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martes, 9 de abril de 2024

6 consejos para superar el síndrome del impostor y mejorar la autoestima

Ilustración de una mujer subiendo peldaños

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

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15 marzo 2024, 11:33 GMT “No sé cómo aún no me despidieron. Se van a dar cuenta de que no valgo para este trabajo. Estoy aquí por pura suerte. Soy un fraude”

 Puede que, con más o menos rudeza, te dijeras algo similar en algún momento de tu vida laboral.

No te sientas un bicho raro: puede que padezcas el llamado síndrome del impostor y es algo bastante común.

“Es la dificultad que tienen algunas personas para reconocer sus propios méritos y una percepción o miedo de que los otros puedan descubrir o pensar que son un fraude. Se relaciona con el miedo de no estar a la altura de lo que los otros esperan”, le describe a BBC Mundo Dolors Liria, psicoterapeuta y vicedecana en el Colegio Oficial de Psicología de Cataluña.

Como explica Mar Martínez Ricart, psicóloga especializada en neurociencia, este síndrome se da cuando “tu identidad real y la identidad que tienes identificada en tu cabeza no cuadran y sientes que eres mucho peor de lo que realmente eres”.

Esto nos lleva a “no reconocer lo que somos capaces de conseguir o no sentirnos dignas de haber conseguido lo que ya tenemos”, explica por su parte Isabel Aranda, doctora en Psicología y vocal del Colegio de la Psicología de Madrid.

Y para compensarlo, quienes padecen este síndrome, suelen sobresforzarse en el trabajo o llevan a cabo mecanismos compensatorios que acaban teniendo consecuencias nocivas para la salud, como ansiedad o depresión.

En 1978, las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Imes pusieron nombre a este fenómeno, que no es una patología ni una condición mental sino, tal y como nos explican las expertas consultadas, una conducta aprendida desde la infancia y, por lo tanto, reversible.

Mujer sentada en escalones trabajando en un ordenador. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Aunque este síndrome lo puede padecer todo el mundo, es mucho más común en mujeres.

Aunque puede padecerlo todo el mundo, este síndrome es mucho más común en las mujeres. Entre los motivos de ello, las expertas señalan la falta de referentes femeninos, los estereotipos y prejuicios de género en el trabajo y la educación recibida, en la que muchas veces se espera menos de las mujeres.

“Nos sobrexigimos para demostrar que estamos a la altura porque nos parece que partimos de una base más bajita que ellos”, apunta Ricart, creadora de un espacio de consulta que precisamente se llama “El síndrome de la impostora”.

Las tres psicólogas señalan que, en caso de sentir que la situación nos sobrepasa, tratemos de pedir ayuda a expertos y dan una serie de consejos para ponerle freno a este síndrome y mejorar nuestra autoestima.

1. Reconocer el problema
Suena obvio, pero uno de los principales problemas de cualquier malestar emocional es que no nos damos el tiempo de tomar contacto con nosotros mismos, conectar con lo que nos pasa y tratar de pensar por qué nos ocurre.

Qué nos decimos y cómo, es clave: Tienes que darte cuente que no te estás valorando, que no sabes decirte “bien hecho”, no te aplaudes a ti mismo y crees que no tienes derecho a ese éxito”, dice Aranda

Ricart destaca que esa voz crítica, sobrexigente o que nos dice “no eres suficiente” apareció en algún momento de nuestra vida “como una voz que te ayudó a sobrevivir en el entorno”. Incluso, puede que nos ayudara a mejorar en algunos ámbitos, pero hay que vigilar cuando no nos permite avanzar.

“Tratar de encontrar la causa puede ayudarnos a colocarnos mejor frente al problema y ver si se nos está yendo de las manos”, apunta Dolors Liria.

2. "Mirar la hemeroteca"
Un poco de perspectiva puede ser de ayuda, tanto si estamos en un momento con mucha angustia y agobio, para tratar de bajar ambas emociones, como para valorarnos desde un punto de vista más constructivo.

Dolors Liria recomienda revisar qué ha pasado en otras ocasiones con retos similares. “Posiblemente hemos sentido lo mismo, pero casi seguro que la mayoría de las veces hemos podido salir adelante”.

Se puede hacer en el momento o, como un trabajo más pausado, incluso se puede tener un listado escrito a mano o digital con todos los logros que se han conseguido.

“Es una suerte de carpeta de desarrollo personal, con cosas que tienen que ver contigo mismo”, señala Aranda.

Mar Ricart lo llama “el árbol de los logros” y nos explica que sirve para que, cuando se nos olviden estos, podamos reconectar con esa parte nuestra.

Ilustración de mujer frente a un espejo sintiéndose un fracaso. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Es importante echar la vista atrás y ver lo que hemos alcanzado.

3. Celebrar cada logro
“Enseguida que consigues algo, pasas a lo siguiente sin darte ese espacio para celebrarlo, para valorarlo, para agradecerte el esfuerzo que has puesto para conseguirlo”, indica Ricart.

Precisamente por eso es importante según esta especialista que, cada que vez que haya un logro, sin importar lo grande o pequeño que sea, celebrarlo, vivirlo y conectar con esta emoción.

“Porque detrás hay un precio, un esfuerzo. Y se necesita dar espacio para vivirlo, agradecerlo y, por supuesto, disfrutarlo. Si no, es como si no existiera”.

En este caso, “se trata de conectar con el logro, con la satisfacción, con la admiración de uno mismo y decirnos “yo hice esto, qué contento estoy, me lo merezco después de tanto”.

Junto a esto, Ricart remarca la importancia de trabajar el merecimiento, independientemente de nuestro trabajo. “Recalcar que tenemos valor por el simple hecho de ser y existir, y que por simplemente existir te lo mereces. Has de recordarte que eres una persona igual de válida hagas el trabajo que hagas”.

Ella e Isabel Aranda apuntan que puede ayudar encontrar y repetirse una frase para conectar con esta sensación de merecer, de poder, de sentirse poderoso.

Aclaran que no es un “método para decirlo al universo y que te ayude”, sino para reforzar la idea de que eres “válido y merecedor” y conectar emocional y mentalmente con esto.

4. Cómo te ven otras personas
Una de las cosas que caracteriza este síndrome es la distancia, a veces enorme, que suele haber entre lo que piensas de ti y lo que los demás piensan de ti.

Por eso puede ser de ayuda “verte a ti mismo a través de los ojos de los demás, en el espejo de los demás”, sostiene Aranda.

La psicóloga recomienda no solo preguntar, sino hacer un listado de los reconocimientos, de lo que los demás dicen ti. “Apunta cuando te elogian. No olvides lo que se dice de tu trabajo”.

Más allá de eso, si hay dudas en el entorno laboral de cómo nos estamos desenvolviendo, Dolors Liria apunta algo muy simple: pedir feedback.

“No hay que esperar a que nos digan cómo estamos haciendo nuestro trabajo. Si tenemos dudas, en vez de quedarnos esperando, pidamos a nuestros responsables que nos den comentarios al respecto si no estamos seguros de estar haciendo bien el trabajo o si necesitas que alguien te lo ratifique”.

Grupo de trabajo aplaude y celebra.FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Buscar el feedback en el trabajo puede ser una estrategia para frenar el síndrome del impostor.

5. Ajustar las expectativas
En todo tipo de relación hay expectativas de ambos lados. Esto, por supuesto, ocurre también en una relación laboral: ambas partes esperan algo.

Pero si anda de por medio el síndrome del impostor es posible que tus expectativas no traten sobre las expectativas que tienes ante tus tareas, sino sobre lo que te exijes.

Y esto hay que ajustarlo.

“¿Qué quiere decir que no estarás a la altura (de una tarea o un puesto)? ¿Dónde te pones tú? ¿Cómo mides esa altura?”, pregunta Dolors Liria.

Propone que hagamos el ejercicio de ver si estamos poniendo una expectativa muy alta, no realista. Es normal entonces que sientas miedo de no cumplirla”. Pongamos un ejemplo simple: exigirte hacer un maratón dentro de 4 meses cuando apenas empiezas a entrenar, no es realista.

Y en este caso toca que, en un trabajo o una tarea determinada, la persona por encima de nosotros nos dé unas directrices claras de qué se espera “para que esas expectativas se ajusten”.

6. Autocuidado y compasión
Enlazado con todo esto, con cómo nos sentimos, con mirar adentro y escucharnos, está el autocuidado, importante, dicen las expertas, para tener más consciencia de qué nos pasa e ir aprendiendo a regularnos.

Dentro de esto, el deporte puede ayudar. “Es un autorregulador emocional importantísimo. Pero no hace falta ir al gimnasio, puede ser cualquier cosa que implique ejercicio: caminar o bailar”, señala Liria.

Al final, dice, se trata de buscar qué nos ayuda, qué nos calma.

“Qué estrategias nos sirven para relajarnos y bajar la intensidad de lo que estamos sintiendo y desde ahí ver las cosas de otra manera. Puede ser deporte, mindfulness, cantar, bailar, hablar con alguien de confianza”.

Mujer feliz. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

A medida que ganamos confianza esa voz crítica y autoexigente se hará menos poderosa.

En este último aspecto, recuerda la importancia de desconectar del trabajo y conectar con otras cosas, como la familia o las amistades. “Tener una red social presencial que nos brinde apoyo mejora nuestra autoestima”.

También recomienda buscar fuentes de satisfacción en el día a día, sencillas. “La vida puede ser dura, el trabajo puede serlo, pero hay cosas bonitas y simples que pueden alegrarte en un momento de ansiedad y sacarte de esa tensión”. Y va desde que alguien fuera amable contigo a que hoy saliera un poco el sol.

A la vez, explica Mar Martínez Ricart, se trata de, poco a poco, dejar de darle protagonismo a esa voz crítica y autoexigente y, conforme adquirimos seguridad, trabajar con la compasión y la amabilidad.

