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viernes, 31 de octubre de 2014

Kansas. Una utopía ultraconservadora fallida

No solo Roberts está en la cuerda floja en Kansas. Sam Brownback, de 58 años, aspirante a la nominación para la Casa Blanca en 2008 y exsenador, lucha por su supervivencia tras haber fracasado en lo que él calificó en 2010 al llegar a la mansión del Gobernador como “un experimento en tiempo real”. “Mi Administración probará de una vez por todas que el camino para ser próspero pasa por eliminar el Gobierno de la vida económica”.

Hasta ese momento, ningún otro Estado había ido tan lejos al reducir de forma drástica los impuestos para las rentas más altas; endurecer el proceso para obtener prestaciones sociales; eliminar de un plumazo cuatro agencias estatales con la consecuente pérdida de empleos (hasta 2.000); y recortar en 200 millones de dólares el gasto en educación, la mayor reducción en la historia de Kansas. Todo ello aconsejado por el economista de la era de Ronald Reagan, Arthur Laffer, padrino de la escuela de la economía de la oferta y quién describió el proceso como “una revolución en un trigal”.

“Se cambia América cambiando primero los Estados”, declaró Brownback durante la campaña de 2012. Dos años más tarde, los resultados no invitan a la copia. El recorte de impuestos ha provocado una pérdida de ingresos públicos de casi 700 millones; Kansas podría ser deficitario hasta 2019 y tanto Moody’s como Standard & Poor’s han rebajado notablemente el crédito del Estado. Brownback podría no repetir mandato.

Tras tres décadas de votar por un republicano para que ocupe la mansión del Gobernador en Topeka, el matrimonio formado por Rosie y Wesley Denning romperá la tradición y se pasará a las filas demócratas al apoyar a Paul Davis, de 42 años. “Brownback acabará por hundir el Estado”, asegura Wesley Denning. “Su ‘experimento’ nos dejará sin escuelas, sin trabajos y sin futuro”. “Los experimentos en el laboratorio”, musita a su lado la señora Denning.
Fuente: El País.

viernes, 22 de agosto de 2014

Fósforo y libertad

En el último número de la revista Times, Robert Draper hacía una descripción de los políticos (libertarios)(1) neoliberales jóvenes —en términos generales, gente que combina la economía del libre mercado con unas opiniones sociales permisivas— y se preguntaba si iríamos camino de un “momento (libertario en adelante neoliberal) neoliberal”. No parece probable. Los sondeos indican que los jóvenes estadounidenses tienden, si acaso, a respaldar más que sus mayores la idea de una Administración más grande. Pero me gustaría plantear una pregunta diferente: ¿la economía neoliberal es realista?

La respuesta es que no. Y el motivo puede resumirse en una palabra: fósforo.

Como probablemente hayan oído, la ciudad de Toledo recomendaba hace poco a sus residentes que no bebiesen agua del grifo. ¿Por qué? Por la contaminación provocada por una proliferación de algas en el lago Erie, debida en gran parte a los residuos líquidos de fósforo procedentes de las granjas.

Cuando leí la noticia, me vino algo a la cabeza. La semana pasada, muchos peces gordos del Partido Republicano hablaban en una conferencia patrocinada por el blog Red State; y me acordé de un sermón antigubernamental que soltó hace unos años Erick Erickson, el fundador del blog. Erickson daba a entender que las normas gubernamentales opresivas habían llegado a un punto en el que los ciudadanos podrían sentir el impulso de “encaminarse hacia la casa de un legislador estatal, sacarlo a la calle y darle una buena paliza”. ¿A qué se debía su cólera? A que se habían prohibido los fosfatos en los detergentes para lavavajillas. Después de todo, ¿qué interés podían tener los funcionarios de la Administración en hacer algo así?

Una aclaración: los Estados que están a orillas del lago Erie prohibieron o restringieron en gran medida los fosfatos en los detergentes hace ya mucho, lo que durante un tiempo ha librado al lago del desastre. Pero hasta ahora no se ha podido controlar eficazmente la agricultura, y el lago está agonizando otra vez y harán falta más intervenciones gubernamentales para salvarlo.

