (en general el 57% del sueldo) está gestionado por sindicatos y patronal. Las empresas cotizan un 4% y los trabajadores un 2,4%. Solo los asalariados tienen derecho. Macron quiere nacionalizar el subsidio de paro y extenderlo a los autónomos. Quiere suprimir el 2,4% de los trabajadores y reemplazarlo por un impuesto del 1,7% para todo el mundo. El problema es que ya no serán los agentes sociales quienes gestionaran la seguridad social, lo que no gusta a los sindicatos, y que no se sabe cómo será gestionado todo eso.
P – La gran propuesta social de Macron es la eliminación del impuesto sobre la vivienda "para el 80% de los franceses".
Macron quiere suprimir el impuesto sobre las fortunas (ISF) y reducir fuertemente los impuestos sobre la renta del capital. Para compensar eso, propone suprimir el impuesto de vivienda para el 80% de la población. Es verdad que ese impuesto es socialmente injusto, pero eliminarlo dañará mucho a los ayuntamientos, que viven de él. Sería mejor reducir los impuestos inmobiliarios, que en Francia son muy altos, y aumentar el IRPF. En lugar de eso se focaliza el impuesto sobre la vivienda para compensar el gran vector de su programa.
Fuente:
http://lirelactu.fr/source/la-vanguardia/573e598c-5c84-4a80-bc94-56521f567c3f
PARÍS - En Francia todavía hay grandes centros de estudios económicos independientes del interés privado. Casi una rareza europea. Creado en 1981 por el gobierno y vinculado a la universidad, el Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE) es uno de ellos. El economista Henri Sterdyniak es director de departamento del OFCE y uno de los mayores especialistas en sistemas de jubilación. En esta entrevista explica el funcionamiento del sistema francés y las propuestas para su reforma.
P- ¿Cuál es la especificidad del sistema de pensiones francés en el contexto europeo?
Que es completamente público y relativamente generoso, porque los jubilados tienen más o menos el mismo nivel de vida que el conjunto de la población y entre ellos hay un nivel de pobreza muy bajo. La peculiaridad de Francia para los trabajadores del sector privado es que hay un régimen general al que si se le suman los regimenes complementarios decididos por sindicatos y patronal en acuerdos de empresa, que son igualmente públicos y obligatorios, hace que, en general, las pensiones de jubilación sean satisfactorias.
P-¿Qué diferencia con los alemanes?
Que en Francia el nivel de vida de los jubilados es el mismo que el resto de la población mientras que en Alemania son mucho más pobres, con un nivel de vida que representa el 80% del resto de la población. Desde las reformas Hartz (2002, aplicadas entre 2003 y 2005 en la llamada "Agenda 2010" del canciller Schröder) se desarrolló un sistema privado, por capitalización, mientras que Francia se ha mantenido en un sistema completamente público y social.
P- ¿Esa diferencia explicaría la insistencia alemana en recuperar todas las deudas bancarias, porque, entre otras cosas, esas deudas contienen los dineros de las capitalizaciones de las pensiones que se invirtieron en ciertas aventuras…?
Sí, los franceses no pusieron las pensiones en el mercado financiero…
P- Además, hay otra tendencia demográfica…
Los franceses tienen dos niños por mujer por lo que tenemos una degradación demográfica mucho menor que otros países europeos como España y Alemania. Por eso tenemos una perspectiva de jubilación mejor que otros.
P- ¿O sea, que ese sistema que usted califica de "generoso" es, además, sostenible?
El sistema de pensiones tiene que adaptarse, en parte, a la evolución demográfica, pero además hay una opción social que consiste en decir cuánto hay que hacer pagar a los activos para pagar las pensiones. Cuando la población se mantiene estable es más fácil que cuando disminuye y en el caso francés se puede continuar pagando sin problemas. La opción social consiste en decidir que hay que continuar pagando para que la gente viva satisfactoriamente cuando se jubila.
P-¿Cuáles son las propuestas de cambio del sistema francés en esta campaña?
