Antes de que alguien supiera sobre la existencia del iPhone afuera de Apple, el nombre clave del proyect al interior de la empresa era “Púrpura”. Nadie parece recordar exactamente por qué, tal vez por el canguro de juguete de color púrpura que tenía uno de los ingenieros.
Púrpura era tan secreto que incluso dentro de Apple muy poca gente sabía de él. Lo desarrollaron en un laboratorio sellado detrás de lectores de credenciales y una puerta de metal. Los empleados tenían que firmar acuerdos de confidencialidad para sus acuerdos de confidencialidad. El laboratorio se empezó a conocer como el “dormitorio púrpura”, porque ahí la gente trabajaba 24 horas, durante fines de semana, días festivos, vacaciones, lunas de miel. Comían ahí. Dormían ahí.
De hecho, aunque en algún momento surgiría como el más perfecto ejemplo de la colaboración entre el cofundador de Apple, Steve Jobs, y el mago del diseño Jony Ive, Púrpura se podría percibir como una pesadilla causada por el trabajo excesivo, archivos comprimidos sin soluciones técnicas y disputas políticas al interior de la empresa.
“Creaste una olla de vapor con un grupo de gente realmente inteligente, pero tienes una fecha de entrega imposible de cumplir, una misión imposible, y después te enteras de que el futuro de toda la empresa depende de ella”, dijo Andy Grignon, uno de los ingenieros clave en el desarrollo del iPhone. “Era como una sopa de miseria”.
Sin duda, el llamado dormitorio púrpura un día será el escenario de una película dramática tensa y claustrofóbica con el guion de Aaron Sorkin. Si es así, la película se podría basar perfectamente en The One Device: The Secret History of the iPhone, un libro nuevo de Brian Merchant, un editor de Motherboard, la división de ciencia y tecnología de Vice.
Merchant realiza la labor importante de excavar y recopilar una gran cantidad de detalles y anécdotas sobre el desarrollo del iPhone, muchos de los cuales no se habían registrado hasta ahora. La labor tiene importancia porque, además de ser resistente a salpicaduras, al agua y al polvo, el iPhone resiste a la historia.
El iPhone vive entre nosotros, pero parece —está diseñado para parecer— como si hace hubiera llegado a nuestro mundo desde hace apenas unos minutos desde un plano existencial más alto, más ideal. Así como la pantalla negra y plana no se adapta a los contornos del cráneo humano, la superficie deslumbra, apetece hasta lamerla, pero no ofrece pistas de dónde y cuándo lo hicieron ni quién ni cómo.
Ni siquiera se puede abrir sin el destornillador especial que patentaron con el nombre “Pentalobe”. No es solo un efecto del diseño físico del iPhone, sino de la extraña cultura de reverencia y de secreto que Apple ha creado alrededor de sus productos. El iPhone sabe todo de nosotros, pero sabemos muy poco de él.
Un ejemplo: la tecnología multitáctil, la cual permite que la pantalla táctil del iPhone registre de inmediato varias huellas digitales: por eso puedes pellizcar la pantalla para hacer un acercamiento. ¿De dónde salió? Jobs siempre sostuvo que Apple inventó la tecnología multitáctil. No es verdad.
Como lo demuestra Merchant, en realidad la inventaron en varias y diferentes ocasiones, entre ellas durante la década de 1960 en el Royal Radar Establishment de Inglaterra y en la década de 1970 en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por su sigla en francés).
La tecnología multitáctil que específicamente llegó al iPhone se originó durante el cambio de milenio y el responsable fue un hombre del que seguramente no has oído hablar: Wayne Westerman. Westerman fue un brillante doctor en ingeniería de la Universidad de Delaware que trabajó en la tecnología multitáctil en parte porque sufría graves lesiones que hacían que fuera una agonía usar los teclados convencionales.
En 2005, Apple adquirió la empresa de Westerman, FingerWorks, con lo cual esta y el mismo Westerman desaparecieron detrás de la cortina de titanio de Apple. El resto es, y no es, historia (Apple no dejó que Merchant entrevistara a Westerman o ninguno de los empleados que trabajan actualmente en Apple para The One Device. Gracias a su esmero, Merchant logró encontrar a la hermana de Westerman).
El iPhone está diseñado para tener una eficiencia y una compactibilidad máximas. The One Device no las tiene. Los tres capítulos sobre el desarrollo del iPhone son el corazón del libro, pero también hay material de relleno. Curiosamente no es nada clarificador leer un análisis metalúrgico de un iPhone pulverizado ni saber de la gran odisea que hizo Merchant por todo el mundo, una especie de “iCalvario” para encontrar las materias primas que utiliza Apple: pasó por una mina de estaño en Bolivia, una mina de litio en el desierto chileno y un botadero electrónico en Nairobi donde terminan muchos iPhone. Este tipo de turismo de hacker se puede hacer bien: el mejor ejemplo es el artículo épico que escribió Neal Stephenson para Wired en 1996, “Mother Earth Mother Board”.
El único éxito conspicuo que Merchant tuvo en esta línea es su visita a la fábrica Foxconn, la cual está a las afueras de Shenzhen, China, y es donde se producen los iPhone. Foxconn tiene reputación de tener malas condiciones laborales, y los visitantes suelen ir acompañados de cerca pero, durante una ida al baño, Merchant logra deshacerse de sus escoltas y se da una vuelta por las instalaciones vastas y distópicas.
“Es toda una fábrica”, escribe Merchant, “un millón de aparatos electrónicos para el consumidor que se ensamblan en monolitos idénticos de colores opacos. Te sientes diminuto entre ellos, como un breve escupitajo de materia orgánica entre motores industriales del tamaño de un portaviones”. Es un vistazo palpable de la manera en que el iPhone, como un virus resplandeciente, ha cambiado físicamente la forma del mundo para producir copias de sí mismo.
Merchant también cuenta las historias de los orígenes de las tecnologías que convergen en un iPhone: el cristal Gorilla Glass, los sensores de movimiento, las baterías de iones de litio, los chips ARM, la tecnología inalámbrica, etcétera. Muestra cómo el trabajo de muchas personas se vertió en la creación del iPhone, como un contrapeso del “mito del inventor solitario: la noción de que, después de incontables horas de trabajo duro, un hombre puede inventar algo como por arte de magia que cambiará el curso de la historia”.
El inventor solitario entra en juego después de unos párrafos, pero Merchant pasa capítulos completos hablando con gente como Mitsuaki Oshima, el padre de la estabilización de imágenes. Sin duda, Oshima tiene cualidades admirables ocultas pero, como entrevistador, Merchant es incapaz de descubrirlas (“Incluso cuando se agitó la cámara, la imagen no estaba para nada borrosa. ¡Era demasiado bueno para ser verdad!”).
El terrible hábito que tiene Merchant de viajar en el tiempo es aún peor. Para poder hablar sobre los magnetómetros, primero debemos quedarnos quietos para una clase de historia (“las brújulas se pueden rastrear al menos desde la dinastía Han, cerca del año 206 a. C.“) Para comprender la producción de línea de montaje, un concepto que resulta muy familiar para muchos lectores, hay que hacer un esfuerzo para ir hasta el pleistoceno (“el Homo erectus, el cual surgió hace 1,7 millones de años, fue la primera especie que adoptó ampliamente el uso de herramientas…”). El origen de este tipo de escritura se puede rastrear al menos desde la licenciatura, hasta aquellos ensayos pesados que empiezan así: “Desde el principio de los tiempos, la humanidad se ha preguntado…”.
