sábado, 8 de julio de 2017

La historia (aún) secreta del nacimiento del iPhone

Antes de que alguien supiera sobre la existencia del iPhone afuera de Apple, el nombre clave del proyect al interior de la empresa era “Púrpura”. Nadie parece recordar exactamente por qué, tal vez por el canguro de juguete de color púrpura que tenía uno de los ingenieros.

Púrpura era tan secreto que incluso dentro de Apple muy poca gente sabía de él. Lo desarrollaron en un laboratorio sellado detrás de lectores de credenciales y una puerta de metal. Los empleados tenían que firmar acuerdos de confidencialidad para sus acuerdos de confidencialidad. El laboratorio se empezó a conocer como el “dormitorio púrpura”, porque ahí la gente trabajaba 24 horas, durante fines de semana, días festivos, vacaciones, lunas de miel. Comían ahí. Dormían ahí.

De hecho, aunque en algún momento surgiría como el más perfecto ejemplo de la colaboración entre el cofundador de Apple, Steve Jobs, y el mago del diseño Jony Ive, Púrpura se podría percibir como una pesadilla causada por el trabajo excesivo, archivos comprimidos sin soluciones técnicas y disputas políticas al interior de la empresa.

“Creaste una olla de vapor con un grupo de gente realmente inteligente, pero tienes una fecha de entrega imposible de cumplir, una misión imposible, y después te enteras de que el futuro de toda la empresa depende de ella”, dijo Andy Grignon, uno de los ingenieros clave en el desarrollo del iPhone. “Era como una sopa de miseria”.

Sin duda, el llamado dormitorio púrpura un día será el escenario de una película dramática tensa y claustrofóbica con el guion de Aaron Sorkin. Si es así, la película se podría basar perfectamente en The One Device: The Secret History of the iPhone, un libro nuevo de Brian Merchant, un editor de Motherboard, la división de ciencia y tecnología de Vice.

Merchant realiza la labor importante de excavar y recopilar una gran cantidad de detalles y anécdotas sobre el desarrollo del iPhone, muchos de los cuales no se habían registrado hasta ahora. La labor tiene importancia porque, además de ser resistente a salpicaduras, al agua y al polvo, el iPhone resiste a la historia.

El iPhone vive entre nosotros, pero parece —está diseñado para parecer— como si hace hubiera llegado a nuestro mundo desde hace apenas unos minutos desde un plano existencial más alto, más ideal. Así como la pantalla negra y plana no se adapta a los contornos del cráneo humano, la superficie deslumbra, apetece hasta lamerla, pero no ofrece pistas de dónde y cuándo lo hicieron ni quién ni cómo.

Ni siquiera se puede abrir sin el destornillador especial que patentaron con el nombre “Pentalobe”. No es solo un efecto del diseño físico del iPhone, sino de la extraña cultura de reverencia y de secreto que Apple ha creado alrededor de sus productos. El iPhone sabe todo de nosotros, pero sabemos muy poco de él.

Un ejemplo: la tecnología multitáctil, la cual permite que la pantalla táctil del iPhone registre de inmediato varias huellas digitales: por eso puedes pellizcar la pantalla para hacer un acercamiento. ¿De dónde salió? Jobs siempre sostuvo que Apple inventó la tecnología multitáctil. No es verdad.

Como lo demuestra Merchant, en realidad la inventaron en varias y diferentes ocasiones, entre ellas durante la década de 1960 en el Royal Radar Establishment de Inglaterra y en la década de 1970 en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por su sigla en francés).

La tecnología multitáctil que específicamente llegó al iPhone se originó durante el cambio de milenio y el responsable fue un hombre del que seguramente no has oído hablar: Wayne Westerman. Westerman fue un brillante doctor en ingeniería de la Universidad de Delaware que trabajó en la tecnología multitáctil en parte porque sufría graves lesiones que hacían que fuera una agonía usar los teclados convencionales.

En 2005, Apple adquirió la empresa de Westerman, FingerWorks, con lo cual esta y el mismo Westerman desaparecieron detrás de la cortina de titanio de Apple. El resto es, y no es, historia (Apple no dejó que Merchant entrevistara a Westerman o ninguno de los empleados que trabajan actualmente en Apple para The One Device. Gracias a su esmero, Merchant logró encontrar a la hermana de Westerman).

El iPhone está diseñado para tener una eficiencia y una compactibilidad máximas. The One Device no las tiene. Los tres capítulos sobre el desarrollo del iPhone son el corazón del libro, pero también hay material de relleno. Curiosamente no es nada clarificador leer un análisis metalúrgico de un iPhone pulverizado ni saber de la gran odisea que hizo Merchant por todo el mundo, una especie de “iCalvario” para encontrar las materias primas que utiliza Apple: pasó por una mina de estaño en Bolivia, una mina de litio en el desierto chileno y un botadero electrónico en Nairobi donde terminan muchos iPhone. Este tipo de turismo de hacker se puede hacer bien: el mejor ejemplo es el artículo épico que escribió Neal Stephenson para Wired en 1996, “Mother Earth Mother Board”.