En Francia la edad de jubilación es de 62 años y para tenerla plena hay que haber trabajado 42 años. Le Pen, como antes Mélenchon, dice que hay que volver al sistema de 60 años tras 40 de trabajo, lo que es muy caro. El candidato de derechas, Fillon, decía que había que pasar rápido a la jubilación a los 65 años. El programa de Macron es reemplazar el actual sistema de cotizaciones por un sistema nacional de puntos. Es la reforma que se hizo en Italia y en Suecia. Se considera que acumulas un patrimonio y al jubilarte se valora tu esperanza de vida según tu fecha de nacimiento y se te da una pensión acorde al valor que acumulas. Se parece a un sistema por capitalización, pero es una capitalización nacional. Es una gran reforma para unificar el sistema. El problema es que hay un periodo transitorio muy complicado de administrar, porque si tienes 50 años has cotizado 25 en un sistema y hay que recalcular tus derechos en otro sistema. Además en el sistema francés hay muchos dispositivos llamados "de solidaridad" que dan derechos a las mujeres que tienen hijos, a los parados, a los enfermos, derechos suplementarios a quienes tuvieron salarios bajos, a los que comenzaron a trabajar muy jóvenes y a quienes tuvieron condiciones de trabajo particularmente duras… Así que hay que replantear todo eso, y ese es el motivo por el que Macron dice que habrá que pensarlo durante 5 años.
P-¿Es socialmente regresivo?
Seguramente sí, porque los mecanismos de solidaridad desaparecerán. Además, cuando llegas a los 60 años, tu esperanza de vida no es la misma si has sido obrero o cuadro. Eso se borra y se considera que a los 60 todos pueden seguir trabajando y si quieres jubilarte tendrás una pensión miserable por lo que hay un riesgo de que sea injusto.
P- Si el actual sistema con tantos matices funciona bien ¿Por qué cambiarlo?
Porque es caro y la idea es ahorrar con las pensiones. Supone el 15% del PIB, es decir más caro que en Alemania (11%), y que en España (11,5%). En Italia supone el 16,5% del PIB. La solución propuesta es bajar el nivel de las pensiones y de los salarios para ser más competitivos.
P-¿Cuál es la exigencia de la UE a este modelo francés?
Quieren que bajemos las pensiones alrededor de un 20% y que aumentemos la edad de jubilación a los 65 años y luego estirarla hasta los 67. Bajar el nivel de las pensiones para bajar las cotizaciones de las empresas a efectos de competitividad. No quieren que aumentemos las cotizaciones.
P-¿Está eso reflejado en el programa de Macron?
Sí, porque aunque él se mantiene en la jubilación a los 62 años, al pasar a su sistema de cuenta nacional, como poco a poco la gente llegará a la jubilación con una esperanza de vida mayor, eso hará bajar automáticamente el nivel de las pensiones. Como en Suecia, se le dirá a la gente: puedes optar por jubilarte entre los 60 y los 70 años. Pero si lo haces a los 60 te dicen que tienes una esperanza de vida de 28 años, así que tu pensión será muy baja y si la quieres alta tienes que trabajar hasta los 65 o 70 años. Es un sistema que obliga a la gente a elegir el momento de jubilarse.
P- Macron habla también del "seguro de paro universal" ¿Qué quiere decir?
Actualmente el seguro de paro (en general el 57% del sueldo) está gestionado por sindicatos y patronal. Las empresas cotizan un 4% y los trabajadores un 2,4%. Solo los asalariados tienen derecho. Macron quiere nacionalizar el subsidio de paro y extenderlo a los autónomos. Quiere suprimir el 2,4% de los trabajadores y reemplazarlo por un impuesto del 1,7% para todo el mundo. El problema es que ya no serán los agentes sociales quienes gestionaran la seguridad social, lo que no gusta a los sindicatos, y que no se sabe cómo será gestionado todo eso.
P – La gran propuesta social de Macron es la eliminación del impuesto sobre la vivienda "para el 80% de los franceses".
Macron quiere suprimir el impuesto sobre las fortunas (ISF) y reducir fuertemente los impuestos sobre la renta del capital. Para compensar eso, propone suprimir el impuesto de vivienda para el 80% de la población. Es verdad que ese impuesto es socialmente injusto, pero eliminarlo dañará mucho a los ayuntamientos, que viven de él. Sería mejor reducir los impuestos inmobiliarios, que en Francia son muy altos, y aumentar el IRPF. En lugar de eso se focaliza el impuesto sobre la vivienda para compensar el gran vector de su programa.