Pero cuando regresa a la creación del iPhone, Merchant cuenta una historia mucho más rica, la más rica que yo haya visto, a pesar de haber cubierto a Apple como periodista durante años. Si alguna vez han trabajado en un proyecto que es un caso perdido y se siente como que no va a ninguna parte, sacarán fuerza espiritual del relato de Merchant sobre la vida en las trincheras de Púrpura. Incluye fascinantes callejones sin salida y proyectos interesantes que tenían potencial (un prototipo basado en la rueda a la cual se le daba clic en el iPod original, que contaba con iluminación de colores azul y naranja en la parte trasera); sacrificios personales (“El iPhone es la razón de mi divorcio”); obstáculos técnicos sombríos (el sensor infrarrojo de proximidad del teléfono, el cual apaga la pantalla cuando está cerca de tu cabeza, no reconocía el pelo oscuro); la tensión tras bambalinas en el lanzamiento (de hecho, yo estuve ahí y presencié cómo Jobs ensayaba el famoso discurso sobre el iPhone, pero al parecer me perdí de todo); incluso un asesinato simbólico que se dio sobre el escenario (el momento en que Jobs hizo una demostración pública de cómo borrar un contacto y utilizó el nombre del vicepresidente de Apple, Tony Fadell, a manera de anuncio de la inminente salida de este último).
El iPhone se disfraza de algo que no habrían podido hacer las manos del hombre. El libro de Merchant hace visible la labor humana y en el proceso disipa un poco de la niebla y la distorsión de la realidad que rodean al iPhone. The One Device no es definitivo, pero es un comienzo. Lo que necesitamos es un equivalente crucial de un destornillador Pentalobe, un libro que desnude el significado del iPhone, para poder interrogar de manera apropiada a este simbionte, o parásito, que ha introducido nuevos tipos de conexiones y desconexiones en nuestras vidas. Si el iPhone fue una revolución, ¿exactamente quién o qué fue derrocado? Una de las historias de Merchant viene de Grignon, la primera persona en recibir llamadas en el iPhone. La ironía es que no contestó. “En vez de que fuera un momento glorioso al estilo Alexander Graham Bell, fue solo como: ‘Bien… mejor que entre el correo de voz’”, dice Grignon. “Creo que es muy pertinente, dada la situación actual”.
Lev Grossman fue el columnista de tecnología de la revista Time durante 15 años. Es el autor de la trilogía de "Los magos".
https://www.nytimes.com/es/2017/06/22/iphone-decada-historia-creacion/?smid=fb-espanol&smtyp=cur
Mostrando entradas con la etiqueta María la portuguesa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta María la portuguesa. Mostrar todas las entradas
sábado, 8 de julio de 2017
viernes, 7 de julio de 2017
Un contrato para seguir enamorados
Hace unos meses, mi novio y yo nos servimos una cerveza cada uno y abrimos nuestras laptops. Era hora de revisar los términos del contrato de nuestra relación.
¿Acaso queríamos hacer algún cambio? Mientras Mark y yo revisábamos cada categoría, acordamos dos cambios menores: yo saldría a pasear al perro el martes y él el sábado, y ahora yo limpiaría los entrepaños de la cocina, pero él se haría cargo de la tina de baño.
La última versión del “Contrato de relación entre Mark y Mandy”, un documento de cuatro páginas con interlineado sencillo que firmamos y fechamos, tendría una vigencia exacta de doce meses, transcurridos los cuales tendríamos la opción de revisarlo y renovarlo, como habíamos hecho en otras dos ocasiones. El contrato especifica todo, desde las cuestiones sexuales hasta las finanzas y nuestras expectativas a futuro. Y me encanta.
Escribir un contrato de relación podría sonar calculador o poco romántico. Pero cada relación es contractual: nosotros solo hacemos los términos más explícitos. Nos recordamos que nuestro amor no es algo que nos pasa, sino algo que hacemos juntos. Después de todo, este método fue lo que nos unió en primer lugar.
Hace dos años y medio, escribí una columna de Modern Love sobre cómo Mark y yo habíamos pasado nuestra primera cita poniendo a prueba un experimento psicológico que utilizaba 36 preguntas para ayudar a dos extraños a enamorarse. Esa experiencia nos ayudó a pensar en el amor no como una cuestión de suerte ni del destino, sino como la práctica de realmente darse a la tarea de conocer a otra persona y permitir que esa otra persona nos conozca. Pensar en el amor de una forma deliberada parece funcionarnos bien.
En el pasado, no me había funcionado esperar que una relación funcionara simplemente porque las dos personas involucradas se amaban. Pasé mis veintes con un hombre que sabía exactamente qué quería y cómo quería ser él. Yo lo único que quise fue que él me amara.
Estuvimos juntos casi una década, y en ese tiempo de algún modo dejé de lado mis hábitos y preferencias. Si quería dividir los gastos en alimentos, él sugería que compráramos solo las cosas que nos gustaban a los dos. Si quería que pasáramos juntos los fines de semana, podía ir a esquiar con él y sus amigos. Y eso hacía. Hice que mi vida fuera como la suya.
No fue sino hasta que me fui a vivir a otro lado que comencé a darme cuenta de que no había habido lugar para mí en nuestra relación, y no solo porque mi ex no me lo había ofrecido: a mí nunca se me ocurrió pedirlo. Estaba enamorada y el amor significaba hacer, ¿no es así? Pero ¿qué pasa si lo amé demasiado?
Años antes, había leído Un cuarto propio de Virginia Woolf y pensé que lo había entendido, pero no fue así. A los veinte, me entregué por completo al amor y no fue sino hasta que la relación terminó, a los 29, cuando me di cuenta de lo que significaba habitar plenamente mis días y la amplitud de mi propia mente. Me dio tanta dicha descubrir que mi tiempo era mío, así como cada una de mis decisiones, ya fuera qué cocinar o a qué hora irme a la cama.
Decidí que en mi próxima relación amaría con mayor moderación, reservándome más para mí misma.
Cuando conocí a Mark, se amoldó a mi vida tan fácilmente que me sorprendió. Mis amigos lo adoraban. Mi perro, Roscoe, aullaba de alegría al verlo. Pero tenía mis dudas cuando comenzamos a hablar de vivir juntos.
Me preguntaba si las minucias de la vida doméstica nos convertirían en criaturas insignificantes que peleaban por la ropa sucia. Sobre todo, me preocupaba perderme de nuevo, por un hombre y una relación, rebasada por esas ideas anquilosadas de cómo el amor lo puede todo.
Mark tenía sus propias reservas. “No quiero hacer esto solo porque es lo que se supone que debemos hacer”, me dijo. “Solo quiero que vivamos juntos si eso mejorará nuestras vidas”. Pasamos semanas enumerando con angustia los pros y los contras de vivir juntos. Me había topado con un libro, The New I Do: Reshaping Marriage for Skeptics, Realists and Rebels, que recomienda contratos de matrimonio a corto plazo. Nos gustó la idea y nos dimos cuenta de que podíamos adoptar este método para vivir juntos.
Muchos de nosotros no nos damos cuenta de cómo el amor romántico actúa como una fuerza organizadora de nuestra vida, pero es una fuerza poderosa. Algunos usan el término “escalera mecánica de las relaciones” para describir cómo tendemos a seguir guiones familiares a medida que avanzamos en una relación, desde las salidas informales, pasando por la unión libre, el matrimonio y la familia. Estos guiones que nos dicen cómo debería ser el amor están tan omnipresentes que algunas veces resultan invisibles.
