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miércoles, 24 de enero de 2024

Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra: “Hay traumas sobre los que el paciente no puede hablar, que se superan con el deporte”

Boris Cyrulnik Psiquiatra Salud Mental


El etólogo francés, considerado uno de los padres del concepto de resiliencia, ahonda en su nuevo libro en el poder curativo del deporte no profesional


Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) ha dedicado su vida a explicar cómo las personas pueden recomponerse después de un trauma. El suyo lo despertó una noche, cuando apenas tenía seis años. Cuatro oficiales alemanes armados rodearon su cama y lo detuvieron. Tardó en comprender el motivo. Ni siquiera sabía muy bien qué significaba la palabra judío, cuenta en su libro Sálvate, la vida te espera. “Linterna en una mano, revólver en la otra, sombrero de fieltro, gafas oscuras, cuello del gabán levantado… De modo que es así como se viste uno cuando quiere matar a un niño”, escribe.

Pero no lo mataron, ni siquiera lo retuvieron por mucho tiempo. Cyrulnik estuvo escondiéndose de la Gestapo los siguientes años. Sus padres corrieron peor suerte, ambos fueron deportados a Auschwitz. No los volvió a ver. Él escapó de Burdeos y se puso a trabajar en una granja usando un nombre falso mientras Francia continuaba ocupada por los nazis. Todos estos acontecimientos lo empujaron a estudiar neuropsiquiatría, la ciencia del alma, como él mismo la define. “Cuando un científico elige estudiar un tema, muchas veces lo hace partiendo de su propia experiencia”, explica en una videollamada. Él lo hizo para entender qué le pasó, pero también para rebelarse contra ello. “Tras la guerra me decían: no tienes familia, no has ido a la escuela, eres un caso perdido. Así que me opuse a esa profecía”.

Este etólogo y neuropsiquiatra ha alcanzado fama mundial por ser considerado uno de los padres de la resiliencia, un concepto que él define como la capacidad de sobreponerse al trauma. Es consejero oficioso del presidente francés Emmanuel Macron, para quien analiza desde las necesidades de la escuela infantil hasta la ampliación del permiso de paternidad. También es un escritor prolífico, con más de 20 libros dedicados a profundizar en el concepto de resiliencia desde un enfoque humanista y científico. En el último, El deporte que nos cura (editorial Gedisa), reflexiona sobre el papel social del juego, el ejercicio físico y la espectacularización del deporte.

Según Cyrulnik, el deporte puede ayudarnos a curar heridas. “Hay temas que son difíciles de afrontar, hay traumas sobre los que el paciente no puede hablar en un momento determinado, pero se pueden superar con el deporte”, señala. Por eso, en sus grupos de estudio, explica, siempre había un neurólogo, un psicólogo, un biólogo y un deportista. También, en ocasiones, metía a un músico o a un cómico, pues estas son también disciplinas con las que se puede afrontar el trauma. “Eran grupos muy heterogéneos”, reconoce con una sonrisa.

Tras la guerra me decían: no tienes familia, no has ido a la escuela, eres un caso perdido. Así que me opuse a esa profecía Boris Cyrulnik

Esto se entiende en cualquier lugar, pero en los contextos más conflictivos, donde muchos chavales huyen de la violencia a través del deporte, es donde su poder como herramienta de resiliencia es más evidente. Cyrulnik ha trabajado en las favelas de Brasil y en los barrios más marginales de Colombia. “Los niños se sobreponían a contextos muy duros, y los músicos y los futbolistas eran los modelos a seguir”, reflexiona. “Es una herramienta muy útil en la prevención de la delincuencia”.

La represión en estos contextos, explica, tenía el efecto contrario: el héroe del barrio era aquel que se enfrentaba a la policía. Pero con campañas que fomentaban el deporte, el relato cambiaba; el héroe pasaba a ser el mejor futbolista, el mejor corredor. En los dos casos, al final, se parte del mismo mecanismo, pues “un grupo humano, un barrio, un pueblo, necesita un héroe, que lo representa y tiene la función de revalorizar al grupo”.

El deporte de barrio y el profesional
Cuando somos pequeños jugamos, como juegan muchos mamíferos, explica Cyrulnik en su libro. Es una forma de entrenar ante escenarios venideros. De entrenar la caza, la huida, la guerra. “Pero desde el momento en el que los jóvenes desarrollan la capacidad de la ficción, el placer cambia de fuente. Ya no hay placer en correr, sino en correr más rápido que el otro”, explica. Así es como empieza el deporte, creando un marco de convenciones. Un conjunto de reglas para encarrilar el juego. Eso es, opina el etólogo, lo que nos diferencia de los animales.

Adolescentes juegan al fútbol en la favela Morro, de Río de Janeiro, Brasil

Fueron los griegos los primeros en codificar esas reglas. Y en asociar la belleza de los cuerpos a la práctica del deporte con los Juegos Olímpicos. De hecho, los atletas solían competir desnudos y empapados en aceite. La belleza formaba parte de un discurso social. Y el deporte era un vehículo para exhibirla. Puede que eso encuentre algún eco en la manera en la que se concibe actualmente el deporte, con futbolistas que exhiben su cuerpo como un reclamo publicitario más; o con gimnasios abarrotados en una visión utilitaria, individualista y práctica del ejercicio. El deporte entendido como un fin para conseguir un cuerpo canónico, no como un medio para socializar y divertirse.

Un grupo humano, un barrio, un pueblo, necesita un héroe, que lo representa y tiene la función de revalorizar al grupo

Boris Cyrulnik

Cyrulnik prefiere el deporte de equipo, aquel que tiene un componente más social, pues cree que las mentes solo se modelan en conjunto. Pero advierte igualmente de que la actividad física es siempre recomendable. “Tenemos que practicar deporte, cualquier deporte, porque vivimos en una sociedad sedentaria. Si no, podemos pasarnos todo el día sentados en la mesa o detrás de una pantalla”, lamenta.

También señala que el deporte de base es mejor que el profesional. Dice del primero “que forma parte de la cultura”, mientras que el segundo “forma parte del espectáculo”. Cree que en este hay un componente social, que la partida no termina en el campo, sino en el bar. Cyrulnik entiende que es una forma de crear vínculos, de moralizar y de ficcionar pequeñas epopeyas sin necesidad de violencia. Las propiedades curativas de las pachangas de barrio pasan por moverse, socializar y sentirse parte de un grupo. Y serían superiores a consumir las gestas ajenas con pasividad catódica. Por mucho que esto pueda hacernos sentir parte de un grupo, o que también tenga un componente social gracias a un interés común.

Sus reparos hacia el deporte profesional van más allá y se convierten en una crítica al capitalismo voraz. “A partir del siglo XX, las organizaciones que crearon los acontecimientos deportivos empezaron a estructurarse como una empresa”, señala. “Hoy está todo muy espectacularizado y todo acaba al servicio del marketing”.

Y la resiliencia se hizo pop
Cuando Cyrulnik empezó a hablar de resiliencia, en los años noventa, tenía que repetir la palabra ante la incomprensión de sus interlocutores. Hoy es imposible escapar de ella, se ha convertido en una palabra totémica que repiten políticos, influencers y empresarios. “He vivido esto con mucho placer, y también con un poco de ansiedad”, reconoce.

El término tiene su origen en la física. Es la capacidad de la que está dotada un material para resistir un impacto y retomar su forma original. Se convirtió en una metáfora perfecta. Una idea viral. Su búsqueda ofrece más de 47 millones de resultados en Google, más de 10.000 libros en Amazon. Cuando un concepto alcanza tal grado de popularidad, es posible que empiece a diluirse su significado, que se pervierta la idea inicial para resignificarlo a voluntad de quien la pronuncia. O para vender camisetas.

Algunos políticos utilizan la palabra resiliencia con connotaciones totalmente distintas. Es casi un contrasentido, lo usan para decir a la gente: ‘resuelve tus problemas por ti mismo’ Boris Cyrulnik

“Creo que alguien con los pies en el suelo, clase obrera, puede entender muy bien qué significa la resiliencia”, concede el neuropsiquiatra. “Pero la gente alejada de esta realidad, algunos políticos, por ejemplo, pueden utilizarla con connotaciones totalmente distintas. Es casi un contrasentido, lo usan para decir a la gente: ‘resuelve tus problemas por ti mismo’. Eso es lo opuesto a resiliencia, que es un concepto que parte de la necesidad del otro”.

La resiliencia se basa en la cooperación. En la idea de que nuestro cerebro es una escultura, y que, a pesar de los golpes, podemos volver a moldearlo, a devolverle su forma original, con ayuda del otro. Y esto vale para el deporte y para cualquier otro ámbito. Por eso el etólogo avisa de la deriva de una sociedad cada vez más individualista. “Es una ilusión pensar que te vas a comprender a ti mismo mediante el aislamiento. Es un pensamiento cartesiano, una idea individualista. Cuando trabajé en Japón me decían que esta visión es muy típica de Occidente”, argumenta Cyrulnik.

El autor concluye alabando la cooperación, aunque sea para competir o para confrontar ideas. Reivindica la discusión desde el respeto. Lo hace partiendo de un símil deportivo, pero extrapola después su discurso a algo más grande. “Necesito a otra persona para estimular el cerebro, para ampliar conocimientos. Para entenderme a mí mismo tengo que discutir con alguien”, apunta. “Por eso necesitamos rituales para vivir en sociedad. Rituales políticos, de conversación, de comportamiento para contener nuestra competitividad y nuestra rabia. Para confrontar narrativas e ideologías”.

Cuando abandonamos estos rituales, señala, la brutalidad se abre camino. En estos años, Cyrulnik no ha conseguido entender los mecanismos que empujan a una sociedad a la guerra. Y su incomprensión no solo se refiere al pasado. “Tampoco puedo entender lo que se escucha ahora mismo”, dice en referencia a las guerras actuales. “Son las mismas discusiones. Se pronuncian en otros idiomas, pero son los mismos argumentos”. Lo que Cyrulnik sí ha empezado a entender es cómo la gente puede sobrevivir a estos acontecimientos. Y el deporte parece jugar un papel clave en todo esto.


martes, 21 de marzo de 2023

DEPRESIÓN. La ciencia busca nuevos métodos para combatir la depresión: detección precoz de los riesgos y tratamientos individualizados.

El 7,2 % de la población de la UE sufre de depresión crónica y la cifra se multiplica por cuatro en el caso de las mujeres

La depresión es una enfermedad crónica que se caracteriza por un bajo estado de ánimo persistente y, quienes la padecen, tras sufrir un primer episodio que llega a alterar sus vidas cotidianas, suelen tener recaídas. Cerca de la mitad de personas que han pasado por una depresión la padecen más de una vez. A muchos pacientes, esta afección les acompaña de por vida. Solo en la Unión Europea, el 7,2 % de la población sufre de depresión crónica y, en el caso de las mujeres, el riesgo se multiplica por cuatro.

Mientras la comunidad médica y científica trabaja para mantener esta epidemia global bajo control, una de las ideas que va tomando más fuerza es la de detectar de forma temprana a quienes estén en riesgo de sufrir depresión, ya que con ello se protege su salud mental futura.

“Se está haciendo cada vez más patente que un primer episodio de depresión es el desencadenante de un segundo episodio, por lo que desde un punto de vista científico, existe la probabilidad de que al prevenir el primer episodio se evite el siguiente”, explica Eiko Fried, profesor asociado de Psicología en la Universidad de Leiden, en Países Bajos. También es el investigador principal de WARN-D, un proyecto financiado por la UE con el objetivo de predecir quién corre el riesgo de “caer en el pozo” para después crear un programa personalizado para evitarlo. El proyecto empezó en 2021 y se extenderá hasta 2026.