“Es importante desarrollar esa mirada compasiva, mirarnos con cariño, hacer una reestructuración cognitiva con esos pensamientos tan críticos que te dice tu impostora”. 

sábado, 26 de marzo de 2022

Conducir por la vida con el freno de mano puesto.

Atrapados por la guerra, la pandemia, la erupción de un volcán, la inflación galopante, la subida del precio de la luz y de los carburantes, el desabastecimiento de los mercados… y otros males mayores, corremos el riesgo de olvidar problemas psicológicos que pasan inadvertidos. Uno de ellos es el de la autoestima de nuestros niños, niñas y jóvenes.

Hace unos días recibí un largo mensaje de Cristina Gutiérrez-Lestón, directora de la experiencia educativa La Granja, que comenzó hace años en Barcelona y ahora ha llegado también a Madrid. La Granja es una experiencia de alto nivel educativo que trabaja las emociones de niños y jóvenes en un espacio de ocio situado en plena naturaleza. Miles de niños y de jóvenes han pasado por esta vivencia que tiene el cielo por techo y echa sus raíces en el terreno de las emociones.

En el mensaje plantea Cristina una cuestión de enorme importancia: muchos niños y jóvenes de hoy muestran una inquietante baja autoestima. Es un fenómeno preocupante por todo lo que significa y por las consecuencias que ese hecho tiene para la infancia y la juventud. Dice Maxwel Maltz que la baja autoestima es como conducir por la vida con el freno de mano puesto.

Cristina comparte en su comunicado algunos casos con los que se encuentra en su trabajo: “Yo no soy importante, ni soy amiga mía. No me merezco tratarme bien porque no lo valgo”, dice Anna, una niña de 10 años. Anna, además, añadió: “a veces me hago una bolita en la cama y lloro en silencio, y no quiero que nadie me escuche”.

“Me odio a mí mismo: no me gusto físicamente, ni mi comportamiento ni como soy. Tengo un corazón blando, pero lo protejo con una capa de piedra dura y negra”, confiesa Javi, un niño de 10 años.

“Yo, cuando me enfado conmigo, voy al espejo y me insulto. Y me critico mirándome directamente a los ojos. En la escuela estoy más alegre, pero por dentro sufro siempre”, dice Sara, 9 años

Dice Cristina: “Es lo que ahora nos encontramos prácticamente cada día los profesionales de La Granja: bajísima autoestima. Nuestro proyecto de ocio educativo se transformó hace 18 años, en un espacio donde, además, se entrenaban las competencias emocionales de niños, jóvenes y docentes (con una metodología avalada por el Grupo de Investigación en Orientación Psicopedagógica de la Universidad de Barcelona). Ya entonces, las carencias emocionales que veíamos en los niños/as, debidos en buena parte a la sobreprotección, hicieron que nos replanteáramos nuestro proyecto educativo, por donde cada año pasan más de 20.000 alumnos de escuelas públicas y privadas”.

Nos alegra, añade Cristina, el nuevo Real Decreto del Ministerio de Educación para fomentar la autoestima en infantil el próximo curso, pero no es suficiente. En los 38 años que llevo trabajando con niños/as, nunca he visto lo que me encuentro cada día y con una intensidad que empieza a rayar la patología mental de manera global; una ansiedad que los ahoga, un estrés que los hace andar sin sentido, también un desánimo y una apatía que no les permite sonreír (una chica de 13 años me dijo ayer “yo no sé sonreír”). También vemos mucha rabia sin regulación que los hace pegarse e insultarse como una nueva forma de relacionarse, y por supuesto un miedo atroz, de aquel que paraliza.

Además, la tristeza lleva a muchos a la autolesión y el aislamiento, junto con notable y profunda baja autoestima y desconexión con uno mismo. Soy positiva y paciente, pero ahora es necesario y urgente que los medios nos ayudéis a los educadores en esta especie de lucha que tenemos para la salud emocional, haciendo programas o secciones serias y con periodicidad, y en espacios con una alta audiencia para que las herramientas para afrontar estos problemas en casa o en el aula, o en el trabajo, puedan llegar a toda la sociedad”.

Los seres humanos disfrutamos de una asombrosa aptitud para observarnos, analizarnos y valorarnos interiormente. La introspección es una maravillosa cualidad de la especie humana. El concepto de uno mismo se forja desde la infancia.

Cuando hablamos de alta autoestima es necesario diferenciar la autoestima saludable o constructiva basada en cualidades que fomentan el sano bienestar del individuo y de los demás, de la autoestima narcisista o destructiva que se alimenta del sentimiento de superioridad o de poder sobre el prójimo.

Los dos extremos son nocivos. La autoestima destructiva nos lleva a la depresión y, en última instancia, al suicidio. El otro extremo nos lleva a la petulancia y al narcisismo. El alcalde Nueva York, Edward I. Koch, en una entrevista realizada en la televisión, dijo al periodista: “¡Pero basta ya de mí! Hablemos de ti… ¿Qué piensas de mí?”. Es un grave error considerarse el ombligo del mundo.

Luis Rojas Marcos publicó hace algunos años un libro titulado “La autoestima. Nuestra fuerza secreta”. Define la autoestima como “el sentimiento, placentero de afecto o desagradable de repulsa, que acompaña a la valoración global que hacemos de nosotros mismos”.

William James es el primer investigador que analizó metódicamente el fenómeno de la autoestima. Sus ideas, plasmadas en 1980 en un texto pionero (Principios de psicología), han servido durante un siglo de modelo a todos los estudiosos de esta capacidad única de los seres humanos.

James sostenía que a la hora de valorarnos solemos manejar tres componentes. El primero y más importante es el “yo espiritual”. Este componente se refiere a nuestras facultades mentales, las creencias, y las inclinaciones más íntimas, nuestro estilo de pensar, de sentir y de actuar. En definitiva, los rasgos de nuestra personalidad. En segundo lugar, el “yo social”, las cualidades o defectos que reconocen en nosotros los demás, y la buena o mala reputación que tenemos en nuestro entorno social. El “yo material” es el tercer componente e incluye nuestra imagen corporal, las riquezas, el patrimonio económico y las propiedades que son importantes para nosotros.

Vivimos una época en la que los medios nos presentan a los triunfadores, a los que tienen éxito, a los que han llegado a la cumbre del deporte, de la canción, del dinero, de la belleza, de la política… ¿Qué es, al lado de estos semidioses, un joven que no tiene dinero, ni trabajo, ni fama, ni poder, ni presente, ni futuro?

Hay que pensar en la manera de fortalecer la autoestima. ¿Qué podemos hacer los adultos, padres y madres, y también el profesorado? Existe una amplísima bibliografía sobre el tema. Tengo delante una docena de libros: “Cómo educar la autoestima”, de José Antonio Alcántara; “Educar en la autoestima”, de María José Quiles; “La autoestima”, de Christophe André…

Es importante lo que nosotros pensamos de nuestros hijos o alumnos. Nosotros somos el espejo en el que se miran. Cargar de reproches, de descalificaciones, de desprecios, es el mejor modo de destruir un buen autoconcepto.

Es preciso evitar las profecías de autocumplimiento: Tú no vales, tú no sirves, tú nunca podrás, tú nunca llegarás, tú nunca aprenderás, tú nunca serásLa profecía de un suceso se suele convertir en el suceso de la profecía.

Es necesario cultivar la asertividad. Ayudarle a tomar conscientemente las decisiones por sí mismo, que se responsabilice de las consecuencias, que tenga libertad para equivocarse.

Conviene ayudar a que se acepte a sí mismo: su imagen, su origen, sus capacidades, su forma de ser y de relacionarse, su propia historia, con sus éxitos y sus fracasos.

No hay que hacer comparaciones destructivas. Siempre habrá otro más listo, más guapo, más fuerte, más competente, más simpático, más sociable, más atractivo… Cuando el punto de comparación es un hermano, la situación se agrava.

Hay que saber gestionar los errores, de modo que sean fuente de aprendizaje y no de desaliento. Es importante que no se humille a quien cometa una equivocación.

Es bueno fijar unos objetivos alcanzables para poder lanzarse, desde el logro, a nuevas metas. Por eso es importante que se ajusten los fines a los medios de que se dispone.

Sobre todo, hay que manifestar afecto y cariño de una forma auténtica, persistente y clara. De esa forma puede entender, que es digno de amor porque es como es.

Una cuestión decisiva la de la autoestima. “De todos los juicios que hacemos a lo largo de la vida, ninguno es tan relevante como el que hacemos sobre nosotros mismos. Porque este juicio es el motor de nuestra existencia”, dice Nathaniel Branden en su libro “Honrando el yo”. ¡A la tarea!

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2022/03/19/con-el-freno-de-mano-puesto/

martes, 26 de octubre de 2021

Cadáveres psicológicos

Miguel Ángel Santos Guerra

Desde el año 1994, el 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. El lema de este año es el siguiente: “Atención de salud mental para todos: hagámosla realidad”. Para todos y todas, claro. El lema es una llamada necesaria y urgente a pasar de las reflexiones y de las lamentaciones a la acción. Hay que concentrarla atención mundial en la identificación, tratamiento y prevención de los trastornos emocionalesy de conducta.

El objetivo que persigue la celebración, es el de recordar que la salud de cada individuo es la sólida base para la construcción de vidas plenas y satisfactorias. Esto tiene una estricta correlación con la definición de “salud”(1946) propuesta por la OMS, que la considera como un “estado de completo bienestar físico, mental y social, no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Así, se establecen estrechos vínculos entre la salud física y la salud mental, entendiendo que son pilares fundamentales para el bienestar.