Fuente:
http://lirelactu.fr/source/la-vanguardia/573e598c-5c84-4a80-bc94-56521f567c3f
martes, 9 de mayo de 2017
El octavo presidente de la V República es un producto sin análogos en Francia. ¿Qué supone para el país?
Rafael Poch de Feliu
La Vanguardia
Es una ironía que fuera precisamente François Bayrou, alcalde de Pau y el político centrista de Francia por excelencia, quien definiera a Emmanuel Macron como, "el intento de grandes intereses, financieros y otros, que ya no se contentan solo con tener el poder económico". Fue hace ocho meses, y entre tanto Bayrou se ha convertido en uno de los principales aliados de Macron.
El octavo presidente de la V República que los franceses elegirán hoy en las elecciones más extrañas que ha conocido el país, es un producto nuevo, sin análogos, precisamente porque es un producto. Nunca un presidente había sido vendido a los franceses, "como quien vende un paquete de detergente", dice el filósofo Michel Onfray. ¿Qué supone y anuncia para el país esta novedad? ¿Hay margen para la duda y la sorpresa?
"No hay que insultar al futuro", dice el veterano ex ministro socialista Jean-Pierre Chevènement a propósito de Macron, 39 años, que será el más joven presidente de la historia de Francia.
"Como ningún otro, Macron encarna esa tendencia a exaltar la juventud, esa pasión de lo nuevo por lo nuevo, ese espíritu de menearse que forma la estructura de una economía en el seno de la cual la moda no tiene más que una finalidad: hacer pasar de moda (a otras cosas) para comprar (lo nuevo)", dice el publicista Luc Ferry, ex ministro de juventud y educación de gobiernos conservadores.
El nonagenario sociólogo Edgar Morin, una de las voces más venerables de Francia, recoge esa misma idea: "Macron", dice, "simboliza la renovación y la revitalización más allá de un sistema carcomido".
Morin reconoce que los fundamentos del macronismo son frágiles: "el mito de Europa es débil, el de la mundialización feliz es igual a cero, y la euforia del transhumanismo solo está presente entre los tecnócratas". Lo ideal sería que el futuro presidente, "cuestionara los marcos clásicos en los que parece situarse naturalmente: la subordinación de la política a la economía, la reducción de la economía a la escuela neoliberal, el tumor del poder del dinero". Hay que reconocer, dice, que de momento Macron, "no ha propuesto nada parecido a una nueva vía económica, social y política". Sin embargo, nunca hay que insultar al futuro y Morin concede a Macron lo que se llama el beneficio de la duda.
"No es imposible que si es Presidente, aparezca un neo-Macron", dice. Al fin y al cabo, "Juan Carlos fue arropado por Franco para que reinara como franquista, y al revés, en cuanto tuvo el poder realizó la democracia. Gorbachov, puro producto del estalinismo, se convirtió en el destructor del sistema del que salió. ¿Qué saldrá del Presidente Macron?", se pregunta el sociólogo.
Soñar es legítimo, responde enfrentado a ese beneficio de la duda el inclasificable historiador-antropólogo Emmanuel Todd, uno de los pensadores más desconcertantes y que va más de por libre en Francia.
"Se puede soñar, pero cuando Macron habla de cosas concretas, de economía y tal, habla como un manual". Hasta ahora Francia tuvo presidentes que venían del mundo político. Los dos últimos, Sarkozy y Hollande, envolvían sus propósitos en ciertos subterfugios. Con Macron llega un hombre que procede directamente de la cocina de las elites financieras. "Con él vamos a elegir al representante de Berlín, no al Presidente de la República", dice Todd. La diferencia de Macron es, "que es el primero que lo dice": Sarkozy hizo lo mismo, pero decía que la culpa era de los árabes, Hollande llegó diciendo, "soy un hombre de izquierdas", "mi enemigo es la finanza", "cambiaré las cosas con Alemania". "Macron es el primero que dice: no haré nada, vais a aceptar vuestra sumisión oficialmente, o cerráis el pico o tendréis el horror del lepenismo".
Más que dudas, en Todd hay un puro pesimismo. "Lo más probable", dice, "es que con Macron tengamos una acentuación de lo que se ha hecho con Manuel Valls, lo que creará tensiones y violencia".