En mi última relación, había pasado demasiado tiempo preocupándome por subir la escalera. Ni siquiera estaba segura de lo que quería, pero me daba pánico intentar averiguarlo al hablar de ello. En cambio, peleaba por todo: el dinero, las tareas domésticas o cómo pasar el fin de semana. Si estaba enojada, me resultaba más fácil ser honesta. Con Mark, quería hacerlo mejor.
Nuestro contrato aborda mucho de lo que tiene que negociarse en cualquier relación, en especial si se vive con la otra persona. Comienza con nuestras razones para estar juntos: “Aspiramos a ayudarnos a ser amigos, miembros de la comunidad y ciudadanos del mundo más éticos y generosos”. Me parece que suena idealista, pero he tenido relaciones en las que acabé sintiéndome sola y disminuida. Esta ocasión, quería tener una intención más clara sobre lo que sucedería al exterior y al interior.
Los términos van de lo familiar (“Nos cuidaremos cuando alguno se enferme”) a lo imaginativo (“Si los dos nos enfermamos, le toca al perro”). De hecho, hay toda una sección para Roscoe, en la que detallamos sus horarios de paseos, visitas al veterinario e incluso lo dulce que pensamos que es.
Tenemos una sección sobre los invitados a la casa (pueden quedarse hasta dos semanas, pero deben contar con la aprobación de ambas partes) y una cláusula que tiene que ver con la ropa sudada que usa Mark para correr (“Mark acuerda colgar esa ropa en el cuarto de huéspedes o en la cara interna de la puerta del baño, pero quiere que Mandy sepa que este podría ser un incidente bastante común”).
Acordamos dividir la cuenta cuando salgamos a comer, con una excepción: “Las ocasiones especiales (la noche en la que uno invite a cenar al otro, celebraciones, etcétera) no se dividirán, de tal modo que una persona pueda invitar a la otra”. Era importante para mí que desayunáramos juntos porque era algo que solíamos hacer en mi familia durante mi infancia, así que lo pusimos por escrito.
Es sorprendente lo empoderador que puede ser ponerles palabras a tus deseos e inseguridades, por pequeñas que sean, y hacerles lugar. Es algo tan sencillo… pero no fue fácil. No estaba habituada a saber qué quería de una relación, mucho menos a decirlo en voz alta. Ahora, tengo que hacer ambas cosas.
No queríamos dar nada por hecho, lo cual significaba tener las conversaciones que antes solía evitar. En el apartado de “Sexo e intimidad”, por ejemplo, escribimos que estábamos de acuerdo en ser monógamos porque, en este preciso momento, la monogamia nos venía bien. Sin embargo, no damos por hecho que eso sea lo que vamos a querer siempre.
Nuestro contrato no es infalible ni es la solución a todos los problemas. No obstante, sí reconoce que cada uno tiene deseos que merecen expresarse y reconocerse. Mientras dábamos por terminada la más reciente renovación, Mark tecleó un nuevo encabezado antes del final: Matrimonio. “Y, ¿qué opinas?”, me preguntó, recargándose en la silla como si acabara de preguntarme de qué restaurante quería ordenar comida.
Me quedé mirando mi cerveza fijamente. Esta no era la primera vez que hablábamos sobre matrimonio, pero ahora, con el contrato abierto, parecía oficial. Me retorcí, sabiendo que una parte de mí quería decir: “Hagámoslo”, mientras que la otra quería rechazar la institución en general y amarnos y comprometernos en nuestros propios términos.
“¿Qué nos ofrece el matrimonio que no tengamos ya?”, pregunté.
“Buena pregunta”, dijo.
“Sería bonito escuchar los discursos graciosos y alentadores que nos dedicarán nuestros amigos”, dije. “Pero en realidad no quiero planear una boda ni pagarla”.
Estuvo de acuerdo. Nos gusta esto que hemos creado.
Sé que se supone que un compromiso de toda una vida debe incluir una sorpresiva propuesta de matrimonio, una aceptación llorosa y una publicación en Facebook de selfis felices. Sin embargo, se trata del resto de nuestras vidas, así que quiero que lo pensemos bien, juntos.
Por último, Mark tecleó: “Acordamos que el matrimonio es un tema de conversación en curso”.
Pareciera algo trivial ponerlo por escrito, pero hablar —en lugar de solo esperar y hacerse preguntas— ha sido un alivio para ambos.
Mientras termino de teclear esto, Mark está corriendo y el perro ronca a un volumen terriblemente dulce; yo estoy en casa en la amplitud de mi propia mente. Fracasé en mi meta de amar con mayor moderación, pero por primera vez en mi vida siento que hay lugar para mí en mi relación y espacio para que podamos decidir exactamente cómo queremos practicar el amor.
Pareciera que estamos subiendo la escalera mecánica de la relación, pero yo prefiero pensar que subimos por las escaleras que no son automáticas.
https://www.nytimes.com/es/2017/06/26/modern-love-36-preguntas-contrato/?smid=fb-espanol&smtyp=cur
Read in English
¿Acaso queríamos hacer algún cambio? Mientras Mark y yo revisábamos cada categoría, acordamos dos cambios menores: yo saldría a pasear al perro el martes y él el sábado, y ahora yo limpiaría los entrepaños de la cocina, pero él se haría cargo de la tina de baño.
La última versión del “Contrato de relación entre Mark y Mandy”, un documento de cuatro páginas con interlineado sencillo que firmamos y fechamos, tendría una vigencia exacta de doce meses, transcurridos los cuales tendríamos la opción de revisarlo y renovarlo, como habíamos hecho en otras dos ocasiones. El contrato especifica todo, desde las cuestiones sexuales hasta las finanzas y nuestras expectativas a futuro. Y me encanta.
Escribir un contrato de relación podría sonar calculador o poco romántico. Pero cada relación es contractual: nosotros solo hacemos los términos más explícitos. Nos recordamos que nuestro amor no es algo que nos pasa, sino algo que hacemos juntos. Después de todo, este método fue lo que nos unió en primer lugar.
Hace dos años y medio, escribí una columna de Modern Love sobre cómo Mark y yo habíamos pasado nuestra primera cita poniendo a prueba un experimento psicológico que utilizaba 36 preguntas para ayudar a dos extraños a enamorarse. Esa experiencia nos ayudó a pensar en el amor no como una cuestión de suerte ni del destino, sino como la práctica de realmente darse a la tarea de conocer a otra persona y permitir que esa otra persona nos conozca. Pensar en el amor de una forma deliberada parece funcionarnos bien.
En el pasado, no me había funcionado esperar que una relación funcionara simplemente porque las dos personas involucradas se amaban. Pasé mis veintes con un hombre que sabía exactamente qué quería y cómo quería ser él. Yo lo único que quise fue que él me amara.
Estuvimos juntos casi una década, y en ese tiempo de algún modo dejé de lado mis hábitos y preferencias. Si quería dividir los gastos en alimentos, él sugería que compráramos solo las cosas que nos gustaban a los dos. Si quería que pasáramos juntos los fines de semana, podía ir a esquiar con él y sus amigos. Y eso hacía. Hice que mi vida fuera como la suya.
No fue sino hasta que me fui a vivir a otro lado que comencé a darme cuenta de que no había habido lugar para mí en nuestra relación, y no solo porque mi ex no me lo había ofrecido: a mí nunca se me ocurrió pedirlo. Estaba enamorada y el amor significaba hacer, ¿no es así? Pero ¿qué pasa si lo amé demasiado?
Años antes, había leído Un cuarto propio de Virginia Woolf y pensé que lo había entendido, pero no fue así. A los veinte, me entregué por completo al amor y no fue sino hasta que la relación terminó, a los 29, cuando me di cuenta de lo que significaba habitar plenamente mis días y la amplitud de mi propia mente. Me dio tanta dicha descubrir que mi tiempo era mío, así como cada una de mis decisiones, ya fuera qué cocinar o a qué hora irme a la cama.