La pandemia de la Covid-19 ha tenido un gran impacto en la salud mental de las personas. Algunos grupos, como los trabajadores de la salud y otros trabajadores de primera línea, los estudiantes, las personas que viven solas, las personas mayores y las que tienen afecciones mentales preexistentes, se han visto especialmente afectadas. Y los servicios de atención para los trastornos mentales, neurológicos y por consumo de sustancias se han visto interrumpidos en unos momentos y desbordados en otros.

Sabemos que todo lo relacionado con la salud mental constituye todavía un tabú, aunque se esté resquebrajando. Todavía no decimos con la misma tranquilidad que un hijo va al podólogo que al psicólogo o al psiquiatra. Ni los profesionales de una y otra rama médica gozan del mismo estatus social. Hay cierta sospecha sobre el hecho de que el profesional de la salud mental padece alguna tara psicológica, como muestran algunas bromas maliciosas. De este tipo:

Le pregunta un psiquiatra al nuevo paciente:
¿Qué problema tiene usted?
Doctor, creo que tengo doble personalidad.
Pues siéntese, que vamos a hablar tranquilamente los cuatro…

Absorbidos por los efectos de la Covid-19 sobre la salud corporal, nos hemos olvidado de que también existe otro tipo de salud y de muerte. Yo hablo de cadáveres psicológicos. Digo de ellos que se diferencian de los físicos en que no huelen, se mueven, hablan, andan y hasta se ríen.

Me preocupa especialmente la salud mental de los jóvenes. He leído hace muy poco que cada año se producen en el mundo 46.000 muertes de jóvenes por suicidio. El suicido es la cuarta causa de muerte de jóvenes entre 15 y 19 años. Cifras probablemente rebajadas, dadas las concepciones vergonzantes que existen sobre esta cuestión en la mayoría de países del mundo.¿Qué es lo que hace que un joven, que se está abriendo a la vida, decida quitársela?

En el programa del Intermedio del lunes, día 11 de octubre, la reportera Andrea Ropero hizo una excelente entrevista a Claudia Fajarnés, una joven de 23 años que padece una anorexia nerviosa desde que tenia 15. Ocho años de infierno.

Hablaba la entrevistada, desde Oxford, de las dificultades económicas para ser atendida, de las interminables esperas, de los ingresos en centros especializados carísimos, de las recaídas, de la presión social.Pedía que estos problemas dejen de ser tabú y aconsejaba a quienes padecen la enfermedad que pidan ayuda y que la sociedad ofrezca apoyo y medios, ya que se trata de enfermedades de larga duración.

La ansiedad social y el trastorno de la conducta alimentaria son dos patologías que se han agravado durante el confinamiento en el que muchos jóvenes han sufrido en silencio problemas de salud mental. “Todo el día encerrada en casa, tenía pensamientos que no eran buenos”, decía una joven hace unos días en la televisión.

Uno de cada siete adolescentes en todo el mundo tiene problemas de salud mental diagnosticados. El 58,3 % de los españoles y españolas de entre 15 y 24 años dice sentirse “a menudo” ansioso, nervioso y preocupado y el 36 % “a veces”, según reveló Unicef esta semana en un informe.

Acudir a un psicólogo en el sistema público es una de las mayores demandas de todos estos jóvenes que piden que no se les aísle y denuncian la falta de recursos. Según datos de 2018, en España hay solo 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, tres veces menos que la media europea. “En España va al psicólogo solo quien puede”, dice a EFE Patricia Jiménez, quien explica que una sesión en la capital española puede costar desde 50 a 120 euros.

A la falta de profesionales en el sistema público, se suma el precio para poder acceder a un tratamiento adecuado y continuo, por lo que muchos pacientes solo acuden a la sanidad pública para tratar ataques puntuales con fármacos. “Yo lo recibo todo el tratamiento privado, a la pública solo he ido cuando he tenido picos de ansiedad, la gente que conozco que ha ido la han atendido cada mes y una terapia si no es semanal deber ser como mucho quincenal; en un mes te puede pasar de todo y tu cabeza tener ese sufrimiento”, afirma una paciente.

Las atenciones hospitalarias por autolesiones, que algunos adolescentes se infligen como vía de escape de una situación de desbordamiento emocional, se han disparado en los últimos años, un fenómeno que ya se había incrementado antes de la pandemia y que la Covid-19 ha agravado. Estudios publicados en los últimos diez años centrados en Cataluña indican que un 11,4% de los jóvenes se ha autolesionado al menos una vez en su vida, y en Europa se habla de una prevalencia del 27,6%.

Se viene observando una tendencia alcista, previa a la pandemia, de jóvenes que llegan a urgencias con autolesiones. En el periodo de 2014 al 2017 ya seprodujo un aumento del 21% de las consultas en urgencias pediátricas por este motivo y entre 2019 y 2021, el incremento pasó a ser de “casi el doble”.

Las psicosis y las neurosis encuentran terreno abonado en los jóvenes durante una pandemia que no acaba nunca. Le oí a un profesor de psicología esta ingeniosa aclaración sobre la diferencia entre psicosis y neurosis: el psicótico no sabe que dos y dos son cuatro; el neurótico sabe que dos y dos son cuatro, pero le da rabia.

¿Quién puede decir que goza de una inmejorable salud mental? ¿Quién puede asegurar que siempre la tendrá? Hace tiempo leí en un cartel: “Todos somos raros menos tú y yo; incluso tú eres un poco raro”.

Parece que los jóvenes de hoy tienen una vida fácil, cómoda y divertida. Yo no lo creo así. Pienso que viven en un contexto hostil y en una cultura cargada de insolidaridad, individualismo, egoísmo, competitividad, hipertrofia de la imagen y relativismo moral. Un contexto adverso para crecer de forma sana.

Hace años, en mi cultura rural, un joven de 15 años constituía el pilar fundamental de la familia. Eso sucedió con mi padre. Sobre sus espaldas recayó el peso del mantenimiento de la familia paterna. Un joven de nuestros días se siente un parásito hasta los 35 años. Ni encuentra trabajo, ni puede independizarse, ni puede hacer un proyecto de vida, ni puede pensar en la importancia que tiene su persona y su trabajo para la familia y para la sociedad.

No es fácil cultivar el autoconcepto y la autoestima en una sociedad que presenta tramposamente modelos a través de las redes y los medios de comunicación. Jóvenes de belleza imposible de alcanzar, empresarios de éxito insuperable, deportistas multimillonarios de estatus inaccesible, cantantes de éxito inalcanzable ¿Qué les espera a ellos en el mejor de los casos? Muchos años de estudio, muchos esfuerzos permanentes, dificultad extrema para alcanzar trabajo (el paro juvenil en España supera el cuarenta por ciento). En una etapa en la que se necesita psicológicamente valer para algo y para alguien, el joven no encuentra una ocupación después de muchos años de esfuerzo…

Detrás de este fenómeno, a menudo poco comprendido por la sociedad, hay diferentes variables, como entornos familiares, de escuela o amistades,la presión de las redes sociales, una sociedad con cambios rápidos y una elevada exigencia con los menores, desde muy pequeños.

La educación emocional, en la familia y en la escuela, es la mejor prevención de enfermedades mentales y el mejor camino para conseguir la salud emocional.

lunes, 15 de febrero de 2021

_- Cómo la autocompasión y no la autoestima es la clave del éxito

_- Piensa en la última vez que fallaste o cometiste un error importante. ¿Todavía te sonrojas y te regañas por haber sido tan tonto o egoísta?

¿Tiendes a sentirte solo en ese fracaso, como si fueras la única persona que se ha equivocado? ¿O aceptas que el error es parte del ser humano y tratas de hablarte a tí mismo con cuidado y ternura?

Para muchas personas, el ser crítico con uno mismo es lo más natural.

De hecho, incluso podemos enorgullecernos de ser duros con nosotros mismos como señal de nuestra ambición por mejorar.

Pero una gran cantidad de investigaciones muestra que la autocrítica a menudo es contraproducente.

Además de aumentar nuestros niveles de infelicidad y estrés, puede aumentar la procrastinación y nos hace aún menos capaces de lograr nuestras metas en el futuro.

En lugar de castigarnos a nosotros mismos, debemos practicar la autocompasión: un mayor perdón de nuestros errores y un esfuerzo deliberado por cuidarnos a nosotros mismos en momentos de decepción o vergüenza.

"La mayoría de nosotros tenemos un buen amigo en nuestras vidas, que nos apoya incondicionalmente", dice Kristin Neff, profesora asociada de psicología educativa en la Universidad de Texas en Austin, quien ha sido pionera en esta investigación.

"La autocompasión es aprender a ser un amigo cálido y comprensivo contigo mismo". Si eres un cínico, puede que inicialmente te opongas a esta idea.

Como escribió la comediante británica Ruby Wax en su libro sobre la atención plena: "Cuando escucho que las personas son amables consigo mismas, me imagino a los tipos que encienden velas aromáticas en sus baños y se hunden en una tina de leche de yak del Himalaya".

Sin embargo, la evidencia científica sugiere que tratarnos bien puede aumentar nuestra resiliencia emocional y mejorar nuestra salud, bienestar y productividad.

Es importante destacar que también nos ayuda a aprender de los errores que causaron nuestro malestar en primer lugar.

Confiar en la autocompasión, no en la autoestima
La investigación de Neff se inspiró en una crisis personal. A finales de los 90, estaba pasando por un divorcio doloroso.

"Fue muy complicado y sentí mucha vergüenza por algunas malas decisiones que había tomado".

Buscando una forma de lidiar con el estrés, se inscribió en clases de meditación en un centro budista local.

La práctica de la atención plena trajo cierto alivio, pero fueron sus enseñanzas sobre la compasión, en particular, la necesidad de dirigir esa bondad hacia nosotros mismos, las que nos brindaron el mayor consuelo.