Muy centrado en la demografía y en la antropología histórica regional, Todd avanza dos claves para lo que llama el "conformismo macronista". Primera: entre 1992 (Maastricht) y 2015, la edad media en Francia ha aumentado entre 5 y 6 años. "A los viejos se les dice: si queréis mantener vuestras pensiones hay que mantener el euro". "No es que sean más conservadores, es que les han secuestrado", dice. Segunda: en la actual sociedad la gente con estudios superiores forma una "oligarquía de masas" que se cuece en su propia salsa y se cree superior. "Es la gente que apoyaba a los Clinton en Estados Unidos, los universitarios partidarios del remain en el Reino Unido y los jongleurs que oscilan entre izquierda y derecha en Francia. "Esta gente con estudios superiores representaba el 12%, ahora son el 25%. Todo eso sumado, arroja una base para el conformismo macronista que se ha desarrollado enormemente mientras la situación general de los de abajo se ha deteriorado notablemente".
"Se habla mucho de Le Pen, pero lo que realmente me preocupa es la radicalización de la Francia de los de arriba: quieren gobernar a pelo, dicen, "vais a tener que obedecer y ya está". "El problema de Francia es la radicalización de los poderosos", insiste, citando el libro del americano Christopher Lasch (The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy), según el cual las clases privilegiadas nunca han estado tan aisladas de su entorno.
Guerrillero con Che Guevara, prisionero en Bolivia y consejero de François Mitterrand, el filósofo Régis Debray ve en el fenómeno Macron el triunfo de la americanización en Francia.
"La República a la francesa ha desaparecido bajo la democracia a la anglosajona", dice. "El homo economicus ha sustituido en el mando al homo politicus como en Estados Unidos con vía express del capital hacia el Capitolio. Hemos importado las primarias, la pareja presidencial, se aclama por su nombre a la First Lady, la vida pública se privatiza y viceversa, la imagen suplanta a lo escrito y el show de un telepredicador en éxtasis enardece, con los brazos en cruz, a los fans en trance". Toda esa importación, "tiene que más que ver con las revoluciones tecnológicas que con los remolinos políticos de Francia", dice el filósofo.
Para Todd lo que hace al sistema francés menos estable que el alemán, español, etc., es el hecho de que en Francia todavía haya bastantes jóvenes. "En España, Italia, y Portugal, la política que se aplica es desfavorable a los jóvenes, pero hay pocos, mientras que en Francia es igualmente desfavorable y continuamos fabricando jóvenes". Las turbulencias que augura para Francia se deducen de su demografía. Todd ve en Alemania el problema central, y, a diferencia de Debray, ve en el mundo anglo-americano más bien un aliado contra aquella.
Una vez que Francia se metió en el euro, invento mixto pero de diseño y sentido alemán, "se acabó", dice. "Ahora son los alemanes los que mandan y lo que piensen los franceses no tiene mucha importancia". Macrón es la servidumbre hacia esa realidad.
Según Todd, los alemanes "tienen una racionalidad limitada". "Hay una inteligencia de gestión de la economía a corto y medio plazo; han tomado el control de la Europa del Este, recuperan la mano de obra cualificada del sur y han logrado unos excedentes comerciales enormes, resuelven problemas técnicos: no producen suficientes hijos y hacen venir emigrantes… Todo eso es extraordinario, pero no saben pararse. Estoy convencido de que la lógica alemana de destrucción de las economías italiana, española y portuguesa, no ha sido accidental", explica.
La economía francesa, "está atrapada en la trampa del euro". La moneda única no puede funcionar en un país que tiene una tasa de fecundidad de dos hijos por mujer. Con Hollande hemos tenido un aumento del paro del 25% y esto va a continuar", augura. Lo que se perfila para Francia es, "estagnación política, descomposición, violencia difusa y una cierta salida de la historia", dice: "Los acontecimientos importantes para la ruptura del sistema ocurren fuera de Francia".
Los objetivos que Alemania se plantea hoy superan a su potencia y capacidad. "No creo que los americanos toleren la emergencia de un nuevo sistema alemán tan potente como el suyo". "A corto plazo vamos a tener un enfrentamiento entre el bloque continental alemán e Inglaterra a propósito del brexit. Los antieuropeístas franceses de izquierda están paralizados por su antiamericanismo, porque hasta que no lleguemos a tomar partido entre Berlín y Washington, no resolveremos gran cosa: para salir del euro necesitamos la ayuda del dólar".