La cuestión es que, antes de despotricar contra una injerencia gubernamental injustificada en nuestras vidas, tendríamos que preguntarnos por qué interviene la Administración. A menudo —no siempre, claro está, pero mucho más a menudo de lo que los incondicionales del libre mercado querrían hacernos creer— hay, de hecho, un buen motivo para que el Gobierno tome medidas. El control de la contaminación es el ejemplo más simple, pero no el único.

Los políticos neoliberales inteligentes siempre han sido conscientes de que hay problemas que el libre mercado no puede resolver por sí solo, pero sus alternativas a la Administración tienden a ser poco plausibles. Por ejemplo, es célebre el hecho de que Milton Friedman pedía la abolición del Organismo para el Control de Alimentos y Medicamentos. Pero, en ese caso, ¿cómo sabrían los consumidores que la comida y los medicamentos son de fiar? Su respuesta era que recurriesen a la responsabilidad civil. Afirmaba que las grandes empresas tendrían incentivos para no envenenar a la gente por el miedo a las demandas legales.

¿Creen que eso sería suficiente? ¿De verdad? Y, por supuesto, la gente que protesta por una Administración grande también tiende a defender la reforma de las leyes de responsabilidad civil y a atacar a los abogados procesalistas.

Lo más habitual es que los autodenominados políticos neoliberales se enfrenten al problema del fracaso del mercado pretendiendo que no existe e imaginando la Administración como algo mucho peor de lo que es...
Fuente: 17 AGO 2014  El País.
(1) Con todo respeto, en España libertario tiene un significado anarquista, ácrata. La palabra neoliberal o neocon, reflejaría mejor el significado real del concepto tan conservador del término.

sábado, 28 de abril de 2012

Creadores de escasez. Dos años después del inicio de las políticas de austeridad extrema el panorama es desolador

Se multiplica el paro, la exclusión, las clases medias se empobrecen y mueren empresas.

Durante la década de los años treinta, cuando los rostros de muchos hombres se tornaron duros y fríos como si miraran hacia un abismo, nuestro hombre advirtió los signos de la desesperanza generalizada que conocía desde niño. Vio hombres buenos destruidos al ver roto su concepto de una vida decente, les veía caminar desanimados por las calles y los parques, con la mirada vacía como añicos de cristal roto; les veía entrar por las puertas de atrás, con el amargo orgullo de los hombres que avanzan hacia su propia ejecución, a mendigar el pan que les permitiera volver a mendigar, y también vio personas que una vez caminaron erguidos mirarle con envidia y odio por la débil seguridad que él disfrutaba.

Más o menos así describe el novelista John Williams el espíritu de los años de la Gran Depresión en su maravillosa novela Stoner. No es difícil establecer una analogía con lo que se observa ahora, en las capitales y en los pueblos de algunos países intervenidos o con posibilidades de serlo, del sur de Europa. Con todas las diferencias que se le quiera poner. La Gran Recesión que comenzó en el verano del año 2007 ha dejado de ser planetaria, pero ha adquirido otras características: de EE UU ha pasado al Viejo Continente; de crisis financiera privada ha devenido en una crisis de la deuda pública; su origen estuvo en los abusos y las estafas del sistema financiero en la sombra, y las ayudas estatales al mismo (cuando algunos se atrevían a defender que salvar a la banca era salvar a la calle, que proteger a Wall Street era proteger a Main Street) están en el epicentro de buena parte de los problemas de déficit y de endeudamiento de muchos países. A este fenómeno se le ha denominado “neoliberalismo de Estado”, una paradoja por la cual mientras los beneficios (de unos pocos) continúan siendo individuales, los riesgos (de la mayoría) se socializan. En ella, el papel del Estado ya no consiste en limitar el poder económico sino en facilitar su predominancia; el Estado solo debe actuar para favorecer el libre funcionamiento de la competencia (excepto la citada socialización de pérdidas), allanar los conflictos sociales y mantener el orden público.