Decidí que en mi próxima relación amaría con mayor moderación, reservándome más para mí misma.
Cuando conocí a Mark, se amoldó a mi vida tan fácilmente que me sorprendió. Mis amigos lo adoraban. Mi perro, Roscoe, aullaba de alegría al verlo. Pero tenía mis dudas cuando comenzamos a hablar de vivir juntos.
Me preguntaba si las minucias de la vida doméstica nos convertirían en criaturas insignificantes que peleaban por la ropa sucia. Sobre todo, me preocupaba perderme de nuevo, por un hombre y una relación, rebasada por esas ideas anquilosadas de cómo el amor lo puede todo.
Mark tenía sus propias reservas. “No quiero hacer esto solo porque es lo que se supone que debemos hacer”, me dijo. “Solo quiero que vivamos juntos si eso mejorará nuestras vidas”. Pasamos semanas enumerando con angustia los pros y los contras de vivir juntos. Me había topado con un libro, The New I Do: Reshaping Marriage for Skeptics, Realists and Rebels, que recomienda contratos de matrimonio a corto plazo. Nos gustó la idea y nos dimos cuenta de que podíamos adoptar este método para vivir juntos.
Muchos de nosotros no nos damos cuenta de cómo el amor romántico actúa como una fuerza organizadora de nuestra vida, pero es una fuerza poderosa. Algunos usan el término “escalera mecánica de las relaciones” para describir cómo tendemos a seguir guiones familiares a medida que avanzamos en una relación, desde las salidas informales, pasando por la unión libre, el matrimonio y la familia. Estos guiones que nos dicen cómo debería ser el amor están tan omnipresentes que algunas veces resultan invisibles.
En mi última relación, había pasado demasiado tiempo preocupándome por subir la escalera. Ni siquiera estaba segura de lo que quería, pero me daba pánico intentar averiguarlo al hablar de ello. En cambio, peleaba por todo: el dinero, las tareas domésticas o cómo pasar el fin de semana. Si estaba enojada, me resultaba más fácil ser honesta. Con Mark, quería hacerlo mejor.
Nuestro contrato aborda mucho de lo que tiene que negociarse en cualquier relación, en especial si se vive con la otra persona. Comienza con nuestras razones para estar juntos: “Aspiramos a ayudarnos a ser amigos, miembros de la comunidad y ciudadanos del mundo más éticos y generosos”. Me parece que suena idealista, pero he tenido relaciones en las que acabé sintiéndome sola y disminuida. Esta ocasión, quería tener una intención más clara sobre lo que sucedería al exterior y al interior.
Los términos van de lo familiar (“Nos cuidaremos cuando alguno se enferme”) a lo imaginativo (“Si los dos nos enfermamos, le toca al perro”). De hecho, hay toda una sección para Roscoe, en la que detallamos sus horarios de paseos, visitas al veterinario e incluso lo dulce que pensamos que es.
Tenemos una sección sobre los invitados a la casa (pueden quedarse hasta dos semanas, pero deben contar con la aprobación de ambas partes) y una cláusula que tiene que ver con la ropa sudada que usa Mark para correr (“Mark acuerda colgar esa ropa en el cuarto de huéspedes o en la cara interna de la puerta del baño, pero quiere que Mandy sepa que este podría ser un incidente bastante común”).
Acordamos dividir la cuenta cuando salgamos a comer, con una excepción: “Las ocasiones especiales (la noche en la que uno invite a cenar al otro, celebraciones, etcétera) no se dividirán, de tal modo que una persona pueda invitar a la otra”. Era importante para mí que desayunáramos juntos porque era algo que solíamos hacer en mi familia durante mi infancia, así que lo pusimos por escrito.
Es sorprendente lo empoderador que puede ser ponerles palabras a tus deseos e inseguridades, por pequeñas que sean, y hacerles lugar. Es algo tan sencillo… pero no fue fácil. No estaba habituada a saber qué quería de una relación, mucho menos a decirlo en voz alta. Ahora, tengo que hacer ambas cosas.
No queríamos dar nada por hecho, lo cual significaba tener las conversaciones que antes solía evitar. En el apartado de “Sexo e intimidad”, por ejemplo, escribimos que estábamos de acuerdo en ser monógamos porque, en este preciso momento, la monogamia nos venía bien. Sin embargo, no damos por hecho que eso sea lo que vamos a querer siempre.
Nuestro contrato no es infalible ni es la solución a todos los problemas. No obstante, sí reconoce que cada uno tiene deseos que merecen expresarse y reconocerse. Mientras dábamos por terminada la más reciente renovación, Mark tecleó un nuevo encabezado antes del final: Matrimonio. “Y, ¿qué opinas?”, me preguntó, recargándose en la silla como si acabara de preguntarme de qué restaurante quería ordenar comida.
Me quedé mirando mi cerveza fijamente. Esta no era la primera vez que hablábamos sobre matrimonio, pero ahora, con el contrato abierto, parecía oficial. Me retorcí, sabiendo que una parte de mí quería decir: “Hagámoslo”, mientras que la otra quería rechazar la institución en general y amarnos y comprometernos en nuestros propios términos.
“¿Qué nos ofrece el matrimonio que no tengamos ya?”, pregunté.
“Buena pregunta”, dijo.
“Sería bonito escuchar los discursos graciosos y alentadores que nos dedicarán nuestros amigos”, dije. “Pero en realidad no quiero planear una boda ni pagarla”.
Estuvo de acuerdo. Nos gusta esto que hemos creado.
Sé que se supone que un compromiso de toda una vida debe incluir una sorpresiva propuesta de matrimonio, una aceptación llorosa y una publicación en Facebook de selfis felices. Sin embargo, se trata del resto de nuestras vidas, así que quiero que lo pensemos bien, juntos.
Por último, Mark tecleó: “Acordamos que el matrimonio es un tema de conversación en curso”.
Pareciera algo trivial ponerlo por escrito, pero hablar —en lugar de solo esperar y hacerse preguntas— ha sido un alivio para ambos.
Mientras termino de teclear esto, Mark está corriendo y el perro ronca a un volumen terriblemente dulce; yo estoy en casa en la amplitud de mi propia mente. Fracasé en mi meta de amar con mayor moderación, pero por primera vez en mi vida siento que hay lugar para mí en mi relación y espacio para que podamos decidir exactamente cómo queremos practicar el amor.
Pareciera que estamos subiendo la escalera mecánica de la relación, pero yo prefiero pensar que subimos por las escaleras que no son automáticas.
https://www.nytimes.com/es/2017/06/26/modern-love-36-preguntas-contrato/?smid=fb-espanol&smtyp=cur
Read in English
MODERN LOVE; Juega bien estas cartas: las 36 preguntas para enamorarse de cualquiera
lunes, 3 de julio de 2017
Hay poco triunfalismo, mucha expectación y algunas profecías de consuelo. La victoria de Macron sobre fondo de abstención intriga a Francia.
Rafael Poch
La Vanguardia
Más allá del hecho, claro y bien medido, de la histórica derrota de los “sectores populares” y del soberanismo nacional en las instituciones francesas, la interpretación de la victoria del macronismo en el último ciclo electoral francés (presidenciales seguidas de legislativas) intriga al país.
