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martes, 15 de octubre de 2024

Paradojas y limitaciones al medir la productividad

Publicado en Alternativas Económicas, nº 127, septiembre de 2024

El concepto de productividad es uno de los más utilizados en economía y quizá de los más conocidos entre la población por sus implicaciones prácticas.

Me atrevo a pensar que cualquier persona con una mínima formación o cultura general sabe que la productividad es el resultado de dividir la cantidad producida por algún recurso (un trabajador o una máquina, por ejemplo) entre el número de horas necesitadas para producirla. Al definirla así, el diccionario de la Real Academia pone este ejemplo: La productividad de la cadena de montaje es de doce televisores por operario y hora.

También es bien sabido que el incremento de la productividad está directamente relacionado, casi siempre, con la utilización de nuevas técnicas, con el desarrollo tecnológico.

Sin embargo, tan sólo a partir de esas dos ideas que conoce casi todo el mundo aparecen ya algunas paradojas interesantes.

La primera es que el concepto de productividad que se utiliza por economistas y servicios estadísticos para calcular su magnitud y hacer comparaciones no es el que acabo de indicar -cantidad producida (q) dividida por el número de horas (h)-. Para estimarla dividen el Producto Interior Bruto (PIB) entre el número de horas utilizadas para producirlo.

La diferencia es sustancial porque el PIB no registra una cantidad producida (q) sino un valor monetario, es decir, una cantidad producida multiplicada por el precio al que se ha vendido (q*p).

La razón de por qué ocurre esto es muy sencilla.

En un proceso productivo elemental, en el que un trabajador produjese un solo producto y de contenido material, sería factible medir su productividad como cantidad producida dividida por las horas empleadas: 200 ladrillos por hora o doce televisores por hora, como en el ejemplo de la Academia. Pero ¿qué ocurre cuando la producción es de un servicio, de un bien con un alto contenido de recurso inmaterial, o cuando se producen diferentes productos -como en la mayoría de las empresas o en una economía en su conjunto- y se quiere obtener la productividad global?

¿Cómo se mide la cantidad exacta producida por una enfermera, un maestro, una investigadora, un policía, un ingeniero informático, un matemático, un directivo de banca, un arquitecto, un asegurador, una publicitaria…?

Además, en el caso de que sea posible calcular exactamente la cantidad producida (doce televisores por hora), no tendría sentido hacer comparaciones, ni a nivel de empresa ni al de actividad, o -mucho menos- al de una economía en su conjunto: ¿tiene sentido decir que un trabajador que produce doce televisores por hora es más productivo que una cirujana que realiza solo una operación al día?

No tiene sentido ni es posible hablar globalmente de la productividad de una empresa que fabrique varios productos distintos o de la de una economía, en la que se producen cantidades relativas a millones de productos. La razón, todo el mundo la sabe: no se pueden sumar peras con manzanas.

Para superar ese escollo es por lo que los economistas hacen la trampa de calcular la productividad como lo que no es, dividiendo el PIB (cantidad producida por su precio) entre el número de horas necesitadas para producirlo.

De ahí surge una segunda paradoja.

Aunque casi todo el mundo sabe que la productividad aumenta cuando hay desarrollo tecnológico y se aplican nuevas técnicas que mejoran la forma de producir, lo cierto es que, en las últimas décadas de revolución tecnológica, la productividad, como dijo Robert Solow, «no aparece en las estadísticas». Todas ellas indican que está disminuyendo.

Hay muchos y buenos estudios empíricos que han tratado de mostrar las razones de por qué ocurre esto último. Entre ellas y por citas solo algunas más importantes: desaceleración global, crisis financieras, variaciones en la composición del trabajo, problemas de medición, menor impacto de las nuevas oleadas de innovación, retardo en sus efectos, concentración del capital que produce grandes diferencias entre empresas, incremento del trabajo no automatizable, disminución en la contribución que el capital hace por trabajador, crisis del comercio internacional o pérdida de eficiencia en la asignación.

A mi juicio, sin embargo, los estudios convencionales eluden el problema fundamental que es mucho más elemental: en el capitalismo actual, es inevitable que la productividad se minusvalore mientras se utilice el PIB como numerador para calcularla

El PIB, como he dicho, es un valor monetario, el valor de las ventas o, si se quiere, un ingreso. Por tanto, cuando se utiliza no se está midiendo, en realidad, la productividad, es decir, la producción de un factor (trabajo o capital) por tiempo empleado, sino el ingreso de cada uno de esos factores. La diferencia es fundamental, entre otras razones, porque ese ingreso no depende sólo de la cantidad, sino también del precio.