Primeros síntomas
Si bien ya existen programas de prevención, incluidas las intervenciones psicológicas dirigidas a fomentar la resiliencia, estos solo pueden funcionar cuando el riesgo de padecer un episodio depresivo se identifica a tiempo. WARN-D es el primer estudio que intenta desarrollar un sistema fiable de alerta precoz.

Consistirá en una aplicación para teléfonos inteligentes capaz de monitorizar la salud mental de un usuario en tiempo real y de combinar esta información con los datos de su entorno social, psicológico y biológico. El objetivo es detectar el momento en que la persona está llegando a su límite personal, es decir, el momento crítico en el que una acumulación de problemas la ponen en riesgo de derrumbarse. El desarrollo de la aplicación empezará en los próximos dos años. Primero, el equipo investigador tiene que analizar enormes cantidades de datos en busca de rasgos comunes entre las personas propensas a la depresión.

Su objetivo es agrupar a las personas según un complejo conjunto de rasgos, que incluyen la personalidad (por ejemplo, extrovertida frente a introvertida), los factores que han catalizado el desarrollo de su trastorno (como una infancia traumática) y la capacidad innata de una persona para recuperarse de los contratiempos (también conocida como resiliencia). Es probable que los distintos grupos no respondan a la misma intervención, lo que significa que el programa preventivo debe adaptarse a cada grupo para que los resultados sean positivos.

La juventud en riesgo
La muestra del estudio es de 2 .000 estudiantes adultos jóvenes (captados en grupos sucesivos de 500), residentes en los Países Bajos. Las personas de este grupo demográfico se ven desproporcionadamente afectadas por la depresión y, en consecuencia, revisten especial interés para la comunidad investigadora. “Padecer depresión a una edad temprana se asocia a peores resultados clínicos a lo largo de la vida”, afirma Fried. “Muchas personas jóvenes pasarán más del 20 % de su vida en estado de depresión”.

Otra ventaja de seleccionar a jóvenes estudiantes es que es más fácil convencerles (con la ayuda de un incentivo en metálico de hasta 90 euros) de que lleven un smartwatch día y noche durante los tres primeros meses del estudio, que durará dos años. El reloj registra la actividad, desde los pasos dados hasta las horas de sueño, y detecta los niveles de estrés mediante un sensor de frecuencia cardiaca.

Además, cuatro veces al día se les hacen preguntas sobre aspectos relativos a cómo se encuentran en ese momento y que se cree que influyen en la depresión. Las preguntas pueden tratar sobre cómo han dormido, cuál es su grado de felicidad o enfado, o qué están haciendo en ese preciso momento. Además, cada domingo se les hacen preguntas más generales sobre ansiedad y depresión; por ejemplo, sobre cuáles han sido los mejores y peores acontecimientos de la semana.

“Nuestro gran objetivo es averiguar qué diferencias existen entre las personas en relación con su respuesta al estrés y en qué se parecen”, afirma el Fried. “Una vez que detectemos los aspectos comunes, podremos empezar a trabajar en sistemas que fortalezcan la resiliencia de la gente”.

¿Por qué esta tristeza?
Los síntomas de la depresión van desde la tristeza intensa, el cansancio y la dificultad para pensar hasta los trastornos del sueño, la pérdida de apetito y la falta de interés por actividades que antes resultaban placenteras.

Casi con toda seguridad, las causas de esta enfermedad se deben a la interacción de muchos factores, algunos biológicos y otros ambientales. Puede que, en cierta medida, los genes también influyan, ya que es más probable que una persona desarrolle una depresión si algún miembro de su familia también la ha padecido. Sin embargo, todo el mundo puede caer en una depresión. Entre los posibles factores desencadenantes figuran el estrés, la pobreza, la enfermedad, los cambios hormonales y los acontecimientos traumáticos, como una infancia difícil o un proceso de duelo.

Si bien algunos estudios demuestran que los fármacos pueden ser de ayuda, ahora mismo, la efectividad de los antidepresivos suele ser cuestión de azar, ya que solo la mitad de los pacientes responden positivamente a su primera prescripción. Acertar con la medicación desde el primer momento tendría un efecto muy positivo tanto en las personas con depresión como en la economía, y aliviaría la presión sobre los profesionales de la medicina.

Talia Cohen Solal es neurocientífica y directora ejecutiva de Genetika+, una empresa israelí que desarrolla herramientas para crear tratamientos personalizados contra la depresión. “Actualmente, nuestra estrategia para encontrar la medicación correcta es la de ensayo y error”, explica. “Como resultado, el 63 % de los pacientes prueba varios fármacos y un tercio no responde al tratamiento después de dos rondas”.

Cerebro en una placa de Petri
En su proyecto RxMine, financiado por la UE, Cohen Solal utiliza un modelo de “cerebro en una placa de Petri” (en el laboratorio, mediante tecnología de células madre, se generan células madre y redes cerebrales humanas a partir de muestras de sangre de los pacientes) para determinar el antidepresivo óptimo para cada paciente.

En investigaciones anteriores, el equipo de la investigadora descubrió cambios celulares específicos denominados “biomarcadores” en el tejido cerebral que están relacionados con la capacidad de respuesta de un paciente a un fármaco determinado. Para que una persona responda de forma positiva a un antidepresivo, deben encontrarse suficientes cambios en los niveles de los biomarcadores correspondientes en los modelos cerebrales generados.

El personal investigador sueña con que algún día a todas las personas con depresión se les realice una prueba para determinar qué fármaco es el más adecuado para ellas. Esto podría reducir en un 43 % los costes sanitarios relacionados con la depresión, lo que supondría un ahorro anual de hasta 6.500 € por paciente.

El equipo está ampliando sus estudios con nuevos fármacos, a la vez que trabaja en formas de hacer más eficientes sus procedimientos de análisis. “Esperamos tener algo que podamos poner en marcha en un plazo de dos años”, afirma Cohen Solal. “Nuestra principal aspiración es tratar de encontrar rápidamente el tratamiento adecuado a cada paciente y que no tengan que pasar por el inaceptable y peligroso proceso de ensayo y error para encontrar su medicación”.

La investigación descrita en este artículo ha sido financiada con fondos de la UE. Artículo publicado originalmente en Horizon, la Revista de Investigación e Innovación de la Unión Europea.

sábado, 11 de marzo de 2023

NEUROCIENCIA Boris Cyrulnik: “La adaptación no tiene por qué ser un signo de salud sino una forma de patología”.

Boris Cyrulnik en el teatro Calderón de Valladolid, el pasado 23 de febrero.
El neuropsiquiatra francés se sorprende por el estallido de otra guerra en Europa y avisa de las amenazas de la inteligencia artificial



El neuropsiquiatra Boris Cyrulnik (Burdeos, Francia) va camino de cumplir 86 años con la mirada puesta en los cambios que están marcando la época actual. El pensador francés, experto psicoanalista y criado durante el nazismo, ha pasado por Valladolid por la celebración del II Foro de la Cultura en la ciudad, que ha contado con protagonistas diversos para reflexionar sobre el estado de las sociedades. Cyrulnik atiende a EL PAÍS en el teatro Calderón poco después de su ponencia, en la que ha mostrado su sorpresa por vivir una nueva guerra en Europa pese a creer que jamás se reeditaría ese horror y ha alertado sobre el odio y los totalitarismos. El intelectual se expresa con calma, tintes de humor y pesimismo respecto a un futuro que considera complicado y con desafíos inauditos.

Pregunta. ¿Considera que las entrevistas sirven para explicar algo tan complejo como la neurociencia, el cerebro o las sociedades?
Respuesta. Los periodistas sois los intermediarios, si solo habláramos entre nosotros el mensaje quedaría en un círculo cerrado. Como dicen los italianos, “traducción es igual a traición”, los periodistas muchas veces mejoran las entrevistas, ellos transforman y mejoran mucho el discurso. Me sentí traicionado cuando en el huracán Katrina de Nueva Orleans (ocurrido en Estados Unidos y que causó cientos de muertes en 2005), no se informó de que murieron muchos más negros que blancos, porque los negros eran pobres y vivían mucho más cerca del río Misisipi, que subió mucho las aguas. No dijeron que los blancos eran más ricos y vivían en lo alto de la ciudad.

P. ¿Debemos sentirnos las personas culpables por no entendernos a veces a nosotras mismas? ¿Cuándo fue la primera vez que no se entendió?
R. Nos comprendemos muy, muy poquito. Muchas decisiones nos sorprenden porque no sabemos por qué las hemos tomado. La decisión más neurótica del ser humano es la del oficio, el trabajo, y la del cónyuge. El resto de la vida nos preguntamos por qué. Hace muchos años tuve un paciente, un joven militar al que le habían roto la nariz sus compañeros de clase [gesticula y se la señala mientras explica la historia]. Se la arreglé enseguida y volvió al Ejército, al servicio militar, si no se la hubiese arreglado habría ganado un año de su vida y medité si había hecho bien.

P. Hace dos años le estaría haciendo esta entrevista con mascarilla; hace tres, por teléfono. Casi ni nos acordamos de la pandemia. ¿Tanta es nuestra capacidad de adaptación?
R. Nos adaptamos sorprendentemente muy fácil, la gente mayor se adapta a la muerte inminente. La adaptación no tiene por qué ser un signo de salud sino una forma de patología. Un preso que está en la cárcel, aislado, da vueltas y vueltas en la celda, habla solo porque oye voces o tiene alucinaciones. En su cabeza oyen voces, se han adaptado al espacio y tienen alucinaciones auditivas porque se sienten menos solos, es la patología lo que les permite adaptarse.

P. ¿Hasta qué punto pueden las personas huir del dolor?
R. El dolor tiene una parte neurológica y una encefálica, esta depende de la relación en la que se encuentre. Si estamos en un entorno seguro, el dolor será menos fuerte, pero si es inseguro, se hará más intenso y llegará a nuestro cerebro. Cuando la estimulación encefálica es muy fuerte, consigues disminuir la estimulación física. Cuando una mujer da a luz, si le pides que ponga de cero a 10 su dolor justo después del parto, diría que siete. Si se lo preguntas cuando está ya con su familia, rodeada de su entorno, al estar en un entorno de seguridad, responderá que tres o cuatro. Esa capacidad se puede entrenar. En mi zona hay soldados y se les entrena con el dolor. Se les sobreestimula y todo eso repercute en su dolor físico y se les prepara para que sientan menos dolor.

Cuando vi que Putin invadía Ucrania sentí estupor, cuando veo los cadáveres recuerdo mi época de la guerra 

P. ¿Conoce algo más complejo que el cerebro humano?
R. Otro cerebro [ríe]. Más complejo que un cerebro son dos cerebros. Es una pregunta muy interesante, un cerebro es uno y necesita otro cerebro para estimularse, si no, no sirve para nada. Las sanguijuelas tienen 20.000 neuronas, que es nada, nosotros tenemos miles y miles de neuronas. Un pájaro no tiene mucho córtex, un ratón un poco más, en un perro o un gato, hay un lóbulo prefrontal, en un mono, un 25% de lóbulo prefrontal y en una persona, un 30% más la palabra. El 100% serían varios cerebros, ahí está el poder de la palabra.