"Simplemente noté una diferencia inmediata", dice.
Superficialmente, la autocompasión puede parecer similar al concepto de "autoestima", que se refiere a cuánto nos valoramos a nosotros mismos y si nos vemos a nosotros mismos de manera positiva.

Los cuestionarios para medir la autoestima piden a los participantes que califiquen afirmaciones como, "siento que soy una persona valiosa, al menos en el mismo plano que los demás".

Desafortunadamente, esto a menudo viene acompañado de una sensación de competencia y puede resultar fácilmente en una especie de narcisismo frágil que se desmorona ante un posible fracaso.

"La autoestima depende del éxito y de que le gustes a la gente, por lo que no es muy estable; podrías tenerla en un buen día pero perderla en un mal día", dice Neff.

La autocompasión se relaciona con la salud mental y el bienestar general de las personas.

Muchas personas con alta autoestima incluso recurren a la agresión y al acoso cuando su confianza se ve amenazada.

Neff se dio cuenta de que cultivar la autocompasión podría ayudar a evitar esas trampas, para que puedas levantarte cuando te sientas herido o avergonzado, sin derribar a otros en el camino.

Entonces decidió diseñar una escala psicológica en la que los participantes debían calificar una serie de afirmaciones en una escala del 1 (casi nunca) al 5 (casi siempre), tales como:

Intento ser cariñoso conmigo mismo cuando siento dolor emocional.
Trato de ver mis fallas como parte de la condición humana.
Cuando sucede algo doloroso, trato de tener una visión equilibrada de la situación.
Desapruebo y juzgo mis propios defectos e insuficiencias.
Cuando pienso en mis deficiencias, tiendo a sentirme más separado y aislado del resto del mundo.
Cuando me siento deprimido, tiendo a obsesionarme y fijarme en todo lo que está mal.
Cuanto más estés de acuerdo con el primer conjunto de afirmaciones y menos estés de acuerdo con el segundo conjunto de afirmaciones, mayor será su autocompasión.

La meditación ayuda a entrenar la autocompasión.
Los primeros estudios de Neff examinaron cómo la autocompasión se relacionaba con la salud mental y el bienestar general de las personas.

Al interrogar a cientos de estudiantes de pregrado, descubrió que la característica se correlacionó negativamente con informes de depresión y ansiedad, y se correlacionó positivamente con la satisfacción general con la vida.

Es importante destacar que este estudio también confirmó que la autocompasión era distinta a la autoestima.

En otras palabras, puede haber alguien con un sentido general de superioridad, a quien, sin embargo, le resulta muy difícil perdonarse a sí mismo por los fracasos percibidos, una combinación que dista mucho de ser ideal.

Campo floreciente
Investigaciones posteriores confirmaron estos descubrimientos en muestras más diversas, desde estudiantes de secundaria hasta veteranos estadounidenses en riesgo de suicidio.

Todos los estudios mostraron que la autocompasión aumenta la resiliencia psicológica.

De hecho, la autocompasión se ha convertido en un campo de estudio floreciente que atrae el interés de muchos otros investigadores.

Algunos de los resultados más interesantes se refieren a la salud física de las personas.

La autocompasión también está asociada con la salud de las personas.

Un estudio reciente muestra que las personas con alta autocompasión tienen menos probabilidades de reportar una variedad de dolencias, como dolor de espalda, dolor de cabeza, náuseas y problemas respiratorios.

Una explicación podría ser una respuesta silenciosa al estrés, con estudios previos que revelaron que la autocompasión reduce la inflamación que normalmente acompaña a la angustia y que puede dañar nuestros tejidos a largo plazo.

Pero los beneficios para la salud también pueden deberse a diferencias de comportamiento, ya que la evidencia muestra que las personas con mayor autocompasión cuidan mejor su cuerpo con la dieta y el ejercicio.

"Las personas que tienen niveles más altos de autocompasión son generalmente más proactivas", dice Sara Dunne, psicóloga que estudió el vínculo entre la autocompasión y los comportamientos saludables en la Universidad de Derby, Reino Unido.

Ella lo compara con el consejo de un padre bien intencionado.

"Te decían que tenías que irte a la cama, levantarte temprano y luego solucionar tus problemas", dice.

De manera similar, alguien con alta autocompasión sabe que puede tratarse a sí mismo con amabilidad, sin críticas excesivas, y al mismo tiempo que reconoce lo que es mejor para él a largo plazo.

Este es un punto importante, dice Neff, ya que algunos de los primeros críticos de su trabajo se preguntaron si la autocompasión simplemente conducía a un comportamiento perezoso y poca fuerza de voluntad.

En su opinión, necesitamos la autocrítica para motivarnos a realizar cambios importantes en nuestras vidas.

Como evidencia en contra de esta idea, señala una investigación de 2012 que encontró que las personas con alta autocompasión muestran una mayor motivación para corregir sus errores.

Por ejemplo, tienden a trabajar más duro después de fallar una prueba importante, y están más decididos a compensar una transgresión moral percibida, como traicionar la confianza de un amigo.

La autocompasión, al parecer, puede crear una sensación de seguridad que nos permite enfrentar nuestras debilidades y hacer cambios positivos en nuestras vidas, en lugar de ponernos a la defensiva o crearnos una sensación de desesperanza.

Intervenciones rápidas
Si deseas obtener algunos de estos beneficios, ahora hay abundantes pruebas, del grupo de investigación de Neff y de muchos otros, de que se puede entrenar la autocompasión.

Las intervenciones populares incluyen la "meditación de bondad amorosa", que te guía a concentrarte en los sentimientos de perdón y calidez hacia ti mismo y hacia los demás.

En un ensayo reciente, Tobias Krieger y sus colegas de la Universidad de Berna, en Suiza, diseñaron un curso en línea para enseñar este ejercicio junto con lecciones más teóricas sobre las causas de la autocrítica y sus consecuencias.

Después de siete sesiones, encontraron aumentos significativos en las puntuaciones de autocompasión de los participantes, junto con una reducción del estrés, la ansiedad y los sentimientos depresivos.

"Medimos muchos resultados", dice Krieger, "y todos fueron en la dirección esperada".

También hay intervenciones escritas, como redactar una carta desde la perspectiva de un amigo cariñoso, que pueden proporcionar una mejora significativa, dice Neff.

Para la mayoría de la gente, el hábito de la autocrítica no parece estar tan arraigado como para no poder evitarlo.

(El sitio web de Neff incluye pautas más detalladas sobre las formas de poner en práctica esto y la meditación de la bondad amorosa).

Neff dice que ha visto un mayor interés en estas técnicas durante la pandemia.
Para muchos de nosotros, las dificultades por el aislamiento, el trabajo a distancia y el cuidado de las personas que amamos han proporcionado el caldo de cultivo perfecto para la autocrítica y la duda.

Si bien no podemos eliminar esas tensiones, al menos podemos cambiar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, lo cual nos puede dar la resiliencia necesaria para enfrentar los desafíos.

Ahora más que nunca, debemos dejar de ver la autocompasión y el autocuidado como un signo de debilidad, dice Neff.

"La investigación es realmente abrumadora en este momento, y muestra que cuando la vida se pone difícil, quieres ser compasivo contigo mismo. Te hará más fuerte ".

David Robson es el autor de The Intelligence Trap: Revolutionize Your Thinking and Make Wiser Decisions (Hodder & Stoughton / WW Norton). (La trampa de la inteligencia: revolucione su pensamiento y tome decisiones más sabias)

https://www.bbc.com/mundo/noticias-55668680

miércoles, 27 de enero de 2021

En estado de resiliencia

La resiliencia es la propiedad de los metales para recuperarse de un golpe fuerte. La palabra resiliencia se deriva del latín resilire, que significa rebotar. Se utiliza en el mundo de la física para reflejar la elasticidad de un material, propiedad que le permite absorber energía y deformarse, sin romperse, cuando es golpeado por otro objeto o fuerza exterior y, de forma rápida, recobrar su forma original una vez que cesa dicha presión. Por extensión se aplica a una actitud de los seres humanos (individualmente considerados o en grupo) para superar las adversidades de la vida.

Comenzó la construcción del concepto de resiliencia humana en los años cincuenta cuando varios investigadores de Europa y Estados Unidos comenzaron a explorar desde la infancia la vida de algunas personas que se habían enfrentado a graves adversidades. Observaron a niños extraordinariamente resistentes y adaptables que crecían con normalidad a pesar de haberse enfrentado a circunstancias perniciosas de pobreza, abandono y violencia.

Llevamos casi un año metidos en un largo túnel, golpeados por la adversidad. Cuando creemos que estamos a punto de ver la luz, comprobamos que el túnel describe una curva (segunda ola) y tenemos que seguir caminando. Y, cuando de nuevo albergamos una esperanza de salir a respirar aire puro, vemos que el túnel sigue en otra dirección (tercera ola)… ¿Hasta cuándo seguirá el oleaje?

La resiliencia se produce después de pasar la adversidad. Pero todavía estamos sumidos en ella. Todavía no la hemos superado. Todavía estamos recibiendo golpes. Por eso digo en el título que vivimos en estado de resiliencia. No es que hayamos recibido un golpe, es que estamos siendo golpeados a diario con hechos y amenazas terribles. Muertos, contagiados, ingresados, despedidos… La continuidad es una característica de esta dura pandemia. Otra característica es la amplitud, porque no afecta a un solo individuo, ni a un pequeño grupo, sino a toda la humanidad… Nadie esta libre de la amenaza del contagio, de la enfermedad y de la muerte.

He hablado muchas veces de la resiliencia como cualidad de una persona que supera una gran adversidad. Pero ahora hablo de un nuevo tipo de resiliencia: continua en el tiempo y global en la extensión. Estamos caminando hacia los dos millones de muertos. No somos capaces de controlar los contagios y la persistencia de los daños y del miedo se han instalado en la sociedad.