Las consecuencias de ello son muchas y tremendas, aunque mencionaré sólo una de ellas. Se suele decir, por ejemplo, que los salarios de determinados empleos son bajos porque los llevan a cabo trabajadores y, sobre todo, trabajadoras poco productivas. La realidad es otra: la productividad así calculada de esos empleos es baja porque el ingreso (salario) es reducido.

La productividad no aparece en las estadísticas con la magnitud que realmente tiene porque el PIB no puede recoger correctamente los componentes que hoy día están añadiendo más valor a los procesos económicos y que son determinantes de los cambios en la productividad: información, conocimiento, digitalización o aprendizaje automático. Una limitación que, además, se refuerza porque el capitalismo de nuestros días multiplica los trabajos y actividades de suma cero que no generan producción (desde las especulativas, hasta la abogacía, pasando por gran parte del comercio financiero y la gestión de activos, hasta la publicidad y el marketing para construir marcas a expensas de otras). La aportación al PIB de empresas o actividades como Googleo, Facebook o WhatsApp se limitan a su ingreso publicitario porque sus «clientes» no pagamos por utilizar su motor de búsqueda, su red o el servicio que proporcionan. Su «cantidad producida» recogida en el PIB a la hora de calcular la productividad está claramente infravalorada.

El uso del PIB produce otro efecto paradójico. Esa magnitud sólo registra las actividades que tienen expresión monetaria. Por tanto, cuantos más recursos se dediquen, por ejemplo, a combatir las externalidades ambientales negativas, al trabajo voluntario, a los cuidades y la reproducción de la vida… menos productivo se dirá que es el uso general de los recursos. Aunque, al mismo tiempo, se producirá otra paradoja. Sabemos que, cuanto más bienestar creen esas actividades no monetarias, más desahogado y productivo será el trabajo en el resto de actividades de expresión monetaria. Así, se podrá creer que las economías alemana o japonesa son muy productivas gracias al esfuerzo y mérito de sus empleos retribuidos monetariamente, cuando quizá lo sean por la elevada extensión de la actividad no monetaria e invisibilizada que en ellas se lleva a cabo.

Y todo ello con independencia de que la bondad de la productividad que se mide como vengo señalando se basa en otra falacia, cuya falta de fundamento viene demostrándose día a día: aceptar que producir más con menos recursos implica necesariamente un mejor rendimiento, más eficiencia o mayor beneficio o bienestar para las empresas y la economía en general.

En conclusión, es imprescindible replantearse el concepto de productividad y su medición, para recoger todos los insumos de la producción, incorporar todos sus efectos o resultados y utilizar criterios de valoración realistas y no sólo monetarios, generando, para ello, nuevos tipos de datos y registros estadísticos.

Juan Torres López, 

lunes, 15 de febrero de 2021

_- Cómo la autocompasión y no la autoestima es la clave del éxito

_- Piensa en la última vez que fallaste o cometiste un error importante. ¿Todavía te sonrojas y te regañas por haber sido tan tonto o egoísta?

¿Tiendes a sentirte solo en ese fracaso, como si fueras la única persona que se ha equivocado? ¿O aceptas que el error es parte del ser humano y tratas de hablarte a tí mismo con cuidado y ternura?

Para muchas personas, el ser crítico con uno mismo es lo más natural.

De hecho, incluso podemos enorgullecernos de ser duros con nosotros mismos como señal de nuestra ambición por mejorar.

Pero una gran cantidad de investigaciones muestra que la autocrítica a menudo es contraproducente.

Además de aumentar nuestros niveles de infelicidad y estrés, puede aumentar la procrastinación y nos hace aún menos capaces de lograr nuestras metas en el futuro.

En lugar de castigarnos a nosotros mismos, debemos practicar la autocompasión: un mayor perdón de nuestros errores y un esfuerzo deliberado por cuidarnos a nosotros mismos en momentos de decepción o vergüenza.

"La mayoría de nosotros tenemos un buen amigo en nuestras vidas, que nos apoya incondicionalmente", dice Kristin Neff, profesora asociada de psicología educativa en la Universidad de Texas en Austin, quien ha sido pionera en esta investigación.