Fuente:
http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/05/07/preguntas-presidente-atipico-82111/
La Vanguardia
Es una ironía que fuera precisamente François Bayrou, alcalde de Pau y el político centrista de Francia por excelencia, quien definiera a Emmanuel Macron como, "el intento de grandes intereses, financieros y otros, que ya no se contentan solo con tener el poder económico". Fue hace ocho meses, y entre tanto Bayrou se ha convertido en uno de los principales aliados de Macron.
El octavo presidente de la V República que los franceses elegirán hoy en las elecciones más extrañas que ha conocido el país, es un producto nuevo, sin análogos, precisamente porque es un producto. Nunca un presidente había sido vendido a los franceses, "como quien vende un paquete de detergente", dice el filósofo Michel Onfray. ¿Qué supone y anuncia para el país esta novedad? ¿Hay margen para la duda y la sorpresa?
"No hay que insultar al futuro", dice el veterano ex ministro socialista Jean-Pierre Chevènement a propósito de Macron, 39 años, que será el más joven presidente de la historia de Francia.
"Como ningún otro, Macron encarna esa tendencia a exaltar la juventud, esa pasión de lo nuevo por lo nuevo, ese espíritu de menearse que forma la estructura de una economía en el seno de la cual la moda no tiene más que una finalidad: hacer pasar de moda (a otras cosas) para comprar (lo nuevo)", dice el publicista Luc Ferry, ex ministro de juventud y educación de gobiernos conservadores.
El nonagenario sociólogo Edgar Morin, una de las voces más venerables de Francia, recoge esa misma idea: "Macron", dice, "simboliza la renovación y la revitalización más allá de un sistema carcomido".
Morin reconoce que los fundamentos del macronismo son frágiles: "el mito de Europa es débil, el de la mundialización feliz es igual a cero, y la euforia del transhumanismo solo está presente entre los tecnócratas". Lo ideal sería que el futuro presidente, "cuestionara los marcos clásicos en los que parece situarse naturalmente: la subordinación de la política a la economía, la reducción de la economía a la escuela neoliberal, el tumor del poder del dinero". Hay que reconocer, dice, que de momento Macron, "no ha propuesto nada parecido a una nueva vía económica, social y política". Sin embargo, nunca hay que insultar al futuro y Morin concede a Macron lo que se llama el beneficio de la duda.
"No es imposible que si es Presidente, aparezca un neo-Macron", dice. Al fin y al cabo, "Juan Carlos fue arropado por Franco para que reinara como franquista, y al revés, en cuanto tuvo el poder realizó la democracia. Gorbachov, puro producto del estalinismo, se convirtió en el destructor del sistema del que salió. ¿Qué saldrá del Presidente Macron?", se pregunta el sociólogo.
Soñar es legítimo, responde enfrentado a ese beneficio de la duda el inclasificable historiador-antropólogo Emmanuel Todd, uno de los pensadores más desconcertantes y que va más de por libre en Francia.
"Se puede soñar, pero cuando Macron habla de cosas concretas, de economía y tal, habla como un manual". Hasta ahora Francia tuvo presidentes que venían del mundo político. Los dos últimos, Sarkozy y Hollande, envolvían sus propósitos en ciertos subterfugios. Con Macron llega un hombre que procede directamente de la cocina de las elites financieras. "Con él vamos a elegir al representante de Berlín, no al Presidente de la República", dice Todd. La diferencia de Macron es, "que es el primero que lo dice": Sarkozy hizo lo mismo, pero decía que la culpa era de los árabes, Hollande llegó diciendo, "soy un hombre de izquierdas", "mi enemigo es la finanza", "cambiaré las cosas con Alemania". "Macron es el primero que dice: no haré nada, vais a aceptar vuestra sumisión oficialmente, o cerráis el pico o tendréis el horror del lepenismo".
Más que dudas, en Todd hay un puro pesimismo. "Lo más probable", dice, "es que con Macron tengamos una acentuación de lo que se ha hecho con Manuel Valls, lo que creará tensiones y violencia".