P. ¿Qué siente al ver de nuevo una guerra en Europa?
R. Una gran tristeza. Estaba convencido de que jamás ocurriría. Viví la II Guerra Mundial y la Guerra de Argelia y pensé que lo habíamos comprendido. Los esfuerzos sociales y de comunicación no han servido para nada, es una enorme tristeza. Cuando vi que Putin invadía Ucrania, sentí estupor, cuando veo los cadáveres, recuerdo mi época de la guerra, con fardos de paja en los caminos que me recordaban cuando en Francia intentábamos cruzar las fronteras. Fue un retorno a la angustia.

P. ¿Es hipócrita escandalizarse con la guerra de Ucrania y no tanto con las de Yemen o Siria?
R. Tiene razón, es una pregunta cínica pero real. Es la empatía. Si a los cercanos a mí les pasa algo, me conmueve porque me toca. Si nos dicen ahora que durante esta entrevista han muerto 10.000 chinos, no nos provoca nada. No es hipocresía, sino la regla de la empatía.

Los jóvenes nunca se han desarrollado tan bien como ahora en lo intelectual

P. ¿Cómo les explicaría a las nuevas generaciones europeas que hace menos de 100 años se perseguía a millones de personas por su religión o ideología?
R. Es el problema del totalitarismo. Para hacer la guerra hay que decir una sola verdad. Si intentamos entender al adversario, se pierde la guerra. La guerra es un excelente medio para elegir democráticamente a un dictador y luego tardamos una o dos generaciones en liberarnos de ellos.

P. ¿Entiende a los jóvenes?
R. ¡Me da miedo entenderlos! Hay un fenómeno de que los jóvenes abandonan cada vez más. Como hay una mejora técnica y social, el trabajo no conlleva la mejora que antes significaba. Para la juventud, el trabajo es la manera de florecer, de que su personalidad se expanda y salga a la luz. Antes, para nosotros, el trabajo era supervivencia y aceptábamos cualquier tipo de trabajo. Hay un abandono social y afectivo, el abandono social llega porque si el trabajo no gusta, lo abandonan, y si lo afectivo no funciona se separa y ya está.

Actualmente, un joven piensa que tendrá tres o cuatro tipos de trabajo y tres o cuatro parejas. Los niños pueden sentirse bien así, pero no los padres, que acaban eligiendo a un dictador. Los jóvenes nunca se han desarrollado tan bien como ahora en lo intelectual, son más brillantes en la exploración del mundo, de viajar, eso les hace desarrollar mucho mejor su personalidad y que la sociedad sea cada vez más frágil. Antes se trabajaba lo social mediante el sacrificio, las mujeres se sacrificaban para cuidar del marido y de los hijos, los hombres se sacrificaban para la guerra o el trabajo en las minas durante 15 horas, por ejemplo. Los jóvenes, al estar mejor preparados, lo rechazan.

P. ¿Puede ser frustrante para los jóvenes haberse preparado duramente, pero que el mercado laboral no los encaje?
R. El trabajo está robotizado. Dentro de unos años, la inteligencia artificial hará el trabajo robotizado, estamos viendo que hay jóvenes con muchos diplomas que vuelven a la agricultura, a ser campesinos porque el trabajo está robotizado.

P. ¿Puede ser peligrosa la inteligencia artificial y la robotización?
R. Respuesta sencilla: más de lo que creemos. Cuando apareció Internet, recuerdo que hablé con los partidarios, que decían que no habría efectos secundarios y hoy vemos que hay muchos, para los adultos y sobre todo para los niños. En inteligencia artificial se empiezan a ver efectos secundarios como en el plagio, seguramente uno de ellos sea la descalificación de los exámenes. Habrá que encontrar otro sistema para seleccionar a los jóvenes. También para la escritura de cartas anónimas, las amenazas… [ríe].

Dentro de dos meses voy a cumplir 86 [años], me quedan muchos todavía para jubilarme de reflexionar

P. ¿La ciencia ficción de Isaac Asimov se ha superado?
R. Estamos mucho más lejos. Somos capaces de mezclar genes humanos y animales, Internet es mucho más de lo que pensó Asimov, está muy sobrepasado.

P. ¿Ve factible, con este contexto, que se repitan grandes movilizaciones sociales como las que trajeron cambios en épocas pasadas?
R. Los sindicatos tuvieron un papel muy importante en el siglo XIX y XX porque muchos hombres y mujeres habrían sido sacrificados. Hoy vemos que representan a menos personas y ponen en marcha movimientos sociales. Hay diputados en Francia que ridiculizan la democracia, esta arma fue muy útil en los siglos anteriores, pero no sé si ahora lo será. Los políticos toman decisiones sin tener en cuenta estos movimientos.

P. Tiene 85 años. ¿A qué edad se jubila uno de reflexionar?
R. A los 120 años, después es más complicado. Dentro de dos meses voy a cumplir 86, me quedan muchos todavía para jubilarme de reflexionar.
https://elpais.com/ciencia/2023-03-05/boris-cyrulnik-la-adaptacion-no-tiene-por-que-ser-un-signo-de-salud-sino-una-forma-de-patologia.html

sábado, 20 de noviembre de 2021

“Si sabes que puedes morir y no te vacunas, eres irracional o estúpido”

                                                      

El neurocientífico Antonio Damasio, una eminencia en el estudio del cerebro, reflexiona sobre la consciencia, la racionalidad y la inteligencia 

En el apartamento de Antonio Damasio (Lisboa, 1944) en Los Ángeles cuelga una enorme fotografía de una sala de conciertos. Un pianista toca una melodía para una audiencia compuesta por sí mismo. En todas las butacas está el mismo hombre, cada uno tiene una postura diferente y parece reflejar un sentimiento distinto. Se trata de una obra del artista alemán Martin Liebscher. Es una inmejorable pieza para adornar la pared de un hombre que ha dedicado su vida a investigar el cerebro y su relación con los sentimientos.
 
Considerado una eminencia en su campo y director del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California (USC), Damasio publica Sentir y saber (editorial Destino). El libro comunica de forma accesible décadas de investigación sobre las sensaciones y los procesos del cerebro. El doctor explica también las diferencias entre mente y consciencia, dos conceptos que suelen confundirse. Además, aboga por un mundo con máquinas inteligentes que puedan sentir. En su opinión, la inteligencia artificial que se abre paso en el mundo moderno tiene un “error de concepto” que priva a las máquinas de cuerpos más hechos a la imagen del humano. Con voz baja y pausada, Damasio conversa en la sala de su casa frente a una edición de la biografía de otro portugués que escribió del ser: Fernando Pessoa.

Boris Cyrulnik: “Los adolescentes más afectados por la pandemia, de adultos, tendrán depresión crónica”

Pregunta. Usted combate la idea de que la consciencia es un misterio. 
Respuesta. Esa posición se está derrumbando. Cada vez más gente cree que este asunto puede ser abordado desde la ciencia. Quizá no tenemos la solución todavía. El mayor problema es que falta reconocer que la mente y la consciencia son diferentes. La clave la tienen los sentimientos. Una vez que podemos sentir dolor, enojo, ira o deseo es que somos conscientes. Y después, todo lo demás —que está en nuestra mente— se engancha a ese sentimiento, que es el de uno mismo vivo. Al final la consciencia es la habilidad de sentir el estado de la vida dentro de nuestro cuerpo en cualquier momento. Y está ahí desde poco después de haber nacido hasta el fin de la vida.

P. Dice que nos beneficiamos de una inteligencia no explícita que nos hermana a organismos milenarios.
R. Las bacterias son inteligentes, los organismos con mil células pueden ser muy inteligentes. Eligen lo que más les conviene para mantenerse vivas, para mantener la homeostasis [el equilibrio al que tiende un cuerpo biológico], pero no saben que lo hacen. Lo hacen de forma implícita. Nosotros tenemos el beneficio de ambas inteligencias. No tenemos forma de regular la digestión, la respiración o la función del corazón, eso se hace de forma implícita. Nos beneficiamos de un nivel de inteligencia encubierto y otro relacionado con nuestro conocimiento. Sentir te da conocimiento. El gran momento del desarrollo de la consciencia es el momento en que las criaturas comenzaron a tener sentimientos. Y estos comenzaron a ser homeostáticos: hambre, sed, el estar bien, enfermedad, dolor y deseo. Todo gira en torno a esto.

P. ¿Y qué pasa con la pérdida de un ser querido o el duelo? No es físico, pero afecta a la consciencia.
R. Lo interesante de la mente es que conforme se ha desarrollado ha tomado prestados de la naturaleza señales y sistemas. Es algo que hacemos también con las estructuras culturales. ¿Qué es una economía? Son proyecciones de nuestras necesidades físicas en la sociedad. ¿Por qué la gente está interesada en descubrir cómo compensar no solo el dolor físico sino también el dolor de la pérdida? Había apego y la tristeza viene con él. La gente es capaz de imaginar mundos, tienes la construcción de cosas que ayudan a hacer tolerable la pérdida. Las ideas fundamentales de la religión giran en torno a eso. Puede decirse que no solo se descubre a Dios, sino una construcción de él que se relaciona con que somos conscientes de nuestro sufrimiento.

P. ¿Por qué es el cuerpo tan importante para la mente?
R. Nada de esto tiene sentido sin el cuerpo. No somos fantasmas. Hay algo bello y dramático a lo que debemos enfrentarnos: la vida que se nos va a cada minuto y que es como el acto de un funambulista en el circo. Necesitas habilidad para mantener la vida.

P. Por la importancia del cuerpo usted dibuja una línea de separación con la Inteligencia Artificial (IA).
R. La IA es espectacular, pero somos nosotros quienes le proveemos la consciencia y la guía para que haga cosas que probablemente no podríamos hacer. ¿Vamos a aceptar la IA tal y como es ahora o podemos hacerla aún más inteligente? Es un debate con dos bandos. Uno está conforme con cómo funciona. Otro dice que puede adaptarse más a lo que somos. Para ello debería tener algo parecido a sentimientos. Creo que pueden desarrollarse máquinas así.

P. Científicos en universidades como la suya están trabajando para extender la vida de los humanos hasta los 140 años o más. ¿Cómo cambiaría esto nuestra relación con la mente?
R. Cualquier viejo querrá vivir 10 o 15 años más si se lo ofrecen. Pero no sabemos qué consecuencias podría tener. Es una buena idea y es posible porque muchas de las razones de por qué envejecemos y morimos se pueden corregir, hasta cierto punto. No sabemos el límite. Cada vez la gente vive más y se puede conservar la mente. No tienes que ser viejo e idiota.

P. Usted dice que los sentimientos ya están en el cerebro. ¿Puede este repertorio cambiar con el tiempo?
R. Mire lo que ha pasado con las redes sociales. Es muy fácil manipular a las personas para que crean algo, que no hagan algo o hacerles pensar que algo les gusta más de lo que debería. Hay una posibilidad de cambio en las influencias culturales de cosas como Facebook. Debemos tener cuidado.

P. ¿Nos estamos haciendo menos inteligentes?
R. No lo creo. La habilidad para entender incluso ha mejorado. La inteligencia está. Es la habilidad de ser racional lo que falla. Mira la irracionalidad de todos los que han decidido no vacunarse. ¿De dónde viene eso? Hay gente que está firmando su sentencia de muerte. La capacidad intelectual es la misma, pero no estás siendo racional. Es diferente a no ser inteligente.

P. Uno tendría que ser inteligente para ver que está siendo irracional.
R. Si sabes que existe la posibilidad de que mueras y aun así decides no vacunarte, es que eres irracional o directamente estúpido. No hay vacuna para la estupidez.