"La autocompasión es aprender a ser un amigo cálido y comprensivo contigo mismo". Si eres un cínico, puede que inicialmente te opongas a esta idea.

Como escribió la comediante británica Ruby Wax en su libro sobre la atención plena: "Cuando escucho que las personas son amables consigo mismas, me imagino a los tipos que encienden velas aromáticas en sus baños y se hunden en una tina de leche de yak del Himalaya".

Sin embargo, la evidencia científica sugiere que tratarnos bien puede aumentar nuestra resiliencia emocional y mejorar nuestra salud, bienestar y productividad.

Es importante destacar que también nos ayuda a aprender de los errores que causaron nuestro malestar en primer lugar.

Confiar en la autocompasión, no en la autoestima
La investigación de Neff se inspiró en una crisis personal. A finales de los 90, estaba pasando por un divorcio doloroso.

"Fue muy complicado y sentí mucha vergüenza por algunas malas decisiones que había tomado".

Buscando una forma de lidiar con el estrés, se inscribió en clases de meditación en un centro budista local.

La práctica de la atención plena trajo cierto alivio, pero fueron sus enseñanzas sobre la compasión, en particular, la necesidad de dirigir esa bondad hacia nosotros mismos, las que nos brindaron el mayor consuelo.

"Simplemente noté una diferencia inmediata", dice.
Superficialmente, la autocompasión puede parecer similar al concepto de "autoestima", que se refiere a cuánto nos valoramos a nosotros mismos y si nos vemos a nosotros mismos de manera positiva.

Los cuestionarios para medir la autoestima piden a los participantes que califiquen afirmaciones como, "siento que soy una persona valiosa, al menos en el mismo plano que los demás".

Desafortunadamente, esto a menudo viene acompañado de una sensación de competencia y puede resultar fácilmente en una especie de narcisismo frágil que se desmorona ante un posible fracaso.

"La autoestima depende del éxito y de que le gustes a la gente, por lo que no es muy estable; podrías tenerla en un buen día pero perderla en un mal día", dice Neff.

La autocompasión se relaciona con la salud mental y el bienestar general de las personas.

Muchas personas con alta autoestima incluso recurren a la agresión y al acoso cuando su confianza se ve amenazada.

Neff se dio cuenta de que cultivar la autocompasión podría ayudar a evitar esas trampas, para que puedas levantarte cuando te sientas herido o avergonzado, sin derribar a otros en el camino.

Entonces decidió diseñar una escala psicológica en la que los participantes debían calificar una serie de afirmaciones en una escala del 1 (casi nunca) al 5 (casi siempre), tales como:

Intento ser cariñoso conmigo mismo cuando siento dolor emocional.
Trato de ver mis fallas como parte de la condición humana.
Cuando sucede algo doloroso, trato de tener una visión equilibrada de la situación.
Desapruebo y juzgo mis propios defectos e insuficiencias.
Cuando pienso en mis deficiencias, tiendo a sentirme más separado y aislado del resto del mundo.
Cuando me siento deprimido, tiendo a obsesionarme y fijarme en todo lo que está mal.
Cuanto más estés de acuerdo con el primer conjunto de afirmaciones y menos estés de acuerdo con el segundo conjunto de afirmaciones, mayor será su autocompasión.

La meditación ayuda a entrenar la autocompasión.
Los primeros estudios de Neff examinaron cómo la autocompasión se relacionaba con la salud mental y el bienestar general de las personas.

Al interrogar a cientos de estudiantes de pregrado, descubrió que la característica se correlacionó negativamente con informes de depresión y ansiedad, y se correlacionó positivamente con la satisfacción general con la vida.

Es importante destacar que este estudio también confirmó que la autocompasión era distinta a la autoestima.

En otras palabras, puede haber alguien con un sentido general de superioridad, a quien, sin embargo, le resulta muy difícil perdonarse a sí mismo por los fracasos percibidos, una combinación que dista mucho de ser ideal.

Campo floreciente
Investigaciones posteriores confirmaron estos descubrimientos en muestras más diversas, desde estudiantes de secundaria hasta veteranos estadounidenses en riesgo de suicidio.

Todos los estudios mostraron que la autocompasión aumenta la resiliencia psicológica.

De hecho, la autocompasión se ha convertido en un campo de estudio floreciente que atrae el interés de muchos otros investigadores.