Muy centrado en la demografía y en la antropología histórica regional, Todd avanza dos claves para lo que llama el "conformismo macronista". Primera: entre 1992 (Maastricht) y 2015, la edad media en Francia ha aumentado entre 5 y 6 años. "A los viejos se les dice: si queréis mantener vuestras pensiones hay que mantener el euro". "No es que sean más conservadores, es que les han secuestrado", dice. Segunda: en la actual sociedad la gente con estudios superiores forma una "oligarquía de masas" que se cuece en su propia salsa y se cree superior. "Es la gente que apoyaba a los Clinton en Estados Unidos, los universitarios partidarios del remain en el Reino Unido y los jongleurs que oscilan entre izquierda y derecha en Francia. "Esta gente con estudios superiores representaba el 12%, ahora son el 25%. Todo eso sumado, arroja una base para el conformismo macronista que se ha desarrollado enormemente mientras la situación general de los de abajo se ha deteriorado notablemente".
"Se habla mucho de Le Pen, pero lo que realmente me preocupa es la radicalización de la Francia de los de arriba: quieren gobernar a pelo, dicen, "vais a tener que obedecer y ya está". "El problema de Francia es la radicalización de los poderosos", insiste, citando el libro del americano Christopher Lasch (The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy), según el cual las clases privilegiadas nunca han estado tan aisladas de su entorno.
Guerrillero con Che Guevara, prisionero en Bolivia y consejero de François Mitterrand, el filósofo Régis Debray ve en el fenómeno Macron el triunfo de la americanización en Francia.
"La República a la francesa ha desaparecido bajo la democracia a la anglosajona", dice. "El homo economicus ha sustituido en el mando al homo politicus como en Estados Unidos con vía express del capital hacia el Capitolio. Hemos importado las primarias, la pareja presidencial, se aclama por su nombre a la First Lady, la vida pública se privatiza y viceversa, la imagen suplanta a lo escrito y el show de un telepredicador en éxtasis enardece, con los brazos en cruz, a los fans en trance". Toda esa importación, "tiene que más que ver con las revoluciones tecnológicas que con los remolinos políticos de Francia", dice el filósofo.
Para Todd lo que hace al sistema francés menos estable que el alemán, español, etc., es el hecho de que en Francia todavía haya bastantes jóvenes. "En España, Italia, y Portugal, la política que se aplica es desfavorable a los jóvenes, pero hay pocos, mientras que en Francia es igualmente desfavorable y continuamos fabricando jóvenes". Las turbulencias que augura para Francia se deducen de su demografía. Todd ve en Alemania el problema central, y, a diferencia de Debray, ve en el mundo anglo-americano más bien un aliado contra aquella.
Una vez que Francia se metió en el euro, invento mixto pero de diseño y sentido alemán, "se acabó", dice. "Ahora son los alemanes los que mandan y lo que piensen los franceses no tiene mucha importancia". Macrón es la servidumbre hacia esa realidad.
Según Todd, los alemanes "tienen una racionalidad limitada". "Hay una inteligencia de gestión de la economía a corto y medio plazo; han tomado el control de la Europa del Este, recuperan la mano de obra cualificada del sur y han logrado unos excedentes comerciales enormes, resuelven problemas técnicos: no producen suficientes hijos y hacen venir emigrantes… Todo eso es extraordinario, pero no saben pararse. Estoy convencido de que la lógica alemana de destrucción de las economías italiana, española y portuguesa, no ha sido accidental", explica.
La economía francesa, "está atrapada en la trampa del euro". La moneda única no puede funcionar en un país que tiene una tasa de fecundidad de dos hijos por mujer. Con Hollande hemos tenido un aumento del paro del 25% y esto va a continuar", augura. Lo que se perfila para Francia es, "estagnación política, descomposición, violencia difusa y una cierta salida de la historia", dice: "Los acontecimientos importantes para la ruptura del sistema ocurren fuera de Francia".
Los objetivos que Alemania se plantea hoy superan a su potencia y capacidad. "No creo que los americanos toleren la emergencia de un nuevo sistema alemán tan potente como el suyo". "A corto plazo vamos a tener un enfrentamiento entre el bloque continental alemán e Inglaterra a propósito del brexit. Los antieuropeístas franceses de izquierda están paralizados por su antiamericanismo, porque hasta que no lleguemos a tomar partido entre Berlín y Washington, no resolveremos gran cosa: para salir del euro necesitamos la ayuda del dólar".