El único matiz de esa derrota es la abstención, el hecho de que la mayoría de los franceses no han participado en las elecciones (57% sin contar 9,5 millones de ausentes del censo) y que la base real del nuevo poder triunfante -dotado de plenos poderes y con mayorías en las instituciones- ronda el 16% y brilla en su base social por la ausencia de los llamados “sectores populares”, la Francia de los de abajo. Pero, a partir de ahí ¿qué conclusiones?
¿Hay una espera entre curiosa e indulgente rodeando al macronismo y su pretendida “renovación” neoliberal, a la vez de izquierdas y de derechas, o toda esa abstención que supera en diez millones de almas al voto al partido presidencial es un gruñido social presto a explosionar?
Esta segunda interpretación es la preferida por la izquierda, que tras su éxito de abril (19% del voto) se encuentra ahora con 27 míseros diputados (sobre 577) y contenta de haber logrado grupo parlamentario. Sin embargo, lo menos que puede decirse es que si el nuevo poder es frágil, a la abstención de 6 de cada 10 franceses tampoco le falta ambiguedad.
El líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que en 2014 ya profetizó que “las de 2017 no serán unas elecciones, será una insurrección”, dice ahora que la abstención está cargada de “contenido político ofensivo” y que es una “huelga general cívica”, pero la simple realidad es que al día de hoy, y encuestas en mano, la abstención puede también interpretarse como quietismo conformista.
Mélenchon profetiza ahora, “un choque social terrible” y espera “el acontecimiento”, una chispa (en ruso iskra, así se llamaba la revista de Lenin) que encienda el panorama, como sucedió en Túnez con el suicidio de un joven que desencadenó la revolución ciudadana. “No se sabe qué será lo que prenderá la mecha, pero ya está encendida”, ha dicho en una entrevista con el semanario Society.
Todo eso es conjetura. En la propia circunscripción marsellesa de Mélenchon la abstención ha sido superior al 64%, siete puntos por encima de la media nacional. Y el electorado de la izquierda, 7 millones el pasado 23 de abril, se ha quedado en un 60% en casa en las legislativas. La situación es enormemente ambigua, para todos, y a nadie se le escapa.
“Mayoría absoluta, victoria relativa”, titula el muy macronista Le Monde en su edición de hoy. “Nunca una mayoría tan imponente se ha producido con tan pocos electores, jamás un poder presidencial tan fuerte había reposado sobre una base tan exigua”, señala la editorial del conservador Le Figaro. Si la expectativa de la izquierda tiene algo de tomar deseos por realidad y de obviar la incontestable derrota popular en las instituciones, la derecha no las tiene todas consigo. La victoria, “no ha suscitado ningún movimiento de entusiasmo alrededor de la persona, ni de sus candidatos, ni de su proyecto. Domina la expectación”, constata Le Figaro. La Francia plebeya se ha retirado pero en algún momento puede girarse con formas difícilmente controlables, observa el diario conservador.
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170620/423516687149/la-victoria-de-macron-sobre-fondo-de-abstencion-intriga-a-francia.html
La Vanguardia
Más allá del hecho, claro y bien medido, de la histórica derrota de los “sectores populares” y del soberanismo nacional en las instituciones francesas, la interpretación de la victoria del macronismo en el último ciclo electoral francés (presidenciales seguidas de legislativas) intriga al país.
El único matiz de esa derrota es la abstención, el hecho de que la mayoría de los franceses no han participado en las elecciones (57% sin contar 9,5 millones de ausentes del censo) y que la base real del nuevo poder triunfante -dotado de plenos poderes y con mayorías en las instituciones- ronda el 16% y brilla en su base social por la ausencia de los llamados “sectores populares”, la Francia de los de abajo. Pero, a partir de ahí ¿qué conclusiones?
¿Hay una espera entre curiosa e indulgente rodeando al macronismo y su pretendida “renovación” neoliberal, a la vez de izquierdas y de derechas, o toda esa abstención que supera en diez millones de almas al voto al partido presidencial es un gruñido social presto a explosionar?
Esta segunda interpretación es la preferida por la izquierda, que tras su éxito de abril (19% del voto) se encuentra ahora con 27 míseros diputados (sobre 577) y contenta de haber logrado grupo parlamentario. Sin embargo, lo menos que puede decirse es que si el nuevo poder es frágil, a la abstención de 6 de cada 10 franceses tampoco le falta ambiguedad.
El líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que en 2014 ya profetizó que “las de 2017 no serán unas elecciones, será una insurrección”, dice ahora que la abstención está cargada de “contenido político ofensivo” y que es una “huelga general cívica”, pero la simple realidad es que al día de hoy, y encuestas en mano, la abstención puede también interpretarse como quietismo conformista.
Mélenchon profetiza ahora, “un choque social terrible” y espera “el acontecimiento”, una chispa (en ruso iskra, así se llamaba la revista de Lenin) que encienda el panorama, como sucedió en Túnez con el suicidio de un joven que desencadenó la revolución ciudadana. “No se sabe qué será lo que prenderá la mecha, pero ya está encendida”, ha dicho en una entrevista con el semanario Society.
Todo eso es conjetura. En la propia circunscripción marsellesa de Mélenchon la abstención ha sido superior al 64%, siete puntos por encima de la media nacional. Y el electorado de la izquierda, 7 millones el pasado 23 de abril, se ha quedado en un 60% en casa en las legislativas. La situación es enormemente ambigua, para todos, y a nadie se le escapa.
“Mayoría absoluta, victoria relativa”, titula el muy macronista Le Monde en su edición de hoy. “Nunca una mayoría tan imponente se ha producido con tan pocos electores, jamás un poder presidencial tan fuerte había reposado sobre una base tan exigua”, señala la editorial del conservador Le Figaro. Si la expectativa de la izquierda tiene algo de tomar deseos por realidad y de obviar la incontestable derrota popular en las instituciones, la derecha no las tiene todas consigo. La victoria, “no ha suscitado ningún movimiento de entusiasmo alrededor de la persona, ni de sus candidatos, ni de su proyecto. Domina la expectación”, constata Le Figaro. La Francia plebeya se ha retirado pero en algún momento puede girarse con formas difícilmente controlables, observa el diario conservador.
http://www.lavanguardia.com/edicion-impresa/20170620/423516687149/la-victoria-de-macron-sobre-fondo-de-abstencion-intriga-a-francia.html
lunes, 22 de febrero de 2016
_--36 Horas en Porto, Portugal
_--Mercado 48 Candelabro
Garrafeira AMS
10 Centro Comercial Bombarda
Brasão Cervejaria
11 Stash
5 Touriga Vinhos
Porta'O Lado
A Vida
Trasca
Torre de Clérigos 8
Feeting Room
4 São Bento train station
1 Caldeireiros
9 Confeitaria Serrana
Porto In a Bottle
2 Cremosi
Centro Português de Fotografia
7 Cantinho do Avillez 3
Armazém 13
Sé do Porto, 6
Vinologia
Teleférico de Gaia, 12
Del siglo XIX, XVIII- Impresionantes edificios, nuevos bares indie y restaurantes y un ambiente relajado, facilitado por el excelente vino - es difícil encontrar algo que no me guste sobre Porto. Su centro transitable está repleto de calles empedradas y balcones adornados con macetas, y el amor de la ciudad por los alimentos y el diseño es evidente en tiendas de concepto y restaurantes de moda que ofrecen pequeños platos innovadores. Un día ideal en Porto combina la grandeza de su historia y su muy fresco up-to-the-minute.