Luis Rojas Marcos, psiquiatra neoyorquino nacido en Sevilla en 1943, escribió hace años un interesante libro titulado “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”. Lo leí en su momento y ahora recupero algunas ideas que considero relevantes para el desarrollo del tema que me ocupa.

Dice Rojas Marcos de que “la resiliencia es un atributo natural y universal de supervivencia, que se compone de ingredientes biológicos, psicológicos y sociales”. Pareciera, por estas palabras, que la resiliencia es una cualidad innata del ser humano. Pero no, la resiliencia se hace, se ejercita, se fragua. Por eso hay personas resilientes y otras que no lo son.

La resiliencia, según Rojas Marcos, se construye sobre seis pilares. 

El primero tiene que ver con las conexiones afectivas. Las personas que se sienten vinculadas positivamente a otras superan los escollos de la vida con más facilidad que las que no cuentan con el afecto y la atención de algún semejante.

El segundo pilar son las funciones ejecutivas. Es decir, la capacidad de gobernar nuestra vida. 
Para ello, practicamos la introspección, que nos permite observamos, conocernos, reflexionar y recapacitar cuando tomamos decisiones importantes o buscamos formas de salir del atolladero. Entre las funciones ejecutivas más importantes está el autocontrol, la capacidad de esperar, de frenar el ímpetu y retrasar la gratificación inmediata con el fin de conseguir un objetivo superior.

El tercer pilar consiste en situar dentro de nosotros mismos el centro de control. 
Ante amenazas peligrosas podemos situar en nuestro interior la capacidad de intervenir o ponerla en el exterior, sea en el azar, en el destino o en Dios. Si creemos que la dirección del barco depende de nuestra habilidad, más que de la suerte o del viento o de los dioses, estaremos en mejores condiciones de manejarlo.

La autoestima es el cuarto pilar de la resiliencia. 
“Aunque no lo reconozcamos en público, para todos los mortales, lo más importante del mundo somos nosotros mismos”, dice Rojas Marcos. En algún curso he hecho con mis estudiantes la experiencia de “la caja mágica”. Pido que escriban el nombre de la persona más importante de su vida. Unos citan al cónyuge, otros a un hijo, otros a un amigo otros a Dios… Después les digo que en la caja mágica que yo tengo está la respuesta a cada uno. Quien quiera verla puede mirar en la caja. Cuando lo hacen, sonríen. En el fondo de la caja hay un espejo… La autoestima es un factor decisivo para luchar contra la adversidad. Cuando la opinión que tenemos sobre nosotros es positiva, la resiliencia se fortalece.

El quinto pilar es el pensamiento positivo. 
Tener una perspectiva favorable de las cosas (pasadas, presentes y futuras) es un elemento fundamental de la resiliencia humana. El pensamiento positivo no es un obstáculo para el razonamiento y la capacidad de analizar con rigor la realidad. Es una actitud que nos hace ver la realidad de forma favorable. El pesimista solo ve los agujeros en el queso.

Finalmente, el sexto pilar de la resiliencia es tener motivos para vivir. 
Si tenemos finalidades consistentes en la vida, podremos afrontar con mayor coraje la superación de las adversidades que se nos presentan. Friedrich Nietzsche afirma en su obra El crepúsculo de los dioses: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo vivir”.

Añadiré a estos pilares una consideración sobre la importancia del sentido del humor, que es algo muy serio en la vida. Ya sé que esta o cualquier otra calamidad no es motivo de risa, pero es mejor afrontarla con sentido del humor. En su estupendo libro “El sentido del humor”, dicen A. Ziv y J. M. Diem: “La utilización del humor negro permite a las personas defenderse de las situaciones o los elementos que les dan miedo”. Riéndonos de la muerte, las catástrofes, las enfermedades y los accidentes, intentamos demostrar que no nos dan miedo. Estamos contentos de podernos reír de la muerte, por ejemplo. He aquí cuatro breves ejemplos.

– Un condenado a muerte, a la pregunta de si quiere fumar el último cigarrillo, responde: No gracias, estoy intentando dejar de fumar.

– Unos veteranos de guerra muy mayores van al cementerio a rendir homenaje a sus compañeros fallecidos. Uno le dice otro en medio de las tumbas: Y, tú, con la edad que tienes, ¿crees que te merece la pena ir a casa?

– Un condenado a muerte avanza un lunes hacia el cadalso, mientras dice: ¡Mal empiezo la semana!

– Le dice la mujer al marido: Dada la edad que tenemos, uno de los dos podría ya morirse, y así yo me podría ir a vivir con nuestra hija a Barcelona.

Está demostrado que el sentido del humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace fuertes y resistentes ante la adversidad.

Hoy necesitamos ser resilientes de forma solidaria y persistente, reponernos juntos de los golpes de la pandemia. Y preocuparnos de enseñar a nuestros hijos y alumnos a superar la adversidad. El mejor modo de conseguirlo es que vean nuestra propia y acendrada resiliencia. Enseñamos como somos, no diciendo a los demás cómo tienen que ser.

Fuente:
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/01/16/en-estado-de-resiliencia/

P. D.: Añadiría, sin dudarlo, el saber reírse de uno mismo, y el no ser pesado, con uno mismo y con los demás, es decir no darle vueltas, en la cabeza o en la conducta, a un mismo tema.

sábado, 23 de enero de 2021

_- Cómo potenciar una autoestima sana en nuestros hijos y alumnos

_- Si los adultos fuéramos más conscientes de que depende de nuestro buen hacer y de la satisfacción de las necesidades de niños y adolescentes, seguro que tendríamos jóvenes mejor preparados para enfrentarse a los envites de la vida y con menor sufrimiento

Los niños, al igual que los adultos, tienen una serie de necesidades que precisan ser cubiertas. Comer, descansar, límites y ser protegidos cuando sienten miedo son algunos ejemplos de las necesidades que tienen nuestros hijos. La diferencia entre niños y adultos a la hora de satisfacer sus necesidades es que los segundos tienen herramientas para cubrir sus propias necesidades, mientras que los primeros carecen de dichas herramientas, motivo por el cual, precisan de un adulto que las cubra por ellos. 

Las investigaciones que han estudiado la autoestima han llegado a dos interesantes conclusiones: la primera de ellas es que la autoestima es una de las variables que mejor predice la calidad de vida futura de nuestros hijos. La segunda conclusión es que los niños que gozan de una buena autoestima son aquellos cuyos padres conectan con las necesidades de sus hijos para, posteriormente, cubrir dichas necesidades. Cuando un niño se muestra rabioso porque otro niño se le ha colado en la fila de una atracción, es imprescindible que sus padres conecten o sintonicen con su rabia, le permitan sentirse rabioso y le ayuden a alcanzar la calma después de ese episodio de injusticia.

Todos los padres y maestros queremos que nuestros hijos y alumnos tengan una buena autoestima. Aun así, creo que es importante saber, que tener una buena autoestima no es algo que dependa del menor, sino de los adultos significativos que le acompañamos en su día a día. Parece que el prefijo “auto” de la palabra autoestima indica que es algo que depende del niño, y lo cierto es que escapa a su control. Como bien dice el psiquiatra infantil Jorge Barudy “lo que una madre o un padre siente, piensa o hace por sus hijos y la forma en que lo comunica tendrá un impacto significativo en la manera en que una niña o niño se concibe a sí mismo”.

Creemos que tener una autoestima muy alta es indicativo de salud mental, pero no es así. Está claro que los niños necesitan ser vistos por sus padres y adultos significativos, pero cuidado con sobreprotegerles y decirles que todo lo hacen bien y que son capaces de todo. Los niños necesitan ser narcisizados por sus padres, pero un exceso de narcisización puede ser contraproducente y un mecanismo de defensa para tratar de ocultar determinadas carencias o limitaciones. El refranero popular es muy sabio: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Para comprender bien lo que implica la autoestima suelo utilizar la metáfora de la piscina. Imagina que tienes delante de ti una piscina completamente vacía. Si solo tuviera un par de palmos de profundidad de agua, ¿te tirarías a la piscina de cabeza? No, ¿verdad? Ahora bien, ¿Qué pasaría si la piscina empezara a rebosar agua por todos lados porque se ha llenado en exceso, pero nadie se ha percatado de que el agua sigue saliendo? En el primer caso hablaríamos de alguien con la autoestima baja y en el segundo de una persona con la autoestima excesivamente alta, algo que, aunque aparentemente sea positivo, en realidad implica mucha apariencia, pero es tan desadaptativo como tener una baja autoestima. Lo ideal es tener una piscina suficientemente llena donde nos podamos tirar de cabeza de manera segura, pero sin que rebose el agua y sin aparentar más de lo que es. El objetivo es que nuestros hijos tengan una autoestima óptima o suficientemente buena que les permita confiar en sus habilidades, destrezas y virtudes, pero que, a la vez, sean conscientes de sus limitaciones y puntos débiles.

Las consecuencias de una buena autoestima van a repercutir en todos los ámbitos de la persona: familiar, académico, social, emocional, personal, etc. Los jóvenes con una autoestima óptima son conscientes de sus fortalezas y limitaciones, afrontan los retos con confianza y cierta seguridad, aceptan mejor los golpes de la vida, entienden el error y las caídas como una oportunidad de aprendizaje, se sienten más seguros, trabajan mejor en equipo y, en definitiva, están más equilibrados psíquicamente y son más felices. En cambio, las personas con una autoestima baja sufren mucho en los diferentes ámbitos. Tienden a aislarse, son más frecuentemente criticados, se muestran más sensibles, se creen el mensaje que tienen grabado a fuego de “no soy capaz” y la probabilidad de que busquen soluciones externas a la problemática interna es mayor. Así, por ejemplo, las personas con una baja autoestima, al sentirse vacías, tienen mayor probabilidad de desarrollar adicciones al alcohol, porros, móviles, videojuegos, redes sociales, etc. El motivo es que la adicción sacia y rellena, aunque sea momentáneamente, el vacío causado por la baja autoestima, lo que hace que la persona se sienta mejor y quiera volver a “consumir” cuando los efectos placenteros han pasado. La droga, el móvil o los likes en las redes sociales se convierten en su refugio de seguridad y bienestar. Si recuerdas la metáfora de la piscina, la persona que tiene la autoestima baja y, por lo tanto, la piscina muy vacía de agua, tiende a rellenarla con conductas externas que, en ocasiones, se convierten en adictivas.