Fuente:
http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/05/07/preguntas-presidente-atipico-82111/
La carrera hacia el Elíseo. "Quince años nos contemplan"
Rafael Poch
La Vanguardia
A diferencia de la final del 2002, la clasificación del Frente Nacional para la presidencial ya no es seísmo en Francia
“Franceses, quince años nos contemplan”, podría decir hoy Napoleón bajo la pirámide del Louvre. Fue hace quince años, el 21 de abril del 2002, cuando el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen se clasificó por primera vez para una final de las presidenciales francesas. Le Pen, padre de la actual candidata del mismo partido ultraderechista, obtuvo entonces el 16,8% de los votos. Fue un seísmo político con crujir de dientes y general rasgadura de vestimentas.
La gente salió a la calle embargada por una mezcla de vergüenza nacional e indignación: era increíble que la ultraderecha se hubiera clasificado contra Jacques Chirac para la final. Aquella misma noche hubo manifestaciones espontáneas en todo el país; 2.000 personas en Rennes, 10.000 en Estrasburgo y Lyon, al día siguiente, banderas y pancartas en las calles de Toulouse, manifestaciones “contra el fascismo” en Marsella y para “parar a Le Pen” en París. Tres días después 2.000 bachilleres se manifestaban en Toulon, 3.000 en Cannes. Los diarios dedicaban sus portadas y las procesiones laborales del Primero de Mayo estuvieron marcadas por el evento. Nadie se lo esperaba. La movilización general del frente republicano, la unión sagrada contra el Frente Nacional, resultó en una aplastante victoria del candidato conservador, Jacques Chirac: elegido por el 82,2 % del voto contra el 17,7 % de Le Pen.
Quince años después, la situación es mucho más grave: Marine Le Pen se ha clasificado con el 21,3 % del voto. La única sorpresa es que no ha sido la primera clasificada (como auguraban todos los sondeos), sino la segunda. Le Pen será derrotada el 7 de mayo no por los 60 puntos de ventaja de Chirac, sino por unos 20 puntos, indican los sondeos. A los franceses ese avance ya no les sorprende.
Muchos electores de la derecha, alrededor de un 20% de los votantes de François Fillon, se abstendrán en la segunda vuelta del 7 de mayo. Alrededor del 50% votarán por el otro finalista, Emmanuel Macron. Otros de la izquierda tampoco votarán, o lo harán en blanco. Algunos de la derecha, alrededor del 30% de los fillonistas, votarán incluso por Le Pen. El voto de la izquierda melenchonista a Le Pen será nulo o insignificante. Algunos de ellos votarán a Macron, aunque sea tapándose la nariz. Pero lo verdaderamente grave no es este cambio de actitudes, sino la ausencia de un diagnóstico realista sobre el enredo que rodea a estas elecciones y que se proyecta hacia el futuro.
En París, Bruselas, Berlín y Madrid, legiones de comentaristas miopes respiran con el candidato liberal europeísta Macron, el caballo blanco que encarna, en palabras del portavoz de JeanClaude Juncker, “la alternativa a la destrucción de Europa”. Tras las elecciones en Austria, Holanda y lo que se espera en Francia, “se ha roto la ola populista de derechas”, dice un diario alemán. Se ignora que en los tres países la ultraderecha no sólo ha obtenido más votos que nunca, pese a no ganar, sino que en muchos casos, en Holanda y Austria, los partidos “europeístas” han integrado parte de sus ideas.
La Unión Europea sigue con el “más de lo mismo”. En su última cumbre de Roma se propuso convertirse en un puntal social, pero no sólo no va a tocar asuntos fundamentales como el salario mínimo o la protección del empleo, sino que su único avance propuesto es establecer el permiso de paternidad para los padres en un mínimo de cuatro meses.
No hay diagnóstico. El necio mira al dedo en lugar de a la luna hacia la que se apunta. Y hay luna llena.
No es la extrema derecha ni el populismo los que se están cargando la UE, sino la actual política socioeconómica. Los políticos tranquilizadores del “más de lo mismo” son el problema que causa esta enfermedad degenerativa. Tener que elegir entre el candidato de las finanzas y la sembradora de odio es el enredo francés que estas elecciones proyectan hacia el futuro. “Quince años nos contemplan”, diría Napoleón bajo la pirámide del Louvre.