Muchos de los problemas económicos que trajeron la recesión no han cedido. Hay posibilidades de marcha atrás en los sitios que han abandonado el fondo del abismo y a que en una nueva fase se multiplique el contagio en sentido inverso. No en vano algunos medios de comunicación norteamericanos han llegado a publicar algo que en otra coyuntura podría resultar muy exagerado: que la reelección del presidente Barak Obama estaría condicionada en parte por la solución de los problemas económicos y financieros de países tan distantes de EE UU como España o Italia. Eso es la globalización.

Se acaban de cumplir dos años de la primera intervención de un país europeo, Grecia, por la troika de poderes fácticos contemporáneos y externos a la soberanía de los países de la zona: la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Luego controlaron a otros dos países, Irlanda y Portugal, y la próxima semana coincide con el segundo aniversario de la noche en la que los ministros de Economía de la eurozona hicieron morder el polvo a la política económica de José Luis Rodríguez Zapatero y la cambiaron de sentido en un santiamén, causando la ruina electoral de los socialistas españoles y esbozando la estructura de un fondo de rescate para países en problemas que todavía —más de setecientos días después— anda ajustando su fórmula y su monto definitivo.

Desde entonces, la Unión Europea ha abandonado la política económica común de estímulos que se había aprobado en las reuniones del G-20 en Washington, Londres y Pittsburgh, y ha desarrollado una senda de consolidación fiscal y de austeridad a ultranza. Mientras prácticamente el resto de las zonas del mundo consideran que el problema principal de la economía es su falta de crecimiento (EE UU, China, América Latina…), Europa asume que lo prioritario es volver a los equilibrios macroeconómicos para, más adelante, comenzar a crecer. La desavenencia se manifiesta en el dilema de ajustar para crecer o crecer para ajustar. Hasta ahora la razón empírica parece manifestarse a favor de los partidarios del crecimiento como prioridad para solucionar los problemas más urgentes. Crecimiento o barbarie...

Las ayudas estatales al sistema financiero están en el epicentro de buena parte de los problemas de déficit y endeudamiento

Mientras los beneficios (de unos pocos) siguen siendo individuales, los riesgos ( de la mayoría) se socializan
En resumen, el paisaje después de una batalla que ya ha durado dos años no puede ser más estremecedor. Las políticas de austeridad extrema y de rigor mortis pueden ser calificadas como “creadoras de escasez”, siguiendo las hipótesis de Daniel Anisi, un economista prematuramente desaparecido. La oposición a tales políticas —que ahora empiezan a hacerse más presentes en instancias oficiales de algunos países afectados y diversas instituciones, como el propio FMI, la Comisión y tal vez en el BCE— era de grado y de dosis: nadie ha sugerido incrementos desorbitados del déficit y de la deuda sino una combinación más flexible de los criterios de crecimiento y de estabilidad. Los economistas poskeynesianos, encabezados entre otros por los premios Nobel Krugman y Stiglitz, se quejan de la manipulación del lenguaje que se ha hecho por parte de los partidarios del ajuste duro. La aparición en España del movimiento Economistas frente a la Crisis, se ha sustentado hasta el momento en el principio de “que no nos roben las palabras”. Se trata de impedir que el lenguaje sea tergiversado con conceptos que manipulan el pensamiento que los maestros de la economía han transmitido y que la experiencia que como profesionales de la economía.ha enseñado. Reestructurar no es desregular, reforma estructural no es sinónimo de recortes ni de la dilución de los derechos de la gente, liberalización y regulación son conceptos complementarios e inseparables, los críticos de la austeridad injusta no son partidarios del despilfarro del mismo modo que la estabilidad presupuestaria no es equivalente a déficit cero (un fundamentalismo más) y que quienes critican el Pacto de Estabilidad y las reformas forzadas de las Constituciones nacionales no defienden la inestabilidad... Seguir aquí, Joaquín Estefanía, en El País
Ya en el 2000, se publicaba lo siguiente: El número de pobres se ha multiplicado por 20 en la Europa del Este y la antigua URSS.

miércoles, 18 de enero de 2012

Alemania, examinada críticamente por filólogos y expertos. Se está repitiendo la ridiculización de las personas buenas, lo que ya practicaba el jefe de la propaganda nazi Joseph Goebbels en los años treinta.