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

lunes, 15 de febrero de 2021

_- Cómo la autocompasión y no la autoestima es la clave del éxito

_- Piensa en la última vez que fallaste o cometiste un error importante. ¿Todavía te sonrojas y te regañas por haber sido tan tonto o egoísta?

¿Tiendes a sentirte solo en ese fracaso, como si fueras la única persona que se ha equivocado? ¿O aceptas que el error es parte del ser humano y tratas de hablarte a tí mismo con cuidado y ternura?

Para muchas personas, el ser crítico con uno mismo es lo más natural.

De hecho, incluso podemos enorgullecernos de ser duros con nosotros mismos como señal de nuestra ambición por mejorar.

Pero una gran cantidad de investigaciones muestra que la autocrítica a menudo es contraproducente.

Además de aumentar nuestros niveles de infelicidad y estrés, puede aumentar la procrastinación y nos hace aún menos capaces de lograr nuestras metas en el futuro.

En lugar de castigarnos a nosotros mismos, debemos practicar la autocompasión: un mayor perdón de nuestros errores y un esfuerzo deliberado por cuidarnos a nosotros mismos en momentos de decepción o vergüenza.

"La mayoría de nosotros tenemos un buen amigo en nuestras vidas, que nos apoya incondicionalmente", dice Kristin Neff, profesora asociada de psicología educativa en la Universidad de Texas en Austin, quien ha sido pionera en esta investigación.

"La autocompasión es aprender a ser un amigo cálido y comprensivo contigo mismo". Si eres un cínico, puede que inicialmente te opongas a esta idea.

Como escribió la comediante británica Ruby Wax en su libro sobre la atención plena: "Cuando escucho que las personas son amables consigo mismas, me imagino a los tipos que encienden velas aromáticas en sus baños y se hunden en una tina de leche de yak del Himalaya".

Sin embargo, la evidencia científica sugiere que tratarnos bien puede aumentar nuestra resiliencia emocional y mejorar nuestra salud, bienestar y productividad.

Es importante destacar que también nos ayuda a aprender de los errores que causaron nuestro malestar en primer lugar.

Confiar en la autocompasión, no en la autoestima
La investigación de Neff se inspiró en una crisis personal. A finales de los 90, estaba pasando por un divorcio doloroso.

"Fue muy complicado y sentí mucha vergüenza por algunas malas decisiones que había tomado".

Buscando una forma de lidiar con el estrés, se inscribió en clases de meditación en un centro budista local.

La práctica de la atención plena trajo cierto alivio, pero fueron sus enseñanzas sobre la compasión, en particular, la necesidad de dirigir esa bondad hacia nosotros mismos, las que nos brindaron el mayor consuelo.

"Simplemente noté una diferencia inmediata", dice.
Superficialmente, la autocompasión puede parecer similar al concepto de "autoestima", que se refiere a cuánto nos valoramos a nosotros mismos y si nos vemos a nosotros mismos de manera positiva.

Los cuestionarios para medir la autoestima piden a los participantes que califiquen afirmaciones como, "siento que soy una persona valiosa, al menos en el mismo plano que los demás".

Desafortunadamente, esto a menudo viene acompañado de una sensación de competencia y puede resultar fácilmente en una especie de narcisismo frágil que se desmorona ante un posible fracaso.

"La autoestima depende del éxito y de que le gustes a la gente, por lo que no es muy estable; podrías tenerla en un buen día pero perderla en un mal día", dice Neff.

La autocompasión se relaciona con la salud mental y el bienestar general de las personas.

Muchas personas con alta autoestima incluso recurren a la agresión y al acoso cuando su confianza se ve amenazada.

Neff se dio cuenta de que cultivar la autocompasión podría ayudar a evitar esas trampas, para que puedas levantarte cuando te sientas herido o avergonzado, sin derribar a otros en el camino.

Entonces decidió diseñar una escala psicológica en la que los participantes debían calificar una serie de afirmaciones en una escala del 1 (casi nunca) al 5 (casi siempre), tales como:

Intento ser cariñoso conmigo mismo cuando siento dolor emocional.
Trato de ver mis fallas como parte de la condición humana.
Cuando sucede algo doloroso, trato de tener una visión equilibrada de la situación.
Desapruebo y juzgo mis propios defectos e insuficiencias.
Cuando pienso en mis deficiencias, tiendo a sentirme más separado y aislado del resto del mundo.
Cuando me siento deprimido, tiendo a obsesionarme y fijarme en todo lo que está mal.
Cuanto más estés de acuerdo con el primer conjunto de afirmaciones y menos estés de acuerdo con el segundo conjunto de afirmaciones, mayor será su autocompasión.

La meditación ayuda a entrenar la autocompasión.
Los primeros estudios de Neff examinaron cómo la autocompasión se relacionaba con la salud mental y el bienestar general de las personas.

Al interrogar a cientos de estudiantes de pregrado, descubrió que la característica se correlacionó negativamente con informes de depresión y ansiedad, y se correlacionó positivamente con la satisfacción general con la vida.

Es importante destacar que este estudio también confirmó que la autocompasión era distinta a la autoestima.

En otras palabras, puede haber alguien con un sentido general de superioridad, a quien, sin embargo, le resulta muy difícil perdonarse a sí mismo por los fracasos percibidos, una combinación que dista mucho de ser ideal.

Campo floreciente
Investigaciones posteriores confirmaron estos descubrimientos en muestras más diversas, desde estudiantes de secundaria hasta veteranos estadounidenses en riesgo de suicidio.

Todos los estudios mostraron que la autocompasión aumenta la resiliencia psicológica.

De hecho, la autocompasión se ha convertido en un campo de estudio floreciente que atrae el interés de muchos otros investigadores.

Algunos de los resultados más interesantes se refieren a la salud física de las personas.

La autocompasión también está asociada con la salud de las personas.

Un estudio reciente muestra que las personas con alta autocompasión tienen menos probabilidades de reportar una variedad de dolencias, como dolor de espalda, dolor de cabeza, náuseas y problemas respiratorios.

Una explicación podría ser una respuesta silenciosa al estrés, con estudios previos que revelaron que la autocompasión reduce la inflamación que normalmente acompaña a la angustia y que puede dañar nuestros tejidos a largo plazo.

Pero los beneficios para la salud también pueden deberse a diferencias de comportamiento, ya que la evidencia muestra que las personas con mayor autocompasión cuidan mejor su cuerpo con la dieta y el ejercicio.

"Las personas que tienen niveles más altos de autocompasión son generalmente más proactivas", dice Sara Dunne, psicóloga que estudió el vínculo entre la autocompasión y los comportamientos saludables en la Universidad de Derby, Reino Unido.

Ella lo compara con el consejo de un padre bien intencionado.

"Te decían que tenías que irte a la cama, levantarte temprano y luego solucionar tus problemas", dice.

De manera similar, alguien con alta autocompasión sabe que puede tratarse a sí mismo con amabilidad, sin críticas excesivas, y al mismo tiempo que reconoce lo que es mejor para él a largo plazo.

Este es un punto importante, dice Neff, ya que algunos de los primeros críticos de su trabajo se preguntaron si la autocompasión simplemente conducía a un comportamiento perezoso y poca fuerza de voluntad.

En su opinión, necesitamos la autocrítica para motivarnos a realizar cambios importantes en nuestras vidas.

Como evidencia en contra de esta idea, señala una investigación de 2012 que encontró que las personas con alta autocompasión muestran una mayor motivación para corregir sus errores.

Por ejemplo, tienden a trabajar más duro después de fallar una prueba importante, y están más decididos a compensar una transgresión moral percibida, como traicionar la confianza de un amigo.

La autocompasión, al parecer, puede crear una sensación de seguridad que nos permite enfrentar nuestras debilidades y hacer cambios positivos en nuestras vidas, en lugar de ponernos a la defensiva o crearnos una sensación de desesperanza.

Intervenciones rápidas
Si deseas obtener algunos de estos beneficios, ahora hay abundantes pruebas, del grupo de investigación de Neff y de muchos otros, de que se puede entrenar la autocompasión.

Las intervenciones populares incluyen la "meditación de bondad amorosa", que te guía a concentrarte en los sentimientos de perdón y calidez hacia ti mismo y hacia los demás.

En un ensayo reciente, Tobias Krieger y sus colegas de la Universidad de Berna, en Suiza, diseñaron un curso en línea para enseñar este ejercicio junto con lecciones más teóricas sobre las causas de la autocrítica y sus consecuencias.

Después de siete sesiones, encontraron aumentos significativos en las puntuaciones de autocompasión de los participantes, junto con una reducción del estrés, la ansiedad y los sentimientos depresivos.

"Medimos muchos resultados", dice Krieger, "y todos fueron en la dirección esperada".

También hay intervenciones escritas, como redactar una carta desde la perspectiva de un amigo cariñoso, que pueden proporcionar una mejora significativa, dice Neff.

Para la mayoría de la gente, el hábito de la autocrítica no parece estar tan arraigado como para no poder evitarlo.

(El sitio web de Neff incluye pautas más detalladas sobre las formas de poner en práctica esto y la meditación de la bondad amorosa).

Neff dice que ha visto un mayor interés en estas técnicas durante la pandemia.
Para muchos de nosotros, las dificultades por el aislamiento, el trabajo a distancia y el cuidado de las personas que amamos han proporcionado el caldo de cultivo perfecto para la autocrítica y la duda.

Si bien no podemos eliminar esas tensiones, al menos podemos cambiar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, lo cual nos puede dar la resiliencia necesaria para enfrentar los desafíos.

Ahora más que nunca, debemos dejar de ver la autocompasión y el autocuidado como un signo de debilidad, dice Neff.

"La investigación es realmente abrumadora en este momento, y muestra que cuando la vida se pone difícil, quieres ser compasivo contigo mismo. Te hará más fuerte ".

David Robson es el autor de The Intelligence Trap: Revolutionize Your Thinking and Make Wiser Decisions (Hodder & Stoughton / WW Norton). (La trampa de la inteligencia: revolucione su pensamiento y tome decisiones más sabias)

https://www.bbc.com/mundo/noticias-55668680

miércoles, 27 de enero de 2021

En estado de resiliencia

La resiliencia es la propiedad de los metales para recuperarse de un golpe fuerte. La palabra resiliencia se deriva del latín resilire, que significa rebotar. Se utiliza en el mundo de la física para reflejar la elasticidad de un material, propiedad que le permite absorber energía y deformarse, sin romperse, cuando es golpeado por otro objeto o fuerza exterior y, de forma rápida, recobrar su forma original una vez que cesa dicha presión. Por extensión se aplica a una actitud de los seres humanos (individualmente considerados o en grupo) para superar las adversidades de la vida.

Comenzó la construcción del concepto de resiliencia humana en los años cincuenta cuando varios investigadores de Europa y Estados Unidos comenzaron a explorar desde la infancia la vida de algunas personas que se habían enfrentado a graves adversidades. Observaron a niños extraordinariamente resistentes y adaptables que crecían con normalidad a pesar de haberse enfrentado a circunstancias perniciosas de pobreza, abandono y violencia.

Llevamos casi un año metidos en un largo túnel, golpeados por la adversidad. Cuando creemos que estamos a punto de ver la luz, comprobamos que el túnel describe una curva (segunda ola) y tenemos que seguir caminando. Y, cuando de nuevo albergamos una esperanza de salir a respirar aire puro, vemos que el túnel sigue en otra dirección (tercera ola)… ¿Hasta cuándo seguirá el oleaje?