¿Qué podemos hacer las madres, los padres y los maestros para fomentar una buena autoestima en nuestros niños y adolescentes? A continuación desarrollo una serie de orientaciones generales que pueden ayudar a potenciar la autoestima de nuestros hijos y alumnos:

Empodera a tu hijo: confía en sus posibilidades y hazle sentir que cuentas con él. Hacerle ver que forma parte de la familia es fundamental para desarrollar una autoestima sana.

Cuidado con la sobreprotección: en ocasiones, los padres, con muy buenas intenciones, le hacen todo al niño porque creen que no serán capaces de hacerlo o que tardarán mucho en llevarlo a cabo. Sabemos que la educación requiere tiempo y paciencia. No te dejes contagiar por las prisas y deja que tu hijo lo intente. Si les hacemos todo a nuestros hijos acabarán creyendo que no son capaces y levantar esa losa no será nada sencillo. Seguridad: para que nuestro hijo tenga una autoestima óptima es necesario que se sienta seguro, pero solo nos sentimos seguros si hemos sido niños protegidos. Recuerda que el requisito de una buena autoestima son los buenos tratos en la infancia.

Mamá, mira lo que hago: nuestros hijos constantemente están llamando nuestra atención para que observemos lo que hacen o lo que han logrado. Es una gran oportunidad para que les veas a ellos y su proeza.

Fomenta su autonomía: permite que tu hijo lo intente, siempre y cuando no haya ningún peligro para él ni para su entorno. Alentar su curiosidad, emprendimiento y capacidad de investigación es muy sano para su autoestima y para que sientan que son capaces de hacer las cosas por sí mismos con un mínimo de esfuerzo y sacrificio.

El poder del todavía: a veces nuestros hijos quieren hacer algo, pero no tiene la suficiente fuerza o capacidad para hacerlo. Cuando el menor se da cuenta de que fracasa y te dice “mamá, no puedo” que no se te olvide añadir “todavía”. Seguro que más adelante, con tiempo y sacrificio, lo conseguirá. Mostrar nuestra confianza en sus capacidades y esfuerzo es muy positivo para su autoestima.

La importancia de las explicaciones: es habitual que los niños piensen que son los culpables de algo negativo que ha ocurrido dado el pensamiento egocéntrico que les caracteriza. Por ello, es fundamental que se les explique lo que ha ocurrido para evitar que piensen que son malos, despistados, tontos o que sus padres están enfadados por su culpa.

Es muy positivo que tu hijo dude y sienta miedo: los niños y los adolescentes con autoestima óptima no son aquellos que hacen todo bien ni confían en ellos en todos los contextos, sino que son conscientes de sus limitaciones y saben sacar partido de sus fortalezas.

Somos modelos: el hecho de que el adulto esté en un pedestal no es positivo para el menor. Es importante que las figuras significativas nos mostremos cercanas, comprensivas y mostremos nuestros errores y limitaciones a nuestros hijos.

Si los adultos fuéramos más conscientes de que la autoestima de los niños y adolescentes depende de nuestro buen hacer y de la satisfacción de sus necesidades, seguro que tendríamos jóvenes con la autoestima más sana, mejor preparados para enfrentarse a los envites de la vida y con menor sufrimiento.

https://elpais.com/mamas-papas/2021-01-13/como-potenciar-una-autoestima-sana-en-nuestros-hijos-y-alumnos.html

Rafa Guerrero es psicólogo y doctor en Educación. 
Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros “Educación emocional y apego” (2018), “Cuentos para el desarrollo emocional desde la teoría del apego” (2019), “Cómo estimular el cerebro del niño” (2020), “Educar en el vínculo” (2020) y “Vinculación y autonomía a través de los cuentos” (2020).

Más sobre el tema. Autoestima y autocompasión.

domingo, 10 de noviembre de 2019

_- Cinco claves para que nuestros hijos desarrollen su autoestima. El amor propio les ayuda a fortalecer la inteligencia emocional, a establecer sólidas relaciones personales y a sortear con éxito los momentos complicados.

_- Si queremos que nuestros hijos sepan afrontar con éxito las dificultades, ayudémosles a desarrollar su autoestima. La buena noticia es que podemos hacerlo como padres y educadores. Esa es la conclusión a la que llegan diversos estudios realizados por dos expertos en la materia: Robert Reasoner y Michele Borba, quienes se centran en el análisis de una cualidad esencial para el ser humano: el arte de quererse y de evaluarse de manera positiva.

La autoestima nos ayuda a fortalecer nuestra inteligencia emocional, a establecer sólidas relaciones personales y a sortear con éxito los momentos complicados. Por eso es tan importante fomentarla desde la infancia. Reasoner y Borba aportan las cinco claves que favorecen su desarrollo desde las investigaciones que han realizado. Veámoslas con detalle.

1. Seguridad. La seguridad emocional se materializa cuando el niño se siente cómodo expresando lo que opina y siendo él mismo, cuando tiene claras las expectativas y cuando sabe cuáles son las reglas y los límites. Los adultos nos adaptamos mejor al cambio, pero de pequeños necesitamos la estabilidad que nos ofrece la rutina de los horarios. En la medida en la que el niño crece, va ganando importancia el cumplimiento de las expectativas de padres y educadores, de ahí que debamos evitar mentiras, aunque sean piadosas. Les genera mucho desconcierto. Uno de los puntos más difíciles de la seguridad está relacionado con el establecimiento de reglas y límites claros. Cuando el niño es mayor, se sugiere abordar conjuntamente las consecuencias de no cumplir los objetivos. De ese modo se consigue tanto seguridad como responsabilidad.

2. Identidad. La identidad se expresa cuando el niño es capaz de hablar de sí mismo de una manera realista y precisa. Para reforzarla, se recomienda que los padres o educadores pongan énfasis en las fortalezas de los pequeños, no en sus áreas de mejora, en especial cuando hablan de ellos delante de otras personas. Existen padres que, por torpeza, utilizan el sarcasmo o la ironía para referirse a sus hijos, algo que debemos evitar. Es veneno para su identidad. También hay que dar espacio a los niños para que puedan expresar emociones como el enfado, el miedo o la tristeza. No se les puede negar esta necesidad, ni tampoco obligarles a evitarla. Hay que acompañarles de un modo natural.

3. Pertenencia. Como buenos mamíferos sociales, los seres humanos necesitamos sentirnos parte de un grupo para sobrevivir. La sensación de pertenencia positiva se logra cuando existe una comunicación de calidad en la familia, cuando los chicos asumen una responsabilidad dentro de la casa, aunque solo sea poner los cubiertos encima de la mesa, y cuando se les anima a formar parte de actividades familiares divertidas. Otra iniciativa que refuerza la pertenencia es hacerles expertos en algo. Vale la pena observar en qué destacan nuestros hijos y darles un espacio para que hablen de lo que están aprendiendo. La idea es reconocerles y hacerles entender que todos tienen algo importante que aportar a los demás.

4. Propósito. Los chicos que tienen un propósito orientan mejor su energía para concluir tareas y se sienten realizados con lo que hacen. Para fomentarlo, se sugiere que cada miembro de la familia proponga tres tareas al inicio de la semana. Luego, habría que revisarlas en conjunto el viernes, por ejemplo. También se pueden definir tres objetivos a principio de año, recogerlos y ponerlos en algún lugar visible, como el frigorífico; y a mediados del año, hacer una revisión. Otra actividad que ayuda al propósito está relacionada con definir sueños para realizar en común, como viajes o actividades. Una vez seleccionados, es necesario usar todas nuestras energías en conseguirlo.

5. Competencia. Este apartado contribuye a generar en los pequeños la convicción de que pueden enfrentarse a todos los desafíos que la vida les plantee. La manera de ayudarles es, de nuevo, poner énfasis en sus talentos y fortalezas, no en las áreas de mejora. Una iniciativa es recoger en un libro todo aquello qué están haciendo de manera destacada. También vale la pena crear un rincón de logros y de éxitos, en donde se resalte el esfuerzo que pusieron en alcanzarlos. De este modo, se refuerza la mentalidad de crecimiento, tan importante en la vida del adulto. Y por supuesto, se fomenta su autonomía, aunque sea a la hora de comer o de vestirse. Es el camino para ir ganando confianza en sus propias capacidades.

miércoles, 8 de agosto de 2018

“La autoestima es clave para la inteligencia de tu hijo”

Alonso Puig defiende que “nunca hay que dar a nadie por perdido” porque en todo ser humano existe grandeza. Señala la importancia de los educadores para descubrir ese potencial, desarrollarlo y dar oportunidades. “Hay que vivir con pasión, con entusiasmo, con confianza en nuestras capacidades y entrenar el cerebro para conseguir nuestro objetivo”, afirma.

Mario Alonso Puig. Bueno, primero me voy a presentar. Algunos tal vez me conozcáis, otros no me conozcáis.

Soy Mario, Mario Alonso Puig. Mi trayectoria fundamentalmente está muy basada en la medicina, en la cirugía, veintiséis años en quirófanos en distintos países, y siempre muy marcada por el interés de como un médico puede verdaderamente conectar con otro ser humano y ayudarle a hacer frente a desafíos que a veces son francamente serios.