VIERNES
1. TRENES, AZULEJOS Y GOLOSINAS, 3 P.M.
La mayoría de los visitantes llegan en tren, y vale la pena tomarse el tiempo para examinar la estación de São Bento. con más de un siglo de antigüedad, el interior del edificio de Bellas Artesanías está decorado con azulejos, los azulejos azules y blancos exquisitos por los que Portugal es famosa. A pocos pasos de la estación están dos establecimientos frecuentados por los ciudadanos amantes de los dulces de Oporto. Confeitaria Serrana, una panadería familiar desde hace más de 40 años, sirve el mejor pastel llamado bolinho de Berlin (1,10 euros o $ 1.16 a $ 1.06 al euro), una dosis de crema pastelera intercalada en un bollo espolvoreado de azúcar. En la cercana Cremosi, el helado local de excelente calidad viene en sabores boozy, incluyendo oporto y gin-tonic. Combinar los dos para hacer la versión congelada de la firma de la ciudad bebida, el porto-tonic.
2. LAS COMPRAS DEl vino de oporto. 16:30
Los principales productores de portos tienen sus almacenes en Vila Nova de Gaia, en el lado sur del río Duero, pero obtendrá una base más sólida en la bebida local por ahondar en las tiendas de vino en el lado de Porto. Dirigido por la eficiente y amable Marco Ferreira y Célia Lino, Porto en una botella se especializa en el puerto de los pequeños productores. Touriga Vinhos de Portugal es otra parada de mérito, ofreciendo muestras de tres oporto de cinco euros y una buena selección de vinos portugueses. Para aquellos que están más interesados en la prueba de muestras que en las compras, Vinologia ofrece una selección de portos (35 euros) que vienen con una breve introducción a las muchas variedades.
3. PORTUGUÉS MODERNO, 20:30
Como uno de los chefs estrella de rock de Portugal, José Avillez es un nombre familiar. Su primera aventura Porto, Cantinho do Avillez, atrae a los turistas y lugareños por sus platos creativos que combinan técnicas extraídas de la gastronomía molecular con los ingredientes que definen la cocina portuguesa. El bacalhau lascas deconstruídos de pescado y patatas fritas, el bacalao desmenuzado y mezclado con huevos cocidos a baja temperatura y "estallan" aceitunas que se derriten en la boca. Cena para dos, de 75 euros.
SÁBADO
4. TIENDA LOCAL, 11 a.m.
Tomar un café y pasteles en uno de innumerables confeitarias de la ciudad y ahorrar para un almuerzo temprano. Echa un vistazo al diseño local de excelente calidad en la habitación Feeting, una tienda de concepto elegante de venta de ropa y accesorios, incluyendo artículos de cuero hermosos de la marca Porto María Maleta. Subir las escaleras en A Vida Portuguesa encontrará coloridos y nostálgicos productos portugueses, desde cuadernos a latas de sardinas, todo con el empaquetado de estilo retro intacto. Mitad Salón, mitad media tienda, Mercado 48 tiene el tipo de recuerdos que usted estará orgulloso de mostrar en su casa, al igual que las modernas teteras y tazas de corcho-y-cerámica, esmaltadas en una variedad de colores, que le dan un guiño a la historica producción de corcho de Portugal. El Centro Comercial Bombarda no se abre hasta el mediodía, pero esta colección de pequeñas tiendas y restaurantes en la galería atestada de la rua da Bombarda es un paraíso para los compradores que buscan tiendas repletas de productos de diseñadores de cosecha propia.
5. DEGUSTAR CHAMPAGNE 1:30 P.M.
Si la cena en el restaurante Pedro Lemos 1 estrella Michelin no quiebra el banco, todavía es posible probar la comida del chef del mismo nombre. Junto con su esposa, Joana Espinheira, el Sr. Lemos abrió Stash, una tienda de sandwiches, en 2014. Venir aquí de Vacaciones a por un sándwich de carne de cerdo ibérico negro cocinado durante 12 horas y aliñado con mayonesa de albahaca, o un sándwich de pollo a la brasa con encurtidos caseros o una Francésiña de papas adornada con romero, y con una copa de vino por 2 euros. El almuerzo para dos, alrededor de 18 euros.
6. CATEDRALES Y CLAUSTROS, 3 P.M.
Un punto de referencia de Porto, la catedral de torres gemelas, Sé do Porto (entrada gratuita), es una hermosa amalgama de detalles arquitectónicos de varios siglos, a partir del XII. El resultado es un edificio histórico que es digno de Instagram dentro y por fuera. Asegúrese de explorar el claustro gótico del siglo XIV de atmósfera inquietante (3 euros), con su exquisitas piedras y azulejos decorativos. La plaza en la que se encuentra la catedral conduce a una vista perfecta sobre el mar de pintorescas casas de techos rojos que bajan hasta el río.
7. RECESO DE FOTOS, 16:00
Ubicado en una antigua cárcel, el Centro Portugués de Fotografía (gratis) tiene un singular entorno, así como impresionantes exposiciones de fotografía temporales. El edificio data del siglo XVIII y con presos detenidos hasta que la Revolución de los Claveles los liberó en 1974; rejas todavía cubren las ventanas. En el tercer piso hay una enorme colección impresionante de cámaras de cada década, incluyendo algunas fabulosas cámaras de "espionaje" de los años 60, 70 y 80 que se disfrazan de rollos de dulces, latas de Pepsi y paquetes de Marlboro.
8. TORRE DE CLÉRIGOS, 17:30
Inmejorables vistas panorámicas de las iglesias y los tejados de Oporto, sus históricos almacenes portuarios, la curva del río Duero y las gaviotas que planean a orográfica sobre el paseo marítimo, barrio de Ribeira, se puede tener desde el campanario de la Torre de los Clérigos (entrada 3 euros), 225 pasos hasta un estrecha escalera de caracol. Las habitaciones frente a las escaleras son el hogar de una exposición que documenta la historia de los habitantes y arquitectos de la torre del siglo XVIII; la iglesia adyacente (incluida en el precio de la entrada), también es digno de una mirada.
9. TAPAS, estilo portugués, 19:30
Una tendencia muy agradable que se intensificó en Porto son los petiscos, la versión portuguesa de las tapas. En vez de una cena formal, probar algunos de los lugares más nuevos. En Rua dos Caldeireiros, un puñado de restaurantes han aparecido recientemente, de los cuales Caldeireiros es el destacado. Deténgase aquí para el alheira de Caça, un embutido elaborado con carnes blancas como el conejo y pollo, y se sirve con espinacas y ajo. O probar el sándwich de lomo de cerdo, cubierto con queso derretido local (vino y platos pequeños para dos personas, en torno a 25 euros). Una calle más, Trasca ofrece delicias como pequeños chiles verdes asados (3,50 euros) con un vaso de vino verde (3,50 euros). El ambiente informal y asientos al aire libre abundantes en Porta'O Lado son atractivos, pero platos como la versión mini de la francesiña, un sándwich local de embutidos, carne, queso, huevo y salsa de tomate con la cerveza, son el verdadero atractivo. Pareja con el vino del valle del Duero (vino y pequeños platos para dos personas, alrededor de 20 euros).
10. BEBIDA LATE NIGHT, 23:00
Los mejores bares de Porto también son más relajado. Garrafeira AMS es una tienda de vinos con poca luz, con unas pocas mesas sencillas y un menú de vinos portugueses cuidadosamente seleccionado vendidos por copa (también se puede tirar una botella de los estantes y beberla allí). Caminar por el bloque de la barra más sin esfuerzo fresco en la ciudad. Esta lleno de humo y de gente dentro de Candelabro, pero no vas a encontrar alivio en la acera, donde los clientes se congregan con botellas de cerveza Super Bock (1,60 euros) en la mano.