Algunos de los resultados más interesantes se refieren a la salud física de las personas.

La autocompasión también está asociada con la salud de las personas.

Un estudio reciente muestra que las personas con alta autocompasión tienen menos probabilidades de reportar una variedad de dolencias, como dolor de espalda, dolor de cabeza, náuseas y problemas respiratorios.

Una explicación podría ser una respuesta silenciosa al estrés, con estudios previos que revelaron que la autocompasión reduce la inflamación que normalmente acompaña a la angustia y que puede dañar nuestros tejidos a largo plazo.

Pero los beneficios para la salud también pueden deberse a diferencias de comportamiento, ya que la evidencia muestra que las personas con mayor autocompasión cuidan mejor su cuerpo con la dieta y el ejercicio.

"Las personas que tienen niveles más altos de autocompasión son generalmente más proactivas", dice Sara Dunne, psicóloga que estudió el vínculo entre la autocompasión y los comportamientos saludables en la Universidad de Derby, Reino Unido.

Ella lo compara con el consejo de un padre bien intencionado.

"Te decían que tenías que irte a la cama, levantarte temprano y luego solucionar tus problemas", dice.

De manera similar, alguien con alta autocompasión sabe que puede tratarse a sí mismo con amabilidad, sin críticas excesivas, y al mismo tiempo que reconoce lo que es mejor para él a largo plazo.

Este es un punto importante, dice Neff, ya que algunos de los primeros críticos de su trabajo se preguntaron si la autocompasión simplemente conducía a un comportamiento perezoso y poca fuerza de voluntad.

En su opinión, necesitamos la autocrítica para motivarnos a realizar cambios importantes en nuestras vidas.

Como evidencia en contra de esta idea, señala una investigación de 2012 que encontró que las personas con alta autocompasión muestran una mayor motivación para corregir sus errores.

Por ejemplo, tienden a trabajar más duro después de fallar una prueba importante, y están más decididos a compensar una transgresión moral percibida, como traicionar la confianza de un amigo.

La autocompasión, al parecer, puede crear una sensación de seguridad que nos permite enfrentar nuestras debilidades y hacer cambios positivos en nuestras vidas, en lugar de ponernos a la defensiva o crearnos una sensación de desesperanza.

Intervenciones rápidas
Si deseas obtener algunos de estos beneficios, ahora hay abundantes pruebas, del grupo de investigación de Neff y de muchos otros, de que se puede entrenar la autocompasión.

Las intervenciones populares incluyen la "meditación de bondad amorosa", que te guía a concentrarte en los sentimientos de perdón y calidez hacia ti mismo y hacia los demás.

En un ensayo reciente, Tobias Krieger y sus colegas de la Universidad de Berna, en Suiza, diseñaron un curso en línea para enseñar este ejercicio junto con lecciones más teóricas sobre las causas de la autocrítica y sus consecuencias.

Después de siete sesiones, encontraron aumentos significativos en las puntuaciones de autocompasión de los participantes, junto con una reducción del estrés, la ansiedad y los sentimientos depresivos.

"Medimos muchos resultados", dice Krieger, "y todos fueron en la dirección esperada".

También hay intervenciones escritas, como redactar una carta desde la perspectiva de un amigo cariñoso, que pueden proporcionar una mejora significativa, dice Neff.

Para la mayoría de la gente, el hábito de la autocrítica no parece estar tan arraigado como para no poder evitarlo.

(El sitio web de Neff incluye pautas más detalladas sobre las formas de poner en práctica esto y la meditación de la bondad amorosa).

Neff dice que ha visto un mayor interés en estas técnicas durante la pandemia.
Para muchos de nosotros, las dificultades por el aislamiento, el trabajo a distancia y el cuidado de las personas que amamos han proporcionado el caldo de cultivo perfecto para la autocrítica y la duda.

Si bien no podemos eliminar esas tensiones, al menos podemos cambiar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, lo cual nos puede dar la resiliencia necesaria para enfrentar los desafíos.

Ahora más que nunca, debemos dejar de ver la autocompasión y el autocuidado como un signo de debilidad, dice Neff.

"La investigación es realmente abrumadora en este momento, y muestra que cuando la vida se pone difícil, quieres ser compasivo contigo mismo. Te hará más fuerte ".