Mi formación fue una formación muy técnica, muy científica, que yo completé buscando qué podía hacer que, la comunicación, qué podía hacer que la conversación activara mecanismos en el cuerpo que favorecieran la curación.

Topé con una ciencia que estaba en sus orígenes, la psiconeuroinmunobiología, que estaba empezando a investigar esto, cómo la mente, a través del sistema nervioso y del sistema endocrino, pueda afectar nuestro sistema de defensa que es el sistema inmune. Aquello me llevó a profundizar en otros campos, el liderazgo, la comunicación y de alguna manera a tomar perspectiva sobre nuestra forma de tratarnos unos a otros, nuestra forma de hablar unos con otros, nuestra forma de entendernos a nosotros mismos, a los demás y al mundo, y si bien la medicina es una ciencia apasionante, el ser humano es la cuestión infinita, empiezas y nunca acabas.

Bueno, mi interés por la educación es mi interés por sacar del ser humano lo que verdaderamente tiene dentro. Yo no creo que ningún ser humano esté llamado a la mediocridad, no lo creo, realmente es que no lo creo, creo que todo ser humano está llamado a la grandeza, y la grandeza no la define la cultura. La grandeza es una cosa que la define nuestra propia naturaleza.

La palabra educación, en el fondo, quiere decir «sacar de dentro», es decir, no somos cubos vacíos que hay que llenar, si no fuegos que hay que encender. En este sentido, me gustaría contaros una historia que a mí personalmente me ha marcado mucho, he hablado en distintos foros sobre esta historia, porque señala lo que, para mí, es la diferencia entre profesores y maestros.

En 1951, en la ciudad de Detroit, nace un joven, un chico de color que pronto nota lo que es la pérdida, porque siendo jovencito el padre se va y se queda la madre, una mujer que no tenía estudios, una mujer que, bueno, se había dedicado a cuidar de sus hijos, y se ve con esta situación, con la situación de que tiene que sacar adelante una familia sin que en ese momento entrara ninguna ayuda económica, se dedica a limpiar apartamentos, a limpiar hospitales, etcétera, etcétera, y claro, cuando uno ha vivido en la ciudad de Detroit como he vivido yo, yo trabajé en un hospital que se llama Henry Ford en neurocirugía.

Cuando uno ha vivido en la ciudad de Detroit pues se da cuenta que Detroit es una ciudad apasionante, pero en ciertas épocas de la historia ha sido una ciudad bastante complicada. En los años cincuenta verdaderamente había un apartheid, una especie de apartheid, es decir, las personas de color se tenían que sentar en sitios distintos que las personas blancas, tenían que ir a baños diferentes, etcétera, etcétera, y claro, este chico era un chico de color, era un chico pobre y que pronto pues fue destacando, no por su talento, sino por lo que consideraban que era su estupidez, tampoco por su serenidad, sino más bien por su tendencia, su temperamento violento.

Cualquiera que hubiera tenido, digamos, una bola de cristal habría imaginado que este chico habría acabado, sin duda, en un penal en los Estados Unidos, si no muerto en un combate entre bandas enfrentadas. Pasaba sus ratos, se olvidaba de su triste condición viendo programas de televisión, hasta que un día su madre decidió que iban a ver menos televisión y se iban a dedicar más a leer libros, y les obligó a leer libros yendo a la biblioteca pública de Detroit, ya que ellos no tenían dinero para comprar libros, y el joven Ben, el joven Benjamin empezó a enamorarse de los libros.

Un buen día, llega al colegio, quiero que entendáis que en el colegio este niño tenía las peores notas, su performance (perfórmans) era francamente lamentable, las notas eran pésimas y lógicamente en poco tiempo sería expulsado del colegio. Pero había un profesor, el profesor de ciencias, que verdaderamente era un maestro, él creía que en todo ser humano hay grandeza, que en todo ser humano hay potencial, y que la misión de un maestro es ayudar a que ese potencial se despliegue y florezca, pero no conseguía que este chico, de alguna manera, respondiera a los distintos intentos que había hecho para que ganara confianza en sí mismo.

Un día, el maestro aparece con una piedra, una piedra muy rara, la levanta delante de la clase y pregunta: «¿Qué es esto?», se produce un silencio porque nadie sabe lo que es eso salvo una persona que ya os imagináis quien era, Benjamin, pero Benjamin era el tonto de la clase.

La primera pregunta es: ¿por qué lo sabía Benjamin?, Benjamin lo sabía porque en la biblioteca pública se había dedicado a leer libros de ciencia y por casualidad o sincronicidad, quien sabe, había encontrado libros sobre minerales y había una foto de esa piedra.

¿Pero vosotros pensáis que el tonto de la clase se atreve a hablar? No, porque tú mismo ya matas la respuesta antes de que nazca, es imposible, si no lo sabe el resto, tengo que estar equivocado aunque parezca que estoy en lo correcto.

Pero el profesor sostenía la roca: «¿De verdad que nadie sabe lo que es esta roca?», y, tímidamente, el joven Benjamin alzó la mano. Cuando una persona solo ve el performance (perfórmans) y solo enjuicia a los demás, es muy fácil decir: «Venga, Benjamin, ¿cómo lo vas a saber tú, si tú no sabes nada? Pero aquel profesor mantuvo un espíritu curioso, interesado, él sabía que en todo ser humano hay grandeza, la buscaba, la llamaba constantemente.

«¿Benjamin, tú lo sabes?»,
«Sí»,
«¿Qué es?»,
«Obsidiana»,
«Correcto», pero el profesor podría haber dicho: «Todo el mundo puede tener suerte en esta vida», podría haber dicho eso, no, porque él estaba buscando el hilo que te lleva a la madeja.

Dijo: «¿Sabes algo más de la obsidiana?», y vaya que si sabía el joven Benjamin, empezó a hablar sobre la obsidiana, las temperaturas elevadísimas, luego el frío cómo cristaliza la roca, etcétera, etcétera.

Lo que podría parecer una cosa sencilla, sin más importancia, banal, supuso un antes y un después en la vida de este chico porque este chico recuperó la confianza en sí mismo, creyó que era posible aprender, creyó en sí mismo, creyó que a pesar de su triste cuna, por decirlo de una manera, podría tener un brillante futuro.

Este chico pasó de ser el último de la clase a ser el mejor estudiante de su colegio, hizo realidad su más profundo sueño, que era absolutamente imposible, ser médico, se convirtió en el mejor neurocirujano infantil de la historia, el profesor Ben Carson.

Ben Carson en 1987 hizo una operación de separar a dos gemelos siameses unidos a nivel craneoencefálico. Todas las cirugías que se habían hecho hasta aquel momento para separar lo que se llama un craneopago, esta malformación craneoencefálicas, todas, los niños habían muerto en la mesa de quirófano. En esta operación, en 1987, intervinieron setenta profesionales de la medicina y duró veintidós horas, los dos niños salieron adelante, vivieron y estuvieron bien y sanos.

Él aplicó técnicas especiales de cirugía cardíaca a la neurocirugía, a nadie se le habían ocurrido. Entonces, lo que os quiero transmitir es esto, es un ejemplo de como en todo ser humano hay potencial, en todo ser humano hay grandeza, y tenemos, entiendo, que tener esta disposición a crear espacios de oportunidad para que esas personas puedan mostrar lo que en realidad siempre han tenido y siempre tendrán, pero que no todo el mundo mostrará si no ve ese espacio de oportunidad.

Mario Alonso Puig. Por favor.

María: Hola, Mario, soy María.

Mario Alonso Puig: María.

María: Como educadora, creo que la motivación es necesaria para el aprendizaje, y tú dices que hay seis motivaciones fundamentales para una persona, ¿podrías hablarnos de ellas?

Mario Alonso Puig: Sí, es una gran pregunta. La motivación es lo que nos mueve a la acción, y hay, efectivamente, seis motivaciones que además están presentes en las distintas culturas, es una mezcla de nuestra naturaleza y, también, el entorno cultural.

1. La primera es la motivación de estar en entornos seguros, de poder controlar lo que pasa, de saber que el suelo que pisamos es un suelo firme.

2. La segunda es una motivación de sentirnos reconocidos, sentirnos valorados, de tener un cierto estatus.

3. La tercera es de pertenecer al grupo, es decir, que lleguemos a un sitio y entendamos, sintamos que nos acogen, que no nos desprecian, que no nos marginan.

4. La cuarta motivación es una motivación al desafío, al reto. Si en la vida no hubiera retos, María, sería muy aburrida. Yo sé que, a veces, nos gusta mucho estar en la zona de confort, pero durante un tiempo, al cabo de un tiempo no hay quien lo aguante. Entonces, ese reto, ese desafío es una motivación importante.

5. La quinta motivación es la de crecer, mejorar y progresar, y la

6. sexta es la de contribuir al bienestar de otras personas, el tener una vida con propósitos. Lo más importante son las motivaciones fundamentales que nos mueven dentro de las seis.

Si una persona, toda su fuerza la lleva a la aventura, la lleva al descubrimiento, al reto y, sin embargo, no cuida un poco la motivación de la seguridad, pues, a lo mejor, se puede meter en aventuras insensatas, ¿no?

Entonces, hay un equilibrio natural que hace que las personas nos mantengamos, de alguna manera, en una línea razonable. Cuando alguna de ellas toma alguna preponderancia o una significancia demasiado grande, es cuando podemos tener ciertos problemas.

¿Te respondí, María?

María: Sí, gracias.

Mario Alonso Puig: A ti.