La trivialización de los asesinatos nazis de emigrantes, el "buenismo" y la "democracia acorde con el mercado" de Merkel, examinadas críticamente por filólogos y expertos
La Sociedad de la Lengua Alemana (GfdS), veterana organización financiada por el ministerio de cultura y dedicada al cuidado y la investigación del idioma, divulgó ayer su "palabra del año 2011". El rito, con más de treinta años de historia, elige críticamente una palabra o concepto considerado característico del año transcurrido. Este año el concepto seleccionado ha sido el término "Döner-Morde", o "asesinatos del döner-kebab", referido a esa popular especialidad turca que en Alemania se vende en forma de bocadillo de carne asada.
Durante muchos años esos "asesinatos del kebab" designaron, o más bien trivializaron, la cadena de nueve asesinatos en serie contra emigrantes turcos, frecuentemente empleados de puestos callejeros como los que expenden kebab, entre 2000 y 2007. En 2011 se desveló que aquella serie, atribuida a ajustes de cuentas entre emigrantes, fue obra de un grupo terrorista neonazi que también mató a una policía, cometió muchos atracos y puso dos bombas, que ocasionaron 23 heridos en barrios de gran concentración de emigrantes.
El veredicto de la GfdS resalta el "tenor racista de la expresión" que se impuso por completo en el lenguaje hasta que se descubrió como, "una cadena de asesinatos terroristas que había sido etiquetada como estereotipo folclórico", con lo que las víctimas "fueron discriminadas por su origen emigrante".
Otras palabras que llamaron la atención de la mencionada sociedad como características en el lenguaje del año, fueron el término "Gutmensch", literalmente "buen hombre", es decir el sujeto de lo que en su acepción sustantivada se traduce en castellano como "buenismo", un concepto acuñado por el jefe de la propaganda nazi Joseph Goebbels en los años treinta, que fue desempolvado por el discurso "neocon" en Estados Unidos y Europa, donde es de uso corriente.
El jurado, en el que figura el ex secretario general de la CDU de Angela Merkel, Heiner Geissler, considera que ese término, "ataca el ideal ético de la buena persona de una forma mezquina" con el fin de, "difamar rutinariamente a quienes piensan diferente sin examinar sus argumentos, menospreciándolos como ingenuos".
Otras palabras que han sido examinadas este año fueron "Stresstest" ("prueba de esfuerzo"), la fraudulenta prueba que pretendió medir el estado de salud de las entidades bancarias, y también "Merkozy", aplicada a la igualmente frágil y engañosa alianza entre el presidente francés, Nikolás Sarkozy, y la canciller alemana, Angela Merkel, en el manejo de la eurocrisis. Un concepto de Merkel, el de "democracia conforme con el mercado", también ha llamado la atención del jurado como ejemplo de, "relativización muy inadecuada del principio según el cual la democracia es una norma absoluta incompatible con cualquier conformidad".
El año pasado el término seleccionado fue "Wutbürger" ("ciudadano irritado") inspirado en la protesta de los vecinos de Stuttgart contra una faraónica nueva estación ferroviaria, que contribuyó a hacer caer un gobierno pero no el proyecto en sí.
En 2009 la palabra seleccionada fue "Abwrackprämie", el "subsidio de desguace", una de las medidas del gobierno para capear la caída de ventas de coches, mediante el subsidio a quien se deshiciera de su coche antiguo para hacerse con uno nuevo. También se mencionó la expresión "kriegsänhliche Zustände", algo así como "situación semejante a la de una guerra", acuñada por un ministro de defensa para describir la guerra de Afganistán, después de que la muerte de más de un centenar de civiles afganos en una sola acción militar desencadenada por el ejército alemán complicara el discurso oficial según el cual, la mencionada guerra es algo parecido a una campaña internacional de ayuda humanitaria.
Rafael Poch, La Vanguardia.
Fuente: http://www.lavanguardia.com/internacional/20120118/54245025335/alemania-examinada-criticamente-filologos-expertos.html