David Robson es el autor de The Intelligence Trap: Revolutionize Your Thinking and Make Wiser Decisions (Hodder & Stoughton / WW Norton). (La trampa de la inteligencia: revolucione su pensamiento y tome decisiones más sabias)

https://www.bbc.com/mundo/noticias-55668680

lunes, 7 de diciembre de 2020

_- Las ventajas y desventajas de trabajar solo 4 días a la semana

_- ¿Te apuntarías a la semana laboral de 4 días?

Uno de los pioneros en establecer el sábado y el domingo como días libres para los trabajadores fue el fabricante de autos estadounidense Henry Ford en 1926, con la idea de que el descanso durante el fin de semana los haría más productivos, reduciendo el ausentismo y mejorando la eficiencia.

Por esa misma época, el economista John Keynes indicó que eventualmente la sociedad evolucionaría hacia una semana laboral de solo 15 horas, considerando la velocidad de los avances tecnológicos.

Casi un siglo después, esa predicción aún está lejos de cumplirse, aunque varias empresas han realizado experimentos para reducirla a 32 horas y hasta existe una organización en Nueva Zelanda llamada "4 day week" que promueve la semana laboral de cuatro días.

"Todos los negocios con los que hablamos reportan un aumento de la productividad", le dice a BBC Mundo Charlotte Lockhart, directora ejecutiva de la organización.

Lockhart y Andrew Barnes implementaron la semana laboral de cuatro días en 2018 en la firma Perpetual Guardian, dedicada a la asesoría para la planificación del patrimonio familiar e inversiones financieras.

"Nuestra experiencia ha sido muy exitosa", comenta Lockhart, argumentando que disminuyó el ausentismo laboral y aumentó el bienestar de los trabajadores.

La idea detrás del horario reducido es, como lo plantea Andrew Barnes en su libro "The four day week", una apuesta por el trabajo flexible que permita aumentar la productividad, la rentabilidad, el bienestar, y un futuro más sustentable.

Teniendo en cuenta esos factores, el gigante consorcio Unilever comenzará en diciembre un experimento que se extenderá por un año con los 81 empleados de la firma en Nueva Zelanda: reducirá la semana laboral a cuatro días, sin rebajar el salario de los empleados.

"La viejas formas de trabajar están obsoletas", le dice a BBC Mundo Nick Bangs, director gerente de Unilever Nueva Zelanda.

Bangs cuenta que les motivó el ejemplo de empresas como Perpetual Guardian y Microsoft en Japón, y por las ideas de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Ardern, sobre la necesidad de buscar maneras más flexibles de trabajo en medio de la pandemia de covid-19.

Unilever comenzará en diciembre un experimento laboral de cuatro días a la semana en Nueva Zelanda.

La multinacional medirá el desempeño de los trabajadores en relación a sus resultados y, según las conclusiones que arroje el experimento, la compañía decidirá si aplica el nuevo sistema de trabajo en otros países.

Entre las firmas que han reducido la semana laboral están la británica Nicholson Search, la danesa IIh Nordic y la estadounidense Monograph, que comenzaron con el nuevo modelo de trabajo hace más de cuatro años.

Otros ejemplos son MRL Consulting, Morrisons, ICE recruitment, Buffer y el gobierno local de la ciudad española de Valencia, que incluso anunció en octubre subsidios para las empresas que adopten este régimen laboral.

Según el secretario autonómico de Empleo, Enric Nomdedéu, el objetivo es mejorar el equilibrio entre la vida laboral y la vida privada, reducir la huella de carbono y aumentar la productividad.

El misterio de Microsoft
BBC Mundo contactó a Microsoft Japón para conversar sobre la experiencia de la firma tras realizar un experimento de cuatro días laborales que se extendió por un mes en agosto de 2019, pero la empresa declinó referirse al tema.

Microsoft hizo un experimento en Japón con una semana de cuatro días durante un mes.

Jan-Emmanuel De Neve, director del Centro de Investigación del Bienestar de la Escuela de Negocios de la Universidad de Oxford, señala que todos los estudios que han evaluado el impacto de una semana de cuatro días, han mostrado resultados positivos en términos de productividad, entendida como la cantidad de trabajo que se hace en un tiempo definido.

"No he visto ningún estudio que apunte a un resultado contrario", le dice De Neve a BBC Mundo.

Por ejemplo, agrega, la empresa Pursuit Marketing en Escocia experimentó un aumento del 22% en su productividad al implementar este sistema.