DOMINGO
11. ALMUERZO, LOCALES Y RÚSTICO, MEDIODÍA
Reserve con anticipación para el almuerzo en Brasão Cervejaria. Los suelos de baldosas rústicas, asientos de madera y paredes de piedra que se ven como si hubieran existido siempre, pero abrió sus puertas en 2014 y ha tenido a gente haciendo cola por su cocina portuguesa bien ejecutada desde entonces. Las comidas comienzan con pan y mantequilla con sabor a jamón ibérico; siga esto con el tartar de carne y papas fritas frescas o mollejas guisadas. Añada la cebolla entera frita servida con mayonesa de ajo negro. El almuerzo para dos, alrededor de 30 euros.
12. SOBRE EL AGUA, 13:30
El Puente (Ponte) binivel de Dom Luís I se extiende desde la sección de Ribeira de Oporto sobre el río Duero en Vila Nova de Gaia. Dé un paseo por el puente, con sus exquisitas vistas río abajo, a los almacenes portuarios que salpican el lado opuesto. Casi todos ofrecen tours, pero es la visión de Porto y la animada zona ribereña de Ribeira que son la característica más espectacular. Pasee por la orilla del río, o vaya a la gira en Sandeman o Taylor, a continuación, coja el teleférico (5 euros), lo que le llevará de vuelta al puente.
13. ARTES y OFICIOS, 03:30 P.M.
Uno de los más nuevos espacios polivalentes de Oporto, Armazém es un (apenas) Antiguo Almacén justo al lado del río, al oeste de Ribeira. Alberga una cafetería-bar, galería y tiendas que venden de todo, desde muebles de época a las telas para la ropa de colores y bolsas de mano por los portugueses con marca de diseño Mexxca, este espacio tiene algo para todos. Después de ir de compras, tomar una copa y la cabeza a cubierta en las sillas del patio en el verano, o las mesas de picnic en frente de la chimenea de interior en el invierno.
Alojamiento
Cno menos de dos años de edad, el Mercador Pensión (Rua Miguel Bombarda 382; mercadorguesthouse-hotel.guestcentric.net; habitaciones dobles desde 78 euros, incluyendo el desayuno) está en el artístico Rua Bombarda y ofrece siete habitaciones confortables y agradables (pedir una superior con un balcón). La caja de la Casa Blanca (Rua de Santa Catarina 575; the-white-box.pt; habitaciones dobles desde 50 euros, incluyendo el desayuno) está a poca distancia del centro de la ciudad. Cada uno de sus cinco habitaciones es diferente, pero todas cuentan con suelos de madera y una estética moderna.
http://www.nytimes.com/interactive/2016/01/28/travel/what-to-do-in-36-hours-in-porto-portugal.html?em_pos=medium&emc=edit_tl_20160129&nl=travel-dispatch&nl_art=0&nlid=31217582&ref=headline&te=1
sábado, 31 de julio de 2010
Entrevista a Guillermo Rendueles Olmedo, psiquiatra y ciudadano comprometido
"He impuesto un orden al caos de la vida"
«La antipsiquiatría preveía un futuro perfecto y no se cumplió, más por la insolidaridad social que por el modelo» «El psiquiatra ni cura, ni enseña a vivir, ni absuelve de pecado»
Guillermo Rendueles Olmedo (Gijón, 1948), psiquiatra y activista durante muchos años, militó en el Partido Comunista en la clandestinidad y lo penó con rigor. Hijo de la burguesía gijonesa, discípulo de José Luis García Rúa, avanzado de la antipsiquiatría, autocrítico con las limitaciones de su disciplina, sus ideas han tenido en los últimos años una deriva libertaria.
-Acabó la carrera en 1970, con 23 años. ¿Ya conocía a su mujer?
-Conocí a María Jesús en 1969, en «Gesto», y García Rúa nos daba clases de alemán en su casa. Al acabar la carrera empecé la mili en la Marina, en el Ferrol. Intenté aprovechar las relaciones de mi padre para un enchufe, incluso con Torcuato Fernández-Miranda, pero valían más los informes de Claudio Ramos. Cuando llegué al Ferrol me llamó expresamente el vicealmirante -me hicieron vestirme de gala para verlo- para decirme que si las cosas fueran como debían, me ahorcarían y me advirtió de que tendría una mala estancia...
-Hace la residencia en Oviedo.
-El primer MIR de España. Se inaugura el Hospital General de aquel gobernador civil del Opus Dei, López Muñiz, que trae un «staff» muy prestigioso de EE.UU. Montoya, venía de Canadá; Pepe García, años después consejero de Sanidad, de Alemania.
-¿Ya le interesa lo que hace?
-Sí. Había un ambiente muy competitivo, por la excelencia científica, y muy idealista, por la construcción de una sanidad pública. La psiquiatría estaba muy ideologizada. El mejor modelo para la psiquiatría era la autogestión. El discurso psiquiátrico era la antipsiquiatría. Encontramos un manicomio enorme con 800 locos y secciones cerradas, abiertas y semiabiertas. Vivíamos allí, en una residencia. El análisis era que el problema de la psiquiatría no es el cerebro, sino el encierro. Los síntomas de lo que llamamos locuras se deben más al encierro que a la enfermedad.
-¿Cómo lo ve hoy?
-La teoría de Erving Goffman sobre las instituciones totales -cárceles, cuarteles, manicomios...- me parece correcta. Franco Basaglia -a quien algunos van a ver a Gorizia (Italia) y viene a España- es muy deslumbrante, pero hoy sabemos que el defecto esquizofrénico continúa aunque derribemos la institución. Entonces las ideas antipsiquiátricas recorrían el mundo y no moderaron su entusiasmo hasta los ochenta. Para escuchar la voz del enfermo creamos una minicomunidad terapéutica en la que se votaban los permisos y en la que te confundían si no llevabas bata. De los 800 internos, muchos no tenían que estar allí, era el estigma, y el manicomio es un ambiente pobre en estímulos. Ese efecto secundario lo comprobamos hoy en enfermos que no han pasado por el manicomio. En aquel discurso tan ideológico se creía que en el futuro habría menos psiquiatras porque la población sería más cordial, y menos medicamentos. Hoy vemos que se ha psiquiatrizado la sociedad y se acude a la ayuda profesional en lugar de gestionar los propios problemas. El «pope» denostado de entonces, López-Ibor, acertó más cómo sería nuestra práctica que mi amigo y aplaudido Carlos Castilla del Pino, porque recetamos más antidepresivos. Hay locos que desatar, que necesitan un trabajo y una sociedad acogedora, pero la realidad es que salen a una sociedad hostil en la que, si no hay trabajo para los sanos, imagínate para ellos. Nadie los quiere cerca: o los acoge la familia o los ves vagando. Preveíamos un futuro perfecto que no se cumplió, más por la sociedad insolidaria que por el modelo.
-La psiquiatría ahora.
-Es una práctica muy confusa. La medicina moderna se basa en la radiología y el laboratorio mientras que el psiquiatra pretende hacer una medicina sin prueba. Con pocos datos tienes que hacerte idea de la intensidad de una depresión y recetar fármacos brutales que pasaron de no costar casi nada a ser carísimos...
-Pero receta drogas legales.
-Otra falsa promesa. Ninguna droga mejora la vida. Si la hubiera, yo la tomaría.
-Tuvo un MIR conflictivo.
-Tres huelgas seguidas. Ganamos las dos primeras: formar parte de los órganos de dirección y que el MIR, que era beca, se convirtiera en contrato. Perdimos la tercera: evitar que entrara un enchufado. Hicimos un encierro y acabaron con todo, con despidos en el «staff» y sin dejar un residente. Es verdad que el Partido Comunista trató de capitalizar aquello, que hubo solidaridad de los mineros, que estuvo Gerardo Iglesias, pero esta lucha no era un pretexto contra el régimen. El equipo desperdigado llevó la reforma psiquiátrica por toda España...