La resiliencia se produce después de pasar la adversidad. Pero todavía estamos sumidos en ella. Todavía no la hemos superado. Todavía estamos recibiendo golpes. Por eso digo en el título que vivimos en estado de resiliencia. No es que hayamos recibido un golpe, es que estamos siendo golpeados a diario con hechos y amenazas terribles. Muertos, contagiados, ingresados, despedidos… La continuidad es una característica de esta dura pandemia. Otra característica es la amplitud, porque no afecta a un solo individuo, ni a un pequeño grupo, sino a toda la humanidad… Nadie esta libre de la amenaza del contagio, de la enfermedad y de la muerte.

He hablado muchas veces de la resiliencia como cualidad de una persona que supera una gran adversidad. Pero ahora hablo de un nuevo tipo de resiliencia: continua en el tiempo y global en la extensión. Estamos caminando hacia los dos millones de muertos. No somos capaces de controlar los contagios y la persistencia de los daños y del miedo se han instalado en la sociedad.

Luis Rojas Marcos, psiquiatra neoyorquino nacido en Sevilla en 1943, escribió hace años un interesante libro titulado “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”. Lo leí en su momento y ahora recupero algunas ideas que considero relevantes para el desarrollo del tema que me ocupa.

Dice Rojas Marcos de que “la resiliencia es un atributo natural y universal de supervivencia, que se compone de ingredientes biológicos, psicológicos y sociales”. Pareciera, por estas palabras, que la resiliencia es una cualidad innata del ser humano. Pero no, la resiliencia se hace, se ejercita, se fragua. Por eso hay personas resilientes y otras que no lo son.

La resiliencia, según Rojas Marcos, se construye sobre seis pilares. 

El primero tiene que ver con las conexiones afectivas. Las personas que se sienten vinculadas positivamente a otras superan los escollos de la vida con más facilidad que las que no cuentan con el afecto y la atención de algún semejante.

El segundo pilar son las funciones ejecutivas. Es decir, la capacidad de gobernar nuestra vida. 
Para ello, practicamos la introspección, que nos permite observamos, conocernos, reflexionar y recapacitar cuando tomamos decisiones importantes o buscamos formas de salir del atolladero. Entre las funciones ejecutivas más importantes está el autocontrol, la capacidad de esperar, de frenar el ímpetu y retrasar la gratificación inmediata con el fin de conseguir un objetivo superior.

El tercer pilar consiste en situar dentro de nosotros mismos el centro de control. 
Ante amenazas peligrosas podemos situar en nuestro interior la capacidad de intervenir o ponerla en el exterior, sea en el azar, en el destino o en Dios. Si creemos que la dirección del barco depende de nuestra habilidad, más que de la suerte o del viento o de los dioses, estaremos en mejores condiciones de manejarlo.

La autoestima es el cuarto pilar de la resiliencia. 
“Aunque no lo reconozcamos en público, para todos los mortales, lo más importante del mundo somos nosotros mismos”, dice Rojas Marcos. En algún curso he hecho con mis estudiantes la experiencia de “la caja mágica”. Pido que escriban el nombre de la persona más importante de su vida. Unos citan al cónyuge, otros a un hijo, otros a un amigo otros a Dios… Después les digo que en la caja mágica que yo tengo está la respuesta a cada uno. Quien quiera verla puede mirar en la caja. Cuando lo hacen, sonríen. En el fondo de la caja hay un espejo… La autoestima es un factor decisivo para luchar contra la adversidad. Cuando la opinión que tenemos sobre nosotros es positiva, la resiliencia se fortalece.

El quinto pilar es el pensamiento positivo. 
Tener una perspectiva favorable de las cosas (pasadas, presentes y futuras) es un elemento fundamental de la resiliencia humana. El pensamiento positivo no es un obstáculo para el razonamiento y la capacidad de analizar con rigor la realidad. Es una actitud que nos hace ver la realidad de forma favorable. El pesimista solo ve los agujeros en el queso.

Finalmente, el sexto pilar de la resiliencia es tener motivos para vivir. 
Si tenemos finalidades consistentes en la vida, podremos afrontar con mayor coraje la superación de las adversidades que se nos presentan. Friedrich Nietzsche afirma en su obra El crepúsculo de los dioses: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo vivir”.

Añadiré a estos pilares una consideración sobre la importancia del sentido del humor, que es algo muy serio en la vida. Ya sé que esta o cualquier otra calamidad no es motivo de risa, pero es mejor afrontarla con sentido del humor. En su estupendo libro “El sentido del humor”, dicen A. Ziv y J. M. Diem: “La utilización del humor negro permite a las personas defenderse de las situaciones o los elementos que les dan miedo”. Riéndonos de la muerte, las catástrofes, las enfermedades y los accidentes, intentamos demostrar que no nos dan miedo. Estamos contentos de podernos reír de la muerte, por ejemplo. He aquí cuatro breves ejemplos.

– Un condenado a muerte, a la pregunta de si quiere fumar el último cigarrillo, responde: No gracias, estoy intentando dejar de fumar.

– Unos veteranos de guerra muy mayores van al cementerio a rendir homenaje a sus compañeros fallecidos. Uno le dice otro en medio de las tumbas: Y, tú, con la edad que tienes, ¿crees que te merece la pena ir a casa?

– Un condenado a muerte avanza un lunes hacia el cadalso, mientras dice: ¡Mal empiezo la semana!

– Le dice la mujer al marido: Dada la edad que tenemos, uno de los dos podría ya morirse, y así yo me podría ir a vivir con nuestra hija a Barcelona.

Está demostrado que el sentido del humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace fuertes y resistentes ante la adversidad.

Hoy necesitamos ser resilientes de forma solidaria y persistente, reponernos juntos de los golpes de la pandemia. Y preocuparnos de enseñar a nuestros hijos y alumnos a superar la adversidad. El mejor modo de conseguirlo es que vean nuestra propia y acendrada resiliencia. Enseñamos como somos, no diciendo a los demás cómo tienen que ser.

Fuente:
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/01/16/en-estado-de-resiliencia/

P. D.: Añadiría, sin dudarlo, el saber reírse de uno mismo, y el no ser pesado, con uno mismo y con los demás, es decir no darle vueltas, en la cabeza o en la conducta, a un mismo tema. y siempre hacer y actuar para cambiar la realidad no aceptando las injusticias...

martes, 15 de diciembre de 2020

Qué es la positividad tóxica y por qué puede ser una trampa.

¿Ocultas tus emociones negativas?

Podría parecer contradictorio, pero la positividad puede ser tóxica.

Ya lo decía el escritor estadounidense Mark Manson en su superventas The subtle art of not giving a f*ck ("El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda / un carajo", 2018): "Cualquier intento de escapar de lo negativo -evitarlo, sofocarlo o silenciarlo- fracasa. Evitar el sufrimiento es una forma de sufrimiento. La negación del fracaso es un fracaso".

En eso consiste precisamente la positividad tóxica o el positivismo extremo: en imponernos una actitud falsamente positiva, sobregeneralizando un estado feliz y optimista sea cual sea la situación, silenciando nuestras emociones "negativas".

El psicólogo sanitario Antonio Rodellar, especialista en trastornos de ansiedad e hipnosis clínica, prefiere hablar de emociones desreguladas.

"La paleta de colores emocional abarca emociones desreguladas, como la tristeza, la frustración, la rabia, la ansiedad o la envidia. No podemos obviar que, como seres humanos, tenemos ese rango de emociones que tienen una utilidad y que nos dan información sobre qué sucede en nuestro entorno y en nuestro cuerpo. No podemos ignorarlas", le explica a BBC Mundo.

Para la terapeuta y psicóloga británica Sally Baker, autora de The getting of resilience from the inside out ("Resiliencia de dentro hacia afuera", 2019) "el problema de la positividad tóxica es que es una negación de todos los aspectos emocionales que sentimos ante cualquier situación que nos plantee un desafío".

Aceptar todas tus emociones te permitirá ser más resiliente, dice la terapeuta Sally Baker.

"Es deshonesto hacia quienes somos permitirnos únicamente expresiones positivas", dice Baker. "Negar constantemente todo lo 'negativo' que sentimos en situaciones difíciles es agotador y no nos permite crear resiliencia [la capacidad de adaptarnos a situaciones adversas]".

"Nos aísla de nosotros mismos, de nuestras auténticas emociones. Nos escondemos detrás de la positividad para mantener a otras personas lejos de una imagen que nos muestra imperfectos".

Psicología positiva vs. positividad tóxica 

Para entender la positividad tóxica primero debemos diferenciarla de la psicología positiva, un concepto que parece similar pero es distinto.

"La psicología positiva se popularizó a través del psicólogo Martin Seligman, quien trabajó mucho con temas de depresión y dio un prisma diferente para abordar diferentes problemas, situaciones o patologías", explica Rodellar.

Fue en los 90 cuando Seligman, entonces presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), dijo en una conferencia que la psicología necesitaba dar un nuevo paso para estudiar desde un punto de vista científico todo aquello que le hace feliz al ser humano.

En su famoso libro The optimistic child ("Niños optimistas, 1995), el psicólogo estadounidense explicó que el pesimista no nace, sino que se hace; que "aprendemos a ser pesimistas" por circunstancias de la vida. Sin embargo, también decía que podemos combatir ese pesimismo y transformar nuestros pensamientos negativos en otros más positivos.

¡De acuerdo! Entonces, si me siento triste tan solo tengo que concentrarme en estar feliz... No exactamente. De hecho, es probable que al hacerlo caigas en la trampa de la positividad tóxica porque para trabajar en las emociones negativas no puedes ignorarlas, debes primero aceptarlas.

La clave consiste en no llevar el positivismo al extremo.

A veces, está bien no estar bien.

"El concepto de psicología positiva se ha distorsionado un poco con el paso del tiempo", dice Rodellar. "Enfocarse en los aspectos positivos de las diferentes situaciones que van ocurriendo en la vida puede ser terapéutico y constructivo. El problema es que llevado al extremo puede generar una baja capacidad de afrontar situaciones negativas".

"La psicología positiva aplicada correctamente es una práctica muy útil, pero de forma indiscriminada genera una visión muy parcial de la realidad y una sensación de indefensión. Negar las situaciones dolorosas y dañinas de la vida es como ver la realidad con solo un ojo", añade el psicólogo.

7 signos para detectar la positividad tóxica

Ocultas o enmascaras tus verdaderos sentimientos

Tratas de "seguir adelante" ignorando o descartando una o varias emociones

Te sientes culpable por sentir lo que sientes

Minimizas las experiencias de otras personas con citas o declaraciones que te hacen sentir bien

Tratar de darle otra perspectiva (por ejemplo, "podría ser peor") en lugar de validar tu experiencia emocional

Avergüenzas o castigas a otros por expresar frustración o cualquier otra cosa que no sea positividad

Ignoras las cosas que te molestan con un "es lo que es".

Fuentes: Samara Quintero (especialista en trauma e hipnoterapia, desarrollo personal) / Jamie Long (especialista en trastornos alimentarios, ansiedad, depresión y relaciones)

¿Cómo nos afecta?
Bloquear o ignorar las emociones "negativas" puede tener consecuencias en la salud.

"Todas las emociones que reprimimos se somatizan, se expresan a través del cuerpo, muchas veces en forma de enfermedad. Cuando negamos una emoción, encontrará una manera alternativa de expresarse", dice Rodellar.

Baker está de acuerdo: "Reprimir las emociones afecta a tu salud. Si escondes tus dificultades mentales tras una fachada de positividad tóxica, éstas serán reflejadas de formas alternativas en tu cuerpo, desde problemas en la piel hasta síndrome del intestino irritable", le explica a BBC Mundo.