Pero De Neve plantea que es importante considerar los efectos en el bienestar de los empleados y el equilibrio entre la vida laboral y personal.

Es importante considerar los efectos en el bienestar de los empleados y el equilibrio entre la vida laboral y personal.

"El ángulo del bienestar es la clave para comprender por qué hay un repunte de la productividad", apunta, explicando que existe evidencia causal sobre el impacto del bienestar de los empleados en la productividad.

"En nuestro estudio con British Telecom, encontramos que en las semanas en las que los trabajadores están más felices, hay un aumento del 13% en las ventas".

"No es realista"
Hasta ahora, los experimentos que reducen la semana laboral han sido impulsados por empresas que voluntariamente han escogido probar ese camino.

Sin embargo, en países como Reino Unido, se ha generado un duro debate político luego que organizaciones sindicales y miembros del Partido Laborista propusieran una adopción generalizada de la semana laboral reducida.

4 conclusiones positivas de reducir la semana laboral a cuatro días

En medio de la discusión, un informe elaborado por el historiador económico Robert Skidelsky y publicado en septiembre del año pasado arrojó que la imposición de una semana laboral de cuatro días "no es realista ni deseable".

Un informe publicado en septiembre del año pasado en Reino Unido arrojó que la imposición de una semana laboral de cuatro días "no es realista ni deseable".

Skidelsky planteó que ese tipo de políticas no tendrían éxito, citando el ejemplo de la introducción en Francia de un límite semanal de 35 horas de trabajo en 1998.

"La evidencia es que, después de un breve efecto de impacto, la legislación de Francia se volvió ampliamente ineficaz por una acumulación de excepciones y vacíos legales".

Jonathan Boys, economista especializado en mercado laboral del Instituto Colegiado de Personal y Desarrollo (CIPD, por sus siglas en inglés), argumenta que no es la mejor alternativa.

"Se ha sugerido que puede aumentar la productividad y proporcionar un mejor equilibrio entre la vida laboral y personal, pero la evidencia de esto es escasa y autoseleccionada", le dice Boys a BBC Mundo.

El economista explica que durante la última década, el crecimiento de la productividad ha sido plano y que la caída de la inversión empresarial durante la pandemia, sugiere que esta tendencia continuará.

Desde esa perspectiva, el actual contexto económico muestra que "las fuerzas económicas no están trabajando a favor de la semana laboral de cuatro días", apunta el experto.

Con todo, Boys plantea que pueden haber cambios en los sistemas de trabajo a raíz de la pandemia, dado que la evidencia preliminar sugiere que el teletrabajo podría impulsar la productividad.

Además, muchas personas planean continuar trabajando desde la casa después de la pandemia, algo que está transformando el sistema de trabajo tradicional.

"Si no podemos reducir nuestras horas de trabajo, al menos deberíamos poder reducir los viajes diarios", apunta Boys.

Qué hacer con las personas sobrecargadas de trabajo
Otro tema que forma parte de la discusión global es que no todos los tipos de empresas pueden reducir la semana a cuatro días, dada la naturaleza de su negocio.

¿Qué pasa con las firmas que funcionan sobre la base de turnos, como podría ser un hospital, un restaurante o una firma minera?

Y otro punto que pone en duda la efectividad de la propuesta es cómo se van a adaptar los empleados que ya tienen una gran sobrecarga de trabajo frente a la idea de que deben hacer lo mismo, pero en menos días.

La reducción de la semana laboral puede transformarse en una trampa para las personas con sobrecarga de trabajo.

En esos casos donde una persona hace el trabajo de dos y habitualmente sale tarde de la oficina, es probable que una semana de cuatro días laborales termine siendo una trampa que lo obligue a trabajar desde la casa para no bajar su productividad.

Incluso investigadores que están a favor de una semana laboral reducida, como el profesor de Manejo de Recursos Humanos de la Universidad Tecnológica de Auckland, Jarrod Harr, han advertido que es muy difícil que un trabajador sobrecargado pueda adaptarse a la semana de cuatro días.

Sin embargo, Harr cree que a pesar de las potenciales desventajas, vale la pena hacer los experimentos.

El experimento en Suecia
Y entre los experimentos que se han realizado en distintos países, hay distintos resultados.