Fuente:
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170426/422050514865/quince-anos-nos-contemplan.html
La Vanguardia
A diferencia de la final del 2002, la clasificación del Frente Nacional para la presidencial ya no es seísmo en Francia
“Franceses, quince años nos contemplan”, podría decir hoy Napoleón bajo la pirámide del Louvre. Fue hace quince años, el 21 de abril del 2002, cuando el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen se clasificó por primera vez para una final de las presidenciales francesas. Le Pen, padre de la actual candidata del mismo partido ultraderechista, obtuvo entonces el 16,8% de los votos. Fue un seísmo político con crujir de dientes y general rasgadura de vestimentas.
La gente salió a la calle embargada por una mezcla de vergüenza nacional e indignación: era increíble que la ultraderecha se hubiera clasificado contra Jacques Chirac para la final. Aquella misma noche hubo manifestaciones espontáneas en todo el país; 2.000 personas en Rennes, 10.000 en Estrasburgo y Lyon, al día siguiente, banderas y pancartas en las calles de Toulouse, manifestaciones “contra el fascismo” en Marsella y para “parar a Le Pen” en París. Tres días después 2.000 bachilleres se manifestaban en Toulon, 3.000 en Cannes. Los diarios dedicaban sus portadas y las procesiones laborales del Primero de Mayo estuvieron marcadas por el evento. Nadie se lo esperaba. La movilización general del frente republicano, la unión sagrada contra el Frente Nacional, resultó en una aplastante victoria del candidato conservador, Jacques Chirac: elegido por el 82,2 % del voto contra el 17,7 % de Le Pen.
Quince años después, la situación es mucho más grave: Marine Le Pen se ha clasificado con el 21,3 % del voto. La única sorpresa es que no ha sido la primera clasificada (como auguraban todos los sondeos), sino la segunda. Le Pen será derrotada el 7 de mayo no por los 60 puntos de ventaja de Chirac, sino por unos 20 puntos, indican los sondeos. A los franceses ese avance ya no les sorprende.
Muchos electores de la derecha, alrededor de un 20% de los votantes de François Fillon, se abstendrán en la segunda vuelta del 7 de mayo. Alrededor del 50% votarán por el otro finalista, Emmanuel Macron. Otros de la izquierda tampoco votarán, o lo harán en blanco. Algunos de la derecha, alrededor del 30% de los fillonistas, votarán incluso por Le Pen. El voto de la izquierda melenchonista a Le Pen será nulo o insignificante. Algunos de ellos votarán a Macron, aunque sea tapándose la nariz. Pero lo verdaderamente grave no es este cambio de actitudes, sino la ausencia de un diagnóstico realista sobre el enredo que rodea a estas elecciones y que se proyecta hacia el futuro.
En París, Bruselas, Berlín y Madrid, legiones de comentaristas miopes respiran con el candidato liberal europeísta Macron, el caballo blanco que encarna, en palabras del portavoz de JeanClaude Juncker, “la alternativa a la destrucción de Europa”. Tras las elecciones en Austria, Holanda y lo que se espera en Francia, “se ha roto la ola populista de derechas”, dice un diario alemán. Se ignora que en los tres países la ultraderecha no sólo ha obtenido más votos que nunca, pese a no ganar, sino que en muchos casos, en Holanda y Austria, los partidos “europeístas” han integrado parte de sus ideas.
La Unión Europea sigue con el “más de lo mismo”. En su última cumbre de Roma se propuso convertirse en un puntal social, pero no sólo no va a tocar asuntos fundamentales como el salario mínimo o la protección del empleo, sino que su único avance propuesto es establecer el permiso de paternidad para los padres en un mínimo de cuatro meses.
No hay diagnóstico. El necio mira al dedo en lugar de a la luna hacia la que se apunta. Y hay luna llena.
No es la extrema derecha ni el populismo los que se están cargando la UE, sino la actual política socioeconómica. Los políticos tranquilizadores del “más de lo mismo” son el problema que causa esta enfermedad degenerativa. Tener que elegir entre el candidato de las finanzas y la sembradora de odio es el enredo francés que estas elecciones proyectan hacia el futuro. “Quince años nos contemplan”, diría Napoleón bajo la pirámide del Louvre.
Fuente:
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170426/422050514865/quince-anos-nos-contemplan.html
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