"Cuando ignoramos nuestras emociones negativas, nuestro cuerpo les sube el volumen para llamar nuestra atención sobre ese problema. Reprimir las emociones nos agota mental y físicamente. No es saludable y no es sostenible a largo plazo", dice la terapeuta.

Una segunda consecuencia, dice Rodellar, es que "cuando nos enfocarnos sólo en las emociones positivas, obtenemos una versión más ingenua o infantil de situaciones que nos pueden ocurrir en la vida, de tal manera que nos volvemos más vulnerables ante momentos difíciles".

¿Eres honesto/a con tus emociones?

Teresa Gutiérrez, psicopedagoga y experta en neuropsicología, considera que "el positivismo tóxico tiene consecuencias psicológicas y psiquiátricas más graves que una depresión".

"Se desvirtualiza el mundo emocional y puede llevar a vivir una vida irreal que daña nuestra salud mental. Tanto positivismo no es positivo para nadie. Si no hay frustración y fracaso, no aprendemos a desarrollarnos en nuestras vidas", le dice a BBC Mundo.

"Está bien no estar bien"
¿Está de moda el positivismo tóxico? Baker cree que sí y lo atribuye a las redes sociales, "que nos obligan a comparar nuestra vida con las vidas perfectas que vemos por internet".

"Hay una tendencia constante en las redes sociales a mostrarnos perfectos que resulta agotadora y que no es real".

"Si hubiera más honestidad en cuanto a las vulnerabilidades, nos sentiríamos más libres a la hora de experimentar todo tipo de emociones. Somos humanos y debemos permitirnos sentir todo el espectro de emociones. Está bien no estar bien. No podemos ser positivos todo el tiempo".

Gutiérrez cree que ha habido un aumento al positivismo tóxico "en estos últimos años", pero sobre todo durante la pandemia.

"Estamos viviendo en una época atípica y extraña donde muchas personas están sufriendo mucho. La ansiedad, la incertidumbre, la frustración, el miedo... son sentimientos comunes. Sin embargo, hay un exceso de positivismo tóxico que es peligroso", dice la psicoterapeuta.

"Todo va a salir bien" no siempre es la respuesta más reconfortante.

Rodellar observa "una cierta tendencia al bienestar rápido, a querer sentirnos bien de manera inmediata, como un derecho natural".

"Está muy bien pensar que todo va a salir bien, pero eso no significa que todo el proceso para que ocurra tenga que ser placentero. Es más realista decir 'esto también pasará' cuando estamos en un momento de bloqueo", dice el psicólogo.

"Todas las emociones son como olas: van cogiendo intensidad y después van bajando y se convierten en espuma, hasta que poco a poco desaparecen. El problema es cuando no queremos sentirlas porque nos volvemos más dóciles ante una próxima 'ola'".

Validar en lugar de ignorar
Los psicólogos consultados por BBC Mundo están de acuerdo en que lo idóneo -en términos generales- es aceptar todas las emociones, en lugar de suprimir aquellas nos hacen sentir mal.

La presión a sentirnos siempre bien puede ser fuerte, pero bloquear la tristeza no ayuda.

No se trata de no ser positivos, sino de validar cómo nos sentimos en cada momento incluso cuando no estamos bien.

"Ser más honestos, más auténticos, no tener miedo a expresar que nos sentimos tristes, deprimidos o con ansiedad. Reconocer que nos sentimos mal y saber que eso pasará. Experimentar esas emociones y aprender de ellas para ser más resilientes", explica Baker, quien aclara que estos consejos excluyen a personas con depresión clínica (un trastorno grave que, de hecho, suele empeorar si no se trata).

Qué es la "depresión sonriente" y por qué es más peligrosa que los otros tipos

Stephanie Preston, profesora de Psicología en la Universidad de Michigan, EE.UU., cree que la mejor forma de validar las emociones es "simplemente escuchándolas".

"Cuando alguien te comparta sentimientos negativos, en lugar de apresurarte a hacer que esa persona se sienta mejor o piense de manera más positiva ("Todo estará bien ..." [y cambias de tema]), intenta tomarte un segundo para reflexionar sobre su malestar o su miedo y haz todo lo posible por escuchar", aconseja la especialista.

"Ya resulta bastante aislante estar en un lugar emocionalmente difícil; cuando la gente trata de silenciar esas emociones, especialmente amigos y familiares, duele mucho. Escuchar a alguien que sufre puede marcar una gran diferencia en sus vidas".

La académica señala que hay estudios que dicen que ese altruismo beneficia e influencia positivamente a nuestra propia salud.

Escuchar es a menudo más importante que tratar de animar con mensajes positivos.

Y si eres tú quien se siente mal, "lo más importante es hacer un ejercicio de consciencia", propone Rodellar.

"Ser consciente de cuál es la situación y la emoción que estás viviendo. No negar que hay algo malo que está ocurriendo, no mirar para otro lado, pero tampoco quedarte estancado en esa emoción negativa".

"Las emociones son información que tenemos que leer y entender para poder aplicar después una perspectiva constructiva y ver qué aprendizajes podemos extraer y cómo podemos generar un cambio a futuro".

¿Cómo aplicar esto en la práctica? Veamos algunos ejemplos:



"Tenemos que responsabilizarnos de nuestra propia felicidad desde la psicología constructiva", apunta Rodellar.

"Está bien mirar el vaso medio lleno, pero aceptando que se pueden dar situaciones en las que el vaso esté medio vacío y, a partir de ahí, responsabilizarnos en cómo construimos nuestra vida".

Para Baker, lo que debemos recordar es que "todas nuestras emociones son auténticas y reales, y todas ellas son válidas".

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Este no es un artículo médico. Para síntomas, preguntas o asesoría médica visita a tu doctor o a un especialista en psicología. La salud mental es importante.

viernes, 27 de noviembre de 2020

La fascinante aventura de Richard Davies, el hombre que viajó a "las 9 economías más extremas" del mundo y qué lecciones aprendió

Uno de los destinos fue el campo de refugiados sirios Zaatari, en Jordania.

Si ya es poco común que un economista salga a la calle a ver cómo funcionan en la práctica las grandes teorías y a conversar con los seres humanos que están detrás de las bases de datos, más raro aún es que viaje a lugares extremos para estudiar cómo sobrevivimos en las peores circunstancias y qué soluciones económicas inventamos.

Pero Richard Davies, quien fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del Tesoro del Reino Unido (HM Treasury), economista del Banco de Inglaterra y editor de la revista The Economist, viajó no solo a uno, sino a nueve. Y muy variados:

Zaatari, un campo de refugiados sirios en Jordania
La Prisión Estatal de Luisiana en Estados Unidos
La región del Darién en la frontera entre Colombia y Panamá
Kinshasa en la República Democrática del Congo
Aceh, Indonesia, epicentro de uno de los peores desastres naturales de la historia
Glasgow en Escocia
Akita en Japón
Tallinn en Estonia y
Santiago en Chile

"El capital financiero opera de maneras fascinantes en ambientes extremos", le dice a BBC Mundo Davies, quien actualmente trabaja como investigador de la London School of Economics y la Universidad de Bristol.

Davies actualmente trabaja como investigador de la London School of Economics y la Universidad de Bristol.

En el recorrido, cuenta, descubrió cómo la gente se las ingenia para crear nuevos sistemas y cómo la fortaleza humana no conoce límites cuando una comunidad tiene que adaptarse y reconstruirse en medio de la adversidad.

Con esa experiencia publicó el libro "Economías Extremas", el cual incluye sorprendentes historias como la de los presos de Luisiana cuya moneda de intercambio son las latas de pescado, o la de los refugiados sirios que transformaron la leche en polvo en un gran activo comercial para hacer negocios.

Para escribirlo recorrió 160.000 kilómetros y realizó más de 500 entrevistas que le dieron pistas sobre el poder de la resiliencia humana y las fuerzas económicas que pueden darle forma al futuro.

¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer un libro tan poco tradicional para un economista?

Quizás se me ocurrió porque no siempre fui economista. Primero fui estudiante de medicina y ahí aprendí que hay información valiosa en los ejemplos extremos, algo que usualmente no investigamos en el ámbito económico.

Siempre buscamos los promedios como, por ejemplo, cuál es el efecto promedio de una reforma impositiva, o cómo una política puede afectar a una familia promedio.

Pero en campos como la medicina se investiga qué pasa en casos extremos cuando sobrevive un individuo que se suponía que iba a morir y esa idea de buscar el caso excepcional no la aplicamos en el ámbito económico.

En Zaatari los refugiados lograron levantar sus propios negocios y hasta transformaron la leche en polvo en un gran activo comercial para acceder a la moneda local de Jordania.

Y por otro lado, mi hermana, que es directora de prisiones, ha visto como en las distintas cárceles se desarrolla una economía oculta, una economía que no es oficial.

Entonces pensé que ese era un buen ejemplo de resiliencia, en el sentido de que te ves forzado a construir un sistema.

Así fue como me puse a pensar en distintos lugares donde la gente tiene que enfrentarse a estas fuerzas extremas y a construir o reconstruir su entorno económico.

¿Por qué separó el libro en tres partes: sobrevivencia, fracaso y futuro?

Quería escribir sobre los grandes temas que van a afectar a la economía en el futuro, como los cambios tecnológicos, el envejecimiento de las sociedades, el aumento de la desigualdad. Por eso el capítulo final va en esa línea.

Luego me interesaba investigar el éxito de la sobrevivencia y ahí es donde incluí la prisión, el campo de refugiados y un desastre natural, ejemplos de cómo un grupo de personas logra vencer las peores condiciones.

En la Prisión Estatal de Louisiana usaban latas de pescado como moneda de intercambio.

Pero luego pensé que, como tenemos ejemplos en todo el mundo donde ocurre lo contrario, donde los sistemas fracasan, era interesante ver el otro lado de la historia y viajar a lugares que lo tenían todo para construir las mejores economías del mundo, pero fracasaron.

¿Cómo y por qué seleccionó esos nueve lugares en particular?
Lo hice aplicando un método cuantitativo usando datos.

Elegí primero los temas -desastre naturales, guerra y el sistema carcelario- y luego busqué ejemplos extremos de esos temas.

Por ejemplo, fui a Estados Unidos porque es el país con la mayor tasa de encarcelamiento del mundo; elegí Luisiana porque es el estado que lidera el ranking; y dentro de Luisiana escogí la Penitenciaría Estatal de Luisiana porque es la mayor cárcel de alta seguridad.

Lo mismo hice al buscar el mayor desastre natural del mundo, y por eso fui a Aceh en Indonesia.

Mapa Davies
Para el capítulo de los fracasos tenía varias alternativas que al final descarté.

Estuve a punto de ir a Buenos Aires. No es que Argentina sea comparable con Kinshasa en la República Democrática del Congo, pero es interesante porque Argentina podría haberse convertido en una superpotencia, pero no lo logró.

En cambio elegí Chile por el tema de la desigualdad, aunque estuve muy cerca de ir a México por la misma razón.

La Provincia de Aceh, en Indonesia, quedó devastada con el terremoto y tsunami de 2004.

Al final fui estricto con el método de seguir los datos y por eso viajé a Santiago.

De todos los lugares donde viajó, ¿Cuál le causó la mayor impresión a nivel personal?

Kinshasa. Es un lugar alucinante. Una ciudad de 10 millones de habitantes que en realidad es una gigantesca aldea. No hay nada. Está lleno de casas hechas con cartones y techos de lata.