El único éxito conspicuo que Merchant tuvo en esta línea es su visita a la fábrica Foxconn, la cual está a las afueras de Shenzhen, China, y es donde se producen los iPhone. Foxconn tiene reputación de tener malas condiciones laborales, y los visitantes suelen ir acompañados de cerca pero, durante una ida al baño, Merchant logra deshacerse de sus escoltas y se da una vuelta por las instalaciones vastas y distópicas.

“Es toda una fábrica”, escribe Merchant, “un millón de aparatos electrónicos para el consumidor que se ensamblan en monolitos idénticos de colores opacos. Te sientes diminuto entre ellos, como un breve escupitajo de materia orgánica entre motores industriales del tamaño de un portaviones”. Es un vistazo palpable de la manera en que el iPhone, como un virus resplandeciente, ha cambiado físicamente la forma del mundo para producir copias de sí mismo.

Merchant también cuenta las historias de los orígenes de las tecnologías que convergen en un iPhone: el cristal Gorilla Glass, los sensores de movimiento, las baterías de iones de litio, los chips ARM, la tecnología inalámbrica, etcétera. Muestra cómo el trabajo de muchas personas se vertió en la creación del iPhone, como un contrapeso del “mito del inventor solitario: la noción de que, después de incontables horas de trabajo duro, un hombre puede inventar algo como por arte de magia que cambiará el curso de la historia”.

El inventor solitario entra en juego después de unos párrafos, pero Merchant pasa capítulos completos hablando con gente como Mitsuaki Oshima, el padre de la estabilización de imágenes. Sin duda, Oshima tiene cualidades admirables ocultas pero, como entrevistador, Merchant es incapaz de descubrirlas (“Incluso cuando se agitó la cámara, la imagen no estaba para nada borrosa. ¡Era demasiado bueno para ser verdad!”).

El terrible hábito que tiene Merchant de viajar en el tiempo es aún peor. Para poder hablar sobre los magnetómetros, primero debemos quedarnos quietos para una clase de historia (“las brújulas se pueden rastrear al menos desde la dinastía Han, cerca del año 206 a. C.“) Para comprender la producción de línea de montaje, un concepto que resulta muy familiar para muchos lectores, hay que hacer un esfuerzo para ir hasta el pleistoceno (“el Homo erectus, el cual surgió hace 1,7 millones de años, fue la primera especie que adoptó ampliamente el uso de herramientas…”). El origen de este tipo de escritura se puede rastrear al menos desde la licenciatura, hasta aquellos ensayos pesados que empiezan así: “Desde el principio de los tiempos, la humanidad se ha preguntado…”.

Pero cuando regresa a la creación del iPhone, Merchant cuenta una historia mucho más rica, la más rica que yo haya visto, a pesar de haber cubierto a Apple como periodista durante años. Si alguna vez han trabajado en un proyecto que es un caso perdido y se siente como que no va a ninguna parte, sacarán fuerza espiritual del relato de Merchant sobre la vida en las trincheras de Púrpura. Incluye fascinantes callejones sin salida y proyectos interesantes que tenían potencial (un prototipo basado en la rueda a la cual se le daba clic en el iPod original, que contaba con iluminación de colores azul y naranja en la parte trasera); sacrificios personales (“El iPhone es la razón de mi divorcio”); obstáculos técnicos sombríos (el sensor infrarrojo de proximidad del teléfono, el cual apaga la pantalla cuando está cerca de tu cabeza, no reconocía el pelo oscuro); la tensión tras bambalinas en el lanzamiento (de hecho, yo estuve ahí y presencié cómo Jobs ensayaba el famoso discurso sobre el iPhone, pero al parecer me perdí de todo); incluso un asesinato simbólico que se dio sobre el escenario (el momento en que Jobs hizo una demostración pública de cómo borrar un contacto y utilizó el nombre del vicepresidente de Apple, Tony Fadell, a manera de anuncio de la inminente salida de este último).

El iPhone se disfraza de algo que no habrían podido hacer las manos del hombre. El libro de Merchant hace visible la labor humana y en el proceso disipa un poco de la niebla y la distorsión de la realidad que rodean al iPhone. The One Device no es definitivo, pero es un comienzo. Lo que necesitamos es un equivalente crucial de un destornillador Pentalobe, un libro que desnude el significado del iPhone, para poder interrogar de manera apropiada a este simbionte, o parásito, que ha introducido nuevos tipos de conexiones y desconexiones en nuestras vidas. Si el iPhone fue una revolución, ¿exactamente quién o qué fue derrocado? Una de las historias de Merchant viene de Grignon, la primera persona en recibir llamadas en el iPhone. La ironía es que no contestó. “En vez de que fuera un momento glorioso al estilo Alexander Graham Bell, fue solo como: ‘Bien… mejor que entre el correo de voz’”, dice Grignon. “Creo que es muy pertinente, dada la situación actual”.

Lev Grossman fue el columnista de tecnología de la revista Time durante 15 años. Es el autor de la trilogía de "Los magos".

https://www.nytimes.com/es/2017/06/22/iphone-decada-historia-creacion/?smid=fb-espanol&smtyp=cur

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