¿Qué pasó en Suecia con el experimento de reducir a 6 horas la jornada laboral?
Por ejemplo, en la ciudad de Gotemburgo, Suecia, se hizo un experimento rebajando a seis horas diarias el trabajo realizado por los empleados de hogares de ancianos administrados por el Estado.

El experimento en hogares de ancianos suecos resultó inviable financieramente.

Aunque efectivamente la productividad y el ausentismo laboral mejoraron, los costos se dispararon porque tuvieron que contratar más empleados para cubrir los turnos.

El resultado es que la experiencia fue económicamente inviable.

También está el caso de algunas startups que probaron el sistema, pero terminaron volviendo a la tradicional semana laboral.

Eso le ocurrió a Treehouse, una firma estadounidense que ayuda a contratar y entrenar talento en el área tecnológica.

Su fundador, Ryan Carson, implementó el sistema por casi una década.

Pero en 2016 tuvo que decirles a sus trabajadores que debían regresar a los 5 días laborales porque la competencia se había vuelto muy dura.

La experiencia de la cadena de restaurantes Shake Shack 
Otros han tenido una buena experiencia, como es el caso de la cadena de comida rápida estadounidense Shake Shack, que redujo las horas semanales a 32 y mantuvo el salario de sus empleados.

La cadena Shake Shack de comida rápida comenzó con una prueba piloto que luego extendió a un tercio de los locales en Estados Unidos.

La empresa expandió el experimento a comienzos de este año a un tercio de sus 164 locales, antes de que la covid-19 se transformara en pandemia.

Pero esta experiencia ha sido más una excepción que la regla en Estados Unidos, un país donde la reducción de la carga laboral no ha ganado terreno porque va contra las nociones de la ética del trabajo y el capitalismo que existen en el país, según Peter Cappelli, profesor de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania.

Y como las compañías suelen estar enfocadas en responder a los accionistas, explica, tienden a priorizar las ganancias por sobre los beneficios laborales.

De regreso a Nueva Zelanda, la organización "4 day week" asegura que ha crecido el interés de las firmas de mayor tamaño en hacer experimentos para reducir la semana laboral.

La pandemia de covid-19 ha impuesto nuevos modelos de trabajo con mayor flexibilidad.

No solo Unilever es una de las multinacionales interesadas en probar nuevos sistemas de trabajo flexible, sino que hay otras corporaciones multinacionales que han mostrado interés en hacer pruebas.

Lo que no está claro es si estos experimentos serán experiencias aisladas o si terminarán convirtiéndose en los primeros pasos de una tendencia creciente.

En lo que sí están de acuerdo los investigadores laborales es que la pandemia ha obligado a las empresas a adaptarse de un segundo a otro a nuevas condiciones de trabajo que incluyen esquemas más flexibles, con opciones de teletrabajo.

Y esa apertura a sistemas más flexibles junto a los cambios tecnológicos, podrían darles un giro a los sistemas laborales tal y como los hemos conocido hasta ahora.

martes, 9 de agosto de 2011

Salarios y productividad

Dice José Manuel García-Margallo, en La suerte del César y la suerte del Imperio (EL PAÍS, 19-7-2011), que uno de los desequilibrios typical Spanish que se incubó en los años de bonanza económica fue el de "unos costes laborales siempre por encima de la productividad".
Pues bien, si los costes laborales fuesen igual a la productividad, toda la producción iría destinada al pago de salarios y nada iría para el capital. Entonces, ¿qué significado pueden tener unos costes laborales por encima de la productividad? Ninguno, un absurdo.
Quizá lo que quería decir el señor García-Margallo, y se ha expresado mal, es que los costes laborales han crecido por encima de la productividad. Lo que no es el caso, porque es un hecho manifiesto que en los últimos años, y de forma continuada, se ha producido en España una redistribución de la renta a favor del capital y en contra del trabajo, que es lo mismo que decir que los salarios españoles han crecido por debajo de la productividad.
También podría haber ocurrido -aunque no creo que sea el caso- que se hubiera omitido el término "marginal" y lo que quiere decir el autor del artículo de marras es que, en la economía española, los salarios siempre han estado por encima de la productividad marginal, en cuyo caso les interesaría a las empresas reducir aún más su demanda de trabajo para de ese modo incrementar sus beneficios. JOSé ANTONIO POZO MAQUEDA, Madrid, El País, 08/08/2011 (Foto del autor, Centro Niemeyer, Avilés, Asturias.)