Y en las calles puedes ver miles y miles y miles de personas negociando en medio de una pobreza abyecta.

"La historia de Kinshasa y del Congo es la historia del peor desastre económico del mundo", dice Davies.

Es increíble ver eso en una ciudad.

Yo he estado en partes muy pobres de varios países, como Kenia o Colombia, por ejemplo, pero Kinshasa impresiona por la cantidad de personas concentradas en el mismo lugar.

Como economista, uno piensa en el potencial de ese lugar.

Está a la orilla del río Congo. Se sabe desde hace muchos años que ahí se podría construir una represa y que la ciudad podría tener un desarrollo industrial, pero la gente ni siquiera tiene agua limpia para consumir.

Y cuando cae la noche, no hay electricidad y todo queda completamente oscuro. Es como estar en el campo o en el medio del desierto, pero es una ciudad gigante.

La historia de Kinshasa y del Congo es la historia del peor desastre económico del mundo. Estando ahí se hace evidente el valor de tener un buen gobierno.

De una manera muy distinta me impresionó la ciudad de Akita, en el norte de Japón, donde todas las personas eran mayores de 65.

O ir a Santiago, donde conoces gente en Las Condes y luego bajas a los barrios pobres y ves el gigantesco contraste. Fue muy, muy emotivo.

¿Y qué lecciones económicas aprendió en toda esta aventura que son valiosas para el resto del mundo en el contexto actual?

Del viaje que hice al campo de refugiados, a la zona del tsunami y la cárcel, que aparecen en el primer capítulo, aprendí que los individuos tienen una inmensa capacidad de construir su propia economía casi de la nada.

Si solo leyeras ese capítulo, podrías pensar que lo único que necesitas es un sistema de libre mercado y que es mejor que el gobierno se haga a un lado y que la gente haga lo que quiera, como una visión muy libertaria de la sociedad.

Davies cuenta que una de las cosas que aprendió en el viaje es que "los individuos tienen una inmensa capacidad de construir su propia economía casi de la nada". Uno de esos lugares es el campo de refugiados sirios Zaatari.

Y aunque hay algo de verdad en esa percepción, el viaje me mostró el valor de tener un sistema político estable.

Eso es algo que sabe todo el mundo, pero lo que aprendí directamente es la manera en que daña a la gente en la vida real.

Yo solía trabajar en el Banco Central de Inglaterra y uno de los temas fundamentales es la inflación. Pero en un país como el Congo, donde la moneda local no es estable, el costo de una alta inflación recae en los más pobres.

En ese país no hay apoyo del Estado y la única forma de sobrevivir es con el comercio informal.

Muchas personas compran una bolsa de carbón en Kinshasa para revenderla en pequeñas cantidades. El problema es que el precio cambia en cuestión de horas por las variaciones de la inflación.

Algunos compran grandes bolsas de carbón, que la gente usa para cocinar, y luego la venden por partes. El problema es que el dinero es tan volátil que el valor de la moneda puede cambiar rápidamente de un lugar a otro de la ciudad.

Entonces terminan vendiendo el carbón a un precio demasiado bajo, porque en horas el precio cambia. Y cuando van a comprar otra bolsa grande, el dinero ya no les alcanza.

¿Qué tan rápido se dispara la inflación?
En Kinshasa puede dispararse en una noche por la manera en que funciona el banco central. Se destruye de un momento a otro el capital que puede tener la gente más pobre del planeta.

Ellos viven bajo una lata al lado de una cloaca. Ellos sufren el impacto de malas políticas.

Otra cosa que aprendí es cómo funciona la corrupción en el terreno, cómo funciona desde arriba hasta llegar a los niveles más bajos.

Si vas manejando y quieres dar una "vuelta en u", tienes que llamar a un policía y pagarle para que detenga el tráfico y te deje dar la vuelta. Esa es la manera de hacerlo, no hay otra.

Davies estudió cómo funciona la economía en las calles de Kinshasa.

En cualquier país eso sería un soborno. Pero en Kinshasa, sabes que el policía tiene hambre, que es tu vecino.

Eso cambia completamente la idea de qué es moral o inmoral. Ese policía no tiene otra manera de comer y si entrega un servicio útil, se hace el negocio.

Hay muchos ejemplos como ese. O cuando los niños egresan de la escuela, le tienes que pagar al profesor para que te entregue el certificado, pero no hay otra manera de que el profesor pueda sobrevivir.

Como es un lugar tan extremo, pone a prueba la idea de que la corrupción siempre es algo malo. En ciertos lugares del mundo, es lo único que se puede hacer para comer.

Si vamos al viejo dilema sobre qué funciona mejor, ¿libre mercado o un sistema con fuertes regulaciones?, ¿libre mercado o mayor control estatal?, ¿o dónde está el mejor balance entre esos dos caminos?... ¿Cuál es su opinión?

Esa es la vieja pregunta, me gusta la manera en que lo pones porque es "la" pregunta. No tengo una respuesta establecida al respecto.

Muchos libros de economía y negocios suelen llevar un título al estilo de 10 reglas para conseguir algo, o 10 pasos para alcanzar lo que sea.

Pero ese tipo de fórmulas claramente no funcionan en economía.

Lo que espero es que el libro le dé a la gente algunas señales sobre esa vieja y gran pregunta: ¿Cómo sacamos el máximo partido de los mercados sin permitir que operen desenfrenadamente?
Es una pregunta muy difícil de contestar.

La primera parte del libro contiene ejemplos que muestran que la gente a la que le encantan los mercados libres, gente como podría ser Milton Friedman o los libertarios, están -en parte- en lo correcto.

El libro está dividido en tres capítulos: sobrevivencia, fracaso y futuro.

He visto de primera mano en los lugares donde he estado y he leído varias investigaciones que señalan que cuando la gente no tiene prácticamente nada, reconstruyen el sistema económico, y habitualmente lo hacen como un sistema capitalista.

Me refiero a la construcción de pequeños mercados donde comercias de manera libre y la razón de eso es que la gente tiene distintas habilidades, distintos bienes, diferentes deseos y necesidades, y los intercambian.

Incluso hay lugares donde inventan su propia moneda para poder comerciar.

Pero también es verdad que si permites que los mercados hagan lo que quieran, muy a menudo van a hacer cosas terribles.

Una muestra de eso es el medioambiente o la manera en que comerciamos el ambiente. Y el mejor ejemplo es lo que ocurre en la Región de Darién, en el límite entre Colombia y Panamá.

¿Qué políticas aplicaría en ese lugar?
Personalmente implementaría políticas muy extremas.

Habitualmente lo que hacemos es aplicar las medidas a la mitad, o dicho de otro modo, aplicar medidas que tienden hacia el incómodo camino del medio.

Por ejemplo, en la Región del Darien se permite un comercio limitado de árboles de madera dura. Yo lo prohibiría completamente.

Pero en otros casos como el comercio de drogas, se gastan miles de millones en tratar de bloquear esos mercados, cuando sería mucho mejor legalizarlos, permitir que funcionen, cobrar impuestos.

Estamos en una extraña situación donde tenemos algunos mercados que no deberían existir y otros que sí deberían existir. El desafío para el futuro después de la pandemia es hacerlo bien.

Lo más importante es que no hay una respuesta única para todos los lugares. Depende de su religión, su historia, su cultura.

Sin duda está lleno de ejemplos donde lo hemos hecho mal, eso está claro.

¿Y qué se hace con el descontrolado aumento de la desigualdad, que es un fenómeno común en sociedades muy distintas?

La pregunta es cómo defender la postura de que es necesario disminuir la desigualdad, cómo le puedes explicar a la gente que no está interesada en el tema que es importante.

La gente que critica la desigualdad, es como si le hablaran a una pared.

Si a mucha gente no le importa la desigualdad o incluso piensan que los más pobres merecen estar en una posición de desventaja, ¿Cómo los convences de lo contrario?

Nunca vas a ganar esa discusión porque al otro lado simplemente no le interesa.

Para mí lo interesante es dar razones suficientes para que al otro lado le importe.

Y creo que hay suficientes y que no están relacionadas con que es malo o no es justo que los ingresos sean tan desiguales.

Disminuir la desigualdad es importante porque erosiona el capital social. Cuando un lugar tiene un bajo nivel de capital social, es menos resiliente para enfrentar grandes shocks.

Entonces la gente a la que le importa la desigualdad tiene que construir mejores argumentos para convencer a los que tienen ingresos más altos. Porque a la mayoría de las personas con altos ingresos no les preocupa el aumento de la desigualdad.

Hacia fines de 2019 comenzaron masivas protestas callejeras en Santiago de Chile contra la desigualdad.

Pero a todos nos afecta si disminuye la resiliencia, si disminuye la capacidad de enfrentar turbulencias.

La evidencia muestra que cuando tienes altísimos niveles de desigualdad haces que la sociedad sea más débil.

¿Qué lecciones de su viaje podrían aplicarse a lo que estamos viviendo ahora en medio de la pandemia?

Cuando se trata de resiliencia le damos demasiada importancia al dinero y a los bienes físicos. Los humanos podemos sobrevivir y reconstruir teniendo casi nada. Esa es una razón para tener optimismo.

Pero al mismo tiempo, le damos poca importancia a las habilidades, las ideas, las redes, las tradiciones, las normas, los barrios, es decir, al capital humano y social.

Davies viajó a Glasgow, Escocia, donde la falta de oportunidades para los jóvenes fue una de las causas del aumento de las adicciones. "Estamos erosionando el capital humano", dice el economista.

En cuanto a la pandemia, en medio de todos los riesgos que presenta la covid-19, estoy preocupado de que vayamos a restarle importancia al daño que provoca en las habilidades e ideas, especialmente entre los jóvenes entre 18 y 24 años que están desempleados.

Estamos erosionando el capital humano. Y me preocupa que el espíritu de que estamos "todos juntos" que existía en la fase inicial de la pandemia, se haya deteriorado.

Quisiera llevarlo a un escenario ficticio. Si lo dejaran abandonado en cualquiera de esos nueve lugares… ¿cree que podría sobrevivir?

Creo que sí. Sería muy duro, sería realmente muy duro, pero creo que lograría sobrevivir.

¿Cuál sería el peor lugar?

Si me dejaran en Kinshasa sería muy difícil porque no hay trabajo. La gente hace lo que sea… como venderse agua entre ellos.

En Kinshasa hay personas que cuando consiguen agua limpia, llenan un balde y luego la venden en pequeñas porciones.

Cuando encuentran agua limpia, llenan un balde y luego la venden por partes en pequeños paquetes plásticos. No sería fácil vivir ahí.

Y creo que podría sobrevivir en la cárcel de Luisiana también, o en Glasgow.

Y de todas las personas que conoció durante su viaje, ¿Cuál es su personaje favorito?

Probablemente Suryandi, el hombre que conocí en una playa de Aceh, Lampuuk, a unos 30 kilómetros de distancia del epicentro del terremoto, que vio olas de 30 metros de altura.

Anduve preguntando por un par de semanas si alguien conocía a alguna persona que hubiera sobrevivido en esa playa hasta que lo encontré.

, La fuerza del tsunami en Aceh, con olas que llegaron a los 30 metros de altura, arrastró un barco lejos del mar.

El hombre vio la ola y alcanzó a escapar en su moto. Perdió a toda su familia, pero logró rearmar su negocio a partir de palos y piedras para vender pescado.

Cuando yo lo conocí ya tenía un restaurante grande con muchos clientes felices, una nueva esposa e hijos. Una increíble historia de resiliencia. Nunca lo olvidaré.