sábado, 3 de abril de 2010

Tony Judt, elogia la socialdemocracia en su libro, “Ill Fares the Land”

¿Finalizó el tiempo de cerezas? ¿Es que hubo alguna vez tiempo de cerezas o ha sido un espejismo?

Tony Judt defiende lo que hasta hace nada se había vuelto indefendible: los espacios públicos, los servicios públicos, las causas comunes, todo lo que los expertos en economía de la derecha y los expertos en identidades irreductibles de la presunta izquierda llevan proscribiendo más de treinta años.

A Tony Judt, que no volverá a disfrutar de ellos, los trenes le parecen el símbolo más hermoso de lo que sólo puede existir gracias al esfuerzo de todos y está al servicio de cada uno; la clase de servicio que sólo puede ofrecer el Estado, y que cuando se privatiza cae en la ruina y en la ineficacia; lo que se ha mantenido prometedor y moderno durante casi dos siglos, gracias a la acumulación de esfuerzo y experiencia de generaciones sucesivas...
  
Tony Judt, historiador de la Europa que surgió de las ruinas de 1945 y duró dividida hasta 1989, en su libro Ill Fares the Land y tiene poco más de doscientas páginas denuncia, con datos, la situación actual. Es el arrebato de un hombre al que no le queda mucho tiempo. En el examina el panorama del mundo después de casi treinta años de desprestigio de lo público y obscena rendición a los poderes del dinero.

Desde los tiempos del New Deal en Estados Unidos y de la llegada al Gobierno de las socialdemocracias europeas, y en especial después de 1945, las más graves diferencias sociales habían empezado a mitigarse, y el control del Estado hizo imposible que se repitiera una catástrofe como la de 1929. Si uno deja a un lado los vapores de las ideologías, se impone una constatación práctica: “En muchos aspectos, el consenso socialdemócrata significa el progreso más grande que se ha visto hasta ahora en la Historia. Nunca antes tuvo tanta gente tantas oportunidades en la vida”.
Todos, sin excepción, en Europa y en Estados Unidos, somos beneficiarios en algún grado de la revolución socialdemócrata, que supo favorecer la igualdad y la justicia fortaleciendo y no sólo conservando las libertades individuales: cuando vamos al médico, cuando asistimos a la escuela o mandamos a nuestros hijos a la universidad, cuando tomamos el tren o el metro, incluso cuando conducimos nuestro coche privado por una autopista que no habría podido construirse sin enormes inversiones públicas. Y sin embargo, desde los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, el descrédito de lo público se ha extendido como una gangrena, en la derecha y también en la izquierda, que cuando llega al poder muchas veces adopta un lenguaje entre tecnocrático y cínico. Lo público es ineficiente. Cualquier servicio lo puede prestar mucho mejor una empresa privada, que se rige por la racionalidad del beneficio y no por la rutina o la corrupción de la burocracia.
Hay una manera de que las profecías se cumplan: a los servicios públicos se les quitan los medios y se descuida su gestión y así se demuestra que no funcionan y que necesitan ser privatizados. Y para atraer inversores se les tienta con subsidios, con precios tan bajos que son un saqueo de lo que pertenece a todos, y que contribuyen directamente al beneficio de los accionistas.