Leer todo aquí:
https://aprendemosjuntos.elpais.com/especial/inteligencia-y-desarrollo-personal-mario-alonso-puig/

domingo, 20 de marzo de 2016

13 juegos para fomentar la autoestima en el aula. Usar un lenguaje motivador y hacer que el alumno se sienta valioso por lo que hace es esencial para su desarrollo

Cada vez más centros, y profesores a título particular, piden herramientas para trabajar las emociones y la autoestima en el aula, como parte de la formación integral de sus alumnos. Puede ayudar a prevenir males mayores, conflictos, casos de bullying y acoso escolar, en ocasiones con un final dramático. Las educadoras de la escuela infantil Arlequín, en Fuenlabrada (Madrid), han realizado cursos para iniciar un programa de inteligencia emocional este año. “Hacemos asambleas donde decimos si estamos contentos o tristes, enfadados o aburridos; trabajamos la empatía y la asertividad”, enumera la directora, Laura Santana.

La escuela de desarrollo emocional y social Afectiva organiza una extraescolar en el colegio público Francisco Arranz a instancias de la asociación de padres y madres de alumnos (AMPA). “Ha de ser una autoestima ajustada y realista; que sean conscientes de sus cualidades y capacidades, pero también de en qué pueden mejorar, de cuáles son sus limitaciones”, matiza Raquel Burguillo, una de las psicólogas del equipo de Afectiva.

“No hace falta hacer cosas muy complicadas, a veces basta con consejos pequeños y cotidianos aplicados de manera constante”, interviene Rocío López, maestra especializada en innovación y directora de comunicación del portal Edúkame. Algo tan básico como reconocer las cualidades de los niños. “Tenemos tendencia a centrarnos en lo negativo, para corregir”. Y no caer en lo que los expertos denominan profecías autocumplidas: “No vas a ser capaz”, “Eres un pesado”… El interpelado, efectivamente, termina por no ser capaz y ser un pesado. “Un buen profesor sabe potenciar la autoestima de sus alumnos elogiando los pequeños progresos y esfuerzos realizados; para ello debe usar un lenguaje positivo, hacer que cada alumno se sienta valioso por lo que es, por lo que siente y por lo que hace”, tercia la psicóloga infantil Sara Tarrés, que ofrece varias recomendaciones más: “Ayudar al desarrollo de aptitudes que el niño tenga, fomentar la comunicación, trabajar hábitos de estudio, huir de las comparaciones y etiquetas, evitar resaltar las cualidades negativas delante de otros niños o adultos, criticar de forma constructiva los trabajos realizados”.

El juego, asegura Tarrés, es “primordial para el desarrollo de la autoestima del niño”. A continuación proponemos algunos.

Infantil
Carteles con autoconceptos. El profesor coloca en distintas partes de la clase carteles con cualidades académicas, sociales o físicas. “Soy simpático”, “Juego muy bien al fútbol”, “Soy listo”. Los carteles son como los de algunas publicidades, con pequeñas pestañas con el teléfono del anunciante en su parte inferior. Los niños corren hacia el cartel que creen que los define mejor, arrancan una de sus pestañas y la pegan en un dibujo de ellos mismos que previamente han realizado.

La silla caliente. Un alumno se sienta en una silla y el resto va pasando por delante diciéndole qué le gusta de él o ella, o qué le hace sentir bien. “Vemos cómo algunos se ruborizan o se sienten incómodos; no están acostumbrados a que les digan cosas positivas”, constatan desde el equipo de Afectiva.

Juego de las estatuas. Sirve para trabajar las emociones. Mientras suena la música, los niños bailan; cuando para, cada uno debe quedarse quieto, reflejando una emoción en su rostro, y sus compañeros han de adivinar de qué emoción se trata.

Primaria
Reparto de estrellas. Los niños se sientan en el suelo, en círculo. El maestro dice algo positivo de cada uno al tiempo que le entrega una estrella de papel o pegatina. A lo largo de la sesión, cada niño debe decir algo positivo de los compañeros que tiene a ambos lados mientras les entrega una estrella. “Lo fundamental es pensar en lo que decimos a los demás, lo que nos dicen y lo que sentimos”, plantea la psicóloga Sara Tarrés.

Caja del tesoro oculto. El docente esconde un espejo en una caja y explica que dentro hay un tesoro único. “Generaremos así expectativa”, aduce Tarrés. Los alumnos abrirán la caja de uno en uno, sin decir a nadie lo que contiene. Al final, el profesor les pedirá que digan en voz alta qué tesoro han visto, y les preguntará por aquello que ellos creen que los hace únicos y especiales, irrepetibles, maravillosos.

Las gafas positivas. El maestro pedirá a sus alumnos que hagan el gesto de ponerse unas gafas imaginarias y muy especiales, a través de las cuales verán solo lo positivo que hay en el mundo. Cada uno se dibujará en el centro de un folio, indicando su nombre. Estos folios irán pasando de mesa en mesa y los niños, todos con sus gafas positivas colocadas, irán escribiendo cualidades de sus compañeros. “Me ayuda con los deberes” o “Aprende muy rápido”. Es importante que el docente también haga su aportación, firmada. “Estos mensajes alimentarán la confianza del niño a través del reconocimiento de los compañeros y del docente, que es un referente clave en su vida”, sostenía Rocío López en un artículo publicado en la revista Educación 3.0.

Una variante de esta dinámica consiste en que cada niño o niña se cuelga un folio en la espalda con su nombre y el resto escribe cosas buenas de él o ella. Para terminar, todos comparten sus impresiones y emociones en una asamblea.

Juego de mímica. Cada chaval anota cosas que se le dan bien y otras que le gustaría mejorar. A continuación expone, utilizando la mímica, aquello en lo que es bueno, y sus compañeros tendrán que adivinarlo.

Hoy te enseño yo. Actividad que también funciona en secundaria. Se trata de organizar en el aula minitalleres impartidos por los propios alumnos, a los que podrá apuntarse el resto de la clase. Los pequeños profesores diseñarán sus talleres en función de sus propios intereses, mostrando, por ejemplo, cómo hacer un truco de magia, cómo dar muchos toques con el balón sin que caiga el suelo, cuánto saben sobre Star Wars o cómo programar un videojuego.

Secundaria
Hay una carta para ti. Cada alumno escribe tres virtudes y tres defectos que crea tener en una hoja de papel, que guardará en un sobre. El sobre irá pasando por todos los compañeros, que habrán de sumar otras tres cualidades, pero no defectos. Cada alumno leerá todo lo bueno que los demás piensan de él. “El objetivo es que lleguen a entender que todos somos distintos y, si bien todos tenemos defectos, también tenemos muchas cualidades que el resto aprecia”, argumenta Tarrés.

Anuncios de contactos. A la entrada del aula se coloca un folio con dos columnas: en la primera, cada alumno indicará qué puede ofrecer a los demás (enseñar matemáticas, coger las cosas de los armarios más altos); en la segunda escribirá sus necesidades, o qué le gustaría aprender de sus compañeros (clases de dibujo, apoyo en ciencias). “Descubrimos a nuestros alumnos cualidades y capacidades de sí mismos que desconocían o creían no tener, y reforzamos su vínculo con compañeros y maestro, favoreciendo su inclusión dentro del grupo”, dice López.

Véndete (?). Los chicos y chicas habrán de inventarse un anuncio para venderse (promocionarse) a ellos mismos, lo que les supondrá reflexionar sobre sus cosas buenas, para que los demás los compren. Lo expondrán delante de sus compañeros.

¡Fuera etiquetas! La dinámica permite reflexionar sobre las etiquetas, buenas y malas, que vienen impuestas desde el exterior y que nos condicionan. Vago, torpe, desordenado, guapo, empollón. El alumno las escribe en pegatinas blancas y se las va pegando por el cuerpo. Tras una puesta en común en asamblea, decide con cuáles se queda y se quita las que no quiere. “Les ayuda a entender que vale, me han puesto etiquetas y las he aceptado, pero tengo el poder de cambiarlas o quitármelas”, indica el equipo de Afectiva.

Comunidad educativa
Buzón de sugerencias. Que los conflictos no se queden cociéndose en silencio, que los problemas salgan a la luz y se hablen resulta fundamental para detectar a tiempo, antes de que sea demasiado tarde, casos de baja autoestima, bullying o acoso escolar. Desde este convencimiento, el equipo de Afectiva propone un buzón de sugerencias, para todo el centro o por aula, donde los alumnos puedan comunicarse, escribir sus quejas, expresarse sobre lo que les gusta y lo que no de su grupo o de su centro.

http://economia.elpais.com/economia/2016/03/17/actualidad/1458211539_319733.html

miércoles, 31 de diciembre de 2014

La educación exige emociones. El fenómeno es imparable. Los nuevos tiempos exigen desarrollar las capacidades innatas de los niños y cambiar las consignas académicas.

¿Estamos educando a las nuevas generaciones para vivir en un mundo que ya no existe? El sistema pedagógico parece haberse estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de estudiantes, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.

Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.

Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.

La voz de los adolescentes

“Desde muy pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar a ir a la escuela” Gabriel García Márquez

Cada vez más adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden social establecido.

Del mismo modo que la era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando compuesto por tres subsistemas principales:
-el plan de estudios (lo que el sistema escolar espera que el alumno aprenda),
-la pedagogía (el método mediante el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y
-la evaluación, que vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.

La mayoría de los movimientos de reforma se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente les apasiona.

En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.

La base pedagógica de esta educación en auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.
¿Para qué sirve?

“Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente” Lao Tsé

La educación emocional está comprometida con promover entre los jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al servicio de la sociedad. Entre estos destacan:

Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.

Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga.

Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.

Felicidad. La felicidad es la verdadera naturaleza del ser humano. No tiene nada que ver con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con la auténtica esencia de cada uno.

Amor. En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.

Talento. Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, ­habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.

Bien común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar como de gastar dinero.

En vez de seguir condicionando y limitando la mente de las nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación.

Fuente: El País semanal. http://elpais.com/elpais/2014/12/12/eps/1418401341_900515.html