Fuente: BBC Mundo

viernes, 5 de junio de 2020

Coronavirus | Entrevista con Laura Rojas-Marcos: "Estamos aprendiendo a gestionar la incertidumbre".

En los últimos años se ha puesto de moda una palabra que cobra sentido cuando hay una crisis: "resiliencia".

La psicóloga Laura Rojas-Marcos prefiere el término "personalidad resistente" para hablar de nuestra capacidad de adaptación, de la fuerza interior que nos permite recuperarnos de las adversidades.

Ella, que es especialista en ansiedad, estrés, depresión y psicooncología, asegura que ahora que el coronavirus ha puesto nuestro mundo patas arriba, estamos en el mejor momento que nunca para trabajar una cualidad "que todos podemos aprender a desarrollar".

Nacida en Nueva York y afincada en Madrid, Rojas-Marcos es autora de varios libros sobre desarrollo personal.

Ferviente defensora de la psicología positiva —herencia de su padre, el psiquiatra Luis Rojas-Marcos ("La fuerza del optimismo", 2005)— no pasa por alto que vivimos un momento crítico, pero confía en nuestra "capacidad de reinventarnos" para superarlo.

Lo que sigue es un extracto de la conversación que la psicóloga mantuvo con BBC Mundo desde su confinamiento en Madrid, desde donde ahora también teletrabaja con su consulta de psicoterapia.

Naciones Unidas publicó recientemente un informe en el que avisaba de que se viene una "crisis masiva" de salud mental debido a la pandemia. ¿Cuál es su opinión como especialista?

Sí, así es. Lo que vemos quienes nos dedicamos a la salud mental es un tsunami de síndromes psicológicos.

Algunas personas con una historia clínica que ya estaban recibiendo tratamiento por ansiedad, depresión o cualquier otra enfermedad mental han tenido que intensificarlo, y otras que ya se habían recuperado están recayendo.

Por otro lado, encontramos un aumento en los problemas de adicciones. Es increíble lo que ha aumentado el nivel de consumo de alcohol o el juego online, y eso es algo que realmente me produce miedo y me preocupa.

¡Y qué decir de los problemas relacionales...! Por un lado, estoy viendo que muchas personas están tomando decisiones vitales y que otros están aprendiendo a compartir en la convivencia, pero también hay muchísimos conflictos porque la irascibilidad hace que se generen muchas tensiones.

¿Qué otros desafíos psicológicos identifica con respecto al coronavirus?

En estos momentos, desde mi experiencia en la consulta todo el día y después haciendo voluntariado con los sanitarios, lo que más observo es un nivel de estrés muy agudo, ansiedad, angustia y tristeza... mucha tristeza.

Después de tantas semanas de confinamiento, están surgiendo dos síndromes: el "síndrome de la cabaña" y la "fiebre de la cabina".

El primero es el miedo y la ansiedad a salir a la calle; el segundo, una respuesta emocional asociada a sentimientos de angustia que sucede cuando se pasa mucho tiempo encerrado en algún lugar.

Estamos viendo que los niveles de ansiedad han aumentado drásticamente en varios países.

El miedo, el pavor a ser contagiado, que a veces se vuelve bastante desproporcionado, lleva a que las personas de repente se paralicen, no puedan pensar y actuar, y entonces llega un momento en que no pueden analizar la situación. Hay un pánico generalizado respecto al virus.

La situación de los sanitarios es tremenda. Están sufriendo mucho y están bajo una presión extrema porque, por un lado, no solamente son más conscientes de lo que es una epidemia, sino que además están más expuestos —entonces, el grado de miedo que sienten a contagiar y ser contagiados es muy alto— y, a nivel global, no todos tienen la protección necesaria.

Y algo que voy observando a medida que va pasando el tiempo es que muchos de ellos están desarrollando lo que llamamos en psicología un trastorno por estrés postraumático (TEPT) porque lo que están viendo y viviendo es muy duro.

Si salimos de ese entorno y nos vamos a la ciudadanía, lo que está viviendo todo el mundo es una tragedia sin precedentes. Pero también estoy encontrando muchos aspectos positivos, y eso me maravilla.

La incertidumbre respecto a esta situación es uno de los aspectos más difíciles de manejar. ¿Por ejemplo? ¿Qué cosas positivas observa en esta crisis?

Pues que hemos tenido que reinventarnos todos. ¿Qué es lo bueno? Que el ser humano tiene la capacidad de reinventarse y eso es lo que estamos haciendo.

Y hay una serie de aprendizajes que también estamos teniendo todos —unos mejor y otros peor— para gestionar esta situación.

Estamos aprendiendo a gestionar la espera, la (falta de) inmediatez y la tolerancia a la frustración, la paciencia y la comunicación. A gestionar la incertidumbre, cómo rellenamos el tiempo, si somos más o menos productivos.

Tenemos menos prisa, y eso es algo a lo que no estamos acostumbrados. Es un cambio bestial.

También estamos aprendiendo a aprender, que aunque suene muy redundante es un arte; desde trabajar de manera diferente, hasta organizarnos distinto o a vivir el tiempo y el espacio también de una manera diferente.

Y luego estoy viendo a muchas personas que están haciendo un trabajo personal precioso, que están aprovechando este momento —sobre todo aquellos que no están pasando por determinados duelos— para hacer un trabajo de crecimiento personal, de reflexión, de introspección, de toma de decisiones.

Pero también estoy viendo que todos (y me incluyo) estamos más sensibles a la información, a nosotros mismos y a lo que pasa en nuestro entorno, a esa incertidumbre. Hay una serie de preguntas que nos hacemos todos: "¿Qué va a pasar después?" "¿Qué va a ser de mí?"

Cómo proteger tu salud mental durante la pandemia de coronavirus

Precisamente en ese contexto de incertidumbre escuchamos cada vez más la palabra"resiliencia". Es un concepto que a muchos les resulta abstracto. ¿Qué significa y cómo puede aplicarse en una situación tan difícil como esta?

¡Sí, es una palabra maravillosa! Cuando hablamos de resiliencia estamos hablando de desarrollar una personalidad resistente. Una persona resiliente es la persona que ha aprendido de la experiencia vivida, que ha superado la adversidad, la crisis, el dolor, el sufrimiento.

Se trata de cambiar el foco de atención de lo negativo a lo positivo, pero sin fantasías, con los pies en la tierra. Eso viene de uno mismo, del "yo sí puedo".

En la psicología positiva no se niega lo negativo, simplemente se refuerzan las fortalezas, porque dejarse caer en un pozo sin fondo no es la mejor manera de superar una crisis.

Y ese proceso de superación le lleva a uno a construir una parte de sí mismo más fuerte. Entonces, aprende una serie de herramientas y estrategias que le van a ayudar en un futuro a poder superar otras situaciones adversas.

Pero todavía no estamos en esa parte del proceso. Dentro de las diferentes etapas de resiliencia, todavía en el proceso de superación y de gestión de la situación adversa.

¿Cuáles son esas diferentes etapas de la resiliencia?

Frente a cualquier situación está el detonante, el estímulo adverso al que tenemos que adaptarnos y hacer una serie de cambios (radicales, en este caso).

Esa sería la primera etapa: confinarnos en casa, informarnos sobre qué significa esta crisis y cuáles son los efectos. Poco a poco, vamos recibiendo esa información, que vamos interiorizando.

Eso produce miedo, inseguridad, dudas, ansiedad...sobre todo al principio.

Después hay un proceso de adaptación: ¿qué puedo hacer en mi día a día para sobrevivir? Cómo me voy a organizar para alimentarme? ¿Cómo voy a conseguir dinero? ¿Cómo voy a trabajar? ¿Qué puedo hacer si me quedo sin trabajo? Entonces uno empieza a planificar y a organizarse, adaptándose a la circunstancia.

Todo ello produce un nivel de estrés y de ansiedad altísimos. Hasta que llega un momento en que los hábitos se vuelven automáticos a través de la repetición, y nos acostumbramos.

Y entonces llegamos al mantenimiento, que es donde estamos ahora. Ahora mismo estamos manteniendo una serie de hábitos, y ese "mientras tanto" cada uno decide cómo utilizar este momento. Eso es clave.

7 CLAVES PARA SER MÁS RESILIENTES, según Laura Rojas-Marcos

1. Ten un plan de acción, te ayudará a tener una sensación de control sobre tu día a día.

2. Usa esta regla de 3: el día tiene 24 horas, si las divides entre 3 quedan 8. Dedica 8 horas a trabajar, 8 a descansar y otras 8 a ti mismo. Será más o menos fácil según cada situación, pero el autocuidado es importante.

3. Mantente ocupado. No estresado, sino de una manera ordenada, aunque puedes cambiar el orden de las tareas para no sentir que todos los días son iguales. El ejercicio y la meditación ayudan mucho.

4. Sé realista, flexible y paciente. Ten los pies en la tierra y al mismo tiempo sé comprensivo y empático contigo mismo.

5. Céntrate en el presente: ¿Hoy qué puedo hacer? Es muy importante cómo te organizas el día.

6. Crea círculos virtuosos. Son los buenos hábitos (amables, responsables, de autocontrol, de diversión, de desahogo). Es lo contrario a los círculos viciosos, que son destructivos.

7. Tener un propósito. ¿Por qué y para qué voy a hacer esto? ¿Qué puedes hacer por ti y qué puedes hacer por otros? Cuando ayudas a alguien te sientes bien.

¿Hay algo que podamos hacer para saber si vamos por buen camino?

Desde hace una semana, una de las preguntas que te hago a la gente es: "¿Qué puedes hacer hoy para que tu futuro 'yo' se sienta orgulloso?" Si tú haces algo hoy que sea constructivo y positivo —para ti o para otros— el día de mañana tú te sentirás orgulloso de ti, y todo eso influye de manera positiva en la autoestima, que ayuda a su vez a poder construir esa personalidad resiliente.

"¿Qué puedes hacer hoy para que tu futuro 'yo' se sienta orgulloso?", reflexiona Rojas-Marcos.

La manera en la que nos resolvamos nos ayudará a ser más resilientes.

Personas que se sienten todo el tiempo víctimas, vulnerables, indefensas, que están deprimidas, que no hacen nada ni por ellas mismas ni por otras personas —y no estoy hablando de una depresión, sino de una actitud pasiva— son personas que, evidentemente, van a tener dificultad para sentirse bien el día de mañana.

Y no hay que hacer grandes cosas, sino pequeñas acciones —desde ayudar a un vecino, hasta cuidar la alimentación— que nos ayudan a construir esa personalidad resiliente y a sentirnos útiles.

Es tener esos momentos de tristeza y vivirlos, pero no quedarnos ahí. Precisamente en esa etapa es donde estamos.

¿Y después? ¿Hacia dónde vamos?

Después toca recoger toda la información y analizar y evaluar todo lo que hemos hecho. Todo eso está lleno de aprendizajes que nos van ayudar a gestionar situaciones difíciles en el futuro.

Y yo no sé lo que va a pasar porque no tengo una bola de cristal, pero sí se que nos vamos reinventar, que nos vamos a reconstruir y que lo vamos a superar. ¿En cuanto tiempo? Pues no lo sé. Eso no lo sabe nadie.

No va a ser fácil. Va a ser lento y tendremos que arrimar mucho el hombro (unos más que otros) y muchos necesitarán ayuda psicológica. Pero si hay algo que me queda claro y de lo que no tengo la menor duda es que lo vamos a superar.

Incluso hay personas que van a salir fortalecidas de esta crisis, más reforzadas... y muy resilientes.

BBC