Tony Judt, británico de origen, cuenta con ira el expolio de los ferrocarriles de su país, vendidos de saldo a compañías que los han hecho mucho peores y además los han arruinado, de modo que el Estado ha tenido que intervenir para rescatarlos. Los expertos en economía aseguraban que una vez desmontados los controles públicos sobre el mercado, la riqueza se multiplicaría ilimitadamente en beneficio de todos. Cuanto más ricos fueran los ricos y más de ellos hubiera la catarata de su prosperidad contribuiría al bienestar de los pobres mucho más eficazmente que las toscas políticas sociales de los gobiernos.

Tony Judt aporta algunos datos: en 1968, el director ejecutivo de General Motors ganaba sesenta y seis veces más que la media de sus empleados. En 2005 la diferencia de ingresos entre un empleado medio de WalMart y su máximo directivo estaba en una escala de uno a novecientos. Y la familia propietaria de WalMart posee una fortuna estimada en 90.000 millones de dólares, que equivale a los ingresos conjuntos del 40% más pobre de la población americana: 120 millones de personas.

Mientras esto sucedía, la izquierda ha estado entretenida en otras cosas, ... descuidaban lo más valioso del patrimonio del pasado, el impulso de un proyecto universal de justicia. Las diferencias identitarias se volvieron más importantes que las diferencias de clase. El narcisismo individualista de los años sesenta (imposibilitó) cualquier empeño de rebeldía política colectiva. En nombre de diversidades reales o inventadas, justas o caprichosas, la izquierda se ha condenado a sí misma a la parálisis justo en una época en la que hace más falta que nunca restablecer la fortaleza de lo público, que es la única defensa de la inmensa mayoría contra los abusos de los saqueadores y de los corruptos.

Los que llevaban treinta años denostando al Estado han tenido que recurrir a él para que los salve de la ruina que ellos mismos provocaron con su codicia. Deberíamos estar mucho más furiosos, dice valerosamente Tony Judt desde su cama de inválido; y deberíamos reunir de una vez nuestras causas diversas en una gramática común de la emancipación.

(A. Muñoz Molina, en Babelia- El País, 2-4-2010.) Leer más aquí. Nota: Tony Judt, ampliamente considerado como uno de los historiadores más importantes de la Europa actual, murió el viernes 6 de agosto, dos años después de que se le diagnosticara la enfermedad de Lou Gehrig.

jueves, 18 de febrero de 2010

El hundimiento de la economía o "licenciados de tercera de universidades de primera"

(Dos artículos que clarifican la situación económica y avisan de su realidad y los intentos de seguir la misma linea política que nos ha llevado a la crisis por parte de los conservadores, como si no hubiese pasado nada o los causantes fuesen, una vez más, las clases trabajadoras) 

En su reseña del último libro de Stiglitz, Larry Elliott pone en duda que se hayan aprendido las lecciones del pasado 
"Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy" [En caída libre: Los mercados libres y el hundimiento de la economía global], Joseph Stiglitz, 400 páginas, Allen Lane, Londres.

Nadie podrá decir que no les avisaron. Hace una década, recién despedido de su puesto de economista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz puso al descubierto la chapuza en que los ideólogos del libre mercado del Tesoro norteamericano y el Fondo Monetario Internacional habían convertido la crisis financiera asiática del final de la década de 1990. Suponía un ataque en toda regla por parte de alguien situado dentro del mismo Washington e hizo pupa, sobre todo cuando Stiglitz afirmó que muchos de los responsables de obligar a países como Tailandia e Indonesia a soportar una recesión más profunda y más larga eran "licenciados de tercera de universidades de primera".
Concluía él su artículo de New Republic avisando al FMI y al Tesoro norteamericano que, a menos que comenzaran a dialogar con sus críticos, "las cosas seguirán yendo muy, pero que muy mal".
Y así vemos ahora que han ido. La crisis asiática no fue más que un ejercicio de calentamiento para los acontecimientos de los últimos dos años y medio. Los problemas que salieron primero a la superficie en la periferia de la economía global se abrieron paso gradualmente hasta llegar a su núcleo: los Estados Unidos. Las advertencias de Stiglitz y el puñado que formaban otras voces disidentes fueron ignoradas, conforme la ingenua creencia en la naturaleza autocorrectora de los mercados permitió que se desarrollasen las condiciones de la mayor conmoción financiera y económica desde la gran depresión de la década de 1930.