Dejó el PCE en el congreso de Perlora en 1978.
-Los que se fueron del PCE entraron en el PSOE. Herrero Merediz contaba en reuniones que el PSOE necesitaba técnicos. Yo dije que «ni cargado de duros», frase que me hizo perder amigos. Reenganché la política en la fundación de Izquierda Unida, pero con actividad muy «light». Ahora tengo una deriva libertaria a la que llego por Fernando Álvarez-Uría, por la revista «Archipiélago». Sigo a Robert Castel, que hereda la antipsiquiatría, y a Foucault. Mi última pelea es la insumisión. Mi hijo César, un estudiante brillante, se hace insumiso, lo procesan y lo condenan a dos años. Ahora dirige «La Dinamo», la revista animosa...
-¿Mereció la pena todo esto?
-Doy gracias no sé a quién por la buena vida, por ser un privilegiado, estar sano, sin guerra, hacer carreras y dar charlas a chicos que en las «manifas» primero creen que soy «poli» y luego «uno de los nuestros». He dado sentido a la vida, he impuesto un orden a este caos.
Javier Cuervo, La nueva España de Oviedo. Leer sobre otros "antisiquiatras"; David Cooper, R. D. Laing y Thomas Szasz.
«La antipsiquiatría preveía un futuro perfecto y no se cumplió, más por la insolidaridad social que por el modelo» «El psiquiatra ni cura, ni enseña a vivir, ni absuelve de pecado»
Guillermo Rendueles Olmedo (Gijón, 1948), psiquiatra y activista durante muchos años, militó en el Partido Comunista en la clandestinidad y lo penó con rigor. Hijo de la burguesía gijonesa, discípulo de José Luis García Rúa, avanzado de la antipsiquiatría, autocrítico con las limitaciones de su disciplina, sus ideas han tenido en los últimos años una deriva libertaria.
-Acabó la carrera en 1970, con 23 años. ¿Ya conocía a su mujer?
-Conocí a María Jesús en 1969, en «Gesto», y García Rúa nos daba clases de alemán en su casa. Al acabar la carrera empecé la mili en la Marina, en el Ferrol. Intenté aprovechar las relaciones de mi padre para un enchufe, incluso con Torcuato Fernández-Miranda, pero valían más los informes de Claudio Ramos. Cuando llegué al Ferrol me llamó expresamente el vicealmirante -me hicieron vestirme de gala para verlo- para decirme que si las cosas fueran como debían, me ahorcarían y me advirtió de que tendría una mala estancia...
-Hace la residencia en Oviedo.
-El primer MIR de España. Se inaugura el Hospital General de aquel gobernador civil del Opus Dei, López Muñiz, que trae un «staff» muy prestigioso de EE.UU. Montoya, venía de Canadá; Pepe García, años después consejero de Sanidad, de Alemania.
-¿Ya le interesa lo que hace?
-Sí. Había un ambiente muy competitivo, por la excelencia científica, y muy idealista, por la construcción de una sanidad pública. La psiquiatría estaba muy ideologizada. El mejor modelo para la psiquiatría era la autogestión. El discurso psiquiátrico era la antipsiquiatría. Encontramos un manicomio enorme con 800 locos y secciones cerradas, abiertas y semiabiertas. Vivíamos allí, en una residencia. El análisis era que el problema de la psiquiatría no es el cerebro, sino el encierro. Los síntomas de lo que llamamos locuras se deben más al encierro que a la enfermedad.
-¿Cómo lo ve hoy?
-La teoría de Erving Goffman sobre las instituciones totales -cárceles, cuarteles, manicomios...- me parece correcta. Franco Basaglia -a quien algunos van a ver a Gorizia (Italia) y viene a España- es muy deslumbrante, pero hoy sabemos que el defecto esquizofrénico continúa aunque derribemos la institución. Entonces las ideas antipsiquiátricas recorrían el mundo y no moderaron su entusiasmo hasta los ochenta. Para escuchar la voz del enfermo creamos una minicomunidad terapéutica en la que se votaban los permisos y en la que te confundían si no llevabas bata. De los 800 internos, muchos no tenían que estar allí, era el estigma, y el manicomio es un ambiente pobre en estímulos. Ese efecto secundario lo comprobamos hoy en enfermos que no han pasado por el manicomio. En aquel discurso tan ideológico se creía que en el futuro habría menos psiquiatras porque la población sería más cordial, y menos medicamentos. Hoy vemos que se ha psiquiatrizado la sociedad y se acude a la ayuda profesional en lugar de gestionar los propios problemas. El «pope» denostado de entonces, López-Ibor, acertó más cómo sería nuestra práctica que mi amigo y aplaudido Carlos Castilla del Pino, porque recetamos más antidepresivos. Hay locos que desatar, que necesitan un trabajo y una sociedad acogedora, pero la realidad es que salen a una sociedad hostil en la que, si no hay trabajo para los sanos, imagínate para ellos. Nadie los quiere cerca: o los acoge la familia o los ves vagando. Preveíamos un futuro perfecto que no se cumplió, más por la sociedad insolidaria que por el modelo.
-La psiquiatría ahora.
-Es una práctica muy confusa. La medicina moderna se basa en la radiología y el laboratorio mientras que el psiquiatra pretende hacer una medicina sin prueba. Con pocos datos tienes que hacerte idea de la intensidad de una depresión y recetar fármacos brutales que pasaron de no costar casi nada a ser carísimos...
-Pero receta drogas legales.
-Otra falsa promesa. Ninguna droga mejora la vida. Si la hubiera, yo la tomaría.
-Tuvo un MIR conflictivo.
-Tres huelgas seguidas. Ganamos las dos primeras: formar parte de los órganos de dirección y que el MIR, que era beca, se convirtiera en contrato. Perdimos la tercera: evitar que entrara un enchufado. Hicimos un encierro y acabaron con todo, con despidos en el «staff» y sin dejar un residente. Es verdad que el Partido Comunista trató de capitalizar aquello, que hubo solidaridad de los mineros, que estuvo Gerardo Iglesias, pero esta lucha no era un pretexto contra el régimen. El equipo desperdigado llevó la reforma psiquiátrica por toda España...
Dejó el PCE en el congreso de Perlora en 1978.
-Los que se fueron del PCE entraron en el PSOE. Herrero Merediz contaba en reuniones que el PSOE necesitaba técnicos. Yo dije que «ni cargado de duros», frase que me hizo perder amigos. Reenganché la política en la fundación de Izquierda Unida, pero con actividad muy «light». Ahora tengo una deriva libertaria a la que llego por Fernando Álvarez-Uría, por la revista «Archipiélago». Sigo a Robert Castel, que hereda la antipsiquiatría, y a Foucault. Mi última pelea es la insumisión. Mi hijo César, un estudiante brillante, se hace insumiso, lo procesan y lo condenan a dos años. Ahora dirige «La Dinamo», la revista animosa...
-¿Mereció la pena todo esto?
-Doy gracias no sé a quién por la buena vida, por ser un privilegiado, estar sano, sin guerra, hacer carreras y dar charlas a chicos que en las «manifas» primero creen que soy «poli» y luego «uno de los nuestros». He dado sentido a la vida, he impuesto un orden a este caos.
Javier Cuervo, La nueva España de Oviedo. Leer sobre otros "antisiquiatras"; David Cooper, R. D. Laing y Thomas Szasz.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)