En estas circunstancias, poco ha de sorprender que Freefall resuene con un "ya te lo advertí". Stiglitz ha esperado mucho tiempo a que se vieran vindicados sus puntos de vista y no iba a desdeñar la oportunidad de ajustar algunas cuentas. Algunos de los blancos son harto evidentes: el régimen de bienestar empresarial destinado a Wall Street, las desgravaciones fiscales para los ricos de George Bush, las fallidas panaceas provenientes de la Escuela de Chicago de economistas del libre mercado. Pero también le queda tiempo para alguna que otra venganza personal.

Larry Summers, antiguo secretario del Tesoro con Clinton y hoy principal asesor económico de Barack Obama, es objeto particular de sus iras. Stiglitz afirma que se mostró demasiado acomodaticio con las demandas de Wall Street en los años 90 y vuelve ahora a cometer los mismos errores. Fue Summers, indignado por las constantes críticas al consenso de Washington, el que orquestó la salida de Stiglitz del Banco Mundial.

Hay más cosas, empero, en Freefall que el puro regodeo, por justificado que sea. La argumentación de Stiglitz es sencilla; el periodo de hegemonía norteamericana incuestionada duró tan solo diecinueve años, desde la demolición del muro de Berlín en el otoño de 1989 al derrumbe de Lehman Brothers en septiembre de 2008. La rápida actuación de los gobiernos, obligados a abandonar el enfoque no intervencionista de la gestión económica por el volumen de la crisis, ha impedido que una gran recesión se convirtiera en una segunda gran depresión. Hay que asimilar las lecciones de esta experiencia casi mortal; de no ser así, si se hace caso omiso de las advertencias como hace una década, el futuro se verá salpicado de crisis sistémicas.
    
Las posibilidades de que esto vuelva a suceder son bastante elevadas. Ya se percibe un tufillo de que todo sigue como de costumbre en los negocios a medida que se desvanece la sensación de peligro, mellando el apetito de reformas radicales...(Larry Elliott, The Guardian) Seguir aquí.

¿Es el gobierno español paranoico?
Lo que estamos viendo estos días es la confluencia de dos hechos. Uno de ellos es la movilización de los mercados financieros especulativos para desestabilizar el euro. El otro, es la presión ejercida por el capital financiero (es decir, la banca), así como por el mundo de las grandes empresas (y por los medios y economistas liberales afines a tales intereses financieros y empresariales) sobre el gobierno español (así como sobre otros gobiernos de la eurozona) para que responda a la crisis financiera mediante políticas liberales que favorezcan sus intereses. En ambos casos el leitmotiv del ataque se presenta como la necesidad de reducir el déficit y la deuda pública de España y de aquellos otros países que los mercados financieros consideran que están excesivamente endeudados. Su solución es la gran reducción del gasto público y de los derechos sociales y laborales de las clases populares. Es así como –según ellos- se calmarán los mercados financieros.

Estos dos hechos son una realidad fácilmente demostrable, y que no puede trivializarse a las personas que los denuncian acusándolos de paranoicos, tal como hicieron varios intelectuales (como Moisés Naim, director de la revista Foreign Policy) y economistas liberales (como Xavier Sala i Martín) en unas declaraciones realizadas a El País (02-11-10). En ellas Moisés Naim alabó, incluso, a los mercados financieros por disciplinar a los gobiernos que no hacían lo que –según él- tenían que hacer (es decir, reducir los derechos laborales y sociales). Declaraba, el que es también colaborador semanal de El País, que no era correcto “poner a los especuladores o inversores como malos y a los gobiernos como víctimas, cuando en realidad los ataques de los inversores son los que obligan a las administraciones a mantener políticas públicas sostenibles”. Una postura semejante se reproducía... (Vicenç Navarro, El Plural)

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